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EL ASNO PSICOANALISTA

Enrique Alcalá Cruz

Había una vez un asno que era como cualquier otro asno: pendenciero, lujurioso,
arrogante y, sobre todo, obstinado en grado sumo. Pese a lo anterior, nuestro amigo
creía ser el más fino caballero que pudiera existir y caminaba con altivez y forzada
elegancia, mirando a unos con desprecio y enojo, y a otras con deseo y lascivia.
Añadiéndose a los defectos antes mencionados, abundaba en comentarios inapropiados,
adquiría compromisos que rara vez cumplía, además de que sus mentiras y ardides no
conocían limites, sobre todo cuando había alguna ganancia o beneficio para él de por
medio.
Muy ufano vivía de esta manera el asno hasta que, cierto día, una persona que advirtió
lo distorsionado de sus cogniciones le dijo: -Buen asno, sé que usted se tiene por un
destacado erudito y noble de la más alta alcurnia pero, en realidad, con sus acciones y
conducta sólo demuestra que es un vil y grosero individuo, enorgulleciéndose de cosas
de las que debería de avergonzarse y fanfarroneando de triunfos y hazañas que nunca
ha logrado. Si lo que pretende es ser un miembro reconocido y valorado de la sociedad,
le aconsejo que cambie su camino y busque la manera de corregir sus reprobables
aficiones.
Muy irritado y exaltado, el asno llenó de improperios al samaritano que le había dictado
tales admoniciones y, de una fuerte coz, lo dejó tirado e inconsciente a un lado del
camino.
Sin embargo, un tiempo después el asno se llenó de perplejidad al pensar si acaso
aquella reprimenda tenía algo de verdad en sí. Tras mucho cavilar, el asno decidió
emprender un camino de rigurosa formación intelectual el cual -suponía él- debía de
hacerlo mucho mejor individuo de lo que ya era.
Convencido de esta idea, el asno se sumergió en el estudio de las ciencias y las
humanidades. Estudió filosofía, matemáticas, física, neurociencias, psicología, historia,
antropología y, habiendo agotado las ramas del saber, por último se convirtió en
psicoanalista.
-No es que sea pendenciero -me dijo la otra vez que lo encontré y le mostré el borrador
de mi cuento-, sucede que mis niveles de testosterona son elevados y mi cerebro
segrega cantidades considerables de serotonina lo cual me hace proclive a la agresión.
En cuanto al calificativo que usas de lujurioso -continuó diciéndome-, te diré que el
impulso sexual es la fuerza motriz que ha animado las grandes creaciones de la historia
y las obras más excelsas de los genios, además de que es inseparable de la condición
humana. Y no, no me considero arrogante, simplemente despliego mi vasta gama de
conocimientos ante aquel que quiera escucharlos. Y ante el que no quiera también...
-Y seguro me dirás que tampoco eres obstinado ¿verdad?...-repliqué haciendo un gesto
de decepción-
-Bueno, en eso te concedo la razón -respondió el asno con desenfado-. He de admitir
que a veces puedo ser un poco necio pero, es que algún defecto debía de tener ¿o no?

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