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Cuento - Nagual
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Cuento - Nagual
EL NAHUAL.
En mi trabajo escucho una historia, como todos los días, como a todas horas.
Estoy aquí porque se necesita, porque alguien mató a otro alguien. Todos son
inocentes, o eso claman. “Pero no maté a nadie” dice con seguridad, como
todos y cada uno de los que se encuentran encerrados ahí, como todos los que
aúllan una inocencia no comprobada “lo que maté fue un nahual”.
Seguía sin saber qué demonios era lo que yo estaba haciendo en ese
lugar, en aquel momento, escuchando esas palabras. De su propia boca
narraba un homicidio, el de una bebé que había nacido cerca de dónde él vivía.
Una pequeña bebé, sin culpas, sin siquiera un mes de vida, una persona que ni
siquiera conocía el concepto de humanidad o se sabía consciente de su ser.
Solo la podía imaginar llorando, aniquilada, temblorosa, con miedo y muy
pequeña.
-La niña había nacido, apenas tenía un mes de vida cuando de la nada
murió. Esas cosas no pasan, no son naturales, licenciada, solo pasan por
cosas muy macabras, como lo que era aquel señor.
-¿Ojo de… venado? –no hice más que interrumpir a cada disparate que
me decía.
-Una protección contra las brujas. Como todos saben, las brujas buscan
a los bebés y niños para sacrificarlos y alimentarse de ellos, son su principal
alimento. Pero hay maneras de protegerse de ellas, de alejarlas de nosotros y
de los demás. Muchos recurren a los cuarzos, otros tantos a los demás tipos de
magia, blanca, verde, roja o negra, y otros más buscan en las semillas y las
plantas una protección, algo que sea útil, y que las aleje. Por eso no pudo
haber sido una bruja, porque la semilla que llevaba la niña, la protegía de ellas.
“Esto tiene que ser una locura” pensé de inmediato. El señor seguía y
seguía hablando, pero entre más hablaba, más me retumbaban los oídos, e
incluso el estómago se me revolvía por las impresiones que me dejaban las
enseñanzas locales en aquellos momentos. Los ojos no dejaban de abrírseme
de par en par, las cejas solo las arqueaba con cada palabra que salía de esos
labios descuidados por el tiempo que le había robado la prisión a su piel.
Lo dejé proseguir.