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Anon - Bichos en El Cerebro
Anon - Bichos en El Cerebro
Robert Sapolsky
Intimidado por tanta información e invadido por una sensación generalizada de ignorancia
tenía el ánimo de lo más bajo. Lo que motivó mis desmoralizantes reflexiones fue una
reciente y extraordinaria ponencia sobre la manera en que ciertos parásitos controlan el
cerebro de su huésped.
Los intrusos molestan a su huésped con el fin de provocar cambios en su conducta que les
sean favorables. Pero algunos parásitos incluso alteran la función del sistema nervioso
mismo. A veces lo logran de forma indirecta mediante la manipulación de las hormonas que
influyen en él. En Australia hay percebes (Sacculina granifera, una variedad de crustáceo)
que se adhieren a los cangrejos machos y secretan una hormona feminizante que induce en
éstos una conducta maternal. Actuando como zombi, el cangrejo cava agujeros en la arena
para los huevos. Por supuesto, el cangrejo no los depositará, pero sí el percebes. Si éste
infecta a un cangrejo hembra, induce la misma conducta maternal después de atrofiar sus
ovarios, práctica conocida como castración parasitaria.
Por raros que parezcan estos casos, al menos en ellos los organismos permanecen fuera del
cerebro. Pero hay casos en que los parásitos se las arreglan para penetrar el cerebro. Son
microscópicos, en su mayoría virus, y no gigantescas criaturas como los ácaros, oxiuros y
percebes. Una vez dentro del cerebro, estos diminutos parásitos están relativamente a salvo
de los ataques inmunológicos y pueden concentrar sus esfuerzos en distraer la maquinaria
neurológica para su provecho.
El virus de la rabia es uno de estos parásitos. Si bien desde hace siglos se conocen las
reacciones que produce, nadie —hasta donde yo sé— las ha abordado desde el punto de vista
neurobiológico, justo lo que me propongo hacer. Son muchos los mecanismos que el virus
podría utilizar para pasar de un huésped a otro. Para ello no necesita llegar al cerebro. Podría
haber recurrido a un truco similar al de los agentes que provocan el catarro, es decir, irritar
las terminaciones nerviosas de la cavidad nasal para provocar estornudos que dispersen
réplicas virales por todas partes. De esta manera, el virus puede trasladarse fácilmente del
huésped a la persona que está sentada delante en el cine. O bien, el virus podría inducir un
deseo insaciable de lamer a una persona o a un animal, con lo que lograría que la transmisión
fuera a través de la saliva. Pero no: Pero como todos sabemos, lo que hace es volver agresivo
a su huésped, lo que le permite pasar a otro organismo a través de la saliva que penetra en las
heridas.
Muchos neurobiólogos están dedicados a estudiar las bases neuronales de la agresión: los
mecanismos cerebrales y neurotransmisores involucrados,las interacciones entre los genes y
el ambiente, la modulación hormonal, etcétera. La agresión ha sido el tema central de
conferencias, tesis doctorales, quisquillosas riñas académicas, desagradables disputas de
autoría y demás. Sin embargo, aunque el virus de la rabia siempre ha “sabido” qué neuronas
debe infectar para que alguien se vuelva rabioso, hasta donde sé, ningún neurólogo se ha
dedicado específicamente a estudiar la rabia para conocer la neurobiología de la agresión.
Por extraordinarios que nos parezcan los efectos virales descritos, pueden serlo aún más
gracias a la inespecificidad del parásito. Suponga que usted es un animal rabioso y muerde a
alguna criatura en la cual el virus de la rabia no se reprodujera bien, como los conejos. Por
muy notables que fueran los efectos conductuales causados por la infección en el cerebro, si
el impacto del parásito se diversificara demasiado, éste podría ir a dar a un huésped que no le
ofreciera ninguna oportunidad.
Debido al potencial del toxoplasma para infectar a otras especies, en los libros sobre qué
hacer durante el embarazo se recomienda evitar tener gatos y su caja de arena dentro de la
casa, y que las embarazadas eviten trabajar en el jardín si hay gatos alrededor. Si el
toxoplasma que se encuentra en las heces de un gato logra trasladarse a una mujer
embarazada, también puede introducirse en el feto y causarle daño cerebral. Las mujeres
embarazadas que están bien informadas se ponen inquietas ante la presencia de gatos, pero
los roedores infectados de toxoplasma reaccionan de manera contraria. El extraordinario
truco de este parásito consiste en lograr que los roedores dejen de ponerse inquietos.
Todos los buenos roedores evitan a los gatos, una conducta que los etólogos denominan
patrón de reacción fijo: el roedor no genera una aversión por ensayo y error (no tienen
muchas oportunidades para aprender de sus errores con los gatos). Los roedores llevan en las
entrañas la fobia a los felinos y la advertencia les llega por el olfato mediante las feromonas,
señales químicas odoríficas que producen los animales. Instintivamente, los roedores huyen
ante el olor a gato, incluso aquéllos que nunca han visto un gato en toda su vida, como los
descendientes de cientos de generaciones de animales de laboratorio. La excepción de lo
anterior son los que están infectados con toxoplasma. Berdoy y su equipo han demostrado
que estos roedores pierden selectivamente su aversión y temor ante las feromonas de los
gatos.
Es obvio que todavía falta mucho por investigar. Y menciono esto no sólo porque así suelen
concluir los artículos científicos, sino porque este descubrimiento es algo extraordinario que
alguien tiene que estudiar cabalmente. Y también porque —permítanme asumir una actitud
de Stephen Jay Gould— nos aporta más pruebas de que la evolución es algo asombroso.
Muchos de nosotros sostenemos la idea profundamente arraigada de que la evolución lleva
un rumbo y es progresiva: los invertebrados son más primitivos que los vertebrados, los
mamíferos son los vertebrados más evolucionados, los primates son genéticamente lo más
selecto de los mamíferos, etcétera. Algunos de mis mejores estudiantes constantemente se
tragan todas estas ideas, no obstante todo lo que les reitero en mis conferencias. Si uno
adopta gustosamente esta idea, no sólo estará equivocado, sino tampoco muy lejos de una
filosofía que considera que la evolución de los humanos ha seguido una dirección, siendo los
más evolucionados los europeos del norte que gustan de las chuletas y de marchar a paso de
ganso.
Scientific American