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Ricardo Saed Álvarez Arriaga

Problemas Cont. de Fil. De la Tec.


Extraordinario.

¿Es Gillbert Simondon un filósofo ingenieril?

1. Introducción

En su libro ¿Qué es la filosofía de la tecnología?, el filósofo estadounidense Carl


Mitcham postula la existencia de dos tradiciones en esta disciplina: la filosofía
de la tecnología ingenieril, centrada en analizar la naturaleza del fenómeno
técnico en cuanto tal, y la filosofía de la tecnología de las humanidades,
orientada al estudio crítico de la relación entre hombre y máquina. Es deseable,
sostiene Mitcham, que ambas corrientes converjan en un solo proyecto filosófico,
síntesis que aún está por llegar.

En este trabajo quiero sostener que tal síntesis se encuentra ya en el trabajo de


Gillbert Simondon. Para ello mostraré que la lectura hecha por Mitcham sobre el
filósofo francés es parcial, y que una lectura más completa nos ayuda a poner
de relieve sus pretensiones “humanistas”. La lectura que ensayaré será guiada
por el concepto de acoplamiento entre hombre y máquina, presentada por
Simondon en la segunda parte de su libro El modo de existencia de los objetos
técnicos. Mostraré cómo el hombre participa de la regulación de las máquinas
en conjunto, cuál es la especificidad de esta relación, y cómo esta teoría coincide
con las pretensiones de Mitcham para una síntesis en filosofía de la tecnología.

2. Dos tradiciones

En su libro ¿Qué es la filosofía de la tecnología?, Carl Mitcham plantea la


existencia de dos tradiciones que han buscado dar cuenta filosóficamente del
fenómeno técnico:

La ‘Filosofía de la tecnología’ puede significar dos cosas completamente


diferentes. Cuando ‘de la tecnología’ se toma como un genitivo subjetivo,
indicando cuál es el sujeto o agente, la filosofía de la tecnología es un intento de
los tecnólogos o ingenieros por elaborar una filosofía de la tecnología. Cuando ‘de
la tecnología se toma como un genitivo objetivo indicando el objeto sobre el que
se trata, entonces la filosofía de la tecnología alude a un esfuerzo por parte de
los filósofos por tomar seriamente a la tecnología como un tema de reflexión
sistemática.1

Desde su origen, la reflexión filosófica sobre la tecnología se ha dado o bien


desde el propio gremio técnico, o bien desde la tradición netamente filosófica.
Al primer caso Mitcham lo llama “filosofía de la tecnología ingenieril”, y al
segundo “filosofía de la tecnología de las humanidades”.

Según el autor, la filosofía ingenieril tiene sus orígenes en la “filosofía mecánica”


del siglo XVII, defendida por Robert Boyle e Isaac Newton, que pretendió explicar
el mundo únicamente en términos mecánicos; también se enraíza en la “filosofía
de los manufactureros”, surgida en el siglo XVIII como un esfuerzo de técnicos
notables por establecer los principios fundamentales de la producción industrial
y automática. Mitcham traza una genealogía de los filósofos ingenieriles, en la
cual destaca a Erns Kapp, P.K. Engelmeier, Eberhard Zschimmer, Friedrich Rapp
y la Sociedad de Ingenieros Alemanes, Jacques Lafitte, Gilbert Simondon, Mario
Bunge y Friedrich Dessauer, entre otros.2 Por su parte, la filosofía humanista de
la tecnología tiene su origen en el movimiento romántico del siglo XVIII, con su
pretensión de preservar lo humano frente la supuesta supremacía de la ciencia
y lo artificial. Aunque menciona a filósofos como Henri Bergson y Karl Jasper,
Mitcham centra su atención quienes considera los cuatro pilares de esta
tradición: José Ortega y Gasset, Lewis Mumford, Martin Heidegger y Jacques
Ellul.3

Ambas tradiciones han planteado el asunto en función de sus intereses y sus


marcos conceptuales, de tal suerte que el tratamiento del problema ha tenido
enfoques radicalmente distintos en uno y otro caso. Mientras la filosofía
ingenieril es producida principalmente por ingenieros y tecnólogos, con o sin
conocimientos de las disciplinas humanísticas, la filosofía de las humanidades ha
sido forjada por filósofos, teólogos e historiadores de profesión, la mayoría de
las veces sin una formación técnica sofisticada. Es por eso que, mientras la

1
Carl Mitcham, ¿Qué es la filosofía de la tecnología?, pp. 19-20.
2
Cfr. Ibíd., pp. 21-48.
3
Cfr. Ibíd., pp. 49-81.
primera analiza la naturaleza de la tecnología en sí misma y extiende su
esquema al resto del mundo, la segunda parte de lo humano para indagar la
relación de este con el fenómeno técnico. Podría decirse que para la filosofía
ingenieril, lo tecnológico, sus conceptos, procedimientos y manifestaciones, es
un fin en sí mismo, mientras que para la filosofía humanista es un aspecto
secundario, pues pugna por conservar la primacía de lo no técnico. Una acusa a
la otra de no tener suficientes bases empíricas; la otra pide de la primera un
punto de vista externo al fenómeno técnico, pues sólo así se podría considerar
el problema a cabalidad. Por último, mientras la filosofía ingenieril se caracteriza
por tener una actitud más positiva hacia la tecnología, la filosofía humanística
suele ser más crítica, por no decir pesimista. 4

Al final del primer capítulo, Mitcham plantea la necesidad de una síntesis entre
ambas tradiciones, síntesis que reconoce ya en la llamada “filosofía social de la
tecnología”, propuesta por Hans Lenk y Günter Ropohl, o en la “filosofía
interdisciplinaria pragmática”, de Paul Durbin. No obstante, al decir que “los
pronósticos para el futuro de tales esfuerzos cooperativos son favorables y los
primeros indicios sobre el surgimiento de tal trabajo son alentadores”5, parece
que para el autor estos ejemplos muestran la dirección a seguir, más no la
realización de tan esperada síntesis. A su parecer, para superar la oposición
entre ambas tradiciones tiene que ocurrir lo siguiente:

Una síntesis del conjunto de cuestiones introducidas por ambas filosofías de la


tecnología va a pasar de las distinciones conceptuales entre instrumentos,
máquina, inventos cibernéticos; de las discusiones metodológicas (…) y los
análisis epistemólógicos de la ciencia ingenieril, a la especulación sobre la
consideración ontológica de los entes naturales frente a artefactos y obras de
arte, sobre los problemas éticos engendrados por el amplio ámbito de las
tecnologías especializadas y sobre la multiplicidad de ramificaciones políticas de
la investigación tecnológica. Sin embargo, un análisis comprensivo, sistemático o
interdisciplinar, tiene que permanecer subordinado finalmente (…) a un amor por
la sabiduría que va a insistir en un cuestionamiento de lo técnico.6

4
Cfr. Ibíd., pp. 82-84.
5
Ibíd., p. 85.
6
Ibíd., p. 86.
Para Mitcham, los adelantos de la filosofía ingenieril para comprender el
fenómeno técnico en sí mismo deben servir para investigar la relación, muchas
veces problemática, entre lo humano y lo técnico. No se puede, pues, enfrentar
el fenómeno técnico sin tener en cuenta la naturaleza de este, pero tampoco
basta con reducir todo a una dimensión técnica, dejando de lado las cuestiones
humanas.

Surge ahora la pregunta de si una filosofía tal –que indague la naturaleza técnica
en pos de una comprensión más amplia de su relación con lo humano, teniendo
esto último como verdadero fin— si una filosofía tal es posible, y si habrá sido
ya emprendida en el pasado.

3. Gillbert Simondon, leído por Carl Mitcham

Creo que tal filosofía no sólo es posible, sino que es precisamente lo que
describiría el trabajo del filósofo francés Gillbert Simondon. Un filósofo que, por
cierto, también figura la genealogía escrita por Mitcham, pero considerado desde
una óptica muy distinta.

Mitcham coloca a Simondon entre los filósofos ingenieriles franceses del siglo
XX, junto con Alfred Espinas y Jacques Lafitte. Considera que el trabajo del
primero es una extensión de la teoría del último, quien en 1932 propone un
análisis de la evolución técnica bajo el nombre de mecanología. Según Mitcham:

El esfuerzo de los dos trabajos mencionados está orientado hacia una


fenomenología descriptiva de los fenómenos tecnológicos. Con Simondon, la
mecanología se convierte en una fenomenología verdadera de las máquinas que
distingue entre elementos (partes), individuos (aparatos) y conjuntos (sistemas)
como géneros de existencia tecnológica y propone una teoría de la evolución
tecnológica sobre la base de detalladas referencias a ejemplos7

Este párrafo, tan somero, es todo lo que le dedica Mitcham a Simondon. Él


presenta al filósofo francés como un “psicólogo interesado en los aspectos
humanos de la ingeniería”8, cuyo trabajo pretende ser una fenomenología de la

7
Ibíd., p. 40.
8
Ibíd.
existencia tecnológica, centrado en comprender la evolución de los objetos
técnicos según su complejidad.

Vista así, la filosofía de Simondon encaja perfectamente en la descripción de una


filosofía ingenieril: se trataría de una reflexión sobre la naturaleza de los objetos
técnicos, apoyada en ejemplos concretos, y sustentada en un conocimiento
amplio de las operaciones técnicas. Sin embargo, esta no es más que una lectura
parcial.9 De hecho, si revisamos El modo de existencia de los objetos técnicos,
libro escrito por Simondon en el cual Mitcham se basa para hacer su análisis,
descubrimos que lo hasta aquí expuesto corresponde únicamente a la primera
parte del ensayo. Mitcham está obviando los otros dos apartados, donde trata
la relación entre el hombre y los objetos técnicos, así como la relación entre el
pensamiento técnico y otras especies de pensamiento, como el filosófico.
Tomando esto en cuenta, es legítimo suponer que la filosofía de Simondon está
más ligada a la tradición humanística de lo que el propio Mitcham acepta.
Demostrar esto, y cómo la síntesis entre las dos tradiciones en filosofía de la
tecnología sucede en el trabajo de Simondon, será el objetivo de las siguientes
páginas.

4. Una lectura “humanista” de Simondon

Para cumplir mi propósito, a continuación explicaré el concepto de acoplamiento


entre hombre y máquina, presentado por Simondon en la segunda parte de El
modo de existencia de los objetos técnicos. Por razones que se clarificaran en lo
que viene, considero que este concepto es la clave para comprender las
verdaderas pretensiones del filósofo francés, y para demostrar que la reflexión
sobre los elementos, objetos y conjuntos técnicos, comentada por Mitcham, es
tan solo una parte en un proyecto más amplio.

9
Tal parcialidad, por otro lado, bien puede tener causas históricas. Simondon fue un filósofo marginal hasta
principios del siglo XXI. Su tesis principal, La individuación, que sustenta conceptualmente el libro que aquí
analizamos, no fue publicado íntegramente sino hasta el 2005. El nuevo interés por Simondon en tanto filósofo
es consecuencia de su influencia en otros pensadores, más populares, como Gilles Deleuze. Antes de ello, era
más bien conocido como un tecnólogo notable, un poco excéntrico, pero sin grandes alcances filosóficos. Tal
imagen fue, seguramente, la que Mitcham recibió en la década de los ochenta, época en que escribió su
introducción a la filosofía de la tecnología.
4.1 Elemento, individuo y conjunto técnico

Simondon conceptualiza la individualización de los objetos técnicos en términos


de adaptación. Según él, la adaptación de un objeto técnico puede ser de tres
tipos:

Existen dos tipos de hipertelia: (…) El primer caso consérvala autonomía del
objeto, mientras que el segundo la sacrifica. Un caso mixto de hipertelia es aquel
que corresponde a una adaptación al medio tal que el objeto necesita una cierta
especie de medio para funcionar convenientemente 10

Podemos entender la hipertelia como el estado en que algo excede los fines para
los que fue concebido, restringiendo su funcionamiento. En su evolución, los
objetos técnicos pueden especializarse de tal manera que su esquema esencial
varíe. Esta variación puede dirigirse hacia condiciones específicas, como las
circunstancias de uso o las condiciones materiales de su producción; en este
caso el objeto se adapta sin perder su autonomía, pues conserva su integridad.
La adaptación también puede resolverse en un fraccionamiento del objeto
técnico, de tal forma que de una máquina primitiva se originen tantas otras
orientadas a cumplir una función particular. En este otro caso, cada objeto
resultante deja de ser autónomo pues depende del resto para su funcionamiento.
Pero hay un tercer tipo de adaptación, que sucede cuando el objeto se adecua a
un medio específico. Aquí el objeto pierde su autonomía, pues depende de un
elemento externo, pero no su integridad.

La adaptación al medio también puede ser de dos tipos. Es posible que el objeto
se adapte a un medio preexistente, al cual se supedita. Un avión construido para
grandes alturas es inoperante en medios que le exigen sobrevolar alturas cortas,
por ejemplo. Pero también hay objetos técnicos que se adaptan a un medio
establecido por ellos mismos. ¿Cómo puede ser esto posible? Todo objeto que
se adapta a un medio geográfico está en realidad involucrando dos medios en
su funcionamiento: el geográfico, pero también el medio técnico que le es
inherente. Simondon pone como ejemplo el motor a tracción de un tren. El motor
se alimenta de líneas de alta tensión y con ello remolca al tren en un terreno de

10
Gilbert Simondon, El modo de existencia de los objetos técnicos, p. 72.
condiciones particulares; esto quiere decir que no sólo transforma la energía
eléctrica en mecánica, sino que también la aplica a un mundo geográfico diverso.
Así mismo, la disposición del medio geográfico actúa sobre el medio técnico:
según las condiciones del terreno, expresadas por una mayor o menor
resistencia, la línea que alimenta al tres reacciona con variaciones en la tensión.
Hay pues una reciprocidad entre estos medios heterogéneos: cada uno actúa
sobre el otro.

Se establece así un tercer medio que no existía antes. El objeto técnico está
condicionado por él, pues ha adaptado su funcionamiento a este medio. Pero el
medio sólo existe por el funcionamiento del objeto, así que este también lo
condiciona a él. Hay pues una causalidad recurrente entre ambos:

La adaptación-concretización es un proceso que condiciona el nacimiento de un


medio en lugar de estar condicionado por un medio ya dado; está condicionado
por un medio que sólo existe virtualmente antes de la invención (…) El objeto
técnico es entonces condición de sí mismo como condición de existencia de ese
medio mixto, técnico y geográfico a la vez.11

A este medio mixto, “tecnogeográfico”, Simondon lo llama medio asociado. Su


importancia radica en que le posibilita al objeto técnico el condicionarse a sí
mismo. Al establecer una mediación entre los elementos técnicos fabricados y
los elementos naturales vinculados al funcionamiento de la máquina, el medio
asociado juega un rol de información en tanto regula la energía que comunica a
ambos dominios. En última instancia, el medio asociado dota al objeto técnico
de autoregulación.

Es en virtud del medio asociado que Simondon define al individuo y al conjunto


técnico: “Hay individuo técnico cuando el medio asociado existe como condición
sine qua non de funcionamiento, mientras que hay conjunto en el caso
contrario”.12 Necesariamente, las estructuras vinculadas a un mismo medio
asociado deben operar de manera sinérgica. Es por eso que varias estructuras
técnicas juntas, superpuestas, no necesariamente constituyen un individuo
técnico. Serán más bien conjuntos. Lo que diferencia a un conjunto técnico es

11
Ibíd., pp. 76-77.
12
Ibíd., p.82
que sus componentes no establecen un medio asociado, pues cada uno cuenta
con el propio. Un conjunto técnico es, pues, un conjunto de individuos. Como lo
muestra Simondon, es frecuente el uso de objetos técnicos que impidan el
establecimiento de un medio asociado común. El medio asociado es indeseable
en un conjunto técnico.

Existen también objetos infraindividuales. A estos Simondon los llama elementos


técnicos.13 Son elementos porque no cuentan con un medio asociado propio,
pero pueden constituir, en grupo, individuos técnicos. Así mismo, los elementos
técnicos son generados mediante conjuntos técnicos.

Cabe aclarar que el individuo técnico no es en realidad un “individuo”, al menos


en el sentido estricto que le da Simondon a este concepto. Para él, un individuo
no sólo tiene capacidad de autoregulación; también cuenta con una carga
preindividual, potencial, que lo mantiene en un constante devenir autónomo.
Esta última es una característica propia sólo de los seres vivos. Es por ello que
Simondon le llama “de individualización” y no “de individuación” al proceso por
el cual se constituye un individuo técnico.

4.2 Acoplamiento y la relación del hombre con el objeto técnico.

Hasta aquí he explicado el análisis que Simondon hace sobre los objetos técnicos
en sí mismos; lo que podríamos llamar su “filosofía ingenieril”, tal como Mitcham
reconocería. Pero en la lógica de su ensayo esto no es más que una
propedéutica. Veamos.

En la segunda parte del libro, y tras haber hecho un recuento de las diversas
maneras en que el ser humano, históricamente, ha entrado en relación con los
objetos técnicos, Simondon pretende plantear un vínculo entre el hombre y la
máquina que no subordine a ninguno de los dos. Para ello recurre a la noción de
acoplamiento: “Existe un acoplamiento interindividual entre el hombre y la
máquina cuando las mismas funciones autorreguladoras se cumplen mejor, y de
modo más fino, a través de la pareja hombre máquina que a través del hombre

13
Cfr. Ibíd., pp. 85-86.
solo o de la máquina sola”.14 A diferencia de los otros esquemas de relación con
los objetos técnicos, donde el ser humano funge como dirigente y utilizador o
como mero proveedor, el acoplamiento establece una relación de igual a igual
entre hombre y máquina. El acoplamiento implica una sinergia donde ambos
elementos cumplen su función de autorregulación de una manera más óptima a
que si estuvieran separados. Eso quiere decir que el hombre participa de la
regulación de la máquina, y no únicamente de su funcionamiento.

Vemos como una verdadera autorregulación, implicada en el funcionamiento de


la máquina, resulta condición de posibilidad para el acoplamiento: “existe
acoplamiento cuando una función única y completa se ve cumplida por los dos
seres. Esa posibilidad existe cada vez que cada función técnica lleva consigo una
autorregulación definida”.15 El asunto es que no toda máquina es capaz de entrar
en una relación de acoplamiento. Aquellas que no poseen un sistema de
autorregulación, pues su funcionamiento está regido por un modelo orientado a
la finalidad, desarrollan una estereotipia cuya invariabilidad impide todo ajuste
susceptible de regulación.

Es necesario que la función técnica sea dirigida, además, por el resultado


obtenido mediante el cumplimiento de la tarea, el cuál interviene como
condicionante. Eso es lo que pasa en una operación artesanal cuando el
artesano, respondiendo a la información que le brinda el contacto con su
herramienta y el material trabajado, regula la acción en función los resultados
obtenidos en cada movimiento. La diferencia es que en este nivel la regulación
recae únicamente sobre el hombre, siendo este motor y al mismo tiempo
regulador del objeto técnico. En un objeto técnico verdaderamente individuado,
esa autorregulación es inherente al funcionamiento e implica un margen de
indeterminación. Se opone, pues, a un simple automatismo.

Por otro lado, dicha autorregulación también es condición de posibilidad para la


integración de los conjuntos técnicos:

14
Ibíd., p. 138.
15
Ibíd., p. 142.
a través de dicha autorregulación las máquinas automáticas pueden ser ligadas
con el conjunto técnico en el cual ellas funcionan. (…) la máquina está integrada
al conjunto no sólo de manera abstracta y liminar, por su función, sino también,
en cada instante, por su manera de ejecutar la tarea propia en función de
exigencias del conjunto.16

A estas alturas del texto, Simondon ajusta su definición de un conjunto técnico.


Mientras en la primer parte del libro el conjunto sólo era una yuxtaposición de
objetos técnicos, en esta segunda parte estamos en condiciones de vislumbrar
la importancia de la autorregulación en este respecto. Un conjunto técnico es
pues la integración de varios individuos técnicos que, sin establecer un medio
asociado unificado, están ligados mediante las exigencias recíprocas en cada uno
de sus funcionamientos. Esto quiere decir que, como en el ejemplo del artesano,
las máquinas del conjunto modulan sus operaciones en función de los resultados
arrojados por el resto.

La autorregulación mutua entre los integrantes de un conjunto técnico implica


una especie de comunicación. El asunto es que las máquinas, por sí mismas, no
están en condición de establecerla:

“Ahora bien, ese aspecto de la autorregulación por el cual se debe tener en


cuenta el medio en su conjunto no puede ser cumplido solamente por la máquina
(…) el tipo de memoria y el tipo de percepción que son convenientes a este
aspecto de la regulación necesitan la integración, la transformación del a
posteriori en a priori, que sólo lo viviente realiza en él (…) la función integradora
de la vida solo puede ser asegurada por seres humanos”17

Una relación de autorregulación mutua implica una capacidad de homeostasis,


propia únicamente de los seres vivos. Dicha capacidad consiste en mantener una
condición estable compensando cambios en el entorno mediante un intercambio
regulador de materia y energía, en relación con el exterior. Implica la integración
de elementos externos, lo que Simondon llama “la transformación del a
posteriori en a priori”. Para que las máquinas puedan autorregularse, sería
necesario que contaran con las funciones exclusivas de los seres vivos. Es por
eso que para Simondon las máquinas son como mónadas, cerradas sobre sí

16
Ibíd., p. 143.
17
Ibíd.
mismas. Las funciones propias de cualquier máquina, por mejor automatizadas
que estén, no pueden incluir esta capacidad de modularse en relación con el
exterior. En última instancia, una verdadera autorregulación, en el sentido
estricto del término, sólo puede llevarla a cabo un organismo vivo.

Encontramos así cual es el lugar del hombre en esta relación. Es él, en tanto ser
vivo, el único que puede incluir estas funciones en la interconexión entre
máquinas. El hombre se encarga de “asegurar la función de integración y
prolongar la autorregulación por fuera de cada mónada de automatismo por
medio de la interconexión e intercomunicación de las mónadas”18 Como he
mostrado, para establecer un verdadero conjunto técnico la autorregulación de
cada máquina es indispensable. Dicha autorregulación tiene sentido si las
máquinas están en relación, son sensibles la variación de las operaciones ajenas
y tienen la capacidad de modular las propias en respuesta a ellas. El asunto es
que esta capacidad de autorregulación es propia de sólo se los seres vivos. En
términos estrictos las máquinas no pueden ejecutar estas operaciones por sí
mismas: funcionan mediante esquemas rígidos y repetitivos, invariables. El
hombre, en tanto ser vivo, es el único que puede introducir este elemento
“viviente” en la relación entre máquinas. A ello es a lo que Simondon llama
acoplamiento.

En el individuo técnico, el medio asociado tiene una función de información; en


el conjunto técnico, es el hombre quien cumple dicha función. No obstante, el
hombre juega un papel decisivo también en la constitución del primero. El medio
asociado no es descubierto ni está dado de antemano. Las condiciones que
permiten el establecimiento de un medio asociado son estructuradas por el
hombre, mediante su pensamiento. En ese sentido es una invención. En última
instancia, el hombre puede estructurar un objeto técnico relación con un medio
asociado porque él mismo es un individuo asociado a un medio. Desde esta
perspectiva, una diferencia entre el individuo técnico y el conjunto es que la

18
Ibíd.
intervención del hombre, aunque indispensable en ambas, no requiere una
integración al sistema en el primero pero sí en el segundo.

5. Conclusión

Ahora es fácil mostrar en qué sentido creo que el trabajo de Simondon desborda
cualquier filosofía de la tecnología ingenieril. Si bien este filósofo dedica grandes
esfuerzos a comprender la naturaleza de los objetos técnicos, tal como lo revela
su análisis sobre los elementos, individuos y conjuntos técnicos, este esfuerzo
apunta a resolver un problema que es ajeno al ámbito netamente técnico. Tal
problema, central en libro que analizamos, es la relación entre el hombre y la
máquina. Simondon postula una relación tal que no subordine a ninguna de las
partes; una relación donde lo humano siga siendo irreductible a lo artificial. El
acoplamiento revela una instancia del fenómeno técnico que no sólo no puede
abarcar lo humano, sino que además requiere de él para su desarrollo. Es en
este punto donde el mayor desarrollo técnico, el del sistema, requiere de la
mayor libertad humana, la autorregulación. Es también en este aspecto de su
teoría donde podemos encontrar la vena “humanista” del filósofo francés. Una
vena a la que, sin embargo, no es por completo fiel. A diferencia de las
reflexiones de origen romántico, que suelen ser abiertamente pesimistas, la
postura de Simondon es más bien optimista: su análisis abre la posibilidad de
una relación no alienada con los objetos tecnológicos, principal preocupación
para la llamada filosofía de la tecnología de las humanidades.

El interés de Simondon está, pues, tanto en la técnica como en el ser del hombre
y la cultura. ¿Y no es precisamente eso —el aprovechamiento de los
conocimientos sobre la técnica para indagar cuestiones no técnicas, humanas—
lo que Mitcham exige de una síntesis entre las dos tradiciones? De hecho, y esto
es algo que se le escapa a Mitcham, la formación de Simondon es doble: fue un
hábil ingeniero, pero sobre todo un filósofo formado en lo mejor de la tradición
francesa. Se entiende, pues, su necesidad por entablar un puente entre ambas
formas de pensamiento.

BIBLIOGRAFÍA
- Mitcham, Carl, ¿Qué es la filosofía de la tecnología?, Barcelona,
Anthropos, 1989.

- Simondon, Gillbert, El modo de existencia de los objetos técnicos,


Buenos Aires, Cactus, 2007.

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