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1. Introducción
2. Dos tradiciones
1
Carl Mitcham, ¿Qué es la filosofía de la tecnología?, pp. 19-20.
2
Cfr. Ibíd., pp. 21-48.
3
Cfr. Ibíd., pp. 49-81.
primera analiza la naturaleza de la tecnología en sí misma y extiende su
esquema al resto del mundo, la segunda parte de lo humano para indagar la
relación de este con el fenómeno técnico. Podría decirse que para la filosofía
ingenieril, lo tecnológico, sus conceptos, procedimientos y manifestaciones, es
un fin en sí mismo, mientras que para la filosofía humanista es un aspecto
secundario, pues pugna por conservar la primacía de lo no técnico. Una acusa a
la otra de no tener suficientes bases empíricas; la otra pide de la primera un
punto de vista externo al fenómeno técnico, pues sólo así se podría considerar
el problema a cabalidad. Por último, mientras la filosofía ingenieril se caracteriza
por tener una actitud más positiva hacia la tecnología, la filosofía humanística
suele ser más crítica, por no decir pesimista. 4
Al final del primer capítulo, Mitcham plantea la necesidad de una síntesis entre
ambas tradiciones, síntesis que reconoce ya en la llamada “filosofía social de la
tecnología”, propuesta por Hans Lenk y Günter Ropohl, o en la “filosofía
interdisciplinaria pragmática”, de Paul Durbin. No obstante, al decir que “los
pronósticos para el futuro de tales esfuerzos cooperativos son favorables y los
primeros indicios sobre el surgimiento de tal trabajo son alentadores”5, parece
que para el autor estos ejemplos muestran la dirección a seguir, más no la
realización de tan esperada síntesis. A su parecer, para superar la oposición
entre ambas tradiciones tiene que ocurrir lo siguiente:
4
Cfr. Ibíd., pp. 82-84.
5
Ibíd., p. 85.
6
Ibíd., p. 86.
Para Mitcham, los adelantos de la filosofía ingenieril para comprender el
fenómeno técnico en sí mismo deben servir para investigar la relación, muchas
veces problemática, entre lo humano y lo técnico. No se puede, pues, enfrentar
el fenómeno técnico sin tener en cuenta la naturaleza de este, pero tampoco
basta con reducir todo a una dimensión técnica, dejando de lado las cuestiones
humanas.
Surge ahora la pregunta de si una filosofía tal –que indague la naturaleza técnica
en pos de una comprensión más amplia de su relación con lo humano, teniendo
esto último como verdadero fin— si una filosofía tal es posible, y si habrá sido
ya emprendida en el pasado.
Creo que tal filosofía no sólo es posible, sino que es precisamente lo que
describiría el trabajo del filósofo francés Gillbert Simondon. Un filósofo que, por
cierto, también figura la genealogía escrita por Mitcham, pero considerado desde
una óptica muy distinta.
Mitcham coloca a Simondon entre los filósofos ingenieriles franceses del siglo
XX, junto con Alfred Espinas y Jacques Lafitte. Considera que el trabajo del
primero es una extensión de la teoría del último, quien en 1932 propone un
análisis de la evolución técnica bajo el nombre de mecanología. Según Mitcham:
7
Ibíd., p. 40.
8
Ibíd.
existencia tecnológica, centrado en comprender la evolución de los objetos
técnicos según su complejidad.
9
Tal parcialidad, por otro lado, bien puede tener causas históricas. Simondon fue un filósofo marginal hasta
principios del siglo XXI. Su tesis principal, La individuación, que sustenta conceptualmente el libro que aquí
analizamos, no fue publicado íntegramente sino hasta el 2005. El nuevo interés por Simondon en tanto filósofo
es consecuencia de su influencia en otros pensadores, más populares, como Gilles Deleuze. Antes de ello, era
más bien conocido como un tecnólogo notable, un poco excéntrico, pero sin grandes alcances filosóficos. Tal
imagen fue, seguramente, la que Mitcham recibió en la década de los ochenta, época en que escribió su
introducción a la filosofía de la tecnología.
4.1 Elemento, individuo y conjunto técnico
Existen dos tipos de hipertelia: (…) El primer caso consérvala autonomía del
objeto, mientras que el segundo la sacrifica. Un caso mixto de hipertelia es aquel
que corresponde a una adaptación al medio tal que el objeto necesita una cierta
especie de medio para funcionar convenientemente 10
Podemos entender la hipertelia como el estado en que algo excede los fines para
los que fue concebido, restringiendo su funcionamiento. En su evolución, los
objetos técnicos pueden especializarse de tal manera que su esquema esencial
varíe. Esta variación puede dirigirse hacia condiciones específicas, como las
circunstancias de uso o las condiciones materiales de su producción; en este
caso el objeto se adapta sin perder su autonomía, pues conserva su integridad.
La adaptación también puede resolverse en un fraccionamiento del objeto
técnico, de tal forma que de una máquina primitiva se originen tantas otras
orientadas a cumplir una función particular. En este otro caso, cada objeto
resultante deja de ser autónomo pues depende del resto para su funcionamiento.
Pero hay un tercer tipo de adaptación, que sucede cuando el objeto se adecua a
un medio específico. Aquí el objeto pierde su autonomía, pues depende de un
elemento externo, pero no su integridad.
La adaptación al medio también puede ser de dos tipos. Es posible que el objeto
se adapte a un medio preexistente, al cual se supedita. Un avión construido para
grandes alturas es inoperante en medios que le exigen sobrevolar alturas cortas,
por ejemplo. Pero también hay objetos técnicos que se adaptan a un medio
establecido por ellos mismos. ¿Cómo puede ser esto posible? Todo objeto que
se adapta a un medio geográfico está en realidad involucrando dos medios en
su funcionamiento: el geográfico, pero también el medio técnico que le es
inherente. Simondon pone como ejemplo el motor a tracción de un tren. El motor
se alimenta de líneas de alta tensión y con ello remolca al tren en un terreno de
10
Gilbert Simondon, El modo de existencia de los objetos técnicos, p. 72.
condiciones particulares; esto quiere decir que no sólo transforma la energía
eléctrica en mecánica, sino que también la aplica a un mundo geográfico diverso.
Así mismo, la disposición del medio geográfico actúa sobre el medio técnico:
según las condiciones del terreno, expresadas por una mayor o menor
resistencia, la línea que alimenta al tres reacciona con variaciones en la tensión.
Hay pues una reciprocidad entre estos medios heterogéneos: cada uno actúa
sobre el otro.
Se establece así un tercer medio que no existía antes. El objeto técnico está
condicionado por él, pues ha adaptado su funcionamiento a este medio. Pero el
medio sólo existe por el funcionamiento del objeto, así que este también lo
condiciona a él. Hay pues una causalidad recurrente entre ambos:
11
Ibíd., pp. 76-77.
12
Ibíd., p.82
que sus componentes no establecen un medio asociado, pues cada uno cuenta
con el propio. Un conjunto técnico es, pues, un conjunto de individuos. Como lo
muestra Simondon, es frecuente el uso de objetos técnicos que impidan el
establecimiento de un medio asociado común. El medio asociado es indeseable
en un conjunto técnico.
Hasta aquí he explicado el análisis que Simondon hace sobre los objetos técnicos
en sí mismos; lo que podríamos llamar su “filosofía ingenieril”, tal como Mitcham
reconocería. Pero en la lógica de su ensayo esto no es más que una
propedéutica. Veamos.
En la segunda parte del libro, y tras haber hecho un recuento de las diversas
maneras en que el ser humano, históricamente, ha entrado en relación con los
objetos técnicos, Simondon pretende plantear un vínculo entre el hombre y la
máquina que no subordine a ninguno de los dos. Para ello recurre a la noción de
acoplamiento: “Existe un acoplamiento interindividual entre el hombre y la
máquina cuando las mismas funciones autorreguladoras se cumplen mejor, y de
modo más fino, a través de la pareja hombre máquina que a través del hombre
13
Cfr. Ibíd., pp. 85-86.
solo o de la máquina sola”.14 A diferencia de los otros esquemas de relación con
los objetos técnicos, donde el ser humano funge como dirigente y utilizador o
como mero proveedor, el acoplamiento establece una relación de igual a igual
entre hombre y máquina. El acoplamiento implica una sinergia donde ambos
elementos cumplen su función de autorregulación de una manera más óptima a
que si estuvieran separados. Eso quiere decir que el hombre participa de la
regulación de la máquina, y no únicamente de su funcionamiento.
14
Ibíd., p. 138.
15
Ibíd., p. 142.
a través de dicha autorregulación las máquinas automáticas pueden ser ligadas
con el conjunto técnico en el cual ellas funcionan. (…) la máquina está integrada
al conjunto no sólo de manera abstracta y liminar, por su función, sino también,
en cada instante, por su manera de ejecutar la tarea propia en función de
exigencias del conjunto.16
16
Ibíd., p. 143.
17
Ibíd.
mismas. Las funciones propias de cualquier máquina, por mejor automatizadas
que estén, no pueden incluir esta capacidad de modularse en relación con el
exterior. En última instancia, una verdadera autorregulación, en el sentido
estricto del término, sólo puede llevarla a cabo un organismo vivo.
Encontramos así cual es el lugar del hombre en esta relación. Es él, en tanto ser
vivo, el único que puede incluir estas funciones en la interconexión entre
máquinas. El hombre se encarga de “asegurar la función de integración y
prolongar la autorregulación por fuera de cada mónada de automatismo por
medio de la interconexión e intercomunicación de las mónadas”18 Como he
mostrado, para establecer un verdadero conjunto técnico la autorregulación de
cada máquina es indispensable. Dicha autorregulación tiene sentido si las
máquinas están en relación, son sensibles la variación de las operaciones ajenas
y tienen la capacidad de modular las propias en respuesta a ellas. El asunto es
que esta capacidad de autorregulación es propia de sólo se los seres vivos. En
términos estrictos las máquinas no pueden ejecutar estas operaciones por sí
mismas: funcionan mediante esquemas rígidos y repetitivos, invariables. El
hombre, en tanto ser vivo, es el único que puede introducir este elemento
“viviente” en la relación entre máquinas. A ello es a lo que Simondon llama
acoplamiento.
18
Ibíd.
intervención del hombre, aunque indispensable en ambas, no requiere una
integración al sistema en el primero pero sí en el segundo.
5. Conclusión
Ahora es fácil mostrar en qué sentido creo que el trabajo de Simondon desborda
cualquier filosofía de la tecnología ingenieril. Si bien este filósofo dedica grandes
esfuerzos a comprender la naturaleza de los objetos técnicos, tal como lo revela
su análisis sobre los elementos, individuos y conjuntos técnicos, este esfuerzo
apunta a resolver un problema que es ajeno al ámbito netamente técnico. Tal
problema, central en libro que analizamos, es la relación entre el hombre y la
máquina. Simondon postula una relación tal que no subordine a ninguna de las
partes; una relación donde lo humano siga siendo irreductible a lo artificial. El
acoplamiento revela una instancia del fenómeno técnico que no sólo no puede
abarcar lo humano, sino que además requiere de él para su desarrollo. Es en
este punto donde el mayor desarrollo técnico, el del sistema, requiere de la
mayor libertad humana, la autorregulación. Es también en este aspecto de su
teoría donde podemos encontrar la vena “humanista” del filósofo francés. Una
vena a la que, sin embargo, no es por completo fiel. A diferencia de las
reflexiones de origen romántico, que suelen ser abiertamente pesimistas, la
postura de Simondon es más bien optimista: su análisis abre la posibilidad de
una relación no alienada con los objetos tecnológicos, principal preocupación
para la llamada filosofía de la tecnología de las humanidades.
El interés de Simondon está, pues, tanto en la técnica como en el ser del hombre
y la cultura. ¿Y no es precisamente eso —el aprovechamiento de los
conocimientos sobre la técnica para indagar cuestiones no técnicas, humanas—
lo que Mitcham exige de una síntesis entre las dos tradiciones? De hecho, y esto
es algo que se le escapa a Mitcham, la formación de Simondon es doble: fue un
hábil ingeniero, pero sobre todo un filósofo formado en lo mejor de la tradición
francesa. Se entiende, pues, su necesidad por entablar un puente entre ambas
formas de pensamiento.
BIBLIOGRAFÍA
- Mitcham, Carl, ¿Qué es la filosofía de la tecnología?, Barcelona,
Anthropos, 1989.