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Principio de incertidumbre
Conceptualizaciones esclarecedoras:
Una vez presentada la mecánica matriz (para dar otro salto atrás en el tiempo)
Heisenberg pasó a considerar un segundo problema: cómo describir la posición
de la partícula. ¿Cuál es el procedimiento indicado para determinar dónde está
una partícula? La respuesta obvia es ésta: observarla. Pues bien, imaginemos un
microscopio que pueda hacer visible un electrón. Si lo queremos ver debemos
proyectar una luz o alguna especie de radiación apropiada sobre él. Pero un
electrón es tan pequeño, que bastaría un solo fotón de luz para hacerle cambiar
de posición apenas lo tocara. Y en el preciso instante de medir su posición,
alteraríamos ésta
Aquí nuestro artificio medidor es por lo menos tan grande como el objeto que
medimos; y no existe ningún agente medidor más pequeño que el electrón. En
consecuencia, nuestra medición debe surtir, sin duda, un efecto nada
desdeñable, un efecto más bien decisivo en el objeto medido. Podríamos detener
el electrón y determinar así su posición en un momento dado. Pero si lo
hiciéramos, no sabríamos cuál es su movimiento ni su velocidad. Por otra parte,
podríamos gobernar su velocidad, pero entonces no podríamos fijar su posición
en un momento dado
Heisenberg demostró que no nos será posible idear un método para localizar la
posición de la partícula subatómica mientras no estemos dispuestos a aceptar la
incertidumbre absoluta respecto a su posición exacta. Es un imposible calcular
ambos datos con exactitud al mismo tiempo
Como una definición simple, podemos señalar que se trata de un concepto que
describe que el acto mismo de observar cambia lo que se está observando. En
1927, el físico alemán se dio cuenta de que las reglas de la probabilidad que
gobiernan las partículas subatómicas nacen de la paradoja -reflejada en los
experimentos de pensamiento mostrados aquí- de que dos propiedades
relacionadas de una partícula no pueden ser medidas exactamente al mismo
tiempo. Por ejemplo, un observador puede determinar o bien la posición exacta
de una partícula en el espacio o su impulso (el producto de la velocidad por la
masa) exacto, pero nunca ambas cosas simultáneamente. Cualquier intento de
medir ambos resultados conlleva a imprecisiones.-
Pero, como advirtió Heisenberg, la luz también puede concebirse como una
corriente de partículas (cuantos de luz denominados fotones) y el momento de
un fotón es inversamente proporcional a su longitud de onda. Así, cuanto más
pequeña sea la longitud de onda de la luz, mayor será el momento de sus
fotones. Si un fotón de pequeña longitud de onda y momento elevado golpea la
partícula emplazada en el microscopio, transmite parte de su momento a dicha
partícula; esto la hace moverse, creando una incertidumbre en nuestro
conocimiento de su momento. Cuanto más pequeña sea la longitud de onda de
la luz, mejor conoceremos la posición de la partícula, pero menos certidumbre
tendremos de su momento final. Por otra parte, si sacrificamos nuestro
conocimiento de la posición de la partícula y utilizamos luz de mayor longitud
de onda, podemos determinar con mayor certidumbre su momento. Pero si la
mecánica cuántica es correcta, no podemos determinar al mismo tiempo con
precisión absoluta la posición de la partícula y su momento
El poder de esas máquinas abrió una ventana al mundo del interior del núcleo
atómico, la pequeña masa central del átomo, sólo una diezmilésima de su
tamaño total. El núcleo lo componen primordialmente dos tipos de partículas, el
protón, que posee una unidad de carga eléctrica, y el neutrón, similar al protón
en varios aspectos, pero sin carga eléctrica. Protones y neutrones tienen
interacciones muy fuertes que los unen estrechamente formando el núcleo. Los
físicos deseaban estudiar esta fuerza, porque creían que en ella residía la clave
de la estructura básica de la materia. Pero nadie podía haber previsto el rico y
complejo mundo de partículas que engendraba esta vigorosa fuerza nuclear, ni
lo mucho que tardaría en descubrirse una teoría verdaderamente fundamental
que explicase aquella fuerza. Quedaban por delante décadas de frustración.
Pero fue en la fragua de la frustración y la ignorancia donde forjaron los físicos
su confianza en la teoría correcta cuando ésta llegó al fin.-
En realidad, no creo que el hombre común exista; lo que existe, más bien, es una comunidad
de hombres. Y los hombres, como los científicos, como los filósofos, tienen cada uno sus
propias ideas y su propia visión sobre las cosas, que pueden no coincidir. Puede haber
diversidad de opiniones entre los hombres, resultado tanto de su inteligencia y de la medida en
que la hayan podido ejercitar, como de multitud de influencias a que han estado sometidos
durante su vida. Lo mismo vale para las distintas comunidades humanas. Dejemos, pues,
abierta la cuestión de si hay una sola visión del mundo que sea propia del filósofo, del hombre
de ciencia o del hombre común, o si por el contrario, tal conformidad de opinión no es
realizable, o tal vez ni siquiera concebible.
Vamos a suponer, sin embargo, para comenzar a trabajar, que ese ser mitológico que llamamos
"hombre común" tiene una visión del mundo, que podríamos llamar la visión ingenua de las
cosas. Por ejemplo, según esa visión, existen objetos, que tienen peso, color y sabor; que
además tienen precio, más o menos alejado del "precio justo" según la moralidad del
comerciante y el grado de ineficiencia del gobierno. Que existen personas, que son mejores o
peores según se ajusten en su comportamiento a los Diez Mandamientos o a ciertos mínimos
de moralidad de común aceptación. Que las personas o las cosas, para moverse de un lugar a
otro, necesitan gastar un cierto volumen de combustible, etcétera. Es obvio que, si esta visión
ingenua de la realidad existe, no es de ninguna manera la visión de la ciencia. Sabemos que la
economía, la antropología y la física tienen algo que decirnos sobre los hechos mencionados
que es muy diferente al conjunto de esas opiniones.
En lo que sigue, defenderé la tesis de que el contraste más profundo e interesante entre la
visión ingenua y la visión científica del mundo no consiste primordialmente en una diferencia de
opiniones, sino en algo bastante distinto y más fundamental: una diferencia de conceptos
básicos, es decir, de lenguaje. El científico y el hombre común no hablan ni lejanamente el
mismo lenguaje, y ambos no pueden comunicar sino por medio de un complicado proceso que
llamamos educación y que implica la adquisición y dominio de nuevos lenguajes, y la habilidad
de moverse entre ellos. Pero hay más, voy a sostener que la diferencia de lenguajes hace a
estos dos tipos de hombre, el hombre común y el científico, habitar mundos completamente
diferentes, poblados por seres también totalmente diferentes.
Al final, tendré que aceptar que los mundos diferentes son más que simplemente "el mundo de
la ciencia" y "el mundo del sentido común". Concluiré que a cada disciplina científica o no
científica corresponde un mundo distinto. Me veré también obligado a abolir la hipótesis de que
exista un "hombre común", y llegaré a la conclusión de que desde el principio, incluso antes de
tener ciencia, los hombres han vivido separados en mundos diferentes, de acuerdo con sus
lenguajes, y de que la única posibilidad de comunicación entre los hombres, antes y ahora,
estriba en su capacidad de dominar esos lenguajes diversos. A la posibilidad o capacidad de
dominar varios lenguajes la voy a llamar con una palabra del lenguaje filosófico: polisemia, que
–para traducirlo al lenguaje del hombre común sólo significa pluralidad de lenguajes.
Un ejemplo en un juego
Como una primera aproximación, comparemos al hombre común con el principiante del juego
de ajedrez, y al científico con el jugador experimentado. El principiante cree que las piezas del
juego son el Rey, la Reina, etcétera... y que cada pieza es un muñequito que se mueve sobre
un tablero, de esta manera sí pero de esta otra no. Esta es la visión del "hombre común" sobre
el juego de ajedrez.
El jugador avezado tiene otro concepto muy diferente (poner atención que se trata de una
diferencia conceptual y no simplemente de una diferencia de opinión). El Caballo, por ejemplo,
es el conjunto de todas las movidas que son posibles para esa pieza en cada contexto de
juego. Mover el caballo, entonces, no es pasar un muñeco de una casilla a otra, sino alterar en
una forma integral las movidas posibles de esa misma pieza y de todas las otras que están
sobre el tablero. Cada pieza es un conjunto articulado de posibilidad de juego.
Nótese que este concepto avanzado de lo que es el Caballo tiene una naturaleza cambiante,
porque hemos incluido en su definición la referencia al contexto, y ese contexto va siendo cada
vez más rico conforme el jugador se familiariza más y más con el mundo del ajedrez. El jugador
profesional, el avezado entre los avezados, llega a tener el concepto más rico de todos: las
piezas en realidad no existen en sí mismas, sino solo como puntos de mayor densidad en un
tablero dinámico que es una configuración total de movidas posibles. El juego consiste ahora
en pasar de una configuración total a otra configuración total, no en mover una pieza de un
lugar a otro. Diríamos que el principiante tiene un concepto atomista del juego (el juego como
un conjunto de piezas) y que el campeón tiene un concepto contextualista del juego (el juego
como una estructura). La diferencia entre el principiante y el campeón no es de opiniones, sino
de concepción, es decir, de marco lingüístico, de lenguaje.
Un ejemplo de antropología
Veamos otro ejemplo, éste ya de lleno en la órbita de la ciencia. Para el hombre común, cuando
una persona se acerca a otra, los límites de ambas están trazados por los confines de los
respectivos cuerpos. Para el antropólogo, en cambio, cada persona viaja con su propio territorio
personal, una especie de burbuja que rodea su cuerpo, que le pertenece tanto como sus
manos o sus pies. Una intrusión en ese espacio implica un acto agresivo, y la aceptación de
otra persona en el propio espacio, un acto especialmente amigable. El radio de la burbuja,
según entiendo, varía con las nacionalidades, y va desde unos pocos centímetros para el árabe
hasta unos dos metros para el alemán.
La concepción de este espacio, que es resultado de un análisis científico, nos hace ver las
relaciones sociales de manera distinta, en realidad nos hace percibir las personas de manera
totalmente diferente, en forma parecida a como difieren las visiones de las piezas del ajedrez
de un novicio y un experto en el juego. Para la visión antropológica, un halo invisible es parte
de la realidad personal, como existe un halo de jugadas posibles en torno a cada pieza para el
experto en el juego de ajedrez.
En general, la visión científica del mundo social que nos ofrece la antropología va mucho más
allá: cada persona es percibida como resultado de su aprestamiento cultural, de modo que un
árabe y un alemán aparecen como seres profundamente divergentes en casi todos los
comportamientos que es dable esperar. Y esto no tiene nada que ver con la "raza", no es
siquiera una cuestión biológica: tiene que ver con la diversidad de cultura, que es el objeto
propio de la antropología, la más apasionante (para mí) de las ciencias sociales. Concepción
esta que no es, desde luego, la visión del hombre común, que supone que todas las personas
reaccionarán como sus familiares o vecinos, prejuicio que la antropología ha dado en llamar,
muy adecuadamente, etnocentrismo.
Para el psicólogo, el mundo social está poblado de inconscientes, más que de conciencias, y lo
que el psicólogo ve como importante en la realidad social son actos fallidos, olvidos, actitudes
corporales, imágenes oníricas, todo lo cual traza un cuadro ontológico inalcanzable para el
hombre común. Aquí otra vez, el contraste es entre concepciones básicas, entre lo que cada
uno ve como existente, y no simplemente entre opiniones divergentes. La realidad de la
concepción ingenua y la realidad de la ciencia psicológica son dos realidades completamente
diferentes.
Las otras ciencias sociales no se quedan atrás. Para la economía, el precio de un artículo no es
lo que éste lleva escrito en la colilla. El concepto de precio es una noción analítica, que
depende del entrecruce de dos curvas, llamadas de oferta y de demanda. El concepto mismo
de curva, como virtualidad de actos posibles de una misma clase, es en sí mismo una categoría
analítica sumamente abstracta, de difícil comprensión para quien no se someta a un especial y
pesado adiestramiento intelectual.
Los negocios para el hombre común son mercados, tiendas, bancos y todo el ajetreo que se
vive en esos ambientes. Para el economista son muy otra cosa, una maraña de curvas que se
entrecruzan en complicados modelos matemáticos, relacionados unos con los otros, como las
distintas jugadas posibles en un ajedrez. Los lenguajes, otra vez, y las respectivas realidades,
son completamente diferentes.
Si de ahí nos movemos hacia la sociología, también encontraremos conceptos abstractos que
no tienen correspondencia directa con nada perceptible por el hombre común. La noción de
ideología, por ejemplo, es un concepto sumamente rico en implicaciones de análisis, y choca
directamente con la percepción ingenua de lo que son los credos religiosos o políticos para el
hombre común.
En general, este marco científico interpreta de una manera muy diferente el sentido de los
argumentos que usamos para defender lo que creemos que son nuestras convicciones. El
hombre pobre que acepta su condición porque es "la voluntad de Dios" percibe el mundo de
una manera muy distinta que el científico social que ve en esa argumentación la sombra de una
ideología plasmada en un contexto de relaciones sociales de opresión. La sociología descubre
así que muy a menudo defendemos con nuestros argumentos estructuras o instituciones que
no tenemos intención, ni siquiera noción, de defender. De nuevo, el sociólogo y el hombre
común se mueven en mundos diferentes.
Y para no quedarnos en el ámbito de las ciencias sociales, citemos el proverbial contraste entre
la concepción de las ciencias físicas y las nociones del hombre común. Para este último los
cuerpos caen con distinta velocidad según sean más pesados o más livianos. Para el primero,
en cambio, todos los cuerpos caen con la misma velocidad. No se trata de un conflicto de
opiniones, sino de uno de concepción, porque "caer" para el físico tiene un sentido muy
preciso, que consiste en ser atraído, en ausencia de otras fuerzas, por la gravedad de la tierra.
Las velocidades de que se trata, entonces, son velocidades en el vacío, donde el movimiento
no es afectado por la resistencia del aire, y cada molécula es acelerada por la gravitación,
independientemente y de acuerdo con una misma constante. Son dos lenguajes distintos y otra
vez dos mundos diferentes de lo que se trata.
Y volvamos a la antropología
De las ciencias citadas hay una que nos debe merecer especial atención: la antropología.
Porque precisamente debemos a la antropología, y a una parte de ella, la lingüística, el
concepto de que los lenguajes que maneja el hombre son diferentes. Podemos aquí invocar el
mejor de los ejemplos en favor de nuestra tesis, a saber, el contraste entre el concepto del
hombre que nos ofrece la visión ingenua, como ser capaz de entenderse con los otros hombres
en un mismo lenguaje, o traduciendo el lenguaje de los otros al suyo propio "palabra por
palabra"; y el concepto del hombre de la visión antropológica –llamémoslo posbabélico por
referencia al mito de la Torre de Babel–, que entiende la comunicación humana como basada
en marcos lingüísticos diversos, no directa ni fácilmente traducibles entre sí.
Es importante advertir que el concepto de lenguaje aplicable aquí es aquél que considera como
elementos del lenguaje todos los actos humanos, no sólo las palabras. Muchos de los más
importantes mensajes que el hombre envía a su alrededor no están cifrados en palabras,
bastantes de ellos ni siquiera son percibidos conscientemente por su emisor. Todo producto
humano es significativo; es imposible entender las palabras fuera del contexto de los actos
todos del hombre que las pronuncia. La vida humana toda es lenguaje y el lenguaje es
inseparable del resto de la vida humana.
Extrapolación filosófica
Según el marco lingüístico que usemos habrá cosas que podamos decir y cosas sobre las que
debamos quedarnos callar por falta de conceptos para expresarlas; cosas que tengan sentido y
otras que no lo tengan del todo. Habrá seres que existan o que dejen de existir, según nos
movamos de un marco a otro, así como problemas que surjan o desaparezcan conforme
hagamos nuestras transiciones lingüísticas. Es el mundo mismo el que cambia cuando
pasamos de un lenguaje a otro. Cada contexto crea su orden de realidad: las reglas del juego
crean no sólo las movidas posibles sino también las fichas que habrá en el juego y el espacio
en que éstas deban moverse. Adquirir un nuevo lenguaje, en el sentido profundo en que
empleo aquí el término, es transformarse a sí mismo, hacerse capaz de ver las cosas desde
una perspectiva y con una profundidad que justifica decir que ascendemos a una dimensión
real nueva o que cambiamos radicalmente nuestra concepción del mundo (DILTHEY).
He insistido en que el contraste entre la visión del científico y la visión del hombre común no es
fundamentalmente un contraste de opiniones, sino una diferencia de conceptualización, es
decir, una diferencia en el juego de categorías que ambos usan para captar la realidad. Lo
primero y radical es el juego de conceptos que usamos para interpretar la realidad; las
opiniones, y su variedad, vienen por añadidura. De otra manera: adoptado un juego de
conceptos, aprendido un lenguaje, ciertas consecuencias de descripción del mundo se siguen
necesariamente, otras son posibles, y otras no pueden ni siquiera formularse. Una vez que se
ha aprendido un cierto lenguaje, una vez que se ha aceptado un cierto juego de categorías,
puede ya ser muy tarde para negarse a aceptar un determinado conjunto de asertos sobre
cómo es el mundo (QUINE).
Una vez que nos metemos en el molde de la teoría de la relatividad, por ejemplo, no tiene ya
sentido decidir si la velocidad de un cuerpo es mayor que la de la luz. Una vez que aceptamos
la conceptualización propia de las ciencias biológicas, ya es imposible plantearse en serio la
posibilidad de que un organismo no haya evolucionado. Para quien haya aprendido el lenguaje
de la física contemporánea no tendrá sentido indagar por la posibilidad de construir una
máquina de movimiento perpetuo. Para quien haya aceptado el esquema conceptual del
materialismo histórico será ociosa la pregunta por la existencia de explotación en el mundo. Un
grado muy amplio de compromiso con una descripción de la realidad queda ya desde el inicio
imbuido en el sistema de conceptos que asumimos, y no tenemos opción, excepto quizá el
abandono del lenguaje, para rechazarla.
Algunas consecuencias
Otra consecuencia importante es que la educación científica se recibe, como toda educación,
en gran parte por ejemplo y contagio, por así decirlo, más que por adoctrinamiento explícito. Lo
que el maestro hace, su forma de expresarse sobre el mundo que deja sentados de pasada
muchos sobreentendidos, es mucho más eficaz en la transmisión de los conocimientos al
alumno que sus propios enunciados sobre la naturaleza (POLANY) .
Consecuencias inquietantes
Ninguna de esas preguntas tiene respuesta fácil, y constituyen un elenco casi completo de los
problemas que preocupan hoy a los filósofos de la ciencia. No es mi aspiración contestarlas
aquí, pero trataré de indicar algunas orientaciones que podrían seguirse para contribuir a
solucionarlas.
Usando este esquema conceptual, podemos decir que el problema principal de la filosofía de la
ciencia es el de la relación entre lo sintáctico y lo semántico, la de decidir cuánto de lo que
afirma la ciencia se debe al marco de referencia o juego de conceptos que ha elegido (aspecto
formal de la ciencia), y cuánto se debe a la adecuación de ese marco con la realidad (aspecto
de contenido de la ciencia).
El contextualismo, la postura filosófica que suscribo, tiene sobre esta cuestión una visión
determinada, producto del mismo juego de conceptos epistemológicos que la define y
condiciona: no hay ni puede haber una separación completa ni tajante entre lo sintáctico y lo
semántico, el lenguaje es una totalidad en el que sus distintas partes y aspectos están
íntimamente ligadas y relacionadas unos con otros. Además, lo sintáctico, la forma del
lenguaje, su juego de conceptos, y lo semántico, las opiniones que se dan en ese lenguaje
sobre el estado del mundo, están totalmente determinados por el aspecto pragmático, o sea,
por el propósito del científico o de la comunidad que crea el lenguaje y establece su juego de
conceptos y las opiniones que con él pueden expresarse. Es la praxis, la acción, la que
determina el contenido y la forma de nuestro lenguaje, y por ende del lenguaje de la ciencia.
Hubo una época en que los químicos, muchos de ellos, decidieron abandonar la práctica de su
disciplina antes que adoptar el lenguaje de la química orgánica naciente; pero hubo otra época
anterior, en que químicos notables prefirieron ignorar el descubrimiento del oxígeno, mediante
ingeniosas modificaciones de la teoría del flogisto que explicaban notablemente bien los
resultados de los experimentos. La moraleja aquí es la siguiente: nuestras creencias forman un
sistema cuyas partes se refuerzan recíprocamente. Todo pensamiento es sistemático, y el
pensamiento científico lo es mucho más aún. Nunca llevamos al laboratorio una opinión
aislada, nunca probamos una hipótesis por sí sola. Lo que se somete a prueba es la hipótesis
en conjunto con todo el sistema teórico a que pertenece, y siempre en el ambiente de la
totalidad de nuestros propósitos.
El resultado adverso a una teoría puede explicarse suponiendo que la hipótesis es falsa, pero
también que la hipótesis es verdadera y que hay que hacer algún cambio en alguna otra parte
de la teoría. No es el texto necesariamente sino el contexto lo que tiene que cambiar. El
lenguaje tiene una inmensa plasticidad que permite acomodar muchos cambios, si no todos,
hasta el límite de la tolerancia, otra vez pragmática, que manifieste el científico (QUINE).
Los astrónomos de la Edad Media e incluso del Renacimiento pudieron defender la teoría
ptolemaica de la inmovilidad de la tierra, a base de agregar epiciclos a su planetario, hasta que
finalmente se aburrieron del juego y decidieron jugar otro pragmáticamente más satisfactorio.
Cuando tomaron esa decisión, el sistema rival de Copérnico no era ni lejanamente lo riguroso y
confiable que había demostrado ser por muchos siglos el sistema de Ptolomeo. Pero el juego
epiciclal ya no retaba suficientemente la imaginación de los científicos, y prefirieron menos
seguridad y rigor pero más desafío y promesa de futuros descubrimientos. El probado
paradigma ptolemaico fue sustituido por el joven paradigma de Copérnico (KUHN).
Líbreme Dios de inducirlos a pensar que en la historia de la ciencia todas las posiciones son
igualmente permisibles, o que da lo mismo que el científico adopte un juego de conceptos u
otro, un paradigma científico o marco de referencia u otro distinto. La verdad es que cada
lenguaje tiene inscritas en sí mismo sus propias limitaciones.
Estas limitaciones son de dos tipos. Por una parte, hay inevitablemente contradicciones en todo
intento de dar cuenta de las apariencias, en todo intento de articulación de la realidad. Esos
"hilos sueltos" que quedan en un planteamiento global sobre el mundo son pequeñas o grandes
manchas en una tela fabricada con preciosismo que viste nuestras desnudeces. Como no
tenemos otra, preferimos seguir con ella, a pesar de sus nudos o manchas, mientras no
aparezca una alternativa más favorable. Por otra parte, la tela puede también tener vacíos,
puntos ciegos, lugares donde no llega, y en la medida en que la sigamos usando esas lagunas
dejarán desnuda nuestra curiosidad intelectual. Los nudos son los puntos en que nuestro
sistema de conceptos, nuestro lenguaje, produce una doble respuesta, contradictoria, a una
misma pregunta. Las lagunas o blancos son los puntos en que nuestro sistema calla ante una
pregunta importante, es incapaz de decirnos si un enunciado es verdadero o si por el contrario
es falso.
Mantengo que todo sistema lingüístico deberá adolecer de esas fallas, que se deben a razones
epistemológicas muy fundamentales y que enseguida voy a considerar. Pero que el científico, o
en general, el usuario del lenguaje, tiene mucha libertad para cambiar de lenguaje, y que en
lenguajes distintos las fallas no coinciden, pues cada sistema de conceptos produce sus nudos
y sus blancos en lugares diferentes, y deja sin contestar o contesta inadecuadamente
preguntas distintas.
Ofrecí decirles por qué creo que esas fallas son inerradicables de todo sistema lingüístico. Para
ello tengo que hacer un poco de epistemología, es decir, teoría del conocimiento. La haré lo
más breve y concisamente que me sea posible.
Parto del principio de que la realidad es inagotable y nuestro conocimiento de ella siempre
limitado. Imaginen el universo como un gran contexto, significativo en sí mismo, pero que no se
deja estudiar sino a base de recortes, que llamaré textos. Para conocer el mundo seccionamos
una parte de él, un texto, aislándolo del contexto, el resto de la red significativa. Ustedes
saben muy bien lo que pasa cuando se aísla un texto del contexto, como por ejemplo cuando
un periodista cita algo que dijimos, pero "fuera de contexto": pueden surgir contradicciones no
intentadas por el autor del escrito original, o quedar asuntos colgando que no se pueden
resolver con el material a mano.
Algo parecido sucede en el trabajo de la ciencia. Para estudiar el mundo, no tiene más remedio
que usar un determinado instrumental, determinado juego de conceptos, y trabajar de ahí en
adelante como si el sector de mundo que esos conceptos pueden abarcar fuera el universo
completo. A ese trabajo lo llamo análisis. Es un trabajo que sólo puede ser provisional y
transitorio, porque todo análisis provocará en algún momento una síntesis, la necesidad de
reincorporar de algún modo el contexto omitido. Para hacer las cosas todavía más
complicadas, normalmente esa síntesis invitará más tarde a un nuevo análisis, repitiéndose el
proceso. A ese "ir y venir" entre el análisis y la síntesis se le suele denominar dialéctica
(SARTRE).
Así pues, dentro de todo texto, producto de un análisis, es decir, de una acotación, quedan
huellas imborrables del contexto omitido, que claman por una reincorporación de ese contexto.
El contexto se resiste a ser eliminado, aunque desde luego el conocimiento es imposible sin
análisis, es decir, sin separación del mundo en secciones. Esta tensión, que es una tensión
dinámica y creativa, produce el movimiento incansable de la ciencia. Pero además es la fuente
de sus más importantes limitaciones, que debemos mantener presentes en todo momento si no
queremos distorsionar el sentido y los resultados de la ciencia. No habrá ningún sistema
científico, ningún lenguaje riguroso, en que no se presenten contradicciones y lagunas, nudos
y vacíos (GUTIÉRREZ). Su presencia será un recordatorio permanente de que no hemos
terminado nuestro trabajo, y de que la naturaleza permanece ahí fuera, más allá de nuestro
juego actual de conceptos, esperando nuevas redes para entregarnos otra pesca.
De ahí que podamos tener varios lenguajes y sin embargo no caer en la frivolidad del sofista. El
precio que naturalmente pagamos al cambiar de lenguaje es un cierto número de
imperfecciones que aparecen en nuestro marco: contradicciones o nudos, lagunas o vacíos.
Dónde se den éstas, aquí o allá, en nuestro sistema, puede ser un factor más importante y de
más repercusión práctica que el hecho de que existan o no existan. De ahí la importancia de
tener a nuestra disposición lenguajes alternativos, y de dominarlos bien para saber cuál de
ellos es más conveniente emplear en tales o cuales circunstancias. Proveer a la persona de
esos lenguajes alternativos es la función principal de la educación, sea esta general o
profesional.
Admito que en cada momento somos prisioneros del marco de nuestras teorías,
nuestras expectativas, nuestras experiencias pasadas, nuestro lenguaje. Pero somos
prisioneros en un sentido muy particular: si lo procuramos, podemos librarnos de
nuestro encierro en cualquier momento.
Alternativas contrarias
La visión de la ciencia que he presentado, no es desde luego la única posible; existen como
alternativa, principalmente la concepción dialéctica de la ciencia, representada por el
materialismo dialéctico, y la concepción positivista –en sentido lato, que incluye también a
filósofos no induccionistas, como Karl Popper (POPPER 62)–. No es este el lugar para
referirme detalladamente a ellas. Me limito a afirmar que la visión contextualista recoge lo mejor
de ambas posiciones y lo integra en un todo coherente y eficaz.
Del positivismo heredamos una sensibilidad especial por las técnicas lógicas. Igualmente y
sobre todo, el planteamiento de los principales problemas, especialmente el de la relación entre
el lenguaje teórico y el lenguaje de observación. De hecho, el surgimiento del contextualismo
como la filosofía de la ciencia preponderante hoy por hoy en el mundo intelectual de Occidente
es en parte el resultado de la autocrítica de los filósofos positivistas, que insensiblemente han
ido modificando sus posiciones en una dirección que apunta hacia soluciones contextualistas.
No obstante, el giro radical hacia la nueva posición se presenta con la aparición de trabajos,
como los de Kuhn o Foyerabend, inspirados en el estudio de la historia de la ciencia, cuyos
resultados no parecían corresponder a las enseñanzas de los filósofos positivistas.
Básicamente, lo que estos historiadores-filósofos descubrieron fue que los científicos tienden a
defender sus teorías contra los experimentos, mediante distintos mecanismos modificadores
superficiales, en vez de, como postulaban los positivistas, entregar la fortaleza a la primera
embestida de un ejemplo en contrario. Las teorías se abandonan no frente al experimento de
resultado insatisfactorio, que siempre puede ser digerido por medio de adecuadas
modificaciones en puntos no medulares de su tela intelectual, sino cuando su estructura se
complica tanto que debe ser reputada inferior frente a mejores alternativas. Las teorías se
sustituyen unas a otras no por razones semánticas sino por razones pragmáticas.
Esta distinción, entre dos tipos de actitud está basada en la estructura social del momento, y no
en que existan de suyo "hombres articuladores" y "hombres cuestionadores". Además, tiene un
carácter fundamental. Personalmente creo que es una distinción que va más allá de los
confines de la ciencia y se aplica a todos los órdenes de la vida social. En política, en negocios,
en educación, o en cualquier otro ramo de la actividad humana hay personas especialmente
aptas para sacar el mejor partido de las condiciones imperantes, que se manifestarán
especialmente en los períodos de estabilidad cultural. Y también hay otras que, en períodos de
inestabilidad, manifestarán su insatisfacción con esas condiciones poniendo en tela de juicio las
premisas sobre las que actúan la mayor parte de sus contemporáneos. Tales personas estarán
dispuestas a arriesgarlo todo por causas impopulares y eventualmente pueden hacer posible
un cambio cualitativo para el avance de su sociedad y de la humanidad.
Conclusión
Decíamos al comienzo que el científico trabaja con un juego de categorías o lenguaje, que
posibilita una determinada visión del mundo, distinta de la del hombre corriente. Ahora
podemos agregar que también el hombre común trabaja con un determinado juego de
categorías, menos abstractas que las que usa el científico, pero igualmente idiosincrásicas.
Cada grupo humano posee un lenguaje propio, que determina su visión del mundo y constituye
su cultura, en el sentido antropológico de esta palabra. No es menos difícil por ejemplo el
problema de comunicación entre un biólogo y un científico social que el problema de
comunicación entre un habitante de la ciudad y uno del campo, dentro de una misma
nacionalidad. En los dos casos hay juegos de categorías en conflicto, y necesidad de
considerarlos integralmente, como complejos lingüísticos, para intentar establecer algún
contacto. Las dificultades de comunicación son evidentes, pero no desesperantes. Para citar de
nuevo a Karl Popper:
Dicho de otra manera, lo importante será saber hasta qué punto se habrá independizado de la
cárcel de las palabras, residencia oficial de todo dogmatismo. La acción intelectual
responsable, en cualquier profesión o campo de la vida en que nos movamos, será siempre la
que venga iluminada por la luz de muchos contextos: el histórico, el filosófico, el artístico, y
desde luego el científico, cada uno de los cuales la enriquecerá a su manera. Será la acción del
hombre educado, capaz de ensamblar situaciones con ayuda de muchos lenguajes, y capaz
también de cuestionar cada uno de ellos en determinadas circunstancias