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CAPÍTULO II

POLÍTICA CORPORAL

BENEFACTORES, OBREROS
Y SEÑORAS ANTE EL CUERPO DEL PUEBLO.
1900-1919
¿Por dónde abordar el ataque de la miseria social desde el punto de vista de la
salvación civilizacional? ¿Cómo intervenir el trabajo de la muerte en los cuerpos
de pobres sin afectar los intereses de la civilización material?
La política social y laboral comienza interviniendo sobre los cuerpos de niños del
pueblo. La tarea en Chile era tremenda, teniendo el récord de su muerte189. Pero
dicho “cuerpo de niño” pasó a ser una clave de la nación: el fundamento de la defen-
sa de la patria, sus soldados; la base de su riqueza; su fuerza laboral y la materia
prima de la transformación de las relaciones sociales, de confrontacionales a rela-
ciones adaptativas, sobre la base de su nueva “pertenencia” político-social. Es decir,
había que partir de la semilla, comenzar la república de cero, pero de un cero promi-
sorio. El reconocimiento del país como nación civilizada, su riqueza y su trabajo
propiamente tal, se jugaba en este pequeño cuerpo de niño pobre en agonía.
¿Cómo intervenir sobre él? El cuerpo de niño pobre no era, en realidad, una
entidad independiente. Hubo de considerársele, entonces, bajo el concepto “bino-
minal” del que formaba parte: madre-niño. La vía para llegar al niño e intervenir
sobre él forjando un nuevo trabajador de la patria, era la madre. La mujer madre
popular se constituyó en una clave estratégica; ella habría de ser el puente entre su
hijo y la política asistencial.
¿Cómo llegar e intervenir sobre esa mujer-madre popular para, a través de ella
(de su cuerpo-mente) llegar al cuerpo de su hijo y desde éste al obrero presente o
futuro? La vía serán mujeres, matronas y señoras (y más tarde, visitadoras socia-
les), que actuarán en la atención y la educación de la madre-niño. Estos eslabones

189
Ver “Apéndice Estadístico”.

111
femeninos constituyen, pues, otra de las claves de la nueva política social sobre
cuyos cimientos debería refundarse la nación.
Eslabones femeninos, tanto la madre-niño, como las mujeres-señoras, habían
de ser disciplinados en su nueva misión. Este disciplinamiento se haría sobre la
base de una moderna ciencia, rama de la Pediatría, que tenía algunas pocas déca-
das de formulación: la Puericultura o la ciencia de la crianza. Ella establecía una
serie de prescripciones destinadas a favorecer la salud del niño en su primera
infancia y cuyo lenguaje estaba dirigido a la divulgación masiva entre el pueblo.
La ciencia salía al encuentro de la sociedad dañada por el desorden biológico cau-
sado por la civilización del trabajo, para restablecer un nuevo orden social laboral
a futuro.
Instituciones civiles y estatales, guiadas por los científicos médicos puericulto-
res saldrán al encuentro de este niño fruto de la patria en los primeros años del
1900, a medida que salían a “luz” las estadísticas chilenas de la muerte a nivel
internacional y a medida que algunos quisieron “ver” la corporalidad real de la
crisis de subsistencia vital que experimentaban las clases populares.
Todo esto era muy loable, importante y necesario: imprescindible. Y así lo sin-
tieron las mujeres populares que por primera vez fueron “sanadas” por el sistema.
A través de esta relación corporal de ellas con las instituciones de salud protecto-
ras de su niño fruto de la patria, ellas serán cooptadas para ser las vías de una
nueva política social y laboral.
En definitiva, este sistema de política social significó una verdadera revolución
en la relación entre un sector de la clase dirigente y un sector del pueblo. Médicos
puericultores, matronas, madres populares, niños frutos de la patria, señoras confor-
marán en conjunto una cadena de alianza y enlace. Cadena que anclaba en la
profundidad del útero de la madre-pueblo de la patria, para sustentar el progreso de
la nación. La política uterina en germinación constituía, así, el fundamento de una
nueva política del trabajo y de un pacto social nacional que podría expresarse a
través de la creación de un trabajador chileno modelo.
...no debiendo olvidar los estadistas que esos niños que han de llegar a ser hombres
y que así como es explicable que se presenten en son de guerra hacia una organiza-
ción social que los ha olvidado, desatendido y despreciado, así pueden llegar a ser
elementos útiles de una sociedad que los ha servido, amparado y levantado190.
En suma, luego de la tan debatida “cuestión social” en Chile, las clases dirigen-
tes se vieron obligadas a tener que reconocer la presencia popular real y deliberar

190
Discurso de Ismael Valdés Valdés en la inauguración del Primer Congreso Nacional de Protección a
la Infancia en op. cit., p. xxiii.

112
sobre la base de esta nueva “visibilidad”, tanto desde la perspectiva de las nuevas
políticas laborales como desde la crisis del “desorden” de la mortandad. Sectores
de las clases dirigentes tendrán que gobernar un pueblo que históricamente se ha
hecho visible; pero esta “visibilidad” será reconocida no en tanto sujetos políti-
cos, no en tanto clase trabajadora nacional, sino principalmente en tanto “cuerpos/
espíritus de pobres”, en correspondencia con una nueva definición de nación la ri-
queza de sus fuerzas productivas como campo de aproximación entre las clases.
De modo que si bien algunos sectores profesionales emprenderán la lucha social
a través de diversos proyectos de reforma dirigidos a producir una incorporación pro-
gresiva del pueblo a la nación –por ejemplo, a través de la educación191 y de la
legislación laboral, reformas que no se aplicarán hasta la década de 1920–, percibi-
mos que la vía inmediata de gobernabilidad sobre el pueblo se implementará a través
del proyecto bio-político, que se hará en base a una combinación de elementos pre-
modernos (filantrópicos) y modernos (científicos) que darán por resultado un
“gobierno de lo social” centrado en políticas asistencialistas dirigidas al pueblo.
La cuestión era la refundación de la nación desde el subterráneo, desde la
indigencia y desde el cuerpo del pobre. Ya no es el debate o la percepción temero-
sa de la “cuestión social”, sino que es la percepción del desorden civilizacional
que ha producido la indigencia la que amenaza el sistema en general.
Se trata de un momento histórico en que se comienza a hablar, a sacar a luz, a
crear un espacio público para un tema nuevo, a concitar a todos los actores socio-
políticos en torno a una causa común que pasa a constituir una bandera de lucha.
Se fundaría, incluso, un discurso hegemónico en torno a un problema que concita-
ba unanimidades. Claramente, se estaba produciendo un cambio de discurso y, por
lo mismo, una nueva época histórico-cultural 192.
Era un hecho que, dada la envergadura de la crisis de subsistencia popular, tanto
el discurso como la práctica en torno a la necesidad de realizar una intervención
sobre el mundo popular ya no podrá restringirse a la idea de captar a los obreros a
las instituciones de iglesia o de organizarlos en sociedades católicas, como se perci-
bió y trabajó en un primer momento. Ahora se hablará con mucho mayor énfasis de
la necesidad de proteger a los que viven en la miseria, tanto desde una perspectiva
inmediata como preventiva, en vista de lograr un mayor bienestar social. El ataque
contra la pobreza se plantea como una misión patriótica, definiéndose el patriotismo

191
Es notable la lucha que da la Asociación de Educación Nacional, fundada en 1904, por la incorpora-
ción del pueblo al sistema institucional por la vía de la educación. Ver al respecto, M.A. Illanes,
Ausente, señorita..., (1992).
192
Respecto de la relación entre cambio de discurso y fundación de nuevo tiempo histórico, ver M.
Foucault, Historia de la sexualidad, tomo 1, Editorial Siglo XXI, 1991.

113
como salvación de un orden estatuido amenazado. Estamos frente a un cambio de
sentido de los conceptos que fundaron la nación republicana en el siglo XIX. No
obstante, el objetivo será semejante: la necesidad de una refundación nacional.

1. El proyecto biopolítico:
Modelo europeo y ensayos de intervención en Chile
El surgimiento de la industrialización en las sociedades occidentales agudizó el
abandono de niños recién nacidos por parte de muchas de sus madres, proletarizadas
en las industrias modernas donde se ofrecía un salario, el recurso necesario para una
nueva forma de subsistencia. Si bien el abandono de críos no era un fenómeno nuevo
en las sociedades en que la desigualdad y la pobreza era un factor “natural” e “indife-
rente” de la estructura de la organización social, la sensibilidad social que despierta la
envergadura del fenómeno entre algunas conciencias políticas y cristianas durante el
proceso de industrialización, así como la alarma que surge entre los científicos-médi-
cos y los gobiernos acerca del “despoblamiento” nacional en algunas sociedades
europeas, hizo “visible” el problema del abandono y mortalidad infantil.
Esta visibilidad se presenta con especial énfasis en Francia, país que, al mismo
tiempo que sufrió en exceso la mortalidad durante la industrialización y urbanización,
había protagonizado la Revolución Francesa de 1789 que había instituido y legitimado
la función pública en salud y educación. Esta preocupación surge en Francia, además,
en el marco de los agudos conflictos sociales protagonizados por el movimiento obrero
industrial durante la década de 1840, tiempos de crisis en el empleo, de agudización
del hambre y del surgimiento de organizaciones socialistas y anarquistas.
En vista de la salvación de la fuerza laboral, la ciencia biológica, a través de
la investigación del desarrollo de la vida y de la muerte, pudo diferenciar las
funciones biológicas entre los adultos y los niños, desarrollando en el último
cuarto del siglo XIX la rama de la Pediatría. A partir de aquí se creó una discipli-
na especial, la Puericultura: pueri = niño, cultura = cultivo, es decir, el cuidado
del desarrollo del niño, la que estaba llamada a jugar un papel decisivo en la
política social moderna, encargada de vulgarizar los conocimientos biocientífi-
cos en el seno de las nuevas instituciones asistenciales y de la sociedad misma.
Esta disciplina no solo se fundamentaría en motivaciones económicas, sino tam-
bién en conceptos de responsabilidad pública y social: “la sociedad debe a todos
sus miembros, se planteó, la seguridad de su existencia”193.

193
Citado por el Dr. Jorge Herrera Rogers, “Protección médica y social del niño de pecho indigente”,
en Primer Congreso de Protección ..., op. cit., p. 63.

114
Una primera iniciativa basada en este doble criterio de proteger la vida del
niño, sin afectar el proceso de producción industrial, fue la creación en París en
1844, por parte del Sr. F. Marbeau, de la primera casa destinada a albergar chi-
cos cuyas madres tuviesen que trabajar en las industrias, albergue que recibió el
nombre de “creches” o cunas, en recuerdo del nacimiento de Cristo194. Es decir,
la intervención de la muerte y abandono infantil, aunque circunscrito en la mo-
dernidad industrial, se inspira en la tradición cristiana; la crëche no es una
“guardería”, sino un pesebre.
Pero esta era aún una iniciativa aislada. El “trabajo de la muerte” en el cuerpo
de niños pobres siguió su libre curso en los países occidentales, adquiriendo siem-
pre agudos caracteres en Francia. Los estudios científicos que se encargaron de
analizarla rompieron, después de muchas controversias, con la ideología del “na-
turalismo” respecto de dichas muertes, otorgándoles el diagnóstico y concepto de
muertes “evitables”, es decir, los cuerpos de niños pasarían a ser campo de interés
e intervención específica de la Puericultura, que estableció una serie de “verda-
des” y prescripciones que fueron constituyendo el fundamento de su saber o su
cuerpo de conocimiento.
Uno de los temas centrales de las investigaciones de la puericultura se centró
en el problema de la “alimentación” de la guagua. La mujer-madre pasó a ser un
importante objeto de investigación científica no en tanto cuerpo integral y mucho
menos en tanto persona y sus condiciones de vida –que aquello quedaba fuera de
la competencia de la ciencia “objetiva”, tal como se ha entendido en occidente–,
sino en tanto su producto: la leche. En su calidad de objeto de estudio se la analizó
en relación a otro producto u otra leche: la de vaca, comparándose ambas y así
sucesivamente, con otras “leches de hembras de la serie animal”. De lo cual se
concluyó que “las leches de mujer y de vaca se asemejan en su composición cuali-
tativa: ambas contienen agua, caseína, mantequilla, lactosa y sales, principalmente
fosfato de cal”195 y se estableció una jerarquía científica alimenticia: la “mama”
de la madre, la mama de la nodriza, la alimentación mixta (leche de mujer y vaca),
la alimentación artificial (leche de vaca). El imperativo de la ciencia era, pues,
inducir, prioritariamente a las mujeres y, especialmente, a las mujeres del pueblo,
a dar de mamar a sus hijos, para lo cual era necesaria una vasta campaña de inter-
vención educativa. No obstante, las investigaciones señalaban desde ya las mejores
vías de su sustitución: la leche de vaca, preparándose el camino para la industria-
lización sustitutiva de la mama.

194
Ibid., p. 61.
195
Dr. Alfredo Sánchez C., Jefe de la Sección de Niños del Instituto de Puericultura, “Alimentación
en la primera infancia”, en Ibid., pp.12-13.

115
De este modo, la nueva disciplina de la puericultura tenía un doble carácter: a
más de su carácter científico al modo tradicional, tenía uno prescriptivo y pedagó-
gico, destinado a una amplia política de educación social, especialmente de
educación femenina, con el fin de salvar los niños del pueblo de lo que se llamó el
“trabajo de la muerte”.
Esta política de salvación social se comenzó a aplicar sobre “la clase indigen-
te”, una denominación que concebía a la clase trabajadora desde el cuerpo y no
desde categorías sociales o políticas y que se encarnaba básicamente en las “ma-
dres débiles e indigentes” que daban como fruto hijos ilegítimos y abandonados.
La médicos “puericultores”, con su cuerpo de saber y sus métodos educativos y
profilácticos, se constituyeron hacia fines del siglo XIX en la avanzada y en los
líderes indiscutidos de esta moderna política de salvación popular, que adquirió
claramente los rasgos y el vocabulario de una ideología y práctica cuasi-religiosa.
En el seno de la puericultura, el médico no solo era un científico, sino una suerte
de sacerdote de los cuerpos de niños pobres y mensajeros de su necesidad ante la
sociedad: el médico puericultor pasó a ser “el promotor y el apóstol de la asisten-
cia infantil”... a través de “su palabra, sus exhortos, su experiencia, ha de encontrar
eco en todas partes, tanto entre los poderes públicos solicitados para acordar soco-
rros indispensables, como entre los corazones sensibles y generosos que se
agruparían voluntariamente bajo su bandera y dirección”196.
En torno a dicha disciplina y liderazgo médico, se fueron aglutinando las dis-
tintas iniciativas, religiosas y laicas, unidas al alero de la neutralidad prescriptiva
de la ciencia de la puericultura.
De todos los rincones de Francia, como obedeciendo a una necesidad de defensa
nacional y a un acto de humanidad, han acudido millares de hombres de buena
voluntad, que se han puesto a la obra. Nuevos cruzados de una causa santa traba-
jan con fe y admirable ardor. Los auxilios de carácter oficial han aumentado. La
idea tomó vuelo y bajo la presión de la necesidad, se han formado instituciones
filantrópicas de todas especies y en todas partes. La asistencia pública y la benefi-
cencia privada se dan hoy la mano para alcanzar el fin deseado: la conservación
del niño”197.
El cuerpo del “niño indigente” pasó a constituirse en el posible eje para fun-
dar una nueva relación política entre el pueblo y el poder. El infante pobre era un
inocente, una víctima, que aún no tenía conflictos con el Estado ni con la sociedad
patronal. Era un recurso de la nación y un ser indefenso, cuyo abandono despertó

196
Ibid., p. 58.
197
Ibid., p. 56.

116
una nueva sensibilidad social. Desde todos los flancos argumentativos –desde la
ciencia económica, desde la ciencia política, desde la biología, desde la religión–
se legitimó la intervención pública y privada sobre dichos cuerpos, para combatir
el trabajo de la muerte de ellos y así, salvar la sociedad entera entendida como
“raza” y “nación”. Esta extrapolación del niño hacia la sociedad se basó en el
argumento de que ello no solo contribuiría a reproducir la fuerza de trabajo y no
solo tranquilizaría los ánimos de la familia obrera, sino que, además, formaría un
niño agradecido de la sociedad y sus instituciones protectoras y no intentaría, en
su vida adulta, romper el orden establecido. La protección del niño a través de las
nuevas prescripciones de la puericultura era una inversión a corto y a largo plazo
para la salvación social.
La voluntad política y social de intervenir sobre los cuerpos de niños en peli-
gro era un hecho. Esta voluntad se aplicaría sobre todos los niños “abandonados”
de sus familias (en la vía pública y asilados por cualquier motivo en estableci-
mientos de beneficencia). No obstante, ¿cómo justificar ante la familia obrera –que
mantenía sus hijos consigo– dicha intervención? Las leyes republicanas asegura-
ban a todos los ciudadanos la “libertad individual”, la que encontraba especial
refugio en el ámbito de la familia y con respecto a la crianza de los niños. Ante
esto, la intervención pública se justificó en dos casos: a) al momento que la familia
proletaria solicitase recursos de la caridad pública o privada. “En cambio de los
servicios solicitados, el benefactor que los concede, sea el Estado o un particular,
impone la obligación de controlar o verificar la necesidad y resultado de estos
servicios”. Es decir, a cambio de servicios prestados, derecho de intervención de lo
público sobre lo privado; b) al momento en que un niño menor de dos años fuese
confiado, mediante un salario, a una nodriza fuera del domicilio de sus padres; por
este motivo el niño pasaba a ser “objeto de una vigilancia de la autoridad pública,
que tiene por fin proteger su vida y salud” (ley Roussel dictada en Francia en
1874). Eran numerosos los casos de madres solteras que enviaban a criar sus hijos
a nodrizas, las cuales, supuestamente, no cumplían con amamantarlos y cuidarlos
satisfactoriamente. Este fue el motivo por el que el doctor Teófilo Roussel propuso
dicha ley, la cual causó gran resistencia entre las nodrizas, las que se sintieron
perseguidas y vigiladas, debiendo cumplir con determinadas obligaciones y pres-
cripciones, entre ellas una que las importunaba especialmente: constatar que su
propio hijo, al que también amamantaba, tenía ya 7 meses cumplidos. Como gene-
ralmente los contratos de nodrizas pedían “leche nueva”, esta “leche vieja”, de
más de 7 meses no lograba la nodriza colocarla en el mercado de las mamas198.

198
Ibid., pp. 57 y 64.

117
Lo decisivo y de mayor efectividad en el ámbito de la intervención sobre la
muerte infantil fue la creación en 1892, por parte del doctor Budin, de una nueva
institución de salud, marcada por el sello moderno del concepto de “desarrollo y
prevención”. Se trató de consultorios para niños de pecho que debían actuar princi-
palmente como escuelas de puericultura para madres del pueblo, a las cuales se
les estimulaba y ayudaba a mantener la lactancia natural de sus hijos. Para lograr
este objetivo, el lenguaje médico hacia las mujeres fue adoptando, incluso, un
tono terminante y autoritario:
El médico solo debe autorizarla (a no dar de mamar) cuando se reúna un conjun-
to de circunstancias que impidan a la madre criar a su hijo o proporcionarle una
nodriza. Jamás se debe de ser complaciente en este punto, pues, como lo hace
notar muy justamente Laurent Joubert, “la naturaleza no ha dado a las mujeres
las mamas para adornar su pecho, sino para criar a sus hijos”.
El doctor Variot se expresaba en estos términos, en una conferencia dada en
la Sorbonne: “Aquellas madres que rehúsan el seno a sus hijos, sobre todo du-
rante los dos primeros meses de la vida y que los someten desde el nacimiento a
la crianza artificial exclusiva, los exponen a mayores peligros de muerte que los
que corre un soldado en el campo de batalla”199.
Es decir, en vista del resguardo del fruto, la mujer y, especialmente las mujeres
populares, se transforman en el objeto principal de la disciplina de la puericultura. De
trabajadoras y obreras han pasado a ser, corporalmente hablando, “madres” que, aun-
que indigentes, serán consideradas como un objeto científico precioso a ser cuidado
durante el período pre y post natal, recomendándoles los médicos una alimentación
rica, abundante y variada, reposo o ejercicio suave, buen aire y “evitar las impresiones
fuertes”200. Un mundo soñado en rosado para una realidad bastante oscura.
Un nuevo conocimiento (“científico”) se comienza a producir y divulgar res-
pecto de la mujer en tanto cuerpo de “madre”, en especial de la madre de las
“clases necesitadas”, la cual, de este modo, entra a formar parte de las claves de la
construcción cultural de la sociedad. Un lenguaje comparativo y compuesto sobre
pares de opuestos las definió: madres débiles/fuertes, anémicas/robustas, enfer-
mas/sanas, mal alimentadas/bien alimentadas... Cada uno de estos términos
definiría el resultado, positivo o negativo, de su fruto, su hijo. Este conocimiento
comparativo y experimental, condujo, finalmente, a mediciones que no pudieron
obviar la realidad de la modernidad obrera:

199
Ibid., p. 78.
200
Dr. David Pulido Illanes, “Vulgarización de la puericultura y de la alimentación de los niños en el
público”, en Ibid., p. 108.

118
Autores franceses como Pinard, Bondé y otros han demostrado, por medio de esta-
dísticas exactas que... los niños de madres ocupadas en trabajos más o menos
pesados, en faenas o establecimientos fabriles, hasta el término del embarazo,
pesan por término medio 200 gramos menos que aquellos de mujeres que están en
situación de gozar tranquilamente del reposo de su casa!201.
La preocupación por las condiciones laborales en las clases dirigentes proce-
de de la medición del peso del objeto de preocupación de la ciencia: es este
hecho “objetivo”, corporal, el que irá constituyendo la “certeza” acerca del pue-
blo y sus condiciones de vida: “un hecho (la influencia de la alimentación de la
madre sobre el desarrollo del niño) que ya nadie pone en duda, pues ello ha sido
comprobado en experimentos en animales” 202.
Si para el médico la madre popular era una “embarazada y una parturienta”,
es decir, un cuerpo que había que cuidar al momento crítico de dar su fruto, la
necesidad o la “fuerza de las cosas”, como se decía, obligaban a la madre a ser
obrera –perdiendo paulatinamente la leche de su seno–. Esto condujo a que estos
consultorios se convirtiesen en lo que se llamó “Gotas de Leche”, la primera de las
cuales fue fundada por el doctor Dufour de Fécamp en 1894, donde se proporcio-
naba a los niños del consultorio leche artificial, científicamente controlada. La
tecnología y el análisis químico se ponían al servicio de la reproducción de la clase
obrera sin cambiar las condiciones económicas y las relaciones laborales de la
sociedad industrial. La mama natural sería sustituida por la artificial, configurán-
dose todo un sistema prescriptivo en torno a ella. El biberón institucional y
técnicamente fabricado y científicamente administrado a los cuerpos de niños
pobres constituyó, sin duda, uno de los primeros instrumentos de la intervención
pública moderna para el reordenamiento civilizacional.
La nueva política asistencial institucional que se comenzará a desarrollar so-
bre los cuerpos de madres e hijos del pueblo, no podría descansar exclusivamente
en sus profesionales médicos, los que acudían escasas horas a la semana a dichos
consultorios. La base de la nueva política reproductiva moderna se apoyaría fun-
damentalmente en un cuerpo de señoras: verdaderas militantes de la institución, las
que actuarían de intermediarias entre ésta y las madres populares, supervigilan-
do la acción del consultorio en la propia intimidad de aquellos hogares. La estrecha
vigilancia de la mama, del biberón y de la crianza en general, por intermedio de
las señoras visitadoras, modernizará la caridad así como se ha modernizado el con-
cepto cultural del cuerpo del pueblo. Ahora no serán los cuerpos moribundos,

201
Dr. Víctor Körner, “Protección de las madres durante el embarazo, el parto y el puerperio y su
influencia sobre la mortalidad infantil”, en ibid., p. 139.
202
Ibid.

119
abandonados y decrépitos “recogidos” por la caridad según mandato de la iglesia,
sino que ahora será la caridad enviada por la ciencia a “buscar” a los cuerpos
sanos en peligro.

a) La intervención corporal infantil en Chile


LAS INSTITUCIONES TRADICIONALES
¿Hacia dónde se dirigirá la acción de la clase dirigente chilena para intervenir
la miseria como acción patriótica? Como dijimos, se va a optar por atacarla a tra-
vés de la protección y salvación de la primera infancia, sustituyendo, incluso,
institucionalmente, a los padres de esos niños que no poseían los recursos para
sostenerlos con vida.
El cuerpo del niño pobre será la categoría desde donde se buscará regenerar a
toda la sociedad. La célula que, al ser salvada de la muerte, armonizaría el orden
cultural y material de la civilización y salvaría lo establecido, refundando la na-
ción. En torno a la protección de este “cuerpo” se organizarán instituciones que
intervendrán biopolíticamente el mundo popular y marcarán nuevas relaciones
entre las diversas instancias institucionales y el pueblo.
¿Con qué instituciones contaba Chile para la protección de la primera infan-
cia? La Casa de Huérfanos, que existía desde fines del siglo XVIII203, institución que
hacía las veces de una suerte de pasadizo de la muerte de lactantes, sin asumir
responsabilidad en el hecho. La capacidad o la voluntad de mejoramiento de su
atención era débil. Por esta vía era difícil construir modernización.
En vista de este objetivo de renovación, se había fundado en Valparaíso, en
1893, la Sociedad Protectora de la Infancia, la primera de su índole en Chile. Ella fue
una iniciativa de la clase dirigente civil y mantuvo estrechos lazos y redes con
todas las instancias de gobierno nacional y local (los Médicos de Ciudad formaban
parte de la Sociedad y el propio Presidente de la Sociedad en 1896 era el Inten-
dente de la provincia de Valparaíso, Emilio Orrego Luco. Como vicepresidente

203
La Casa de Huérfanos estaba basada en el criterio antiguo de la caridad para con el niño abando-
nado. Esta Casa había sido fundada a fines del siglo XVIII, situada en la calle de Huérfanos en un
terreno cedido por don Manuel de Aguirre, quien recibió el título de Marqués del Montepío como
recompensa. En 1855, el gobierno adquirió para esta Casa la Chacra de la Providencia (de 67
cuadras) que albergaba, en 1910, a unos mil niños. En su sección “lactancia”, la mortalidad era
altísima: 36,47 % en 1909, muertes que la institución justificaba con razones que “escapaban” a
su acción: que los niños llegaban graves y que se les entregaban a nodrizas que, proviniendo de
los estratos populares, trataban a los niños en forma descuidada, ignorante e irresponsable. Mil
niños asilaba, aún, la casa en 1912, manteniendo sus altos niveles de mortalidad. Dr. Jorge Herrera
R., “Protección médica y social del niño de pecho indigente”, en Ibid., pp. 65-66.

120
figuraba Luis Puelma y Vicente Santa Cruz era el presidente del Directorio de la
Sociedad). Por su parte, el gobierno apoyó a dicha sociedad en sus necesidades e
infraestructura, generándose una confluencia, al modo tradicional subvenciona-
dor, entre la sociedad civil y el Estado. Poco a poco, a partir de esa Sociedad o
institución de protección a la infancia, se construirá una alianza estatal-civil (o ci-
vil-estatal) asistencial que trazará un camino en Chile.
El objetivo de la Sociedad, tal como lo plantean sus Estatutos, era “coadyuvar
a la acción de los padres de familia o suplirlos en caso necesario...”204. Las institu-
ciones protectoras se definían, así, potencial y legítimamente como “los padres
institucionales” que, aparte de nutrirlos, los “moralizaría”, apartándolos de la va-
gancia y mendicidad; regenerándolos. Estas sociedades se autoinstituyen como
los entes representantes de la Patria, adoptando a los niños pobres como hijos
propios, con el fin de fundar una nación en orden y progreso.
La vinculación estratégica entre lo institucional político y su propia institu-
ción asistencial, se ve reflejada en la carta que la Sociedad Protectora de la Infancia
de Valparaíso envía al gobierno local, solicitándole incorporar un folleto de propa-
ganda a las madres de “Cómo criar a sus hijos”, a entregárseles en el mismo Registro
Civil al momento de inscribirlos. La cartilla de su crianza constituye, simbólica y
prácticamente, la cartilla patriótica para introducir al niño chileno a la salud y
moralidad; es el bautismo político que le da la bienvenida a la nación y es el mo-
mento de su apadrinamiento institucional en caso de que la madre no cumpla. El
niño, al inscribirse, es y pertenece a la patria y a sus instituciones. Se trata de un
claro esbozo de un nacionalismo asistencial.
A poco andar, los varones dirigentes de la Sociedad Protectora de la Infancia
de Valparaíso ven la necesidad de incorporar a una Comisión de Señoras –por lo
general, sus propias esposas– para que les colaborasen en su labor. Esta colabora-
ción no va a rebasar aún los límites tradicionales de su acción caritativa, centrándose
principalmente en una labor de confección y entrega de ropas y presencia en los
comedores de niños.
Alboreando el siglo XX se creó en Santiago la segunda institución de esta natu-
raleza: el Patronato de la Infancia acerca del cual nos referiremos más adelante.
Dicha institución fundó, al igual que la Protectora de Valparaíso, dispensarios de
alimentación para niños pobres, repartiendo miles de raciones con poco éxito en
el ámbito de la prevención de la mortalidad.
Otras dos sociedades fundadas en vista de la protección de la infancia fueron:
la Sociedad de Las Creches, creada en 1903 por la señora Teresa Cazotte de Concha,

204
Estatutos de la Sociedad Protectora de la Infancia de Valparaíso, Valparaíso, 1894 (énfasis mío).

121
la cual, más que ser sala cuna de día, era un asilo de infancia. “Todos los niños –30
en lactancia y 60 de más edad– duermen en la casa por ser hijos de madres que por
sus ocupaciones permanentes les es imposible mantenerlos consigo”. Esto refleja-
ba el carácter doméstico del trabajo de las mujeres de pueblo que encargaban sus
hijos a dicha institución. La otra, creada ese mismo año 1903, fue la llamada Cunas
de San José, a cargo de la congregación de las Hijas de San José.
Los nombres de estas instituciones eran modernos y seguramente el tratamien-
to otorgado allí a los niños se basaba también en criterios más modernos, pero no
dejaban de ser asilos tradicionales, es decir, se fundamentaban en la caridad filan-
trópica personal y eclesial y en la separación obligada de la madre trabajadora
respecto de su hijo.

LA PUESTA EN MARCHA EN CHILE DE LA ASISTENCIALIDAD MATERNO-POPULAR MODER-


NA: EL INSTITUTO DE PUERICULTURA Y LAS MATRONAS-VISITADORAS
La primera institución que en Chile adoptó un carácter moderno y científico
propiamente tal, bajo los criterios de la disciplina de la puericultura (divulgación
educativa respecto de la profilaxia de los lactantes populares, control preventivo
del embarazo, servicio de atención al parto, trabajo con matronas profesionales,
seguimiento del niño de pecho y distribución regulada de leche artificial a niños
inscritos en el consultorio) fue el Instituto de Puericultura. Este tenía “por base
fundamental el concepto de íntima solidaridad anatómica y fisiológica existente
entre la madre y su hijo”205.
Creado en 1906 bajo la iniciativa del doctor Alcibíades Vicencio y con subven-
ción del Estado206, el Instituto inauguraba el protagonismo médico-público en un
ámbito, el asistencial-popular, que otrora se había dejado casi completamente en
manos religiosas y privadas. Bien organizado y bien dirigido, su local se hacía es-
trecho para atender a su numerosa asistencia de niños, lo cual hablaba de una
exitosa política de atracción del Instituto hacia las madres del pueblo.
El Instituto se organizó sobre la base de una intervención científica sobre el cuer-
po del niño de la patria en diferentes fases: a) atrajo a las mujeres populares a un
seguimiento preventivo gratuito durante todos los meses de su embarazo; b) esto les
daba derecho a ser atendidas, también gratuitamente y en sus domicilios, por matro-
nas y médicos del servicio al momento del parto; c) en los días siguientes del parto
recibía la mujer popular visita diaria de su matrona para ver el desarrollo normal de
su mejoría, de la de su niño y del resto de sus hijos; d) la madre y el recién nacido

205
Dr. Alcibíades Vicencio, “La organización del Instituto de Puericultura”, en Ibid., p. 227.
206
El Instituto se inició con una subvención estatal de $400 en 1906; en 1912 contaba con un presu-
puesto de $100.000. A. Vivencio, op. cit., p. 230.

122
seguiría posteriormente recibiendo atención de control sano en el Instituto, propor-
cionándosele leche esterilizada en caso necesario, atención médica y medicamentos;
e) el seguimiento de la salud del niño se prolongaría por un año207.
De acuerdo con estos fines, el Instituto se constituyó en dos secciones: de obs-
tetricia y ginecología, atendidas por tres especialistas médicos tres veces por
semana. En las consultas se las “iniciaba” a las mujeres encinta en el conocimien-
to de las prescripciones de higiene. “Estas consultas son de grande importancia
desde el punto de vista de la puericultura –puntualiza el doctor Vicencio–, pues
allí se les enseña a las infelices e ignorantes mujeres a defenderse de los peligros
que pueden amenazar el normal desarrollo de su preñez”. Cada vez que el doctor
se refiere a estas madres las denomina de ese modo: de infelices, de ignorantes y
se las califica de “indigentes”208. La relación básica que se establece en el Institu-
to consiste, pues, en la relación entre el “conocimiento” y la “ignorancia”, entre el
mundo de los “felices” y de las “infelices”, entre el mundo de la “gente” y de las
“indigentes”, entre los inteligentes y las incapaces, en suma, entre la elite de los
médicos y el pueblo de madres.
Sobre la base de este discurso producido en el seno de este Instituto, los médi-
cos puericultores chilenos –conocedores de las iniciativas europeas– comenzaron a
desarrollar su campo de acción y, especialmente, a producir y divulgar “su conoci-
miento” acerca de las madres del pueblo, a quienes se formula una ácida crítica:
Nuestro contacto diario con los niños y sus madres nos ha proporcionado la oca-
sión de darnos cuenta hasta dónde llega la ignorancia absoluta de éstas... En
nuestras clases populares no existe ni la menor idea de cómo debe criarse un niño
con alimentación natural; tratándose de alimentación artificial llega hasta los
límites de lo increíble. Es común que a los niños de 6 meses se les dé de comer de
todo y de beber de todo. ¿Qué decir de sus ropas, habitación, etc? 209.
Sin embargo, este discurso va a ser matizado con un avanzado sentido de la res-
ponsabilidad profesional, deseando marcar un cambio y hasta una ruptura con las
modalidades culturales de asistencia al pueblo hasta entonces existentes; cambio
que el doctor Vicencio denomina de “honradez profesional”, con lo que quiere “sig-
nificar que el examen y el tratamiento a granel, tradicionales en los dispensarios del
país, se les repudia en el Instituto como una defraudación inicua. Las madres indi-
gentes de Santiago y sus hijos son tratados por el Instituto de Puericultura cual si

207
Esta política del Instituto tuvo mucho éxito, inscribiéndose y atendiéndose gran número de em-
barazadas del pueblo. Este modelo fue seguido más tarde por el Patronato Nacional de la Infancia
a través de sus Gotas de Leche, a partir de 1912.
208
Ibid., p. 228.
209
Dr. David Pulido Illanes, op. cit., pp. 104-105.

123
ellos pagaran cada una de sus consultas”210. ¿Qué quería decir con esto el doctor
Alcibíades? Sin duda el planteamiento tiene el carácter de una denuncia respecto
de las prácticas médicas tradicionales: los cuerpos eran clasificados en cuerpos de
pobres y cuerpos de ricos, en cuerpos pagados y cuerpos gratis, en cuerpos tratados
“personalmente” y en cuerpos tratados “a granel”. En el Instituto se quería revertir
radicalmente esta situación que se consideraba “deshonrada”. Sin duda un notable
cambio cultural en la concepción de la profilaxia dirigida al pueblo.
En la sección Obstetricia del Instituto de Puericultura se inició el cuidado pre-
ventivo del embarazo de las madres populares y se adoptó un revolucionario sistema
de asistencia del parto y del puerperio en el propio domicilio de la madre, con un
excelente resultado, dando respuesta a una verdadera necesidad que se hacía sen-
tir entre las clases populares. Con un aumento creciente de la demanda a partir de
1910, se había atendido a 2.899 embarazadas en el Instituto, de las cuales 1.696 se
habían atendido en su domicilio211.
¿Cómo funcionaba este sistema de atención? A través de un sistema de matro-
nas-visitadoras que inauguran el sistema de asistencia social pública en Chile.
Estas matronas eran profesionales contratadas y debían dedicarse por entero al
Instituto, quedándoles prohibido el ejercicio particular de su profesión, con lo
cual el servicio se aseguraba su disponibilidad absoluta. Se les exigía idoneidad
comprobada en su oficio y oportunidad en la prestación de sus servicios a las mu-
jeres populares embarazadas y parturientas.
El Instituto contaba con 10 matronas, a cada una de las cuales se le asignaba
una comuna como campo de trabajo. Pero eran las mujeres populares las que soli-
citaban al Instituto una “tarjeta de asistencia”, solicitud que se hacía “a domicilio”;
tarjeta que tenía por objeto que la matrona pudiese visitarla. A través de la visita-
ción, se buscaba “conocer las condiciones de vida” de la enferma, con el fin de
evitar que familias que pudiesen pagar estuviesen aprovechando el servicio, así
como también saber si la miseria pudiese hacer imposible un parto en condiciones
apropiadas. Por otra parte, en dichas visitas se ofrecía la “oportunidad de que la
matrona haga a la enferma las indicaciones necesarias respecto de la preparación
de aquellos objetos o elementos indispensables para la asistencia del parto. La
misma condición de pobreza de la enferma no permite que estas cosas se improvi-
sen durante la nerviosa agitación del alumbramiento” 212. Visitas educativas y
preparatorias respecto de un fin determinado. El día del suceso, la parturienta

210
Dr. Alcibíades Vicencio, op. cit., p. 230.
211
Dr. Romero Aguirre, médico del Instituto de Puericultura, “El cuidado del embarazo y la asisten-
cia del parto como factores de protección a la infancia”, en Primer Congreso..., op. cit. p. 213-214.
212
Ibid., p. 228.

124
debía mandar a buscar a la matrona en coche –como cualquier “señora/bien”– a
fin de que la asistencia fuese oportuna. ¿Cómo pagaría el coche si era pobre? Si
ella no podía hacerlo, el coche era pagado por el Instituto. Y, por último, si se
requería la intervención de un médico, se enviaba por uno de los que atendían en
la sección obstetricia213. No se escatimaban, pues, los recursos con el fin de atender
un parto popular. Sin duda, en esto consistía la “honradez” profesional a que alu-
día el doctor Vicencio.
Verdad es, y es fácil comprenderlo, que la asistencia del parto en el domicilio y las
intervenciones que a veces se requieren, tienen que hacerse con mucha frecuencia
en condiciones dificilísimas, dado el carácter de indigencia de la parturienta y el
desaseo personal y del ambiente que acompañan al consorcio de pobreza y de falta
de cultura; sin embargo, desde la fundación del servicio, ha habido un solo caso de
infección puerperal, en que la enferma sanó... Cabe, pues, desentenderse de tales
dificultades, que un personal competente y diligente consigue dominar214.
La pobreza no es obstáculo para concebir, llevar y aplicar la ciencia como un
“servicio social”. El discurso hace recaer en ella la responsabilidad mayor del éxi-
to de dicho servicio, sin atribuir culpas a las madres pobres objetos de su cuidado.
Aún más, “al carecer de sábanas limpias, paños u otros elementos, el Instituto se
los ha proporcionado y dejado en su poder hasta que se les ha dado de alta”. Y
para subsanar el hecho de que muchas mujeres carecían de camas, el servicio estu-
diaba la posibilidad de tener una cama portátil, premunida de la ropa necesaria215.
Estamos, como decíamos, ante un relativo cambio en el discurso público asis-
tencial respecto de los cuerpos de pobres, notándose una modernización del tono,
en el cual se percibe la mayor importancia del servicio y del objetivo científico
perseguido: la vida de los hijos proletarios.
Se puede apreciar, así, una interesante avanzada de la nueva política asisten-
cial pública hacia lo privado, hasta la intimidad del hogar obrero, en pos del cuidado
de la vida de la familia popular. Es necesario remarcar que esta interconexión se
hacía sobre la base de una apertura voluntaria del espacio privado popular hacia
lo público asistencial, en solicitud del cuidado de su vida y su cuerpo. El enlaza-
miento pueblo-poder se hacía sobre la base de relaciones de “reciprocidad”. ¿Cómo
se explicaba esta espontánea apertura de puertas de las habitaciones de pobres?
Es de fácil explicación el interés creciente de las embarazadas por la asistencia
del parto en su propio domicilio. El ser el 62% de ellas (1.153), personas que se

213
Ibid.
214
Ibid.
215
Ibid.

125
ocupan del cuidado de su hogar y que si trabajan lo hacen en él y el ser madre de
otros niños tal vez el 80%, las mueve naturalmente a preferir la asistencia del
instituto que les permite no abandonar su casa, ni sus hijos, durante ocho o más
días, como tendrían que hacerlo al ocurrir a las maternidades. Estas solas cir-
cunstancias hacen recomendable el sistema y así lo estima el Instituto de
Puericultura que de este modo extiende su acción protectora simultáneamente
al niño que va a nacer y a los hermanos que vieron la luz antes que él216.
Esto lo corroboraba el doctor Vicencio, vocero mayor del Instituto al plantear
la importancia de facilitar que la madre del pueblo quedase en su propio lecho
luego de su desembarazo, resguardando “desde él la regularidad de su mísera vi-
vienda y (así) los otros hijos no son arrojados a los cuatro vientos del desamparo
de un conventillo, exponiéndolos a múltiples peligros. Esto también es puericultu-
ra”, concluye217.
Es decir, el Instituto constituye una de las primeras figuras del “estado asisten-
cial” en Chile, adoptando la figura de un “padre”, levantando un discurso de
“protección a los niños” de la familia obrera, abarcando el hogar entero si conside-
ramos la “vigilancia” de la mujer embarazada desde los primeros meses en que
“ella se acerca al Instituto”. Esta acción del “acercamiento voluntario” es un he-
cho muy decisivo de las relaciones asistenciales entre el pueblo y el poder, que
marca una diferencia con los mecanismos –relativamente forzados– de acercamiento
que se habrán de implementar en otras iniciativas. “Todas esas madres compren-
den las ventajas de la vigilancia del embarazo o sienten la necesidad de ella y se
apresuran a aprovecharlas”218. “Comprender”, “sentir la necesidad” son términos
que ponen el sujeto activo y consciente en las madres del pueblo.
La visitación de la matrona a la parturienta continuaba durante los ocho días que
seguían al alumbramiento, prestándole sus cuidados. Y no abandona al niño cuyo
parto asistió, sino que sigue visitándolo cada 10 ó 15 días, anotando el estado de su
salud. Al mismo tiempo, instruye a la madre sobre los cuidados necesarios para la
crianza de su hijo y la insta a llevarlo al consultorio del Instituto para el control de
niño sano o si está enfermo. Vigila, asimismo, la alimentación que le da la madre al
niño, insistiendo tenazmente en la crianza materna, cual es la política del Institu-
to219. La vigilancia duraba un año, hasta el destete, teniendo cada matrona una

216
Dr. Romero Aguirre, op. cit., p. 214.
217
Dr. Alcibíades Vicencio, op. cit., p. 229.
218
Dr. Romero Aguirre, op. cit., p. 215.
219
Sólo cuando la madre no podía criar o no era conveniente que lo hiciera, el Instituto le proporcio-
naba leche esterilizada en proporciones adecuadas. También se les daban harinas fabricadas en
el propio establecimiento. Dr. A. Vicencio, op. cit., p. 229.

126
clientela de unos 60 a 70 niños que visitar. Pero esto no bastaba. “De todo su trabajo
las matronas dejan constancia en libretas especiales y una vez por semana se reúnen
con el director del Instituto para dar cuenta de la manera como han practicado su
asistencia. (Asimismo), se las interroga sobre diversos tópicos de obstetricia, lo cual
contribuye a mantener frescos los conocimientos que adquirieron durante sus estu-
dios profesionales”220.
La matrona, es pues, la enviada del médico, que posee los conocimientos y que
dirige sus pasos hacia los campos de la miseria donde se crían, en forma silvestre
y descuidada, los frutos de la patria. Ella debe ir a preparar el establo que lo
recibirá y acogerá y vigilará su cuerpo y desarrollo fisiológico. Ella es la transmi-
sora de los conocimientos proporcionados y controlados por el médico. Al mismo
tiempo, deberá captar a las madres y niños para llevarlos a consulta periódica a la
Institución, al templo mismo del saber, donde reside el científico.
Las infelices madres, dos veces infelices por su miseria e ignorancia, descubren
involuntariamente el abismo insondable de su incapacidad para cultivar la deli-
cada planta de la salud de su hijo y además exhiben la espesa maraña de sus
inconscientes y dañinos prejuicios. Las cartillas, los carteles y avisos de vulgari-
zación hacen sin duda un bien, pero reducido221.
La sala del saber a donde acude la mujer popular o la consulta del médico, es el
posible lugar de su toma de conciencia acerca de su pecado: la ignorancia e inca-
pacidad de criar su propio hijo; allí ella debe expiar ese pecado, recibir los consejos
del confesor y enmendar su comportamiento, dejando atrás el demonio y el paga-
nismo de sus brujerías y prejuicios.
La matrona, a su vez, deberá someterse también a esa sala de examen, porque
ella, en su trabajo práctico realizado entre la miseria y los cuerpos de pobres, puede
haber “perdido” sus conocimientos, los que el médico le debe “refrescar”. Así, ella
debe también confesar ante él cualquier pecado de olvido, sometiéndose a la inte-
rrogación de la ciencia. Para unas y otras el médico es el sabio maestro que las “guía”.
Aún más, el Instituto abogaba por traer a su propio alero a la Escuela de Matro-
nas, puesto que: “El servicio no debe hacer solamente asistencia de madres y niños,
él debe servir también para formar el personal de matronas y enfermeras que ha de
ir a luchar al seno de las masas populares en pro de la defensa del niño, es decir, en
pro de la energía y del predominio de nuestra raza; él debe ser el campo de trabajo
y de experimentación donde se estudien técnicamente todos los delicados proble-
mas que envuelve la Puericultura, esta rama la más nueva y la más simpática de la

220
Ibid., p. 228.
221
Ibid., p. 229.

127
encina milenaria de la ciencia de la vida. Es decir, el Instituto de Puericultura debe
servir de hogar de la maternidad y la niñez que sufren y firme yunque sobre el cual
se forjen las mejores armas para nuestra guerra santa”222.
La ciencia médica de intervención social para la reproducción demográfica
nacional constituía la nueva mitología que permitiría a los pueblos y, en especial a
Chile, conquistar su grandeza y su misión histórica. Los médicos son los oficiales
mayores de esta guerra y las matronas los soldados rasos que han de salir al campo
de batalla, donde se hallan los peligros que amenazan con diezmar y matar a la
sociedad entera. Sin duda, su guerra era “guerra santa”, una guerra por otros me-
dios, no a través de las armas de hierro empuñadas por los hombres, sino a través
de las mujeres y sus manos suavemente introducidas en las vaginas pobres habi-
tantes de las casas miserables que pasaron a formar parte del “territorio nacional”.
Se está produciendo una conciencia cultural en torno a la necesidad de la in-
tervención corporal sobre el cuerpo de pobres, principalmente sus niños. Todas las
iniciativas se irán trenzando; no habrá contraposición, más bien habrá yuxtaposi-
ción en base a comunes orientaciones técnico sanitarias, aunque con algunos
matices ideológicos diferentes.

EL PATRONATO DE LA INFANCIA Y LA GOTA DE LECHE: LA CONSTRUCCIÓN DE UNA MO-


DERNA INSTITUCIÓN CIVIL
Con la escenificación de la pobreza existente en la capital en el invierno de
1900, una serie de personalidades ligadas a la iglesia, a la beneficencia, a los médi-
cos y a las señoras, llegaron al acuerdo de fundar una institución que estaba llamada
a desempeñar un lugar muy importante en la política asistencial chilena: el Patro-
nato de la Infancia, sustentado con recursos privados y subvención del Estado223. El
Patronato –en palabras de su director, Ismael Valdés Valdés– se definía como “la
institución que ha tomado a su cargo mejorar las condiciones físicas y morales de
los niños pobres y sus madres”224.

222
Ibid., p. 231, énfasis mío.
223
El acta de fundación de la sociedad –ante la Intendencia de Santiago– data del 3 de agosto de
1901 y sus socios fundadores fueron: Enrique Cousiño, Manuel Arriarán, Vicente Santa Cruz, Ra-
món H. Huidobro, Francisco de Borja Valdés, Miguel Luis Valdés, Luis Larraín Prieto, Luis Urzúa
Gana, José Alberto Bravo, Carlos Cousiño, Daniel Concha, Fernando Lazcano, Luis Barros Borgoño,
Roberto Badilla, Ramón Barros Luco, Manuel Cobarrubias, Carlos Vicente Risopatrón, Carlos
Toribio Robinet, Ismael Valdés Valdés, Joaquín Pinto Concha. (En: Memoria y Balance del Patrona-
to Nacional de la Infancia, 1997,( FALTA PP).
224
Ismael Valdés Valdés, “Discurso en la inauguración del 1er. Congreso Nacional de Gotas de Le-
che”, en Primer Congreso Nacional de Gotas de Leche. Antecedentes, Actas y Trabajos, Santiago, Im-
prenta Universitaria, 1920, p. 44.

128
Esta institución constituye una pieza clave para la comprensión de la transición
cultural y política chilena de la tradición a la modernidad, sin que ambos términos
se separasen entre sí; esto es, para ser moderno sin dejar de ser tradicional y para
ser tradicional abriéndose a lo moderno. El carácter laico o civil de la institución,
sustituyendo las señoras de la elite a las religiosas en su contacto directo con los
pobres; la incorporación de criterios bio-científicos de profilaxia médico-social, su
carácter preventivo, la distribución de la acción de la institución por el cuerpo urba-
no popular de la ciudad, la misión neutralizadora del conflicto social a que estaba
llamada a cumplir, etc., constituyen factores modernos que inspiran y organizan el
Patronato Nacional de la Infancia al iniciarse el nuevo siglo XX.
Por otra parte, la convocatoria de la mujer en base a sus recursos afectivos
para captar al pueblo, la intención de restablecer lazos basados en la protección
y fidelidad mutua entre patrones y clases populares, la inspiración caritativo
cristiana de la institución, su carácter de beneficencia privada, etc., constituyen
factores de tradición y premodernidad que se articulan a los anteriormente ex-
puestos, otorgándole su fisonomía propia al Patronato.
El elemento “moderno” que trazará la orientación y la acción estratégica del
Patronato, será la ciencia médica, especialmente en una nueva rama que tendía a
considerar el binomio madre-niño como la base primera de su acción profiláctica.
Los doctores jugarán el rol de divulgadores de las nuevas prácticas bio-políticas
desarrolladas en Occidente, universalizadas a través de los congresos científicos.
La bio-política, en general, ha sido capaz de articular un discurso portador de nue-
vas bases para concebir la intervención política sobre la sociedad, especialmente
sobre sus grupos urbanos y populares. La gran renovación que se produce es la
aplicación de la verdad científica como normativa social (corporal), complemen-
tando (o sustituyendo) a la pedagogía religiosa, o haciendo a ésta más útil y práctica.
En general, lo religioso tenderá, en los países católicos, a articularse con la ciencia
para enriquecer la eficacia de su intervención social.
A requerimiento de los métodos de la bio-política occidental, los doctores se-
rán los primeros en “ver” y “medir” la mortalidad abismante del pueblo chileno y
sufrirán la vergüenza de encabezar, con el nombre de nuestro país, las estadísticas
mundiales de mortalidad infantil. Se ha herido el orgullo de la clase dirigente, a
pesar de la inacción de la clase gobernante. Por primera vez el cuerpo del pueblo
constituía un problema real para la ciencia, que iniciará la práctica de una políti-
ca social. Los médicos se sintieron responsables y comenzaron a asumir un rol
organizador en vista de la superación de la mortalidad masiva, que se calificaba
como la nueva “barbarie” habitando en el seno de la misma civilización.
De este modo, los doctores jugaron un papel central en la necesaria y tempra-
na modernización del sistema tradicional caritativo cristiano en Chile, lo cual le

129
confiere al proceso chileno de la asistencialidad moderna un carácter peculiar.
En Europa, en el modelo alemán, por ejemplo, que tuvo tanta influencia en nues-
tro segmento médico, aquel se vincula tempranamente a las políticas de Estado,
en tanto que en Chile y América latina, los doctores ejercen, inicialmente y en
forma muy autónoma, un poder civil, resguardando, así, de alguna forma, el mo-
delo de gobierno aristocrático-liberal-burgués. Ellos forman parte, como los
filántropos y sus damas, de la clase social de elite y sus instituciones de benefi-
cencia, practicando una gobernabilidad civil (Solo en una segunda fase veremos
a un segmento muy importante de ellos conduciendo la bio-política desde el Es-
tado, en el tránsito hacia el modelo burgués-estatal-nacional).
Por otra parte, ellos vienen a sustituir (relativamente) a los sacerdotes y entra-
rán, como dichos sacerdotes, en alianza táctica y estratégica con las señoras
caritativas de la aristocracia para intervenir directamente sobre el mundo popular
y su necesidad corporal, en vista de re-enlazar las fidelidades sociales y neutrali-
zar los potenciales conflictos entre las clases. Junto a la rearmonización del orden
social se busca, al mismo tiempo, y como un objetivo estabilizador a más largo
plazo, la riqueza y seguridad de la nación a través de la estable reproducción de la
clase trabajadora, diezmada por el desequilibrio biológico-económico en el capita-
lismo industrial.
La bio-política, la caridad y el nacionalismo, se irá constituyendo en una trilo-
gía articuladora para la estrategia de sobrevivencia del orden social, esto es, en
una hegemonía de importante alcance histórico en nuestro país, en cuanto a un
modelamiento de Estado y de sociedad en el siglo XX.

b) El espejo europeo: el viaje de la Dra. Quezada


El trabajo del Patronato de la Infancia –su nombre y carácter “nacional” se adopta
recién hacia 1912–, a imitación de la Sociedad Protectora de la Infancia de Valparaíso,
consistió inicialmente en mantener dispensarios para niños no lactantes, esperan-
do con ello disminuir la mortalidad infantil que, tal como hemos visto, hacía estragos
en el país. Sin embargo, esta acción no dio los resultados esperados. “Se practica-
ba la caridad con los ojos cerrados y los brazos abiertos. El exterminio de lactantes
siguió su cauce ascendente, con un índice mortuorio de 42, 5% de los niños naci-
dos entre 1909 y 1913. Este es el quinquenio fúnebre de la historia infantil de la
capital y tal vez del mundo civilizado”, comentó un filántropo de la época225. Se
hacía necesaria la reestructuración del Patronato.

225
Álvaro Cobarrubias, “Estudio comparativo de la mortalidad de las Gotas de Leche y de la morta-
lidad en general”, Ponencia al 1er. Congreso de las Gotas de Leche, Santiago, 1919, p. 114.

130
¿Qué era lo que los ojos de la caridad no veían? No veían los orígenes de la
muerte, no sabían que se habían secado los manantiales primeros de la vida: los
pechos de la madre obrera. O ya lo veían y ya lo sabían, pero no comprendían el
camino a seguir. Sin esos pechos manando leche blanca, ninguna medida prospera-
ba. En busca de ese camino y de esa leche, el Patronato de la Infancia envió a
Europa, el año 1906, a la Dra. Eva Quezada Acharán226.
Tal como planteábamos, a fines del siglo XIX y principios del XX, la mortali-
dad infantil constituye también uno de los problemas más graves que enfrentan
los Estados europeos, fruto de la civilización industrial y de sociedades de masas
urbanas o rurales pauperizadas. En Francia, por ejemplo, dicha mortalidad llegó a
alcanzar en un momento niveles dramáticos, llegando en uno de sus puntos terri-
toriales a más del 500 por mil 227. Las razones estaban claras para médicos y
estadistas: el trabajo excesivo de la mujer y su condición de obrera fabril, la exce-
siva ilegitimidad, la pobreza del salario. No obstante, en el discurso –y así lo deja
ver el informe presentado por la doctora Quezada– estas razones son factores que
aparecen como irremediables, como problemas naturales de la subsistencia en la
modernidad.
Si la miseria es irremediable, ésta producía un fruto: el “niño”, que se va a
considerar y a tratar fuera de esa irremediabilidad; será considerado un fruto na-
cional, general, de la patria, de la producción, de la nación. La necrosis vital que
ha producido la civilización ha de ser neutralizada no desde las fuentes de su pro-
ducción, sino desde los frutos, a los que se tratará e intervendrá científicamente
para su salvación y reproducción. La historia y el destino de la civilización occi-
dental se jugaría en la profilaxia de los cuerpos de niños de pobres.
Todo esto queda expuesto claramente en el informe que realiza la Dra. Queza-
da, enviada por el Patronato de la Infancia, para observar en París y Berlín las
instituciones de beneficencia dedicadas a la protección de la primera infancia
bajo la aplicación de los nuevos principios de la higiene en su rama de puericultu-
ra, es decir, de la ciencia de la crianza.
La Dra. Quezada conoció en Francia la nueva aplicación de la puericultura reali-
zada por el doctor Budin, quien, actuando desde el hospital de madres indigentes de
La Charité, trabajó sobre la base del concepto de la “vigilancia” de la crianza de
niños por parte de madres pobres “después” de su alumbramiento y de su salida de
dicho hospital. El doctor había observado que los niños que morían quedaban bajo
la responsabilidad de sus madres pobres y fuera del alcance del hospital, es decir,

226
Dra. Eva Quezada Acharán, Instituciones de Beneficencia contra la mortalidad infantil en París y en
Berlín. Informe al Patronato de la Infancia, Santiago, 1906.
227
Ibid., p. 5.

131
“cuando ya no reciben los consejos del médico”. Con el objetivo de mantener los
lazos entre la madre popular y su hijo con el hospital, el doctor Budin había abierto,
anexado a dicho hospital, el primer Consultorio de niños de pecho en 1892, del que ya
hablamos. Su finalidad era “dirigir a las madres, animarlas a continuar la lactancia
natural i, en los casos que la lactancia materna se haga insuficiente, ayudarlas, pro-
porcionándoles leche de vaca, de buena calidad y esterilizada”228.
La ciencia de la puericultura para madres pobres se trabaja, así, sobre la base
del principio de una educación como transmisión de “consejos” por parte del co-
nocimiento científico hacia las madres del pueblo que, a pesar de su condición
“natural” de madres, no lo son “culturalmente” hablando. La ciencia busca tradu-
cirse en saber popular; su correa de transmisión es la disciplina de la puericultura
o la ciencia de la crianza. La puericultura del Consultorio de La Charité trabajaba,
por otra parte, con la idea de “animar” a las madres a la lactancia, animación que
se entiende como positividad de acción que surge como simple deseo o rechazo. La
ciencia busca traducirse en voluntad. Al mismo tiempo, la puericultura considera-
ba el principio de la “escasez”, no vinculada al salario o a la alimentación de la
madre, sino a la de su propia producción lechera; ante lo cual, sus pechos serían
sustituidos por un producto semi-industrializado de valor semejante. La ciencia
busca traducirse en tecnología. En suma, había que “crear” o “criar” también una
nueva madre en el seno de la incuestionada civilización moderna. Esa era la fun-
ción de la “puericultura”, una disciplina médico moderna que era capaz de elaborar
un saber que fuese capaz de enlazar la mujer popular al científico en torno al
pacto de protección del fruto o del desarrollo del cuerpo humano en sociedad.
A este primer Consultorio siguieron otros tres dirigidos por el propio doctor
Budin, cuyo ejemplo fue imitado, existiendo, en 1906, veinticinco Consultorios de
niños de pecho en París, abiertos algunos por la Beneficencia pública y otros por la
privada y, por lo general, diseminados por los barrios populares. La iniciativa tam-
bién había ganado adeptos en pueblos e incluso en áreas rurales. Su éxito fue
notorio, especialmente por el hecho que combinaba la labor de vigilancia científi-
ca semanal de la crianza, educación, alimentación en caso necesario y medicinas
en caso de enfermedad.
El segundo tipo de establecimiento visitado por la Dra. Quezada, destinado a la
protección de la vida del niño pobre –y que ya mencionamos en la presentación– fue
la Gota de Leche, iniciada por M. Dufour de Fécamp en 1894, cuyo objetivo era “lu-
char contra la mortalidad infantil, principalmente contra la mortalidad de los niños
de la ciudad que son alimentados artificialmente, por ocupaciones de sus madres,

228
Ibid., p. 6.

132
generalmente obreras. Esta institución se propone ante todo conservar a los niños
en el hogar y propender a que reciban la leche, los cuidados y el cariño de sus ma-
dres, a quienes se da toda suerte de facilidades para cumplir con estos deberes”. No
obstante, la Dra. Quezada nos dice que el principio práctico de la Gota de Leche en
Francia era simple y que consistía básicamente en distribuciones de leche esteriliza-
da229. Por lo mismo, la tendencia posterior, tanto en Francia como en Europa, fue la
de establecer en forma complementaria y conjunta, consultorios y Gotas de Leche.
Nos refiere la Dra. Quezada que el alma y el sentido de la institución se cons-
truía sobre la base de los cercanos lazos que habían de establecerse entre el médico
y la madre popular. Aquel, el nuevo sacerdote vestido de blanco, de espíritu de
sacrificio “apostólico” y de mucha abnegación, era quien “sabía”, llevaba el regis-
tro del cuerpo del niño, de su estado, su peso, su evolución y desarrollo: a nombre
de la ciencia, el niño le pertenecía y a través de su ciencia, el médico se lo entrega-
ba a la nación. El médico-sacerdote del consultorio Gota de Leche era, a su vez, el
nuevo “moralizador” del pueblo a través de la instrucción que realizaba de las
madres populares “sobre sus deberes”, especialmente en materia de lactancia de
su hijo230.
El médico, en suma, era el puente entre patria y pueblo; así como también entre
riqueza y pobreza, entre capital y trabajo, entre ciencia y naturaleza. Como tal, el
médico del consultorio-Gota de Leche jugaba un rol estratégico, ejerciendo su po-
der y su acción eficaz desde su poder de intervenir sobre las madres-pechos del
pueblo, es decir, sobre los manantiales mismos de la vida de la sociedad.
Si la madre obrera, desde el punto de vista de la intervención de la puericultu-
ra, era principalmente su pecho, debiendo seguir luchando por su subsistencia
mientras cría, ¿cuáles son los estímulos, cuáles los mecanismos a través de los que
se atraerá a dichas madres a las instituciones que las esperan?
La Dra. informaba que en algunas instituciones se les gratificaba con dinero
y ropas a las madres populares que daban pecho a sus hijos. El doctor Levraud,
por ejemplo, tenía dos consultas: en una recibía solo a las madres que daban
pecho a sus hijos y les daba una gratificación en dinero cada 15 días; en la otra
recibía a las madres que alimentaban con leche artificial a sus hijos y les vendía
la leche esterilizada. Igualmente, se estimulaba a las madres a asistir regular-
mente a los consultorios. El doctor Budin les distribuía ropas para sus hijos cada
tres meses a aquellas madres que habían asistido regularmente; lo mismo ha-
cían otros doctores231.

229
Ibid., p. 7-8.
230
Ibid., p.11.
231
Ibid., p. 13, énfasis del Informe de la Dra. Quezada.

133
Premios y castigos, actuaban como alicientes, sin tener que abordar en el dis-
curso ni en la práctica las dificultades materiales y existenciales de las madres
obreras. La idea del fomento de la leche al seno y de la regularidad de consulta se
impulsa a través de este tipo de mecanismos de atracción.
No obstante, y a pesar de todos los premios que pudieran ofrecerse a la
madre del pueblo en vista de estimular la lactancia de su pecho, por “la fuerza
de las cosas” –decía M. Variot, director del Consultorio Belleville, ubicado en
el centro de un barrio obrero– las madres eran trabajadoras y sus hijos debían
ser alimentados con leche artificial. Dicho Consultorio –a juicio de la doctora
chilena visitante– prestaba un gran servicio en este sentido, convertido princi-
palmente en una “escuela de lactancia artificial mediante leche esterilizada”,
la gran fuente de alimentación de “los niños de la clase obrera” 232. El Consulto-
rio era, así, un gran servicio aledaño y funcional al sistema industrial, cuyo
objetivo primordial era salvar la población de niños de la clase obrera y criar-
los “artificialmente” sin tener que interrumpir el proceso de producción mismo.
Este servicio funcional al sistema industrial lo abordaba en Francia el Estado,
por intermedio de la Asistencia Pública, proporcionándole nodrizas a aquellas
madres obreras que hubiesen dado a luz en las maternidades de dicha institución.
Con esta medida, el Estado subvencionaba, en alguna medida, a las empresas fa-
briles, a las cuales no les sustraían las madres obreras como fuerza de trabajo,
resguardando al mismo tiempo el fruto de su concepción, su hijo –el que constituía
el verdadero interés del Estado–, nutriéndolo al seno con nodrizas públicas.
No obstante –informaba la doctora Quezada– el antiguo y el nuevo sistema de
envío y encargo de niños de crianza a nodrizas, tanto rural como urbano-público,
no habría solucionado el problema de la mortalidad infantil. Los niños morían en
un 30 a 40%. Con el objeto de abordar esta “muerte con nodrizas”, la Societé Mater-
nelle Parisienne (que contaba con catorce años de vida), fundó un establecimiento
modelo para la crianza de niños con nodrizas: La Pouponiére de Versalles. Aquí se
recibían niños pensionistas desde 1 día hasta dos años y medio a un precio que
fluctuaba entre 55 y 75 francos; estando gratis los niños de nodrizas.
El niño, al ingresar, era tratado profilácticamente. Su cuerpo era sometido a
observación, durante 21 a 25 días, en un pabellón de aislamiento. Todo su trata-
miento seguirá las pautas de un modelo tipo laboratorio, donde se preparaban
artificialmente las condiciones de sobrevivencia de niños obligados a separarse de
sus madres. La mayor innovación del establecimiento consistió en el tratamiento
científico de las nodrizas, cuyo trabajo se distribuía orgánica y sistemáticamente,

232
Ibid., p. 17.

134
las que eran las más beneficiadas, ya que mantenían allí con ellas a sus propios
hijos, a los que también amamantaban y recibían un salario por el amamanta-
miento de un segundo y el cuidado de un tercer niño, alimentado artificialmente.
Alimentación que estaba basada en “leche cruda”, a la que se denominaba “leche
viva”, por mantener sus propiedades, respecto de la esterilizada. La Pouponiére
poseía un establo de vacas sanas, ordeñadas impecable y científicamente, con to-
das las medidas de la profilaxia moderna.
No cabe duda que La Pouponiére desempeñó un importante papel en el modela-
miento de un aparato cultural científico, funcional a las necesidades de la sociedad
moderna, aportando una solución institucional paralela a los aparatos de produc-
ción material que residían fuera de la institución bio-médica social.
En su viaje como enviada del Patronato de la Infancia, la Dra. Quezada se dirigió
también a Berlín, donde visitó la Liga Protectora de la Infancia. El objeto de esta
institución era también combatir la mortalidad infantil, tomando a su cargo
preferentemente “los niños de la clase pobre, hijos de obreros o sirvientes, principal-
mente los ilegítimos, que son los que proporcionan el mayor contingente de la
mortalidad infantil”. La Liga daba el niño que se le confiaba a una nodriza, la cual
recibía un salario determinado según el barrio en el que vivía y según que hubiesen
dar de pecho o de mamadera. Si la nodriza cumplía y los padres no reclamaban al
niño, ésta lo guardaba hasta los cuatro años. ¿Qué pasaba con los niños después?
No lo sabemos.
El Directorio de esta Liga era mixto y estaba formado por seis caballeros y
seis señoras. Estas señoras tenían como misión visitar a las mujeres aspirantes
a nodrizas para que emitiesen un informe acerca de ellas: “conducta, recursos,
estado civil, número de hijos, si ha criado antes y si han sobrevivido; visitan su
vivienda, inquieren las condiciones de higiene y aseo en que vive etc.” A estas
señoras se les daba un cargo alto en la institución: a nivel de Dirección, pero al
mismo tiempo, deben ponerse el delantal y los zapatos bajos de la institución:
salir a ver la realidad, el barrio popular, las condiciones en que viven los po-
bres para “informar” acerca de ellos a los señores, a los médicos y a las
instituciones.
Lo decisivo y original de la Liga era que ésta también proporcionaba socorros a
los padres del niño, en caso de necesitar éste medicamentos y dinero para su cui-
dado. En tales casos, los padres quedaban bajo la vigilancia de la Liga y sometidos
a su dirección. Así, el niño encargado se constituía en el factor central de enlaza-
miento de la familia popular a la institucionalidad asistencial.
Esta política la dirigió la Liga principalmente a la madre obrera, por el hecho de
ser la mayoría de los niños allí atendidos, ilegítimos. La madre debía contribuir

135
con la mitad de su salario y constituyó el foco del discurso moralizador y discipli-
nario de la Liga:
De modo que esta Liga, al mismo tiempo que protege al niño, ejerce una in-
fluencia moralizadora sobre la madre, pues hace comprender a esas pobres
mujeres la obligación que tienen de ayudar a sus hijos en la medida de sus
fuerzas, i ven que hay todo empeño por socorrerlas siempre que ellas por su
parte hagan lo que les corresponde según su deber de madres. Esta contribución
de la madre tiene principalmente ese objeto: hacer que la madre haga un sacri-
ficio por su hijo i que, en virtud de este mismo sacrificio que el niño le cuesta,
aumente su afecto por él 233.
¿Dónde estaba el discurso dirigido al padre? Desde su silencio se hace eviden-
te su ausencia: de responsabilidad, de culpabilidad, de sacrificio, de amor. Pero se
trata aquí –al menos eso es de lo que podemos dar cuenta– básicamente de una
ausencia institucional. ¿Por qué las instituciones asistenciales, que se interesan
necesariamente por la familia como célula social, no nombran al padre? ¿Quién es
el padre para la asistencialidad de niños? Para estas instituciones, el niño es el
factor primordial; el padre no constituye un “problema” para la institución: no da
a luz el hijo, no lo alimenta de su seno o no debe ser sustituido en su seno: el padre
es un trabajador que está de lleno en la producción, que es donde debe estar se-
gún la ley de la civilización moderna. Cuando ha engendrado un hijo ilegítimo, ser
“buscado” significaría un problema para la institución. Al engendrar un ilegítimo
ha producido un problema fuera de él: una mujer obrera convertida en madre,
cuyo hijo ha de ser asistido institucionalmente si no se quiere que muera.
Es la madre, aquella que ha tenido un hijo “sin padre” la que debe ser moraliza-
da y, hasta cierta medida, castigada con el sacrificio de la mitad de su salario. Toda
su vida consagrada a su hijo, entregándole el sudor de su frente y su amor. Mientras
quizás para el hombre la mitad de su salario podía ser destinada a su placer, la
mujer debía destinarlo a la mantención de su hijo. Esta era la condición que le impo-
nía la institución a la cual ella y su hijo habían de pertenecer si querían sobrevivir.
Sin embargo, el discurso de la institución ha de referirse al padre al momento
de tener que responder a algunas críticas respecto de que ella podría fomentar la
ilegitimidad. “No, responde; muy a menudo, los padres de nuestros protegidos le-
gitiman a su hijo casándose, atraído el padre por el niño, a quien ve sano, gracioso
y bien cuidado, i por la madre, a quien estima, por haber cumplido con sacrificio
sus deberes para con su hijo”234. El nombre del padre, su presencia, es el “premio”

233
Ibid., p. 26.
234
Ibid., p. 29.

136
–en última instancia– que confiere a la madre por entregarle un fruto bueno, boni-
to y que nada le ha costado. En definitiva, el hombre se casa con una madre; madre
que ha dado examen de buena conducta y rendimiento.

c) La primera Gota de Leche chilena


San Bernardo, pequeña localidad ubicada a 16 kms. al sur de Santiago y que
acogía a muchos veraneantes de la capital que acudían a disfrutar un ambiente
risueño de chacras y frutas frescas, lucía con orgullo el haber sido la pionera, en
1908, de las Gotas de Leche chilenas. La nueva institución era una imitación de las
Gotas de Leche francesas y estaba dedicada a la primera infancia; su nombre suge-
ría la entrega de leche a lactantes que no pudiesen tomar del pecho materno. Ella
fue el fruto de la tradicional iniciativa de la caridad: señoras y monjas, apoyadas
ahora con la nueva y comprometida injerencia de los médicos, capaces de “ver” la
realidad a través de las estadísticas y decididos a comenzar la lucha contra la mor-
talidad infantil, “tal como era comprendido este problema en las sociedades
europeas y americanas”235. Es decir, comprender este problema era estar en la
línea de las sociedades civilizadas.
La fundación de esta institución de nuevo cuño en el país, expresó la voluntad
de una “apertura de mirada”, de quitarse los velos propios de la ceguera de la
caridad; significó la adhesión a la corriente más “realista” de percepción de la
crisis de sobrevivencia popular, viéndose a los cuerpos niños secándose en el ori-
gen de los propios manantiales de la vida.
Se discutía en el país en aquellos años la conveniencia de invertir fuertes sumas
de dinero y de fomentar la inmigración extranjera y solo muy contadas personas
pensaban en la necesidad de conservar la vida de sus connacionales, siendo que
era universalmente reconocida y era un motivo de orgullo nacional la admirable
homogeneidad de nuestra raza236.
¿Qué significaban estos conceptos de “homogeneidad de la raza”? Ellos insinua-
ban una transformación radical de la mentalidad de la elite: un cambio de mirada
sobre el pueblo. Este, de ser considerado un elemento de la naturaleza, que podía
vivir y morir como las flores de un día, está pasando a ser un objeto cultural, merece-
dor de políticas de intervención para la salvación de su vida. Este merecimiento
estaría avalado por su condición de “homogeneidad”, o de ser “semejante”. Aunque
se está muy lejos de toda idea ilustrada de igualdad, la idea de “homogeneidad
racial” tiene aquí una connotación legitimadora en tanto “igualdad de cuerpo”, que

235
Dr. Manuel Camilo Vial, “Monografía de la Gota de Leche de San Bernardo”, ponencia presenta-
da a Ibid., p. 351.
236
Ibid., p. 352.

137
abrirá la posibilidad en el país de políticas de intervención para salvar la vida de los
niños del pueblo. El concepto de “raza”, en vez de tener aquí una connotación exclu-
yente, busca incluir. Significa uno de los primeros reconocimientos históricos de “lo
propio” respecto de lo extranjero. He aquí la especificidad del uso del concepto de
“raza” en la formación ideológica social chilena, en este momento inicial de la pues-
ta en práctica de bio-políticas sobre el cuerpo de pobres. Al reconocerla como “raza
propia” se le otorga derecho vital.
El reconocimiento de la “raza” significaba la legitimación del propio útero del
hijo del pueblo: la madre. El principio básico de la Gota de Leche será el binomio
madre-hijo, el cual hace tiempo ha perdido su relación natural, se ha fracturado
como resultado de la civilización y la cultura y es esta misma civilización la que
buscará reconstituirlo sobre la base del amamantamiento. La civilización propi-
ciando “lo natural” perdido por la civilización, es decir, por el abandono de su
casa-pieza por parte de la mujer en busca de trabajo, por la sequía de sus pechos
por falta de alimento, por la debilidad de su cuerpo a causa de sus enfermedades.
La iniciativa surgió bajo el estímulo del doctor Manuel Camilo Vial, conocedor
de iniciativas semejantes en Europa, las que venían revolucionando la protección
materno-infantil en occidente. Con el apoyo de señoras y de monjas, la Gota de
San Bernardo se inauguró en el verano de 1911, cuando aún el nombre de Gota de
Leche “solía ser pronunciado con una marcada sonrisa de burla”. A la inaugura-
ción asistió el Presidente de la República, Ramón Barros Luco y a los pocos meses
el Senado le otorgó una asignación fija para su sostenimiento, pudiendo encargar
a Europa la tecnología de punta necesaria para este tipo de institución asistencial:
“Un magnífico autoclavo esterilizador de leche en frascos, una máquina lavadora
de botellas, cestos de alambre, balanzas pesa guaguas, etc., a más de una lujosa
tina de fierro enlozado con sus instalaciones de calefacción para el agua, una boti-
ca con sus accesorios...”. El paso decisivo estaba dado; tras él seguirían muchos
otros, llegando a reformar –como hemos visto– la estructura misma del Patronato
de la Infancia de Santiago.
El objetivo fundamental de la Gota de Leche trataba de volver a unir la mama al
crío. Es decir, restablecer la célula rota de la sociedad. Lo hace instando a la ma-
dre a que lo amamante y, si no puede “por la fuerza de las cosas”, la Gota, a través
de la entrega de mamaderas, se constituirá en un pecho sustitutivo. Por otra parte,
el objetivo es sociológico: a través de la reconstitución de este binomio, se busca
poder reordenar la sociedad desde la célula primaria, madre-hijo, a través de una
intervención institucional de vasto alcance en occidente.
Así, la base del éxito de la Gota de San Bernardo no descansaba tanto en los
servicios médicos, alimentarios y tecnológicos prestados, sino en su principio
básico: la no separación del niño protegido de su madre. He aquí el principio

138
que, como en todas partes, revolucionaría también la asistencialidad popular en
Chile. Este principio modernizador que entiende la caridad desde el principio
vital y no desde la muerte, produjo otra serie de transformaciones encadenadas,
que en San Bernardo se pudieron apreciar claramente.
Efectivamente, la Gota de San Bernardo se creó inicialmente anexada al Asilo
para Niños Convalecientes. Estuvieron encargadas del reparto de mamaderas de
la Gota las Hermanas de San José Protectoras de la Infancia. Posteriormente, el
Patronato de la Infancia de Santiago acordó cerrar el Asilo de Niños Convalecien-
tes, al paso que salieron las hermanas del servicio de la Gota. El reparto de
mamaderas se continuó con empleadas remuneradas bajo la supervigilancia de las
señoras. La transición es clara: de un servicio caritativo religioso basado en crite-
rios de protección al desvalido como “encierro”, a un servicio mixto religioso-civil
y finalmente a un sistema puramente civil que combinaba la gratuidad aristocráti-
ca con el trabajo remunerado de empleadas vigiladas por señoras.
La administración de la Gota de San Bernardo descansaba en un Directorio de
señoras que se renovaba anualmente o se reelegía. “En ocho años jamás ha habido
una asistencia menor de 8 a 10 señoras y niñas para atender a la visita médica
semanal”, que se realizaba por médicos especialistas en niños y que tenía lugar
los días miércoles de 8 a 10; bastante exigua, a mi juicio, y remunerada. Las seño-
ras también efectuaban visitas domiciliarias, no obstante, para las visitas de casas
alejadas del poblado se habían contratado “inspectoras” a sueldo. Las señoras or-
ganizaban conciertos, juegos florales, rifas y colectas. “Son ellas el alma y la vida
de la institución”237. En suma, una combinación civil entre tradición y moderni-
dad: gratuidad y remuneración, caridad y ciencia, rogativas festivo-aristocráticas
y dirección y administración técnico-institucional.
Sobre la base de la experiencia pionera de aquella primera Gota de Leche, el
Patronato de la Infancia procedió a transformar todos sus dispensarios en Gotas
de Leche. En 1912 existían tres, dos en Santiago y uno en San Bernardo. Una cuar-
ta se estaba creando en el Instituto de Puericultura. Otros cuatro dispensarios se
preparaban para transformarse en Gotas de Leche, haciéndose poco ocho centros
para una población santiaguina de medio millón de habitantes.
Al fundarse Gotas de Leche en todos los barrios pobres de la capital, fue dise-
minándose una nueva arquitectura asistencial urbana, basada en el principio de la
“penetración” a los barrios de la pobreza de la urbe. Al mismo tiempo, ello signifi-
caba un cambio radical respecto del modelo caritativo anterior, que trabajaba sobre
la recolección del hijo abandonado. Era una forma modernizada de caridad infan-
til, sustentada por “procedimientos científicos” y “manteniendo la unión en el

237
Dr. Manuel Camilo Vial, op. cit., p. 354.

139
hogar”238. Más que consultorios, las Gotas de Leche pretendían ser escuelas de pue-
ricultura, intentando ser puntos de transmisión de conocimiento de la ciencia de la
crianza al mundo popular. Para ello se les daba conferencias “amarradas”, podría-
mos decir, esto es, se condicionaba el reparto de leche a la asistencia a una charla
previa.
Cabeza médica de la Gota de Leche de San Bernardo fue el doctor Manuel Camilo
Vial, mientras las de Santiago –denominadas “Manuel de Salas” y “Lorenzo Fuen-
zalida”– estuvieron a cargo de la notable figura del doctor Luis Calvo Mackenna–,
el que les otorgó un alto valor a dichas instituciones y que comprometió su vida en
el buen éxito de ellas.
Tal como en la mayoría de los países europeos, la institución Gota de Leche se
constituyó en una avanzada estratégica de la intervención biopolítica en el campo
popular. En Chile, a partir de la primera guerra, las Gotas de Leche se disemina-
ron por todo el país, expresión de un esfuerzo progresivo y persistente por controlar
la crisis social que se expresaba en el doble ámbito de la subsistencia y reproduc-
ción popular, como en el de la resistencia del movimiento obrero.

2. Los benefactores ante la crisis de reproducción popular

a) El Primer Congreso Nacional de Protección a la Infancia: en busca de una


hegemonía civil.
Los escasos resultados obtenidos en cuanto a disminución de la mortalidad infan-
til239 ; aún más, el agravamiento de la misma junto a los ya dramáticos problemas de
supervivencia popular, instaron a los directivos del Patronato de la Infancia a convocar
en 1912 al Primer Congreso Nacional de Protección a la Infancia, al que invitaron a parti-
cipar a todas las instituciones –estatales, civiles, municipales, privadas– dedicadas a
dicho fin, con el objetivo de intercambiar experiencias y coordinar su acción a nivel
nacional. A través de esta iniciativa, el Patronato adquiría liderazgo e intentaba esbo-
zar su hegemonía sobre el resto de las instituciones asistenciales del país.
La importancia del Congreso radicó en el hecho de que él vino a constituirse
en el espacio donde se validó y difundió un conocimiento nuevo sobre la realidad
social nacional, basado en la objetividad de la medición, el pilar que sustentaba la

238
Ismael Valdés V., “Discurso de inauguración”, Primer Congreso de Gotas de Leche, Santiago, 1919,
p. 45.
239
Contamos con estadísticas correspondientes a 1908 en las que se aprecia un repunte de la morta-
lidad infantil respecto de la de 1900: de 299 por mil nacidos vivos, ha pasado a 317 por mil naci-
dos vivos. Ver Apéndice Estadístico.

140
verdad científica. El desafío del Congreso consistía, asimismo, en la objetivación
del problema capital de la sociedad y la nación chilena: la mortalidad infantil
como verdad cuantificable y demostrable. A conocer esta medición y todo lo que
giraba en torno a su objeto, acudieron diversos representantes de las instituciones
de la clase dirigente y del país.
El Congreso editó un “cuerpo de conocimiento” denominado Reglamentos y Actas
del Primer Congreso de Protección a la Infancia, sustentado en la estadística y la expe-
riencia directa y dirigido a fundamentar un programa a seguir por parte de todos los
elementos involucrados en su solución, superando el aislamiento y configurando una
nueva “fuerza” o movimiento civil. En suma, a través de este texto el nuevo movi-
miento se autoconvocaba para la redención del cuerpo del niño-pueblo.
El Congreso fue organizado por las más importantes figuras de la beneficencia y la
medicina, actuando como presidente Ismael Valdés Valdés y como vice-presidente el
doctor Roberto del Río. Once vocales formaban parte de la mesa organizadora240. Como
secretario general actuó el doctor Manuel Camilo Vial y como secretarios, Jorge Errá-
zuriz Tagle y el doctor Luis Calvo Mackenna. Como presidente honorario figuraba el
Presidente de la República y como Miembros de dicho Congreso –con derecho a asistir
y presentar trabajos– se hacían presentes los personeros más importantes de la políti-
ca y la asistencialidad nacional: los ministros del Interior, Relaciones Exteriores,
Industria y Obras Públicas y consejeros de Estado; 12 senadores, 12 diputados; los 25
directores del Patronato de la Infancia, los 10 miembros de la Junta de Beneficencia
de Santiago, el Rector de la Universidad de Chile, el Decano de la Facultad de Medici-
na y los 46 doctores profesores de dicha Facultad; los 22 médicos directores del Instituto
de Puericultura; 35 señores vinculados a la protección de la infancia; la Sociedad Na-
cional de Profesores, la Sociedad Protectora de la Infancia de Concepción, la Sociedad
“Hospital de Niños” de Concepción, la Sociedad “Profesores de Instrucción Primaria”
y la Sociedad de Socorros Mutuos “Manuel Rodríguez”241.
El Congreso se estructuró sobre la base del envío de Delegados –muchos de los
cuales formaban parte también de la propia mesa organizadora del Congreso– de
importantes instituciones, no solo relacionadas con la protección a la infancia,
sino vinculadas a la política general de la higiene y asistencia social 242, con lo cual

240
Ismael Valdés Vergara, Ventura Blanco Viel, Carlos Balmaceda, Dr. Alejandro del Río, Dr. Víctor
Körner, Dr. Alcibíades Vicencio, Dr. Angel Sanhueza, Dr. Alfredo Commentz, Dr. Pedro Lautaro
Ferrer, Rafael Díaz Lira y Manuel Puelma Tupper.
241
Primer Congreso Nacional de Protección a la Infancia. Trabajos y Actas. Santiago, Imprenta Barcelo-
na, 1913.
242
Delegados del Patronato Nacional de la Infancia: Ismael Valdés Valdés, Dr. Víctor Körner, Manuel
A. Fuenzalida, Manuel Puelma Tupper, Dr. Manuel Camilo Vial y Jorge Errázuriz; delegados de la
(Continúa en la página siguiente)

141
adquirió un carácter representativo de la política asistencial nacional existente y
reflexivo frente a sus tareas de futuro. Por otra parte, el Congreso actuó de articu-
lador de todas dichas iniciativas, buscando otorgarles un lugar de contacto y
conocimiento entre sí. En lo sustancial, el Congreso buscaba sustentar la asisten-
cialidad corporal popular sobre criterios modernos de coordinación y unión de los
esfuerzos, superando las estériles competencias entre instituciones privadas y
públicas, religiosas y laicas. “Es necesario agrupar en una sola línea, en una mis-
ma dirección todas las obras benéficas que se relacionen directa o indirectamente
a la infancia, dirigirlas hacia un fin único, reglarlas con lógica y hacerlas afluir
hacia un mismo punto: el sostenimiento de la salud y de la vida del niño” 243.
Es decir, se configuraba en torno a dicho Congreso un “cuerpo social orgánico”
que, desde sus distintos ámbitos de acción, representaban la preocupación por el
ejercicio de una política dirigida hacia la sociedad, lo cual sin duda constituyó un
nuevo paradigma de lo político: que no solo convoca a “los políticos”, sino también
y en forma directiva, a los “científicos” y “caritativos”, constituyendo una trilogía
de “inteligencias” interesadas en producir reformas, prefigurando una suerte de
“centro” ideológico en el país. Lejos estaban estos científicos de constituirse en
un cuerpo aparte y prescindente de lo político y lo religioso-caritativo; se prefigu-
raban, eso sí, como la cabeza de una trilogía inseparable.
El Congreso expresaba y encarnaba la voluntad política de un segmento rele-
vante de la clase dirigente chilena que estaba haciendo política de manera diferente
a la tradicional: una política desde la protección a los cuerpos del pueblo. Esto nos
está mostrando que, en el marco del problema denominado por la historiografía
como de la “decadencia de la oligarquía”, se está tejiendo una red ciudadana de
reconfiguración de una clase dirigente en torno al desarrollo de una política social
civil, que preparará futuras formas de Estado y política en Chile.

(Continuación de nota 242)


Junta de Beneficencia de Santiago: Ventura Blanco Viel, Ismael Valdés Vergara, Dr. Roberto del Río,
Dr. Alejandro del Río; delegado de la Facultad de Medicina de la Universidad: Dr. Angel Sanhueza;
delegado de la Sociedad Médica de Santiago: Dr. Luis Calvo Mackenna; delegados del Consejo
Superior de Higiene Pública: Dr. Pedro Lautaro Ferrer y Dr. Alfredo Commentz; delegado de la Casa
de la Santa Guardia de Santiago: Carlos Balmaceda; delegado de la Sociedad Las Créches de San-
tiago: Dr. Roberto del Río; delegados de la Sociedad Protectora de la Infancia de Valparaíso: José
Ramón Gutiérrez, Abraham Gazitúa y Dr. Daniel Carvallo; delegados del Centro de Propaganda
contra la Tuberculosis de Valparaíso: Dr. Enrique Deformes, Dr. Roberto Montt Saavedra, Dr. Silvio
Sepúlveda, Dr. Cornelio Durán; delegado de la Inspección de Instrucción Primaria: Rafael Díaz
Lira, delegado del Asilo de la Infancia de Curicó: Luis Rodríguez Velasco; delegado del Instituto de
Puericultura de Santiago, Dr. Alcibíades Vicencio.
243
“Primer Congreso de Protección a la Infancia”, en Revista de Medicina e Higiene Práctica, Valparaíso,
agosto de 1912.

142
Así, el Congreso buscaba abrir un espacio para la constitución de una “inteli-
gencia” nacional capaz de levantar una discusión en torno al nuevo conocimiento
socio-corporal producido hasta entonces acerca de la sociedad y para la construc-
ción de un discurso y una práctica nueva –basada en criterios científicos y técnicos
de eficacia– respecto del modo de hacer política. Todo esto en vista de la incorpo-
ración del país a la corriente social modernizadora de occidente, imprescindible
para neutralizar la necrosis del pueblo, constituida en tarea nacional. “El objeto
del Congreso es el estudio científico y práctico del conjunto de esfuerzos médicos
y sociales que tienen por objeto la protección a la infancia desvalida y que tien-
den a disminuir su morbo-mortalidad en Chile”244. El cuidado del otro, del pueblo,
formaría parte de la perfectibilidad de la sociedad y del país: en esto consistía la
fórmula de la nueva política.

b) Crisis de la patria
El Congreso se llevó a cabo entre los días 21 al 26 de septiembre de 1912. Una
amplia cobertura de prensa preparó su recepción y difusión, calificándolo de “triun-
fo social” y de hito que abría paso a una “nueva era” en Chile, haciendo, al mismo
tiempo, un llamado de atención en torno a dicha iniciativa a “todos los ciudadanos
patrióticos y progresistas”, en palabras de El Mercurio de Santiago245. Este Congre-
so venía a coronar los festejos patrios del 18 de septiembre en un nuevo y más
profundo sentido: en torno a la preocupación pública por los “destinos del país”.
La nación republicana que se había forjado con la independencia política debía
completarse con otra noción de independencia: “porque el aumento o la disminu-
ción del número de habitantes de un país es, como dice un pensador ilustre, una
cuestión de soberanía y de independencia nacional”. En su raza y en su número de
habitantes descansaba la fuerza de la nación. Aquí residía el punto débil de nues-
tra soberanía: “El abandono en que hemos mantenido las cuestiones que se refieren
a la conservación de la raza, la indiferencia ciega y egoísta con que vemos desapa-
recer cada año una proporción de vidas tres veces mayor que la que se reputa
normal en los países civilizados, nos manifiesta que hasta hoy... no hemos cumpli-
do con el deber de velar por el porvenir del país”246.
Se estaba produciendo un cambio de vocabulario político vinculado al tema de
la asistencialidad corporal del pueblo: las nociones de “patria” y “patriotismo” se
repetirán fluidamente al referirse a las tareas que se propone el Congreso y la

244
Artículo 2 del “Reglamento del Primer Congreso Nacional de Protección a la Infancia”, op. cit., p.
XIV.
245
“Protección a la infancia”, El Mercurio, Santiago, 20 de septiembre, 1912.
246
“La mortalidad infantil”, Ibid., 21 de septiembre, 1912.

143
asistencia social; asimismo, se tenderá a establecer una nueva ideología: “progre-
sista”, para un “nuevo ciudadano” comprometido con dichas tareas a emprender,
destinadas a salvar al pueblo infantil del “trabajo de la muerte”. Esta tarea pasa-
ba a constituir ahora parte de la definición misma de la nación; en su pueblo
moribundo, la nación perdía su independencia, su soberanía. La nación hasta aho-
ra solo se había definido en términos de la construcción de instituciones; esto era
insuficiente o perdía sentido si el pueblo que constituía la fuerza viva de dicha
nación, moría. La nación como institución se volvía piedra o monumento de un
pasado sin futuro.
Porque el “trabajo de la muerte”, decía El Mercurio, tenía el campo libre en el
cuerpo del pueblo de Chile; mucho más libre que en los pueblos nómades que
contaban con defensas propias que les proporcionaba la naturaleza. El pueblo,
habiéndose “civilizado”, había sido despojado de toda defensa natural, sin contar
con “la defensa artificial que deben prestarle la ley, la justicia y la caridad”. El
Mercurio se muestra conocedor del tema de “la ley de selección” que estaba en
boga entre los biologistas darwinistas y spencerianos de entonces; no obstante, se
niega a establecer una relación entre dicho “trabajo selectivo de la muerte” y lo
que sucedía en Chile. ¿Dónde estaba la diferencia?
Este trabajo de la muerte no es el de la selección que se lleva a los débiles para
dejar a los fuertes, que derriba a los monstruos para tolerar a los perfectos, que
ahorra los dolores futuros del enfermo para dejar al sano, al hermoso, al ideal tipo
de luchador. No; es el golpe ciego que se descarga sobre la madre misma, sin averi-
guar el valor del tesoro que guarda; es la obscura destrucción de la tuberculosis,
del alcoholismo y del mal venéreo que cobra inexorablemente un tributo diario de
muerte. Ese instinto de amor maternal que la naturaleza hace sentir con fuerza
para perpetuar y salvaguardar la raza, nada puede contra esta incansable suce-
sión de muertes que hace ya resignarse a las madres en un fatalismo desgarrador”247.
La diferencia estaba, pues, en que en Chile, la muerte no necesitaba hacer
ningún trabajo selectivo de un fruto naturalmente dado por la naturaleza, porque
aquí el propio árbol o la madre estaba seco, exhausto y moribundo. “Hasta ahora
parece que nos ha dominado el atavismo destructivo hacia el árbol... marchando
impávidos tras el dorado bellocino, sin que nos hayamos detenido alguna vez a
pensar seriamente la estupenda mortalidad infantil que se levanta sobre nuestras
pretensiones de cultura como un monumento macabro...”248. La madre era ese ár-
bol espectral a la vista del camino, encorvado por el viento frío que ha desnudado

247
Ibid., 20 de septiembre, 1912.
248
“Congreso infantil”, La Razón, Santiago, 11 de septiembre, 1912.

144
sus ramas y raíces, dejando caer residuos de sí mismo, que no eran frutos carnosos,
sino cáscaras huecas agusanadas.
A juicio de El Mercurio era este secreto –el de la “madre vaciada”– el que el
mundo civilizado debía conocer y saber “reparar y compensar la negligencia secu-
lar en que se abandonó igualmente a la madre y al hijo en las horas sagradas del
parto y de la primera alimentación”; era esto lo que el Congreso revelaría: “la
intensidad del problema de la infancia desvalida en nuestra tierra”. Verdad dolo-
rosa, pero que debíamos asumir con “generosidad” para luchar “contra tantos
dolores y crímenes”. Debíamos estar dispuestos a saber acerca de esta madre obrera
y no solo proteger a la infancia con asilos y dispensarios –como tradicionalmente
se hacía– sino ir a las “reformas legales que se refieran al trabajo de las obreras y
de los niños, a la caducidad de la potestad paternal, a los jueces especiales para
niños y adolescentes...”249.
El conocimiento acerca del “trabajo de la muerte” en Chile adquiría ahora un
status nuevo, diferente al de “la cuestión social”, el que desde fines de siglo había
encontrado todo tipo de argumentaciones y abierto diversas controversias; en cam-
bio, este era un conocimiento irrefutable: “porque es el argumento del hecho
fehaciente y permanente, al alcance de la vista de todo el mundo, nacionales y
extranjeros y que comenta la prensa periódica y científica con dolorosa uniformi-
dad”250. Era un conocimiento objetivo, corporal de Chile.
De aquí debía resultar un nuevo pacto social institucional impulsado por las
instituciones privadas y públicas para asumir conjuntamente “las responsabili-
dades que les afecta en la salud del pueblo y de las generaciones que vienen”251.
En este pacto debían estar contempladas “nuestras clases populares que son la
base del engrandecimiento nacional” y que eran “nuestra raza”; habiendo fraca-
sado las políticas de inmigración, las miradas debían dirigirse a la “raza criolla,
un elemento inmejorable de población, apto para todos los trabajos, de condicio-
nes étnicas vigorosas y magníficas”, por lo que “debemos cuidar con esmero el
pueblo”252. Así, las nociones de patria, nación y raza se impregnan de esta nueva
consideración del pueblo. Se abría paso una política basada en el concepto de
“economía social”253, que justamente encontraba su fundamento en una política
de profilaxia corporal dirigida al pueblo con el fin de salir al paso de dicho “tra-
bajo de la muerte”.

249
Ibid.
250
El Mercurio, Santiago, 21 de septiembre, 1912.
251
El Mercurio, 20 septiembre, 1912.
252
“Protección a la infancia”, La Mañana, Santiago, 19 de septiembre, 1912.
253
Ibid., 21 de septiembre, 1912.

145
Este nuevo pacto debía aminorar –tal como lo planteaba el diario La Razón– el
descontento de las clases populares, pues “ya no tendrán eco en su corazón las
prédicas de los agriados, de los predicadores de la violencia y del exterminio”,
produciéndose, en cambio, un sentimiento de “simpatía de dichas clases hacia sus
gobernantes y educadores”. La política de salud corporal tendería nuevos “lazos”
entre el pueblo y la clase dirigente, neutralizando el conflicto social254.
El discurso inaugural del Congreso estuvo a cargo del presidente del Comité
Organizador, Ismael Valdés Valdés. Sus palabras enfatizaron la importancia de la
trilogía: ciencia, patriotismo y caridad, como la base de un pensamiento de progre-
so para el nuevo siglo. Redundó, asimismo, en la necesidad de la articulación de un
“plan conjunto” de asistencia pública en el país, llamando a romper con los pre-
juicios que esgrimían aquellas “conciencias timoratas” que enjuiciaban la
ilegitimidad de los niños y sus madres, principal factor que producía la mortali-
dad infantil. Había que hacer la caridad con “las manos abiertas y los ojos cerrados”,
como había enseñado San Vicente de Paul e ir en ayuda sin restricciones de la
madre del pueblo, ocupada como obrera en trabajos excesivos para su cuerpo. Y,
saliendo en defensa de la madre exhausta que a menudo optaba por abandonar a
su cría, Valdés habla de la “lucha” de esa madre: “lucha entre el cariño maternal...
y la expectativa de la miseria”, “pesada carga” que no era capaz de solventar por
sí misma255...
La sociedad que vivía en la comodidad y seguridad de recursos debía sentirse
atraída para acudir “con solicitud de madre” en ayuda de aquellos “náufragos de
la vida”. La sociedad debía fundar la legitimidad de los niños del pueblo, si quería
tener un pueblo corporal y mentalmente sano. Valdés establecía una relación di-
recta entre abandono infantil y delincuencia, así como entre seguridad económica
y “sentimientos tiernos”. Si la sociedad quería tener un pueblo “bueno”, debía
protegerlo.
Es decir, Valdés, está introduciendo un cambio de paradigma respecto de la
interpretación de la sociedad en Chile: cambio que dice relación con la idea de
que un pueblo y una sociedad no se da naturalmente y porque sí, sino que se “cons-
truye”, a través de la intervención de una voluntad social y política de las clases
dirigentes.
A lo largo de todos los discursos podemos ver la presencia y difusión de esta
idea. Hasta ese momento, la voluntad colectiva ha sido de desidia, de abandono,
de indiferencia, de condena. Todos los discursos se ven atravesados por un claro
sentimiento de culpa que intenta abrir paso a un cambio; en todos se percibe una

254
“Congreso infantil”. La Razón, Santiago, 11 de septiembre, 1912.
255
Discurso de Ismael Valdés, en Primer Congreso de Protección a la Infancia, op. cit., pp. XIX a XXIV.

146
sensibilidad nueva hacia el niño del pueblo y su madre: sentimiento de piedad
hacia la inocencia y hacia la víctima. Razón y sentimiento hacia el cuerpo del
pueblo propiciando la utopía de la reforma social.

c) Inculpaciones
En el curso de las sesiones y mesas de trabajo, los dirigentes de la asistenciali-
dad chilena fueron abriendo los textos de su experiencia en los distintos ámbitos del
trabajo e intervención asistencial sobre los cuerpos de pobres, así como acerca de
diversos proyectos de creación de nuevas instituciones y de re-organización y perfec-
cionamiento de las existentes. En este sentido, fue el momento de la comunicación
de un movimiento otrora disgregado, sobre la base de un lenguaje que se pone en
circulación pública y se hace común: es el momento de la “verdad”, considerada
como la puesta en circulación del habla civil.
Este momento de la “verdad” se manifestó, en primer lugar –como hemos visto–
como la expresión de una culpa social y como el momento de la expiación colectiva
de la irresponsabilidad histórica de los grupos dirigentes frente al cuerpo del pue-
blo considerado ahora como destino colectivo. Pero este momento de la verdad no se
manifestó solamente en términos de autoinculpación. Se expresó, en segundo lugar,
como el momento de la inculpación pública del pueblo, una inculpación especial-
mente dirigida a las “madres” populares, a las que dichos intelectuales comprenden
como “naturalmente incapacitadas e ignorantes” para asumir la defensa de la vida
del niño de la patria y, basándose en dicho supuesto, en la necesidad de su “enseñan-
za”. Sobre el sustrato de esta inculpación popular, el texto de este Congreso se levanta
como la biblia de la nueva didáctica de la elite, dirigida a transformar los “hábitos”
del pueblo y de sus madres: la didáctica de su “civilizamiento”, es decir, de su disci-
plinamiento en la normativa científica de la vida cotidiana.
Uno de los textos de inculpación y didáctica popular más importantes –por el
alcance que posiblemente tuvo– fue el del doctor Luis Calvo Mackenna, delegado de
la Sociedad Médica de Santiago, secretario del Comité organizador del Congreso,
Profesor Extraordinario de Medicina Infantil, Jefe de la Clínica de Niños y Médico
Director de las Gotas de Leche del Patronato de la Infancia. Su texto se tituló Lo que
deben saber las madres para criar bien a sus niños. (Cartilla de puericultura al alcance del
pueblo), el que estaba precedido de una comunicación “A las madres”:
La mitad, por lo menos, de los niños de pecho que llegan enfermos a los dispensa-
rios, serían sanos y no tendrían enfermedades si sus madres hubieran sabido
alimentarlos y cuidarlos en forma conveniente.
Las madres ignoran la manera de criar y cuidar a sus hijitos, porque generalmen-
te nadie que tenga la preparación necesaria, se ha preocupado o ha tenido ocasión
de darles los indispensables consejos que esas madres siempre deben conocer.

147
Por eso hemos creído de necesidad impostergable, reunir en la forma más cla-
ra y más precisa que nos ha sido posible, todas las indicaciones que deben
seguirse para conseguir la buena crianza y el buen cuidado de los niños de
pecho.
La reunión de todos esos buenos consejos ha dado origen a esta Cartilla, que el
autor dedica a cada una de esas madres desgraciadas, que con tanta frecuencia
ocurren a los dispensarios llevando a sus hijitos enfermos.
El autor espera que estos consejos serán leídos con atención, que no serán olvida-
dos y que serán seguidos al pie de la letra.
Si las madres proceden así, sus hijitos crecerán sanos, ellas serán felices y el autor
alcanzará la única recompensa que espera: la satisfacción de haber contribuido,
con estas páginas, a la salud y bienestar de las familias de nuestro pueblo, cuya
enorme mortalidad infantil constituye una vergüenza para nuestro país. (Doctor
Luis Calvo M.256).
A través de estas palabras podemos apreciar el futurismo reformador de que
estaba empapado el texto de la moderna profilaxia corporal dirigida al pueblo. El
compromiso personal, considerado como misión histórica, impregnaba el discurso
de la nueva intelectualidad científica, adquiriendo el rasgo de una voluntad y res-
ponsabilidad imperativa de “su saber científico” considerado como verdad, respecto
del no-saber de la experiencia popular.
La cartilla del doctor intenta penetrar al más íntimo mundo de la mujer del
pueblo: su vientre anidando el niño fruto de la patria, el que se interviene a través
del “consejo” científico: se debía “mover” una vez al día o hacerse lavados intesti-
nales con agua tibia; evitar los “vaivenes” de viajes en tren y en coche, así como
los esfuerzos abortivos. Llevar orina en frasco al dispensario en los últimos meses
del embarazo, siguiendo los consejos del médico en casos de sífilis o tuberculosis y
preparar sus pezones con fricciones de alcohol. Nacido el niño, los mandatos res-
pecto de la alimentación al pecho eran estrictos: cada tres horas hasta las 12 P.M.,
sin darles ni una gota en la noche, hasta los 10 meses. Si la madre tenía poca leche,
se debía recurrir al pecho solidario: una amiga o vecina que estuviese criando
para que la ayudase con leche extra, intercambiándose las guaguas, pues la de la
vecina chuparía con más fuerza que la suya propia, aumentando su producción.
Botar leche cortada por la boca o por los excrementos significaba haber tomado
mucho: “la mayor parte de los niños criados al pecho que llegan a los dispensarios
con vómitos, diarreas y cólicos o que son muy estíticos, se han enfermado por culpa

256
Primer Congreso de Protección a la Infancia. Actas, Santiago, 1912. La cartilla está fechada en San-
tiago, mayo, 1912.

148
de la madre o de la persona que los cría porque les dan de mamar más leche que la
que el niño alcanza a digerir”257.
La madre no debía comer ensaladas crudas, ni guisos aliñados ni picantes, ni
cebolla, ajo, coliflor ni espárragos; ni tomar bebidas alcohólicas, ni dejar de dar de
mamar cuando aparecían las “reglas” ni cuando se volviese a embarazar. El mayor
peligro para la vida del niño estribaba en las mamaderas, especialmente en los
meses de verano. Estas solo debían ser ordenadas por un médico de dispensario o
de una Gota de Leche, donde se le darían las mamaderas necesarias y que la madre
buscaría diariamente. De no contar con ningún recurso de ayuda, la madre debía
comprar a su hijo leche “al pie de la vaca” que caería sobre una cacerola nueva
con tapa que ella debía comprar y lavar con agua hervida; de vuelta en casa, debía
hervir la leche por 5 minutos y enfriarla rápidamente sobre otra cacerola con agua
fría, guardándola tapada en sitio fresco y oscuro durante el día. Si el niño de ma-
madera no tenía 5 meses, debía tomar la leche mezclada con agua hervida con
azúcar: las prescripciones al respecto eran también muy estrictas. Las reglas con-
tinuaban respecto de las mamaderas, chupones y cucharas, todo lo cual debía regirse
por una disciplina profiláctica exacta y sobre la base de un cuadro con proporcio-
nes de leche, azúcar y agua, entibiando las mamaderas con un paño caliente el
que, al enfriarse una y otra vez, habría de alcanzar el punto preciso. Toda esta
faena mamaria debía continuar hasta los 2 años, prohibiéndoseles a los niños an-
tes de esa edad, las sopas, caldos, verduras, frutas y guisos de cualquier tipo,
criticando el doctor como “ignorancia” el dicho popular de que a los niños “se les
revienta la hiel”.
El tono educador del doctor se ha vuelto drástico e irónico al tratar el proble-
ma de la limpieza de los críos: “Muchas veces da asco y pena ver los cuerpos
asquerosos de esos pobrecitos, cubiertos de mugre y sumamente hediondos”. Que
era inhumano dejarlos con el excremento y el pipí, que los adultos siempre se
limpiaban con cualquier cosa, aunque fuese con una hoja de parra, que hasta los
perros se arrastraban para limpiarse y que los niños desearían también arrastrar-
se del mismo modo. El doctor mandaba a las madres populares lavar sus niños con
agua tibia cada vez que evacuaran, envolviéndolos en paños suaves y no en las
telas ásperas con que llegaban a los consultorios; que se les bañara de noche día
por medio, para un sueño reparador en su cuna258.
La puericultura mamaria y la profilaxia reglamentaria que había de guardar la
madre popular debía ser, como vemos, mucha, y contar con varios recursos –entre
ellos su propia alfabetización para la lectura y comprensión de “la cartilla”–,

257
Ibid., p. 7. Énfasis del documento.
258
Ibid.

149
alfabetización que supuestamente ella misma se debía suministrar. La cartilla se
dirige a una madre como hecho único, aislado y “diferente”: a la mujer popular,
responsabilizada de la mortalidad infantil en Chile. Es a esta mujer a quien se
debe “reformar”. La reforma-social se debe comprender en este sentido: como la
reforma civilizadora de la madre popular. El Instituto de Puericultura y la Gota de
Leche estaban llamadas a ser las “instituciones de Estado-civiles” (en el sentido de
“Estado ampliado” de Gramsci) civilizadoras de la madre pobre, la que, sin recur-
sos y sin tiempo exclusivo para su crío, entrará a formar parte de un pacto social
maternal.
En suma, la clave del “cuidado del otro” –fundamento de la nueva política–
consistía en la socialización de un nuevo discurso dirigido a la educación de la
madre del pueblo respecto de su cuerpo-ocupado por el niño, que era el puntal de
la nación y de la patria. La relación entre el Padre y el Hijo estaba mediatizada
por la educación de la madre popular respecto del conocimiento acerca de las
necesidades de su cuerpo preñado o del cuidado de un otro que anidaba en su sí
corporal.
A pesar de que la inculpación a las madres del pueblo respecto de la mortali-
dad infantil constituye un discurso bastante reiterado de la intelectualidad
asistencialista y científica, el Congreso sirve para difundir otras culpas y respon-
sabilidades, bastante tabúes hasta ese momento. La develación del tabú se hace a
propósito de la narración crítica acerca del cuidado de los niños del pueblo en el
Asilo de la Infancia de Curicó: será también la oportunidad de hablar de las culpas y
responsabilidades de la “caridad”259.
Fundado en 1905 por la iniciativa del reverendo padre mercedario Manuel Ta-
pia, el Asilo de Curicó estaba apoyado con una generosa subvención del gobierno,
con la colaboración de un médico y de aquella “sociedad de Curicó” más “cons-
ciente de la desgracia que acompaña al nacer al producto que se engendra en los
bajos estratos sociales”. Se trataba de un asilo destinado a albergar a los numero-
sos “niños indigentes y descuidados” de la zona, instalado al lado del Hospicio, en
una propiedad de monjas mercedarias recién llegadas al país desde Francia. En
suma, todos los grupos que podríamos denominar como “otorgantes de caridad”
concurrían para la puesta en marcha de esta iniciativa que nacía en la tormenta de
los tiempos modernos.
Gobernado casi en propiedad pero a distancia por el padre Tapia (trasladado a
Talca), el asilo padecía de acefalia “varonil”, quedando de hecho en manos de siete
monjas y cinco empleadas, rigiéndose el asilo según el mismo reglamento de la

259
Doctor Floridor Leyton I., “El Asilo de la Infancia de Curicó”, en Primer Congreso... op. cit, p. 277.

150
antiquísima Casa de Huérfanos de Santiago. El asilo contaba en 1911 con una pobla-
ción infantil –menores de siete años– de 85 niños, además de 20 mandados a criar
con nodrizas. Su mortalidad alcanzaba al enorme porcentaje de un 48% anual y a
un 67,60% la mortalidad de niños durante el primer año, cifras mayores que las
que se registraban en el Registro Civil260. Una pregunta se imponía: “¿Es decir,
entonces, que se mueren más en el Asilo que fuera de él?”, planteaba el doctor
Leyton, denotando la profunda contradicción que padecía la sociedad chilena en
el campo de la asistencia de pobres.
¿Cuál era la causa de tan alta mortalidad? Según lo pudo saber el doctor Le-
yton, la causa primordial de la mortalidad eran las enfermedades del aparato
digestivo, es decir, la misma causa que el doctor Calvo Mackenna relacionaba con
la ignorancia y culpa de las madres populares. “Si muere el mismo número o más
dentro del Asilo que fuera de él, ¿dónde debemos buscar el remedio de esta triste
y desgraciada situación? Es obvio que debemos buscarlo no en la sociedad, no en
el pueblo, sino en la constitución misma del Establecimiento...”261.
En este caso la culpa la cargaban otras “madres” que no eran madres: las mon-
jas mercedarias, que manejaban a puertas cerradas un establecimiento de
beneficencia “pública”, concepto que brillaba allí por su ausencia. El asilo era
regido por castigadoras normas conventuales, estando sometidos los niños a un
disciplinamiento –de soledad y de frío– que reñía con los nuevos principios moder-
nos de desarrollo infantil: “Debemos dejar constancia de que cada vez que hemos
visitado el Asilo, nunca hemos visto a los niños entregados a los juegos, en libertad
vigilada y sí siempre en recogimiento, en sosiego, extáticos, sedentarios, silencio-
sos, mudos”. A este sistema de “educación” como “orden” –donde campeaba la
muerte– el doctor Leyton opondrá los principios modernos del desarrollo infantil:
la expansión del cuerpo y del instinto vital.
La niñez simboliza el movimiento, la inconstancia, la versatilidad; los músculos,
las articulaciones, los órganos de los sentidos, el cerebro, la piel, las vísceras deben
estar en constante actividad, dejando al sueño y al reposo el tiempo necesario
para restaurar los órganos excedidos en trabajo. Los instintos naturales, las ten-
dencias a la vida, la fuerza de desarrollo y crecimiento, no deben ser entrabados
por nuestra mano armada del instrumento de castigo, ni por el dedo puesto sobre
la boca imponiendo el silencio. No. Dejemos al niño correr, gritar, saltar, hablar,
aguzar sus órganos sensuales, ojo, oído, tacto y a su espíritu, aún inseguro e in-
completo, presidir los movimientos de su materialidad. ¿Qué caracteres, qué

260
Porcentaje más alto que el que figuraba en el Registro Civil para menores de 7 años, que alcanza-
ba en 1911 a 46,86%. Ibid., p. 283.
261
Ibid., p. 286.

151
voluntad, qué energía, qué iniciativas, qué hombres, en una palabra, vamos a
sacar con el régimen del mutismo, de lo extático, de lo sedentario, de las trabas al
cuerpo y al espíritu? Hay, pues, imperiosa necesidad de reaccionar262.
Elogio del desorden como movimiento, que era afirmación de la vida. Condena
del orden como inmovilidad, orden disciplinario de un sistema cultural que traía
como fruto un desorden negativo, el desorden de la muerte. El frío de la noche
larga y solitaria, repercutía sobre las vísceras y perturbaba las vías digestivas,
respiratorias...263. He aquí una expresión de los cambios en el sistema discursivo
conversacional –como diría Humberto Maturana264– de una época que se atrevía a
cambiar rumbos hacia una historia diferente, fundada en la amorosa humaniza-
ción de los cuerpos de pobres, hasta entonces atrapados en el silencio del encierro
de la caridad o pre-modernidad.
Cabe preguntarse, ¿qué tienen en común ambas categorías de “madres” culpa-
bilizadas por el moderno discurso científico: el del doctor Calvo culpando a las
madres populares y el del doctor Leyton culpando a las madres religiosas? Quizás
sería interesante considerar el hecho de que ambas “madres”, incapacitadas de
ser “madres”, han sido cultural y sistemáticamente marginadas de la circulación
de las conversaciones de la sociedad. La “ignorancia” que se atribuye a unas y
otras no es quizás sino la manifestación de una cultura y de una sociedad que,
hasta hace poco, no había hecho del “cuidado del otro” la base del cuidado de sí
misma. Esta nueva fundación nacional que establece la coincidencia entre el “cui-
dado del país” desde el “cuidado del pueblo-niño”, configura el sentido y dirección
de la reforma política que se está insinuando.

d) A mamar, a ganar...
Posesionados los circuitos benefactores de la misión de poner atajo al “trabajo
de la muerte” en los cuerpos de niños de pueblo, el Congreso dio cuenta de inicia-
tivas originales e inéditas destinadas a intervenir sobre el cuerpo mamario de sus
madres. Una de éstas –expuesta con gran orgullo en el Congreso– fueron los Con-
cursos para Lactantes implementados por el “Centro de Propaganda contra la
Tuberculosis de Valparaíso”. Estos concursos –convocados por cinco médicos del
puerto 265 –constituyeron una vía de apelación a las madres del pueblo a través del

262
Ibid., p. 285.
263
Ibid., p. 287.
264
Humbero Maturana, El sentido de lo humano, Dolmen Ediciones, Santiago, 1996.
265
Dr. Julio César Araya, Dr. F. Caro, Dr. C.E. Durán, Dra. Carmela Katz, Dr. Silvano Sepúlveda. “Los
concursos de lactantes en Valparaíso”; relator Dr. Enrique Deformes, en Primer Congreso de Protec-
ción a la Infancia, Santiago, 1912, p. 299.

152
“interés” a la “ganancia”, estimulando la crianza por amamantamiento como una
acción lúdica– como cualquier otro acto de competencia deportiva– en la cual que-
daba involucrada buena parte de la comunidad (de Valparaíso) como otorgadora
de premios, como propagandista o como amamantadora... Al mismo tiempo, la con-
vocatoria a concurso permitía la puesta en circulación pública de un discurso
pedagógico, reglamentario y profiláctico dirigido a una mujer popular que se po-
nía ante el tribunal de la sociedad respecto al “modo correcto de ser madre”.
Al iniciar estos concursos el Centro estimó que, dada la enorme mortalidad
infantil, debida casi por completo a la mala crianza de los niños, convenía estimu-
lar el celo de las madres premiando a aquellas que quisieran ser ‘buenas madres’ 266
criando a sus hijos con su propia leche y librándolos de esta manera de las enfer-
medades y de la muerte267.
El primer Concurso se había convocado en 1909 a partir de un pozo-premio por
un total de $4.600 aportado por “los bancos, clubes sociales, colegios, respetables
casas comerciales y distinguidos vecinos...”268. La sociedad pudiente porteña ponía
sus ojos y sus bolsillos en los pezones de las mujeres del pueblo que a diario pa-
rían hijos en los inmundos conventillos de alquiler. Trescientos cuarenta y nueve
madres criadoras de hijos pobres se inscribieron para concursar: se trataba de dar
de mamar al pecho a su hijo durante un año; cumplido el plazo, sacaba premio en
dinero. No obstante, solo ciento sesenta llegaron a la meta –repartiéndose los pre-
mios “con gran solemnidad”–, quedando más de la mitad, ciento ochenta y nueve,
en el camino del deseo.
Un segundo concurso convocado al año siguiente, atrajo a 305 mujeres ama-
mantadoras de hijos pobres, llegando a la meta 175. “Las otras fracasaron a causa
de haber cesado en la crianza natural la mayor parte, siete por fallecimiento del
niño por enfermedades infecciosas y las restantes por haberse ausentado de la
ciudad”. Los premios fluctuaron entre $200 y $5, dependiendo del peso del niño
amamantado.
La deserción de las mamas era subida, tomando en cuenta que el amamanta-
miento por el plazo de un año era un tiempo razonable en una época en que
supuestamente “la mujer” –en general– se concebía y se practicaba principalmen-
te como guardadora de su casa y sus hijos. Esto nos está hablando de una realidad
bastante distinta en los estratos populares, donde las mujeres perdían la leche en

266
Énfasis del documento.
267
“¡A las Madres!” Texto del “Centro de Propaganda contra la Tuberculosis de Valparaíso” invitan-
do a inscribirse en el Tercer Concurso para Lactantes correspondiente al año 1911-1912, en Primer
Congreso de Protección a la Infancia, Santiago, 1912, p. 299.
268
Ibid.

153
menos de un año, justamente porque no se podían definir libre, gratuita o confia-
damente como “criadoras de sus hijos”, ya fuese por enfermedad, debilidad o
trabajo.
A pesar de la deserción, los resultados del concurso fueron considerados un éxi-
to, llamándose a un tercero para el período 1911-12, con el objeto de “premiar los
mejores ejemplares de niños criados a pecho por su propia madre durante un año”269.
Los “mejores ejemplares de niños”, calibrados según peso y fotografía, entrarían a
“disputar las recompensas”.
Los premios que se adjudican ¡oh madres! son modestos en sí, pero grandes en su
significado; pues significa para vosotros nada menos que el bienestar futuro de
vuestros hijos, que más tarde os reconocerán vuestros méritos maternos, y la sa-
tisfacción de vuestra alma por haber logrado con vuestro propio esfuerzo, con
vuestro sacrificio y con vuestra sangre, criar hijos robustos, sanos y fuertes que
han de ser más tarde vuestro compañero y vuestro sostén...
Cumplid, pues, madres, con el deber de criar a vuestros hijos, puesto que este es el
modo de crianza que da los resultados más felices, desarrollando niños sanos y
robustos que son garantía de un futuro feliz para la Familia y la Patria”270.
Las madres inscritas en la competencia debían poner a disposición sus “ejempla-
res-niños” para ser pesados y fotografiados, estableciéndose así el punto de partida
de la competencia. Bajo el compromiso de criar a su hijo con su propia leche durante
un año, la mujer-mama debía permitir ser vigilada por los médicos del concurso “en
la forma que estimen conveniente”271, debiendo además presentarse con su hijo en
los primeros días de cada mes al Dispensario para consulta y examen.
Con una cartilla de recomendaciones y reconvenciones en torno a las mamadas,
la mujer madre del pueblo comenzaba la competencia con la preparación de sus
pezones con borato de soda, tintura de benjuí, glicerina y agua de rosas272. Debía
estar contenta y en buen estado de espíritu para ayudar a una mayor producción
láctea, evitando los dolores, los pesares y los enojos, que disminuían la secreción.
Alimentarse con carnes, leche, huevos, frutas; media botella de cerveza al día, agua
de avena, te o café, absteniéndose de los licores, conservas, chancho y aliños.
Debe hacer una vida natural y sencilla. Salir todos los días al aire libre, permane-
cer en el lecho hasta ocho horas; dormir bien, obrar diariamente, mantener el
cuerpo muy aseado, evitar fatigas y sufrimientos, tanto físicos como morales273.

269
Ibid., p. 300.
270
Ibid., p. 300-301.
271
Énfasis del documento, ibid., p. 300.
272
Ibid., p. 302.
273
Ibid.

154
Una vida de agua de rosas, desde los pezones hasta el corazón. Hermosa utopía
de las reglas profilácticas, llamadas al deseo de otra historia para un nuevo fruto.
Nada había de temer la madre concursante respecto de su seno. Si la leche
disminuía, distintas normas y recetas de estímulo a la producción láctea la resti-
tuirían: succión por otra persona de la familia, aplicaciones húmedas calientes
sobre el seno, comida vegetariana y bebidas acuosas, infusión de ortiga, de ruda,
de cabra o de anís.
Las buenas reglas del cuidado del hijo hablaban de un tibio baño diario, un
sueño plácido en cuna propia, nada de mecidos y cantos al llorar, ni besos en la
boca, ni se le debía parar o hacer andar porque se le deforman las piernas. Y si el
bebé está estreñido, desde el segundo mes había de sentarlo en bacinilla, apoyado
sobre el pecho materno, sujetándole el cuerpito con firmeza y friccionándole el
vientre: dos veces al día, a la misma hora.
El concurso ha permitido a la “sociedad” y a los médicos ejercer una microfísi-
ca de poder –al decir de Foucault– sobre la intimidad corporal y sobre la
cotidianidad de la mujer popular. Sus senos, pezones, su ciclo vital y su comporta-
miento eran mirados, tratados, vigilados y premiados (o no) por una sociedad que
maneja el saber sobre su cuerpo.
El concurso ha permitido, asimismo, establecer nuevos e inéditos lazos entre
pueblo y “sociedad”, basados en la combinación de tradición y modernidad: bene-
ficencia y ciencia; mandato y competencia.
La sociedad porteña se ha volcado, así, al cuidado del cuerpo-ocupado de la
“otra” mujer. Cuidado que no requiere conocimiento de sí ni de la otra, sino solo la
puesta en práctica de un juego. Todos juegan al cuidado del otro, del niño de la
patria, y en este juego hay jugadores, reglas, tiempo, meta, premio y castigo. Un
cuidado sin conocimiento, un monólogo social gritado desde los parlantes de los
animadores en vivo.

e) Defensa de la mujer popular


¿Quiénes eran estas mujeres del pueblo cuyo vientre, cuyas mamas y cuyos
críos han pasado a ser foco del debate nacional?
Hasta aquí, los “informes” presentados por la intelectualidad médica y asis-
tencial acerca de los problemas corporales que sufre la madre y el niño de los
estratos obreros, han asumido el carácter de un “monólogo entre entendidos”, el
que, a pesar de estar apoyado en estadísticas y en experiencias asistenciales, no
ha salido de los recintos institucionales de la beneficencia.
En el seno de este monólogo científico (y lúdico) irrumpirá otro discurso, el
del sacerdote Rafael Edwards, quien “presentará” a la mujer y niños obreros en

155
su vida concreta, en torno al episodio cotidiano y extenuante de su trabajo, en
vista del diario desafío del resguardo de la supervivencia de los suyos. Las y los
presentará como cuerpos con nombre propio, instalando la propia habla o sujeto
del pueblo en el circuito ilustrado del congreso:
Margarita N., una joven de 19 años cuyo padre es vendedor ambulante y su
madre ocupada en labores de la casa. Ella ayuda a sustentar a sus ocho hermanos
trabajando como “sastra”, recibiendo órdenes de la sastrería Mac-Clure. Cose cin-
co pantalones por semana, en una jornada media de nueve horas, recibiendo $3.50
por cada uno, debiendo poner ella el hilo, la seda y el carbón para la plancha. Pero
cuando tiene exceso de órdenes de trabajo, labora hasta las 12 de la noche y “para
no quedarme dormida –dice Margarita– me paso lavando la cara cuando trabajo
hasta tarde en la noche”. Cuando los pantalones son de media medida, pagan has-
ta $1.50. “Este trabajo es matador –dice Margarita– y por más que uno echa la
cundidora, no alcanza a ganar sino de $9 a $12 pesos a la semana”274.
Juana N. tiene 19 años, huérfana de padre y madre. Cose unos seis chalecos a la
semana a $4, $5 y $6 cada uno, ganando unos $30 semanales. Claro que “en el mes
de febrero una se lo pasa en blanco. Antes del Dieciocho y en los cambios de esta-
ción una tiene que trabajar a matarse, no tiene tiempo ni para comer ni para dormir.
No puedo rechazar tampoco el trabajo, porque las pobres estamos siempre urgidas
de plata y porque si no aceptamos todo el trabajo que nos dan en este tiempo, nos
quitan para siempre las entregas y nos quedamos sin nada”275.
Gervasia N., casada pero separada de su marido hace muchos años; no recibe
nada de él. Ella y su hija de 13 años viven en un asilo parroquial. Cosen ropa
blanca de pacotilla y trabajan 10 horas al día en casa, haciendo hasta dos docenas
de camisas, ganando entre las dos no más de $12 semanales. Cuando están muy
pobres la hija trabaja hasta las 12 de la noche y la madre se amanece276.
Rosa N., de 15 años, vive con una tía, siendo ambas vestoneras, sacando trabajo
de una sastrería de segundo orden. Como no tienen máquina de pie, van a trabajar
a casa de Eufrasia, quien saca trabajo de la Casa Inglesa. Hacen tres o cuatro vesto-
nes a la semana a $10 los derechos y $12 los cruzados. A menudo les falta trabajo,
sufriendo de paro casi absoluto en tiempos de vacaciones277.

274
Rafael Edwards (Vicario General Castrense), “Apuntes, observaciones y propuestas sobre el tema
legislación del trabajo de los niños, de las madres y de las mujeres encinta”, en Primer Congreso de
Protección a la Infancia, op. cit., p. 420.
275
Op. cit., p. 421.
276
Ibid.
277
Ibid., p. 423.

156
Indalicio Anadana es un niño de 14 años, quien perdió a su padre hace dos años
y a su madre hace tres meses. Ha asumido como jefe de un hogar compuesto por su
hermana de seis años y su abuelita, “que no entiende lo que uno le dice”. “De un
carácter muy resuelto y emprendedor”, dice el sacerdote, “ha tomado con toda la
prudencia y la energía de un grande el gobierno de su casa; exige a su abuela que,
como pueda, cuide el fuego y a su hermana que, después de ayudar a la abuelita,
vaya a la escuela. Ha armado en su casa, sobre unas tablas viejas, un pequeñísimo
almacén cuyas ventas alcanzan hasta $10 semanales”. “Trabajo en lo que encuen-
tro –habla Indalicio–; no voy a aprender bien ningún oficio, pero no puedo llegar
ningún día a mi casa sin plata porque todos tenemos que comer. Como tipógrafo he
ganado $12 semanales; si no había tipografía, como marginador gané de $10 a $12;
ahora trabajo en encuadernación a pieza y como soy muy despacioso gano solo $9;
ayer tuve que ocupar el día en buscar casa porque me pidieron la posesión y como
no podía quedarme sin ganar, me fui a las 6½ de la tarde a trabajar hasta las 6 de
la mañana y gané poco más de $1. Hoy no pude ir a trabajar porque me quedé
dormido y estoy que ya no puedo más de sueño”278.
A través de esta apertura al diálogo con las vidas concretas, el padre Rafael
ha tocado una de las llagas profundas del problema de la supervivencia popular:
el trabajo, tema que hasta el momento ha estado bastante ausente de la tabla de
análisis “científico” de la enfermedad y la muerte del pueblo. Un tema que mues-
tra la interrelación existente entre el mundo popular y el sistema económico y
revela la naturaleza de las relaciones sociales de producción, en cuyo interior se
juegan importantes destinos vitales para el pueblo en general. Esto lo podemos
ver a través de esas vidas concretas, en las que la familia popular, precaria y
mutilada por la muerte pero familia al fin 279, constituía una unidad económica
transversal, es decir, todos sus miembros desempeñan funciones laborales en
vista de una supervivencia diariamente amenazada. Sin embargo, no podía ha-
ber una “familia” donde no se aseguraba la cotidianidad de la reproducción y
del reposo; aquello era básicamente una unidad laboral popular dependiente,
inestable, sin jornada y de escasa rentabilidad. De este modo, en Chile y en otros
países del mundo, no era el trabajo externo en talleres y fábricas el principal
problema del trabajo femenino, sino el de “domicilio: “Bajo el albergue de la

278
Ibid., p. 425-426.
279
El sacerdote diagnostica que la familia obrera estaba “desintegrada” y por lo mismo, que era casi
“inexistente”. Sin diferir totalmente, y sin atenernos a los parámetros “modernos” de una fami-
lia nuclear y funcional por sexos, me inclino a pensar que dicho grupo familiar popular existía,
pero sufría de una desarticulación crítica: por enfermedad, por muerte, por trabajo, por falta de
trabajo, por trabajo a destajo, en suma, por inseguridad persistente.

157
vida de familia, se ocultan trabajadoras explotadas por la inexorable tiranía del
sistema de sudor (swaeting sistem)”, había declarado un cardenal europeo280.
No solo se trataba de una explotación realizada por encargo de las fábricas
mayores; el mal pago de las trabajadoras domiciliarias era una práctica generali-
zada: la Casa de Orates, institución de la beneficencia pública, pagaba $1.50 la docena
de camisas, ganando las costureras entre 75 y 90 ctvs. diarios trabajando 10 horas.
Los comerciantes del Mercado encargaban camisas y calzoncillos a 11 ctvs. la doce-
na, debiendo las mujeres poner hilo y botones. En los pequeños talleres de hasta
10 operarias, se ganaba entre $3 y $7 a la semana, ganando la pequeña empresaria
no más de $3 ó $4 semanales en una larga jornada.
“En las ciudades, el 80% de las mujeres asalariadas viven de la costura”281;
las trabajadoras a destajo alcanzan mayor productividad debido a las mayores
jornadas que se autoimponen 282. “... del 20% restante, el 10% vive del lavado. La
casi totalidad lava en los patios de conventillos” Como resultado, “después de
algunos meses de semejante trabajo, las fuerzas quedan agotadas y la tisis es el
término de una laboriosidad tan poco prudente”283.
Humedad, suciedad, intemperie, dolor de espalda, mal pago, autoexplotación
en una jornada extenuante, desconfianza patronal: tienden “a empeñar las piezas
de ropa que han recibido para el lavado”, exponiéndose a la cárcel.
Una distinguida señora de Santiago tenía a su servicio como lavandera a una
pobre mujer, madre de cuatro niños y que estaba encinta. Hace algunos meses la
mujer se presentó en casa de su patrona llevando la ropa lavada; faltaban dos
sábanas; la mujer lo confesó espontáneamente: su gran miseria la había forzado
a empeñarlas, llevando los boletos para que la señora rescatara las prendas y
prometía pagar poco a poco el valor del empeño. La señora –forma parte de
varias sociedades de beneficencia– se irritó sobremanera, declaró que ella no se
dejaba burlar por las ladronas, llamó un guardián e hizo conducir presa a la
pobre lavandera.
Ha estado ésta procesada durante estos once meses; fue notificada por uno de los
jueces del Crimen de Santiago que estaba condenada por dos años a relegación a
Limache; y como ella observara que no conocía a nadie en Limache y que se
moriría de hambre, el juez le replicó: “A ti te gusta robar y no te gusta ir a

280
Cardenal Manneg, citado en op. cit., p. 420.
281
Ibid., p. 423.
282
“El dueño de un gran taller me ha referido que tres jóvenes hicieron en una semana de trabajo lo
que apenas alcanzan a hacer en igual tiempo 10 personas; según sus declaraciones, trabajan 17
horas al día”, op. cit., p. 424.
283
Ibid.

158
Limache, irás entonces a Temuco”. Y en Temuco está esta pobre cumpliendo a
estas horas esta injusta condena de la justicia humana284.
Injusticia de la justicia: así formula el padre Edwards su opinión acerca del cas-
tigo social impuesto a las mujeres populares por su uso de estrategias de
supervivencia. Inconsecuencia de la caridad: así acusa el padre Edwards a ese sector
de la sociedad que era incapaz de comprender las razones de la necesidad. Hones-
tidad de la falta: así plantea el padre Edwards las razones de la miseria de las
madres populares, razones con las que intenta criticar e interceptar el discurso
oficial. Es decir, el sacerdote funda su diálogo en el levantamiento de otro “saber”:
el de la legitimidad que emana de la lucha por la supervivencia popular y de los
obstáculos a que esta se veía enfrentada.
Este “otro saber” que el sacerdote quiere comunicar a los congresistas reuni-
dos se refiere también a algunos aspectos del trabajo en talleres empresariales
establecidos, donde las mujeres trabajaban 10 a 12 horas con salarios mayores que
las domiciliarias: $20 a $7.50 semanales, dependiendo de la casa manufacturera y
del objeto a fabricar. En el último escalafón estaban las aparadoras de zapatos: en
una jornada que iba desde las 7 A.M. hasta las 11 P.M., alcanzaban a hacer ½ doce-
na de zapatos ganando entre $1.25 a $1.75 al día. “Las máquinas de aparar les
cuestan a estas operarias alrededor de $400”285.
Del mismo modo como la intelectualidad intentaba fundar su discurso en la
objetividad de las “estadísticas científicas sobre la mortalidad”, de modo de evi-
tar cualquier duda o suspicacia, el sacerdote entrega la “realidad objetiva” de
este mundo popular, trayendo a la mesa de conferencia las “estadísticas reales de
la mortalidad” concretamente conocidas por el testimonio de su diálogo con esas
personas-pueblo:
Tomando el término medio de una sastra de taller de primer orden, podemos
calcular su ganancia anual. Los días de trabajo podemos calcularlos en 260, el
salario en $2.50, lo que nos da una entrada anual de $650. Hagamos el presupues-
to de los gastos:

284
Op. cit., p. 424.
285
Op. cit., p. 425.

159
Presupuesto mensual de una “sastra” de taller (1912)
Arriendo de pieza $12 al mes $ 144
Comida $ 1 al día $ 365
Vestidos y ropa blanca $10 al mes $ 120
Dos pares de zapatos $12 cada uno $ 24
Luz $ 2 al mes $ 24
Carro y varios $ 5 al mes $ 60
286
Total $ 737”

El saldo en contra estaba a la vista de los científicos, más aún cuando su lista
era de lo más “incompleta”, tal como él mismo lo aseveró. He aquí las estadísticas
“reales” de la mortalidad popular.
Calcúlese ahora dónde podrá vivir, cómo podrá vestirse, qué podrá comer una
pobre mujer que tenga tres o cuatro niños, que sea viuda o haya sido abandonada
por su marido y que cosa en el día 6 camisas a 11 centavos cada una.
El trabajo de las mujeres es de tal manera mal remunerado y matador, que yo
puedo declarar que en los siete años de ministerio parroquial en un barrio en que
abundan las costureras, he comprobado personalmente que la tisis es la enferme-
dad de estas pobres mujeres y que las más de ellas mueren de hambre, de la peor
clase de hambre, de hambre lenta287.
Es decir, para el sacerdote, el cuidado del otro no pasaba por el cuidado del
cuerpo-ocupado (de la mujer del pueblo). Deja fuera la lógica de la individua-
ción, instando “al conocimiento del otro” en su relación con la totalidad del
sistema social. El cuidado del otro estaba relacionado con el cuidado de la rela-
ción de éste con la sociedad. Es decir, el sistema y la sociedad debía “conocerse a
sí misma” para proceder con certeza al “cuidado del otro”. En esto consistía el
vuelco epistemológico del discurso del padre Edwards.
Este texto es la manifestación de ciertas “heterogeneidades” al interior del Con-
greso en las apreciaciones en torno al “otro-pobre”, lo cual es expresión de la
existencia de un discurso que se estaba multiplicando y saliendo de los controles del
discurso hegemónico en Chile. Ciertas personalidades, individualidades –como esta
del sacerdote Edwards– alcanzaban una propia autonomía discursiva, lo que está
insinuando un cierto resquebrajamiento de los discursos institucionales centrales.

286
Op. cit., p. 425.
287
Op. cit., p. 425.

160
3. Los obreros ante la crisis corporal

a) La postura del movimiento obrero respecto de la mujer-madre popular


El Partido Obrero Socialista (P.O.S., fundado en 1912), a través de su órgano de
expresión en Valparaíso, La Defensa Obrera, celebraba y daba la bienvenida (fines
de 1913) a una nueva organización femenina, El Despertar de la Mujer, una organiza-
ción dirigida a las mujeres obreras que deseaban “emanciparse de los prejuicios
sociales de que es víctima por la sociedad burguesa”288. La nueva organización
femenina del puerto expresaba la búsqueda de una síntesis entre el socorro mutuo
y la resistencia obrera, integrándose a las luchas que esos años protagonizarán los
trabajadores de Valparaíso, bajo el ideario del socialismo.
Solo dos organizaciones femeninas de corte socialista se habían fundado hasta
entonces en el país: el centro Belén de Zárraga en Iquique y, ahora, El Despertar de la
Mujer en Valparaíso, las cuales vinieron a engrosar, aunque con este nuevo sentido
socialista, las organizaciones femeninas (mutualistas) que se venían creando en
Chile desde la década de 1880289. Este embrionario socialismo femenino fue moti-
vo de esperanza entre los dirigentes obreros de Valparaíso:
La mujer obrera, esclava de los prejuicios dogmáticos, víctima del egoísmo del
hombre en todos los tiempos y en todas las edades, ingresa hoy a la lucha moderna
cual valiente paladín de las ideas de progreso y redención proletaria. (...) Ayer
parecía un átomo aislado; hoy parece un gigante gladiador de las ideas!
La sociedad burguesa se sentirá inquieta cuando la dócil sierva rehúse al dogma y
a la servidumbre, proclamando en cambio la libertad del pensamiento y el dere-
cho a la honra que le niega.
Hoy respondemos con los hechos a los que en otros tiempos nos trataron de necios
porque decíamos: ‘Eduquemos a la mujer, sacándola del confesionario, coronare-
mos el triunfo de nuestras ideas socialistas’ ¡No estábamos equivocados entonces!
¿Y estaremos hoy cuando hacemos cuanto podemos porque la mujer vaya con
nosotros unida al estudio y a la lucha gremial?
Convénzanse los vacilantes, tímidos o reaccionarios, de que la mujer es parte in-
trínsica del progreso; que es nuestro deber ayudarla y no tenerla en vil abyección

288
La Defensa Obrera, Valparaíso, 22 de noviembre, 1913.
289
Ver al respecto Sergio Grez, De la regeneración del pueblo... op. cit. y M. A. Illanes “La revolución
solidaria. Historia de las sociedades obreras de socorros mutuos” y “Faldas y sotanas”, en Chile
Des-centrado. Formación socio-cultural republicana y transición capitalista. Chile, 1810-1910, LOM,
Santiago, 2004.

161
como los mercaderes de los sofismas religiosos. Ayudémosla porque su libertad
importa la muerte de la sociedad presente y el triunfo de la sociedad futura290.
En una clara disputa con uno de los poderes del sistema (eclesial), el discurso
masculino obrero busca la alianza de la mujer organizada en este momento para
ellos fundacional de una nueva sociedad. Esta organización femenina era signo de
una ruptura respecto de la ideología religiosa hegemónica imperante, condición
necesaria no solo para que la mujer obrera se incorporase a la corriente del movi-
miento de trabajadores, sino también para otorgarle, desde aquí, una
re-significación simbólica y fundacional: en tanto mujer-germen de una nueva so-
ciedad futura marcada por el ideario del socialismo.
En este discurso hay, sin duda, una atribución de “paternidad” masculina respec-
to de la organización de mujeres en el mundo obrero. Hecho que no es nuevo; esto
también se aprecia cuando se sigue la trayectoria histórica de las organizaciones
femeninas, especialmente en sus etapas iniciales, en que ellas son prácticamente
acogidas bajo el alero de la organización obrera y permanentemente apoyadas por
ésta a través de la prensa y de los discursos conmemorativos de las sociedades. Antes
como ahora, el arribo de la mujer a la causa de la organización obrera se presenta
como una lucha respecto de la cultura religiosa hegemónica que la tiene “cogida”
bajo sus redes. Es decir, la organización popular femenina no significaba solo una
“incorporación social” de la mujer obrera, sino que representa una “conquista” para
sí, para la clase: un triunfo respecto de la clase dominante.
La conquista de la mujer para la clase obrera y su ilustración tenía otra signifi-
cación trascendente a los ojos de los dirigentes obreros: la posibilidad de cambio
educacional de la sociedad obrera en su conjunto. Ella no era solo mujer, sino
madre y por lo tanto, capaz de gestar una transformación de la visión de mundo del
hijo del obrero, desde la abyección y servilismo hacia la emancipación de su con-
ciencia. “La mujer debiera estar a la altura intelectual que le corresponde, ya que
ella está destinada por la naturaleza a ser la madre de la humanidad (...) nosotros
sufrimos los efectos de la falta de educación e ilustración de nuestras madres”, se
lamentaba Luis Emilio Recabarren, abogando tenazmente por la ilustración de la
mujer291. Esta mujer-madre era la encarnación del Mañana:
La mujer redimida, madre de la Humanidad también redimida.
La mujer intelectualmente hermosa, objeto de las caricias humanas, para que
con su misma sangre den a sus hijos la perfección desde las entrañas.

290
Víctor Manuel Roa Medina, “La mujer obrera en la lucha social”, en La Defensa Obrera, Valparaíso,
31 de enero, 1914.
291
L. E. Recabarren, “El primer aniversario del Centro Femenino”, en El Despertar, Iquique, 21,04,1914,
en X.Cruzat y E.Devés, Recabarren, escritos de prensa, op. cit., p. 25.

162
El mañana es de la mujer. Porque ella es la que mecerá en su seno los seres compo-
nentes de la Humanidad Futura, cuyo esplendor ya divisamos...
Madre-mujer, tu frente será el Sol futuro. Tus labios hablarán tierno cantando la
paz de los hombres. Tu regazo será el lecho perfumado del Hombre creador de la
nueva vida.
Nace pronto, pues!
El socialismo es tu cuna292.
Ella, con su sangre, otorga la perfección moral e intelectual y alimenta con su
seno el tiempo de la utopía; ella dará a luz el hombre nuevo que se gesta en sus
entrañas.
En este discurso, esta mujer-madre-obrera engendra también al niño hijo de la
patria, pero no en tanto riqueza y seguridad de una nación debilitada, sino que
crea un niño promesa para una nación que habría de transformarse a partir de la
luz de su inteligencia y conciencia. La madre obrera era útero, era cuerpo, pero lo
era en tanto nido de un nuevo saber acerca de sí como clase sujeto de la historia.
La madre obrera era cuerpo y conciencia, en relación simbiótica.
Un discurso por cierto bastante abstracto y romántico respecto de la mujer
proletaria, que entonces sufría la mayor crisis de miseria corporal y naufragaba en
sus intentos por la supervivencia de sí y de sus hijos, especialmente en tiempos de
maternidad y crianza. Esto, tomando en cuenta que los estatutos de las sociedades
de socorros mutuos de obreras dejaban sin protección a las socias en todo lo rela-
tivo a maternidad y puerperio, lo cual no se consideraba enfermedad293. Se generaba,
así, un gran vacío en el campo de la protección de la vida del pueblo por parte de
las mismas asociaciones obreras, campo que se había constituido en el más vulne-
rable y que dejaba abierto el espacio a la acción de las instituciones asistenciales
que pudieron avanzar rápidamente en el territorio donde habitaba y se debatía
desesperada la madre y el niño proletario.
Pero, ¿cuál fue el planteamiento obrero respecto de las políticas de interven-
ción sanitaria sobre los cuerpos de los pobres que entonces se comenzaron a
llevar a cabo? La consideración de su postura es relevante, por cuanto desde la
asistencialidad el pueblo y especialmente las madres populares, estaban siendo
modernamente intervenidas y cooptadas al “sistema” bajo el discurso prescrip-
tivo de un “orden profiláctico” entregado desde “fuera” de la clase obrera. Si la
vía religiosa había sido el modo tradicional de vincular las mujeres populares al

292
L.E.Recabarren, “Femeninas”,en ibid., 3 de abril, 1914, citado en op. cit., p. 28.
293
Sobre este tema de las sociedades femeninas obreras y la maternidad ver M.A.Illanes, La revolu-
ción solidaria, op. cit.

163
“sistema”, ahora ha surgido, además, la vía científica o higiénica de captarlas
para los fines estratégicos de la nación, creando, simultáneamente, los primeros
pasos hacia una incorporación popular institucional.
En un artículo publicado en La Defensa Obrera de Valparaíso, el articulista, En-
rique Dichmann, sitúa el problema de la higiene y de la mortalidad infantil, no en
la “ignorancia” de las madres trabajadoras ni en los “malos hábitos” del pueblo en
general, sino en las contradicciones mismas del “progreso”: en las “condiciones
modernas de vida y trabajo” de la clase obrera:
El régimen capitalista, con su intensiva producción industrial, la aglomeración de
grandes masas obreras en sitios estrechos e insalubres, la formación de grandes cen-
tros urbanos, la larga jornada y el exiguo salario, la introducción de la mujer y el
niño en la fábrica y el taller, han determinado un exceso alarmante en la salud del
pueblo. El vigoroso campesino de antaño es el enfermizo proletario de hoy. La raza
va degenerando en sus mujeres y niños. Enfermedades desconocidas o muy poco
conocidas en la antigüedad, hacen verdaderos estragos en el seno de la clase obrera.
El alcoholismo, la tuberculosis, las enfermedades venéreas, la neurastenia y la dis-
pepsia son productos legítimos y genuinos del industrialismo moderno. Exceso de
trabajo, insuficiente y adulterada alimentación, estrecha e insalubre vivienda, fal-
ta de aire, luz y sol, donde se hacinan en espantosa promiscuidad hombres, mujeres
y niños, son los únicos factores de la mortalidad del pueblo obrero.
Grandes barrios habitados por el proletariado están aún en un abandono lamen-
table. Los beneficios de las grandes obras públicas; las cloacas, las aguas corrientes,
el adoquinado y el alumbrado, no han alcanzado a muchos de nuestros suburbios.
Las inmundicias y los excrementos acumulados en las viviendas, el agua de pozo
o aljibe, las calles cenagosas e infectas, son una maldición para sus pobres mora-
dores. Y cuando el obrero abandona su tugurio para ir a la fábrica, ésta tampoco
es un modelo de limpieza y amplitud. La fábrica corre pareja con las viviendas.
Las autoridades edilicias poco se preocupan de tales bagatelas. Quien más sufre
las consecuencias de la mala vivienda y de la insuficiente y adulterada alimenta-
ción, sobre quien más pesan todos los horrores y calamidades de la organización
actual, es la infancia, la débil, indefensa y desvalida infancia.
¿Puede la vieja medicina clásica aliviar en algo, si no remediar, tanto mal? ¿Cuál
es la receta social que nos ofrecen académicos rutinarios, profesores sin ciencia,
médicos que, como el de Moliere, purgan, sangran y ponen clisterios294? Las clíni-
cas, los laboratorios, los hospitales y los asilos, son simples paliativos. Buscar un

294
Lavativas.

164
suero milagroso, especies de panacea universal, es una ilusión peligrosa pues des-
vía el criterio popular del verdadero camino que conduce a la salvación de su
salud. Y los graves académicos, profesores y médicos, se pierden en un mar de
errores y conjeturas, no atinando en hallar la verdadera solución de los proble-
mas: el de la conservación de la salud295.
Este texto inserto en el periódico obrero señala, con mucha claridad, la rela-
ción entre muerte y progreso, entre enfermedad y capitalismo, en una dialéctica
decadente que conducía a la necrosis de las fuerzas sociales. La modernización se
encarnaba en los cuerpos de la clase proletaria, como el reverso de su utopía: el
cambio material moderno era el mal corporal moderno; la modernización era, res-
pecto del pasado, no la superación, sino la pérdida, no la liberación del esfuerzo,
sino su mayor carga. El progreso era una trampa.
Trampa porque la sociedad y, en especial la clase proletaria ya no podía dejar
de “habitar” en este progreso o más bien en su negación. Este “habitar en la nega-
ción del progreso” era la condición de su vida de trabajo asalariado en las faenas
y en la ciudad.
En este hábitat del afuera –y no en los recintos intrasanitarios– residía, a juicio
de este articulista, la clave de una acertada política de salud que debía consistir en
diferenciar “curación del mal” de “conservación vital”. Modernizar era conservar;
conservar la naturaleza, la vida, protegiéndola de las amenazas del progreso moder-
no: he aquí la paradoja.
Pero en esto estaban bastante de acuerdo los modernos médicos de las Gotas
de Leche de los países occidentales al promover el regreso al seno materno, a la
naturaleza o la mama. No obstante, el articulista obrero está pidiendo mucho más,
tal como lo pedirá la sociedad chilena en el curso del siglo XX: ese “mucho más”
dice relación con la transformación de las condiciones materiales de vida de la
familia y clase obrera en el seno de la sociedad, de la urbe, de la economía y la
nación. Desde la muerte corporal del niño proletario, el obrero hace una crítica
cotidiana y material de la civilización capitalista moderna, crítica que se difundi-
rá progresivamente en vastos sectores de la sociedad.

b) La guerra mundial: carestía, desempleo y protesta


El desencadenamiento de la guerra europea en 1914 va a significar un momento
de relativa movilización y de profundización del discurso crítico en el seno del movi-
miento obrero. Se cuestiona la guerra interpretándola como una vía de escape

295
Enrique Dichmann, “El problema de la salud”, en La Defensa Obrera, Valparaíso, 31 de octubre,
1914.

165
utilizada por los poderes europeos ante la inminencia de la revolución social; se la
critica como manifestación del rostro bárbaro de la civilización capitalista; se la
culpa de la carestía y del hambre. Ante la guerra se levanta el ideario del socialismo
como la otra cara, pacífica y amorosa de la civilización296.
La guerra europea desata, inicialmente, la movilización masiva del pueblo en
Valparaíso –centro importante de la agitación socialista– en protesta por los nega-
tivos efectos que ella acarrea, en lo inmediato, sobre las condiciones materiales de
vida de la clase trabajadora. Era el momento propicio para el avance del socialis-
mo en Chile. Cuatro mil obreros se habrían reunido en un Comicio público en
Valparaíso a mediados de agosto de 1914, convocado por el Partido Obrero Socialis-
ta, apoyado por la Gran Federación Obrera de Chile, la Federación de Carpinteros, la
Unión General de Hojalateros de Viña, el personal de Tranvías Eléctricos en Resistencia
y el Gremio de Panaderos en Resistencia. Primer objetivo: protestar por el alza de los
precios de los artículos de consumo, acción arbitraria, a juicio de los obreros, pro-
movida por los comerciantes especuladores, y apoyar al gobierno en sus medidas
tendientes a evitar la usura mercantil. Segundo objetivo: condenar el asesinato de
100 diputados socialistas ocurrido en Berlín. Encendidos discursos de los oradores
obreros surgieron desde los balcones facilitados por el Partido Radical, desfilando
luego ordenadamente hacia las 11 de la noche hasta la casa del Intendente, protes-
tando por encontrarse éste en cama –“faltando a sus deberes impuestos por la
Constitución Política del Estado”–, entregándole el petitorio del Comicio a su Se-
cretario, quien llegó apresurado a recibirlas.
En dicho petitorio “el pueblo de Valparaíso, reunido en comicio público” solicita-
ba: 1) poner atajo al alza de precios –mayor de un 5%– impuesta por los comerciantes
inescrupulosos, especialmente considerando la medida gubernativa (ley 2.914) que
había suspendido la exportación de frutos del país; 2) que el Sr. Intendente, en su
calidad de presidente de la municipalidad, pidiese a ésta que estableciese almacenes
de provisiones, para abastecer directamente a los consumidores “como se trata de
hacer en Santiago”, solicitando, asimismo la requisitoria de los grandes stocks que
almacenaban los comerciantes del puerto; 3) habiendo decretado el gobierno una
moratoria de 30 días para las letras –medida que beneficiaba a los “propietarios”–,

296
Himno Socialista. Coro: ¡Socialista! Luchad por la Idea / de que triunfe la paz por la unión. / Somos
todos hermanos: que sea / nuestra patria, una sola nación. // I Nuevamente el fecundo trabajo / De
los hombres que sueñan el bien, / Ha encontrado en su avance, el atajo / De la lucha en que
envueltas se ven. / Nuestra patria, amorosa: la Tierra, / Ve el fantasma feroz de la guerra / Que la
cubre con sangre de hermanos. // II ¡No queremos más guerra! Queremos / el trabajo, la paz y el
amor, / con que todos felices seremos; / sustentando el ideal vencedor. / ¡Socialistas: Lanzad la
protesta! / Trabajad porque vuelva la paz: / Y que el grito de América, en esta / ocasión, amedren-
te al audaz, La Defensa Obrera, Valparaíso, agosto 15, 1914.

166
solicitaban lo mismo para el pago de arriendos, en consideración de la cesantía reinan-
te, como asimismo que se impidiera que los juzgados decretasen órdenes de
lanzamientos y embargos. Que todo esto iba en beneficio del orden público, ya que “no
escapará al criterio de Ud. que un pueblo huérfano de toda protección y defensa,
amenazado por el espectro fatídico del hambre (...) puede ser arrastrado fatalmente a
excesos, por el momento fáciles de evitar”297.
El conflicto europeo agudizó críticamente la falta de empleo que desde hacía
algunos años se hacía sentir. Según la prensa obrera, antes del estallido de la gue-
rra había más de 3.000 obreros cesantes de los distintos gremios; ahora llegaban a
unos 10.000, a causa de la paralización industrial y comercial por la que se atrave-
saba. Se daba cuenta de la detención de obras en 44 edificios en construcción,
mientras la imprenta Universo echaba a la calle a la mayoría de sus 500 operarios y,
a los que quedaron, se les habría notificado de la reducción de sus salarios en un
50%; la confitería Hucke, a más de despedir operarios, reducía la jornada a medio
día. Suma y sigue:
Fábrica de Caleta Abarca = trabajaban 700, trabajan 200
Fábrica de la Victoria = trabajaban 600, trabajan 120
Fundición Americana = trabajaban 85, trabajan 25
Fundición Valparaíso = trabajaban 75, trabajan 10
Fundición Nueva Unión = trabajaban 60, trabajan 18
Fundición Nacional = trabajaban 50, trabajan 25
En total, en estos establecimientos, 1.172 operarios habían perdido su fuente
laboral. Había que imaginarse el hambre de sus familias, considerando, además, la
reticencia de las casas de préstamos a otorgarlos a los más necesitados298.
A esto se sumaba el problema de la paralización de las salitreras debido a la
contracción agrícola de los países europeos en guerra, lo cual arrojaba cientos de
obreros del salitre hacia el sur: “Del norte llegaron el miércoles último en el vapor
Aysén 800 operarios pampinos con sus numerosas familias, las que venían en extre-
mada pobreza”299. Este hecho demostraba, según La Defensa Obrera, la ineptitud de
la clase gobernante, que, en vez de haber empleado los obreros del salitre “en
obras públicas de necesidad y progreso para aquellas regiones”, habrían malgas-
tado esos recursos humanos valiosos y el dinero de la nación en transportes
“acrecentando el hambre en los diversos pueblos del sur”300. La crisis económica
desarticulaba, pues, los precarios equilibrios sociales regionales, vaciando ciertos

297
“Gran éxito del comicio”, La Defensa Obrera, agosto 15, 1914.
298
“Actualidad”, ibid., 22 agosto, 1914.
299
“Plétora de trabajadores”, ibid.

167
espacios laborales sobre otros. ¿Política de orden público? Posiblemente, pues la
desarticulación de los espacios sociales regionales influía en la desmovilización
social. De hecho, pasaban los meses y la prensa obrera, desencantada, daba cuenta
de la pasividad de los obreros, desaprovechando la oportunidad de rebeldía que
proporcionaba la crisis:
Yo os pregunto pueblo ¿dónde están tus energías tan varoniles en el trabajo que
no las demuestras ahora cuando es tiempo? En estos tiempos en que es necesario
que el brazo fuerte se levante o para ganar la vida o para jugarla en lucha altiva
y honrosa porque honrosa debe ser la vida301.
La constatación de esta contradicción viene a afirmar el conocido planteamiento
de que la “virilidad” se identifica con “hombre trabajador” y no con “hombre cesan-
te”: en esta última situación posiblemente dicha virilidad se ve disminuida tanto por
la pérdida de la identidad laboral masculina –de la que siempre el discurso obrero ha
hecho alarde–, como por la posible dependencia del trabajador de su mujer, la que en
tiempos de crisis siempre sale en busca de trabajos domésticos, que faltan menos,
rompiéndose la estructura patriarcal de la “familia obrera”, cuando esta existe.
La crisis identitaria obrera probablemente se acrecentó ante el trato, calificado de
“denigrante” por la prensa popular, que se les daba durante su estadía en el puerto,
encerrándoseles, junto con sus esposas e hijos “en los carros de rejas que la empresa
(de ferrocarriles) adquirió para el transporte de animales”. Así respondía el Estado a
los obreros, quienes “habían dado su generosa sangre por la patria”302. El mensaje que
recibían los obreros encerrados en los carros era bastante claro: constituían una “car-
ga”. Carga confinada a ser distribuida por el país a voluntad del “empresario” del
ferrocarril. Pero la crisis arreciaba en todas partes. No solo en el puerto mayor de la
república cerraban las fábricas, no solo en las ciudades se contraía la actividad econó-
mica; también en los campos asolaba la falta de trabajo y la miseria303.
En Valparaíso algunas iniciativas de protección obrera surgen para paliarla, la
más importante es la de la Gran Federación Obrera de Chile, la que creó una “coope-
rativa de consumo”, difundiendo sus productos y precios destinados a proteger el
escuálido presupuesto familiar obrero304.
Todo esto en el marco de la guerra europea y de un estancamiento interno
comercial que, en el año 1916, se había dejado navegando a la deriva. Las expecta-
tivas de reemplazar la falta de comercio europeo con un amplio intercambio con

300
“Desequilibrio gubernativo”, ibid., 26 de septiembre, 1914.
301
“¿Qué se han hecho las energías del pueblo?”, ibid., 10 de octubre de 1914.
302
“Cómo se trata a los obreros que vienen del norte”, ibid., septiembre 26, 1914.
303
“Hambruna en las provincias”, ibid, agosto 29, 1914.
304
“Consumidores y obreros”, ibid., agosto 29, 1914.

168
Norteamérica, no fructificaron: “Frustróse tal esperanza por dos causas: 1º El ma-
nufacturero yanquee vende más cara su mercancía, porque en su país son más caros
que en Europa el crédito y el jornal; 2º Vende al contado, porque así es su sistema
de pagos comerciales y porque sus economías... no les permiten ofrecer las facili-
dades del crédito a que nuestros comerciantes mayoristas están acostumbrados
para sus compras y sus ventas”. Ante lo cual se hacía imprescindible comenzar a
desarrollar en Chile el “crédito industrial”, único medio de comenzar un despe-
gue económico con autonomía de vuelo305.
Entretanto, el descontento, la mendicidad, los bajos salarios, junto a las nuevas
exigencias de productividad era el tema de la hora. La huelga obrera estalló en
marzo del año 1916 en dos frentes importantes de la actividad económica nacio-
nal: la huelga de los ferrocarriles del Estado y la huelga de los mineros del carbón
de Curanilahue.
Si bien en los inicios de la guerra europea, el gobierno chileno había decretado
la prohibición de la exportación de artículos alimenticios de primera necesidad,
esta medida fue haciendo agua hacia el año 1917, cuando la exportación de cerea-
les es una evidencia. Agentes extranjeros habían venido expresamente a adquirir
artículos alimenticios, exportación hecha –según se denunciaba– con la venia del
Congreso, lo cual provocaría un alza persistente de los artículos de primera necesi-
dad en el comercio interno306.
En el invierno de 1917, el gremio marítimo de Valparaíso comienza los prepara-
tivos de una “huelga general”. Con este objetivo se edita un periódico destinado a
ser el órgano de dicha huelga, denominado Mar y Tierra, “periódico para la defensa
de los trabajadores”. Fundamentaban su llamado a una huelga general ante la
certeza que aseguraban tener acerca del avance e irradiación de la “idea socialis-
ta” en un ámbito importante de la clase trabajadora chilena y su capacidad
confrontacional con el capital307. Se trataba de poner en acción, entonces, esta opo-
sición: accionar la confrontación de fuerzas definida en términos de capital versus
trabajo, potencia mercantil versus potencia corporal viva.
La “huelga general” de 1917, bajo la conducción de la Federación Obrera Re-
gional de Chile, que agrupaba a los gremios “en resistencia”, comprometió a una
amplia gama de gremios marítimos del litoral chileno y de Santiago: Arica (“fae-
nas marítimas paralizadas”), Tarapacá (“todos los puertos y caletas” parados),
Antofagasta (“desde Tocopilla a Coloso”), Valparaíso (“aquí hay banda de rom-
pe-huelgas” pero se habían unido a la huelga distintos gremios terrestres),

305
Las Ultimas Noticias, Santiago, 4 enero, 1916.
306
“Hambre del pueblo”, en Aurora Roja, Pisagua, 2 de julio, 1917.
307
“De potencia a potencia”, Mar y Tierra, Valparaíso, julio, 1917.

169
Santiago (“todos los gremios organizados han acordado el paro general”), San
Antonio (“todos sus trabajadores –1500– en huelga”), Talcahuano (“paro general
al que se sumaron obreros del dique y gremios terrestres”), Coronel, Lota, Cura-
nilahue (“se agita el movimiento”), Corral, Valdivia, Magallanes (“censura
telegráfica”)308.

c) Cuerpo y movimiento
“Estamos en iguales condiciones: Uds. resguardan los intereses del capitalismo y
nosotros nuestra fuerza muscular y la felicidad de nuestros hogares... Estamos de
potencia a potencia...”309.
En esta dicotomía se manifiesta con claridad la categoría cuerpo-músculo como
elemento identitario de la clase trabajadora y cuya misión última era lograr la
“felicidad del hogar” obrero, fruto del triunfo del músculo trabajador sobre la
mercancía-capital. La “masculinidad” del trabajador alcanzaría, así, su realiza-
ción integral: como poder ante el patrón y como poder otorgador de la felicidad
del hogar (ámbito de la familia y la domesticidad).
Este “conocimiento de sí” desde el otro, se construye también sobre una dicoto-
mía más general que denominan “ellos” y “nosotros”. El “ellos” estaba compuesto
por “los poderosos”, que sustentaban su poder en “el dinero”, sustraído del cuerpo
de los trabajadores (su “sudor y sangre”) y que contaban con la alianza de “las bayo-
netas y metrallas”, así como de “los clericales”. El “nosotros” quedaba definido como
“los esclavos del yugo del trabajo”, concebido este “yugo” como la carga obligada de
tener que mantener a “los parásitos de la sociedad”, ante lo cual se levantaban para
la defensa de sus “derechos de clase” que consistía en la emancipación del “yugo”,
esto es, en su liberación de los “parásitos” que anidaban y se alimentaban de su
propio cuerpo. La dialéctica entre el “ellos” y el “nosotros” se puede visualizar cla-
ramente: consiste en el movimiento de la negación de la relación simbiótica entre el
parásito (amo) y el cuerpo (esclavo), alcanzando, así, como resultado, la configura-
ción emancipada de la “clase trabajadora” liberada de su carga.
En el discurso intelectual obrero que se levanta en esta fase de auge del movi-
miento popular, se puede percibir una doble lectura del concepto de “cuerpo” en
tanto clave de su propia definición en relación al “otro”: como “fuerza” y “poten-
cia” propia y como “esclavitud”. Una contradicción que se busca resolver a través
de la descarga del “parásito” que se alimentaba de su cuerpo-trabajo, alcanzando,
finalmente, la plenitud de su potencia-trabajo para hacer la felicidad del hogar. Esta

308
Ibid.
309
“De potencia a potencia”, Mar y Tierra, Valparaíso, julio, 1917.

170
felicidad del hogar es “resultado” de la emancipación del trabajador y de la con-
quista de sus “derechos”, adquiriendo el trabajador en este proceso no solo una
identidad de “clase” sino también una identidad de género, su masculinidad: “el
que desconoce las grandezas de las luchas sociales, es indigno de llamarse hom-
bre”310. En estas “luchas sociales” se realizaba su milenaria identidad y vocación
como “guerrero”.
Este discurso difiere sustancialmente del asistencial de esta época –en el cual
“el trabajador” prácticamente está ausente–, descansando la felicidad del hogar
obrero en la relación madre-hijo, una relación que por lo general se trataba fuera
de las relaciones de producción y que instala, como “el hombre” de dicha relación,
al médico, educador y puericultor, sacerdote de la ciencia de la verdad y de la
salud o felicidad.
La dinámica de ajustes laborales durante la post-primera guerra, dada por flu-
jos de despidos masivos de obreros, recontrataciones a menor jornal, huelgas de
resistencia y movilizaciones obreras de solidaridad intergremial, impulsaron la
creación de la organización patronal inter-empresa, perfilándose nítidamente una
confrontación civil de clases patrones-obreros.
Santiago fue la cuna de este movimiento de empresarios, los que, por escritura
pública, se asociaron en 1917, declarando que “cuando se cerraran sus fábricas, no
debía trabajar nadie y el que trabajara debía pagar una multa de $10”311. La opor-
tunidad para poner en práctica el lock out empresarial se presentó en diciembre
de 1917, cuando se declaró en huelga “el personal Ferrer” por haber sido despedi-
da una obrera de esa fábrica de calzado, solidarizando con ella todo el personal de
la fábrica que sumaba más de 250 obreras y obreros. Reunido el “tribunal de pa-
trones”, este declaró el paro general de 42 fábricas de calzado de la capital el 9 de
febrero de 1918.
“La guerra estaba declarada con armas muy desiguales; ellos, con capitales, maqui-
narias, propiedades, influencias en la política, en las autoridades y en el gobierno;
nosotros, sin capital, solo con nuestros brazos e inteligencia y con la unión de los
trabajadores”. (Que los patrones, durante dos meses y medio de lock out, esperaban
verlos regresar humildes y vencidos a pedir trabajo para no morirse de hambre).
Durante todo este tiempo de agitación y lucha intensa, en que tuvimos horas de
amargura, de gustos, de zozobra y en que todos, hombres y mujeres, dieron prue-
bas de poseer un temple de acero, nuestros desfiles en la calle, de seis u ocho cuadras,

310
Cita epígrafe del periódico Mar y Tierra, Valparaíso, julio, 1917.
311
C. A. Sepúlveda, “Para la historia”, El Obrero en Calzado, Órgano de la Federación de Zapateros y
Aparadores, Santiago, 1º mayo, 1919.

171
con dos o tres cuadras de compañeras que vitoreaban la huelga y cantaban los
himnos obreros...”312.
El movimiento obrero se mantuvo gracias a la solidaridad del resto de las so-
ciedades y, especialmente de la FOCH –“madre cariñosa que nos cobijó en su seno,
en cuya falda reímos y lloramos”– y de los comerciantes de La Vega, entrando
finalmente a la fábrica (el gremio Ferrer se mantuvo 5 meses en huelga) “con la
frente bien alta”, logrando sus peticiones más sentidas.
Hay que dejar constancia de que nuestras compañeras mujeres fueron el alma del
movimiento en toda ocasión y que a ellas se debe en gran parte el triunfo de este
gremio313.
Como fruto de este largo movimiento, crecieron las organizaciones obreras y
las huelgas defensoras del empleo a lo largo del país, lo cual, a juicio de los obre-
ros, era una prueba de que el industrialismo maquinista, a pesar de ser bastante
nuevo en Chile, era capaz de afectar el empleo laboral, lo cual corroboraba la ne-
cesidad de la organización defensiva de los trabajadores movilizados.
El año 1918 marcó una nueva etapa en el movimiento obrero, estimulado por la
consolidación del triunfo de la revolución rusa, la aguda crisis de empleo en las
salitreras y los nuevos desequilibrios productivos y comerciales que produjo el
término del conflicto europeo, acrecentando la inflación y el hambre entre los
sectores populares del país.
En este marco, la acción de la Federación Obrera de Chile marcará un hito en el
desarrollo del movimiento obrero chileno. La importancia de esta etapa de la Fe-
deración Obrera consistió en su capacidad de irradiar a todo el país y de articular
a las distintas iniciativas organizativas diseminadas. Dicha Federación, a juicio de
Recabarren, significaba la oportunidad histórica de organizar una fuerza obrera a
nivel nacional. De hecho, en agosto de 1918, ya se habían constituido secciones en
Valdivia, Temuco, Talcahuano, San Rosendo, Concepción, Talca, Chillán, Santiago,
Valparaíso, Ovalle, Llai-Llai, Copiapó, estando pronta a instalarse una sección en
Iquique y Taltal, Antofagasta y Calama, incorporándose también al movimiento de
unidad la poderosa Federación Obrera de Magallanes. “Estamos, pues, nuevamen-
te, frente al nacimiento de una fuerza obrera”, diagnosticaba Recabarren314. Con
la presencia de esta fortalecida organización, el movimiento obrero estuvo en alza
durante el período, registrándose numerosas huelgas y mítines, entre las que des-
tacaron “las huelgas de los panificadores de Concepción, de los tabacaleros de

312
Ibid.
313
Ibid.
314
“La Federación Obrera en Chile”, L.E.Recabarren, en El Socialista, Antofagasta, 17 de agosto,
1918, citado en Cruzat y Devés, op. cit., tomo III, p. 153.

172
Santiago, de los obreros cerveceros a lo largo del país, de los municipales y telegra-
fistas de Santiago y de muchos otros”315.
Simultáneamente a la consolidación de la FOCH bajo la dirección del P.O.S., se
creaba (marzo de 1918) una organización llamada a tener mucha importancia de-
bido a que articuló a lo largo del país, las demandas por la subsistencia de los
sectores populares en general: la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional, creada
gracias a la iniciativa del Consejo Federal Nº 1 de la FOCH (ferroviarios), quedan-
do presidida por Carlos Alberto Martínez, destacado líder obrero del Partido Obrero
Socialista. Esta Asamblea Obrera de Alimentación Nacional “se constituyó en la guía
y conductora inmediata del movimiento de masas en la época” 316, promoviendo
mítines semanales –los llamados “mítines del hambre”– durante 1918 y 1919 en
diversos puntos del país. Pero la Asamblea tomó pronto el carácter de un movi-
miento de carácter ampliado, que no solo aglutinaba a la FOCH, sino también a la
recién creada Federación de la Clase Media, la FECH y todos los gremios asociados a
distintas federaciones y consejos, así como a un amplio espectro político, incluyen-
do desde los socialistas y demócratas, hasta radicales, liberales e incluso
conservadores; en general, aglutinaba “a distintos grupos de asalariados urbanos
que luchaban contra la carestía de la vida” 317. Expresaba, de este modo, su alta
capacidad de convocatoria, sustentada sobre un pluralismo ideológico y sobre un
petitorio que suscitaba amplio consenso.
El día 29 de agosto de 1918, la A.O.A.N. efectuó “mítines simultáneos en Iqui-
que, Copiapó, Caldera, Antofagasta, Chuquicamata, Mejillones, Valparaíso, Viña
del Mar, Quillota, Los Andes, Rancagua, San Rosendo, Concepción, Talcahuano,
Temuco y Puerto Montt. En total, 16 ciudades, aparte de Santiago. Los oradores
centrales en Concepción y Antofagasta fueron Arturo Labbé y Luis Emilio Recaba-
rren, ambos de la FOCH”318.
En su primer Manifiesto al país dirigido a fines del año 1918, la AOAN expresaba
su intención de entregar las bases doctrinarias y de acción para un movimiento am-
plio en vista de la defensa del “derecho a la vida del pueblo”: un concepto que –pese
al trabajo intenso de las iniciativas civiles asistenciales– no estaba plenamente
legitimado entre las clases dirigentes del país; concepto de “derecho vital básico”
en el que podemos identificar claros elementos de un nacionalismo de cuño demo-
crático y popular:

315
Crisóstomo Pizarro, La huelga obrera en Chile. 1890-1970, Ediciones SUR, Santiago, 1986, p. 78.
316
Ibid., p. 79.
317
Ibid., p. 80 a 85.
318
Rodrigo González y Alfonso Daire, Los paros nacionales. 1919-1973. Documento de Trabajo, Centro
de Asesoría Profesional (CEDAL), Santiago, noviembre, 1984.

173
“En esta Asamblea que la forman todas las sociedades de alguna importancia
de Santiago y en la que se ha dejado de lado el eterno doctrinarismo, se ve herma-
nado al obrero laico y religioso para defender el sustento del pueblo (...)”. Que si
bien a este pueblo la Constitución le llamaba ciudadano y soberano, no resguarda-
ba su derecho a una digna subsistencia, mientras los poderes públicos permanecían
indiferentes a su necesidad. Que dichos poderes, mantenidos por el esfuerzo del
pueblo “piensan que son los únicos que tienen derecho a la vida”; que, sin embar-
go, era el pueblo, que todo lo producía, “el elemento primordial de vida y progreso”.
Que este derecho era atacado a diario por los “potentados, industriales y comer-
ciantes, usando los medios que el pueblo ha creado para beneficio general, cuales
son los ferrocarriles y transportes nacionales, carreteras y puentes y que se toman
hoy como armas para hambrearlo”319.
En vista de esta acción anti-patriótica y anti-nación, la AOAN, se manifestaba
ante el país:
para defender la integridad de la nación y la soberanía del pueblo, atacada por los
agiotistas; se reúnen los obreros todos a deliberar qué medios debe emplearse para
que los que viven de un trabajo, de un sueldo, no se mueran de hambre con familia
e hijos.
¿A título de quién?:
somos los pobres, somos los parias en la tierra que conquistaron nuestros abuelos
con sus vidas, a la que dieron libertad nuestros padres con su sangre y la hemos
engrandecido con el sudor de nuestras frentes en las lides del trabajo320.
Estos títulos de gloria nacional le conferían al pueblo no solo el derecho de lu-
char y defenderse –a través del derecho constitucional de reunión– contra aquellos
“esquilmadores (llámense diputados, senadores, ministros, hacendados, banqueros
o comerciantes)”, sino más aún, cual Cristos en el templo hecho mercado, el pueblo
sabría, “arrojar del suelo nacional y castigar a los que del patriotismo hacen un
negocio y de las leyes un escarnio”321.
Luego el Manifiesto pasaba a nombrar 16 peticiones de orden comercial y fi-
nanciero destinadas a abaratar los productos de consumo básico, a lo que se
agregaba la antigua demanda de la “colonización con nacionales” y las más mo-
dernas de jornada de 8 horas y salario mínimo.

319
Manifiesto de la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional al País, noviembre, 1918. Citado en M.
Angélica Illanes, ‘En el nombre del pueblo, del Estado y de la ciencia,...’. Historia social de la salud
pública. Chile, 1880-1973, Ediciones del Colectivo Atención Primaria, 1993, p. 132.
320
Ibid., p. 133.
321
Ibid., p. 134.

174
Pero este no era un mero petitorio; se transformaría en proyecto de ley levanta-
do por el pueblo ante el Congreso Nacional para ser sometido a discusión. Con
este fin, la AOAN llamaba a todo el pueblo, en especial a las mujeres, invitándolas
a romper su enclaustramiento y tradicional separación entre política y domestici-
dad (femenina): “que nuestras ancianas madres, que nuestras esposas, que nuestros
hijos, salgan a combatir al lado de los hombres por el engrandecimiento nacional,
defendiendo su vida, pues ella está sintetizada en alimentación sana y barata”322.
Importante documento que nos muestra la voluntad y capacidad de gobernabi-
lidad política y nacional del movimiento popular civil organizado y su capacidad
de situarse en una posición de poder a partir de la defensa vital, corporal y básica
del derecho a la vida del pueblo soberano. Una nueva categoría política se está,
así, proponiendo para la refundación nacional: la relación entre soberanía y vida
biológica, factores ambos inseparables del concepto de ciudadanía.
Este petitorio estaba centrado en la “subsistencia” y esta era la base de su
amplio consenso. De ahí el nombre que adquirieron los mítines convocados a lo
largo de todo el país por la AOAN: los “mítines del hambre”. El hambre del cuerpo
del pueblo se constituye en una categoría política de primera relevancia, en torno a
cuya “necesidad” se articularán no solo las demandas económicas de la sociedad,
sino también demandas de democratización política e incluso de reformas más
estructurales, a nivel de las relaciones laborales y de la propiedad agrícola323.
Mítines del hambre realizados como “no violencia activa”: marchas silenciosas,
secundadas por una paralización general de actividades, lo que les otorgaba un aire
de procesión, de llamado colectivo a la reflexión, de escenificación corporal masiva
de un pueblo en mudo clamor, interrumpido solo por los discursos pronunciados por
los líderes en cada estación de la marcha, hasta su conversación con los señores de
La Moneda, al final del trayecto.
No obstante, la indiferencia de los poderes del Estado fue la única respuesta
obtenida.
El año 1919 marcó un hito en el país por la notable agudización del movimiento
social huelguístico, liderado por la FOCH y la AOAN, la que siguió creciendo en
afiliados, en huelgas, en asambleas y mítines ampliados, irradiando con especial
fuerza desde el centro hacia el norte del país. Su misión, a juicio de Recabarren, era
“hacer primero la verdadera unidad de la clase obrera y la verdadera organización

322
Ibid., p.132.
323
Discrepo, así, con las aseveraciones que plantean que en la A.O.A.N. “el diagnóstico político no
aparece reflejado en los puntos del petitorio. Este es puramente económico...”. Ver Rodrigo
González, Alonso Daire, op. cit., p. 21.

175
de la clase obrera, con el objeto que unidad y fuerza obrera organizada, con un pro-
grama bien comprendido por todos los obreros organizados, pueden ir, poco a poco,
fundamentando sus progresos y sus beneficios”324. Como plataforma de unidad orga-
nizativa, la Asamblea hablaría en el lenguaje comprensible para todos los
trabajadores: el de su necesidad de subsistencia y bienestar.
La AOAN se movilizaba nuevamente con gigantescos mítines al iniciarse el año
1919, secundada por huelgas de tranvías y de huelgas por turno en las distintas
ramas industriales. La respuesta del gobierno fue el decreto de “estado de sitio”
en febrero de ese año.
En general, el Gobierno apoyó a los industriales con el ejército de la nación en
tareas de producción, represión y protección armada a los obreros que quisiesen
proseguir en su trabajo, y declaró la Ley Marcial por 60 días en Antofagasta (1919),
enviando un ejército de 5000 efectivos, tomando prisioneros, clausurando locales
obreros, destrozando imprentas, prohibiendo periódicos y relegando a Arturo Sie-
msen, Oscar Chanks, Luis E. Recabarren y Mariano Rivas a la localidad sureña de
Lautaro325.
La huelga de los tranvías, en enero de 1919, preocupó sobremanera a los em-
presarios, catalogando las peticiones obreras de jornada de 8 horas y de aumento
de salarios, como excesivas, lo cual redundaría en un alza de tarifas y aumento de
la carestía general. Ante la gravedad del problema, se acordaba reenviar un me-
morándum al gobierno (que había sido presentado por la Sofofa en 1913), con el
objeto de instarlo a adoptar medidas de prevención y solución de la “cuestión
obrera”326, en vista de haber adquirido el problema huelguístico “el carácter de
una cuestión nacional”327.
Ante la huelga obrera, las reuniones de empresarios se sucedieron. Así se fue
instalando el tema de la “cuestión social” en el seno de la sociedad patronal y
especialmente al interior del Consejo Directivo de la SOFOFA (Sociedad de Fo-
mento Fabril), que los agrupaba. Esta, al paso que intentaba dilucidar las claves
del malestar obrero (depreciación de la moneda y carestía de la vida, falta de
reglamentación laboral, cesantía), buscaba la solución de dichos problemas ya en
el aumento de las tarifas aduaneras para proteger a la industria nacional (lo cual

324
L.E. Recabarren, “La Asamblea Obrera de Alimentación de Antofagasta”, en El Socialista,
Antofagasta, noviembre 1º, 1919, en: X. Cruzat y E. Devés, Recabarren. Escritos de prensa. Edicio-
nes Documentas, Santiago, 1987, Tomo 4, p. 40.
325
A. A. Sepúlveda, “Ramillete oligárquico”, ibid.
326
Boletín de la Sociedad de Fomento Fabril, “Sesión del Consejo Directivo”, enero, 1919, p. 62.
327
Boletín de la Sociedad de Fomento Fabril, “Sesión del Consejo Directivo”, intervención del Sr.
Parragué, julio, 1919, p. 469.

176
la ayudaría a consolidar dicha industria, a aumentar el empleo y los jornales, pero
que encarecían las subsistencias), ya a través de la propia organización gremial
patronal (Cámaras Sindicales Industriales)328: doble terreno donde el conflicto con
la clase obrera tendía a agudizarse. El movimiento social civil y de confrontación
de clase se perfilaba con mucha nitidez en Chile.
Sin embargo, es posible percibir claramente la producción de una fractura al
interior del discurso empresarial representado en la SOFOFA. Industriales más “pro-
gresistas” ponen en duda la “federación patronal”329, mientras otros preconizan la
legislación social y el mejoramiento de las condiciones de trabajo de los obreros en
las industrias330 y otros optaron por organizar un sistema de ventas de subsistencias
a precios más convenientes a los obreros en sus propias industrias (Laboratorios
Chile). Sin embargo, las discusiones siempre terminaban zanjadas con el plantea-
miento de que el millón de obreros existente en el país no administraba de manera
correcta sus salarios, dilapidándolos en la taberna y el hipódromo.
Durante el transcurso de ese año 1919, los conflictos aumentaron, augurando la
Sociedad de Fomento Fabril la agudización del problema ante la prosecución de la
carestía general de los artículos de consumo, especialmente ante las “noticias de
que ha llegado al país un buen número de agentes norteamericanos con el propósito
de comprar toda la producción agrícola; de modo que si el gobierno no arbitra algu-
na medida, los artículos de consumo llegarán a tener precios exorbitantes”331, hecho
que comenzó a producirse en pleno invierno de 1919, acaparando las casas exporta-
doras los artículos de primera necesidad, pagando por ello “cualquier precio” con el
objeto de exportarlos, produciendo un “alza brusca en las subsistencias y una espe-
culación desmedida” (el azúcar, por ejemplo, había experimentado un alza de un
100% en pocos días), ante lo cual se acordó enviar nota al gobierno para que arbitra-
se medidas para impedir la exportación y especulación con los artículos básicos, tal

328
Boletín de la Sociedad de Fomento Fabril, “La cuestión obrera”, enero, 1919 y “Sesión del Consejo”,
junio 13, 1919, p. 62 y 407 respectivamente.
329
“Los patrones no conseguirán nada con federarse, sino acarrearse el odio de los obreros”. Inter-
vención del Sr. Parragué en la “Sesión del Consejo Directivo de la Sociedad de Fomento Fabril”
del mes de julio, 1919. Boletín de la Sociedad de Fomento Fabril, julio 1919, p. 469
330
“En nuestro país la condición de los obreros no es muy halagadora; los salarios son exiguos y no les
permiten satisfacer sus necesidades. (Que) están en su derecho de exigir disminución en las horas
de trabajo y un aumento en sus salarios que les permita mejorar su situación”. Manifiesta no ser
partidario de adoptar medidas de carácter violento en contra de los obreros, porque “sólo se conse-
guirá aumentar el malestar que hoy existe”. Intervención del Sr. Styles en la “Sesión del Consejo
Directivo de la Sociedad de Fomento Fabril”, octubre 24. Boletín de la Sociedad de Fomento Fabril,
octubre 1919, p. 681.
331
Boletín de la Sociedad de Fomento Fabril, “Sesión del Consejo Directivo”, Intervención del Sr.
González, julio de 1919, p. 469.

177
como lo estaban haciendo numerosos países europeos332. Proyecto que el gobierno se
había adelantado en enviar al congreso.
Por su parte, el movimiento popular ampliado, dirigido por la AOAN se movi-
lizó, tomando la dirección de un movimiento masivo de presión al Gobierno y a
los poderes e influyendo notablemente en la opinión pública nacional. En su
Manifiesto de 1919, la AOAN planteaba la exigencia de que, junto al fomento de
la producción nacional, se creara la Administración Nacional de Subsistencias, “como
una autoridad responsable en lo referente a la alimentación nacional”: lo cual
está expresando la exigencia obrera de la materialización, a nivel de la respon-
sabilidad gubernativa, de un compromiso institucional y del Estado nacional por
la subsistencia del pueblo; cuestión que el Estado liberal rechazaba por princi-
pio. Planteaba, asimismo, la estabilización del cambio internacional, el
abaratamiento de los fletes para los artículos de primera necesidad, el mejo-
ramiento de la condición económica de obreros y empleados, la solución de los
problemas laborales en la zona salitrera; “la subdivisión de la propiedad y el
establecimiento del código agrícola” y el despacho de la Ley de Colonización
Nacional. Finalmente, exigía el despacho de la ley de Educación Primaria Obli-
gatoria, empantanada en el Congreso hacía décadas333.
Es decir, un vasto programa de reformas sociales, administrativo-económicas,
laborales, educacionales e incluso una reforma más estructural, vinculada a la pro-
piedad agrícola: programa que tendía a la incorporación del pueblo a la propiedad
y producción de sus propias subsistencias y que, en el plano político, llamaba a la
movilización permanente y ampliada –incluyendo a la mujer popular–, a la lucha
por la soberanía ciudadana definida como “derecho a la subsistencia y bienestar”.
Un concepto socio-vital de ciudadanía que no era un aspecto menor de la reforma
del Estado y de la sociedad.
En el curso de la lucha por la instalación del concepto del derecho del pue-
blo, el discurso de los dirigentes obreros denuncia la existencia en Chile de una
“barbarie” burguesa y política, que hacía del país un territorio arcaico y atrasa-
do respecto de “la civilización” moderna. La destrucción de imprentas populares
y, especialmente, lo que los periodistas obreros califican de “ineptitud” de la
clase gobernante, hacía del movimiento de trabajadores los baluartes de una
gobernabilidad progresista. “¡Trabajadores, proletarios! –clama Recabarren–,...
nosotros que somos los menos instruidos. Nosotros que aparecemos en el escala-
fón social como los menos cultos: ¡salvemos a Chile de la barbarie dominante y

332
Sociedad de Fomento Fabril, “Sesión del Consejo Directivo”, julio 18, en Boletín de la Sociedad de
Fomento Fabril, julio, 1919, p. 470.
333
C. Pizarro, op. cit, p. 84.

178
gobernante!”334. Esta crítica a la ineptitud de la clase dirigente será un tema
reiterado en los discursos obreros de la época y será el fundamento de la legiti-
mación de su “política popular”, al decir de Mario Garcés335.
Las movilizaciones, el auge de la prensa obrera difundiendo un discurso clara-
mente socializante, la “subida de tono” del discurso anti-burgués de la prensa obrera
y, especialmente, la cadena de huelgas por gremios afiliados a la Federación Obre-
ra y a la AOAN, alcanzando incluso niveles de huelga general (septiembre de 1919)
en Santiago (con aprestos de apoyo en provincias)..., todo esto configuraba a la
fuerza obrera organizada como un hecho político de gran relevancia, secundado
por un discurso que –desde todas las orgánicas obreras, tanto partidarias, asam-
bleísticas como anarco-sindicalistas– instaba a la clase trabajadora a tomar
conciencia de las dicotomías sociales y a atreverse a romper las “cadenas de la
esclavitud”, como lo había hecho el pueblo ruso:
¿No os causa pena, en los ardientes días de verano, con un sol abrasador, que,
mientras vosotros forjáis el acero, el burgués veranea en las hermosas playas y
goza de todos los encantos de la naturaleza? Es un sarcasmo, trabajadores, que
esto ocurra, cuando en nuestras manos está el concluir con este régimen de opro-
bio; no veis a los trabajadores de la Rusia libre hoy día. Allí ya terminó la
explotación; el que quiera comer que trabaje, es el lema. (Que la redención debía
ser obra propia y que, para ello, en primer lugar, se debía abandonar la taberna,
cambiando ese tiempo perdido por el libro y el sindicato, dejando, así, de ser escla-
vo del más eficaz de los esclavistas: el tabernero. Por otra parte, había que prescindir
de la confianza en diputados y senadores o en partido político alguno), porque
demostrado está que no se necesita de ellos para el logro de las aspiraciones prole-
tarias. Los partidos retardan la revolución social. La prueba está en la Rusia336.
Mientras el modo de vida del “otro”, el burgués”, aportaba, por contraste, la
clave del conocimiento de sí (del obrero), el espejo de Rusia portaba la imagen o
la representación del mundo ideal y posible. Ambos factores, el saber acerca de sí
y el espejo, aportaron una no despreciable capacidad crítica y utópica al movi-
miento obrero chileno en aquella hora de la historia de Chile.
Al calor de la ofensiva obrera desplegada, el gobierno de Sanfuentes, con la
firma de su Ministro de Industrias y Obras Públicas, Malaquías Concha, decretó, el
4 de noviembre de 1919, un reglamento orgánico para la Oficina del Trabajo (exis-
tente desde hacía casi una década) que le mandaba tomar a su cargo “el

334
L.E. Recabarren, “Chile en estado de barbarie”, en El Socialista, Antofagasta, enero 25, 1919, en
Cruzat y Devés, tomo 4, op. cit., p. 16.
335
Ver Mario Garcés, Motines y rebeliones populares del 900, op. cit.
336
G.C.A., “Manos a la obra”, El Obrero Metalúrgico, Valparaíso, 1ra. quincena de diciembre, 1919.

179
conocimiento y estudio de las cuestiones relativas a la legislación social y obrera y
en general a las instituciones públicas y privadas que tengan por objeto mejorar
la condición moral, intelectual y material de los empleados y obreros de la indus-
tria, del comercio, de la minería, de la agricultura y de las ocupaciones domésticas”.
Su estudio debería abarcar el problema de los contratos de trabajo, duración de la
jornada, seguridad del trabajo, trabajo de mujeres y niños, enfermedades profe-
sionales, conflictos del trabajo (huelgas y lock out), asociaciones y uniones; previsión
social, ahorro y cooperativas, seguros sociales; higienización de las habitaciones,
protección al hogar obrero, protección a la infancia; acción para el desarrollo de la
cultura y moralidad popular, centros obreros y sociedades de temperancia, depor-
tes y recreación. El objetivo era, a través de una legislación social adecuada,
“prevenir los conflictos entre el capital y el trabajo”. Dicha Oficina del Trabajo se
abocaría, además, a la vigilancia del cumplimiento de las leyes sociales en el país
que estuviesen vigentes y las que se dictasen a futuro (quedando obligados los
patrones a permitir el ingreso de Inspectores a sus industrias y talleres, bajo san-
ción, pudiendo dicha Oficina aceptar la colaboración de delegaciones obreras para
dicha vigilancia). A la Oficina del Trabajo le correspondería, asimismo, la coordina-
ción de la colocación laboral de cesantes a través de una Bolsa de Trabajo.
Anexos a esta Oficina del Trabajo se creaban los Consejos del Trabajo, disemina-
dos en cada una de las Inspecciones Regionales que se crearían y cuyo objeto sería
auxiliar a la Oficina del Trabajo en el estudio de todo lo relacionado con las rela-
ciones sociales laborales, así como constituir “Tribunales de Conciliación y
Arbitraje” para resolver las diferencias que, voluntariamente, les sometiesen pa-
trones y obreros. Estos Consejos quedarían presididos, sin derecho a voto, por el
Jefe de la Oficina del Trabajo y estarían compuestos por 6 miembros: 2 designados
por el Presidente de la República, 2 elegidos por las instituciones o sociedades
representativas de los intereses patronales y 2 elegidos por sociedades de emplea-
dos o sindicatos de obreros337.
El gobierno preparaba el terreno para una “revolución desde arriba”, mien-
tras la FOCH preparaba, a su vez, su segunda Convención Nacional para definir
su camino “revolucionario”.
Efectivamente, el convulsionado movimiento social obrero organizado y afilia-
do culminó después de meses de preparación y agitación, campaña durante la cual
se cuestionó a las sociedades de socorros mutuos por haber caído en la obsolescencia
histórica respecto de los desafíos revolucionarios por venir338. La Convención de la

337
Decreto Nº 1.938, Reglamento Orgánico de la Oficina del Trabajo, Santiago, 4 de noviembre
1919, Sanfuentes y Malaquías Concha, en Boletín de la Sociedad de Fomento Fabril, diciembre,
1919, p. 737.

180
FOCH tuvo lugar en diciembre de 1919 en la ciudad de Concepción, siendo califi-
cada por Recabarren como un “inmenso acontecimiento en la historia proletaria
de este país”, en la cual no solo habían estado representadas las organizaciones
masculinas, sino también las de mujeres obreras. Dicho “acontecimiento” había
estado marcado por su declaración de principios, que establecía como “meta la
socialización de los medios de producción y de cambio”, base necesaria para cual-
quier acción de mejoramiento de las condiciones de vida. Esta declaración de
principios le otorgaba a la FOCH un carácter “nuevo”, “moderno” y la preparaba
para los nuevos desafíos por venir339. Con esto, la Federación aprobaba orgánica-
mente una opción socialista, lo cual constituía un triunfo para el Partido Obrero
Socialista que entonces dirigía la FOCH y sus expectativas revolucionarias vincu-
ladas al internacionalismo socialista y a las tareas emanadas de la revolución rusa.
Sin embargo, la FOCH no salió incólume de esa opción revolucionaria. De la
Convención surgieron dos Juntas Directivas: una que siguió rigiéndose por los es-
tatutos de 1912 (presidida por José Antonio Valencia) y otra que adoptó los acuerdos
de 1919 (presidida por Enrique Díaz Vera). Una de las mayores desavenencias se
produjo en torno al emblema que habría de enarbolar la FOCH: la bandera patria
o la bandera roja. Una de dos.
En suma y como resultado de las amplias movilizaciones sociales del período,
habría que consignar dos hechos: a) el movimiento obrero socialista, a través de
las demandas de subsistencia básicas, es decir, a través del uso político de la
categoría cuerpo, ha logrado construir una importante hegemonía a nivel de am-
plias capas de la sociedad civil, constituyendo una fuerza social capaz de interpelar
directamente a los poderes del Estado; b) el Estado ha respondido no solo con
represión, sino a través de la creación del primer aparato institucional para la
mediación en las relaciones laborales y como instancia preparatoria para la crea-
ción de leyes laborales en el país. Por otra parte, este aparato-oficina sería el ojo
de mira del gobierno respecto del mundo laboral, inspeccionando a los patrones
y sus fábricas, al paso que se haría cargo de los trabajadores en cese de trabajo.
Es decir, las movilizaciones populares, en el marco de la revolución rusa y de las
orientaciones políticas mundiales, han generado en Chile –bajo la iniciativa de
un dirigente de partido popular reformista (Malaquías Concha, instalado en un
ministerio social del gobierno)–, antes de toda ley y antes de la candidatura de
Alessandri, una “oficina” del trabajo que, si bien no tenía capacidad política

338
Respecto de este debate y cuestionamiento hecho a las Sociedades de Socorros Mutuos ver M.A.
Illanes, En el nombre del pueblo, ..., op. cit., pp. 145-157.
339
“La segunda convención de la Federación Obrera de Chile”, El Socialista, Antofagasta, 13 de
enero, 1920, en Devés y Cruzat, op. cit., p. 43.

181
basada en la ley, tenía mandato gubernativo. La creación de la Oficina del Trabajo
constituyó, sin duda, un “signo de los tiempos”, desde el punto de vista de la
necesidad de efectuar la incorporación del tema social en las políticas guberna-
mentales, propuesta que, en lo inmediato, no provino de las clases dirigentes
tradicionales, sino de capas reformistas emergentes. c) En tercer lugar, podemos
apreciar en Chile una avanzada del socialismo revolucionario, que va a entregar
las bases ideológicas, la voluntad y la energía política necesarias para dirigir
una lucha frontal de clases. Esto sin duda constituyó un hecho decisivo que echó
raíces en importantes segmentos de aquella sociedad popular que configurará
“la izquierda” chilena. No obstante, el nacimiento y la consolidación de este
frente se produce a través de una división de las fuerzas populares, optando una
fracción importante de éstas por su tradicional discurso y práctica política para
producir cambios sociales desde dentro del sistema establecido.
Es decir, mientras la intelectualidad de izquierda con su discurso y moviliza-
ción, demuestra su capacidad de convocatoria y consolida en esta etapa el ideario
revolucionario en Chile (dejando a un importante grupo reformista al lado del
camino), este hecho va a alimentar, al mismo tiempo, la “reforma por arriba”, con
la intención de recoger las “fuerzas de abajo” (marginalizadas por el proyecto re-
volucionario), en vista de un pacto social reformista promovido desde el Estado.
La competencia y la tensión entre ambos proyectos, comenzaba un largo camino
histórico.
A esta altura se hace también interesante apreciar la diferente conceptuali-
zación de la relación entre cuerpo y política existente entre la dirigencia del
movimiento obrero y la intelectualidad bio-asistencial. Para esta última, el ran-
go “político” de la categoría “cuerpo del pueblo” se atribuye principalmente al
hecho de que dicho “cuerpo” se constituye en un ámbito para la aplicación de
una nueva gobernabilidad de la elite sobre el pueblo, consistente en una jerárquica
intervención relativa al cuidado de dichos cuerpos; mientras, por urgente añadi-
dura, se buscaba rearmonizar las conflictuadas relaciones sociales y fundar un
nuevo “pacto social” nacional, sin cambiar las modalidades del régimen político
y económico.
Para el movimiento obrero, el carácter político del cuerpo y su necesidad (su ham-
bre) significa que dicho cuerpo se constituye en un estímulo para la organización
obrera a nivel ampliado, a través de la cual es posible articular un discurso de
unidad, de consenso y de presión sobre el sistema de poder, en vista de producir
cambios sustanciales. Esta articulación entre lo corporal y lo organizativo permite
a la clase obrera avanzar hacia un nuevo protagonismo social y político, constitu-
yéndose en un interlocutor válido y legítimo ante la sociedad. Es decir, la necesidad
y hambre corporal constituye una clave de la política popular y del movimiento de

182
los trabajadores. En suma, hacen de lo corporal el substrato de su sujeto político. En
la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional alcanzaba su máxima expresión y en-
carnación esta relación entre lo corporal y lo político, dirigida a construir una
nueva “nación” que respetase la vida de la familia trabajadora chilena.
No obstante, podemos identificar un factor en común en el uso político que
ambas intelectualidades hacen de la categoría “cuerpo del pueblo”: la legitimi-
dad de su demanda vital (de combatir la mortalidad, de superar el hambre, etc.)
permite romper con el estrecho partidismo doctrinario, abrir las parcelas ideológi-
cas intra-clase, en vista de un objetivo amplio, “humano” por excelencia. El “cuerpo
del pueblo” se constituye en un terreno de consenso y comprensión de sociedad,
para un movimiento amplio perfilado en torno a esta suerte de doctrina de los
“derechos humanos sociales” que surge en el siglo XX y que encuentra su raíz
histórica en esta lucha que, por distintos flancos, se emprende en resguardo del
derecho básico del pueblo a la vida.

4. El combate cuerpo a cuerpo: las enviadas señoras de los señores

a) La avanzada de las señoras al campo popular: modernización desde la tradición


Tradicionalmente, como parte del sistema del orden católico medieval, las da-
mas, civiles y monjas, habían jugado el rol de hacer la interrelación entre ricos y
pobres, a través de la caridad cristiana. Por esa vía el sistema recogía la escoria
social arrojada por la desigualdad, al paso que la elite pagaba su privilegio en la
vida, alcanzando su salvación eterna. De este modo, el orden buscaba su equilibrio
y sus compensaciones. Pero, en estos tiempos de capitalismo moderno y de miseria
generalizada, el sistema de equilibrio caritativo anterior hacía agua por todas par-
tes. Era necesario ampliar la acción más allá de las propias instituciones
sobrepasadas en su capacidad y buscar nuevos métodos para restablecer el equili-
brio del tradicional orden católico.
Lo peculiar de esta nueva etapa de la caridad privada, es que ésta busca salir del
marco de la arquitectura puertas cerradas de sus instituciones, para ir en busca del
pueblo en el terreno de su propio hábitat. Si el periodismo, especialmente el diario
El Chileno lo hacía con el objetivo de dar a conocer y de denunciar ante las autorida-
des dichas condiciones de vida, la elite también se aventurará en este terreno. Su
objetivo será doble: por una parte, paliar el daño político causado en el seno de la
familia popular derivado de la represión policial y, por otra, acercar al pueblo a las
nuevas instituciones de los Patronatos y especialmente de sus Gotas de Leche, las que
el Patronato de la Infancia fundó, a partir de 1912, en todos los barrios pobres de la
capital. La misión principal de estas Gotas de Leche consistía en captar a las madres

183
populares amamantadoras, poniéndolas bajo el cuidado y vigilancia de la nueva ins-
titución asistencial basada en los principios de la moderna puericultura.
Las encargadas de realizar esta avanzada hacia el mundo del pobrerío serán
las señoras de la elite, las que tomarán el nombre de “Comisión de Señoras”, con
el carácter de señoras visitadoras, prefigurando el arquetipo o modelo de una acción
social destinada a perdurar en el tiempo en Chile y en el mundo occidental. Este
modelo de acción consistirá principalmente en la “visitación” de la señora a la
madre popular con el objetivo de restablecer lazos tradicionales propios del siste-
ma de patronato o “patronaje”, basados en un antiquísimo pacto social de mutua
protección y fidelidad entre señores y siervos.
La señora, como mujer-madre, es percibida por los señores como la indicada,
por su naturaleza catalogada como sensible y afectuosa –considerados como ras-
gos propios de su feminidad–, para acercarse a los pobres, en una época de tensión
y huelgas, de represión policial, de hambre y muerte popular. Es decir, ella realiza-
rá y encarnará la síntesis entre tradición y modernidad en occidente y en Chile
para ayudar a restablecer el orden dañado gravemente por el desorden de la muerte
del cuerpo del pueblo, ya sea por hambre y enfermedad o por represión militar. La
acción que realizarán las señoras nos muestra que los mismos elementos del orden
social aristocrático católico, servirán para la consolidación del nuevo orden que
abre el paso a la modernidad.
A ellas habían acudido, por ejemplo, los señores, luego de la represión de 1905
en las calles de Santiago, ocurrida a raíz de la marcha y disturbios de protesta por la
carestía de la carne, solicitándoles ir a socorrer a las esposas e hijos de los hombres
caídos en la represión, mostrando “una mano cariñosa capaz de perdonar”.
Las Comisiones de Señoras que fueren a llevar a los barrios apartados esos soco-
rros, harían por la tranquilidad pública más que todos los elementos de que puede
disponer la autoridad340.
Las señoras son las enviadas por los señores a caminar el barro de la reali-
dad, a acercarse al territorio del reprimido por el señor y por el guerrero, a
llevar el rostro amable del poder a los barrios desconocidos, misteriosos, peli-
g rosos de la miseria. Ella entra a jugar un papel estratégico en el
re-establecimiento del orden social y en esto consistirá su rol político. Las se-
ñoras entraban de lleno a iniciarse en una militancia sociopolítica moderna
que, si bien no va a tener el carácter político tradicional –territorio que los
hombres se reservaron– constituye una importantísima militancia política de

340
Las Últimas Noticias, Santiago, 24 octubre, 1905.

184
intervención sobre lo social. Este es, sin duda, un momento significativo de la
historia de los roles de género en la modernidad.
“Las damas son sin duda las protectoras naturales, las grandes amigas de los ni-
ños pobres, desgraciados o enfermos, para que en relación con el dispensario o el
asilo del barrio respectivo, irradien la acción del Patronato, llevando socorros y
cartillas higiénicas a donde se necesita su auxilio y propagando entre el pueblo la
idea del Asilo Maternal y de las Gotas de Leche, como también vigilando a aque-
llas personas que aprovechan de los servicios del Patronato”341.
En el marco de la tradición y ante los nuevos desafíos modernos de acerca-
miento de las clases dirigentes y de las instituciones respecto del pueblo, el
Patronato de la Infancia, al fundar sus Gotas de Leche en los barrios populares, va a
recurrir a las llamadas Comisiones de Señoras. En 1912, junto con la fundación de
las primeras Gotas, se había organizado ya una Comisión de Señoras, cuerpo auxi-
liar altamente valorado por los varones del Patronato, tal como lo vemos en la cita
anterior en palabras del benefactor Ismael Valdés Valdés.
Pero la verdadera importancia de las Comisiones de Señoras no solo residirá,
ahora, en ese hecho de ser las “protectoras naturales del pueblo”. A los ojos de la
ciencia practicada en el seno del Patronato y en la expresión del director máximo
de sus Gotas de Leche de Santiago, doctor Luis Calvo Mackenna, el éxito mismo de
dichas instituciones descansaba en gran medida en dichas “comisiones de señoras”.
En primer lugar, porque si bien las Gotas de Leche estaban apoyadas en criterios
científicos, estas eran instituciones de carácter social y humanitario y debían rela-
cionarse con las clases populares de acuerdo a un conocimiento “de la manera de
ser de nuestro pueblo”. Y aunque los médicos del Patronato se interesasen en es-
tos aspectos, ellos solo asistían a una consulta semanal a la institución, limitándose
su papel a los consejos y prescripciones de ese reducido contacto.
La necesidad de salvar tan importante inconveniente ha sido la cuna que ha dado
origen a los “comités cooperadores”, formados por abnegadas y caritativas seño-
ras, que toman a su cargo la vigilancia a domicilio de los pequeños clientes de
consultorios y “gotas de leche”.
Su eficacia es tan positiva y sus buenos resultados son tan manifiestos, que hoy se
puede decir, sin caer en exageraciones, que todo servicio de puericultura bien or-
ganizado requiere, para ser completo, la ayuda de un comité cooperador de esta
naturaleza342.

341
Discurso de Ismael Valdés Valdés en la inauguración del Primer Congreso de Protección a la Infan-
cia, op. cit., p. XXIII.
342
Dr. Luis Calvo M., “Consultorios de lactantes y propaganda de la alimentación materna: la Gota
de Leche”, en Primer Congreso de Protección a la Infancia, op. cit., p. 43.

185
A juicio del médico, no bastaba el espíritu caritativo de estas damas: ellas de-
bían instruirse en la ciencia moderna, la que se les proporcionaría en el Patronato.
De este modo ellas no solo actuarían con el sentimiento, sino con la razón, “con
plena conciencia de estar en la verdad”: razón que les permitiría “corregir los
errores de las madres”. De este modo, la Gota de Leche sería no solo una escuela de
puericultura para las madres del pueblo, sino también para las “personas pudien-
tes”. Sobre la base de la participación de las señoras en este conocimiento se
formaría una corriente de transmisión segura y eficaz entre el pueblo y la institu-
ción asistencial:
De modo, pues, que la asistencia de las señoras que forman parte del comité del
consultorio o Gota de Leche, constituye el medio más útil de procurarse interme-
diarios entre el médico y el pueblo, imbuidos de un criterio médico suficiente y
calcado en las mismas ideas que las madres han podido recoger en las consultas
semanales343.
Dichas “comisiones de señoras” tenían la función, además, de hacer de inter-
mediarias entre las instituciones asistenciales y la sociedad en general, “haciendo
propaganda de las obras a que pertenece”, así como también siendo materialmen-
te “productivas” en el seno de su labor, “allegando fondos para contribuir al
mantenimiento de los servicios, confeccionando ropas que han de servir de pre-
mios a las madres...”344.
El médico, en definitiva, no transformaba radicalmente el carácter de su traba-
jo, consistente en una visita semanal a los dispensarios públicos. Lo que sí estaba
cambiando en la asistencialidad era la incorporación de un nuevo cuerpo civil,
activo, militante, relacionador y mediador social institucional: la comisión de seño-
ras. Se abría paso, así, una nueva y fructífera fórmula asistencial moderna, destinada
a perdurar y a configurar un modo de relación entre clases dirigentes y pueblo.
No se trata de una iniciativa radicalmente nueva. El antiguo servicio de la Her-
mandad de Dolores, aún conducía los pasos de las damas caritativas hacia los barrios
pobres en ayuda de mujeres parturientas y miserables. Este constituye el eslabón
tradicional de las Comisiones de Señoras. Lo que éstas portan de moderno es su
nuevo rol de intermediación entre el pueblo y la ciencia y entre el pueblo y el
sistema, es decir, entre el pueblo y la institucionalidad asistencial llamada a hacer
la reforma social desde una renovada gobernabilidad civil.
En suma, los doctores de las primeras dos décadas del siglo XX, junto a su ciencia,
se comprometieron en el papel de la necesaria modernización del sistema tradicional

343
Ibid., p. 44. Énfasis mío.
344
Op. cit.

186
caritativo cristiano, permitiendo una mayor eficacia del secular juego femenino de la
intermediación social, a través de los nuevos métodos de la biopolítica.
Los doctores chilenos eran fieles admiradores de este tipo de intervención so-
cial, tal como se había desarrollado en Alemania, aunque en este último país aparece
muy comprometida la figura del Estado. Aquí más bien –inicialmente–, un impor-
tante sector de doctores latinoamericanos y chilenos se autoconstituyen en función
de un sistema civil de gobierno público, que resguarda el modelo tradicional-libe-
ral. Ellos mismos son una hibridación moderna producida sobre un antiguo sustrato
de tradición. Ellos forman parte –como los filántropos y sus señoras– de la elite, de
sus instituciones de beneficencia y del patronaje civil, orgullosos de la tradición
de su propia gobernabilidad sobre la sociedad.
La creación y puesta en exitosa práctica de la nueva institucionalidad asisten-
cial de la Gota de Leche la asumirán los médicos que en ellas participaron como una
“guerra”, pero una guerra “por otros medios”:
Cada nueva Gota de Leche es una barca salvavidas que la caridad arroja en
medio del tumultuoso mar, de ese mar lleno de tempestades, de ese mar nuestro
cuyas olas, hasta hoy casi invencibles, han arrebatado a millares los pequeños
cadáveres de vidas que se inician, de vidas que tienen el derecho a la vida y que el
país reclama con energía. Es necesario dar a cada barca todo el vigor para hacerla
capaz de afrontar las duras inclemencias del tiempo; estimular la noble, generosa
y esforzada tripulación que, en lo más alto de los mástiles, hace tremolar, llena de
orgullo, el emblema albo y puro de la caridad y de la ciencia.... Hemos visto surgir
las diversas Gotas de Leche del país y hemos visto nacer, así, la primera escuadra
salvadora de nuestra primera infancia. El número de sus elementos de guerra ha
crecido con rapidez y cada uno de ellos ha luchado cuerpo a cuerpo contra un
enemigo que llegábamos a tener por invencible345.
Se trataba de una guerra santa que cruzaría los mares con un imaginario semejan-
te, pero rectificado, al de la conquista americana. Quienes ahora se acercarían a las
playas donde habitaba el pueblo nativo eran los nuevos salvadores, portando los ele-
mentos occidentales de la ciencia y del cristianismo, enarbolando paños blancos. Ya no
venían hombres solos montados a caballo y espada, acompañados de sotanas negras,
sino señores de delantales blancos y maletín de remedios y mamaderas, acompañados
de señoras: que se acercarían a pie o en coche con la comunión de la sonrisa, leche y
amistad. Les dirían al pueblo que venían en son de paz a salvarlo de poderosos enemi-
gos ocultos que los habitaban y contra los cuales se entablaría una batalla incansable.

345
Dr. Luis Calvo Mackenna, Discurso..., op. cit.

187
Ciencia y caridad, médicos y señoras, modernidad y tradición, constituían los nuevos
soldados llamados a la destrucción del enemigo del pobre: la muerte.
Se iniciaba un capítulo de la guerra santa del siglo XX. Era un claro despertar
de la sensibilidad social y nacional en sectores de la clase dirigente del país. Una
utopía de la intelectualidad de principios de siglo que, en palabras del doctor
Calvo Mackenna, se expresaba como: “Nuestros anhelos de progreso científico y
nuestras ansias de aliviar las míseras condiciones del pueblo de Chile”346. Lateral-
mente al egocentrismo de un sector de la aristocracia y burguesía del país, emergía
un nuevo discurso en el seno de las clases profesionales dirigentes, relacionadas
con el conocimiento científico del cuerpo, despertando a una inédita sensibilidad
social. Como resultado, esta vasta estrategia sociopolítica de uso del género feme-
nino buscaba, a través de la visita y el contacto con la madre popular, restablecer
las fidelidades entre las clases, neutralizando el conflicto:
Nos demostrareis –les dice el doctor a las señoras– cómo esas cariñosas visitas
vuestras al hogar del pobre, despiertan la gratitud de la adusta miseria y borran
asperezas sociales que empiezan a sacudir el mundo entero347.

b) La negociación entre géneros intra-clase


¿Cómo fundamentaron médicos y señores esta misión sociopolítica que se les
encomendaba a sus señoras?
Hemos convocado a las señoras para solicitarles su concurso –dice uno de los diri-
gentes del P.N.I.– y hemos reconocido la plenitud de sus derechos; con lo cual
anticipamos, dentro de nuestra institución, la solución a un problema que está
revistiendo universal actualidad. Dimos a la mujer un rol directivo en la acción y
ejecutivo en la labor. Sin su abnegada cooperación, nuestros servicios tendrían la
frialdad y rigidez del mármol348.
El discurso de los señores es moderno y están empeñados en levantar una gran
institución de caridad más laica que religiosa, aunque ambos eran elementos inse-
parables; pero al mismo tiempo, deseablemente separables. El laicado femenino
son sus propias mujeres, las que ellos necesitan para jugar un rol activo fuera del
hogar y a las que les ofrecen el reconocimiento de “sus derechos”. Estos derechos
no se definen en términos sufragistas, sino en términos de autonomía de dirección
y ejecución institucional, lo que no era poco decir. El discurso se plantea como una

346
Ibid.
347
Discurso inaugural del Dr. Luis Calvo Mackenna, en Primer Congreso Nacional de las Gotas de Leche,
Santiago, 1919.
348
Discurso inaugural de Salustio Barros Ortúzar en el Primer Congreso de Gotas de Leche, Santiago,
1919.

188
suerte de “negociación”, en la cual, el reconocimiento de los “derechos” de las
señoras se hace a cambio de contar con sus recursos femeninos de sensibilidad y
afectividad para que, desde el hogar, los amplíen a todo el pueblo necesitado.
¿Cuál es la respuesta que a este llamado hacen las señoras? ¿Cómo perciben el
nuevo rol que se les ofrece? ¿Lo interpretan como la conquista de sus “derechos”
en términos modernos o más bien en términos más tradicionales, como un nuevo
“deber” agregado?
(Manteniendo la misión) “principal de deber en el hogar (...) debemos salir a
trabajar, a sacrificarnos, a olvidarnos de nosotras mismas para querer, no a nues-
tros íntimos, sino a muchos y a algunos a quienes parecía imposible mirar con
afecto; tantas son las diferencias mentales y morales que descubrimos al ponernos
en su contacto!”349.
Es decir, las señoras perciben la convocatoria como un trabajo, un concepto moder-
no ya muy alejado de la antigua idea de caridad. Este trabajo consiste en un “salir
fuera” a tomar contacto con el otro, pero radicalmente diferente y ajeno, con el objeti-
vo de intentar “quererlo”, de relacionarse con él sobre la base de su recurso femenino:
el afecto. La señora debe ir a conquistar el territorio del otro, no por medio de la
fuerza, sino con la sensibilidad. Esta acción se percibe como la gran “gesta heroica” de
la señora militante; pero se trata de un heroísmo que no busca la condecoración y el
escenario propio del guerrero o del político, sino el sacrificio silencioso. “Porque no
hemos de apreciar y ambicionar como más accesible para nosotras ese heroísmo dis-
creto y humilde, hecho de modestia y de piedad... Las buenas obras viven de la paciencia,
que es el valor necesario para soportar en silencio las molestias que ellas imponen”350.
Esto es, más que como un derecho, este trabajo se percibe como un deber sacrificado,
una nueva misión que se le exige para la salvaguardia de la civilización cristiana occi-
dental y un nuevo mandato de sus maridos, que ellas acogen con su tradicional espíritu
de servicio. Por último, este trabajo misional y heroico se percibe –a los ojos de la
principal dirigente de las señoras del Patronato y que hemos venido citando– como
una reproducción o prolongación de los mismos tradicionales roles de género desde el
ámbito de la casa hacia el espacio público.
“Esta es nuestra obra, exige mucha abnegación. Los médicos le han aportado su
ciencia. Los caballeros que la sirven le dedican sus conocimientos, en administra-
ción, contabilidad, organización. Las señoras son las llamadas a darle lo que vale
más que todo: el amor de sus almas”351.

349
Sra. Concepción Valdés Marchant, Las Comisiones de Señoras y las Gotas de Leche, ponencia presen-
tada al Primer Congreso de Gotas de Leche, ibid.
350
Ibid.
351
Ibid.

189
190

Gotas de Leche de Santiago. Estadística año 1920

Prestaciones Gota 1 Gota 2 Gota 3 Gota 4 Gota 5 Gota 6 Gota 7 Gota 8 Gota 9 Gota 10 Gota 11 Total
Manuel Lorenzo Daniel Mercedes Asunción Julio Baldomero A. José A. Hipódromo Luisa Huemul Prestaciones
de Salas Fuenzalida Riquelme Lazcano Lira Nº 353 Bustamente de Torres Núñez Chile Dardigñac Placer
Antonio Andes Pinto Maturana Bascuñán Nataniel Sto. Dgo. Indep. Nº 285 Nº 1390
Varas Nº 44 Nº 2667 Nº 1855 Nº 950 Nº 1064 Nº 1220 Nº 3320 Nº 2192
Niños asistidos 531 607 621 3.117 403 772 742 727 281 636 860 9.297
Mamaderas repartidas 129.300 158.681 183.246 211.176 236.475 195.177 330.246 162.535 119.495 199.816 302.737 2.228.884
Leche consumida (lts.) 21.997 26.346 24.298 30.843 32.470 32.134 52.532 23.569 16.357 32.036 45.611 338.193
Baños dados 2.224 2.897 1.732 4.535 3.196 1.948 3.386 1.446 2.704 24.068
Visitas domiciliarias 1.040 1.664 352 446 794 1.216 353 2.393 354 644 355 954 356 1.054 276 10.481
Inyecciones a luéticas 577 710 2.105 298 366 314 934 1.361 595 822 8.082
Niños enfermos atendidos 436 1.146 250 698 1.457 2.065 1.503 2.428 128 688 2.397 13.188
Recetas despachadas 432 3.257 3.133 4.121 4.392 6.732 6.202 4.986 2.032 3.970 9.587 48.844
Niños vacunados 365 244 295 275 179 312 328 254 115 212 339 2.918
Madres vacunadas 176 66 267 143 94 250 75 177 13 150 155 1.566

352
De estas visitas, 488 fueron practicadas por las señoras visitadoras y 1.176 por la inspectora.
353
De esta cifra, 108 visitas fueron practicadas por las señoras visitadoras y 1.168 por la inspectora.
354
De estas visitas, solo 121 fueron practicadas por las señoras visitadoras y 2.272 por la inspectora.
355
De estas visitas, 127 fueron practicadas por las señoras visitadoras y 517 por la inspectora.
356
De estas visitas, 283 fueron realizadas por las señoras visitadoras y 671 por la inspectora.
Personal de las Gotas de Leche de Santiago (1920)

Gota 1 Gota 2 Gota 3 Gota 4 Gota 5 Gota 6 Gota 7 Gota 8 Gota 9 Gota 10 Gota 11
Manuel de Salas Lorenzo Fuenzalida Daniel Riquelme Mercedes Lazcano Asunción Julio Bustamante Baldomera A. de José A. Núñez Hipódromo Chile Luisa Huemul
Torres
Año fundación 1912 1913 1913 1914 1914 1915 1917 1918

Origen Fuenzalida obsequió Legada por Daniel Local cedido por el Legada por J. Local regalado por J.A.Núñez le dió Sitio cedido x el Obsequio Construida por
la casa Riquelme fisco A. Nuñez B. Torres derechos de su libro El Hipódromo Chile de Ismael Caja Crédito
Lector Americano Valdés V. Hipotecario
Administrador Patricio Irarrázaval Fernando Alfonso Claro Dr. Alvaro Guillermo Juan de Dios Juan Zañartu Alvaro Cobarrubias Julio Prado Vicente Luis Barros
Lira S. Cobarrubias Edwards Rodríguez Izquierdo
Directora Laura Guerrero Javiera Maqueira Teresa Boonen Leonor Figueroa Luisa Puga María Lastarria Blanca Flores Laura Tocornal Elisa Herreros Amelia Reyes Luisa Aldunate
de Valdés
Visitadoras Ernestina Pastor, Edelmira Hurtado, Josefina Gervait, Laura Carrasco, Berta Amelia Doll, Gabriela Baeza, Lucía Morel, Sara Ossa, Jesús Ema Correa, Teresa Brieba, Ernestina
Elena Magdalena Doren, Carota Vogel, Angela Pérez, Ema Egaña, Natalia Vial, Carmela Balmaceda, Paulina Valdés, Barros, Mercedes María Real, Ema Beatriz Azócar, Lucía
SalamancaMercedes Corina de Cardemil, Grove, Adela Berdia, María Vial, Rosa Rosa Barceló, Josefina Brieba, Isabel Pinto, Irene Correa, Magdalena Bravo, Sofía Letelier, Infante, Raquel
Badilla, Berta Carlina A. de Carmela Jaramillo, Figueroa, María Rosa Pereira, Cornelia Errázuriz, Montané, Ester Valdés, Rosario Matte, Villaseca, Rosario Carmela Infante, Berta
Lastarria, Esther Schultz, Irene Josefina Silva, Huidobro, Eugenia María Edwards, Ester Ramos, Fernández, Lucía Josefina Salas, Zomosa, M. Elisa Ortúzar, Ester Délano, Laura
Vergara, María Larraín, Inés Victoria Ruiz, Sara Dávila, Victoria Emiliana Mercedes Ríos, Eva Fisher, Elena Herminia Vial, Laura Herrera, Tránsito Cruchaga, Lastarria, Zulema
Correa, Clara Letelier, Elena Saavedra, Luisa Larraín, María Concha, Silva, Teresa Centeno, Altamira Tocornal, Carmen Herrera Emilia Phillips, Piñero,
Yanquez, Isabel Vial, Rodríguez, Juana A. Covarrubias Larraín, Leonor Mercedes Urrejola, Inés Rodríguez, Elisa Santa Cruz Blanca Zañartu, Rebeca Riesco,
Enriqueta Larraín d Aguirre, Rosa H. d Alcalde, Ana Donoso, Echaurren, Elisa Vergara, Mercedes Swett, Blanca Benigna Luisa Toro,
Carvallo, Amelia Elcira Subercaseaux, Blanco, Lucila Vicuña, Laura Lira, Brown, Laura González, Eugenia Yávar,
Pastor Elena Herrera, María Williams, Blanca González Holley, Herminia Elena Izquierdo Ana Comas,
Valenzuela Georgina Arteaga Filomena Comas,
Green, Estela Luisa Riesco,
Donoso, Rebeca Toro
Carmela
Barredo
Médico jefe Dr. Orfilio Letelier Dr. Oscar Muñoz G. Dr. Julio Dr. Luis Miranda Dra. Luisa Dr. Oscar Muñoz Dr. Adolfo Dr. Julio Dra. Ernestina Dr. Oscar Dra. Berta Corey
Schwarzenberg Pacheco Bascuñán Schwarzenberg Peña Muñoz
Médico 2do. Dr. Eduardo Cordero Dr. Luis Miranda Dra. Ernestina Peña Dr. Aníbal Carrillo Dr. Humberto Dr. Enrique Delbés Dr. Carlos Gómez Dr. Eduardo ayudanta Dr. Julio Moore Dr. Carlos
Nuñez Cienfuegos Gómez
Otro personal Enfermera, Enfermera, Enfermera, boticaia, Enfermera, Boticaria, 2 enfermeras, 2 enfermeras, Mayordoma, ayudante, Enfermera, Enfermera, Enfermera,
mayordoma, ayudante mayordoma, mayordoma, ayudante mayordoma, srtas. mayordoma, mayordoma, 2 mayordoma, 2 9 srtas. auxiliares mayordoma, mayordoma, mayordoma, 2
ayudante, srtas. auxiliares ayudante ayudantas ayudantes, 6 srtas. boticaria, 2 srtas. ayudante, 2 ayudantes
auxiliares auxiliares auxiliares srtas. auxiliares
Consulta gral. sábados Viernes Sábados Martes Sábados Miércoles Lunes Jueves Viernes Lunes Sábados
Consulta Lunes y miércoles Lunes y miercoles Martes y jueves Jueves y sábados Martes y jueves Lunes y viernes Miércoles y Martes y sábado Lunes y miércoles Miércoles y Martes y jueves
subsidiaria viernes viernes

Fuente: Cuadro confeccionado en base a datos entregados en la “Memoria de la Comisión de Señoras” del P.N.I., Almanaque
191

del Patronato Nacional de la Infancia, Santiago, 1921, pp. 137 – 155.


192
El cuadro adjunto nos muestra la adscripción de más de 9.000 familias popula-
res, a través de sus hijos lactantes, a la institución Gota de Leche, cifra no menor
considerando que, según el censo de 1920, ese año nacieron en Santiago un total
de 20.540 niños, de los cuales nacieron muertos 953 y murieron en el lapso del año
6.355357: cifras que nos muestran lo dramático que sigue siendo el problema de la
mortalidad infantil todavía en los años de 1920, a pesar de los esfuerzos desplega-
dos; esfuerzo que se nota en la notable cantidad de mamaderas repartidas. Las
cifras de visitas domiciliarias realizadas son casi correspondientes a la cantidad
de familias adscritas a la institución, por lo que podríamos suponer (solo en térmi-
nos estadísticos) que al menos una vez cada hogar ha sido visitado por una señora
visitadora o inspectora. La mayor cantidad de visitas se concentran en el barrio
Nataniel, al sur de la capital. Hay que hacer notar que, aparte de las prestaciones
de niño sano atendidas, más del doble (20.000) son prestaciones curativas aplica-
das a niños enfermos, siendo muy notable la cantidad de recetas despachadas y la
atención por enfermedades venéreas, todo lo cual nos está hablando que la Gota es
un consultorio popular por excelencia para la atención de las madres e hijos de la
familia obrera. Respecto de la concentración de las atenciones, se puede apreciar
que es en el barrio Matucana, en el sector poniente de la capital, donde se realiza
la mayor cantidad de prestaciones (3.117); no obstante, no es en este barrio donde
se concentra la atención de niños enfermos (698). En el barrio Lira, al sur, en cuya
Gota se atendieron, en 1920, 403 niños, 1.457 fueron atenciones de niños enfermos.
En otro aspecto de nuestro análisis, el interés principal del segundo cuadro es,
a nuestro juicio, mostrar la estructura administrativa y funcional de la Gota de
Leche. En el cuadro podemos apreciar que los administradores, por lo general, son
filántropos de apellidos aristocráticos, manteniéndose esta tradición propia de las
instituciones caritativas antiguas. En segundo lugar, es notoria la presencia de un
estamento profesional médico (masculino y de algunas figuras femeninas) que,
junto a un personal paramédico auxiliar, aportan el elemento moderno “científi-
co” de la institución asistencial. En medio de ambos, resalta la presencia de las
“señoras”, denominadas “visitadoras”, nombre que preludia las visitadoras profe-
sionales por venir, siendo éstas sus antecesoras directas. Resalta el hecho de que
una mayoría de ellas son de apellidos aristocráticos o están casadas con hombres
“de apellidos” (no hemos podido incluir a los cónyuges por motivo de espacio), las
cuales participan en las respectivas Gotas, en las cuales prestan servicios como
visitadoras a domicilio de pobres. Podemos contar un total de 115 visitadoras, lo

357
Anuario Estadístico de la República de Chile, Vol. I, Demografía, Santiago, 1920, pp. II, 18. La pobla-
ción total de Santiago alcanzaba a la sazón la cifra de 515.780 habitantes y la total del país
llegaba a 3.751.662 habitantes, ibid, p. 14.

193
cual nos da un promedio de 10,1 visitadoras por Gota de Leche, cada una de las
cuales tendría que haber abarcado una cantidad de 9 a 10 hogares populares; ta-
rea que, en importante medida estaba apoyada por “mujeres inspectoras”.
El gobierno de la Gota de Leche estaba en manos de una Directora, la cual se
definía principalmente como “ejecutora” de las decisiones de un Consejo, en el
cual participaban médicos y administradores del Patronato, quienes entregaban
las directrices generales a seguir. La Directora asistía a las sesiones del Consejo,
con el principal objetivo de “conocer las razones” que fundamentaban la toma de
decisiones por parte del mismo. Su labor de “ejecutora” de las resoluciones se
vería facilitada a través de dicho “conocimiento de razones”. Pero ella, básicamen-
te, debía “obediencia” a las decisiones tomadas por el Consejo, sin que pudiese
alterarlas, a no ser por una nueva resolución emanada del mismo358. Es decir, su
“conocimiento” de la “razón” del Consejo se relacionaba con el mandato de una
acción; no consistía en una participación en la construcción de la razón directiva,
sino en la obediencia a la misma.
En el marco de esta “obediencia” a una instancia superior a ella, la Directora
vigilaba las múltiples actividades de la Gota, evitando dedicarse a un trabajo es-
pecífico. El modelo de acción de la Directora había de ser el de “toda buena dueña
de casa”: ser un “modelo de obediencia” a otro superior a ella, demostrando cuali-
dades especiales de “constancia, espíritu de sacrificio y responsabilidad”;
caracterizado su trabajo por la multiplicidad de funciones, poniendo atención a
todos los detalles de la casa-Gota de Leche.
Una de las labores más importante de la Directora consistía en distribuir los
trabajos a las visitadoras, que constituían el grueso del personal de la Gota. “Visi-
tadora” era el nuevo nombre para el antiguo de “inspectoras”, suavizando su
terminología; cambio inspirado posiblemente en la nueva intencionalidad de acer-
camiento entre las clases, cual era una de las estrategias centrales del régimen de
Patronatos359. Este personal se definía básicamente por la “gratuidad” de sus fun-
ciones, las cuales habían de estar motivadas por el espíritu caritativo y el “amor al
prójimo”: en esta gratuidad caritativa estaba basado el atractivo de su labor, el
cual se perdería en caso de ser un trabajo remunerado. Desde esta definición, las
visitadoras habían de ser señoras pudientes, en las cuales, supuestamente, estaba
“desarrollado el espíritu de caridad” y poseían, además, un buen nivel cultural:

358
Julia Eyzaguirre de Calvo, “Labor de las señoras en las consultas semanales”, en Primer Congreso
de Gotas de Leche, Santiago, 1919, p. 316.
359
No obstante, se mantuvo el nombre de “inspectoras” para un personal de señoras que acudían a
visitar de urgencia casos de niños o madres enfermas o reiteradamente inasistentes, entre aque-
llas inscritos en las Gotas de Leche, Ibid.

194
condiciones más importantes que neutralizaban el desconocimiento que tenían
del mundo popular.
Esta labor, si se entregara a personal remunerado, tendría problemas: pierde el
atractivo de amor al prójimo y exigiría gastos para pagar un mal servicio en
manos de personas de escasa cultura, en las que está poco desarrollado el espíritu
de caridad, aunque conozcan de cerca las necesidades y miserias del pueblo360.
Las visitadoras debían, a su vez, “obediencia” a la Directora y no solo cumplían
labores de visita a los hogares de los niños que se les asignaban, sino que además
debían realizar una serie de trabajos al interior de la misma Gota de Leche: a) de
recepción y portería, dando prioridad a aquellas madres que criaban a su hijo exclu-
sivamente al pecho; b) asistencia a las consultas del médico para enterarse de las
prescripciones que entregaba a las madres, con el fin de vigilar su cumplimiento
posterior en las visitas que efectuaba a los hogares populares y, en caso de dudas,
traducirlas y reiterarlas en un lenguaje apropiado para facilitar su comprensión; c)
reparto de mamaderas, cuidando las instrucciones médicas al respecto; d) vigilancia
a las madres que debían bañar a sus hijos, enseñando su adecuado desempeño.
La “disciplina” de las visitadoras en la Gota no dejaba de constituir un dolor de
cabeza para la Directora: aquellas querían tener “cargos fijos”; buscaban quizás, a
través de dicho “cargo”, un “nombre público” que reconociera –ante sí mismas y ante
los otros–, su sacrificada militancia social caritativa en aras de un nuevo patriotismo.
No obstante, ellas debían conformarse en la Gota con ser una suerte de “empleadas de
todo servicio”, debiendo estricta obediencia a la Directora, las que las rotaba en fun-
ciones de portería, mamaderas, baños y consultas, a más de las visitas domiciliarias.
Ellas debían “aprender de todo” y “estar en todo”. Un “cargo” tenía el peligro de la
especialización, que podía anular el complejo rodaje de una institución tipo casa ma-
terno-popular como eran las Gotas de Leche 361 . Aparte del cargo y nombre de Directora,
las visitadoras eran una suerte de abejas obreras del panal de la Gota cuidadora de
niños hijos de la patria. Será más bien en su nombre “visitadoras” donde ellas encon-
trarán su mayor distinción y reconocimiento ante sí mismas, así como ante los otros y,
especialmente, ante las otras (las madres del pueblo).

c) La Visitación
La lucha contra la mortalidad infantil popular, así como la nueva valoración de
la “raza”, significaba el reconocimiento del propio útero del hijo del pueblo: la
mujer popular.

360
Julia Eyzaguirre de Calvo, “Labor de las señoras en las consultas semanales”, en Primer Congreso
de las Gotas de Leche, Santiago, 1919, p. 317.
361
Ibid., p. 318.

195
La Gota de Leche parte del supuesto de que la unidad del binomio madre/hijo,
fundada sobre la relación natural del amamantamiento, se ha roto entre los pobres
o la raza chilena. El niño proletario ha perdido el pecho de su madre, pecho prole-
tarizado en la boca de otros niños o en las sequías de sus horas de trabajo. Ella, a
su vez, ha perdido al niño de su pecho, abandonado en la madrugada de la urbe,
hasta el extenuante anochecer.
La Gota de Leche pretende reinducir la relación corporal madre-hijo del pue-
blo, cumpliendo simultáneamente con ello dos objetivos: luchar contra la mortalidad
infantil y reconstituir la raza-nación desde la célula primaria: la “familia”.
La acción concreta y cotidiana que realizaban las señoras del Patronato en los
hogares de mujeres populares consistía en: dar información a las madres acerca de
la higiene y del cuidado de su embarazo y de sus hijos, fomentar la lactancia natu-
ral, dirigir la alimentación artificial, proporcionar frascos de leche esterilizada a
los niños inscritos en la Gota de Leche. La base de la política asistencial era, pues,
el útero y principalmente, los pechos de la madre del pueblo, ya como fomento, ya
como sustitución.
Las señoras del Patronato serán enviadas por el médico y los filántropos a las
“visitas domiciliarias” no solo para el consuelo del hogar del pobre, sino principal-
mente para una tarea profiláctica moderna: la “vigilancia de los preceptos de la
higiene personal y de la habitación que nuestro pueblo desconoce o mira con indi-
ferencia”. Preceptos que no se podían controlar a través de las consultas del
médico362. Las damas son las mediadoras modernas, enlazan el científico con el
pueblo y viceversa, otorgándole a ambos el conocimiento que uno y otro entrega;
ellas son las correas transmisoras de dicho conocimiento y las que transforman la
realidad a través del resguardo social de dichos conocimientos.
De este modo, ellas pasan a ser pieza fundamental de la construcción de un
nuevo orden cultural, basado en la inducción de un “comportamiento científico”
de las madres-hijos del pueblo. Las damas enseñarán a las madres del pueblo a ser
“madres”, a ser útero, a ser pecho. Si no lo hace, la institución y la dama del Patro-
nato la sustituirá como “madre mamadera”. La madre del pueblo, la señora que
enseña a la madre y la mamá (Gota de Leche) que sustituye a la madre, son tres
elementos inseparables, articulados por la ciencia médica como puericultura.
La señora rompe la privacidad de lo popular que se va convirtiendo abrupta-
mente en espacio público; la biopolítica introduce su instrumental hasta lo más
íntimo de los cuerpos “tratados”. La señora, en su calidad de agente de esta biopo-
lítica entra una y otra vez al rancho o al conventillo, inspecciona los objetos, toca

362
Concepción Valdés M., op. cit.

196
al niño de la otra mujer, se pasea por la habitación, habla a los hermanitos e inte-
rroga a la mujer-pueblo: sobre la producción de sus senos, sobre su hombre, si ha
venido últimamente y cómo se ha portado, si le ha traído dinero. Si ha seguido las
instrucciones del médico y que, si las sigue y asiste a la Gota, recibirá premio. Por
último, apunta en su libreta puntos ganados y observaciones de comportamiento.
Y reparte la maternal patrona caricias, dulzuras y así, “granjeándose primero las
voluntades, llega a la conquista de las almas suavemente, hasta conseguir, por fin,
inocular en esos espíritus ignorantes una clara noción de sus deberes sociales” 363.
La madre de la elite está sustituyendo al Estado, reformando su método de
relación con el pueblo: la sonrisa “entre madres” sustituye a la pólvora; la socie-
dad se civililiza con este ejército de faldas y este armamento de mamaderas. A
través de la articulación entre tradición y modernización escenificado en el ritual
de la “visita”, se está abriendo camino en Chile una nueva fórmula de relaciones
entre elite y pueblo.
¿Cómo percibe la mujer popular el nuevo reconocimiento que le hace la señora
y el doctor en su calidad de “madre”? ¿Qué pasa con esta mujer proletaria que
carga devastadoramente con la crisis de subsistencia sobre su cuerpo? Poco nos
dice la documentación al respecto. No obstante, las señoras se quejan de que la
madre popular no acude regularmente a los controles de la Gota, que cuando la va
a visitar, la guagua está con la vecina. Estaba claro que, para la mujer del pueblo,
ser madre era un lujo: ella era proletaria.
El médico obstetra ha terminado por descubrirlo a través de sus investigaciones
científicas: sabe dónde está la causa de que cada 10 mujeres encinta, 3 viesen inte-
rrumpido su embarazo antes de los 9 meses. “Hemos podido comprobar que todas se
dedican a labores pesadas, que exigen trabajo intenso (cocineras, lavanderas, em-
pleadas de fábrica). Casi todas trabajaban sin descanso hasta el día de su
alumbramiento. En todas, las condiciones de vida eran pésimas; algunas sufrieron
traumatismos más o menos graves en sus ocupaciones. La deducción se impone, la
causa del alumbramiento prematuro fue el trabajo excesivo, las malas condiciones
de vida, el esfuerzo material intenso”364. Si esto era así antes del parto, ¿hay algún
indicio que nos muestre algún cambio o mejoramiento de estas condiciones de tra-
bajo después del alumbramiento? A todas luces no había razones para un cambio.
Las condiciones materiales y laborales adversas para una buena crianza del
niño popular bajo la supervigilancia de la institución de la Gota de Leche, incenti-
vó a las señoras a buscar toda suerte de métodos de atracción, generalmente

363
Elvira Santa Cruz, “La caridad privada y las Gotas de Leche”, en Primer Congreso Nacional de
Gotas de Leche, Santiago, 1919.
364
C. Monckeberg, “Puericultura ante-natal”, ibid.

197
relacionados con entrega de premios en ropa u otros enseres. Pero el método que,
a juicio de ellas, resultó de gran efectividad fue lo que llamaron la “propaganda del
retrato”: se le muestra a la mujer un retrato de su niño comparándolo con otro,
potencialmente el suyo, sano, robusto, bonito, alegre...
La propaganda del retrato ha resultado superior a toda expectativa. Cada una de
las madres desea que retraten a su hijo y trata de cuidarlo lo mejor posible. Uno de
los mayores alicientes para la madre es el obsequio de un retrato del niño365.
¿Qué vio la mujer en el espejo del retrato? ¿Acaso no se vio sino a sí misma,
como la señora, teniendo a su propio hijo entre sus brazos366? ¿Vio quizás su iden-
tidad perdida, su rostro regenerado, sus sueños objetivados en torno al proyecto
de ese pequeño cuerpo, su hijo?
La mujer “madre” trabajadora, cansada, ama de leche ella misma de otros ni-
ños, sacará energías desde el fondo de su existencia.. Se someterá a los tratamientos
e indicaciones. Se permitirá el sueño de ser madre, aceptará la visita de la señora,
su inspección, su interrogatorio y su discurso. Se irá, así, consolidando una nueva
relación entre pueblo e institucionalidad en Chile: una relación “entre-madres”.

d) La diseminación nacional de las Gotas de Leche


La señora Sofía Montalva de Andrews, oculta bajo el seudónimo Zeta, da a
saber, en 1912, a la comunidad porteña de Valparaíso, de sus andanzas por las Gotas
de Leche de Santiago y de la imperiosa necesidad de fundar una a imagen y seme-
janza en Valparaíso, uno de los lugares de mayor concentración de pobreza en el
país.
Su carta tuvo el efecto deseado: la sociedad pudiente y religiosa del puerto se
movilizó rápidamente, apoyada por el rector del Externado del seminario, sacer-
dote Antonio Castro, quien asumió la presidencia de la obra. En tres meses se
reunieron los fondos necesarios para encargar a Europa, por intermedio del doc-
tor Manuel Camilo Vial, el equipo técnico completo para la instalación de la Gota.
Para la adquisición de la propiedad requerida, el señor Obispo regaló a la socie-
dad el legado personal que le obsequiara la señora Juana Ross de Edwards ($25.000),
solicitando, a cambio, que la Gota llevara el nombre de doña Juana, honrando así
su memoria.

365
Olga de Sarratea de Dublé, “Propaganda de la Lactancia Materna en las Gotas de Leche”, en
Primer Congreso Nacional de las Gotas de Leche, Santiago, 1919.
366
“La imagen del cuerpo no es una imagen aislada, sino que necesariamente envuelve las relacio-
nes entre el cuerpo, el espacio circundante, otros objetos y cuerpos y las coordinadas y ejes de
horizontal y vertical. En suma, es un esquema postural del cuerpo”. E. Grosz, Volatile Bodies. Toward
a corporal feminism, Indiana Univ. Press, 1994, p. 85.

198
Después de dos años de voluntarismo femenino y sacerdotal, la Gota de Val-
paraíso se inauguró con bombos y platillos, alabada por el discurso del Intendente
de la Provincia, don Rodolfo Briceño, el día 27 de diciembre de 1914.
A cinco años de trabajo continuado, bajo la dirección inicial de doña Delia
Möller de Mathews y luego de su fundadora, la señora Sofía Montalva de An-
drews, el doctor Miguel Campos le rendía homenaje ante el Primer Congreso de
Gotas de Leche del país. Que la señoras, en su calidad de madres, en tanto “ma-
dres como ellas”, hacían de puente entre la sociedad y el pueblo, a través de su
caridad cristiana, que ofrecían a tantas madres y niños desvalidos, víctimas de
la miseria, ignorancia y vicios, otorgándoles “la limosna del alimento, de la ense-
ñanza y del buen ejemplo, tanto en las salas de la Gota como en las humildes
viviendas de los pobres, mediante el concurso pecuniario de toda la ciudad”.
¿Cuál era su recompensa? Una “emoción indecible”, una emoción “santa” fruto
de la oportunidad de “contemplar”, de ver, de revelarse ante sus ojos la realidad
o el cuerpo del “otro” que no era en realidad un otro sino “un niño”: “contem-
plar cómo la pobreza y la enfermedad marchitan y destruyen el delicado
organismo de un niño”. A las madres se les instruía, semanalmente, sobre “mo-
ral y puericultura”, ya fuese por un sacerdote o por las mismas señoras,
“procurando la legalización de la familia, tan descuidada en nuestro pueblo”367.
La moral era, pues, el orden familiar que, para la mujer popular significaba la
transformación de su hombre, si es que tenía uno, en una categoría institucional,
un padre de familia. Moralidad contradictoria, en este caso, con la realidad de
ese hombre que poco se veía: un incesante migrante tras nuevos trabajos y desti-
nos, como parte de una economía de oleaje inestable y arenas movedizas o esa
vocación huidiza.
En cinco años la Gota había atendido a un total de 550 guaguas, un promedio
de 172 por año, lo cual no dejaba de ser una cifra importante, considerando que se
trataba de niños “inscritos” para atención de alimentos y seguimiento permanen-
te a través de consultas y visitas domiciliarias, en una ciudad de diseminación de
pobres en conventillos entre cerros, y en una época de extrema agudización de la
pobreza y la marginación. Ello condujo a que la directora abogara por la amplia-
ción del servicio hasta los dos años de vida de los niños (las Gotas se encargaban
de su control y seguimiento hasta un año) salvando así un trabajo que, por la mise-
ria reinante, se habría perdido en la muerte.

367
Doctor Miguel A. Campos, “Monografía de la Gota de Leche ‘Juana Ross de Edwards’”, en op. cit.,
pp. 380-381 (Aunque en el documento se dice que esta Gota corresponde a Concepción, hay aquí
aparentemente un error del editor; todos los datos proporcionados por el expositor tiende a ha-
cernos pensar que se trata de Valparaíso).

199
La Gota de Leche de Viña del Mar nació con el estallido de la primera Guerra Mun-
dial, en noviembre de 1914, a partir de esa especial alianza que se está produciendo en
Chile en ésta época entre médicos y señoras de elite, con el objeto de implementar una
intervención directa sobre los amenazados cuerpos de niños pobres.
Nació esta Gota en circunstancias calamitosas, cuando sonaban los primeros es-
tallidos de la guerra de Ultramar, cuyos ecos repercutieron con pavor en todas
partes y también en nuestro país. Al asombro causado por lo imprevisto, sucedió
el horror a lo desconocido, y en medio de mil conjeturas, más o menos fundadas,
surgió en la imaginación la idea del hambre con todos sus horrores y ansiedades.
Con la supresión de las faenas mineras y salitreras del norte, con la paralización
del comercio y las industrias de todo género en el centro y sur del país, con la
escasez de trabajo para los obreros y con la reducción de los sueldos en general,
sobrevino también como consecuencia, la insuficiente e inadecuada alimentación
de los niños. Era el momento en que se fundaban las Ollas del Pobre, que es el
último de los recursos a que la civilización acude en las grandes calamidades,
cuando la miseria alcanza a su mayor grado”368.
Constituido tanto su Directorio como su Consejo solo por mujeres, éstas proce-
dieron a la ardua tarea de recolección de fondos caritativos con el fin de comprar
una casa para la Gota: bailes, rifas, óperas, teatro, “compensando con entreteni-
mientos el sacrificio y haciendo, de este modo, en lo posible, mayormente gratas
las dádivas para los donantes”369. Caridad por placer: una fórmula bastante propia
de la filantropía burguesa, urbana y moderna, la cual debía ser compensada de
inmediato –en el placer de la sociabilidad y la risa mundana– y no tanto en la
futura recompensa celestial.
La relativa autonomía femenina de las Gotas de Leche en general, se reforzó en el
caso de esta Gota de Viña del Mar, la cual, siguiendo los consejos de Ismael Valdés “en
el año 1918 para ajustarse a la experiencia obtenida por otras instituciones análogas”,
se tendió a una mayor democratización del sistema: la elección por parte de la Asam-
blea General de un directorio formado por 24 señoras, el cual nombraría un Consejo
de 5 señores, que solo cumplirían el rol de ser consultados en casos extraordinarios de
“complicaciones, dudas o necesidad”. Es decir, hacia el año 1918, las señoras de las
Gotas ganaban una mayor autonomía en la dirección y decisiones referidos a la institu-
ción en la cual ellas eran sus gestoras y militantes principales. La Gota le Leche de
Viña del Mar hacía resaltar el hecho de que la buena gestión de sus señoras había
hecho, hasta el momento, casi innecesaria la consulta a dichos señores consejeros.

368
Emiliano Bordalí, “Monografía de la Gota de Leche de Viña del Mar”, op. cit., p. 446.
369
Ibid., p. 449.

200
Con el apoyo financiero de importantes casas comerciales y de familias pu-
dientes de la localidad, la institución fundó dos Gotas en Viña: una al centro de la
población, a inmediaciones de la plaza José Francisco Vergara y otra en el sector
norte de la Población Vergara, calle Doce Norte, próxima a la población obrera de
Santa Inés, sucursal de la primera, atendida por familias seleccionadas de la Po-
blación Vergara, en un local prestado por un sacerdote del lugar.
Cuatro señoras, con el título de administradoras o sub-administradoras “sin
distinción” entre ellas, se repartían el múltiple trabajo diario interno de la Gota:
asistencia, entrega de harinas, preparación de leche, reparto de mamaderas, ins-
pección de baños (que se les realizan a los niños cada 15 días), curaciones menores,
ayuda al farmacéutico, entrega de consejos a las madres, asistencia a las consultas
del médico, anotando las prescripciones para su control posterior, etc. Durante el
año 1918 la Gota de Viña del Mar constataba estadísticamente una mortalidad del
8,6%, lo cual no dejaba de satisfacer, pero al mismo tiempo seguía planteando una
tarea a proseguir.
A pesar del buen funcionamiento interno de la Gota, el servicio de “visitas
domiciliarias” se realizaba en forma deficiente. Esto, a pesar de constituir “una de
las más vivas preocupaciones de la Gota, como medio de control del aprovecha-
miento efectivo de la leche por la criatura”, la aplicación adecuada de las medicinas
y de los consejos y como recurso para evitar abusos. Pero la causa de la deficiencia
en la acción visitadora no se debía a “la falta de voluntad de parte de las señoras,
sino a la pésima numeración en los barrios apartados, lo que hace a veces imposi-
ble encontrar las habitaciones”370.
Es decir, la falta de control y ordenamiento espacial urbano, favorecía la falta
de control al pueblo y de hecho, facilitaba una mayor autonomía en las decisiones
asistenciales de las mujeres populares respecto de la intervención sobre sus cuer-
pos y el de sus hijos. Sin embargo, a juzgar por la estadística de vacunas (108 niños
vacunados contra la viruela en 1918) y de entrega mensual de medicamentos (338
promedio), ese débil control domiciliario no significaba que las mujeres populares
no acudiesen ellas mismas por su propia cuenta a la Gota.
De hecho, la asistencia de las madres del pueblo a la Gota estaba estimulada
por el sistema de premiación anual, efectuado el día de Navidad. Se formaba una
escala de premios de comportamiento –ya fuese en dinero y especies–, que iba
desde las madres que habían criado por mayor tiempo a sus hijos al pecho, seguida
de aquellas que habían asistido en forma más continuada al consultorio, para ter-
minar con las que, a pesar de su menor asistencia, habían demostrado un

370
Ibid., p. 455.

201
comportamiento higiénico para con sus hijos. Para ese día de Navidad, las señoras
confeccionaban “lotes consistentes en juguetes, dulces, ropas, de diferentes valo-
res y se distribuyen según el criterio de las señoras, persiguiendo con esto, a la vez
que el propósito de interesar a las madres para seguir estrictamente las indicacio-
nes médicas, el de dejarlas a todas contentas, con deseos de perseverar”371.
Ese día a las madres del pueblo se les había medido y evaluado, por parte de
las patronas, su “buen comportamiento”; pero ellas también habían alcanzado sus
propios logros, fruto de la “negociación” positiva –como veremos más adelante–
que realizaron durante el año a través de sus cuerpos, con el sistema asistencial
instituido especialmente para ellas.
La Gota de Leche de San Felipe, localidad situada al norte de la capital, nació
en pleno invierno de 1916, cuando la crudeza de la miseria azotó a su pueblo,
ensañándose contra “las clases trabajadoras que sufrieron los horrores del frío,
del hambre y de las enfermedades”372. Muchas madres del pueblo murieron, de-
jando sus hijos en la orfandad, en brazos también de la muerte.
La movilización de las “damas generosas” de la localidad las condujo a la fun-
dación de un Patronato y una Gota de Leche, en previsión de nuevos horrores,
apoyada ampliamente por la sociedad sanfelipeña. La Gota de San Felipe sobrevi-
vía con grandes sacrificios pecuniarios que se hacían ya insostenibles, “debido al
alza inmoderada de los artículos en general”, lo cual mantenía a estas institucio-
nes estacionarias en la entrega de beneficios asistenciales, mientras “el número
de niños menesterosos aumenta rápidamente por esa misma difícil situación por
la que atraviesa el proletariado”. De aquí arrancaba la propuesta de la Gota de
Leche de San Felipe, de levantar almacenes generales provinciales que distribu-
yesen los artículos asistenciales necesarios en las localidades, solicitando al
gobierno franquicias aduaneras para los productos que tuviesen que importar las
Gotas de Leche, “salvando a aquellos millares de niños para el progreso del país”373.
He aquí, pues, el caso de una Gota de Leche pobre y precaria que pide la distri-
bución de los recursos asistenciales entre las distintas partes del territorio nacional.
Hacía poco más de un año que la doctora María González de R. se había avecin-
dado en Chillán, tradicional zona agrícola del centro sur del país. A su llegada
conoció la agonía que sufría la “Sociedad Gota de Leche de Chillán”, la que con
tanto entusiasmo se había fundado en el invierno de 1917.

371
Ibid., p. 456.
372
Ponencia de Francisca Sánchez de Ávalos, “Sobre la provisión de artículos de consumo y vestua-
rio de las Gotas de Leche”, op. cit., p. 338.
373
Ibid., p. 340.

202
La dramática miseria del pueblo impuso su urgencia ese año a un patriciado
provinciano al que, si bien no le faltaba espíritu caritativo, le carcomía las renci-
llas internas en disputa de pequeñas y pueriles cuotas de poder. A poner “orden”
en el Olimpo chillanejo había llegado un ángel caído del cielo, la señora Fresia
Manterola de Navarrete, fundadora de una sala cuna en San Felipe. La interven-
ción de una mujer externa a las envidias aldeanas, había permitido poner en marcha
la militancia caritativa de las señoras y gente pudiente de Chillán, fundando dicha
Gota de Leche en 1917, redactando sus estatutos a imitación de otros del país y
consiguiendo su personería jurídica.
Con la movilización de todos los nombrados de Chillán y con los aportes de los
señores, las señoras arrendaron una casa e iniciaron lo más urgente: el reparto de
leche a los niños más pobres y su control y seguimiento a través de las visitas
domiciliarias a sus madres. Realizaron colectas y funciones de teatro, despertando
el entusiasmo de muchos y, aunque no lograron obtener una subvención fiscal para
la Gota, consiguieron subvención municipal y de la Junta de Beneficencia de la
localidad.
Pero, de pronto, toda la energía caritativa de las señoras y los señores chillane-
jos se estancó: “A los tres años de vida de la Gota de Chillán, se advierte en ella
una muy marcada tendencia al agotamiento y la inanición”, imperando la “apatía
e indiferencia”.
Esta evolución se está operando en progresión creciente, como un guijarro que,
arrojado desde un despeñadero, aumenta de velocidad de momento a momento.
Los quehaceres que demanda el mantenimiento de la Gota empiezan a aparecer
molestos y quizás hasta demasiado gravosos, y las socias rehúyen, con habilidosa
diplomacia, las tareas que voluntariamente se impusieron... Para convencerse de
ello baste saber que el Directorio de la Sociedad, en los seis primeros meses celebró
19 sesiones, quince durante el año 1918 y cuatro en los meses que han transcurri-
do del presente! (septiembre 1919).
Desde hacía un año flaqueaba la atención del servicio, las visitas domiciliarias
no se hacían, obstaculizándose “el control del uso que hacen las protegidas de la
leche”, la Gota estaba prácticamente acéfala, reinando las directoras por su au-
sencia. Solo se mantenía por el celo de su fundadora y presidenta, la señora Fresia
Navarrete, secundada por la señora Aurora, encargada de estadísticas. ¿Cuál era
la causa de este ausentismo caritativo? ¿El peso de la indiferencia patronal? ¿La
inercia de la siesta provinciana? ¿La disminución de la miseria del pueblo?
La doctora González se impuso investigar dicha causa, llegando a la conclusión
de “que la causa única que ha producido esta depresión del entusiasmo y ha dis-
gregado los elementos..., no es que las damas chillanejas hayan perdido su espíritu

203
filantrópico..., sino la imposibilidad en que se han encontrado de aislar la Gota de
las mil pequeñas incidencias de la vida de sociedad”374.
Efectivamente, la intervención sobre el cuerpo de los proletarios, a través de
una institución privada señorial, otorgaba o restaba cuotas de poder, según el rol y
los cargos que se distribuyesen en su interior. Es decir, la Gota de Leche fundada
en Chillán, más que neutralizar el conflicto interpatriciado, lo exhacerbaba, entre-
gando una oportunidad más para las pequeñas rencillas de figuración social.
La doctora González hacía un desesperado llamado a la superación de estas
competencias sociales locales, en vista de una misión superior que entonces se
llevaba a cabo en el país: el servicio “a los menesterosos y con ellos (el servicio) a
los intereses de la República”375.
Como respuesta a la iniciativa de la Sociedad Médica residente en Iquique, se
inauguró en Tarapacá el 1 de febrero de 1918 el Patronato de la Infancia. A pesar de
las grandes necesidades sociales existentes en la provincia, las que se ensañaban
con los niños, no existía una institución que organizara de manera amplia y siste-
mática la protección a la infancia. En el año 1918, sobre un total de 1.840
nacimientos, murieron 505 niños menores de un año, es decir, casi la tercera parte
de los nacidos376.
¿Cuáles eran las causas que producían tan grande mortalidad en el territorio
donde se extraía la mayor riqueza de la república? El doctor Ricardo Puelma,
médico que formaba parte del nuevo movimiento de científicos que lideraban la
reforma asistencial en Chile, distinguía dos causas centrales, íntimamente ligadas
entre sí: económico-social y biológico-médico. En el primer ámbito, mencionaba
las anti-higiénicas condiciones de vida de los trabajadores del norte, “la situación
angustiosa de nuestra clase trabajadora, el encarecimiento de la vida que obliga a
trabajar a la mujer embarazada, sin protección social durante los últimos meses
del embarazo y los primeros del parto, que permite que abandonen los hijos...”377.
Si bien la puericultura y las instituciones de protección a los niños proletarios
seguían el modelo de los países europeos, las condiciones reales de vida de las clases
trabajadoras chilenas constituían “nuestra especificidad”, declaraba el doctor Puel-
ma. Dicha grave realidad social exigía un estudio especial de todos aquellos factores
nacionales que la producían, buscando el mejoramiento de ellos “en una forma
más extensa y más profunda que lo que se ha hecho ya en los países más adelanta-
dos”. A juicio del doctor, era necesario aunar todas las voluntades: del Gobierno,

374
Ibid., p. 369.
375
Ibid.
376
Doctor Ricardo Puelma, “El Patronato de la Infancia de Tarapacá”, en op. cit., p. 418.
377
Ibid., p. 419-420.

204
así como “de los ciudadanos patriotas y conscientes de sus deberes hacia la socie-
dad en que se vive y de la cual se recibe el beneficio de sus derechos”. La nueva
definición de ciudadanía y de patria tenía que ver con la lucha contra esa negati-
vidad excepcional chilena: con la lucha contra la muerte del cuerpo infantil del
pueblo: la Patria futura378.
Desde esta perspectiva refundacional, el Estado, en cuanto agente principal de
organización y legislación, debía jugar, según Puelma, un rol fundamental: “modi-
ficando los diversos factores económicos, sociales, científicos, morales y jurídicos”
que afectaban la subsistencia de las clases trabajadoras.
Paralelamente y entretanto, el Patronato y sus Gotas de Leche proporciona-
ban el modelo de un tipo de institución que permitía abordar el problema de la
mortalidad infantil de manera más eficaz. Este tipo de institución –costosa sin
duda– era viable en una provincia como la de Tarapacá, “por su población, por su
comercio, por la cultura de sus habitantes, por los buenos sentimientos de soli-
daridad y patriotismo”, a juicio de su Intendente, don Recaredo Amengüal. “Ella
–decía– estaba llamada a cumplir mejor su misión, reuniendo en un solo ideal a
todas las personas dirigentes, patriotas y benefactoras, para que todos contribu-
yeran a la gran obra de salvación de la infancia, a la cual está vinculado el porvenir
de la Patria”. Porque en los niños residía el “poder y la estabilidad de la raza, la
fuerza del país, el progreso y bienestar de los pueblos”379.
“Indispensables e irreemplazables” eran las Señoras de las Gotas de Leche –
dijo a su vez el doctor Escudero, en representación de la Sociedad Médica–. Ellas
completaban la labor del médico de manera abnegada y constante.
En suma, la nueva Patria era esto: la movilización de todos sus estamentos diri-
gentes en vista de la salvación del pueblo de la muerte corporal producida por las
condiciones específicas de nuestra economía y sociedad. “Porque en un país como
el nuestro... en que se muere la tercera parte de los niños que nacen, es una nación
que no progresa, que no aumenta sus fuerzas efectivas y que está condenada a
sufrir las consecuencias de los pueblos débiles en la lucha por la vida con los pue-
blos fuertes. No es un problema de puro sentimentalismo el de la reducción del
número de la mortalidad infantil; es interés del Estado, es conveniencia de nues-
tra vida nacional, es deber de gobernantes y gobernados el poner remedios a sus
numerosas causas evitables, contribuyendo todos en sus esferas de acción a esta
gran obra de patriotismo a la cual está vinculada la conservación y progreso de
nuestra raza y el porvenir de nuestro país”380.

378
Ibid., p. 419. Énfasis mío.
379
Ibid.
380
Ibid.

205
Con una mortalidad calificada como “horrorosa”: de 550 niños menores de
dos años el año 1918 en la sola circunscripción de Valdivia, el Intendente de la
provincia no pudo permanecer indiferente. Fuertemente tocado por los escritos
de Ismael Valdés Valdés, la gran figura de la filantropía capitalina, así como por
las noticias del movimiento científico mundial en pro de la protección al cuerpo
del pueblo como política de los Estados modernos, el Intendente tomó la inicia-
tiva de convocar a la elite femenina de la provincia con el objetivo de fundar una
Gota de Leche.
Las señoras de la colonia alemana se aprontaron a participar y militar en la
cruzada de la Gota (Schmidt, Rudloff, Anwandter, Hoffmann, Bischoff, Skalwait,
Stegmaier, Briede), junto a las señoras chilenas de la “sociedad” valdiviana; reuni-
das el 16 de noviembre de 1917, aprobaron con entusiasmo la idea del Intendente
y procedieron a nombrar su directiva de mujeres. Esta quedó asesorada por dos
señores alemanes de origen y procedió a organizarse sobre la base de inscripción
de socias con pago de cuotas. Buscaron diversas fuentes de financiamiento que
contribuyeron a dar lucimiento social a la obra asistencial: venta de flores, con-
ciertos, teatro y tés danzantes a beneficio, rifas de automóviles (nada menos), entre
otras.
Pero la institución privada buscaba un alero: alguna subvención fiscal o muni-
cipal, que aún en el año 1919 no llegaba, por lo que decidieron pasar a formar
parte de la Junta de Beneficencia de Valdivia, quedando bajo su administración y
vigilancia.
En suma, las Gotas de Leche se propagan como una mancha fecunda, desde su
epicentro San Bernardo-Santiago, hacia las provincias aledañas de Valparaíso, Viña
de Mar y San Felipe, sirviendo de estímulo la urgencia del hambre y la pobreza
desatada con la 1ra. Guerra Mundial. A partir de aquí los esfuerzos continuarán –
especialmente considerando los sucesos post-bélicos relacionados con la revolución
rusa–, fundándose Gotas de Leche en otras provincias, cuya dirigencia femenina
se pone ampliamente en acción a imitación de las primeras. El Patronato y sus
Gotas de Leche van alcanzando una dimensión “nacional”.
Una iniciativa que requiere de la puesta en acción de muchos recursos econó-
micos y de una entusiasta militancia femenina de las “señoras” de las localidades,
dos claves de su éxito o fracaso. Podemos ver que las Gotas se afianzan más fácil-
mente en los centros económicos y comerciales con mayores recursos; no obstante
éstos no bastan. Era necesario un concierto activo entre las “señoras” militantes
de las Gotas, expresión de su toma de conciencia acerca de la importancia de cap-
tar las madres-niños del pueblo como una misión estratégica y en vista de una
tarea de reconstrucción nacional.

206
e) El Primer Congreso Nacional de Gotas de Leche: el nacionalismo corporal
Luego de siete años de organización, trabajo y diseminación, las Gotas de Leche
del Patronato Nacional de la Infancia se han consolidado como una iniciativa bastan-
te eficaz de combate a la mortalidad infantil popular y de captación de las madres
del pueblo a la nueva institucionalidad asistencial. Había llegado la hora de re-
unirse para compartir experiencias, aunar criterios y aumentar la eficacia sobre la
base del concierto común.
El Congreso de 1912 había sido una instancia a través de la cual el Patronato
de la Infancia había convocado a las diversas iniciativas asistenciales existentes
en el país, tanto públicas como particulares, con el fin de aunar sus esfuerzos en
una misión que debía alcanzar envergadura nacional. Ya al finalizar la década, el
Patronato, que a través de sus Gotas de Leche ha adquirido por sí mismo dimen-
sión nacional, está en condiciones de autoconvocarse para un Congreso de reflexión
interna, lo cual era un claro indicio de la consolidación de su acción y de su hege-
monía institucional civil en el campo de la asistencialidad popular. Este congreso
es una “reunión de familia”, como la catalogó Ismael Valdés, destinada a manco-
munar los procedimientos y la acción de las Gotas de Leche del país, cuya
divulgación territorial le había conferido al patronato una dimensión nacional y,
por lo mismo, nacionalista.
Celebrado en los días conmemorativos de la independencia de la Patria (entre
el 14 y 17 de septiembre de 1919) –y a dos meses de la convención de la FOCH– la
prensa le otorgó el realce nacionalista en que dicho Congreso intentaba inscribir-
se. Desde esta perspectiva, El Mercurio trata el tema de la “despoblación” como
“enfermedad social” capaz de carcomer a un país, ante la cual había que reaccio-
nar en vista de la necesidad de “devolver a la tierra la población necesaria para
asegurar la nacionalidad contra la agresión”. La ignorancia del pueblo y la indife-
rencia civil había provocado que por tanto tiempo “dejáramos consumirse la flor
de la raza nueva, que es riqueza en un país donde sobra la tierra y falta el hombre
que abra su seno y reparta sus tesoros para el bien común. Por eso, el primer pro-
blema que afecta a la nacionalidad chilena es la defensa de la raza. Eso es ser
estadista. El secreto del porvenir reposa en la protección a las madres y a los hijos
del pueblo”381.
El nacionalismo consiste, así, en una política de población interna y de produc-
ción inducida y protegida de pueblo: esta intervención modernizadora (pues “se ha
producido una reacción contra las antiguas ideas”) se define como “defensa de la
raza”, concebida como la germinación de una “especie” que debe ser producida en

381
El Mercurio, Santiago, septiembre 13, 1919.

207
un nuevo vientre: el de la “madre popular”, estimulada por la “devolución del
sentimiento maternal” capaz de amar al niño y otorgar al “hogar toda su poesía”.
Es decir, la producción de una “raza” debía germinar en el seno, no ya de la natu-
raleza agreste del lecho de la parición, sino en el campo cultivado de un espacio
amoroso –útero, hogar–, donde, a partir del conocimiento de la moderna ciencia de
la puericultura, anidase la madre como reina productora de un hombre/pueblo
mejorado, productivo, patriótico. En la transformación de la mujer-madre de cuer-
po/naturaleza a cuerpo/cultivado a través de la ciencia, residía la clave de la
nación382. Cultivar, cuidar el cuerpo ocupado de la otra mujer: era el imperativo de
la política fundadora de la “unión” (de raza) y no de la lucha (de clase).
La sesión inaugural del Congreso se realizó en el Salón Universitario y estuvo
presidida, en marcha central por el pasillo de alfombra carmesí y al compás del
himno nacional, por el Presidente de la República, junto a tres de sus ministros de
Estado, con la asistencia del Presidente de la Cámara de Diputados, el Intendente,
el Alcalde de Santiago, el decano de la Facultad de Medicina y las autoridades de
los Patronatos de la Infancia. La iniciativa asistencial civil poseía interlocución a
nivel estatal, entendida no solo como presencia inaugural, sino también como sub-
vención mensual por parte del Estado a cada una de las Gotas de Leche del país.
Diseminadas por diversas ciudades del territorio nacional, cada Gota de Leche
estaba representada por señoras tanto de la capital como de localidades no santia-
guinas, todas ellas agentes pioneras de la avanzada militante de esta acción civil
dirigida al pueblo, las cuales tendrán la oportunidad en el Congreso de levantar el
discurso público de su experiencia y de su sentir misional. Eran las señoras de las
Gotas de Leche de Santiago, Valparaíso, Miramar, San Bernardo, Rengo, San Fer-
nando, Rancagua, San Felipe, Chillán, Concepción, Los Ángeles y Valdivia.
En la portada del texto que perpetuó el acto, figuran las fotos de cinco lucidos
caballeros: la Mesa Directiva del Congreso. Al centro, Ismael Valdés Valdés, presi-
dente del Patronato Nacional de la Infancia; a la derecha-abajo, el doctor Luis Calvo
Mackenna, presidente de la Comisión Organizadora; a la izquierda arriba, el arzobis-
po: la trilogía clave de la fórmula del Patronato, caridad / privada / científica.
En su discurso inaugural, Ismael Valdés Valdés enfatizó el carácter moderniza-
dor de la caridad tradicional que ha asumido el Patronato a través de sus Gotas de
Leche, énfasis que se establece a través de ciertas argumentaciones que intentan
remarcar la opción por una ruptura con el pasado, hacia el advenimiento de un
cambio por medio de una intervención inducida.
Esta intervención constituye –a través del discurso de Valdés– el verdadero
parámetro de la civilización moderna, en función del cual había que comprender

382
Cfr. El Mercurio, ibid.

208
críticamente la “diferencia” chilena: todas las sociedades habían sufrido el decai-
miento de sus fuerzas demográficas; no obstante, las naciones civilizadas habían
logrado poner atajo a este flagelo por medio de la “aplicación con energía y orga-
nización” medidas de combate a la muerte corporal. La diferencia chilena descansaba
en el hecho de que nosotros solo trabajábamos por “ahorrar” una pequeña parte
de las miles de vidas perdidas año a año. El “ahorro” aparecía, así, como un con-
cepto tibio, frágil y vulnerable, incierto; el ahorro no era una ofensiva generalizada
dirigida sistemáticamente hacia el todo, sino un recorte menudo, una actividad a
la defensiva, un refugio solariego, casi azaroso construido a la orilla del huracán.
De manera que la “diferencia chilena” que otrora se medía en forma tan opti-
mista respecto de los países latinoamericanos, estableciendo la medida de nuestra
cultura institucional y orden republicano, ahora pasaba a ser un factor de signo
negativo. Nuestra “diferencia” era nuestro desorden social, moral, institucional: el
desorden de la muerte, que se revolvía en el lodo fértil de la miseria del pueblo.
En este desorden residía nuestra debilidad nacional.
Porque se había desencadenado una lucha civilizacional que ya no se dirimía
en la competencia de las naciones por el control de los territorios coloniales lla-
mados “primitivos” para instalar comparativamente la superioridad occidental.
Se vivía una lucha inter-occidental expresada biológicamente a través del vigor y
salud de los cuerpos físicos nacionales: los cuerpos militares, los cuerpos producti-
vos, los cuerpos populares. La nueva lucha civilizacional se dirimiría finalmente
“en la absorción por razas más vigorosas en la lucha por la vida, más dignas de
vivir y triunfar”383. Esta era la gran tarea nacionalista asumida por el Patronato
Nacional de la Infancia, un cuerpo civil donde se construía un discurso y práctica
nacionalista de vasto alcance social. La modernización nacional se debía construir
por otros medios: por los medios productivos, sanitarios y corporales, en un tiempo
de industrialización y militarización creciente..
Por su parte, enfatizando en un discurso de raíces arraigadas en la tradición, el
representante de las Gotas de Leche adheridas, Emiliano Bordalí, abordó el tema de
la protección a la infancia desde la clave “caridad”, que denomina “diosa Cari-
dad”: la que ha vivido adherida al corazón de los hombres desde siglos,
impregnándolo de la solidaridad en el común combate del enemigo: el demonio de
la muerte. La diosa actúa “removiendo la indiferencia” de los corazones de los
privilegiados, capacitándolos para “ver”: las miserias y el lado oscuro de la vida,
donde sufre gran parte de la humanidad, “seres semejantes a nosotros, (que han
tenido la) desgracia de nacer pobres, inválidos, enfermos... Seres que son parte de

383
Ver y cfr. discurso inaugural de Ismael Valdés V. en el Primer Congreso Nacional de Gotas de Leche,
Santiago, 1919.

209
nosotros, porque coadyuvan a la purificación de nuestras almas, a los ricos a des-
prenderse de lo superfluo para satisfacción de su espíritu” y a las autoridades
públicas a cumplir con el moderno deber de protección de los “derechos del ciuda-
dano”.
La modernidad la aborda Emiliano Bordalí, como decíamos, desde la tradición,
la que porta los valores y sentimientos que permiten a la sociedad, en las distintas
épocas, cumplir con los deberes que estas épocas les imponen: la lucha contra la
muerte de miles de infantes ciudadanos en pleno siglo XX. Porque estas épocas
eran solo etapas de la gran apertura de la modernidad que ha sido posibilitada
justamente por la tradición, es decir, por la religión o el cristianismo384. La moder-
nidad revolucionaria que abre la tradición cristiana consiste justamente en el fin
del “infanticidio”, el que, por diversas razones (menosprecio de los débiles como
una carga, temor al exceso de población, etc.) se consideraba como un “derecho”.
La revolución (moderna) de la tradición habría consistido en la consideración de
la protección a la infancia como un “deber”; protección que se consolida como
derecho público en la Asamblea Nacional Constituyente de 1789, donde el princi-
pio de la caridad paso “a la categoría de un deber de Estado con el nombre de
Beneficencia Pública, basada en el principio rector de que: La sociedad debe la
subsistencia a los ciudadanos en desgracia, punto de partida del concepto moder-
no de “protección a la infancia”, a la cabeza del cual había estado el doctor Pierre
Budin, de la Facultad de Medicina de París y en Chile el Patronato Nacional de la
Infancia y su cuerpo de señoras: “la abnegada mujer chilena, que más que mujer
es ángel”, que protege a los niños pobres desde el mismo “claustro materno, pre-
parándole su feliz entrada al mundo de los vivos”385.
En suma, la reforma civil del siglo XX en Chile se haría posible desde la con-
fluencia de la tradición-modernidad como una conjunción inseparable. Esta
confluencia preparaba a las clases dirigentes hacia el cumplimiento de una “mi-
sión”, antigua y nueva; antigua en su tradición religiosa, nueva en su deber público,
ambas dirigidas hacia el cuerpo como el campo decisivo para el reordenamiento
del caos o de la lucha contra la muerte. Tanto la sociedad civil organizada como el
Estado debían tener un mismo punto de mira: el cuerpo del niño y de la mujer
popular, como el terreno decisivo donde había de combatirse el bien contra el mal,
la vida contra la muerte. La modernidad y la tradición, en torno a la protección

384
“Si hay un tema importante, entre todos los que se relacionan con la tradición, ese es, sin la
menor sombra de duda, el de la religión. Hay varias razones para ello (entre ellas), la dimensión
sagrada de la tradición”. Tradición y modernidad en los Andes, Enrique Urbano, compilador, CBS
(Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de las Casas), Cuzco, Perú, 1997, p. XVII.
385
Discurso de Emiliano Bordalí en la inauguración del Primer Congreso de Gotas de Leche, Santiago,
1919.

210
caritativa del cuerpo del pobre, podían superar las rupturas sufridas por la ilustra-
ción en el advenimiento de “lo moderno”. Ahora la tradición se sometía a las recetas
de la ciencia, pero era la religión-tradición la que movilizaba la militancia de la
sociedad en vista del reordenamiento del sistema profundamente afectado por la
modernidad industrial y de clase.
Encarnación de esta confluencia entre tradición-modernización son las señoras
visitadoras de las Gotas de Leche del Patronato, las cuales constituyen la clave del
discurso del doctor Luis Calvo Mackenna, mentor científico de las Gotas de Leche
de la capital. La acción del hombre científico moderno –dice Calvo– es francamen-
te limitada en su intervención sobre la muerte, ya que ésta se limita a consultas
breves y esporádicas en una institución. Eran las caritativas visitas domiciliarias
que realizaban las señoras las que establecían el orden en el caos de la moderni-
dad, esto es, la sanación corporal tradicional-moderna: la enseñanza de la ciencia
de la puericultura para el regreso a la naturaleza o al amamantamiento. El doctor
Luis Calvo solicita a los filántropos reunidos en el Congreso la “veneración” de las
damas de las Gotas de Leche, componiendo para ellas una suerte de rezo de ala-
banza titulado A vosotras...
a vosotras, damas nobles y abnegadas de las Gotas de Leche del país;
a vosotras, que nunca desmayáis en vuestros esfuerzos interminables;
a vosotras, que no conocéis límites al sacrificio;
a vosotras, que vivís escudriñando la miseria;
a vosotras, que marcháis de frente a la desgracia ajena;
a vosotras, cuya mano va siempre tendida en busca del caído;
a vosotras, cuya sonrisa generosa alienta los corazones abatidos;
a vosotras, que siempre habéis tenido el don de enjugar las lágrimas de la miseria;
porque sabéis mitigar las congojas del alma y jamás carecéis del pan que piden a
gritos las entrañas corroídas del hambre386.
Abnegación, esfuerzo, sacrificio, acogida, consuelo, generosidad: los verbos que
las definen en función de un otro que es miseria, desgracia, hambre: madres, en
suma, de los pobres, marías de los hijos de Dios.
Desde este compromiso militante caritativo tradicional, las damas habrían de
cumplir con una tarea de mediación cognitiva moderna entre la institución Patro-
nato y el pueblo:

386
Discurso del Dr. Luis Calvo Mackenna en la inauguración del Primer Congreso de las Gotas de Leche,
Santiago, 1919, p. 57.

211
Dejaréis oír aquí vuestros sanos consejos; nos diréis lo que vuestra larga experiencia
os ha enseñado en el arrabal y el conventillo; nos instruiréis en la psicología de ese
pueblo que aviva vuestros generosos impulsos y aprenderemos a comprenderlo me-
jor, a aquilatar mejor sus necesidades y a conocer toda la extensión de su miseria.
Vais a indicarnos también lo que la experiencia en las Gotas de Leche os ha ense-
ñado y los aspectos que son de vuestra especial incumbencia: la organización de
las Comisiones de Señoras y del Ajuar Infantil, lo que aconsejáis para la mejor
organización de la lactancia materna y la mayor eficacia de la inspección domici-
liaria, lo que pensáis respecto a la asistencia de los niños enfermos y de las madres
luéticas; el apoyo que creéis que la caridad privada y el Estado deben a todas las
Gotas de Leche del país; lo que estas instituciones pueden o deben hacer para
proteger a la madre; la mejor orientación de vuestras actividades en las consultas
semanales; la organización de la asistencia a las madres y niños enfermos; el rol
vuestro en la enseñanza de la puericultura a las madres del pueblo.
(...) Os ruego que ilustréis nuestras deliberaciones en todo cuanto se refiere a la
inspección domiciliaria, que hagáis otra vez presente su enorme eficacia, que otra
vez nos digáis su rol eminentemente educador del pueblo, que nuevamente nos
indiquéis cómo os habéis convencido que sin ella se malgasta en forma lastimosa
la labor del médico y que, finalmente, nos demostréis cómo esas cariñosas visitas
vuestras al hogar del pobre, despiertan la gratitud de la adusta miseria y borran
asperezas sociales que empiezan a sacudir al mundo entero 387.
El científico moderno le ha otorgado “un poder” a las mujeres de la institu-
ción: el de la producción y transmisión de un determinado “saber”: un saber
acerca del pueblo. Al hacerlo, les está proponiendo el campo específico de su
conocimiento propio, insustituible; les reconoce un rol clave en la transmisión o
mediación entre su “saber acerca del pueblo” y la ciencia que emana en la insti-
tución asistencial y viceversa. Este reconocimiento cognoscitivo a la mujer se
establece en función de su conocimiento práctico, que emana del ámbito de lo
real habitacional popular, campo que permanece oscuro para el conocimiento
abstracto y científico. A partir de este conocimiento práctico, ellas deben aplicar
pero, al mismo tiempo, afianzar y perfeccionar las premisas planteadas por el cono-
cimiento y el modelo institucional abstracto. A fin de cuentas, desde este
otorgamiento de poder como saber propio, la dama de la Gota de Leche ha de
hacer confluir este saber con el del hombre de ciencia, aunando sus esfuerzos en
torno a la estrategia política global de la lucha civilizacional: la neutralización
del conflicto social.

387
Ibid., p. 58.

212
f) El “cuidado del otro” como “conocimiento de sí”: las señoras se toman la
palabra
La abundante presencia de la palabra y la escritura de las mujeres del Patrona-
to resulta algo bastante notable en este Congreso. ¿Cuáles son los problemas y
temas que tratan, ya sea por encargo de los organizadores o por interés propio?
¿Desde qué claves conceptuales y simbólicas abordan sus temáticas? ¿Cuál es el
tono que asume su palabra? ¿En qué aspectos se diferencia su discurso del discur-
so de los hombres? Estas son algunas de las preguntas que surgen al abrir las
páginas de su intervención.
Para apreciar la diferencia del habla de las mujeres del Congreso, habría que
puntualizar el “modo de hablar” de los hombres. Por lo general, éstos hablan de
“objetividades” apoyados en estadísticas y relaciones comparativas, así como de
generalidades “abstractas”: valores, principios, fines; y, por último, hablan de ro-
les de género, es decir, hablan de ellas, las señoras caritativas y las madres populares,
constituyéndose las primeras, en objeto de su loa y las segundas en objeto de su
crítica compasiva.
Por su parte, el tono del discurso de las mujeres del Patronato es seguro, apa-
sionado, militante. Ellas hablan desde su propia experiencia: aquella que ha surgido
tanto de su participación en la institución caritativo social del Patronato, como
principalmente de su contacto directo con las mujeres y niños del pueblo. Ellas,
cuando hablan, se refieren a sí mismas, en tanto su nueva identidad pública de
“señoras visitadoras” de la “madre pobre visitada”. Este acercamiento de mujeres
de mundos contrapuestos pone en la boca de las señoras un discurso genuino: ellas
hablan a nombre de esta “nueva” y “propia” vivencia. En esto consiste su poder
público: en el “conocimiento” que les ha otorgado y producido esta experiencia.
Su conocimiento identitario no emana del conocimiento de sí, sino del cuida-
do de la otra. Se trata del paradigma cristiano tan bien representado por la mujer
católica: su conocimiento de sí no emanará –como en Grecia– de un “cuidado de
sí”, sino más bien de una renuncia al cuidado de sí misma388. A lo que tendríamos
que agregar que esta renuncia al “cuidado de sí”, quedará sustituida por la mi-
sión del “cuidado de otro-a”: a partir de aquí, desde la práctica ejercida sobre el
cuerpo, el comportamiento y la vida del otro, surgirá el conocimiento de sí, como
diferencia. De aquí la importancia epistemológica que adquiere la caridad en la
civilización cristiana y de aquí también su rol como fundación del orden social,
entendido como relación jerárquica o diferenciada (no recíproca) de la práctica
social cuidadora.

388
Ver al respecto, M. Foucault, Tecnologías del yo, Editorial Paidós, Barcelona, 1996.

213
El escenario chileno nos permite visualizar en forma más o menos nítida esta
relación entre “conocimiento de sí” y “cuidado del otro”; relación en torno a la
cual quedó definida la entrada al escenario público de la señora visitadora del
Patronato, la que constituye un segmento importante de la elite tradicional (inclu-
so oligárquica) chilena en el proceso de su modernización y militancia política por
otros medios (cuidadores del otro).
Hablarán a nombre de este “cuidado del otro” y lo harán como su conocimiento-
poder y buscarán hacer resonar su voz en el seno de la “sociedad”, intentando
influir sobre ella. Se intentaba estimular una masiva movilización y militancia
asistencial que, fundamentándose en la clave tradicional de la “caridad”, alcanza-
ra ahora el nivel moderno de una suerte de “revolución aristocrático civil”, con el
objetivo de una suerte de re-fundación del pacto social.
¿Qué era o cómo definían estas mujeres al “pueblo”?
– “Dilapidadores de hijos” / a quienes debemos perdonar
– “Mentalidades primitivas” / a quienes debemos educar
– “Pequeños seres” / a quienes debemos atender...
– “Semejantes” / que han tenido la desgracia de nacer en la pobreza material
(Rosario Matte)389.
El pueblo es lo pequeño, lo niño, lo irresponsable; menor de edad, en estado
de barbarie...; seres que, desde la perspectiva cristiana, había que proteger, cui-
dar, enseñar, dirigir hacia el bien y la verdad, entregada desde arriba hacia abajo.
La percepción no ha variado mucho desde los debates acerca del status racional
de los indios americanos al momento del descubrimiento de América y que se
saldó justamente con esa argumentación de que se trataba de seres racionales
pero menores de edad; bárbaros a quienes se les induciría la evangelización como
civilización.
No obstante, ya esta versión muestra ciertas fisuras: la verticalidad de la mi-
rada se estaba cruzando con la línea horizontal de la racionalidad moderna, que
postula el determinismo económico y que establece la “semejanza” potencial
originaria de todos los humanos. Rosario Matte, aunque no es la única, encarna
esta doble y contradictoria percepción; no obstante, esta fractura modernizante
no es capaz aún de presentarse en forma autónoma, mostrando toda la desnudez
crítica de su argumentación; ella es aún un mero atisbo de amplificación en la
mirada.

389
Concepción Valdés, pp. 107 y 109, Rosario Matte, p. 179.

214
“Nuestro rol”
Con una actitud de “heroísmo” y “sacrificio”, ellas habían de acudir al “resca-
te de las vidas amenazadas”. Para el cumplimiento de ese magno fin cual era el
cuidado de los cuerpos de otros, ellas habían aprendido el lenguaje de la “verdad”
que les ha transmitido el dirigente científico: ellas habían de ser las mediadoras
entre el lenguaje científico y el popular.
En tanto mediadoras, ellas son, en primer lugar, las traductoras de las nuevas
reglas profilácticas a seguir por las madres del pueblo y que se hacen incompren-
sibles en el monólogo normativo del médico, de idioma desconocido para el pueblo.
Especialmente considerando que las “cartillas” de instrucción popular han sido,
como es de presumir, bastante inútiles debido al analfabetismo reinante. Había
que educar a través de la tradición: la oralidad como (nueva) letanía consistente
en la “repetición” acerca de un deber ser y comportarse, y la oralidad del buen
“consejo”, que matiza la norma con la “amistad”.
La “traducción”, para ser efectiva, había de ir acompañada de gestos y tonos
de comprensión y demostraciones de legitimación y valoración de las madres y de los
niños del pueblo, así como de premios materiales. La educación popular se conci-
be, así, como un trabajo basado en el contacto directo, como un monólogo
simplificado y ubicado en un cierto grado de horizontalidad, a través del cual no
solo se entrega la norma, sino también el afecto, el sentimiento y el reconocimien-
to. Como resultado de la implementación de este discurso basado en la combinación
de dicha norma y afecto, se buscaba obtener la “asimilación de ideas y verdades
por parte del pueblo”: básicamente la necesidad de la crianza al pecho. En esto
consistía la “enseñanza en el camino del deber”390.
¿Qué significa este concepto del “pecho como deber”? Concebido como clave
cultural tradicional “perdida” en el camino de la civilización, el pecho se estaba
constituyendo en la clave reordenadora de la sociedad moderna. Los pechos lecho-
sos de la madre, especialmente de las madres populares, han pasado a ser una
construcción ideológica que debe ser propagada, inducida por la prédica, objetiva-
da en la práctica ritual del culto de la crianza que se realizaba en el templo de la
Gota de Leche y cuya observancia se vigilaba en el mismo hogar del pueblo. En
esta modernidad urbana y proletaria “el pecho” ha dejado de ser una categoría
“natural”: la naturaleza se ha perdido, como la tierra de los padres o abuelos, se ha
perdido junto con el proceso de descampesinización, de migración, de contrata-
ción salarial, de trabajo ininterrumpido y de lucha tenaz por una precaria y

390
Ponencias de Concepción Valdés y de Olga Sarratea de Dublé en el Primer Congreso de Gotas de
Leche, op. cit., pp. 106 y 166.

215
amenazada subsistencia. La crisis popular consistía en esta incapacidad de asumir
otra vida además de la propia, que apenas sobrevivía.
Sin embargo, en los intersticios de la precaria existencia de la vida de esa
mujer, cuando esta alcanzaba a tener, en un momento siquiera, los pechos vivos e
hinchados de jugos lácteos: en ese momento, se podría quizás tocar la fuerza de
un deseo (que la ciencia y las instituciones denominan “deber”): el deseo de ser
una “madre” y no una “mujer proletaria con hijo”. La apuesta de las señoras del
Patronato se dirigía a tocar la delgada franja de este deseo (que denominaban
“deber”) maternal.
En esto consistía también, en segundo lugar, su rol de “mediación”: como
estimuladoras de la relación, históricamente debilitada, entre el niño y la madre
popular. La inducción de este reenlazamiento madre-hijo había de apoyarse en
la valoración que ellas, las señoras, hicieran del hijo de la mujer de pueblo. Esta
legitimación del hijo de la patria por parte de la “sociedad”, era el fundamento
de la “revolución socio-cultural” que había de protagonizar la elite con el fin de
estimular la reproducción del pueblo. Debemos “mostrar interés por la vida de
su hijo”, expresan. Hacer, durante la visita, una relectura de su niño pobre: rea-
lizando una suerte de pedagogía de legitimación y reconocimiento391. Las señoras
habían de mirar a ese niño pobre como una vida que formaba parte de una cultu-
ra o sociedad; no como una naturaleza, como una “maleza”, evitando la
“dilapidación” de hijos entre el pueblo392. La mediación femenina patricia con-
sistía en llevar al terreno de la práctica la revolución en la mirada de la elite
respecto del niño-pueblo. La revolución patricia de la hora consistió en este acto
de legitimación.
El cumplimiento de este rol de mediación había de realizarse a través de la
visitación, la que se concibe como “tarea difícil y penosa” y que requiere de una
serie de “condiciones” propias de las señoras: heroísmo, buena voluntad, senti-
mientos de dolor hacia el pobre, conciencia de que dicha labor constituye un “deber
caritativo”; capacidad de perseverancia, paciencia y firmeza en la acción; compe-
tencia en los conocimientos profilácticos que ellas deben “llevar” al pueblo, actitud
de vigilancia respecto del cumplimiento de dichas prescripciones, respecto de las
cuales ellas debían “servir de guía y maestros, dando la norma que copiarán los
protegidos”; ser capaces de “estudiar” al niño en su propio hábitat. Para el buen
cumplimiento de tan grande responsabilidad, las señoras se instaban mutuamente
a “inspirarse en la doctrina de Cristo”, asumiendo su mandato de “amarse los

391
Ibid., pp. 108 y 167 respectivamente.
392
Concepción Valdés, ibid, p. 107.

216
unos a los otros”, sin mirar “los sacrificios que la visita nos ocasiona”. Su única
recompensa sería la certeza del “deber cumplido”393.
En suma, con el fin de cumplir la moderna tarea de portar y traducir los conoci-
mientos científicos a la mujer popular, alfabetizándola a través de un trabajo
incesante de repetición, control y vigilancia corporal profiláctica, ellas hubieron
de recurrir a todo el acervo de la tradición religiosa que les ha encargado a ellas el
amor y la salvación de los humildes. Pensamos que en este fundamento ideológico
tradicional acerca de la misión del género femenino, se hallaba el motor de la
reforma asistencial modernizadora de la ciencia puesta al servicio de la refunda-
ción nacional. Es decir, la tradición para la modernización: una relación de empatía
cultural histórica que encarnó la señora visitadora.
El rol de la señora visitadora se configura, de esta manera, como la “educadora”
de las mujeres del pueblo; educación que había de seguir una serie de “técnicas”
para conseguir la asimilación –en forma vertical y, al mismo tiempo, “horizontal”–
desde una hacia la otra. No obstante, en el terreno de esta supuesta linealidad sin
flujo de retorno, la señora, a su vez, “aprende”: en torno al “cuidado de la otra y de
su hijo”, “sabe” acerca de sí misma y de “su” sociedad. El “cuidado de la otra” y la
“legitimación” de su hijo a través de este cuidado, ha pasado a ser el fundamento de
su propia legitimación como “individuo señora” en el seno del todo social, para el
que elabora y hace circular el discurso o la manifestación de su saber o de su poder.

Rol político estratégico de las Gotas de Leche o la reforma de la tradición:


Rosario y Sofía
El discurso de la “misión” de las señoras y de las Gotas no se elabora como un
factor aislado respecto de lo político ciudadano y su estrategia ordenadora de la
sociedad. Rosario Matte de Lecaros, por ejemplo, está muy al tanto de un concepto
en boga desde el fin de la primera Guerra: “reconstrucción”, que significa, dice,
“reforma de leyes sociales”, con el objetivo de lograr que “las democracias sufran
menos”, explica. “Mientras llegan estas leyes –agrega–, las clases más elevadas
están obligadas a ejercitar, no una bondad pasiva ni un buen comportamiento,
sino una bondad activa: aliviando al desfalleciente, enseñando al que no sabe,
contribuyendo a combatir el error”. “Ricos y pobres sufren penas (status de seme-
janza), pero los pobres sufren más (status de diferencia): miseria, ignorancia,
injusticia, hambre, elementos que deben desaparecer en lo posible y es necesario
ayudar para ello. Todos tienen derecho a la independencia y felicidad”394 .

393
Ponencias de Concepción Valdés, Rosario Matte e Ida Martel de Castro, op. cit., pp. 106, 169, 178-179.
394
Rosario Matte de Lecaros, “Propaganda de Lactancia Materna en la Gota de Leche”, en op. cit., p. 169.

217
Rosario percibe que se ha producido un vuelco en la estrategia político social
en occidente, corriente a la que Chile había de incorporarse. En vista de dicha
política “reconstructiva” de un nuevo pacto social, estas señoras ejercerían su mi-
sión cristiana tradicional, pero ahora se necesitaba que la hiciesen en forma militante,
es decir, redefiniendo la “renuncia de sí misma” en función de la práctica directa
del cuidado del otro. En el texto de Rosario se muestra la articulación moderni-
dad-tradición, identificando, explícitamente, la modernización con un concepto
de carácter motriz.
Este rol motriz de la modernización nos está hablando de una reforma de la
tradición, la cual ha de transformar el “cuidado del otro” de una abstracción nor-
mativa y recluida en la privacidad, en una práctica concreta del cuidado del otro
dado en el terreno de lo público-social, donde habría de realizarse el cristiano
mandato del “olvido de sí”. Es decir, la dialéctica tradición-modernización consis-
tía básicamente en romper la abstracción caritativa tradicional, con el fin de abrir
el camino del cambio preparado por los “reconstructores” de la civilización occi-
dental. La caridad como “práctica ciudadana” había de preparar el advenimiento
del nuevo “pacto político”.
Desde unos nueve años a esta fecha, un gran movimiento de patriótica caridad ha
agrupado a las clases altas para ir en defensa de nuestra raza y de nuestra pobla-
ción, que en mortalidad infantil nos hacía llevar uno de los primeros lugares en el
escalafón mundial395.
Las agentes de estas “clases altas” llamadas a la misión estratégico-patriótica
eran, principalmente, “las mujeres pudientes de Chile”, capaces de llevar a cabo
la “empresa de salvar a los niños de las clases proletarias”, cuyos cuerpos sanos y
numerosos “harán mañana grande y progresista nuestra nación”, dice la señora
Sofía Montalva de Andrews.
Para cumplir esta tarea estratégica y para realizar el cristiano mandato del cuida-
do del otro, las “mujeres pudientes” debían comenzar a asumir el cuidado de sus propios
hijos, realizado hasta ahora por las mujeres del pueblo. El moderno pacto ciudadano
consistía en esto: en dejar de considerarlas “servidumbre”, reconociendo su nueva
legitimidad de “madres” del hijo de la patria. Es decir, en promover a la mujer popu-
lar, “su sirvienta”, a la categoría de “madre”, otorgándole, a través de este “título”,
una ciudadanía. Promovida biopolíticamente, la patrona debía comprometerse a no
fracturar el binomio madre-hijo popular. A juicio de Sofía Montalva, en esta separa-
ción, originada en el sistema de servidumbre, se encontraba el origen principal de la
muerte: una “orfandad artificial” que ni siquiera los polluelos, criados en incubadora

395
Sofía Montalva de Andrews, “Protección a las Madres” en op. cit., p. 280.

218
industrial, soportaban. La salvación del hijo de la patria exigía, pues, no solo acudir en
ayuda caritativa del otro, sino que las mujeres pudientes asumiesen el cuidado de su
hijo propio. Sofía ponía, de este modo, el dedo en el centro de las relaciones entre
patrona y pueblo, produciendo un conocimiento develador al respecto, llamando a
hacer un viraje radical en la caridad tradicional:
Lo primero, señoras (para proteger al niño) es no separarlo de su madre, ni obli-
gar a ésta que, para que os críe el vuestro, el suyo vaya al asilo o donde la comadre,
teniendo presente que todo niño separado de su madre está sufriendo y en peligro
de fallecer. La mujer madre, por lo general (aparte de los casos de degeneración o
maldad) quiere tener consigo a su hijo, y son los apremios de la vida o los halagos
de un buen negocio lo que la obliga a separarse de él. ¿Quién acepta en su casa una
cocinera con guagua o una sirvienta de comedor o de piezas, en tales condicio-
nes?, y nos preguntamos, ¿cuántas son las empleadas esas que no son madres? Ya
que en nuestro país, desgraciadamente, la trata de blancas, pública o privada, es
una plaga cuya carcoma tiene enferma a la clase baja de nuestras pobres mujeres,
cuya educación moral es casi nula y la protección a su honra no existe. Una pobre
empleada padece una verdadera odisea si quiere guardar a su chico... nadie la
admite en su casa396.
Sofía instalaba a las señoras ante el espejo de la madre popular. Pero no les
pedía una renuncia “heroica” –las consuela Sofía–, sino dejar de ser cuidadas por
mujeres madres (contratando a mujeres sin hijos) asumiendo, por su parte, el cui-
dado de su propio hijo (amamantamiento).
Al mismo tiempo, las llamaba a no invertir las grandes sumas de dinero que
gastaban en instituciones de caridad, sino a redireccionar ese dinero hacia las
madres populares concretas, que protagonizaban una desgarradora lucha por la
vida. Porque en esto consistía también la moderna estrategia política y el nuevo
pacto ciudadano en vista de la refundación nacional: en la recomposición y cuida-
do de la “sociedad” chilena “real”, es decir, aquella que estaba en el “mundo de la
vida” y no en un submundo, recluida en recintos ad-hoc. Reclusión que tendía a
producir mayor fractura social y marginación: (“...ni obligar a la madre que, para
que os críe a vuestro hijo, el suyo vaya al asilo...”, como dice Sofía).
Es interesante señalar que si bien el discurso de Sofía emana desde “las clases
altas”, ella no procede de la capital, sino de Concepción. Quizás sea esta lejanía
territorial o esta no-capitalidad de su discurso un factor que influye en la distancia
que toma respecto de las señoras de la elite, poniéndoles el espejo de la otra ante
sí mismas. A nombre de esta imagen y de este conocimiento que ella produce,

396
Ibid.

219
interpela no solo a dichas señoras, sino al sistema legal en su conjunto: “que se
imponga una pena, propone, si se emplea de ama, a ella y a la patrona que ha
dejado a un niño en peligro de sufrimiento y de muerte”397. La nueva estrategia de
salvación nacional y el pacto ciudadano significa, finalmente, esto: la igualdad
punitiva de las clases, ante la responsabilidad del cuidado del hijo de la patria.

Elvira Santa Cruz Ossa


Su palabra resonó con toda la audacia de su inteligencia, de su falta de prejui-
cios, de su sentido de “clase”. Nació en tiempos del liberalismo (1886), marcando
su infancia las convulsiones del cambio de siglo, tanto en Chile como en Europa.
De mirada social aguda y crítica, de oficio escritora398, portadora del seudónimo
(“Roxane”), Elvira hace un notable despliegue de autonomía de criterio y de cla-
ridad político-estratégica. Habla desde su clase y para su clase, pero, al mismo tiempo,
lo hace desde fuera de ella: desde una Institución399 que ha asumido el carácter de
una intelligentsia: que ha elaborado un discurso de diagnóstico crítico del estado
social del país y que se ha comprometido en una estrategia de mediano y largo
plazo en vista del cambio de este estado, asumiendo una importante responsabili-
dad en su “reordenamiento”.
La Gota de Leche había realizado el cuidado del otro desde el contacto con el
otro: “En once barrios de la ciudad, entre pobres viviendas y abyectos conventillos,
se destaca el edificio blanco y rojo de una Gota de Leche”, dice Elvira400. Una casa
que, en medio del pobrerío es ejemplo de orden, regeneración, es escuela, refugio
y providencia. Sus administradores, médicos y visitadoras “han recorrido todo el
vecindario”, iniciándose en la práctica del conocimiento y cuidado del otro en la
casa del otro: “conocen las necesidades de sus protegidos” / “les acompañan en sus
aflicciones” / “han salvado vidas de millares de niños” / “han purificado el cuerpo
y el alma de las madres”. “Ya no están solos” aquella “gente infeliz”, terminando
con el caos de la obscuridad de “aquellos hijos del fango y la miseria”, trayéndoles
la “luz”: “el Patronato vela por ellos”. En el cuidado-contacto con el otro, el Patro-
nato encarna el Ser-en-el-mundo: es la luz, el verbo, el refugio, la vida: el reordenador
del desorden del pecado de la civilización contemporánea. Este desorden justa-
mente se “reorganizaba” en las visitas de las señoras a las viviendas miserables:

397
Ibid., p. 282.
398
Escribió dos novelas: Flor silvestre (1916, 1923 y 1946), agradeciendo a Guadalupe Santa Cruz el
habérmela facilitado, y Takunga (1951).
399
El Patronato Nacional de la Infancia y sus Gotas de Leche, en las cuales participa activamente.
400
El análisis de su discurso se hará en base a su ponencia al Primer Congreso de las Gotas de Leche, op.
cit., pp. 255-259.

220
“al penetrar en ellas, una idea se enlaza a la otra, en un encadenamiento” imposi-
ble de desamarrar.
El pecado ha hecho presa del otro en la forma de la “esclavitud moderna” que,
a diferencia de la antigua esclavitud, abandona a los pobres a la “desesperada
lucha por la vida”. Esta lucha es la que define el “proletariado”, que alcanza en
Chile un nivel de los más degradantes, determinado, a juicio de Roxane, por cua-
tro carencias básicas: falta de instrucción, falta de higiene, falta de leyes protectoras
de la mujer y el niño, avaricia de los más ricos. Carencias que habían construido
los vacíos abismales que configuraban el campo social, foso negro en el que caían
los pobres como cuerpos inertes ante la fuerza de atracción de la muerte. Pero allí,
en el límite crítico estaba el Patronato, combatiendo, en el borde del “vértigo”, la
fuerza de gravedad del abismo.
La obra pública del Patronato consistía en la construcción del “puente” de la
caridad, a través del cual pudiesen flanquear el abismo no solo “unos pocos afortu-
nados”, sino todos, en tanto legítimos depositarios de la vida. A través de la
simbología del “puente”, Elvira busca explicar el sentido estratégico del trabajo
del Patronato, así como los efectos que dicha obra produciría en las relaciones
sociales. A través de este puente se realizarría el contacto entre ricos y pobres,
poderosos y humildes, floreciendo la fraternidad y el amor entre ambos. El contac-
to no se realizaba a través de un mero pasar unos y otros por el puente, ya que este
no consistía en una obra de material sólido; el puente se hacía a través de una
cadena de manos extendidas entre ambos bordes del abismo: en uno estaban los
que “tienden la mano pidiendo ayuda” y en el otro aquellos que “extienden sus
brazos y los cobija en ellos”. El puente tenía un carácter estratégico de reenlaza-
miento social, “capaz de disipar los odios de clases”, planteaba Elvira, así como de
“acallar las protestas airadas del proletariado, con mayor eficacia y mayor éxito
que la acción represiva de los gobiernos”. El Patronato gozaba del honor de haber
“iniciado este acercamiento entre las clases sociales”401.
De este modo, la obra del Patronato tenía un vasto alcance político y, en cierta
manera, ofrecía a las clases dirigentes una alternativa frente a la represión. Alter-
nativa que pasaba a emprender la sociedad civil dirigente a través de la militancia
asistencial caritativa privada, propiciando una corriente de cambio en el modo de
comprender el poder de las clases que, entonces, mal detentaban una hegemonía
en crisis.
Respecto de su visión del pueblo, Roxane enfatiza en la analogía pobre como
niño:

401
Ponencia de Elvira Santa Cruz en el Primer Congreso de Gotas de Leche, Santiago, 1919, pp. 256-
257.

221
a) los pobres “son los niños grandes de la humanidad”.
b) ellos “no comprenden la causa de esas desigualdades irritantes de la fortu-
na”.
c) “su ignorancia no puede guiarles hacia la verdad”.
d) “ni la luz de la razón ni la del sol les ha llegado” a sus vidas.
e) son como “un bebé que nos lanza al rostro el juguete que le hemos obsequia-
do”.
f) un bebé que no “entiende aún de deberes”402.
Si el pobre es el niño –irresponsable por derecho natural–, la clase dirigente es
el padre y la madre, responsables por derecho civil. Pero se trata de padres que no
conocen a sus hijos. Elvira les refregará “su propio conocimiento” acerca de ellos,
adquirido en su contacto con esos pobres/niños. Desde ese conocimiento “real”
que elabora a partir de su experiencia de contacto y cuidado del otro, ella, al mis-
mo tiempo, construye su conocimiento acerca de la clase dirigente. Desde el
conocimiento tanto de pobres y ricos, ella se está distanciando, adquiriendo un
conocimiento de sí misma a partir de su “diferencia”. A través de este proceso de
construcción del doble-otro y del sí mismo, se configuraba una nueva elite-inteli-
gente y militante en Chile:

Desde su conocimiento del otro-pobre


“En esos tugurios miserables / “en esas pocilgas donde viven como animales” /
“en aquellos basurales indignos de ser habitados por seres humanos” / sufriendo
“de la carestía atroz de la vida” / sufriendo la madre por no tener un pan que dar
a sus hijos, “viéndolos crecer raquíticos”, “marcados por taras hereditarias”, lu-
chando por salvarlos “de la corrupción precoz”...

Roxane fustiga la indolencia de la aristocracia


Pero “nada de esto saben ni comprenden los espíritus egoístas” / “espíritus
mercenarios” / “que jamás le habéis visto el rostro a la miseria” / “que solo cono-
céis los dramas fantásticos que se exhiben en los teatros” / “de las tragedias reales
de la vida nada sabéis” / “no habéis querido acercaros a ella”... / ¿qué hay “tras el
lindo telón que nos muestra ante el mundo como una nación refinada, artística e
intelectual?: se esconde la más abyecta barbarie”, no la del selvático aborigen,
sino “la del inmundo habitante del conventillo”.
¿Cuándo tomaban contacto con la miseria? / “Cuando el contagio de esas pes-
tes del pueblo penetra hasta el palacio del millonario” / Y “¿de dónde creéis que

402
Ibid.

222
viene ese flagelo sino del tugurio malsano que acaso ese mismo millonario, u otro
tan avaro como él, da en morada al pobre?”403.
El conocimiento del otro elaborado por Elvira le otorga la autoridad de su dis-
curso y la legitimación del mismo como “saber”. Este conocimiento del otro le ha
entregado su propio conocimiento de sí, su diferencia, punto de apoyo y de mira
para apreciar la falta de conocimiento, la ignorancia tanto de ricos como de po-
bres: ignorancia que a unos los define como niños y a otros como egoístas. Es decir,
el cuerpo del pueblo, su miseria y su muerte, constituye la base de apoyo de una
nueva producción de saber para las clases dirigentes en su conjunto. Porque, final-
mente, a través de dicha vía había que lograr:a) “granjearse primero las
voluntades”; b) llegando a la conquista de sus almas (del pueblo) suavemente; c)
“hasta conseguir, por fin, inocular en esos espíritus ignorantes, una clara noción
de sus deberes sociales”404.
La aristocracia, a juicio de Roxane, debía ayudar a la obra del Patronato, espe-
cialmente en su financiamiento. Para ello propone, a imitación de los países
europeos, el “impuesto al pobre”, consistente en gravar con una dádiva al pobre,
cada día de celebración del rico: un impuesto “con que se compraría la felicidad”,
explica Elvira. Se trataba de educar a la elite en la práctica de la dicotomía felici-
dad / infelicidad. La felicidad del nacimiento del niño rico, habría de recordar la
infelicidad de una madre miserable. Y así sucesivamente: el día de la celebración
del bautizo, de la primera comunión, de la confirmación, del matrimonio, etc., de
los niños ricos, habrían de ir acompañados de una asociación material a la infelici-
dad del pobre. “Con esto se salvaguardaría la propia felicidad”405, asegura Roxane.
Esta pedagogía para elite estaba, en suma, basada en tres principios: a) en
aquel que le confería la idea y el status de “felicidad” a un estrato social (el rico),
percibiéndose a los pobres como necesariamente “infelices”; b) esta felicidad que
le pertenecería a una clase, no estaba, sin embargo, “asegurada”, necesitaba, por
lo tanto, de un principio asegurador; c) este “seguro” funcionaría a través de la
“compensación monetaria” que “compraría” el derecho a la felicidad de los ricos,
en cada una de las etapas de la vida. Es decir, el esquema clásico de la ideología
del orden tradicional.

La resistencia o el “mal comportamiento” de las madres del pueblo


Respecto de la actitud que asumían las mujeres populares que eran objeto de
la política asistencial de la Gota, el discurso de las señoras revelaba una clara

403
Ibid.
404
Ibid.
405
Ibid.

223
tensión entre dicha intervención y la recepción de la misma por parte de las ma-
dres, las cuales tendían a resistir dicha intervención. Ante esta resistencia, las
damas de las Gotas van desplegando todo tipo de iniciativas que tienden a “tran-
sar” con ellas. En esta etapa de la historia, en materia de intervención asistencial
patronal, las señoras hubieron de “negociar” con las madres del pueblo.
¿Cómo describen las señoras el comportamiento de las mujeres madres inter-
venidas?:
– De “escaso acatamiento respecto de las órdenes e instrucciones que se les im-
parten”.
– Oponen “resistencia” / a concurrir con sus hijos a los dispensarios de las Gotas
de Leche.
– Interesadas solo en el lucro / desinteresadas en los servicios médicos.
– Buscadoras de donativos en dinero / ignorantes del valor del control del cuerpo
de su hijo.
– “Indolentes / posponen la salud al trabajo que les da sustento diario”.
En suma: “Es necesario distribuir ropas o especies para captarse su buena volun-
tad”406.
Calificado el rol de las señoras como acción social portadora de la “verdad” (y
disciplina), las afirmaciones negativas respecto del comportamiento de las muje-
res populares están cargada de “error” (e indisciplina). ¿En qué consiste este
“error”?
A partir de las propias afirmaciones de las señoras, se puede constatar que las
madres populares estaban percibiendo la política de intervención sobre sus cuer-
pos y el de sus hijos como algo ajeno: sus cuerpos estaban siendo objetos de “otros”.
Desde esta perspectiva, lo que ellas obtengan del “comercio” o “transacción” o
“trueque” de sus cuerpos, es lo que está en el centro de la discusión. La autovalo-
ración de sus cuerpos está, sin duda, empapada de la nueva legitimación que de
ellos hace la institución: en esto consiste su nueva estrategia de supervivencia. La
mujer del pueblo no opone los términos salud-trabajo –como lo hace la señora
visitadora–. La sabiduría de la mujer popular consiste justamente en darle priori-
dad a la ganancia o al trabajo que le da la oportunidad de sustentar la vida. La
abstracción idealista (la “verdad” de los doctores, filántropos y señoras) consiste
en darle prioridad a la salud que no le asegura el trabajo o el sustento; el realismo
práctico (el “error” de las mujeres populares) es la búsqueda de “lucro”, que no es

406
Ponencia de la Sra. Javiera Maqueira de Silva, directora de la Gota de Leche “Lorenzo Fuenzalida”,
en Primer Congreso Nacional de Gotas de Leche, Santiago, 1919, p. 217.

224
sino el saber acerca de la necesidad concreta de su cuerpo. Política abstracta vs.
política realista son los términos que se están oponiendo en las percepciones de
las señoras visitadoras y de las madres visitadas, al momento de definir (las seño-
ras) y de decidir (las madres) su “comportamiento”.
Es decir, las mujeres populares –siguiendo una vía divergente de las señoras–
hacen del “cuidado de sí” (como los griegos), el fundamento de la definición y
conocimiento de sí. Las dos mujeres relacionadas construyen, pues, su conocimiento
de sí en forma disímil en la sociedad cristiana occidental: cuestión importante a
considerar en una interrelación que se vuelve a menudo mutuamente incompren-
sible. No obstante, sin duda este “cuidado de sí” se refiere básicamente a la
preocupación por la supervivencia inmediata de sí y de los suyos, lo cual sin duda
relativiza mucho la posibilidad “real” del cuidado de sí. Cuando se vive en la mise-
ria, el “derecho a sí” se supedita al deber respecto de los que dependen de su
sustento diario. Su resistencia tenía mucha relación con el cumplimiento del de-
ber laboral que implicaba la renunciación al derecho sobre su cuerpo. Esto se
expresaba claramente en la resistencia de las madres populares a acudir a trata-
mientos sistemáticos para sus enfermedades, especialmente la lúes, que infectaba
a muchas mujeres del pueblo y sus hijos.
Es una ilusión pensar que nuestras pobres acudan por su propia voluntad a seguir
un tratamiento largo y molesto; inútil es la explicación del médico sobre la grave-
dad de su mal; las conferencias las escuchan solo a medias; es necesario llegar hasta
el hogar de cada una. Las señoras deben seguir a estas enfermas y visitarlas una vez
al mes, apoderándose de ellas y obligándolas a acudir a la consulta. Es la señora la
que toma la responsabilidad del cumplimiento de la prescripción médica407.
Se trataba de otra dimensión de la resistencia: la que nace de la indiferencia
en torno al cuidado de sí como destino final, el que solo está entregado a la muer-
te. El cuidado de sí de las madres populares, como decíamos, es la supervivencia
inmediata. Las señoras habían de “apoderarse” de su indiferencia, para estable-
cerles la diferencia entre salud y enfermedad; apoderarse de ellas neutralizando
la resistencia. ¿Cómo, si el fundamento real de la indiferencia respecto del cuida-
do de sí por parte de las madres populares residía fuera de su propia voluntad,
fuera de la voluntad del patronato: en la voluntad del patrón?
Las madres que trabajan fuera de su casa, rara vez acuden al consultorio por
temor a perder la ocupación. La directora del servicio debería recorrer los estable-
cimientos industriales de los alrededores, donde ocupan mujeres, para rogar a los

407
Ponencia de Raquel Isaza de Barros, “Rol de las señoras en la asistencia de madres y niños enfer-
mos en las Gotas de Leche”, en op. cit., p. 325.

225
administradores que permitan la salida a las que vayan provistas de una tarjeta
que acredite que van a seguir su tratamiento408.
El combate de la resistencia de las madres está llegando al nudo del problema:
el trabajo. Las señoras vislumbran ya su futuro rol de mediación entre pueblo y
sistema de poder, que todavía solo alcanza a la necesidad de efectuar una “rogati-
va”, temerosa de tocar esa otra gran indiferencia y resistencia: la de la voluntad
patronal.
En lo inmediato y en la práctica realizada al interior de su institución asis-
tencial de la Gota, dirigida especialmente al niño sano, las señoras están decididas
a implementar todo tipo de mecanismos y a entregar diversos estímulos materia-
les y culturales para poder “atraer” a las madres del pueblo y llevar a cabo el
cometido de la asistencialidad. Reparto de premios en torno a la celebración de
las fiestas patrias, distribución de ropa a domicilio, como mecanismo para esti-
mular la propaganda vecinal para lograr una mayor inscripción de niños en la
Gota del sector, entrega de notas o puntos que, acumulados, permitan acceder a
premios...
Las señoras están convencidas de que las madres aceptarán mejor un consejo o
una reprensión si van endulzadas con un regalo (...) (De este modo) tendría el
pueblo un estimulante poderoso que le haría someterse a todas las prescripciones
que en bien de él se dictan, pero que ese mismo pueblo, en su ignorancia, no sabe
reconocer409.
Como en tiempos de la independencia, estas son las señoras libertadoras del
pueblo-niño, al que se le debe inyectar la razón y el bien que, en su minoría de
edad, no es capaz de saber.
Con un suave pero notorio cambio de sentido, el discurso que respecto de los
estímulos materiales pronuncia la señora Cora Meyers, médico extranjera, tien-
de a situarse en la dirección “realista” de la comprensión popular del problema.
Ella aboga por la entrega de “vales para comida... con el fin de evitar que las
madres tengan que dejar a sus hijos en el día para procurarse el sustento fami-
liar”. Al mismo tiempo, es partidaria de la instalación de salas cunas en las
fábricas410. Es decir, ella enfoca el discurso de “premios”, no como regalo o como
“dulce”, sino como un medio objetivo de sustitución del trabajo en vista del
amamantamiento o, en su defecto, la entrega de facilidades laborales para al-
canzar dicho objetivo.

408
Ibid., p. 326.
409
Ponencia de Leonor Figueroa de Matta, op. cit., p. 182.
410
Ponencia de la doctora Cora Meyers, op. cit., p. 176.

226
“El cuidado del otro” consiste, aquí, en entregarle a la madre del hijo de la
patria los mecanismos necesarios para su “autocuidado”; preconiza que la socie-
dad en su conjunto actúe generando dicho “autocuidado” popular y social. Este
discurso constituye también otra fisura respecto de la tradición: discurso breve,
pragmático, que se pronuncia no desde el púlpito de la verdad, sino desde el reco-
nocimiento del otro. Ella, más que erigirse en educadora de la otra mujer, se levanta
con un discurso educador de la sociedad en su conjunto y, especialmente, del siste-
ma de poder. Ella se define a sí misma desde el “cuidado del todo”, desde una
preocupación por el gobierno y orden de la sociedad: desde una definición como
ciudadana.

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