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Georges Bataille, la risa soberana.

Lo imposible, el juego, la literatura (2012).


Francisco Cuauhtémoc Camilo Delgado, UNAM

Hubiera querido actuar –pero para qué–, la


muerte está allí, de repente, aniquilando la
actividad. Observad, está entre los ciegos, en
esta isla de la vida, rodeada por el mar des-
conocido y creciente al que llegaron desde
extraños países; y cuando la acción humana
se ha ido –nosotros ya no volveremos– en la
nave de guerra, la intrusa ha llegado en medio
de siete princesas. ¡Tened piedad de nosotros!
Porque la muerte está cerca y no nos atrevemos
a extender la mano por miedo a tocarla.
Maurice Maeterlinck

El límite de las fuerzas de un hombre exhibe los alcances de su vitalidad; su cansancio, su


enfermedad, prefiguran su muerte. Pero ese hombre, en la inmediatez del mundo, luce la bruta gala
de su fuerza física: caza, resiste las inclemencias naturales, vence cuerpo a cuerpo a sus detractores
o perece. Si aquellos no lo matan en el intento, quizás tenga tiempo de elaborar sus acciones, hacer
experiencia con su pasado y colocarse así a unos pasos de distancia de su antigua rusticidad. Sólo
entonces será astuto. Dado el primer paso es difícil detenerse. Pronto germinará en él la ambiciosa y
efectiva fuerza de su intelecto y en paralelo crecerán también (la invención de las máquinas da
testimonio de ello) los límites de sus fuerzas humanas. ¿Cuál es la finalidad de todo esto?
¿Prolongar la fatal hora y los alcances de la vitalidad? No lo sabemos con certeza. Aunque esa
garantía erija nuevos impulsos y fines para colmar los esfuerzos y vanidades de tal hombre.
Sin embargo, ninguna vida humana transcurre en solitario. Por lo general, cada uno mide sus
fuerzas con las de sus semejantes, ese choque ha dado forma al mundo que habitamos: pasiones,
deseos, erotismo, lucro, moral. Violencia… pero son también estos choques y pluralidades las que
nos arrebata al mundo día a día de las manos. El trabajo, que es la concentración de la fuerza de los
hombres aplicada a distintos fines, garantiza nuestra permanencia en la vida, pone de por medio la
realización de bienes y saberes, los divide, los específica, los convierte objetos o actividades útiles,
provechosas, con una finalidad relativamente clara: la sobrevivencia, la organización, la levedad
frente a la insoportable gravedad de la naturaleza y la carestía.
¿Pero hay alguien que nunca haya estado sometido de alguna manera u otra a las molestias
del trabajo, los deberes o las órdenes? La vida humana que se desplaza en un flujo irregular de un
punto a otro es un movimiento variable que toma forma de acuerdo a las actividades que
realizamos: los tipos de trabajo, los modos de producción, las formas de organización social que
1
tienen un poder formativo sobre la vida, aunque a la larga, nuestras actividades se apoderan de
quienes somos hasta definirnos. Bataille nos previene:
¡Advierto por todos lados, como un fruto del trabajo, un ingenuo sentimiento de
poder unido a las grandes capacidades del hombre que ejerce su inteligencia! (…)
Pese a todo, mi vida fue también un inmenso trabajo: he conocido pagando ese
precio una parte, suficiente para mi agrado, de lo posible humano (que me permite
decir hoy «lo posible, si, ¡he obedecido!»). Lo que, sin embargo, me dio el poder de
escribir es haber preferido, a veces, no hacer nada.1

Si el trabajo y sus actividades nos dominan es precisamente porque hacen posible la vida.
Su tiranía deviene aceptable porque su desobediencia pondría en juego nuestra supervivencia.
Quién mire de frente a la muerte y no tema tendrá la vida en sus manos. A la mayoría esa idea
nos resulta escalofriante y por ello fundamos leyes, tabús y cultura. La mansedumbre se apodera
de nuestras fuerzas, se alimenta de nuestra debilidad y la convierte en un campo apacible en el
que cierne semillas de paradojas sombrías que al florecer engendran frutos plagados de temores.
La fuerza domesticada se concentra entonces en un trabajo específico (que hemos de repetir para
subsistir), trabajo que hace de nosotros seres perezosos y cobardes. En efecto, el trabajador es un
ser paradójico: gasta sus fuerzas para asegurarse más trabajo y así garantizar su vida, pero el
trabajo le consume esa vitalidad que tanto se esfuerza por mantener a salvo. El trabajador teme
por su vida y procura conservarla, pero a la vez ha de gastarla y entregarla al trabajo si desea
subsistir. Nuestra permanencia en la tierra se convierte en un encierro que alterna el placer y el
dolor: La prisión del cansancio y el placer nos condena a la servidumbre. Sólo quien trabaja (o
ha trabajado) hasta el tedio presta atención a los pasos de la muerte que merodea. Quien no
trabaja olvida y participa del encanto del juego que da, que empeña su vida por el mero gusto.
El juego, en el transcurso de la historia, es dirigido por los amos. El juego es el
privilegio de los amos: ser esclavo es no tener la dicha de jugar.
La clase inferior sublevada abolió los privilegios; del mismo modo, el juego es
abolido, la humanidad disminuida.
El que manda –el amo– mira la muerte con indiferencia.
El temor a la muerte obliga al esclavo a trabajar. Tomar en serio a la muerte inclina a
la servidumbre.
El trabajo se lleva a cabo en la espera de un resultado, y en la espera, los hombres
sienten lo que escapa al animal: la cercanía ineluctable de la muerte. 2

Observemos que la formulación discursiva del sentimiento de muerte introduce en el


trabajo la conciencia de finitud que atormenta a los hombres: El suplicio de saberse mortales. Sin

1Georges Bataille. La experiencia interior. Tr. Fernando Savater. Taurus, Madrid, 1989, p. 189.
2Georges Bataille. “El juego” en: La oscuridad no miente. Tr. Ignacio Díaz de la Serna. Taurus, México,
2001, p. 63.
2
embargo, en la experiencia humana, la muerte es aquello que no logra consumarse, aquello que
constantemente se aplaza a pesar del empeño de todas las fuerzas en la actividad. Para Bataille
lo que causa la muerte salva la vida y en el desfallecimiento momentáneo se trazan los bordes de
la vida misma, se dibujan las fronteras, los límites de lo posible. Por lo tanto, no es la conciencia
de finitud el límite que arroja a los hombres al punto extremo de lo posible, sino el momento en
que ya nada en la experiencia es posible, aquello que escapa a los límites conocidos de nuestras
fuerzas, imaginación, pensamiento y, sin embargo, se barrunta en sus límites. Tal es el momento
en que el hombre tiembla ante la violencia de la muerte que no lo toca pero lo mira a los ojos.
Bataille realiza el ejercicio de una escritura límite que juega con los criterios de lo
posible. Tomemos el ejemplo de Trainspooting. “Imagina el orgasmo más grande que hayas
tenido, multiplícalo por mil y aún estarás lejos de la sensación de la heroína”. Tanto placer
mataría y sin embargo los heroinómanos sobreviven. Se trata pues de un juego que violenta la
realidad desde la realidad misma para exhibir la fragilidad convencional que la soporta.
Juego conmigo mismo a si la voluptuosidad o el dolor me proyectan más allá de la esfera en la que
no tengo más que un sentido: la suma de las respuestas que doy a las exigencias de la utilidad;
juego conmigo mismo cuando, en el punto extremo de lo posible, tiendo con tanta fuerza hacia lo
que me derribará que la idea de la muerte me agrada -y me río al gozar con ella.
Pero la más pequeña actividad o el menor proyecto ponen fin al juego y, en la carencia de juego,
vuelvo a ser traído a la prisión de los objetos útiles y cargados de sentido.3

En efecto, el juego es apuesta y abandono, pero también libertad soberana que transgrede
la utilidad, práctica que violenta el orden establecido porque sin estar justificado por una
finalidad útil sí implica un agotamiento que es tan grande como el del trabajo. El juego, en tanto
actividad sin finalidad, compromete el sustento de la propia existencia, representa el camino
corto al destino del hombre, un atajo hacia la muerte que pone la vida en juego y juega con la
vida. He ahí los rasgos trágicos y violentos del juego en los que insiste Bataille.
Si el carácter lúdico de esta práctica interior y exterior es tan inquietante quizá se deba a que
expone la ridiculez de la existencia. La risa es el fondo del mundo y la expresión de lo ridículo es
exclusiva de la humanidad; representa un atentado contra todo orden o seriedad sobre los que se
intenta erigir la jerarquía y el poder. En la naturaleza todo es salvaje y nunca se exhibe el poder
como espectáculo. El poder humano, sin embargo, necesita espectadores para afirmar su valía. Lo
ridículo del poder radica en su exhibición porque desnuda su insuficiencia: debe ser visible para ser
temido, hay que ubicarlo para respetarlo y obedecer. Los seres que se rindan ante el poder y lo
idolatran son ridículos porque las jerarquías que respetan y detentan afirman su propia impotencia...

3 La experiencia Interior. Op. Cit. p. 201.


3
ante esto algunos reímos y generamos una especie de contrapoder igualmente ridículo; ridículo
porque se opone a algo que, en principio, no tiene validez propia, pero al hacerlo nos ponemos en
riesgo y jugamos orden y el orden puede o no aplastarnos según nos tome en serio o como juego.
Pero en el inter, en el desfallecimiento que jugando abrimos, hemos suprimido el orden y evocamos
su imposibilidad.
Ridículo es una palabra que proviene del verbo latino ridere vinculado con la risa y el acto
de reír. Sin duda los seres que reímos somos seres en extremo ridículos y también nuestros gestos,
sonidos y desfiguraciones en estado de risa. Pero los seres que no ríen y, por tanto, ignoran su
ridiculez ¿no son aún más ridículos? Quizá por ello, de entre todas, la idea más ridícula es la de
Dios. Condensa un poder a-b-s-o-l-u-t-o que produjo seres ridículos para su veneración y
beneplácito, seres que deben percibir, en su existencia, la ridícula creación que son ellos mismos.
De las casas dio a Sepúlveda la prueba de la humanidad y del alma en risa; Quizá pensó que si Dios
existiera ¡reiría!, tanto, que habría enloquecido de risa al descubrir que nuestra ridiculez es también
la suya. Tal vez si la risa presta su voz (aunque más débil y modulada) a lo cómico, al juego y a la
alegría es porque están afiliadas a lo ridículo. La boca del universo es una carcajada infinita: el
enigma o juego imposible de lo que el universo mismo contiene.
El juego y la risa develan pues es el punto extremo de lo posible, punto en que el hombre
es desgarrado por la angustia que causa la ausencia de cualquier respuesta en relación con el
exterior. Y para el hombre que por un instante vierte sobre sí mismo toda su existencia, todo lo
exterior se derrumba. El mundo, en consecuencia, devine en una callada noche interior en la que
es difícil distinguirse a sí mismo de las tinieblas, ambos se encuentran fundidos. Como al
forzarme a cerrar los ojos en la oscuridad y llegar a ese instante en que no sé distinguir si lo he
conseguido o no, ya que es imposible notar la diferencia entre un estado y otro. (Aquí, era
preciso hablar en singular para que mis impotencias no se impusieran en la experiencia del
lector). Ciego, pero alerta de lo que me sucede, habito la angustia de un mundo extraño que
desconozco: mi interioridad. Entonces experimento la desgarradura.
¿Por qué es una desgarradura? Porque la insuficiencia de nuestras fuerzas singulares nos
hace percibir nuestros límites y con ellos, por un instante, presentimos la nada4 que nos aguarda
al cancelar el mundo y las necesidades que nos ligan él y para Bataille esta experiencia interior
se reconoce como se reconoce un temor, un escalofrío, un sobresalto y ante ella sólo podemos
huir o arrojarnos; deslizarnos por encima del abismo o sumergirnos en él. Los límites de la
4Véase: Georges Bataille. “Nada, Trascendencia, Inmanencia”, en Sobre Nietzsche. Referido a su vez en:
El Aleluya y otros textos. Tr. Fernando Savater. Alianza Editorial, Madrid, 1988, p. 153.
4
existencia, la finitud efectiva del hombre se revela al borde de este abismo. La experiencia
interior, en tanto experiencia límite de la vida es, por tanto, una forma de éxtasis: la anulación
plena de fuerzas y de sentidos.
Tal éxtasis nos sitúa en el punto extremo posible de la existencia: ante la angustia de lo
imposible, o lo risible de nuestras inútiles fuerzas para hacer frente a esa nada que presentimos
en nosotros y nos desborda, queda un remanente semejante a una desgarradura, el rasguño de esa
nada (esa muerte) que aún no llega, pero toca la puerta.
Bataille también señala que, contrapuesta a esta experiencia arrebatadora, lo más huyen
de ella a través de la ilusión que entiendo como la apuesta de la razón a favor de un orden eterno,
el de la vida, el del conocimiento, que hace imaginar a los hombres, a través de las filosofías y
religiones, que jamás morirán, que hay una extensión de la vida en la que todo es ilimitado, esto
es la confusión de sí mismo con el todo, la aspiración al absoluto que implica la restitución de la
creencia, de la fe, en la omnipotencia de las humanas fuerzas. “Estas ilusiones nubosas las
recibimos con la vida como un narcótico necesario para soportarla” 5. Pero huir del abismo de la
muerte nos confina al mundo de la actividad que bien puede entonces tomar la cara suplicante y
esperanzada de la supervivencia.
Por el contrario, arrojarse al abismo de la angustia es abrazar la carcajada ante lo
imposible, frente a la ausencia de finalidad, descubrir en el sinsentido de la propia existencia el
sentido de esa nada que todo lo devora. Ahí nuestra existencia se diluye como el rostro del gato
de Cheshire del que sólo persiste, tras su desintegración, la risa.
No se puede concebir que, caído, no sabes de dónde, en esta inmensidad
desconocida, abandonado a la enigmática soledad, condenado para acabar a hundirte
en el sufrimiento, no te sientas presa de la angustia. Pero del aislamiento en que
envejeces al seno del universo dedicados a tu pérdida, te es posible adquirir esta
conciencia vertiginosa de lo que tiene lugar, conciencia, vértigo, a los que no llegas
más que anudado por esta angustia. No podrías llegar a ser el espejo de una realidad
desgarradora si no debieras romperte…6

Para Bataille la angustia obliga, produce algo en nuestra existencia, pone en acción
nuestras fuerzas y las encamina hacia un fin o nos extravía en el juego y la violencia de la
experiencia interior que es punto extremo de lo posible. No obstante, para los poetas y la
literatura, como señala el epígrafe del ensayo, queda otra posibilidad: Contemplar. Contemplar la
nada que marca los límites del propio ser y describirlos envueltos en la belleza de sus formas.

5 La experiencia Interior. Op. Cit. p. 10.


6 Ibid. pp. 105 y 106.
5
Bataille advirtió esta tercera alternativa y la combatió con ferocidad. ¿Por qué?. Contrastemos las
dos perspectivas previamente referidas sobre el mundo de la actividad, para mostrar en qué
consiste el desprecio batalliano.
1. Por un lado, el deseo ilusorio de perseverar en el todo, ese optimismo de nuestras
fuerzas que pensamos omnipotentes, nos consagra a lo útil, a servir en el imperio de la actividad.
El gasto de las fuerzas en el trabajo aunado a las satisfacciones que éste proporciona, revelan e
insertan al hombre en la organización del mundo que posibilita su conservación, la cual es
posible mediante el seguimiento de determinados deberes, reglas y jerarquías garantes de dicho
orden. De esta manera, quien participa del deseo de serlo todo, de sentir que sus fuerzas son las
fuerzas de la humanidad, termina inserto en la moral, que es un modo de imperativo rector de la
vida social y aparece bajo la forma de las leyes, de las costumbres, de los prejuicios...
A partir de esa inserción y en adelante, la servidumbre extiende su sombra, mediante la
moral, a todo lo que toca, se apodera del espíritu de los hombres mediante las convicciones y
certezas sobre las que respaldan su existir: la ciencia, el pensamiento, la ambición que
eventualmente decantan en formas de gobernar a los pueblos.
También debemos tener presente que esta moral responde a la tiranía de la actividad en la
que todo conocimiento, principios de existencia y forma de gobierno se abocan a la satisfacción,
a la comodidad y al aplazamiento posible de la vida, es el territorio de la necesidad, y por ende,
el signo más representativo de esta moral sólo puede ser el exceso, ya sea de mercancías y
riquezas o de reconocimiento y fama individual. De ahí que Bataille afirme: “El dominio de la
actividad es el de lo posible, es el de un vacío triste, un desfallecimiento en la esfera de los
objetos."7
Ahora bien, en tanto seres aislados y confinados al trabajo, al orden que garantiza nuestra
subsistencia, la moral imperativa de la actividad sólo puede apaciguar su deseo de serlo todo
mediante su síntesis en una sola palabra, un término que el hombre vocifera, precisamente, a
través de las diversas formas de culto: Dios, porque “(…) en Dios, el saber verdadero no puede
tener otro objeto que Dios mismo.” 8 Dios es el límite, la frontera de lo posible, la síntesis de un
poder omnipresente y omnipotente ligado al orden y a la necesidad de una causa y a él se
encomienda todo para evadir la angustia que provoca ese presentimiento de la finitud, de la
muerte, de la nada.

7 Ibid. p. 187.
8 Ibid. p. 115.
6
Temblar, desesperar, en el frío de la soledad, en el silencio eterno del hombre (estupidez de toda
frase, ilusorias respuestas de las frases, sólo el silencio sin sentido de la noche responde). Haberse
servido de la palabra Dios para alcanzar el fondo de la soledad, pero no saber ya nada, escuchar su
voz. Ignorarla. Dios última palabra que quiere decir que toda palabra faltará (…)9

2. Del lado de la experiencia interior, Bataille señala que el principio que la sostiene no
obedece ni a los dogmas o actitudes morales, ni a la ciencia, ni está en busca de estados
enriquecedores como una actitud estética o experimental. “La experiencia interior no puede tener
otra preocupación ni otro fin que ella misma.” 10 Por lo que en ella reside toda autoridad y todo
valor cuyo dominio se extiende sobre el ser que la experimenta.
El ser abandonado a sí mismo en la experiencia interior siente la angustiosa puesta en
juego de sus fuerzas y sus límites llevados hasta el punto extremo de lo posible. Lo imposible
pone en tela de juicio la propia autoridad de su experiencia, no hay jerarquías, no hay orden,
ignora lo que experimenta, es un juego libre y violento consigo mismo. “Llamo experiencia a un
viaje hasta el límite de lo posible para el hombre. Cada cual puede no hacer ese viaje, pero, si lo
hace esto supone que niega las autoridades y los valores existentes, que limitan lo posible. Por el
hecho de ser negación de otros valores, de otras autoridades, la experiencia que tiene existencia
positiva llega a ser ella misma el valor y la autoridad”.11 Esta experiencia es soberana.
Sin embargo, la puesta en juego de esta experiencia es imposible debido a su carácter
hermético e interior, esta experiencia sólo puede realizarse a través de la escritura, es decir, de
su reelaboración en el lenguaje de los otros que es el lenguaje a partir del que, cada cual, da
forma a su experiencia interior. Bataille no ignoró que las palabras, específicamente las palabras
de la poesía, intentan hablar el lenguaje interior de los poetas y permanecen tras la disolución del
aquel que las formula. Sin embargo, la poesía es el filo que separa al abismo interior del mundo
de la actividad e incluso participa de ambos sin que le preocupe la satisfacción de una necesidad
o el alargamiento de la vida pero tampoco el éxtasis desgarrador de nuestro ser ante la nada.
Para Bataille la poesía está adormecida por la belleza, a veces terrible, que detiene la
actividad interior o exterior y que confina al ensoñamiento, es un auténtico narcótico. Quizá por
esto se pregunte: “Pero, ¿y si el hombre dejase de quererse a sí mismo con tal ferocidad?; esto
iría acompañado del debilitamiento de todo querer –en cualquier sentido que tal querer se ejerza

9
Ibid. pp. 44 y 45.
10 Ibid. p. 16.
11
Ibid. p. 17. En la al pie de la página referida Bataille explica que esta autoridad no traza un orden ni articula
una jerarquía es una autoridad paradójica pues cuestiona el propio existir y la experiencia del hombre en
relación consigo mismo. “Paradoja en la autoridad de la experiencia: fundada en la puesta en tela de juicio, es
puesta en tela de juicio de la autoridad; puesta en cuestión positiva, autoridad del hombre que se define como
puesta en cuestión de sí mismo”.
7
(encantamiento, combate, conquista).”12 Indiferentes a la falta de fuerzas y al dolor, los poetas no
podrían forzar su suerte13 esto es: Ni entregarse al imperio de la actividad, la moral y la
satisfacción ni abandonarse al violento refugio de la nada. Se trata de una actitud pasiva que
Bataille llama: dejadez poética o pesimismo bello.14
En su prefacio a la segunda edición de su libro Lo imposible, Bataille señala que con sus
relatos tiene la intención de pintar la verdad a la manera de novelas: por medio de relatos
ficticios y después afirma, en relación a la creación literaria que: “Sólo la violencia escapa al
sentimiento de pobreza de esas experiencias realistas; la muerte y el deseo son los únicos que
poseen la fuerza que oprime, que corta la respiración; sólo el exceso del deseo y de la muerte
permiten alcanzar la verdad.”15 Esta escritura de artificio (la literatura, la poesía) es para Bataille
la puesta en juego de lo imposible a través de un violento juego que el artista debe desplegar en
el lenguaje para mostrar el exceso de deseo y de muerte que circundan la existencia de los
hombres. La literatura es el juego que suspende el orden, que atenta contra las jerarquías de la
realidad y toma su fuerza de lo imposible.
Antes de llamarse Lo Imposible, Bataille intituló a su libro El odio de la poesía, y apunta
que consideró “(…) que el único medio para llegar a la verdadera poesía carecía de fuerza
excepto en la violencia de la revuelta. Pero la poesía no alcanza esa violencia sino evocando lo
imposible.”16 Bataille no odia la poesía sino el pesimismo bello del que la invisten los poetas
pues su indiferencia relativa a la muerte niega el éxtasis de la vida. La poesía no puede
despreciarse, pero, para Bataille debe tomar otro camino que, en conclusión, podría resumirse
como sigue: La experiencia poética, en tanto forma de derroche, que coloca al hombre ante el
punto extremo de lo posible en el lenguaje y en la formulación de su experiencia, ha de postrarse
ante la nada de tal modo que, en su propio fuero interno, mantenga toda autoridad y todo valor.
La servidumbre panfletaria la asecha y porta, seductora, el rostro perezoso de la belleza que, cual
Gorgona, paraliza a los hombres.

Si la poesía no fuese acompañada de una afirmación de soberanía (que proporciona el


comentario de su ausencia de sentido), estaría como la risa y el sacrificio, o como el
erotismo y la embriaguez, inserta en la esfera de la actividad. Inserta no significa
completamente subordinada: la risa, la embriaguez, el sacrificio o la poesía, el mismo

12 Ibid. p. 48.
13 Ibidem.
14 Ibid. p. 49.
15 Georges Bataille. Lo Imposible. Tr. Margo Glantz. Fontamara, México, 2007, p. 13.
16 Lo Imposible. Op. Cit. p. 14.

8
erotismo, subsisten en una reserva, autónomos, insertos en la esfera, como niños en la
casa. Son dentro de sus límites, soberanos menores, que no pueden rechazar el dominio
de la actividad. 17

Explicitar por qué la poesía se queda a la mitad y con ella, la lengua, y por qué
habría q trasgredir el pesimismo bello.

Referencias Bibliográficas

 Bataille, Georges. L’expérience intérieure. Gallimard, Paris, 2009.


 ------------------- La experiencia interior. Tr. Fernando Savater. Taurus, Madrid, 1989.
 ------------------- La oscuridad no miente. Tr. Ignacio Díaz de la Serna. Taurus, México,
2001.
 ------------------- El Aleluya y otros textos. Tr. Fernando Savater. Alianza Editorial,
Madrid, 1988.
 ------------------- El azul del cielo. Tr. R. García. Tusquets, Barcelona, 1990.
 ------------------- El erotismo. Tr. Alberto Drazul. Tusquets, México, 2005.
 ------------------- La felicidad, el erotismo y la literatura. Tr. Silvio Mattoni. Ed. Adriana
Hidalgo. Buenos Aires 2002.
 ------------------ Lo Imposible. Tr. Margo Glantz. Fontamara, México, 2007.
 ------------------ y otros. Georges Bataille: Meditaciones Nietzscheanas. Tr. y edición de
Pablo Sigg. Ed. Gerardo Villegas. México, 2001.
 ------------------ y otros. Acéphale. Tr. Margarita Martínez. Caja Negra, Buenos Aires,
2006.
 ------------------ y otros. Palos. Revista trimestral a cargo de Rafael Segovia y otros
Número 5, Junio-Agosto, México, 1983.
 De la Serna, Ignacio. El desorden de Dios. Ensayos sobre Georges Bataille. Taurus,
México 1997.

17 Ibid. p.198.
9

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