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Rosemary Carter
Argumento:
Capítulo 1
MAX!
Samantha se asombró al ver al hombre moreno y alto que estaba junto a la
ventana. Al último que esperaba encontrarse cuando entró en su apartamento era a
su marido, que pronto se convertiría en su ex marido.
—¿Qué diablos está haciendo aquí? —masculló Brian, que entraba detrás de
ella.
Al momento, una personita pasó como una bala entre los dos mayores y abrazó
al hombre moreno.
—¡Papá! —gritó Annie, la niña de cuatro años.
Max la abrazó y le dio un beso en la frente.
—¿Cómo está mi pequeña?
—¡Muy bien! Mamá no me dijo que ibas venir.
Samantha dejó la cesta del picnic e intentó controlar el nerviosismo que se
apoderaba de ella cada vez que veía a Max. Era algo totalmente injustificado, sobre
todo porque fue ella quien lo dejó cuando descubrió que le era infiel.
—No sabía que iba a venir, cariño —le dijo a la niña.
—¿Habéis ido de excursión? —preguntó Max.
—Ya lo ves —contestó Samantha.
—Hemos ido al parque, papá.
El hombre le dio otro abrazo.
—¿Te lo has pasado bien, princesa?
—¡Sí! He dado de comer a los patos.
Samantha observó a Max. La última vez que se habían visto había sido en el
funeral del padre de Max, hacía un mes. Él no había vuelto por allí desde entonces, a
pesar de que acostumbraba a visitar a Annie con frecuencia. Debía de haber estado
muy ocupado solucionando los asuntos de su padre.
«Parece cansado», pensó Samantha, «y un poco decaído». Ella sabía que Max y
su padre estaban muy unidos y que su ex marido estaba muy afectado por su
muerte. Samantha también estaba afectada. Sus propios padres habían fallecido años
atrás en un accidente de coche y, cuando se casó con Max, William Anderson adoptó
el papel de padre. Incluso a pesar de que su relación con Max se había convertido en
algo insoportable, el cariño que sentía hacia el padre de este no había cambiado.
A pesar de su aspecto cansado, Max seguía siendo una persona activa.
Samantha no se enamoró de él cinco años atrás solo porque era guapo, sino también
por su inteligencia y sentido del humor. Y por su atractivo sexual, que después de
todo lo que había pasado entre ellos todavía la afectaba. Ella intentaba evitarlo, pero
no podía hacer nada.
Brían, que era tres años más joven que Max, rubio y de ojos azules, no podía
compararse con él. Ningún hombre podía. Y eso no alegraba a Samantha.
—¿Me he equivocado de día? —preguntó ella asombrada. Desde que se habían
separado, Max visitaba regularmente a Annie. Por muy enfadada que estuviera con
él, sabía que para la niña era muy importante la presencia de su padre—. ¿Me he
olvidado de que hoy venías a visitar a Annie?
Max negó con la cabeza.
—¿Entonces por qué has venido?
—Tenemos que hablar.
—¿Hablar? —Samantha se puso furiosa—. Podías haberme avisado de que
venías.
—Hasta esta mañana no supe que vendría. Y cuando llamé, no obtuve
respuesta —miró a Brian con frialdad—. Ya os habríais marchado.
—Entonces podías haber venido otro día. ¿Debo suponer que no se te ocurrió?
—Supones bien.
—¿Por qué no volviste a llamar, Max? —preguntó Samantha. Notó que Brian
suspiraba con resentimiento.
—Pensé que no era necesario.
Max no tenía ningún aspecto de estar disculpándose, ella conocía muy bien su
manera de mantener la cabeza alta. Intentaba hacerle creer que era ella la que se
equivocaba, y tenía que enfrentarse a él.
Se acercó a Annie y le dijo:
—Mi vida, ¿por qué no te vas a lavar las manos? —y cuando la pequeña salió
corriendo de la habitación le dijo a Max—. ¿Te parece bien? Invades mi casa y ni
siquiera pides disculpas.
—Tengo una llave —le recordó él.
—Porque antes no me importaba que la tuvieras.
Max sonrió y Samantha se estremeció. Cuando conoció a Max, ella vivía en el
apartamento que le habían dejado sus padres. Por razones sentimentales, cuando se
casaron quiso conservarlo, y se alegraba de ello ya que casi todo su sueldo se lo
gastaba en mantener a Annie. No quería aceptar la ayuda económica que Max le
había ofrecido.
Habían pasado muchas noches de éxtasis en aquel apartamento, momentos en
los que ambos se abandonaban y se dejaban arrastrar por la llama del amor.
Samantha, que era virgen cuando conoció a Max, nunca se imaginó que pudiera ser
una mujer tan apasionada. Al recordar aquellos momentos, se sonrojó.Y por la
sonrisa de Max, supo que él también los recordaba.
—Debí haberte pedido la llave hace meses —le dijo ella.
—¿No crees que estás exagerando?
Samantha observó a los dos hombres, podía sentir la hostilidad que había
surgido entre ellos. Max estaba molestando a Brian a propósito, y este se lo estaba
permitiendo.
—Pronto os divorciaréis. Y cuando todo termine, Samantha y yo nos casaremos.
Samantha miró a Brian sorprendida y él la observó con desafío. Sabía muy bien
que ella solo estaba interesada en su amistad. Era cierto que él le había hablado
muchas veces de matrimonio y que ella ya le había dicho que no entraba dentro de
sus planes. ¿Por qué complicaba las cosas? Brian también intentaba molestar a Max.
Tampoco era mala idea que Max pensara que ella tenía planes de futuro.
—Enhorabuena. La cosa es que, en estos momentos, Samantha es mi esposa y
tenemos cosas de que hablar —hizo una pausa—, en privado.
—¡Vaya descaro! —exclamó Brian—. Y si crees que...
—Creo que ahora debes de irte —intervino Samantha en tono amable.
—¡No pienso dejarte con este bestia!
—Max no me hará daño, y tiene razón: será mejor que hablemos a solas.
Samantha nunca había visto a Brian así. Durante un momento pensó que no
querría marcharse. Max esperó tranquilamente. Parecía seguro de sí mismo, algo que
Brian nunca conseguiría.
—De acuerdo, me voy. Luego te llamo —dijo Brian.
Sin dejar de mirar a Max, se agachó y besó a Samantha en la boca, de una
manera en que nunca antes lo había hecho. Salió del apartamento dando un portazo.
Después de que Brian se marchara, Max le dio una muñeca a Annie. La niña
estaba emocionada. Daba igual cuantas muñecas tuviera, siempre las recibía con la
misma ilusión. Su padre le sugirió que la llevara a su habitación para presentársela a
las otras muñecas y la pequeña obedeció.
—¿Me has dejado por un hombre como ese? —dijo Max cuando Annie ya no
podía oírlos. Su voz estaba llena de sarcasmo.
—Sabes por qué te dejé. ¿A qué has venido, Max? —preguntó Samantha con
enfado.
—¿Es cierto que te vas a casar con él?
Ella nunca se casaría con Brian. Después de verlo con Max, estaba segura de
ello. No podía casarse con un hombre al que no amaba, pero Max no tenía que
enterarse de eso.
—Mi futuro no es de tu incumbencia, Max.
—Te equivocas, Samantha —su expresión era dura, el tono de su voz peligroso
—. Lo que concierna a Annie me concierne a mí. Brian, o cualquier hombre con quien
puedas emparejarte, me concierne, y será mejor que no lo olvides.
Samantha miró a Max. Era tan guapo y tan arrogante...
—Todavía no me has dicho por qué estás aquí.
Max se retiró el pelo de la frente. De repente, parecía vulnerable, y Samantha se
dejó llevar por esa sensación. Quería abrazarlo y besarlo para que su tristeza se
desvaneciera.
De manera involuntaria, se acercó a él. Recordó lo que Max le había hecho, no
debía olvidarlo, y se alejó.
—Dijiste que querías hablar, Max.
—Sí.
—Entonces, suéltalo y así podrás marcharte.
En esos momentos, Annie entró en la habitación.
—¿Jugamos, papá?
Max miró a Samantha.
—Claro que sí, princesa —le dijo a Annie—. ¿A qué quieres jugar?
Ella le enseñó su muñeca.
—El bebé tiene que irse a dormir.
—Te haré la cena mientras papá juega contigo. Y después será la hora de
acostarse, cariño —dijo Samantha—. Hablaremos después —le dijo a Max en voz
baja.
Se dirigió a la cocina y preparó un huevo revuelto para Annie. Cuando regresó
al salón vio que Max estaba sentado junto a su hija en la alfombra. Cuando estaba
con la niña, Max era amable y divertido. Por eso Annie siempre esperaba sus visitas
con ilusión. Max era un buen padre. Si además hubiese sido un buen marido...
Después de que Annie cenara y la metieran en la cama, Max le contó por qué
había ido allí sin avisar.
—Annie y tú tenéis que volver a casa.
Long Island. El teléfono sonó varias veces, pero no contestó. Aquella noche apenas
durmió. Al día siguiente Max llegó temprano. Ella ya tenía hechas las maletas.
—Tenemos que hablar —insistió él—. Puedo explicártelo...
—Estuve en tu habitación. ¡No necesito una explicación!
—No lo entiendes, Samantha. Edna y yo solo estabamos...
—Divirtiéndoos cuando irrumpí en la habitación —interrumpió Samantha.
—Samantha, no te pega ser irónica.
—¡Es increíble! Eres infiel y te atreves a criticar mi forma de hablar. Eres más
canalla de lo que pensaba. ¿Quieres saber por qué fui, Max? Me imaginaba un fin de
semana romántico.
—¡Por favor, Samantha!
¡Que buen actor era! No era de extrañar que fuera tan buen abogado, y que
convenciese al jurado. Sonaba realmente sincero, incluso para una mujer que lo
conocía muy bien. Pero él no la convencería, nunca jamás.
—¡Qué locura! ¿Eh, Max? —cerró la maleta de un golpe—. Bueno, me marcho.
—No es posible —Max parecía afligido.
Samantha lo miró de forma despectiva.
—¿Y te llevas a Annie? —parecía afectado. Era muy buen actor—. Samantha,
por favor, déjame hablar.
Durante un instante, Samantha estuvo tentada de escucharle, pero se resistió.
No permitiría que una explicación, por brillante que fuera, cambiara su decisión.
—Sea lo que sea, no quiero oírlo. Y sí, me llevo a Annie. Por supuesto, podrás
verla. Aunque yo te deteste sé que ella necesita a su padre.
El intentó detenerla.
—¡No puedes irte! No sin escucharme. Edna y yo... No es lo que piensas.
—¿No es eso lo que la gente dice cuando la pillan in fraganti?
—No pasó nada.
—¡Por favor, Max!
—Déjame que te lo explique.
—¡No! —Samantha se tapó los oídos para no escucharlo—. ¿No lo entiendes?
No quiero saber nada de Edna. Ya sé todo lo que necesito. Oír tus explicaciones me
haría sentirme peor.
—¡Esto es muy frustrante! —exclamó Max.
—Mala suerte —Samantha tomó una maleta en cada mano—. Ya tendrás
noticias de mi abogado.
De pie, junto a la cama de su hija, Samantha intentó dejar de pensar en ello y se
concentró en lo bella que estaba Annie dormida.
Capítulo 2
SI MAX se sorprendió cuando recibió la llamada de Samantha a la mañana
siguiente, no lo demostró en su tono de voz.
—Papá te estaría agradecido —fue todo lo que dijo.
—¿Y tú, lo estás? —dijo Samantha sin poder contenerse.
Max se no suavemente.
—Bueno, ¿lo estás?
—Creo que lo estás haciendo por el bien de Annie y, por supuesto, me alegro.
«Tonta», pensó Samantha. ¿Qué iba a contestar? No importaba lo que sintiera
por Max. Él había dejado claro que ya no amaba a Samantha cuando se lio con Edna.
—Una condición —dijo Samantha—. Mientras yo esté en esa casa no lleves a esa
mujer. Si os pillo otra vez en la cama, me marcharé. Y si como resultado Annie pierde
su herencia, serás tú quien se lo explique algún día.
—Samantha, respecto a Edna...
—¿Cuándo comprenderás que me niego a oír nada sobre ella? —dijo Samantha
—. Tendré que pedir permiso en el trabajo durante seis meses. Espero que lo acepten,
porque si no tendré que dejarlo definitivamente.
—No lo sabrás hasta que no hables con ellos —dijo Max—. Otra cosa,
Samantha.
—¿Qué?
—Habrá que paralizar los trámites del divorcio durante seis meses.
—¿Por qué? —Samantha sujetó con más fuerza el auricular.
—Piénsalo. No podemos intentar una reconciliación a la vez que tramitamos el
divorcio.
—¿Ni aunque la reconciliación sea simulada?
—Ni aun así. Si se enteran de que en realidad no lo estamos intentando, Annie
se quedará sin herencia.
—¿Por qué tengo la sensación de que esto es una trampa?
—No tengo ni idea.
—¡Seguro que sí! El divorcio continuará en cuanto pasen seis meses, Max.
—Yo no he dicho que no —respondió él con un tono tan pacífico que Samantha
lo hubiera estrangulado.
Estaba a punto de colgar cuando Max dijo:
—Samantha, ¿intentarás disfrutar de estos seis meses?
Al escuchar la pregunta su cuerpo se tensó. Se había intentado convencer de
que la única razón por la que aceptaba la propuesta era salvar la herencia de Annie.
Pero era consciente de que, por otro lado, deseaba volver a la casa donde una vez
había sido tan feliz. Tendría que controlarse. Max no debía enterarse de que sus
sentimientos hacia él eran igual de intensos que siempre.
—¿Disfrutar? ¡Estás bromeando, Max! Solo he aceptado por una razón y, por lo
que a mí respecta, te aseguro que el tiempo pasará muy despacio.
Brian no podía creer la decisión de Samantha. Empalideció de enfado. No
entendía que fuera a volver con el hombre que la había traicionado. Hizo todo lo
posible para disuadir a Samantha y se negó a escuchar sus razones.
—¿Eso significa que abandonas el divorcio? Porque si es así, tendrás problemas.
Max Anderson es un cretino. Lo supe desde el momento en que lo vi.
Samantha nunca lo había oído hablar así. Estuvo a punto de defender a Max,
pero se contuvo a tiempo. Max era un cretino. Brian tenía razón y no tenía sentido
que no quisiera oírselo decir. Le explicó que no tenía intención de cambiar de opinión
acerca del divorcio. Decidió no mencionar nada sobre que los trámites se paralizarían
durante un tiempo. Por un lado, no quería enfrentarse a más tensiones, y por otro, no
era asunto de Brian.
—Nos casaremos en cuanto llegue el momento —volvió a decir él.
—No —contestó ella tranquila—. Desde un principio te dije que solo seríamos
amigos. Eso no ha cambiado, Brian. Tu amistad significa mucho para mí, y te portas
muy bien con Annie, pero he tomado la decisión de darme tiempo antes de meterme
en otra relación seria.
—Te esperaré —prometió.
Samantha deseaba que su persistencia no le resultara tan molesta. Es más,
deseaba no considerar a Brian tan poca cosa al lado de Max. Tendría que aprender a
no comparar a todos los hombres con su futuro ex marido, porque si lo hacía, no
tendría futuro.
—No me esperes. No tiene sentido —dijo con firmeza—. Me gustaría que
salieras con otras mujeres.
—¡El infierno se congelará antes de que eso ocurra! —exclamó ella, pero con
menos firmeza de la que le hubiera gustado. El apelativo cariñoso de Max le había
calado más hondo de lo que ella se esperaba.
—Mucho antes, creo —dijo él con sonrisa burlona.
—Lo dudo. Y por favor, no me llames «cariño», Max. Enfermo solo de oírlo.
—Algunas costumbres tardan en desaparecer, Samantha... Es como siempre te
he llamado.
—Hace ya mucho tiempo.
—No tanto.
Max se fijó en los labios de Samantha, con una mirada que, por desgracia, ella
encontraba muy seductora.
—¡El tiempo suficiente! En estos momentos, no soporto ni siquiera estar en la
misma habitación que tú.
Max se rio. Su risa era vital y provocadora.
—¡Mentirosa! No importa lo que ocurriera en el pasado, pero hay una cosa que
no ha cambiado.
—¡No quiero oírlo! —Samantha se puso tensa—. Me gustaría que te fueras,
Max.
Pero Max no obedecía con facilidad. En un segundo, se colocó más cerca de ella
y la agarró por los hombros. Ella sintió su cálida respiración en la cara y su corazón
comenzó a latir tan fuerte que se preguntó si él podría oírlo.
—No es cierto que odies estar en la misma habitación que yo —al hablar casi la
rozaba con los labios.
—¡Te equivocas, no lo soporto! ¡Y tampoco te soporto a ti, Max! ¡Suéltame!
Él no la obedeció. De repente, Samantha sintió mucho calor, como si tuviera
fiebre. Después se preguntó por qué no se había alejado de él, pero en aquel
momento se sentía incapaz de hacerlo.
—Quizá creas que me odias —dijo Max con suavidad—. No voy a discutir eso,
por ahora. Pero no intentes decirme que no sientes nada cuando estamos juntos. Los
dos lo sentimos. Cada vez que voy a buscar a Annie, está presente ese deseo salvaje
de besarnos y hacer el amor.
—¡Para! —susurró ella—. No quiero oírlo, no quiero oír nada de eso, ¿no lo
entiendes?
Max se le acercó aún más.
—Entiendo —dijo con voz cada vez más seductora—, que los dos estamos
deseando desnudamos y saltar a la cama.
—¡No! —gritó ella—. ¡Vete de aquí!
Max retiró la mano del hombro de Samantha y le agarró la cara.
—Siempre ha sido así entre nosotros. Por eso ahora estás frenética. Sé sincera y
admítelo.
Estaba en lo cierto, y Samantha lo sabía. A pesar de su enfado, una parte
primitiva de su ser añoraba estar entre los brazos de Max cada vez que él iba a su
apartamento. Pero él no debía enterarse.
Estuvo a punto de preguntarle, «¿y qué pasa con Edna?», pero en ese momento
comenzó a besarla.
Sus besos eran dulces y apasionados, tal y como ella los recordaba. Pero había
algo extraño, era como si Max estuviera recuperando el tiempo perdido. «¡Eso es
ridículo!», pensó ella, «Max tiene todos los besos que quiera, pero se los da otra
persona».
Estaba a punto de separarse de él cuando Max le introdujo la lengua entre los
labios. Una ola de deseo invadió a Samantha y, sin pensarlo, ella comenzó a besarlo.
Era el cuerpo vibrante de Max, a quien había echado de menos todo ese tiempo.
Él le acarició la espalda y las caderas, con tanta sensualidad que Samantha casi
perdió la razón.
Ella le acarició el cuello y hundió los dedos en su espesa cabellera. Lo único que
quería era estar cerca de él, sentía que no conseguiría tenerlo lo suficientemente
cerca. ¡Lo había echado tanto de menos!
Él levantó la cabeza y la miró. Los ojos de Max, que normalmente eran de color
marrón oscuro estaban casi negros de deseo.
—Quiero hacer el amor contigo —susurró él.
Samantha sintió una tensión interior. Ella también lo deseaba, pero algo le hizo
decir:
—Alguien podría vernos.
—Annie está con Helen. Y cerraremos la puerta.
Samantha dudó, estaba deseando hacer el amor con él. En esa habitación que
durante un tiempo compartió con Max, el deseo apasionado se apoderó de ella como
un río embravecido.
—Además —le recordó él, riéndose—, todavía tenemos permiso.
Estuvo muy tentada de hacer el amor con él. Por fortuna, en el último
momento, tuvo fuerza de voluntad y dijo:
—Como si el no tener permiso, por no mencionar el juramento de ser fiel a tu
esposa, te hubiese impedido hacer lo que quisieras.
—Samantha... —comenzó a decir, abrazándola cada vez más fuerte. Ella se
sentía cada vez más débil y un poco aturdida. Deseaba entregarse a Max, pero tenía
que contenerse.
—No, Max.
—Por favor, Samantha. Sé que tú...
Deseaba de todo corazón poder borrar la huella de sus besos. Todavía ardía de
deseo. No quería ni pensar en qué hubiera pasado si Annie no hubiera entrado en el
momento en que lo hizo.
Era como si Samantha y Annie nunca se hubieran marchado. Estaban los tres
juntos, sentados alrededor de la mesa de caoba, comiendo la cena deliciosa que
Helen les había preparado.
Samantha miró a la pequeña con tristeza. Estaba muy atenta a la historia que le
estaba contando su padre. Cuando llegara el momento, ¿tendría que llevarla a
Manhattan a la fuerza? Quizá, lo único que podía esperar era que Annie, cuando se
hiciese mayor, comprendiera que su madre la llevó a aquella casa durante seis meses
pensando en su futuro.
noviazgo, la romántica luna de miel, la idea del amor eterno, había sucedido en otro
mundo, en otra época.
Ya tenía cinco años más, veinticinco. Estaba desilusionada, era escéptica y
consciente de que el hombre al que pensaba amar toda su vida solo había jugado con
ella. No tenía sentido que sus sentimientos fuesen tan primitivos y vitales como al
principio.
—Los magos de verdad saben esconder el truco —su tono era tenso—. Pero tú
eres transparente, Max. Para Annie, no; pero yo sé muy bien lo que estás haciendo.
—Estás amargada —dijo él.
—¿Te extraña? Antes te dije que nunca tendrás la custodia de nuestra hija.
—No planeo una pelea, Samantha.
—No, eres demasiado sutil para eso. La seducción es tu arma favorita. Harás
que todo sea maravilloso para que Annie no se quiera marchar. Dentro de seis meses
suplicará que no nos marchemos. Yo no tengo ni el dinero ni los medios para ganar
este juego, Max.
—¿Y sería tan terrible que ella quisiera quedarse?
Samantha se puso en pie en menos de un segundo.
—¿Terrible? ¡Sí, Max, sería terrible! ¡No te permitiré que me separes de mi hija!
—Ya te lo he dicho, no pienso pelearme.
Samantha cerró los puños con fuerza.
—Tú táctica es mucho más peligrosa. Te estás asegurando de que Annie se
quiera quedar.
—Quizá tú también quieras quedarte, ¿has pensado en eso? —su voz sonaba
muy extraña.
Samantha se sintió débil y se sentó otra vez.
—Eso es ridículo...
—¿Lo es? Recuerda que se supone que estamos intentándolo de nuevo.
Cerró los ojos. La imagen que vio era atormentadora e irreal. Deseaba que Max
no hubiese notado ese momento de debilidad. Sabía que se daba cuenta de todo, por
eso era tan buen abogado.
Abrió los ojos.
—Ambos sabemos que eso es imposible. Tu padre tenía buenas intenciones,
Max, pero él no sabía lo de Edna. Debería haberlo sabido. Después de todo, es la
mujer de tu vida.
—¿Ah, sí? —preguntó él.
—A menos que también la hayas traicionado y tengas una tercera. Lo veo muy
posible.
Max se rió.
—Digamos que es la mejor respuesta que puedo darte —la sonrisa de Max era
indignante.
No era la respuesta que ella quería, pero, por el momento, era todo lo que podía
esperar.
Capítulo 3
SAMANTHA...
Tumbada bajo la manta, se conmovió. La estaba llamando con tanta dulzura,
igual que cuando a ella le parecía oírlo, justo antes de despertarse. Pasaron unos
segundos antes de que se diera cuenta de que no estaba soñando.
Oyó cómo Max se acercaba hasta la cama. Sintió su presencia. Estaba allí de pie,
junto a ella. Al sentir el calor del cuerpo de Max cerca del suyo, la invadió una ola de
deseo y, como estaba medio dormida, casi levantó los brazos para abrazarlo.
Entonces recordó por qué estaba en aquella casa. Se quedó quieta y controló la
respiración. Con un poco de suerte, Max pensaría que estaba dormida y se
marcharía.
Eso fue lo que hizo. Minutos más tarde, Samantha oyó cerrarse la puerta trasera
de la casa y el sonido de un coche que se alejaba.
Se preguntaba si él se habría creído que estaba dormida. Eso sí, estaba segura
de que ya no volvería a dormirse. Sentía tanto deseo de estar entre los brazos de
Max, que no conseguiría controlarlo.
¿Y qué pasaba con Max? Iría de camino a la estación, y desde allí tomaría un
tren hacia Manhattan. Tan tranquilo, sin tener conciencia de la reacción que había
provocado en ella. Estaría pensando en el caso en el que estaba trabajando y si había
experimentado alguna sensación física, se le olvidaría en el momento en que viera a
Edna.
Edna... Samantha no debía pensar en ella cada día. Tenía muchas cosas de las
que ocuparse. Retiró la manta y salió de la cama.
Un poco más tarde, entró en la habitación de Annie. La niña estaba
despertándose. Rodeó con los brazos el cuello de su madre y gritó:
—¡Todavía estamos aquí!
—¿Dónde creías que íbamos a estar, cariño? —Samantha forzó una sonrisa.
—En el apartamento —la niña lo dijo con tanta desilusión que a Samatha se le
encogió el corazón.
Abrazó a la pequeña con más fuerza y apoyó la mejilla en su cabeza.
—Ahora estamos aquí, cariño. ¿Tienes hambre?
—¡Sí!
—¿Qué te parece si vamos a la cocina y te preparo el desayuno?
Annie se separó de Samantha y preguntó:
—¿Y después podré jugar con papá?
—Papá se ha ido a trabajar.
—¿Y volverá?
«Qué insegura está», pensó Samantha con tristeza, «y con razón».
—Sí, Annie, volverá luego. Vamos abajo. ¿Quieres que te haga tortitas?
La niña saltó de la cama y bajó corriendo las escaleras. Helen estaba en la cocina
y el delicioso aroma del bizcocho recién hecho invadía la habitación.
—¡Mi niña preferida! —exclamó Helen y la recibió con los brazos abiertos—.
Dime, bonita, ¿te gusta el bizcocho? Espero que sí, porque acabo de sacar uno del
horno y lo he hecho especialmente para ti. Bizcocho de moras y un vaso de leche,
¿qué te parece, Annie?
—¡Bien! —exclamó Annie, olvidándose de las tortitas de su madre.
Helen se volvió para mirar a Samantha.
—Y a usted, señora Anderson, ¿le apetece un café y un pedazo de bizcocho?
Señora Anderson... A pesar de que había decidido mantener el nombre de
casada, se sorprendió cuando se lo oyó pronunciar al ama de llaves. No quiso entrar
en detalles acerca de la farsa, así que sonrió y dijo:
—Estupendo. Ah, y Helen, llámame Samantha por favor.
Sacó dos platos del armario y Helen se los retiró de las manos.
—No tiene que hacer esto.
Samantha se quedó desconcertada.
—Gracias, Helen, pero quiero hacerlo. Estoy acostumbrada. He cuidado de mí
misma todo el tiempo que he estado fuera.
—Ahora ha vuelto, y este es mi trabajo —dijo la mujer. Miró a Annie y añadió
—. Estamos tan contentos de que estén aquí. Especialmente, el señor Anderson.
«El señor Anderson se las ha arreglado muy bien sin mí», pensó Samantha.
Edna no podía haber pasado desapercibida. Es más, si le preguntase a Helen, puede
qué le diera hasta los detalles. Samantha no se sorprendería si le dijesen que la otra
mujer había pasado allí más de una noche. No es que hubiera visto algún detalle
delator, pero era lógico que Edna hubiera retirado sus pertenencias antes de que
Samantha regresara. Ni se le ocurriría preguntarle a Helen acerca de Edna. Si Max
supusiese que ella y el ama de llaves comentaban acerca de su vida privada, se
enfadaría muchísimo.
Hacia media mañana comenzó a sentirse inquieta. Después de vivir sola
durante tanto tiempo, Samantha se había acostumbrado a hacer las cosas a su
manera.
Desde el momento en que sonaba el despertador, comenzaba la rutina diaria.
Tenía que darse prisa para vestir a Annie, llevarla a la guardería y llegar a tiempo a
trabajar. Los sábados y domingos eran diferentes, después de hacer la compra y las
tareas domésticas, y siempre que Max no hubiese quedado en pasar a recoger a
Annie, Samantha llevaba a su hija al parque, al zoo o alguno de los festivales o
desfiles que se celebraban en Manhattan. De una manera u otra, iba llenando los días.
Después de veinticuatro horas allí, ya sabía que las cosas iban a ser muy diferentes.
—Voy a trabajar —anunció aquella tarde.
Max la miró frunciendo el ceño. Una vez más, Samantha había esperado a que
Annie estuviera acostada antes de plantear el tema que le rondaba por la cabeza.
—Creí que habías pedido una excedencia.
—Lo hice, pero quiero trabajar. En Manhattan no, pero es posible que encuentre
un trabajo por aquí
—¿A tiempo completo?
—Media jornada.
—No me gusta la idea, Samantha.
—Lo siento, Max, pero voy a trabajar de todas maneras.
—¿Y que pasará con Annie? —su mirada era amenazadora.
—Ella estará bien. Esta mañana me han llamado de un jardín de infancia. ¿No
hablaste tú con ellos antes de que nosotras llegáramos aquí?
—Pensé que echaría de menos estar con otros niños —dijo Max.
—Así es. Annie es muy sociable y le encanta estar con otros niños. Tendré que ir
a ver el sitio primero, Max. Si me gusta... la llevaré. Así tendré las mañanas libres.
Max dejó la taza de café sobre la mesa.
—Estoy seguro de que encontrarías algo para ocupar tu tiempo.
Samantha no se sorprendió de que él se opusiera. Siempre había sido un
marido, un poco anticuado, de los que no estaba del todo de acuerdo con la
independencia de las mujeres. Ella le mantuvo la mirada, sin hacer caso de su
objeción.
—¿Cómo qué? —lo desafió.
—Pues lo que hacen las mujeres en su tiempo libre. Ir a ver exposiciones, tomar
café con las amigas, aerobic...
Samantha no pudo evitar sonreír.
—Hablas de un círculo de mujeres muy concreto. No del mundo real, Max. Del
mundo en el que las mujeres tienen una profesión, normalmente porque la necesitan,
pero a veces no. Si he aprendido algo durante el tiempo que he estado fuera, es eso.
—De acuerdo, pero tú formas parte de ese círculo.
—Formaba parte.
Él la miró pensativo.
—¿Hay algo malo en ir a ver exposiciones y en hacer aerobic?
—Nada. Son actividades estupendas. A mí me gustaban. Y volverán a gustarme
cuando tenga tiempo para hacerlas. Pero ahora no, Max.
—Siempre puedes irte de tiendas —le sugirió él.
—Tengo todo lo que necesito, y Annie también. Además mi economía no me
permite comprar sin necesidad.
—Annie no estará desatendida —dijo ella—. Será igual que cuando estábamos
las dos solas en Manhattan.
La mirada de Max era sombría. Apretó los dientes y frunció los labios. Su
frustración era evidente, pero a Samantha no le importaba lo más mínimo. Tiempo
atrás, ella hubiera hecho todo lo posible para complacerlo, aun sabiendo que él no
tenía razón. Sintió gran satisfacción al ver que ya no dependía de que Max le diera su
aprobación.
—Es cierto que tienes respuesta para todo —murmuró él.
—Algunas —contestó ella con picardía.
—¿Solo algunas? —dijo con tono sarcástico.
—Las que me afectan.
Max observó la cara de Samantha y detuvo la mirada en sus labios.
—Creía que te conocía, Samantha, pero ahora no sé que pensar de ti.
—¿Quieres decir que soy una mujer misteriosa?
—En cierto modo.
—Creo que eso me gusta.
De pronto, Max la agarró de las manos y la atrajo hacia sí.
—A mí también.
—¡Por favor! —exclamó Samantha sorprendida.
—Aunque no me gusta nada de lo que dices.
«Va a besarme», pensó Samantha. Deseaba que lo hiciera, pero algo la hizo
retirarse. Ladeó la cabeza para mirarlo.
—¿Eso quiere decir que no te importa que trabaje?
—Me importa mucho.
Ella intentó liberarse, pero no lo consiguió.
—Max...
—Pero ya lo has decidido y no tiene sentido hablar más del tema.
—¡Bueno! —lo miró intentando disimular su sorpresa—, me voy a mi
habitación.
Max la rodeó con los brazos. Estaban tan cerca que, aunque sus cuerpos no se
tocaran, ella podía sentir su calor.
—No tan deprisa.
A Samantha se le aceleró el pulso.
—Has dicho que no tiene sentido hablar del tema. Yo solo me he quedado aquí
para hablar.
Max le acarició la espalda.
—Has ganado Samantha, ¿no lo entiendes? Sigue sin gustarme la idea de que
trabajes, eso no ha cambiado. Pero ahora quiero besarte.
—Max... —dijo ella con un tono no muy convincente.
—¿Tienes idea de lo sexy que estás? Sí, me estabas enfadando con todo lo que
decías, pero también has conseguido excitarme.
La besó con la misma pasión que el día anterior. Al cabo de un momento, y a
pesar de que una vocecita interior le recordaba que había decidido no hacerlo, ella
también lo besaba.
Cuando se separaron, Samantha preguntó:
—¿Y qué va a decir Edna?
—No tiene nada que ver con esto —dijo Max secamente.
Se acercó a ella otra vez, pero Samantha ya había vuelto a la realidad.
—¿No? —preguntó ella.
—¡Sabes muy bien que no! Y si no, deberías saberlo.
—No sé nada de eso —rebatió Samantha—. A menos que también la estés
engañando a ella.
—Ayer ya hablamos de esto.
—Pero no me diste una respuesta —Samantha dio un paso atrás y dijo—: ¿La
estás engañando?
Max estaba lo suficientemente lejos como para que Samantha pudiera ver el
brillo de sus ojos.
—No me digas que ahora te preocupa Edna.
—No soporto a esa mujer.
—Entonces, ¿por qué preguntas?
—Por curiosidad.
—¿Estás segura de que eso es todo?
—¡Completamente! ¿Qué más podría ser? Dentro de poco estaremos
divorciados.
—Sigues siendo mi esposa, Samantha.
—No paras de recordármelo.
—Me gusta recordártelo —dijo Max e intentó agarrarla de nuevo.
Samantha consiguió resistirse.
—No me interesas, Max.
—Hace unos minutos te interesaba. Más que interesarte —dijo con burla.
—Se puede decir que he entrado en razón. Ahora no me interesas.
—Mientes, Samantha.
Samantha tenía los nervios a flor de piel y le hubiera gustado separarse un poco
de Max, pero el tamaño del asiento se lo impedía.
—No muerdo. Háblame del trabajo —dijo Max en voz baja para que Annie no
lo oyera.
—Voy a trabajar para dos hermanos. Unos arquitectos que se apellidan
Rowland —dijo Samantha orgullosa.
—No he oído hablar de ellos.
—Son simpáticos.
—¿Ah, sí? —preguntó con retintín.
—De hecho, son muy simpáticos.
—Bien —dijo sin más—. ¿Y tus obligaciones?
—Algo así como una chica para todo. Los dos son bastante jóvenes y me da la
sensación de que todavía no se han establecido del todo. Necesitan a alguien que
pueda hacer un poco de todo. Seré una combinación entre secretaria y recepcionista.
Dicen que dentro de un tiempo quizá puedan enseñarme a diseñar. Suena como el
trabajo perfecto, Max —Samantha lo miró—. Es una lástima que no pueda trabajar
allí más que unos meses.
Max pasó por alto la última frase y Samantha se quedó un poco decepcionada.
Después se enfadó consigo misma por haber esperado algo más de él.
—¿Y cuál será tu horario? —dijo él con brusquedad.
—Solo trabajaré por las mañanas —le dijo—. Al principio, cuatro días a la
semana, y puedo elegir los días. Así podré pasar las tardes con Annie. Es justo el
trabajo que estaba buscando.
Max se quedó callado durante tanto rato que Samantha lo miró desafiante.
—¿No tienes nada que decir? —le preguntó al fin.
—Solo una cosa.
Sainantha se tensó. ¿Sería posible que Max tuviera algo que decir acerca de sus
planes? ¡Si lo hacía se enfrentaría a él! Cuando él le agarró la barbilla para que lo
mirara, ella se sobresaltó.
—¡Max...!
—¿Por qué te asustas? —preguntó él divertido.
—Me has pillado desprevenida —murmuró.
Pero ambos sabían que era algo más. Max seguía sujetándola por la barbilla y
comenzó a acariciarle la cara con el pulgar. Era un movimiento tan erótico que
Samantha empezó a respirar más rápido.
Con voz temblorosa musitó:
—Annie...
—Está absorta comiéndose las patatas fritas. Además, ¿qué hay de malo en que
su padre acaricie a su madre?
—No —confirmó ella—. Es la única razón por la que estoy aquí. La única razón,
Max.
—Ahora que ya lo hemos vuelto a aclarar —dijo con ironía—, ¿qué has decidido
acerca de la fiesta?
Samantha no podía darle una respuesta.
Sintió lo mismo que había sentido otras veces: como si las paredes la
aprisionaran, pero esa vez con más fuerza.
Capítulo 4
CÓMO EN los cuentos? —preguntó Max riéndose.
—Iguales. Hugh y Martin. Dos hombres bajitos, con las mejillas coloradas y un
montón de pecas. Son idénticos, aunque no son gemelos. Me gustaría que los vieras,
Max. Son un continuo alboroto, me encantan.
Max bebió un poco de vino.
—¿Así que de verdad te gusta el trabajo?
—¡Me encanta! Me pagan bien y eso es estupendo. Es un reto continuo y
además me sirve para desarrollar mi autoestima. ¿Tienes idea de lo importante que
es eso para mí?
—¿Por qué no me lo cuentas?
Samantha se quedó pensativa durante un instante.
—Es la primera vez que voy a hablar de esto —dijo al fin—. ¿Recuerdas cuántos
años tenía cuando nos casamos?
—¿Cómo iba a olvidarme? Cumplías veinte años.
—Eso es. Tú tenías diez años más. Eras un abogado que comenzaba a hacer
carrera. Más inteligente y más maduro que yo, una persona centrada. De un día para
otro, mi vida cambió. De acuerdo, había perdido a mis padres, pero mis abuelos
siempre estaban dispuestos a ayudarme. Y también tenía a mi hermana. Hasta que
Dorothy se casó, nos apoyábamos mutuamente.
—En cierto modo, no es muy diferente a mi pasado —dijo Max.
Samantha sabía que Max se refería a Melissa, su hermana, pero no era el
momento de hablar de ese tema.
—Pasé de ser un chica despreocupada, que solo tenía que pensar en divertirse,
a ser una mujer casada que tenía que ocuparse de una gran casa, de un marido
refinado y de convidar a otros abogados. ¿Sabes cómo me sentía, Max?
Él no había dejado de mirarla ni un momento. La escuchaba con mucha
atención.
—Creía que estabas enamorada de mí...
—¡Y lo estaba! ¡Muy enamorada! Apareciste en mi vida en aquella fiesta de la
playa, ¿recuerdas? No podía creer que estuvieras interesado en mí.
—¿Interesado? Estabas jugando al voleibol con un montón de chicos que se
interesaban más por ti que por la pelota. Y no me extraña. Estabas preciosa. El pelo te
enmarcaba la cara y tu risa era como la música. Se te escapó la pelota y llegó rodando
a mi lado. La recogí y, cuando te la iba a dar, vi tus ojos por primera vez. Eran tan
grandes, Samantha, verdes y brillantes. Cuando sonreíste y me diste las gracias, sentí
como si me hubieran herido el corazón. Supe que podría vivir toda mi vida con esos
ojos y te invité a cenar —hizo una paush y sonrió—. Como se suele decir, lo demás es
historia.
—Es una pena que la historia no acabase ahí.
—Haría el trato, pero no creo que me aumenten el sueldo antes de seis meses, y
después ya no estaré aquí.
—Si tú lo dices —fue la respuesta de Max.
Al salir del restaurante Samantha vio que varias mujeres miraban a Max. Se
había olvidado de la impresión que él causaba en otras personas. Hubo un tiempo en
que le encantaba ver cómo recibían a Max allá donde fueran. Siempre se sentía muy
especial porque él, entre tantas mujeres que se fijaban en él, se hubiera enamorado de
ella. Nunca se imaginó que Max le sería infiel.
No tardaron mucho en llegar a casa. Samantha se bajó del coche delante de la
puerta y dejó que Max fuera a aparcar. Entró en la casa sin esperarlo. Helen estaba en
la cocina viendo la televisión. Le dijo que le había leído un cuento a Annie antes de
acostarla, dio las buenas noches y salió de allí.
Samantha se dirigió a la habitación de Annie, miró a la pequeña y se marchó a
su dormitorio. Max no había entrado aún en la casa.
Comenzaba a desvestirse cuando llamaron a su puerta.
—¿Max...? —dijo y abrió la puerta.
Él se quedó en el umbral mirándola. Samantha llevaba los botones de la blusa
desabrochados y Max se fijó en sus pechos. Ella se sonrojó.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó.
—Creía que me estarías esperando abajo.
—¿Por qué creías eso? Has tardado un buen rato en entrar en casa.
—Tenía que mirar una cosa en el garaje.
—Bueno da igual, estoy segura de que no pensabas que estaría esperándote
para darte un beso de buenas noches.
—Eso es justo lo que esperaba.
—¡Venga, Max!
—Nunca hemos salido a cenar sin que después hiciéramos el amor.
Samantha se estremeció.
—Si crees que eso es lo que va a ocurrir ahora, te equivocas.
—Es lo que los dos deseamos, cariño.
—¡No es cierto! Y ya te he dicho que no me llames así.
Él puso la mano sobre el cuello de Samantha.
—Tienes el pulso acelerado. Parece que tu corazón esté en mis manos. Eso
siempre ha sido una señal delatora, Samantha.
¡Por supuesto, tenía razón! Ella no podía controlar el pulso, ni su respiración. Si
se hubiera abrochado los botones antes de abrir la puerta...
—¡Vete! —le ordenó.
—Tranquila, cariño, vas a despertar a Annie —dijo y entró en la habitación.
—Parece que no tengo más remedio. Iré, Max, pero solo por el bien de Annie.
Para asegurarme de que no hay problemas con su herencia.
Max dio un silbido cuando vio bajar a Samantha por las escaleras.
—¡Estás preciosa!
—¡Adulador! —se rio ella.
—En serio. Dejarás boquiabiertos a todos los hombres de la fiesta. ¿Ese vestido
es nuevo, Samantha? No recuerdo haberlo visto.
—No lo has visto.
Se lo había comprado aquel día, después del trabajo. Con lo que le sobró de la
primera paga, se compró el vestido más bonito que encontró. No recordaba cuándo
fue la última vez que se había preocupado tanto por su aspecto. Iba más maquillada
de lo habitual y, en lugar de recogerse el pelo detrás de las orejas, había dejado que
los mechones le cayeran a los lados de la cara. El vestido nuevo era ceñido y de color
granate. Llegaba casi hasta el suelo y tenía una abertura hasta la altura del muslo.
Además lucía un collar a juego con unos pendientes de plata que Max le había
regalado por su tercer aniversario.
Cuando se separó de Max no se llevó sus joyas. Pero días atrás había
encontrado un joyero en un cajón de la cómoda con algunas de las cosas que Max le
había regalado. ¿Lo habría dejado él allí, pensando que lo encontraría? ¿O estaban
allí desde que ella se marchó? Samantha nunca pensó que volvería a usar las joyas
que Max le había regalado.
Hasta ese día, en que necesitaba estar lo más segura de sí misma posible. En la
fiesta estarían todos los socios, gente a la que ella no había visto desde hacía casi un
año. Samantha no sabía si la recibirían con curiosidad o con lástima, quizá de las dos
maneras. Dependía de lo mucho que supiera la gente.
Al llegar a la puerta de la casa de los Langley, Samantha respiró hondo. Max,
notó su nerviosismo y la tomó de la mano.
—Estás preciosa. Todos se alegrarán de verte otra vez.
—Max...
—Tranquila, Samantha. Lo harás bien. Si te das una oportunidad, quizá hasta
disfrutes de la fiesta.
Dudaba de que eso fuera cierto, pero iba a intentar aparentar que se sentía muy
segura.
—¡Samantha! ¡Qué alegría!
Nora Langley la agarró de la mano y la llevó hasta el recibidor de su casa. El
marido de Nora, Charles Langley, era un hombre elegante de pelo canoso, exigente y
eficiente que había destacado en uno de los bufetes de abogados más famosos de
Nueva York. Su mujer era alta y esbelta. Se movía con gracia y elegancia.
—Ven conmigo, Samantha —dijo y miró a Max sonriendo—. Háblame de
vuestra encantadora niñita. Hace mucho que no la veo... Debe de estar hecha toda
una señorita, seguro que guapísima. He visto las fotos que Max tiene sobre el
escritorio, pero las fotos nunca son lo mismo.
Samantha miró a Max sorprendida. No se le había ocurrido que Max tuviera
fotos de Annie en el despacho. Recordó que una vez su foto también estuvo sobre el
escritorio de Max, pero eso había sido hacía mucho tiempo. Max le sonrió, como
diciendo «¿ves como todo iba a salir bien?».
Samantha se marchó con Nora. Saludaron a otros abogados y a sus cónyuges.
Todos eran muy amables y Samantha pensó que Max tenía razón cuando le dijo que
disfrutaría de la fiesta.
—Estamos muy contentos de que hayas vuelto —eso fue todo lo que Nora
comentó acerca de la ausencia de Samantha. Después se dedicó a preguntarle cosas
sobre Annie.
—¡Si es Samantha Anderson! —una voz conocida las interrumpió. Samantha se
volvió y encontró a Stan Manson. Parecía contento de verla, aunque no sorprendido
—Te dejo en buenas manos —dijo Nora y se marchó a recibir a otros invitados.
Samantha se quedó un rato hablando con Stan. Él también le facilitó las cosas.
No habló del testamento de William Anderson, pero sí le dijo que se alegraba de que
hubiera decidido hacer lo mejor para su hija. Sabía más acerca de Samantha de lo que
ella creía, ya que también le preguntó por su trabajo.
Samantha comenzó a hablarle acerca de los dos hermanos y, en ese momento, lo
llamaron por su teléfono móvil. Stan sonrió como para disculparse y se alejó para
hablar en un sitio menos ruidoso.
Samantha se quedó sola y decidió ir a buscar a Max. Lo encontró enseguida, era
el hombre más llamativo de la fiesta.
Él estaba hablando y no vio que Samantha se acercaba entre la gente. Cuando
ya estaba casi a su lado, ella sé paró de golpe. Edna. Estaba agarrada del brazo de
Max, hablaba de forma animada y él se reía de algo que ella había dicho.
¿Qué diablos hacía Edna allí? No era socia y además Max había dicho que no
asistiría a la fiesta. ¿Por qué le había mentido?
Samantha estuvo a punto de marcharse de allí, antes de que la vieran y de que
la humillaran. Pero la verían marchar y se reirían de ella a sus espaldas. Eso era
mucho peor. Respiró hondo, levantó la cabeza y se puso derecha.
—Hola, Edna.
Edna se volvió. Era una mujer muy guapa, tan sensual y exótica como
Samantha la recordaba. Su pelo era negro como el azabache y tenía los ojos oscuros y
llamativos. Era más alta que Samantha, esbelta y voluptuosa. Su mirada hacia que los
hombres, Max inclusive, no pudieran resistirse a acercarse a ella. Pero Samantha no
la encontraba atractiva.
—Samantha —dijo con voz fría—. Estás muy guapa.
—Gracias —contestó Samantha, dejando claro que no iba a responder a su falso
cumplido.
Edna la miró de arriba abajo. Max estaba a su lado, un poco tenso. Samantha
vio que la miraba de forma inquisitiva, como si no supiera cómo iba a reaccionar al
ver a Edna. Lo miró fijamente a los ojos. Estaba muy enfadada, pero sabía que lo
mejor era no demostrarlo.
—Samantha... —comenzó a decir él, pero Edna lo interrumpió.
—Max... —todavía tenía la mano sobre el brazo de él—, ¿por qué no nos traes
algo de beber? ¿Qué quieres, Samantha? ¿Un refresco light? —soltó una pequeña
carcajada—. Estoy segura de que tienen alguno. Para mí lo de siempre, Max, ginebra
con tónica. Más ginebra que tónica.
Dijo la última frase con mucha familiaridad. Parecía que Max sabía muy bien lo
que Edna quería beber. Una vez más, Samantha decidió no mostrar su enfado.
Edna soltó el brazo de Max. Él esperó un momento, se preguntaba si debía dejar
a Samantha con la mujer que odiaba. Miró a Samantha y le preguntó:
—¿Lo que quieres es un refresco light?
—Sí —dijo ella, a pesar de que le daba igual lo que le trajera. Más aún, no
quería nada.
Max dudó un instante y se marchó.
«¿Y ahora qué?», se preguntó Samantha. ¿Se marchaba ella también sin quedar
como una idiota? Otra vez Edna tomó la iniciativa.
—Así que has vuelto. ¿Debo decir que es una sorpresa?
—¿Para qué, si no lo es? —dijo Samantha.
Edna se rió.
—En ese caso, no lo haré. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que nos vimos la
última vez?
—Once meses. Y algunos días, si quieres ser exacta. Estoy segura de que te
acuerdas.
Edna se rió otra vez.
—Pues no los he contado. Lo que si recuerdo es que te marchaste sin decir
adiós.
Samantha miró a Edna y dio un paso atrás. No esperaba que fuera tan
descarada.
—Creo que iré a buscar a Max —murmuró.
Edna la agarró del brazo antes de que se marchara.
—Sigues tan boba como siempre —se burló.
—¿Qué demonios quieres decir? —preguntó Samantha.
—Nunca me olvidaré de la cara que pusiste cuando me encontraste en la cama
de tu querido Max. Parecía que ibas a morir allí mismo. Por la forma en que saliste
corriendo de la habitación, pensé que habías visto al diablo.
—Si te dijera que no hablé con Edna de la herencia, supongo que tampoco me
creerías, ¿no?
—¡Claro que no! —estalló Samantha—. En estos momentos no puedo creer ni
una sola palabra que tu digas.
—En ese caso —dijo Max—, no tiene sentido que hablemos.
Capítulo 5
CUANDO Brian llamó al día siguiente, Samantha se puso muy contenta de oír
su voz. No era la primera vez que la llamaba desde que se marchó de Manhattan,
pero cuando le propuso que se vieran, ella le dijo que no. Max no se hubiera tomado
a bien que ella saliera con otro hombre. A Brian no le quedaba más remedio que
aceptar la situación.
—¡Brian! —exclamó ella.
—¡Bueno! Por una vez te alegras de oír mi voz.
—Es bueno saber que todavía tengo un amigo.
—Más que un amigo, todavía tengo esperanzas —su voz había cambiado.
Samantha se quedó callada un momento. La noche anterior había pasado varias
horas sin dormir pensando en lo que había sucedido en la fiesta. Estaba furiosa con
Edna, pero más aún, con Max. Incluso estaba enfadada consigo misma por no
haberse dado cuenta de que iba a caer en una trampa. Había creído a Max cuando le
dijo que Edna no estaría allí, quizá solo porque deseaba confiar en él.
Estaba hablando con Brian y tenía que tener cuidado para que no se hiciera una
idea equivocada. Si se la hacía, sería tan culpable como Max.
—Un buen amigo, Brian.
—¡Estoy loco por ti, Samantha! Sabes que quiero algo más que la amistad.
—Brian... No hay nada más, ya lo sabes.
—No te presionaré —su tono de voz cambió—..Por lo menos, ahora no. No
hasta que hayas dejado a ese maldito marido tuyo. Es decir, los dos sabemos que no
vas a estar ahí más de seis meses.
Samantha cerró los ojos para afrontar su dolor al escuchar esas palabras. Agarró
más fuerte el auricular e intentó dejar las cosas claras.
—No estaré aquí mucho tiempo, pero cuando me vaya, nada cambiará entre
nosotros. Ya lo sabes, Brian. Lo siento.
—No estoy listo para rendirme todavía —dijo él después de un breve silencio.
—Brian...
—¿Cómo estáis Annie y tú? —la interrumpió.
—Bien.
—¿Por qué no te creo?
—De verdad, estamos bien.
—Creo que no me estás diciendo la verdad. ¿Max te trata mal?
—¡Nada de eso!
—Algo va mal, lo noto en tu voz. ¿Qué pasa, Samantha?
—Nada de lo que quiera hablar. Probablemente sienta lástima de mí misma.
—Lo sé —dijo ella. Brian le había hecho un favor sacándola unas horas de
aquella casa. No era culpa suya que ella no estuviera de humor—. He dicho que lo
sentía.
—¿Es por Max, verdad?
—Brian...
—¿Estás enamorada de él, Samantha?
Brian estrechó la distancia entre ellos. Samantha quería retirarse, pero se quedó
quieta.
—¿Lo estás? —insistió él.
—Max es mi marido —dijo con cuidado.
—Yo no lo llamaría así.
—No estamos divorciados.
—Pronto lo estarás. ¿No has cambiado de opinión, no?
Aunque hubiera cambiado de idea, no importaba. La noche anterior había
tenido la prueba. Daba igual lo que sintiera por Max. Él estaba con Edna.
—Si lo que quieres saber es si me quedaré más tiempo, lo dudo.
Durante unos minutos estuvieron en silencio. Samantha pensó en Brian y en
cómo la rodeaba por los hombros. No sentía nada parecido a lo que sentía con Max.
Con este último todo contacto era vibrante, sexual, incluso cuando no se tocaban.
Incluso cuando estaba enfadada con él, el deseo siempre estaba presente. Él la
excitaba como ningún otro hombre había hecho.
El cuerpo de Brian no tenía vida, ni la atraía sexualmente. Samantha deseaba de
todo corazón que las cosas fueran diferentes, tenía la sensación de que nunca la
atraería otro hombre que no fuera Max.
—¿Te acuestas con él?
—¡No puedo creer que me preguntes eso!
—¿Te acuestas? Cielos, Samantha, ese hombre tiene una amante. No me mires
así, después de todo fuiste tú quien lo pilló en la cama con otra.
Samantha estaba horrorizada.
—¡Te estás pasando!
—Entonces, te has acostado con él. Eso explica tu reacción conmigo.
Samantha se alejó un poco.
—Da la casualidad de que no me he acostado con él, pero si lo hubiera hecho,
no sería asunto tuyo.
—Lo siento... No quería... —dijo al ver que estaba muy enfadada—. Es solo que
no soporto pensar que estás con ese hombre. ¿Lo comprendes, Samantha?
—Sé que ha sido un error salir contigo hoy.
—No —se defendió él.
—Sí. No es culpa tuya, Brian. Sé que tenías buenas intenciones y no has hecho
nada mal. Has intentado hacemos felices.
—Eso es.
—Da igual, no tenía que haber venido. No, mientras esté viviendo con Max,
mientras tenga tantas cosas que solucionar en mi cabeza.
—Samantha... ¿Qué intentas decirme?
—Que no podemos vernos más. Lo siento, Brian, pero me he equivocado.
Annie estaba mirando a los monos y no escuchó ni una palabra de la
conversación. Su madre le tocó el brazo y ella se volvió.
—Es hora de irnos, cariño.
—¿No podemos quedarnos, mamá?
—No, Annie, tenemos que irnos.
La pequeña miró a Brian, como para que convenciera a su madre de que se
quedasen. El miró a la pequeña con tristeza y negó con la cabeza.
De vuelta a casa, Samantha se sentía culpable. No tendría que haber aceptado la
invitación de Brian. Sin quererlo, había intentado encontrar a un sustituto de Max.
Por lo menos había aprendido que pasar tiempo con otro hombre no servía de nada.
Solo servía para confirmarle que estaba enamorada de su marido.
No era la respuesta que Max quería oír. Estaba a punto de decir algo cuando
Annie preguntó:
—¿De qué estáis hablando?
—Cosas de mayores, princesa. ¿Hacemos un castillo de arena? Mientras tanto
tu madre —miró a Samantha—, puede ir a quitarse algo de ropa.
—Estoy muy cómoda —protestó Samantha. Iba en vaqueros y camiseta.
—Siempre te gustaba ir en bikini.
A Samantha le encantaba estar en la playa. Había decidido no quedarse en
bañador porque no le gustaba la idea de que después de tanto tiempo Max la viera
casi desnuda. Por su mirada, supo que él sabía en qué estaba pensando. Se
preguntaba si también sabía que deseaba que él la considerara sexy. Por eso había
metido el bikini en la bolsa.
—Voy a ir a nadar —sonrió a Annie—. A ver si cuando venga ya habéis
empezado el castillo.
Diez minutos después Max vio llegar a su esposa y se le encogió el corazón.
Seguía tan guapa y tan sexy como el día en que le robó el corazón. Llevaba un bikini
granate que realzaba su figura. Seguía teniendo los pechos preciosos y él recordó
cómo disfrutaba besándoselos. Sus piernas eran esbeltas y, al recordar el tacto de su
piel, deseó acariciárselas.
Cuando se acercó vio sus ojos verdes. Su mirada era tímida, como si se
preguntara cómo iba a reaccionar él al verla. Max se preguntaba qué diría ella si le
dijera que en todo momento deseaba hacerle el amor. «Lo más probable es que
hiciera un comentario sarcástico acerca de Edna», pensó Max.
Samantha se arrodilló en la arena y observó el castillo. Había recogido algunas
conchas para decorarlo.
Los tres se reían y hablaban mientras le daban forma. Cualquiera que los viera
creería que eran una familia feliz disfrutando de un día de playa. Era lo que deseaba,
volver a ser lo que habían sido.
Cada vez que Max tocaba su mano sin querer, sentía un escalofrío.
Cuando terminaron el castillo, Max dijo:
—Es el momento de hacer un túnel.
—¿Un túnel? —preguntó Annie—. ¿Cómo, papá?
—Eso es cosa de los mayores, princesa. Lo haremos mamá y yo. Tenemos los
brazos más largos.
Comenzaron a excavar a través del castillo, Max desde un lado y Samantha
desde el otro. A medida que avanzaban, Samantha tuvo un presentimiento. Llegaría
un momento en que sus manos se chocarían en el medio. Así fue, de repente, un
dedo fuerte le agarró el suyo. Después le agarró la mano y le acarició la palma.
—Max... —Samantha respiraba cada vez más rápido.
—¿Sí?
—Lo he hecho hasta hace un rato, cuando he pensado que era tonta. Hay cosas
que no se olvidan así como así.
—¿No puedes dejar de hablar de Edna? No hablaba de hacer el amor con ella.
Quiero hacerlo contigo. Sabes que será maravilloso.
—Puede que lo sea —dijo Samantha con voz temblorosa—. Pero después me
arrepentiré y no estoy preparada para volver a sufrir de esa manera.
Le pareció que Max iba a decir algo. Pero debió pensárselo mejor y se quedó
callado.
Recogieron a Annie y se quedaron un rato más para que la niña chapoteara en
la orilla. En vista de que la alegría se había desvanecido, decidieron marcharse a casa.
Cuando llegaron allí, Max dijo:
—¿Te he dicho que Melissa vendrá a visitarnos?
—¿Tu hermana?
—No conozco a otra Melissa.
—¿Cuándo?
—Mañana.
—¿Mañana? ¿Por qué no me lo has dicho antes?
—Se me ha pasado. Llamó justo cuando nos íbamos.
Samantha miró a Max sorprendida.
—Podías haberlo dicho. ¿Dónde va a dormir?
—¿Dónde suele dormir?
—En la habitación de invitados. Pero ahora tú duermes ahí... ¿Qué vamos a
hacer, Max?
—Dejaré que lo organices tú.
Capítulo 6
SAMANTHA despertó a la mañana siguiente y el sol entraba por la ventana. De
repente, se acordó de Melissa y se incorporó. La hermana de Max tenía tres años más
que él y, al morir su madre, cuando ellos todavía eran jóvenes, tuvo que cuidar de él.
Melissa nunca aceptó que su hermano se había convertido en un buen abogado y que
ya era un adulto que podía decidir por sí mismo, incluso con quién quería casarse.
Al parecer, Melissa ya había elegido una chica adecuada para Max. Alguien que
estaba muy dispuesta a casarse con el apuesto Max Anderson y a hacer lo que
Melissa quisiera. Cuando Max le dijo a su hermana que ya conocía a la mujer con
quien quería casarse, ella se disgustó. En lugar de enfadarse con Max, descargó su
enfado con Samantha.
Samantha llegó a pensar que nunca podría hacer nada que a Melissa le
pareciera bien. Max la aconsejó que no le hiciera caso, pero eso no era tan fácil, sobre
todo cuando eran cosas que concernían a la casa. Cuando Max y su padre vivían allí
solos estaban contentos con que Melissa tomase las decisiones del hogar. Incluso
Helen, aunque a regañadientes, obedecía.
Todo cambió cuando Samantha comenzó a tener más confianza, y sus deseos
como nueva señora de la casa no coincidían con los de Melissa. Inevitablemente las
dos cuñadas se encontraban en Navidad y en todos los cumpleaños. Samantha hacía
todo lo posible por que la situación fuera lo más cómoda posible, se aseguraba de
que la comida favorita de Melissa estuviera en el menú, e intentaba tratarla como a
una amiga. Pero, por mucho que lo intentara, Melissa siempre le era hostil y
Samantha se ponía muy nerviosa durante sus visitas.
Samantha pensó en lo que sucedería en los próximos días. ¿Dónde iba a dormir
su cuñada? ¿A qué iba allí?
Melissa se quedaría en la habitación de invitados. Y Max, dormiría en el sofá
del estudio hasta que su hermana se marchara.
Acababa de llevar al estudio todas las cosas de Max cuando oyó que llegaba un
coche. Miró por la ventana y vio a Melissa. Repasó la habitación para asegurarse de
que todo estaba en orden y bajó a abrir la puerta.
—Hola —dijo con una sonrisa—. Cuánto tiempo, Melissa.
—Hola, Samantha —le contestó con una gélida sonrisa.
—Entra —dijo todo lo animada que pudo.
—Casi pensaba que necesitaba invitación.
—Por supuesto que no —contestó Samantha. Estaba decidida a hacer lo posible
para que la visita de Melissa fuese amistosa.
La última vez que había visto a su cuñada fue en el funeral de William. Melissa
adoraba a su padre y su muerte la afectó mucho. Melissa estaba divorciada y, como
no tenía cerca a ninguna otra mujer, dejó que Samantha la consolara. Pero parecía
que ya había recuperado su actitud hostil.
Melissa lo sabía. Edna lo sabía. ¿Quién más sabía por qué había vuelto con
Max? ¿Y todos la mirarían con el mismo desprecio?
—Claro que sé las condiciones. No sé por qué lo hizo.
—En teoría —dijo Samantha—, tu padre esperaba que Max y yo nos
reconciliáramos.
—Yo podía haberle dicho que eso no ocurriría. Sí lo que quería era dejarle a
Annie una herencia, podía haberlo hecho sin más.
Era irónico que Melissa pensara lo mismo que Samantha. Y más irónico aún que
Samantha defendiera las buenas intenciones de su querido suegro.
—Debía tener sus razones.
—Por supuesto. Pensaba que eras maravillosa. Se dejó llevar por tu belleza y
por tu carácter, igual que hizo Max. Nunca se percató de que todo es superficial. Los
hombres son tan tontos...
¡La hermana de Max tenía celos de ella! ¡Y Samantha no se había dado cuenta!
—Melissa... —dijo con cortesía y le tocó la mano—. Melissa, yo nunca... —se
calló cuando su cuñada retiró la mano.
—Papá se quedó desconsolado cuando te fuiste de casa. Confiaba en que
volverías, Max no le contó lo que había pasado. Tampoco tenía por qué hacerlo.
—¿Qué quieres decir? —dijo Samantha atónita. Sabía que a Melissa no le caía
bien, pero nunca le había hablado de forma tan agresiva.
—Bueno, estaba claro, ¿no? Te casaste con Max pensando que te daría un vida
lujosa y tenías razón. Supongo que también creías que estaría todo el día pendiente
de ti. Debió ser duro darse cuenta de que él tenía una parte de su vida que no podía
compartir contigo. Pasaba el día en el juzgado, con otros abogados... con gente de su
mismo nivel.
«Edna», pensó Samantha. ¿Estaría hablando de Edna? ¿O Max no les había
hablado de su amante ni a su padre ni a su hermana? Empezaba a pensar que eso era
posible.
—Pero al final, te aburriste. En cierto modo, te comprendo, Samantha. Yo
también pasé por algo parecido. Sé lo que es estar con un hombre que nunca
desciende a tu nivel intelectual, que solo te quiere por tu aspecto. Así que te
marchaste y privaste a papá de su adorada nieta. Y a mi hermano, lo único que le
quedó fueron las visitas ocasionales que podía hacer a Annie.
Samantha no podía creer lo que estaba escuchando.
—¡No tienes ni idea!
—¿No? Por lo menos sé por qué has regresado. Quieres que tu hija tenga su
dinero. Y con respecto a salvar tu matrimonio, papá estaba loco si creía que
funcionaría. Te conozco, Samantha, te irás de aquí en cuanto pasen los seis meses.
Apuesto que Max y tú ni siquiera compartís habitación, y mucho menos cama.
—No es asunto tuyo cómo durmamos.
Max se sorprendió mucho al ver que sus cosas estaban otra vez en el dormitorio
principal. Samantha las había llevado allí mientras Melissa se daba una ducha.
—¡No tenía ni idea de que tenías esto preparado!
—No te hagas muchas ilusiones —dijo ella.
Max se acercó a Samantha y la abrazó. Ella recostó la cabeza sobre su pecho y
sintió el latir de su corazón. Con los ojos cerrados, Samantha imaginó que estaban
juntos otra vez, como marido y mujer, y que más tarde harían el amor.
—Después de lo de ayer, esperaba que pasase esto —dijo él.
—¿Ayer...?
—En el agua. Noté tu excitación mientras nos besábamos.
Samantha se separó de él.
—No tiene nada que ver con eso.
Pero Max continuó como si no la hubiese oído.
—Te dije que quería hacerte el amor, y tú también querías, cariño.
Se acercó a ella otra vez. Samantha deseaba hacer el amor con Max, pero tenía
que dejarle las cosas claras antes de perder el control.
—No...
—¿Qué ocurre, cariño? ¿Estás pensando en Annie? —Max se equivocaba—. ¿No
puede cuidar Helen de ella?
—Max... no solo es Annie. Melissa está aquí.
—¡Vaya, me olvidé de que venía! He tenido un día muy malo y me he olvidado
por completo. Creo que tendremos que esperar para hacer el amor. No se si podré,
Samantha. Ha pasado tanto tiempo.
—Esto no es lo que tú crees —le dijo ella—. Melissa se quedará en el cuarto de
invitados. Por eso estás tú aquí, Max. Solo por eso.
—¿Si no, qué? Max, sé que es necesario, pero no me gusta engañar a Melissa.
—Me sorprende. Fue idea tuya cambiar aquí mis cosas.
—Ya lo sé.
—Lo hiciste por el bien de Annie. O eso dices.
—Así es. ¿Crees que Melissa se lo ha creído, Max?
—No tengo ni idea. Mi hermana no es tonta —él sonrió—. La cosa es que
gracias a ella he llegado hasta esta habitación. Eso es lo único que me importa.
A Samantha se le aceleró el pulso.
—¡Esto no quiere decir nada! ¡Hablamos de ello antes de la cena!
—¿Sabes lo que recuerdo de esa discusión, Samantha? Que dormiríamos en la
misma habitación, en la misma cama.
—No es así como yo lo entendí.
—Espero que lo hagas. No voy a dormir en unas sillas. Te repito que fue idea
tuya que durmiéramos juntos. Debiste saber que jugabas con fuego al traer aquí mis
cosas.
—No estaba pensando en el sexo —dijo ella.
—¿Cómo pudiste no hacerlo, después de haber tenido una vida sexual como la
nuestra?
—Ya te dije la razón, Max. Melissa ha venido a espiarnos. La situación era
desesperada. ¿No me has oído?
—Te he oído, cariño. Pero no significa que esté de acuerdo. No te engañes,
Samantha, nunca creí en las compañeras de cama platónicas.
¿Plátonicas? La virilidad de Max llenaba la atmósfera de la habitación y
Samantha no sentía nada platónico. Pero no debía mostrar sus sentimientos.
—Las relaciones platónicas existen —dijo ella.
Max se rio.
—No entre tú y yo.
—Mientras no creas que puedes tocarme... —murmuró ella.
—¿Me detendrías?
—Puede que me fuera a dormir al estudio —dijo Samantha.
—¿Con Melissa en la habitación de al lado? No me lo creo. Eso arruinaría todo
esto.
—En otras palabras, estoy atrapada.
Max le acarició la cara. Ella sabía que debía retirarse, pero no pudo.
—Solo si crees que estás atrapada.
—Lo estoy, Max. No me queda otra opción que dejarte dormir aquí.
El colocó una mano sobre el cuello de Samantha.
Capítulo 7
SAMANTHA se despertó pasada la medianoche. A pesar de que estaba medio
dormida, sintió un vacío en la habitación... como si faltara algo.
Se incorporó y vio que las sillas, donde dormía Max desde que había llegado
Melissa, estaban vacías. Pensó que quizá había ido al baño, pero al ver que no
regresaba, decidió investigar.
Salió de la habitación y vio que la puerta del estudio estaba entreabierta y la luz
encendida.
Max estaba escribiendo a máquina con dos dedos y tenía la mesa llena de
papeles.
—Max —dijo ella desde la puerta.
—Samantha... ¿te he molestado?
—No, me desperté y vi que no estabas en la habitación. ¿Qué estás haciendo?
—Trabajar.
—Ya lo veo, pero ¿a estas horas? ¡Son las tres de la mañana! ¿No puede esperar?
—Hablas como una esposa.
Ambos sonreían. Había surgido entre ellos el compañerismo que antes formaba
parte de su relación. A Samantha se le hizo un nudo en la garganta. Lo último que
quería era ponerse sentimental, cuando lo que necesitaba era desarrollar una coraza
que el dolor no pudiera traspasar. Por desgracia, había cosas que no podía controlar,
y su querido Max era una de ellas.
—Fíjate, hablo como una esposa cuando no lo soy —Max puso una cara extraña,
y como no dijo nada, Samantha continuó—. Pero sigo preguntándome qué haces
aquí a estas horas.
—Pasado mañana hay un juicio y tengo que prepararlo.
—Solías ser muy organizado.
—He tenido algunos contratiempos y mi secretaria se ha puesto enferma en el
peor momento.
—Así que no podías dormir porque estabas pensando en el caso y has decidido
ponerte a trabajar.
—Cómo me conoces.
—Si sigues hoy, vas a estar agotado, Max. ¿No puedes dejarlo hasta mañana?
—Me temo que no. Si no trabajo ahora, me acostaré y me quedaré pensando.
Vete a la cama, Samantha. No tiene sentido que los dos estemos en vela.
—Te puedo ayudar.
Max se quedó asombrado. Se puso en pie y le acarició la mejilla.
—No... Pero gracias por ofrecérmelo.
Ella deseaba apoyar la cabeza contra su pecho. La semana anterior había sido
una tortura. Dormía con Max en la misma habitación y no podía disfrutar del
contacto físico que tanto deseaba.
Fiel a su palabra, él no había intentado hacer el amor con ella otra vez.
Samantha estuvo tentada varias veces de tomar la iniciativa, pero siempre había algo
que la hacía detenerse. El orgullo, la rabia y el saber que Edna aún formaba parte de
la vida de Max.
—En serio, Max, quiero ayudarte. Te he visto escribir con dos dedos. Vas a
tardar mil años. Yo escribo muy rápido ¿lo recuerdas?
—Claro.
—Solía ayudarte antes. No sé por qué no te voy a ayudar ahora.
Max retiró la mano.
—Las cosas han cambiado, como tú siempre me dices. Ya no estamos casados,
al menos no en el sentido verdadero de la palabra.
Samantha no esperaba oír aquello. Una cosa era que lo dijera ella y otra que se
lo dijera Max. Intentó disimular el dolor.
—No es una buena razón. Esto no tiene nada que ver con estar casados. Entre
los dos acabaremos mucho antes que tú solo. Tú me dictas y yo escribo.
—No tienes por qué hacerlo —dijo Max.
—Ya te he dicho que quiero hacerlo. Estamos perdiendo el tiempo.
—Tú también trabajas —dijo él—. Tendrás que dormir si vas a ir a trabajar
mañana.
Samantha sonrió.
—Te estás quedando sin excusas. Quiero ayudarte, ¿no lo entiendes?
—Empiezo a entenderlo.
—Antes trabajábamos bien juntos.
Max la abrazó.
—En el pasado hacíamos muchas cosas bien.
Samantha no contestó. Él la abrazó más fuerte y comenzó a acariciarle la cabeza
con los labios. Ella no pudo resistirse y le besó el pecho. Podría quedarse así durante
horas.
Enseguida, Max la soltó.
—No hay nada más que decir. Si estás decidida, empecemos.
Ella lo miró. Él la observó con una ceja arqueada, como si esperase que dijera
algo.
«Te quiero», pensó Samantha. Pero no podía decírselo.
—Tienes razón, empecemos —fue lo único que dijo. Se sentó frente al
ordenador. Él acercó una silla y se sentó al otro lado de la mesa. Samantha lo observó
—Lo recuerdo —dijo ella—. Siempre que trabajábamos juntos, como hoy.
Max le agarró la mano.
—A veces veníamos después de hacer el amor.
—Sí...
—Hacíamos el amor más veces de las que trabajábamos.
—Sí.
Se acercó a ella tanto que Samantha notaba su respiración en la mejilla.
—Y lo haremos otra vez.
—Max... —se calló, incapaz de continuar.
—Sé que lo haremos. Quizá esta noche no, pero cuando estés preparada para
ello —le acarició la muñeca.
Aunque era tarde, Samantha no podía dormir. La respiración de Max llenaba la
habitación, y ella no podía dejar de pensar en la media hora maravillosa que había
pasado con él en la cocina. Sabía que era uno de los recuerdos que permanecerían
con ella cuando se marchara de aquella casa.
Las dos partes presentaron sus argumentos de cierre de sesión y el juez mandó
al jurado a deliberar. Cuando Samantha estaba a punto de levantarse, la mujer que
estaba a su lado la detuvo.
—No hay duda de cuál será el veredicto. Y menos después de lo que ha hecho
tu marido. Tienes suerte... es impresionante.
Samantha salió de la sala y vio que Max estaba hablando con sus clientes. No se
acercó para no interrumpirlo, pero él la vio, pidió disculpas y se acercó a ella.
—¿Por qué no me dijiste que vendrías?
—¿Te importa?
—Me encanta. Sobre todo después del trabajo que has hecho.
La agarró del brazo y la llevó hasta donde estaban sus clientes para presentarla.
—Señora Anderson —le dijo uno de los hombres—. Encantado de conocerla. Si
perdemos, no será por culpa de su marido. Ha hecho un trabajo estupendo.
—No podría haberlo hecho sin ayuda de mi esposa —dijo Max, y les contó
cómo se había levantado a mitad de la noche para ayudarlo.
Samantha se sonrojó de placer. Lo último que esperaba era que Max le hiciera
ese reconocimiento. El tenía que regresar a su oficina y ella se dirigió hacia la
estación.
El juez estaba hablando. El jurado ya había leído su decisión. Él era quien tenía
que decidir la condena, y lo haría una vez estudiara la situación. Dio las gracias al
jurado y después abandonó la sala.
La gente se acercó a felicitar a Max. El caso había creado tanta expectación que
varios abogados, que estaban en los juzgados, se acercaron a escuchar el veredicto.
Samantha esperó, no sabía si acercarse a hablar con Max. Ese era su mundo, y
ella no formaba parte de él.
De repente, él apareció a su lado.
—¡Lo hemos conseguido! —¡Lo has conseguido!
—Los dos. No podría haberlo hecho sin tu ayuda.
La gente comenzó a acercarse a Max otra vez, así que Samantha le dijo:
—Enhorabuena. Nos veremos en casa.
Lo vio marchar rodeado de abogados. Sabía que más tarde tendría tiempo para
ella.
Era temprano y Samantha no sabía qué hacer. Podía regresar a casa y llegar a
tiempo para recoger a Annie. Pero Helen le dijo que iría ella y que, después de
comer, llevaría a la pequeña a una fiesta de cumpleaños. Así que Samantha no tenía
prisa por volver.
Paseó durante un rato mirando escaparates. Seguía ahorrando dinero igual que
siempre, a pesar de que Max le había dicho más de una vez que se comprara lo que
quisiera. No quería gastarse dinero en sí misma y cuando compraba algo, siempre
era para Annie.
Aquel día era diferente, quería comprarle algo a Max. Eligió un bonito alfiler de
corbata y pidió que se lo envolvieran para regalo. Decidió que se lo daría después de
cenar.
«¿Y por qué no lo invito a comer?», se le ocurrió de repente.
Tomó un taxi hasta Wall Street y subió a la planta cincuenta y tres del edificio
donde trabajaba Max. La recepcionista llevaba años trabajando allí y recibió a
Samantha afectuosamente.
—Señora Anderson. Cuánto tiempo sin verla.
—Sí, Brenda. Me alegro de verla.
Hablaron durante unos minutos y después Samantha le preguntó:
—¿Max está con un cliente?
—Creo que no. ¿Quiere que lo avise y le diga que está aquí?
—No hace falta, gracias. Le daré una sorpresa.
La puerta estaba entreabierta. En ella había una placa de bronce con el nombre
de Max. Samantha entró en el despacho y se detuvo de forma inmediata.
Max y Edna estaban de pie junto al escritorio. Edna tenía los brazos alrededor
del cuello de Max y él la agarraba por la cintura. Samantha se quedó de piedra. Edna
levantó la cabeza como para besar a Max.
Capítulo 8
MAX ni Edna la habían visto.
Samantha era incapaz de hablar, de moverse. Se sentía mal. Su primera reacción
fue marcharse antes de que ellos la vieran. Aparte de la recepcionista, nadie sabría
que había estado allí, y no le contaría a Brenda lo que había pasado. Se iría y salvaría
su orgullo.
Ya le había dado tres sorpresas a Max y dos de ellas habían sido un desastre.
¿Cuándo aprendería?
Estaba a punto de salir cuando pensó, «¡maldito sea el orgullo!». No iba a
volver a hacerlo. Le daba igual cuáles fueran las consecuencias.
Llamó a la puerta. Los dos se volvieron sorprendidos.
—¡Samantha! —dijo Max.
La expresión que puso Edna era una mezcla de sorpresa y triunfo. Todavía
tenía los brazos alrededor del cuello de Max.
—¿Os interrumpo? —preguntó Samantha.
—No —Max se separó de Edna—. Edna solo ha venido a darme la
enhorabuena.
—Ya veo. Yo he venido a lo mismo.
—No te han anunciado —dijo Edna.
—No pensé que hiciera falta. Después de todo, soy la esposa de Max.
—Cierto —dijo Max.
—Pero... las recepcionistas saben que no pueden dejar entrar a cualquiera.
—Samantha no es cualquiera —dijo Max—, es mi mujer.
—Que ha venido a invitarte a comer —dijo Samantha sonriente—. Supongo que
después de haber ganado el caso, podrás tomarte media hora libre.
—Incluso más. Una hora.
—¡Max! —Edna ya no estaba triunfal, sino enfadada—. ¿Has olvidado el otro
caso? Tiene que estar para el jueves, íbamos a repasarlo en la comida.
—Tendrá que esperar —le dijo Max.
«Tranquila», pensó Samantha, y sonrió al salir de la oficina con Max. Se percató
de que Edna los observaba y se llenó de satisfacción. Todavía sentía una opresión en
el pecho, pero no permitiría que ellos se dieran cuenta.
A Max lo conocían bien en el restaurante al que fueron a comer. Algunas
personas se acercaron a felicitarlo por haber ganado el caso, otras solo a saludarlo.
Hablaron acerca del caso hasta que el camarero fue a tomar nota. Samantha
estaba sorprendida de poder hablar tan tranquila cuando por dentro estaba llena de
rabia.
—Respecto a Edna... —comenzó a decir Max.
Estuvo a punto de marcharse, pero su enfado hizo que se quedara. Había ido
para enfrentarse a Edna, y no se marcharía sin hacerlo.
—Deja en paz a mi marido.
—¿Qué has dicho?
—Ya me has oído. Es hora de que dejes de perseguir a mi marido.
—¿Eso es lo que estoy haciendo? —dijo Edna con burla.
—No te hagas la inocente, Edna. No es la primera vez que hablamos. Me
hubiese gustado haber sido más franca en la fiesta de los Langley. Tendría que
haberte dado un ultimátum.
—¿Un ultimatum? —se rio Edna—. ¿Qué tipo de ultimátum? ¿Qué crees que
podrías hacerme?
Samantha no sabía que contestar. Los ultimátums no servían para nada, y
menos cuando su marido era cómplice en la relación con esa mujer detestable. Pero
no podía echarse atrás.
—No tengo que darte los detalles. La cosa es que no voy a dejar que sigas con
Max. No estoy dispuesta a aguantarlo.
Edna soltó una carcajada.
—Bueno, bueno, bueno... ¿qué le ha pasado al ratoncito? Ese que salió corriendo
cuando me encontró en la cama con su marido, se inventó una excusa para
marcharse pronto de la fiesta y ni siquiera era capaz de competir.
Samantha estaba furiosa.
—No es la primera vez que me llamas «ratoncito». ¡No lo vuelvas a hacer!
—La última vez no me dijiste nada —se burló Edna—. ¿Qué ha cambiado esta
vez? ¿El ratoncito se ha convertido en un dragón?
Sobre la mesa había un sujetapapeles. Samantha lo agarró sin pensar. Estaba
frío y era duro. Era una amenaza. Edna la miró con sorna.
—No te atreverías a lanzármelo —dijo.
—No sabes las cosas que hace la gente cuando la incitan. Pero tienes razón, no
te lo voy a tirar —Samantha dejó el sujetapapeles en la mesa—. No creo que la
violencia resuelva nada.
—Sí que has cambiado —dijo Edna—. ¿De dónde has sacado esa crueldad? ¿O
siempre la has tenido?
—Es nueva —informó Samantha—. Y llega un poco tarde, así que deja de
pensar que soy un ratón, Edna. No lo soy.
—¿Y un dragón?
Samantha respiró hondo, se apoyó en la mesa y miró directamente a los ojos de
Edna.
—Un dragón tampoco. Solo una mujer enamorada de su marido, y decidida a
luchar por él.
¡Por fin lo había dicho! Había hecho público el amor que sentía por Max.
También había desafiado a Edna.
—¡Bueno! —la expresión de la cara de Edna era diferente. Una mezcla de
sorpresa, rabia y, quiza, respeto—. Solo vas a estar con Max seis meses.
—El tiempo no está escrito. Puedo quedarme todo lo que quiera. Además, no
tengo por qué hablar de eso contigo.
—¿Max sabe que quizá te quedes más tiempo?
—Lo que hable con mi marido es cosa mía.
—¿Y qué quieres conseguir con todo esto?
—Creo que ya lo he dejado claro. Quiero que te olvides de Max. No puedo
cambiar el pasado, pero Max es mi marido y no tengo intención de compartirlo
contigo.
Edna se levantó y miró por la ventana. Samantha se preguntaba en qué estaría
pensando. ¿Aceptaría dejar en paz a Max? ¿Y Max se olvidaría de ella?
Al final, Edna se volvió y dijo:
—¿Has dicho que amas a Max?
—Mucho.
—Lo suficiente como para luchar por él, ¿es eso lo que dijiste?
—¡Es mejor que te lo creas!
—¿Por qué no luchaste la primera vez? ¿Cuándo nos encontraste en la cama?
—Debí hacerlo. Pero eso es agua pasada.
Miró a Edna. Había algo en su expresión que no comprendía y empezaba a
sentirse incómoda.
—¿Qué harías si nos encontraras otra vez en la cama?
La pregunta pilló a Samantha desprevenida.
—Tirar tu ropa por la ventana y darte un minuto para bajar por ella.
—Sí que has cambiado.
—Espero haber contestado a tu pregunta.
—En cierto modo sí.
Samantha esperó a ver si Edna continuaba.
—En realidad no sé lo que haría. Pero te diré una cosa, lucharía como pudiera.
—Es decir, te has convertido en un buen contrincante.
—¿Qué quieres decir? Esto no es un juego.
—¿No lo es? De hecho es un juego en el que ha cambiado la dinámica. Quizá
porque te has convertido en alguien más interesante.
—No sé de qué estás hablando.
Edna se sentó otra vez e hizo un gesto para que Samantha se sentara.
Samantha se quedó de pie.
—Ya he dicho lo que quería decir. Ahora me voy.
—Siéntate. Ahora me toca a mí.
Estaba claro que Edna tramaba algo y Samantha sintió un gran nudo en el
estómago. Pensaba que Edna le iba a decir que Max y ella estaban comprometidos, y
que esperaban a que terminaran los seis meses para que se tramitara el divorcio y
poder casarse.
—Te diré algo que te gustará oír —había malicia en el brillo de sus ojos—. ¿Te
sientas?
Samantha se sentó al fin.
—La noche que nos encontraste en la cama... supusiste que estábamos haciendo
el amor.
—¿No era así?
—No.
—¡Por favor! Estabais desnudos. Max... Max estaba contigo.
—Tu querido marido llevaba el pijama. ¿O no te acuerdas? —dijo Edna en tono
sarcástico.
—Pero yo creí...
—Te equivocas. No digo que yo no quisiera hacer el amor. Por supuesto que sí,
por eso estaba allí. Desnuda y disponible, en la cama de Max.
Edna tomó un lápiz y comenzó a hacer garabatos en un papel. Samantha estaba
quieta, esperando a que continuara.
Edna dejó el lápiz y la miró.
—Yo acababa de salir de una relación que terminó de repente, sin avisar. Me
sentía como si se hubiese acabado el mundo. Y ahí estaba Max, guapo, dinámico, sin
duda el hombre más sexy de toda la conferencia. En esos momentos necesitaba un
hombre, para acostarme con él. Alguien que me hiciera sentir que todavía era
atractiva.
—¿No pensaste que podías hacer daño a otra persona? ¿No te sentiste culpable?
—¿Culpable? ¡No! Cuando un hombre te abandona, una no piensa en nadie
más. Deseaba a Max. Tú no estabas allí y no veía qué mal podía hacer por pasar una
noche con él.
—¿No pensaste en mí? —Samantha estaba temblando.
—No te tenía en mente.
—Así que invitaste a mi marido a que se acostara contigo —dijo Samantha.
Pensaba que él no debía de haber aceptado.
—No fue así exactamente. Me colé en su habitación. Cuando él entró, estaba
desnuda en la cama. Solo había luz en una esquina de la habitación y él no me vio.
Max había bebido un poco y estaba un poco despistado. Se puso el pijama y se metió
en la cama antes de saber que yo estaba allí.
Una vez más, Edna se calló. Samantha no quería seguir escuchándola, pero
tenía que hacerlo.
—Me lancé por él. Tal como suena. Max no estaba interesado. ¿Sabes cómo
afectó eso a mi autoestima? Primero me rechazó un hombre, y después otro...
—¿Has dicho que te rechazó?
—Tú querido marido me dijo que no, aunque intenté seducirlo. ¿Quieres saber
lo que dijo? Que estaba casado y enamorado de su esposa.
Samantha se quedó de piedra. Le resultaba difícil creer lo que Edna le estaba
contando.
—¿Y entonces llegué yo? —preguntó.
—No. Max se percató de lo mal que me encontraba yo y, como es un encanto,
no me echó de allí. Me abrazó y dejó que hablara y llorara. Cuando dejé de llorar
intenté seducirlo otra vez, y me pidió que me fuera. Entonces fue cuando tú entraste
en la habitación.
—¡Cielos! —exclamó Samantha horrorizada.
—Tenías que haber visto tu cara. Parecía que te ibas a desmayar allí mismo.
—Después de lo que habías pasado, pensaba que hubieras podido
compadecerte de mí.
—No esperaste a que nadie se compadeciera, cariño. Max intentó hablar
contigo, pero no lo escuchaste. Saliste corriendo como si te persiguiera el diablo.
Igual que el ratoncito con el que yo te comparo. Te negaste a que Max te diera
explicaciones.
—Podías habérmelo dicho tú.
—¿Yo? ¿Por qué? Si no escuchabas ni a tu marido, ¿por qué tenía yo que hablar
contigo? Para entonces, yo empezaba a enamorarme de él. Max Anderson es
estupendo, por si no lo sabes, Samantha.
—Sí lo sé. Ya te lo he dicho. Estoy dispuesta a luchar por él. Todavía no lo
entiendo, Edna, ¿por qué me cuentas todo esto ahora? Comprendo que aquella noche
no me dijeras nada, pero en la fiesta de los Langley podías habérmelo dicho. En
cambio, estabas muy sarcástica. Hablabas como si estuvieras liada con Max. ¿Qué ha
cambiado?
—Samantha, la que ha cambiado eres tú.
La mirada de Edna era más hostil que nunca. Pero Samantha notó cierto aire de
respeto.
—Como te dije antes, es la primera vez que te veo como una contrincante. Antes
te despreciaba. Consideraba que no te merecías a Max. Pero cuando entraste aquí
dispuesta a pelear, pensé que tenía que darte otra oportunidad.
—Supongo que debería darte las gracias.
Edna se rió.
—Ahórratelas. Si crees que me voy a olvidar de Max, te equivocas. Estaré
disponible siempre que quiera. Es estupendo... el mejor hombre que conozco.
—En ese caso, me pregunto por qué has decidido contarme todo esto.
—Pensé que te habías ganado el derecho a saberlo.
—Gracias...
—Te he dicho que te las ahorres. Ahora, ¿te importaría salir de mi despacho?
Tengo mucho trabajo.
Capítulo 9
SAMANTHA? ¡Samantha!
Levantó la vista y se dio cuenta de que durante el rato que Melissa había estado
hablando con ella, no había escuchado nada.
—Iba a hacer un brindis por Max —dijo su cuñada—. Para felicitarlo por ganar
el caso.
Samantha levantó la copa y sonrió a Max.
—Tu hermano estuvo fantástico en el juicio.
—Exageras —dijo Max sonriendo—. Tuve más suerte que otra cosa.
—La suerte no tuvo nada que ver —dijo ella.
—Has estado toda la tarde pensativa, Samantha. ¿Te preocupa algo?
—No, nada importante —mintió.
Melissa tenía razón, había estado toda la cena distraída.
Desde que salió del despacho de Edna pensaba en que Max la amaba y que no
le había sido infiel. Ella quería a Max y él a ella.
Max había intentado darle explicaciones acerca de lo de Edna, pero ella no le
había dejado. Habían perdido un año de sus vidas porque ella no quiso escucharlo.
Además, había llevado adelante los trámites de un divorcio que ni siquiera debió
plantear.
Aquello tenía que cambiar. No podía esperar para ver la cara que pondría Max
cuando le dijera que sabía toda la verdad. Pero antes de hablar, harían otra cosa.
—No te has acostado —dijo Max más tarde, cuando entró en la habitación.
—No.
—Sueles estar durmiendo cuando yo vengo, aunque a veces me pregunto si...
—¿Si qué?
—Si intentas... —se calló. Al ver que Samantha se acercaba a él, no pudo
continuar.
Ella oyó que respiraba hondo y vio que la miraba con deseo, como si no se
creyera lo que estaba viendo.
Su mirada era tan intensa que Samantha sentía como si le estuviera acariciando
los hombros y los pechos, a pesar de que llevaba puesto el camisón.
—¡Cielos! —exclamó él—. ¡Estás guapísima!
—¿Sí?
—¡Increíble! ¡Maravillosa! Quisiera comprenderlo.
—¿Qué es lo que no comprendes, Max? —dijo Samantha. Su corazón cada vez
latía más rápido.
lo que Samantha se había privado tanto tiempo, de la unión de dos cuerpos que no
quieren separarse nunca.
Después se quedaron tumbados. Siguieron besándose, pero de forma más
relajada.
—Te quiero —dijo Max—. Nunca he dejado de quererte, mi amor.
Samantha lo miró. Había pensado que nunca se iba a sentir tan feliz.
—Yo también te quiero, Max. Y mucho.
—Eres la mujer más bella que he conocido nunca. Te desearé siempre,
Samantha.
Quería decirle tantas cosas. Que ella también lo deseaba, que tendría que
echarla de casa si quería que se marchara... pero Max tenía otras cosas en mente
además de hablar. Se colocó encima de Samantha, ella lo abrazó por la cintura y, otra
vez, hicieron el amor.
Se quedaron dormidos y, cuando Samantha se despertó, aún estaban abrazados.
Se quedó junto a Max, sintiendo su cuerpo musculoso y acariciándolo despacio para
no despertarlo. Deseaba que la noche no terminara nunca y se quedaran así para
siempre. Recordó las cosas maravillosas que se habían dicho, y entonces ya no le
importó que amaneciera, porque supo que pasarían juntos el resto de sus vidas.
Pensó en Edna y en lo que ella le había contado. Todavía no le había dicho a
Max que se había enterado de todo, pero no importaba. Hablarían por la mañana,
antes de que él se fuera a trabajar.
Se quedó dormida otra vez y cuando despertó oyó que, a lo lejos, Annie
hablaba con Melissa. ¡Annie! Era muy tarde, tenía que llevarla al jardín de infancia y
después debía marcharse a trabajar. Estiró el brazo y notó que la cama estaba vacía.
Max ya se había marchado. No recordaba la última vez que se había sentido tan feliz.
—¡Por favor! —dijo Samantha—. ¡Dímelo! ¿Qué ocurre con Max y la herencia?
—Nada —Melissa estaba nerviosa y a punto de marcharse.
Samantha la agarró del brazo.
—¡Tienes que decírmelo! No puedes callarte ahora. ¿Qué pasa con Max?
—Ojalá no hubiera dicho nada. Pensé que lo sabías.
—No.
—Bueno, no puedo decirte nada. Tendrás que preguntarle a Max.
—Solo dime una cosa. ¿Max y Annie están bajo la misma condición?
—No exactamente. No me preguntes más, Samantha. Me estás poniendo en un
compromiso.
—Tú empezaste, Melissa.
—Lo sé, y es culpa mía. Pero no quería... ¡Oh, Max se pondrá furioso! No puedo
decirte nada más, Samantha.
Pero Samantha ya había escuchado suficiente.
—Max recibirá su herencia en dos partes. Una la recibe de forma automática.
Para la otra tiene como condición que salve nuestro matrimonio —miró a Melissa—.
Es, eso ¿verdad?
Melissa no tenía intención de decir ni una palabra más. No hacía falta.
Samantha sabía todas las respuestas.
Se cambió de ropa y bajó las escaleras. Melissa le había dicho que se quedaría
con Annie. Su cuñada estaba nerviosa.
—Samantha... —comenzó a decir con expresión de culpabilidad.
Samantha le tocó el brazo.
—No te preocupes. Lo que ocurra a partir de ahora, no será culpa tuya.
Cuando llegó al puerto vio el coche de Max. A él no lo veía por ningún lado, así
que Samantha se dirigió al lugar donde siempre estaba atracado el barco. Max había
comprado el barco poco después de su boda. Lo llamó The Sammax, como dando por
supuesto que Samantha y Max siempre estarían unidos.
Cuando llegó Samantha, Max estaba fregando la cubierta. Estaba de espaldas a
ella y no la vio llegar.
Estuvo a punto de llamarlo, pero algo la detuvo. En pantalón corto, parecía más
un marinero que un abogado. Tenía la piel bronceada y su cabello se movía con el
viento.
Por una parte, Samantha deseaba que Melissa no hubiera dicho nada acerca de
la herencia. Si no supiese la verdad, todo sería diferente.
Max se volvió y dijo:
—¡Samantha! —se acercó a la proa y le dio la mano para ayudarla a subir.
Ella subió. No quería que sospechase nada antes de que llegara el momento.
—Hola, preciosa —le dio un beso y sonrió.
Samantha no quería que la desarmara la sonrisa de Max, ni ante el brillo de sus
ojos ni ante su atractivo sexual. Pero no lo podía controlar.
—Estás muy guapa.
—Gracias —contestó ella con frialdad.
—Me alegro de que hayas escuchado el mensaje. No estaba seguro de si
vendrías.
—¿Alguna vez dudas de algo, Max?
—¿Eso qué quiere decir, cariño? ¿Has tenido un mal día en el trabajo?
—Nunca tengo un día malo en el trabajo —contestó ella.
—Tengo la sensación de que estás un poco tensa. Saldremos a navegar y te
relajarás. También tengo otros planes, para cuando lleguemos a casa.
Estaba tan clara cuál era su idea que Samantha sintió como se ponía en tensión.
Algunos de sus mejores recuerdos eran de ese barco. Si pudiera disfrutar de la
salida con Max. Pero tenía que ser realista. Max, el guapo y retorcido Max, era un
atractivo estafador. Tan seguro de sí mismo que nunca se le ocurriría que Samantha
había descubierto su estrategia.
—¿Planes? —preguntó ella.
—Estupendos. ¿Quieres que te los cuente?
Samantha sintió que en su interior el deseo luchaba contra la rabia. Tenía que
contener el deseo, no podía rendirse ante él.
Solo había ido allí para una cosa, y cuanto antes le dijera a Max lo que pensaba
de él, mejor. Pero tenía que elegir el momento adecuado.
Máx se preparó para soltar amarras. La gente los saludaba, todo era muy
familiar, pero también muy doloroso, porque Samantha sabía que nunca volvería allí.
Max era todo un lobo de mar. Samantha estaba apoyada en el pasamanos. Iba
mirando el agua para no ver a la persona a quien no podía dejar de amar.
Se quedó helada al oír que Max la llamaba.
—¿Sí...?
—Ven aquí conmigo, cariño.
—Estoy aquí muy bien.
—¿Te fías de que te lleve adonde quiera?
Hubo un tiempo en que Samantha confiaba plenamente en Max. Eso había
cambiado.
—Claro, ¿por qué no?
—Podría ir navegando contigo hasta el fin del mundo.
—¿Hasta el fin del mundo? No creo, Max. No creo que estuvieras contento en
ningún otro sitio que no fuera Nueva York. Te gusta estar donde hay grandes
negocios y mucho dinero. Sin mencionar el misterio.
—Sería feliz en cualquier sitio siempre que estuviese contigo. Y con Annie. ¿No
lo sabes, éariño?
«Mentiroso», pensó ella.
—Sabes todo lo que hay que decirle a una mujer, Max.
—Hablas como si no creyeses lo que digo.
Samantha soltó una carcajada.
—Max, ¿por qué iba a pensar eso?
—No tengo ni idea. Lo que sí sé es que hoy te comportas de manera extraña.
¿Por qué no dejas de decir tonterías y te vienes aquí conmigo, junto al timón?
Ella se acercó y él la rodeó con el brazo.
Su querido marido estaba llevando el juego hasta el final. Samantha decidió
dejarlo disfrutar un poco más.
—¿Qué te ocurre? —preguntó él.
—¿Qué me ocurre?
El apoyó la mejilla sobre la cabeza de Samantha. Ella lo dejó. Quería hacerle
creer que seguía siendo la chica que se había enamorado de él cinco años atrás y que
creía todo lo que le decía.
—Algo te pasa —insistió Max. Le acarició un brazo y ella intentó no sentir nada.
—Ese fue por haber ganado el caso —dijo mirándola a los ojos—. Este es por ti,
cariño.
Por su forma de mirarla, a Samantha le resultó mucho más difícil decirle lo que
pensaba. No podía esperar más.
—Max... —comenzó a decir.
Él continuó como si no hubiera escuchado nada.
—Por ti, Samantha. Mi querida esposa.
—¡Max!
—Espera, cariño, déjame terminar. Brindemos por nosotros, y por nuestro
matrimonio.
Tenía menos escrúpulos de lo que ella imaginaba.
Había jugado con ella para conseguir lo que quería.
—¿Nuestro matrimonio? —dijo ella con cinismo.
—Sí, cariño, esta vez va a durar para siempre.
—¿Para siempre?
—Para siempre —entrechocaron las copas y él dio un sorbo—. No has bebido,
Samantha.
—No tengo sed.
—¿Ni siquiera vas a brindar?
—No creo, Max.
Él la miró pensativo. Después le dio un regalo.
—Esto es una repetición de lo de ayer —dijo ella—. Cuando te di el alfiler de la
corbata.
—No te equivocaste.
—¿Sí que habías cambiado de opinión acerca de nuestro matrimonio?
—Eso creí.
—¡Samantha! —exclamó y se acercó a ella—. ¡Eso quiere decir que hay
esperanzas!
—¿Esperanza? —ella se retiró un poco—. ¿Para nuestro matrimonio? ¡Olvídalo!
—¿A qué estás jugando?
—¿Jugar? —Samantha soltó una carcajada.
—¿Te importa decirme de que estás hablando?
—Hasta ahora tú has establecido las reglas del juego y querías que yo las
siguiera. ¿Y lo hice, no? Pero el juego ha cambiado, Max.
—¿Sí? —él la miró con cautela.
—Sí. Había reglas que yo desconocía.
—¿Cómo cuál?
—Como la segunda condición del testamento de tu padre. La que condiciona la
mitad de tu herencia a nuestro matrimonio.
—Así que eso es lo que ocurre —dijo tenso.
Samantha se había equivocado con respecto a Edna. Quizá también se
equivocaba entonces. Quizá Melissa se había confundido... Samantha deseaba que se
hubiera equivocado.
Esperaba que Max negara la acusación, pero no lo hizo. Estaba claro que
Melissa estaba en lo cierto.
—¿Por qué no me lo dijiste, Max? No debí enterarme por otra persona.
—¿Quién te lo dijo?
—Eso no importa.
—¿Stan Manson? No, él no te lo habría dicho.
—Te he dicho que eso no importa.
—¿Te lo dijo Melissa?
—No la culpes a ella, Max. No intentaba crearnos problemas. Creía que yo lo
sabía.
Después de un largo silencio, Max dijo:
—Y ahora que lo sabes... no debería cambiar nada.
Samantha lo miró incrédula.
—¡Todo ha cambiado!
—Veo que estás asombrada, pero...
—¡Eso no es lo que siento! ¡Me has traicionado, utilizado y explotado!
Capítulo 10
SAMANTHA y Annie regresaron a Manhattan el día que se cumplieron los seis
meses.
Al comprender que Samantha ya no quería saber nada de él y que no había
forma de salvar la relación, Max había intentado encontrar la manera de cambiar las
condiciones del testamento de su padre. Stan Manson y él habían buscado la forma
de que la herencia de Annie no se viera afectada, pero al final no lo consiguieron y
Samantha tuvo que quedarse los seis meses.
Max intentó solucionar los problemas que tenía con ella, pero no consiguió
nada. Desde que se enteró de que el futuro económico de Max dependía de que
salvase su matrimonio, ella no confiaba en sus declaraciones de amor, ni aunque
parecieran sinceras.
Ambos mantenían una relación amistosa cuando estaban delante de Annie.
Sabían que no podían involucrar a la pequeña en sus problemas, pero cuando
estaban a solas, el silencio era helador.
Samantha nunca había vuelto a acusar a Max de haberla traicionado. Ya le
había dicho todo lo que le tenía que decir. Pasaba los días como una autómata, iba a
trabajar por las mañanas y las tardes las pasaba con Annie. A veces, Max no iba a
cenar, y cuando iba, se volvía a marchar enseguida.
Él ni siquiera esperó a que Melissa se fuera para sacar sus cosas de la habitación
principal y meterlas en el estudio. Su hermana estaba dolida por todos los problemas
que había causado. Samantha le dijo que no era su culpa, que se alegraba de haberse
enterado antes de que la relación hubiera llegado más lejos.
Samantha se preguntaba si Max seguiría viendo a Edna. Una vez había
terminado la relación entre ellos, él se sentiría solo y quizá buscase la compañía de
Edna.
No le dijo a nadie lo sola que se sentía en la habitación principal, y a veces
lloraba antes de quedarse dormida. En ocasiones se preguntaba qué haría si Max
fuera a su cuarto e intentara hacer el amor con ella. Esperaba poder resistirse y
echarlo de la habitación, ya que rendirse ante él sería un duro golpe para su
autoestima.
Pero Max no había aparecido.
Los trámites del divorcio se reanudarían pronto y no pasaría mucho tiempo
antes de que hubiera sentencia. Entonces, ella tendría que llevar su propia vida, y no
imaginaba que otro hombre pudiera entrar en ella.
Annie lloró amargamente cuando llegó la hora de marcharse. Melissa ya se
había ido un mes antes, y Helen le dio un gran abrazo con los ojos llenos de lágrimas.
Max no estaba allí cuando se fueron. Les dijo adiós antes de irse a trabajar. Samantha
supuso que él temía no poder aguantar la emoción.
Cuando se alejaban de la casa, Samantha miró por el retrovisor y vio que Helen
estaba en los escalones de la entrada despidiéndolas con la mano. Samantha había
—¿Sí?
—Deja que te dé dinero.
—No, gracias, Max.
—Sé que eres independiente, pero al menos para salir del paso. Si quieres
puedes devolvérmelo cuando empieces a trabajar otra vez.
—No, Max.
—Samantha...
—Gracias por la oferta. Pero no quiero tu dinero —colgó el teléfono.
Max Anderson, importante abogado de Nueva York, ha fundado « The William and
Samantha Anderson Scolarship Fund», con vistas a financiar la educación de dos buenos
estudiantes cada año. La beca se ha fundado en honor de dos personas queridas de Max
Anderson, su padre, recientemente fallecido, y su esposa, Samantha. El dinero de la beca
proviene de la herencia que William Anderson le dejó a su hijo.
—¿Está Max?
Helen asintió y señaló hacia el embarcadero. Tomó la mano de Annie y dijo:
—Ven, que te voy a enseñar lo que tengo para ti.
Samantha vio a Max a lo lejos. Estaba sentado en un banco, con la barbilla
apoyada entre las manos. Parecía ensimismado. Samantha nunca lo había visto tan
vulnerable y desconsolado.
Él no la oyó llegar. Ella se paró a su lado y le tocó el hombro.
—Max.
Él levantó la vista y la miró.
—Max...
—Samantha. Oh, Samantha. Creía que nunca vendrías.
—Aquí estoy. Y Annie también. Está con Helen.
Max estaba demacrado, como si no hubiera dormido en mucho tiempo.
—He visto el periódico —dijo Samantha—. Leí lo de la beca.
—Esperaba que contactaras conmigo. Cuando pasó el tiempo y al no saber de ti,
pensé que todo había terminado.
—No vi el periódico hasta ayer. Betty no me lo envió.
—¿No te lo envió?
—Vio que era un periódico y pensó que no era importante.
—Y yo todo este tiempo pensando...
Samantha se arrodilló y lo abrazó.
—¿Qué pensabas, Max?
—Que todo había terminado. Que no había esperanzas. Que me odiabas de
verdad.
Samantha apoyó la cabeza en el regazo de Max. Él comenzó a acariciarle el
cabello.
—Nunca te he odiado, Max Ni cuando estaba enfadada. Ni cuando creía que
tenías un lío con Edna. Nunca he dejado de quererte.
—¡Samantha! No puedo creer que esté escuchando esto.
—Es cierto, mi amor.
Él la miró a los ojos.
—¿Has hablado de Edna en pasado?
—Así es —dijo ella y le contó cómo se había enfrentado a Edna y lo ella le había
contado.
—¿Por qué no me lo dijiste? Siempre intentaba explicártelo y nunca me
escuchabas.
Fin