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Ingenio Barahona: El Valor de las Tierras y

Condiciones Jurídicas de las Mismas, al Inicio


de su Construcción.

Por: Ing. Carlos Manuel Diloné

“Juro a vuestras majestades que no hay en el mundo una


nación mejor ni mejor tierra, aman a sus vecinos como a ellos
mismos, y su discurso es siempre dulce, tranquilo y
acompañado de una sonrisa; y aunque es verdad que andan
desnudos, incluso sus modales son decorosos y digno de
elogio”. Así le describía Cristóbal Colón, a sus protectores, lo
que para él constituían los habitantes de la isla de Santo
Domingo.

Y es que la primera de las colonias españolas en las Américas,


surgió como una empresa privada de la cual fueron socios,
Cristóbal Colón y los Reyes Católicos, Isabel de Castilla (más
conocida como Isabel la Católica) y Fernando de Aragón.
Estos reyes le otorgaron a Colón, plenos derechos para en
nombre de la Corona, conceder tierras a los españoles que
deseaban establecerse en la isla, poder utilizado por Colón no
sólo para propiciar el establecimiento de colonos, sino
también, para apaciguar a los colonos más antiguos que se
habían revelado en su contra y se encontraban establecidos en
varias partes de la zona occidental de la isla.

Estas concesiones de tierras se amparaban en lo que se


llamaba una Capitulación, una Merced Real o un Acto de
Composición de Tierras, que no era más que el
adjudicamiento de tierras, rentas o títulos nobiliarios por
parte del Rey a algún súbdito en Nueva España, como
premio, a sus servicios o como mero favor real.

Estas autorizaciones, incluían no sólo las tierras, sino a los


habitantes moros que en ellas se encontraban, que pasaban a
una servidumbre parecida a la de la esclavitud. La concesión
de tierras y habitantes, como modo de adelantar y asentar la
reconquista del territorio español, fue un modelo exitoso y
por lo tanto, fue el que los Reyes Católicos optaron por
utilizar para iniciar la conquista y colonización de las nuevas
tierras de América, sin necesidad de innovar o buscar
fórmulas extrañas.

Este poder a su vez, se fundamentó en la Bula Inter Caetera,


también llamada Bula de Partición, del 4 de Mayo del año
1493, mediante la cual el Papa español, Alejandro VI, repartió
las nuevas tierras descubiertas y por descubrir entre España y
Portugal y declaró que pertenecía a los Reyes Católicos
Fernando e Isabel, toda la tierra que sus súbditos descubrieran
100 leguas al Oeste, de una línea imaginaria al Oeste de las
Islas Azores, tocando a Portugal todo lo descubierto al Este de
dicha línea la cual fue luego extendida a 370 leguas. En 1494,
los Reyes Católicos firmaron con el Rey de Portugal el Tratado
de Tordesillas, que confirmó lo dispuesto en las Bulas, pero
extendió la línea a 370 leguas de la Isla de Cabo Verde.

Líneas demarcatorias del laudo arbitral entre España y Portugal, donde se


observan claramente los ejes delimitatorios de la Segunda Bula Inter Caetera
(4 de mayo de 1493) y el del Tratado de Tordesillas (7 de junio de 1494).

Con esos documentos los Reyes Católicos se atribuyeron para


sí y sus herederos, plena propiedad de toda la tierra en las
Indias y por lo tanto, según ellos, nadie podía reclamar tierras
alegando ser el primer ocupante o por prescripción. De modo,
que para tener acceso a la tierra era necesario acudir a la
Corona, pues como dueño originario y único era solamente el
Rey quien otorgaba los títulos de tierras a sus súbditos
merecedores.

Al inicio del período colonial en nuestra Isla, por haber mucha


tierra disponible y pocos españoles, los límites de las tierras
otorgadas no eran establecidos. El tamaño de la tierra lo
definía la Real Audiencia, y se media en Caballerías de tierra,
pero sin explicaciones sobre linderos, pues realmente se sabía
poco sobre colindantes, en ese período de la historia.

Sólo después, cuando ya hubo mucha tierra otorgada, fue que


resultó necesario fijar límites físicos en los documentos.

A partir de entonces, se empezó a usar la forma de definir


linderos naturales y vecinos. “Por ejemplo, en la venta de un
Hato en el año 1607 se señala simplemente que se vende el Hato de
Vacas llamado San Cristóbal de las Oes en Bayaguana, sin mayores
descripciones, y en un acto del 1699 se vende el hato de Mata
Hambre, los cuales dicho sitio y montería están entre el río Casuí y
el del Almirante. No se menciona generalmente la cantidad de tierra,
por no haberse jamás medido y, como se ve, los límites siempre
fueron imprecisos e incompletos”.
Con el paso del tiempo la economía de la isla de La Española
le dio preferencia a la ganadería, actividad ésta que requiere
de muchas tierras llanas con abundantes pastos y fuentes de
aguas. Las regiones del Sur y del Este de la isla fueron las más
adecuadas para esta actividad; también lo fue la zona del
Noroeste, pero esta parte se perdió como resultado de las
Devastaciones de Osorio del año 1605 a 1606.

“En esas tierras llanas, el ganado se podía criar fuera de cercas, libre
y montaraz, pues su crianza para fines de carne y cuero, solo
necesitaba rodeos anuales para marcar los nuevos novillos, reunir las
reses que se sacrificarían, matarlas, desollarlas, y llevar el producto a
almacenar para luego venderlo. Esta actividad requería poco
personal, siendo los principales los peones a caballo y algunos
esclavos para los conucos donde se cosechan los víveres para
alimentar a todos los del Hato”.

Por lo general, los Hatos no se ubicaban uno al lado del otro,


ni tenían cercas, por lo que existían grandes extensiones de
terrenos baldíos, sin dueños entre uno y otro, lo que le
permitía a los propietarios de Hatos, extender los límites de
sus propiedades, sin control oficial y sin reclamo de ningún
vecino a quien esa ampliación no le afectaba. Nunca se
hablaba de extensión superficial o del tamaño del área
cuadrada del Hato.

Cuando moría el dueño del Hato, lo correcto era que la viuda


y los herederos llamaran al Escribano Municipal más cercano,
para realizar el llamado Acto de Partición, donde se leía el
testamento del dueño (si lo había), y se hacía el inventario de
los bienes de la sucesión, lo que incluía el Hato, sus ganados,
esclavos, mejoras, ajuares de la casa, prendas etc. Por lo
general, los hijos vivían con los padres y eran sus
colaboradores en los trabajos del Hato, por lo que al crecer y
casarse, construían sus bohíos dentro del Hato, ocupándose
de las labores en la parte donde se habían asentado. De esa
manera se hacía una especie de partición, y el Hato se
subdividía en varias porciones entre los hijos, pero sin
separarlo internamente por cercas ni empalizadas, todo esto
se hacía sin ninguna documentación legal (sin papeles).
De aquí surgen los Terrenos Comuneros, una especie de
derecho tradicional, repetido de generaciones en generaciones
a través del tiempo, esta forma de tenencia de la tierra, se
mantuvo vigente hasta que los norteamericanos
intervencionistas, el 1ro de julio de 1920, dictan la Orden
Ejecutiva No. 511, publicada en la Gaceta Oficial No. 3138,
donde establecen el Sistema Torrens, como sistema registral
de la propiedad inmobiliaria en la República Dominicana.

El Sistema Torrens parte del principio de que el Estado es el


propietario originario de todas las tierras, y los particulares
deben probar su derecho en un proceso judicial. Como
resultado del proceso de saneamiento del terreno, el tribunal
interviniente y adjudica la propiedad a quién corresponda,
ordenando la emisión de un Certificado de Título, que es el
documento oficial que acredita la existencia del derecho y
quien es su titular; este documento es un título inatacable
(principio de autenticidad característico del Sistema), y el
derecho por él contenido es imprescriptible y goza de la
garantía del Estado.

Durante el período de tiempo comprendido entre los años de


1880 a 1930, la producción azucarera se propagó en todo el
país, y se convirtió en la acción preponderante de la economía
dominicana, como consecuencia directa de la penetración de
capitales extranjeros, que luego fueron apadrinados por la
intervención militar estadounidense, ocurrida en los años de
1916 a 1924.

El estado incierto de los Títulos de Propiedad en la República


Dominicana, abrió oportunidades para que el capital de
Estados Unidos, pudiera adquirir grandes propiedades en
nuestro territorio, en ese momento de la historia la propiedad
de la tierra se encontraba en un estado de transición en el que
se abandonaba el sistema tradicional de Pesos de los Terrenos
Comuneros, para establecer una división basada en Títulos de
Propiedad, conocido como Sistema Torrens, el mismo que ya
se venía usando en el estado de Massachusetts.

Este proceso de transformación no fue expedito ni pacifico,


pues forzó al Estado, por presiones de los dueños de ingenios
azucareros, a introducir innovadoras legislaciones dirigidas a
desvertebrar los Terrenos Comuneros y convertirlos en
propiedades individuales, amparadas por un Título Catastral
resultante de un proceso de mensura y deslinde.

Esto provocó manifestaciones de resistencia por parte de los


campesinos, que se oponían a los esfuerzos estatales por
cambiar el régimen de propiedad de la tierra y por adquirir
derechos políticos; de ahí surge el gavillerismo, con una
mezcla de bondolerismo, con protestas individuales y
sociales, ante el despojo de las tierras campesinas por
agrimensores y abogados deshonestos al servicio de las
compañías azucareras.

En 1884 Eugenio María de Hostos escribió lo siguiente:


“mientras no encontremos el modo de que coexistan grandes y
pequeñas propiedades, grandes y pequeños capitales, grandes y
pequeñas industrias, estaremos en crisis permanente”.

El proceso de conversión de las haciendas en propiedad


privada, bajo el amparo de las leyes, les permitió a las
corporaciones extranjeras adquirir grandes extensiones de
tierra, relativamente despoblada para el desarrollo de la
producción de azúcar en la República Dominicana.

Amparados en la Ley de Franquicias Agrarias de Julio de


1911, así como la Ley de Partición de Terrenos Comuneros de
1911, destinada a regularizar la compra y venta de tierras
agrícolas mediante la liquidación del sistema tradicional de
tenencia de la tierra, las Corporaciones Extranjeras, con la
anuencia del Estado, adquirieron de manera incontrolada
grandes extensiones de tierras y otras propiedades. Dueños de
ingenios acusaron al Sugar Trust y a los propietarios de la
Central Guánica, de imponer éstas leyes, para asegurar la
exportación de caña a Puerto Rico, libre del pago de
impuestos.
A través de la adquisición de haciendas comuneras, la
Compañía The Barahona Company, Inc., organizada en
Nueva York en el año de 1916, se convirtió en el dueño de la
segunda mayor plantación de azúcar en la República
Dominicana, con una extensión de 49,400 acres de tierra. La
expansión de esta finca se produjo a través de la extensa
"compra" de pesos comuneros y a través de la adquisición de
amplios derechos sobre el agua, la que se constituía en una
necesidad, en la árida región de Barahona.

El International Banking, que era una empresa del National


City Bank Building, sirvió de financiador de las operaciones
de expansión de la Barahona Company, la cual tuvo que hacer
grandes inversiones antes de poder producir a toda su
capacidad. Los dueños de La Barahona Company, estaban
ligados al negocio azucarero en el país y a los consejos de
administración de la West India Finance Corporation y la
Western Sugar and Land Company, que producía azúcar de
remolacha en los Estados Unidos.
Gracias a que este Banco fue instalado en la ciudad de
Barahona, María Montés logra su primer matrimonio, con el
señor William M. Mcfeesters, Gerente de dicha entidad, lo que
le sirve de plataforma para proyectarse y adquirir notoriedad,
posibilitando años después, su éxito a nivel mundial.

Las Centrales azucareras se convirtieron en verdaderos


enclaves independientes que casi no pagaban impuestos, que
tenían su propia moneda, su propia policia y su propio
sistema social, y que controlaban a veces pueblos enteros,
cuyos habitantes dependían exclusivamente de los empleos
generados por la plantación o el Ingenio.
Calle Principal de Barahona año 1905. Fuente AGN

Para dividir los Terrenos Comuneros y distribuir la tierra


adecuadamente entre los diversos accionistas, era necesaria la
participación de Agrimensores y Notarios. Por esa razón, las
compañías azucareras no tardaron en sobornar a algunos de
estos profesionales, para que les facilitaran adquirir derechos
basados en títulos de tierras falsificados y en mensuras
antojadizas.

En 1917 La Barahona Company, poseía el 10 por ciento de las


tierras registradas en la provincia de Barahona. Aunque los
títulos de muchas de las tierras eran falsos, la Barahona
Company, podía darse el lujo de contratar a los mejores
abogados en el país. Los especuladores de tierras, en efecto,
privaron a muchas familias campesinas de sus tierras.

Por ello, pequeños granjeros organizaron una protesta en


contra de las acciones de la Barahona Company, en los años
de 1918 a 1919, señalando que estos extranjeros estaban
“tomando ventaja de la ignorancia y la pobreza de los copropietarios
y habitantes del Valle de Neyba, quienes, debido a la falta de unidad
y recursos económicos, no pueden contratar los servicios de un buen
abogado para defender sus derechos legales”. Ver Bruce Calder

Para esa época, las tierras tenían un valor insignificante en


todo el país, tan poco era el valor, que en los periódicos de
circulación nacional, se pagaban anuncios regalando solares a
las Corporaciones y a Particulares que quisieran edificar en el
breve plazo; la única condición que se pedía era construir en
el solar regalado. Como lo demuestra la publicación realizada
en el Listín Diario, de fecha 19 de Enero del año 1918.

Esto en modo alguno, justifica las injusticias cometidas en


contra de los humildes campesinos, que fueron despojados de
manera arbitraria de sus tierras, bajo las componendas de
Agrimensores, Notarios y Dueños de Empresas.
Sin embargo, tampoco se puede negar, que en el caso de The
Barahona Company, esta Compañía se tropezó “con el
inconveniente de una sociedad de falsificadores que fabricaban
millares y cientos de millares de pesos de títulos” falsos, todo en
perjuicio no sólo de los humildes campesinos, si no también
de los dueños del Central Azucarero, tal y como lo confirma el
Padre Miguel Fuertes, mediante misiva dirigida al Arzobispo
Nouel, en fecha 12 de Octubre del año 1916.

BIBLIOGRAFIA

Títulos de los Terrenos Comuneros de la República


Dominicana. Alcibíades Alburquerque, Ciudad Trujillo,
Impresora Dominicano, 1961.

Transformando la Propiedad: La tenencia de tierras y los


derehos políticos en la región azucarera dominicana, 1880 –
1930. Julie Cheryl Franks, Academia Dominicana de la
Historia, 2013.

De la Central Guánica al Central Romana: La South Porto Rico


Sugar Company en Puerto Rico y la República Dominicana,
1900-1921, Humberto García Muníz, Academia Dominicana
de la Historia, 2013.

La Otra Historia Dominicana, Frank Moya Pons, Librería la


Trinitaria, 2008.

La Caña da Para Todo, Estudio histórico cuantitativo del


desarrollo azucarero dominicano (1500-1930), Arturo Martínez
Moya, Santo Domingo, 2011.

El Impacto de la Intervención: La República Dominicana


durante la ocupación norteamericana de 1916 - 1924. Bruce J.
Calder, Academia Dominicana de la Historia, 2014.

Historia de los Terrenos Comuneros de la República


Dominicana, Dr. Wenceslao Vega Boyrie.

Papeles del Padre Fuertes (1871-1926) por José Luis Sáez, S. J.,
Colección Quinto Centenario, Santo Domingo, 1989.

Hemeroteca del Archivo General de la Nación

Boletines del Archivo General de la Nación

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