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Hipótesis del mundo ARN

La hipótesis del mundo de ARN propone que el ARN fue la primera forma de
vida en la Tierra, desarrollando posteriormente una membrana celular a su
alrededor y convirtiéndose así en la primera célula procariota.

Sabemos que el ADN necesita de proteínas para formarse y del mismo modo,
para que las proteínas se formen se necesita ADN, entonces, ¿cómo se formó
una por primera vez sin la otra? Por un lado se menciona que puede que el
ARN sea capaz de almacenar información de la misma forma en la que lo hace
el ADN, además de funcionar como enzima para las proteínas. Por ende, el
ARN sería capaz de ayudar en la creación tanto de ADN como de proteínas y
entonces, como indica la hipótesis del mundo de ARN, ser responsable del
surgimiento de la vida terrestre.

El mundo ARN como hipótesis para el origen de la vida

El enigma del origen de la vida es el rompecabezas del huevo


y la gallina. La dependencia recíproca de los ácidos desoxirribonucleicos (ADN)
y las proteínas no tiene una solución fácil en términos naturalistas. Por eso los
escenarios imaginados para explicar el origen fortuito de las primeras formas
vivas resultan muy poco convincentes. De las distintas teorías imaginadas, la
que de forma más extendida ha ocupado los esfuerzos pensantes de nuestra
clase científica es la hipótesis conocida como “RNA world”, el mundo ARN, o la
quimérica propuesta de un mundo viviente sustentado por moléculas de ARN
capaces de autoreplicarse y generar actividad biológica que posteriormente y
con el tiempo acabaría dando paso a la vida tal como hoy la conocemos. La he
llamado quimérica porque ninguna actividad biológica conocida se comporta
como presupone la existencia de un modelo tal. La propuesta del mismo tiene
como finalidad tratar de aportar la hipótesis que más puede aproximarse a
ofrecer una solución verosímil al problema del huevo y la gallina, ¿qué fue
primero, las proteínas o el ADN?

El primero en proponer este modelo fue el prestigioso microbiólogo de la


Universidad de Illinois Carl Woese. Básicamente, en la forma en que las
conocemos, las proteínas cumplen diversas funciones pero entre ellas una
especialmente importante, la de catalizar reacciones químicas esenciales en
los procesos de la vida (enzimas), mientras que el ADN cumple principalmente
la función de almacenar información y servir de molde o modelo para la
construcción de hebras de ARN que posteriormente traducidas permiten la
construcción de las proteínas necesarias para las múltiples funciones del
organismo. La construcción de las proteínas precisa a su vez de un número
significativo de otras proteínas que operan como la maquinaria de una factoría.
Pues bien, el “RNA world” es la hipótesis que propone un mundo viviente
primigenio en el que tanto la función de almacenamiento y depósito de
información como la de catalizador de reacciones imprescindibles para la vida
recaería en moléculas de ARN que han demostrado experimentalmente su
capacidad para realizar, al menos parcialmente, ambos cometidos.

En concreto sería como sigue:

1. Las moléculas básicas de ARN aparecerían de manera espontánea en la


Tierra primitiva y se unirían formando cadenas de oligonucleótidos

2. Ribozimas (enzimas de ARN) producirían la síntesis de proteínas a partir de


cadenas de ARN

3. Posteriormente un sistema de producción de proteínas mediante otras


proteínas remplazaría al sistema inicial

4. Más adelante, las moléculas de ADN harían su aparición por un mecanismo


conocido como transcripción inversa a partir de cadenas de ARN

Stephen Meyer ha estudiado de manera exhaustiva los problemas asociados al


modelo del mundo ARN en su afamado libro “Signature in the Cell” (cuya
traducción al español seguimos esperando) y ha argumentado de forma
convincente la poca verosimilitud de la propuesta. Veamos cuáles son las
razones que le llevan a desconfiar de la misma y a mantener incólume su
convicción de la necesidad de una causación inteligente en el origen de la vida
tal como la conocemos.

La primera razón esgrimida por Meyer es la dificultad más que notable para la
formación espontánea de los bloques originarios anunciados para generar las
cadenas de ARN, y que incluiría, un azúcar llamada ribosa, fosfatos y las cuatro
bases esenciales, adenina, citosina, guanina y uracil. Diversos experimentos y
opiniones muy respetables apuntan a la dificultad de la generación espontánea
de algunas de estas moléculas en las condiciones de una Tierra primitiva y en
concreto, y en palabras no muy lejanas del mismísimo Stanley Miller (ya saben,
el del famoso experimento Urey-Miller), la idea de que las bases originarias
pudieron estar disponibles en la Tierra primitiva “no está sustentada por el
conocimiento existente de la química básica de estas sustancias”. Más
problemática todavía se ha evidenciado la producción de ribosa en idénticos
escenarios; de hecho el ambiente rico en nitrógeno necesario para la
generación de las bases impediría la formación de la ribosa, si bien ambos
elementos son necesarios a un mismo tiempo para el desarrollo del modelo.

Otro de los problemas es que aún siendo cierto que las moléculas de ARN han
demostrado su capacidad para realizar ciertas funciones propias de algunas
proteínas, dando pábulo así a la hipótesis estudiada, en realidad las moléculas
de ARN susceptibles de emerger de forma natural tienen muy pocas de las
capacidades enzimáticas propias de las proteínas y el alcance conocido de sus
capacidades queda muy por debajo del mínimo necesario para sustentar un
modelo capaz de hacer creíble la emergencia de alguna forma de vida. En
palabras de Meyer pretender otra cosa sería como sostener que un carpintero
puede construir una casa con la ayuda de un martillo porque el martillo puede
ser útil en alguna de las operaciones que intervienen en la construcción del
edificio.

La dificultad más evidente es que resulta implausible la existencia de un


modelo basado solamente en moléculas de ARN capaz de almacenar
información codificada para su traducción. Recordemos que el sistema
conocido de transcripción y traducción exige la presencia en el proceso de un
elevado número de máquinas proteicas que desempeñan una gran variedad de
tareas; sólo el ribosoma donde tiene lugar el proceso de traducción es un
artefacto molecular en cuya formación participan cincuenta proteínas diferentes
y se precisan igualmente más de 50 tipos de ARN de transferencia y veinte
aminoacil ARNt sintetasas diferentes (enzimas específicas para la asignación
del aminoácido concreto requerido en cada paso del proceso de traducción).
Además, muchas de las proteínas presentes en el proceso ejecutan funciones
múltiples y catalizan transformaciones químicas coordinadas en diferentes
etapas. Los estudios de que disponemos por parte de los científicos que
abogan por este tipo de modelos han llegado a documentar, es cierto, la
capacidad de las moléculas de ARN para realizar algunas de las funciones
requeridas en un proceso de esta naturaleza. Pero como argumenta Meyer, el
proceso sólo resulta verosímil en la medida en que se pueda defender que
todas las reacciones que son imprescindibles para el modelo pueden ser
ejecutadas por las moléculas intervinientes, y esto es algo que estamos muy
lejos de poder proclamar.

Así por ejemplo, algunos ingenieros moleculares han llegado a identificar


moléculas de ARN capaces de catalizar la reacción para la formación de un
enlace con los aminoácidos leucina y fenilalanina. Pero nada nos pueden
ofrecer con relación a los otros dieciocho aminoácidos intervinientes en los
procesos de la vida. Igualmente tampoco hay en el mundo ARN ninguna
molécula capacitada para realizar las funciones de los ARN de transferencia, es
decir, que cuenten con los anticodones específicos necesarios para mantener
la eficacia de un código genético. Tampoco se ha encontrado molécula alguna
de ARN capaz de conducir un aminoácido a un previamente identificado
destino entre otras moléculas de ARN específicas como sería un ARN de
transferencia, tal como ejecuta la que a la postre es la clave del sistema que
garantiza la eficacia perenne del código genético como hoy lo conocemos, la
aminoacil ARNt sintetasa.

La razón de esta deficiencia no es casual, hay una explicación para ello que
descansa en la misma constitución química de las moléculas. Básicamente las
moléculas de ARN carecen de la estructura química necesaria para realizar
funciones complejas de catálisis como las que sí pueden hacer las enzimas
especializadas merced a su compleja geometría tridimensional que les permite
mantener las distintas moléculas involucradas en los diferentes pasos de la
reacción juntas y así poder coordinar sus interacciones.

Pero el argumento más convincente de los esgrimidos por Meyer en su obra


es, como no podía ser de otra manera, que el modelo del mundo ARN, como
cualquier otra propuesta naturalista, carece de justificación para el fenómeno
que caracteriza los procesos de la vida de manera específica y esencial, y es la
aparición de la información prescriptiva que gobierna la creación del fenotipo y
la forma biológica en general. En efecto, el modelo del mundo ARN surge
desde una perspectiva específicamente mecanicista y tiene por objeto buscar
un sistema alternativo a la realización de un proceso mecánico, es decir, a la
realización de una función conocida pero con otra maquinaria diferente o con
sistemas de producción menos complejos. Sin embargo, la propuesta olvida
que lo que define los procesos de la vida no es tanto la maquinaria que ejecuta
las diversas funciones como la información que prescribe tal ejecución y que se
orienta a la producción de resultados funcionales óptimos y formas biológicas
ideales (no por perfectas sino por representativas de una concreta ideación). El
modelo del mundo ARN se limita simplemente a dar por hecho o a ignorar
sencillamente la existencia de dicha información prescriptiva.

El enigma que debemos explicar en los procesos de la vida es el enigma de la


emergencia de las secuencias concretas genéticas que contienen las claves
para la producción de los bloques de la vida y que no pueden ser presumidas ni
como el resultado de una inimaginable casualidad dada la improbabilidad de
las mismas ni como consecuencia de un procedo física o químicamente
determinado. Las secuencias de los segmentos del ADN como las secuencias
significativas de los segmentos de una molécula de ARN en el mundo
alternativo son perfectamente arbitrarias, ninguna base ocupa en la cadena un
puesto necesario fruto de algún tipo de afinidad inevitable y ninguna relación
unívoca entre un codón y un aminoácido es tampoco un dato explicable por la
determinación de las leyes naturales que conocemos. De esta forma cualquier
propuesta de auto-organización de las bases en secuencias con valor
prescriptivo carece de justificación.

Pues si los argumentos de Meyer resultan más que convincentes, sírvannos de


preámbulo para dar la bienvenida a un reciente estudio ampliamente
comentado en círculos científicos y que ha terminado por poner contra las
cuerdas la credibilidad de una hipótesis de un mundo ARN como fórmula para
el origen espontáneo de la vida en un mundo inanimado. Pero eso será objeto
de un próximo comentario.

Sobre la Hipótesis del Mundo de ARN


Dada su popularidad y aceptación generalizadas, es posible que no se haya
dado cuenta de que la llamada hipótesis del mundo de RNA adolece de
algunos problemas dramáticos. En la parte superior de la lista es el hecho
bastante extraño que no hay evidencia para ello. Si bien los escépticos lo han
señalado durante años, ahora también vemos que los evolucionistas están
aclarando esta incómoda verdad. A saber, así es como Peter Wills y Charles
Carter abren su reciente trabajo sobre biosistemas así:

El mundo del ARN es una etapa hipotética ampliamente adoptada de la


evolución molecular, desprovista de enzimas proteicas, en la que todos los
catalizadores funcionales eran ribozimas. Solo un hecho concerniente al Mundo
de ARN puede establecerse por observación directa: si alguna vez existió,
terminó sin dejar ninguna huella inequívoca de sí misma.

Incluso esto es un poco subestimado. Porque sin la suposición previa de la


evolución, que puede y ha suscrito una amplia gama de especulaciones, hay
precisamente cero razones para creer esta abrupta hipótesis. Nunca se han
descubierto organismos que demuestren la hipótesis de un mundo de ARN en
acción. Tampoco los científicos han construido ningún organismo de este tipo
en sus laboratorios. Esto no es demasiado sorprendente porque nadie ha
producido algo remotamente cercano a un diseño detallado de cómo podrían
funcionar dichos organismos.

Wills y Carter también señalan evidencias negativas como la catálisis (las


enzimas ARN no tienen la capacidad de funcionar en un amplio rango de
temperaturas) y los “obstáculos imposibles” a la hipotética pero necesaria
transición del Mundo ARN a algo parecido a las células actuales. Como Carter
explica:

Tal aumento del ARN a la vida basada en células habría requerido una
aparición inesperada de una proteína de tipo aaRS [aminoacil-tRNA sintetasa]
que funcionó incluso mejor que su contraparte de ARN adaptada. Ese evento
extremadamente improbable habría tenido que suceder no solo una vez, sino
varias veces, una vez por cada aminoácido en el código genético-proteico
existente. Simplemente no tiene sentido.

De hecho, simplemente no tiene sentido. Y sin embargo, a pesar de estos


obvios problemas, el Mundo ARN ha sido un elemento básico de los libros de
texto, presentado como un ejemplo plausible y probable de cómo evolucionó la
vida al inicio.

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