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Si el trabajo y sus actividades nos dominan es precisamente porque hacen posible la vida.
Su tiranía deviene aceptable porque su desobediencia pondría en juego nuestra supervivencia.
Quién mire de frente a la muerte y no tema tendrá la vida en sus manos. A la mayoría esa idea
nos resulta escalofriante y por ello fundamos leyes, tabús y cultura. La mansedumbre se apodera
de nuestras fuerzas, se alimenta de nuestra debilidad y la convierte en un campo apacible en el
que cierne semillas de paradojas sombrías que al florecer engendran frutos plagados de temores.
La fuerza domesticada se concentra entonces en un trabajo específico (que hemos de repetir para
subsistir), trabajo que hace de nosotros seres perezosos y cobardes. En efecto, el trabajador es un
ser paradójico: gasta sus fuerzas para asegurarse más trabajo y así garantizar su vida, pero el
trabajo le consume esa vitalidad que tanto se esfuerza por mantener a salvo. El trabajador teme
por su vida y procura conservarla, pero a la vez ha de gastarla y entregarla al trabajo si desea
subsistir. Nuestra permanencia en la tierra se convierte en un encierro que alterna el placer y el
dolor: La prisión del cansancio y el placer nos condena a la servidumbre. Sólo quien trabaja (o
ha trabajado) hasta el tedio presta atención a los pasos de la muerte que merodea. Quien no
trabaja olvida y participa del encanto del juego que da, que empeña su vida por el mero gusto.
El juego, en el transcurso de la historia, es dirigido por los amos. El juego es el
privilegio de los amos: ser esclavo es no tener la dicha de jugar.
La clase inferior sublevada abolió los privilegios; del mismo modo, el juego es
abolido, la humanidad disminuida.
El que manda –el amo– mira la muerte con indiferencia.
El temor a la muerte obliga al esclavo a trabajar. Tomar en serio a la muerte inclina a
la servidumbre.
El trabajo se lleva a cabo en la espera de un resultado, y en la espera, los hombres
sienten lo que escapa al animal: la cercanía ineluctable de la muerte. 2
1Georges Bataille. La experiencia interior. Tr. Fernando Savater. Taurus, Madrid, 1989, p. 189.
2Georges Bataille. “El juego” en: La oscuridad no miente. Tr. Ignacio Díaz de la Serna. Taurus, México,
2001, p. 63.
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embargo, en la experiencia humana, la muerte es aquello que no logra consumarse, aquello que
constantemente se aplaza a pesar del empeño de todas las fuerzas en la actividad. Para Bataille
lo que causa la muerte salva la vida y en el desfallecimiento momentáneo se trazan los bordes de
la vida misma, se dibujan las fronteras, los límites de lo posible. Por lo tanto, no es la conciencia
de finitud el límite que arroja a los hombres al punto extremo de lo posible, sino el momento en
que ya nada en la experiencia es posible, aquello que escapa a los límites conocidos de nuestras
fuerzas, imaginación, pensamiento y, sin embargo, se barrunta en sus límites. Tal es el momento
en que el hombre tiembla ante la violencia de la muerte que no lo toca pero lo mira a los ojos.
Bataille realiza el ejercicio de una escritura límite que juega con los criterios de lo
posible. Tomemos el ejemplo de Trainspooting. “Imagina el orgasmo más grande que hayas
tenido, multiplícalo por mil y aún estarás lejos de la sensación de la heroína”. Tanto placer
mataría y sin embargo los heroinómanos sobreviven. Se trata pues de un juego que violenta la
realidad desde la realidad misma para exhibir la fragilidad convencional que la soporta.
Juego conmigo mismo a si la voluptuosidad o el dolor me proyectan más allá de la esfera en la que
no tengo más que un sentido: la suma de las respuestas que doy a las exigencias de la utilidad;
juego conmigo mismo cuando, en el punto extremo de lo posible, tiendo con tanta fuerza hacia lo
que me derribará que la idea de la muerte me agrada -y me río al gozar con ella.
Pero la más pequeña actividad o el menor proyecto ponen fin al juego y, en la carencia de juego,
vuelvo a ser traído a la prisión de los objetos útiles y cargados de sentido.3
En efecto, el juego es apuesta y abandono, pero también libertad soberana que transgrede
la utilidad, práctica que violenta el orden establecido porque sin estar justificado por una
finalidad útil sí implica un agotamiento que es tan grande como el del trabajo. El juego, en tanto
actividad sin finalidad, compromete el sustento de la propia existencia, representa el camino
corto al destino del hombre, un atajo hacia la muerte que pone la vida en juego y juega con la
vida. He ahí los rasgos trágicos y violentos del juego en los que insiste Bataille.
Si el carácter lúdico de esta práctica interior y exterior es tan inquietante quizá se deba a que
expone la ridiculez de la existencia. La risa es el fondo del mundo y la expresión de lo ridículo es
exclusiva de la humanidad; representa un atentado contra todo orden o seriedad sobre los que se
intenta erigir la jerarquía y el poder. En la naturaleza todo es salvaje y nunca se exhibe el poder
como espectáculo. El poder humano, sin embargo, necesita espectadores para afirmar su valía. Lo
ridículo del poder radica en su exhibición porque desnuda su insuficiencia: debe ser visible para ser
temido, hay que ubicarlo para respetarlo y obedecer. Los seres que se rindan ante el poder y lo
idolatran son ridículos porque las jerarquías que respetan y detentan afirman su propia impotencia...
Para Bataille la angustia obliga, produce algo en nuestra existencia, pone en acción
nuestras fuerzas y las encamina hacia un fin o nos extravía en el juego y la violencia de la
experiencia interior que es punto extremo de lo posible. No obstante, para los poetas y la
literatura, como señala el epígrafe del ensayo, queda otra posibilidad: Contemplar. Contemplar la
nada que marca los límites del propio ser y describirlos envueltos en la belleza de sus formas.
7 Ibid. p. 187.
8 Ibid. p. 115.
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Temblar, desesperar, en el frío de la soledad, en el silencio eterno del hombre (estupidez de toda
frase, ilusorias respuestas de las frases, sólo el silencio sin sentido de la noche responde). Haberse
servido de la palabra Dios para alcanzar el fondo de la soledad, pero no saber ya nada, escuchar su
voz. Ignorarla. Dios última palabra que quiere decir que toda palabra faltará (…)9
2. Del lado de la experiencia interior, Bataille señala que el principio que la sostiene no
obedece ni a los dogmas o actitudes morales, ni a la ciencia, ni está en busca de estados
enriquecedores como una actitud estética o experimental. “La experiencia interior no puede tener
otra preocupación ni otro fin que ella misma.” 10 Por lo que en ella reside toda autoridad y todo
valor cuyo dominio se extiende sobre el ser que la experimenta.
El ser abandonado a sí mismo en la experiencia interior siente la angustiosa puesta en
juego de sus fuerzas y sus límites llevados hasta el punto extremo de lo posible. Lo imposible
pone en tela de juicio la propia autoridad de su experiencia, no hay jerarquías, no hay orden,
ignora lo que experimenta, es un juego libre y violento consigo mismo. “Llamo experiencia a un
viaje hasta el límite de lo posible para el hombre. Cada cual puede no hacer ese viaje, pero, si lo
hace esto supone que niega las autoridades y los valores existentes, que limitan lo posible. Por el
hecho de ser negación de otros valores, de otras autoridades, la experiencia que tiene existencia
positiva llega a ser ella misma el valor y la autoridad”.11 Esta experiencia es soberana.
Sin embargo, la puesta en juego de esta experiencia es imposible debido a su carácter
hermético e interior, esta experiencia sólo puede realizarse a través de la escritura, es decir, de
su reelaboración en el lenguaje de los otros que es el lenguaje a partir del que, cada cual, da
forma a su experiencia interior. Bataille no ignoró que las palabras, específicamente las palabras
de la poesía, intentan hablar el lenguaje interior de los poetas y permanecen tras la disolución del
aquel que las formula. Sin embargo, la poesía es el filo que separa al abismo interior del mundo
de la actividad e incluso participa de ambos sin que le preocupe la satisfacción de una necesidad
o el alargamiento de la vida pero tampoco el éxtasis desgarrador de nuestro ser ante la nada.
Para Bataille la poesía está adormecida por la belleza, a veces terrible, que detiene la
actividad interior o exterior y que confina al ensoñamiento, es un auténtico narcótico. Quizá por
esto se pregunte: “Pero, ¿y si el hombre dejase de quererse a sí mismo con tal ferocidad?; esto
iría acompañado del debilitamiento de todo querer –en cualquier sentido que tal querer se ejerza
9
Ibid. pp. 44 y 45.
10 Ibid. p. 16.
11
Ibid. p. 17. En la al pie de la página referida Bataille explica que esta autoridad no traza un orden ni articula
una jerarquía es una autoridad paradójica pues cuestiona el propio existir y la experiencia del hombre en
relación consigo mismo. “Paradoja en la autoridad de la experiencia: fundada en la puesta en tela de juicio, es
puesta en tela de juicio de la autoridad; puesta en cuestión positiva, autoridad del hombre que se define como
puesta en cuestión de sí mismo”.
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(encantamiento, combate, conquista).”12 Indiferentes a la falta de fuerzas y al dolor, los poetas no
podrían forzar su suerte13 esto es: Ni entregarse al imperio de la actividad, la moral y la
satisfacción ni abandonarse al violento refugio de la nada. Se trata de una actitud pasiva que
Bataille llama: dejadez poética o pesimismo bello.14
En su prefacio a la segunda edición de su libro Lo imposible, Bataille señala que con sus
relatos tiene la intención de pintar la verdad a la manera de novelas: por medio de relatos
ficticios y después afirma, en relación a la creación literaria que: “Sólo la violencia escapa al
sentimiento de pobreza de esas experiencias realistas; la muerte y el deseo son los únicos que
poseen la fuerza que oprime, que corta la respiración; sólo el exceso del deseo y de la muerte
permiten alcanzar la verdad.”15 Esta escritura de artificio (la literatura, la poesía) es para Bataille
la puesta en juego de lo imposible a través de un violento juego que el artista debe desplegar en
el lenguaje para mostrar el exceso de deseo y de muerte que circundan la existencia de los
hombres. La literatura es el juego que suspende el orden, que atenta contra las jerarquías de la
realidad y toma su fuerza de lo imposible.
Antes de llamarse Lo Imposible, Bataille intituló a su libro El odio de la poesía, y apunta
que consideró “(…) que el único medio para llegar a la verdadera poesía carecía de fuerza
excepto en la violencia de la revuelta. Pero la poesía no alcanza esa violencia sino evocando lo
imposible.”16 Bataille no odia la poesía sino el pesimismo bello del que la invisten los poetas
pues su indiferencia relativa a la muerte niega el éxtasis de la vida. La poesía no puede
despreciarse, pero, para Bataille debe tomar otro camino que, en conclusión, podría resumirse
como sigue: La experiencia poética, en tanto forma de derroche, que coloca al hombre ante el
punto extremo de lo posible en el lenguaje y en la formulación de su experiencia, ha de postrarse
ante la nada de tal modo que, en su propio fuero interno, mantenga toda autoridad y todo valor.
La servidumbre panfletaria la asecha y porta, seductora, el rostro perezoso de la belleza que, cual
Gorgona, paraliza a los hombres.
12 Ibid. p. 48.
13 Ibidem.
14 Ibid. p. 49.
15 Georges Bataille. Lo Imposible. Tr. Margo Glantz. Fontamara, México, 2007, p. 13.
16 Lo Imposible. Op. Cit. p. 14.
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erotismo, subsisten en una reserva, autónomos, insertos en la esfera, como niños en la
casa. Son dentro de sus límites, soberanos menores, que no pueden rechazar el dominio
de la actividad. 17
Explicitar por qué la poesía se queda a la mitad y con ella, la lengua, y por qué
habría q trasgredir el pesimismo bello.
Referencias Bibliográficas
17 Ibid. p.198.
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