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•La teatrología
•La etnoescenología
En realidad, las teorías del performance surgen fuera de los estudios teatrales, en los
escritos de algunos lingüistas, sociólogos y antropólogos que hallaron en las metáforas
de teatralidad y performance herramientas útiles para analizar el habla, el
comportamiento social y las prácticas rituales. Desde la perspectiva lingüística, los
pioneros fueron John L. Austin y su alumno John R. Searle, ambos estudiosos del
lenguaje en sus dimensiones “performativas”, los llamados “actos del habla”. Tal
enfoque otorga importancia a la competencia comunicativa del habla, así como al
contexto del acto performativo, posibilitándose una nueva manera de analizar el
discurso en el momento de su ejecución. Desde la sociología, Erving Goffman analizó la
manera “teatralizada” por medio de la cual las personas se despliegan en sociedad, e
interactúan unas con otras. Por su parte, el antropólogo Victor Turner estudió cómo, en
los sistemas rituales, el performance puede contribuir a mantener un orden establecido
(ritos de carácter oficial) o/y servir para parodiar, criticar y subvertir dicho orden
(como es el caso de los carnavales, parodias rituales, o manifestaciones políticas). Para
Turner, los conflictos sociales se estructuran como dramas, con fases bien delimitadas
de ruptura, crisis, transición y resolución (o separación, según el caso), muy similar a
la estructura tripartita del teatro clásico. Otro acercamiento novedoso en su momento
fue el propuesto por Richard Bauman, Dell Hymes y otros que, desde la antropología
lingüística, establecieron criterios metodológicos para examinar las dimensiones
performativas de los actos del habla ejecutados durante acciones rituales o
ceremoniales. Así, por ejemplo, podríamos analizar la actuación de una curandera que
realiza una “limpia”, tomando en cuenta la manera en que ella usa la palabra hablada
en relación a las técnicas del cuerpo, sus estrategias de acción para involucrar a un
paciente y a las personas que lo acompañan, así como el marco espacio-temporal
durante el cual se lleva a cabo el rito. El análisis, finalmente, nos ayudaría a identificar
todo aquello que otorga relevancia socio-cultural de este acto, así como los elementos
que permiten a sus participantes percibirlo como relevante y, finalmente, curativo.
Dado que el performance es en esencia el estudio del homo ludens (para evocar el
concepto de Huizinga), quisiera proponer una definición lúdica del polémico
concepto: el performance es una esponja mutante (1). Es una esponja porque absorbe
todo lo que encuentra a su paso: la lingüística, la ciencia de la comunicación y de la
conducta, la antropología, el arte, los estudios escénicos, los estudios de género y los
estudios postcoloniales, entre otros. Es mutante gracias a su asombrosa capacidad de
transformación en una hueste de significados escurridizos: parte del latín per-
formare (realizar), para con el paso de los siglos denotar, en las lenguas francesa e
inglesa, desempeño, espectáculo, actuación, ejecución musical o dancística,
representación teatral, arte-acción conceptual, etc. Incluso muta de género al realizar
un “travestismo” en países como España y Argentina, donde se conoce
como la performance. Nuestra esponja es también nómada, ya que se la ha visto viajar
sin necesidad de pasaporte de una disciplina a otra, y también de un país a otro,
aunque su desplazamiento transfronterizo no ha estado exento de dificultades al
mudar de lengua.
Los estudios del performance no son propiamente una disciplina, incluso hay
quienes los plantean como una anti-disciplina (ver Carlson 189). Mientras que en el
campo estético el performance (o arte-acción) apareció en rebeldía
al establishment teatral y de las artes plásticas, los estudios del performance surgieron
rebelándose en contra del establishment académico, los departamentos de teatro y
drama, así como los departamentos de antropología y lingüística tradicionales. La
rebelión condujo a que este joven campo mirara hacia otros horizontes, de tal forma
que hoy, como apunta Schechner, se trata de un conjunto de teorías “inter”, es decir,
interdisciplinarias e interculturales, también intersticiales, e interactivas. El
performance es, además, “post”, ya que abreva del pensamiento postmoderno y
postestructuralista, así como la crítica postcolonial.
Araiza aplica el término al estudio del rito, pero lo performativo ha sido usado
también como paradigma para el análisis de la construcción social de las identidades
de clase, raza y género; los simulacros y ejercicios teatralizados del poder en la
sociedad post-industrial (como lo han hecho Baudrillard, Lyotard y García Canclini), y
las posibilidades subversivas del performance conceptual (Schneider, Arrizón, y
Muñoz).
Asociados con el pensamiento posmoderno y los estudios culturales, los estudios del
performance comienzan a cobrar fuerza al interior de ciertos círculos de la academia
sajona, mientras que en otros genera resistencia, por ser considerado demasiado
difuso. Sólo cinco universidades en el mundo que ofrecen postgrados con especialidad
en performance studies: la Universidad de Nueva York, donde Richard Schechner y su
equipo abrieron brecha en 1980, la Universidad Northwestern en Illinois, la
Universidad de Sidney, en Australia, la Universidad de Gales, en Inglaterra y, de
apertura reciente, la Universidad de California en Berkeley. Tras la celebración de
varias conferencias internacionales, se concretó en 1997 la primera asociación mundial
dedicada a los estudios del performance, conocida como Psi (por sus siglas en inglés,
Performance Studies International).
Uno de los ejemplos más conocidos que da Butler para discutir la posible
subversión de la identidad es la del travestismo. Si bien la autora se muestra escéptica
ante la reiteración de estereotipos femeninos, por lo que advierte que un acto de
travestismo no siempre es necesariamente subversivo, ella encuentra en la parodia de
la normalidad heterosexista una posibilidad de resistencia frente al poder hegemónico
patriarcal. Cuando un hombre se viste de mujer, o una mujer se viste de hombre,
ocurre una ruptura entre lo que dicta la norma y lo que el sujeto escenifica. El
travestismo demuestra, mediante un recurso altamente lúdico, cómo una sociedad
patriarcal construye a la “mujer” como un objeto escenificable y, por lo tanto,
consumible, a la vez que impone conductas que a final de cuentas nunca pueden ser
enteramente controladas o legisladas (Bodies 237). El performance de identidades
subversivas en la obra de teatristas y performanceros queer (2) contemporáneos,
como Jesusa Rodríguez, Tito Vasconcelos, Astrid Hadad, Carmelita Tropicana, Nao
Bustamante, y Luis Alfaro, ha sido tema ya de un buen número de estudios, entre los
cuales mencionaremos los de Alzate, Arrizón, Costantino, Muñoz, Prieto, Román, y
Taylor (ver bibliografía).
Al iniciar este escrito sugerí que la mejor manera para emprender la teorización sobre
el performance es el simulacro. Como investigadores, quizás podemos ensayar formas
de travestirnos que abran nuestra percepción a otras identidades y a otros campos
epistemológicos. Simular, entonces, no sería equivalente a “mentir”, sino a jugar con
la realidad, cual tricksters, para confundir el pensamiento con la acción. No se trata de
violentar el teatro o el performance para convertirlos en “objeto” de estudio, sino de
danzar con ellos para compartir algunos de sus misterios.
Bibliografía
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Weisz, Gabriel. El juego viviente: Indagación sobre las partes ocultas del objeto lúdico,
México, Siglo XXI, 1986.