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APUNTES SOBRE EL DERECHO A LA INTEGRIDAD EN LA

CONSTITUCIÓN PERUANA

LUIS R. SÁENZ DÁVALOS*

SUMARIO
I. Reconocimiento y contenido del derecho a la integridad. 1. Variantes del derecho
a la integridad. 2. La integridad moral. 3. La integridad psríquica. 4. La integridad
isica.

RESUMEN
El autor desarrolla uno de los contenidos iusfundamentales incluidos en el inciso
1º del artículo 2 de la Constitución junto con el derecho a la vida. Examina sus
diferentes dimensiones: moral, física y psíquica, así como los comportamientos lesivos.
Se analizan, además, problemas de la máxima trascendencia como la disposición o
utilización de órganos o tejidos o las donaciones de los mismos.

PALABRAS CLAVES
Derecho a la integridad, integridad moral, integridad psíquica, integridad física,
injerencia arbitraria.

Profesor de Derecho Constitucional en la Facultad de Derecho y Ciencia Política de


*

la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Profesor de Derecho Constitucional y Derecho


Procesal Constitucional en la Academia de la Magistratura. Secretario de la Asociación Peruana
de Derecho Constitucional. Asesor Jurisdiccional del Tribunal Constitucional.

Revista de Derecho Constitucional Recibido: 6 de julio de 2015


Nº 1 (2015), págs. 293 - 301. Aceptado: 20 de julio de 1015
Luis R. Sáenz Dávalos

I.- Reconocimiento y contenido del derecho a la integridad.

D
e acuerdo con lo establecido en el Artículo 2º inciso 1) de nuestra
Constitución Política:

“Toda persona tiene derecho a:


“…su integridad moral, psíquica y física…”

El derecho a la integridad en la manera como se encuentra enunciado,


ha sido enfocado desde tres perspectivas diferentes; la de carácter moral, la
psíquica y la física1. En cualquiera de las mismas se nos presenta como un
típico atributo de exclusión, es decir, como un derecho que proscribe o
prohíbe injerencias arbitrarias sobre la integridad, sea que estas provengan
del Estado, de cualquier grupo humano o de algún individuo en particular.

Correlato del mensaje descrito y de los contenidos que supone, la


misma norma fundamental establece en el inciso 24-h) del mismo Artículo
2º que “Nadie debe ser víctima de violencia moral, psíquica o física, ni
sometido a tortura o a tratos inhumanos o humillantes” agregándose además que
“Cualquiera puede pedir de inmediato el examen médico de la persona
agraviada o de aquella imposibilitada de recurrir por si misma a la
autoridad” y que “Carecen de valor las declaraciones obtenidas por la
violencia. Quien la emplea incurre en responsabilidad”.

Quiere ello decir, que lo que en línea de principio y a la luz de una


lectura sistemática, la Constitución pretende, es evitar las conductas que

1
El enfoque distintivo que realiza nuestra vigente Constitución entre estas tres
variantes de la integridad, que por cierto, no estaba contemplado en la Carta de 1979 (que
solo hablaba de libertad física) parece ser rigurosamente tributario de lo dispuesto en el
Artículo 5°. 1 de la Convención Americana de Derechos Humanos según el cual “Toda
persona tiene derecho a que se respete su integridad física, psíquica y moral”. Este último
instrumento, por lo demás, es quien adopta directamente dicha postura en el plano
internacional, ya que el resto de instrumentos (por lo menos, los más conocidos) optan por
una perspectiva distinta, preiriendo limitarse a describir las conductas concretas,
consideradas prohibidas. Al respecto: O’ DONNELL, Daniel (1988). Protección
Internacional de los Derechos Humanos. Lima: CAJ-IIDH, 1° Edición, pp. 71 y ss.

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traducidas de alguna forma en violencia, puedan suponer un menoscabo a


los aspectos morales, psíquicos y físicos que la integridad representa. Desde
esta perspectiva, no es pues que cualquier conducta pueda presumirse como
contraria a la integridad y a sus manifestaciones, sino fundamentalmente
aquellas que de alguna manera puedan ser vislumbradas como actitudes o
comportamientos violentos o ilegítimos.

Deinir por otra parte, lo que resulta violento o ilegitimo, aunque no


es una tarea tan sencilla que digamos, tampoco es imposible. En realidad pasa
por evaluar cada caso concreto a la luz de los estándares de razonabilidad y
proporcionalidad. Estamos convencidos al respecto que no necesariamente
puede establecerse un repertorio de reglas iguales para todos los supuestos, sino
que se hace necesario evaluar cada hipótesis en particular2. Así por ejemplo,
no es lo mismo que una típica conducta de presión que pueda ejercer una
autoridad superior por sobre un subordinado, pueda ser medida de igual
forma en un centro de trabajo, en una escuela, o en un cuartel. Sin que
desaparezca la noción de lo que debería ser un buen trato (un trato digno) en
cada caso, debe quedar en claro que no todos los supuestos van a resultar
exactamente iguales ni van a ser medidos con el mismo tipo de intensidad.
Ello, como es obvio, exige de parte de quien analiza o resuelve casos en los
que se reclame por la afectación a este derecho, una especial sensibilidad y
adecuado enfoque en el análisis de cada controversia.

1. Variantes del derecho a la Integridad.

Como ya se ha mencionado, la integridad a la que se reiere la


Constitución puede ser vista desde la óptica moral, psíquica y física.

Sin perjuicio de lo que más adelante se verá en torno de la integridad


física, puede decirse que uno de los mayores debates que origino el
reconocimiento
2
Los términos violencia o acto ilegitimo, no son pues conceptos cerrados o estrictos
como algunos lo pretenden, sino que representan una ininita variedad de posibilidades. Por
lo demás tampoco se encuentran asociados a la posibilidad de que quien ocupa el papel de
víctima o agredido, haya consentido tales actos, ya que de ser así, cualquier forma de
manipulación sobre este último podría enervar la determinación de responsabilidades sobre
el agresor.

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del derecho comentado tiene que ver con la distinción entre lo que representa
la integridad moral por un lado, y la integridad psíquica, por otro.

Aunque a juicio de algunos, hablar de la integridad moral y psíquica


responde a la misma idea o a contenidos de alguna forma superpuestos, es
posible sin embargo, encontrar diferencias entre una y otra visión del citado
atributo.

2. La Integridad Moral.

En efecto, lo que se denomina como integridad moral tiene que ver


con la percepción que la persona realiza de sí misma y de su comportamiento
a partir de los valores esenciales con los que se identiica. La honestidad, la
gratitud, la solidaridad, la responsabilidad, entre otras cualidades compatibles
con la moral, puede decirse que representan parte de lo que la persona
considera como inseparable o inescindible de su propia personalidad. En tales
circunstancias, obligarle a que altere tal modo de concebir las cosas o desvirtuar
la imagen que la persona intenta proyectar de sí misma, ante sus semejantes
o ante la sociedad en su conjunto, puede devenir en atentatorio al contenido
de la integridad moral3. Es lo que sucedería, si por ejemplo, aprovechando el
estado de subordinación o dependencia en el que laboralmente se encuentra
una persona, se le impusiera comportarse en forma antiética, es decir,
opuesta a la percepción moral que dicha persona mantiene sobre la vida.

Se trata pues entonces, en este primer supuesto, de una vertiente de la


integridad que intenta relievar o colocar en un plano especial el contexto en
el que se desenvuelve la persona a partir de los valores representativos o
más esenciales que aquella ostenta. Siendo obligación no sólo del Estado
y de la

3
Puede decirse dentro de la línea descrita que la integridad moral tiene una
relación bastante cercana con el derecho al honor, solo que mientras este último tiene
que ver con el sentimiento de autoestima desde muy diversas perspectivas, aquella se
sustenta en un componente decididamente moral. Ello no obstante, algunos autores le
asignan elementos mucho más amplios que el estrictamente moral. Al respecto RUBIO
CORREA, Marcial (1999). Estudio de la Constitución Política de 1993. Lima: Pontiicia
Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, T. I., p. 132.

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sociedad, sino de cualquier persona en particular, respetar los alcances de este


derecho.

3. La Integridad Psíquica.

La integridad psíquica, en cambio, hace referencia al estado de


tranquilidad interior. Al contexto de normalidad en el que se desenvuelve
el psiquismo o mundo interno de la persona y que por ser esencialmente
individual corresponde prima facie ser valorado en sus alcances por su propio
titular.

La integridad psíquica tiene pues, a diferencia de la integridad moral,


implicancias hacia el ámbito interno, mientras que la integridad moral intenta
garantizar el plano externo. Aun cuando ambas tengan que ver con lo que
piensa o siente la persona, la distinción está en la incidencia o relejo hacia
los ámbitos en los que se desenvuelve o vuelca sus experiencias el ser humano.

En tanto y en cuanto la integridad psíquica requiere un análisis a partir


de lo que el propio individuo juzga contrario a este derecho, las conductas
lesivas sobre el mismo imponen ser interpretadas, como ya se dijo, utilizando
el enfoque del caso concreto. De este modo podría interpretarse como
contrario a este atributo el comportamiento hostigador de un varón por
sobre su pareja mujer (también, por cierto, la igura inversa), cuando dicha
conducta hace materialmente imposible una relación en común. Evaluar cada
supuesto requiere como es obvio, veriicar las características del acto reclamado
(constantes insultos, maltratos injustiicados, actitudes hostiles, etc.) en
relación directa con lo que cada pareja concibe como rutinario de su relación.

A menudo se discute si las conductas violatorias de derechos resultan


mucho más alictivas a la integridad psíquica que a la integridad moral. Y
razón no falta, pues aunque los atentados contra esta última suelen por lo
general y salvo excepciones, superarse de una manera mucho más rápida, no
ocurre lo mismo con los daños a la integridad psíquica que en muchos casos
pueden prolongarse por bastante tiempo o incluso generar secuelas de evidente
irreparabilidad.

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En la evaluación de cada conlicto es donde en deinitiva el operador


jurídico habrá de individualizar no solo la vertiente de integridad eventualmente
lesionada, sino las incidencias de los daños ocasionados.

4. La Integridad Física.

La integridad física pretende garantizar el estado de inalterabilidad del


cuerpo de una persona o su buen funcionamiento desde el punto de vista
isiológico y garantizar dicho estado frente a conductas que atenten contra el
mismo.

En doctrina se discute acerca de si dicho estado de inalterabilidad


también involucra la buena salud de la persona. En lo particular pensamos
que no, por cuanto dicho contenido, sin dejar de ser valioso, es abarcado por
otro derecho, en este caso por el derecho a la salud reconocido en el Artículo
7º de la Constitución4. En tales circunstancias el derecho comentado tiene un
alcance mucho más especíico, aunque no por ello y como luego se verá, menos
plausible de ser destacado y protegido.

Otro aspecto que también se debate respecto de la integridad física


son sus alcances como derecho individual. En efecto, si por este último, se
entiende facultad de hacer o no hacer, o lo que es lo mismo, un atributo de
libre disposición, se preguntan algunos si a nombre de dicha característica,
puede su titular disponer libremente de su propio cuerpo y disponer incluso, a
tal grado y nivel, que de la propia persona sea de quien dependa desnaturalizar
o desarticular su propio cuerpo o alterar su normal funcionamiento.

Para responder a esta interrogante existen dos líneas o corrientes de


pensamiento5:

4
Perspectiva distinta a la nuestra la encontramos por ejemplo en RUBIO CORREA,
Marcial. Ob. Cit; Tomo I, pp. 131-132; MESÍA RAMÍREZ, Carlos (2004). Derechos de la
Persona. Dogmática Constitucional. Lima: Fondo Editorial del Congreso de la República, p. 95.
5
Cfr. ESPINOZA ESPINOZA, Juan (2008). Derecho de las Personas. Lima: Editorial
Rhodas, 5º Edición.

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a). Para la primera de ellas, es inviable la manipulación de la integridad


física porque ello atentaría contra la misma naturaleza del individuo.
Se entiende para esta postura, que la integridad física o corporal es algo
mucho más acentuado que un derecho individual. Es por tanto un derecho
irrenunciable bajo toda circunstancia, siendo además personalísimo e
intransferible desde todo punto de vista.

b). Para la segunda línea de pensamiento, si bien se entiende el mantenimiento


de la integridad física como regla general, se acepta sin embargo en ciertos
casos, la renuncia parcial de la misma, siempre y cuando existan razones
humanitarias o excepcionales que así lo justiiquen y siempre que la ley lo
permita.

Nuestro ordenamiento jurídico, en rigor, se ha decantado por la segunda


corriente, como se desprende del Artículo 6º del Código Civil que regula los
actos de disposición sobre el propio cuerpo en los siguientes términos:

“Los actos de disposición del propio cuerpo están prohibidos cuando


ocasionen una disminución permanente de la integridad física o cuando
de alguna manera sean contrarios al orden público o a las buenas
costumbres. Empero, son válidos si su exigencia corresponde a un estado
de necesidad, de orden médico o quirúrgico o si están inspirados por
motivos humanitarios”

“Los actos de disposición o de utilización de órganos y tejidos de seres


humanos son regulados por la ley de la materia”

De la prescripción aquí glosada puede inferirse que en materia de actos


de disposición sobre el propio cuerpo, la regla general es la no procedencia,
aún cuando podría aceptarse la misma en dos hipótesis, una que podríamos
llamar amplia y otra, más bien, de carácter restringido.

Conforme a la hipótesis amplia se legitimaría la donación de ciertos


órganos del cuerpo o de tejidos del mismo, siempre que la misma no genere
una disminución permanente de la integridad física o resulte atentatoria del

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orden público o de las buenas costumbres.

Ello supondría, entre otras cosas, que podría ser perfectamente posible
la donación de aquellos órganos o tejidos que por su propia naturaleza resulten
regenerables, como ocurre con la sangre o los cabellos, o la de aquellos otros
que por situaciones atípicas o excepcionales hayan resultado repetidos dentro
del cuerpo de la persona y puedan por tanto resultar prescindibles, como
podría ser el caso de quien haya nacido con más de dos riñones u otro tipo de
órganos.

La hipótesis restringida en cambio, solo operaría en supuestos en estricto


excepcionales. Conforme a la misma y a los efectos de la donación de órganos
o tejidos, podría prescindirse de los requisitos que imponen la no disminución
permanente de la integridad o que no se atente contra el orden público o
las buenas costumbres, en los casos en los que la disposición se encuentre
sustentada en un estado de necesidad, de orden médico o quirúrgico, o en los
supuestos en los que tal decisión responda a motivos humanitarios.

Conforme a la lógica descrita serían entonces procedentes los actos de


disposición a pesar de involucrar órganos o tejidos no regenerables, solo si
aquellos se encuentran sustentados, en inalidades absolutamente excepcionales,
como podría suceder en los casos en los que se encuentre en peligro la vida de
una persona o su salud. Tal sería la hipótesis si una persona dona uno de sus
riñones por salvar la vida de su pareja o la de alguno de sus hijos.

Aunque se trata de un caso de evidente controversia entre derechos, ha


sido la ley la que en este caso ha optado por una fórmula de suyo sensata. Ello
no obstante y sin que tenga que suponerse que la inalidad de la norma sea
cuestionable, convendría preguntarse cuáles serían los límites de dicha opción
aún dentro de un escenario tan excepcional como el descrito.

Responder a esta pregunta no sería tan fácil. De pronto una primera


aproximación sería la de considerar que la citada donación de órganos o
tejidos, no debiera ocasionar un grave daño en la salud o la vida del donante.
Es esta misma línea la que por ejemplo adopta el Código Civil al establecer

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en la primera parte de su Artículo 7º que “La donación de partes del cuerpo o


de órganos o tejidos que no se regeneren, no debe perjudicar gravemente la salud o
reducir sensiblemente el tiempo de vida del donante”.

Somos sin embargo de la opinión que en los casos de extrema urgencia


en los que la vida de una persona dependa de la citada donación, es el propio
donante y sólo él quien debe valorar la magnitud de su propia decisión antes
que la ley. No debemos olvidar que la situación descrita puede producirse
en muy diversos contextos pero, por sobre todo, en uno tan sensible como
el familiar. En tales circunstancias pretender que un padre o una madre,
permanezca impotente frente a la muerte irremediable de alguno de sus hijos
o hijas, porque no encuentra donante de algún órgano vital, pudiendo ser
dicho padre o dicha madre, la única salvación, nos colocaría en un escenario
realmente dramático donde el Estado se arrogaría una deinición que creemos
no le corresponde.

A nuestro juicio, la solución a controversias como la que aquí se describe


quedaría condicionada a un análisis ponderativo acorde con los derechos
constitucionales involucrados, más que a lo que la ley (en este caso el Código
Civil) disponga6.

El derecho a la integridad física, por lo demás, proscribe de plano


cualquier variante de tortura. El análisis de este extremo, lo dejamos para otra
oportunidad.

6
Convendría precisar al respecto que según la segunda parte del Artículo 7º del Código
Civil “Tal disposición (la referida a la donación de órganos no regenerables) está sujeta a consentimiento
expreso y escrito del donante”. Desde nuestro punto de vista, la redacción de esta norma admitiría
una doble lectura o interpretación. Conforme a la primera y acorde con lo que parece ser,
quiso el legislador ordinario, cuando se dona órganos no regenerables, dicha decisión debe
constar expresamente. Sin embargo cabría otra lectura, totalmente distinta. Según esta última,
aún en los casos en los que se opte por donar órganos o tejidos no regenerables y ello pudiese
perjudicar la salud o disminuir el tiempo de vida del donante, dicha decisión quedaría librada a
su consentimiento expreso, con lo cual, si sería posible por parte del donante decidir en último
término y a pesar de las consecuencias, si opta por donar sus órganos o tejidos vitales.

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