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n adjetivo que califica a aquello que está documentado o certificado

como verdadero o seguro. También se dice que una persona es auténtica


cuando no es hipócrita ni pretende mostrarse diferente de cómo
es.
Por ejemplo: “Me gusta este
pantalón pero tengo dudas sobre
su autenticidad: ¿cómo sé que no
es una falsificación?”, “Mi tarea es
analizar la autenticidad de las
obras antes de que sean
subastadas”, “La autenticidad es uno de mis pilares como artista”.
En el ámbito del arte y de las antigüedades, la autenticidad es muy
importante ya que determina el valor de los objetos. Un cuadro pintado
por un artista famoso puede valer millones de dólares, mientras que una
copia, imitación o reproducción tal vez valga menos de diez dólares.
Determinar la autenticidad de los cuadros, por lo tanto, es imprescindible.
De manera similar, una persona puede tratar de vender un manuscrito
afirmando que tiene mil años de antigüedad: confirmar su autenticidad es
necesario antes de concretar la operación.
El análisis de la autenticidad también es importante en el periodismo. El
conductor de un noticiero puede recibir un sobre con fotografías donde,
supuestamente, se observa a un político recibiendo dinero de un
narcotraficante. Antes de difundir la noticia, el periodista deberá confirmar
la autenticidad del material debido a que puede tratarse de un montaje para
desprestigiar al dirigente político.
Gracias a la reducción en la complejidad de los procesos de producción
masiva de muchos tipos de productos, nos encontramos en una era en la cual
resulta muy difícil encontrar la autenticidad. Al hecho de que casi cualquier
persona pueda acceder a herramientas de fabricación que en el pasado
estaban reservadas para las grandes empresas se le suma que el precio de
las materias primas también se ha vuelto fácil de afrontar.

Hay quienes piensan que las ideas no


valen nada, ya que entre el momento de su concepción y la conclusión del
proceso de realización existe un largo y arduo camino, que no cualquier
persona está dispuesta a recorrer. Esta forma de entender la necesidad de
proteger las ideas, o más bien la ausencia de dicha necesidad, la comparten
decenas de emprendedores y creadores de diversas áreas. Parte de este
argumento es el hecho de que no todos tienen el talento para llevar a cabo
una idea, por lo cual un robo no siempre deriva en el plagio
propiamente dicho.
Claro que no todo es tan sencillo, ya que la falta de habilidad no detiene a las
muchas compañías que se dedican a copiar productos y servicios, con el
objetivo de aprovechar las ideas ajenas. Esto puede tener consecuencias
diferentes, aunque todas graves para las víctimas de la imitación: si el
plagio se publica antes de la obra original, esto puede afectar gravemente el
impacto inicial de esta última en el mercado; para el resto de los casos, sus
ventas pueden decaer ante una alternativa más económica.
La falta de autenticidad de un producto o de un servicio y su éxito en el
mercado es signo de una serie de problemas, que incluyen una deficiencia en
los mecanismos de control por parte de las autoridades pertinentes, fisuras
en los sistemas de protección de la propiedad intelectual y una falta de visión
y exigencia en el público que los consume. Si los consumidores dejasen de
colaborar con el plagio, éste desaparecería.
La autenticidad, por último, es una característica del sujeto que no
aparenta algo distinto a lo que es: “Cuando modificó su vestuario y su
estética por sugerencia de un productor, el cantante perdió la autenticidad
que tanto le agradaba al público”.

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