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IDEOLOGÍA POLÍTICA:

SU ESTRUCTURA,
FUNCIONES Y
AFINIDADES
ELECTIVAS
John T.Jost (NYU), Christopher M.Federico
(Minnesota) y Jaime L.Napier (NYU)

Traducción de Catedra

PSICOLOGIA POLTICA – CATEDRA II


TITULAR: JORGE A. BIGLIERI
PSICOLOGIA POLTICA – CATEDRA II – TITULAR: LIC. JORGE A. BIGLIERI
Traducción de Catedra Texto de Teóricos

Ideología política: su estructura, funciones y afinidades electivas


John T.Jost (NYU), Christopher M.Federico (Minnesota) y Jaime L.Napier (NYU)

Palabras clave: orientación política, cognición social motivada, justificación del sistema,
autoritarismo

Resumen

La ideología reemergió como un tópico importante de indagación entre psicólogos


sociales, políticos y de la personalidad. En esta reseña, examinamos teorías e
investigación recientes acerca de la estructura, los contenidos y las funciones de los
sistemas de creencia ideológicos. Comenzamos por definir el constructo y ubicarlo en su
contexto histórico y filosófico. A continuación, examinamos distintas perspectivas acerca
de cómo cuántas (y qué tipos de) dimensiones usan los individuos para organizar sus
opiniones políticas. Investigamos: a) cómo y hasta qué punto los individuos adquieren
los contenidos discursivos asociados con distintas ideologías; y b) las funciones
psicosociales que estas ideologías cumplen en quienes las adoptan. Nuestra reseña
destaca “afinidades electivas” entre necesidades situacionales y disposicionales de los
individuos y grupos, y las estructuras y contenidos de ideologías específicas. Por último,
consideramos las consecuencias de las ideologías, en especial con respecto a las
actitudes, evaluaciones y procesos de justificación del sistema.

Introducción

La novela de Goethe (1809/1966) “Las afinidades electivas”, del período de la


Iluminación, invita al lector a considerar paralelismos entre las leyes químicas por las
cuales los elementos se combinan y separan, y las fuerzas de atracción y repulsión en las
relaciones sociales humanas. En un pasaje del principio, presagiando asuntos
clandestinos, uno de los personajes principales, que estuvo repasando libros de química,
explica la fascinación con las reacciones químicas (p.39-44): “Parece realmente como si
una relación hubiera sido deliberadamente elegida por sobre otra”, a tal punto que
“creemos a esos esos elementos capaces de ejercer una suerte de fuerza de voluntad y
selección, ¡y nos sentimos perfectamente justificados a usar el término ‘afinidades
electivas’!” El sociólogo Max Weber tomó más tarde de Goethe el concepto de afinidad
electiva (wahlverwandtschaft) para caracterizar el vínculo entre las ideas (o sistemas de
creencia) y los intereses (o necesidades), esto es, el “proceso selectivo” por el cual “las
ideas y sus públicos… encuentran sus afinidades” (Gerth y Mills 1948/1970, p.63; ver
también Lewins 1989). Desde esta perspectiva, puede decirse que la gente elige ideas,
pero hay también un sentido importante y recíproco, en el cual las ideas eligen a la gente.

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Creemos que la metáfora de las afinidades electivas sigue siendo prometedora para
concebir las fuerzas de mutua atracción existentes entre la estructura y los contenidos de
los sistemas de creencias y las necesidades y motivaciones subyacentes de los individuos
y grupos que adhieren a aquellos. Estas fuerzas de atracción –o, en el lenguaje de Tomkin
(1963), “resonancias ideoafectivas”- son el foco de nuestra reseña. Al brindar un análisis
psicosocial de este tema, identificamos un conjunto de motivos relacionales, epistémicos
y existenciales que nos ayudan a explicar por qué cierta gente –una vez que fue expuesta
a ciertas ideas políticas- se queda con esas ideas (y las ideas se quedan con ella). Al
hacerlo, asumimos que los resultados ideológicos provienen de una combinación de
procesos de socialización de arriba hacia abajo (top-down), y predisposiciones
psicológicas de abajo hacia arriba (bottom-up).

¿QUÉ ES UNA IDEOLOGÍA?

La ideología ha sido apodada “el concepto más elusivo en toda la ciencia social” (Mc
Lellan 1986, p.1). Los profesionales que se ocupan de ella fueron acusados, con cierta
justicia, de “promiscuidad semántica” (Gerring, 1997, p. 957; ver también Converse 1964,
p.207). Muchos académicos encaran el desafío de la definición listando la plétora de
definiciones que existen en la literatura, en la esperanza de que el objetivo pueda ser
diferenciado del patrón de fuego (e.g.Gerring 1997, pp.958-959; Jost 2006, p.653; Lane
1962, pp.13-14). Dado que el espacio es precioso, evitaremos esta estrategia tan
tentadora.

Definiciones Básicas

Nos inclinamos, en cambio, por comenzar con una definición de ideología política de
libro de texto, simple, general y con deseos de no ser controvertida, como la ofrecida por
Erikson y Tedin (2003), que la llaman un “conjunto de creencias acerca del orden
adecuado de la sociedad, y acerca de cómo puede lograrse” (p.64; ver también Adorno
et.al. 1950; Campbell et.al. 1960/1965; Kerlinger 1984). Denzau y North (1994/2000)
sugieren algo similar, salvo que también destacan el rol de los grupos sociales o
colectividades ver Parsons 1951): “las ideologías son el marco compartido de modelos
mentales que los grupos o individuos poseen, y que proveen una interpretación del
entorno y una receta sobre cómo este entorno debiera reestructurarse” (p.24). Si uno
acepta que la ideología es compartida, que ayuda a interpretar el mundo social, y que
especifica normativamente (o requiere) los caminos buenos y adecuados para dirigirse a
los problemas de la vida, entonces es fácil ver cómo la ideología refleja y refuerza aquello
que a lo que los psicólogos se refieren como necesidades o motivos relacionales,
epistémicos y existenciales (Jost et.al. 2008a). Se trata de las principales fuentes de
afinidades electivas sobre las que nos focalizamos en esta reseña.

Las ideologías específicas cristalizan y comunican los ampliamente (aunque no


unánimemente) creencias, opiniones y valores de un grupo, clase, electorado o sociedad

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identificable (Freeden 2011, Knight 2006). Las ideologías intentan asimismo describir o
interpretar el mundo tal como es –realizando afirmaciones o conjeturas acerca de la
naturaleza humana, los hechos históricos, las realidades del presente y las posibilidades
futuras – e imaginar el mundo tal como debería ser, especificando los medios aceptables
para alcanzar ideales sociales, económicos y políticos. En la medida en que distintas
ideologías representan filosofías sobre la vida, y sobre cómo debería ser vivida (y cómo
la sociedad debería ser gobernada), filosofías compartidas pero en conflicto, tiene
sentido que distintas ideologías deban al mismo tiempo obtener y expresar, al menos de
alguna manera, distintos estilos o tendencias sociales, cognitivos y motivacionales por
parte de sus adherentes (ver también Jost 2006).

Superación de la tensión histórica entre los abordajes críticos y de valor neutro

Los filósofos y los cientistas sociales han diferido largamente acerca de adherir a un tono
crítico, incluso sentencioso, al describir y analizar ideologías, o, alternativamente,
adoptar una postura más bien de valor neutro (Jost et.al. 2008b; Knight 2006). La primera
tradición, más crítica, desciende de los escritos de Marx y Engels (1846/1970), quienes
vieron la ideología (en contraste con la ciencia) como una forma, potencialmente
peligrosa, de ilusión y mistificación, que sirve típicamente para ocultar y mantener
relaciones sociales de explotación. En esas líneas, Mannheim (1936) representó ciertas
ideologías como “más o menos conscientes disfraces de la naturaleza real de la
situación” (p.55). También Habermas (1989) trata a la ideología como una forma de
“comunicación sistemáticamente distorsionada”, y esa caracterización permanece
habitual en ciertos círculos de teóricos sociales. El molde peyorativo de la ideología
sobrevive en cierta medida en teorías psicosociales sobre dominancia social y sobre
justificación del sistema (Jost et.al.2004a; Sidanius y Pratto 1999).

Sin embargo, la mayor parte de las investigaciones empíricas en sociología, psicología y


ciencias políticas refleja ostensiblemente una concepción de valor neutro, de acuerdo con
la cual la “ideología” se refiere indiscriminadamente a cualquier sistema de creencias, es
decir, a cualquier “configuración de ideas y actitudes en la cual los elementos están
unidos por alguna forma de limitación o de interdependencia funcional (Converse 1964,
p.206). En la tradición de la academia, la ideología es tratada como un “dispositivo
organizacional relativamente benigno” (Knight 2006, p.622), y se enfatiza su función
cognitiva para estructurar el conocimiento político y el conocimiento experto. Los
investigadores tienden a concluir que los miembros del público son ideológicos sólo en
el sentido en que mantienen actitudes estables, lógicas, coherentes, consistentes y
relativamente sofisticadas de conocimiento (e.g. Converse 2000; Feldman 1988, 2003;
Kinder 1998; pero ver Gerring 1997 y Jost 2006, p.657, para explicaciones que dejan un
mayor espacio conceptual entre constructos ideológicos y sofisticación).

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Los modos de comprensión que emergen de las indagaciones críticas y de valor neutro
frecuentemente se contraponen, y se asume que son incompatibles entre sí, y los
académicos de las dos tradiciones raramente se comunican entre ellos (si es que alguna
vez lo hacen). Sin embargo, postulamos que estos dos abordajes no son mutuamente
excluyentes, en la medida en que los sistemas de creencias pueden servir, a la vez, a
funciones múltiples (i.e. epistémicas, existenciales y relacionales) simultáneamente. Es
decir, proponemos que una ideología dada puede reflejar intentos genuinos (e incluso
altamente precisos) para comprender, interpretar y organizar la información sobre el
mundo político, así como tendencias conscientes o inconscientes de racionalizar el modo
en que las cosas son, o, alternativamente, el deseo de que sean diferentes (e.g. Jost et.al.,
2003b, c). En esta reseña, resumimos la teoría y la investigación sostenidas por una
multitud de variables psicosociales, algunas de las cuales es espera que aumenten (o que
disminuyan) la coherencia ideológica, la estabilidad y la sofisticación, en tanto que otras
se espera que aumenten (o disminuyan) la distorsión ideológica, la racionalización y la
confusión.

LA ESTRUCTURA DIMENSIONAL DE LAS ACTITUDES POLÍTICAS

Una de las continuas preguntas de los psicólogos políticos y sociales tiene que ver con la
estructura de la ideología, es decir, la manera y el alcance en los cuales las actitudes
políticas son organizadas cognitivamente conforme con una o más dimensiones o
preferencias de juicio (e.g. Converse 2006; Duckitt 2001; Eagly y Chaiken 1998; Eysenck
1954/1999; Feldman 2003; Kerlinger 1984). La mayor parte de los investigadores asume
que la ideología está representada en la memoria como cierto tipo de esquema –i.e., una
estructura de conocimiento aprendida, consistente en una red de creencias, opiniones y
valores interrelacionados (Fiske et.al. 1990; Hamill et.al. 1985; Judd y Krosnick 1989; Lau
y Redlawsk 2001; ver también Erikson y Tedin 2003; Kinder 1998). Sin embargo, persiste
el desacuerdo con respecto al número de dimensiones que son empleadas (o requeridas)
para organizar los contenidos de un esquema ideológico en el ciudadano ordinario. En
esta sección de la reseña resumimos los puntos destacados de este debate.

La noción tradicional de una única dimensión izquierda-derecha

Desde los tiempos de la Revolución Francesa, las opiniones ideológicas se han clasificado
habitualmente en términos de una única dimensión izquierda-derecha. Este uso deriva
de que, a fines del siglo XVIII, los partidarios del statu quo se sentaban en el sector
derecho de la Asamblea Francesa, y sus oponentes se sentaban del lado izquierdo. En los
Estados Unidos y en otros lugares, se volvió cada vez más común reemplazar “liberal”
y “conservador” por “izquierda” y “derecha”, respectivamente, y esta ecuación expresa
bien la duradera división ideológica con respecto a las preferencias por el cambio frente
a la estabilidad, que se remonta al menos hasta 1789. Gran parte del conflicto ideológico
entre el cambio frente al statu quo, por lo tanto, pertenece a las viejas disputas con

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respecto al rol apropiado de las jerarquías, la autoridad y la desigualdad (Bobbio 1996;
Burke 1790/1987).

Esta formulación de la distinción entre izquierda-derecha, así como muchas otras,


contienen dos aspectos interrelacionados, a saber: a) propugnar versus resistir el cambio
social (como opuesto a la tradición), y b) rechazar versus aceptar la desigualdad (Jost
et.al. 2003 b, c). Esta definición bipartita debiera ser relativamente poco controversial
(pero ver Greenberg y Jonas 2003), y está de acuerdo con numerosas caracterizaciones
de la izquierda y la derecha ofrecidas por cientistas políticos (eg.Erikson y Tedin 2003,
p.65; Lipser y Raab 1978, p.19; McClosky y Zaller 1984, p.189; Rathbun 2007, p.382-383).
La izquierda y la derecha responden de modo similar en los Estados Unidos, Alemania,
y Holanda, asociada la derecha con términos tales como “conservador”, “mantenimiento
del sistema”, “orden”, “individualismo”, “capitalismo”, “nacionalismo” y “fascismo”, y
asociada la derecha con “progresismo”, “cambio del sistema”, “igualdad”,
“solidaridad”, “protesta”, “oposición”, “radical”, “socialismo” y “comunismo” (Fuchs y
Klingemann 1990, p.213-214). Los dos aspectos centrales de la dimensión izquierda-
derecha (actitudes con respecto al cambio versus la estabilidad y la igualdad versus la
desigualdad) se correlacionan, por razones históricas, debido al hecho de que en las
décadas pasadas las sociedades occidentales se han vuelto más igualitarias en términos
de derechos humanos y libertades, distribución económica, y la distribución del poder
político. En algunos casos, la igualdad social y económica creció gradualmente, y en
otros casos tuvo lugar por hechos revolucionarios, habitualmente resistidos u opuestos
por conservadores y por aquellos identificados con la derecha (e.g.Burke 1790/1987;
Hirschman 1991; Lipset y Raab 1978; ver también Nosek et.al.2009).

Los académicos acuerdan típicamente sobre el significado histórico y filosófico de la


distinción izquierda-derecha, y está claro que las “élites políticas” en el gobierno, las
organizaciones activistas y partidarias, los medios y la academia hacen un uso frecuente
y relativamente fácil de esta dimensión en el discurso político y en la toma de decisiones
(e.g. Jennings 1992; McCarthy et.al. 2006; McClosky y Zaller 1984; Poole y Rosenthal
1997). Sin embargo, el trabajo de Converse (1964) generó un considerable escepticismo
acerca de si los ciudadanos ordinarios usan realmente los contenidos ideológicos
específicos asociados con izquierda y derecha para organizar sus actitudes políticas (e.g.
Bishop 2005; Converse 2000; Feldman 1988, 2003; Fiorina 2005; Kinder 1998). Un asunto
relacionado es si un ítem único de una encuesta que pida a los participantes que se sitúen
en un continuum izquierda-derecha es teóricamente y metodológicamente útil (Knight
1999). Para apuntar a estar eternas y complicadas preguntas, Jost (2006) reconsideró el
vigoroso reclamo de que los ciudadanos ordinarios son verdaderamente “inocentes de
ideología” y encontró, entre otras cosas, que la auto-ubicación ideológica era un
predictor muy fuerte de las intenciones de voto en los Estudios de Elecciones Nacionales
de los Estados Unidos entre 1972 y 2004. Esto se llevó bien con otra evidencia de que la
ideología afecta a las actitudes políticas incluso de los ciudadanos poco informados
(Abramowitz y Saunders 2008; Barker y Tinnik 2006; Erikson y Tedin 2003; Feldman
2003; Jacoby 1991; Knutsen 1993; Layman y Carsey 2002). Aunque esté claro que la gente

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está lejos de la perfección en su uso de conceptos ideológicos abstractos, la mayor parte
de los ciudadanos pueden usar, y usan, un subconjunto de principios de valor nuclear
que, para todos los efectos y propósitos, puede ser considerado ideológico, en el sentido
de ser posturas amplias que explican y justifican distintos estados de asuntos sociales y
políticos (e.g. Feldman 1988; Feldman y Steenbergen 2001; Goren 2004; Jost et.al. 2003b,c;
Lavine et.al. 1997; McCann 2008; Peffley y Hurwitz 1985; Rathbun 2007).

Jost et.al. (2003b, c) postulan que estos dos aspectos nucleares de la dimensión ideológica
de izquierda-derecha están enraizados en un conjunto de necesidades y motivaciones
epistémicas, existenciales y relacionales. Esto es, que la estructura dimensional y los
contenidos actitudinales del liberalismo y el conservadurismo debieran teorizarse como
originados, al menos parcialmente, en orientaciones psicosociales básicas derivadas de
las preocupaciones por la incertidumbre y la amenaza (ver también Jost 2006; Jost et.al.
2007). Este argumento se deriva de los trabajos de Adorno et.al. (1950), Allport (1954),
Rokeach (1960), Tomkins (1963), Wilson (1973) y otros. En consistencia con un marco
teórico integrado, el meta-análisis en la revisión de 88 estudios (Jost et.al. 2003b, c)
conducido en 12 países entre 1958 y 2002, confirmó que las variables situacionales y
disposicionales asociadas con el manejo de la amenaza y de la incertidumbre se
relacionan con la orientación política. Específicamente, la ansiedad ante la muerte, la
inestabilidad del sistema, el miedo a la amenaza y a la pérdida, el dogmatismo, la
intolerancia frente a la ambigüedad, y las necesidades personales de orden, estructura y
definición, fueron todos asociados positivamente con el conservadurismo. A la inversa,
la apertura a nuevas experiencias, la complejidad cognitiva, la tolerancia ante la
incertidumbre, y (hasta cierto punto) la autoestima, fuero todas asociadas positivamente
con el liberalismo. Estudios subsecuentes mostraron que –en niveles implícitos y
explícitos de análisis- los liberales exhiben preferencias más fuertes por el cambio social
y la igualdad (así como por el progreso y por la flexibilidad por sobre la tradición y la
estabilidad, respectivamente), cuando se los compara con los conservadores (e.g.
Anderson y Singer 2008; Jost et.al. 2004a, 2008b; Nosek et.al. 2009). Estos y otros
resultados se interpretan mejor a la luz de las afinidades electivas: “La idea es que hay
un ajuste especialmente bueno entre las necesidades de reducir la incertidumbre y la
amenaza, por una parte, y las resistencias al cambio y la aceptación de la desigualdad,
por otra parte, en tanto que preservar el status quo [de desigualdad] permite a uno
mantener aquello que es familiar y conocido, rechazando el riesgo; la incertidumbre
posibilita el cambio social” (Jost et.al. 2007,p.990; ver también Jost et.al. 2004b,pp.271-
272) actos de autoidentificación con la izquierda o la derecha. La ideología
“operacional”, en contraste, se refiere a opiniones más específicas, concretas y basadas
en problemas, que pueden también ser clasificadas por los observadores como de
izquierda o de derecha. Aunque esta distinción parece ser puramente académica, la
evidencia sugiere que las formas simbólica y operacional de la ideología no coinciden
para muchos ciudadanos de las democracias de masas. Por ejemplo, Free & Cantrill
(1967) observaron que muchos norte-americanos eran simultáneamente “filosóficamente
conservadores” y “operacionalmente liberales”, opuestos a “el gran gobierno” en lo
abstracto, pero apoyando os programas individuales comprendidos en el bienestar del

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New Deal y en las regulaciones estatales. Estudios más recientes obtuvieron resultados
impresionantemente similares; Stimson (2004) encontró que más de dos tercios de los
encuestados norteamericanos que se identificaban como conservadores simbólicos eran
operacionalmente liberales con respecto a los problemas concretos (ver también Page &
Schapiro 1992; Zaller 1992). Sin embargo, en lugar de demostrar que los sistemas de
creencia ideológicos son multidimensionales en e sentido de ser irreducibles a un simple
continuum izquierda-derecha, estos resultados indican que, al menos en los Estados
Unidos, las ideas izquierdista/liberales son más populares cuando están manifestadas en
soluciones políticas específicas y concretas que cuando son ofrecidas como abstracciones
ideológicas. La noción de que al mayor parte de la gente gusta de pensarse a sí misma
como conservadora sin importar el hecho de que mantengan una cantidad de opiniones
liberales en asuntos específicos es ampliamente consistente con la teoría de justificación
del sistema, que sugiere que la mayor parte de la gente está motivada para ver
favorablemente el status quo en general, y para rechazar los mayores desafíos contra él
(Jost et.al.2004).

Modelos multidimensionales de ideología

El modelo izquierda-derecha de la estructura ideológica es frugal, y se ha llevado


sorprendentemente bien en términos de utilidad teórica y validez empírica (Benoir y
Laver 2006; Bobbio 1996; Campbell et.al. 1960/1965; Carney et.al. 2008; Fuchs y
Klingemann 1990; Jacoby 1991; Jost 2006; Knight 1999; Kuntsen 1995; Tomkins 1963). Sin
embargo, una cantidad de autores argumentaron que es necesaria una dimensión que
ilumine la estructura de la mayor parte de las actitudes políticas de los ciudadanos (e.g.
Conover y Feldman 1981; Kerlinger 1984; Kinder 1998; Peffley y Hurwitz 1985; ver
también la sección “Aspectos operacionales de la ideología política”). Reseñamos aquí
algunos de los modelos multidimensionales más influyentes.

Son el liberalismo y el conservadurismo dimensiones ortogonales? Un desafío


prominente al abordaje unidimensional proviene de aquellos que argumentan que la
izquierda y la derecha representan dos dimensiones independientes y unipolares, más
que extremos opuestos de una dimensión unipolar única (e.g. Conover y Feldman 1981;
Kerlinger 1984). Análisis factoriales exploratorios y confirmatorios sugieren que las
evaluaciones de las actitudes “liberal” y “conservadora” se cargan frecuentemente sobre
distintas variables latentes, y que estas variables son, al menos de algún modo,
independientes entre sí. Sin embargo, debiera notarse que es raro que las medidas de
liberalismo y conservadurismo no se encuentren correlacionadas (si es que alguna vez
no lo están). Por ejemplo, tras muchos años de intentar el desarrollo de escalas para
medir el liberalismo y el conservadurismo como dimensiones ortogonales, Kerlinger
(1984,pp.224-226) encontró que los puntajes de los encuestados en su escala de
liberalismo (que combina un conjunto variado de ítems relativos a derechos civiles,
igualdad social, medicina socializada, sindicatos, igualdad de la mujer, control de la
natalidad, amor y calor humano) permanecieron tercamente en valores de -0,20 en su

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escala de conservadurismo (que combina ítems variados en torno a religión, iglesia,
negocios, beneficios, autoridad, ley y orden, estándares morales y modales). Aún más
decisivamente, estudios subsiguientes de análisis factorial revelaron que las variables
latentes correspondientes a las evaluaciones de liberales y conservadores exhiben, de
hecho, una fuerte correlación negativa tras tomar en cuenta el margen de error no
aleatorio atribuible al formato de la respuesta (Federico 2007; Green 1988; Sidanius y
Duffy 1988).

Dimensiones sociales y económicas de la ideología política

Un número de estudios sugieren que las actitudes con respecto a temas sociales o
culturales son factorialmente distintas de las actitudes respecto de temas económicos
(Duckitt et.al. 2002; Evans et.al. 1996; Layman y Carsey 2002; Lipset 1960; Saucier 2000;
Shafer y Claggert 1995; Stenner 2005). Algunos investigadores fueron más allá, y
sugirieron que estas dimensiones “social” y “económica” son, básicamente, ortogonales.
Por ejemplo, la gente puede ser socialmente liberal y económicamente conservadora (i.e.,
“libertaria”), o ser socialmente conservadora y económicamente liberal (i.e.,
“populista”), aunque ninguno de estos dos grupos es extenso (e.g. Zaller 1992,p.27). El
trabajo reciente de Napier y Jost (2008b), sobre “autoritarismo en la clase trabajadora”,
sugiere que la gente de un status socioeconómico bajo se inclina más a la ideología de
derecha por muchas cuestiones sociales o culturales, en tanto que la gente de status
socioeconómico alto se inclina más a la ideología de derecha por razones económicas
(ver también Lipset 1960). No obstante, las formas social y económica del
conservadurismo estaban asociadas positivamente con la orientación hacia la derecha en
el siglo XIX en los países investigados. También Benoit y Laver (2006, p.134-135)
encontraron que las dimensiones social y económica de la ideología estaban
correlacionadas positivamente en 41 de las 44 naciones que examinaron. Así, aunque las
dimensiones social y económica de la ideología política puedan ser distintas en el
análisis conceptual que en el factorial, es raro que sean completamente ortogonales.

Trabajando en parte de la distinción entre las dimensiones social y económica de la


ideología, Duckitt et.al. (2002) articularon un modelo de proceso dual de la ideología,
que plantea dos bases motivacionales diferentes. Específicamente argumentan que la
orientación a la dominancia social de un individuo (SDO; Sidanius y Pratto,1999) está
conectada con una visión del mundo como una jungla competitiva sin piedad, en la cual
las luchas por el poder son endémicas, en tanto que el grado de autoritarismo de
derechas de un individuo (RWA; Altemeyer,1998) refleja la visión de un mundo tan
peligroso y amenazante que se requiere, por ello, una sensación de seguridad y de orden
social en la sociedad (ver también Schwarz y Boehnke 2004). De modo consistente con
las formulaciones, de Duckitt, la investigación indica que los puntajes de SDO tienden a
predecir el conservadurismo económico, en tanto que los puntajes de RWA tienden a
predecir el conservadurismo social mejor que el económico (Duckitt 2006; Duriez et.al.
2005; Sibley et.al. 2007). No obstante, es importante tener en mente que los puntajes de

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SDO y RWA están correlacionados positivamente, aún cuando no lo estén tanto como
para constituir variables redundantes (Altemeyer 1998; Jost et.al. 2003b; Sidanius y
Pratto 1999; Weber y Federico 2007; Withley 1999).

Reconciliación de los abordajes unidimensionales y mutidimensionales

Es este punto de nuestra reseña, haríamos bien en preguntarnos por qué las evaluaciones
de liberalismo y conservadurismo están de hecho negativamente correlacionadas, y por
qué las formas sociales y económicas de la ideología política está positivamente
correlacionadas (ver también la sección “¿Es la ‘mentalidad dura’ ortogonal a la
orientación política?). Las respuestas conciernen, claramente, a la estructura de la
ideología de izquierda, esto es, a su rol en la organización de un amplio rango de
actitudes y opiniones individuales (Converse 1964, 2000, 2006; Federico y Schneider
2007). Pero, ¿de dónde viene la estructura ideológica (cuando viene)? Las disciplinas
difieren, al menos en términos de énfasis, en cómo abordan el asunto.

Los cientistas políticos se focalizan en general en procesos top-down, tales como el


liderazgo político y los partidos políticos (Fiorina 2005; Poole y Rosenthal 1997;
Sniderman y Bullock 2004; Zaller 1992), es decir, las formas en las cuales las actitudes
“son organizadas en estructuras coherentes por las élites políticas, para el consumo del
público” (Feldman 1998:,p.417). Los psicólogos, en contraste, son más proclives a
considerar procesos cognitivos y motivacionales bottom-up, que llevan a los ciudadanos
a desarrollar sistemas de creencia ideológicos que tienen a menos un cierto grado de
estructura dimensional (Adorno et.al. 1950; Jost 2006; Judd y Krosnick 1989; Lavine et.al.
1997; Tomkins 1963). Proponemos que, a través de la integración de modos de
comprensión complementarios acerca de estos procesos top- down y bottom-up, es
posible reconciliar posiciones aparentemente contradictorias y hallazgos en torno a la
dimensionalidad de la ideología política.

¿ES LA “MENTALIDAD DURA” ORTOGONAL A LA ORIENTACIÓN POLÍTICA?

Basados en observaciones históricas de que los extremistas de izquierda y de derecha


han adoptado a veces métodos y orientaciones equivalentemente intolerantes en el
intento de llevar a cabo sus objetivos políticos, algunos académicos han propuesto que,
en adición a la dimensión izquierda-derecha de contenido ideológico, existe una
segunda dimensión, independiente del contenido, de estilo psicológico (e.g.Greenberg
& Jonas 2003; Shils 1954). Por ejemplo, Eysenck (1954/1999) abogó por una dimensión
cerrada-abierta, que sería independiente de la dimensión izquierda-derecha. Rokeach
(1960, 1973) sugirió, similarmente, que el dogmatismo, que vinculó a la devaluación de
la libertad, era en principio distinguible de la dimensión izquierda-derecha, que estaba
unida al valor de la igualdad. Sin embargo, ambos esfuerzos fallaron en cuanto a

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producir evidencia convincente de que las dos dimensiones propuestas fuesen
ortogonales. Es decir, las escalas de mentalidad-dura y dogmatismo pueden ser
distinguibles de las medidas de izquierda-derecha en análisis factoriales, pero los
puntajes de las variables psicológicas están sin embargo correlacionados con las
actitudes políticas, de modo tal que los de derecha son, de hecho, más de “mentalidad
dura” y “dogmáticos” que los de derecha, al menos en las naciones de Occidente (Jost
et.al.2003b, c; Stone & Smith 1993). Por ejemplo, Jost (2006, p.664) reportó una correlación
de 0,27 entre liberalismo político y puntajes en la faceta de “mentalidad blanda” de la
subescala de simpatía del instrumento de personalidad de las Grandes Cinco. De modo
similar, un meta-análisis de Jost et.al.(2003b,c) reveló que la correlación entre
liberalismo-conservadurismo y las medidas de dogmatismo e intolerancia o
ambigüedad era sustancial (peso de la medida r = 0,34).

Dada la interacción asumida entre procesos top-down y bottom-up, parece razonable


sugerir que ciertos elementos (o dimensiones) específicos de la ideología política son más
propensos a plegarse en una única dimensión izquierda-derecha para aquellos más
altamente involucrados en actividades políticas, es decir, aquellos que tienen alta
disponibilidad y motivación. Esto es consistente con las teorías formales de competencia
electoral y toma de decisiones, que suponen que un espacio dado sin restricciones –uno
en el cual las posiciones sobre distintos temas y la valoración de las prioridades no estén
organizadas o atadas entre sí- impone excesivas demandas de información a los votantes
(Federico 2007; Hinich y Munger 1994; Lau y Redlawsk 2001). Es decir que confiar en
pistas ideológicas de izquierda-derecha habían más fácil a los actores políticos
suficientemente motivados y congnitivamente sofisticados deducir las posiciones de los
candidatos en varios temas, para simplificar el proceso de hacer coincidir sus propias
preferencias con los candidatos óptimos (reduciendo el número de dimensiones en las
cuales la coincidencia debe tener lugar), e incrementar la confianza sobre cómo se
comportarán los candidatos una vez que sean electos (e.g. ver Lavine y Schwend 2006).

En forma consistente con este argumento, la investigación muestra que las formas
simbólicas y operacionales de la ideología son más proclives a ser congruentes para
aquellos altamente informados o involucrados en la política (Bennet 2006; Converse
1964; McClosky y Zaller 1984; Sniderman et.al. 1991; Zaller 1992). De modo similar, las
evaluaciones de actitudes liberales y conservadoras reflejan mayor unidimensionalidad
para aquellos que tienen un alto nivel de educación y experiencia política (Sidanius y
Duffy 1988), y motivación para evaluar cuestiones políticas (Federico y Schneider 2997).
Más aún, las actitudes en asuntos sociales y económicos son más estables,
correlacionadas entre sí y estructuradas dimensionalmente para candidatos electos en
comparación con ciudadanos ordinarios (Jennings 1992; Poole y Rosenthal 1997), y para
aquellos miembros del público que tienen altos niveles de conocimiento e
involucramiento político (Converse 2000, 2006; Erikson y Tedin 2003; Federico y
Schneider 2007; Layman y Carsey 2002).

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Es también evidente que una competencia política intensificada aumenta la presión para
estructurar las actitudes políticas de acuerdo con una dimensión izquierda-derecha
simple. Por ejemplo, comparaciones a nivel nacional revelan que las dimensiones
motivacionales básicas vinculadas por Duckitt y sus colegas (2002) con SDO y RWA
correlacionan más fuertemente en países con sistemas de competición entre partidos de
izquierda y de derecha establecidos (Duriez et.al. 2005). De modo similar, períodos de
conflicto electoral elevado parecen producir agendas de temas más fuertemente
restringidas (Bennet 2006; Fiorina 2005; Hetherington 2001; McCarthy et.al. 2006) y,
andando el tiempo, las agendas ideológicas cruzadas se asimilan a la dimensión simple
de izquierda-derecha (Layman y Carsey 2002; Stimson 2004). Así, en tanto es posible
distinguir dimensiones ideológicas múltiples, hay necesidades sociales, cognitivas y
motivacionales para la coordinación efectiva de las actividades partidarias, la reducción
de demandas informacionales por parte de los ciudadanos, y el acceso a diferencias
básicas en orientaciones de valor; se espera que todos estos valores lleven a una
estructura dimensional más simple y frugal, en especial para aquellos que son
conocedores y participantes en asuntos políticos. En otras palabras, al incorporar
procesos top-down y bottom-up, es posible comprender por qué las actitudes
ideológicas están estructuradas, al menos algunas veces, conforme a una dimensión
izquierda-derecha, así como cuándo (y por qué) no lo están.

CONTENIDOS DE LAS IDEOLOGÍAS Y SUS FUNCIONES PSICOSOCIALES

Tratar a la ideología como un conjunto interrelacionado de actitudes, valores y creencias


con propiedades cognitivas, afectivas y motivacionales, implica que las ideologías
pueden (y deberían) ser analizadas en términos de sus contenidos y de sus funciones
(Abelson 1988; Adorno et.al. 1950; Ball y Dagger 1991; Campbell et.al. 1960/1965; Jost
2006; Jost et.al. 2003b, c; Lewins 1989). Es decir, la ideología puede pensarse que la
ideología tiene una superestructura discursiva (socialmente construida) y una
subestructura funcional (o motivacional). La superestructura discursiva se refiere a la
rede de actitudes, valores y creencias socialmente construidos, atados a una posición
ideológica y a un tiempo y espacio particulares (Jost et.al. 2006c). Así definida, la
superestructura discursiva puede pensarse como una “representación social” (Moscovici
1988) que guía al juicio político en un esquema de tipo top-down y se transmite
típicamente de las élites políticas al público (Zaller 1992). La subestructura funcional se
refiere al ensamble de necesidades sociales y psicológicas, objetivos y motivaciones que
dirigen los intereses políticos de ciudadanos ordinarios de un modo bottom-up y se
sirven de los contenidos discursivos de la ideología (Jost 2006; Jost et.al. 2003b).
Proponemos que la naturaleza de la relación entre los procesos top-down y bottom-up
está caracterizada por afinidades electivas: “Las ideas, seleccionadas y reinterpretadas
de la doctrina original, obtienen una afinidad con los intereses de ciertos miembros de
estratos especiales; si no ganan esta afinidad, son abandonadas” (Gerth y Mills
1948/1970, p.63).

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Desde el top-down: construcción de la élite y diseminación de la superestructura


discursiva

Así como las élites políticas, tales como funcionarios electos, líderes partidarios y
representantes de los medios pueden ayudar a imponer una estructura a través de la
simplificación del entorno político, pueden también influir fuertemente en los
contenidos específicos de una ideología, esto es, en su superestructura discursiva (e.g.
Converse 2000; Layman y Carsey 2002; McClosky y Zaller 1984; Sniderman et.al. 1991).
Los ejemplos prominentes incluyen el rol del liderazgo en Lyndon Johnson y sucesores
en la apelación a quienes apoyaban al Partido Demócrata para que aceptaran la
legislación de derechos civiles que asistirían a las minorías raciales y étnicas (e.g. Sears
et.al. 2000), así como las influencias relativamente fuertes que políticos, periodistas y
otros intelectuales tienen sobre el grado de aceptación en el público del involucramiento
de sus naciones en una guerra (Berinsky 2007; Zaller 1992). En estos y otros casos, Zaller
(1992) concluye que “la exposición al discurso de la élite parece promover el apoyo a las
ideas que porta” (p.11).

El proceso comunicacional.

El contenido socialmente compartido de una superestructura discursiva, es decir, el


atado específico de actitudes, valores y creencias, resulta, presumiblemente, de las
formas de interacción -tanto comunicacionales como estratégicas- entre élites electorales
y sus seguidores (Graber 2004; Habermas 1989; Hinich y Munger 1994; Zaller 1992). Este
es el sentido en el cual, como indican Sniderman y Bullock (2004), “las instituciones
políticas realizan su ejercicio pesado” (p.351). Con la mayor probabilidad, esto permite
que un grupo relativamente pequeño y poco representativo de políticos opere para
ejercer un grado desproporcionado de influencia, tal como los comentaristas dentro y
fuera de la tradición marxista han notado largamente (e.g. Eagleton 1991; Habermas
1989; Mannheim 1936; McLellan 1986; Weber 1922/1946; Zaller 1992; Zelditch 2001). En
otras palabras, persiste la preocupación de que “las ideas de la clase dirigente son en
toda época las ideas dirigentes” (Marx y Engels 1846/1970). Como veremos más abajo,
un abordajes contemporáneos de los psicólogos sociales ha actualizado y expandido este
foco en la naturaleza justificatoria del sistema del contenido ideológico, teniendo en
cuenta tanto los procesos bottom-up como los top-down (e.g. Jost y Hunyady 2002;
Sidanius y Pratto 1999).

Sin embargo, en la mayor parte de las sociedades contemporáneas hay élites políticas de
izquierda así como las hay de derecha, y aquellas son, también capaces de dar forma a
la superestructura discursiva (e.g. Hinich y Munger 1994). Es decir, los atados o paquetes
ideológicos que son socialmente construidos por élites políticas pueden ser vistas como
“anclando” ambos extremos del espectro izquierda-derecha, ordenando así las opciones
en un “menú” ideológico, del cual los miembros del público masivo seleccionen su voto

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y otras preferencias (Sniderman y Bullock 2004). Más específicamente, el contenido
asociado con diferentes posiciones ideológicas es absorbido por miembros del público
masivo, que toman la posta de aquellas élites que comparten su electorado básico o sus
orientaciones ideológicas (Converse 1964, 2000; Sniderman et.al. 1991; Sniderman y
Bullock 2004; Zaller 1992). De aquí surge la pregunta acerca de cómo las élites tienen
éxito en difundir sus mensajes ideológicos al público independiente.

El rol moderador de las habilidades cognitivas y la motivación del ciudadano.

Siguiendo a Campbell et.al. (1960/1965) y Converse (1964), la evidencia sugiere que


algunos ciudadanos son más capaces y/o están más deseosos que otros por aprender los
contenidos de la superestructura discursiva, tal como es definida por las élites políticas
(e.g. Bennet 2006; Delli Carpini y Ketter 1996; Federico y Scheider 2007; Federico y
Sidanius 2002; Judd y Krosnick 1989; Sniderman et.al.1991; Zaller 1992). Décadas de
investigación sugieren que la mayor parte de la población exhibe un nivel relativamente
bajo de conocimiento acerca de los contenidos específicos del discurso de las ideologías
conservadora y liberal, una relativa incapacidad y/o falta de deseo por comprender el
conflicto en términos estrictamente de liberal- conservador, y un nivel relativamente bajo
de consistencia (o limitación) en sus actitudes hacia muchos temas diferentes (e.g.
Converse 2000; Dalton 2003; Stimson 2004). Aún en el nivel de posturas morales amplias,
el conflicto de valores parece ser más común que un nivel alto de consistencia entre
valores potencialmente en competencia (Feldman 2003; Jacoby 2006; Kuklinski et.al.
2001; Tetlock 1986).

Estos hallazgos sugieren que la mayor parte de los ciudadanos no aprenden los
contenidos de las diversas ideologías en todos sus gloriosos detalles, si bien los hallazgos
no se deberían tomar como signo de que la gente en general se encuentra totalmente
desprovista de compromiso o entendimiento ideológico (e.g. Billing 2003; Gamson 1992;
Lane 1962. Tal como Lane (1962) escribió, “el hombre común tiene un conjunto de
creencias políticas emocionalmente cargadas” que “adhieren a valores e instituciones
centrales” y que son la “racionalización de intereses (a veces no de los propios)” que
“sirven como justificaciones morales para actos y creencias diarias” (pp.15-16). En este
sentido, la mayor parte de la gente posee ideologías “latentes”, cuando no forenses (ver
también Jost 2006). Más específicamente, incluso aquellos que están relativamente
desinteresados o desinformados sobre la política exhiben al menos algún entendimiento
de los aspectos centrales de las diferencias entre el liberalismo y el conservadurismo
(Federico y Schneider 2007; Feldman 1988, 2003; Goren 2001; Knutsen 1995; Peffley y
Hurwitz 1985). La evidencia de razonamiento ideológico –o tal vez una palabra mejor es
compromiso- queda sustancialmente más clara en lo que hace a las actitudes centrales
con respecto al cambio social y al igualitarismo, comparadas con actitudes más
periféricas (Anderson y Singer 2008; Carmines y Layman 1997; Conover y Feldman 1981;
Eagly et.al. 2004; Goren 2004; Jost 2006; Jost et.al. 2008b; McClosky y Zaller 1984; Rathbun

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2007)1. Más aún, la familiaridad con la superestructura discursiva es más fácil de detectar
en el público general una vez que el error de medición en las encuestas es tomado en
cuenta (e.g. Archen 1975; Zaller 1992; pero ver Converse 2000; 2006).

El factor principal que domina la adquisición masiva de contenido ideológico parece ser
la atención y comprensión de la información que fluye desde las élites políticas (Bennett
2006; Converse 2000, 2006; Kuklinski et.al.2001; Lau & Redlawsk 2001; Lupia et.al.2000).
Expertos políticos altamente involucrados –aquellos que poseen esquemas políticos
relativamente bien desarrollados que pueden ser usados para asimilar nueva
información- son más proclives a recibir, procesar y usar tal información (e.g.Erikson &
Tedin 2003; Fiske et.al. 1990; Hamill et.al. 1985; Lavine et.al. 1997; Luskin 1990; Zaller
1992). Hay evidencia de que la motivación importa, además de las habilidades
cognitivas. Los estudios muestran que los individuos con una alta necesidad de evaluar,
esto es, con una tendencia crónica a formarse opiniones y juzgar las cosas como buenas
o malas (Bizer et.al. 2004), son también más proclives a adquirir y usar contenidos
ideológicos discursivos (Federico 2004, 2007; Federico y Scheider 2007). Esta última línea
de trabajo sugiere que los investigadores harían bien en considerar un rango más amplio
de motivos que afectan la receptividad de los ciudadanos a los mensajes ideológicos.

Desde el bottom-up: Orígenes psicológicos de la subestructura motivacional

Los cientistas políticos tienden a reconocer que las características disposicionales de los
ciudadanos ordinarios debieran afectar a sus habilidades y motivaciones para absorber
mensajes ideológicos expresados por las élites políticas, pero el foco, como se discutió
más arriba, está generalmente en variables tales como el involucramiento político, la
sofisticación y el expertise (e.g. Zaller 1992). Los psicólogos han propuesto una variedad
más amplia de variables con respecto a la personalidad y a las diferencias individuales,
que deberían afectar no sólo el grado de la exposición de uno a los medios masivos, sino
también las ideologías a las que uno es proclive (ver Jost et.al. 2003b). Así, Adorno et.al.
(1950) indicaron que el sistema de creencia de un individuo “refleja su personalidad y
no es meramente un agregado de opiniones tomadas atolondradamente del entorno
ideológico” (p.176; ver también McClosky 1958; Tomkins 1963; Wilson 1973). Aunque la
investigación sobre personalidad y orientación política cayó en desgracia por muchos
años, hay indicios claros de que ha revivido el interés en la contribución de los procesos
psicológicos bottom-up a los resultados ideológicos (e.g. Barker & Tinnick 2006; Block &
Block 2006; Caprara 2007; Carney et.al. 2008; Jost et.al. 2008b; Kemmelmeier 2007; Leone
& Chirumbolo 2008; Ozer & Benet-Martinez 2006; Sidanius & Pratto 1999; Stenner 2005;
Thornhill & Fincher 2007; Van Hiel & Mervielde 2004; Weber & Federico 2007). En última
instancia, se necesita una perspectiva psicológica para encarar la molesta pregunta
elevada por Sniderman y Bullock (2004, p.353), a saber: “¿por qué algunos está

1Rathbun (2007, p.397), por ejemplo, reportó una correlación extraordinariamente alta entre el
apoyo a la jerarquía y la orientación hacia la derecha (0.70), y entre el apoyo a la comunidad y la
orientación hacia la izquierda (0.61).

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dispuestos a una actitud liberal, o en líneas generales de izquierda, mientras que otros
están dispuestos a una orientación conservadora o en líneas generales de derecha?”.

Un creciente cuerpo de evidencias sugiere que las posturas ideológicas de izquierda-


derecha reflejan, entre otras cosas, as influencias de la herencia, el temperamento o la
personalidad desde la infancia, y la variabilidad situacional y disposicional en las
necesidades sociales, cognitivas y motivacionales de reducir la incertidumbre. Por
ejemplo, Alford y sus colegas (2005) compararon muestras de hermanos gemelos en los
Estados Unidos y Australia, y estimaron que tanto como un 40% al 50% de la
variabilidad estadística en opiniones ideológicas (pero no en participación política) era
atribuible a factores genéticos (ver también Bouchard et.al.2003; Carmen 2007). Jost
(2006) propuso que la heredabilidad de un conjunto de orientaciones cognitivas,
motivacionales y de personalidad podría dar cuenta de la heredabilidad de actitudes
políticas (ver Olson et.al. 2001 por evidencia de este tipo). Alford & Hibbing (2007)
minimizaron esta posibilidad sobre la base de un estudio que mostró correlaciones
relativamente débiles entre las Cinco Grandes medidas de la personalidad y las actitudes
políticas (ver también Carney et.al. 2008).

Un estudio longitudinal de Block y Block (2006) es digno de ser tenido en cuenta, porque
sugiere que las características de la personalidad en la infancia predicen actitudes
políticas 20 años después. Específicamente, los investigadores encontraron que los niños
en edad preescolar a quienes los maestros evaluaron independientemente como más
autoconfiados, energéticos, resistentes, relativamente controlables pero dominantes, y
más proclives a desarrollar relaciones cercanas, eran más liberales que sus pares a la
edad de 23 años. En contraste, los niños en edad preescolar que fueron caracterizados
como sintiéndose fácilmente victimizados y ofendidos, indecisos, temerosos, rígidos,
inhibidos, vulnerables y reactivamente sobre- controlados eran más conservadores a los
23 años. Aunque no es posible establecer un regla general sobre ciertos factores de
interferencia asociados con el lugar del estudio (Berkeley, California), estos resultados
no deberían desestimarse, en parte porque son muy consistentes con los resultados de
una revisión meta-analítica que sintetiza datos de 12 países en un período de 44 años
(Jost et.al.2003b,c). Los hallazgos de esta revisión, y de investigaciones posteriores,
sugieren que al menos tres clases principales de variables psicológicas constituyen la
subestructura motivacional de la ideología política: motivos espistémicos, existenciales
y relacionales (Figura 1, p.319).

Motivos epistémicos: la ideología ofrece certidumbre.

Se ha sugerido que la ideología “sirve como guía y brújula a través del matorral de la
vida política”, esto es, que se dirige a un número de necesidades epistémicas, tales como
la explicación, la evaluación y la orientación (Ball & Dagger 1991, pp.1-2). No
deberíamos, entonces, sorprendernos al enterarnos de que las variables psicológicas que
hacen al manejo de la incertidumbre preciden la confianza en la ideología en general, y
la adhesión a posiciones políticas específicas, tales como el apoyo a la guerra de Irak

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(e.g.Federico et.al.2005; Golee & Federico 2004; Jost et.al.2003b,c,2007). Por ejemplo,
estudios llevados a cabo en diferentes países demostraron consistentemente que los
individuos que puntúan alto en la escala de Necesidad de Cierre Cognitivo, que mide la
motivación para “agarrarse y colgarse” de creencias que ofrecen simplicidad,
certidumbre y claridad, son más proclives a tener actitudes conservadoras o de derecha
(Jost et.al.2003b, pp.358-359; ver también Chirumbuolo et.al.2004; Leone y Chirumbuolo
2008; Van Hiel et.al.2004). Más aún, alguna evidencia sugiere que la gente que puntúa
alto en la necesidad de evaluación (i.e. que brinda juicios de bien/mal) es más proclive a
gravitar hacia la ideología conservadora (Bizer et.al.2004), en tanto que aquellos que
puntúan algo en la escala de Necesidades de Cognición, que mide el disfrute del
pensamiento, es más proclive a gravitar hacia la ideología liberal (Sargent 2004). Estos
hallazgos y otros apoyan la noción de que existe una afinidad electiva entre motivos
epistémicos para reducir la incertidumbre y conservadurismo político (Jost et.al.2007).

Consistente con la idea de que algunas personas son más conscientes de menú,
discursivamente construido, de opciones políticas que otras, y de que tal conciencia
permite a la gente seleccionar la ideología que es correcta para ella, la relación entre
motivos epistémicos (e.g., necesidad de cierre cognitivo) y autoposicionamiento
ideológico es más fuerte entre expertos políticos y en aquellos que están más interesados
en la política (e.g.Federico & Goren 2009; Kemmelmeier 2007). El hecho de que las
ideologías exhiban, al menos para algunos ciudadanos, propiedades de esquema
cognitivo –tales como organización jerárquica y activación extendida de la accesibilidad
al constructo- proporciona otro tipo de evidencia de que sirven a funciones epistémicas
asociadas con comprensión, explicación y predicción (Fiske et.al.1990; Hamill et.al.1985).

Dado que casi todos quieren lograr al menos cierto grado de certeza, ¿es posible que el
conservadurismo posea una ventaja psicológica natural por sobre el liberalismo?
Aunque la respuesta a esta pregunta está cargada de desafíos, algunas líneas de
investigación sugieren que este podría ser el caso. En primer lugar, una serie de
experimentos de Skitka et.al.(2002) demostraron que “la posición atribucional por
defecto es una respuesta conservadora”, en tanto que liberales y conservadores son
rápidos para delinear conclusiones individualistas (más que a nivel del sistema) acerca
de las causas de la pobreza, el desempleo, la enfermedad y otros resultados negativos,
pero sólo los liberales corrigen su respuesta inicial, tomando en cuenta circunstancias
atenuantes. Cuando se introduce una distracción (o carga cognitiva), haciendo difícil
para los liberales entablar procesos de corrección, éstos tienden a culpar a los individuos
por su destino en el mismo grado en que lo hacen los conservadores. Stitka et.al.(2002)
concluyen por lo tanto: “Es mucho más fácil llevar a un liberal a comportarse como un
conservador de lo que es llevar a un conservador a comportarse como un liberal” (p.484;
ver también Kluegel & Smith 1986; Stitka 1999). La investigación de Crandall y Eidelman
(2007) lleva esta línea general de razonamiento aún más allá, mostrando que una
multitud de variables cotidianas, asociadas con el incremento de la carga cognitiva y/o
la necesidad aumentada de cierre cognitivo, tales como el consumo de alcohol, lleva a la

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gente a volverse políticamente más conservadora. Ambas líneas de investigación son
consistentes con la noción de que los estilos y las opiniones conservadoras son
generalmente más simples, más internamente consistentes, y menos sujetas a
ambigüedad, en comparación con los estilos y las opiniones liberales (e.g.Jost et.al.2003b,
c; Rokeach 1960; Tetlock 1983,2007). Una tercera razón que sugiere que el
conservadurismo goza de una ventaja psicológica por sobre el liberalismo proviene de
la investigación sobre la justificación del sistema, que sugiere que la mayor parte de la
gente (incluidos los liberales) están motivados para adaptar e incluso racionalizar
aspectos del status quo, es decir, a desarrollar y mantener opiniones relativamente
favorables acerca de instituciones y autoridades existentes y a desestimar o rechazar a
posibilidad de cambio, especialmente en sus formas más radicales (Jost et.al.2004a). Los
estudios muestran que la justificación del status quo sirve a la función paliativa de
incrementar el afecto positivo, decrementar e afecto negativo, y hacer a la gente feliz en
general, pero también que socava el apoyo para el cambio social y la redistribución de
recursos (Jost & Hunyady 2002; Napier & Jost 2008a; Wakslak et.al.2007).

Aún así, algunas personas están motivadas por la búsqueda de sensaciones, la


innovación, la curiosidad, y la apertura a nuevas experiencias, y son significativamente
más proclives que otras a acoger opiniones y causas políticamente liberales y de
izquierda (para una revisión, ver Jost et.al.2003b, pp.356-357; ver también Jost et.al.2007).
De las Cinco Grandes dimensiones de la personalidad, la apertura es más fuertemente
predictiva de la orientación política, donde los liberales puntúan consistentemente más
alto que los conservadores (Carney et.al.2008; Jost 2006; Stenner 2005). La única otra
dimensión de las Cinco Grandes que correlaciona consistentemente con la orientación
política (en los Estados Unidos y en otras muestras) parece ser la responsabilidad. Los
conservadores puntúan en general más alto que otros en motivos y temas relacionados
con la responsabilidad, especialmente en necesidades de orden, estructura y disciplina.
Estas diferencias de personalidad emergen incluso en contextos no políticos. Por
ejemplo, las habitaciones y oficinas de los conservadores contienen más ítems
relacionados con la responsabilidad, tales como estampillas de correo y suministros de
limpieza, mientras que las habitaciones de los liberales contienen más ítems relacionados
con la apertura, tales como libros de viajes, música y suministros de arte (Carney
et.al.2008).

El trabajo sintetizado por Caprara & Zimbardo (2004) se focaliza en la importancia de


las similitudes percibidas entre las características personales de los votantes y los
candidatos a ser líderes políticos (ver también McCaul et.al. 1995). Por ejemplo,
encuentran que los ciudadanos italianos son más proclives a apoyar a políticos y a
partidos cuyas imágenes son consistentes con las propias autoimágenes de los
ciudadanos, de modo tal que los votantes de centroderecha prefieren candidatos que son
vistos como responsables y dinámicos, en tanto en que los de centroizquierda prefieren
candidatos que parezcan abiertos y amigables (Caprara & Zimbardo 2004, p.586).
Aunque se necesita más investigación para buscar interacciones entre las características

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psicológicas y de otro tipo de los líderes y sus seguidores, las percepciones derivadas del
“modelo de congruencia” sugieren nuevas vías para identificar los casos de afinidades
electivas en el área de la psicología política.

Motivos existenciales: la ideología ofrece seguridad.

De acuerdo con la teoría de manejo a través del terror (TMT), las ideologías –o “visiones
del mundo culturales”, en el argot del TMT- sirven a la función existencial de permitir a
la gente trascender, simbióticamente, la amenaza inducida por la conciencia,
exclusivamente humana, de la propia mortalidad (Greenberg et.al. 1997, Pyszczynski
et.al.1999, Solomon et.al.2004). Es decir, los sistemas políticos y otros sistemas de
creencias son vistos como asistiendo a la gente en la creencia motivada de que son
personas de valor en un universo lleno de sentido que trasciende su yo finito,
proporcionando así un sentido de seguridad existencial. Consistente con esta afirmación,
una vasta literatura experimental demuestra que hacer a los participantes de la
investigación conscientes de su propia mortalidad los leva a atenerse más estrictamente
a los sistemas de creencia e identidades establecidos. Por ejemplo, la importancia de la
mortalidad parece producir mayores patriotismo y hostilidad hacia los críticos de la
propia nación, una mayor adhesión a la validez única de la propia religión, un apoyo
más fuerte a las normas tradicionales de género, una mayor atención a las normas
establecidas de procedimiento correcto, niveles incrementados de estereotipo, y una
preferencia en general mayo por respuestas agresivas a individuos y grupos percibidos
como una amenaza a la visión cultural del mundo (para una revisión, ver Pyszczynski
et.al.1999; ver también Arndt et.al. 2002; Schimel et.al.1999; van den Bos et.al.2005).

Jost et.al.(2004b) propuso que existe una afinidad electiva entre necesidades psicológicas
para minimizar la amenaza –incluyendo la amenaza que surge de la ansiedad ante la
muerte- e ideología conservadora. De acuerdo con ello, encontró que imprimir
pensamientos sobre la muerte en liberales, moderados y conservadores producía un
incremento en temas basados en conservadurismo a través de todo el espectro. Este
resultado es consistente con el meta-análisis de Jost et.al. (2003b), que mostró que el
miedo a la muerte, la amenaza del sistema y las percepciones de un mundo peligroso
estaban todas asociadas positivamente con el mantenimiento de actitudes conservadoras
(ver también Weber & Federico 2007; pero ver Greenberg & Jonas 2003 para una posición
diferente). Jost et.al.(2007) replicaron el hallazgo temprano de que los conservadores
puntuaban más alto que los liberales en una medida disposicional de ansiedad ante la
muerte; en tres estudios, descartaron también la posibilidad de que las necesidades de
manejar la incertidumbre y la amenaza esté asociadas con extremos ideológicos, en lugar
de con el conservadurismo político en particular.

De hecho, una lluvia de nuevos estudios sugieren que los motivos existenciales de
afrontar la ansiedad y la amenaza llevan desproporcionadamente a resultados
conservadores. Estudios experimentales conducidos poco tiempo antes de la elección
presidencial de 2004 [en los EEUU] revelaron que, aunque los estudiantes universitarios

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favorecían al candidato [demócrata] John Kerry en la condición de control, mostraron
una preferencia inversa tras la exposición de la importancia suprema de la mortalidad,
apoyando en su lugar al candidato republicano George W.Bush (Cohen et.al.2005;
Landau et.al.2004). Ullrich & Cohrs (2007) muestran en varios experimentos que el
incrementar la importancia del terrorismo lleva a los participantes a puntuar más alto en
una medida de justificación del sistema, fortaleciendo más aún la posición de que el
conservadurismo sirve a fines de justificación del sistema (ver también Jost et.al.2008b).
Finalmente, un estudio de sobrevivientes que habían estado muy expuestos en los
ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 encontró que los demócratas, así
también como los republicanos, reportaban “cambios conservadores” en los 18 meses
siguientes a los ataques (Bonanno & Jost, 2006).

Consistente con estos hallazgos, la literatura de investigación en torno al autoritarismo


de derecha muestra que las situaciones altamente amenazantes están, frecuentemente
(pero no siempre), asociadas con cambios ideológicos hacia la derecha. Por ejemplo,
investigaciones de archivo sugieren que el atractivo de los líderes y las políticas de
gestión conservadoras y de derecha mejora en períodos de alta amenaza social,
económica o política (Davis & Silver 2004; Doty et.al.1991; McCann 2008; Willer 2004).
Presumiblemente, esto es porque la amenaza impulsa a la gente a tomar actitudes
sociales y políticas que ofrecen “soluciones relativamente simples y cognitivamente
rígidas” a cuestiones de seguridad (Bonanno & Jost 2006,p.311), y esos tipos de
soluciones son más proclives a resonar con los estilos cognitivos y retóricos de los que
están en la derecha política más que en los de la izquierda (Jost et. al.2003b,c; Tetlock
2007; ver también la sección “Importancia de la mortalidad, autoritarismo y exposición
selectiva a la información política”). En estas mismas líneas, una disertación doctoral de
Thorisdottir (2007) mostró en varios experimentos que estímulos de la amenaza (tales
como vídeos atemorizantes) obtienen un incremento temporario en mente-cerrada
(medida como una faceta de la escala de Necesidad de Cierre Cognitivo) y este
incremento en mente-cerrada fue asociado con una afinidad por políticas y opiniones
conservadoras (y orientadas a la certidumbre).

PROMINENCIA DE LA MORTALIDAD, AUTORITARISMO Y EXPOSICIÓN


SELECTIVA A LA INFORMACIÓN POLÍTICA

Un experimento de Lavine et.al.(2005) reveló que una manipulación de la prominencia


de la mortalidad llevó a los altamente autoritarios (pero no a los que lo eran en baja
medida) a exponerse selectivamente a información de una manera consistente con sus
posiciones sobre la pena capital. Este hallazgo sugiere que no todos responden a los
estímulos de amenaza de la misma manera (ver también Davis & Silver 2004; Steiner
2005). Es importante señalar que, sin embargo, los bajamente autoritarios no mostraron
una mentalidad muy abierta (o una disminución en la exposición selectiva) a
continuación de un detonante de prominencia de la mortalidad (Lavine et.al.2005,
p.232). Lavine et.al. (2005) concluyen su artículo enfatizando las afinidades electivas, es

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decir, “las interacciones entre las necesidades motivacionales y disposicionales y los
estilos cognitivos, por una parte, y las exigencias del entorno social y político por otra”
(p.240). Específicamente, sugieren que aquellos que sintonizan “el formato, hoy habitual,
de un programa de radio que muestra una sola cara, generalmente, de derecha (e.g.Rush
Limbaugh, Sean Hannity, Michael Savage, Bill O’Reilly)”, están motivados no sólo por
la angustia crónica y el resentimiento, sino también porque “las preferencias de los
‘espectadores’ por los formatos de mirada única versus los formatos ‘justos y
balanceados’ son, al menos parcialmente, una función de la amenaza percibida en el
entorno” (p.240).

Otra variable psicológica que sugiere que las preocupaciones existenciales acerca de
seguridad, certidumbre y manejo de la amenaza forman la base de las diferencias
ideológicas izquierda- derecha es la del disgusto emocional. Estudios recientes muestran
que, por ejemplo, los conservadores puntúan más alto que los liberales en medidas
disposicionales de disgusto sensible y que el disgusto sensible predice opiniones
políticas específicas en asuntos tales como el aborto, así como las actitudes de prejuicio
intergrupal (Hodson & Costello 2007; Inbar et.al.2008). Dado el evidente vínculo entre
disgusto y juicio moral (Haidt 2001), estas diferencias podrían ayudar a explicar por qué
los conservadores tienden a valorar la pureza y a ser más moralistas que los liberales en
lo sexual y en otros dominios culturales (Haidt & Graham 2007; Jarudi et.al.2008; Skitka
et.al.2002). Si el razonamiento es correcto, los mensajes políticos y de otro tipo que hacen
emerger reacciones de disgusto deberían beneficiar desproporcionadamente a los
conservadores, así como los mensajes relacionados con la amenaza parecen ayudar a los
conservadores y dañar a los liberales.

Motivos relacionales: la ideología ofrece solidaridad.

Una vasta literatura de investigación sobre socialización política, revisada por Sear &
Levy (2003), indica la probabilidad de que las creencias ideológicas sean transmitidas de
padres a hijos, especialmente si ambos padres tienen creencias similares y discuten
frecuentemente de política (Jennnings & Niemi 1981) y si los lazos de familia son
estrechos (Davies 1965). En forma similar, grupos de pares y de referencia también
ejercen una influencia razonablemente fuerte en el autoposicionamiento izquierda-
derecha (Alwin et.al.1991; ver Jost et.al.2008a para una breve revisión). Estas influencias
relacionales sobre los resultados ideológicos son más fuertes en la adolescencia tardía y
en la temprana adultez, esto es, mientras la identidad personal está aún en el proceso de
desarrollo (Alwin 1993; Sears & Levy 2003). Más aún, de modo consistente con otro
trabajo en influencia social, las identificaciones resultantes tienden a persistir en tanto el
contexto relacional de uno no cambie en forma marcada (e.g.Alwin et.al.1991).

Es bastante posible que algunas formas pasivas de aprendizaje e influencia social esté
involucradas en la transmisión de actitudes sociales y políticas de los padres a su prole

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y entre pares, pero también surge la posibilidad de que ocurran formas más activas de
influencia, y estas tienden a incluir motivos relacionales para la identificación social, la
afiliación, y/o la realización de una realidad compartida (e.g.Baumeister & Leary 1995;
Fiske 2004; Hardin & Higgins 1996; Tajfel & Turner 1986). Por ejemplo, Jost et.al.(2008a),
encontraron que los estudiantes cuyos padres eran ideológicamente divergentes
puntuaban más alto en una medida de justificación del sistema después de escribir
acerca de una interacción positiva o negativa con su padre más conservador, sugiriendo
que un deseo implícitamente activado de unión con las personas más cercanas puede
tener consecuencias ideológicas. Así, la lealtad, la amistad, la comparación social y el
apoyo socia percibido son centrales para el desarrollo y sostenimiento de la convicción
política (Abelson 1988, p.269). Más aún, Gerber et.al. (2008) encontraron que el ejercicio
de presión social (informando a los votantes registrados que sus vecinos sabrían si ellos
votaron o no) incrementó sustancialmente el número de votantes.

El estudio de motivos relacionales tiene la capacidad de arrojar luz sobre los factores que
afectan al hecho de si la superestructura discursiva desarrollada por élites partidarias se
vuelve una representación social compartida (o estereotipo) que afecta la conciencia del
público, o si no (e.g.Billings 2003; Denzau & North 1994/2000; Hardin & Higgins 1996;
Marx & Engels 1846/1970; Moscovici 1988; Parsons 1951). Al día de hoy, existe muy poca
investigación sólida en el área. Sin embargo, sabemos que grupos importantes de
referencia –incluidos los basados en raza, etnia, género, clase social, partido político y
afiliación religiosa- son usados como pies para el juicio político y el comportamiento de
los ciudadanos en casi cualquier nivel de sofisticación política (e.g.Bartels 2000;
Campbell et.al.1960/1965; Conover & Feldman 1981; Eagly et.al. 2004; Hamill et.al.1985;
Lau & Redlawsk 2001; Rahn 1993; Sniderman et.al.1991). Un número de estudios sugiere
que los líderes partidarios son capaces de instigar la polarización política y de provocar
“extensión del conflicto” en el electorado (Hetherington 2001; Layman & Carsey 2002).
Cohen (2003) demostró que la gente es más proclive a respaldar una posición dada en
política de gestión cuando cree que fue propuesta por su propio partido político que
cuando la ve como parte de la agenda del partido opositor.

Hay también evidencia de que las afinidades ideológicas fluyen entre el grupo de
identificación y el grupo de intereses real (Bobbio 1999; Campbell et.al. 1960/1965;
Sniderman et.al.2004). En general, la percepción de autointerés colectivo influye en las
preferencias ideológicas cuando la identificación con el grupo es relativamente
importante, con los miembros de grupos de bajo status y poder clavados levemente a la
izquierda, en especial en asuntos económicos (Bobo 1999; Kluegel & Smith 1986; Lipset
1960; Napier & Jost 2008b). Sin embargo, este no es un efecto simple o reflejo: no toda
persona adopta posiciones ideológicas basadas en su grupo de interés (o justificadas en
razón del grupo). De hecho, en algunos miembros de los grupos menos aventajados la
necesidad relacional de expresar solidaridad con su propia clase puede ser
contraargumentada (o superada) por tendencias de justificación del sistema, que sirven
a necesidades epistémicas o existenciales –o quizás necesidades relacionales atadas a
otras relaciones sociales (e.g. ver Henry & Saul 2006; Jost et.al.2003d; Lane 1962). Así, el

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efecto del grupo de interés, cuando está presente, raramente es total (ver también Sears
& Funk 1991).

Aunque es abundantemente claro que los procesos asociados con identificación social,
partidismo y grupo de interés puede ejercer influencia política en dirección hacia el
liberalismo o hacia el conservadurismo (e.g. Bartels 2000; Cohen 2003; Green et.al.2002),
Jost et.al.(2008a) especularon que –tal como los motivos epistémicos y existenciales-
algunos motivos relacionales podrían favorecer resultados conservadores en general.
Esto es ampliamente consistente con la noción comúnmente mantenida de que los
conservadores tienden especialmente a valorar la tradición, el conformismo, el orden
social, y la adhesión social a las reglas, normas y convenciones (e.g. Altemeyer 1998;
Conover & Feldman 1981; Feldman 2003; Haidt & Graham 2007; Jost 2006). Es también
consistente con el supuesto de que es generalmente más fácil establecer una base común
con respecto al status quo que con respecto a sus muchas posibles alternativas, y que es
más fácil comunicarse efectivamente transmitiendo mensajes que son relativamente
simples y no ambiguos en lugar de reflejar la clase de estilos cognitivos y retóricos
complejos, matizados y tal vez ambiguos que parecen ser más comunes en la izquierda
política que en la derecha (ver Jost et.al. 2008a). Por otro lado, Caprara y Zimbardo (2004)
observaron que los izquierdistas estaban más preocupados en la simpatía y el agrado de
lo que lo estaban los derechistas en Italia, y Carney et.al.(2008) encontraron en un estudio
de estilos de interacción no verbal que los liberales eran más expresivos y sonreían más
frecuentemente de lo que lo hacían los conservadores, sugiriendo que bajo esas
circunstancias los liberales poseían un mayor grado de motivación relacional.

CONSECUENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES DE LA IDEOLOGÍA

Hasta aquí, nuestra revisión se focalizó en la dimensión estructural y en los contenidos


discursivos de la ideología de izquierda-derecha, así como en sus antecedentes
motivacionales de subestructura funciona. Sin embargo, abundante evidencia sugiere
que la adquisición de la superestructura discursiva –la cual requiere exposición al menú
ideológico comunicado por las élites institucionales, así como habilidad y motivación
para absorber los mensajes- tiene más adelante consecuencias sociales y políticas
importantes (ver Figura 1). Revisamos algunas de ellas más abajo.

Efectos sobre las evaluaciones de problemas, partidos, candidatos y otros objetos de la


actitud

Tal vez la consecuencia más obvia de la orientación ideológica sea su influencia sobre
actitudes políticas y comportamientos tales como el voto. Muchos estudios han
mostrados que aquellos que se identifican con la tendencia liberal adoptan posiciones
concretas convencionalmente reconocidas como “a la izquierda del centro”, evalúan a
las figuras políticas liberales más favorablemente, y votan por candidatos de la
izquierda, en tanto que los que se identifican con la tendencia conservadora tienden a
adoptar posiciones que están “a la derecha del centro”, a evaluar figuras políticas

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conservadoras más favorablemente, y votan por candidatos de la derecha (e.g.Conover
& Feldman 1981; Evans et.al.1996; Federico & Schneider 2007; Jacoby 1991; Kerlinger
1984; Knutsen 1995; Lavine & Gschwend 2006; Zaller 1992). De hecho, la ideología y el
partidismo (el cual tiene típicamente un impulso ideológico) están entre los predictores
más fuertes y más consistentes de las preferencias políticas (e.g. ver Erikson & Tedin
2003; Jacoby 1991; Jost 2006).

Más aún, las diferencias izquierda-derecha en las preferencias evaluativas emergen en


muchas áreas fuera del reino de la política formal. Por ejemplo, Jost et.al. (2006).
Encontraron que quienes se autoidentifican como liberales eran significativamente más
favorables en lo relativo a películas extranjeras, grandes ciudades, poesía, tatuajes y
viajes al extranjero, en tanto que los conservadores eran más favorables en lo relativo a
fraternidades masculinas y femeninas, vehículos utilitarios deportivos, beber alcohol ver
televisión (ver también Carney et.al. 2008; Jost 2006). Hallazgos como estos fortalecen el
supuesto de que las divisorias ideológicas son, entre otras cosas, divisorias de la
personalidad, pero la dirección de la causalidad es aún desconocida. Sospechamos que
las identificaciones ideológicas reflejan y refuerzan preferencias sociales y personales,
estilos y actividades, pero esto es especulativo y requiere confrontación empírica
utilizando diseños de investigación experimentales y longitudinales.

En un nivel mayor de abstracción, la ideología predice también las orientaciones de valor


general de los ciudadanos, en las que los izquierdistas exhiben mayor igualitarismo y
apertura al cambio que los derechistas (Evans et.al. 1996; Federico & Sidanius 2002;
Feldman 1988; 2003; Jost 2006; Kerlinger 1984; Peffley & Hurwitz 1985; Rokeach 1973;
Sidanius & Pratto 1999). De modo interesante, muchos de estos patrones son observables
también en el nivel de las actitudes automáticas o implícitas. Por ejemplo, en estudios
que emplean el Test de Asociación Implícita, los liberales mostraron en promedio
preferencias implícitas (así como explícitas) por palabras tales como “flexible”,
“progreso” y “feminismo”, en tanto que los conservadores prefirieron sus opuestas, a
saber “estable”, “tradición” y “valores tradicionales” (Jost et.al. 2008b). El
autoposicionamiento ideológico también tuvo efectos importantes en opiniones sobre la
justicia y explicaciones para la estratificación social, con los conservadores enfatizando
principios de igualdad, habilidad, esfuerzo y meritocracia, así como adoptando una
postura más punitiva y siendo más proclives a atribuir a cuestiones internas los
resultados de los otros en la vida, en comparación con los liberales (e.g. Altemeyer 1998;
Kluegel & Smith 1986; Skitka 1999; Skitka et.al. 2002; Sniderman et.al. 1991). Haidt &
Graham (2007) han sugerido que los valores de los liberales y los conservadores están
enraizados en distintos basamentos morales, de modo tal que los conservadores son más
proclives a incorporar endogrupo, autoridad y castigo como cuestiones importantes al
traducir juicios morales (o quizás moralistas).

Así, programas de investigación heterogéneos produjeron la conclusión común de que


los compromisos ideológicos son robustos predictores de un amplio rango de actitudes,
preferencias, opiniones y comportamientos. Aún así, debería tomarse nota de que –con
respecto a la estructura y contenidos de las creencias ideológicas- las consecuencias

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posteriores de la ideología no son inmediatamente observables a todos los niveles de
complejidad política (e.g. Converse 2000,2006). Una vez más, los factores relativos a la
habilidad y la motivación para usar los contenidos discursivos de la ideología suavizan
sus efectos en otros resultados sociales y políticos (Erikson & Tedin 2003; Kemmelmeier
2007; Kinder 1998; Zaller 1992). Al mismo tiempo, un principio de la perspectiva
psicológica sobre la ideología que tomamos en esta revisión es que la gente puede
comportarse en formas ideológicamente significativas (o ser afectada por sus propias
inclinaciones ideológicas) sin ser necesariamente consciente o darse cuenta por completo
del rol de la ideología en su vida, así como los hablantes nativos de un idioma son en
general capaces de seguir reglas gramáticas o sintácticas sin ser capaces de articularlas
por completo (ver Jost 2006).

Efectos en actitudes intergrupales implícitas y explícitas

El autoposicionamiento ideológico es fuertemente predictivo de actitudes intergrupales.


Más específicamente, las orientaciones conservadoras y de derecha están asociadas
generalmente con estereotipos, prejuicios, intolerancia y hostilidad hacia una amplia
variedad de exogrupos, en especial de aquellos de bajo nivel social o estigmatizados (e.g.
Altemeyer 1998; Duckitt et.al. 2002; Federico & Sidanius 2002; Lambert & Chasteen 1997;
Napier & Jost 2008b; Sidanius & Pratto 1999; Sidanius et.al. 1996; Whitley 1999; Wilson
1973). El hecho de que los conservadores expresen actitudes menos favorables que los
liberales hacia los grupos desamparados o estigmatizados no es seriamente discutido en
la investigación en ciencia social, aunque hay algún debate acerca de si las diferencias
están motivadas por inclinaciones intergrupales o por un grado diferencial de
compromiso con el individualismo, el tradicionalismo, la meritocracia y otros valores
conservadores (e.g. Sears et.al. 1997; Sidanius et.al. 1996; Sniderman et.al. 2000).

Es importante notar que las diferencias entre liberales y conservadores con respecto a
actitudes intergrupales emerge incluso en medidas implícitas o no conscientes,
sugiriendo que no son atribuibles a respuestas socialmente deseables (e.g. Cunningham
et.al. 2004; Jost et.al. 2004a; Nosek et.al. 2007; 2009). Algunas investigaciones sugieren
que los conservadores son más proclives a respaldar formas tradicionales de racismo, en
tanto en que los liberales son más proclives a mostrar signos de imperceptible o reacio,
lo que indica la presencia de un conflicto entre ideales igualitarios e impulsos racistas
(Feldman & Huddy 2005; Nail et.al. 2003). También vale la pena notar que tales
afinidades han sido sin duda ya asumidas por las élites políticas responsables de
contenido de las publicidades políticas. La investigación en comunicación política
sugiere que: a) las campañas conservadoras son más proclives que las liberales en jugar
la “carta racial” (Mendelberg 2001); y b) las sutiles (pero perversas) noticias raciales que
vinculan, de modo visual o verbal, a los negros con el crimen o con el bienestar, tienden
a beneficiar a los candidatos conservadores y a dañar a los candidatos liberales
(Valentino 1999; Valentino et.al. 2002).

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Rara vez se señala explícitamente que los efectos de la orientación política en las
evaluaciones sobre endogrupo-exogrupo dependen del status del grupo propio del
participante. Es decir, el conservadurismo es típicamente correlacionado con el
favoritismo hacia el endogrupo por parte de miembros de grupo de clase alta, pero es
frecuentemente correlacionado con el favoritismo hacia el exogrupo por parte de
miembros de la clase baja (e.g.Jost et.al. 2004a; Levin et.al. 2002). Así, el incremento del
conservadurismo político se asocia con una mayor preferencia heterosexual / anti-gay, o
con medidas implícitas y explícitas para parecer heterosexuales u homosexuales (Jost
et.al. 2004a). Estos hallazgos sugieren de nuevo que el conservadurismo es una ideología
de justificación del sistema, en tanto que como tal lidera incluso a miembros de los
grupos desposeídos para perpetuar el status quo desigual, tanto en el nivel de actitudes
intergrupales implícitas como explícitas (Jost et.al. 2006).

Las diferencias entre liberales y conservadores con respecto a actitudes intergrupales son
interpretadas de inmediato a la luz de nuestro análisis de la subestructura funcional de
la ideología (i.e. en términos de motivaciones epistémicas, existenciales y relacionales).
Por ejemplo, la investigación en cognición social demuestra que la gente adopta
estereotipos al menos en parte para conservar recursos mentales y para poner orden y
estructura en el mundo social (eg.Macrae et.al.1996; Moskowitz 2005). Sabemos que los
conservadores exhiben mayores necesidades de evitar la ambigüedad, la novedad, la
incertidumbre y la complejidad para lograr orden, estructura y cierre [cognitivo] (Jost
et.al. 2003b,c), y esto (en conjunción con una relativa aceptación del a desigualdad)
puede ayudar a explicar por qué los estereotipos y las actitudes prejuiciosas son más
atractivas para ellos que para los liberales. La conexión entre estilos de pensamiento
rígidos o dogmáticos fue notada hace rato (e.g. Rokeach 1960), como lo ha sido la
conexión entre intolerancia a la ambigüedad y prejuicio (e.g. Adorno et.al. 1950, Allport
1954). La necesidad personal de estructura fue asociada también con el autoritarismo de
derecha (Altemeyer 1998), las actitudes negativas hacia gays y lesbianas (Smith &
Gordon 1998), y la formación de estereotipos de justificación del sistema erróneos
(Schaller et.al.1995). De modo similar, la necesidad de cierre cognitivo predice prejuicio,
autoritarismo de derecha y tendencia al estereotipo (Kruglanski 2004), conservadurismo
(Jost et.al.2003b) y racismo (Van Hiel et.al. 2004). Aunque es imposible establecer
direcciones de causalidad entre estas variables basadas en la literatura de investigación
existente, parece claro que están empíricamente vinculadas.

Los motivos existenciales para evitar la amenaza pueden también jugar un papel en los
niveles relativamente altos de prejuicio y hostilidad intergrupal observada entre
conservadores, tal como fue evidenciado por la investigación sobre el manejo del terror,
que mostró que la prominencia de la mortalidad incrementa el estereotipo y el prejuicio
(Schimel et.al.1999). Algunos estudios sugieren que la prominencia de la mortalidad
incrementa el prejuicio, pero sólo en la gente que ya está predispuesta hacia el
mantenimiento de actitudes prejuiciosas (Greenberg et.al.1992). Hay también evidencia
de que la amenaza a la autoestima incrementa el estereotipo y el prejuicio (Allport 1954;
Fein & Spencer 1997) y puede ser vinculada a la orientación política (ver Jost et.al. 2003b

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para una revisión). Más aún, la emoción del disgusto es predictiva de hostilidad
intergrupal y prejuicio, así como también del conservadurismo político (Hodson &
Costello 2007; Inbar et.al.2008; Talaska et.al.2008). Por último, es relativamente fácil ver
cómo las necesidades relacionales de mantener solidaridad con el propio endogrupo
podrían facilitar el prejuicio y la discriminación contra los miembros del exogrupo (Tajfel
& Turner 1986), así como también el compartimiento de ideologías que justifican el trato
no igualitario (Jost et.al. 2006).

La ideología como dispositivo de justificación del sistema

Debería estar claro a esta altura que vemos a la ideología no meramente como un
dispositivo organizativo o un atajo para realizar juicios heurísticos acerca de diversos
objetos políticos; es también un dispositivo para explicar e incluso racionalizar la forma
en que las cosas son, alternativamente, cómo las cosas deberían ser distintas de lo que
son. Así, la ideología política típicamente hace al menos una tácita referencia a algún
sistema social, sea como afirmación o como rechazo de él (Anderson & Singer 2008; Ball
& Dagger 1991; Freeden 2001; Jost 2006; Knight 2006; Lipset & Raab 1978; Marx & Engels
1846/1970; Parsons 1951). Como mencionamos más arriba, la investigación acerca de la
teoría de justificación del sistema sugiere que la mayor parte de la gente –en grados
variados, dependiendo de necesidades epistémicas, existenciales y relacionales- se
involucra en una racionalización consciente y no consciente del status quo usando
opiniones sociales espontáneas (e.g. estereotipos) y encerrándose en ideologías
preexistentes como el conservadurismo (Jost et.al. 2004a; Lane 1962). Estos y otros
mecanismos de justificación del sistema impregnan planes sociales, económicos y
políticos con ecuanimidad y legitimidad (Jost et.al. 2003a,d; Kay et.al.2007; Major
et.al.2002; Sidanius & Pratto 1999). Desde el punto de vista de las élites políticas la
justificación del sistema es beneficiosa, en tanto en que contribuye a la estabilidad del
sistema social e incrementa la sumisión voluntaria al partido en ciudadanos ordinarios
(Tyler 2006).

El poder de la ideología para explicar y justificar discrepancias entre el orden social


actual y alguna alternativa no sólo mantiene el apoyo al status quo, sino que también
sirve para sus adherentes como función paliativa para aliviar la disonancia o la
incomodidad asociada con la conciencia de la injusticia del sistema o de la desigualdad
(e.g.Jost & Hunyady 2002; Napier & Jost 2008a). El respaldo a las creencias de
justificación del sistema se asocia con un incremento de los afectos positivos, un
decremento de los negativos, y una alta satisfacción o contento personales (Jost et.al.
2003d; Kluegel & Smith 1986; Lerner 1980; Wakslak et.al.2007). En el intento de
comprender por qué los conservadores informan ser más felices que los liberales, Napier
& Jost (2008a) encontraron que la asociación entre ideología política y bienestar subjetivo
era explicada en función de un grado significativo de tendencias diferenciales de quienes
respondían a las preguntas hacia la racionalización de la desigualdad económica en la
sociedad. Más aún, la brecha de felicidad entre conservadores y liberales en los Estados

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Unidos estaba atada al nivel de desigualdad en la distribución del ingreso de la nación,
de modo tal que como la igualdad se incrementó en los últimos 30 años, el bienestar
subjetivo de los liberales cayó más precipitadamente que el de los conservadores.. Así,
parece que las ideologías de justificación del sistema tales como el conservadurismo
pueden “proveer un tipo de amortiguador ideológico contra las consecuencias
negativas, en términos hedonísticos, de la desigualdad económica y social” (Napier &
Jost 2008a; ver también Anderson & Singer 2008). En definitiva, la ideología puede jugar
un rol importante como paquete de actitudes, valores y creencias que sirvan al sistema.
Sin embargo, como en el caso del rol organizativo de la ideología, es mejor concluir con
unas pocas advertencias sobre el alcance de la ideología como dispositivo de justificación
del sistema. Si bien las actitudes, valores y creencias de justificación del sistema están
ampliamente extendidas, raramente se difunden o “trabajan” completamente, en
especial en sociedades grandes y muy complejas y entre aquellos que son desconfiados
de y/o están en zonas geográficamente distantes del poder (e.g. Abercrombie et.al.1980;
ver también Sidanius & Pratto 1999). Esto abre la puerta al menos a cierto grado de
cambio y fluidez en las relaciones sociales. Aún así, pensamos que sería un error
subestimar la importancia ideológica de la tendencia humana a hacer “de la necesidad
virtud” aceptando e incluso celebrando características del status quo; desde esta
perspectiva, la motivación para la justificación del sistema parece darle al
conservadurismo una ventaja psicológica de partida por sobre sus más críticos rivales.

OBSERVACIONES DE CONCLUSIÓN

Nuestro propósito en este artículo ha sido revisar el trabajo académico reciente sobre la
ideología política como un fenómeno psicosocial. Nos esforzamos para integrar
conocimientos derivados de una variedad de programas de investigación que apuntan
a diferentes niveles de análisis y distinguen, por ello, distintas facetas de la ideología
política (ver Figura 1). Dado el resurgimiento del conflicto y la polarización
ideológicamente inspirado en la era actual (e.g. Abramowitz & Saunders 2008; Jost 2006;
Layman & Carsey 2002; Stimson 2004), es nuestra esperanza que esta síntesis de la
investigación existente no sólo nos ayude a comprender mejor el presente, sino que
también indique el camino a un futuro más constructivo. Para tener éxito, necesitaremos
el compromiso continuo de la comunidad de investigación en ciencia social como un
todo. Por nuestra parte, hemos tomado seriamente la posibilidad, sugerida en primera
instancia por Adorno et.al. (1950), de que exista una “unidad estructural” entre las
necesidades psicológicas subyacentes y las manifestaciones ideológicas de esas
necesidades. Aunque los investigadores contemporáneos están mucho más cerca de lo
que lo estuvieron los miembros de la Escuela de Frankfurt [en Berkeley] de comprender
las conexiones entre la superestructura discursiva de la ideología y la subestructura
motivacional, está claro que no conocemos todavía tanto sobre estas afinidades electivas
como nos gustaría. Tenemos algún consuelo en la posibilidad, aunque incierta, de que
esta esta revisión habrá de inspirar a otros investigadores a unirse en la desafiante tarea
de identificar principios científicos sólidos que expliquen por qué ciertos individuos y

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grupos eligen una constelación de ideas en particular o, de modo similar, por qué
algunas ideologías encuentran profunda resonancia en las mentes de algunos actores
políticos pero no las de otros. Las investigaciones de orientación psicológica acerca de
fenómenos ideológicos conllevan una ineludible limitación, pero también tienen lo que
muchos podrían ver como una obligación social de orden superior. Como señalaron
muchos años atrás los autores de “La personalidad autoritaria”, “El conocimiento de las
determinantes psicológicas de la ideología no nos puede decir cuál es la ideología más
verdadera; puede sólo remover algunas de las barreras en el camino de su búsqueda”
(Adorno et.al.1950, p.11). Si hay una tarea más noble o más difícil que ésta para un
psicólogo social, no conocemos cuál es.

CUESTIONES FUTURAS

1. Se asume habitualmente que las élites políticas con las arquitectas de la ideología,
pero muy poca investigación ha examinado los procesos motivacionales involucrados
en la construcción por parte de la élite de la superestructura discursiva. Se asume que el
rango de motivaciones epistémicas, existenciales y relacionales que examinamos en este
capítulo afecta a las élites tanto como al público masivo, pero la investigación existente
se ha limitado a motivos puramente estratégicos (e.g.el armado de una coalición de
partidos ganadora; ver Hinich & Munger 1994). La investigación futura haría bien en
investigar el rol de los motivos (o funciones) subestructurales en el contexto de la élite,
donde los actores no sólo son consumidores de ideología, sino que también son capaces,
ante todo, de amontonar o empaquetar sus contenidos (ver Tetlock 1983 para un
ejemplo).

2. Los cientistas políticos han asumido en general que el ensamblado de paquetes


ideológicos por parte de las élites es al menos un poco arbitrario, ya que las ideologías
son construidas socialmente por la acumulación repetida de ciertos contenidos, en orden
a ganar ventaja electoral (e.g.Sniderman & Bullock 2004). Nuestro análisis en términos
de afinidades electivas sugiere que hay restricciones psicosociales claras en los tipos de
actitudes, valores y creencias que pueden ser acumuladas en un paquete. Esta
posibilidad fue cultivada en discusiones tempranas sobre sistemas de creencia de masas
(e..g. Converse 1964; Rokeach 1960), pero ha sido largamente ignorada desde entonces,
en favor de perspectivas que se focalizan casi exclusivamente en el rol que tienen las
élites en el establecimiento de superestructuras discursivas convencionales (pero
esencialmente arbitrarias) (e.g.Zaller 1992). El trabajo futuro debería apuntar a las
fuentes motivacionales (así como cognitivas) de limitación, para explicar cómo y por qué
una constelación específica de actitudes, valores y creencias se fusiona en paquetes de
ideologías relativamente coherentes (y a veces incoherentes, al menos con respecto a la
complejidad lógica).

3. Hemos sugerido que la metáfora de afinidades electivas, tomada de los escritos


de Goethe (1809/1966), Weber (1922/1946) y Gerth & Mills (1948/1970), es especialmente
útil porque caracteriza acertadamente las fuerzas de atracción mutua que juntan a la

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gente con las ideas. En otras palabras, resalta el hecho de que todo resultado ideológico
proviene de una interacción entre procesos top-down de socialización (o exposición) y
procesos bottom-up de satisfacción de necesidades. Sin embargo, el concepto es
abiertamente agnóstico acerca de (y por lo tanto obstinadamente impreciso con respecto

a) direcciones de causalidad entre los factores top-down y bottom-up. Nosotros,


como muchos otros (e.g.Adorno et.al.1950; Alford et.al.2005; Lane 1962; Sniderman &
Bullock 2004; Zaller 1992), asumimos que los contenidos de una superestructura
discursiva y las motivaciones que manejan la subestructura funcional de la ideología se
encuentran en algún lugar a medio camino, pero cómo esto ocurre está aún por ser
clarificado y cuidadosamente documentado. Sería particularmente útil identificar
interacciones entre los procesos top-down y bottom-up.

4. La metáfora de dependencia de un menú ideológico es consistente con nuestro


análisis de afinidades electivas, en tanto que la gente debe ser expuesta a un rango más
o menos completo de opciones a fin de estar en condiciones de seleccionar una ideología
que coincida con sus disposiciones, psicológicas y de otro tipo. Esto podría también
explicar por qué los efectos de la personalidad en la orientación política, en la población
en general, serían más fuertes en las naciones democráticas de Occidente (que ofrecen al
menos alguna variabilidad en el menú ideológico) que en los regímenes autoritarios y
totalitarios que restringen las alternativas ideológicas (ver Greenberg & Jonas 2003; Jost
et.al.2003b). Una cuestión relacionada es si hay o no diferencias importantes entre las
naciones de Oriente y de Occidente en los apuntalamientos psicológicos de la orientación
política (e.g.ver Thorisdottir et.al.2007). En esta revisión, hemos tomado una perspectiva
mayormente occidental, pero sería iluminador conducir investigaciones paralelas en los
contextos culturales asiático, africano y en otros.

5. hemos dicho relativamente poco acerca de los modelos de elección racional de


preferencias políticas, salvo notar que alguna evidencia (si bien modesta) sustenta la
noción de que el interés individual y colectivo influencia los resultados ideológicos. Sería
útil en el trabajo futuro determinar si las cases de motivaciones epistémicas, existenciales
y relacionales que hemos identificado en este capítulo son compatibles o incompatibles
con los modelos de actor racional. Por ejemplo, ¿hasta qué punto es racional (o
congruente con el autointerés) para la gente acoger ciertas ideologías porque parecen
satisfacer sus necesidades personales de congnición, evaluación, estructura o clausura?

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