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EXTRAÑAS RELACIONES

Conferencia inédita sobre los vínculos entre pintura y literatura, que leyó en 1999 en el
Museo Nacional de Bellas Artes

Isidoro Blaisten

Una anécdota divertida ilustra, creo que eficazmente, la extraña relación entre pintura y
literatura. El pintor Whistler y Oscar Wilde eran amigos. Whistler era un hombre muy
ingenioso y se cuenta que Wilde le copiaba todas las ingeniosidades. Una noche, durante
una cena, Whistler dijo algo que a Wilde le pareció gracioso, original y lúcido. "Caramba -
dijo Wilde-. Qué bien está eso. A mí nunca se me hubiera ocurrido." "Ya se le va a ocurrir -
dijo Whistler-. Ya se le va a ocurrir."

En realidad, lo que Whistler quería decir es "Ya me lo vas a copiar, ya me lo vas a copiar".

Creo que Wilde no tenía necesidad de copiar a nadie y, en realidad, Wilde no se estaba
apropiando de las ideas de un pintor. A lo sumo, se estaba apropiando de las ideas de un
escritor. Porque Whistler además de pintor era escritor y había publicado un libro pleno de
ironía titulado El gentil arte de hacerse de enemigos.

Tenemos aquí una primera aproximación tendenciosa. Tenemos a dos hombres que quizá se
envidien. Whistler, quizás, en el fondo de su corazón, hubiera querido ser Wilde. Wilde,
quizás, hubiera querido poder pintar como Whistler.

Esta es la primera relación que yo encuentro entre la pintura y la literatura. Una relación
difícil, una necesidad latente que se convierte en atracción y en exclusión, constante y
equidistante, en la justa mitad, justo entre dos envidias.

En el Tratado de la pintura, Leonardo da Vinci escribe: "La pittura è cosa mentale". Ahora
bien, cuando leí esta sentencia de Leonardo quedé perplejo. Yo siempre había creído que
sólo los procesos de la mente corresponden al intelecto. Siempre había pensado que sólo el
pensamiento es atributo de la mente. ¿Cómo era posible entonces que algo que depende de
la mano, que depende de la vista, pueda ser una cosa mental?

Más tarde leí, y no recuerdo quién lo dijo, que "saber dibujar es saber ver". Hoy, uniendo
los dos conceptos, lo que se podría decir es que saber dibujar es saber ver con la mente, y
que la pintura es una cosa mental que depende del sentido de la vista, de la visión.

Pero la visión va más allá de la vista. En la Biblia está escrito: "Donde no hay visión, el
pueblo perecerá". Esta visión no se refiere sólo al espacio, sino al tiempo. Visión en el
sentido de anticiparse, de entrever, de vislumbrar.

Podemos decir entonces que la pintura es una anticipación en el espacio. Un vislumbre de


una historia que ya ha ocurrido pero que siempre está por ocurrir. Vemos Las meninas de
Velázquez y ya intuimos la historia, pero si tenemos que contar esa historia veremos que la
palabra es mucho más lenta. Por eso, se habla de la velocidad de la luz y no de la velocidad
de la palabra. Por eso, los chinos dicen que un dibujo vale más que mil palabras. Pero lo
que nadie dice es cuánto vale una palabra.

El espejo que corrige

No hay nada más rápido que la mirada. Pensemos cuánto tiempo nos lleva leer los siete
tomos de En busca del tiempo perdido, pensemos en cuántas buenas exposiciones podemos
ver en ese tiempo. Pensemos cuánto tiempo nos demanda la lectura y comprensión del
Ulises de Joyce y comparemos cuánta buena pintura podemos ver en ese tiempo. De
manera que podemos deducir correctamente que los tiempos de la pintura y de la literatura
son distintos.

Sin embargo, Tolstoi, para acuñar una de las más célebres frases literarias, no emplea
términos literarios, emplea términos pictóricos. Tolstoi dice: "Pinta tu aldea y pintarás el
mundo". Este es un consejo para todos los escritores. Sin embargo, no dice: "Describe tu
aldea y describirás el mundo". Usa el verbo pintar en el mismo sentido de la frase "una
pintura de caracteres".

Y está bien que así sea, porque no es lo mismo "una pintura de caracteres" que una
"descripción de caracteres".

No en vano Roberto Arlt titula sus notas diarias Aguafuertes porteñas. El título, tan
transitado y copiado, es perfecto. Porque la técnica del aguafuerte (acquaforte) se basa en la
revelación de una superficie cubierta, por medio de un punzón y el trabajo del ácido. Y así
escribía Arlt: incisión sobre la realidad oculta, dejar la superficie al desnudo y exponerla a
la acción del ácido.

El pintor, para ver los defectos de un cuadro, pone el cuadro frente a un espejo. Entonces ve
la imagen invertida. Y esa imagen invertida es como una nueva mirada: destruye la
costumbre de mirar lo acostumbrado y le muestra una imagen sin acostumbramiento, sin
vicios de contemplación, y sin contemplaciones. Entonces, corrige.

El escritor no puede hacer esto y sólo le queda el tiempo, el paso del tiempo. En su Epístola
a los Pisones, Horacio aconsejaba guardar nueve años los manuscritos antes de publicarlos.
Y decía: "Condenad al poema que no esté corregido con escrupuloso detenimiento hasta
lograr la perfección". Yo diría que el tiempo es el espejo que corrige.

Así como el pintor necesita "leer", "hacer una lectura" del cuadro, el escritor, muchas
veces, necesita dibujar. Kafka dibujaba las situaciones; Borges, entre tigres y compadritos,
dibujaba los personajes; Vladimir Maiacovsky, notable dibujante, esbozaba sus poemas
mientras hacía los afiches de propaganda, antes de que el stalinismo lo llevara al suicidio.

Por otra parte, a veces, los pintores necesitan de las palabras. A veces la imagen no es
suficiente para expresarse. Hay algo que Van Gogh no pudo pintar nunca, entonces escribe
en una carta a su hermano Theo: "El molino ya no está, pero el viento sigue girando". Creo
que esto tiene el mismo sentido de estos versos de Nazim Hikmet que dicen: "Ya no hay
nada que hacer, mi Don Quijote,/ cuando se tiene el corazón bien puesto,/ hay que embestir
nomás los molinos de viento ".

Vemos cómo dos artistas, un pintor y un poeta, necesitaron de la palabra para expresar la
misma cosa. Es decir, es necesario embestir nomás los molinos de viento, porque,
sencillamente, cuando el molino ya no esté, el viento seguirá girando.

En cambio, para José Hernández, los versos son pintura. Una permanencia perpetua basada
en la estabilidad, inmune al tiempo. Dice Martín Fierro:

Lo que pinta este pincel


ni el tiempo lo ha de borrar.

Y además hace una defensa del talento, una reivindicación del oficio, y agrega:

No pinta quien tiene ganas,


sino quien sabe pintar.

Es curioso. Alguien que habla en verso, en décimas medidas y pulidas, no se refiere a la


palabra para reivindicar un saber, como se dice ahora.

Se puede sospechar que la palabra sola no basta, la palabra es ambigua y peligrosa. En


cambio, la pintura es certera. Martín Fierro no nos dice "lo que escribe este poeta/ ni el
tiempo lo ha de borrar", habla en cambio de un pincel y de un pintor.

Pero así como hay veces que el escritor no encuentra la palabra y se queda inmóvil frente a
la hoja en blanco, a veces el pintor no encuentra el motivo, no encuentra el tema. Una vieja
leyenda nos cuenta de un monje tibetano que, sentado a la vera de un bosquecillo de
bambú, rodeado de pájaros y crisantemos, en una tarde de brisa, se dispone a pintar. "¿Qué
pintaré?", se pregunta. El bosquecillo de bambú no lo convence. ¿Los pájaros en el cielo?
No lo convencen. ¿Los crisantemos mecidos por la brisa? No lo convencen.

Por fin, después de mucho meditar, se decide: "Ya sé", se dice a sí mismo. "Pintaré la
brisa".

Pintar la brisa, que no se ve, con un pincel o con la palabra es el deseo final confeso o
inconfeso de todo artista. Es detener la eternidad en un instante. Es tornar visible lo
invisible, es ser la obra y su consecuencia. Heidegger define la poesía de la siguiente
manera: dice que la poesía es la fundación del ser por la palabra. Ahora, mi humilde teoría
consiste en lo siguiente: tanto la literatura como la pintura son poesía o no son nada. Tanto
el pintor como el escritor son poetas o no son nada. La poesía y sólo la poesía los convertirá
en artistas.

El monje tibetano que ha decidido pintar la brisa ha decidido pintar lo esencial. Todos
hemos leído El principito. Todos recordaremos el diálogo entre el Principito y el Zorro:

-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el
corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.

-Lo esencial es invisible a los ojos -repitió el principito, a fin de acordarse.

Pues bien, creo que la función del verdadero arte consiste en hacer visible lo invisible. Es
cierto, lo esencial es invisible a los ojos, pero el artista lo hará visible en la obra de arte. La
sonrisa de la Gioconda es esencial, el cuadro que no se ve y que pinta Velázquez en Las
meninas es esencial, los alargados cuellos de Modigliani son esenciales, el rostro del conde
de Orgaz es esencial y es esencial la mirada oblicua del cardenal en el cuadro de Rafael, y
es esencial esa banderita que está en nuestro Museo de Bellas Artes, que flamea encima del
molino y que pintó Van Gogh. Si uno se acerca no se ven más que tres manchas de colores,
pero si uno se aleja, ve flamear esa bandera. Ve lo esencial, ve lo invisible, simplemente,
porque Van Gogh ha logrado pintar la brisa.

Explicaciones y distancias

Muchas veces se le pide a un artista que explique su obra. Se le pide con palabras que
explique con palabras algo que ha sido hecho sin palabras.

San Agustín dijo: "Aquel que te creó sin ti no te puede salvar sin ti". Yo creo que todos
somos una creación de Dios, pero Dios, que es sapientísimo, enterado, sabe que la
salvación es también cosa nuestra. El artista no necesita de nosotros para crear una obra de
arte, pero necesita de nosotros para apreciarla.

Marechal, en un poema del libro Odas para el hombre y la mujer, dice:

Pero nunca sabremos


lo que la rosa espera de nosotros
la rosa emancipada
de tu color y el mío.

Aquí Marechal tiene que acudir al color y nos dice que la rosa es autónoma, no sabemos si
espera algo de nosotros y hasta se podría intuir que no le importa nada. La rosa, como toda
obra de arte, es inconsciente.

Angelus Silesius escribe:

La rosa sin por qué


florece porque florece.

Y el pintor Whistler dice Art happens, "el arte sucede".

Cierta vez alguien le pidió a Picasso que explicara un cuadro. "Nadie le pide a un pájaro
que explique por qué canta", contestó Picasso.

Y quizá lo menos explicativo del arte sea el dibujo. Quizás el dibujo sea a la plástica lo que
el cuento a la literatura. De alguna manera, ambos vienen o dimanan de la poesía, son la
decantación, la síntesis, e imponen la sugerencia, es decir, sugieren sin explicar, enseñan
sin explicar, y todo cuentista envidia en ciertos dibujos ciertas cosas que hubiera querido
poner en un cuento. Envidia la levedad incontrastable de la línea que asoma apenas y sin
embargo permanece, la inquietud que esa permanencia provoca, esa sensación inocente y
terrible. Es lo que producen la línea de Picasso y la de Leonardo, de Toulouse-Lautrec y de
Ingres.

En estos dibujos hay siempre algo que está escondido, algo como una acechanza, algo que
está por dar un salto, algo que no vemos porque ahí el dibujo se detiene.

Palabras en la noche

Para mí esta ausencia otorga un sentido, una extraña significación, una forma de mostrar,
que crea una forma de mirar, una manera de ver. Eso es lo que tiene la obra de arte: impone
en el que mira una manera de mirar, esa manera de mirar se convierte en una manera de ser.

Yo tenía un amigo, uno de esos filósofos de la noche, que una tarde me dijo: "Es mentira
que el varón elige. La mujer elige al hombre que la va a elegir". Si esto es cierto, quizá la
obra literaria elige al lector que la va a elegir. La obra pictórica elige al espectador que la va
a admirar.

Y aquí viene esa extraña relación, esa diversidad de las formas que se necesitan y se
complementan: pintores que escriben y escritores que pintan. Esa imagen y esa palabra que
se duplican y se contraponen y que van de Miguel Angel a Leonardo, de Gauguin a Saint-
Exupéry, de William Blake a Chesterton, de Kafka a Kipling, de Maiacovsky a Whistler, de
Lewis Carroll a Hermann Hesse.

Aquí, nuestros grandes escritores han pintado y dibujado: Silvina Ocampo, Ricardo
Güiraldes, Joaquín Gómez Bas, Ernesto Sabato, Miguel Briante.

Nosotros hemos aprendido a leer con la imagen. Muchas veces recordamos una historia y la
recordamos junto con una ilustración. Recordamos a Alicia en el país de las maravillas y
vemos los dibujos de John Tenniel. Recordamos a Oscar Wilde y vemos las ilustraciones de
Aubrey Beardsley, recordamos a Don Quijote y vemos los grabados de Doré.

"Sólo le pido a mi verso que no me contradiga", escribió Borges. Y aunque a veces, como
dijo Toulouse-Lautrec, "la obra del artista es superior al artista mismo", esencialmente
ninguna pincelada contradice al pintor, ningún verso contradice al poeta.

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