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LAS FALACIAS DEL BUSCADOR

J.J. Gonzagui
LAS FALACIAS DEL BUSCADOR

DELFOS
J.J. Gonzagui
LAS FALACIAS DEL BUSCADOR
| Obstáculos mentales al Despertar |

| BIBLIOTECA DE LAS VÍAS DEL DESPERTAR |

DELFOS
Ediciones de Sabiduría Ancestral
Las falacias del buscador
J.J. Gonzagui

DELFOS

© 2020 J.J. Gonzagui


© 2020 ENTREACACIAS, S.L.
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Primera edición: marzo, 2020
ISBN (papel): 978-84-120834-7-7
ISBN (digital): 978-84-120834-8-4
Depósito Legal: AS 00116-2020
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Para mi querida nieta Isabel,
y para todas las nietas.
Para que nadie
les cuente «cuentos».
El hombre ordinario se verá confrontado un día con tres
«apariciones» totalmente indeseadas: la enfermedad, la
vejez y la muerte. Deberá rendirse ante ellas de la mejor
forma posible porque las tres forman parte de su Destino.
Y aprenderá a respetar, ¡incluso abrazar!, a la «muerte».
El Buscador, además, si avanza seriamente, vivirá tres
«desapariciones» no menos inquietantes, pero
enormemente prometedoras: primero la desaparición de su
«meta» del horizonte de su mirada, y la bendición será
que ahora «buscará en todas direcciones» no solo en una;
después, la desaparición del «camino» debajo justo de sus
mismos pies, pero ahora su propio Trayecto hará un nuevo
«camino al andar», que podrá ser seguido por otros.
Finalmente desaparecerá «él mismo» como «buscador»,
siendo «sustituido» por un escenario vacío de formas pero
lleno de Vida.

Quedará una «realidad sin nombre», que será nuestra


Fuente, ese Ser que nos creó totalmente, mediante su
amorosa Voluntad.
INTRODUCCIÓN

Comenzaremos esta obra sobre las Falacias desarrollando tres de ellas que
nos puedan dar una idea general de lo que pueden ser y de los efectos que
provocan en el «buscador», tanto en aquello que visualiza y comprende
como en lo que intenta en la práctica. Esto nos permitirá, creo, entender
mejor cómo se presentan y actúan y cómo podríamos liberarnos de ellas.
Un «buscador» de significación y transcendencia es simplemente aquel
hombre que «sabe» (aunque no sepa por qué lo sabe) que la significación y
el sentido global que se le supone a la «vida en general y a la humana en
particular», no es la que pretendemos sostener en nuestras interacciones
cotidianas. O sea, resumiéndolo al extremo: sabe que el Todo que se nos
presenta «no es lo que nos parece ser». Y sabe que el «yo» que experimenta
como suyo, y en el que vive desde niño… ¡no es su verdadero yo!
Pero también sabe (y aunque esto parezca corresponder a una simple
esperanza no fundada o fe no razonada, en realidad es una reminiscencia de
un «antiguo y personal saber»), que puede llegar a ver sin sombras, velos o
disfraces el carácter esencialmente verdadero de la realidad. O sea, tiene la
certeza de que «no le está vedado, ni prohibido, conocer mejor la Verdad de
las cosas».
Además sabe que debe iniciar un «camino concreto», que podría ser muy
largo o breve, muy arduo o fácil, muy complejo o muy simple, alegre o
pesaroso, solitario o compartido, etc., si quiere «recuperar su correcta
Visión». Pero que no solo se trata de lograr una nueva Visión o perspectiva
o imagen de conocimiento, sino de la «reintegración vital completa», de
todo su ser en el verdadero «Ser de las cosas». Por ello un buscador busca
«caminos» y los explora, unos pocos o muchos (si son muy pocos, quizás
no se trate de una verdadera búsqueda; porque para que sea genuina uno
debe salir de casa, arriesgarse, investigar y «pagar» con esfuerzos en todas
las direcciones), los prueba, se rectifica a sí mismo, los va rechazando a
medida que aprende y madura, hasta lograr «decantar un camino personal».
Por lo tanto un buscador de Transcendencia sabe que su «yo» no es el
verdadero Yo, y que la realidad no es todavía Real, y además que hay un
Camino que puede recorrer.
Este buscador, con su propio trayecto de búsqueda, sus metas, sus
valoraciones particulares, sus intentos más o menos sinceros y sus
esfuerzos, descubrirá que está «encapsulado» en muchas construcciones
mentales artificiales y básicamente incorrectas sobre la realidad de su
propia búsqueda; esas serán su «falacias personales», que le rodean
densamente como un hilo de seda lo hace al formar al capullo donde se
protege al gusano intacto, siempre a salvo, siempre inmaculado, de su
«verdad personal». Consideremos algunas de estas falacias.
La primera de ellas, la «falacia del Trueque con el tendero», es
probablemente la más común y casi seguro que nos podremos ver reflejados
muchos de nosotros en ella. Es como un residuo de una cierta mentalidad de
matiz religiosa, donde se admite la posibilidad de un diálogo eficaz con las
Fuerzas que nos han creado, aunque sea desde una posición de dependencia
y fragilidad, pero en la modalidad de lo que sería una «negociación de
carácter comercial». Por ello es al mismo tiempo la expresión de algunas de
las características más evidentes del mundo en que nos ha tocado vivir,
donde el comercio y el «intercambio de objetos valiosos» es una de las
bases de nuestra sociedad. Sustancialmente lo que nos dice es que debemos
dar ahora lo que más «queremos» para obtener, aunque sea algo más tarde,
«lo que más deseamos». Nos dice que ¡podemos comprar la libertad!
La segunda, «Yo me desplazo sin puertas, ni puentes, y… sin
agacharme», intenta explicar una falacia muy propia de las características
psicológicas de nuestra época de búsquedas («light» podríamos decir) de
bienestar mental y personal en la línea new age, con su narcisismo
reverenciado y con un simplismo mental que produce lástima. Nos viene a
asegurar que no hay nada por encima del «ego» actual; ni autoridades, ni
procesos de aprendizaje reglados, ni leyes. Que cada hombre va por donde
quiere, cuando quiere, y como quiere y hasta donde quiera. Y esto es justo
decirlo así y no contiene nada erróneo en principio: «el hombre en estos
caminos debe ser completamente libre». La trampa vergonzosa está en que
estos ensayos de trayectos, casi ni iniciados en realidad y mucho menos
recorridos con la más mínima garantía de seriedad, pretenden ser el «todo»
del Trayecto riguroso, y casi diríamos que sagrado, de lo que siempre fue la
posible Transformación humana. Nos viene a decir que no hay «leyes» que
cumplir, que el camino te lo puedes inventar tú a tú medida. Que puedes
prescindir de leyes… «porque tú eres tu propia Ley».
En la tercera, con el título de «La hormiga ciega. El adivino» nos intenta
explicar las dificultades de ayudar a otros o transmitir algo que llegue a ser
útil en estos trayectos hacia la conciencia. Intenta reflejar la difícil situación
en que todos estamos y la triste impresión que podríamos producir a alguien
que fuera capaz de «vernos», por ser capaz de saber algo más. Nuestra
ceguera, o cuando menos nuestra grave miopía, nos confunde y desvía,
haciendo nuestros trayectos casi siempre mucho más complicados y
azarosos de lo que podrían ser. Nuestra situación no está muy lejos de la
que pueda sufrir una humilde y ciega hormiga que no sabe por dónde va. Y
de cómo un observador dispuesto en otro nivel, sin más esfuerzo por su
parte, es capaz de ver el pasado y el futuro de su ciego deambular. Nos
habla también de lo fácil que sería dejarse dirigir y aconsejar si tuviéramos
un poco de confianza en «algo o alguien». Y de las enormes ganas de
«ayudar» que genera ver esta penosa situación.
Después de esta primera aproximación, mediante estos tres ejemplos
pasaremos a desarrollar un capítulo sobre «el concepto de las falacias del
buscador». Hablaremos de su naturaleza, su génesis, su constitución y sus
efectos, así como la doble función que realizan en las diferentes etapas de la
búsqueda (inevitables al comienzo porque dan «forma» a nuestra búsqueda;
y obstáculo y «trampa peligrosa» en las fases finales). Comentaremos sobre
sus diversos componentes (intelectual, emocional, social y cultural, etc.); y
de las diferentes formas en que se pueden presentar, sea como error
conceptual, como prejuicio, «fantasma», mito, o síntoma de naturaleza
psicológica, etc. También sobre cómo relacionarnos con ellas y
eventualmente cómo «liberarnos de su indeseable acción». Es un capítulo
quizás algo denso, pero creemos que interesante para el posterior abordaje
de cada una de las falacias en sí.
Estas falacias tienen siempre una naturaleza «subjetiva», por eso nadie
debiera de extrañarse de encontrar en ellas supuestas contradicciones entre
falacias que parecen afirman lo contrario (pongamos por caso: esforzarse y
no esforzarse, darse y no darse, afirmar el Yo o el Tú, etc.). Falacias
totalmente contrapuestas existen simultáneamente en nosotros, aunque unas
actúen con más intensidad en un momento u otro del trayecto. Soluciones
totalmente contradictorias entre sí (por ejemplo: controlar o abandonarse,
utilizar la imaginación o la más pura sensación, confiar solo en el «ahora»
pero contar con el mañana de una serie de esfuerzos, etc.) serán igualmente
validas para un mismo buscador «dependiendo del momento y de la
posición» que ocupe en su trayecto total. Aquello que en un momento dado
es «medicamento», en otro puede ser «veneno».
Y por último pasaremos a dar forma a diversas falacias, en general
aquellas que el autor mejor conoce por la simple razón de que a todas ellas
las debió sufrir en una u otra época de su trayecto como buscador. Por eso
nadie debiera verse reflejado negativamente en ellas como si constituyeran
una crítica o desvalorización del «valor y la limpieza» de su actitud y sus
intentos de búsqueda. No desean contener una crítica oculta de la sinceridad
ni mucho menos una descalificación, o desmotivación de la búsqueda en sí
porque todas ellas son valiosos hitos en el camino una vez que hemos sido
capaces de «ver». Todas ellas merecen un respeto silencioso como «formas
provisionales» que contuvieron mi ser mental. Quizás algo de compasión
compartida o un cierto efecto incontrolable de «catarsis liberadora», serán
suficientes. Exactamente, con un poco de auto-indulgencia y mucho humor
será la mejor forma de reconocerlas, abordarlas y superarlas.
Cuando un hombre abre su mente y experimenta un momento de «insight»
o despertar, la risa (al verse tal como se es con esas pretensiones imposibles
del «yo») es una mejor señal que las lágrimas de alegría agradecida, porque
la risa conlleva menos dosis de «subjetividad». El gran alivio que
sentiremos al poder ver su antiguo parasitismo en nosotros se acompañara
no obstante de una cierta compasión general por las limitaciones de nuestras
mentes, ¡de todas nuestras mentes! ¡De todos nosotros! Y esta será
justamente una gran motivación para ir más allá de la mente humana
actualmente configurada de forma no intencional sino azarosa: «la mente
actual no tiene Orden interno ni estructura». Y comprenderemos la
necesidad de no seguir pensando y sintiendo lo mismo que antes, de no
seguir creyendo y juzgando como siempre, y como consecuencia: «de no
continuar haciendo lo mismo que hacemos ahora».
El subtítulo de esta obra es «Obstáculos mentales al despertar», y aquí
mente significa no solo el pensamiento y todas las capacidades del
raciocinio asociadas, sino también los contenidos de la vida emocional, la
«mente» es un obstáculo «básicamente emocional», no intelectual. El otro
«obstáculo» es simplemente una debilidad de nuestra Voluntad, es «la
pobreza de nuestro amor a la Verdad, a lo Real y a la Liberación». Si
existiera una Voluntad fuerte, a pesar de la acción esclavizadora de todas
nuestras falacias, nuestro sueño se desharía como la niebla matutina por la
acción del sol.
Tenemos una oportunidad de cambiar y conocernos… ¡y la podemos
aprovechar!
AVANCE DE TRES FALACIAS
El objetivo que se pretende al iniciar el trato con estas falacias en
ningún momento es el de conseguir «conocer o saber más cosas»…
sino que solamente se aspira a «dejar de estar equivocados».
Igualmente se señala que van dirigidas exclusivamente a la mente
verbal y que una vez que hagan su efecto, si es que hacen alguno,
ellas mismas se disolverán.
Por último se reconocen como formando parte de una Instrucción
general, que simplemente «señala».
Pero que necesitamos Guías que nos «acompañen en el Trayecto».
Y Maestros que nos «puedan llevar».
La Instrucción nos llevará hacía la claridad mental.
La Guía nos permitirá lograr la conciencia de sí mismo.
Y el Maestro nos «dará» algo de su propio Ser.
Con Gratitud a todos ellos.
A. La falacia del «trueque» con el Tendero…
Me «lo darán», sí, al final me lo darán (sea a través de las Leyes… una vez
cumplidas; de la gracia que habré merecido… por mis méritos evidentes en
plegarme a su Voluntad; o bien de la misericordia de lo Alto a la que habré
implorado continuamente; sí, me lo darán). Pero si nada de esto funcionara
recurriré al final a un hábil «trueque» de mercader con lo Superior, ¡pagaré lo
que sea! Me llegará… porque me lo mereceré… ¡aunque sea muy al final!

El Trayecto o trabajo sobre sí, en este erróneo supuesto equivale a


conseguir un billete de «compra». Haciendo esto o lo otro, o dejando de
hacer esto o lo otro, se me dará algo que creo en el fondo… «que no me
pertenece». Esta falacia nos obliga a creer que en realidad «lo que yo deseo
pertenece a otro». Y por eso creo que será una voluntad exterior a mí la
que actúe al final y me lo conceda. ¡Se me dará!, me digo a mí mismo. Y en
el instante siguiente me pregunto: y ¿con qué tendré que pagar? ¿Qué me
pedirán?
Pero hay que entender bien que no busco un simple «objeto» (importante
comprender esto: ya no busco ningún objeto del ámbito humano, ni
tampoco divino). Porque un «objeto», es siempre una parte, un trozo, un
simple fragmento y yo aspiro a una relación con el Todo; ¡ya veremos más
adelante que tipo de relación soy capaz de establecer! Pero un objeto es
aquello que puede ser «deseado»… ¡Como si no lo tuviera ya! ¡Como si me
faltara! Y… ¡como si me lo pudieran dar! Pero no busco un simple objeto
o una «simple experiencia del yo» (paz, felicidad, sabiduría,
transcendencia, inmortalidad, etc.).
En realidad busco un «estado de Ser». O sea la «manifestación» de una
posibilidad de Ser… que además, por otros caminos, he llegado a
comprender, que de alguna manera que no acertaría a explicar con
precisión… «ya lo soy». ¡Deseo ser yo mismo! Disponer del ser que «me
corresponda», y del que ahora tengo la convicción íntima de que no lo vivo,
de que lo he perdido. No deseo nada particular pero sí «recuperar mi sitio
en lo real»; disponer de una mente no auto-hipnotizada que me permita ver
aunque fuera por un momento y una sola vez «por ejemplo: qué es un
amanecer en sí mismo». No pido mucho más que recibir una señal mínima
de que esto que vivo ahora es real. Pero con eso, con el «estado de ser real
que me corresponde por nacimiento», no se pueden hacer tratos, ni
trapichear, ni chalanear, ni lloriquear.
No hay trueque posible cuando hablamos del «ser»; no puede haber
mercadeo de ningún tipo. Podríamos decir que… ¡o somos o no somos! El
«ser» es una situación muy anterior a cualquier búsqueda, porque la
búsqueda es simplemente una tarea del «yo». Y el «yo» es una minúscula
parte de mí ser. Si tengo confusión sobre esto es que todavía no distingo
claramente lo que son «experiencias del yo» de lo que son «estados de ser
yo». Todavía mi «yo» pequeño no se ha colocado en su verdadero sitio para
comprobar aliviado que ¡«yo» importo muy poco, pero que lo que me
rodea… importa muchísimo! Y en lo que me rodea pongo mis esperanzas.
Y hablo con Ello, incluso, pero sabiendo perfectamente que es simplemente
una cuasi-conversación, desigual y asimétrica. ¡Yo te cuento, ¡oh Absoluto!
porque no puedo callarme, pero luego… ¡Tú verás!
Pero no podemos ser «sinceros y auténticos» en nuestra búsqueda por el
«miedo» que tenemos (ante fuerzas que sentimos como ajenas y enormes);
y por la «urgencia» de recibir algo que nos nutra de cualquier forma posible
(porque tenemos mucha «hambre», mucha necesidad de toda una vida, de
experimentar cosas o situaciones reales), como para poder detenernos a
elegir serenamente. Por ello, a veces, acepto agradecido cualquier regalo,
con total humildad y sabiendo a ciencia cierta que no es lo «verdadero»,
aún reconociendo que es una simple chuchería temporal. Pero, incluso
sabiendo que es un simple sucedáneo, y no el verdadero alimento, yo
acepto, al principio, cualquier experiencia, cualquier consuelo interno,
cualquier comprensión aunque sea muy limitada, porque tengo una
verdadera «sed esencial». Lo acepto en la misma medida en que un hombre
adulto se regala así mismo con un «dulce» en una ocasión especial; sabe
que no es verdadero alimento; pero también sabe cuidar sus «funciones», y
procurarse una impresión agradable, porque deben ser «alimentadas» igual
que su «nutrición general».
De forma que incorporo «experiencias», momentos que anticipan la
grandeza que entreveo, aún reconociendo su dudoso valor o su evidente
contaminación, por ejemplo todas aquellas «experiencias» que vienen
acompañadas de emociones vulgares pero exacerbadas o de comprensiones
mentales simplistas. No me siento mal por aceptar lo que un antiguo amigo
mío, monje trapense, el hermano Joaquín, decía que solo eran «regalos al
empezar», como un «acuse de recibo de lo Alto» que confirmara que «aquí
Estoy», ¡sí, aquí estoy, no te has equivocado! Pero que luego siempre
desaparecían para dejarnos con una certeza consolidada, pero a su vez con
una gran añoranza. Más tarde seré más exigente conmigo mismo, y me
deberé pedir más limpieza y claridad. Porque ya habré aprendido a soportar
el hambre, la sensación de vacío y de soledad. Pero por ahora no siento
ningún menoscabo en aspirar a buscar y recibir «experiencias», pero con la
claridad de saber que «no son lo definitivo», porque toda «experiencia» se
sustenta en el «yo». Busco sentir armonía, claridad, paz, positividad,
alegría, ¿Por qué no? Hace años que el pobre ego no recibe una caricia
«real». Pero todo ello serían simplemente como situaciones previas, de
sensibilización, de acercamiento, de maduración, y no de valor definitivo;
¡y yo lo sé! Y precisamente porque lo sé, no hay mucho riesgo en ello.
No creemos que la «sinceridad» que yo pudiera manifestar, y que, por
cierto, mostraría la naturaleza verdadero de mi actitud e intenciones
interiores, sería suficiente para ser aceptada por las «fuerzas superiores»,
esas que nos podrían ayudar, nos decimos. Sabemos que nuestra
«intención» no es limpia, ni justa, ni la apropiada, que está como mezclada,
que es «como si… »; pero no sabemos disponer de otra mejor. Por eso creo
que debo conseguir entregar algo a modo de «ofrenda propiciatoria» o
«sacrificio» o simple pago. Sea para contentar, sea para hacerme perdonar,
sea para seducir e incluso para «engañar» (y esta última es la más curiosa
de todas: engañar al Todo). Tengo que entregar algo para merecer que me
den lo que quiero. Eso creo, cuando esta falacia opera en mí. Tengo que
convencer al Tendero… como cuando era niño, «de que yo he pagado ya».
Es verdad que tenemos que entregar algo, o dar algo a cambio, o más bien
«desprendernos» de algo para hacer «espacio» y para limpiarnos; pero
cuando nos lo representamos como un «negocio calculado» estamos
incurriendo en una actitud que puede corresponder y ser válida para los
negocios de la vida, pero que no sirve propiamente para lo que sería la
búsqueda de algo «más allá de ella». Cuando hemos trabajado lo
suficiente en este «comercio», nos damos cuenta de que no puede ser una
cosa como una especie de «transacción comercial». ¡Es otra cosa nos
decimos al fin! ¡Tiene que ser otra cosa!
Por lo tanto, el buscador, como hombre ordinario que en el fondo es,
educado desde niño en el engaño y la simulación, al pensar en estas cosas
«transcendentes» que le son bastante «ajenas» para sus intereses concretos;
«sospechosas» muchas veces de desvarío para su sentido común, e
«incomprensibles» casi siempre por su abstracción, no se puede hacer una
mejor representación de todo ello que esa que él ya conoce ampliamente en
su vida: el negocio humano. ¡Hacer negocios! ¡Trueques!
La formulación básica de esta falacia se plasma en diálogos internos del
tipo: ¡yo te daré eso que Tu me pides! (no tengo ni idea de por qué quieres
esto, pero bueno, es lo que me han enseñado que tu deseas de mí; por
ejemplo… mi placer, mi independencia, mi pensamiento propio, el
bienestar, el conocimiento, la libertad, la felicidad personal que disfruto,
etc.)… y ¡Tú me darás lo que yo quiero! (no tengo ni idea de que es lo
quiero en términos abstractos, eso que yo llamo mis «metas
transcendentales», pero analizándolo mejor, con más sinceridad, veo que sí
sé, ¡y perfectamente!, qué es lo que yo quiero: quiero ser feliz, libre,
independiente, sabio y quiero gozar… ¡sí, gozar incluso orgánicamente;
claro que sí! O sea, exactamente lo que me han dicho que Tú deseas de mí
(aquello a lo que debo renunciar) y lo que yo he pretendido darte, sin acabar
nunca de hacerlo de verdad. Quizás porque intuyo que todo está
incorrectamente planteado. ¿No será que Tú y yo deseamos lo mismo? ¿No
será que me lo quieres quitar? ¿No será que solo me lo darás cuando ya no
lo quiera? Así pensamos. ¿Y a quién imaginamos enfrente?... pues a un
ser tan pequeño, necesitado, celoso, temeroso y mezquino… «como lo
soy yo mismo en verdad».
O sea que te daré lo que Tu me pides pero… para que me Tú me
devuelvas exactamente lo mismo que te he dado… pero más tarde y en más,
¡en mucho más! Y así vemos que el hombre religioso sacrifica lo que tiene
aquí, por ejemplo el bienestar físico a través del ascetismo, para luego
lograr los «goces del Paraíso». Renuncia al orgullo propio a través de su
negación en la humillación entre los humanos, para después ocupar un lugar
destacado a la derecha del Padre en la jerarquía celestial. Sacrifica el
inevitable deseo de «conocer» a través de sus propias capacidades
intelectuales y lo entrega para luego conocer al Creador que conoce todos
los misterios. Acepto tener miedo para luego no sentirlo nunca jamás. En
resumen: ¡Entregar ahora lo que más quiero, ¡para que me den
justamente… «lo que más quiero»! ¡Qué curioso es todo esto! Nuestra
pobre mente… que pequeña es… ¡solo sabe trapichear! No se trata de
juzgar a nadie en absoluto, porque desgraciadamente… esto es lo que hay…
y es para todos por igual.
Quizás los «no buscadores» se sonrían con cierta suficiencia al descubrir
la acción de esta falacia en «aquellos que sí buscan», pero en su caso es
igual o peor. Ellos también sufren esta y todas las demás falacias, pero con
objetos «distintos» del buscador; en vez de por la «desconocida
transcendencia» ellos «trapichean con su propio destino» por la felicidad, la
salud, el éxito, la fama, el placer o el bienestar del momento a momento.
Pero su gran problema es que todavía no se han dado cuenta de que ¡tienen
mente! Y de que esta les domina ampliamente durante toda su vida. Pero ni
lo sospechan; y por ello no hacen nada ni por conocerla ni por superarla. La
mente personal para los «no buscadores» ocupa el «punto de ceguera
especifico» de cada hombre durante toda su vida… y por eso no la ven. La
viven, viven en ella, respiran en ella, piensan dentro de ella… pero no la
pueden «ver». Al no verse a sí mismo, el no buscador se vive a sí mismo
como un «ente objetivo» y jamás se pone en cuestión.
El buscador debe sufrir la «vergüenza esencial de verse como es ahora»,
agravada por el «íntimo dolor» de saber, además, que su mente ¡no es la
suya!, que se la han «implantado»; pero al mismo tiempo aliviado por la
esperanza de poder liberarse un venturoso día de «toda ello». Pero así será,
porque un día las falacias «arderán» delante de sus ojos, y dejarán paso
a «una Nueva libertad mental». La Liberación puede ser muchas cosas, sin
duda, pero es también y sobre todo la liberación de esta terrible esclavitud
mental: la liberación de nuestra mente pequeña, condicionada, temerosa y
ajena, que no cesa de «trapichear».
B. La falacia de «yo me desplazo sin puertas,
ni puentes… y sin agacharme».
Estamos seducidos por esta falacia cuando creemos que mi «desplazamiento por
el camino del despertar» (de una condición a otra, por ejemplo entre la de ser
negativo a positivo; de un estado a otro, por ejemplo pasar de estar dormido a
despierto; o de un nivel de consciencia a otro superior; o el paso de la esclavitud
a la libertad, o cualquier otro trayecto), va a ser un «cómodo y continuo» paseo
desde un lugar a otro. Que vamos a pasar y movernos por donde queramos con
toda facilidad y sin condiciones o exigencias o leyes. Como si fuéramos
alegremente «campo a través». Que iremos de un lado a otro, del yo al Yo, de la
esclavitud a la libertad, de la inconsciencia a la consciencia, pero por «donde yo
quiera». Nadie me va a obligar a ir por ningún sitio concreto, no tengo ese tipo de
obligaciones de pasar por «sitios o puertas concretas». Yo, que soy muy libre, ¡me
lo voy a inventar!

En esta falacia no se trata tanto de que un hombre niegue que exista esa
servidumbre, porque eso es lo que es, sino que «no sabe que existen estos
pasajes o puentes» totalmente concretos y determinados. No es capricho de
nadie, el que un río solo se pueda atravesar por los puentes ya construidos,
o que a una catedral solo se pueda entrar… ¡justamente por las puertas que
tenga practicadas! No hay motivo para indignarse… es solo que ¡la cuestión
está organizada así!
Esas son las condiciones: para «pasar de un lugar concreto y real a
otro igualmente concreto y real»… debemos pasar por lugares
«concretos y perfectamente definidos». Por puertas perfectamente
posicionadas y colocadas en una ubicación concreta. No sirven otras,
inventadas al azar. Las neuronas se comunican entre sí; pero solo a través
de los puntos de sinapsis, y estas sinapsis ocupan muy poco para la gran
longitud del contorno de una neurona. Las puertas comunican espacios muy
amplios entre sí, imaginemos una catedral, pero a través de aperturas o
puertas notablemente pequeñas; de ahí la dificultad intrínseca de
atravesarlas. Y de ahí nuestro rechazo a reconocer su función y necesidad.
Nos produce una sensación de opresión esa limitación, que entendemos
caprichosa, de tener que encontrar «puntos concretos» de pasaje. Pero no
hay capricho alguno de nadie, sino la más rigurosa necesidad de la
naturaleza misma de nuestro trayecto.
Por ejemplo, para un posible tránsito de una vida ordinaría «vivida sin más
por los intereses de sí misma»… a tener algún atisbo del Ser transcendente
que la sustenta, se debe pasar a través de la «elección», un cierto tipo
especifico de «elección». Si no hay algo parecido a una «elección» entre
varias cosas, mejor dicho entre varias posibles vidas, no tendremos
acceso a la sensación de «Ser», además de la que ya disponemos de la
sensación de «vivir». El hombre satisfecho totalmente con la vida, que no
siente las carencias y limitaciones de esta, no se plantea renunciar a nada de
lo que ella «le pudiera ofrecer». ¡Ya iremos viendo, se dice a sí mismo:
primero vivir, y luego seguir viviendo! ¿Por qué debiera yo renunciar a
nada de lo que se me ofrece? Por supuesto que quisiera ser completo y real,
pero ¿porque tendría yo que renunciar a algo?
De la condición del sueño ordinario en el que vivimos al «despertar» se
debe pasar por un «trabajo personal particular y muy definido», y que
además debe estar «bien dirigido». De la inconsciencia general en que
vivimos a la Conciencia Objetiva solo se logra pasando a través de un
pasaje intermedio que es la «conciencia de Sí», condición indispensable
para llegar a estar «algo más despiertos después a lo Real». Sin esa
«conciencia de Sí», es imposible acceder a algo «objetivo», porque la
«conciencia de Sí» es su receptáculo específico. Sin una previa y suficiente
«conciencia de Sí mismo», nada transcendente se puede recibir. La
conciencia Objetiva solo se puede recibir desde la conciencia de Sí, es
su crisol, su cáliz, su «receptor específico».
O sea existen «eslabones, puntos de enlace o puentes o sinapsis» concretos
por los que se debe transitar sí se desea conseguir un logro concreto de
«desplazamiento».
Y también habrá que saber «agacharse o contraerse» un poco, o sea
admitir sin miedo ni rebelión la sensación de que estoy «perdiendo o
disminuyendo o renunciando» a parte de mis «supuestas posesiones» o
capacidades. Admitir la no siempre deseada impresión de que me
«reduzco» en alguna medida, que tengo que «dejar fuera» algo que no
cabe, en fin, que tengo que «soltar» o «renunciar» a algo. ¿Renunciar?...
¿Se ha dicho renunciar? Aquí la gente se indigna… pero usted no sabe que
yo soy un hombre moderno y libre, con todos mis derechos intactos; todavía
no ha entendido que la renuncia es un funcionamiento primitivo e infantil;
que ¡los hombres de hoy en día no tenemos por qué renunciar a nada…
faltaría más!
Y habla de «agacharse»… ¡pero que primitivismo! ¿Ante qué o quién me
tengo yo que agachar? No sabe usted que hemos superado a los ídolos, los
dioses e incluso al mismísimo «Dios». No se ha enterado de que el hombre
es el rey de todo, la medida de la creación, su centro y su «justificación».
¿Cómo podría mi dignidad humana inclinarse siquiera con un leve gesto
ante algo? ¡No hay nada mejor que yo! Y por eso camino derecho y digno
como un majestuoso rey por su palacio. Y acaba por decirnos con
indignación: «Yo de Madrid a París voy por donde me da la gana, y mi
camino preferido, ¡entérese!, es pasando por Laponia; ese es mi trayecto
favorito, el que tiene corazón para mí».
¡Lo que resulta evidente es que llegar pronto a París no es lo prioritario
para él! No parece tener prisa. Así hablan muchos.
Pues no solo la renuncia, será imprescindible, sino que más adelante, ante
puertas todavía más estrechas, pero ya casi las últimas o definitivas, se
planteará incluso el que tengo la necesidad de… «morir a algo en mí
mismo, en alguna manera». Renunciar, abandonar, morir, son palabras
que pueden asustar; pero que no conllevan nada trágico si las entendemos
bien. Se trata de renunciar al «sufrimiento» en sus diversas formas y a la
«negatividad» que le acompaña siempre. Abandonar lo que no me
pertenece, y me es «ajeno, molesto e inservible». Y morir a lo «viejo y
seco» para «renacer». ¿Puede haber mayor alegría y esperanza, cuando lo
entendemos así?
La Realidad que muchos quieren imaginar, que se la representan como
mágica e impregnada de libertad desbordante para el yo desde el inicio
mismo, no lo es mientras persista nuestra «mente» al mando del proceso, o
sea mientras permanezcamos todavía como dormidos e hipnotizados. En
esta orilla hay «leyes» porque nuestra mente es lógica, y aquí la moneda de
intercambio es la lógica racional (para pasar de dos a cuatro hay que hacerlo
a través de tres, no hay ningún atajo). Muchas personas se agarran a una
concepción del proceso de transformación como si de magia infantil se
tratase, como una posible justificación para «saltarse» las leyes, y no tener
así que cumplir con sus exigencias. ¡Pero no se puede! ¡Las leyes deben
cumplirse! Y esto es así sencillamente porque la mente está estructurada
según leyes; ¡ella misma es ley! ¡Quizás la peor y la única ley! Y para
superarla no es posible saltarse la ley… «sino precisamente cumplirla».
El ejemplo quizás más difícil de entender sería el que se refiere a la
función y el papel del cuerpo en este trayecto de liberación que tiene algo
que ver, sin duda, con lo así denominado históricamente como «espiritual».
En nuestra tradición occidental el cuerpo solo sirve para purificarlo o
domarlo, y nos podríamos preguntar, que tendría que ver el cuerpo con
abstracciones del tipo del Absoluto o del Espíritu. Estas posibilidades nos
las imaginamos mucho más como algo relacionado con la alta especulación
filosófica o teológica, o con la práctica decidida del altruismo o la caridad.
¿Pero el cuerpo, este pequeño, frágil e inseguro cuerpo, lleno de tentaciones
y esclavitudes, qué puede tener que ver con la Realidad o el ser final?
La respuesta no deja lugar a dudas: ¡todo, absolutamente todo! Por el
contrario, el que tiene un papel breve, limitado y poco relevante es
precisamente «el aparato de pensar y sentir emocionalmente», o sea lo que
serian sus producciones de la religiosidad, junto a la filosofía y la
psicología, como se las entiende comúnmente. Intentaremos explicarlo un
poco más.
Igualmente pasar de sentir y conocer la «vida y la naturaleza creada» para
lograr alguna experiencia de lo que podrían ser las «fuerzas Creadoras»
mismas, solo puede hacerse a través de la «sensación corporal y de las
energías». Pero nos decimos, dado que se trata de «conocer», ¿no es
suficiente con usar mi mente? Soy muy estudioso y esforzado cuando lo
decido, mi mente es poderosa, ¿por qué tendría que utilizar otra función?
¿Qué tiene que ver la energía en todo esto? La respuesta es muy clara:
porque solo en una «sensación viva» de las energías que me constituyen
puedo sentir la acción de Aquello que me ha creado, que es
primordialmente Energía Consciente.
El «pasaje de lo personal a lo Real» se hace a través del cuerpo
humano, y esa es la puerta garantizada; pero para aceptar y entender esto,
es preciso comprender la enorme «renuncia» que debemos hacer al dejar de
confiar en nuestras «grandiosidades mentales» (el pensamiento y la
especulación de tipo abstracto y la emoción subjetiva). Personalmente el
autor que esto escribe tardó años en entender la justa necesidad de tal
renuncia y la obligación de poner al cuerpo, con sus sensaciones y energías,
en el lugar que le correspondía; para luego simplemente empezar a «trabajar
con él». Uno se preguntaba: ¿pero que tendrá que ver el cuerpo con la
Última Realidad? Veníamos del mundo de la especulación transcendental y
de la mística devocional, dos herramientas valiosísimas e imprescindibles,
sin duda, y por lo demás las únicas de que disponíamos. Pero no eran
suficientes e incluso pudiera ser que no fueran ni apropiadas.
Confiábamos en ellas hasta ese momento en que empiezan a ser un
obstáculo, porque ellas no pueden desarrollarse «armónica e
indefinidamente», porque no pueden hacerlo «orgánicamente», porque no
son creaciones naturales. Son producciones de la cultura humana; una
cultura da lugar a una mente, otra cultura da lugar a otra distinta… ¡y hay
un total condicionamiento! En el lenguaje solo hay palabras y significantes;
en la mente solo hay pensamientos e imágenes, y en la «emoción subjetiva»
(hasta que aparezcan los «sentimientos»)… solo están presentes
componentes y mezclas de los dos. Por eso no tienen la posibilidad de un
desarrollo verdadero: son solo productos mentales, ¡no pueden recibir a la
vida que acompaña al Ser! Pero el cuerpo está vivo, muy poco
condicionado mentalmente y constituido por «energías» que todavía
guardan contacto directo con las Fuerzas que le han creado. El cuerpo es
una verdadera «puerta».
Además de las puertas que ya hemos expuesto, podemos simplemente
nombrar algunas más que creemos que son importantes. Por ejemplo para
lograr «estados positivos de emoción» (alegría, gratitud, goces
permanentes, estados de absorción y éxtasis de diferente calidad) se deberá
pasar por la «no reacción emocional» (imparcialidad e impecabilidad)
ante todos los acontecimientos de la vida que nos afecten, tanto si son
buenos como malos; lo que llamamos la emoción «Cero». La «no
reacción», tiene mala prensa, porque parece una gran e injusta limitación
para nuestra «espontaneidad y autenticidad» emocional, que es algo que se
valora tanto hoy en día. Y en general suena a «control» arbitrario y auto-
represor. Pero no lo es, porque la no ocupación de mi vida emocional con
emociones «reactivas» al medio (por más justas y necesarias que me
parezcan, pero que en el fondo son casi siempre negativas), permitirá la
aparición de un «espacio vacío» donde no tardarán en manifestarse
emociones nuevas, que serán «solo positivas» y más tarde «sentimientos».
Y nos preguntaremos en ese afortunado momento: ¿por qué siento estas
emociones tan inesperadas, tan gratificantes, tan positivas? Y la respuesta
será «porque hemos renunciado a la negatividad, casi sin darnos cuenta, al
renunciar justamente a reaccionar emocionalmente». Y más tarde, como
hemos dicho, conoceré lo que pueden ser los «sentimientos». Los
«sentimientos» no tienen nunca dos partes o contrarios, por ejemplo
amor y odio, ilusión y desilusión, alegría y nostalgia, etc. Son «una sola
cosa», aunque pueda ser mayor o menor, eso sí. Esta es una puerta tan
estrecha, la de la «no reacción emocional» y la acompañante «emoción
cero», que no suele gustar, y sin embargo… es completamente necesaria.
Otra puerta, que esta vez tiene buena fama, es la de la «impersonalidad».
Si el hombre aspira a lograr algún día conocer o vivir algo que pudiéramos
llamar «objetivo», o sea verdadero en sí mismo, sin más añadidos
personales subjetivos, deberá hacerse familiar con la «impersonalidad».
Tendrá que empezar a conocer, opinar, aspirar, decidir, y hacer de forma
«impersonal». Pero no solo eso, sino que también tendrá que aprender a
«saber», «lograr», «sentir», «realizar» y «experimentar»… ¡también de
forma no personal, no subjetiva, no particular, no idiosincrásica!
Los fenómenos humanos que suceden alrededor de él, él no los
interpretará desde su subjetividad, y abandonará la posición «centrada»
(ego-centrada); y se borrará poco a poco a sí mismo como sujeto agente y
como sujeto receptor. En fin, que perderá «importancia personal» (feliz
expresión del chamanismo, que aprovechamos) y empezará a ser «poco
visible», poco determinante, poco personal (a algunos les parecerá incluso
que esos que la practican manifiestan «poca personalidad»… «quizás
porque nunca la han tenido… quizás es que ya eran simples antes», se dirán
con una sonrisa).
Esta impersonalidad no tiene nada que ver con la humildad, que es como
un simple «ornamento» del yo; ni con el «desapego de los frutos de la
acción» propio del «karma-yoga» (que es una especie de renuncia del yo a
disfrutar de sus acciones meritorias). La impersonalidad es simplemente
una ausencia de eso que llamamos «personalidad o subjetividad o
peculiaridad»; y por eso desde esa situación, difícil sin duda de lograr, se
puede avanzar a la siguiente: la Objetividad.
Estas «puertas estrechas» dan paso a lugares maravillosos, y quién no sabe
que existen, no se esforzará por «ver» dónde están colocadas; y, lo que es
peor, no acumulará ánimos suficientes para «cruzarlas» algún día.
La gran noticia es que su tránsito dura poco, una vez que nos hemos
decidido a «pasar».
C. La falacia de la hormiga ciega. El adivino
Nos dice que no podemos saber sustancialmente nada sobre nuestro trayecto de
búsqueda, y, si se apura, ni siquiera sobre nuestra vida. Que no podemos recordar
lo que hemos hecho o intentado en el pasado, ni podemos concebir siquiera por
donde vamos a desplazarnos en el futuro. Y que como estamos «urgidos» por la
obligación de movernos todo el tiempo, tampoco vemos muy bien dónde estamos
ahora mismo, o sea qué «es lo que estamos haciendo y decidiendo en este mismo
instante». Nos parece además que el presente tiembla y que no podemos ver nada
en él. En fin, que somos como pobres hormigas que se mueven ciegamente sin fin.

Pero un simple observador sentado en el banco de ese parque, con una


atención disponible para mirar y supongamos que capaz de ver, puede «ver
todo lo que le angustia a la pobre hormiga», si es que esta pudiera sentir
algo así como la angustia. Ese hombre ocioso, testigo curioso y amable de
las ambulaciones del animal, «lo sabe todo»… o «casi todo» de lo que
esta necesitaría saber. Ve lo que ha cubierto con sus pasos, el trayecto que
ha realizado, ha visto sus dudas, sus entusiasmos, sus vueltas atrás, ve el
paisaje recorrido con todos sus detalles, sus zonas de facilidad, de
dificultad, de peligro y de «oportunidad». Ve si venía en línea recta, si
giraba, si se demoraba, si hacia un rodeo, si se dejaba asustar por peligros
reales o imaginarios. Ha podido ver si acertaba o se equivocaba en sus
propósitos de avanzar, hacia esas zonas a las cuales parece evidente que
intenta llegar: zonas que disponen de «alimento» para ella. Y el observador
ya sabe que cosas son alimento para una hormiga.
La pobre hormiga ya casi ha olvidado el trayecto realizado, sus luchas y
deliberaciones, sus esfuerzos, sus decisiones, sus sufrimientos, y alegrías.
Todo ha sido muy confuso, su memoria no da para más, de forma que
esperará la información que proviene de las otras que vienen y van por toda
la zona, con las que se cruzará e intercambiará información, para volver
más tarde a su hormiguero. ¡Pero ahora tiene que decidir! Para aquí o para
allá. ¡No puede ver! No conoce el futuro (en este caso su futuro es pura
geografía: el terreno por el que va a andar), no dispone de planos ni de
ayuda, podríamos decir.
Pero el observador desde la altura en la que está sentado lo ve todo.
Ve que si va a la derecha llegará a una zona de paso de tráfico rodado y casi
con seguridad será aplastada por algún vehículo. Ve que si sigue recta se
encontrará con un inmenso charco y que lo deberá rodear durante varios
metros más de fatigosa caminata, pero lo peor es que más allá solo hay
asfalto. Puede ver con toda naturalidad que el camino de la izquierda sin
duda es el más prometedor para ella, una extensa zona de hierba con flores
y multitud de restos orgánicos la esperan, si se decide ir para allí.
Lo tiene que decidir ella pues es la primera que llegó y está sola. Para ella
es todo azaroso, no dispone de criterio alguno, salvo quizás una vaga
intuición. Pero como no puede saber tendrá que arriesgarse y avanzar…
¿Pero por dónde? Triste destino se dice a sí misma: ¡no se puede saber! El
futuro no emite ninguna señal y, seamos serios, ¡nadie sabe nada sobre él!
Está establecido desde el origen: el presente es fugitivo y el futuro aún no
sostiene ninguna realidad, ¡no está hecho todavía! Y esa es nuestra
condición. Y no puede haber ninguna otra en la que podamos vivir.
Hormigas y hombres se dan la mano aquí. La hormiga no ve nada del
terreno al que se dirige, pero el hombre no ve nada del futuro a donde
va.
Nadie crea que el observador es omnisciente y que se podría hacer pasar
por un adivino, porque aunque sabe mucho, inmensamente más que la
pobre hormiga, ¡no lo sabe todo sobre el futuro de esta! Sabe con total
certeza que viniendo de donde viene y guardando la trayectoria actual, se
encontrará con esto o lo otro (y esto es casi seguro porque tanto las
hormigas como los hombres «hacen lo mismo durante toda su vida», son
incapaces de cambiar casi nada; y siguen y siguen igual, en línea recta, de
forma que son completamente «predecibles»). Y da casi igual que la vida
nos vaya bien o mal, nos cuesta lo indecible cambiar aunque sea un poco, o
por lo menos en aquello que más necesitamos. El mínimo cambio requiere
una serie de condiciones muy complejas porque como se ha señalado con
total precisión: el hombre solo quiere cambiar «algo» (una parte, un rasgo,
un aspecto, un defecto, un síntoma, etc.) en él mismo; pero no entiende
que para lograr cambiar algo… ¡tiene que cambiar todo! Y esta es la
gran dificultad.
En el fondo es absolutamente cierto que los hombres queremos
cambiar «algo» pero para que «todo» siga igual. Esta es la gran
limitación que presentan las psicoterapias respecto al psicoanálisis, porque
este no engaña a nadie al decir que «no se puede cambiar de acuerdo a mi
deseo de cambiar», sino que tendré que abrirme a la incierta posibilidad de:
aceptar un cambio que yo no podré controlar. En el caso de la búsqueda
transcendente, es todavía más amplio y arriesgado el asunto porque afirma
que el destino que aceptaremos será, ni más ni menos que llegar a ser
aquello que ahora mismo no me reconozco ser; o sea un «ser desconocido».
Siguiendo con nuestra hormiga, el observador puede ver de forma muy
natural y nada esforzada, que si un «gran cambio de trayecto no sucede» esa
hormiga se dirigirá irremediablemente hacia tal o cual sitio, y que tendrá
que enfrentarse con una «concreta situación futura», que le podrá ser
favorable o no. Pero que si cambiara por algún factor de los que el
observador no es consciente, entonces no obstante también sabría qué
destino le tocará enfrentar, observando con cuidado el «nuevo trayecto» que
inicia en ese momento. Nadie crea que el supuesto adivino siente la menor
satisfacción por ser testigo de este espectáculo, más bien siente algo que se
podría parecer a la compasión al tener que constatar la existencia de
destinos tan «inciertos y azarosos».
Siente pena, porque si se pudiera comunicar con ella quizás le pudiera dar
una vital información y así ella podría evitarse peligros innecesarios y
pérdidas de tiempo lamentables. Pero un momento más tarde se siente
sobrecogido al darse cuenta de que… ¡él, él mismo, se encuentra en
idéntica situación que aquella! Tiene que reconocer con pesar que él
tampoco recuerda bien quién era y que quería en el pasado, que metas tenia,
como pensaba y sentía y porqué tomó tal o cual decisión. No recuerda bien
qué trayecto eligió, ni por qué motivos, ni cómo ha llegado hasta aquí.
También comprende que ahora está ofuscado por la prisa y la urgencia de
tomar decisiones casi a ciegas en el momento presente; y que por ello hará
esto y lo otro pero casi por probar a ver qué pasa; sin conocimiento
verdadero. Ni él, ni nadie que conoce ¡sabe más ni mejor! ¿Tendrá que
elegir a ciegas, sin certezas?... casi seguro que sí. ¡Igual que la ciega
hormiga!
Ese hombre considera que su futuro no le envía ninguna señal, y que por
lo tanto ¡es inexistente!, que es ¡totalmente incognoscible! Está totalmente
convencido de que su futuro, ahora no está presente, vivo y activo; no tiene
ninguna realidad que él pudiera aprovechar. Igual que la hormiga, que cree
que detrás de ese minúsculo montículo de tierra, que le obtura la visión, no
hay nada real todavía. Cree como la hormiga que hasta ese momento en
que él llegue allí… ¡a su futuro!, este no tiene «realidad». Por lo menos,
él sería capaz de describirle a la hormiga el futuro con detalle, si esta
pudiera comprender, pero a él… «pobre de mí ¿quién me podría ayudar?».
¡Ay, si pudiera disponer de un plano alzado desde otra perspectiva y nivel!
¡Ay, si hubiera alguien observando su trayecto por estas salvajes rutas del
pasado y el futuro, y le quisiera informar! Como lo agradecería. Se dice a sí
mismo que la hormiga no tiene muy buena vista, él mismo tampoco es un
lince, de hecho ve bastante mal, y quizás sea por eso por lo que ambos no
pueden ver lo que se les viene encima. Pero comprende pronto que no se
trata de disponer de una «gran capacidad» de visión, sino que lo que define
la perspectiva posible, o sea la capacidad de Ver, es la «posición desde la
que se mira», que puede ser de mayor o menor «elevación». La capacidad
de Ver depende de la «posición», más o menos elevada, y no tanto de la
dotación personal.
El buscador se libera de esta triste falacia de sentirse con los mismos
recursos que una hormiga, aceptando mansamente sus mismas limitaciones
e incertidumbres, cuando comprende con claridad que su «visión»… se
puede Elevar. Puede haber muchas formas de elevación de nuestra
capacidad de Ver, pero lo que puede ser interesante es comprender que este
proceso no tiene nada de oculto, secreto o misterioso. Nosotros aquí vamos
a referirnos a tres de ellas: la elevación sobre el egoísmo personal, sobre la
mente particular y sobre la propia «Identidad».
La primera elevación sería la elevación sobre el «egoísmo», con el
desarrollo de un sincero deseo, no solo de lograr mi propia felicidad sino
también la de los seres que me rodean.
La segunda elevación es una superación de las «opiniones personales»,
o sea de los contenidos particulares de mi propia mente, en forma de
afirmaciones indiscutibles y creencias ciegas no diagnosticadas como tales,
que me llenan. Esto supone el acceso a unas áreas de «silencio mental»
abierto, donde no sentimos la compulsión de «saber» a toda costa; donde
comprobamos que el «lenguaje que me hace ser» es fortuito y
condicionado, o sea que no contiene elementos verdaderamente eficaces
para encarar la cuestión de la Verdad, aunque sirva suficientemente para
«vivir la vida». Y, en conclusión, visto esto: ¡consigo elevarme sobre mi
propio lenguaje!
Y la tercera elevación es mucho más difícil de lograr porque implica
la sospecha de que «yo, en cuanto soy ahora… no soy real». Por ello uno
abandona la subjetividad humana y se hace imparcial e «impersonal».
Siente que a la vez es él y no es él. Que su ser es «doble», formado por
elementos humanos y por otros de naturaleza cósmica, y que estos últimos
son los que están olvidados. Y desde esta nueva posición ahora puede Ver,
sin obstáculos y sin deformaciones subjetivas, lo que sucede alrededor de él
mismo. Entonces empieza a ver que el pasado, el presente y el futuro, son
en realidad un solo «tejido», son una «única pieza» entera, a la que
podemos mirar, no para jugar a adivinos, sino simplemente para Ver. Ve que
esos supuestos tres espacios, para la hormiga, o tres tiempos para él, ya
están vivos y presentes, de alguna forma. Por eso cuando mira a su pasado,
ve que no se ha perdido en la nada, que esta «como presente»; cuando mira
a su futuro, siente vagamente que este ¡se le empieza a mostrar y le envía
como señales!
Y entonces el hombre sentado en el banco, comprende por primera
vez que se puede «elevar sobre sí mismo»… y entonces ¡se ve a sí mismo
como antes veía a la hormiga! También ve a esa entusiasta hormiguita,
cómo corretea de aquí para allá, sin plano, sin memoria y sin visión alguna.
E, inevitablemente ¡siente ganas de ayudar!
CONCEPTO DE FALACIA

El buscador de «algo» que se sitúa más allá de la vida ordinaria parte hacia
lo que él entiende como su destino con todo el «bagaje» previo de
conceptos, prejuicios y creencias, que ha recibido aquí y allá a lo largo de
su formación personal y de su vida particular. Independientemente de cuál
sea la sinceridad de su búsqueda y la intensidad de su «necesidad», él
no tiene «ningún otro instrumento» que pueda utilizar que no sean los
«contenidos» de su mente, de su propia mente. Pero esos contenidos,
completamente «condicionados» en su origen (son muy limitados y además
«heredados» de otros, por lo que no han sido validados personalmente; pero
es que ni siquiera han sido reconocidos como algo foráneo o «ajeno a mí»),
aún siendo el «instrumento único» del que disponemos, no son fiables en
absoluto. De hecho son una «guía», sí, es cierto, la única que tenemos,
pero está llena de trampas internas.
Si a cualquiera nos dijeran que mañana seré nombrado jeque de alguna
tribu en Asia central, entonces no me quedará otra opción que imaginar,
deducir y «proyectar», en base a mis experiencias previas, carácter y
fantasías, aquello que me tocará vivir. Y entonces pienso cosas desusadas,
me imagino otras, consigo recuerdos aproximados, me invento
fantásticamente otros, saco a colación libros que he leído, películas que he
visto, experiencias que he tenido y otras que me han contado, etc.
Construyo falacias y falacias: ¡porque no tengo elementos cabales y
precisos para representarme en qué consiste ser todo eso, vivir todo eso
que todavía nunca he sido y nunca he vivido!
Aunque sea el hombre más inteligente, el más equilibrado y el más
responsable, echaré las campanas al vuelo de mi imaginación que está
totalmente teñida de mis fantasías, conocimientos y expectativas íntimas.
¡Me habré convertido en un creador imparable de falacias, o
representaciones mentales aproximadas construidas con los elementos
que tengo a mano! Seré un prolífico creador de «falacias»; en este caso las
falacias del que va a ser «jeque de una tribu del desierto».
Pero si, igualmente, me fueran a dar el premio Nobel, los días anteriores
no haré otra cosa que imaginar cómo voy a ser yo, y cómo va a ser mi vida
después. Imaginaré, haré suposiciones, planificare posibles vivencias que se
realizaran o no. Esperaré tal o cual cosa, creeré que sucederá esto o aquello,
hare cálculos, proyecciones, y todo será una mera construcción mental.
Como no tengo el conocimiento de que voy a vivir ni de cómo puede ser,
entonces sustituiré necesariamente este vacío por elaboraciones fantasiosas
por necesidad: o sea por falacias.
Cuando el hombre se plantea una «búsqueda de transcendencia»,
dado que va hacia lo desconocido más absoluto, pues sucede el mismo
fenómeno… , tenemos que construir hipótesis proyectándonos desde lo
que sabemos a lo que imaginamos. Incluso en la ciencia más pura
ponemos en juego hipótesis, que si no son intelectuales (es dudoso eso de
yo no tengo hipótesis previas: «hypotheses non fingo»; pero bueno…),
serán emocionales, y si no egoístas y personales; pero siempre habrá una
«expectativa» emocional, una «especulación» intelectual, y una
«motivación» personal, para seguir en este u otro camino de investigación
científica. Y ninguna de ellas será racional al cien por cien, en estricto
sentido.
En el caso de un «buscador» sabemos que es ese tipo de persona que
intenta dar respuesta a «preguntas que no disponen de ella». O sea…
¿De dónde vengo, quién soy, adonde voy? Y sobre las que no cuenta con
rastro alguno de datos objetivos. Como no tiene elementos de soporte
serios, si quiere intentar avanzar sobre ellas tendrá que recurrir a dar
consistencia a sus propias Falacias, porque ellas serán lo único que le darán
motivación y orientación. El problema es que el buscador aspira a la
Verdad, o eso dice, y por lo tanto, si para el hombre ordinario las falacias
son una parte perfectamente admitida del fantaseo general de su vida, para
el buscador cualquier falacia «será» un «obstáculo» más o menos grave
para conocer la Verdad… y por ello las deberá superar y disolver casi en
su totalidad.
Porque toda falacia consiste en una «aproximación a un Límite de
conocimiento y funciona a la vez como un «error de concepción», pero que
es inevitable y necesario para orientarse; como un «auto-engaño» por ser
construidas con nuestros propios deseos más o menos encubiertos, pero
engaño que es imprescindible para lograr motivación y fuerza; y como una
«trampa» imaginaría que nos captura e inmoviliza, impidiéndonos
precisamente alcanzar lo que buscamos: la desnuda verdad. O sea que este
intento de aproximación a un Límite de conocimiento lo deberemos
hacer con algo que reconoceremos como un «error conceptual», un
«autoengaño motivador» y una posible «trampa imaginaria».
Una falacia para un buscador es una representación «no ajustada» a
la realidad sobre algo abstracto, (el futuro, la verdad, la felicidad, la
muerte, etc.) y además una representación inevitable, pero «distorsionante»
de nuestras posibilidades de «conocer», de sentir y de «ser». Es como un
mapa hecho por mí mismo, pero no sobre el trayecto ya realizado sobre un
terreno conocido, sino solo suponiendo e imaginando como será ese otro
viaje que voy a realizar. O sea construyo un mapa totalmente subjetivo,
creado mediante una «especulación mental» sin base alguna de datos
fehacientes y además con un «fantaseo emocional continuo» como base, sin
la mínima consistencia, y luego me dejo orientar por él.
Las falacias tienen siempre diversos componentes: son pensamientos e
ideas erróneas, sentimientos y afectos residuales, creencias y prejuicios
compartidos, son deseos y aspiraciones más o menos subconscientes. Y
también son complejos psíquicos universales (míticos o arquetípicos) y
síntomas psicopatológicos propios de nuestra neurosis particular. ¡Todo ello
a la vez!
Cojamos el ejemplo del jeque que voy a ser. Me pregunto: ¿seré como un
monarca occidental? O un vulgar jefecillo, tiránico; o por el contrario otro
con carisma desbordante. ¿Cómo vestiré?, como un personaje distinguido…
supongo. ¿Dónde viviré? ¿En qué palacio, con quién? Y estas preguntas y
miles más se las hace el afortunado aspirante a jeque con sus
conocimientos, su memoria y su lógica.
Pero la emoción añade cosas como ¿me querrán mis súbditos o me
intentarán derrocar? ¿Los ministros confabularán u obedecerán mis
órdenes? ¿Tengo riesgo de acabar envenenado como en las historias? El
paranoico lo verá todo así. Y el ingenuo y sensiblero bonachón estará
seguro de que va a hacer lo mejor por su pueblo y que por supuesto le
amarán mucho. Pero si me quieren tanto y no soy capaz de darles en
reciprocidad, quizás me llegue a sentir culpable, etc. ¿Estaré a la altura? La
inseguridad personal añade sus propias cosas.
Y las creencias humanitarias y caritativas, de un altísimo nivel ético, te
dicen que servirás a todos como a ti mismo y que estarás solo al servicio del
pueblo, de su felicidad y claro te admirarán por ello y pasarás a la historia.
Pero los prejuicios de raza te recuerdan que quizás te las vas a ver con
salvajes ignorantes y crueles a los que tendrás que sojuzgar, y ya te ves
obligado a ser duro, incluso tiránico. Para eso deberás reforzar tu ejército.
Pero bueno, de paso, realizaré unos cuantos deseos que laten de siempre
bajo mi piel y a los que nunca me atreví a dar vida… por supuesto, primero
un humilde harén y multitud de artistas y creadores a mi alrededor y los
más sabios me enseñarán todo lo que saben y yo estaré a su altura
discutiendo de igual a igual, además haré un mausoleo para mí y mi familia,
parece lo propio.
Dictaré leyes que se mantendrán por mil años y favorecerán la vida de
todas las generaciones; así seré como un Salvador de la miseria y el
sufrimiento de los pueblos. Y quizás desarrolle la capacidad de curar como
otros reyes y alcanzaré la talla de un «taumaturgo» de gran poder. Los
contenidos míticos y los arquetipos profundamente anclados en su interior
le ayudan a desarrollar como va a ser su reinado: salvará, curará, profetizará
quizás. Pero viene la psicopatología, básicamente neurótica que padece,
en sus mil formas y le dice que si fracasa ¿quién le va a querer?, porque
además ya sabe que cuánto «ha dado» los demás nunca le devuelven lo
mismo, como aquel amigo que tal y tal, y ahora seguro que le va a pasar
otra vez, porque tiene muy mala suerte en la vida, porque su mamá prefería
a su hijo mayor y a él siempre… Así que ha decidido que no aceptará el
cargo, ya que menos mal que se ha dado cuenta de que todo era una trampa,
una más, del «destino»que le quería burlar y… Y construye la falacia de
que cuando algo cambia para bien suele ser en el fondo para mal. Es
desconfiado, incluso paranoide. Y por eso renuncia.
Este es un simple ejemplo de la complejidad de nuestras elaboraciones
mentales y de los diversos recursos que se ponen en juego cuando no
sabemos fehacientemente de algo.
Cuando se inicia la búsqueda uno está lleno de falacias, unas son
«personales» (conocimientos y deseos), otras «culturales» (creencias, mitos
y prejuicios) y algunas son «psicopatológicas» y particulares. Estos cinco
elementos serán los componentes inevitables de cualquier falacia.
Pero las falacias están referidas no solo a la Búsqueda, sino a todas las
áreas, más o menos definibles de la vida. Tenemos falacias respecto al
éxito o fracaso, respecto al amor y todas sus ramificaciones, respecto a la
felicidad personal, al valor de la humanidad, al concepto de progreso, al
futuro que esperamos, qué nos ofrecerá la ciencia, como será la humanidad
en cien años, etc. Y mil cosas más que nos obligan a hacer ciencia ficción…
¡porque no sabemos!
Consideremos con detalle esta «fantasía»: estamos convencidos de que en
el futuro no tendremos que desplazarnos, con chascar los dedos ya
estaremos donde queramos estar, sea en la playa o en la Luna. Y un robot
nos acercará el vaso de vino… hasta la boca. ¿Por qué tener que ir a la
cocina? Y por supuesto que ya sabemos que el trabajo físico va a ser
transferido a las máquinas en su totalidad, pero es que ¿por qué tengo que
andar, si se me cansan las piernas? ¿Por qué tengo que moverme trabajando
con mis músculos? Estas cuestiones parecen caricaturas, pero no lo son:
porque colectivamente ya estamos en ello. Pero tengamos cuidado con
nuestras falacias ordinarias porque condicionarán toda nuestra vida, dado
que toda nuestra investigación, todos nuestros esfuerzos colectivos se
dirigen hacía allí: ¡a lograr no tener que movernos con el cuerpo porque es
muy cansado! Cuando el hombre ya no necesite moverse, ¿entonces cómo
será nuestra realidad humana? Las falacias del hombre ordinario, del no
buscador, son aterradoras, en su mayor parte. ¿No es verdad que dentro
nuestro consideramos que tener que movernos para lograr las cosas es una
«servidumbre innecesaria», algo ya anacrónico?
Las falacias nos rodean, tanto si solo vivimos felizmente, como si además
«buscamos». Los que viven tranquilos con la vida tienen la opción de
conocerlas y superarlas si quieren, pero los «buscadores» tienen además la
necesidad imperiosa de librarse de ellas. Porque las falacias son lo
contrario del «conocimiento de sí». Y este es «algo que es muy superior al
conocimiento del mundo».
A. El cuestionamiento personal
Por eso, para minimizar la esclavitud a las «falacias», si fuéramos capaces,
comenzaríamos siempre nuestra búsqueda por un primer periodo de
«cuestionamiento integral» de todo lo que «sabemos» y de todo en lo que
«creemos», y afinando todavía más, de todo lo que «suponemos saber».
Esos terribles «supuestos básicos» en los que vivimos toda nuestra vida, y
que la condicionan completamente sin poder conocer siquiera que existen y
actúan en nosotros. Algo que doy por «supuesto desde siempre» y sobre lo
cual jamás me he interrogado ni me interrogaré. Vivo toda mi vida apoyado
en «supuestos básicos» de los que ni puedo reconocer su presencia, y
precisamente el «primer despertar» es verlos, o sea ver lo que «supongo sin
fundamento alguno». Esto conllevaría una época inicial de «limpieza y
vaciamiento». Limpieza de lo «negativo», y vaciamiento de lo «inservible»
de lo que ocupa un lugar en nosotros y «obstruye» la llegada de algo nuevo.
En la enseñanza del Cuarto Camino se la conoce a esta fase como el paso
obligatorio por el «garaje», que a nadie gusta, porque nunca «queremos
limpiarnos, vaciarnos de algo, ni renunciar a nada». Cuando iniciamos un
camino cualquiera ¡vamos con nuestras manos!, nos da igual lo limpias que
estén, no es una cuestión que se haya planteado nunca en nosotros,
¡utilizaremos «nuestras manos»! ¿Qué habría de sorprendente en ello?
Siempre las utilizamos, aunque no las veamos ni las sintamos. Y además
vamos a «coger», «aprehender» e «incorporar» (y cómo podemos suponer
se nos activan casi con exclusividad nuestras bocas, además de nuestro
estomago. Es lógico, porque nos visualizamos como «hambrientos» yendo a
saciar un hambre de décadas). La primera necesidad siempre es «comer»,
ya se sabe, el hambre es el primer motor; y el buscador querrá comer alguna
porción de la verdad. ¡La que sea!
En las grandes enseñanzas tradicionales corresponde a esas épocas en que
todavía se es un simple «aspirante» o «neófito» que permanece a las puertas
del templo antes de ser admitido en él. Sin limpieza, todo lo adquirido
posteriormente sería «desnaturalizado y contaminado», y además usado
para propósitos inconscientes y egoístas. Sin vaciamiento, no habría lugar o
espacio para nada nuevo que fuera verdaderamente «renovador». Una de las
habilidades más necesarias para avanzar sería esta de ser capaz de «hacer
espacio en mi interior», para permitir que algo me llegue. En este «garaje»
habrá que permanecer el tiempo que haga falta para completar esta tarea,
por eso no se debería intentar evitar nuestro pasaje por allí. ¡Habrá que
completar el proceso de limpieza! Y si no somos capaces de hacerlo con
alegría habrá que hacerlo por lo menos con resignación.
Este «cuestionamiento inicial» es una tarea muy difícil porque nos
desnudará de nuestras «convicciones íntimas, creencias arraigadas y mitos
particulares»; y no podemos prescindir de ellos de la noche a la mañana, si
queremos lograr «movernos» o transitar por el camino que sea, con cierta
seguridad. Es todo lo que tenemos y es todo lo que constituye nuestra
«motivación». Sin disponer de esos contenidos de creencias, convicciones y
mitos, es muy posible que nos quedáramos durante largos periodos «al
pairo»; o sea, movidos solo pasivamente por las corrientes de fondo que van
para acá y para allá, pero sin «rumbo personal» alguno; ¡sin impulso!
Habríamos perdido la autoconfianza y la autoestima necesarias justo cuando
empezábamos a movernos.
Cuando se comienza a buscar, se busca con todos los recursos de los que
se dispone (aunque sepamos que no son los mejores ni los definitivos) y
esto nos da fuerza y propósito; más tarde ya se «depurarán». Más tarde
iremos cambiando y ajustando nuestra meta personal y haciéndola cada vez
más «limpia de subjetividad». ¡Necesitamos un cierto grado de entusiasmo!
aunque sea ingenuo o grosero, y esto al comienzo es estricta verdad. Con el
paso del tiempo y la inevitable maduración que se operara en nosotros,
sentiremos incluso un poco de vergüenza de nuestras «pretensiones y
fantasías iniciales», y esta será una indudable buena señal ¡porque implicará
que habremos empezado a cambiar!
Si uno se recuerda cuando tenía veinte años y como planteaba su propia
búsqueda sentirá algo de vergüenza, sin duda; no tanto porque lo que se
buscaba fuera egoísta o quimérico (el tiempo demostró que no lo era, que su
búsqueda correspondía a una necesidad real y noble), pero sí que era
ingenuo hasta límites risibles y además infantil por su «idealismo»
desconocedor de los condicionantes de la vida en primer lugar y de las
sofisticadas posibilidades de la «consciencia» también. Pero décadas
después uno sabe a ciencia cierta que también ahora, ahora mismo en esta
edad de «senior», cualquier intento que realizo «convencido de mi
capacidad de representación justa de la Verdad de las cosas, también es
ingenuo e insuficiente. La Verdad no se deja atrapar ni limitar por mi mente.
Por eso desarrollar este camino es incorporar como una curiosa y serena
sabiduría esta afirmación «sé mucho, cada vez más, pero no sé nada… a su
vez».
Cuando era joven, me quejaba de mí mismo en algunos momentos de
pasividad y apatía en mi búsqueda, y me preocupaba el hecho de que quizás
no tenía el suficiente «entusiasmo» (para mí el entusiasmo en la búsqueda
era una sensación muy concreta, ligada a una emoción de entrega personal y
de alegría) requerido para un avance decidido y eficaz. Hasta que en una
reunión con personas mucho más maduras, y mayores que yo, escuché esta
afirmación: «El entusiasmo es sospechoso». Confieso que se produjo en mí
un efecto inicial de incomprensión y casi de rebelión («tal como está el
mundo, y como estamos nosotros —me dije— no entiendo a qué viene tanta
serenidad o tranquilidad que excluye el entusiasmo por cambiar las cosas.
¡Pero si es que además no hay apenas entusiasmo en ningún sitio y en casi
nadie!»). Esa fue mi queja interior. Solo mucho más tarde empecé a
comprender: el entusiasmo arrastraba las motivaciones y secretas
esperanzas del hombre viejo y dormido, que creía que tenía algo que ganar
en todo eso del Despertar.
Ese entusiasmo era una manifestación del intento de supervivencia del
hombre viejo, que se camuflaba así en el nuevo territorio que yo necesitaba
explorar. Pero yo no podía entenderlo, todavía. No, el «yo de siempre» no
tenía nada que ganar, ¡solo el descanso de dejar de «pretender pasar» por
real! El entusiasmo, aún siendo necesario, es sospechoso y además «fuego
de papel», y por ello sirve para muy poco. Se necesitará mucho más la
convicción, la certeza y la muy humilde «necesidad». Y esto pone en realce
que la verdadera pregunta que se mantendrá como subterránea casi todo el
tiempo será esta: ¿quién tiene algo que ganar con todo esto del Despertar?
¿Quién será el sujeto que se subirá al podio a recoger el premio final? Este
proceso tiene unas características tan peculiares que podemos decir que: un
hombre será el que corra la carrera y alcance la meta, pero otro será el que
reciba el premio o el diploma. Y esto hay que aceptar que sea así.
B. La verdad… para el hombre
La «verdad», suponiendo que exista y que sea accesible al hombre, aunque
fuera en una modalidad de «aprehensión» limitada o peculiar, es no
obstante un alimento muy crudo e indigesto al comienzo para nuestros
inmaduros estómagos; aunque muy «nutritivo» y dulce al final. No estamos
preparados para reconocerla y mucho menos para aceptarla, porque nos
presentará un panorama tan desconocido para nosotros que nos generaría
incertidumbre y confusión, incluso miedo; lo cual muy probablemente nos
llevaría a interrumpir la búsqueda y quizás a abandonar. ¡Y hablo de la
«verdad», no en un sentido radical o último (esa Verdad que no parece tener
sitio en la pequeñez del hombre) sino en una dimensión muy propia y muy
próxima a nuestra situación humana!
Se habla aquí casi exclusivamente de la «verdad para el hombre», de
la verdad humana, no de la Verdad Absoluta, pero incluso aquella, la
humana, es de trato difícil.
Esta diferencia entre dos niveles de «verdad» equivale a la gran distancia
que existe entre la búsqueda de una meta con Forma y Atributos, que
aunque sean totalmente «supuestos» nos parecen conocidos y familiares; y
lo que sería la búsqueda de una meta final Sin Forma alguna, totalmente
irrepresentable (Sa-guna y Nir-guna respectivamente. Guna significa
«cualidad»). También en la mística medieval cristiana centroeuropea (M.
Eckhcart) tenemos a Dios por un lado, con el cual el hombre puede intentar
hablar, y hasta negociar, y a la Divinidad inimaginable e inefable por el
otro, ese «absoluto desconocido» ante el cual no sabemos qué actitud tomar.
Resumiendo diremos que hay un Ideal personal y otro Objetivo o Final, y
que el primero nos generará alguna forma de amor: mientras que el segundo
nos introduce en la «boca oscura del Misterio». Esa podría ser la diferencia.
Y cada cual debe elegir, si puede, entre estas dos posibilidades. Porque en
relación a nuestra capacidad de encarar la «verdad», la situación humana es
«penosa» en casi todos los sentidos en que se la tome. No se trata de que
amemos la mentira sino simplemente de que nos «aferramos» con avaricia a
lo conocido, a lo familiar, a lo primero que nos llega o nos influye; en pocas
palabras: «que nos apegamos a lo viejo» con una adherencia bastante
ciega… ¡y nos cuesta mucho cambiar! Pero la «verdad» siguiente, la que
será más verdadera, nos exige una continua actividad mental de
investigación en el área de lo nuevo; y un cierto desapego emocional por lo
ya conocido, a lo que consideraremos como un «objeto insuficiente» para
nuestras pretensiones de conocer. Pero el impulso evolutivo general como
humanos que buscan y nuestra capacidad de amor por la Verdad, que es
siempre renovada, reformulada, afinada y recreada continuamente, o sea
nunca quieta, nos ayudaran.
En realidad no es tanto la «verdad» lo que será duro de tragar, sino que lo
que nos resultará inaceptable será el ver, sin la preparación emocional
suficiente, la escasísima verdad que sostenemos en nosotros mismos:
nuestra propia «in-consistencia e in-coherencia mental». La terrible burbuja
de sueños en que vivimos. La condición «oniroide» de nuestra mente y por
ende de nuestra vida. La constatación viva de que estamos «equivocados».
¿En qué?: en lo fundamental.
¡Justo un momento antes de ver la Verdad, visualizaremos durante un
tiempo determinado nuestras mentiras, autoengaños y falsedades!
Nuestras ideas, concepciones, representaciones, juicios de valor, creencias,
y todo aquello que constituye los contenidos predeterminados de nuestro
«aparato conceptual», en relación a lo que las cosas son realmente, y
podremos contemplarlas un momento desde una posición que nos permitirá
verlas y confirmar su verdadero y escaso valor. Y entonces veremos que son
muy simples, casi pueriles, y egocéntricas hasta un extremo insufrible de
soportar. Todos nuestros sueños, ambiciones, valores, expectativas,
creencias y pretensiones serán vistos como lo que son: productos del juego
azaroso de las influencias que han llegado hasta nosotros durante nuestra
vida. Todo eso que se ha sedimentado en nosotros de forma automática sin
que nosotros hayamos participado sustancialmente, principalmente cuando
éramos niños. En estas condiciones… ¡parecería casi mejor no saber
demasiado sobre sí mismo! ¡Preferimos descansar y dormir con nuestra
buena conciencia de siempre y una autoestima suficientemente preservada
que «reconocer la inconsistencia» que abrigamos en el interior!
Uno de los precios que se debe pagar por el despertar es justamente ese:
«el deber verse». «El verse como se es, ahora». Sí, pero hay que «saber
verse». ¡Sin desesperarse consigo mismo, sin juzgarse, sin condenarse! Uno
aprenderá a «verse a sí mismo» como si «yo fuera otro». Aprenderemos a
«vernos» con desapego y compasión, sin juicio alguno. La regla de oro para
esta tarea es: ¡lo que yo voy a ver… tengo garantías absolutas de que no
lo soy! A todo lo que vea en mí le aplicaré el Neti, Neti, del Vedanta: «eso
no soy yo». Y puedo tener la certeza completa de que lo que voy a ver ¡no
es mi verdadero Yo! Por eso en las primeras fases del estudio de sí mismo,
uno debe estar acompañado de alguien que ya haya pasado por ese proceso
de «desconocimiento», que no de «reconocimiento».
Conocerse a sí mismo, implica primero conocer lo que no soy, conocer
mi esclavitud mecánica. ¡O sea conocer al «tirano en mí! Porque esta
esclavitud resulta de la acción de un simple artefacto mecánico gigantesco
sin libertad ninguna que condiciona mi ser y lo «ata y amordaza» pero
desde el exterior. Y ese «artefacto» no es individual sino colectivo, es una
«propiedad» de la humanidad en su conjunto, pero no del hombre mismo en
sí, ¡y por eso nos podremos liberar de él! Quizás la humanidad entera no
pueda liberarse por ahora, pero el hombre individual sí puede. Es un
temible «cepo» que atrapa duramente los pies del prisionero, pero que no
forma en absoluto parte de su cuerpo; aunque este, que solo se recuerda a sí
mismo con los pies aprisionados desde que tiene consciencia, muchas veces
dude y no sepa distinguir su propio cuerpo del horrible mecanismo que le
tortura.
Y ver a ese pequeño monstruo mental, no es agradable, ya lo hemos dicho.
Y por eso que debemos estar incorporados desde el comienzo en una tarea
complementaria de auto-sensación. No conviene «ver la mente desde la
mente», sin sentir directamente que «eso no soy», y para eso necesitamos
hacer esta observación e indagación desde un nuevo lugar de mí mismo: mi
auto-sensación viva. Todos conocemos la esterilidad paralizante que se
produce en muchos trayectos que son solo mentales, porque solo utilizan
«instrumentos mentales». Un ejemplo de ello son algunas corrientes de
psicología o psicoanálisis que dan lugar a personajes que se diferencian
poco de los tipos religiosos clásicos, básicamente neurotizados.
Reconozcamos, sin embargo, que otros se libran de ello debido en gran
medida a una notable capacidad de vitalidad sensible y emocional.
De forma que el conocimiento opera primero quitándonos la máscara, y
haciéndonos ver lo que no somos. Nadie se debe asustar. Bastante más
tarde quizás se pueda decir algo sobre «lo que sí soy en realidad»…
quizás. Para ello se debe haber andado un buen trecho.
C. El auto-conocimiento
En todas las culturas, la tarea de «investigar» el «sentido», la
«significación» o el «valor» de la vida (a la muerte ya no se la investiga ni
interpela de ninguna forma, en nuestros tiempos) se detiene bruscamente en
cuanto el hombre se la debe «ganar», o sea en cuanto llega a la mayoría de
edad y tiene que trabajar y formar una familia. La investigación parece una
tarea reservada exclusivamente para adolescentes o adultos inestables, o sea
«estudiantes en formación» porque el adulto estable ya debe saber
sobradamente y con autoridad «todo sobre la vida», ¡no faltaría más! Pero
investigar acerca de la vida es totalmente imposible sin investigar
también acerca de la «mente». ¡De mi mente! No se trata simplemente de
hacer «epistemología» filosófica, ni tampoco un proceso de «psicoanálisis»
o utilizar cualquier psicología académica, para conocerla en sus
componentes, porque de lo que se trata es de «verla en vivo», en acción,
cuando está dirigiendo directamente mi vida y sosteniendo mi «identidad
personal». No se trata simplemente de capturar a mi mente como un «objeto
más de conocimiento»
¡Hay que lograr ver «cómo se vive», no solo conocer cómo se está
constituido mentalmente o construido fisiológicamente! Ningún
conocimiento proveniente de la psicología o de la neurofisiología me dirá
qué significa la experiencia de ser hombre y la experiencia de «ser yo». De
forma que se podría decir que para conocer la vida necesito conocer mi
mente en el instante en que esta está viviendo y permitiéndome vivir. Es allí
donde anidan las «falacias» desde muy temprano en mí. Las falacias están
antes del inicio de la búsqueda pero algunas se activan mucho con esta,
desarrollándose y cogiendo densidad en el movimiento mismo del buscar.
Una búsqueda sin «discriminación» o sinceridad intelectual (por ejemplo
una simple búsqueda de predominio emocional) favorece y refuerza la
densidad de nuestras falacias, constituyendo a veces un obstáculo tal que la
pueden frustrar.
Sobre la especulación filosófica no creo que haya muchos reparos en
aceptar que es una labor insuficiente para un conocimiento «esencial o de
verdad» porque en ninguna especulación se pone en duda la «capacidad»
del pensador para pensar. Y no hablemos de la simple especulación
obsesiva o completamente teórica, o sea de cafetería, que no son muchas
veces más que juegos de palabras sofisticados; o simples sofismas, para
sentirnos interesantes y profundos. Pensar, incluso pensar correctamente, es
una labor necesaria pero no «suficiente». Los filósofos trabajan con los
«pensamientos» pero no con el «pensador». Quieren cambiar solo los
pensamientos, pero no dicen nada, porque para ellos ni existe, sobre la
realidad condicionante del «propio pensador». Como mucho admiten
estudiar, y esto solo muy recientemente, los límites de la capacidad de
conocer, y descubren los «a priori» kantianos; o incorporan la filosofía del
lenguaje, poniendo al descubierto como este limita nuestra capacidad de
conocer y afirmando que en realidad la terea de la filosofía en nuestro
tiempo consiste en «liberarnos de los enredos mentales en que ella misma
nos ha introducido a lo largo de la historia» (¡qué poco prometedor!), pero
no enfocan su atención sobre las «motivaciones originales» del propio
pensador en su conjunto. Se sumergen en un mar de pensamientos
conceptuales y sin darse apenas cuenta de que están siendo hipnotizados por
los «juegos del lenguaje» (Wittgenstein) se pierden en estos.
Podríamos pensar que el psicoanálisis sí se centra en el estudio del
pensador, con sus deseos, fantasías y «fantasmas» inconscientes, pero tiene
otras limitaciones, como vamos a ver. Porque el psicoanálisis por su parte
se preocupa exclusivamente de «cómo» se constituye la mente y cómo
está formada, pero casi solo se centra en la mente inconsciente, y además no
pretende ni aspira, ni remotamente, a conocer que «es esta mente y que es
este Ser». En realidad, bien mirado, el psicoanálisis es «humilde y realista»
en sus pretensiones, pero se le ha transformado por muchos en una
«ideología» e incluso en una «especie de sustituto de la religión». No
pretende dar «respuestas ni sentido», solo describir cómo se forma la mente
en capas sucesivas de huellas y fragmentos de memorias. Desmonta con
eficacia muchas de nuestras fantasías y complejos mentales, nuestras
creencias y mitos más tempranos, y nos permite ver el «condicionamiento»
en que estos están originados. Pero no plantea como objeto de estudio la
«conciencia en sí misma», ni sus posibilidades de despertar a niveles de
funcionamiento más óptimo. Ni mucho menos plantea que es la realidad o
cual sería su valor. Y sin esos niveles más altos de funcionamiento de
nuestra capacidad de «observar y ser conscientes», el estudio de la mente,
pero solo de sus contenidos, es completamente parcial y limitado.
Estudia las posibilidades de actuación de la mente inconsciente pero no las
posibilidades de la mente «consciente». Primero porque no «cree» que
exista una consciencia superior a la ordinaria. Y segundo porque aún
cuando creyera, no sabría que «instrumento» utilizar para tal observación y
estudio. Resumiendo podríamos decir que el psicoanálisis nos ofrece un
gran conocimiento, pero que tiene una intención limitada, que no coincide
con las expectativas del «Buscador». Y que además nosotros «recibimos
dormidos» todo este aporte de «sentido y significación» que proviene de él,
cuyo valor aquí no se pone en duda ni por un momento. Sencillamente,
porque estamos continuamente somnolientos, recibimos esos chispazos de
«lucidez» (esos maravillosos «insights» liberadores) que provienen del
psicoanálisis sin poder aprovecharlos en toda la dimensión que nos ofrecen.
Como con cualquier otro conocimiento que nos otorga la vida.
Y entonces, dado que nos psicoanalizamos también dormidos, la pregunta
que surge es: ¿Cómo despertar? Pero esta pregunta no entra dentro del
marco del psicoanálisis; porque este afirma ¡que yo ya estoy despierto!
Y ahora me propongo conocer que contiene mi oscuro inconsciente
mediante la «asociación libre» que se desplaza sin límite por ese otro
océano de imágenes y significantes por donde voy con la capacidad de «luz
interior» que disponga particularmente. En general muy poca.
Por ello, ni la simple «especulación filosófica», ni tampoco la exploración
psicoanalítica, aunque ayuden, servirán para la tarea de liberarse
definitivamente de prejuicios, fantasmas, mitos, y creencias, porque esto
solo puede lograrse activando una «atención» de un nivel energético
superior al que teníamos cuando las adquirimos pasivamente, o sea, cuando
entraron en nosotros los mitos y las creencias, a formar parte del «yo que
siento ser». Por lo menos habrá que «despertar» hasta ese mismo punto de
«atención viva», para disolver los fantasmas y poder «ver» las falacias. Al
fin y al cabo ¡esto es el «insight»! Si nuestro grado de atención despierta es
«menor» que la que tuvimos en aquel momento, no nos será posible
deshacernos de ellas. De forma que primero tendremos que «retenerlas
delante de los ojos» en alguna medida para que no nos dominen y caigamos
identificados con ellas, y enfocando con máxima atención «poder verlas» en
lo que son: productos mentales «cristalizados» que constituyen mi mente. Y
esto será lo importante, ver que son productos que han «constituido»
(construido) mi mente en su totalidad en el pasado, y no solo que están
«contenidos como objetos, aunque fueran poco deseables, en mi mente que
dispongo ahora».
La diferencia es sustancial, porque cuando creo que esos «productos
cristalizados» son simples contenidos de mi mente, «yo», mi «yo», queda a
salvo de cualquier cuestionamiento; queda libre y a cubierto de cualquier
trabajo posterior sobre sí mismo. Me digo: «oh, sí, trabajaré sobre esas
cosas que están en mi… y me libraré de ellas». ¡Es muy simple, yo lo
conseguiré! ¡Utilizaré los procedimientos que se precisen y me libraré de
esas falsas creencias, que están en mi. Pero con esta actitud tan limitada, mi
«yo» sobrevive incólume y persiste en auto-vivirse como real. Sin embargo,
cuando veo en realidad que esos productos son y constituyen mi propio
«yo», el que ahora mismo estoy viviendo, entonces tengo que admitir que
también tendré que liberarme de él, de mi «propio yo». No es solo que yo
simplemente «contenga en mí» mitos y creencias, es que yo soy un ente
«creado enteramente» por mitos y creencias. O sea, «inventado por
creencias», se podría decir con más propiedad.
D. La auto-liberación
No ocultamos que liberarse de ese yo que sostiene esas falacias es una
tarea que se presenta como casi imposible… porque uno se pregunta: ¿con
qué instrumento lo voy a hacer? ¿Con qué motivación y fuerzas lo
conseguiré? ¿Con qué apoyos? Respecto al instrumento está bastante claro
que será con la ayuda de una nueva Atención.
Esa atención que necesito, lógicamente no será solo de una parte de mi
mente, sino que será lo más «global que pueda» (con la totalidad de mi
atención miraré el campo entero de mi mente); y sobre todo tiene que ser
«silenciosa». Tendrá que ser una atención silenciosa, sin palabras, que «no
me hable demasiado mientras miro». Esto es un ideal difícil de alcanzar
pero necesario a perseguir y posible de lograr. En realidad una atención
silenciosa quiere decir «vacía de emociones o tono emocional, o necesidad
emocional o presión emocional». No significa que no existan pensamientos
residuales en forma de palabrería caótica, que nos perturba como una
especie de ruido de fondo; sino que estos, los pensamientos automáticos,
estén tan lejanos que no logren «copar» mi atención. Porque lo
verdaderamente importante es que no existan «emociones perturbadoras»
que obstaculicen la claridad de mi «visión». Es la emoción, con sus
agotadoras fluctuaciones, lo que roba la energía necesaria para
disponer de esa «atención silenciosa». Por el contrario el «ruido de
fondo» de los simples restos de pensamientos, sin carga emocional, con los
que no nos identifiquemos, casi no llegará a perturbar.
Buscamos algo que se parecería mucho a una atención «imparcial y
suficientemente impersonal», para que nos ofreciera algunos frutos de
«objetividad» en nuestras observaciones. No vale cualquier observación, no
vale cualquier intento. En términos del Vedanta, y en general del
hinduismo, el «Viveka» de suficiente viveza (grado o intensidad de mi
atención silenciosa e impersonal) permitirá un «Vichara» valioso y
fructífero (o auto-indagación esencial sobre la naturaleza real del «yo»).
Sería imposible una eficaz auto-indagación en un estado medio
dormido, somnoliento o pasivo. Por ello, será necesario primero lograr
«despertar el instrumento de observación», y solo después «mirar» con
atención y «observar» primero detalles sueltos y, más tarde, incluso poder
estudiar ciertas «totalidades» de funcionamiento. Primero activación, luego
captar detalles y al final lograr ver conjuntos más amplios de mí. Atención
enfocada sobre mí, observación continuada de los procesos que se
desarrollan, estudio sistemático de acuerdo a un plan y al final el logro del
«conocimiento de sí». Todo se resume a la capacidad de desarrollar una
atención silenciosa y activa en mí.
De forma que cuando empezamos a buscar lo hacemos con «planos»
siempre erróneos (esos planos son los contenidos de nuestra mente), y
nuestras expectativas están llenas de «falacias» (emocionales y
conceptuales), que nos entretienen transitando por «caminos equivocados»
por demasiado tiempo, un tiempo precioso que a veces dura para siempre.
La tarea, que debemos cumplir al movernos hacia la meta, por lo tanto es
doble: primero mirar al camino para verlo y poder reconocer si por donde
voy es por donde quería ir; y a la vez mirar inquisitivamente al plano, para
ver dónde contiene el «error», el posible error, ¡donde señala mal!
¡Atención al Camino de barro y atención al Plano a la vez! ¡Y el plano
es mi propia mente, no solo las enseñanzas que recibo! Cumpliendo estas
dos tareas simultáneas las falacias se empiezan a mostrar por sí mismas y se
hacen visibles a nuestra mirada. Primero aparecen como una observación
fugaz en la periferia de mi campo mental; luego cobran centralidad y
visibilidad. ¡Allí están!
Debemos reconocer que no parece tarea fácil intentar estudiar «lo que la
vida es» pero a través del estudio de «lo que yo soy». Porque es inevitable
centrarse en sí mismo como el «único» objeto de estudio
verdaderamente «accesible directamente», todos los demás son
supuestos. No se hace así por ningún tipo de narcisismo o egocentrismo, es
simplemente porque «el yo» es el único lugar donde puedo «conocer de
primera mano que es lo real». ¿Dónde, sino? Un supuesto conocimiento que
soslayara esto, sería un conocimiento colateral y teórico, como también lo
sería la pretensión de conocer que «es el mundo sin conocer que soy yo».
Por eso se han realizado afirmaciones como esta: «conócete a ti mismo, y
conocerás el mundo y a Dios». Y por eso sabemos que el conocimiento
científico es totalmente incompleto e insuficiente.
Por ello comprendo que debo estudiar el mundo a través del yo; y que
a este a su vez lo debo estudiar e investigar mediante «aquel plano
señalizador» que me está enseñando y que estoy utilizando (sea libro,
escuela, enseñanza o maestro); y que precisamente a esto último, a «los
planos», lejos de confiar ingenuamente en su bondad y validez ¡los debo
estudiar y validar por mí mismo también! ¡Están repletos de falacias! Ya
hemos dicho que equivale a ir a conocer un país desconocido con planos
que sabemos que no son fiables, y que nosotros mismos deberemos cambiar
a medida que avanzamos. ¡Es como correr atándose los zapatos! Pero en la
práctica es perfectamente posible porque cuando menos lo esperemos
recibiremos «ayudas» que no estaban anunciadas previamente. ¡Debemos
confiar! Porque los planos nos señalan a veces que lo que buscamos está
mucho más lejos de lo que está en realidad, y al comprobarlo recibimos una
gran alegría. Al hablar de estos temas, los planos que disponemos los
humanos, debemos saber que en general señalan siempre «fuera del mapa».
Por eso la sorpresa será siempre que aquello que buscaba aparecerá mucho
más cerca de lo que nunca creí ¡Tan cerca como tu propia vena yugular!
E. Las falacias en mí
Solo yo podré ver y reconocer a esas falacias, cómo actúan en mí
(inmediatamente comprenderé que también están activas en los otros) y qué
efectos me producen de «confusión y desviación»; para después con gran
alivio y algo de vergüenza, dejarlas atrás. Nadie podría deshacerlas por mí;
nadie me las podrá mostrar antes de que yo mismo empiece a verlas. Nadie
las podrá desactivar ni mucho menos destruir sino lo hago yo. Yo, de
hecho, las necesito en alguna medida y durante algún tiempo, pero
permanecerán en mí solo mientras las necesite, ni un minuto más. Cada
falacia será sustituida por otro elemento equivalente pero de una naturaleza
muy distinta a ella, y que por el momento la describiremos como «una
nueva claridad mental vacía y silenciosa».
Una falacia no es simplemente una «fantasía» en un sentido creativo o
artístico, ni un «fantasma inconsciente» en sentido psicoanalítico, ni
tampoco un «síntoma» en sentido psicopatológico. No es sencillamente una
«creencia burda» del tipo de creencia dogmática religiosa, ni una
«ideación» errónea, de tipo filosófico o cultural; tampoco es simplemente
una opinión vulgar y común de las «masas y los omnipresentes medios»
actuales. Si fuera una fantasía como lo son las del adolescente o las del
artista, sabríamos como encararnos con ellas mediante el realismo y la
sensatez. Y si fueran solo las producciones de fantasmas inconscientes e
incluso síntomas clínicos, pues también sabríamos donde colocarnos
terapéuticamente, al menos para conocerlas. Y si fueran simples productos
de creencia burda o mitos, o errores colectivos de comprensión pues al
menos conoceríamos a que nos enfrentamos y como tratar esa ocultación
flagrante de la verdad mediante una labor de educación o discernimiento
sistemáticos. Pero la falacia no es ninguna de esas cosas exclusivamente
porque… ¡es todas ellas a la vez, e incluso algunas otras cosas más!
Porque sobre todo la falacia viene a cubrir «nuestra imposibilidad de
representación correcta del mundo», representación que los conocimientos
«científicos», siempre parciales y muchas veces desviados en su primitiva
intención, no nos puede otorgar, por sus mismas insuficiencias. ¡Ni siquiera
pretenden «comprender», solo saber!
Por cierto que es la vulgarización de estos conocimientos disponibles por
élites muy reducidas, que quizás si los entiendan, lo que da lugar hoy en día
al material más fácil disponible para construir nuestras falacias. A ello se
debe el que la búsqueda transcendental esté hoy en día completamente
saturada de modelos, ejemplos y metáforas «científicas», que seguimos sin
entender en lo más mínimo; pero que quisieran otorgar, según algunos,
carácter de cientificidad a la búsqueda de «un sentido vital y
transcendental». Pero nada tiene que ver el conocimiento particular del
mundo físico, logrado experimentalmente con el «sentido y la
significación» del acto humano de vivir. ¡Puedo saber muchísimo sobre
los detalles puntuales de la vida y disponer de enciclopedias enteras de
conocimientos, pero quizás no sepa vivir!
Este fenómeno del uso de «metáforas científicas», que en realidad poco o
nada ayuda al verdadero buscador en su búsqueda, tenemos que reconocer
que sin embargo representa un importante salto y avance respecto a las
limitaciones «imaginarias» que ahogaban nuestra representación de lo
«verdadero e irrepresentable» en nuestra cultura occidental de base
semítica: la representación del Todo, del Absoluto, como un insoportable
«conjunto familiar» (con papá enfadado y castrador, mamá naturaleza
rácana y seca, los hermanos envidiosos y amenazadores, las forzosas
comidas rituales, los chantajes, los castigos brutales, los despechos, los
elegidos por un lado, los impíos, los desterrados por el otro, etc.). Y esta es
la matriz donde se ha formado nuestra mente occidental.
Una dinámica familiar que aconsejaría urgentemente la intervención de
cualquier psiquiatra, dada la gravedad de la situación. Y sin embargo, de
allí venimos todos; con esos «ladrillos» hemos construido nuestros edificios
mentales durante siglos; y si nos miramos bien, a nada que observemos, los
podemos «reconocer» todavía en nosotros mismos introducidos en nuestra
estructura mental más íntima. Estas falacias ancestrales y tribales son
horrorosas y sus efectos venenosos. El estremecimiento que se puede
producir al verlo, solo debiera servir para una cosa: hacerse la rigurosa
promesa de que yo, algún día, mediante el esfuerzo y el trabajo que sea
¡lograré liberarme de toda esta basura delirante que cubre mi mente! ¡Y
humildemente conoceré la verdad o por lo menos algo de la verdad! La
primera liberación y quizás la última, es la liberación de la mente
forjada en la familia típica occidental; heredera de la familia patriarcal
del oriente medio que adoraba a un «dios» terrible, proyección pura de sus
propias mentes sin empatía, amor ni compasión.
Por lo tanto, nuestras falacias como buscadores (ya hemos dicho que los
«no buscadores» disponen de otras para la vida, igualmente ingenuas pero
mucho más dañinas) son una sólida mezcla de varios de estos aspectos:
fantasía consciente, síntoma, fantasma inconsciente, creencia, mito y
metáfora científica. Por lo tanto aunque se estudian como obstáculos
colectivos e inevitables para casi todos los buscadores de nuestra época, en
realidad su formación y consistencia será muy variable de uno a otro; o sea
que estas falacias acaban por ser «muy personales», y en cada uno de
nosotros unas tienen más peso especifico que otras. Y se van «desvelando»
con un ritmo o cadencia particular, de forma que se pasa de una a otra, pero
no sabríamos decir en qué orden o jerarquía van a manifestar su oculta
presencia. Para ello se necesitaría un complejísimo estudio de la
configuración interior de cada hombre y a su vez un conocimiento preciso y
exacto de qué tipo de «trabajo» está desarrollando esa persona para
despertar. Tarea que supera ampliamente nuestros objetivos.
Sin embargo lo que importa comprender es que estas falacias tienen dos
«funciones contrapuestas»: al comienzo del «trabajo sobre sí», son
«imprescindibles», sin ellas no haríamos nada, ni nos moveríamos, porque
nos generan algo de esperanza y entusiasmo. De hecho son «nuestra única
oportunidad». Pero al final son un «obstáculo mayor» para nuestra
liberación de la ilusión. Equivalen de alguna forma a la función que ejerce
el juego en los niños, esas «fantasías actuadas» que son sus juegos les
prepara para poder hacer correctamente en el futuro, aquello a lo que juegan
ingenua y torpemente de niños (juegos de mamás y papas, de maestros,
médicos y enfermeras, arquitectos, ladrones y policías, etc.). Ese «juego»
debe ser respetado y protegido en todas sus expresiones, e incluso como
sabemos todos ya a estas alturas, tanto maestros, como psicólogos y como
simples padres, debe «ser estimulado» por el adulto.
El niño ensaya una y otra vez los papeles y roles que va a desempeñar en
el futuro y así configura su verdadera personalidad. ¡Y nadie en su sano
juicio se atrevería a interrumpir ese juego! ¡Debe ser el propio niño el que
se canse de él, se aburra y lo abandone! Igualmente se respetarán las
falacias que utilizamos cada uno sin condenarlas, ¡pero no se las
reforzara de ninguna manera! ¡No se las dará el estatuto de «verdad»! No
deben ser alimentadas de ninguna forma y en cuanto se pueda se someterán
a una «terapia de silencio» (sin condenarlas ni aceptarlas) y después a la
más rigurosa «interrogación». Solo son falacias, «inevitables» al comienzo,
pero obstáculos al final.
Esta consideración vale con total exactitud para las falacias que sostienen
el «modo en que buscamos»; obsérvese bien que decimos «el modo en qué
buscamos» y no… las «metas» a las que aspiramos. Distinguimos el
«modo» en que trabajamos del «porqué» o para qué trabajamos. Es evidente
que al aspirar a una «meta» que en sí misma es también una «abstracción
inexpresable», y que irá cambiando y afinándose a medida que avancemos
en nuestro despertar, las falacias la rodearan en casi toda su integridad. Las
falacias van a condicionar completamente el «modo de nuestra
búsqueda». O sea en cómo entendemos nuestra búsqueda y cómo nos
esforzamos. No importa demasiado este hecho, porque es inevitable, dado
que… ¡partimos del sueño!; lo que sí importa es que la meta personal no
sea a su vez una falacia en sí misma.
Por eso quizás solo merezca ayudar a aquellas personas que sostienen
«metas» que sean sinceras, maduras, realistas, altruistas y éticas. O por lo
menos que contengan sustancialmente algunas de estas cualidades. Cuando
alguien, que sin disponer de este tipo de metas, pide ayuda para lograrlas,
quizás sea lo más indicado inhibirse y esperar a que madure su motivación
y su propia sinceridad consigo mismo. ¡No todo debe crecer! ¡No todas las
metas deben ser realizadas! Algunas metas son tan desajustadas, tan
fantasiosas o egocéntricas, en fin, tan desequilibradas, que es mejor que no
se desarrollen demasiado, dado que casi parecen simples «falacias
narcisistas» en sí mismas. Su supuesto cumplimiento no mejoraría en nada
la situación general, ni la particular.
Pero lo que queremos señalar es que incluso el más sincero buscador,
con las metas más limpias y éticas que podamos imaginar, se verá
sometido a la acción implacable pero «inadvertida» de todas las
falacias que constituyen nuestra organización mental colectiva. La
inmensa mayoría de estas son heredadas, y consustanciales a mi marco
cultural, y algunas pocas son particulares ¡Es inevitable! Lo único
importante será poder reconocer que existen, aunque no se las describa con
precisión, ni se las sienta actuar limitando y «deformando» mi visión, por el
momento.
F. Dinámica de las falacias
Vamos a considerar un cierto aspecto que tiene relación con el destino de
las falacias y la función que cumplen en aquellos que se entregan a una
búsqueda decidida en el campo ignoto de la Transcendencia. Para ello
tomaremos una afirmación que proviene del budismo Zen y que dice así:
«Al comienzo, antes de buscar el Satori, las montañas eran montañas, y los
valles eran valles; en el medio cuando comencé su búsqueda las montañas
ya no eran montañas y los valles no eran valles; después cuando alcancé el
Satori, las montañas volvieron a ser montañas y los valles… valles».
Hemos de suponer que esas montañas y valles del final, que habían
recuperado su naturaleza de tales, no eran exactamente iguales a las del
principio. ¿O es mucho suponer? Los espíritus conservadores dirán que por
supuesto volvieron otra vez a ser idénticas a las previas, y qué tranquilidad
sentirán con este corto o largo viaje, pero de garantizada ida y vuelta. Con
lo cual se cuela silenciosamente la idea de que este viaje en realidad es un
pseudoviaje, una especie de viaje virtual que en el fondo solo es una pirueta
mental subjetiva y que no nos añadirá nunca nada real. Hay algo de verdad
en esto que se insinúa, pero se utiliza normalmente para desanimar y
descalificar el carácter «real y «la urgente necesidad» del mismo. Por
desgracia esa descubierta dimensión «subjetiva o paradójica» no se utiliza
para comprender su evidente complejidad, precisamente por ser un «acto
absolutamente simple». El viaje es muy real y muy complejo
precisamente porque implica la reducción a la Unidad.
Por el contrario, aquellos más amantes del cambio y la innovación, que
entienden y aceptan una dosis de riesgo importante, aquellos que disfrutan o
sufren (mejor dicho disfrutan y sufren a la vez) de una «concepción fuerte»
de lo que es la Búsqueda, dirán que hay algo engañoso en esta aserción; y
afirmarán, por el contrario, que no pueden ser exactamente iguales el
comienzo y el final, que se necesita una profunda aclaración sino queremos
faltar a la verdad.
¡Sí, parece muy evidente que se necesita una sería aclaración!
Gurdjieff decía que «era una gran cosa estar sentado en una silla (la de la
vida ordinaria sin más), y que era otra aún más grande lograr sentarse en la
otra (la silla del hombre despierto); pero que para aquel que estaba en el
medio no cabía más que el sufrimiento y la desazón (que no podríamos
deseárselo a nadie). Por eso animaba a cambiarse de silla con decisión total,
sí, y a lograr despertar por los medios que fueran, incluso con la ayuda del
mismísimo Diablo. Por eso nos urgía a su vez a «hacer rápidamente el
tránsito entre una y otra, con convicción y determinación total». No
debíamos permanecer entre dos sillas, dos aguas o dos mundos, ni un
minuto más del necesario. El hombre que allí se queda, no tiene a
ninguno de los dos.
Veamos, en la vida ordinaria el hombre disfruta de un mundo y una
realidad que parecen sólidos y estables, incluso gratificantes, aunque
presenten diversos «agujeros» que nos harían dudar de la comodidad de tal
posición. El primero son el dolor, la enfermedad, vejez y muerte, o sea el
«sufrimiento» o Dhukka, por un lado, como recuerda el budismo. El
segundo puede ser la no menos terrible situación de vivir «sin sentido
ni significación». Este «sin sentido ni significación» definitivas o
sustanciales, a veces duele más para determinados individuos que se
alimentan de estas sustancias llamadas «conocimiento, comprensión y
sabiduría esencial», que el dolor mismo que proviene de la toma de
conciencia de la propia «im-permanencia» o del «dolor sensible» inevitable
que proviene de nuestro trayecto vital por la vida sensitiva orgánica.
Nuestro cuerpo «duele con facilidad» y lo que contempla nuestra mente
«duele» por su fugacidad… ¡y no entendemos nada! Sin embargo, casi
cualquier sufrimiento o desgracia se hacen soportables, incluso para
hombres vulgares como nosotros, cuando sabemos por qué o para qué las
sufrimos; cuando sentimos que tienen la más mínima «razón de ser».
Nos serviría con disponer de una explicación cualquiera, por elemental
que fuera sobre nuestro dolor; también nos aliviaría descubrir una causa que
lográramos discernir en la oscuridad, y, por lo mismo, incluso nos serviría
con entender que tal o cual sufrimiento se debe a nuestro irrenunciable y
justificado destino personal. Quizás no fuera aceptado pero cuando menos
sería «con-sentido». Pero cuando nuestro dolor no tiene explicación creíble,
ni justificación razonada, ni merecimiento re-conocible, se transforma en un
«sufrimiento sin sentido», de una «calidad» tal que solo es específico de los
humanos. El hombre sufre, como hacen todos los seres vivos, pero
además él sabe que sufre, y encima… ¡no se sabe por qué!
Decimos, sin embargo, que el hombre ordinario instalado en su mundo,
sin percibir ni intuir la presencia de otros que le perturben, aceptando la
realidad en que vive como la verdadera y única, puede tener la suerte de
vivir una vida que él mismo juzgará como más o menos cómoda e incluso
placentera. No tendríamos nada que objetar, a esa acomodación
satisfactoria, suficientemente dura es la vida para todos, incluso la más
regalada y exitosa. Pero en realidad nosotros consideramos que tal
acomodación placentera, cuando se puede claro, a la vida es fruto de una
«particular insuficiencia». O sea de una carencia importante de la capacidad
de pensar y sentir. Ya alguien ha dicho repetidas veces de que las vacas no
sufren de neurosis, ni ansiedad existencial, que se sepa. Son felices con un
hermoso prado de hierba fresca y sin que nadie las ate a un yugo. No
necesitan más. El hombre es más complejo porque «sabe» que vive y
«sabe» que va a morir. Quizás me he anticipado, ¿seguro que sabemos que
vamos a morir? ¿Cuánto tiempo recordamos y tenemos presente esto a lo
largo de una vida? Según algunos, todo, nuestro destino colectivo, entraría
en un camino de posible resolución si los hombres dejáramos de vivir como
«si fuéramos inmortales». Si pudiéramos tener presente u simple hecho
indudable: «yo y todos los que veo ahora mismo, vamos a morir, a
desaparecer, a viajar lejos sin deseo alguno, sin un mínimo conocimiento de
adónde vamos». Cuantas experiencias innecesarias de nuestra vida mental y
cuantos comportamientos colectivos nefastos cambiarían a mejor si todos
fuéramos conscientes de ello.
No se trata de la preocupación religiosa por la salvación personal ni de la
pretensión de ser inmortales, sino del reconocimiento de una cualidad
inocultable de nuestra vida: la conciencia de la «caducidad inevitable de
toda forma de vida orgánica frente a la sensación de eternidad de toda vida
consciente». Veo que mi cuerpo caduca y se degrada a la vez que mi
consciencia me afirma que no soy un simple ente temporal. Un contraste
casi imposible de casar.
El niño primero no sabe que hay muerte, luego no sabe que él también va
a morir como los demás, y cuando toma conciencia cabal de ello es
justamente ese mismo día en que se da cuenta de que ¡él existe, de que él
es! Nunca se habla de aquel primer día, en la adolescencia, en que nos
dimos cuenta por vez primera de que «yo era yo… y que estaba aquí».
Algunos quizás sintieron también eso de... ¿otra vez? Sí ¡otra vez!
El buscador se mueve de la silla, se separa de todo lo conocido, solo en
cuanto que esto conocido pretende pasar por el Todo de la realidad, se
despega en alguna medida de la valoración que hizo previamente del mundo
(personas, situaciones, experiencias y cosas) y sin llegar a renunciar a ello
como en la «renuncia ascética clásica» de no querer vivir tal o cual aspecto
de la realidad (amor, dinero, posesiones, cargos y funciones de
responsabilidad, etc.), sin embargo se ha des-encantado o des-ilusionado de
la vida que vivía en su globalidad. ¡Evidentemente que sufre una pérdida
de algo! Ha perdido la valoración del mundo conocido (ha dejado de
«investir» con sus deseos al mundo conocido) y no sabe si podrá
reemplazarlo por algo semejante en cualidad. Y evidentemente que esta
desilusión le lleva también a poder renunciar a algo… por ejemplo a la
comodidad física y a la pasividad mental como valores prioritarios de su
vida. ¡Claro que sí, tiene pleno derecho, porque esto no son renuncias de
ningún tipo, solo decisiones vitales sobre cómo voy a vivir!
Pero ya no está sentado seguro y confiado disfrutando de una vida
agradable y dejando correr el tiempo, meramente interesado en que la vida
le vaya bien a él. Ahora sufre de inseguridad junto a ilusión, de
incertidumbre junto con confianza, de dudas con deseos de certeza, de
soledad a la vez que participación común con sus amigos de búsqueda.
¡Quizás durante años no volverá a sentir un mundo tan sólido y
concreto como el que conoció! Tampoco se debe imaginar que todo es
desfavorable porque lo primero que hace un hombre así es buscarse
«acompañantes» que le facilitarán y le harán agradable el trayecto. Busca
una Teoría nueva, en forma de todo ese mundo de ideas que constituye lo
que se llamó la «filosofía perenne» y esto le da esperanza; busca un «guía»
que al menos parezca saber más que él y sea honesto, y esto le da seguridad.
Y busca «compañía» con quién viajar, no debe ir solo al principio, y esto le
dará calor y alegría.
O sea en otras palabras incorpora a su vida despegada ya del sabor
primitivo del mundo, la doctrina, el buda y la sangha, como diría el
budismo, que le proveen de un cierto sabor provisional.
Pero ha dejado la silla vacía… y no se puede sentar. Ahora las
montañas y los valles no son lo que antes parecían ser, ¡ya no le engañan!
Necesitará encontrar un nuevo paradigma, una nueva «cosmovisión», un
nuevo «sentido» y una nueva «identidad». ¡Ha perdido la silla, el mundo en
que vivía! Y mientras tanto… ¿qué? ¿Qué pensar, qué creer, qué sentir, qué
hacer… ? Le corresponde atravesar un desierto.
Muy simple: para llenar ese vacío se recurre a las falacias. Unas nos
dirán qué pensar, otras en qué creer o qué sentir o incluso… qué hacer.
Unas se dirigirán sobre la enseñanza, otras sobre la maestría y otras sobre la
comunidad. Todas estas falacias nos proveen de un cierto calor sustitutivo y
de un efecto de «sentido reasegurador» provisionales; y sobre ellos me
apoyaré. Cuando avance más adentro del camino las falacias empezarán a
desdibujarse en la misma medida que se empieza a ver una nueva realidad,
aunque sea solo a través de chispazos. Las nuevas «experiencias» irán
desplazando a aquellas como un diente definitivo desplaza a uno de leche.
¡Nunca jamás se arrancan así por así! Como se me enseñó con firmeza
desde el principio en que comencé a trabajar sobre mí mismo: «nunca se
quita nada al hombre sin darle algo sustitutorio a su vez». Esta insistencia
de Mme. H. nunca ha dejado de estar presente en mi mente.
Y esos chispazos de comprensión original, de un sentir nuevo, y de una
nueva percepción de una realidad insospechada se irán haciendo más
sólidos con el tiempo y el esfuerzo y «se irán uniendo por sí mismos entre
sí». Y formarán una especie de continente, un espacio o nicho donde se
puede residir. Con el tiempo me sentiré otra vez sentado en una unidad
coherente y acogedora. ¡Una silla, sí, una confortable silla! La nueva silla
del despertar; podríamos decir de después del Satori, de los innumerables y
variados «satoris» que se pueden sentir. La silla de una nueva Visión y
Sensación de un Todo de una dimensión muy superior a lo previo. ¡Por fin
estoy a salvo en la otra orilla!
¿Pero, qué pasa ahora, cómo es esta nueva posición, cómo
comprenderla? Podemos hablar de ella e intentar describirla, y podemos
cantarla simplemente. Como decía un gran yogui (Mahatma Yogananji) al
que tuve la oportunidad de conocer siendo joven e inexperto y que siempre
fue para mí durante años una referencia personal, aunque insalvable por su
imponente estatura espiritual: «Si convirtiéramos todos los árboles de la
tierra en papel y todos los ríos en tinta, ni siquiera así podríamos expresar
por escrito ni mínimamente la inefable gloria de Dios». ¡Inefable... pero
vivible!
Nadie debiera asustarse del uso discreto del significante Dios, que no es
otro que el significante Absoluto pero pronunciado con una «adecuada
emoción» hacia lo que es el Todo para mí. No nos engañemos, cuando
decimos simplemente el Absoluto nos parece en el fondo que este no
dispone ni de ojos ni de memoria ni de voluntad (o sea que es una cosa muy
grande, enorme e inconmensurable en sus dimensiones, como lo es el
espacio vacío, sí ¡pero nada más!). Pero el inconmensurable espacio puede
tener Voluntad e Intención. ¿Y quizás también amor?
Por mi parte solo diré que una vez instalados en nuestra nueva silla
comprobamos asombrados que esta tiene una curiosa particularidad entre
otras muchas, ¡la silla antigua también está allí! No se ha destruido nada, no
se ha perdido nada. Y evidentemente el hombre goza ahora de todos los
sabores posibles de la realidad de una forma «inclusiva» porque en realidad
no está integrando «realidades externas» (como pudieran ser mundos,
conceptos o seres que por ocupar espacio son excluyentes entre sí) sino que
solo ha integrado en una Unidad perfecta todos sus niveles de conciencia
vividos siempre, todas su experiencias personales; y de alguna forma algo
más difícil de comprender… ¡ha integrado también las experiencias de
todos los demás! ¡Ese es el misterio del Yo Soy! Las cualidades de la
conciencia son del todo paradójicas.
¡El nuevo sentido incluye al viejo sentido, la nueva significación a la
antigua significación! Han aprendido a coexistir mis antiguas montañas con
mis nuevos valles y mis viejos valles con mis nuevas montañas. La silla del
despertar incluye en sí misma a la silla del sueño. Por eso el hombre
recupera ahora aquello que creyó entregar para siempre. El mundo despierto
no ha destruido nada ni ha cambiado nada, todo está en su sitio todo igual,
pero ahora se ha Iluminado por dentro ¡parece que alguien hubiera
encendido una poderosa luz! Ahora las montañas y los valles rebosan de
luminosidad.
Un buscador amigo se sorprendía un día al descubrir con nitidez lo que
venía a ser un momento muy claro de despertar mediante una experiencia
de «conciencia de sí». Iba conduciendo pensando en sus cosas y su mente
giró sin saber muy bien como hacia la búsqueda y todas esas ideas
relacionadas que para él eran un apasionado desafío para su lógica tan bien
constituida. De pronto, sin saber cómo, en un instante sintió que lo que
estaba viviendo ¡era real! Era lo mismo exactamente que lo que venía
viviendo un segundo antes, las casa eran las casa, la carretera y los
conductores los mismos de antes, él también era el mismo de antes ¡pero
ahora se le había añadido la dimensión de Real! ¡Todo era Real, antes no!
Como si alguien hubiese encendido una luz, como si las cosas brillaran
desde su propio interior. Por cierto que no había ángeles por ningún sitio, ni
cosas celestiales u ocultas se decía a sí mismo con alivio porque siempre
había sospechado de esos conceptos que le resonaban como extravagancias
culturales y míticas; pero se quedó con la certeza absoluta de haber vivido
una experiencia sorprendente y que nunca hubiese podido imaginar; ¡algo
de indudable valor!
Era un chispazo de conciencia que siempre se presenta igual, en la forma
muy próxima a lo que es un rayo o a un flash; inesperado y de duración
fugaz. Equivale a la infrecuente aparición en el hombre, pocas ocasiones en
su vida, de lo que P. Janet llamó la «función de lo real»: un momento en que
la vida cobra carácter de realidad, y el hombre sabe y siente que está
viviendo, si, pero también «siendo». Antes vivía, por supuesto, pero ni lo
«sabía, ni lo sentía». Pero para recoger esos momentos, para valorarlos y
para desarrollarlos nos hará falta un «camino de despertar». La vida los
provee azarosamente, de forma aparentemente gratuita y como a
«cuentagotas», pero no los «garantiza»; solo nuestra búsqueda lo hará. No
se trata de esperar que sucedan cuando quieran, ni de renunciar a
comprender su valor y su génesis. Esos momentos de «realidad», deben
ser buscados, cultivados y atesorados.
G. Superación de las falacias
Los propios trabajos que se indicarán en un camino «serio y bien dirigido»
van a lograr por sí mismos que empecemos a ver las falacias como tales, o
por lo menos a sospechar de su presencia en nosotros; después
aprenderemos a «resistirlas» y más tarde a «disolverlas». O sea, primero
detectarlas y viéndolas fijamente resistirse a ellas, a su acción, hasta que se
disuelvan. Y para ello debo incorporarme voluntariamente a una dinámica
individual y grupal que me permita lograr esto. O sea debo incorporar en
mi vida una Enseñanza y una Práctica.

Pero como ya hemos dicho, esto solo sucede en un cierto «nivel medio»
de práctica, nunca al comienzo. Hacen falta años para darse cuenta de que
estoy utilizando malos mapas y torpes instrumentos. Por esto, también los
que dirigen cualquier trabajo esperan a que «la primera palabra sobre tal o
cual falacia» la exprese el propio buscador por sí mismo, sin inducir
previamente a su localización o reconocimiento. Sin intentar convencer a
nadie, que no presienta por sí mismo su presencia. Se espera el momento
justo, lo que en psicoterapia se llamaría el «momento fecundo» de la
«interpretación» (como cuando se interpreta un afecto reprimido o
racionalizado solo en el momento justo en que el paciente lo tiene en la
«punta de la lengua»; esto es, cuando está a punto de verlo por sí mismo).
Solo entonces la interpretación tiene un efecto liberador.
Antes de este momento crítico en el que el buscador empieza a sentir
personalmente la presencia de una falacia, hablar de ella o sobre ella no
tendrá más efecto que el aumento de la «teorización y la especulación».
Casi siempre todos nosotros negaremos que tal o cual falacia está presente
en mí. Y sobre todo, esta negación será más intensa cuanto más evidente y
negativa sea su acción de esa concreta falacia sobre mí. ¡Todavía no sé que
estoy hecho de falacias! ¡No lo sé! Por eso en cualquier enseñanza seria es
tan importante «lo que se dice como lo que se calla». ¡Decir a alguien lo
que sabe sobre él, no sirve para nada; quizás solo para provocar enemistad o
desconfianza! No sirve en absoluto lo que sería una acción de sugestión o
forzar una convicción por razonamiento, que sería falsa por impuesta.
¡Habrá que esperar a observar determinados signos en el aprendiz…
antes de empezar a hablar!
Pero igualmente es verdad que cuando el trayecto se detiene y cuando el
hombre se queda anclado a un «bucle de repetición» (un buscador amigo lo
llamaba con mucha precisión tener la sensación de estar en medio de una
rotonda, atrapado y dando vueltas y vueltas continuas y sin poder salir).
Pasan los años, el hombre siente que se está esforzando con cierta seriedad
y sin embargo sigue en el mismo lugar, entonces casi podemos estar seguros
de que se es víctima de una o varias falacias esclavizadoras, ¡y entonces
habrá que forzar la «discusión» sobre ellas, incluso aunque no se desee y
esta solo sea teórica! ¡Habrá que intentar «verbalizar algo» sobre las
posibles falacias! Incluso antes de reconocerlas. Entendemos que aquel que
dirige este proceso sabe perfectamente ajustarse a estas dos necesidades:
esperar a que se hagan visibles o avanzar, anticipándose, en su
detección.
Pero también hay que saber que desde que se descubre una falacia hasta
que se la disuelve, hay todo un proceso que se debe desarrollar. ¡No se trata
solo de saber que existe! ¡No se trata de reconocer humildemente que
somos sus víctimas! Nadie deja de ser tímido por saber que es tímido, ni
nadie deja de sufrir ansiedad por reconocer que sufre ansiedad. El asunto es
más complejo. ¡Confesar falacias no sirve demasiado! Es lo primero, no
cabe duda, pero luego estamos obligados a aceptarlas y a trabajar «con
ellas» y «sobre ellas». El tiempo que se precise.
Cuando ya estamos más avanzados y empezamos a verlas con claridad,
entonces comprendemos que estas no eran en absoluto ayudas verdaderas,
sino obstáculos imponentes a mi despertar ¡que se oponen con todas sus
fuerzas a un verdadero cambio en mí! ¡Que luchan por su propia
supervivencia con todo su poder! Son las enemigas de mi evolución. Todo
«producto psíquico», no encuentro mejor término para nombrarlo, desea
«sobrevivir»; los pensamientos, las emociones, los prejuicios, cualquier
aspecto lúcido de nuestra mente, así como las diversas inteligencias, etc.,
¡todas tienen vida propia! Todas desean seguir viviendo, como si se tratara
de un «virus» o de un ente de «inteligencia artificial». Ningún producto de
estos va a aceptar sin más su disolución sin una previa batalla. Nuestra
mente no quiere morir, es lógico. Los genes y los «memes» buscan
sobrevivir.
No son entes conscientes pero nos roban un poco de conciencia que
utilizan, por así decirlo para continuar «vivas». Por eso ya no se puede tener
contemplaciones con ellas y habrá que desenmascararlas sin piedad. El
buscador debe aceptar pasar por ese «trago» durísimo en que se van a ver
expuestas sus mentiras, fantasías y prejuicios, que por lo demás no es que
nos presenten una cara feroz de orgullo, soberbia o prepotencia, sino que
por el contrario manifiestan muy bien lo que son: ¡residuos infantiles e
ingenuos, fantasías y esperanzas de pobres niños asustados, expresión de mi
inmadurez mental para conocer las cosas como son!
En el fondo toda falacia es un simple sustituto de una correcta
representación del mundo. Funcionamos con falacias ¡porque no sabemos!
¡No sabemos cómo es el mundo y tampoco sabemos quiénes somos
nosotros! Surgen porque solo tenemos «conocimientos parciales e
insuficientes» de lo que son las cosas, y estas son falacias de raíz
intelectual.
Y porque no sabemos que podemos sentir acerca de la vida, con qué
emoción podemos encarar el hecho de estar vivos. Nos preguntamos: ¿Qué
puedo esperar, qué tengo que sentir, qué actitud tomar ante ella? Y a todas
estas interrogantes de base emocional no podemos darles respuestas más
que mediante falacias. Esto ya lo hemos dicho. Tengamos en cuenta que sin
explicitarlo en muchos casos, las falacias intentan responder a cuestiones
tan «sencillas», confío en que se note la ironía, como algunas de estas. ¿Por
qué he nacido para morir inmediatamente? ¿Por qué se sufre desde el origen
del vivir? ¿Por qué no sabemos a dónde vamos, si es que vamos a algún
sitio? ¿Por qué nadie parece saber nada de todo esto? ¿Ser consciente es
algo bueno o una verdadera faena? Y decenas de preguntas como estas, o
sea de muy fácil respuesta como podemos ver. ¿A alguien le puede extrañar
que utilicemos ridículas falacias para intentar entender algo? Solo a través
de ellas podemos rellenar nuestro importante vacío de «representación».
Pero no solo nos preguntamos por el mundo sino también por mi identidad:
¿quién soy yo? ¿Cuánto valgo? ¿Qué tengo que hacer? Y aquí también no
tengo muchos más recursos que la falacias.
Y de estas falacias, como residuos infantiles que vamos a utilizar, no se
libra ni el hombre más inteligente, ni el más noble, ni el más poderoso,
ni el más equilibrado. Todos hemos sido niños en medio de una cultura
caótica e irreal, que hemos debido absorber pasivamente; niños en medio de
familias que hacían lo que podían por sobrevivir, y a las que nadie ni nada
ayudaba a vivir en forma armónica desde el punto de vista psíquico. La vida
sucede siempre en unas condiciones muy semejantes a lo que sería una
verdadera batalla, que la rodeara incesantemente con sus ensordecedores
ruidos y sus brutales amenazas. No tenemos tiempo para detenernos y
ponderar. ¡No podemos elegir!
Los hombres de ciencia están libres de algunas falacias, que pudiéramos
llamar primitivas o irracionales, pero son presa ciega de otras (la
autosuficiencia, el humano-centrismo, y el conformismo con el simple
saber, la negación de lo psicológico, etc.). Los hombres de fe caen en
algunas muy clásicas (la personificación ingenua del Absoluto, la creencia
en su capacidad de hacer, el miedo y la culpa, etc.) y se libran con facilidad
de otras que están llenas de banalidad precisamente por su sentido de
«transcendencia», etc. Los buscadores se avergüenzan al comenzar a ver las
suyas porque las reconocen como la expresión de verdaderas insuficiencias
mentales, pero los hombres ordinarios tienen falacias mucho más ingenuas
que aquellos y a veces más tóxicas, ¡y ni lo saben! Y si no se hacen
buscadores nunca las conocerán. ¡Nadie se libra!
Ese ha sido nuestro doloroso «peaje humano», el precio que hemos debido
pagar para tener esta gloriosa posibilidad de ser humanos de verdad y de
poder «saber objetivamente» en el futuro, ¡lo que las cosas son en verdad!
¡Todos los hombres nacemos en la cuna de la «ilusión» y del sueño! Pero
a pesar de estos condicionantes, algún día mi «representación del mundo en
el que vivo» será coherente con la realidad de «lo que es». ¡Esa es mi
esperanza!
¿Y entonces… si una vez vistas sin sus máscaras y descubierto su carácter
de «ensoñación adormecedora» consiguiéramos librarnos de ellas, dado que
son nuestro motor y motivación, cómo se trabajaría sin falacias? Si las
vemos y nos desprendemos de ellas… ¿qué haremos después? En realidad
podremos comprobar con cierto pesar y también algo de humor, que hemos
trabajado por falacias de «creencia ingenua», con falacias de «esperanza
infantil», y con falacias de «motivación egocéntrica», ¡desde el inicio
mismo! Además de con otras que han guiado rígidamente la calidad y
cantidad de mis esfuerzos y mis métodos de trabajo, como son ese grupo de
falacias que se adquieren al comenzar a trabajar sobre sí y provienen de la
«subcultura» de la búsqueda transcendental.
En occidente esta subcultura está constituida de unos cuantos libros y
miles de especulaciones, porque no tenemos ni tradición, ni escuelas
verdaderas que nos pudieran orientar. Y a estas últimas, a las falacias que
maneja día y noche el buscador, son las que más nos interesaría
desenmascarar.
H. Y después…
¿Y ahora, si hemos conseguido librarnos de algunas, sin ellas… qué?
¿Hacia qué metas se dirigiría uno, como nos esforzaríamos sino podemos
hacer apelación a sentimientos ni creencias ni mitos, cosas que ahora vemos
como tan espurias? ¿Con quién se habla, a quién se pide, qué se puede
esperar? Todo el trabajo con falacias ha consistido en utilizar «formas», o
sea hemos ido con emociones, con ideas, con ilusiones, con promesas y con
«diálogos imaginarios»; y eso más o menos todos sabemos hacerlo y nos da
energía y esperanza. Pero cuando ya no creo en esas «formas», o no tengo
apenas activo ninguno de esos «diálogos» que sostenían mi búsqueda…
¿con qué instrumentos voy a trabajar ahora? ¡Extraordinaria cuestión!
Ahora que no puedo seguir haciendo lo que antes hacia (creer, esperar,
imaginar, calcular, pedir, chantajear, auto-representarse como víctima o
como un gran señor, y muchas cosas más)… ¿ahora cómo hago? Es una
gran pregunta, que no pretendemos responder. Lo único que diremos es que
afortunadamente en un trabajo bien conducido… cuando desaparece una
cosa ¡aparece otra que la sustituye! Cuando perdemos un recurso, o
«instrumento», al de un breve tiempo nos llega otro más adecuado para
nuestros fines. ¡Hay que saber confiar!
Cuando desaparezcan las falacias, para sustituirlas aparecerán
«instrumentos nuevos» que nosotros teníamos por posibilidades
«legendarias», porque los creíamos inaccesibles para mí pobre capacidad
personal o para mis limitados méritos. Pero no seamos humildes, si he
empezado a liberarme de algunas falacias, ¡es porque estoy haciendo un
esfuerzo meritorio e importante! He debido trabajar bien, aunque yo no esté
muy satisfecho. ¡Quizás merezca recibir «ayudas»!
¿Y cuáles serían estas posibles ayudas? A la mayoría solo las conozco de
oídas, provienen en general de relatos y me parecen leyendas; nunca
hubiese pensado que pudiera llegar a conocerlas por mí mismo. Son
muchas, pero podríamos nombrar algunas… como por ejemplo una
«intuición certera» (que me permite ver más allá de las apariencias); una
«mente clara» (que por estar vacía de conceptos y pre-juicios, no induce a
error ni tiene presión emocional), y una «visión directa» (que no necesita
«explicar», ¡solo necesita ver!, la explicación verbal, es como ese guante en
la cabeza, esa escafandra). Y esta intuición certera, claridad de mente y
visión directa, serán como cualidades mentales que dispondré para el
futuro. Y que de alguna forma me pertenecerán en lo sucesivo.
Pero además puede surgir una «fe» firme en que todo lo que he vivido y
viviré dispone de «sentido y de significación definitivos»; el «sentido»
viene dado porque tal o cual experiencia nueva que no he tenido antes
«resuena en mí», no me es ajena, es familiar, me dice algo o por lo menos
siento que algo se me quiere transmitir. Y la «significación» vendrá dada
por un hecho tan simple como que esa cosa o experiencia desconocida me
remite a otras ya conocidas por mí, no se queda en el aire, desconectada y
aislada y sin relaciones significativas con otras. No, al tener significación se
incorpora en un «cuerpo mayor de conocimiento». Esa nueva «fe» me hace
comprobar que todo en mi vida, por más duro, o inusual que haya
sido… gozaba y gozará para siempre de sentido y significación.
También surgirá una «esperanza» nueva en la bondad del proceso general
de la vida a pesar de nuestros sufrimientos particulares, junto con el acceso
fácil y regular a «Influencias Positivas diversas» que me llegaran
directamente y que me ofrecerán «datos y elementos de juicio» sin tener yo
que inferirlos especulativamente mediante esfuerzo; o sea que conoceré
cosas que nunca pensé que se podrían conocer.
Podrá aparecer también algo como un «silencio sonoro» que dice y
comunica cosas; y la que en mi modesta opinión puede ser la mejor de
todas: una Alegría sin causa, que nos llega por el simple hecho de «ser».
Porque aunque la vida pueda no ser alegre en algunos momentos, el Ser
siempre está gozoso en sí mismo. Y nosotros no somos simplemente
«organismos vivientes», sino «Seres vivientes»: participamos de algo que se
mueve y de Algo que no se mueve; o sea de la Vida y del Ser. Tenemos dos
«polos», uno superior y otro inferior. Somos seres «bifrontes».
En conclusión podríamos decir que nos irá llegando poco a poco un
«nuevo conocimiento» que servirá para «vivir correctamente la búsqueda»,
y la señal de que este nuevo conocimiento es genuino es el hecho de que no
tendrá utilidad alguna para conocer las cosas particulares del mundo o de la
vida, será solo una especie de sabiduría vital. Sabremos más sobre el
verdadero Valor de la Vida, que evidentemente será casi imposible
transmitir directamente. Y también nos llegará una «emoción positiva
nueva», que sustituirá todas nuestras dudas y ansiedades, por lo cual no
hará falta hacer «proyecciones emocionales» personales, generalmente
infantiles, sobre cuestiones como el amor, o la felicidad personal.
Y ambas cosas juntas, conocimientos y emociones nuevos, nos darán una
«comprensión nueva de Todo».
Eso era lo que necesitábamos, una «nueva Comprensión». ¡Ahora ya
no necesitaré las falacias! Estas se proyectaban sobre la pantalla de mi
mente, como si pudiera verlas en el horizonte espaciotemporal; y me
obligaban a ir en su busca, pero la Comprensión que ahora tengo es como
un flujo continuo de algo que se parece al «conocimiento» y que brota
suave pero continuamente desde el interior de mi ser.
Por eso, sabiendo perfectamente que «conocer» simplemente las falacias
en absoluto significa haberse liberado de ellas (siendo esta «ilusión» una
importante falacia en sí misma), no obstante, creemos que se puede «hablar
algo», no demasiado, sobre nuestras falacias más escondidas y más
queridas. Quizás más tarde las podamos «ver».
Vamos a considerar algunas de ellas a continuación.
LAS FALACIAS
MÁS FRECUENTES
1. La falacia «vital» (la confusión entre vivir y Ser)
La culminación, pienso, de mi búsqueda, será como una «experiencia» más de la
vida, aunque sea la definitiva. O sea creo que en su transcurso habrá habido
«momentos de vida ordinaria» y otros momentos iguales a los primeros… pero de
«despertar».

Pero en realidad, lo que yo busco no puede ser un momento más de mi


vida, porque «eso que yo busco» no podría tener duración, aunque lo
parezca. ¡No puede ser ninguna experiencia en el tiempo! y por eso no
puede ser ninguna experiencia de la vida. Si se manifestara lo que yo
ansío, la vida entera, con todos sus «momentos», «implosionaría» de alguna
manera y se reabsorbería en un estado «que englobaría todo» y que
aparecería como fuera de tiempo alguno. Lo que podríamos llamar un
«estado de Ser» cuando se manifiesta, demuestra de alguna forma que la
vida «ha existido»… pero que «no Ha Sido». ¡El Ser no se puede
manifestar reducido como una experiencia de la vida o como un momento
vital, cualquiera que este sea! Y por eso se podría afirmar que el despertar
se produce en un instante concreto, en un preciso segundo, en un momento
determinado del tiempo, de acuerdo, pero que tiene la cualidad no de
«confirmar» la existencia del tiempo, sino de «anularlo».
El hombre ordinario entiende la vida muy bien y comprende que está
hecha de «experiencias sucesivas» que cree que le suceden a un «sujeto
constante y permanente» que transcurre por ella. Mientras las experiencias
van y vienen el sujeto que las vive no cambia nada, eso nos creemos. Entra
en ellas, y luego sale de ellas, igual que entró. Puedo entrar en el cine o en
el matrimonio o en la universidad, y salir después, e igualmente creo que
«yo puedo entrar a vivir la experiencia de la Realidad o la Verdad o la
Liberación» ¡y luego salir de allí!
Esto se debe a que no tenemos una correcta idea acerca de lo que podría
ser… la «conciencia propia del hombre». No hay cuestionamiento sobre el
ser porque está entendido como la simple existencia. Ser o no ser, eso es
todo. Un hombre «es»… porque vive y nada más. Cuando muera dejará de
ser. Un acontecimiento, por ejemplo una batalla, «es» solo mientras dura.
Un objeto «es» mientras sirve y se le puede coger. No tenemos distinción
neta entre «la vida» que se vive y el «ser» que vive esa vida. Por eso solo
nos importa que la vida nos vaya bien. El Ser, ¿qué puede ser eso? Nos
parece una simple entelequia.
Pero para nosotros, los que «buscamos», el «ser» viene definido no por
la vida que se vive, sino por la «consciencia que desplegamos al vivir».
O sea, no son las experiencias concretas del vivir, las que importan, sino la
«cualidad de la vivencia consciente» de las mismas. Parece abstracto y
difícil de asir conceptualmente, pero es fundamental comprender estas dos
realidades, sin confundirlas. No sabríamos afirmarlo de otras formas de
vida, pero para el hombre: ¡«Ser es sinónimo de ser Consciente»! La
cualidad del «ser» de un hombre viene definido por la Cualidad de su
capacidad de Atención. El hombre no está determinado por las
limitaciones de su cuerpo, sino por los «límites» de su capacidad de Ver
Conscientemente.
Y entonces no será difícil de aceptar que la conciencia de una misma
persona puede cambiar a lo largo de una vida. Consideremos a un niño y a
un hombre adulto, ambos seres humanos por igual, ambos viviendo
situaciones semejantes, pero con posibilidades de experiencia consciente
muy distintas en su calidad. Y por ello con una «cualidad de ser» muy
diferente aún cuando compartan la misma potencialidad final. Por otra parte
también podemos comprender que «ser humano» no se limita solo a «estar»
en medio del «ser del mundo», como lo haría una silla o una piedra, (las
plantas y los animales no cesan de actuar en el mundo, de una forma
increíblemente sofisticada, de la que nada queremos saber), sino que ser
humano es «participar activamente de la consciencia propia de este
mundo». El hombre simplemente es como las neuronas de nuestro planeta.
Por eso, la conciencia puede ser definida por «el grado» mayor o menor de
«participación» en la realidad que nos envuelve, pero además como la
«calidad» de esta participación. Por ejemplo, un cazador y un veterinario
pueden tener la misma intensidad de percepción de un animal concreto,
pero la «calidad» de sus miradas será completamente distinta. Por eso la
conciencia sería no solo «la captación» (sea percepción, reconocimiento
o visión), sino también la participación positiva, activa y cuidadosa (la
intención positiva o amorosa) en una realidad mayor o menor. ¡No se trata
solo de Ver lo que pudiera ser Real, con nuestro egoísmo e indiferencia o
miedo habituales, como si fuéramos testigos simplemente curiosos; se trata
de otra cosa que incluye la implicación y la Benevolencia!
Cuando en las corrientes actuales de la new age se habla del «testigo
presente» parece casi hablarse más de una especie de espía o de un gozoso
voyeur, que de un sujeto implicado activamente en «cuidar lo que ve».
Claro que «cuidar lo que se ve», sugiere un trabajo y una responsabilidad de
la que huyen los tiempos modernos. Nuestros contemporáneos que
idealizan el «ver lo que hay», sin ninguna añadida responsabilidad de
cambiarse, quieren «ver» sea para curarse de sus males, para «saber» en
sentido ordinario, para gozar, o para comprobar que ellos no están obligados
a hacer nada; porque ellos disponen de una aceptación total de lo que ven.
Afirman con un orgullo ingenuo que ellos «abrazan todo lo que ven en ellos
mismos». Practican la total aceptación del ser en su integridad, mientras
corren desesperados detrás de cualquier deseo, capricho o bagatela. No, no
se puede ver sino se va cambiando a medida que se ve. O mejor dicho:
una «verdadera Visión nos cambia queramos o no». ¡Y si no hay cambio
es que no ha habido Visión! La gloriosa Visión en estos casos ha sido
puesta al servicio del «ego»; ¡igual que existe toda una corriente de
psicoanálisis puesta al servicio de la supervivencia del miserable «yo»!
Dicho de otra forma, el «grado de conciencia del hombre determina el
grado de su ser». Por eso la vida no es modelo válido para representar
los posibles avances en la «posibilidad de manifestar el ser». Y para
aumentar esta posibilidad de ser no se necesitan experiencias vitales
concretas, que siempre son acontecimientos externos, sociales y muchas
veces simplemente culturales. El Ser, la conciencia, entra en un hombre
de forma silenciosa, invisible e íntima. Y ninguna ceremonia o evento,
realizado por una institución o dispositivo social cualquiera, «garantiza»
que esta siga creciendo en nosotros. Por ello, todas esas cosas como las
ceremonias y rituales, las ordenaciones, la transmisión de funciones
jerárquicas, la canonización, las iniciaciones de tipo esotérico, el
reconocimiento de grados de realización, etc. no creemos que aporten
demasiado al crecimiento esencial, a la capacidad de «crecer» en el Ser.
Se creen cosas por el estilo de estas. «Fui donde mi maestro en una
inaccesible cueva en lo alto de una montaña, y allí El me rebeló el Ser»… si
de acuerdo… el mismo «Ser» que tenías cuando empezaste a subir. Otro
afirma que «una iniciación de un grado muy alto me mostró lo Real en un
momento concreto», si es verdad, te mostró lo Real que siempre habías sido
y que siempre había estado en ti, aunque tú no lo reconocieras. Y otro
dice… «En un momento muy profundo de meditación comprendí por
primera vez en mi vida… la Verdad»… es cierto, la Verdad que ya estaba en
ti y conocías desde siempre, solo que no te la podías «decir a ti mismo». Y
todo así.
El hombre se «inicia a sí mismo», dice una enseñanza. Nada externo lo
puede hacer por él; pero en realidad se podría decir que «la Iniciación se
produce por sí misma en el hombre… cuando él no se opone». Porque todo
lo exterior solo opera a través de los sentidos y la mente, que son
formidables barreras de condicionamiento artificial. Por eso lo real debe
«venir por el interior». ¡No puede venir por la mente! Porque esta es un
simple «constructo artificial». Y por eso mismo, ¡no puede venir por la vida
concreta personal ni por ninguno de sus actos puntuales!
Esta falacia nos va abandonando a medida de que reconocemos que el
«exterior humano» (todo el exterior humano, en particular la dimensión que
llamaríamos social), no tiene casi nada que ver con el «interior humano». Y
que en este invisible e i-localizado «espacio interior» es donde se producen
los procesos que tienen relación con las posibilidades de nuestra
«consciencia de ser».
El simple «acto de vivir correctamente» aumenta la consciencia (y casi por
sí solo); pero si se le añade el «darse cuenta de que se está viviendo»… esa
conciencia aumenta mucho más.
Por eso podemos decir que la «experiencia del ser» no tiene casi nada que
ver con la «experiencia del vivir». Uno puede tener una vida muy poco
gratificante y un desarrollo esencial muy grande en esa misma vida. Y por
supuesto que el Ser, que nos ha sido otorgado ya, no dependerá de
ninguna experiencia de la vida. Un conocido mío recibió una alta
iniciación, y eso estuvo muy bien; después se retiró durante un tiempo del
fragor de la vida, estando aislado en condiciones de notable rigor, y eso
estuvo también bien; más tarde se comprometió con su maestro en una
entrega a ciertas tareas de tipo social, y eso estuvo de nuevo muy bien;
después se hizo vegetariano, y eso estuvo mejor; meditaba varias horas al
día, y eso estaba bien; ayudaba a sus hermanos menores y tuvo unas
«experiencias de tipo transcendente, y eso también estuvo muy bien. Y así
podríamos seguir. Encomiable, envidiable, muy meritorio, quizás digno de
emulación… ¡o quizás no! ¿Quién sabe? Por supuesto que es aconsejable
llevar un determinado tipo de vida «especial», si así se la quiere llamar.
Pero el Ser es otra cosa, y si ese hombre creía que estaba actuando con sus
actos, directamente sobre el Ser, se equivocaba mucho. El Ser no ve
nuestras vidas, ni mucho menos lo que hacemos, no se alimenta de
«actos ni de hechos», ¡pero sí se siente atraído por nuestro propio Ser
que puede ser mayor o menor!
Pero esta falacia está muy cerca nuestro y nos susurra que si «hacemos»
esto o lo otro, o si «vivimos» esto o lo otro, experimentaremos lo que
«somos en realidad». Sin embargo, la «recepción del Ser» no tiene
absolutamente nada que ver con ningún acto que nos podamos
imaginar, excepto la «misma recepción».
El Ser se ejerce y produce «actos de vida»,
pero los actos de mi vida no generan por sí mismos Ser.
Solo generarán
«las posibles y maravillosas manifestaciones» del Ser.
Nuestras tareas propias y exclusivas serán
«revestir el ser completo» y
«manifestarlo con la máxima intensidad» aquí.
2. La falacia del «goce personal»
Cuando se produzca la culminación… yo estaré allí para recibirlo como un
premio o para gozarlo o simplemente contemplarlo. Sea como simple testigo o
como victorioso conquistador… pero ¡«yo» estaré allí!

¡No! Yo, tal como soy y me vivo ahora, no estaré allí. Me habré
transformado en el camino en otra cosa o en otro ser. Es como si un niño
afirmara que «él con sus juguetes favoritos estará allí… cuando se case».
Pues no. No podrá llevar el «tiragomas», ni ponerse a jugar con su tren
eléctrico por medio de la iglesia o sala del juzgado.
Aquí hay algo importante que entender.
No es posible que el yo ordinario acceda a lo Transcendente, por eso es
ridículo decir que el príncipe Siddhartha alcanzó el «nirvana». ¡No alcanzó
nada! Él mismo afirmó que «entré en el Nirvana… y salí con las manos
vacías». Podemos entender que el «nirvana» está lleno, pero también
debemos entender que no «existen manos humanas» capaces de tomarlo
para sí. ¡Nadie puede disfrutar del Nirvana! ¡Ningún yo! Igual que nos
imaginamos ser el espectador de una película u obra de teatro; o ser el
receptor de un nombramiento para un cargo notable o una dignidad o
prebenda cualquiera, nos sentimos subliminalmente ser los sujetos centrales
de ese magnífico logro que creemos esperar, sea iluminación, realización o
despertar. O sea creemos tener todo el derecho a estar allí, y además
creemos que es de absoluta necesidad que sea así. Por eso no tenemos
ninguna duda o sospecha sobre la idea de que «yo, con mi yo pequeño,
estaré allí». Terrible falacia.
Creemos que es posible recibir la Verdad y tener que gestionarla
personalmente como si fuera nuestra propiedad, una propiedad cualquiera, o
sea «yo cojo la verdad y la llevo para aquí o para allá». O creemos que nos
desplazaremos a planos o mundos superiores y viajaremos libremente por
ellos, como quién viaja por un país como turista entusiasmado. Y si
lográramos acercarnos a sentir algo de la Intemporalidad nos imaginamos
siendo eternos nosotros en primera persona o sea… «yo, Pepito de tal y tal,
viviendo para siempre». Y por fin si alcanzáramos algo de ese omnipresente
Ser, Conciencia y Felicidad (Satchitaananda) nos creeremos después en
posesión de estas capacidades esenciales de Ser. Y diríamos que el Ser, la
Conciencia y la Felicidad están en «mí».
Pero no es verdad: soy yo el que estaré en medio del Ser, la Consciencia
y la Felicidad. ¡Y no al revés! Y además solo estaré un «ratito brevísimo»,
porque me fundiré inmediatamente en «otra posibilidad de ser Yo»; estaré
pero como «esencializado» e «impersonalizado». Enseguida veremos que la
gran cuestión es: ¿quién es el sujeto correlativo de la Transcendencia? Yo…
g ¿q j
no, tú… no; él… no; nosotros… no, Siddhartha … no, etc. La «esencia
decantada» con sumo cuidado será la que estará en los cielos de arriba.
Pero entonces surge una pregunta o más bien queja de muchos que te
dicen: ¿pero cómo puede darse ese proceso en mí? Como puedo conseguir
lograr esa nueva naturaleza que me permitirá estar en contacto gozoso con
esas realidades. Es una cuestión retórica porque la verdad es que esa
«esencia la estamos viviendo en su integridad ahora mismo», pero en la
modalidad de perdida y olvidada.
Equivale a ese hombre que recibe una herencia importante de un tío
bastante modesto en su forma de vida que en realidad es millonario, pero no
va a recogerla por miedo a frustrarse, dado que cree que va a ser una
miseria desde el punto de vista de su importe. Continúa viviendo como un
pobre el resto de su vida y se olvida de ella. En realidad, la herencia era
enorme (su tío jugaba con él); y siendo millonario siguió viviendo como un
pobre para siempre; les quiso probar a los herederos y nuestro desconfiado
sobrino se quedó sin nada. Siendo millonario… vivió como pobre toda su
vida.
La situación es semejante para el que busca, un simple detalle, un sencillo
desconocimiento y ¡ay!, la vida cambia de posibilidades de una forma total.
Nuestra «esencia ya vive en nosotros». La realidad ya está presente. El Ser
ya es. En la práctica por el simple «reconocer» su verdadera dimensión,
este hombre que busca va a ser «constituido» instantáneamente como
un personaje Verdadero. ¡Y ese sí, ese está capacitado para estar «allí»!;
en la Verdad, en el Ser, en lo Real. En el Goce.
No hay nada «personal», en el Ser. No hay nada particular. Nada privativo.
Es de todos y del Todo. El Todo se auto-pertenece. En la base estamos
«todos» constituyendo una perfecta y directa presencia Impersonal.
¿Cómo comprender una posibilidad de ser Impersonal? Nosotros solo
nos reconocemos como personales, ¿qué significaría no serlo? Veamos, el
Centro, no es «mi centro», sino ese supuesto lugar donde está el «núcleo» y
donde residen todos los seres de forma esencial, aunque ellos mismos no lo
sepan. Pero si en todos esos lugares a los que un buscador quiere ir ¡ya
están todos!... ¿cómo voy a caber yo? ¿Cómo voy a entrar? ¿Qué va a ser de
mí? En realidad lo que nos preguntamos es: ¿Cómo me voy a distinguir
de los demás? ¿Cómo se me va a reconocer? ¿De qué forma podré yo
estar allí? ¿Quién voy a ser «yo», si todos tienen la misma importancia que
«yo»? ¿Acaso no se generaría una confusión terrible de personalidades;
acaso no nos fundiríamos todos en un amasijo caótico de seres? ¿Cómo
puedo estar yo unido a otros muchos sin perder mi diferenciado y
queridísimo «yo particular»? O sea, concluimos: ¡que no va a haber
supervivencia de mi conciencia personal! Nos entra angustia y confusión
porque no podemos imaginar cómo podríamos estar allí; en qué forma
podríamos ser allí… en la Impersonalidad.
Porque aquí en la tierra eso no es posible, en cada sitio existe una
capacidad concreta, un aforo limitado, y no caben más. Cada uno de
nosotros ocupamos un espacio limitado y eso nos diferencia. Por ejemplo
en un metro cuadrado de tierra caben pocas personas, quizás tres o cuatro.
Y eso es cierto si pensamos en términos de dos dimensiones, pero si le
añadimos una dimensión nueva, la altura, y extendemos hacia arriba, hasta
los confines del espacio, sobre un simple metro cuadrado, estaríamos
apoyados (o cuando menos tendríamos por base común) todos los hombres
que existimos ahora y todos los que ya han sido y los que vayan a existir. Es
un simple ejemplo de cómo lo que parece imposible puede suceder
simplemente añadiendo una dimensión espacial. Pero no solo se podría
añadir una nueva dimensión espacial, sino otras hechas de conciencia,
individualidad, etc.
No comprendemos que «esa forma de mí que estará allí, no será
exactamente lo que ahora soy». Seré yo y no seré yo. Esta frase asusta a
mucha gente que no se dan cuenta que esto es una experiencia permanente,
pero no reconocida, de nuestra vida; de la vida de cualquier hombre…
«mañana, si mañana, mañana viernes, seré yo y ya no seré exactamente
como ahora soy». Y eso a nadie nos angustia porque hemos aceptado la
idea de la «evolución en la personalidad», pero no aceptamos igual… la
«evolución esencial « o sea en el ser. No creemos en la posibilidad de
experimentar un cambio en la identidad, a la vez que seguiríamos siendo
«sustancialmente» los mismos. Nos decimos erróneamente que si «yo
mañana no soy como me siento ser ahora, entonces ya no seré yo».
Aquel que se aferra a «lo que ya es» de forma tal que no acepta el
«cambio, la transformación y la evolución»… sufrirá innecesariamente.
Son aquellas personas que creen que pueden acumular continuamente a lo
largo de toda su vida, más y más, sin desechar nada, sin renunciar a nada,
sin tener la obligación de elegir que juguete coger y disfrutar, en ese
momento de su vida. Se llenan las manos de cosas y quieren seguir
cogiendo más y más… sin soltar nada. No entienden que todo cambio
posible, y mucho más cualquier «proceso de evolución», exigen dos
movimientos alternativos: asimilar y eliminar.
Esto es comprobable en cualquier nivel, desde el más puramente
biológico, hasta el más psicológico o cultural. Y estos hombres que no
entienden la necesidad de «entregar algo», renunciar a algo, desprenderse
de algo, etc. para seguir siendo «humanos», llegan a un momento de
parálisis interior. No pueden crecer, hagan lo que hagan, pretendan lo que
pretendan ¡porque no renuncian a nada! No saben «eliminar». Y se
presentan en el día de su boda muy puntuales, ¡eso sí!, pero disfrazados de
Superman o pirata, y con sus muñecos y juguetes preferidos. Por supuesto
que la novia, informada, ni acude.
En la enseñanza de Gurdjieff se insiste en la necesidad de integrar
tres procesos: despertar, morir y renacer. Pero durante mucho tiempo se
interpreta que uno ya tiene bastante con ensayar el primero, y que los otros,
de llegar, lo harán casi al final cuando ya hayamos recorrido casi todo el
trecho que se debe recorrer. Nos parece que la experiencia de «morir» es
muy fuerte para nosotros, pobres novatos, inocentes y tiernos, y que no se
nos debe de asustar con proposiciones tan dramáticas. Es cierto que estas
tareas, tan serias y que exigen una mayor comprensión, se dan más en unos
momentos que otros del trayecto, y que predominan al final, cuando ya
somos expertos. No lo negamos.
Pero es igualmente cierto que desde el primer día, tenemos que
comprender que cada pequeño momento de despertar exige una
pequeña «renuncia o muerte»; y también una asunción de una nueva
forma de ser y de vivir, o sea un pequeño renacimiento aunque sea en una
modesta escala; la misma que tuvo nuestro despertar. No se puede despertar
y despertar, y acumular más y más, sin renunciar a nada, sin abandonar
nada y sin dejar caer ciertas cosas de mí mismo. No se puede ser adulto y
jugar por la noche a «indios y vaqueros».
Por eso sin un cambio en el «yo» no hay nada serio que pueda suceder;
mucho menos nada transcendente.
Y el yo no crece solo «incorporando» elementos necesarios,
sino también «evacuando» lo que ya no sirve.
Nuestro «yo» irá cambiando con nuestro trabajo,
y nosotros le permitiremos, asombrados y agradecidos
esas «posibilidades nuevas» de ser.
Llegar a ser «transparente», como nos dijo en una ocasión nuestra
querida guía, M. H., al final ya de su recorrido: ¡Ser Transparente!
Por eso llegamos a saber y a aceptar con alegría,
que si un día sucede «eso que deseo y busco con tanto anhelo»,
yo estaré allí, sí, pero que será solo con «algún otro Yo».
3. La falacia del «pensador»
Si soy capaz de pensarlo, y por lo tanto me parece entenderlo y además puedo
hablar de ello con palabras propias… significa que también soy capaz de «serlo».
O sea… que cuando «lo pienso»… ya «lo soy».

Creemos que la captación por el pensamiento equivale aquí a la captación


del «ser de la cosa». Pero comprender algo, en mayor o menor medida,
no significa «serlo». Creer en Dios por ejemplo, o admitir su necesidad
lógica, no implica tener una relación directa y viva con Algo Superior. Es
típico el «creyente» torturado por no poder vivir a la altura de sus creencias;
por lo menos estos reconocen que «creen en Algo que ni viven ni
experimentan». Por lo menos estos tienen un cierto grado de lucidez. Con
esta falacia activa, creo por el contrario que si «domino el concepto con mi
mente», tengo alguna relación con ese objeto en sí.
Si algo que me dicen no me «rechina» lógicamente, y lo acepto como una
posible verdad (un simple acto de aceptación intelectual) entonces creo que
comprendo algo y creo que ya tengo una relación esencial con ello. Si
pienso en la Unidad de todas las cosas por ejemplo, porque me parece una
idea «plausible», me creo yo mismo «una unidad», aunque esté
profundamente fragmentado y dividido en mi interior. Si pienso en la
Bondad… ya me veo bondadoso; y si llego a concebir la posible dimensión
de «una eternidad», o sea de algo fuera del tiempo, yo también ya me creo
eterno, etc. Pero por solo «aceptar» con el pensamiento estas realidades,
necesariamente no soy ni Uno, ni bueno, ni eterno. Digo que creo en
Dios, que pienso en Él, ¡pero en absoluto simplemente por eso soy divino!
Se necesitarán otros requisitos.
La terrible enfermedad del pensamiento occidental de creer que la
«vida» es algo «para entender, conocer o incluso comprender», se
extiende al Absoluto, al que pretendo «conocer simplemente» con mi
mente, como quién conoce un teorema matemático, o una formula química,
o un dato cualquiera. Es el «efecto de sentido» el que nos ciega: ¡esto tiene
sentido para mí, luego ya está realizado! Estamos bajo el dominio de esta
falacia. Nos basta con poder ponerle un «nombre a las cosas». No vemos
ninguna diferencia entre «saber y ser».
Mucho daño nos han hecho a los buscadores ciertas aproximaciones a lo
Superior que se introducen mediante el «discurso», el simple y exclusivo
«discurso compartido» que invita a hacer un cierto «insight» para lograr un
simple «efecto de comprensión». Son esas charlas «a lo Krisnamurti», por
ejemplo, donde de lo que se trata es de «darse cuenta de que lo dice ese
predicador» puede ser verdad. De hecho en algunos instantes me parece
estar «viéndolo» en primera persona y en directo: ¡ahora he comprendido!,
p p y ¡ p
exclamamos llenos de satisfacción. Y es cierto, hemos comprendido algo
que antes jamás lo hicimos. Nuestra configuración de «sentido lingüístico»
sobre las cosas, con todas las esclavitudes lógicas que arrastraba en su seno
y que condicionaba mi comprensión, han «estallado; y ¡ahora veo otra
posibilidad! ¡Pero todavía estamos en el terreno de la simple filosofía;
aunque sea una filosofía psicológica o práctica. ¿Por qué? Porque solo
trabajamos con el pensamiento.
Quizás se ha «de-construido un «falacia» que siempre estuvo sobre mi
cabeza y el efecto es plenamente liberador. Una mentira, un prejuicio, una
falsa creencia, un «supuesto básico» al que jamás puse en cuestión… se ha
evaporado ante mis propios ojos, igual que una serpiente deshace el nudo
que ella misma formó… y se aleja. Sencillamente he podido comprender
algo nuevo. Hemos intuido algo nuevo, hemos concebido algo distinto,
hemos podido formular verbalmente por vez primera una antigua sensación
de «conocer oscuramente algo»; pero seguimos siendo los mismos de
siempre. ¡Porque esa nueva comprensión solo representa una
pequeñísima parte de mi ser!
El «diálogo socrático» tiene un indudable valor para acercarnos mejor a la
Verdad, y se elabora entre varios, colectivamente, igual que el diálogo
hermenéutico, donde de mi verdad y de tu verdad surgirá una «verdad»
superior a ambos. Pero por sí solo, el ser capaz de acercarse mediante el
conocimiento a la verdad que puede ser formulada, no implica la capacidad
de poder llevar una «vida verdadera». El conocer algo de la Verdad no es
suficiente. Porque si somos sinceros nos preguntaremos: «y ahora que
conozco mejor la Verdad… ¿cómo se vive esa Verdad… de verdad»?
Porque yo sigo siendo el mismo que antes. Casi nada ha cambiado en mi
completa realidad psicofísica; sigo teniendo mis hábitos idénticos, mis
tensiones igual que siempre, mis bloqueos, mis limitaciones, y mi
insensibilidad, intactas. Mis cristalizaciones emocionales negativas y
positivas siguen igual que antes, y mis valores personales se mantienen
ocultos, como siempre. Miedos, ambiciones, complejos psíquicos,
recuerdos traumáticos, dependencias emocionales, esclavitudes del apego,
no han cambiado. No han sido tocadas en absoluto, porque están
constituidas de una «materia diferente» y la simple «visualización» de
un sentido nuevo de tipo intelectual, apenas las hace cambiar.
Son de una «materia» que no se deja modificar por las «simples ideas»,
por iluminadoras que están sean. Los psicólogos saben bien que explicar a
la perfección al paciente lo que le pasa, no le suele mejorar. Por ejemplo si
tiene una fobia, explicarle con todo detalle lo que es una fobia, e incluso el
porqué la padece él en concreto no le cura en absoluto; la fobia se ríe de
nuestras explicaciones… y el paciente la sigue sufriendo exactamente igual.
El conocimiento intelectual por sí solo no cambia ¡salvo que le
pongamos a «trabajar»!
¡Qué idea más extraña: hacer «trabajar» a lo que conozco, al conocimiento
mismo! Y para un occidental ¿que podría ser trabajar con sus «ideas y
conocimientos»? Muy claro, ¡lograr Sentir permanentemente aquello
que ya sabe! Un simple ejemplo: ese occidental ya sabe que el universo es
grandioso y misterioso; y ¿qué sería hacer trabajar a ese conocimiento?
Pues sentir esa misma grandeza y ese mismo misterio en su vida cotidiana,
y durante casi todo el día. Lo cual anularía su negatividad y su infatuación.
Y también su angustia.
Es un hecho. Las posibilidades del discurso son limitadas, aunque
nosotros creamos que «comprender mediante palabras es el todo». Creemos
que si lo puedo ver, lo soy. ¡Si lo puedo concebir mentalmente, lo conozco!
¡Si se me hace familiar su sentido, lo comprendo! Si sé que el wolframio es
un mineral, ¡ya sé lo que es el wolframio! Y todo así. En las enseñanzas del
Cuarto Camino se hace énfasis en distinguir «saber» de «comprender».
Saber es una función exclusiva de la mente, comprender es una función
de mi ser total e integral, con todas sus capacidades y dimensiones.
Porque solo cuando podemos afirmar que primero lo conozco, y que
además lo siento y por último que de alguna manera «lo soy», es cuando
podemos concluir que lo he recibido correctamente con «todas mis
funciones»; y que por eso ahora ya forma parte de mi ser. Por eso en todos
los caminos hay un momento en que se queman los libros sagrados, se
olvidan las palabras y los dogmas, y ¡se deja de discutir! Y más
adelante, incluso también de predicar.
«Saber» algo nuevo, es el comienzo, un necesario comienzo,
pero no es suficiente porque no cambia por sí mismo.
Necesitamos además saber trabajar con el «ser emocional y físico».
Llegar a sentir lo que sé, tanto con la emoción como con el cuerpo.
Distinguiendo el simple «saber»
de la posibilidad humana de «comprender»,
la falacia del «pensador omnipotente» nos dejará de engañar.
4. La falacia «topológica» (En otro lugar)
Lo que yo busco está en otro lugar (geográfico, espacial) del que yo habito. Este
lugar, este espacio concreto, este «topos» en el que vivo, no alberga lo que yo
«busco». ¡Aquí no está!

Muy propio de nuestra infancia por aquello de «los cielos que están en lo
alto… entre nubes lejanas»; y por ello profundamente anclado a nuestras
primeras representaciones mentales. Tiene una evidente relación con la
muerte como viaje o desplazamiento a un lugar «más allá». El Paraíso, el
Edén, el Walhalla, los Campos Elíseos, o cualquier otro lugar adonde
debemos «ir», para estar con «Aquello» que nos espera y que deseamos. O
sea con la idea del «retorno», de la «vuelta al origen», del fin de la
peregrinación o del «exilio; el hijo prodigo que vuelve a su hogar.
Recordemos los ábsides de nuestras iglesias atiborrados de
representaciones celestiales, con sus ángeles, profetas y paraísos celestiales,
en perfecta armonía, incluso de color; y su depresivo contraste con lo que
podíamos ver al salir a la calle. Esa vulgaridad, ese miedo, ese gris en todas
las direcciones. Y por todas partes… «esa ansiedad», que es lo único que
permanece constante.
Recordemos nuestras miradas del verano de la infancia hacia los cielos
infinitos, ¿lo recordamos aún? ¿Y de verdad que hoy se sigue mirando al
cielo, exceptuando a los profesionales de la astronomía? Allí donde,
impresionados, imaginábamos mundos inaccesibles, que se nos presentaban
separados del nuestro, inalcanzables, incognoscibles. Allí arriba, aquí
abajo. Allí donde está, aquí donde no está. Allí… donde yo no estoy.
Y ciertamente que no está en mi «aquí» de ahora, pero solo porque yo, que
ocupo y he creado este «aquí», no soy ya «mi verdadero yo». Intuimos
certeramente que este «aquí» es una simple «reducción al mínimo» que
hemos producido por nuestros propios medios. Hemos «reducido» el Aquí
en que nacimos hasta el «aquí» que vivo ahora; y por eso empezamos a
creer en el «allá» como la solución. Pero no hay «allá». Solo hay un Aquí.
Hemos hecho una operación subjetiva para deformar la Realidad Una. Y
por eso si perseguimos el «allá» no lo encontraremos nunca porque no
es un lugar real.
Un día se descubre que «Eso… esta Aquí». Pero para que entendamos
esto, por supuesto que el concepto del «aquí» ha cambiado y se ha
ampliado, incluso mucho, porque está tan claro ahora que… ¡Eso que
busco solo puede estar «Aquí»! El «Aquí», como tantas otras cosas
valiosas ha quedado tan devaluado, que lo vemos como fuera de nuestros
intereses más altos, lejos de nuestras grandes expectativas, creemos que se
ha quedado en el área de lo intranscendente y efímero, de lo cotidiano y
q y y
simplemente humano. Y eso es verdad para este «aquí» en el que estamos
como ahogados y dormidos, este «ahora» hecho de simples pinceladas
imaginarias de exclusivo valor social, este vulgar espacio donde trascurre
mi vida limitada y de dormido.
Pero ni este «aquí» es consistente, sino que es como la plaza del pueblo
donde todos alucinan, se observan con avidez, se comparan, y se critican.
Ni este «ahora» es ese rato intranscendente cuando voy a pasear antes de
comer, para hacer un poco de apetito, para luego comer bien y echarme una
buena siesta para luego levantarme y salir un poco con mis amigos para
discutir sobre lo que ha dicho la televisión que está pasando.
Somos nosotros los que hemos construido un «aquí» tan insustancial y
tan aislado de lo verdadero y lo valioso, que es casi lógico pensar que en
él, nada transcendente puede suceder. Un «aquí» tan pobre y rutinario,
que es imposible que en él se lleguen a manifestar los contenidos de mis
esperanzas, intuiciones o sueños. Vivimos en el «aquí» del último
acontecimiento histórico o social; vivimos casi siempre en la última
anécdota o noticia banal; porque para un buscador cualquier
acontecimiento, incluso de enorme magnitud como pudiera ser el
nacimiento y la muerte de una civilización, o el progreso tecnológico más
revolucionario que cambia nuestra vida, son una simple anécdota.
¡Ciertamente, en ese «aquí imaginado y devaluado»… no puede ser!
Ahí no cabe la realidad. Es un aquí simplemente mental. Este aquí es irreal
y no tiene sustancia, está hecho de humo. Lo construimos mediante un acto
de atención concentrada y compartida con otros «vulgares magos» que son
capaces de crear esta realidad terrorífica pero insustancial. Somos magos
pero no creativos ni sinceros, ni valientes, y mediante nuestros conjuros
exitosos creamos el «topos imaginario» donde vamos a vivir toda nuestra
vida en común. Pero ese «aquí» que creamos es muy vulgar y muy
pequeño. Es como una simple escena de una película mediocre. Por eso
construimos después lo que llegarían a ser «el allí o el allá» y creíamos
conocerlos: el allí detrás de los cielos, o de la muerte, o el allá inaccesible
donde se escondió el ser o la Verdad… allá a lo lejos en aquellas estrellas
que casi no se ven. ¡Aquí y allá, cruel dualidad!
Nuestro «aquí» es reducido hasta niveles de miseria, pero lo peor es que se
ha quedado aislado de lo vivo y lo real. Hemos constituido un «topos»
concreto que nosotros imaginamos desde niños que está fuera del espacio
total, como si fuera una «vesícula de excreción» de algo inservible y no
valioso. Lugar de acumulación de residuos o restos desechables, como una
ampolla rectal, presta a expulsar lo que no sirve: en nuestro caso lo que está
destinado a morir, a no comprender, a sufrir, a no Ser. O sea: «yo». Aquí
estoy, castigado, sí, castigado. Nos parece que hemos sido «confinados»
en él y «encapsulados para siempre».
Nuestra percepción del Todo exterior se parece mucho a la que tiene un
niño enfermo, al que sus padres no dejan salir, mirando por la ventana en un
radiante día primaveral. Le han separado de lo bueno, lo vivo y lo real. Le
han separado, sin que le hayan podido dar una explicación convincente, del
«resto de todo», de la Totalidad que está allí fuera, inaccesible,
inalcanzable, a la que este niño si no quiere sufrir más hará bien en olvidar
y concentrarse en sus fantasías sustitutivas, en sus consoladores juguetes, en
sus personajes favoritos de ficción. No se puede sufrir tan seguido, tanto
tiempo, siendo consciente de mi separación… ¡habrá que soñar!
Pero un día descubro que no hay niños en la calle, que todos están igual
que yo, detrás de la ventana de cristal, con la misma añoranza, con el
mismo anhelo, con la misma envidia, con la misma sorda desesperación de
infante (el que todavía no tiene voz). ¿Quién nos ha introducido en este
juego? ¿Quién nos convenció de que era divertido? A lo lejos las
montañas me hacen señas, las nubes me comunican cosas y me invitan a
salir; y mi habitación cerrada es muy pequeña y contiene muy poco de real,
solo unos cuantos objetos artificiales que me aburren sobremanera.
Y de pronto el milagro, la comprensión gloriosa, el eureka atronador:
entre mí y el mundo solo se opone un cristal. Un frágil cristal. Un simple
y delgado cristal. Y por cierto, ahora recuerdo que mi tío me regaló el año
pasado un juego de carpintero con un buen martillo que nunca había usado.
¡Hasta hoy! ¡Sí, hasta hoy mismo nunca lo había usado! Una vez roto el
cristal el espacio se expande sin límites. Ahora vivo Aquí porque no hay
dos. El espacio se ha hecho Uno.
Y Aquí, aquí donde yo vivo… vive el Gran Ser conmigo.
Aquí donde yo experimento,
es «el único espacio topológico… donde se puede «experimentar».
Mí Aquí no acaba aquí;
se extiende en el espacio sin fronteras ni límites, hasta el borde final.
En mi Aquí, está «contenido todo, todo». Porque ¡solo hay un Topos!
Todos los seres, toda la realidad están Aquí, conmigo.
Y este verdadero Aquí es tan grande que incorpora el «allí y el allá».
Fuera del Aquí, tal como lo concibo ahora…
»no queda espacio… no hay un más allá».
La grandeza del Aquí, me asombra y casi estremece.
Este pequeño lugar limitado,
este punto topológico tan familiar, tan vulgar donde yo vivo…
!es el Espacio Total!
Allí, allá ¡no hay nada! El espacio ya no me confundirá más.
Aquí… están las «esferas celestiales».
¡Rigurosamente!
¡Aquí están!
5. La falacia del «jarrón roto»
Creo que el universo en su totalidad, y el Ser en su integridad… «están rotos en mil
pedazos». Así lo veían mis «papas», así lo ven todos. Así lo veo yo, ahora. Un jarrón
roto que tengo que «reparar».

Y que por lo tanto mi tarea es unir lo «separado», juntar lo


«irreconciliable», pegar y pegar, durante el resto de mi vida, fragmentos
irreconocibles, inarticulados, incomprensibles, hasta que vuelva a aparecer
la Unidad del todo, única realidad que puede tener «sentido». Pero no nos
damos cuenta de que ¡ningún fragmento puede tener sentido por sí mismo!,
como ninguna pincelada del artista en el lienzo, por si sola… lo tiene.
Ninguna parte nos dice algo sustancial sobre el Todo. Para ello debo
contemplar el Todo de una vez. Aunque fuera por instantes, por segundos,
en una simple mirada fugaz.
Esa supuestamente inacabable tarea nos llena de inseguridad interior, pues
nos decimos… ¿cómo lograré yo… con mis míseras fuerzas… esa tarea
colosal? Objetivo imposible para las limitadas capacidades que siento
activas en mí. Somos como un niño ante un inmenso puzle de mil piezas…
¿por dónde empezar?
Menos mal que es una falsa visión del Todo, de ese Todo que tenemos
delante y que nos han descrito como una acumulación caótica de seres y de
cosas, que están articuladas por leyes mecánicas físico-químicas, muy
rigurosas, pero no por «sentido». Vemos mucho e indudablemente más cada
día, pero no podemos «captar», una «imagen Unitaria» de lo que vemos,
por lo cual ¡vemos algo que no tiene sentido! Por eso acabamos por creer
que el «jarrón» está roto en mil pedazos. Vemos objetos detrás de las
vitrinas de un Museo, y todos nos fascinan por un momento, pero no
entendemos nada de lo que han significado como la realidad que fueron.
Queremos conocer la vida en el Egipto antiguo y vemos momias y papiros y
vasos y esculturas, y muchas cosas más; pero no sabemos nada de la vida
«como egipcio del imperio antiguo». Así lo veían nuestros padres y por eso
nos daban la simple y resignada recomendación de que no intentáramos
«comprenderlo». Quizás, como mucho, pudiéramos «explicarlo»
(conociendo científicamente muchas leyes, sobre partículas y fuerzas.
Conociendo y conociendo, detalle tras detalle, hecho indudable tras hecho
indudable, trozo a trozo, más y más), pero nunca lo «comprenderíamos».
Hijo mío: el mundo no tiene «sentido», y aunque lo tuviera, nosotros,
pequeños y miserables hombres, no lo podríamos «captar».
La buena noticia es que: ¡No ha habido nunca un «jarrón roto»!; no
han existido nunca «caóticos pedazos» no articulados en una Unidad.
¿Por qué conformarse, como hacen algunos resignados, solo con recoger los
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más bellos o valiosos fragmentos? ¿Por qué reducir mis expectativas a
reconocer tales o cuales trozos, que despiertan mi interés puramente
subjetivo, y renunciar para siempre a percibir con todas mis capacidades
una Totalidad? Hay muchos motivos que nos favorecen esta psicótica
visión; porque recordemos que una «alucinación» es «ver algo que no
existe», y por los efectos deletéreos de esta falacia se afirma con total
rotundidad que: ¡Hay un Jarrón roto!
¡Pues no lo hay! ¡Nunca lo ha habido!
Casi se podría apostar una buena cantidad, de evidente que es esta
afirmación. Lo único que está como roto es nuestra mente.
Pero el buscador «hiperactivo» que desde niño solo cree en sus fuerzas
propias, que utiliza para domeñar un mundo que él cree hostil, necesita «ver
el estallado jarrón» para así tener una empresa «yoica» que realizar el resto
de su vida: o sea «hacer un poco de bricolaje existencial» y juntar y juntar
trocitos. Y con eso calma sus ansiedades y gana una evidente autoestima.
¿Pero cómo señalarle a ese buscador que el jarrón está intacto? ¡Que no
necesita de sus «manipulaciones, aunque sí de su fascinación, de su
adoración!, que es precisamente lo que él jamás quisiera dar, porque
implicaría una peligrosa entrega a algo de u ¡orden Superior!
Otros buscadores por el contrario afirman, e incluso lo creen como si fuera
un artículo de fe, y además hacen proselitismo de ello, que el jarrón está
intacto, que es perfecto, que no hay nada que hacer. Pero ellos no ven un
jarrón único, ni bueno en su perfección, ni confían en absoluto en él;
por el contrario se afanan en controlar su propia vida, en particular su vida
emocional, con la desconfianza del que ve un «jarrón totalmente deshecho y
además miserable».
La prueba de que un buscador ha caído en esa falacia es que no se
«arrodillan» ante ese supuesto jarrón, que ¡no se ponen al servicio de algo
supuestamente tan hermoso! ¡Que no entregan nada de su vida en su
defensa, en su cuidado, en su adoración! Todos sus afanes se enfocan
completamente en su propia vida, en buscar su felicidad personal, y no les
queda energía para nada más. No hay forma humana de percibir la
Totalidad de forma ordinaria, o sea, con atención ordinaria, con emoción
ordinaria, y con «intención» ordinaria, como quién percibe cualquier otro
objeto del mundo. Percibir la Totalidad, aunque sea una fracción de
segundo, transforma completamente.
Algunos otros que también ven solo un jarrón completamente roto con
cientos de fragmentos abandonados, ni se plantean la tarea de recoger sus
pedazos, que ellos ¡ven con total nitidez en medio del suelo! Les parece una
tarea muy agotadora para su pobre energía y su hipersensibilidad a la fatiga;
y se compran un hermoso sucedáneo en un mercado de baratijas. ¡Un
maravilloso jarrón de plástico, además muy económico, solo me ha
costado…! Y sustituyen al verdadero jarrón que está delante nuestro por el
recién comprado por ellos, en forma de «artificios conceptuales»; o sea
teorías estéticas, filosóficas, religiosas o científicas. En su corazón sienten
que el mundo es una «representación imposible», que en el fondo de él no
subyace «Algo Bueno»; que no tiene sentido porque no tiene «Unidad». ¡Y
se inventan «una», tan tranquilos! Y están muy orgullosos de su jarroncito
barato, que como es de plástico, es irrompible. Y lo colocan en medio del
salón… y algunos hasta lo adoran. Pero el miedo sigue agazapado en su
interior, porque ven un mundo «estallado» en mil pedazos; y además en
lucha entre sí. ¡No conocen paz; solo «desconfían»! Y eso no es vivir.
Y por último algunos buscadores, unos pocos, tienen una importante
disociación dado que «ven un jarrón intacto, mientras sienten que está como
roto». Necesitarán un tratamiento «especial».
Cuando miramos bien, en la dirección adecuada, el tiempo necesario, y
con la actitud requerida, vemos, en forma de simples chispazos al
comienzo, como si fuera que se activa un «flash», una indudable verdad:
¡Solo hay un Objeto, o Ser, o Realidad, que vive en perfecta unidad
consigo mismo! Y que aunque estuviera formado de múltiples partes que
parecen distantes y ajenas unas de otras, e incluso enfrentadas… en realidad
las tiene «todas conectadas en perfecta armonía entre ellas y en total
comunicación».
Mirando bien lo que parecen fragmentos imposibles, vemos que
«todos son partes irrenunciables, gloriosas, de un jarrón perfecto. Ver
esta Unidad Viva nos permite conocer la grandeza desbordante, la belleza
inimaginable, la bondad inconcebible. ¡Sin exageración alguna, sin poesía
alguna; eso es así!
¡Hay un solo Objeto (para los que creen en objetos de «conocimiento»),
un solo Organismo (para los que creen únicamente en organismos vitales),
un solo Mundo (para los que creen en mundos cósmicos)… y un solo Ser!
Hay… ¡Una sola Mente, una única Persona, y un solo Creador!

Ese hombre ordinario, perplejo, cuyos padres le enseñaron


sistemáticamente a enfocar su mirada artificialmente
y lograr así ver un «jarrón roto»… sencillamente «ve algo que no existe».
O sea, «ve mal». Porque no hay un «jarrón roto».
Su primera tarea no es ninguna otra cosa que intentar ¡ver Lo que Hay!
Alguien, pacientemente, le deberá enseñar a «volver a mirar».
6. La falacia «ontológica»
Yo tendré el «ser» de… (el Absoluto, el Creador, el Eterno, el Ser Supremo, etc.).

Mi ser «ya es» en su totalidad ahora mismo. Es imposible aspirar a


encarnar otro ser que no sea el mío. Ningún acto realizado con la mente, la
emoción o el cuerpo, puede modificar en forma alguna nuestro ser. En la
cuestión del Ser, no hay nada que ganar… ¡ni que perder! A los hombres
modernos les interesa exclusivamente «la vida», su vida con sus
experiencias, pero la cuestión del ser les parece que consiste en las vanas
especulaciones de una filosofía trasnochada. Sin embargo es el Ser el que
posibilita «vidas, goces y experiencias». Nuestro «ser», esa cosa inasible,
va a condicionar todas nuestras posibles vidas y todas las experiencias que
esas vidas nos permitirán tener. Ramana Maharsi decía: «Aquello que pueda
perderse o aquello que pueda ganarse… no tiene mucho valor».
Obviamente hablaba del Ser de cada «ser», caracterizándolo como aquello
que ni puede ganarse ni puede perderse. Pero además cuando un sabio habla
del Ser, no habla de su particular Ser, sino del de cada uno de los seres que
le rodean.
La formulación que podría ser correcta sería: «Yo tendré el ser que
reconozca ser», porque se trata de «reconocer el ser», no de crearlo. Y
ese «reconocimiento» solo puede producirse por un «acto simple e
instantáneo» de mi capacidad de Ver y de Aceptar. Y cuanto más
«reconozco» mi Ser, más Soy. Si «veo» un mundo pequeño y cerrado, vivo
en él y soy «algo pequeño y cerrado». Si «veo» un mundo grandioso y
abierto a posibilidades nuevas, viviré en él y yo seré un «ser abierto y
grandioso». El ser de un hombre no viene definido y limitado por su cuerpo,
como creemos, sino por su capacidad de «atención y percepción». El ser
propio del hombre es de la naturaleza de la «consciencia». A más
consciencia ¡más ser!
O sea que vivimos en el mundo que hemos creado nosotros mismos.
¡El mundo Es «como» tú Eres!
Si eres frío, el mundo será frío.
Si apático, el mundo no tendrá interés.
Si temeroso, el mundo contendrá muchos peligros.
Si triste, estará lleno de tristezas.
Si eres grande, el mundo será grande como tú.
Si eres inteligente el mundo será complejo.
Y si eres simple será de enorme sencillez.
Y podíamos seguir así por horas.
Si soy alegre, el mundo contendrá alegría, pero si no lo soy, no.
El mundo es como yo. ¡Clarísimo!
Nadie va a encontrar en este mundo lo que no esté ya en él.
Por eso se nos propone cambiar nosotros, que es muy fácil; el mundo no
sabemos si podrá cambiar.
¿Pero entonces cual sería aquí la función de la Voluntad humana, si parece
según esto que yo nada «puedo añadir» a lo que soy? (aquello que los
Evangelios señalaban de que el hombre no puede aumentar ni una pulgada
su estatura, por mucho que lo intente). Dependerá de en qué momento
estoy, de cuál sea mi situación interior. Cuando no me siento «unificado»
(porque estoy dividido, fragmentado, incoherente, contradictorio,
ambivalente o en estado de duda y confusión) será totalmente legítimo
«desear lograr la unificación» y empeñar decididamente mi «voluntad» en
esa dirección. Pero cuando misteriosamente me adviene un momento de esa
misma unificación, y ya no estoy dividido internamente, la Voluntad solo
tiene que hacer una cosa que es: Aceptar.
Ver el Ser que ya es, Aceptar el Ser que ya soy. ¿Qué más se puede
hacer?
Pero para ello tiene que renunciar primero a la ilusión de creerse una
«persona ordinaria» y después, incluso, dejar de verse como un «buscador».
Pero cuidado, porque «aceptar el ser que ya soy, no es aceptarse como
se es ahora, con este estado de sonambulismo en que vivimos, sino
despertar para reconocer la Presencia de la Realidad total, en este mismo
instante». La condición de buscador se inicia cuando nos damos cuenta de
que no estamos viendo lo que Hay, luego ¡no estamos siendo lo que Somos!
Pero al mismo tiempo el buscador entiende que de nada sirve la «violencia»
contra lo Alto. ¡Nunca podrá robar «lo que ya es»! Por eso es imposible
seguir avanzando sin explorar seriamente la «relajación» del cuerpo, su
«apertura» a nuevas fuerzas, energías y sensaciones; y el «abandono». El
ser no se recibe con la mente, sino con el cuerpo. La «iluminación» no
es cosa de la mente sino del cerebro.
El «abandono» exige la confianza casi completa en que ¡existe algo
mejor que mi yo! Los buscadores lo exploran y examinan, sea con la
lógica o sea con un sentimiento (porque, seamos sinceros, se trata de
«explorar» en esta posibilidad, dado que el abandono definitivo está casi al
final de nuestra confianza en la Bondad de Eso). Nadie nace con la cualidad
del «abandono», por el contrario nacemos «con» y desarrollamos
masivamente el «control» y determinadas capacidades de «poder». El
«abandono» acompañado de un sentimiento, casi ingenuo, de «confianza»
espontanea en algo Grande y Bueno, en general es mejor porque activa un
deseo más íntimo y profundo que cuando se mueve uno con la simple
lógica. El Ser, en su Totalidad, es mejor que yo.
El «amor» (en sus mil formas de expresión humana) llama al Amor.
7. La falacia «temporal»
¡Ahora no! ¡Todavía no! Solo «más tarde», o sea solo «luego», lograré tener
acceso a… lo que busco (sea la Verdad, la Salvación, la Inmortalidad, la
Felicidad, la Conciencia, etc.) ¡Pero ahora no!

Pero «más tarde»… no existe. Es nada; ¡no hay nada sustancial…


después! Cualquier «objeto» que consideremos alcanzable, o cualquier
«estado» que creamos posible de recuperar, o «meta realista» que desee
lograr, ¡ya está presente! ¡Ahora mismo, ya está presente!
Si no disponemos de ello ahora mismo, en este mismo instante, es porque
nosotros mismos hemos creado una especie de «bucle temporal» que nos
separa mediante un «lapso imaginado de tiempo» que después debemos
atravesar («transcurrir a través de él») como si fuera un desierto, para llegar
a ese momento futuro donde está lo que buscamos.
El veneno de esta falacia es que nos dice ¡ahora no!, !todavía no!
¡Ahora no es tu hora!
Y sigue diciéndonos
será posible solo…
«después» de que suceda esto y aquello, vendrá lo que tú buscas.
Solo será posible cuando tu «vivas» esto y lo otro y eso otro más.
Sucederá solo cuando «comprendas» más,
cuando «logres» previamente eso y lo otro,
o sea cuando el tiempo que tu estiras hacia el futuro… «llegue a su fin».
Nos dice suavemente, con un tono afable y amistoso, pero con resultado
«letal»: este momento que tu vives ahora no es un momento definitivo, no
vale en sí mismo, es solo el «telonero», un tiempo preparatorio,
únicamente un «tiempo precursor del Momento de verdad».
¿Por qué, entonces, yo me detendría en él?
¿No entiendes que me estoy «preparando» para otro momento?
¿Con qué interés pondría yo mi atención en su centro,
intentando penetrarlo, sino es «el momento»?
¿No es más fácil dejarlo correr hacia la nada?
Ahora, todavía, el mundo no se ha «precipitado» como «real»;
¡solo está como incubando! me dice esa falacia.
Descansaré tranquilamente ahora,
preparándome con toda mi intención y sinceridad para ese otro
glorioso momento que vendrá. ¡Qué vendrá más tarde!
Guardaré mis fuerzas para entonces.
Miraré confiado al horizonte lejano de los sucesos verdaderos…
y esperaré; sí, esperaré…
Pero a este «momento nítido» donde posan mis pies,
p p
este «ahora mismo» donde estoy sentado… donde estoy ahora vivo…
¡lo dejaré correr!
¡Este ahora no es el Ahora!, dicen.

El caminante que va dejando paisajes atrás, que considera


irremediablemente perdidos para siempre, a medida que avanza; que se
desliza rápido, con prisa y con desinterés sobre el terreno que pisa, pierde
su propio «ahora», porque su mirada, llena de idealismo y ansia, está
siempre enfocada en el paisaje futuro, que sin duda «vendrá». Ese
caminante que no puede hoyar un «sitio verdadero» en un momento
real, debiera hacer una sencilla observación pero elevándose primero lo
más alto que pueda. Quizás una colina sirva, pero sería preferible hacerlo
mediante un globo aerostático, que asciende más alto y sobre todo más
rápido; y entonces «ver», «ver» los paisajes que él creía perdidos, como
muertos, aquellos que dejó atrás en el trayecto realizado, como bullen
todavía, llenos de vida. Allí se vive aún, ¡oh, sorpresa!, con la misma
intensidad de vida que cuando él ocupaba ese terreno hace un momento, allí
abajo. ¿O sea que el pasado no se ha desvanecido en la nada? ¡No! Allí está
viviendo tu pasado sin ti.
Y en el terreno «futuro», aún no hoyado, al que llegaré dentro de un
tiempo, sucede igual, ¡ahora está plenamente vivo hasta rebosar! El futuro
está completo, acabado, cerrado casi en su propia perfección vital; y no me
está esperando para que yo le dé sentido o vida o significación. ¡Tiene su
vida en sí! Es totalmente independiente de ti. Algunos ya están viviendo en
su futuro y tú podrías hacer igual. Tu futuro ya está aquí, o por lo menos
podríamos decir que se hace presente ahora mismo.
Y la mayor sorpresa es que ahora ya no puedo ver las barreras que
claramente veía separar un lugar de otro, y eso es simple cuestión de
perspectiva. Pero lo que me impresiona es sentir en un momento
determinado que los tiempos, un tiempo de otro, que yo creía que estaban
separados a perpetuidad y que eran incomunicables, ¡están unidos entre sí y
forman como una sola cosa temporal! ¡Pero si forman parte de una «unidad
continua»!, exclamaré. ¡Pero si son indisociables, inseparables! ¡Pero si
están presentes y vivos a la vez! El presente, el pasado y el futuro, ya
están entretejidos; ya tienen realidad. ¡Son solo una cosa, un único tejido
o un solo Ser! El tiempo es un gran engaño, mejor dicho auto-engaño. Pero
no sé explicarlo mejor.
Cuando el caminante baje y continúe su andadura, volverá a ver lugares y
momentos que se pierden, y otros que se alcanzarán. Incapaz de quedarse
quieto sobre alguno de ellos, sea un ahora, sea un momento, o quizás algún
instante; seguirá su ansioso y alocado caminar. Y todo por no poder «parar»
y «elevarse». Igualmente su representación del tiempo continuará
engañándole. Y seguiremos confiando que aparezca por el horizonte el
«futuro», como salvador, pero no vendrá, ¡porque ya está aquí!
Un niño cree que cuando mira adelante hay un mundo, que cuando mira
hacia atrás hay otro, y cuando mira a la izquierda o a la derecha, pues son
dos mundos más. Total cuatro mundos distintos entre sí, cuatro paisajes
muy diferentes que el niño olvida a medida que pasa de uno a otro: ¡no
tiene memoria! Cuando la tenga comprenderá que es un solo espacio y un
solo mundo, aunque a él le parecieran cuatro o más.
Con el tiempo pasa algo muy parecido. Solo diré que en ese caso lo que
une los tiempos es también una cierta capacidad de recordar. Nadie crea,
por supuesto, que se trata aquí de conocer el futuro, cosa que nos interesa
muy poco, sino que se trata de conocer al Ser (que incluye el tiempo).
El buscador, cuando comprueba que por perder este «simple momento»
(de este «ahora mismo» que no espera a otro), lo pierde todo;
que jamás tendrá otra posibilidad,
que hay una fuerza cruel que lo empuja hacia más allá de cualquier ahora,
¡se indigna consigo mismo y con su forma de pensar!
¡Se da cuenta, con horror, que su mirada «resbala»
sobre el tiempo presente!
¡Que jamás lo capta, que jamás lo habita, que jamás lo vive!
Comprende, con estupor, que solo ve
«lo que pasa, lo que se deshace, lo que se desdibuja como una niebla
irreal»: o sea, lo que se queda detrás.
Pero comprende que eso que le queda como espacio posible
…es «inhabitable»,
dado que él se ha instalado en el vagón de cola y solo puede ver
«el tiempo y el espacio que se pierden».
¡Mientras esto sucede, él no tiene donde pisar!
Jamás podremos tocar los objetos que vemos
desde el último vagón de un tren en marcha.
Y entonces, desesperado, se promete a sí mismo
que renunciará con todas las fuerzas que disponga
…a todo «luego», a «más tarde», a «en el futuro»
y a toda forma de Después.
¡Tiene que ser ahora!
¡Ya no acepto el postergarlo más! ¡No acepto retrasarlo más!
El momento culminante, sagrado, definitivo, de mi búsqueda
es «cualquier momento».
¡Es este momento!
¡Es… todo… momento!
¡Tiene que ser Ya!
8. La falacia del Mérito
Yo… cuando «logre ser y comportarme como»… (y aquí podemos poner muchas
cosas, por ejemplo ser vegetariano, ermitaño, abstinente, teólogo, asceta; o por el
contrario ser y comportarse como alguien espontáneo, divertido, abierto y
gozador e incluso disoluto; o quizás lograr ser un famoso personaje de la cultura,
o del mundo espiritual, y ampliamente reconocido por las masas y la autoridad,
etc.), entonces y solo entonces, tendré el derecho y la posibilidad real de Lograr
mi Completitud humana.

Y así, entendemos erróneamente que para comprender lo que Buda quiso


decir debo aprender tibetano, comer «tsampa», vestir hábito naranja, etc. Y
si me interesa lo que dijo Cristo debo leer la Biblia, ver «pecados», saber
teología, tener crucifijos, etc. Y si lo que dijo Mahoma despierta una
curiosidad sincera y quisiera conocerlo mejor, entonces ya sabemos…
turbante, barbas, velos, postraciones, etc.
Si un hombre quisiera lograr ser Él Mismo, debe evitar
rigurosamente «imitar» externamente a nadie desde el mismo principio
de su búsqueda. Por más difícil que resulte se debe renunciar a gestos,
comportamientos, hábitos y rituales y actitudes externas, propias de
aquellos a los que… «conferimos autoridad».
La «imitación de formas externas» nos da la falsa seguridad de pertenecer
a algo que imaginamos valioso y creemos que esto casi por sí mismo
garantiza la consecución de nuestros objetivos y metas interiores. Pero no
es así, porque la mera «pertenencia» no garantiza nada. Pertenecer a una
«sangha» o comunidad, o grupo cualquiera, es necesario durante un
tiempo más o menos largo, en el que se elabora «nuestra educación»…
pero no nuestra «liberación». ¡Son dos cosas muy distintas! Pero la gente
las confunde. No saben distinguir estos dos «momentos».
La «educación» debe darse para conformarnos como alguien con la
capacidad y la preparación técnica necesaria para lograr sus objetivos
personales después. Como sucede en cualquier otro proceso de educación o
aprendizaje, o con cualquier carrera universitaria, que siempre son un
medio, imprescindible por supuesto, ¡pero un simple medio temporal al fin!
Después habrá que salir a poner en práctica nuestros saberes. Aunque hay
que decir que es precisamente la «educación de la mente» lo que más falta a
los buscadores. Porque la tarea de educar es muy costosa y requiere muchos
años codo con codo con el alumno. Sin embargo, vender o regalar títulos de
liberación, es muy fácil, lleva muy poco tiempo y es muy reconfortante.
Pero la Liberación, por el contrario, es la liberación «de todo», y por
supuesto también de lo aprendido, también de la escuela, también del
maestro. Un hombre al que le han enseñado algo, debe investigar
continuamente… «si no habrá una forma mejor de enseñar eso mismo que
ha aprendido él». ¡Debe superarse primero a sí mismo y superar después lo
que aprendió! La relación de dependencia con nuestros padres ha sido
imprescindible, pero todos sabemos que es una simple preparación
necesaria para la vida independiente y arriesgada, a la vez que creativa, del
adulto que hemos de ser. ¡Y aquí ya no cabe la imitación! Cuando salgo a la
vida tengo que ser yo mismo.
El aprendizaje reglado acabará un día (y aparecerá el nivel de «no más
enseñanza» en términos de algunas corrientes del budismo), pero lo que sí
es cierto es que mientras tanto tenemos que «aprender» (de aquellos iguales
a mí, de los mayores o antiguos en experiencia y también, ¿por qué no?, de
los más jóvenes y de menor trayecto). Pero aprender de alguien no es
posible si solo le imito externamente, porque esta imitación es un acto tan
simple, tan limitado, tan infantil y de tan poco valor que impide un
verdadero aprendizaje de algo nuevo.
En las culturas hinduistas esto ya ha sido reconocido cuando se denuncia
históricamente por parte de múltiples movimientos espirituales, el escaso
valor de los «rituales», las ceremonias y los «formalismos», aunque a pesar
de ello se siguen practicando. Los occidentales estamos, afortunadamente,
bastante libres de caer en estas limitaciones de rituales y formalismos
ceremoniales, pero no en la imitación de «estilos de hacer», «actitudes
internas psicológicas», «comportamientos» y «asunción de valores ajenos».
Aquí somos todavía muy ingenuos. Sin apenas darnos cuenta imitamos el
estilo de hablar, ciertas formas de sentir, y muchos aspectos del actuar de
aquellos que representan autoridad para nosotros.
Los discípulos de tal maestro deben ser brillantes y duros como él, sin
ocultar el desprecio por todos los demás hombres, esos pobres dormidos;
otros tienen que ser amorosos y seductores como su tierno guía que siempre
está sonriente y muy guapo, con sus maravillosas túnicas, en sus charlas de
televisión; algunos distantes y reservados, hablando en voz baja como si
guardaran ocultos secretos del Egipto antiguo o ya hubieran encontrado la
Piedra filosofal; y otros más, poéticos y sutiles como un otoñal jardín
japonés mientras toman un té. Y muchas más cosas a las que jugamos
muy seriamente durante años, sin saber que no son serias. Imitamos
formas, aprendemos formas, nos sentimos formas y al final ¡somos formas!
Como un niño.
Sin embargo, aunque la burda «imitación externa» no nos domine
demasiado, la «identificación interna» con los Guías será inevitable, porque
no es un proceso «ni voluntario, ni consciente». Más tarde se deberá
tratar muy cuidadosamente esta identificación… y superarla. Será el
trabajo que se requiera en una fase dada, y ciertamente avanzada, de nuestro
trayecto. La tarea no será sencilla y hasta puede ser dolorosa, pero habrá
que afrontarla en algún momento.
Ounspenski señala cómo un día pudo ver con toda nitidez cómo el trabajo
y el señor Gurdjieff, por el que sentía un profundo respeto y al que
reconocía como su fuente de enseñanza e influencia, «no eran una sola
cosa». Pudo ver que no eran exactamente lo mismo. Y pudo «separarlos»
por primera vez. Y reconozcamos con toda claridad, que a pesar de su
honestidad indudable y de su potencia intelectual, Ounspenski no «podía
ver esto» en sus primeros años de trabajo. No podía ver esa diferencia o
separación, porque no estaba preparado todavía. Porque en él mismo no
podía distinguir aún «lo que era él de lo que no era él». O sea la esencia por
un lado y la personalidad por el otro. Pero una vez que se produjo ese
momento de claridad, se abrieron unas «posibilidades nuevas» que serian
formas mucho más serias de Trabajar sobre sí.
La Enseñanza comienza en un momento muy concreto: ¡cuando la puedo
ver encarnada en la persona de mi guía!, cosa que no es tan fácil para
muchas personas hoy en día que no tienen capacidad de «confiar
esencialmente» en otros (sea por orgullo, sea por miedo o por debilidad
propia). Y acaba cuando logro ver ¡como es la personalidad humana de mi
guía que sostenía la Enseñanza! Pero con todo respeto, por supuesto y con
la máxima gratitud. Se ha dicho muchas veces que es bastante
desagradecido aquel discípulo que no logra «superar» de alguna «forma» a
su «Maestro» (pero no se imagine nadie que eso consiste en entregarse a
rivalidades o desafíos egóticos, ni a chulerías y pugnas personales).
Superar al Maestro es una forma de respeto por su tarea; e implica
coger su pesada carga bajo nuestra responsabilidad. No se trata de
concursos para lograr premios (a ver quién tiene más fuerza, belleza, poder
e influencia).
El despertar progresivo a la esclavitud que teníamos bajo estas
«formalidades externas», el darse cuenta de su insustancialidad y
puerilidad, y reconocer impresionados que nosotros las considerábamos
como necesarias, o incluso imprescindibles en su momento, que de hecho
las aceptábamos como algo sustancial con el despertar, produce
sentimientos de vergüenza propia. ¡Qué dormido estaba, qué poco sabía!,
nos decimos… ¿A qué jugaba yo? Pero también tiene un gran efecto de
liberación. ¡Comprendo con humildad y resignación que necesito liberarme
de mi mente! Y mucho más de mi propia mente que de ninguna otra
cosa.
Un viejo conocido que comenzó a trabajar bajo los auspicios de un gran
Maestro oriental, con plena sinceridad sin duda, se propuso avanzar al
máximo y aprovechar todas las posibilidades que se le ofrecieran. Por eso
se empezó a vestir un poco a lo hindú, a gustar la picante comida india, a
sentarse en el suelo…, etc. Pero además viendo que había familiares y
personas del círculo íntimo del Maestro, donde seguramente se estaba
produciendo la verdadera Transmisión, decía, se propuso entrar en alguno
de ellos, quizás en el de familiares, benefactores económicos, allegados o
gente de especial relación y simpatía con el líder. Hasta sopeso relacionarse
con alguna sobrina lejana del Maestro… ¡esto sí que le facilitaría la
posibilidad de entrar en los conciliábulos más íntimos! Y recibir allí la
personal atención que creía que necesitaba para avanzar y liberarse de la
«maya».
Cuando le volví a ver al cabo de unos años, se había «transformado»,
estaba totalmente transformado ¡sí!, pero en un «casi perfecto hindú»!
Este es un claro ejemplo de lo que significa crear y crear «bucles», que
creemos que nos acercan a nuestra meta pero que en realidad nos separan
del camino y nos hacen perder de vista el «punto central» de nuestra
búsqueda. Y la identificación mecánica con nuestros guías y compañeros,
es un gran obstáculo. Pero cuidado que sin acercarnos a maestros o guías,
no lograremos nada en general. Es absolutamente reconocido por todos que
lo que cura de la neurosis en una psicoterapia psicoanalítica es la…
«superación de la transferencia»; pero que debe darse transferencia (se
transfiere sobre el analista los complejos que se sufren de la infancia y
vividos en la relación con los padres). Si se es narcisista, por ejemplo, no se
puede transferir nada (de hecho no se acude a la cura, faltaría más, ¿quién
dice que me va a ayudar a mí?, por dios… con lo que yo soy. Situación
incorregible por desgracia). O sea que si un neurótico se desea curar deberá
tener el valor de aceptar «caer bajo transferencia» y luego resolverla. Igual
vale para lograr una «guía correcta» en la dirección del despertar. Si no se
acepta pagar el precio, habrá muy poco que hacer.
Cuando podemos ver cómo actúa esta falacia, nos decimos a nosotros
mismos:
¡Ni un bucle más!
¡Entre mi meta y yo no cabe nada! ¡Ni nadie!
¡Ni un bucle más!
Al menos yo, superada ya mi ingenuidad, no colocaré «nada» allí.
Ni permitiré que nadie lo haga.

Yo no imitaré.
Manteniendo el respeto, la entrega y la confianza en mis guías,
sin embargo estaré atento…
y ¡no imitaré!
9. La falacia del «esfuerzo forzado» La
violencia y el sufrimiento
Si yo me esfuerzo mucho, hasta llegar al punto de sufrir intensamente, el Ser
Superior, «impresionado», me concederá lo que creo que ahora me niega por una
especie de «in-amistad». Pero aunque no hubiera nadie, ningún ser consciente
por encima de mí, aún así creo que mi poderoso sufrimiento lo logrará (logrará lo
que deseo).

Sufrir por esforzarse intensamente pero con solo «una sola parte de mí
mismo» no sirve para cambiar de verdad. No vale cualquier esfuerzo, pero
mucho menos los «voluntarismos». Esas luchas internas dentro de mí, lo
único que reflejan con total claridad es que no tengo nada claro qué es
«lo que quiero». Todo esfuerzo o movimiento en la dirección del despertar
debe ser, por pequeño que sea, «completo» (o sea debo moverme con
todas las partes que me constituyen y con todas las funciones y
capacidades de las que dispongo). O sea que debo tener «convicción» en
lo que hago. Sirve de poco intentar hacer algo con solo una parte y como
peleando conmigo mismo. Y esta, la «convicción interna» es casi la
condición irrenunciable para que sea un movimiento «sostenible» y por lo
tanto «eficaz».
Porque al moverme «con todo lo mío» veré que necesito «armonía y
naturalidad»; y que no caben esfuerzos «forzados». ¿Los esfuerzos forzados
son siempre mentales?: creemos que sí. Pero no confundamos los
esfuerzos forzados con los esfuerzos «intensos», sinceros y de calidad.
En los «intensos» no hay ambición ni masoquismo. Los esfuerzos intensos,
pero no forzados, son libres (no resultan de una compulsión interna ni
externa); y son bastante conscientes (se sabe más o menos lo que se hace, y
se desea lo que se está haciendo con todas sus consecuencias), por eso no
pueden producir nunca «lesiones» de ningún tipo, ni «efecto rebote» (el
terrible efecto rebote contra mi propia búsqueda; me enfado por la torpeza y
brusquedad de mis esfuerzos, por el agotamiento doloroso y estéril que
resulta y entonces, en vez de cambiar la calidad y la sinceridad de estos…
me rebelo contra todo y algunas veces incluso contra mi misma búsqueda y
entonces «dejo de buscar»). ¡Hecho bastante frecuente, por desgracia! Mi
búsqueda paga las consecuencias de mi torpeza. La inmensa mayoría que
abandona la búsqueda lo hace decepcionado por su «incapacidad»,
aunque lo justifique con otras razones.
El esfuerzo forzado, por el contrario, es «parcial» en su origen pero
además es «basto», poco sutil, y torpe en su ejecución. Y lo peor de todo es
que tiene más la naturaleza de un «desafío prepotente» o desesperado, que
no la de una «elección natural, convencida y sincera». Conlleva una
importante dosis de violencia interna, que implica una desconfianza muy
grande en la positividad sustancial del «Proceso» de cambio y
transformación. No colaboramos con las «fuerzas» ni con las «leyes» de
la Gran Naturaleza, sino que las queremos «forzar». ¿Por qué? Porque
desconfiamos de ellas, sencillamente. No creemos en nada «bueno» por
encima de mis buenos sentimientos, por otra parte tan escasos.
¿Cómo hacer entender a la gente que la «realidad última» es mejor que
ellos? Es muy difícil en estos tiempos. Por eso no hemos entendido todavía
nada del valor de conceptos como «aceptación», «entrega» y «sumisión»;
porque no creemos en «nada mejor que yo». Sostenemos como una
obviedad absoluta el que somos seres creados, sea por «fuerzas ciegas o por
voluntades sospechosas», y seguimos sintiendo que mi propia capacidad de
bondad es «lo máximo, en términos de bondad, que rueda por este inmenso
mundo». ¿Cómo lograr creer que en el conjunto de todo lo creado,
existe una intención buena acerca de nosotros?
Tenemos que recordar a los más jóvenes por su idealismo ingenuo y
fogoso, y recordarnos entre nosotros también, los más maduros, por qué
vivimos en una cultura del esfuerzo continuo ligado a la ambición mundana
y al miedo, que exigen muchas veces del esfuerzo total agotador, tenemos
pues que recordarnos que el «esfuerzo interior» no tiene «casi nada que
ver» con el esfuerzo exterior. Este esfuerzo exterior lo conocemos todos
muy bien porque es el que hemos debido practicar toda nuestra vida, pero
no pasa lo mismo con el «esfuerzo interno», que debemos aprenderlo,
¡porque es de una cualidad completamente diferente! En realidad el
esfuerzo interno tiene más relación con la «convicción y con la
seriedad» que con ninguna otra cosa como sería la fuerza o la voluntad, por
ejemplo.
Y ¿cuál es el gran problema de los aprendices? Pues que siempre que
intentan realizar un esfuerzo interno, acaban haciendo un esfuerzo externo
también (y este puede sustituir por completo o simplemente distorsionar la
efectividad verdadera de aquel). Y mucha gente se preguntará qué hay de
malo en ello, somos inexpertos, nos decimos; pero lo que es indeseable en
esta situación es que nunca «reconocemos la verdadera naturaleza» del
esfuerzo requerido y no aprendemos; y seguimos viviendo en la
confusión y realizando esfuerzos a veces innecesarios. Y otras veces, por el
contrario, insuficientes. Equivale a esos niños que por inmadurez del
sistema nerviosos central al comenzar a andar presentan diversas
«paratonias» (tensiones musculares superfluas aquí y allá) y movimientos
involuntarios parasitarios diversos. No pueden mover solo una pierna sin
además mover y tensar la otra, o contraer un brazo, por ejemplo. Para
conseguir andar bien, estos residuos arcaicos neurológicos deben
desaparecer; y cuando desaparecen simplemente el logro ya está
consumado. Se anda con naturalidad, se acabaron los parasitismos.
Entonces el esfuerzo es lo que es.
Pero se tardan años en distinguir un esfuerzo externo de uno interno;
un esfuerzo parcial de uno completo; un esfuerzo sincero de uno
ambivalente; y un esfuerzo imprescindible de otro innecesario. ¡Se
tardan años!
Una antigua y muy entregada compañera de búsqueda, una mujer muy
madura y seria, que le había correspondido vivir una vida exigente y que
por ello no presentaba multitud de rasgos que otros, cuya vida había sido
más fácil, si presentábamos «las consecuencias de haber sido hijos de papá
y mamá, o nietos favoritos de la abuela» (¡cuánto tuvimos que trabajar
luego para dejarlos un poco atrás, solo un poco más atrás!). Esta compañera
tenía por ello un notable impulso a proteger y hacerse responsable de los
demás miembros del grupo, tanto de su bienestar personal, como de sus
progresos, etc., pero a su vez eso le despertaba algún tipo de ansiedad y
rigidez en su preocupación que acababa en la forma frecuente de
irritabilidad. Ella la sufría sin duda la que más y para su superación
incrementaba su dedicación a su búsqueda y su compromiso, preocupada y
sintiéndose responsable con los avances internos de todos aquellos que
estaban bajo su responsabilidad. Se entregaba al máximo pero siempre de la
misma forma: con esa mezcla de cariño maternal y ansiedad por los
resultados concretos del progreso de sus «protegidos»; y la irritabilidad
volvía a aparecer una y otra vez, como una expresión de su preocupación. Y
por lo tanto la solución de nuevo era… más dedicación, más preocupación,
o sea ¡más y más de lo mismo! Realizaba un esfuerzo admirable de entrega
y de trabajo, que todos reconocíamos y agradecíamos, pero con la emoción
de una «madre buena». Y si desde el punto de vista humano era para todos
nosotros era auténtica bendición, a ¡efectos de su propio trabajo interno era
un error! El cambio vino más tarde cuando ella misma comprendió el valor
del «desapego emocional», que si nos da miedo es porque creemos que está
muy próximo al abandono y al desinterés por los demás. ¡Pero que no es
así! El esfuerzo debía ser puro, consciente pero neutro, sin añadidos
emocionales del «amor maternal». Era un esfuerzo puro lo que se
necesitaba, sin parásitos acompañantes. He aquí un ejemplo de lo que
suponen determinados esfuerzos, por lo demás meritorios y sinceros; y de la
sabiduría y el control que se debe disponer para afinar cada día más su
«limpia ejecución».
El esfuerzo justo, el requerido por la situación, el que no refuerza el ego
de buscador o produce efectos indeseables, ¿cómo podría ser?
Consideremos algunos aspectos. El taoísmo nos recuerda el poderoso efecto
del viento para diseñar la estética definitiva de las ramas de un árbol, suave
brisa a veces imperceptible que actúa sin jactancia, sin prepotencia, pero sin
cesar año tras año. Y el no menos poderoso efecto del agua, de la corriente
a veces minúscula y silenciosa pero inagotable del riachuelo que acaba por
dar forma definitiva a los paisajes más graníticos con formas, surcos o
desfiladeros impresionantes. Ahí no hay apenas violencia, sufrimiento o
imposición, aunque si persistencia y continuidad infatigables. O sea, lo que
más nos falta a los auto-llamados buscadores: «sinceridad, convicción,
continuidad… y seriedad».
De ahí que en el Soto Zen, o sea la práctica que no incluye el koan como
disciplina central, sino la «posición sentada» perfecta o zazen, de la cual se
afirma ya desde el primer instante que «zazen es satori», (el maestro T.
Deshimaru nos lo recordaba mientras se reía de nuestra incredulidad); se
insiste en que el satori se presenta «inconscientemente,
automáticamente, y naturalmente». O sea «practicando con ese espíritu
hasta donde sea necesario». Sin practicar no se presenta nada. Todos
conocemos centenares de hombres que son campeones de la inconsciencia,
el automatismo y la supuesta naturalidad. ¡Y así les va y… así nos va!
Inconscientemente puede querer decir sin «control egoico voluntarista»,
automáticamente puede tener relación con hacerlo sin pretensiones,
exigencias o ambiciones mentales. Y naturalmente se puede entender como
estando atento a los «ritmos naturales» del cuerpo, de la mente y de la
«propia naturaleza». Pero eso sí, practicando varias horas al día.
Todo cambio o transformación verdadera solo sucede cuando se lo
desea con una «voluntad unificada». Si no se dispone de esa «unidad de
deseo», nuestras tentativas acaban en luchas continuas con uno mismo, y
con sentimientos de malestar e impotencia; y lo peor es que llegamos a
creer, paranoicamente, que hay «alguien» que no quiere que yo cambie o
que se sentirá molesto con mi despertar y mi Libertad. Y entonces nos
ponemos a pelear con una fuerza proyectada al exterior, un supuesto
enemigo u obstáculo o resistencia, pero que es ¡una parte de mi propio yo!
Imposible solución hasta que no nos reconciliemos con nosotros mismos.
Hasta que yo no recoja dentro de mí «todo lo que soy yo». Y entonces
admita con serenidad que quizás quiero o quizás no quiero tanto, o que
quizás todavía no quiero en absoluto cambiar. ¡No sucede nada, esa es mi
situación actual! No la debo negar. Un día aprenderé a desear sin
ambivalencia y sin ambigüedad.
No se trata de romper nada, no se trata de vencer a nadie, sino de «crecer»,
y este crecimiento decidido y siempre alegre (porque todo crecimiento lo
es… veamos a los niños a lo largo de todo su desarrollo), logrará dar la
forma que les corresponde a las cosas. Un día mi centro magnético, «eso»
que en mí busca, será completo, armónico, y natural.
El avance es natural y por eso se produce sin «sudar» y sin «sufrir»,
pero sin ¡saltar alocadamente! Y sobre todo… ¡sin soltar jamás!
Es como una carrera de fondo, más que como un «sprint».
Aquí en la búsqueda, también como en la vida,
la mayor parte del sufrimiento es «egoico» o «mental».
O sea: ¡auto-creado! ¡No es necesario!
Pero la seriedad será imprescindible. Sin ella no hay nada que hacer.
10. La falacia del «poder personal». El «control»
Nos dice que yo culminaré mi proceso de apertura a la Verdad o a la Realidad,
pero solo «cuando pueda controlarla»; básicamente cuando yo sea tan grande
como ella, o casi tan fuerte como ella. Así podré dirigir y controlar el proceso
final de «encuentro» con la Verdad o con la Realidad. Le decimos a la Realidad
última, que yo me entregaré, por supuesto que sí, pero solo cuando pueda
controlarte. En realidad no lo decimos, pero actuamos así.

Claro que debo crecer, desarrollarme, evolucionar y adecuarme a la


grandeza de aquello a lo que aspiro. Claro que debo ganar en fuerza,
determinación y poder en muchas áreas. Claro que debo cambiar,
purificarme e incluso transformarme para ser digno y capaz de «recibir».
Por supuesto, eso no se discute; creemos que eso ya está entendido con
suficiente claridad. Y tenemos que recordarnos esto continuamente unos a
otros, porque tendemos a olvidarlo con facilidad. No estamos a la altura,
¡ningún buscador está a la altura de lo que busca!; por eso debemos
prepararnos, como todo hombre se prepara honestamente para lo que
persigue. Tal como somos no estamos capacitados para casi nada,
simplemente para «aspirar». ¡Aunque ya es mucho ser «aspirante!
Pero no es esto lo que nos dice esta falacia acerca del supuesto «poder»
que debo alcanzar para culminar el proceso de mi búsqueda. Y todo se
debe a que ese «encuentro» nos da miedo en el fondo, y queremos ir
fuertes y poderosos, casi como a una batalla. Nos dice que debo ser
fuerte, muy fuerte, pero no porque comprenda la grandeza de mi meta, sino
porque así se garantiza que el proceso de ese «encuentro con la Verdad o lo
Real» esté «supervisado y de alguna forma controlado» por mí mismo.
¡Cuando sea fuerte lo podré hacer! ¡Ahora todavía… no! En el fondo es la
falacia del «control». Yo debo controlar tanto lo que se va a producir como
lo que no debe suceder en ese encuentro. Yo separaré lo bueno de lo malo,
lo correcto de lo inadecuado, lo interesante de lo superfluo, lo deseable de
lo indeseable. Yo diré cuando se acepta una cosa y cuando se la rechaza, y
en qué momento es oportuno hacerlo. Para eso me he hecho fuerte, ¡muy
fuerte!
Yo decidiré el «rumbo y el punto de destino», el «ritmo de ejecución del
viaje», las fases y las etapas, incluso las paradas y hasta los retrocesos con
mi mejor y más sincero criterio. Yo estaré atento a posibles complicaciones,
riesgos de fracaso, peligros de desviación, y no permitiré que nada se
tuerza. Para eso me he hecho tan fuerte y experimentado, e incluso sabio.
¡Para estar allí, en «ese momento» con mil ojos abiertos! De par en par.
¡Preparado a todo! En ese crucial momento, no me pienso dormir. Todo
esto y más es lo que esta falacia viene a decir.
¡Pobres hombres! Es normal todo esto, porque desde que nacimos no
hemos dejado de luchar en un entorno básicamente hostil, en el que era
totalmente imprescindible que nos hiciéramos responsables, atentos,
fuertes, y que mantuviéramos siempre «el control». Ha sido
imprescindible vigilar el entorno, desconfiar de los próximos, y anticiparse
a peligros, amenazas y posibles ataques. Y además, todo esto, contando casi
exclusivamente con nuestras solas fuerzas, capacidades y habilidades,
logradas con duro esfuerzo. Contemos con los dedos: ¿en cuántos seres
confiamos? ¿Con cuántos nos podemos sincerar? ¿A cuántos pedimos
consejo, ayuda o dirección? No compartimos nuestra vida con casi nadie,
estamos solos, nuestra sociedad es «paranoide» como el propio «ego» lo es;
e incluso el hombre más pequeño tiene un «ego» descomunal.
Pero si ya es difícil lograr tener confianza en suficientes personas como
para poder vivir ordinariamente con más o menos seguridad, todavía con
menos podemos contar aún para plantearnos el más mínimo «proceso de
evolución personal». No confiamos en nadie, no hemos preguntado
nunca nada a nadie, no queremos aprender esencialmente de nadie; y
en el fondo internamente, ¡no respetamos a nadie! A nadie vivo, quiero
decir; porque ídolos históricos favoritos tenemos varios, con sus fotos y
figuritas en el salón, ¡pero esos no hablan ni opinan, ni pueden decirte lo
que piensan de ti y de tu búsqueda, con sinceridad! Igual que a nuestras
mascotas, los amamos tanto, ¡porque no pueden hablar! No nos pueden
llevar la contraria ni decir la verdad de lo que piensan de mí y de mi
búsqueda.
¿Cómo no vamos a desear estar presentes y completamente alerta en ese
momento mítico de «entregarnos»?
¿Cómo no vamos a intentar adquirir el máximo control, la máxima fuerza,
para luego supuestamente «rendirla generosamente» en el momento final?
¿Cómo no entender el camino como un proceso en el que nos cerramos
con todas nuestras fuerzas, todo lo que podamos, hasta constituir una pétrea
estructura, para luego, al final, «abrirnos y vaciarnos» con total candidez?
Así que en la práctica, desconfiaremos de las fuerzas de la naturaleza
acumulando poder personal para luego confiar totalmente en Ella.
Correremos mucho para lograr al final quedarnos quietos, totalmente
inmóviles.
Subiremos lo más alto posible, iremos lo más lejos que podamos de lo que
ahora soy, para volver luego totalmente hacia el centro de mí, hacia el
«dentro de mí».
Reforzaré poco a poco mi confianza en Eso (ahora no tengo casi nada, si
fuera sincero lo vería), me aproximaré casi como a un terreno hostil,
acecharé sus Intenciones, y comprobando que no hay peligro, entonces y
solo entonces, me abriré, me relajaré, descansaré.
¡Primero tengo que tener poder personal!
¡Mucho poder personal!
Luego ¡ya hablaremos!, pero casi seguro que confiadamente me rendiré.
Pero estoy equivocado porque ese poder que necesito no es el del
«control» y el poder, sino el de la «confianza».
Confianza en Algo más grande que yo.
Dejémoslo estar. Es una situación muy peculiar. El trabajo sobre sí, exige
primero lograr la «conciencia de sí mismo», por supuesto, si se quiere tener
alguna capacidad de recibir algún día la «conciencia objetiva». No se debe
debilitar el «yo». El «yo» debe ser fuerte, muy fuerte. Pero también muy
plástico y moldeable como si fuera el cerebro de un niño.
Porque desde el primer momento debe estar «abierto y entregado
confiadamente a algo superior». Si no es así es que somos presas ingenuas
de la terrible falacia del control y el poder de mi «yo». Control y poder que
luego, me miento a mí mismo diciéndome que «generosamente entregaré».
Pero ese control junto al poder logrado, cuando quiera abandonarlos, veré
que no puedo, porque ahora serán ellos los que me controlen a mí. ¡Me he
preparado haciendo culturismo y pesas durante años y mis músculos ahora
son impresionantes en volumen aunque mis movimientos son torpes y
rígidos, pero yo no sabía que toda esa durísima preparación era en realidad
para «bailar un vals»! ¡Y haré el ridículo en la fiesta!
El buscador se ha hecho tan duro, tan fuerte, que no se puede abrir.
Dado que se siente orgulloso de ser un buscador poderoso
seguirá de buscador toda la vida, acumulando fuerza!
El buscador debe ser fuerte, pero también «confiado».
Debe saber que hay Algo más grande y mejor que él.
Debe saber «abrirse».
Debe saber «abandonarse».
Y además de despertar y crecer, debe saber también «morir».
Desde el primer día en que comienza a andar… ¡debe saber morir!
11. La falacia de «las dos orillas del río»
Dice: «Hay un aquí y un allá separados». Dos realidades, como si fueran planetas, o
universos en orillas opuestas, sin puente alguno, sin comunicación posible. Y entre ellos
solo una débil barquita en medio de corrientes procelosas, que solo de tiempo en tiempo,
casi como de milagro, lo atravesará. Hay dos orillas y un salvaje río en medio. Yo no sé
de nadie, que no sea una «leyenda», que logró pasar.

Pero no… la realidad es Una, in-separada e in-separable de sí misma. No


hay dos lugares, dos seres, dos realidades, dos dioses, dos verdades. No hay
dos mundos separados. ¡Solo hay Una Cosa, la llamemos como la queramos
llamar! ¡Qué duda cabe que es así! Incluso la lógica más rigurosa lo dice por
sí misma. ¡Una sola Cosa! ¿Cómo podría ser de otra forma?
Pero yo tengo dos ojos, dos miradas, dos deseos, dos hemisferios
cerebrales que se alternan, pero que ¡han olvidado funcionar a la vez! ¡Yo
tengo una continua duda! ¡Y tengo ambivalencia! ¡Y estoy lleno de
contradicción! Mi mente es la que siendo «una» funciona dividida,
¡como si fuera dos! Y por eso ve «dos mundos».
Y miro al mundo en su totalidad y no entiendo nada porque ahora veo el
«fondo» inabarcable de la Vida, incomprensible, sin significación personal,
pero ahora veo la «figura», cercana de mi mundo familiar y me veo yo, de
nuevo solo el fondo anonadante, pero ahora otra vez mi pequeño mundo
aislado, y ahora… ¡Toda mi vida así! Solo puedo ver o el fondo o la figura,
nunca los dos a la vez, y entonces saco la conclusión de que hay dos
mundos. O por lo menos dos mitades que están separadas por «algo», e
interpreto que una «voluntad» indeseable me impide ver las dos cosas
juntas. Siento como si hubiera una prohibición, un castigo, una maldición,
un hechizo que me condena a ver siempre «alternativamente» (o yo o el
mundo; lo creado o el creador; mi yo o tu yo; lo familiar o lo abismal; el
detalle y la totalidad; el mañana y el ayer), y nunca «simultáneamente».
¿Y qué decido entonces? Pues muy simple, dejo de mirar, de ver, de
apreciar, incluso de pensar o de sentir, el mundo en su Totalidad, y me
quedo con mi pequeño mundo del interés en mis cosas particulares, mi
pequeño mundo humano, en donde vivo el resto de mi vida como en una
«isla aislada» de todo. El hombre ordinario pasa así a vivir como un
naufrago en medio de esta grandiosa realidad. El hombre queda así
«aislado» del Todo y reducido a una mísera dimensión.
Con una de mis mentes, recuerdo solo lo conocido, ese mundo familiar y
humano en el que vivo, y me «hablo a mí mismo», y casi me siento seguro,
pero sé que vivo en una simple cueva de representaciones familiares que no
son verdaderas «de verdad». Con la otra mente «miro», miro eso que está
afuera, y casi me mareo, pero muy pocas veces logro Ver «algo»… y por
eso también Sentir que ese «mundo de afuera» tenga algo que ver conmigo.
Ese mundo de afuera es «extraño al principio» y luego «inamistoso
simplemente», e incluso más tarde pasa a ser un mundo «amenazador». Es
el mundo ajeno, extraño, hostil, implacable al que solo sé temer.
Por ejemplo cuando te «miro» a ti, en general simplemente te estoy
«recordando», y recordando solo las imágenes que han quedado en mí de ti,
unas favorables y otras no; pero solo escasísimas veces consigo Verte. Y
cuando te estoy «viendo», no te puedo juzgar. Me conformo con constatar
tus actos; y por supuesto aceptarlos… u oponerme a ellos ¡no faltaría más,
puedo oponerme a ellos. No somos ángeles, ni tu ni yo. Pero eso no te anula
por mi parte: podemos confrontar como dos fuerzas contrapuestas, que van
en direcciones contrarias pero que sostienen ambas una «realidad Común de
la misma dignidad». Te veo como un ser que tiene «auto-justificada» su
vida. Al conseguir «verte» así, en tu propia realidad, dejo de creer que eres
solo como una simple «proyección de mí», un objeto para mí disfrute. Por
lo tanto podríamos decir que es «mi forma de mirar» la que lo cambia
todo: si miro dormido, veo «fantasmas indeseables». Si miro despierto,
veo «seres como yo».
Sucede lo mismo cuando quiero dirigir mi atención al Todo, porque lo veo
siempre «partido en dos» ¡Veía un río inabarcable de aguas turbulentas que
lo separaba todo en dos mitades! Pero no hay un río de verdad, sino la
simple «alucinación de un río que separa». Todavía sería perdonable ver
un «rio que une», pero esto es muy raro. Y como no hay rio, no hay
barqueros ni barcas que debamos tomar para lograr creer que ya estamos
atravesando. No es cuestión de atravesar una ilusión, un río alucinado, sino
que simplemente se trata de desvelarla como lo que es, una ilusión. ¡Nada
que atravesar!
Aquí recuerdo otras épocas, lejanas y apagadas, de la juventud, cuando
muchos de nosotros tuvimos contacto por vez primera con lo que podríamos
llamar la «mística oriental» (el Yoga, el Vedanta, el Zen); verdaderas «joyas
impagables» de las posibilidades del hombre que nuestra cultura occidental
no conocía. Y nosotros veníamos de la formación religiosa de nuestra
tradición cristiana, también muy valiosa, pero que había conformado
nuestra mentalidad y nuestra representación de lo transcendente como algo
«personal» (y no negamos el indudable valor de un logro así, pero señalamos
sus peligros y sus limitaciones). Para nosotros, «Dios padre», era un hombre
todopoderoso y bastante peculiar, pero dominado por la ira (¿cómo nuestros
propios padres quizás?) con el que había que hablar en alguna forma, y
evidentemente, al ser el dueño de nuestro destino, pues ¡había que negociar!
¡Y qué negociación, señores! ¡Qué imposible negociación! La falta era
permanente, la culpa continua, y el castigo terrible era la básica condición
amenazante. ¡Tremenda situación!
Pero por otro lado estaba el «hijo de Dios encarnado», un hombre se decía,
un modelo a imitar, lleno de amor (y esta sin duda era y es su más preciosa
aportación), pero también imposible de seguir. Su mensaje central era:
«Ama a Dios por encima de todas las cosas y a tu prójimo como a ti
mismo». Incluso pudiéramos admitir como posible, en un exclusivo plano
teórico, la parte primera, «amar a Dios» (pero mirado más detenidamente…
¿qué significa eso de Dios? ¿Quizás lo que cada cual quiera pensar? ¿En
verdad creemos saber quién es Dios padre? Y ¿amar a Dios, qué significa?
¿Alguien lo quiere explicar?).
Esta exigencia de «amar» al Absoluto Desconocido nos plantea un enigma
de difícil solución; pero que por lo menos nos permite una salida que es
la de «amar como ya amé; como ya amé a mis padres, esos otros objetos
poderosos; los únicos conocidos por mí». ¿Qué otro modelo tengo? Y
tengamos bien en cuenta que el niño «ama con el mismo amor con que se le
ama». El niño refleja el amor que le llega, y lo hace con total naturalidad. Y
no queremos decir, por el momento, que eso sea bueno o malo, simplemente
que eso nos exige «volver a atrás, y repetir algo que solo lo hicimos en la
infancia». El riesgo de falsificación es indudable.
Pero la segunda parte a cumplir nos presenta un verdadero acertijo,
imposible y escandaloso a más no poder: ¡amar al otro como a mí mismo!
Amar al no-yo como al yo; amar al anti-yo como a mi yo. ¿Amar a aquello
que constituye mi «infierno», como a mí mismo? (Sartre: «El infierno es el
“otro”. Realidad indiscutible para la mentalidad del hombre del siglo XX»)
¡Pero si precisamente en nuestra cultura mi yo está hecho de la
diferenciación de tu yo, y no solo eso sino de la contraposición con tu
yo! Tarea casi imposible para el hombre, como la historia nos muestra,
porque no parece difícil de admitir que el «amor» a lo largo de siglos y
civilizaciones no ha triunfado. Como mucho ha despertado en occidente la
idea de la «igualdad» en derechos y dignidad de todos los hombres, lo cual
es un logro admirable. Mientras tanto esta visión está sustancialmente
ausente en el oriente donde siguen manteniendo, en la práctica, vigente el
imperio de «las castas», o sea la fascinación por la diferencia natural y las
jerarquías arbitrarias.
Este ideal Amor al Absoluto y al «otro» contiene la terrible trampa de «ser
exigido de ti», ¡sí, de ti! Se te constituye, previamente en sujeto «capaz
de» y a la vez «obligado a» realizar tal tarea. Y con ese simple mensaje,
que tiene todas las características de un «doble vinculo» (G. Batesón), o sea
una petición imposible que enloquece (un ejemplo: ¡supérame siendo como
yo!), se te introduce en una trampa mortal. Se nos confiere una «identidad
tan cerrada», una personalidad supuestamente tan definitiva y «real», que
será totalmente irrealizable que ame a nada que no sea como él. ¡Eh, tú
Pepito de Tal y Tal! Y cuando pepito se da cuenta de que se refieren a él,
justo al darse la vuelta le dicen de nuevo… ¡tienes que hacer esto y lo otro!
Siendo Pepito tengo que amar a lo Desconocido Radical y a mi antítesis, el
anti-Pepito. Dan ganas de desertar, pero no se puede porque estas rodeado
por todas partes, sin excepción.
Ese «Yo» que nos «instalan encima» no podrá abrirse nunca a lo real,
porque no es capaz de tener ninguna idea de cómo conseguir su posible
superación, en las dos modalidades de «muerte» o de «transformación».
Queda totalmente constituido en la infancia. Como un sólido de
consistencia pétrea. El Yo no puede «amar» ni a lo que no conoce (el
Absoluto), ni a lo que no es como él (el «otro ajeno aunque esté
próximo»).
Esta situación del «ego occidental», radicalmente dualista en su misma
constitución, sin embargo podría ser un «ideal» perfectamente válido y
legítimo, un glorioso logro humano, si resolviéramos previamente la
cuestión del Yo. Porque aún admitiendo que el Amor como energía Unitiva
que todo lo une y articula (J.G. Bennett) es lo máximo alcanzable por el
hombre; sin embargo nos preguntaremos necesariamente antes y después de
sentir amor: ¿Qué o quién es realmente ese Yo capaz de amar? ¿No
debiéramos primero hacernos esta pregunta?
Pero en las religiones del libro, judaísmo y cristianismo, especialmente,
aunque también en el islamismo, esa «pregunta por la naturaleza
verdadera del Yo» no ha tenido una «representación posible»; igual que
no la tuvo el «cero» en la matemática antigua occidental, o la rueda en las
culturas precolombinas. Nos dedicamos a la «salvación de yo», como en
otras culturas se dedican a la «liberación del yo». Y no nos damos cuenta de
que hemos dado al «yo» por supuesto, con un carácter de realidad
sustancial. ¿Acaso no la tiene?, nos podríamos preguntar. La respuesta es
clara: en absoluto como nos imaginamos.
Y precisamente el budismo, el yoga y el vedanta, nos proponían una
investigación esencial y radical, no solo filosófica en el sentido occidental,
de ¡quiénes éramos! y no de qué teníamos que hacer o sentir respecto a lo
Superior. Ese brutal: «Tú eres esto y tienes que sentir eso otro». Porque
cuando el hombre recupera su posición natural en la creación o en el
mundo, o sea cuando recupera su Yo verdadero, ya no tiene que pensar
ni decidir qué debe hacer o sentir ante Lo Alto. Porque Lo Alto es como
él mismo, es de él, está en él, ¡es El!
Pero nosotros éramos jóvenes y nuestra mente configurada durante toda
nuestra vida según esos patrones culturales artificiales, por ser mentales, de
formas de ser yo, pretendía resolver religiosamente (mediante emociones y
actitudes forzadas o cuando menos auto-creadas) lo que era un «proceso de
despertar a lo real». Y la confusión era imponente. Y allí nos quedamos
atascados durante mucho tiempo, pretendiendo construir sobre el basamento
de ese «yo» (irreal y neurotizado, por la acción de la cultura) una vida Real.
Durante años estuvimos atravesando un río que no había, pero muchos
creíamos notar la humedad, el movimiento y hasta la impetuosa corriente
debajo de nuestros pies. ¿Cómo no sentir piedad, como no sentir compasión
más tarde, por uno mismo primero y también por los demás? Al niño, a
todos los niños sin excepción, se les pone una escafandra sucia y de
cristales emborronados y ¡se les exige ver!
Por eso solo necesitamos a alguien que nos diga cómo «enfocar» bien la
mirada, cómo integrar la «visión» (que siempre lo es de un «flujo
continuo») con el «recuerdo» (que siempre lo es de una «forma fija»).
Cómo reconciliar el «fondo con la figura» para lograr un escenario
reconocible y «amable» (o sea que merezca ser amado, que se deje amar,
que se pueda amar, porque lo que «vemos ahora no lo es»).
Y entonces, el buscador que intenta salir de la visión ordinaria de la vida,
en la que ha nacido, tiene varias tareas a practicar:
Como recordar no solo lo vivido,
sino sobre todo… lo «perdido»; aquello «olvidado de vivir».
¡Recordar lo que le falta, lo que no le ha pasado todavía!
¡Recordar eso que Es, pero que no lo siente «ser»!
¡Recordar el «futuro», eso necesitamos!
Recordar mi ser que creo que está «perdido»,
aunque solo está perdido para mi memoria.
A la vez que vivo… debo «recordar» quién soy… »que Es».
Y si yo no me acuerdo, que me lo recuerde alguien que si se acuerda.
Aprenderé a mirar, para no ver «ríos» temibles y procelosos
¡donde no los hay!
Un día la sensación de que hay «solo una cosa», un Único ser,
un «solo sabor»… se hará abrumadora.
Entonces sí que navegaré a gusto, sin miedo a las corrientes,
que me llevarán donde quieran.
Sin temor a chocar contra una de esas dos orillas contrapuestas,
que parecen alejarse una de otra,
que parecen odiarse,
pero que no son.
La falacia del río que divide, se habrá disuelto… ¡ya!
12. La falacia del «personaje histórico»
El hombre mítico
Lo que yo busco es de la misma naturaleza de lo que al parecer lograron hombres de
«talla sobrehumana» como santos, budas, iluminados, avatares, profetas, héroes, genios
de la cultura y de la espiritualidad… Venerados por millones de personas a través de los
siglos por sus proezas espirituales o filosóficas, todos ellos se han colocado en un
Panteón inaccesible para simples humanos como yo. ¿Cómo podría yo siquiera
acercarme a sus pies? ¿Cómo puedo pretender yo…?

La búsqueda ya se empieza desde un mal sitio, porque es un sitio que no


existe: el «ideal». En este caso la idealización cultural y general, pero
igualmente infantil, de los Grandes hombres», que se muestra como
completamente aceptada en cualquier sociedad. Los Fundadores, los
Precursores, los Creadores, los Genios, los Descubridores, los Héroes, los
Sabios, los Santos, los Profetas, etc. Cuya imagen y gestas se nos repite
desde niños, una y mil veces. Irrepetibles, insustituibles, inimitables,
inaccesibles, incomprensibles e… «intratables». ¡Sí, sí, intratables para la
mente humana normal! Igual que lo fueron en su día papá y mamá. Objetos
ideales, grandiosos, y todopoderosos.
¿Qué podemos hacer con ellos? Nada, no se puede hacer nada con ellos
porque tienen la naturaleza de los «fantasmas y de los sueños». Solo nos
queda despertar y desinflar el globo de la idealización infantil.
Deshecho esto, ahora si podríamos tratar con Ideales. Pero Ideales posibles,
no idealizaciones deshumanizadas. ¡Necesito Ideales pero de mi propio
tamaño, podríamos decir!
Por el contrario muchos hombres cultos, que se pretenden a sí mismos
como muy maduros y realistas, hoy en día no creen en nada. Y esto es
también lamentable. Porque es un pobre hombre aquel que no tiene un
Ideal. Gente con una implacable lógica científica y con un escepticismo
muy autosuficiente, han renunciado a todo Ideal que no sean los más
sensatos y razonables propios de la «corrección social» más simple y de la
«ética natural». El bien común, los derechos civiles y democráticos, la
justicia social, etc., son todos valores comunes incuestionables, ¡no cabe
duda!, pero que no responden a las inquietudes «existenciales» de los
humanos.
Otros Ideales ya les parecen sospechosos o por lo menos poco justificables
en nuestros tiempos. Quizás haya sucedido que al perder las «idealizaciones
que tenían de niños» se han ido con ellas también los Ideales; o puede ser
que la decepción sufrida con los suyos, haya sido tan grande que jamás se
desee volver a tener otra semejante. Y por ello acaban renunciando
totalmente a cualquier «ideal personal». Como ya dijo alguien con gran
agudeza que «cuando el hombre deja de creer en Dios… acaba creyendo en
cualquier cosa». Y ya empezamos a saber, por desgracia, qué tipo de cosas
son… «cualquier cosa».
La «idealización» infantil debe disolverse, por supuesto, pero para
dejar como resto algunos «Ideales» que orienten nuestra vida. No
simplemente para abandonarnos delante del lamentable fantasma de «no
poder saber nada transcendente», y de «no poder ser verdaderos y reales».
¡Eso también implica otra castración, y quizás de no menores consecuencias
que la que se sufrió por parte de nuestra cultura patriarcal! Y por eso hoy en
día, en general, el Sentido, la Meta, lo Real Último, la Verdad, y cuestiones
similares… ni se plantean apenas; siendo relegadas al trastero de las «ya
superadas creencias humanas». O sea, arcaicas, primitivas, acientíficas y
pre-racionales. Eso dicen.
Pero volviendo al buscador, que está sometido a esa triste falacia de creer
que el «relato histórico» recibido tiene alguna relación sustancial con lo
Real, tenemos que decirle que no, que no lo tiene; que tiene muy poco que
ver «lo que le han contado con lo que pasó». ¡Lo que te han contado es un
«cuento», querido amigo! No por mala voluntad de nadie, sino porque lo
que contamos, acabamos convirtiéndolo siempre en un «cuento o relato».
Por la propia estructura de la narración en sí y por nuestro deseo de
«adornar la vida con secuencias heroicas».
Tenemos una inmensa necesidad de embellecer las historias
verdaderas de hombres grandes hasta hacer desaparecer todo rastro de
humanidad y de verosimilitud. No nos atrevemos a hacer «reales a los
mitos»; ni de hacer humanos a los «héroes», no vaya a ser que se disuelvan
ante nuestros ojos. Los educados tanto en las culturas cristianas como otras
orientales, recordamos las «vidas ejemplares» de los santos, que aunque
fueran motivo de edificación para muchos y de ansias de emulación para
algunos, sin embargo se nos presentaban como simples «clichés» increíbles
e inasumibles por el sentido común.
Pero nuestros «genios» de la ciencia, del arte o de la filosofía, también son
encumbrados en el otro altar de enfrente y acaban siendo personajes
totalmente idealizados, aunque fueran personajes personalmente nada
envidiables. La «proeza individual» era el rasgo distintivo de todos ellos.
Sócrates planteó todo lo que podemos saber, Siddhartha estuvo a punto de
matarse por inanición y luego venció a sus enemigos, Leonardo es de
insuperable genialidad, Milarepa comía solo sopa de ortigas, Tsongkapa
vivió años enteros en una cueva, San Francisco besaba a los leprosos con
«gusto», Kant dijo todo lo que había que decir, y de Einstein no vamos a
hablar, que paso de lento mental a genio insuperable, etc.
Al parecer todos ellos pretendían Recuperar su Ser, su Identidad Suprema,
tener contacto con lo Real y con la Verdad. Pues, ¡exactamente igual que
yo! ¿Lo lograron haciendo todas esas proezas o lo lograron por caminos que
no nos han «transmitido», quizás porque no se podía, y que nosotros no
podemos definir con precisión?
¿Tendría yo que imitarles o sería mejor descubrir por mí mismo la
verdadera naturaleza del Trayecto qué realizaron? Digamos con
rotundidad: ¡ese trayecto no es de su exclusiva propiedad! ¡No son sus
dueños! ¡Que se bajen del pedestal, o mejor bajémosles ya! No te preocupes
que no se van a enfadar, ¡porque no tienen vida real!
¿Si no quiero o no puedo imitarles o parecerme a ellos, tendré derecho a
relacionarme con Mi Verdadero Ser? ¿Podré ser Real algún día si no logro
hacer como hicieron ellos? Esta es la clave: «Mi Verdadero Ser». Ahora me
doy cuenta, se me había olvidado, ¡busco una relación con mi verdadero
Ser! ¡Tengo que encontrar el «camino esencial»! No me sirven supuestos
trayectos ajenos ideales, que son solo «imaginarias suposiciones».
¿Por qué valor puede tener un relato, que crea un personaje mítico,
embellecido y falso, para acercarme a mí Propio ser? Ni el más mínimo, en
cuanto que me obliga a funcionar simplemente con mi memoria e «imaginar
continuamente» con sumisión ciega la supuesta verdad histórica, de tal o
cual personaje. Mientras sigua «externalizando» el logro, mientras lo
vea solo fuera, no tengo nada que hacer.
Porque mi Verdadero Ser, no se ha perdido nunca. ¡Y es solo para mí!
¡Yo soy el resultado inevitable de Mi Ser!
Comprendido esto, la falacia del insuperable e irrepetible personaje
histórico me hace sonreír.
¡Y no es orgullo o egotismo!
¡Humildemente… ¡
¡Es reconocer la grandeza y la posibilidad que representa lo Real en mí!
¡Y en ti!
13. La falacia del «acto puntual»
Me levanto por la mañana, me ducho, desayuno y lentamente me voy acercando al
cojín. He pasado casi toda la noche entre sueños, pero ahora por una o dos
horas… ¡yo voy a meditar! Después ya haré otras cosas.
Vivo todo el día medio dormido, preocupado por todo, identificado con todo lo
que hay a mí alrededor, pero ahora a las doce del mediodía voy a practicar
durante un tiempo corto (un ratito, cinco minutos, porque tengo muchas cosas
importantes que hacer), el «recuerdo de sí». Ahora voy a parar el mundo durante
unos minutos «para ser yo».
Esta falacia me tranquiliza diciendo que no hay otra forma de practicar, que tiene
que ser así. Algunos «ratitos» en medio de la incontrolable vida.

Bajo los efectos de esta falacia, que es completamente inevitable al


comienzo, veo una distinción nítida entre lo que es la vida ordinaria vivida
en completa identificación y lo que es «volver a sí mismo», en esos
momentos concretos y muy definidos en los que yo me acuerdo que debo
«recordarme a mí mismo» o que debo concentrar mi pensamiento en lo
«Real»… por un «rato» de duración mayor o menor.
La famosa «función de lo real» del psicólogo P. Janet. Este concepto ha
quedado olvidado y no ha producido sus frutos, pero viene a decir que en
algunos momentos de nuestra vida… ¡nos damos cuenta de que lo que
estamos viviendo es real». En el momento anterior vivía y sabía que
vivía, pero mi vida no tenía el sabor añadido de «ser Algo Real». Las
cosas, todas, se han iluminado repentinamente de un brillo o resplandor
profundamente sereno: ¡estoy siendo real! sin cambiar nada en ellas. Sin
embargo todo ha cambiado en un instante. Y yo sé que esta especie de
iluminación total del paisaje de mi vida no dura apenas más que unos
segundos. Pero durante esos segundos: ¡soy consciente de que Soy!
Obedezco a la indicación recibida al comienzo de mi trabajo, de seguir
viviendo ordinariamente, tal como lo vengo haciendo siempre y dedicar
unos minutos, solo unos minutos algunas veces al día, a intentar «ser
consciente» y «despertar en medio de la vida». Y que conste que esto es
totalmente correcto al comienzo, y es lo que practicamos cuando éramos
jóvenes y lo que recomendamos practicar a cualquiera que «empiece».
Primero calidad, no cantidad. Primero no hacer cosas que no se
comprenden, ni hacer por hacer. Primero no imaginar que estamos haciendo
algo nuevo, cuando en realidad son solo las partes habituales las únicas que
son activas. Lo primero de todo: lograr hacer un esfuerzo de una
calidad diferente, no en una cantidad diferente. ¡Pero no nos podemos
quedar ahí por siempre! Porque de hacerlo así, nunca iremos al encuentro
del «despertar de mi vida», sino solo a intentar despertar mientas sigo
viviendo igual.
En la práctica lo que resulta es que mientras lo Real me espera en un
apartado rincón, durante horas o días, lo que yo hago es concentrarme con
total naturalidad en la vida, en la vida ordinaria, en la de todos los días.
Vivo identificado y me olvido de todo intento en especial. No pasa nada
porque así suceda, de hecho es inevitable al principio separar la vida en dos:
tiempo breve de búsqueda de una alta calidad por un lado y tiempo
dedicado a vivir sin más. Tiempo profano y tiempo sagrado los podríamos
llamar, sino fuera trasnochado y casi prohibido nombrar lo Sagrado, hoy en
día. ¡Tiempo buscando lo real y tiempo viviendo tranquilamente en lo
irreal u ordinario! O sea una alternancia completamente definida entre
vivir en estado de «identificación» (donde el yo queda como olvidado) y
vivir en «autoconsciencia» (con conciencia simultánea de la vida y de mi
«ser»).
El problema está más adelante, cuando ya avanzo lo suficiente para darme
cuenta de la «artificiosidad» de tal separación. A partir de un momento
concreto me doy cuenta de que era yo el que separaba en dos mi propia vida
total. Ahora está lo Real presente… ahora lo retiro de mi vista y me ocupo
de… la vida. Ahora está mi propio Yo concreto y vivo, ahora ya no y vivo
como sonámbulo. En un momento determinado nos decimos «esto suena a
ridículo, esto no puede ser así». ¡O está o no está; o es… o no es! Pero no
puedo continuar con ese «ahora sí… ahora no».
Esta desagradable sensación se acompaña además de una importante
zozobra interior al preguntarnos constantemente si estamos haciendo el
esfuerzo requerido; si estamos dedicando a la «supuesta meta» de mi vida el
tiempo necesario, o si estamos teniendo la honestidad o sinceridad
suficiente con nosotros mismos y nuestra búsqueda, etc. Esto es una
constante fuente de inquietud y dudas.
En algunas corrientes del budismo (Dzogchen), esta dificultad se plantea
como la cuestión de la «post-contemplación», que es esa forma de
comprender la práctica como una continua alternancia entre unos periodos
en los que «contemplamos» (o sea, que vemos o sentimos algo más de
realidad en mi vida) y otros en que «dejamos voluntariamente de
contemplar». Post-contemplación a la que debemos renunciar por ser un
acto mental que rompe en pedazos el proceso de la continuidad del «flujo
de la conciencia humana». Se llega a la conclusión de que no puede haber
algo así como la «post-contemplación». Esto es, que si queremos ser
simplemente serios con la naturaleza específica de lo que buscamos,
debemos comprender que la meditación no puede tener comienzo ni
final, porque entonces «sería un simple acto yoico voluntario».
Porque ¡no puede ser un acto humano! Debe ser un «flujo» o «corriente»
que me llegue, del cual yo no puedo elegir su duración. Ni decidir sobre su
comienzo y su final. Se va a manifestar como otra Voluntad que opera
en mí, con mayor o menor intensidad, pero continuamente. Se va a
manifestar como un nuevo instrumento o función mental que aparece en el
hombre y que luego exige desarrollarse por su misma necesidad. Una
pulsión nueva, un instinto no animal, de «reintegración» y de «participación
en el Todo». La pulsión de la «Unicidad esencial», que supera con mucho a
la «epistemofílica», o simple pulsión de conocer. En este caso solo
queremos conocer la «Totalidad», en el otro queremos «participar de la
Totalidad» (no ponemos condiciones previas: como se pueda).
Un día comenzamos a comprender que lograr nuestra meta, cualquiera que
sea, no se consigue por «actos puntuales» (aunque tampoco se impide por
otros actos puntuales de signo contrario podemos estar tranquilos y realizar
los actos puntuales que consideremos convenientes), sino que es algo más
sutil y mucho más serio. Que no se trata solo de hacer, sino de «desear».
Que puede consistir en la generación progresiva de un sincero deseo de
acercarnos a lo que sea «Lo Real». Que se trata del desarrollo progresivo y
continuo de una «voluntad» no troceada (ahora sí, pero luego no), ni
ambivalente (quiero ahora eso y otras veces quiero lo contrario).
Se trata de un «crecimiento orgánico dentro de mí», no de una
construcción humana voluntarista. ¡No vamos a construir el Yo, sino que
por fin vamos a permitir que se manifieste en mí! Y como es orgánico, no
tiene ratos vivos y ratos muertos, no puede tener un «horario humano de
oficina», sino que avanza de forma imperceptible pero «continua», sin
ceder en su empeño ni por un instante, tanto «de día y de noche la Voluntad
se acrecienta suavemente», aunque su intensidad sea variable, como todo
fenómeno natural. Igual que crece una planta, por ejemplo. ¡Igual que se
respira!
Mucho más adelante nos acercaremos a un momento delicado, y es que
perderemos de vista qué era el «recordarse a sí mismo» o que era el
«meditar», porque se está desdibujando «en cuanto acto concreto, personal
y puntual». Aunque se necesitan momentos más intensos de práctica que
otros, sin embargo nuestro Trayecto no equivale a un rosario de actos
concretos y puntuales. Medito dos horas, hago un retiro de diez días, recito
un «mantra» mil veces, he tenido cinco «dharsans», etc., y todo lo anoto
como si fuera un contable. Por supuesto que todo esto, y más que hagamos,
estará bien e incluso muy bien (en caso, claro, que no sustituya a otras cosas
esenciales). Y estos actos concretos son absolutamente necesarios, pero
no son «suficientes».
Lo que queremos decir es que a partir de un momento de evolución lo que
nos interpela desde dentro es la presencia «permanente de nuestra
Voluntad» que siempre está deseando algo. Y comprendemos que es esa
Voluntad, con sus movimientos continuos, lo que va a determinar el
resultado de mi búsqueda en mucha mayor medida que la cadena de
«actos puntuales» realizados por mí.
Esto es muy profundo y difícil de comprender, por eso lo dejaremos de
momento ahí. Pero se podría decir quizás que se acerca ese extraño y
probablemente muy deseado, a la vez que temido momento, en que se hace
real la posibilidad de «no más enseñanza», «no más meditación», «no más
trabajo sobre sí». ¡Se deja de buscar! La búsqueda formal ha agotado sus
recursos y ahora pasamos a otra, que se parece más a una «interrogación
constante y continua».
Nadie crea que aquí se acaba algo, sino que por el contrario es aquí
donde comienza el Trayecto de Verdad.
Pero ese trayecto ya no está simplemente ligado a los actos «puntuales»,
sino a una continuamente presente Nueva Voluntad.
14. La falacia de «¡deshaz mi mente, ya!»
Necesito que Alguien venga de fuera y disuelva mi mente. ¡Yo no puedo!

No podemos librarnos de la así llamada «mente mecánica», esa que nos


impide pensar con claridad, concentrarnos en lo que queremos, apagando el
ruido incesante de la palabrería interior y controlar las emociones. ¡No
podemos parar la mente!, y eso implica que el hombre ordinario, en verdad,
no se puede «dar cuenta cabal de que existe». Y para el buscador significa
que no puede «recordarse a sí mismo» (estar «verdaderamente presente» en
medio de su vida), ni lograr eso que él llama «meditar» (algo así como
vaciar la mente y abrirla a nuevas experiencias) ¡No podemos!
Y después de tentativas y esfuerzos varios, siempre fracasados, o eso
creemos, se nos ocurre una brillante idea: ¿y si alguien pudiera librarme de
mi mente a mí? Así de fácil, con un golpe, un solo golpe y para siempre.
¡Qué liberación! ¡Quizás lo pudiera lograr algún maestro legendario…
alguien con gran poder! Sí, alguno de esos seres capaces de «liberarte» de ti
mismo.
Somos jóvenes, estamos casi desesperados e impotentes… y todavía no
sabemos nada de la naturaleza de la mente y del ser. Y de su doble y
sutilísima relación. Entonces creemos que se pueden separar, como si
tuviéramos dos mentes, buena y mala, y por supuesto «diseccionables»
mediante alguna especie de bisturí. Así que me interesaría que alguien se
ocupara de la segunda. Por favor, «libérame de esta mente de muerte».
Pero no puede ser así. Si alguien pretendiera librarte de tu mente se
vería obligado a «deshacerte entero», lo que equivaldría de alguna forma
a «matarte». Es igual que deshacer un nudo cortándolo. No sirve la solución
de cortar el «nudo gordiano» de un simple tajo. Después la cuerda restante
ya no sirve para nada.
No hay medios externos, no hay medios mecánicos (ni drogas, ni
fármacos, ni hipnosis sirven, ni ninguna autoridad externa a ti con un
supuesto poder; estos procedimientos solo consiguen destruirlo todo).
«Romper la mente» por muy molesta o negativa que sea, es
imperdonable, porque luego habrá que volver a empezar para
recomponerla. Dividir la mente en dos mitades de valor contrapuesto es
artificial, porque nuestra mente no tiene «zonas demarcadas», todo está
¡intrincado! entre sí en ella; o si se quiere podemos decir que la mente tiene
una naturaleza «holográfica». La mente caótica y dormida está
perfectamente enraizada en el yo, en el Yo verdadero. ¡Imposible
separarlas!
Aunque quizás sujetarla un cierto tiempo, sí pueda ser posible; quizás sea
solo eso lo que se pueda conseguir desde fuera. Y ya sería bastante. ¡Pero
sabiendo muy bien cómo hacer!
¡Mi mente solo puede cambiar desde dentro en una delicadísima tarea de
artesanía o de ingeniería! Pero que solo puedo hacer yo. Aunque puedo
solicitar ayuda, y posiblemente me la darán, el agente activo de la «meta-
noia» (cambio de mente), solo puedo ser «yo». ¡Ese mismo yo que está
leyendo esto!
La dificultad en cualquier aprendizaje serio es que no sirve la «violencia
ni la fuerza bruta», ni los «golpes directos», ni las amenazas, ni los
chantajes, ni la seducción. El «guía», si existe y se le deja actuar, lo cual
sería muy de agradecer, tendrá que convencer a la mente de que se
desenrede por sus propios medios. La tendrá que persuadir limpiamente,
desnudamente, de que se deshaga, disuelva, deje su espacio libre y se rinda
a «algo superior». ¡Menuda tarea! ¡Parece imposible! Igual que convencer
al dragón de que se rinda.
Esta «limitación» por sí sola explica la apariencia de continuo fracaso
espiritual en nuestra historia, de los maestros y de sus enseñanzas. Como
recuerda el Cuarto Camino: «El avance de la consciencia solo se puede
lograr por medios conscientes, nunca mecánicos». Y los medios
conscientes son lentos y poco «aparentes»: la dificultad del «despertar» es
que tiene limitados los «recursos» que puede utilizar. Los que han buscado
amor en algún momento de su vida lo saben, un amor verdadero no se
puede conseguir por cualquier procedimiento; de hecho podemos descartar
los que usamos en los negocios de la vida de todos los días. Hay que
ensayar nuevos métodos, pero previamente habrá que descubrirlos.
Y la dificultad del simple «cambiar» es que no valen «soluciones
parciales»: ¡o se cambia todo o en realidad no se ha cambiado nada!
Podemos utilizar la fuerza del «guía», o su fe, o su claridad, o su voluntad o
su capacidad de compasión. Las podemos utilizar como focos, balizas o
referencias; o como objetos de «aspiración» e incluso «emulación», y eso
por sí mismo ya nos ayudará. Podemos utilizar la solidez, la consistencia, el
«holding», el entusiasmo, la protección y otras cosas más del «grupo de
búsqueda» al que pertenezcamos. Pero ni guía ni grupo, podrán hacer la
tarea de liberarme de mi mente. ¡Solo lo puedo hacer yo!
La gente joven, entusiasta, muy necesitada, y poco experta, deberá
entender esto bien y «aprender a esperar». Nuestra mente dormida es como
una madeja enredada, o como una cuerda anudada por mil nudos; se
necesita una enorme paciencia y resistencia para poder liberar el hilo de
lana. ¡Y tiempo! Y habilidad, porque como nos enfademos con la tarea, o
perdamos la paciencia, veremos cómo con nuestra torpeza el nudo se ha
apretado más. ¡No podemos cometer errores!
La posición del ego sobre el Yo, no es como una imagen simple nos
quisiera hacer creer, como un tumor adherido sobre un órgano sano; o una
simple mancha sobre un tejido impoluto. El ego está como «infiltrando» al
Yo, en toda su extensión. Es como un tumor «enraizado»; casi imposible de
separar.
Por eso el joven buscador deberá empezar a «actuar» en la dirección de
«aprender a «desenredar suavemente» la mente, pero eso sí a
«voluntad». A pesar de la dificultad de la tarea, ningún desanimo nos
puede paralizar. ¡No podemos esperar a que nadie lo haga por nosotros!
¡Empecemos ya!
¡Veamos como lo hace una serpiente con sus nudos!
15. La falacia de la «expansión del yo»
Entendemos que mi «yo» actual debe «expandirse», ocupar el espacio cósmico,
ser grandioso y abarcar, aunque sea en una actitud de gran humildad, el
Absoluto: «Yo, en cuanto gota, caeré en el océano y seré tan grande como él en
toda su extensión». Una imagen que ha tenido mucho éxito para representar el
retorno al origen. Yo me expandiré y «seré todo».

Esta metáfora tan usada y celebrada, incluso en enseñanzas aparentemente


serias, de la «gota y el mar», nos hace mucho daño a partir de un cierto
momento, si no somos capaces de superarla por una metáfora mejor. Por
supuesto que sirve cuando se empieza, e incluso hasta un cierto momento
del trayecto, pero después es un «obstáculo». Y cuando se la utiliza por
personas que llevan un gran recorrido, se puede casi asegurar que no han
ido demasiado lejos. Porque es una metáfora muy «simple» (una inmensa
masa de agua y un solo yo… el mío, claro); y además muy «mecánica»
(todos sabemos lo que es la disolución de un líquido en otro líquido). Y
entonces, ¿qué pasa? Pues que creo que mi yo (el que ahora siento como
mío, como yo) se disuelve, manteniéndose indemne en su identidad… ¡y se
expande y se expande hasta los confines de todo… y más allá! ¡Qué grande
soy «yo», ahora! ¿Quién más grande que yo? Porque ese río, aún siendo
inabarcable esta vacío, no hay nadie, ni peces siquiera… ¡ningún molesto
«otro»! ¡Solo estaré yo! ¡Todo para mí! Me lo beberé hasta la última gota.
Por fin mi ego expandido de forma grandiosa (o sea narcisismo infantil).
En realidad esta confusión nos viene de la intuición certera de que el
«espacio» como realidad limitadora, ¡debe desaparecer! Cosa que es cierta,
rigurosamente cierta, pero no como nos lo representamos. Porque la
superación de la «servidumbre espacial» solo puede venir por la
desaparición de la «distancia» que separa las cosas y los seres, pero no por
la «conquista del espacio», mediante un crecimiento grandioso de mi
«yo», de lo que ahora veo como esa totalidad inabarcable. Decimos que mi
«yo» se ha hecho cósmico y por eso ahora está en todas partes. Pero no, es
simplemente que el espacio era ilusorio, la separación esencial era
irreal, y la «distancia» inexistente. No olvidemos que estamos hablando
de la conciencia.
La distancia que separa los objetos materiales nos hace sentir que también
separa las conciencias, pero no es verdad en sentido riguroso. Las
conciencias no están separadas, forman como un tejido continuo, como una
«urdimbre» o trama donde se teje la «realidad de los seres conscientes». La
conciencia no tiene nada que ver con el espacio. Es «a-espacial». Nadie se
alarme por semejante afirmación, que no contiene nada místico u oculto,
porque los «sueños de la noche», los de todos los hombres, son también así.
En los sueños de la noche no hay espacio y no nos inquietamos nada,
¿verdad? Y además son «a-temporales». ¡Todos hemos soñado con personas
muertas y hablado con ellas como si estuvieran vivas! Y cambiamos de
escenario y nos movemos de aquí para allá sin desplazamiento alguno, y
vamos del ahora al ayer, y del ayer al ahora, en un segundo. ¡Todos lo
sabemos! La «conciencia», que no tiene nada que ver con el espacio, ni con
el tiempo, ni con los cuerpos separados, es por eso mismo… ¡Una! ¡Solo
Una! Dejémoslo aquí.
Pero aunque las conciencias «no están separadas» tampoco están
«mezcladas» en una masa amorfa e indiferenciada. Y este error es
todavía más grave que el anterior. Las conciencias tienen individualidad,
pero «no contrapuesta» a otras conciencias. Esto es bien sencillo de
comprender, porque en la naturaleza vemos por doquier cómo la
individualidad celular coexiste sin merma alguna con el funcionamiento de
sistemas u órganos superiores y sin disminución alguna de su eficacia
funcional. Las células se integran en tejidos, sin dejar de ser ellas mismas;
los tejidos forman órganos y estos aparatos, y luego seres orgánicos, y nadie
muere en el camino. ¡Y la grandeza de una célula es mayor por participar de
una Totalidad más grande, que cuando está aislada en una placa de cultivo!
Sin embargo hay una realidad que no es compatible con un
funcionamiento colectivo o integrado en unidades mayores, y ese es el
«ego» humano; que no deja por su propia naturaleza de tender
continuamente a la «diferenciación excluyente», y por ello se opone a
integrarse de verdad en unidades mayores. El «ego» es esa entidad que no
se deja integrar de buen grado en ninguna unidad mayor.
Lo podremos entender mejor estudiando un órgano cualquiera del cuerpo
humano que tenga una función muy diferenciada, como por ejemplo, el
corazón. Ese órgano, sin duda alguna, tiene un cierto grado de
autoconciencia. Y a su vez cada una de las células que lo forman también la
tiene, sin duda en una escala más reducida. Nosotros somos «una» de esas
células; y el Absoluto al que aspira un buscador sería el órgano total. Lo
primero que se debe decir es que ¡la célula, lo quiera o no, ya está integrada
participando de la totalidad de cualidades del órgano! ¡Ya estamos
integrados totalmente en la Totalidad! Nos guste o no. Por decirlo de
alguna forma, el destino del corazón es justo el destino final de ella. ¡No
puede escapar! La grandeza y la significación de cada una de sus células es
la del mismo órgano en sí, en su totalidad. Es su misma esencia y su misma
naturaleza. El hombre ya está integrado y obedeciendo los designios del
Absoluto, aunque generalmente por las malas, como un súbdito perezoso;
¡cuando podría ser un gozoso colaborador! Esta compleja dependencia
explica todo lo relativo a la felicidad y la infelicidad humanas.
Además de ello cada célula tendrá un destino particular. Destino general
y particular no solo no son incompatibles, sino que son perfectamente
integrables. El buscador sabe que la realidad viva del «Organismo total de
la Creación» al que pertenece… ¡se le escapa! (el hombre ordinario no sabe
esto; o sencillamente no lo cree). Y él desearía participar en esa Realidad de
la forma que fuera; «como corresponda según nuestras respectivas
naturalezas», se dice a sí mismo. Y es sincero. Porque el buscador aceptaría
esa «participación o integración» en el Todo, en la forma o modalidad que
fuera la correcta.
Pero cada buscador, como hombre limitadísimo al fin y al cabo que es,
solo se puede representar esa «reintegración consciente» según modelos ya
conocidos de su experiencia vital; y por ello siempre inadecuados, muy
simples, e incluso falsos. Nuestra experiencia social humana, o sea nuestra
historia personal, es muy limitada. El buscador siente erróneamente, bajo
los efectos de esta falacia, que su conciencia particular deberá alcanzar
la conciencia total del órgano y sustituirla. O sea deberá expandirse tanto
como para lograr el tamaño y el control de todo él. Su yo pequeño deberá
crecer tanto como para que con su «voluntad» desarrollada al extremo,
logre dominar el «proceso total». Y lo formula así: «Yo seré el corazón en
su totalidad».
Vemos que esta falacia no está lejos de la del «conquistador» (el Prometeo
que logra por sus propios esfuerzos conquistar el sagrado fuego). En el
fondo subyace la terrible idea, de que ¡no existe conciencia más allá de la
mía! Que mi conciencia individual es la central y única. ¡qué el mar está
vacío y yo lo debo ocupar! O sea que no podemos creer, a pesar de ser
buscadores, en que el órgano total y completo «tenga una conciencia propia
ya Constituida». Internamente, y digamos lo que digamos, esa es nuestra
creencia íntima: que el Todo «aún» no tiene conciencia. Que el universo
entero no tiene conciencia aún, ¡pobre de él! Y que se la voy a prestar yo.
¡Yo!
¡Pobre buscador, qué loco está! Es todo lo contrario, solo el Todo tiene
una conciencia estable y autosuficiente. Solo la conciencia «absoluta» es
conciencia verdadera. ¿Y entonces porque no la percibimos directa y
claramente? Muy sencillo: porque estamos «sobreexcitados». Porque la
conciencia de cada célula humana está sobreexcitada; y ha perdido su
conciencia natural propia a ella (o conciencia de sí), y por ello no participa
de la conciencia del Todo integrador (o conciencia objetiva).
Y lo peor es que siente que es ella la que debe ocupar ese lugar que cree
«abandonado»; por eso sueña con crecer y crecer de forma grandiosa hasta
alcanzar el tamaño «total». ¡Nunca será así! ¡Imposible que sea así! La
conciencia Total ya existe en su plena manifestación y poder; y esa es la
conciencia «madre» donde me debo «Re-ubicar» (re-ubicar… porque
ya estuve ubicado). Mientras tanto desaparecerá la «sobreexcitación»
individual, que me colocaba en una situación totalmente imposible. Y este
es todo el trabajo que debo hacer sobre mí mismo: acabar con la
sobreexcitación. Esta sobreexcitación egoica me hace sentir como grande y
único, y a la vez me hace sentir que no estoy en mi lugar, que no soy el que
soy ¡que estoy fuera de mí!
Por eso en edades avanzadas de la vida, las fases de «renuncia y
liberación» del calendario vital del hinduismo (que serían en nuestra cultura
las fases de abuelo y bisabuelo, por decirlo rápido), la reintegración en
nuestro verdadero hogar o fuente sería muy fácil. Porque la excitación
falsa y alienante producida por la vida social, ha cedido su fuerza. Y con
esta sencilla «desaparición» (de algo que no tiene realidad, que no ha
existido nunca, «aunque parecía ser»), desaparecerían casi todos los
problemas «irresolubles».
Cuestiones como la inmortalidad personal, el destino futuro individual, el
éxito o el fracaso de mi búsqueda particular, salvación o condenación, dejan
de tener importancia porque eran «irrealidades». Todo, todo, estaba mal
planteado. Y ahora comprendo por qué no encontraba la solución.
La falacia que comentamos deja de actuar en ese momento en que
comprendemos que la Conciencia total ya existe, que yo no la tengo que
crear por ningún ensanchamiento de mi yo; sino que por el contrario me
debo «relajar», «abrir» (pero en serio, como realidad orgánica y vital, no
solo psicológicamente diciendo que estoy muy amablemente abierto y muy
receptivo a las cosas). La verdadera apertura es la del cuerpo, y mucho
menos importante es la de la emoción, porque además lo que se conoce por
ello en ambientes de buscadores, suele ser simple histeria. No es posible
abrir las emociones mientras sigue cerrado nuestro cuerpo.
Y volver a «re-integrarme» en mi «hogar» y ¡ocupar mi sitio!
No soy un conquistador, «sencillamente se trata de que vuelvo a casa».
Para ello necesito sobre todo, «poder confiar» en Algo Superior a mí.
Si se carece de esta «confianza», todo es muy difícil. Estoy muy inquieto.
Y no hay alegría en el «buscar».
16. La falacia de «ser capaz de mover»
Si yo soy capaz de mover los «pensamientos», también seré capaz de mover las
energías que están en mi cuerpo. Entonces me podría construir a mí mismo como
yo quisiera. Algunas «escuelas» nos hablan de esa posibilidad. Y muchas
pseudoescuelas también.

Nos creemos capaces de dirigir, controlar y dominar los pensamientos,


pero no es verdad, solo logramos algo de control con los «contenidos del
pensamiento» (si no estamos muy débiles o enfermos, podemos elegir
cuando menos qué «tipos de pensamiento» tener). Pero en absoluto es lo
mismo con el «acto de pensar» (somos incapaces de dominarlo a voluntad o
desprendernos de él: ¡no podemos parar de pensar! ¡Nadie puede! Este
hecho, el creer que somos capaces de mover los pensamientos, nos hace
ambicionar el que también seremos capaces de controlar y manejar las
«energías», de nuestro cuerpo primero y quizás otras más allá de él. Y
entonces el hombre pretende introducir en su cuerpo un «orden
artificial», cuyo origen proviene de su mente subjetiva particular. ¡Voy
a dirigir las energías, se dice!
Los resultados de esta falacia suelen ser muy desfavorables para un
correcto y armónico funcionamiento del «todo corporal», que no olvidemos
nace en unas condiciones de «perfecta naturalidad y armonía», antes de que
se instituya la mente como su «piloto y su patrón». Esa mente artificial y
desnaturalizada que va a introducir el desorden. Los trastornos
psicosomáticos describen y demuestran bien los negativos efectos de esta
terrible «intromisión». Lo primero que podemos reconocer es que en
nuestro cuerpo se han colado las mentes de los otros y que esto ha generado
un «desorden inicial». Y ahora pretendo yo entrar en él para poner orden.
Los efectos de esta falacia suelen ser muy negativos porque en toda
práctica de despertar que supere el nivel mental o puramente filosófico-
religioso (constituido exclusivamente por pensamientos y sentimientos), se
nos planteará la necesidad inexcusable de incorporar el «cuerpo» con
sus tres dimensiones olvidadas de «sensación viva, respiración
armónica y movimiento de energías sutiles». De ahí la recomendación de
no actuar ciegamente sobre la respiración, de no manipularla según criterios
personales, antes de estar muy purificada nuestra intención y nuestra
emoción. Muchas enseñanzas sabias nos previenen del riesgo de la práctica
del «pranayama» o respiración controlada, sin disponer de un maestro al
lado. También tiene sus peligros la visualización tántrica si no es dirigida
por una mente que ya «no es mental». Pero ya hemos dicho que esa
expectativa referida al cuerpo y a sus energías es muy peligrosa, porque el
resultado puede ser completamente «perturbador» para su funcionamiento
armónico porque el riesgo de desequilibrio es muy grande.
Ya hemos hablado de la respiración «pranayama», pero lo mismo sucede
con la tensión corporal y sus contracturas y «cristalizaciones» cuando se
pretende trabajar con «chakras» y canales y circulaciones, sin supervisión.
Cualquier intromisión de una supuesta «voluntad particular» sobre ese
funcionamiento globalizado y armónico, que constituye el cuerpo Natural,
solo puede producir perturbaciones y desarreglos. Los riesgos de
desequilibrio psicosomático son muy altos, ya lo hemos dicho; e incluso el
de enfermedad.
Todos los caminos que no reconocen estas dimensiones «orgánicas» de
sensación, respiración y energías, y que no saben cómo hacerlas participes
de su búsqueda quedan muy limitadas en sus aspiraciones y como mucho
podrán acceder a un «cambio psicológico» pero será casi imposible que
alcancen una «transformación». Y evidentemente que en estos caminos en
los que no interviene el cuerpo más allá de lo que significaría solo relajarlo
o mantenerlo en salud, evidentemente que no tendremos estos riesgos.
Permaneceremos en el campo de la mente y la «representación imaginaria»
y allí se lograran algunos cambios quizás.
Pero la transformación de energías es una práctica que debe ser
planteada porque además hay serios y fiables antecedentes tanto en
nuestra cultura occidental, con la alquimia interna o corporal; como en
oriente, con todo lo referente al tantrismo y al taoísmo, así como con las
teorías de los cuerpos internos superiores. Por desgracia la alquimia solo
sirve hoy en día para hacer bromas descalificadoras e ignorantes por parte
de los que se llaman a sí mismos modernos y los postmodernos; y el
tantrismo, casi solo sirve para despertar fantasías de posible
aprovechamiento y disfrute sexual. Triste, pero así es. Dos autenticas
«joyas» de los caminos de evolución, trasformadas en una vulgar caricatura
por los mentecatos habituales.
Volviendo a la falacia en sí, vemos que da lugar a la siguiente alucinación:
«un día, si tengo suficiente voluntad, las energías obedecerán a mis
mandatos «personales». Les diré «iros, y se irán… venid y vendrán». Les
diré subir y subirán, bajar y bajaran, etc. ¡Harán todo lo que yo desee! Las
dirigiré por aquí y por allá. Por supuesto que todo esto lo haré para el bien
común o general, nunca por capricho o deseo egoísta. Pero deberá llegar a
ser así. ¿No es esto acaso lo que intentamos hacer a lo largo de toda nuestra
vida: o sea controlar, dirigir y dominar?
Y aquí viene el peligro de caer en una importante confusión, porque al
menos en toda la duración de la fase de «buscador» que aún debe trabajar
sobre sí mismo, nunca va a suceder así, sino todo lo contrario: ¡seré yo, con
mi voluntad actual, los que se pondrán bajo la Acción inevitable de los
movimientos que estas energías deban hacer! Y para ello necesito saber
lo que podría ser la «relajación», la «apertura», el «abandono» e incluso la
«sumisión o entrega voluntaria», ¡pero con el cuerpo, no solo con la mente!
O sea alcanzar un cierto nivel en la relajación profunda de todas las partes
del cuerpo, junto a la apertura del centro del plexo solar, el abandono del
control de la voluntad en el abdomen y la entrega a una sensación nueva de
mi cabeza y por encima de ella.
Yo no moveré nada, al menos durante esa fase, sino por el contrario que
me dejaré mover, abrir, y transformar por ellas ¡de la forma más dócil y
pasiva posible! Me «someteré» en el mejor sentido de la palabra. Cambiará
por completo la visión que me hacía creer que yo era el «agente»; ahora veo
que el Agente está fuera de mí. ¡Todo se ha invertido! ¡Todo era al revés de
como yo creía, simplemente por disponer de una cierta, aunque todavía
limitadísima, capacidad de cambiar de unos pensamientos a otros!
Capacidad que si no estoy aún completamente dormido o internamente
muerto, todavía dispongo. ¡Y como me parecía poder mover los
pensamientos, eso me hacía creer que debería ser capaz también de
mover las energías que se mueven en mi cuerpo!
No se pueden imponer ritmos ni cursos ni trayectos al funcionamiento
armónico de nuestra «totalidad» mediante nuestra voluntad personal. ¡Por el
contrario nos plegaremos a ella, a la armonía, con la mayor confianza y
sumisión!
La aparición en nosotros de un «flujo natural de energías» por vez
primera, será una grandísima y esperanzadora experiencia que nos dará por
demás salud global y bienestar orgánico como nunca antes hemos conocido.
Además limpiará de residuos negativos nuestro cuerpo y disolverá las
cristalizaciones que nos esclavizaban a «ser como fuimos siempre». Esa
«disolución de cristalizaciones» negativas nos va a invitar a experimentar
nuevas formas de sentir y de pensar. Y esto no lo «opero» yo, lo «operan»
las energías a las que yo voy a permitir actuar.
¡Seremos «otro yo» distinto del que somos!
¡Quizá algún día pueda yo mover energías
como muevo ahora pensamientos,
pero lo que me toca hacer ahora es aprender a dejarme mover por ellas!
De sólido pasaré a sentirme como líquido,
de líquido a ser casi como un gas,
y luego… puede haber más.
La regeneración que se obrará espontáneamente en nuestro cuerpo-mente
solo nos llevará a agradecer a ese «gratuito y espontáneo movimiento
general» que ahora se nos presenta como algo lleno de buenas intenciones,
incluso de algo que nos parecería ser «bondad». ¡Qué miedo nos produce la
malentendida idea de perder el control del movimiento de las energías en
mí! (solo hay dos comparables, el miedo al «dominio por parte del «otro» y
el miedo a la muerte). La desconfianza inicial en ese posible movimiento
interno se acaba por disipar con el tiempo y el trabajo sobre uno mismo.
Cuando las energías se mueven dentro, por sí mismas, uno siente vida,
felicidad, y gratitud. ¡Es la vida! Ni más ni menos que la vida, que
empieza a rebrotar.
Esta «experiencia positiva» genuina, aunque dure un solo minuto, hará
más por cambiar nuestra mente que años y años de estudio, reflexión y
disquisición intelectual. Por eso es que no debemos retroceder ante la
posibilidad de «trabajar con nuestro cuerpo» (como hacen muchos,
justificándose con los riesgos y el peligro que conlleva). Y mientras
ensayamos y aprendemos cómo hacer eso con «eficiencia y destreza»,
nuestra máxima será «no intervenir, no controlar y no manipular». ¡Y
eso será meditación!
Para ese entonces ya habremos superado la errónea comprensión que nos
ofrecía la falacia de «ser capaz de mover las energías». Ahora comprendo
bien: ¡los pensamientos «no pueden» mover voluntariamente las energías!
Y yo, ahora, por eso, aprendo a ¡dejarme llevar!
17. La falacia de «el pasado es insuperable»
Todos los grandes seres que se supone «despiertos», héroes, «rishis», avatares,
genios creadores, profetas, santos, etc., pertenecen al pasado; y todas las
epopeyas y crónicas relatan hechos o gestas del pasado. ¡Y todo ello es totalmente
insuperable!, creemos. De hecho ni siquiera podríamos «rozar» su grandeza.
¡Imposible superar! ¡Imposible igualar! De este pasado proviene todo lo que yo
manejo con mi mente: ideas, hechos, recuerdos, ejemplos, valores, etc. Si uno se
pregunta: ¿cómo he formado la imagen que tengo del mundo?; la respuesta es
bien clara: con hechos del pasado relatados en general por hombres del pasado
en libros también de ese inigualable pasado…

Triste falacia: en el futuro… nada; en el pasado… todo. ¡Pobre de mí!


¿Por qué no habré nacido en el pasado? Yo hubiese estado en contacto con
ellos, esos seres, esas proezas, esas gestas y eso quizás me hubiese dado a
mí, ¡oh, miserable hombre!, una oportunidad. Pero ahora… ¡todos se han
ido! ¡Todos! Nos han abandonado, nos han dejado solos y perdidos. ¡Ellos
sí que fueron seres grandes, superiores, inigualables, completamente
«logrados»! !Ellos sí que hicieron cosas grandiosas! ¿Acaso no son los
protagonistas en los libros de historia? ¿Acaso no es lo que se cuenta en
todos los relatos pasados? Todos ellos están mirándonos desde sus
pedestales o altares de los grandes monumentos de la historia… pasada.
Solo a través de ellos sabes lo que sucedió, sí, ¡lo que sucedió! Porque tú
¿dónde has formado tu mente? ¡En lo que sucedió! ¡En lo que vivieron los
que vivieron antes que tú! ¡En lo que hicieron los que vivieron en el
pasado! Los seguidores de ellos, que viven ahora solo son míseros
imitadores que se arrodillan con gran humildad antes sus mitos «vivientes»
del pasado. Ese insuperable pasado…
Entonces solo nos queda adorar a personajes que en absoluto conocemos
en lo más mínimo (como mucho disponemos de algunos relatos vagos e
indefinidos, completamente «redondeados» para lograr un aire mítico, sobre
dioses antiguos, profetas, genios, Budhas, Avatares, etc., con los cuáles, y a
través de nuestra simple imaginación, construimos verdaderos personajes de
carne y hueso y hasta les hacemos hablar y creemos saber lo que «piensan y
hasta quieren» de nosotros»). O sea que los personificamos. Y nos
imaginamos incluso lo qué nos dirían particularmente y qué pensarían
de nosotros. ¡Qué alucinación! Démonos cuenta, en sentido estricto, que es
una «delusión», o pérdida del sentido de realidad. En nuestra mente
seguimos discutiendo con Sócrates mientras pasea, bajamos con Dante a los
infiernos, inventamos como Leonardo, amamos como Casanova, adoramos
como Francisco de Asís, peleamos como Mahoma, descubrimos como
Tesla, interpretamos el subconsciente como Freud, y triunfamos como
cualquier actor o artista del pasado reciente lo hizo, etc. ¿Con quién
dialoga en su interior un hombre culto de nuestro tiempo? Pues con
todos esos personajes que «viven realojados» en nuestra memoria e
imaginación. ¿Con qué hechos se mide un hombre moderno? Con los
realizados en el pasado por sus personajes favoritos.
Y aunque el riesgo de «mitificación insuperable», o sea una situación que
se nos plantea como imposible de resolver, es muy alto en esta masiva
identificación retrograda o histórica, con personajes de los libros de
historia; sin embargo la identificación que sería complementaria y exclusiva
con «personajes de carne y hueso de hoy» nos tememos que resultaría en
una «banalización insoportable». En el caso concreto de los «buscadores de
transcendencia», actualmente la situación es muy difícil, cuando se trata de
manejarse con «modelos o prototipos» humanos reales y de nuestro tiempo
que sirvieran como una «referencia» más o menos sería.
Por dos razones: primero porque se nos ocultan con gran insinceridad,
y después porque ese ocultamiento favorece la idealización, que
constituye un camino sin salida. Incluso esto sucede con los «famosos»
maestros de hoy (porque además nosotros solo conocemos a los famosos, y
este es un «sesgo insuperable»), que jamás se exponen con apertura y
sinceridad a nuestra mirada ocultando todos sus aspectos humanos y reales,
todas sus dudas y debilidades, para así poder parecernos sobre-humanos.
¡Se dejan «endiosar!, quizás sin mala intención pero con resultados nefastos
para nuestras posibilidades de evolucionar. Pero también nosotros tenemos
tendencia a mitificarlos ingenuamente, y les sentimos también
«insuperables», como al «pasado mismo»; y acabamos por verlos como
auto-realizados por sí mismos, en base a alguna cualidad «especial»
incomprensible y misteriosa. Nos dan discursos y directrices, cuando no
simple «clichés publicitarios»; pero se esconden de nosotros y cultivan un
«personaje irreal».
Y esto no es una descalificación definitiva de todos ellos sino solo «una
alerta», porque no obstante creemos que es imprescindible «trabajar
también con ellos, esos sospechosos expertos», porque son nuestra
única posibilidad, de crecer. Igual que para nacer como hombre, hay que
nacer de padres humanos, quizás «demasiado» humanos.
Si para nacer como hombres lo hicimos a través de padres y madres
amantísimos, vamos a suponer, pero «siempre limitados y carentes de
muchas cualidades que nos podrían haber otorgado», de la misma forma
esos, supuestos maestros, que se presentan ante nosotros como disponiendo
de un «conocimiento mayor que yo», conocimiento al que quizás aspiro,
deben ser reconocidos y utilizados ¡debemos aceptar el riesgo y jugar la
partida! Solo así, con decepciones varias, y a veces profundos desengaños,
llegaremos a realizar diversas «superaciones» naturales de diversas
situaciones, y ¡esto mismo nos habrá hecho crecer! Y por todo lo aprendido
con su ayuda y «gracias a ellos y su sinceridad» (sin duda habremos
aprendido mucho con su colaboración y parcial entrega), y también por
todo lo aprendido «contra ellos y su subjetividad», nos sentiremos
sinceramente agradecidos. Porque ya tendremos edad para saber que
tampoco en la «enseñanza transcendental» existen los maestros ideales,
como en la vida no hay padres perfectos y omnipotentes. Ya sabremos a
estas alturas que la «perfección» no tiene localización precisa ni dueño
particular: está en todas partes y en «todos» a la vez.
La sola idea de que nosotros, ¡sí, todos nosotros!, debiéramos
«igualarlos», a esos mitos históricos, nos provoca un verdadero vértigo
mental y una indecible angustia por creer estar cometiendo el peor de los
pecados. ¡Cómo se me ocurriría el sacrilegio de querer parecerme aunque
fuera un poquito a tal o cual «sabio o maestro mítico»! ¿Y sentirme igual
que él, esencialmente? ¿Puede haber mayor herejía? nos decimos. Ese
famoso filósofo del siglo tres, aquel padre del desierto del siglo sexto, y ese
Rimpoché reencarnado del siglo doce, y ese no menos alabado sufí del siglo
catorce, aquel gran sabio renacentista, y ese gurú indio del siglo diez y
nueve, y este otro gran científico, de fama universal, del siglo veinte.
¿Cómo podría yo sencillamente rozar sus pies? ¿Cómo me atrevería a
levantar mi mirada del suelo y alzarla hacia él?
Y aquí viene la falacia a derruir nuestras posibilidades de crecer al
decirnos que ellos «están hechos de otra pasta», por supuesto «no humana».
Pero no sabemos nada de ellos en verdad, son simples personajes
literarios o de ficción. Y lo peor de todo es que pensamos: «ellos son… yo
jamás seré». Nos decimos: «como mucho, y a través de mi respeto e incluso
humillación ante ellos, quizás pueda yo lograr algo…».
Sobre alguno de ellos hemos leído dos o tres artículos o quizás biografías,
sobre otro varios reportajes en televisión, de alguno nos hablaron de
jóvenes en el colegio y más tarde vimos una película, cierto que quizás de
otro hemos leído casi las obras completas… por supuesto sin entender
demasiado. Hemos visto cómo son alabados, reverenciados, idolatrados,
adorados, emulados por mucha gente que en ocasiones solo les ha oído
nombrar.
Es difícil tener una actitud adulta y madura respecto a «ellos», todos
aquellos «mitos del pasado», como es casi imposible liberarse de la
posición infantil respecto a nuestros propios padres. Es imposible, por
supuesto, no vivir la «dependencia psíquica» que ya tuvimos de niños; (con
todos sus correlatos de sumisión agradecida y temerosa a la vez,
idealización completa y luego algo más realista, ambivalencias continúas
entre la rendición pasiva y la rebelión mortífera; en fin todo lo que
cualquier escuela de psicología nos describe y que es aceptado con notable
consenso sobre lo que significa la relación padres-hijos). Aunque es verdad
que todavía hay gente que niega la vida psicológica y no entenderán estas
afirmaciones. Y suelen ser precisamente aquellos que más miedo la
tienen a la vida psicológica, porque en general son los que más
afectados están por estos «complejos». Cuando un hombre no cree en la
psicología suele ser porque está muy dominado por ella. Podemos
observarlo a nuestro alrededor.
Pero en el caso de los mitos que provienen de la familia occidental,
contamos con dos elementos positivos que van a ayudar a disolver estas
fantasías y complejos mentales inconscientes a lo largo de la maduración
del niño. Por parte de los padres el «deseo sincero» de un verdadero
crecimiento de sus hijos, lo cual incluye obligatoriamente el deseo más o
menos reconocido de los padres de «ser superados por los hijos», salvo en
casos patológicos de padres castradores, que lo serian así por su propia
inseguridad. El narcisismo de los padres se proyecta sobre los hijos, y esto
es cierto; pero también lo hace la entrega sin límites y un genuino amor.
Y por parte de los hijos la cualidad que se dispone casi siempre en una
persona que va a ser madura es una buena capacidad de «abandonar
amorosamente» a los padres y dejarlos de idealizar para iniciar la propia
construcción personal, que no estará limitada por la prohibición de ser
cuando menos iguales… e incluso mejor que ellos. De hecho es una
obligación ir más lejos de lo que mis padres fueron: ¿no es eso
precisamente lo que significa la evolución de la humanidad? ¡Debo superar
a mis antepasados! Incluso en nuestros Evangelios se dice por parte de
Jesús: «Obras mayores que yo realizareis si sois mis discípulos».
Es cierto que esto puede ser mal entendido y aprovechado por el ego más
estúpido para negar la maravillosa «jerarquía de saberes» que existe en todo
el mundo, negando el hecho indudable de que hay «hombres» mucho
más evolucionados que yo. Resistiéndome a reconocer el hecho de que hay
muchas personas de las cuales debiera humildemente aprender, en muchas
direcciones, por supuesto. ¡Y este estúpido orgullo puede servir para
infatuarse uno mismo como el ser más importante! Pero a nosotros no nos
interesan la fatuidad ni la prepotencia, sino los buscadores sinceros que
sufren complicaciones enormes por efecto de las terribles falacias que nos
dominan. Y dejamos tranquilos a todos aquellos que se creen el ombligo del
universo «porque nunca lo han visto de verdad, porque nunca lo han
mirado». En serio, nunca han mirado al universo, porque si así hubiese sido,
conocerían la humildad. Eso queremos decir.
Y es igualmente cierto que muchos «enseñantes», maestros y guías, no
tienen ni la madurez personal, ni la entrega, ni la generosidad, ni el
verdadero amor que tienen la mayoría de los padres, por lo cual
generalmente no suelen favorecer ningún movimiento hacia la
«autonomía», ni hacia la «independencia» del discípulo. O sea, no
favorecen la liberación del proceso de enseñanza en sí mismo, que siempre
tienen tres patas: la enseñanza, la comunidad y el maestro. Por el contrario,
y esto sin ser en absoluto sectas perniciosas, dado que esto sucede con todas
las instituciones humanas que son egocéntricas y auto-protectoras por su
propia naturaleza, sean culturales, artísticas o políticas, favorecen y
premian el «mito del maestro» y la sumisión a él y a la «institución». El
«mito de los orígenes», se le ha llamado, en el campo del psicoanálisis. El
«origen» insuperable.
Muchos enseñantes, y no todos con mala voluntad, sugieren que nos
fijemos en «ellos», que no les perdamos de vista, que les coloquemos en
una posición central en nuestras vidas; lo que conlleva un proceso de
imitación de «rasgos externos» y otro de «identificación interna» más
profunda. Si esto puede ser inevitable en un momento dado de la formación
o el aprendizaje, es todavía más importante comprender que debe ser el
¡propio maestro! el que permita primero y favorezca después, y por
último… ¡exija su propia «desmitificación»! ¡Que favorezca su propia
des-idealización! Con esta sencilla tarea, propia como decimos de cualquier
buen padre o madre, los efectos paralizantes del pasado «mítico», se verían
bastante aliviados.
¡Siempre el pasado fue mejor!, eso nos decimos, sobre todo en este terreno
de la transcendencia, muy ligado sin duda a lo «religioso». Y ¿en el futuro
qué hay? ¡Nada! ¡No hay nada! En el futuro nosotros no vemos nada, nadie
nos cuenta supuestas historias del futuro, ni nos habla de supuestos hombres
despiertos del futuro, de sus movimientos internos, sus dificultades y de los
obstáculos que sufrirán, ni de sus descubrimientos y sus logros en el futuro.
¡Estamos construidos por el pasado! Pero como no hemos vivido en él, no
tenemos impresiones de primera mano, sino que estamos construidos por
«elementos fragmentarios» que vienen rodando de mano en mano durante
generaciones. Unos pocos libros y toneladas de «interpretación» subjetiva
durante siglos. Y los incorporamos sin más. ¿Pero dónde podríamos
conocer de primera mano?
¡No existe el futuro, no nos despierta ni el más modesto sentimiento de
realidad porque no tenemos huellas del futuro! ¡Porque no nutre mi mente
con contenidos! ¿El futuro? No lo conozco, luego nada ocupa en mi
memoria… luego ¡no hay! Concluimos, ¡solo el pasado fue! Esto es lo que
«sentimos», aunque sepamos que no es así. Porque no podemos «pensar» el
futuro, re-imaginamos el pasado una y mil veces ¿Qué es acaso nuestra vida
emocional sino una permanente «rumiación del pasado»? Si dejáramos de
«rumiar el pasado», nuestra evolución sería espontánea y no
necesitaríamos ningún trabajo sobre nosotros mismos ulterior.
Al negarnos nosotros mismos a avanzar sobre «el futuro», no nos
podemos proyectar hacia él. Y entonces el pasado pesa como una losa y nos
impide desmontar el «pasado mítico» (familiar, patriarcal, cultural,
histórico, etc.). Por ello, decimos, lo único que tiene vida, lo único que ha
sido y lo único que puede ser «mi referencia»… es el pasado. Y allí están,
en el Panteón sagrado, todas las verdades, todos los seres reales, todo lo
valioso, todo lo que sostiene ser.
Sacralizado el pasado como el único lugar posible…
como lo único que alimenta mi mente ¿entonces adonde me moveré?:
hacia el pasado, claro.
¿Adónde podría ir siendo así que el pasado está atiborrado de
cosas, relatos y personajes, pero el futuro está vacío aún de todo?
Dime algo del futuro, de alguien del futuro. ¿No lo encuentras, verdad?
¿Y con qué instrumento sigo viviendo en el pasado?:
con la memoria falsificada repleta de miedo e imaginación.
La terrible falacia del pasado nos parte por la mitad.
¡Debo liberarme de ella!
Yo no sé si crees en Budas o en Despiertos, o Realizados,
pero imagínate uno de esos seres dentro de mil años o más.
¿Cómo serán? ¿Qué dirán? ¿Qué harán?
¡Inimaginable!.. ¿No es verdad? Sí, ¡inimaginable!
¿Pero… por qué no imaginar?
Conozco el pasado, y recuerdo elementos del pasado, no hay problema
¡pero ya no me condicionan ni me atarán más!
¡Necesito imaginar cosas nuevas! ¡Y también poder crear!
Podemos estar seguros de que el pasado ¡no existió!
Y que «lo que Es» es… «lo que Soy».
18. La falacia de la «permanencia, inmovilidad
y consistencia»
Nos hace creer que hay algo «estable y quieto» (que no va a sufrir cambios, ni
movimientos, ni futura disolución); que hay algo «independiente» o autónomo
(que es en sí mismo «algo» sin relación ni dependencia con ninguna otra cosa);
que hay algo «permanente» (que si lo miramos dentro de un «rato», de duración
cualquiera, lo vamos a volver a encontrar igual que estaba); y que podemos
«confiar» en que hay algo «como quieto».

Por supuesto que es imprescindible, para «vivir» de una forma más o


menos aceptable, el actuar mentalmente en base a esta falacia, porque nos
asegura una «ilusión de consistencia y permanencia» que nos hace la vida
tolerable. Y mientras la vivimos, funcionamos en todos los extremos como
si fuéramos «inmortales». Como si «esto que está sucediendo aquí» fuera
plenamente real y para siempre jamás. No podemos ver cómo nos crecen las
uñas o el pelo, ni como este se nos cae. No podemos tolerar ver cómo
cambiamos de ideas y emociones continuamente, cómo nos vamos
haciendo y deshaciendo instante a instante. Congelamos el tiempo, aunque
sin verdadero éxito, todo ello con el simple propósito de «ver algo estable
que tenga una forma reconocible». Ansiamos mantener las formas,
verdaderas pompas de jabón, en una duración suficiente para poder creernos
«consistentes».
Necesitamos desesperadamente «reconocer» cosas familiares (porque
eso nos aporta la poca seguridad de la que disfrutamos), mucho más que
simplemente «conocer» cosas nuevas. De ahí nuestras «fijaciones
mentales», y nuestros hábitos y nuestra tendencia a la «compulsión de
repetición». El psicoanálisis lo sabe bien. Y para ello precisamos que las
cosas sean, o por lo menos «parezcan», quietas y consistentes. Al
«reconocer» objetos, situaciones, o personas, a los que hacemos parecer
reales, nos concedemos, a su vez, a nosotros mismos el estatuto de seres
reales. Y a través de esta capacidad lo que yo busco en realidad es ser
«reconocido» por los otros como algo «real», ¡y eso constituye todo mi «ser
como ente social»! (un juego de miradas compartido que nos da la
sensación de ser algo en el mundo imaginario de lo social). Y ese es el
único ser que conozco: mi ser como ente social. Y mientras nos hundimos
lentamente en la nada del tiempo sostenemos los espejos sonriendo con
nuestra mejor pose para vernos todavía como si fuéramos «algo»,
procurando que la nada hacia la que vamos no salga en la imagen, ¡que
quede fuera del campo de visión! Y sonreímos a la cámara para que no se
registre nuestra zozobra interior. La realidad se nos escapa entre los dedos.
No podemos conciliar el «ser algo ahora» con el «devenir otra cosa
distinta después». Cosa que sucede en la naturaleza continuamente en todo
proceso de crecimiento y transformación, ¡todos nosotros lo hemos vivido
desde que fuimos aquel «mínimo embrión! La «meta-morfosis» es un
fenómeno universal. Pero nosotros no somos conscientes de su acción
continua sobre todos nosotros. Y que es imposible negarlo o rebelarse
contra ella. Incluso llegamos a aceptar una posible meta-noia, o cambio de
mente, con la esperanza de ganar algo en el proceso; pero cambio de forma,
o sea cambio de ser, eso nos parece totalmente inaceptable. Mi muy querida
«forma», nos decimos, ¡ya es lo que es! Ya es real, ya es estable. Solo
permitiré cambios en lo que yo «haga o sienta o crea», pero nunca en lo
que «soy».
Nos es completamente imposible darnos cuenta de que no vivimos en
«tierra firme», sino, como ya dijera el griego Heráclito, «vivimos en medio
de un río». «Panta reis». ¡Todo se mueve! Nada está quieto, nada es
permanente ¡No nos bañaremos dos veces en el mismo río jamás! «¡En el
mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos!»,
eso decía.
Lo cual conlleva muchas cosas, que un buscador que pretenda lograr lo
que se propone, no puede dejar sin reconocer y aceptar. La primera es que
no debe soñar con poder «quedarse quieto y tranquilo», mientras todo a su
alrededor se mueve en diversas direcciones no elegidas por nosotros, o sea
que igual no se corresponden con nuestros intereses. ¡Ese bendito
optimismo es muy peligroso! Aunque tú te quedes quieto, todo lo demás se
mueve (cualquier hombre de negocios sabe esto a la perfección, pero los
buscadores parece que no). Comprender esto para el buscador significa
que debe estar siempre alerta y activo, que no se puede descuidar
ingenuamente, mientras no haya conseguido alguna situación de
«estabilidad». ¡El mundo alrededor nuestro no para de moverse y actuar
sobre nosotros! ¿Y lo hace siempre para bien?
La segunda conclusión es que él mismo, en cuanto yo, debe «dejar de
sentirse sólido, estable y consistente», porque ¡no lo es! Debe aprender a
ser «fluido» y obviamente con ello debe comprender que si no sabe
«nadar» no tiene futuro alguno. Todo el sufrimiento humano de la depresión
y la melancolía, que es muy grande hoy en día como cualquiera puede
comprobar revisando los estudios sobre ello, tiene como base por un lado la
negativa a actuar como un ser «fluido y cambiante»; y por otra parte el
consiguiente «aferramiento» a esto o lo otro.
Por supuesto que los «buscadores aferrados» cambian una o más cosas,
eso está dentro de su idiosincrasia, pero «para dejarlo todo casi igual». Se
nos ve «aferrados» (atados con hierros, forma extrema del apego) a mitos,
creencias, enseñanzas, escuelas, tradiciones, líderes, prácticas, etc. Y como
no las podemos abandonar, las sacralizamos y jamás logramos lo que podría
ser una liberación integral. O sea inician la búsqueda y se agarran a todos
los instrumentos que utilizan; cruzan el río con una barca y se quedan en la
orilla, sin internarse más, adorando de diversas formas a esa barca que les
permitió cruzar. Los hombres ordinarios se «aferran» a unas cosas de la
vida, los buscadores «también», pero a otras distintas, tanto de la vida
como de la propia búsqueda.
La tercera consecuencia es que se debe estar «presto» para hacer mudanza,
más o menos completa, cada cierto tiempo: mudanza de «aspiraciones y
creencias y hasta de prejuicios». Y también mudanza de esas «metas»
que nos han servido como una inmensa ayuda hasta allí. Una última
consecuencia que quiero señalar para no extenderme, porque el tema daría
para varias páginas, es esta: debemos ser «ligeros», sutiles, suaves,
huidizos, y discretos, casi como los pájaros lo son.
La «impermanencia» es un gran tema muy propio del budismo, y sobre el
cual se ha escrito tanto que por mi parte no voy a insistir.
Pero la falacia de la solidez y consistencia, que oculta a nuestros ojos esta
«impermanencia», debe dejar de operar en nosotros, si queremos continuar
en un movimiento de avance eficaz.
Y entonces nuestra búsqueda adquirirá la necesaria cualidad de la
«fluidez».
19. La falacia de «lo deseo con toda mi alma»
Es impresionante cómo deseo lograr mi meta, se dice el buscador hipnotizado por
esta falacia de apariencia piadosa. Mi deseo es total, mi disposición también; mi
entrega al objetivo es la máxima que puedo tener… ¡ya no puedo desearlo con
más intensidad, con más sinceridad! Me siento totalmente entregado . Y sin
embargo… ¡todavía nada!

Y cuando le preguntan que por qué, entonces no se encuentra donde quería


estar, no es todavía lo que quería ser, o por qué no ha logrado aún su meta,
ese esforzado y sincero buscador dirá que hay mil razones, mejor dicho
obstáculos; bueno, en realidad, puede que mil voluntades negativas que se
le oponen. Los enemigos de su despertar son innumerables y por ahora
están venciendo a la nobleza total de sus aspiraciones y esfuerzos. Dice a
modo de resumen: «no es por mí, que conste que no es por mí parte. Yo
ya no puedo hacer más».
¿Y cuáles pueden ser esos enemigos? No sabe ni empezar a enumerarlos,
¡son tantos y tan diversos en su naturaleza! Quizás si fuera más joven, y no
estuviera tan comprometido, si no tuviera esos hijos que me atan, si pudiera
vivir libre de esta sociedad alienada, si tuviera más dinero con la libertad
que me daría, o mejor posición social, si dispusiera de más salud, y no me
doliera tal o cual parte de mi cuerpo, si no tuviera este cansancio… Pero
todavía hay más: si tuviera mejores maestros (los de ahora no acaban
de explicarme bien), unas enseñanzas más adaptadas a mis características
personales, compañeros más entregados y sinceros, y más interesantes y
amables; si mis superiores en el camino se fijaran más en mí y me ayudaran
un poco (aunque fuera solo un poco), si limpiaran la enseñanza de añadidos
estúpidos que son los que nos confunden, si no tuviera que soportar tales o
cuales exigencias arbitrarias que me irritan tanto.
Pero es que además hay que aprender tales o cuales cosas que él juzga
totalmente inservibles (cuenta indignado como le pretendían enseñar a
respirar, perder la timidez, romper inhibiciones, le querían enseñar a pensar
e incluso a intuir, y llegado al colmo alguien propuso una vez trabajar con
obras de teatro para estudiar los «roles», y algo de la propia psicología
personal con sus complejos preconscientes neuróticos y con sus «topes»,
¡increíble, tener que perder el tiempo en tales estupideces!). Y no solo eso
porque es que además le proponían tener que ayudar a los demás,
pretendían que fuera responsable de enseñar algo, en vez de ocuparse por
completo en sí mismo, para realizar su propio yo. ¡Todo un desatino, piensa
este indignado buscador!
Todo son obstáculos, ¿como nadie le avisó? Si por lo menos hubiera
empezado la búsqueda un poco antes o quizás mejor algo después ya más
maduro… y si la vida no fuera tan corta, el planeta tan hostil, la
muchedumbre tan amenazadora, las guerras tan frecuentes, la cultura tan
estúpida, los medios tan manipuladores, y el sol, ¡ay el sol!, si no estuviera
tan lejos y su irradiación no fuera tan débil ¡Entonces sí, entonces sí!
Si no fuera todo tan horrible para mis expectativas, si no hubiera tantos
obstáculos, seguro que brillaría la intensidad y sinceridad de mi búsqueda,
que es ¡sin mezcla ni contaminación! Con esta falacia triunfando y en su
apogeo persuasivo, uno que lo viera podría decir casi riéndose: ¡uf, qué
tranquilidad proporciona poder mentirse así! ¡Lo que yo pagaría ahora por
poderme mentir tan bien!
¡Porque no hay nada de todo esto! Nos lo cantamos a nosotros mismos
durante décadas, arrullando nuestra parálisis, para justificar nuestra
situación actual, de notable impotencia, que creemos «provocada» por
factores ajenos. ¡Pero no hay nada en absoluto de esto que creemos sufrir!
¡La división, la guerra, está en mi interior, está en mí! ¡Solo dentro de mí!
Yo soy doble y recibo a la vez las influencias que «quieren subir» y las
que «necesitan bajar». ¡Y las dos son yo! Y soy yo el que quiere y el que
no quiere. Y es en «mí» donde se expresan esas dos fuerzas, igualmente
nobles y dignas en origen, pero de direcciones contrapuestas. Las dos son
igual de sagradas, si se quiere decir así. Se las conoce por diversos
nombres, pero las llamaremos las «corrientes de evolución» (que dan lugar
a la creación y la «manifestación» de todo lo que se ve); y las de involución
(que mantienen el contacto «permanente» con la fuerza original o Creadora,
o sea que vuelven al Centro), y juntas forman la gran Creación en su
conjunto. Y yo doy el ser a las dos a la vez. ¡Y recibo mi ser de las dos a la
vez!
Y nada malo hay en ello. Yo soy un ser doble y trabajo tanto para la
evolución como para la involución. El hombre, como pequeño Shiva que
es (ese dios hindú responsable de la creación, el mantenimiento pero
también de la disolución de los mundos, ¡qué idea tan extraña, un ¡Dios
destructor de mundos!, la primera vez que se oye esto suena a sacrilegio o a
mito pre-racional propio de oriente), trabaja para dar nacimiento y mantener
la vida y los mundos, y al mismo tiempo para asegurar que esta vida no esté
desconectada de su Fuente, Origen o Centro, y para ello debe proceder a la
disolución o reabsorción o simple retorno «periódicos», para permitir la
vuelta al contacto con su Creador. El hombre con una mano «actúa» en la
frontera última de lo creado y con la otra debiera mantener «contacto»
con el Creador. ¿Es esa su principal misión? Probablemente sí.
O sea que el hombre es «bifronte» o, si se quiere, un «agente intermedio»
o «mediador» (un agente doble, podríamos decir) que trabaja para la
Separación «creativa» pero también para el Retorno «unitivo»; para la
Creación de mundos y para su disolución en el Origen a la vez; ¡o sea para
la Vida creada y también para el Ser creador! Lo único malo, o negativo o
infernal, es que cuando estas dos corrientes están separadas no saben nada
una de la otra, no se reconocen en absoluto, ni se respetan ni colaboran en
lo más mínimo. Y esta separación, este «desconocimiento», esta
negación mutua, sí que es «la base del mal».
Y produce los dos penosos extremos que podemos ver hoy en día, por un
lado el «autismo espiritual» de ciertas sectas al rechazar por completo la
creación y el mundo (recordemos al movimiento cátaro y al jainismo, por
ejemplo); y por el otro, y no es menos triste, el del hombre ordinario
moderno, un fantasma hueco, que solo «cree en él mismo», y en nada más
(no niega la existencia de un origen, por supuesto el big-bang, y sus leyes,
pero sí su Valor).
Pero, ¿por qué el buscador busca? ¿Por qué buscamos con tanto ahínco, a
veces incluso con tanta desesperación? Muy simple: porque hemos
quedado atrapados en un extremo, en la corriente de creación
exclusivamente «evolutiva» (lo que llamaríamos todos el desarrollo
cósmico de la Vida y de la Historia) y hemos ido tan lejos que hemos
perdido el «contacto» con el Centro. Nos encontramos en la exacta
situación del hijo prodigo que se fue de su casa y de su reino, llena la
cabeza de promesas de aventuras y experiencias gozosas, pero que se ha
perdido por completo. ¡Se ha extraviado! Ya no sabe dónde está, ni por qué
ha venido hasta aquí, no se acuerda de quién es, ni mucho menos «sabe
cómo Volver». Y siente una notable angustia. Necesitaría volver a
establecer un contacto con su pasado, con su núcleo familiar, con su
«original identidad». Porque se trata solo de recuperar el «Contacto, no
de desaparecer en Ello, no de «reabsorberse», no de morir. En términos
psicoanalíticos se trata de «recuperar el yo» y no de «regresar» en una
«fusión informe», al estadio infantil de «fusión oceánica», que sería lo que
significaría renunciar a la vida y querer fundirse en Aquello.
Pero aunque el hombre no debe renunciar a la vida, menos aún puede
renunciar al Ser. Cuando se nos colocó en el Paraíso, el Creador vio que
aquello que había creado «era bueno», y entonces se nos dijo «crecer y
multiplicaos». Pero dentro del paraíso y no fuera de él. Cuando un hombre
ha salido por voluntad o por error de él, lo que debe hacer es lo mismo que
cualquier niño extraviado: ¡quedarse quieto! Sin moverse ni un paso más. Y
esperar ser reencontrado, ¡pero, justamente en ese último sitio donde se
hizo consciente de estar perdido por primera vez! ¡No debe moverse ni
un paso más! Si lo hace hará casi imposible su recuperación. El buscador
debe casi como primera habilidad aprender a quedarse «quieto». ¡Inmóvil!
De ahí, de la sensación de estar perdidos en un simple extremo de la vida
total, viene nuestra dedicación a lograr el retorno y a completar el camino
involutivo para Volver. Y por ello es que la búsqueda es simplemente
nuestra ansia de recuperar el «contacto con el Centro». De resultas de la
acción exclusivamente «evolutiva» el hombre ha quedado desconectado,
aislado y confuso en una inmensa creación que le «parece ajena, vacía y
hueca» y por ello hostil; por lo cual llega a interpretar que se le ha
«arrojado» aquí, en esta tierra, sin consideración a su propia voluntad. No
sabe nada, no entiende nada. Y por eso ¡toda su tarea es Volver! Pero
recordemos que cuando aún vivíamos en el Paraíso, la orden fue todo lo
contrario: ¡creced y multiplicaos! Y eso qué implicaría, sino salir, explorar,
inventar nuevas posibilidades de vivir como hombres: o sea «crear» cultura,
progreso y civilización. Y eso lo estamos cumpliendo a rajatabla, ¡pero al
precio de abandonar nuestro paisaje original! De ahí la necesidad
imperiosa de Búsqueda, que algunos sienten.
Reconocidas estas dos Corrientes cósmicas, ahora no se trata de que una
fuerza venza a la otra, o predomine, porque las dos son fundamentales y
deben seguir jugando su papel en la naturaleza y en mí. La gran noticia es
que en algún momento esas dos fuerzas o movimientos o procesos se
reconciliarán y se harán «una sola cosa en mí.» En la naturaleza, en toda
la vida natural donde la mente humana y la cultura todavía no ha llegado, ya
son una sola ahora en este instante. Aunque yo no lo sienta, todo el cosmos
está en perfecta armonía, pero ¡la mente humana… no!
Por eso no soy un «ángel» simplemente, y especialmente en todos los
actos de mi «búsqueda» me comporto a la vez también como un «demonio»
negador de ella. O sea, deseo a la vez «vivir como ente separado» y
también «volver a Ser en la Unidad. Deseo participar como un «yo
egoico, auto-centrado» y a la vez siento la nostalgia de la Unión
impersonal. Quiero poder «inventarme como sujeto» y construir mi historia
personal y a la vez recuperar algo «real», verdadero u objetivo. O sea que
me interesa participar en los procesos multiformes de «desarrollo
evolutivo» y también en los procesos de Unificación y Re-Integración.
Tengo mucho que ver con ese dios que los griegos llamaron Jano, ese ser
de dos caras. Y debo aceptarlo sin seguir representándome a mí mismo
como un «ángel» que solo busca la «reintegración». Y ¡oh!, pobre de mí,
¡que todo se me opone! No he visto aún lo que soy. Y todavía no
comprendo que el ángel y el demonio se «reconciliaran en Mí», y
trabajaran juntos a partir de ahí. Entonces dejarán de ser ángel y demonio, y
serán dos grandiosas Fuerzas al servicio verdadero de la Creación.
Tengo dos deberes, dos destinos, dos naturalezas, y no puedo olvidar a
ninguna de ellas. Esta doble función a veces se ha representado
simbólicamente diciendo que soy hijo de la Luna pero también del Sol.
Cuando lo vea claro, libre ya de esa falacia simplista, entonces empezaré a
jugar con dos fuerzas y no con una sola. ¡Aceptaré la acción de esas dos
fuerzas en mí! Y sobre todo dejaré de lloriquear sintiéndome esclavo de
cosas o leyes de las que no lo soy en absoluto. Porque habré comprendido
que si la «primera fuerza, o fuerza del despertar, es sagrada, la segunda o
«fuerza de resistencia y oposición», también lo es.
Y al final afirmaré que sabiendo perfectamente que hay «influencias
dobles» para todo proceso, sea el de «evolución» como el de «retorno», y
que unas parecen ser positivas y otras negativas, sin embargo, «también sé
ahora, a ciencia cierta, que todo depende de mí».
¡Yo quiero y no quiero a la vez!
¡Soy un ser doble! No me represento más como un pobre hombre que no
llega a donde quiere, porque se lo impiden fuerzas ajenas.
¡No hay fuerzas ajenas en el Yo!, puede haberlas en el mundo, pero no
en el Yo.
La desaparición en el Centro sería un crimen como humano, pero su
desprecio y olvido, quedándome simplemente engolfado en la creación,
sería otro crimen aún mayor.
¡Al fin me acepto así!
¡Se acabó el sufrimiento estéril y la culpa!
¡El hombre es el «punto de encuentro» entre el mundo y su Creador!
O, para presentarlo en forma de conocimiento paradójico, diremos que el
«Creador solo logra recuperar su creación a través y gracias al hombre».
¡Que sea Así!
20. La falacia de «vivir para buscar» La
búsqueda como identidad
Para alcanzar algo serio necesito una intensidad de búsqueda correspondiente; por ello
me concentro sobre mi dimensión de «agente buscador» y lo desarrollo y fortifico
continuamente a todo lo largo de mi proceso de aspirar a algo. Así, creo que se necesita
constituir un «sujeto buscador» de una enorme consistencia o solidez si quiero lograr
mis metas que yo visualizo como «muy grandes». Debo acumular y acumular
«búsqueda». Porque cuanto más grande el buscador, más grande será lo «encontrado».

En esta falacia acabo más bien por «desarrollarme yo», aunque sea en la
modalidad de buscador, que por «prepararme» para una toma de contacto
con Algo superior a mí. En el concepto de «desarrollarme yo» está incluida
subrepticiamente la suposición de que yo ya sé como es la naturaleza del
objeto que busco, por lo cual el único esfuerzo que se me exigirá será el
incremento en cantidad y fuerza de mi capacidad de alcanzarlo. O sea,
tengo que ganar «algo» que ya sé lo que es, que ya conozco.
Por el contrario, en la «preparación para tomar contacto» tengo ya
interiorizada una «incógnita» sobre la naturaleza última de lo que busco; y
por ello debo hacer dos tipos de esfuerzos simultáneos: crecer en mis
capacidades sobre lo ya conocido y fortalecer mi disposición personal, sin
duda, porque siempre somos muy flojos y frágiles; pero a la vez «investigar e
indagar» para adaptarme a algo nuevo y «desconocido». Y en estas
diferentes actitudes es donde está la diferencia entre diversas posibilidades de
evolución interior. ¡Yo voy a crecer, sí, pero para «contactar» con algo
Superior a mí, que desconozco! Mi crecimiento no está determinado en sus
fases ni en su secuencia ni en su dirección final. Y desconozco no solo que es
Aquello que quiero lograr, sino también «cómo llegar» a Ello.
Por ejemplo, el camino religioso ordinario es un camino sin
interrogación, uno avanza de lo conocido a lo conocido («yo», que sé lo
que soy, deseo alcanzar a Dios, que también sé lo que Es), por razón del
mayor mérito logrado mediante ciertos actos llamémosles «piadosos». Pero
aquí no hay la más mínima capacidad de «Interrogación radical», o sea el
intento de una relación con el Absoluto, de acuerdo, pero como un ente
desconocido. Este «Vichara» (auto-indagación sobre el Ser y el Yo, en
términos hindúes), esta «investigación esencial» no es una simple
investigación filosófica sobre la «verdad», sino también sobre el sujeto
que aspira a la verdad. Por eso el camino filosófico o científico es un
camino hacia la verdad última, de acuerdo, pero sin «crecimiento personal
interior». En la filosofía voy a conocer la «verdad», en la ciencia conoceré
la «realidad», ¡pero con mi mente actual! ¡Manteniendo mi capacidad
mental actual y mi identidad presente! Entendemos que se ve claramente la
diferencia. No, la auto-investigación sobre la cuestión de quién soy yo
está hecha desde todas mis partes «movilizables» (todas las que estén
disponibles para esa investigación) y sobre todas mis partes
¡perceptibles! (todas las que puedan ser observadas). ¿Fatigoso? Pues sí,
pero apasionante y prometedor como pocas cosas en la vida. Se puede
probar.
El peligro con esta falacia es que muchas veces el «sujeto que busca»
acaba por imponerse a lo «buscado», a la Meta, que queda en posición
secundaria. Se sacraliza la búsqueda y todas sus dimensiones, y esto
adquiere tanta importancia que consigue borrar todo el resto, en concreto a
«aquello» que decimos buscar. La finalidad de una «búsqueda» es
«encontrar», pero no vivir buscando; ni vivir siendo un buscador, o lo
que sería lo mismo: «vivir para buscar». Y por los efectos de esta falacia
nos quedamos ahí.
Pero en origen el hombre no era un «buscador» (no necesitaba
perfeccionarse, era perfecto), sino una criatura creada para cumplir una
función de la mano de su Creador y realizar así una «Tarea». La terrible
idea de nuestro pecado y expulsión del «paraíso», o sea «el demonio de la
culpa», nos obliga a perder de vista que nuestra vida entera no era para
pedir y lograr ningún perdón. Que no se nos creó para purificarnos, sino
para colaborar en una tarea. Que se nos creó ya en el paraíso, como
Adam, u hombre perfecto. Que se nos creó con una «función» precisa:
participar de la armonía general haciendo nuestra tarea esencial. Sin
embargo, el hombre hoy en día cree que ha nacido para auto-realizarse «él».
Pero, ¿dónde está él? ¿Quién es él? ¿Qué es él?
No se consigue entender que el que busca tiene que disponer de un
«tamaño de búsqueda justo», estrictamente apropiado al objeto que se
desea. ¡Ni un milímetro más, ni un milímetro menos! Se trata de «recibir
una posibilidad concreta», y no de auto-inventarnos nosotros a nosotros
mismos. Si es mucho menos, o sea cuando soy un buscador pero la
intensidad y la sinceridad de mi intención son muy débiles, no lograré más
que «aspirar y anhelar» el resto de mi vida. Esto es cierto, sin duda alguna.
Seré un buscador débil, inseguro e inconstante, para siempre; y por eso es
razonable comprender que no «encontraré nada».
Pero si es excesiva mi dedicación, quizás por «ambición espiritual» (que
es simplemente un proceso de búsqueda contaminado de deseos personales
mundanos); o se convierte en «obsesivo» mi compromiso con grupos o
escuelas o enseñantes (que acaba siendo como cualquier otra actividad
mundana, guiada en realidad por patrones funcionales de la psicología
grupal más que por otra cosa); o incluso si mi «sensación íntima de
esfuerzo», que a veces no tiene nada que ver con la realidad del esfuerzo
mismo, es exagerada, puede ser que nunca logre lo que pretendo, de tan
enredado que estaré en mi «rol de buscador».
Me habré metido en un viaje tan denso y tan absorbente, que acabaré
completamente identificado con él y perdiendo de vista casi el «destino» al
que yo quería ir. Es típico el relato de ese viajero que inicia una aventura
pero que a medio camino no sabe a qué sitio concreto quería ir, lo ha
olvidado o se ha enredado con el viaje, de forma que continúa viajando sin
cesar, como por rutina, ¡pero ya sin meta! El mito del «personaje errante»
que vaga sin reconocer un destino propio empieza ahí.
Por eso debiéramos tener cuidado con el riesgo de «visualizarme
exclusivamente como buscador» (esta visualización por la que me veo
haciendo continuamente movimientos o esfuerzos o sacrificios, que no es
real del todo, porque mis esfuerzos son mucho menores de lo que creo, pero
que logra darme una sensación de realidad a mí, al buscador, mientras la
meta a la que aspiraba se va diluyendo progresivamente en mi memoria. Al
final consideraré que la búsqueda es lo que da sentido a lo buscado, y no al
revés. Diré que la vida es para buscar. ¡Pero no! la vida es para vivir
después de encontrado aquello que nos faltaba.
Quizás en la vida no he sucumbido a caer dormido como un hombre
ordinario, y por eso he iniciado una trayectoria como buscador, pero tengo
el peligro de que en medio de mi búsqueda esto pueda suceder, ¡y me
dormiré completamente «como un buscador»! Y seré buscador,
simplemente. ¡He resistido el sueño de la vida, pero no el de la
búsqueda!
Lamentablemente, esta falacia, como todas las demás tienen un punto de
inevitabilidad porque durante cierto tiempo deberé «vivirme» como un
buscador, experimentar lo que esto significa, incluso sufrir y gozar también
mucho desarrollando mis habilidades y capacidades, totalmente identificado
como tal, etc., ¡pero sin «cristalizarme» completamente como un simple
buscador!
Es inevitable durante un periodo más o menos largo sentir las alegrías y
las penas, los éxitos y los fracasos de la búsqueda, mientras disfrutamos el
«orgullo satisfecho del buscador»; no pasa nada por ello, suponiendo que
este orgullo nuevo no contenga en sí mismo contaminaciones excesivas.
Pero si a medida que busco me visualizo exclusivamente como un buscador,
y pierdo de vista la meta, corro el riesgo de identificarme conmigo mismo y
de otorgarme un «valor excesivo». Después la tarea de «disolver al que
buscaba» será casi una imposibilidad. Y seré como el «buscador
errante».
Recuerdo el caso de un compañero por lo demás muy serio y de fiar,
cuyos deseos de estar involucrado en actividades de grupo relacionadas con
la búsqueda resultaban excesivos en general, aunque tengo que decir que no
para mí y algún otro por cierto, pero sí para muchos otros. Las quejas, tanto
en él como en los que pensaban diferente, se manifestaban en preguntas
referidas a la relación que debía existir entre «la búsqueda y la vida
personal», estas preguntas se proferían como una petición de ayuda y
aclaración, dirigidos a nuestra «Guía». Ella sonreía mucho y se tomaba
siempre de forma irónica las interrogaciones que encubrían esas quejas,
¡pero no decía ni sí ni no! ¿Era razonable estar separados de nuestras
familias todo un domingo? ¿Hacer un viaje de varios días para tener
algunos encuentros? ¿Gastar nuestro dinero en estos desplazamientos y en
otros gastos inevitables? ¿Por qué coincidían siempre ciertas actividades de
grupo con mis previstas vacaciones estivales; se hacía adrede quizás?
Nuestra inolvidable Mme. H. sonreía mientras encendía un pitillo que
nunca cogía fuego y decía: «Ay, mi vida personal, mi vida personal…, qué
interesante». No decía más. Y todos quedábamos en una incómoda
interrogación. Y ese compañero que propiciaba continuamente ocasiones de
trabajo colectivo, así como todos los demás que se resentían de ellas, no
obtenían la satisfacción esperada. Como muchas otras cosas que nos
insinuaba, y que a veces requerían un gran rodaje personal para
comprenderlas porque eran muy sutiles y porque dejaban en el aire una
interrogación, estas palabras solo tuvieron sentido para mí varios años
después.
Por lo tanto, aquí hay un pasaje difícil pero que será inevitable encarar. No
podremos sortearlo con un simple rodeo. Y no podremos evitar la
confrontación con esta realidad que por cierto es igual en la búsqueda que
en cualquiera otra área de la vida: estamos siempre en riesgo de caer
en situaciones de «identificación» (con personajes enteros o simples
rasgos de personajes, con valores o ideales, con prejuicios o ideas, y con
otras cosas más), muchas veces indeseables para mi objetivo de
«desenvolver mi verdadera identidad». El hombre se identifica con algo y
luego se duerme «en ello». Y eso es la vida. Y eso puede llegar a ser la
«búsqueda» también.
Aún cuando al comenzar la búsqueda solo aspiramos a librarnos de las
esclavitudes de la mecanicidad y del sueño, que hemos conseguido detectar
en la vida, luego veremos que hemos establecido estos mismos patrones de
repetición y «roles» artificiales en la misma búsqueda en sí. Nos hemos
hecho «profesionales de la búsqueda», nos hemos aposentado en ella
con comodidad y nos hemos vuelto a dormir como un buscador; y
generalmente nos hemos limitado mucho y casi llegamos a ser personajes
unidimensionales otra vez: el resultado en la práctica es que de hecho casi
solo tenemos amigos buscadores, solo hacemos cosas en conjunción con el
grupo de búsqueda, solo nos interesa lo que sucede en ellos y vamos
perdiendo interés e ilusión por el resto de aspectos de la vida.
El despertar debiera ser todo lo contrario, ¡justamente lo contrario de esa
restricción! Siendo verdaderos caminantes, con un destino y una
dirección siempre presentes, no obstante «todo nos empezaría a
interesar». Recuerdo aquí el comentario de un gran buscador, compañero
en otras épocas, justo del que he hablado más arriba que estando realizando
una tarea simple y repetitiva de limpieza frente a un desvencijado muro,
sintió «cómo de repente el muro y su misma presencia le decía cosas y le
empezaba a despertar un interés insospechado». Un muro de piedra se
transformó en algo como si estuviera vivo, cosa que él por sí mismo jamás
hubiese creído que fuera una posibilidad. Lo que estaba haciendo un rato
antes medio aburrido y dentro de una rutina de trabajo se iluminó de viveza
e interés. ¡Ese muro seco y como muerto se animó!
Esos son los efectos del despertar: ¡empieza a interesar todo! ¡Nada se
queda fuera! ¡Todo cobra vida! Ciertamente que no se trata de aquel
interés apagado y como vulgar que hemos sentido en general por las cosas
que no nos afectan directamente y que tan bien conocemos, sino de «otro
tipo interés» qué dispone de una «nueva cualidad de participación en las
cosas». Digamos simplemente que surge un «Interés vivo»
Y en el proceso completo de búsqueda, en las actividades y compromisos
que nos exigen, estos riesgos de identificación no solo no son menores que
en la «vida civil» sino que por el contrario están muy potenciados. Ya
hemos hablado de las identificaciones con los maestros, compañeros, ideas,
además de con las rutinas, falacias y prejuicios, del grupo o institución a la
que pertenecemos. Y estos son el «riesgo mayor» de nuestro pasaje por
«procesos serios» de enseñanza. ¡Caer hipnotizado por la búsqueda
misma! Nadie crea que estos riesgos deben hacernos abandonar el intento
de recibir una verdadera y sería preparación para el despertar o lo que
busquemos, todo lo contrario, se deben asumir con buen ánimo y mejor
voluntad. Precisamente mantenerse alerta frente a este riesgo de
identificarse con el buscador, favorecerá, y mucho, nuestro grado de alerta y
acelerará la posibilidad de despertar.
Sufrir todas las falacias que describimos aquí es cien veces más deseable
que el no verse afectado por ninguna de ellas, por ser tan pasivos, cómodos
o timoratos que jamás intentemos nada arriesgado o serio en esta dirección
del despertar en nuestra vida. Porque lo peor que nos podría pasar es desear
encontrar gratis y sobre todo caer esa gran ilusión de «creer haber
encontrado algo sin antes haber buscado». Tal cosa no es posible, ¿si no
busco, cómo voy a encontrar? Muchas situaciones de falseamiento
personal e incluso de riesgo de disfunciones mentales vienen por esta
indeseable situación.
Porque el periodo de la búsqueda, cualquiera que sean los riesgos que
conlleva, nos va preparando para «saber recibir y saber actuar» después del
final de la búsqueda. La creencia irrisoria de que a mí se me va a dar gratis
sin esfuerzo ni preparación, mientras que yo me permito desear y disfrutar
otra cosa u otras cientos de cosas, es tan infantil que no está dentro de los
peligros del buscador sino del hombre completamente dormido u ordinario,
que solo ve como real a la vida, y que solo desea la vida.
No es un hecho simplemente triste o negativo el que nos reconozcamos
afectados por una o varias falacias, de hecho es una buena noticia el poder
ver su sibilina acción sobre nosotros y como limita mis posibilidades de
cambiar o despertar. Si logro verlas, me encontraré a mí mismo con una
fuerza y una claridad nuevas, que justamente habré ido recolectando
semiconscientemente en todo el proceso de intentar reconocerlas. Si logro
verlas en acción en mí, eso solo ya significa por sí mismo, que ¡empiezo
a despertar! No querer saber nada de los obstáculos, los riesgos, las
mentiras, las trampas y las falacias del «camino», suele coincidir con no
querer saber casi nada de la vida en su verdadera significación. Renunciar a
la búsqueda porque inevitablemente me voy a encontrar con estos
obstáculos es igual a renunciar a vivir por las complejidades y sinsabores
que encierra la propia vida en sí. El encuentro con todas estas dificultades
es la prueba fehaciente de que he empezado a moverme, de que estoy
saliendo de la cárcel de los convencionalismos y sueños, y ¡de que empiezo
a ver!
Descubrir la acción en mí de esta falacia permite una nueva actitud hacia
mí mismo como buscador. Antes solo prestaba atención al estudio y la
observación del hombre vulgar que era y al que con justicia consideraba
dormido. Pero ahora deberé observar no solo al considerado dormido
sino también al que «busca despertar», y a la vez. Si antes no me fiaba
del primero, ahora tampoco otorgaré una confianza ciega e ingenua al
segundo, al «buscador».
¡Vigilaré al vigilante! ¡Estudiaré al que investiga!
¡Pondré mi observación más fina sobre el que pone la atención!
Mi trabajo cobra así una nueva dimensión y profundidad,
y los resultados empezarán a otorgarme una mayor seguridad
de no volver a dormirme en medio de la búsqueda.
¡No viviré ni moriré como un simple buscador!
21. La falacia de la «intensidad requerida» o
del «índice de frotación»
Nos tranquiliza afirmando que poco a poco, con un poquito de esfuerzo diario
(casi imperceptible, como si metiéramos en una hucha unos céntimos al día, que
podemos compartir, por supuesto, con la dedicación intensiva, y ¡esa sí que
apasionada!, a nuestros intereses «personales» de la vida), un día, se producirá el
fuego deseado al frotar esas dos astillas de madera tranquilamente, sin prestarle
demasiada atención. ¡Nos dice que no hay ningún resultado objetivo a lograr!
Ningún esfuerzo concreto que realizar.

¡Pero no es así! El fuego no se produce, solo algo de calor, ni siquiera


humo. Todos lo sabemos por nuestro conocimiento de las realidades de la
vida, pero nos angustia transponer este hecho y sus consecuencias a nuestra
búsqueda interior. Se necesita un punto crítico de frotación, a la velocidad
requerida y con la habilidad exigida. ¿Y si no? ¡Calor, solo
experimentaremos un poco de calor! Y no habrá fuego.
Ese movimiento lento y con garantías de seguridad que iniciamos hace
mucho hacia nuestra meta, y que se va convirtiendo con el paso del tiempo
en bastante natural y casi habitual, y que ahora lo hacemos sin excesivo
esfuerzo, incorporándolo a nuestras rutinas, ha sido útil. ¡Sí, pero solo hasta
hoy! Hoy me doy cuenta de que se necesita otra intensidad o, mejor
dicho, otra «calidad» de esfuerzo. Otra calidad implica descubrir una
mayor «sinceridad» en mí respecto a una cuestión clave: quiero cambiar o
no; quiero despertar ahora o no, me quiero conocer o no. No pasa nada por
reconocer que ahora mismo no quiero dar «saltos» de los cuales ni entiendo
su finalidad, ni los deseo; y que por lo tanto voy a continuar manteniendo
mi esfuerzo y mi dedicación un poquito, como al «ralentí» simplemente. Si
es así, es que todavía no ha llegado mi hora, ¡la de enfrentarme a mi
destino! La de ir adelante decidido, arriesgando un poco, sin saber muy bien
qué puede pasar.
Por ahora solo soy capaz de decir ¡sí!, pero únicamente a cosas bastante
reconocidas y familiares, que además vienen validadas por un amplio
consenso del exterior (en este caso del grupo al que pertenezco y en el que
desenvuelvo mi búsqueda). O sea, que estoy bien integrado y satisfecho de
pertenecer a tal o cual grupo o escuela, y los demás conmigo también, y
vamos haciendo cosas tranquilamente, paso a paso. Y eso está muy bien,
y además es muy cómodo, pero llegará el día en que me quedaré solo ante mí
mismo. ¡Ni huella de los demás por ninguna parte!, ni siquiera el consolador
recuerdo de sus consejos y reaseguramientos, y ¡tendré que decidir solo por
mí mismo! Sin guía, sin ayuda, sin certeza, sin grupo…, tendré que dar un
paso adelante «hacia lo que no conozco», hacia lo que no sé. Ni se me
ocurrirá volver la cabeza para comprobar que me están siguiendo de cerca o
que me están mirando con aprobación, porque si miro hacia atrás
comprobaré que no hay nadie, ¡nadie detrás de mí!
Esto viene a significar que he llegado a comprender que si continuo así,
tan tranquilo, satisfecho y con esa buena conciencia de estar haciendo ya lo
que parece que se debe hacer, ¡no llegaré nunca! Que no habrá fuego. Que
necesito alcanzar el punto «crítico» de esfuerzo, que puede significar
más «cantidad» en algunas ocasiones, pero que exige casi siempre
mayor «calidad» y «sinceridad», como ya hemos dicho. Pero si no
entiendo que se me plantea la ocasión de hacer algo de esa naturaleza, la
intensidad o la calidad de la frotación continuará igual y no será
suficiente… «y por ello nunca veremos el incipiente fuego aparecer».
La sinceridad, en la que nadie somos maestros, sino más bien humildes
aprendices, puede ser entendida como la superación de las dudas,
ambivalencias y contradicciones de nuestra propia personalidad en relación
con nuestra búsqueda y nuestra meta. Cuando estamos todavía divididos y
en contradicción con nosotros mismos, todo lo hacemos «como si
quisiéramos hacerlo», como si nos representáramos haciéndolo, como si nos
estuvieran mirando, como si lo hiciéramos, sí, pero solo un poquito, como
para probar. Cuando nos hemos unificado más, entonces comprendemos
con mayor claridad si queremos o no queremos; si queremos esto o
aquello; si queremos ahora o más tarde.
Algo hemos avanzado, ¡ahora por lo menos lo tenemos más claro!
Asumimos las consecuencias y decimos ¡sí o no! Y esto es un buen paso
adelante. Recordemos cómo C. Castaneda en la primera invitación de D.
Juan a saltar desde la cima de una montaña dijo claramente ¡no!, y se bajó
con toda naturalidad, sin remordimientos, ni dudas. ¡No había llegado su
hora! ¡Y esto es ya mucho «saber»!
La «sinceridad» no es una virtud emocional, ni mucho menos ética o
teologal, sino que en nuestra perspectiva de «trabajo sobre sí», es
simplemente el resultado de la «unificación interior», al haber resuelto (y
esta vez no importa que sea «poco a poco») nuestras «divisiones y
contradicciones interiores». Ahora si digo sí… es sí, y si digo no… es no. Y
esta nueva capacidad la empleo en relación a mi meta: ¡cuando digo que
voy en pos de ella… voy! Y cuando digo que voy en pos de otra cosa…
¡pues también voy! El resultado importará menos, porque será más la
expresión de la habilidad de los procedimientos, que del deseo real. Lo que
importa en este caso es la «sinceridad de decisión».
Esta nueva cualidad adquirida de la sinceridad o unificación de mis deseos
hace que todo sea serio, casi como por primera vez (antes también era serio,
me digo, o eso al menos me creía yo); pero ahora todo tiene una nueva
«solidez», porque yo mismo, al haber resuelto mis contradicciones,
empiezo a ser de «una pieza». Y con esta nueva capacidad renuevo los
esfuerzos que cobran también una «cualidad» distinta. No se trata tanto de
«más» como de «mejor». No se trata tanto de hacer mucho como de
hacer lo necesario. Y no se trata más que de «intentar de verdad», como
con cualquier otra cosa que intentamos en la vida; o sea perseguir aquello
que quiero con ¡casi todas las partes de mi ser! Mejor incluso si es con
todas las que yo conozco, y que dispongo «a mano».
Y esto exige algo en general muy desagradable para los buscadores:
preguntar por el precio. ¿Pero no es eso acaso lo que hacemos todos cuando
vamos a comprar algo? Preguntamos cuánto vale, y luego si lo seguimos
queriendo, lo pagamos con toda exactitud, hasta el último céntimo. Pero los
buscadores no, somos tan especiales a nivel cognitivo que nos plantamos en
la tienda y decimos que nos den ese objeto del escaparate que tanto
deseamos, pero cuando valga 10 euros. Que eso es todo lo que yo voy a
pagar, eso es lo que estoy dispuesto a dar a cambio. El dependiente, duda
entre reírse o llamar a una ambulancia; y nos dice solo por cortesía: «Pero
señor, ese objeto vale 100». Así somos.
Cuando he unificado mi deseo y estoy dispuesto a pagar el precio
requerido, entonces todo cambia. Sucede que «comprendo» mejor mi
meta (como algo perfectamente posible y deseable para mí); la «siento»
mejor (como más íntima, familiar y cercana a mi propia intimidad) y «la
deseo» con mucha mayor voluntad, sin sopesar demasiado su precio.
¡Ahora sí que quiero ir!
Y ahora, por fin, mi solidez interior me permite continuar sin miedo,
dando pasos con seguridad. Y con la decisión de aplicarme hasta
conseguirlo. ¡Esto no lo había hecho nunca antes así! Es por esto que
después de un tiempo un suave pero continuo humo empieza a aparecer
entre mis manos, que sienten su calor.
¡He aprendido a frotar esas dos astillas de madera a la suficiente velocidad
y con la suficiente habilidad! Y el fuego no tarda.
Qué lejos queda la falacia de un «poquito» de esfuerzo cada día, solo unos
cuantos minutos, suavemente, justo después de desayunar y antes de
lanzarme a la vida diaria; o sea, como para tranquilizar mi conciencia.
¡No!, no puede ser eso. Y me pregunto: ¿por qué no hay fuego en mí?
Seguro que alguien sabe la respuesta.
22. La falacia de «todo o nada»
Esta falacia es justamente la contraria de la anterior, pero ambas funcionan como
falacias y pueden coexistir en un mismo individuo. Si la primera nos decía que no
es necesario un esfuerzo objetivo que logre un resultado concreto (que puedes tú
decidir cómo hacerlo, que tu buena intención basta), esta otra nos obliga a
funcionar según la ley del «todo o nada». Nos dice que hay una meta concreta,
plenamente definida, y que si no llegas a ella, nada habrás logrado, todo habrá
sido inútil, todo se habrá perdido. Y al final habrás despertado o no, te habrás
realizado o no, serás un liberado o no, un «hombre de verdad» o un semihombre,
etc. ¡Qué estás en un asunto de todo o nada! Porque si no has logrado llegar a
ese punto concreto donde se recibe el premio, no eres nada. Estás en un dilema
terrible: ¡ser o no ser!

En la vida, sobre todo en el nivel biológico y el físico, funciona la «ley de


todo o nada»: se está embarazada o no, una célula es atípica o normal, en la
hendidura sináptica hay neurotransmisor o no. En el campo de la físico-
química igualmente encontramos que se produce una combustión o
cualquier otra reacción química o no se produce, se evapora una sustancia o
no, un objeto flota o no, etc.
Pero en el campo del «autodesarrollo» no existe esta radical dicotomía. En
general, en todas las áreas de las «ciencias humanas» no podremos hacer
afirmaciones de ese tipo que se puedan responder con un sí o un no. ¿Tal
persona era genial? ¿Era culpable de lo que pasó? ¿Tal hombre corría a
mucha velocidad? ¿Lo que me dijo no me sirvió? En todas estas preguntas
no podremos responder con un sí o con un simple no. Preguntaremos: ¿en
relación a quién?, ¿en comparación con quién o con qué?
Se «es» ingeniero o no, cuando se dispone del título preceptivo o no. Pero
independientemente del título, con título o sin él, se sabe «más o menos»
ingeniería que otro o que otros Y se sabe mucha más ingeniería después de
estudiar dos cursos que antes de hacerlo. Y se sabe mucho más aún después
de trabajar diez años en ello. ¡Es evidente! Esta misma óptica debemos
aplicar cuando hablamos del «autodesarrollo esencial» del hombre, del
desarrollo de esas capacidades que tiene latentes y esperándole. No hay sí o
no, porque se trata de comprender el proceso como una «continua
Evolución».
La cuestión entonces es definir el concepto de «evolución mental o
esencial» del hombre a lo largo de «toda su vida». Y si hubiera varias, a lo
largo de «todas sus vidas». Y si después de la muerte hay algo, pues a lo
largo también de «toda su muerte». Y si hubiera varias muertes… pues a lo
largo de «todas sus muertes».
Podemos entender que el hombre es un ser en «un proceso continuo e
imparable de Evolución», con momentos o periodos de detención e
incluso de «involución». Esto lo sabemos todos al considerar los aspectos
más observables de nuestra vida concreta. Mejoramos en tal cosa y
progresamos; y luego nos detenemos y a veces regresamos hacia atrás. Todo
el mundo lo sabe y sirve para cualquier aspecto de la vida: salud, dinero,
saber, libertad, bienestar, etc. El psicoanálisis incluso le puso un nombre
preciso a estas posibilidades («fijación» a la detención o parálisis; y
«regresión» a la pérdida de capacidades que teníamos, con vuelta hacia
atrás).
Las simples y directas exigencias de la vida y las experiencias que nos
obliga a vivir, ya suponen por sí mismas un importante proceso de
evolución «obligada»: tenemos que dar respuesta a retos y desafíos que
nadie estamos preparados para afrontar con anterioridad. ¡En la vida todo es
nuevo, todo llega por primera vez! Todo viene sin que apenas nos hayan
preparado: la escuela, la paternidad, la enfermedad, la soledad, el éxito, el
fracaso, y… la muerte por fin. Solo se nos concede una «tirada», un
«boleto», un «viaje»… y ¡tenemos que acertar!
Cada vida, por más que muchas veces nos parezcan algunas como
cómodas o anodinas, es un «desafío impresionante», y nos coloca
siempre al borde del precipicio de fracasar en sus retos. Olvidamos casi
radicalmente los esfuerzos que nos supuso lograr hablar, correr, contar,
escribir, etc. Casi proezas, si se miran con detenimiento. Y en general
respondemos con adaptaciones enriquecedoras que nos permiten un
importante avance personal en una simple vida ordinaría. Hay vidas que
cuando son aceptadas a pesar de sus dificultades, equivalen a varias otras
dedicadas a esfuerzos voluntarios y «supuestos trabajos» por evolucionar,
que en realidad son poco serios. Y teóricamente, en cada vida podría ser
más o menos así. Y esta sería la evolución natural porque la simple vida
ordinaría nos obliga a todos a realizar esfuerzos adaptativos enormes y de
gran valor.
Pero además está otra posibilidad y es la del «desarrollo acelerado y
voluntario», la de buscar en medio de cualquier vida unas condiciones
elegidas que nos obliguen a renovarnos y adaptarnos de forma mucho más
activa y decidida. Se cumple con las exigencias de la propia vida y
además se aceptan otras «específicas» y artificiales para lograr
desenvolver las máximas posibilidades de evolucionar y desarrollar todas
las capacidades latentes y posibles del hombre. En esta, no solo no se
rehúyen las incomodidades, sino que de alguna forma se «buscan», e
incluso se «crean a voluntad», todo ello en pos de hacer algo que está muy
claro en la mente de los que así sienten: acelerar, avanzar, adelantar,
anticipar, y aprovechar.
Y en esta perspectiva no hay dicotomía alguna; no existe una única
alternativa que sería sí o no. No hay metas definitorias y excluyentes. ¡Ni
tampoco hay punto y final! Uno avanza en la dirección del despertar
continuamente, se trabaja en la naturalidad del «autodesarrollo» con plena
confianza en que todo avance vale, en que todo logro sirve, en que todo
paso dado hacia adelante nos acerca a nuestro máximo nivel de realidad.
Hay muy poco miedo al fracaso, y por el contrario una importante alegría:
¡porque siento que casi siempre estoy avanzando! Y eso es lo real. Las
metas volantes provisionales y la definitiva, ¡si la hay!, están muy bien,
pero no es esa la cuestión principal. No es cuestión exclusiva de lograr
metas, sino de continua Evolución.
En esta comprensión de que no hay tantos logros concretos y puntuales,
sino un «proceso continuo e imparable» de evolución individual y colectiva
a la vez (lo que pone en relieve la idea de que en realidad la «evolución del
hombre individual es solo un pequeño elemento de la evolución de la
humanidad en su conjunto»), todo esfuerzo sirve, nada se pierde, todo se
acumula, cualquier cosa cuenta, tanto lo bueno como lo malo, en la
dinámica de la misma.
Liberados de esta superficial falacia del «sí o no», ahora nos disponemos a
desarrollar a lo largo de todos los momentos y ocasiones disponibles de
nuestra vida, nuestra mejor intención y dedicación a la tarea de
«evolucionar».
Hacernos más humanos, más sutiles y complejos,
más positivos y creadores y luego incluso, si se desea… ¡ir más allá!
Lejos quedan las angustias propias del… ¿llegaré o no llegaré?
¡Claro que llegarás!
¡Adonde desees ir… allí llegarás!
23. La falacia de «dividirme en dos»
Desde que comencé a trabajar sobre mí mismo, todas las indicaciones que recibí
iban en la dirección de «dividirme a mí mismo en dos cosas distintas». Por
ejemplo entre una parte que observa y otra que es observada. Entre una parte que
debía crecer y otra que debía disolverse. Entre una fuerza de iniciativa voluntaria
y unas resistencias internas que iban a aparecer. Entre una parte silenciosa y otra
que debía comprender con palabras. En eso ha consistido todo mi trabajo hasta
ahora. En separar, decantar, depurar, filtrar, etc. En «separar» en partes, casi
siempre en dos, el magma caótico que encontré dentro de mí, cuando decidí
comenzar a «trabajar sobre mí».

Al tratar durante años de dividirme a mí mismo en dos partes, el día en


que deberé plantearme la Unificación puede desaparecer de mi perspectiva.
E incluso puedo olvidar la cuestión crucial de la Unidad. Y yo necesitaré,
inexcusablemente, en un determinado momento encarar la tarea de la
Unificación de las partes que «veo» en mí con las partes que «ven», la parte
que dice si con las que dicen no. ¡Porque tarde o temprano tendré que lograr
alguna forma de completa Unidad interior!
Llegará un momento en que el «fuego» despertado por el proceso del
«trabajo sobre mí mismo» llegue a quemar al propio observador, o
testigo, o a esa «parte activa» que utilizo en el proceso de observar. De esta
forma todo se unificará en una sola cosa. Y podremos ver que no habrá una
parte de mi mente, pero tampoco de mi cuerpo, que sobresalga en
«intensidad de presencia» sobre ninguna otra. Me estaré haciendo
«redondo», lo cual sería sinónimo de equilibrio, armonía y unidad. Pero
esto solo se logrará cuando aceptemos realizar un esfuerzo de la intensidad
requerida. La intensidad de mi intención debe igualar a la de mi resistencia
y entonces una nueva fuerza aparecerá que fusionará a las dos: la
Conciliación. Antes de que con mis intentos y esfuerzos iguale a mi
«resistencia», nada puede suceder.
Una excelente guía del Cuarto Camino, Mme. H., a la que ya me he
referido previamente, que me ayudó de forma impagable en mi juventud, en
los primeros pasos hacía el despertar, nos insistía en que en un momento de
verdadera presencia de sí, «todas las partes de mi cuerpo, todos los órganos,
todas las «células» debían estar presentes por igual con un mismo grado de
sensación. Todo debe estar presente por igual, nada puede faltar; y cada
parte debe tener el mismo peso específico que otra. El cuerpo debe ser una
«unidad y una totalidad de elementos» a la vez.
En lo referente a lo psíquico, o sea con todas las funciones psíquicas que
voy a emplear en «vivir buscando», sucederá igual: todas las partes y
componentes de mi mente deben estar implicadas de la misma forma y
con la misma intensidad en el proceso. No debe haber compartimentos ni
división alguna que «haya sido originada previamente por mí». Esto es muy
importante. No puede haber dos: o sea una parte que observa y otra que es
observada, una que intenta trabajar y otra que se resiste, etc. ¡Incluso la vida
y la búsqueda se harán como una sola cosa! Y la división entre ellas será
totalmente inasumible. No seré capaz de distinguir donde empieza una y
acaba la otra. Vida y búsqueda se harán un mismo proceso.
La fuerza de Reconciliación, la «gracia», el Espíritu Santo, la tercera
Fuerza, o como se le quiera llamar, vendrá a poner paz y unidad dentro
de mí. Y lo logrará muy fácilmente porque su acción viene desde un orden
superior. La gran cuestión que me quedará a mí por dilucidar será en qué
condiciones esta puede aparecer. O sea, como «llamarla», como merecerla.
¿Qué tengo que hacer yo?
Esta división tiene dos orígenes muy distintos. Tenemos por un lado las
divisiones internas «inevitables» que yo encuentro en mí al comenzar el
estudio de mí mismo, y estas son producto de mi educación, historia
particular o «dotación» personal. Es la herencia recibida de mis padres y de
la propia vida. Así me encuentro cuando inicio el trabajo sobre mí mismo:
¡dividido en varias partes, «fragmentado»! Es parte de mi «división interior
y de mi sueño». Esta «fragmentación interna» es una condición
indeseable, pero inevitable al comenzar; y además universal: porque
todos empezamos así, con partes separadas, confrontadas e incluso
irreconciliables. No soy dueño de mí mismo, no tengo Una Voluntad. Esto
me confirma que no soy, todavía, un Individuo, que no tengo «unidad
interna» y por ello ¡tampoco libertad!
Pero además, tenemos la división «artificial», instrumental y práctica, que
«operamos voluntariamente» en nosotros y durante años, en la propia tarea
de despertar; en los esfuerzos que realizamos por despertar. Me tengo que
dividir en dos, porque ahora algo en mí va a «observar» al resto, y lograr
ver cómo me duermo, ¡pues no me debo dejar dormir! Algo activo en mí va
a intentar «movilizar» a algo pasivo, pero como esto no quiere… ¡pues le
voy a tener que sacudir! Algo consciente va a intentar «despertar» a algo
dormido, que sin duda se resistirá. Y así continuamente. Me dividiré en dos
partes. No tengo otra opción porque nada más iniciar el trabajo personal ya
dispongo de una «meta» a la que tengo que llegar. Una parte persigue la
meta, pero otra no quiere ir y entonces veo mi división. ¡Y tengo que
seguir viéndola! Y yo mismo refuerzo esta división entre acción y
resistencia.
En términos de la enseñanza del Cuarto Camino significa que despierto en
un primer grado y utilizo al «mayordomo» para que ordene la casa que se
encuentra en un estado caótico de desorden. Una vez ordenada podrá venir
el «Amo». Este «mayordomo» vendría a ser toda la «iniciativa activa y
voluntaria» que pongo en acción en mí en orden a despertar, Y esto exige
una importante activación voluntaria y provisional de una parte de mí
mismo, pero que todavía no será el «intento puro» y real.
El mayordomo no es real en forma definitiva, solo es una agrupación de
energías o personajes que quieren trabajar. Pero es imprescindible
empezar con él, porque los demás personajes «no quieren» y la casa es
un desastre. Y trabajaré con él todo el tiempo que se precise, en una tarea
de división interior: el mayordomo ordena y los sirvientes obedecen las
tareas que este les propone, por las buenas casi nunca, en general «por las
malas». Y este «núcleo activo» representa la primera «jerarquía interior»
que yo descubriré en mí mismo. Sus esfuerzos se centran en mantener la
atención viva, no identificarse con nada, no considerar negativamente, estar
presente en cada circunstancia de la vida, etc.
Sin embargo, en otro momento, más adelante, tanta fuerza y actividad
debe dar paso a una tarea más receptiva y sutil, a una sensibilidad de
captación pasiva, que me permita ceder algo en el poder y la activación de
mi intento personal y «recibir la unificación» esperada de todo mi ser. Y la
falacia de la continua separación dentro de mí, que afirma que «cuanto más
separación interna mejor», porque se espera un mayor logro futuro, debe
dejar de dominar mi pensamiento. Ahora busco la «unificación» de mí
mismo, la Totalidad que existe ya en mí, la Reconciliación de mis
contrarios.
Y como he acumulado capacidad de atención y observación suficientes,
mediante mis previos esfuerzos como personaje en lucha contra sí mismo
(el personaje «dividido», tan correctamente descrito por J.G. Bennett,
discípulo de Gurdjieff) estas mismas capacidades me permiten ahora que ya
no me «separe o divida nunca más». Al revés, mi secreta y profunda
intención ahora es que todo lo que yo soy (cuerpo en su unidad, psique en
su totalidad), esté presente a la vez, ¡sin predominar ninguna parte sobre
ninguna otra! He llegado a ser el «hombre esférico». No más lucha
interna. Reconciliación. Y después «movimiento».
Pero el terrible hábito adquirido de «hacer algo» siempre, «intentar algo»
continuamente, de «no dejar las cosas como son», de «no dejar la situación
dentro de mí como está», de no aceptar mi sueño, ni mi pasividad, etc., me
impide lograr la «nueva correcta actitud» de receptividad completa y no
«selectiva» (que consiste ahora en no elegir, aceptar lo que es, lo que soy, lo
que hay). Obviamente se alcanza esta fase cuando los grandes peligros y los
grandes «venenos internos» ya se han ido retirando de mí, o sea que ya me
he trabajado lo suficiente en la tarea de limpieza y armonización de mi yo.
Pero cuidado, que solo puedo aspirar a intentar trabajar de esta forma
cuando las «negatividades y las cristalizaciones» ya se han disuelto lo
suficiente. Si todavía estoy «contaminado», mediante pensamientos o
emociones tóxicas, si todavía estoy dividido, deberé seguir «luchando» por
limpiar y armonizar mi ser.
Si no estoy limpio, armónico, positivo, equilibrado, y algo despierto,
aceptarme como soy sería un terrible error y no habría esperanza ni
individual ni colectiva. El concepto tan manido de «aceptar la sombra» en
mí, recogido de cualquier manera sin el más mínimo conocimiento de
psicología, ni superficial, ni profunda, no da lugar más que a tremendas
confusiones; e incluso a verdaderas perversiones psicológicas.
La rebelión salvaje contra aquello que en mí se presenta como indeseable,
(o sea, complejos, traumas, conflictos, paranoias y angustias de todo tipo)
es un error, que incrementa el sufrimiento interno, porque son negados en
origen y pretendemos su «extirpación», ¡como si fuera posible! Pero su
aceptación y casi acogida entusiástica como una parte esencial e
irrenunciable de mí, es igual de malo o peor porque perpetúa el
sufrimiento al negar la necesidad de reconocer primero el problema «como
problema», y luego la obligación moral de liberarse de ello. Porque la gente
no llama «sombra» a sus «complejos psíquicos inconscientes», que estos sí
que son difíciles de disolver y requieren una sería terapia, sino más bien a
sus defectos, limitaciones y sobre todo negatividades y egoísmos de todo
tipo «consentidos». Cuando un hombre tiene un fuerte dolor físico, no debe
acostumbrarse a vivir con él, sino que debe intentar reconocer su causa y
solucionarlo si puede. En otra falacia hablamos más de esto.
Y ahora, ya limpios, necesitamos a alguien que nos diga todo lo contrario
de lo aprendido antes, que nos animaba a esforzarnos, luchar, dividirnos,
activarnos, etc. Ahora alguien nos debe dar el mensaje contrario del primero
y decirnos cosas como confía, relájate, ábrete, déjate llevar, ¡todo lo que
está en ti ahora tiene su función! Desde la última célula, al último
pensamiento, a la mínima imagen interior y hasta la más pequeña huella o
rastro de memoria. ¡Todo tiene su función en la gran obra final! ¡Aprende a
llamar a la reconciliación!
¡Todo lo que está en ti… «eres tú»!
A «integrar todo, a fundirlo todo, todo, en una unidad. ¡Nada, nada, sobra!
Ahora entiendo lo que tengo que hacer:
¡fusión alquímica de todo lo que hay!
La «fusión» no es la simple aceptación pasiva e indiferente de lo que hay
en mí, sino la «voluntaria transformación en fuego», de todo lo que
encuentre en mí.
Oh, falacia divisoria, que me has acompañado durante tantos años…
¡abandóname ya!
¡He luchado tanto!, me he movido tanto… que ahora déjame «danzar» en
inmovilidad total.
Ahora ya, y para siempre… «quiero ser único, entero, esférico, Total».
Individualidad absoluta. Unido a mí mismo, Único,
¡Nunca más división!
24. La falacia de «en la muerte sí entenderé y Veré»
Nos dice que será después de muertos cuando entenderemos lo que no entendemos
en vida, seremos lo que no somos ahora y podremos ver, por fin, el Rostro
verdadero de la Realidad. Por ello debemos confiar y esperar serenos, casi
ansiando ese definitivo momento en que por fin Seré real, y conoceré la Verdad
cara a cara. Es el «muero porque no muero» de Teresa de Ávila.

Como con todas las falacias, debe entenderse que en absoluto queremos
decir aquí que lo que nos afirma «no sea verdad», o por lo menos que no
«contenga alguna dosis de verdad». La muerte es un tema misterioso, en el
que evidentemente se entra en dimensiones desconocidas que superan por
completo la comprensión y las capacidades de cualquiera. Por eso, aunque
confiáramos en ella, en su carácter positivo final, no por ello dejaría de ser
un «tremendo misterio». Admitimos que el preciso «momento de la
muerte» y su posterior tránsito a través de ella, es sin duda un momento
«como de precipitación» o si se quiere, dicho mucho más vulgarmente, de
«recogida» o simple cosecha de los resultados de la vida vivida. ¡Nadie
niega la trascendencia de tal momento! La vida «culmina» al final, es
lógico, y la «culminación» decide y define su valor. ¡El final define lo que
algo es!
Lo que queremos decir es que la afirmación que nos hace esa falacia,
produce en muchas ocasiones en los buscadores, por lo demás muy
sinceros, un grave «efecto derrotista», y uno se sienta en alguna medida
«simplemente a esperar». ¡Que venga la muerte y que todo lo aclare!, nos
decimos a nosotros mismos, cuando empezamos a desconfiar de nuestras
fuerzas y de nuestras posibilidades. No decimos que venga por fin la
Verdad, o la Luz, o lo Real, y que todo lo aclare, sino ¡que venga la muerte!
Se sobreentiende que ya no confiamos demasiado en la vida que tenemos
o en la que nos queda «para resolver el misterio de la vida y de la muerte».
Que ya no confiamos en que es precisamente la «vida personal como
humanos», esa «posición perfecta» que nos ha sido dada justamente para
«resolver ese mismo misterio». No entendemos que es la vida lo que nos
ha sido dado, para resolver el misterio de la vida y también… ¡de la
muerte! Y no al revés.
Que si venimos de la supuesta muerte o nada, de «antes de estar vivos»,
no es para correr otra vez a la muerte y ver allí lo que son de Verdad, tanto
la una como la otra. Suena como absurdo, ¿no es cierto?, entender que la
vida es como una equivocación del Creador; que nos ha metido,
supongamos que por error (ni puedo ni quiero imaginar que haya sido por
mala voluntad), en un brete imposible del cuál hay que salir cuanto antes.
Nos dice esa falacia que esa comprensión de la vida es casi tarea
imposible, y que estamos destinados a «soñar una realidad que no es» a lo
largo de toda nuestra vida; y castigados a seguir viviendo en un estado de
«Ilusión» o «maya» (que señala el hinduismo en general como el factor
central de la esclavitud humana: afirma que estamos «esclavos de una
ilusión», no de ninguna realidad). Siendo eso así, si esta falacia fuera cierta,
solo nos quedaría la esperanza de acabar con ella, esa ilusión, mediante el
«mismo acabar con la vida». ¡Pero no es así!
Para el buscador que comienza a pensar de esa forma, el misterio
insondable de la relación entre vida y muerte se ha reducido a actuar como
una simple y vulgar falacia que le va a hacer perder la confianza en su
búsqueda, y en las posibilidades que se le ofrecen «en esta vida». ¡Casi
se ha rendido! Porque confía más en la muerte que en la vida.
Frente a esta visión ingenuamente optimista del efecto «des-encubridor de
la verdad» que muchos imaginan que posee la muerte, podemos concebir
también todo lo contrario, o sea, que aquello que no se «comprenda en
vida» quizás no se comprenda nunca una vez que pase esta. Y quizás sea
también verdad que solo lo que se logre en vida será «lo logrado». De tal
forma que solo se «consiga con la muerte lo que ya se consiguió con la
vida». ¡Se puede entender que después de la muerte ya no se crece ni
evoluciona más!, como señalan algunas enseñanzas.
Pero nosotros mismos sabemos una cosa con total certeza: en los sueños
de la noche el material que se pone en juego proviene «prácticamente todo
él de la vida diurna». Los contenidos oníricos nocturnos son huellas y restos
de lo vivido durante el día, y mediante el sueño los sometemos a
determinados procesos de elaboración, que no son simplemente la
«satisfacción encubierta de deseos», como diría Freud, sino otras varias
cosas más. El propio estado de dormidos en la noche puede generar algún
mínimo sueño de situación, y esto también se sabe (si tenemos sed, nos
vemos entre las aguas de un río; si nos duele un brazo que hemos torcido
soñamos que nos ha atrapado una piedra; y si tenemos ganas de orinar
soñamos que ya vamos al servicio, etc.). Pero todo lo demás, que es
inmensamente más amplio, proviene de nuestras «experiencias diurnas».
¿Por qué no visualizar que en la muerte elaboramos lo «vivido», y casi
«solo» lo vivido? ¿Sería una simpleza decir que en la muerte «vivimos lo
vivido»; o sea que seguimos viviendo lo «ya experimentado» casi con
exclusividad? Es un gran misterio, pero en esta perspectiva agradeceremos
la vida, y cada uno de sus momentos como una «impagable» ocasión de
«crecer esencialmente». Quizás se podría decir, insistimos, que lo no
logrado en vida, no se recogerá en la muerte.
Y por eso la actitud ante las posibilidades que esta vida nos ofrece y nos
permite, debiera ser de aprovechamiento «sereno, tranquilo y responsable»,
pero ¡máximo en intensidad! Hace mucho tiempo en un grupo de
buscadores, nos hablaron de un hombre que perteneció en el pasado a ese
mismo grupo, el cual en los últimos años de su vida estaba ya muy mayor y
muy enfermo, pero que aún conservaba el entusiasmo por «trabajar sobre sí
mismo»; y eso que, como decimos, apenas podía participar de las actos
comunes; y que difícilmente realizaba la más mínima actividad personal.
Sin embargo, cada día que continuaba vivo lo agradecía con emoción
sincera, porque decía tener un día más, una ocasión más de «crecer
internamente». Y eso que sus condiciones de vida eran poco deseables.
¿Qué tipo de trabajo interior realizaba?, puede ser para nosotros una
apasionante interrogación. Pero su actitud agradecida y sus deseos de
continuar «activo internamente» hasta el final son un verdadero ejemplo
para nosotros que muchas veces nos proponemos exclusivamente «pasar el
rato» sin más, echando mano de mil distracciones y entretenimientos.
Hombres como este nos aconsejan confiar más en la vida. Y ver cómo
aprovechar cada momento lo mejor que podamos, no para gozar sino ¡para
crecer! Pasar el rato y entretenernos puede sonar profundamente mal
cuando hemos entendido el valor de la vida; y su escasísima duración.
Aquí podríamos recordar como Gurdjieff señala que la única
posibilidad de lograr un crecimiento esencial es realizar lo que él llama
«los parktdoldeberes eserales» (algo así como la parte de los «deberes» que
nos corresponde a cada uno realizar); y estos son dos: el «sacrificio
voluntariamente realizado» y el «sufrimiento conscientemente aceptado».
Pero no debe entenderse esto en una escala simplemente particular (o sea de
practicar eso exclusivamente en el ámbito de mi familia, o grupo social),
sino en una mucho más amplia, que implica una responsabilidad general
como «Ser humano». Y sin duda que no es evidente ni fácil reconocer en
qué consisten estas dos tareas, porque no se trata de moralidad ni ética, ni
buena voluntad simplemente. Las actividades realizadas en lo que se conoce
como todo el «campo de la meditación con ojos cerrados» o de la reflexión
filosófica orientalista, más o menos emotiva, de tipo new age, no garantiza
en absoluto ningún crecimiento de la esencia per sé. Porque en general todo
ello se «pone al servicio del yo»; y no al contrario.
En algunos esquemas sobre el trabajo interior, se puede ver una cierta
relación inversa entre las «posibilidades de crecer» y las «facilidades del
vivir». Se señala cómo el nacimiento en unas u otras condiciones, o lo que
sería lo mismo, en uno u otro mundo van a determinar «nuestras
posibilidades de desarrollo esencial». De alguna forma se podría decir que
cuantas más «resistencias» encuentra un hombre a su desenvolvimiento
natural o esencial, mejores posibilidades de crear una actividad interna
que genere en nosotros «algo nuevo». ¡Y esto vale para nuestras simples
vidas aquí, como para posibles vidas allá! Si se nace en un mundo fácil, las
posibilidades de desarrollo o si se prefiere de realizar experiencias, serán
muy limitadas. Si se nace en un mundo más difícil, mayores posibilidades.
Intuyendo esta posibilidad, algunos hombres huyen de la comodidad, la
facilidad, el placer continuo y el hedonismo en general. No son
masoquistas, ni ascetas, simplemente es que les gusta la vida intensa que les
pueda revelar ante sus ojos su «verdadero valor». Para ellos los analgésicos,
narcóticos y anestésicos mentales que nos construimos son poco deseables;
igualmente que los refugios, parachoques e incluso «bunkers» que
diseñamos para que la vida nos toque, pero solo un poco.
En lo que se refiere a la vida «de aquí», estaremos todos de acuerdo en
cómo las dificultades y los obstáculos de todo tipo, nos exigen el máximo y
más noble esfuerzo de superación. Todo siempre hasta un «límite» claro,
aquí no preconizamos el sufrimiento por sí mismo. Y bien sabemos que
determinadas circunstancias especialmente duras nos pueden «romper por
el interior». Y a veces para siempre. Pero como hoy se recuerda con mucha
frecuencia: ¡crisis es sinónimo de oportunidad! Que al parecer se
representan por dos ideogramas chinos casi iguales. Además, la medicina
sabe que es solo en el momento en que una enfermedad hace «crisis», o sea
llega a un punto crítico o álgido, cuando puede «empezar la curación»;
antes no.
Cuando esta falacia nos deja libres entendemos por fin,
que es en esta vida, esta exclusiva vida,
con todos sus momentos y posibilidades,
«donde debemos crecer».
Y si luego hay más… ¡pues será todavía mejor!
Nuestra vida, como señalan muchas enseñanzas,
es una «impagable ocasión».
No tengo prisa por marcharme; ¡todo lo contrario!:
ya que estoy aquí… ¡aprovecharé!
La vida no es solo para vivirla, sino para construir Algo.
25. La falacia del «amor irresistible al Vacío, la Nada,
la Extinción y la Unidad Total»
Fascinados por lograr la «Unión» con el Todo y con «todos»; avanzando ya nuestra
felicidad insuperable al ser «estrictamente uno» con todo lo que nos rodea, enamorados
del Vacío absoluto, que en nuestra expectativa es algo así como el «cuerno de la
abundancia» (de donde podremos sacar todo lo que deseemos, desde placer, a amor, a
éxito, a felicidad personal…; en este Vacío dispondremos además de inmortalidad para
seguir haciendo lo que hago ahora pero ya por siempre jamás: ver cine, leer novelas y
comer como buenos gourmets, aborrecer al distinto, quejarme de todo, exigir… y volver
a exigir al destino, etc.).
¡Quiero lograr el Vacío, exclamamos con humildad! ¡Quiero ser el Vacío total! ¡Quiero
extinguirme, anularme, anonadarme en el Todo! Ay, qué placer siento nada más
pensarlo. Porque yo, entiéndelo bien, aunque sé que es difícil para ti que comprendas
esto, quiero estar «unido completamente a todas las criaturas del universo, y ser uno
con ellas para siempre». Y por eso me quiero extinguir, me quiero borrar, para gozar
más y más, siendo así ya el Todo Absoluto.
Nos dicen que somos el gran e insuperable Vacío, ausente de todo, la Nada Absoluta…
¡qué emoción me hace sentir: ¡la Nada Absoluta!, ay…).

Es una falacia nueva, producto ridículo de la new age, por la cual todos
ahora aspiramos a lograr y adoramos como si fueran dioses, a conceptos de
los cuales «nadie», insisto nadie, tiene la más remota idea de que
«representan conceptualmente» primero; y segundo nadie, absolutamente
nadie tiene la mínima «intuición personal» de lo que significaría vivir tales
extrañas posibilidades: Ser la Nada, vivir en el Vacío, estar Unido con todo
y con todos, yo ser tu, tú ser yo, como un solo ser. ¿Qué es eso? En serio:
¿qué es todo eso?
Antes en los templos se destacaban «dioses sobre peanas y altares», ahora
en los «medios» y las «redes» se entronizan estupideces que dan paso a un
culto primitivo y como de salón, donde se mezclan la adoración a «coach»
de multinacionales, con las fantasías más infantiles, como la de que mi
miserable «yo» es «como Dios» (el Todo, el Absoluto, la Unión, etc.). ¿No
lo has comprendido todavía?, nos dicen. ¡Es muy fácil, te lo voy a
explicar!... en cuanto lo entiendas ¡ya está! Verás en diez minutos te
introduzco a ello, a la verdad… ¿Lo has comprendido?... seguro que sí,
porque te lo he explicado muy claramente. Tú y yo somos el Todo sin igual.
Y aquí confunden lo que sería una simple aceptación mental de una idea,
el asentimiento de algo como posible, con lo que sería una verdadera y
transformadora posibilidad de «sentir y concebir una nueva Realidad».
Equivale, a nivel intelectual, a lo que sería una simple «creencia de
carbonero», pero muchísimo menos sería que las de nuestros abuelos, en
todos los demás niveles (éticos, de consistencia personal, de rigor, de praxis
verdadera, etc.). Ya lo he dicho muchas veces, pero insisto: las nuevas
religiones ligth de YouTube, con sus enseñanzas y maestros «ligth», con sus
procesos de aprendizaje y sus exigencias también «ligth», son
incomparablemente menos serías que las «religiosidades» de nuestros
abuelos. Prácticamente todas ellas están al servicio del «ego» más
mediocre, y solo sirven para reforzarlo, sostenerlo, evitarle el malestar,
hacerlo más feliz y darle una pátina de «transcendencia», o sea ¡mantenerlo
como es! Y de paso, algunos hacen unos interesantes negocios.
Esta ingenua aproximación devalúa el maravilloso secreto logrado por
nuestros antepasados de Oriente al descubrir por primera vez, que sepamos,
en el transcurso de la historia, el Tat twam asi (Eso eres tú). O sea,
descubrieron, contra toda la lógica que sus percepciones y sus reflexiones
les indicaban ¡que no eran simplemente hombres! (lo que quiere decir
que no eran ni solamente «personas», o sea máscaras; ni «cuerpos» o
sea que no eran simples «organismos materiales»). Esta maravillosa
noticia que se extendió entre algunos de forma más o menos reducida y
«discreta», afirmaba que somos de la misma substancia y conciencia que el
Todo Creador. Somos Seres, no simples «criaturas», como se pensaba desde
los orígenes del sueño humano. Y esta es la grandísima noticia que tanto se
ha deformado. Tat twam asi… (Eso eres tú).
La Fuerza Creadora no solo nos creó y luego se retiró a su reino, sino que
vive en nosotros ¡como nosotros mismos! So… ham (Eso soy yo). Por
supuesto que como puede comprobarse, por la simple sintaxis de la oración,
el elemento que importa, el centro de todo, el sujeto agente y principal, es
esa Realidad que ahora puedo percibir como grandiosa y «como que
pareciera estar fuera de mí», y ante la que me rindo. Y al rendirme,
curiosamente percibo que estaba «dentro de mí como mí Yo», que es
una cuestión de «interioridad», porque lo que he descubierto es algo
«nuclear» y «central» a mí. ¡Pero esto jamás quiere decir que mi pequeño
«yo» contiene al verdadero Yo, sino que, por el contrario… ¡mi yo está
Contenido en Él! Mi «yo» forma parte de Él. Y no está, como antes creía,
fuera de Él. Pero los coach nos insisten una y otra vez: ¡tú eres Eso! (tú, ese
pobre tú que ahora eres, con tus miserias y limitaciones); y si te descuidas
dicen: ¡Tú eres eso! Incluso: ¡Nada, Nadie, más grande que Tú! Tu ego es el
centro de la Creación.
El ego humano de la época de internet se siente el Ego central, no
reconoce nada por encima de sí, no tiene el más mínimo sentido de
jerarquía o de servicio a una «función u orden» que sea superior a sus
intereses concretos y personales. Es casi lógico que así sea ya que solo
tratamos con «pantallas virtuales» que obedecen todos nuestros deseos en el
mismo instante que surgen con solo dar a un botón. Y proyectan sobre toda
la Realidad que les envuelve, la imagen de una gigantesca pantalla que va a
continuar «respondiendo dócilmente a sus deseos» que ellos plasman en el
teclado. El buscador actual comienza como un hombre «ligero», y continua
evolucionando hacia lo que sería ¡un hombre virtual!, sino trabaja
seriamente sobre sí. En las generaciones próximas los aspirantes a
buscadores vendrán como seres «virtuales» en su casi totalidad.
¿Y quién será el Agente Activo y decisivo?... «yo», ¡por supuesto!:
¡Soy y seré… «yo»!
Nos dicen.
Mi miserable yo actual. Ese es el que será.
¡Terrible situación! ! En esta falacia no debemos caer!
Mismamente los teólogos escolásticos de la Edad Media ya distinguían
con total nitidez cómo el Ser Supremo está presente en el hombre, pero solo
en «potencia», no en «acto». Para que la divinidad se manifieste en «acto»
en un hombre, este debe identificarse con su Creador. En nuestra época no
se distingue entre estas dos posibilidades, ahora se le dice a cualquier
hombre por más dormido que esté, que él es «dios», o por lo menos «un
dios». Sin nombrarle siquiera la necesidad de despertar, para hacer esto real.
El hombre dormido es un simple «mecanismo», casi una simple «cosa»,
pero el hombre despierto es en verdad de la misma naturaleza que el
Creador. ¡Pero nadie establece esta distinción!
Cuando oigamos «Vacío» o «nada», entendamos bien a qué se refieren
estas expresiones, no nos dejemos engañar como chiquillos. Vacío no
significa que «no haya nada en el universo», o sea que el «todo esté Vacío»,
sino que mi mente es ¡libre para quedarse Vacía! Para captar algo «superior
a ella misma» debe quedarse «vacía de representaciones mentales, ideas del
pasado, condicionamientos y hábitos y compulsión a la repetición». O sea,
lo que equivale a la posibilidad de «Recibir de nuevo un pensamiento
verdadero» al haberse vaciado del condicionamiento mental que antes
tuvo.
No creamos que lo Real está vacío, que lo Último es como un Vacío,
donde reina la gloriosa «nada» (con solo mirarse una mano, uno puede
comprobar que no puede haber algo así como la «nada del ser»), solo está
«vacía» si se quiere la propia mente despierta… ¡pero para recibir mejor al
Ser! Mme. H. nos insistía desde bien temprano en que en realidad el
hombre solo posee su atención; que él es su capacidad de atención y nada
más. Que solo ella le pertenece. Y ciertamente, que esa potencialidad debía
crecer si queríamos «ser» más.
Es verdad que en esa atención aparecen objetos y también mundos,
aparecen vidas y también muertes, y aparecen cambios y transformaciones.
Y lo que sí es cierto es que cuando la atención personal se libra de sus
contenidos indeseados, que están ocupando su mente sin permiso (o sea
«okupando»), se produce una experiencia liberadora extraordinaria. Y
entonces conocemos un cierto pregusto de lo que sería el Vacío o el Silencio
o la Nada. Pero al no entender su significación verdadera se han llegado a
endiosar como valores en sí.
Digan lo que digan místicos del nihilismo como Ekchart y otros místicos
centroeuropeos medievales, así como algunos filósofos contemporáneos,
nosotros no podemos dar a la Nada un carácter de «substancia positiva a
adorar», ni mucho menos pretender conocer la Nada porque entonces lo que
estamos diciendo es que la Nada es «algo». Y eso no puede ser. Se echa de
menos que cuando se utilizan conceptos «imposibles» en el discurso, se
los trate como «misterios» y no como conceptos cerrados, conocidos y
familiares y por ello «manejables. ¡No lo son en absoluto!
Pero ¿y la «extinción», la disolución en el Todo? ¿Acaso no es
maravilloso disolverse en un río grandioso para siempre? ¡No, en absoluto!
La extinción se refiere «solo» a la extinción del ego, del sueño y de la
Ilusión. Se trata de la extinción de la «limitación y de la apariencia».
Lo Real, incluyendo aquel trozo de lo Real que está en ti ¡no puede
extinguirse jamás!
26. La falacia de coger «agua con las manos»
El instrumento
¡Con lo que encontremos en nosotros!, da igual, dice esta falacia. Con lo que puedas
sin demasiados miramientos, con lo que prefieras según tus gustos e inclinaciones;
con lo que sea más cómodo para ti o con lo que te sientas más fuerte. Elige tú, como
te convenga. Da igual como trabajes, investigues, inquieras o te esfuerces; da igual.
Tú, ¡haz de cualquier forma!, no hay mucho que pensar. Y entonces… utilizaremos lo
que tengamos a mano; sea una imaginación desbordante y fantasiosa, una
inteligencia contaminada por creencias y mitos, una emoción subjetiva e inmadura,
llena de sentimentalismo personal, etc. Todo ello lo queremos utilizar y poner en
juego con la máxima ingenuidad pero con la mejor convicción. No tenemos otra
cosa. Ánimo pues. Con todo lo que tengas, ¡adelante!

Pero no, eso no es conveniente, aunque pueda llegar a hacerse durante


años enteros. Es un grave error que casi garantiza nuestro fracaso. El
trabajo al comienzo «debe ser de calidad y no de cantidad», aunque esto
frustre nuestras expectativas de logros consistentes y rápidos. No se trata
de hacer mucho, sino solo «lo justo»… ¡y dejar de hacer un montón de
cosas que venimos haciendo! El trabajo al principio es una tarea de
«separación, decantación y filtrado», todo ello en el interior de uno mismo.
Tarea lenta, pesada, poco rentable, nada halagüeña en general; pero
¡absolutamente imprescindible!
No se va a trabajar con todo lo que siento, con todo lo que creo, con todo
lo que entiendo, con todo lo que quiero, ni con todo lo que sé; sino que hare
previamente una elección, una selección, una discriminación entre mis
funciones y funcionamientos personales para extraer un «instrumento»
válido, con el cual, a partir de ahí, si podré trabajar con la intensidad que yo
mismo me proponga. Antes será imposible, e incluso arriesgado; porque al
comienzo intentaré con todas mi capacidad de discriminación no «generar
malos hábitos de trabajo sobre mí mismo». O sea que el verdadero peligro
es hacer las cosas mal… ¡y acostumbrarse! Por ello «no deberé» trabajar
con lo que encuentre espontáneamente en mí. Solo con lo más puro o
esencial. Lo más limpio, que va a ser lo único útil para que nos lleve al
despertar.
¿Es tan difícil entender que unas partes deben activarse y tomar la
iniciativa, mientras que otras deben como pasar a segundo plano sin ser
alimentadas, potenciadas, o estimuladas en lo más mínimo? Sí, es muy
difícil; quizás lo más difícil. Cuando nos planteamos despertar queremos
que despierte todo lo que está en nosotros; cuando queremos ser reales
queremos que sea real, todo lo que nos sentimos ser. Incluso cuando solo
pretendemos desarrollarnos, queremos que crezca todo lo que está en mí.
Pero si fuera negativo, estúpido, tóxico o malo, ese algo que está en mí,
¿también tendría que crecer? ¡Claro que no! Primera máxima: ¡no todo
debe crecer! Ya lo hemos comentado en otra ocasión.
Entendido lo que nos propone esta falacia, y su riesgo, deberemos
aprender a activar unas partes que nos pueden parecer, casi como ajenas,
lejanas o poco accesibles; porque apenas les hemos prestado atención en
nuestra vida. Y dejar de lado otras funciones o capacidades o habilidades de
las que disponemos con facilidad y que nos son muy familiares; pero que
nos deformarían más aún de lo que ya estamos. Como puede verse este
primer movimiento es completamente antinatural, va contra todas nuestras
tendencias espontaneas forjadas en años, de hecho a lo largo de toda la vida;
por eso es tan difícil simplemente aceptar su lógica y necesidad. Y por eso
es tan necesario desde el comienzo mismo la intervención de «alguien de
fuera», que nos imponga la tarea de parar, porque por nosotros mismos
jamás lo haríamos. Seguiríamos esa «nuestra personal trayectoria» hasta la
muerte. Si no se tiene confianza en un guía poco o nada se podrá hacer.
Solo una figura de ese tipo nos puede ayudar a «parar».
Conseguir un «instrumento puro» lleva años. Dependerá de nuestra
comprensión reconocer los esfuerzos que se van a requerir, y que tipo de
capacidades tendremos que poner en juego con sinceridad. Esta falacia nos
dice que podemos coger agua con las manos, transportarla y acumularla
aquí o allá. ¡Pero no se puede con las manos desnudas!, da igual la
sinceridad de nuestra intención. ¡Debiéramos tener un instrumento
adecuado para la tarea! Necesitaremos sea una «energía consciente» (no
un simple poder bruto) o bien una «consciencia anclada en la organicidad».
Ningún otro instrumento nos servirá. Por eso debemos depurar en nosotros
ese instrumente preciso y precioso: «una atención silenciosa y amorosa».
Una atención que cuida, que se preocupa, y que quiere bien a las cosas. Y
que desenvuelve una especie de responsabilidad y benevolencia sobre las
cosas que mira y ve. Una atención activa, voluntaria, imparcial e
impersonal.
Vemos que el concepto que esa falacia nos quiere introducir es el de que tú
no tienes por qué renunciar a ninguna de tus partes (buenas y malas, activas
y pasivas, propias y ajenas, etc.) para seguir trabajando.
Y sería todo lo contrario de otro grave error que es el de trabajar con «un
solo centro! o incluso con medio. Veamos, la persona intelectual querrá
entender y conocer discursivamente y conceptualmente, pero solo en ese
campo; la emocional querrá sentir y además solo una gama muy concreta y
limitada de emociones, con sus ensoñaciones y fantasías preferidas, etc. Y
el hombre motor o activo solo querrá hacer cosas, moverse y actuar. Este
trabajo «parcial», no permite que «arranque el motor». El cambio no se
produce y mucho menos comienza ninguna transformación. Al trabajar
con un solo centro todo sigue igual, sino peor, porque nos hacemos más
y más unilaterales; y si seguimos por ese camino nos desequilibramos
todavía más de lo que ya estábamos.
Pero en general ni siquiera trabajamos con un solo centro sino «con una
mitad». ¡Trabajar con una mitad de un centro! Pero, ¿eso es posible? Sí,
claro, veamos qué sucede cuando ni siquiera utilizamos una atención
intelectual seria y adecuada, la que se necesita por ejemplo para resolver
una compleja ecuación matemática. Ciertamente que no estamos muy
acostumbrados a hacer ese tipo de esfuerzos después de nuestra vida
estudiantil, y ya no los volvemos a realizar nunca. Pero eso sería
propiamente trabajar con las capacidades de la inteligencia. Por el contrario
lo que hacemos generalmente es «discurrir continuamente» por una especie
de ensoñación o fantaseo sobre cuestiones aparentemente intelectuales,
pero lo hacemos sin una verdadera «atención intelectual».
Igualmente sucede con el centro emocional, que solo trabaja a la mitad
mientras sintamos nuestras emociones como lo puede hacer un adolescente,
con sus fantasías y deseos plenamente aceptados como válidos y a las que
se persigue sin cesar. Porque trabajar con las emociones sería ensayar la
«emoción reactiva Cero absoluto» (o sea no reaccionar a los
acontecimientos de la vida). De ahí la sorprendente convicción que
subyace en casi todos los buscadores al comienzo cuando afirman con todo
candor que ellos no cesan ni un minuto de pensar en su trabajo interior y de
sentirlo con todo su ser durante todo el día. En realidad se está trabajando
con medio centro, ni siquiera con uno; las emociones son una especie de
fantaseo adolescente y poco podemos esperar.
Las dos grandes tareas al comienzo son «limpieza» por un lado y
«armonización» por el otro. Y esta última nos exige querer «equilibrar»
en nosotros todo lo que encontremos, porque al iniciar el camino nos
encontramos sin «armonía» (la armonía interior es algo así como que todo
suena más o menos bien en mí mismo, o sea que no hay grandes
contradicciones, conflictos psíquicos o disonancias dentro de mí; es casi
más un concepto que se percibe como sonoro o musical que una conclusión
del análisis psicológico).
Y al inicio también corremos el riesgo de estar en un grado mayor o
menor de «desequilibrio», y en esta ocasión es sobre todo una situación que
percibiremos en relación con el medio exterior natural (desequilibrio de la
participación en la naturaleza) y social (desequilibrio en la personalidad).
Pero al hacernos equilibrados perdemos nuestro carácter y peculiaridad (ese
gusto que sentíamos por ser distintos, especiales, e incluso confrontados al
medio), y eso no nos gusta nada; y es normal que así sea porque bien o mal
todos nuestros esfuerzos desde niños han ido en la dirección de ser casi
como ahora somos, ¡sabemos que nos hemos logrado construir contra
viento y marea! Y que lo logrado quizás no sea lo mejor, pero ¡encierra algo
propio! Por eso nuestro pesar y todas nuestras resistencias ante la
obligación de tener que hacernos ponderados y equilibrados, perdiendo las
aristas que tanto nos caracterizan, esas mis «amadas formas peculiares». No
queremos llegar a ser «como redondos». ¡Pero lo necesitamos!
Necesitamos unir cuando menos dos centros y confiar en que el
tercero se añadirá por sí solo. En general al comienzo, y sobre todo en la
juventud, se tratará de unir una atención libre y silenciosa, con una
sensación viva y sensible. Pero más adelante, cuando seamos mayores o
«seniors» y tengamos otro tipo de energías (quizás menos poderosas, pero
puede ser que más sutiles), quizás encontraremos una posibilidad en unir
una inteligencia con una emoción limpia, imparcial, y positiva. ¡Siempre
dos centros, siempre… dos centros!
Tenemos que ver todo esto por nosotros mismos.
Pero yo ya he comprendido que no se puede coger agua,
ni mucho menos el «fuego», que será necesario en el futuro,
con las manos.
27. La falacia del «espectador» Las
cuatro «representaciones»
Nos dice que todo lo que constituye nuestra experiencia está dispuesto como lo están los
espectáculos que conocemos y a los que acudimos con asiduidad; que «ser» es «ser
espectador» de algún evento (mediocre, infernal o maravilloso). Que ahora como
dormidos somos testigos de una cierta obra, que en su misma naturaleza es una «re-
presentación» (nunca mejor dicho); y que después como despiertos estaremos delante de
«otra… obra» que esta vez será la «obra real». O sea dos películas, dos obras de teatro.
Pero que todo serán obras, piezas, representaciones, filmes e incluso «reality show». Lo
importante es que todo pasa y pasará «delante de mis ojos». Y alguien, del que no
tenemos por qué saber nada (personaje misterioso donde los haya, tanto es así que nadie
se pregunta por «él», nadie sospecha su función a pesar de que la actuación sigue y
sigue), irá cambiando la película. Es lo único que cambia: primero ponen la película de
«maya», o sea una de «ilusión absoluta», que corresponde a nuestro máximo sueño, el
propio de nuestra juventud, y entonces soñamos que «estamos viviendo»; después ponen
una película de la realidad humana, o sea que se empieza a ver, pero solo sobre la
pantalla, «algo real»… pero solo de dimensiones humanas, y entonces empezamos a
soñar que estamos «despertando». Y si seguimos atentos, fascinados y con la boca abierta
nos proyectan o interpretan, esta vez en 3D la realidad total y «objetiva», y entonces
soñamos que hemos «despertado». Esta falacia nos dice… ¡siéntate y mira! ¡Ponte
cómodo… empieza la función! ¡Tres grandes obras que vas a poder gozar!

Aunque esta falacia no es de las peores, sin embargo induce a una


importante confusión y nos coloca en el lugar pasivo de un simple
espectador… esperando a ver qué se proyecta o se representa ahora;
estamos hablando de buscadores que saben o creen que hay dos o tres
niveles diferentes de conciencia, que se manifiestan por tres obras
diferentes: el sueño, el despertar de ellos mismos, y la conciencia objetiva y
total. No entendemos las nuevas posibilidades que se abren cuando
queremos despertar, porque además de radicales se presentan como
«sorprendentes». Y nuestras expectativas se hacen demasiado familiares y
nos arrellanamos en nuestras butacas adoptando la posición de simple
testigo, que nosotros identificamos con ser el observador de un
«espectáculo». El sueño es un espectáculo, el despertar es otro; vivir es un
espectáculo y morir es otro parecido. Eso nos decimos. ¡Pero no! Despertar
no es cambiar de película… ¡sino salir del cine a la calle donde está la
vida real! Y no volver a entrar nunca más en un cine, lo que equivale a no
dejarse hipnotizar nunca más.
En realidad hay «cuatro situaciones muy diferenciadas» dentro de las
posibilidades de desarrollo de la «conciencia personal» que
corresponden a los cuatro momentos de cualquier representación (da igual
film, que obra de teatro, que «performance»). La primera fase es la
, q , q p ) p
«esencial» y el niño está en el mundo real, al aire libre. En la segunda está
completamente hipnotizado, «dormido», por la «película humana», han
desaparecido el mundo, el mismo cine y su propio cuerpo; no llora por él
mismo sino por lo que viven los «personajes. En la tercera se da cuenta de
que «todo lo que vive nos es real». Se aburre, se inquieta, y comienza a
buscar, se siente a sí mismo por momentos, primero su mente y su cuerpo
después y entonces ve que está en un cine con una recuperación de la
«conciencia de sí». En la cuarta sale a la calle y allí está lo Real, y él está
despierto, y su esencia comienza a vivir de nuevo. Pero llora por los que
están dentro.
En la primera imaginemos a un niño en la calle, debajo de un precioso y
amplio cielo iluminado por el sol, acompañado de sus amigos y familia y
jugando sin parar. De pronto observa que todos se dirigen hacia lo que es
una gran sala cerrada y llena de butacas, y él allí va tan contento. Es un
anfiteatro o cine donde según parece al cabo de un rato se representará una
obra, pero el niño no tiene aún el concepto de «representación». Ese niño
corresponde a nuestra «infancia esencial» cuando todavía no hemos caído
(ni para bien ni para mal) bajo la «identificación con el personaje» que
luego nosotros mismos pondremos en acción para el resto de nuestra vida.
Somos niños, de forma que no vemos más que una ínfima parte del mundo
y de la vida porque tenemos una notable restricción del campo de
percepción, memoria y comprensión, pero somos esenciales, y más o
menos auténticos (somos capaces de quitarle el chocolate a otro niño sin
culpa y no nos importa estar desnudos tranquilamente, o sea que todavía no
«ocultamos casi nada»).
Y allí estamos en el patio de butacas jugando con unas hormiguitas y
chupando un caramelo sin saber nada de lo que va a pasar inmediatamente.
No tenemos angustias mentales excesivas, ni miedos elaborados, ni metas,
ni culpas, ni proyectos porque no tenemos todavía un gran aparato
mental. En ese momento somos todos como un niño esencial. Así nacemos.
Estamos a gusto jugando y nada sabemos, aunque los suframos, de los
«conflictos» y de los «lazos» que hay entre papá y mamá, y entre ellos y sus
vecinos, y entre estos vecinos y los de más allá. Lazos conflictivos o
conflictos entrelazados, como le queramos llamar.
Pero cuando decimos que en esa tierna edad somos «esenciales» no hay
que entender esto como que somos «perfectos o que estamos totalmente
despiertos», sino solo que mantenemos la dimensión de ser «naturales y
verdaderos». Somos lo que nos corresponde ser, no jugamos ningún
«rol», no representamos ningún personaje; y en nuestra vida todavía no
ha entrado el mercadeo de Imágenes que pretendemos ser… ¡solo para ser
queridos, aceptados, reconocidos! Y huir así del fantasma del abandono y el
repudio social. Esta «esencialidad» dura unos pocos años, dependiendo de
nuestra educación y circunstancias vitales y luego es cubierta por la
personalidad e incluso por la falsa personalidad.
Pero esta esencia ha venido aquí para crecer y desarrollarse, no para
disfrutar de su extraordinaria «autenticidad». No es perfecta, ni completa, y
a veces es inmadura e inarmónica (¿podría ser incluso negativa o podrida?),
¡pero es real, es algo real! ¡Es mi ser real, desde el que deberé empezar un
nuevo crecimiento! Es mi dimensión orgánica y cósmica, y no una trampa
imaginaría creada por la sociedad. La cuestión es que deberé volver allí si
quiero reiniciar el camino evolutivo de mi esencia; ¡la tendré que
«recuperar» pero como un simple paso previo, no como una meta final!
Pero de pronto empieza la obra. Se «apagan las luces», todo desaparece de
la vista y se enciende la pantalla y allí se representa o un drama humano
para «mayores» o un cuento infantil lleno no obstante de «fantasmas»
humanos soterrados como el psicoanálisis de los cuentos de hadas ya ha
puesto de relieve de forma concluyente (los cuentos de hadas son terribles
cuando los leemos desde la mirada del adulto). En realidad da igual
porque ese niño se identificará con cualquier cosa que se represente en
la pantalla, porque nuestro pobre niño no «puede elegir». Ese niño no
tiene canales en el mando de la televisión para elegir una vida u otra, ni está
en esos lugares llamados multi-cines donde con algo de astucia se podría
cambiar de sala si lo que ve en la suya no le gusta. Tiene que «tragarse lo
que le echen».
Con la «luz apagada», al niño el caramelo se le cae de la boca, las
hormiguitas dejan de existir, incluso el banco donde se sienta deja de
sentirlo, también desaparece el resto de los espectadores, y sus amiguitos,
igual que el cielo abierto, los olores variados y su propio cuerpo con esas
rodillas llenas de moratones. ¡Todo lo que previamente percibía empieza
a desaparecer! Todo se va borrando sin que él se dé cuenta y su atención es
arrastrada de forma irresistible hacia el «drama central». Y ahora empieza a
reír cuando los personajes ríen, y aprende a llorar cuando lloran, siente su
miedo, sufre su angustia, y suda y se agota persiguiendo al ladrón o al
policía, ¡qué más da! Hemos dicho que todo se va «borrando sin que él se
dé cuenta», y ese es el rasgo principal de nuestro sueño: no sabemos qué es
exactamente lo que hemos perdido porque no hemos podido asistir a
nuestro adormecimiento o si se quiere a nuestra progresiva hipnotización.
Y empieza ese inmenso y misterioso proceso de «la fascinación» por lo
que ve, da igual si es bueno o malo, feo o bonito, divertido o angustioso en
apariencia, porque todo lo que se le proyecta o representa viene de un solo
lugar: la mente humana. Y él tiene una sola elección: incorporarlo e
identificarse con ello. «Vivir en la vida de la ficción que se representa».
Y la hipnotización es tan completa, tan brutal, que algunos en el colmo del
delirio se abalanzan sobre la pantalla para besar a la chica. No encuentran
nada, sino el sabor indefinido de una gran tela áspera, porque los sabrosos
labios de la chica… «allí no están». Su decepción es máxima, su depresión
también, pero no hay problema porque ahora comienza otra película de…
No podemos ver que estamos siendo desplazados de forma inexorable
de una realidad a otra, de un escenario a otro (de una sala de cine
todavía real a una pantalla absorbente de toda nuestra atención; pero lo peor
es que no vemos ya siquiera la realidad de la pantalla sino solo la «trama
que se proyecta» sobre ella que empezará a ser real, ¡lo único real!). Todo lo
que era real ha desaparecido ahora, el cine, las butacas, los demás
espectadores y hasta su propio cuerpo; solo queda activo en el esa boca
abierta de par en par y sus ojos fascinados por los que entran y se instala
definitivamente en él la «ficción que se representa».
Parecería que nos estamos refiriendo a una simple variante de la analogía
del mito de la caverna de Platón, pero aquí estamos hablando para
buscadores, no para el hombre ordinario, y pretendemos desarrollarlo más
propiamente para estos. En este caso es algo más complejo porque el
hombre no nace en la caverna sino a cielo abierto, y vivirá allí unos
cuantos años, los primeros de su vida, pocos es verdad; y luego empieza
la «representación de un drama» que oscurece el cielo. Con tal intensidad
que la noche sería clara en comparación; y se produce la ¡brutal sustitución
de la vida natural por la representación artificial! Y ahora sí, sí que estamos
metidos en una pieza oscura y cerrada en cuyas paredes proyectan el film;
que por otro lado, para nosotros muchas veces es ¡apasionante!
¡Confesémoslo! ¡Arrebata nuestra atención!
Este indiscutible proceso de «identificación secundaria con el mundo»
logra que ese niño se olvide totalmente del mundo real (por minutos o por
horas, o quizás por toda una vida o incluso más). Sintiéndose uno o varios
de esos personajes que juegan la comedia o el drama, se habrá precipitado
sobre él una «personalidad definitiva», que podrá ser más o menos falsa o
autentica, y a partir de entonces, si no se libra de ella, todo lo que viva ¡será
lo que vivan los personajes! Solo, exclusivamente vivirá lo que se viva en la
pantalla. Y nada más. Y no es simple pesimismo, ¡es que es así! El niño
verdadero, esencial, tridimensional, habrá desaparecido casi por completo.
Se quedará arrinconado y olvidado con la misma «edad esencial» en que la
proyección le absorbió la práctica totalidad de su «atención»; su esencia, al
no recibir experiencias ni impresiones, ¡habrá dejado de crecer!
La esencia humana queda olvidada en los profundos pliegues de la
memoria infantil. Por cierto, que si no es capaz de introducirse con total
atención en el drama será considerado casi siempre un enfermo, un raro, un
marginal y por ello será despreciado o incluso «tratado medicamente»; y
solo en contadas ocasiones se le permitirá intentar una especie de trayecto
personal que en los casos más afortunados podría acabar con la aparición de
un «genio creador». Recordemos las circunstancias peculiares de la
formación de un «chamán» en culturas tradicionales (M. Eliade) y su
indudable valor de articulación social. Pero en nuestras sociedades no
disponemos de esas posibilidades de recuperación del adolescente «roto por
una crisis». O sea que ha experimentado una «desidentificación no
voluntaria con el patrón humano falso»; o sea una «emergencia psíquica»
(S. Groff).
Como podemos suponer en este segundo tiempo la sala se ha oscurecido
hasta prácticamente desaparecer, solo presenta vida la pantalla y lo que
sucede allí (el juego ininterrumpido del «imaginario» social); en realidad ya
no hay realidad alguna más que las continuas interacciones de los
personajes. Hasta que no se apague la pantalla o se cierre el telón aquel
niño que fue real… ¡no existirá! El campo real o natural ha desaparecido.
Solo queda «alguien soñando que vive y que es» lo que sucede en la
pantalla, está fundido y confundido mentalmente con los devenires de la
obra. Esta es nuestra fase de «sueño e identificación con el personaje que
creemos ser»; esta es nuestra vida, casi entera, de adultos dormidos,
hipnotizados y sonámbulos; la vida de nuestra «personalidad» (más o
menos falsa, más o menso conservada) que ofreceremos al «comercio
social» (que se puede resumir en algo así como: «dime que existo y yo te
diré que tú existes, que también eres valioso y real)». Esta es la posición del
hombre ordinario, cuando acepta «eso» como la única realidad: ¡ni
sospecha, ni recuerda que él, él mismo, se ha perdido y está viviendo
una «representación»!
Pero algunos raros espectadores no acaban de «engancharse a la obra» al
cien por cien, y cada vez disfrutan menos, e incluso cada vez también
sufren menos por lo que sucede en el proscenio, (imperdonable… ¿por qué
no te enfadas, por qué no lloras, por qué no ambicionas… ? ¿Por qué no
criticas? ¿Por qué no atacas? ¡Imperdonable! que no quieras ser como yo.
Dicen los padres y tutores y educadores de todo tipo). Estos escasos sujetos
se empiezan a inquietar, miran a los lados, se distraen, pierden el hilo
de la trama, se tocan la nariz… y de repente sienten algo raro: ¡mi nariz!
Se dicen asustados… ¡mi nariz! Y… ¡mi mano!… se dicen ahora más
suavemente, como para sí mismos y para no molestar a los demás. Los
espectadores casi no han oído nada de lo absortos que están en la obra, o
sea en la pantalla, pero si a alguno le ha llegado algo del ruido de estas
asombradas exclamaciones no deja de emitir un «chis… silencio».
Pero nuestro joven, (ahora ya es un joven), empieza a estar harto y quiere
salir; aunque va a ser difícil… ¡muy difícil! escapar de allí. Nuestro joven
buscador busca ahora signos, señales, planos y complicidades: dos filas más
atrás parece que alguien se está yendo ya, incluso le parecen oír ruidos en el
exterior ¡Empieza la búsqueda! ¡Aquí empieza la búsqueda! En este
preciso instante; y como vemos corresponde a dos intuiciones casi
simultáneas: esto no es real, pero hay otra cosa que sí lo es. Pero no es
tan fácil, porque en cuanto no consigue lograr ver la salida, se desanima y
hace como la mujer de Lott… se da la vuelta para ver un ratito que está
pasando ahora en la pantalla, no vaya a ser que sea interesante, no vaya a
ser que ahora empiece «lo bueno».
El joven va y viene entre la butaca y la puerta de salida durante varios
años, respirando cada vez un aire más fresco de libertad que proviene del
exterior y reforzando su convicción, ¡pero sin salir! Pero el resto de
compañeros se queda tranquilamente allí, esperando, siempre esperando
que ahora venga lo bueno, lo que yo necesito de la vida y lo que esta tiene
la obligación de darme. No tardará mucho, se dicen, los capítulos deseados
están a punto de llegar, y con ellos ese maravilloso final que me
compensará de todo lo desagradable que ha sido necesario vivir. Lo bueno
está a punto, siempre a punto de llegar (no me canso de esperarte, ¡oh
Godot!).
Lo triste es que nadie interrumpe la función (por cierto, ¿por qué nadie
interrumpe la función?) y la única forma posible de ponerle fin es acabar
muerto sentado en la silla. Sí, ese es el único posible final que «les queda a
los se quedan». Pero cuidado, porque mientras te mueres, por poco de
capacidad visual que dispongas, y aún con una mínima energía, sigues en
general con renovado interés viendo la película… ¡hasta el final! Y para
comprender por qué está sintiendo la vejez en toda su inmisericordia o la
muerte lenta pero implacable que se acerca, no se lo pregunta, no lo habla
consigo mismo, no reflexiona ni se interroga, sino que se queda atento a la
pantalla, muy atento… porque «ahora» lo van a explicar. ¡Ahora, por fin, en
el capítulo siguiente van a explicar su muerte!
Pero el teatro sigue y sigue y el film también y no dicen nada de mi vida,
ni de mí mismo, ni de mi infelicidad, ni de mi incomprensión, ni de mi
vejez ni de mi muerte. Están «echando una de romanos», o quizás de
amores o de ciencia ficción. Los últimos dolores, alegrías, esperanzas, de
ese hombre sentado serán interpretados de forma entremezclada con lo que
sucede en el film, de forma que llegamos a la conclusión terrible de que
¡yo, que no he vivido mi propia vida, ahora no voy a ser capaz de vivir
ni mi propia muerte! La «maya» manda, la «fascinación» me domina, el
sueño se ha apoderado de mí. ¡Pobre hombre ordinario!
Pero aunque haber conseguido despegarse de la silla es ya un gran logro
para nuestro joven, sin embargo aún no ha salido al aire libre… y ya hemos
dicho que se detiene cerca de la puerta. Nuestro buscador lamenta haber
vivido tanto tiempo en dos dimensiones, solo en dos dimensiones, porque
ahora todo lo que ve tiene por lo menos tres. ¡Ahora es un ser orgánico
además de mental! Sin embargo todavía le quedan como unas huellas de lo
vivido en hipnosis y todas las personas que el ama están todavía
concentrados en la representación (unos lloran, otros ríen, otros se jactan,
otros se insultan, otros siente terror, hay de todo); y con ellos «intercambia
y se preocupa» aún. Porque aunque la pantalla, y el cine como situación, ya
no fueran reales, sus gentes que allí viven viendo película tras película ¡sí lo
son todavía para él!
Antes de que empezara la función él y todos los demás eran, mejor
digamos que le parecían, reales. Pero ahora la sala está a oscuras, los
espectadores, que son sus amigos y familiares están «como sonámbulos» y
no le prestan apenas atención, y él no sabe muy bien qué hacer. Se demora
en salir. Esta tercera posición es todavía la «consciencia de sí mismo». El
hombre se conoce a sí mismo como entidad formada y autónoma, sabe que
tiene «individualidad», ya no es un simple fantasma o falso personaje, de
eso se ha liberado; pero el «mundo humano», al que no es capaz de
conocerlo propiamente, en toda su profundidad ¡todavía le parece real!
Ha despertado a la conciencia de sí, pero no más allá. Y ahora actúa
también la falacia de la «fidelidad a lo humano», y nuestro pobre joven no
se atreve a salir.
Cuando nuestro joven buscador ya es un hombre maduro, ha realizado con
notables esfuerzos, de todo tipo, una suficiente investigación para saber a
ciencia cierta, que dentro del cine o del teatro, ¡todo, todo lo que sucede allí
no es real! ¡Nada es real! Sin embargo lleva años acostumbrado a ese opio y
le cuesta reconocer y moverse en el mundo de afuera; no sabe ni «ver»,
no conoce sus «leyes» y no descubre todavía cuáles son los objetivos de esa
vida que ha descubierto fuera; y que por supuesto no interesa a casi nadie
más. Le ha sido imposible convencer a algunos para que salgan con él y
está solo ya junto a la puerta y a punto de salir. Ahora vive de nuevo en un
mundo «tridimensional», eso es cierto pero debemos tener en cuenta que él
lo dejó de explorar cuando era todavía un tierno niño, supongamos que a los
siete años, y en realidad no sabe casi nada de él. Tendrá que «re-conocerlo»
como adulto, y desde el mismo punto donde lo dejó.
No se trata en absoluto de que todo está logrado al salir a la calle, ¡no!
Tiene todo por aprender, todo por reiniciar, todo para experimentar: y en
esto consiste precisamente el proceso de despertar, no solo en salir a la
calle, ¡sino en aprender a vivir despiertos en un mundo más real! En
todas sus posibilidades y experiencias que se nos puedan otorgar. Algo
recuerda de cuando era niño, es verdad; y por eso empieza a sentir que
recupera las vivencias de su infancia desde la posición de una mente adulta;
y ese será el definitivo signo de que está despertando de verdad.
Pero esto también se acabará un día, ese día venturoso en que salga
completamente al exterior y «vea por vez primera el mundo real, el mundo
como es, el mundo objetivo», que poco tenía que ver ni con la obra de la
pantalla ni con el cine o teatro, como situación humana artificial y limitada,
en su conjunto. Naturalmente que mucho de lo que ve le sonará a familiar,
porque lo que está viendo ahora es lo que vio de niño, pero «lo vio con su
mente de niño» y todo le resulta como nuevo. Ahora lo puede ver con una
mente reforzada por haber soportado con éxito todas las situaciones de
«identificación con la vida» que le tocó sufrir cuando estaba dormido
viendo películas. Allí se fortaleció y aprendió algo: a no creer en ellas, a ver
que eran mentiras. Por eso ahora puede Ver lo Real como es. Ha llegado al
cuarto escenario: ¡la conciencia objetiva! La calle, el mundo que sucede
debajo de este cielo azul. Las cosas como son.
Aquel que se libera de la falacia de verse como un simple espectador, sea
hipnotizado o no, comprende que está dormido «integralmente», que todo
lo que se le representa en la mente es «sueño» y que no debe confiar nunca
más en ¡esperar que nos echen una película que nos produzca verdadera
felicidad, para variar… y por esta vez!
No, no me acepto como espectador. No puedo esperar la siguiente
película… ¡debo salir! Por eso cuando se despierta desaparecen: primero la
mente humana y después la historia y la cultura; y por fin lo que llamamos
humanidad (humanidad entre comillas, por supuesto).
Pero no dejan Vacío alguno,
porque en sustitución se nos permite ver una «extraordinaria realidad».
Que es mucho mejor que esas tres cosas juntas a la vez.
El buscador sabe ahora que su vida como «representación» debe acabar.
Que su posición como simple «observador» plano debe cesar.
¡Le espera la Vida!
¡Y otras dimensiones también!
28. La falacia de la «puerta cerrada y el feroz
guardián»
Es muy difícil, seamos humildes, casi imposible salir de aquí. De esta temible cárcel
donde penamos sin saber muy bien por qué. Sin embargo ¡debe de haber causas y
razones de mucho peso para no poder salir. La puerta (¡ay, si al menos supiéramos
con certeza absoluta que «sí» existe una puerta!) está cerrada a cal y canto y no
sueñes con encontrar las siete llaves porque no nos servirían para nada. Aunque casi
de milagro pudiéramos abrirla, allí nos espera con su peor cara el feroz guardián
que nos apaleará sin misericordia. Tiene estrictas órdenes de no dejar pasar a nadie
con vida. ¡Compréndelo amigo debemos resignarnos a estar aquí! Ya nos decían
nuestros padres, ¡qué sabios eran!: «Ni se te ocurra intentar salir».

Terrible falacia de penosas consecuencias para todo aquel que aspira a


conocer la Libertad. Y no consigue desmontarla ninguna sugestión, ni
razonamiento, por más que se intente no se logra que dejemos de creer en
ella: es uno de esos productos mentales malévolos creados por la fuerza de
«la tradición y de la autoridad». ¡Y del miedo!
Solo se deshace en un instante, en un segundo, como una frágil niebla del
mediodía desaparece con el sol, en el mismo momento en que vemos que
no hay «terceros implicados».
*Lo que te separa a ti de Ti, es algo también imaginario… ¡eres tú!*
Porque no hay nada «real» del orden de las esclavizadoras influencias
planetarias, nada que tenga que ver con las limitaciones hereditarias, nada
de la dependencia de un cerebro casi de un simio, nada de leyes cósmicas,
nada del orden del pecado de nuestros padres, nada de nuestras supuesta
pobreza mental, nada del tipo de nuestra miseria ética, y nada del merecido
castigo por ser… así o asa. ¡Nada nos separa! ¡Nada real! Pero cuidado,
esto hay que entenderlo bien porque en la práctica sí estamos separados. Lo
que nos separa a nosotros de nosotros mismos es una parte de nosotros
mismos. Pero no queremos decir con esto que todo sea cuestión de frotar la
lámpara un poquito, sin cansarnos demasiado, y el genio vendrá. Tenemos
un problema muy real, muy grave y muy peligroso, totalmente real en sus
terribles efectos, pero que ¡es imaginario en su misma naturaleza! Pero no
tenemos «realmente» un problema «real». Se parece a esos acertijos
imposibles que nos atascan la cabeza al buscar soluciones inverosímiles
durante horas; pero que tienen una trampa en su origen. Detectada esta, ya
no hay problema a resolver.
Esta paradoja no tiene por qué ser ninguna novedad para los buscadores
que ya conocen situaciones semejantes suficientemente desarrolladas en
varias tradiciones. Por ejemplo para el Vedanta la Maya es una fuerza
omnipresente, que, irresistible, nos esclaviza pero… es solo «ilusoria»; y
p ,q , , p ;y
para el Cuarto Camino de Gurdjieff el sueño del hombre no es un sueño
orgánico sino solo hipnótico o sea «inducido por imitación», que se podría
deshacer en un instante por una contraorden post-hipnótica. En el sufismo
no puede haber inquietud personal alguna porque ¡solo Alá Es!, y en el
quietismo cristiano tenemos como hecho admitido que el único que «hace y
deshace es Dios». ¿Dónde está el problema, pues?
El buscador ya maduro ya comienza a intuir ciertas cosas. Como que no
hay que deshacer una piedra de granito sino solo algo que se parece más a
una tela de araña. No hay que matar al dragón sino solo dejar de creer
en él, luego dejar de temerle, más tarde dejar de oírle rugir. Pero no
valen simplezas ni autoengaños como intentar convencerse a sí mismo de
que no existe o de que no le tengo miedo… ¡cuando ahora mismo estoy
oyendo su bramido con toda nitidez y todavía estoy temblando! Deshacer
una «ilusión» es una cosa muy seria y nada fácil. Requiere un trabajo
muy concreto que es el que intentamos aquí. Por el contrario la
postmodernidad resuelve sus fantasmas interiores a base de negaciones
continuas: ¡no hay Dios! , es la primera y principal, con lo cual venimos a
decir que la Causa Primera, el Todo, el Absoluto, o la Unidad del Ser en Sí
mismo no nos interesa. Pero luego vienen varias más. ¡No quiero saber
nada de la muerte! ¡No hay nada después de morir! ¡No hay respuestas! ¡No
hay conocimiento «objetivo»! ¡No hay karma o acción y consecuencia! ¡No
hay Ley!, etc.
Por ahora vamos a descansar de formulaciones paradójicas como la que
acabamos de presentar al decir que tenemos «un grave problema que no es
real», pero por cierto que no sabríamos explicarlo mejor, y comprendo que
es totalmente insatisfactorio desde un punto de vista lógico; aunque
profundamente serio y sincero lo que se quiere decir. Y además quizás
sea muy importante para algunos que se esfuerzan por comprender.
Todo se explica por nuestro «funcionamiento alternante», en que solo se
puede captar una cosa, no la totalidad. Ya nos hemos referido a ello en otras
ocasiones, a la psicología de la Gestalt, que nos explica que es imposible
para nosotros captar el fondo y la figura a la vez. Ahora vemos el fondo,
ahora la figura, ahora solo el fondo, etc. Quizás conozcan el chiste de ese
conductor que le pide a un amigo que le mire por favor si le funciona la luz
intermitente del coche. El amigo muy solícito se planta delante de los faros
y en cuanto el chofer activa el intermitente empieza a decir: «Ahora sí
funciona, ahora ya no, ahora sí otra vez, pero ahora se ha apagado de nuevo,
ahora…». No sabe lo que es un funcionamiento alternante o intermitente.
Igualmente nosotros no sabemos ver dos cosas distintas a la vez y hacer una
«síntesis».
¿Y cuáles serían esas dos cosas en este caso? Pues que cuando hemos
despertado un segundo por la razón que sea, vemos que no existe ningún
obstáculo en mi Yo, que este es completamente Uno, indiviso y pleno.
Pero que cuando estamos dormidos sentimos con la máxima certidumbre,
apostaríamos la cabeza, de que hay algo que se opone objetivamente a mí,
«obstáculos totalmente concretos que separan mi Yo de mi yo». Esta última
percepción es realmente vívida, y por eso causa efectos reales sobre mi
auto-imaginación… y por eso se «realiza», (¡se hace real en la realidad!) O
sea que algo que no tiene existencia la cobra a través de mi propia actuación
mental. Vendría a ser como un efecto placebo: ¡la naturaleza dividida del Yo
indivisible la genero yo al esperar que se realice! O también como una
profecía que se cumple a sí misma porque creemos en ella.
Dos hechos totalmente reconocidos por la ciencia psicológica. La
«dualidad contrapuesta» no es una realidad creada sino solo una mala
percepción que realizo yo. En psiquiatría corresponde a lo que sería una
«ilusión afectiva» o una «alucinación». El enfermo alucina «objetos», o sea
que «verá a la Virgen» o a «un platillo volador», o al «demonio», o a un
«caballo que habla», etc. O sea un simple objeto. Pero nosotros en conjunto
y como colectividad humana alucinamos un «mundo que no existe» en su
totalidad. Vivimos en un mundo inventado y totalmente creado por nuestra
imaginación. ¡Luego nos quejamos amargamente de que no corresponde a
las expectativas de nuestra naturaleza y que nos frustra de una forma atroz!
Pero la verdad última, y por eso la válida, es que cuando soy Uno, sé que
siempre he sido Uno. Y que jamás he estado dividido por fuerza alguna
que fuera ajena a mí. Y la prueba es que cuando he despertado no veo ni
rastro de cárcel por ningún sitio, el espacio está libre y a mis pies. No se
trata de que he salido de una cárcel y veo cómo se queda el guardián
decepcionado en la puerta y esperando a otros futuros presos. No es así. ¡Ni
cárcel, ni carcelero, ni puerta por ningún lado! Ni rastro de todo eso, no
encuentro huellas de nada de eso aunque las busque. ¡Cuando salgo de la
cárcel y miro hacia atrás: todo está vacío! No veo la cárcel por ningún sitio.
Y nos preguntamos: ¿pero hubo alguna vez una cárcel… o solo la soñé? La
soñé, ¡pero cuidado, que la volveré a soñar!
Porque cuando yo atravesaba la supuesta puerta, esta no es que me dejara
salir a su través y se mantuviera como un objeto solido y verdadero, como
cuando salgo por la puerta de mi casa, ¡sino que iba desapareciendo a
medida que yo la cruzaba! ¡Qué difícil explicarlo! No conseguí atravesarla
porque desaparecía hacia la nada a medida que yo penetraba en ella.
Pero si me distraía un momento, volvía a sentir la humedad de la celda, su
oscuridad y sus barrotes, con absoluta nitidez. Hasta oía los amenazantes
pasos del feroz guardián preparando la porra para romperme la cabeza. ¡Te
juro que estoy en una cárcel terrible!, te diré. Toma en serio mi sufrimiento.
Pero si me lanzo contra la puerta esta desaparece, y con ella la cárcel entera.
¡No entiendo! ¿Nadie me podría explicar?
Para los amantes de la racionalidad, esta analogía será insustancial e
inutilizable. Dirán que no aporta nada con sentido lógico. Que es una pura
fantasía de un cerebro poco trabajado. Pero si se quisiera profundizar en
este extraño fenómeno sería conveniente estudiar que son, en el campo de la
psicopatología, las «ideas sobrevaloradas, las ilusiones perceptivas y las
pseudoalucinaciones»; fenómenos todos ellos psicológicos y ampliamente
conocidos que pudieran quizás ser de naturaleza comparable. Por explicarlo
brevemente, si un hombre tiene miedo a un león de verdad, quizás
simplemente se trate de atarle o encerrarle en una jaula, al león quiero decir.
Pero cuando alguien tiene miedo a una «quimera» (recuerdo aquí el caso de
una joven que padecía una fobia intensísima a las plumas de aves pequeñas
y entraba en pánico cuando veía un pajarillo. ¿De qué tenía miedo?),
nuestro consejo no puede ser el de que huya o intente matar a la «quimera»
o al gorrión. Antes de la era de Internet costaba mucho explicar esto, ahora
lo tenemos más fácil pues todos sabemos que el dinero virtual, o sea una
«casi nada», tiene efectos «reales», y con él te puedes tomar un café. La
ilusión provoca efectos reales de experiencia, pero nosotros intentamos
tratar la ilusión, que es la causa, y no nos centramos en los efectos.
Por ello esos posibles factores ajenos a mí o fuerzas reales de signo
contrario a mis intenciones se demuestran como «no realmente existentes».
No hay puerta ni carcelero alguno, y debo aprender a ver esto contemplando
a la vez la figura y el fondo del «instante preciso en que vivo» y esta
contemplación tiene un «componente visual y otro sensitivo». Y en las
imágenes que la «psicología de la forma» nos ofrece podemos ver en la
misma lámina bien sea una copa o bien dos rostros enfrentados. Según
nuestra disposición interna veremos de entrada lo uno o lo otro, y nos
costará un notable trabajo cambiar después; o sea, conseguir ver que la
copa está formada por dos rostros, o ver a los rostros cuando dibujan una
copa en su medio, entre sí.
¡Ahora me veo en una prisión vigilado por un temible carcelero y en el
instante siguiente de despertar me veo fuera de todo, en un campo libre!
Ahora que me he dormido apostaría mi vida de que hay una prisión que me
retiene y un carcelero que me impedirá salir, ¿lo dudas acaso? ¿Cómo
puedes dudarlo si yo te podría describir con todo detalle la maliciosa mirada
que aquel me destina a mí? Te podría describir la cárcel centímetro a
centímetro y todos los ínfimos detalles de esa ominosa puerta que me
impedirá salir. ¿Cómo dudas de que yo estoy en una cárcel, de que vivo
preso en ella?
Un buscador que ha avanzado lo suficiente le dirá:
«no te preocupes, pues yo a ratos veo igual que tú».
Te comprendo perfectamente Mira… yo también…
¡Ahora, dormido, cárcel; ahora, despierto, libertad total!
¡Ahora soy un esclavo, ahora soy libre, casi omnipotente, dentro de mi Yo!
Por eso, si mi visión se nublara y yo cayera otra vez en el sueño,
no habría mayor problema que conseguir:
«recordar que lo que veo no es lo último real,
que la cárcel que veo no es real».
Y esta capacidad de disponer de un recuerdo tan específico, tan particular,
es el que hace que un hombre comience a buscar.
Un hombre se transforma en buscador… ¡porque Recuerda!
La naturaleza diferencial del buscador es que «es capaz de Recordar».
La pregunta, quizás impertinente, sería:
¿qué recuerda exactamente y… por qué?
En cualquier caso lo único cierto es que:
*Me he dividido Yo a mí mismo*.
Lo hice solo, completamente solo, sin intervención de nadie ni de nada.
Solo es «que lo vi hacer».
Todos construyeron una prisión con sus mentes.
¡Y yo también!
Y esta es la última verdad.
29. La falacia de la envidia del «gurú»
La confusión entre iluminación y «maestría»
Una vez despierto, es claro que uno debe adoptar las «tareas» de «maestro», tanto las
consideradas «penosas» como las supuestas «gloriosas», nos dice esta falacia. Las
«gloriosas» se conocen y se entienden muy bien: fama, poder, ascendencia personal
sobre otros, reconocimiento social e institucional, entrega ilimitada de discípulos, etc.
De las posibles tareas «penosas» a asumir, probablemente estén relacionadas con una
enorme responsabilidad y una dedicación que excluye muchas cosas… algo así como
cuando te nombran rey de un país, ¡menuda carga! Pero lo que está claro es que todo
«iluminado» debe trabajar, desde ese mismo instante en que se ilumine, a partir de ahí,
como «maestro». Y eso es lo que nos tocará a ti y a mí ¿O es que acaso hay hombres
despiertos que no son gloriosos y «famosos» maestros?

Pues sí, ¡la respuesta es que sí! Muchos iluminados no son «maestros»
en nuestra concepción ordinaria (provisionalmente aceptamos esta
terminología aunque sabemos que sirve más bien para confundirnos, porque
no se ha teorizado desde el punto de vista psicológico, ni intelectual, ni
ético, ni a nivel energético y orgánico lo que podría implicar esta situación
de ser «iluminado»). Muchos son seres «anónimos» por propia decisión o
por circunstancias diversas, que en un caso serán juzgados como favorables
y en otras como desfavorables. De hecho se conocen casos concretos, reales
y cercanos, en que una persona que se ha despertado por la causa que sea
(ese sería otro debate) se mantiene en el anonimato más absoluto o solo se
deja ver en círculos pequeños. Quizás es que no «quiere», no «puede» o
no «debe» asumir sus «funciones concretas de maestría».
Conocemos casos de despiertos verdaderos que se han ocultado y de otros
que se han dejado encontrar pasivamente pero poniendo todo tipo de
obstáculos, e incluso de otros más que no han aceptado esa tarea que
parecía que les correspondía realizar, a través de fugas y deserciones, sin
previo aviso, glosadas luego y celebradas profusamente como «gestos
incomprensibles del Gurú».
La anécdota del supuesto iluminado que recibe a palos y pedradas a sus
devotos discípulos que pretenden postrarse a sus pies es bien conocida. Y
también la del maestro verdadero y sabio que afirma no saber nada, ser un
ignorante, y que acaba por remitir al posible discípulo a otro enseñante, del
que dice que está mucho más cualificado que él. Esta falacia opera en
realidad con enseñantes o guías que son mediáticos, poderosos y por eso
«glamurosos», a su estilo claro; y que pertenecen por lo general a la figura
clásica de un «gurú de masas» (tienen miles de discípulos que solo le ven
en grandes actos unos momentos, a los que no conoce personalmente, y a
los que no dirige particularmente en absoluto; en fin el prototipo).
El primer elemento para comprender todo este margen de
posibilidades diferentes es que un supuesto «iluminado» ¡no tiene
porque ser perfecto! ¡En absoluto! Decimos esto porque como saben los
que estudian estos temas, el titulo, no solo honorifico sino con pretensiones
de rigor, de «maestro perfecto», ha estado a la orden del día entre la cultura
de los buscadores, y es un concepto proveniente de oriente. Y nosotros lo
hemos recibido, tal cual, como indica la palabra: ¡perfecto! En fin, somos
occidentales e ignorantes de esos usos culturales. Qué es un maestro
perfecto no está en absoluto explicitado, solo existen ingenuas leyendas
semi-religiosas y bastante neuróticas (porque para nosotros, occidentales,
será algo que tenga que ver con la omnipotencia). Pero sería obligada una
posible comprensión precisa, racional y madura, de los estados de
iluminación, ¡porque la tiene! Y debiéramos intentar conocerla con el
modelo antropológico, o cuando menos psicológico, que corresponda. Y esa
tarea está por hacer.
Hay diferentes niveles de «maestría» y tanto en calidad (la rama
específica de conocimiento que se enseña), como en jerarquía (el nivel
alcanzado). Quizás nos interesen, quizás no. Pero no podemos admitir
conceptos de significación supuesta del tipo de perfecto, omnisciente,
omnipotente, etc. Despertar significa simplemente «estar despierto a la
verdadera naturaleza de su ser». ¡Que no es poco, pero que tampoco es para
tanto! «Ser uno mismo» lo que se es «en verdad», en un mundo natural,
sería lo más lógico; algo casi inevitable. Ninguna proeza, ninguna
heroicidad. La «realización» del hombre cuando de este planeta se despeje
la «bruma de hipnosis» que le envuelve, será la condición natural y
universal de todos, sin excepciones; y no debiéramos esperar a que llegue
ese ciclo cósmico tan añorado como lejano que se conoce como la «edad de
oro» o Satya yuga. Estos niveles distintos de maestría «verdadera», son una
realidad en la que participan muchos hombres anónimos, incluso hoy en
día. Aunque sus falsificaciones y parodias, del «gurú poderoso por
mediático» se han extendido más aún gracias a la cultura de masas.
Esta falacia nos confunde a todos, especialmente cuando eres joven, y tu
mente está confusa y tus deseos y necesidades de todo tipo bullen e hierven
dentro de ti. Nosotros lo conocemos bien, por desgracia. Y esta falacia nos
dice que el resultado «inevitable» de una posible iluminación sería el de
«acabar siendo como tu maestro y por ello hacer lo que hace él»; y como no
hay todavía a esas edades ni atisbos de que pueda ser el «ser interno»,
entonces imaginamos que vamos a ser como él en lo exterior, vamos a
vivir como él, vamos a gozar y triunfar supuestamente como él, y vamos a
tener esos «poderes» también supuestos que nuestra inagotable imaginación
nos dice que ya los disfruta él. ¿Por qué? Porque solo somos capaces de ver
a un hombre en su dimensión externa: o sea, vida, éxito, poder, fama,
control, dominio, reconocimiento, placeres imaginados y otros ocultados,
etc. ¡Silencio por favor, de esto ni se habla ni se piensa! No puedes juzgar al
gurú, ni siquiera pensar sobre él, te dicen los celosos discípulos, porque
nunca podrías comprender sus altísimas motivaciones. Los mayores
desatinos, las máximas aberraciones encuentran siempre una piadosa
justificación transcendente, siempre claro en esas tres áreas tan definidas de
sexo, dinero y «poder sobre los demás».
Por el contrario sí que se permiten, e incluso se estimulan directa o
indirectamente, las actitudes emocionales más infantiles y neuróticas de
dependencia, sumisión masoquista, idealización extrema, etc., y se prohíben
a veces con brutalidad psicológica, casi siempre con el disfraz de supuestas
motivaciones de ayudarte, la mínima búsqueda de racionalidad, autonomía
o ecuanimidad, del discípulo, frente a él. O sea que lo que se prohíbe en
realidad es ¡la búsqueda de sinceridad emocional e intelectual en la
relación con el gurú! Se excitan los sentimientos de culpa masivos, se
cultiva una miserable autoestima propia cargada de connotaciones negativas
para hacer resplandecer por contraste la muy satisfactoria del gurú; se
favorece la dependencia progresiva tanto emocional como intelectual, hasta
anularte lo suficiente como para sentirte «una especie de nada» que se va a
convertir, por el hecho de aceptar esa voluntaria anulación, en Todo».
Pero el problema es que ese Todo, ya lo está disfrutando ahora mismo el
gurú; y por ello a uno solo le queda la «envidia», la envidia «edípica» más
brutal, aunque totalmente inconsciente que se encubrirá bajo muchas
formas y variantes de la así llamada «devoción». Esto rige con gran
propiedad para el varón, pero en el caso de la mujer, el único camino que se
le ofrece es igual de malo: la «seducción», también bajo mil formas
enmascaradas.
Estamos seguros de que los lectores no verán en estas palabras una
descalificación simple o una crítica innecesaria de maestros, enseñantes,
guías y gurús, porque lo que pretendemos no es eso, sino todo lo contrario.
Nosotros aplaudimos todos los «intentos de enseñanza y aprendizaje en
estas áreas», que no sean «burdamente sectarios o falsos» por la sencilla
razón de que apenas existen en nuestra cultura y además porque constituyen
una «urgente necesidad» para la humanidad. Precisamente por ello tenemos
que realizar un análisis crítico de esas imposibles y «falseadas»
situaciones de «relación con una autoridad espiritual», que van a
impedir por completo el verdadero despertar.
Sin extendernos en ello, porque no es nuestro propósito, queremos insistir
en que el principal obstáculo para nuestro despertar va a ser el mismo que
para lograr nuestra felicidad humana como hombres autónomos e
independientes… ¡la fijación inconsciente a nuestros padres! Que nos
provocará una posterior «identificación humana» alienada con el «guía o
gurú». Y como resto de estas fijaciones surgen en todos los buscadores (por
la sencilla razón de que aún no están despiertos), unas emociones
parasitarias o «transferenciales» con sus guías que van a suponer la causa
de su esclavitud en vez de la razón de su despertar. En el psicoanálisis se
sabe bien: la transferencia, de emociones por más positiva que sea, es una
resistencia a la curación. Por lo mismo todas las transferencias
emocionales al «guía» en el camino, tanto las positivas como las
negativas, son un obstáculo y no una ayuda. La relación con el guía debe
tener otra base, que no sea emocional.
Aun cuando estas dificultades son universales (absolutamente todos los
buscadores las padecen en sus comienzos), la deshonestidad o ceguera de
algunos gurús, generalmente los más populares y famosos, no hacen más
que «potenciarlas»; mientras que por el contrario, la honestidad y un alto
nivel ético, junto al cuidado verdadero de sus discípulos y de sus avances,
que practican otros (muchos otros casi siempre poco o nada conocidos),
lograran ir minimizando este obstáculo inevitable. Sería impagable que se
nos pudiera ayudar en este campo.
En una ocasión, hace mucho tiempo, en un grupo de buscadores, un
aprendiz, entusiasmado por algunos avances que había experimentado en
los últimos meses, se dio a agradecer enfáticamente la ayuda recibida por
parte de la Guía que nos dirigía, que por lo demás era de una «honestidad
admirable». El aprendiz lo hacía con palabras y adjetivos muy encendidos
referidos a la persona que le guiaba, decía maravillas de sus cualidades,
entrega y disposición, así como de su capacidad. El emocionado discípulo
señalaba que «el efecto que producía sobre él era como la de un sol radiante
que iluminaba su mente llenándola de claridad y certeza, por lo que le
estaba inmensamente agradecido, etc.». Fue interrumpido de forma decidida
y firme por ella señalando que todo eso era una verdadera basura. Que
debía dejarlo caer por completo; y que no tenían el más simple valor esas
emociones ni sobre ella ni sobre el trabajo desplegado… Lo importante
era seguir trabajando con seriedad y en «silencio», y dejarse de estas
cosas que solo eran obstáculos en realidad.
Como podemos suponer la decepción y la contrariedad del amable
discípulo fueron muy grandes; pero tanto él como los demás «apuntamos
muy bien la lección». O sea que debíamos renunciar de forma ineludible
a ese «sobrante neurótico», hecho de restos psicológicos de nuestra
infancia dependiente que «proyectamos semiconscientemente» sobre
nuestros guías. Ni que decir tiene que nuestro respeto justo, consideración y
gratitud hacia ella eran y siguieron siendo máximos después. Pero como
muy bien sabemos muchos, con poca frecuencia podemos ver situaciones
de tal honestidad; vemos más bien todo lo contrario.
En resumen, queremos decir que esta falacia nos esclaviza al hombre
como gurú, nos confunde y nos propone un ideal simplemente humano, que
en los tiempos que corren está próximo de lo que es un cantante o actor de
éxito en nuestra cultura de masas. Con su «glamour» y sus enfervorizados
seguidores, se mimetizan con «estrellas del pop». Dominan los escenarios y
a las masas por igual. Y nosotros creemos erróneamente que la iluminación
deja como resto inevitable un «personaje así» (adorables, seductores,
indiferentes, poderosos, siempre sonrientes y dispuestos a una foto, y por
encima del bien y del mal).
¿Cómo se produce en nosotros esta confusión? Sencillamente porque
subyace en todos nosotros, una identificación confusa entre lo que sería
la liberación de la esclavitud al sueño y lo que sería el «triunfo personal»
(que incluye también el triunfo social). ¡Un glorioso triunfo personal!
Porque imaginamos, nosotros los buscadores, igual que el resto de los
mortales que el Despertar, ese «éxito interno» que nos proponen algunos
gurús, será el que nos de verdadera felicidad exterior, o por lo menos que
nos librará del miedo y del «sufrimiento social» (el que deriva de nuestras
interacciones sociales).
Pero este miedo y sufrimiento solo se resuelven por el «autoconocimiento
esencial», y no por el «éxito social»; pero nosotros los confundimos.
Algunos psicólogos, evidentemente no los más optimistas, vendrían a
afirmar que toda nuestra vida, ¡toda!, no es mucho más que una
«interminable huida hacia adelante» de nuestros fantasmas de la infancia,
de nuestros terrores de la infancia (que coinciden con nuestras
impotencias existenciales después).
Algo hay de verdad en esta afirmación sin duda, pero lo que sí parece
evidente es que establecemos muy pronto todos, buscadores y no
buscadores, una equivalencia que va a perdurar décadas, e incluso para
siempre en algunos casos, entre el «éxito externo» y la seguridad y la
«armonía interior» (en la que estaríamos por fin libres de fantasmas
perseguidores internos). En el hombre ordinario también está presente esta
confusión, porque creemos que el éxito social basado en el
«reconocimiento de los otros», o sea una forma primaria de amor, nos
dará la «felicidad interior». Pero no tiene por qué ser así, si en el camino
hemos abandonado nuestra «autenticidad esencial»; si esta no es valorada
en su justa medida, ¡no habrá felicidad posible!, por más «éxito o amor»
que se disfrute.
Y, lógicamente, cuando un joven buscador se encuentra con la figura
deslumbrante del «gurú triunfador» se despierta en él ese complejo psíquico
en su máxima intensidad. Y la envidia edípica al padre poderoso, o la
fraterna al hermano favorecido por la fortuna, hace el resto; y nuestra
confusión está servida. La buena noticia es que es posible, además de
obligatorio por otro lado, superar este complejo mediante el propio
trabajo sobre sí mismo. Y que en su superación habremos puesto en juego
los verdaderos instrumentos y cualidades que vamos a necesitar para
«despertar de verdad» a todo ello (labremos desarrollado la no
identificación y el autoconocimiento). La «confrontación con el «gurú» (no
quiero poner aquí la palabra «maestro», que es otra cosa de una
incomparable calidad), nos sirve como entrenamiento y práctica para
encarar algún día «nuestra mentira personal».
Y por ello, precisamente, tampoco es una tarea posible de evitar, o sea que
si queremos «crecer» siempre habrá una confrontación o «relación de
crecimiento» con alguien que representa o sostiene «autoridad», pero
mediante una relación personal, ¡de alma a alma!; no es suficiente con ver a
un hombre en la televisión que jamás ha contestado a tus preguntas (en
algunos casos es peor, porque ni se te permite tenerlas). Y esta relación
personal es necesaria y da igual en que campo sea: desde el arte, la
literatura, la filosofía o el poder político, o el saber psicológico, incluso en
el deporte, y en el caso de la búsqueda también. Todos estos procesos de
«transferencias de emociones infantiles se van a poner indefectiblemente en
funcionamiento con los que nos enseñan. Y tendremos que confrontarnos
con ellos y superarlos al final. ¡No vale intentar rehuirlos! Porque no se
puede.
Necesitamos reconocer nuestra neurosis para superarla y nuestro sueño
para despertar. Si no podemos reconocer ni una ni otro, para luego
encararlos adecuadamente, nos quedaremos atados en un mismo lugar. Sin
embargo el procedimiento no va a ser «simplemente analítico» o sea
procedimientos terapéuticos de psicología profunda, sino más bien la
resultante de la propia «liberación» de la mente egoica individual. ¡Que no
solo va a ser conocida, sino abandonada! A los buscadores les interesa,
como a los psicólogos, conocer la mente, pero en su caso no es solo para
conocerla y mejorarla, sino para acabar con ella. Léase esto sin
aprehensión, con total tranquilidad, porque es algo muy natural; la
superación de la mente «heredada» es algo muy natural.
Obviamente que todo aquel que llega a conocer algo transcendente, o sea
que despierta en alguna medida, está desde ese mismo momento obligado
por un nuevo nivel ético que descubre simultáneamente con sus hallazgos;
por eso nadie se los tiene que recordar. ¡Viene de dentro! Y un supuesto
iluminado enseñará o no, pero no somos nosotros los que podemos definir
las claves para que se produzca un proceso u otro. Es un misterio. No está
en nuestras manos saber, y sentimos un profundo respeto por lo que suceda
con este o con aquel. Profundo respeto y gratitud, sea cual sea la decisión.
Cada iluminación, trae su comprensión, y su propia sabiduría. Nada
tenemos que decir.
Pero la cuestión del «adentro vs. afuera» es la cuestión principal en esta
falacia, porque desde el primer día en que un buscador descubre en sí, a
veces cuando menos se lo esperaba, ese ¡espacio interior!, esta falacia
espontáneamente se comienza a deshacer. Ese espacio interior exclusivo,
pero que está lleno de una conciencia que es impersonal, y por eso
«común». La fascinación externa cede, y sorprendentemente
empezamos a «poder ver» al gurú casi por primera vez. Y así uno se
libera de la confusión entre lo que puede ser un hombre iluminado y su
«función posterior» como gurú con toda su parafernalia acompañante.
Por supuesto que en el caso tan generalizado hoy día del gurú de masas
esta discriminación será mucho más importante aún. Ya hemos dicho que el
buscador no se puede acobardar por este riesgo. Pero también hay que decir
que habrá que proteger de fenómenos «de abuso sectario» a los más jóvenes
o débiles, aunque para ello haya que denunciar determinados
comportamientos de aquellos, cuando son claramente abusivos o poco
éticos. O cuando menos manifestar nuestro escepticismo crítico sometiendo
al enseñante y a su enseñanza a un análisis intelectualmente libre. Sin
temor.
Lo que tengo que aprender de un gurú es importante
y lo que «no tengo que aprender bajo ningún concepto» lo será también.
Acepto la confrontación y la colaboración y la ayuda de un guía,
pero no me quedo fijado a uno solo, iré en actitud de estudiante con varios.
Según mi necesidad y capacidad de aprender.
E igual que con mis valores y metas,
iré cambiando progresivamente de guías.
Y como sucedía históricamente cuando la enseñanza era más sería,
mis buenos guías, por el hecho de serlo, me mandarán a estudiar con otros.
Y deberemos ir.
Comprendo que la Iluminación es una Luz ¡pero nunca un simple hombre!
30. La falacia «igualitaria»
La verdad para todos los públicos
Nos dice que los conocimientos que otorga una enseñanza seria, progresiva y que
avance en su desarrollo, se pueden transmitir a cualquier persona y en cualquier
condición. Razona de que si son tan buenos y valiosos sus resultados como se
afirma, ¿por qué ocultar o restringir su circulación? ¿Cómo negar una verdad
que puede ayudar a la humanidad? Máxime en estos tiempos en que ya está
establecida la igualdad absoluta de todos los hombres en casi todo, pero en
particular en su derecho a la información. Además muchos enseñantes afirman
que ha llegado el momento de que nada se oculte, de que todo salga a la luz,
porque estamos en un momento histórico «crucial».

Es una falacia inocente, cargada de buena voluntad pero errada en su


intención y peligrosa en sus posibles aplicaciones. Si la lleváramos a la
práctica es muy posible que hiciera perder los efectos esperados de
cualquier enseñanza. No nos debemos dejar influir por la aparente justicia o
bondad de una actitud así. Diremos con toda claridad que ninguna
enseñanza seria es «para todos los públicos». Que toda enseñanza que
pretenda ser eficaz debe admitir la reserva, la discreción, la administración
responsable del saber, e incluso la idea del «esoterismo» (la idea central de
este es simplemente que no se puede aspirar, porque no se puede, y no por
capricho alguno, a «enseñar cualquier cosa a cualquier persona en cualquier
momento»; o lo que es lo mismo no podemos pretender enseñar todo a
todos en todo momento»).
Esto es bien reconocido en cualquier enseñanza seria de cualquier materia
objetiva que pretendamos conocer; debe haber cursos, grados y niveles.
Que para aprender matemáticas o música, o soldadura o surf hay que
empezar por unas cosas para luego, nunca antes de dominarlas lo suficiente,
pasar a las siguientes. Fijémonos bien, porque todo aprendizaje está
organizado así. La enseñanza de lo que sea, tiene siempre una «estructura
de conocimiento», que equivale a la que resulta de la construcción de
cualquier edificio u objeto tridimensional. La base sólida primero, el cuerpo
o tronco central fuerte y al final el más ligero techado o zona superior. Y
esto que es indiscutible del todo en todas las áreas de aprendizaje, es lo que
nuestra bondadosa falacia pretende negar para el caso específico del
«conocimiento transcendental» (que no sería otra cosa que la de «saber
vivir y además saber ser».
El «saber vivir», se nos dice que ya sabemos hacerlo todos desde siempre,
faltaría más; pero respecto al «saber ser»… ¿qué quiere decir eso?, ¿acaso
que aún no soy, que no sé ser? ¡Qué estupidez!, nos dicen. Sin embargo el
conocimiento transcendental sería aquel que nos permitiera dirigir la vida
q q p g
hacia algo «más allá» de ella misma; porque nos abriría a conocer algo que
no es simplemente la vida. Y como ya oigo las voces escandalizadas que se
preguntan que si eso no es acaso una simple quimera religiosa o metafísica
(más allá de los intereses de la vida… ¡por dios, que desvarío!), tenemos
que recordar que la actividad de cada día en la vida de un hombre es una
continua preparación de algo más allá del interés del día mismo en sí. El
hombre con su día de hoy, está preparando el día de mañana. Al menos eso
suponemos de los hombres sensatos: ¡que piensan en el futuro!
Un conocimiento cualquiera se debe presentar al alumno solo en un
«momento concreto», ni antes ni después de él (el justo momento de la
enseñanza o de la interpretación del inconsciente). Si se anticipa no será
reconocido en su valor, sino solo «imaginado», y por ello mal utilizado.
Pero si es posterior su eficacia se habrá minimizado o incluso perdido, y ya
no será operativo. Es en ese momento concreto y no en otro. Pero solo en
ese momento y para ese estudiante porque cada persona tiene una
organización particular, y sus movimientos son específicos: lo que a uno le
sienta bien a otro le puede hacer daño. Lo que para uno es veneno para otro
es medicamento. Por eso se toma en consideración cuál es el «contenido
concreto» que se quiere transmitir. Porque «enseñar» no es simplemente
«informar». Es también educar, iniciar y ayudar a transformar.
En el caso de la búsqueda pueden ser diversas cosas. Quizás una
«iniciación simbólica», que le introduce por primera vez en su mente a una
idea o concepto o posibilidad nueva. O puede ser simplemente una
«confirmación del valor y la significación» de algo que ya ha encontrado o
ha vivido, por sus propios medios. O sea, que puede ser una invitación o
una ratificación. Pero en realidad nos podemos preguntar: pero ¿qué se
transmite? Se transmiten informaciones, por supuesto, pero también
valores, actitudes y se otorga «sentido» a lo que no lo tenía; además de otras
como pueda ser «contagiar» energía, voluntad, alegría, etc. O varias otras
formas que adopte la transmisión, pero que no vamos a desarrollar aquí.
Resumimos recalcando que un particular buscador en este momento
concreto precisa esta transmisión específica. ¡Y solo ella!
Nadie parte en busca del conocimiento ya como adolescente o adulto, para
luego volver a su colegio de la infancia para compartir sus logros con los
niños que ahora siguen y juegan allí. Nadie vuelve para hablar de sus
saberes de ahora en áreas como la resistencia de materiales, la experiencia
de pareja, o los avances en organización política. Nadie le diría a ningún
niño que sigue jugando al fútbol con todo gusto, lo que le acaban de
comunicar en una revista científica o lo que significa el amor conyugal. El
pobre niño no entendería nada. Y como mucho no haría más que repetir
algunas palabras. La «experiencia vital no es trasmisible directamente»
por más que se intente, salvo en algún momento concreto y con alguna
persona muy particular. Un hombre estudioso o simplemente atento no
sabe lo mismo a los ocho, que a los dieciocho, que a los cuarentaiocho. Y
cuando un hombre adquiere un conocimiento concreto lo lleva al área
específica de aplicación de tal saber, pero no a su centro escolar infantil. Si
intuye lo que puede ser el amor, busca pareja; si le alcanza algo del orden
de la paternidad busca hijos; si le interesa la verdad se junta con filósofos, y
si es la poesía modernista, con poetas. Sería un sinsentido acercarse al patio
de recreo e intentar hablar sobre la «dominancia hemisférica cerebral» a los
niños que allí están. Y eso que ese tema les interesaría mucho para poder
dar una buena patada al balón.
Y sin embargo es exactamente esto lo que se está haciendo cuando se
pretende que se está dando «todo el conocimiento a todo aquel que lo quiera
escuchar», y cuando se exige en aras de la ética o de los derechos de los
hombres a que sea así. Eso mismo se está haciendo, cuando se transmiten
«conocimientos» a grandes masas de oyentes sin discriminación ni
exigencia previa de una preparación adecuada. Cuando se presenta como
el primer conocimiento que se oferta pero que es también el último que te
doy… ¡porque ya no hay más! Ese conocimiento tan digerible, que no
precisa ni de preparación ni de metabolización: «no te conozco pero siéntate
que te voy a comunicar la verdad». ¡Como si se pudiera!
El caso de los caminos de «un solo paso» como el Dozcheng con su
«introducción directa a la verdad», el Vedanta advaita que es
exclusivamente filosófico, el Zen rinzai o basado en el «koan» y su «satori
instantáneo», e incluso el chamanismo tolteca que lee al principiante la
«regla» para que este la acepte integralmente, pudieran confundirnos mucho
y hacernos creer que es suficiente con entender y aceptar algo por parte de
cualquier persona en un momento auspicioso. Pero si analizamos bien estos
procesos vemos que la cuestión no es tan simple; porque aquí se está
hablando exclusivamente de la «entrada» en un camino o trayecto pero no
de su culminación o finalización; y esos alumnos novatos son personas a
las que se les ha reconocido una capacidad concreta después de una
preparación especial. Nadie se imagina a Juan Matus gritando en la
estación de autobuses a ver quiénes querían entrar en la «tercera atención»
(ni mucho menos, y esto me parece una vulgaridad tener que decirlo, por
unos pocos pesos al alcance de cualquiera. Pero hay que decirlo, porque
suele ser así. Los enseñantes deshonestos cobran por darte enseñanza; y lo
peor es que te la dan si pagas, solo si pagas).
Estas transmisiones «de una sola vez» realizadas a una persona valorada
seriamente como «preparada internamente», son momentos que
corresponden, todos ellos, al primer contacto abierto y claro con la Otra
realidad, por la que habrá que recorrer un largo y venturoso camino
después. Como se suele decir: «Después del satori… la colada»; que no
significa solo una vuelta a la vida normal, sino también que hay que
proseguir viviendo dentro de él, o sea continuar viviendo en el «interior
del satori mismo». Y esto quiere decir que después del satori uno tiene que
seguir viviendo en él; lo que implica ir a hacer la colada… ¡o quizás no! El
satori manda, no nuestro sentido común de buenos ciudadanos.
Igualmente una intensísima preparación inicial es necesaria para
cualquier logro de los señalados, pero siempre pasamos por alto este
pequeño detalle, que por lo demás ninguna tradición niega jamás. La gente
suele creer que estando de paseo lleno de vivencias, placeres y
preocupaciones cotidianas, «alguien» puede venir y abrir la puerta de la
Verdad para ti. Si no tienes una adecuada preparación no sentirás ni veras ni
comprenderás nada; y si vieras algo lo más probable es que «no lo
reconozcas» o que te asustes al pensar que estás perdiendo la razón (solo
daría lugar a algo muy parecido a lo que es en la psiquiatría una
«experiencia traumática»). Por eso todos esos caminos de «un solo paso» se
acompañan de una rigurosa preparación de años enteros dirigida en una
concreta dirección.
Algunos lectores sensibles se habrán fijado con disgusto en la
comparación con una escuela de niños al hablar de estos temas, señalando
quizás que conlleva una intolerable jerarquía de saberes; incluso una
especie de clasismo intelectual. Que esta supuesta jerarquía implica un
desprecio importante al saber del otro que tiene la misma validez intrínseca
que la de cualquier otro hombre; una desvalorización de sus capacidades
(¿quién se atreve a arrogarse la posición del maestro? ¿En qué o en quién se
autoriza? ¿No ha demostrado ya la hermenéutica de Gádamer que el saber
surge de una construcción con el otro?). Porque además, confiesa esa
falacia, ¿en serio cree alguien que en estos temas se sabe algo objetivo o de
verdad? La respuesta que obtenemos es triste y obvia porque afirma que no
¡claro que no! De acuerdo, por nuestra parte ahora ya entendemos: la
cuestión que lo explica todo es que ¡no se puede creer en que exista un
«conocimiento»! Esta es la clave de la falacia. Y claro, no habiendo
conocimiento verdadero que no sea pura subjetividad caprichosa, ¿cómo
pretenderíamos hablar de sus condiciones de transmisión?
Por eso, en realidad da igual todo; nada es mejor que nada porque nadie
sabe más que nadie y esto es porque no hay nada que saber en verdad.
¡Ahora lo entiendo todo! Ahora que esta falacia me ha abierto su intimidad
deja mostrar lo que ocultaba: en el fondo ¡no se cree que se pueda «saber
realmente nada»! Todo eso es subjetivo, te dicen, ¡no te engañes! Tú
opinas o tú supones o tú crees, o tú esperas o tú deseas… y tanto es así que
cuando tú intentas hablarme de todas esas áreas en las que crees que has
progresado pues yo no te entiendo nada. ¡Pero nada de nada! ¿Qué tipo de
saber puedes creer tener…? Responderemos que el mismo que tiene
cualquier adulto sobre determinadas disciplinas o sobre la vida en general.
Claramente diremos que un proceso sistemático de autoconocimiento
otorga un saber «de adulto» en esa área, la muy específica y concreta del
«autoconocimiento». ¡Simplemente de adulto! No se entienda aquí que nos
arrogamos un saber genial, fascinante, elitista, envidiable, inalcanzable,
insuperable, etc. ¡En absoluto! ¡Solo un saber de adulto! En realidad el
hombre que «sabe», por el motivo que sea, también se calla por la misma
razón que cualquier adulto que no esté loco se calla sus «saberes de adulto»
delante de un niño: ¡para no confundirle más! No somos conscientes de
cuanto callamos todos, según sean nuestros interlocutores, a lo largo de
todo el día, porque lo hacemos desde siempre y de forma muy sencilla y
natural. Si imaginamos a un físico genial que sale a comprar el periódico,
nadie creerá que va explicando su última formula por la calle o que se la
transmite a la persona del quiosco que le ha preguntado por curiosidad
sobre algo que dice el periódico sobre él, ni tampoco se detiene a explicarse
con un joven prometedor que le pide que le aclare la relatividad, sino que
cariñosamente le recomienda una buena universidad. Es un hombre sensato,
y ni siquiera a ese vecino tan culto y tan amable se dispone para hacerle
entender… lo que él ha descubierto recientemente, porque sabe que no lo
entendería. ¿Qué otra cosa puede hacer?
Si lo vemos desde el otro lado, el del receptor de «conocimiento
transcendental», podremos comprender que primero habrá que
desarrollar algunos «instrumentos preparatorios». Por ejemplo una
Decisión clara de lograr tal conocimiento, ¿si no existe esta que se puede
esperar? Después una Intención ética que no obedezca a deseos egoístas o
infantiles e incluso malévolos; más tarde la capacidad de sostener una
Atención silenciosa suficiente para que nos permita escuchar
adecuadamente. Y esto es común para todos los aprendizajes, pero en
nuestro caso debe ir seguida de una Sensación viva del cuerpo y de todas
las percepciones , que sostenga una Respiración que nos conecte a «algo
más grande» que nosotros, lo que implicará la Apertura emocional de la
identidad a una nueva posibilidad de «Yo soy». Al final también la
capacidad de sostener una Presencia impersonal, no reactiva
emocionalmente. ¡Y por este orden! Nadie que no tenga Atención puede
tener Presencia. Si no se tiene Sensación una Apertura será solo un intento
psicológico. Y si no hay Respiración todo será solo mental, etc.
¿Por qué hace falta todo esto? En la universidad no se pide tanto, solo que
el alumno colabore con su actitud educada y una cierta atención intelectual.
Pues porque el conocimiento transcendental que se pretende transmitir no
es una simple información ni un simple conocimiento; sino que se refiere a
una «nueva forma de ser». Se transmiten «informaciones», ya hemos
dicho, y esto lo entendemos todos, pero además se «contagian» Valores que
se aparecen como superiores a todas mis aspiraciones previas, se aprenden
por identificación nuevas «Actitudes» de búsqueda, y se comparten sin
miedo nuevas formas de «Identidad personal»; e incluso se aprende a vivir
pero también a «morir», y varias cosas más.
Recuerdo en un momento determinado de mi Trabajo, cuando solo llevaba
una década o algo así en él, siendo todavía un hombre de familia completo
pero todavía joven, como al salir de una «reunión de intercambio» en la que
habíamos podido participar con personas de más edad que la nuestra y que
llevaban en ese proceso mucho más tiempo que yo, haber sentido con toda
nitidez, sin duda alguna, que su «nivel ético» era muy superior al mío. No
se trataba de que sabían más, ni de que se esforzaran más, ni de más
entrega, ni de más capacidades, sino de percibir que lo que esas personas
hacían e intentaban venia desde una «actitud ética» muy superior a la mía.
E incluso me era muy difícil señalar en qué consistía esta diferencia que
para mi sensibilidad era ahora de una evidencia tal. Como se comprenderá
se me produjo una impresión nueva que yo no había sido capaz de percibir
antes nunca, y se quedó en mí. No pude olvidar que esas personas
mayores trabajaban desde otro sitio que yo y con otras metas que las
mías. Fue un pequeño choque y al mismo tiempo una profunda esperanza
que solo muchos años más tarde se materializó. Se me había transmitido en
media hora, sin una sola palabra, una nueva Actitud y algo del orden de un
nuevo Valor. Me sería muy difícil explicar cuál era la diferencia, pero si
tuviera que hacerlo diría que aquel hombre joven todavía que era yo y que
se creía entregado casi al máximo, trabajaba en realidad todavía en «gran
medida para sí». Y aquellos respetables y añosos compañeros de
intercambio sabían y vivían algo del orden de una «Objetividad» mayor. Mi
recuerdo agradecido para ellos. Por cierto que ellos se habrá ido sin tener
una idea exacta de lo que me lograron transmitir en aquel rato, aunque
conocieran perfectamente que es lo que «emanaban», ¿cómo no? Y esto nos
abre al misterio de la acción de las «Influencias conscientes».
Aun cuando fuera directamente transmisible la última verdad, que no lo
es, si no se dispone de estos seis instrumentos de recepción, poco a nada se
producirá, porque supongamos que alguien habría emitido la verdad...
pero, ¿quién la recogerá, con qué se recogerá, y para qué se recogerá?
Evidentemente que nadie puede recibir una verdad si no está a su nivel; lo
triste es que algunos ingenuos creen que ya la disponen, cuando ni siquiera
han comenzado el trayecto.
Por eso se puede decir que aunque la Verdad se protege sola por sí misma,
y no debemos temer por ella, la falacia igualitaria que dice «yo y cualquiera
como yo… y todos los que quieran como yo, podríamos saber si
quisiéramos... por lo cual tenemos derecho a que se nos transmita todo lo
que se sabe…» es completamente ingenua, y además muy peligrosa.
31. La falacia del «origen humano»
Somos humanos, es muy claro, hemos nacido aquí por el «deseo de nuestros
padres», que se manifestó en forma de amor. Somos hombres, es tan evidente,
hijos de nuestra cultura y de nuestra humanidad. Somos terrenos, terrestres,
hechos de polvo y barro, aunque aspiremos a la Luz.

¡No somos hijos de nuestros padres solamente, sino del Deseo superior
que viene de la estrellas! Antes o después lo hemos de sentir con toda
nitidez, sin género de duda: el cosmos no me es ajeno, ni yo lo soy para él.
El hombre no nace por «el deseo de sus padres», ¡sino solo a través de él! Y
esto no es un simple ejercicio intelectual para lograr algo así como una
honrosa o complaciente «filiación» superior; sino la necesidad inevitable de
una nueva comprensión sobre «de dónde venimos», para integrar algún día
en nuestra búsqueda, tanto en lo que son nuestras «actitudes internas» como
en nuestras «prácticas externas». Es una necesidad, no una pirueta poética.
¡No somos hijos creados por el deseo de nuestros padres sino por el
deseo de las estrellas! (puede ponerse aquí cualquier otra entidad cósmica
similar, no habría problema).
En una ocasión, hace mucho tiempo, alguien, en quien yo tenía mucha
confianza, me mostró esta situación con un simple gesto peculiar de la
mano que no olvidaré, giraba la mano y le daba la vuelta, como si se
invirtiera un vaso para vaciarlo, mientras decía: «Todo está al revés de
cómo es, el hombre lo ve todo al revés. Habrá que ponerlo derecho de
nuevo». Y volvía a girar la mano hacia arriba, mientras sonreía, como
diciendo: «Ya sé que no se entiende ni gusta, pero qué le vamos a hacer».
C’est comme ca! ¡Es así!
Sí, todo se interpreta desde nosotros, desde nuestros intereses y
necesidades, fantasías y aspiraciones; pero todo desde ese «humano-
centrismo» que es peor que la «percepción irrefutable para los sentidos que
tenían los antiguos de que era el sol el que daba vueltas alrededor de
nosotros». Grandes hombres nos demostraron que no era así, pero nosotros
seguimos sintiendo que «yo soy el centro». ¡La tierra ya no lo es, pero yo
sí! Tenemos una grave disociación entre lo que sabemos ser y lo que
sentimos ser. Por eso era preciso darle la vuelta completa a nuestra
percepción. No hay nada malo en ello, es casi inevitable, pues el niño casi
solo se percibe a sí mismo durante varios años, su egocentrismo es
consustancial con su auto-percepción. Va descubriendo el mundo desde él
mismo hacía afuera; desde lo que es él a lo que no es él; desde su pequeñez
a esa tremenda realidad que late ahí afuera. No es del todo una desviación
ética, sino solo perceptiva: la inmensa mayoría de los hombres se sienten
solo a «sí mismos» y un pequeño «radio circundante», donde están sus
íntimos y sus intereses. En general es porque no pueden más.
Desde niños, en las escuelas debiera enseñarse la «percepción exterior
justa en tamaño y calidad», tanto como la más importante asignatura; y
entonces se le examinaría al niño: ¿Juanito, has logrado sentir que la Luna
está allí arriba… que tiene su propia presencia, y el Sol… y más allá…?
Pero antes habríamos comenzado por cosas mucho más simples: Juanito,
¿sientes que tienes un pie? ¿Y sabes que en tu cabeza hay dos oídos? Y
¿sientes al compañero de atrás? Nuestra mísera capacidad de percepción al
«ensimismarnos» en nuestras cosas, sobre todo en los fantasmas interiores,
es una verdadera enfermedad y no el fruto de nuestro egoísmo. ¿Cómo
vamos a amar a «algo» que no percibimos en absoluto? Me refiero, por más
extraño que parezca al mundo que nos rodea, sin más. No podemos amarlo
porque no lo vemos, no lo sentimos, y por ello sacamos la terrible
convicción de que ¡no lo somos! En serio: ¡no vemos ni sentimos el
mundo!
Y por eso esta falacia de que «somos humanos» no es inocente, ni mucho
menos humilde, a pesar de lo que parece, cuando nos dice que somos de
«aquí» y pretendemos instalarnos «allá»; y que nuestros padres han sido los
únicos agentes activos y generadores de nuestro ser. Y partimos de la
convicción nunca puesta en duda de que somos «terrenos». Es de efecto
terrible ¡porque nos obligará a desdoblarnos de una forma dolorosa! Entre
la fidelidad a lo humano y los deseos de Transcender. Nos obligará a
superar nuestra «fijación a lo humano» con enormes dudas y culpas, o sea
enorme ambivalencia; y por ello deberemos realizar un aparente gran
esfuerzo.
Parecerá que solo lo lograremos mediante una especie de heroicidad (para
llegar a ser lo que somos: seres de origen cósmico. Eso de «nuestro Padre
que está en los cielos», y eso otro más oriental de la «Divina madre
celestial…» quizás no estén del todo caducados). Y esta «fijación a lo
humano» lejos de ser un acto exquisito de «humanidad», en realidad es una
afirmación desesperada de todo lo que «somos ahora como especie»: un
conjunto humano, sí, pero «profundamente des-humanizado».
Quizás no se pueda afirmar que en el pasado fuimos mejor; pero lo que sí
parece fácil de convenir es en que ahora mismo somos una especie
altamente «sospechosa y... peligrosa». La psicología clínica y el sentido
común de cualquiera lo saben bien, aunque cada uno haya llegado a esa
conclusión por su lado. Es casi mejor no analizar cuál es el grado de
coherencia y de consistencia de nuestras mentes y comportamientos. La
fidelidad a lo humano, tal como está constituida ahora debiera ser objeto de
una reflexión crítica, por supuesto; y además nuestro orgullo como raza que
progresa sin límite… ¡también! La psicología, sin ser siquiera profunda, nos
dirá que tal hombre, que por lo demás es un personaje social intachable,
cuando se mira dentro de su mente, suele dar miedo lo que se ve, no
tanto por negativo sino por caótico y «desorganizado». Y un hombre
experimentado, sereno y ya desapasionado, o sea un abuelo sabio, nos dirá
que todos en conjunto, como humanidad, vamos enloquecidos hacia nadie
sabe dónde, ¡pero a la máxima velocidad! ¡Los hombres corremos…
sencillamente porque corren los demás!
Pero no solo es que no somos quien debiéramos ser, sino que también
hemos dado en caer en ser algo… ¡que no debiéramos ser bajo ningún
concepto! Somos negativos, sufridores, egoístas y ciegos… y lo repito,
también peligrosos, incluso para los seres que más queremos. Porque
podríamos preguntarnos con sinceridad: ¿qué transmitimos a nuestros
hijos? Sinceramente, ¿qué les estamos trasmitiendo? ¿Qué les decimos que
queremos que sean y qué queremos que sean en el fondo? ¿Acaso les
dejamos ser ellos mismos? ¿Acaso podemos renunciar en su crianza y
educación a nuestros egoísmos? Aquí oigo miles de voces escandalizadas
gritando que sí, que por supuesto que sí, que no faltaría más, ¿por quién se
nos toma? ¡No sabe usted los sacrificios inmensos que hacemos por
nuestros hijos! Y entonces les pregunto suavemente: de acuerdo, podemos
renunciar a nuestros egoísmos, sí, pero… ¿acaso podemos renunciar
también a nuestros miedos, complejos, angustias, traumas, limitaciones,
paranoias y prejuicios? Si es que sí, seré yo quién me calle, y pidiendo
perdón. Pero…
El deseo de nuestros padres, o de nosotros como padres, no es
simplemente el de tener hijos e hijas sanas y felices, sino algo más. ¿O más
bien mucho más? Tengamos en cuenta que reproducirse es también
replicarse y sobrevivir de alguna forma a la desaparición. Nos proyectamos
sobre los hijos para seguir viviendo nosotros. No solo nos preocupa el
transmitir los genes a otra generación sino también «nuestros deseos». Los
deseos humanos no se agotan, surgen de un pozo sin fondo, y nos ocupan
un tiempo sin que nos demos cuenta de que están «viviendo por
nosotros». Nos hacen mirar hacia la zanahoria, sin poder ver que un palo la
sostiene; y corremos desesperados, pues en el instante siguiente estamos
seguros… «la vamos a alcanzar». El «deseo» nos ciega tanto, que no
podemos ver en realidad, qué significa ser «cubierto» por uno de ellos. En
una bella imagen oriental los deseos son como las cerezas… se enredan
unas a otras, cuando quieres sacar del cesto solo un par de ellas están
entrelazadas y no puedes parar.
No hay forma humana de «agotar» los deseos. ¡Pero se pueden
superar!
No, nuestros deseos proyectados sobre los hijos no son siempre limpios y
nobles; porque nosotros no lo somos. También somos algo que no
debiéramos ser, hacemos cosas que no debiéramos hacer, sentimos cosas
que no debiéramos sentir. Solo el más ciego de los hombres podría estar
satisfecho de cómo es ahora. Y desde este oscuro núcleo que los padres
más sacrificados del mundo portamos en nuestro poco iluminado interior,
aunque no nos demos cuenta, desde ahí hacemos un pacto secreto de
fidelidad con nuestros niños: también nosotros les decimos ¡por favor, no
nos abandonéis! ¡Vive para mí!
Pero, ¿cómo se manifiesta en la vida práctica de un buscador esta especial
fidelidad a lo humano? De dos formas, la primera es la Sumisión a la
tradición heredada (no solo en cuanto a valores, sino también de creencias
e ideales), por la cual «nosotros seguimos el mismo trayecto que ya han
puesto en marcha nuestros ancestros»… ¡no nos atrevemos a parar, ni a
pensar, ni mucho menos a cambiar! ¡No nos atrevemos a dudar! ¡Ni nos
atrevemos a crear de verdad!
Y la segunda se expresa en forma de Angustia ante la mínima
posibilidad de abandonar este «legado» que se nos trasmite; de soltar el
testigo y decir a nuestros progenitores que «yo no voy a seguir», que yo no
cojo el «relevo» que me tocaba a mí. Imágenes de violación de un terrible
tabú, seguidas de fantasmas de castigos y condenas de todo tipo se nos
vienen a la cabeza; y nos aterran. Pero esto no es lo peor, lo peor es el
inmenso sentimiento de «culpa» que recae sobre uno mismo; una culpa
abrumadora por no continuar y no seguir dando forma y vida al «deseo de
papá y mamá». ¡No nos abandones, nos parece oír en tono cada vez más
suplicante pero también cada vez más imperioso! ¡Quédate con nosotros,
por favor! En verdad lo que están diciendo es «no cambies tú», no
descubras nuestra impostura y debilidad. ¡No nos niegues el aparente «ser»
que disponemos!
¡Un verdadero drama!
Y esto está todavía muy próximo y resuena aún incluso para el que esto
escribe; amenaza y retiene al hombre en su búsqueda durante mucho
tiempo; y vuelve con frecuencia, como un eco apagado, en cada ocasión en
que uno debe dar un paso decidido adelante y afirmar su verdadera
autenticidad; que ya señalo aquí, con total claridad, que no es
«simplemente humana». No debiera dar lugar a escándalo alguno esta
afirmación, cuando conozcamos con más desarrollo que se pretende
afirmar. Lo que diremos es que a pesar de las apariencias, nuestra vida
propiamente dicha, no es humana simplemente; que nuestra identidad actual
no es la que nos corresponde; que hemos perdido importantes e
irrenunciables partes de nuestro ser. O sea, que no somos quién creemos ser.
Como decía una antigua canción: «¡Que no soy yo, que aún no soy yo!».
Pero tendremos que abandonar muchas cosas, oponernos con obstinación
a dar por buenas otras e incluso negarnos, sí, negarnos tajantemente a
continuar… ¡porque por fin sabremos un venturoso día que hemos nacido
«desde Arriba hacia abajo»… ¡y no al revés! Que Algo que «preexistiendo»
totalmente a los impulsos amorosos de nuestros padres, actuó sobre sus
mismos centros, y ellos sintieron como una llamada o deseo de construir un
ser nuevo que fuimos tú y yo. Porque cuando descubrimos en un «momento
Vivo de «presencia» o de meditación, la «cadena ascendente del deseo
generador» que nos ha creado, comprobamos que lejos, muy lejos en el
tiempo y en el espacio… en algún astro, o conjunto de ellos, surgió un
Deseo irrenunciable de crearte a ti y a mí; ¡y que nuestros padres
aceptaron!
Eso lo sabemos, de una vez… ¡pero para siempre!
Y que esas «estrellas» todavía están expresando aquel Deseo verdadero, y
continuo en este instante mismo. Aquellas estrellas, o lo que sean, no
hablaron solo una vez: ¡lo siguen haciendo ahora! ¿Cómo? Mediante una
especie de «sonoridad que se puede oír», ¡que se debe oír! El «sonido no
producido por nada» (anahata nadam) le llaman los hindúes, y los griegos
se refirieron a él como la «armonía de las esferas» (tou kosmou). Dentro de
cada hombre, si este se arriesgara a «soltar el mundo» por un momento
corto: oiría como se dice… ¡Yo quiero que seas, yo te he creado, yo te doy
el ser! ¡Por eso eres de aquí y aquí volverás! El «Polo» superior del
hombre está empezando a manifestarse, como ¡un Polo superior que soy
Yo! Ese Polo o extremo superior de cualquier hombre está desconectado de
nuestra atención cotidiana; y solo vemos este de aquí abajo: el Polo inferior.
El Polo superior no es una simple energía mecánica como lo es la
explosión de un volcán o la fuerza de un tornado, sino Voluntad. ¡Esa
Voluntad Personalizada que te creó! Olvidemos la triste falacia de creer que
estamos hechos por «fuerzas físicas» y por deseos ciegos y vacíos. ¡No!
Estamos hechos de Voluntades cósmicas que se personalizan en ti y en
mí.
Porque al desear «ser uno mismo», no somos desagradecidos humanos que
escapan o desertan, sino que somos humanos que… «más bien recuperan,
más bien Vuelven a su verdadero hogar». Somos «humanos» que vamos a
ser Humanos por fin, al comprobar que fuimos creados fuera de aquí; por
un «Deseo preexistente» a cualquier acto que hubiera tenido ejecución
sobre esta tierra. Y todo ello con gran naturalidad y sencillez, porque esto
nos hace creer por vez primera que podemos amar a la humanidad,
incluyendo la nuestra propia, nuestra propia parcela. Y recuperar no el
orgullo ciego o la satisfacción narcisista, tan conocidas por nosotros, sino
nuestra verdadera Dignidad humana; que es muy grande.
En un momento como ese que hemos descrito más arriba, no solo nos
liberamos de la tiranía de la «especie», sino que nos «Amamos a nosotros
mismos», por primera vez. Algo muy grande y muy secreto: el Amor
propio. Ahora vemos la belleza de nuestros orígenes, la grandeza del
propósito de nuestra vida, la bondad de tal decisión; y eso era algo que todo
el tiempo intuíamos, pero que nunca llegamos a conocer con certeza.
¡Ahora sí! Sin miedo, ni culpa, me abro a esa dimensión superior que se
manifiesta en la organicidad de mi cuerpo, pero en ninguna simple
representación mental; y esto es crucial entenderlo bien. ¡Esto no es poesía,
para consolarse, ni simplemente pensar o sentir! Tal o cual estrella o
estrellas, o lo que sean… ¡nos muestran la Voluntad que disponen respecto
a nosotros!
Dando por supuesto que somos serios, maduros, realistas y sinceros,
estamos seguros que hemos entendido bien que esto no es una tontería
narcisista ni megalomanía alguna, que nos podamos imaginar del tipo de…
¡oh, soy hijo de las estrellas! Qué bonito, que orgullo. Pues no, ¡somos hijos
de las estrellas, todos! Y nadie es menos que tú o yo.
C. Castaneda cuenta como D. Juan le dijo que cuando perdió la «forma
humana» (una experiencia central del chamanismo en que uno se percibe
exclusivamente como energía y conciencia, separándose o perdiendo
definitivamente su «personalidad social»), al volver al camino de su pueblo
se encontró con mucha gente que amablemente le invitaban a ir con ellos
para aquí o para allá; y todos se le acercaban con gesto afable e interés que
parecía genuino y le decían «ven con nosotros»; y eran gente de lo más
normal, como campesinos, jóvenes, comerciantes, etc. D. Juan dijo que
salió corriendo «como alma que lleva el diablo», ¡porque no eran humanos
en realidad! Eran hombres pero no «humanos verdaderos» todavía; y le
invitaban a seguir siendo como ellos, a seguir viviendo como ellos. Pero no
eran humanos, a pesar de lo que se creyeran. Así que salió corriendo y se
fue.
Parece la típica anécdota chamánica llena de excesos y rarezas
incomprensibles, pero ¿no es verdad que todos nosotros nos hemos dicho
varias veces en la vida ¡que no, que esto no puede ser la vida!, que esto no
es propio del ser hombre… que yo no quiero seguir haciendo o creyendo tal
o cual cosa? En periodos de paz y comodidad quizás solo nos ocurre unas
pocas veces en toda nuestra vida; pero en épocas de guerras y perturbación,
cuando el hombre se trasforma en una peligrosa máquina… ¿qué haríamos
en verdad? ¿Quizás no abandonaríamos? ¿Por qué no abandonar cuando
todos se vuelven como locos? La fidelidad indiscutida e indiscutible a lo
humano, necesita una profunda «revisión».
Nuestra fidelidad esclava a continuar rodando la «piedra de la vida»
adquiere a veces formas muy curiosas. Recuerdo aquí un antiguo
compañero, un artista integral, o sea sensible y sutil, además de poco
ortodoxo y algo excéntrico como suelen ser aquellos que disfrutan de un
temperamento artístico. No era precisamente tímido, ni inseguro en sus
manifestaciones, y sin embargo en un momento determinado después de
años de trabajo interior me confesó una cosa curiosa: «no se atrevía a hablar
con casi nadie de lo que intentaba desde hacía ya décadas en el terreno de
su conocimiento interior». Tenía miedo de que le consideraran como
miembro de una secta y le generaba inseguridad, a él, un artista consumado,
rodeado de artistas y creadores, algunos de ellos claramente estrafalarios,
decir que creía en la posibilidad de evolucionar y despertar. Y que se estaba
esforzando en ello desde hacía años, por cierto con notable humildad. En
realidad esto era difícilmente comprensible en él; lo hubiera sido más en un
carácter timorato o convencional, pero no en él. Yo no entendía nada.
Pero un día descubrió que en realidad él se había hecho una especie de
promesa interna de que «no podría ser el mismo, antes de que su propia
madre muriese». No se podría imaginar siendo él mismo, el autentico, ante
ella. Quizás porque intuía con claridad que su madre le quería a él a
«Juanito»; pero que él no le podía defraudar de esa forma que se le
presentaba tan atroz ¡dejando de ser su «Juanito», su querido hijo, y
mostrándose real ante su madre! (no podía renunciar a ser el falo de mamá,
en términos psicoanalíticos). ¡No podía privar a su mamá de su «hijo
querido» pero falso! ¡No podía despertar, y si despertaba no se lo podría
mostrar! Esperaría a que mama muriese y entonces sí podría ser el mismo,
¡antes no! Y de ahí venía el incomprensible ocultamiento de su dimensión
de buscador, que sin complejos que le dice al mundo entero: ¡estamos
dormidos todos, esto no es la realidad y yo no soy el que soy!, ¡y tú
tampoco, por supuesto, no te engañes! Llevaba dos vidas, pero no una
superior y otra humana sino solo dos vidas mentales: un buen hijo esclavo y
alguien que confiaba en ser él mismo en el futuro. Esperemos en que algún
día, más tarde, las haya logrado conciliar.
Las esclavitudes psicológicas humanas que dan forma a esta falacia son
terribles. Recuerdo otro caso de un hombre muy inteligente que se
interesaba por las ideas de autodesarrollo, y cómo se lo ocultaba a su
esposa, con mil justificaciones. Esta le permitía ir al futbol, o al cine, o a
cualquier tertulia cultural sí, ¡pero no a esas locuras de despertar y todo lo
demás! Los conflictos eran constantes y el pobre hombre no podía salir a
una reunión de dos horas, para hablar de unas cuestiones que le interesaban
vivamente, y que además solo afectan a nuestro mejoramiento mental. «A
cualquier cosa, menos a eso, y con esos chiflados» le decía su esposa. ¿Y
por qué? Probablemente lo percibía como una especie de infidelidad
peligrosa… ¿pero infidelidad a qué? Quizás al pacto mutuo de seguir
siendo «hombres de esta humanidad», en la que nos parece «que nos
poseemos unos a otros». ¡Pero eso es una absoluta ilusión!
Esta esclavitud, o falacia de la fidelidad a lo humano, en la práctica se
manifiesta en la terrible forma de no poder ser ni expresarse en la vida
como «distinto» (distinto de la imagen que doy ahora, de lo que se espera
de mí). Cualquiera que haya sido la intensidad y la calidad de un «momento
de despertar», el hombre que no se ha liberado de esta falacia «no sabe
manifestar ante los ojos de los otros lo Nuevo que ha sentido»; y en el
ámbito privado o familiar menos aún. Se pregunta: ¿quién soy yo para
mantener esta nueva presencia silenciosa y firme, este nuevo poder que me
ha liberado del sueño?
No se atreve, cambia su mirada que ahora es viva y penetrante por la dócil
y apagada de siempre, sus gestos vuelven a ser apocados u orgullosos como
eran antes, pero ha perdido su vivacidad, su fuerza y su sinceridad. ¡Se hace
el dormido para no asustar!
No puede sostener un estado de autenticidad ante tal o cual persona, no
puede dejar de ser «Juanito», para iniciar a manifestarse como el mismo.
¡Se vuelve a ocultar! Sigue mostrándose como un dormido o como un
ebrio y ¡esconde su despertar! Esta penosa situación sucede a veces,
incluso aunque el despertar haya sido real.
En la meditación profunda se expresa esta falacia, o juramento, de otra
forma: «como una resistencia terrible a ir más allá de un cierto punto en el
camino hacia el interior». Un temor grande a profundizar por un momento
en el olvido de mundo exterior, del que no nos podríamos soltar. Con
miedo a dejarse ir a ese sitio en su interior donde él siente que debe ir.
Lo retrasa día a día, se conforma con una buena sensación interna pero
totalmente familiar y superficial. Se asusta, y se dice que igual ya es
demasiado por hoy. Que igual no haga falta ir más profundo en sí mismo…
porque, si no, perdería el «control». Las grandes fantasías referidas a la
muerte y a la locura, le ratifican en su aparente prudencia. ¡Y no profundiza
más! Y sí, es verdad que perdería el control de su personalidad como
hombre que ha jurado no abandonar nunca la «forma humana» para llegar
manifestar su Forma Verdadera..
Hay muchos sueños en nosotros, sin duda, que exigen llamadas constantes
para lograr despertar de ellos; pero también hay unos pocos sueños
nucleares, centrales y absorbentes. Y uno de ellos, uno de los más viscosos
es el que nos dice «que solo soy humano y debo seguir siéndolo por
siempre jamás» (aunque despierte o me ilumine).
¡No soy humano! Ahora que lo sé ha aumentado en mí
la capacidad de sentir con más compasión a la humanidad.
Por ello no solo controlo mis actos, sino también mis «pensamientos»,
y estos ruedan de aquí para allá,
pero yo ya me he hecho responsable de ellos.
Yo ya escuché a mis padres.
Con máximo respeto fui humano, como ellos.
¡Ahora tengo que escuchar lo que desea esa Voluntad que me creó!
32. La falacia del «intruso»
El parásito bloqueador
En lo más interno estamos esclavizados por fuerzas ajenas a nosotros mismos,
que boicotean una y otra vez nuestros intentos de «re-unificación». Cuando he
decidido mover mi «intento» en una dirección concreta, una enorme fuerza de
sentido contrario se me opone. Así que debo luchar en medio de esta inevitable
división o incluso fragmentación, reconociendo humildemente que el «enemigo ya
está en mi casa». Y que antes de que yo me pueda liberar de él, no tengo nada que
hacer.

Sí, esto parece cierto, muy cierto, lo que afirma esta falacia es que estamos
divididos y fragmentados, lo que conlleva el resultado de una impotencia
interna y una inconfundible sensación de estar «parasitados» por un agente
activo que actúa en nosotros y que es contrario a nuestra unificación gozosa
o liberación. Es verdad que sentimos en nosotros que hay una fuerza dentro
que se opone a mi propia evolución y a mi bien. Y eso lo sentimos con
claridad absoluta en lo que es mi mente. Pero no en todo mi ser. Hay una
parte que ha quedado libre, ¡a salvo de toda intromisión o
interferencia! Y eso es justamente: ¡el núcleo interno de mi Yo! ¡Mi
esencia interna! Mi esencia interna no se ha dividido, ni dormido. Solo se
ha escondido.
La parasitación ha actuado sobre mi mente, ¡solo sobre mi mente! Mi
ser interno, hecho de energía no alienable no puede ser afectado por
«influencias mentales». O sea se ha formado una mente parásita alrededor
de mi Yo, pero este sigue unificado y completamente a salvo porque no es
de la materia de la mente (significación arbitraria entre humanos), sino de la
materia de la esencia (energía increada, irrepresentable por no tener forma).
Entonces, es solo la mente la que está dividida y auto-enfrentada, ¡la
esencia no! En este punto no me debo confundir.
Mis planos deben ser exactos desde el primer momento, aunque no me
sean comprensibles más que algo más tarde. No se trata de disponer de un
plano muy simple y perfectamente comprensible, que nos da como una
falsa sensación de facilidad: «esto es así… yo hago así, y ya está». No, esto
no es así como lo vemos ahora. Hará falta un buen trabajo inicial de
investigación: yo me siento incompleto, quizás esclavo y por supuesto
insatisfecho y entonces saco una conclusión: «yo soy así o asá» (o sea
incompleto, dividido, parasitado internamente, totalmente bloqueado en mi
ser, etc.), que es errónea, pero lo terrible es que pretendo trabajar con
esa visión o esquema erróneos. Por eso se decía en un trabajo serio sobre
sí, que si usted «no sabe»… ¡no haga nada! Estese quieto y alerta por favor,
pero no se lance en cualquier dirección. Espere a tener un plano correcto.
Se podría pensar que esto parece algo teórico y solo útil en un lejano futuro,
que quizás se intenta con esta aclaración, lograr algún consuelo o esperanza;
pero no, en realidad esta auto-comprensión nos permitirá no cometer errores
excesivos desde el comienzo mismo. Y más tarde empezar a trabajar sobre
elementos de «realidad». Hay dos partes en nosotros, una es real, la otra
ilusoria; y ambas requieren planteamientos de actuación complemente
distintos. No se trabaja igual sobre cosas que tienen muy diferente carácter
de realidad; sobre la «ilusión fantasmagórica» aplicaremos un método
que nos llevará a su desenmascaramiento; pero sobre lo «real», ¿qué
haremos? Obviamente nada, ¡no aplicaremos ninguno!
Nadie pretenda «hacer nada» sobre lo ya real.
Cuando un hombre se propone despertar es totalmente necesario que se
limpie o purifique de todos los elementos que son ajenos a su esencia, o sea
su falsa personalidad, su sueño, su mente en otras terminologías, o su
negatividad. Como queramos llamar a eso que sentimos los buscadores que
obstaculiza nuestra plena afirmación sincera del «Yo soy». Y esto exige
utilizar muy activa y seriamente «una mano para lavar la otra mano»; o sea
que utilizaremos una parte de nosotros para conseguir tal o cual objetivo
«sobre la otra parte» (ya hemos hablado de la división en dos inicial).
En términos del Cuarto Camino se pondrá a trabajar al «mayordomo» en
ordenar la casa, actualmente en caótico estado. En otras terminologías a
lograr neutralizar en alguna medida los efectos de desorden y caos
producidos en nosotros por las influencias de la vida y por nuestra
pasividad esencial. Pero una vez que aquel ha hecho su trabajo, deberá dejar
su sitio y retirarse con discreción; el «amo» vendrá e impondrá el definitivo
orden, según su gusto personal. El mayordomo pertenece al orden del
trabajo y del esfuerzo de acción, pero el Amo es de otra naturaleza,
actúa de acuerdo a otras leyes con las que deberemos familiarizarnos. ¡El
Amo no trabaja… Es!
Ningún hombre conoce como relacionarse con el Amo, y ningún modelo
humano sirve porque no entra en ninguna gama de experiencia conocida.
Tendremos que aprender algo completamente nuevo y disponernos para una
relación con nuestro Creador… «impensable». Y cuando digo impensable
digo que agacho la cabeza y me dispongo a ir más allá de las limitaciones
de mi mente y solo lo podré hacer mediante una operación muy sutil que se
podría definir como «abrir la emoción». Abrir la emoción puede ser como
permitir que se aloje en el centro de mi emoción esa Otra que viene de más
alto que la mía. Y aquí hay pocas leyes porque el esfuerzo requerido es de
una «cualidad especial». Tendré que dejar que la Realidad o el Creador
sienta en mí y a través de mí (esto es una simple y humilde aproximación;
y cada buscador le pondrá un nombre a su propia experiencia… o quizás
ninguno y se callará).
Porque esta falacia nos dice que mientras el mayordomo opera en la casa,
esta está vacía; que su dueño no está presente; ¡que solo más tarde vendrá!
Y esto es verdad funcionalmente, porque nosotros lo sentimos así, pero es
falso realmente, porque el Amo está presente en primera persona desde el
primer momento. Cuando el mayordomo está limpiando el Amo ya está
sentado en el salón.
Es lo contrario de lo que acabamos de decir sobre la lógica de la limpieza,
o sea que el Amo solo llega cuando ponemos orden en la casa. Y confío en
que se entienda que esta contradicción absoluta, o paradoja flagrante, refleja
mejor la «realidad final». Si a alguien le parece muy improbable esta
afirmación, entonces podremos preguntarnos cosas como: ¿cuándo lo Real
no está? ¿Cuándo el Absoluto no está presente? ¿Cuándo no actúa,
cuando está dormido, cuando no ejerce el Absoluto cómo tal? Y…
¿dónde no ejerce o no puede ejercer su acción? ¡No, el Ser ya está en mí!
¡Totalmente en mí! El desorden solo «está» en mi mente. Por lo demás
puedo confiar plenamente en mi ser orgánico o esencial. En mi
naturaleza que es Natural.
Podríamos ser desafiantes y decir que si usted es capaz de mostrarme
«algo que no tenga relación con nada más», entonces y solo entonces,
admitiré que pueda haber «dos cosas», en lugar de Una. Pero creo que no va
a tener éxito en encontrar un objeto, o una experiencia que no esté
articulada íntimamente con todas las demás. No hay fenómenos aislados.
Nuestra percepción decanta o «desnata» (diría el chamanismo) elementos
de apariencia independiente, pero que no lo son en realidad. Percibir es
«aislar» de un Todo Único. Y comprender también.
Por eso nos interesa «comprobar en vivo y en primera persona» que hay
una parte central y nuclear en mí que no ha sido contaminada por
nada, que ya es libre. Que la negatividad en todas sus formas incluyendo
la de la «ilusión» no penetra en «toda la profundidad de mi ser», y que de
ese pozo «de aguas vivas» incontaminadas podré obtener quizás justamente
aquello que necesito… ¡porque ya lo tengo en mí!
Comprenderé que por mucho que yo esté confundido, dormido o negativo,
lo Real no deja de existir ni por un instante; que ni mi sueño lo duerme, ni
mi confusión lo desconcierta, ni mi negatividad lo asusta, ni mi ignorancia
lo vela u oculta. ¡No soy tan poderoso como me creo! (en el fondo todo se
trata de una forma peculiar de megalomanía y egocentrismo: como nos
duele el estomago creemos que el universo entero sufre del mismo mal).
¡En absoluto, somos menos que un mosquito y nuestros sufrimientos y
negatividades lo son también! No hacemos daño más que exclusivamente a
nosotros mismos. Lo Real mora completamente inaccesible a nuestras
negatividades y sueños.
Y siempre está plenamente presente. ¡Siempre!
Hagamos lo que tú hagamos.
¿Lo podemos reconocer?
Si lo reconocemos sabremos para siempre que jamás meditamos solos.
Sabré para siempre que mi despertar no me interesa solo a mí.
Como decían aquellos trasnochados devotos que adoraban la Vida en su
totalidad por la sencilla razón de que sentían, casi a su pesar, de que el aire
era o estaba lleno de amor: «Cada vez que yo doy un paso… Tú das cien
hacia mí».
Los pobres buscadores repletos de dudas e inseguridad, creyendo que solo
hay dos fuerzas, la de su noble intención tan pequeña y tan débil, y esa masa
ominosa y aplastante que se resiste siempre, un día descubren y comprueban
que no es verdad, que ese plano no es correcto… que hay más Fuerzas en
juego, más Voluntades implicadas, más Jugadores en la partida que se
juega de mi vida. ¡Por lo menos tres! ¡Como poco… «tres»!
Y cuando empiezan a percibirlas no cabe otra opción más
que caer bajo la fascinación más absoluta sintiendo su Acción.
Esa Acción donde yo incorporaba mi pequeña «acción propia», antes.
Ahora hay un juego no controlado de momentos de acción minúscula y
agradecida con otros gloriosos de Fascinación total por la grandeza que
Actúa por Si Misma.
El campo de batalla inicial se ha transformado
en un escenario inimaginable.
Y ahora, los intrusos, los parásitos… ¿dónde están?
¿Por qué mis enemigos bailan tan bien como yo?
¿Por qué no me molestan? ¿Por qué no se me oponen?
¡Nunca fue como yo creía! ¡Nunca!
Ya me he perdido, no entiendo casi nada… ¡y no quiero entender!
El camino por el que voy es incomprensible pero huele a «rosas»…
¿Y quién querría dejar de oler?
33. La falacia de «abrazar la sombra»
La falsa «aceptación»
Debemos abrazar a todo aquello que encontremos en nosotros, sean defectos,
limitaciones o síntomas psicológicos. Todo es bueno, y todo forma parte de mí
mismo, así que yo lo valoro mucho y hasta lo tengo que cuidar y proteger. ¡Y
abrazarlo! En otros tiempos se hablaba del auto-mejoramiento e incluso de lograr
la armonía mediante un cierto trabajo interior de limpieza o purificación, pero
era un grave error, porque ya ha quedado claro que nuestra «sombra» es de lo
mejor de nosotros mismos; y por ello no la debemos cambiar, ni siquiera juzgar.
Disfrutemos nuestras sombras con gran satisfacción.

Y si uno se pregunta qué es la sombra, casi seguro que no encontrará


respuestas disponibles. Porque nadie sabe lo que es: ni su naturaleza, ni sus
componentes, ni su génesis ni sus límites. Cada uno llama sombra a lo que
quiere… que casi siempre suele ser lo peor de él. O por lo menos es aquello
que siempre ha sentido como indeseable pero que no ha sido capaz de
superar; y por ello ahora se dice: ¡Pues amémoslo! ¡Abracémoslo! Ya que
no puedo cambiarlo… lo desearé.
Es un término que más o menos proviene de la psicología analítica de
Jung y de la idea de la «integración de los contrarios en nuestra
personalidad». Del proceso amable pero riguroso de la «individuación
personal», o sea la construcción, mediante todos los contenidos psíquicos
que encuentro en mí, incluso antitéticos y contradictorios, de una
individualidad unida creativa. De la recuperación para el proceso de
«síntesis» (psico-síntesis se le ha venido a llamar en lugar de psico-análisis.
R. Assagioli.) de aquello que estaba reprimido, aislado, negado o incluso
«forcluido» en mi inconsciente. Y también se trata de señalar con este
término todo aquello que tenía la connotación de falta, pecado, culpa o
grave error en mí, y por lo tanto destinado a la «erradicación». Pero es
imposible erradicar «fuerzas psíquicas» como ya se sabe, habrá que
transformarlas. La auto-mutilación psíquica no es una opción posible,
porque no se puede llevar a cabo. Podremos «desdibujar formas», y eso
será muy bueno si queremos renovarnos, pero nunca podremos
«aniquilar energías».
Pero la auto indulgencia con mis debilidades, la justificación continua de
mis defectos, la resignación ante mis síntomas (que tanto me hacen sufrir
aunque yo pretenda sonreír creyendo que no se ven), y la simple impotencia
a la hora del cambio o del crecimiento personal, eso sí merece el nombre de
sombra, ¡pero ni mucho menos nuestro respeto y consideración! Abrazar la
sombra solo debiera hacerse para iluminarla aunque fuera un poquito;
o sea para que dejara de serlo; no para entronizarla como mi dueña y señora
porque viene de mi interior, de lo más profundo de mi propio ser nos
decimos. Así nos engaña esta falacia, porque la verdad es que la sombra, y
ahora diremos qué es lo que entendemos por ella, ¡viene de fuera de mí!
¡Siempre viene de fuera! ¡De lejos de mí! Es un parásito ajeno que
obstaculiza mi vida entera con alguna forma de sufrimiento y
negatividad; y que luego rueda por el mundo… «haciendo el mal». Has
leído bien, «haciendo el mal para las generaciones futuras».
Porque no son «sombra» las «limitaciones de mis capacidades» (por
ejemplo no soy gracioso, ni fuerte, ni buen lector, ni campechano, ni tengo
buen oído musical, etc.). No, nuestras limitaciones no son nuestra sombra; y
las tenemos que aceptar con total naturalidad, sin vergüenza ni complejo
alguno de inferioridad. Aceptamos nuestras limitaciones en múltiples áreas
y esta será nuestra solución personal para la envidia y la autoestima
negativa. «Nos aceptamos», cualquiera que sean los valores sociales
imperantes (soy serio, no me gusta exhibirme, ni venderme, no soporto la
histeria social llena de falsedad; y ¡no pienso cambiar!). Nos aceptamos
aun a riesgo de no gustar.
Pero sí serán sombra «nuestras insuficiencias detectadas y no
corregidas». Porque antes nacíamos con una «pulsión orgánica hacia la
perfección», o eso creíamos al menos, pero ahora ya no sé cómo está ese
tema. ¿Siguen naciendo los niños con un deseo innato de perfeccionar su
ser? Ahora, muchas veces, veo que soy egocéntrico, teatral, asustadizo,
inseguro, reservado, impulsivo orgulloso, etc., ¡y no hago nada por
corregirme! Ni siquiera por lo que sería una simple motivación estética o
por un sano orgullo propio. Tengo miedo a casi todo y casi todo el rato y no
me enfrento a él. Por el contrario evito todas las situaciones que me
provocan malestar o inseguridad; y acabaré escondido en la cama. No me
interesan demasiado los demás y cada vez me interesan menos, mi
egocentrismo va en aumento y acabaré solo centrado en mí y en mi sopita
para cenar. Y esto sí que es sombra, sombra que se inició en mi infancia y
que yo, como me han dicho que me abrace fuertemente a ella y que la
respete y quiera, pues lo he hecho y aquí está, ¡cada vez más grande!
Tampoco tienen por qué ser sombra los síntomas psicológicos que
todos sufrimos al final de la adolescencia con mayor o menos
intensidad. Son derivados de la neurosis de mi propia familia que me los
pasa como una «ofrenda de amor»: me pasan sus miedos, sus angustias, sus
penas, sus agresividades, sus odios, sus disimulos, sus rechazos a saber, sus
secretos de familia e incluso sus pequeñas o grandes locuras. Y el
adolescente se encuentra con la mochila llena de cosas que él no ha pedido
tener ni mucho menos portar fuera de casa. Proyecciones continuas de los
fantasmas de los padres, de sus conflictos, de sus narcisismos, de sus
traumas, que se han colocado en mí. El adolescente sano lo vivirá como una
dis-armonía en él, como algo egodistónico (algo que no quiere tener) y
entonces luchará contra ello. Si está enfermo, por el contrario, es porque no
lo vive como ajeno sino como propio, como suyo, no sabe que se lo han
injertado y hasta estará orgulloso de ello (veamos como discurren las
creencias, los mitos, los valores y los prejuicios en una sociedad tradicional
y cerrada: pues… ¡de padres a hijos! Y por desgracia el mundo se está
volviendo muy tradicional en este aspecto. Las fuerzas regresivas empiezan
a tomar la delantera y se presentan como grandes ideales de la nación, de la
tradición, de la tribu, de la religión, de la cultura propia, etc.).
Pero sí que es sombra la acción tolerada y hasta consentida de todos
estos síntomas en mí. Primero porque me van a hacer sufrir a mí mismo y
luego a todos los demás. Y porque además puedo estar seguro mil por mil
que se los dejaré en herencia a mis queridos hijos para los que deseo lo
mejor. Y estos a su vez, si como por un milagro no deciden pararlos,
también los legaran.
Yo no puedo aceptar esto, yo debo conocer mis neurosis, mis síntomas,
mis conflictos y hacerme cargo de ellos: lo que implica luchar contra ellos,
contra su manifestación en mí, contra su acción en mis descendientes. Es
una tarea sagrada intentar frenar la rueda del mal de la mente, del
sufrimiento innecesario de la humanidad (no solo mi propio
sufrimiento). Ni se me ocurriría acariciar mis síntomas, abrazarlos y
dejarlos en paz diciendo eso de que son mi maravillosa sombra a la que
debo respetar. No debiera renunciar a una hermosa batalla contra mí
sombra, cualquiera que fuera el resultado, por lograr su transformación. El
mismo Freud, sin ir más lejos, plantea la tarea propia de todo el
psicoanálisis como «lograr poner el Yo donde ahora reside el Ello».
No son sombra por tanto ni las limitaciones personales ni los síntomas
familiares, pero sí lo es en una forma absoluta la negatividad en mí. Es
sombra toda mínima huella u olor de negatividad en mí. Toda la gama
de emociones negativas entre las que nadamos casi toda nuestra vida es
nuestra más ominosa sombra que tendremos que vaciar. Emociones negras
como la desesperanza y la tristeza, rojas como la violencia y la envidia,
azules como la falsedad y el disimulo, y blancas como la inseguridad o la
timidez. ¿Cómo podríamos abrazarlas? ¿Qué significa abrazar algo
así? Nadie lo sabe, lo único que se saca en claro es que te aconsejan que te
tranquilices, que no pretendas demasiado, que más o menos te aceptes como
estas… O sea, ¡que no te canses! Que no gastes esfuerzos intelectuales,
físicos, o emocionales, ni utilices tiempo o dinero o esfuerzo, ¡porque no
vas a poder cambiar!
Así que no pelees, no intentes, no arriesgues, no estudies, no pidas ayuda,
no pagues lo que se deba, ¡no! Acéptate como un pobre hombre lleno de
parásitos psíquicos y miseria mental. Y búscate la felicidad por donde
puedas y deja ya de intentar evolucionar o mejorar o cambiar o normalizar
tu mente. Pero eso sí, de vez en cuando, cuando ahorres algo, ven a
nuestro cursillo de dos días para abrazar a tu sombra total, para aceptarte
amorosamente sin cambiar nada en ti. ¡Qué gran aceptación!
Se confunde la lucha «dualística de la mente» (totalmente ineficaz y
además fratricida muchas veces) con procesos de cambio y maduración
personal, serios y bien conducidos, que son perfectamente posibles.
También se la confunde incluso con la «cura», porque a veces de lo que se
trata incluso entre buscadores no es «iluminar» sino simplemente
«curar». Es raro encontrar a alguien en el camino que no sufra
mentalmente o sea psicológicamente; y muchas veces uno se cree buscador
de trascendencia cuando en realidad está buscando la felicidad y el
bienestar mental. Nuestro imprescindible K. Wilber, nos recuerda que la
psicoterapia tiene su espacio propio y el despertar también; y que jamás se
trataría de resolver un problema psicológico personal con métodos
«Transpersonales».
Es cierto que la lucha entre dos partes de la mente, mediante el recurso al
rechazo, la represión o la supresión, a los que acompaña siempre la culpa,
no sirven para un verdadero cambio. Y hacemos muy bien en dejarlas de
lado. Porque el camino dualístico no sirve para casi nada. Entendemos el
camino dualístico como el intento de cambiar una parte de la mente
con otra parte de la mente. O sea una angustia por una serenidad, un
rechazo por una aceptación, un miedo por un arrojo artificial, una timidez
por la desconsideración, la tristeza por la alegría forzada, etc. Peleas
durante años, te parece estar a punto de lograr y de repente todo se viene al
suelo… y vuelta a empezar.
Deberemos buscar un elemento ajeno y dispuesto fuera de mí mismo
como puede ser un terapeuta adecuado, una nueva Comprensión, un Ideal
nuevo, un Camino de transformación o la acción de una nueva Influencia o
Fuerza en mí. Estos nuevos factores entran en juego y me permiten
abandonar el campo de batalla imposible donde yo quería vencer; allí no se
puede hacer nada, no hay victoria posible. ¡Necesito establecer un campo
de Tres elementos o Fuerzas, no de dos! Y ese elemento tercero es el que
me podrá ayudar. Estamos de acuerdo por completo en que una lucha
dualística es estéril, nos debilita y nos hace sufrir.
Cuando un hombre empieza a trabajar sobre sí mismo, siempre hay una
época de ilusión y de impotencia a la vez. Siempre es la misma queja, «yo
lo intento con toda mi fuerza pero no consigo lo que esperaba». Sigo
atrapado en mis palabras, lo hago todo mental, me hablo del silencio pero
con la mente, intento lograr la relajación pero despierto una tensión,
pretendo abrirme pero solo lo hago para lo que quiero, etc. y es totalmente
normal, porque cuando un hombre empieza un trabajo sobre sí está
totalmente atrapado en el campo de fuerzas de la mente, y durante años solo
utilizará la mente porque es lo único que está presente ante él. Cuando
quiere cambiar se mueve solo con la mente, cuando quiere dejar de pensar
lo hace con palabras, etc.
Pero las indicaciones que se dan a un aspirante son desde el primer día que
abandone la mente, que la deje quieta donde esta, que no le preste atención,
que la olvide, que no la sufra, que no se lamente, y sobre todo que no
Luche contra ella bajo ningún concepto. El hombre debe entrar en la
Búsqueda… «dejando el arado en el campo a medio hacer, el bisturí en la
mesa en mitad de la operación…». ¡Deja todo lo que estés intentando y
empecemos de nuevo en otro lugar! ¡Y esto no significa cambiar de vida
sino solo de «instrumento de acción!
Él debe poner su atención y su intención en otra cosa, siempre fuera
del campo mental. ¿Y cuántas cosas de esas hay? Cierto que quizás no
haya muchas, pero sí que se conocen algunas. Conozco bien el cuerpo con
la sensación física real de sus energías. Y también al «otro», a ese hombre
que está fuera de mí y sufre. Establecer la nueva partida en el cuerpo, y solo
el cuerpo; o en el «otro» y solo en él, nos garantiza una nueva posibilidad.
Pero evidentemente puede haber más como una Tradición ante la que me
pongo a su servicio, un Ideal que hago mío, o un Maestro al que sirvo.
También están disponibles la Belleza, la Verdad y ya hemos nombrado a la
Bondad, tres maravillosos campos en los que decido jugar. Yendo un poco
más abajo tenemos el cultivo de la Alegría, la creatividad, el humanismo, el
arte, la ciencia e incluso la religión.
Utilizaré algo de esto como eje descentralizador de mis movimientos
interiores, porque todo eso está «fuera de mi mente». Son campos en sí
mismos, que me permitirán salir de mí. ¡Pero siempre mirando hacia un
punto concreto fuera de la mente, de las palabras y del yo! Mirando allí
tranquilamente, pero sin descanso y olvidando nuestro sentir personal.
¿Abrazar la sombra puede equivaler a aceptar una parte de nuestro
inconsciente? Parece difícil que sea así, por que no lo conocemos, por
definición. ¿Cómo podríamos amar a nuestro inconsciente? Pero si quiere
decir recuperar la energía propia que nos robó tal o cual contenido psíquico,
sin destruirlo y sin dividirnos más, entonces sí, entonces podríamos aceptar
abrazar, con plena intención esa sombra, hasta que nos devuelva lo que
era mío: mi energía libidinal, el brillo de mi consciencia, la voluntad
que me secuestró. Y el goce de ser Yo.
Y aquí viene la terrible confusión con el concepto de «aceptación»
personal. Decimos que nos aceptamos como si esto fuera una disciplina
espiritual o un avance indiscutible de nuestra capacidad mental. Hay dos
niveles de aceptación, el primero surge cuando supero mi neurosis familiar
en mí; y entonces ceso de agredirme, de auto-desvalorarme, de pelear
conmigo mismo, de luchar dentro de mí, de estar dividido y lleno de
contradicciones y de sufrir atrozmente de forma gratuita. Y ahora llego a
ser un hombre normal sin conflicto psíquico interno, sin desgarro
interior. Y esto se logra en muchos casos con una vida correctamente
conducida, cuando al final de ella se logra algo de serenidad. ¡Pero por eso
no estoy iluminado, mi mente no está despierta para nada, no soy Yo
todavía en casi ninguna medida! Simplemente que he dejado de sufrir
como sufría antes, y como ningún hombre debiera hacerlo. Pero muchos
ilusos confunden este estado, solo psicológico con un nuevo nivel mental, o
un cierto grado de despertar. ¡No lo es! Ha habido un proceso natural de
cura, nada más. La vida nos ha curado. Una cura profesional también
serviría, por supuesto.
La segunda «aceptación», de un nivel superior, surge cuando supero la
«escisión original» que se constituye en todo hombre de nuestra cultura: la
escisión de cuerpo y mente, de un tú ajeno y de yo, de «real e ideal», de mi
naturaleza y mi cultura, de Eros y Thánatos; o sea la superación de la
fractura que operó en mí el «lenguaje» nada más constituirme como un
«yo». Y este grado de «aceptación» es un gran logro, poco frecuente. Es la
reparación de una «herida constitutiva» de lo humano. Y entonces sé
perfectamente lo que es «personalidad» y lo que es «individualidad». Sé lo
que es permanente y lo que cambia. Esa aceptación no lo es de mi
psicología personal, con sus particularidades, sino de mi «condición
humana». Y esta aceptación trae gran paz.
Por último habría otra aceptación más: la de mi Identidad suprema que nos
aportaría posibilidades más allá de nuestras expectativas. Pero eso lo
dejamos aquí.
Los síntomas, las insuficiencias, las negatividades y los deseos perversos
me comen mi energía y yo la debo recuperar; utilizando en cada caso una
técnica apropiada que iré desarrollando poco a poco. Pero no debe buscarse
una explicación excesivamente sofisticada por que en general de lo que se
habla casi siempre al hablar de la sombra, es de nuestros deseos que por
sentirlos prohibidos nos generaron culpa. Y de nuestras acciones que no
quisimos hacer pero que si hicimos al final. En estos tristes casos si
abrazar la sombra quiere significar algo próximo a perdonarnos a
nosotros mismos, a reconciliarnos, entonces sí que soy partidario
absoluto del auto-abrazo y la reunificación. Y lo recibo como una
bendición.
Pero si además se quiere colar la pasividad, el miedo, y la entrega o
rendición a eso que llamo sombra, con formulaciones ridículas del tipo de la
maravillosa «entrega a»… y la piadosa «justificación de»… y hasta el amor
emocionado por «todo lo que encontramos dentro de nosotros», entonces
me parece un terrible error. Un imperdonable error.
Tarde o temprano el hombre deberá mirar qué está «emitiendo».
34. La falacia de «Postales desde el paraíso»
La descripción de la Belleza
Nos dice que necesitamos que continuamente alguien nos describa ese hermoso
sitio al que queremos ir, porque nuestra memoria es frágil y nuestra voluntad
débil. Por eso debemos buscar que reiteradamente nos digan cuán bello es «eso»
a donde quiero llegar, para así hacer acopio de «intención y de convicción de
movernos» de una vez por todas. Esta es la justificación de los sermones, arengas,
discursos y en conjunto de cualquier «satsang» (estar en compañía de aquellos
que buscan, o ya han encontrado, algo de la verdad. Literalmente: hablar del
Ser). Nos deben hablar sin descanso de la belleza de aquel destino al que sin duda
he de llegar.

Y por supuesto que es así; ¡glorioso satsang!, y gloriosos los «pies del
mensajero que trae la paz, que pregona la Buena nueva, que anuncia la
salvación». Impagable acto fuera del comercio humano, fuera de la ilusión
y del sueño, fuera de la manipulación; y con la ayuda de lo Alto, fuera
también del adoctrinamiento, de la sugestión y de la hipnosis.
Y uno mismo, al elaborar esta obra hecha de palabras (pero dirigida solo
para aquellos que necesitan o todavía creen en las palabras, sea porque aún
no han pensado sobre esto; o han pensado pero siguen confusos y en la
oscuridad), ruega a lo Alto encarecidamente que le libre de realizar esos
«inconscientes males». Y que ayude a aquellos que están con este libro
en sus manos a aprovecharlo primero y luego a liberarse de él.
¡Glorioso satsang! ¡Y qué poco hay en este mundo! No tenemos valor
para hablar de las cuestiones transcendentes, y hablamos continuamente de
bagatelas estúpidas. Pero esta falacia esconde una trampa en su interior que
transforma al buscador en un sujeto desorientado, desnortado por completo,
que no sabe lo que tiene que hacer. Que no sabe ni «adónde» dirigirse, ni
«cómo» dirigirse, ni «por dónde» dirigirse; solo cuenta con sus
irresistibles deseos de ir «allí». Y que por ello se limita a escuchar esas
bellas descripciones de ese maravillosos lugar al que, de seguir así de
ingenuo, ¡nunca llegará! Crece su deseo, crece su convicción, crece su
decisión, su emoción aumenta y aumenta… ¡pero no sabe nada en concreto
del viaje personal que debe hacer! Veamos qué sucede.
Nuestro joven aspirante se encuentra en una terrible urbe de millones de
personas, en medio de un caos circulatorio absoluto, atrapado en el
periférico formado por cientos de autovías mal señalizadas, en un día
horrible, oscuro, lluvioso y frio a más no poder. ¿Y por qué? Pues porque su
«maestro» le envió una preciosa postal desde un paradisiaco lugar; ya
sabemos: una playa de aguas turquesas, palmeras por doquier, montes
nevados al fondo pero con un radiante sol. ¡Irresistible! ¡Yo quiero estar
allí!
Y ha recibido tantas postales maravillosas que un día se decidió: ¡Voy,
ahora sí que voy! Y se echó, literalmente, a la carretera; y ahora está
atrapado en ese inmenso atasco y lo que es peor, perdido, ¡porque no sabe
cómo ir! No tiene una dirección concreta adonde dirigirse (nunca se atrevió
a preguntar, solo escuchaba, no estaba muy bien visto preguntar porque
venía a significar que «algo faltaba»), ni dispone de plano alguno de
carreteras (era un hombre muy espontaneo, nunca le gustaron los planos, ni
el orden, ni la claridad mental). Vivía con las luces de la mente medio
apagadas y por eso ni siquiera sabía bien dónde vivía él mismo.
Y como no sabe qué hacer en medio del atasco, pues se extasía
contemplando postales y más postales; la verdad es que su maestro ha sido
muy generoso en esto, le envía postales, a cuál más bella, sin descanso…
pero sin una dirección adonde dirigirse ni planos para poder salir de su
ciudad. Consideremos que si este mandara planos a todos sus jóvenes
amigos, pues tendría que hacer unos específicos para cada uno, porque cada
invitado vive en ciudades distintas, y sería un trabajo ímprobo enseñar a
cada uno cómo salir de su ciudad y alcanzar la carretera adecuada. Eso sería
agotador para él, así que ya hace mucho que decidió mandar postales con la
máxima frecuencia… «a ver si había suerte». Pero el maestro no sabe
dónde está el joven aspirante al paraíso, ni lo puede saber porque
nunca se informó, de hecho no le conoce y nunca ha hablado con él. Y
el joven no tiene ni remota idea de donde está gozando ahora mismo su
idolatrado anfitrión esa maravillosa playa.
Y así están los dos. Postales y postales, satsang y satsang, por parte del
que invita con algo de inquietud ya a estas alturas por su pobre pupilo,
porque no llega; y ansia irresistible con confusión total, por parte del otro,
totalmente perdido en un caos del que no sabe salir… ¡y nadie le sabe decir
ni media palabra sobre cómo llegar allí! Nadie sabe el camino que se debe
tomar desde «ese punto concreto donde el está». De hecho es peor,
porque ni el mismo sabe donde está ahora, ya hemos dicho que nunca se
preocupó demasiado de estudiar planos y orientación general. Solo puede
ver entre la copiosa lluvia que no cesa un letrero que pone: calle del Caos
total. Y sigue dando vueltas y vueltas a ver si encuentra la más mínima
indicación. Cuando la desesperación amenaza con hundir sus esperanzas,
entonces se pone a mirar con delectación esas bellas postales tan
cariñosamente recibidas, y esto algo le calma y le relaja, su cada vez más
grande inquietud. Pero sigue igual de perdido.
Sin embargo hay otros invitados más optimistas que después de mucho
tiempo de estar así, llegan a un brillante descubrimiento: ¡esto, seguro que
es gozar de la playa! ¡Esto debe ser, esto es! Claro, eso es lo que se me
quería decir, que se puede disfrutar de la playa en medio de un atasco
monumental, con tal de que te concentres tanto que consigas olvidar dónde
estás. Y eso sí, sin levantar los ojos de la postal, porque si no empiezas a
ver las caras de los otros conductores que no van a la playa precisamente,
sino a trabajar o comprar. Y te hacen dudar: ¿a dónde iba yo? Y así, sin
levantar los ojos de la foto, soy capaz de sentir la caricia del sol, y el olor
del salitre, y hasta el ruido de las olas. ¡Es que tengo una prodigiosa
capacidad de imaginar!, ¿sabes?, la heredé de mi madre. Soy capaz de
creerme lo que me quiera creer, ver lo que quiera ver, de sentir lo que
necesito sentir, y hasta de sentirme ser lo que desee ser. ¿Realidad? ¿Qué es
la realidad?
Pero nuestro joven es algo más sensato y sabe que su situación es
desesperante, o ¿incluso desesperada?, porque lo curioso es que él sí sabe
que hay playa de verdad. Y que está muy lejos, y que queriendo ir,
estando convencido plenamente, ¡no sabe cómo ir! Pero de pronto se le
ilumina el cerebro: ¡el teléfono, sí, claro, el teléfono! ¿Cómo no se le
ocurrió antes? Le llamará a su maestro y hablará personalmente con él.
¡Seguro que le resuelve la situación! Así que llamó y llamó, hasta que al fin
se puso su querido anfitrión, pero ya hemos dicho que este nada sabía de su
joven invitado y nada conocía de su ciudad. Pero no obstante con una
excelente disposición le empezó a dar indicaciones de una enorme
precisión. Veamos algunas: «Sigue todo derecho, sin parar». «Cuando veas
luz ya estarás cerca». «Mira hacia adelante sin distraerte». «No corras, por
si acaso me ves, estoy debajo de una palmera y a lo lejos hay unas
montañas, y muy cerca de mí veras una sombrilla verde… y allí estoy yo».
Justamente acababa de decirle lo mismo, con idéntico cariño, a otro
invitado, que por cierto vivía en las antípodas de nuestro perdido joven.
Pero este se emocionaba mucho, «una palmera y una sombrilla verde; a ver,
a ver, mientras avanzaba por un desconocido ramal de la calle. Ahora sí,
ahora sí. Lo encontraré». La calle era un inmenso polígono industrial.
Enseguida vería una palmera, seguro. Ciertamente, en cualquier momento,
¡porque solo estaba a quinientos kilómetros de la playa! Mientras el
anfitrión se desesperaba; pero ¿cómo no llegan?, con lo claro que es todo;
¿cómo no se ve esta claridad deslumbrante, este paisaje maravilloso, esta
perfecta placidez? ¿Cómo no llegan? ¿Están ciegos o qué? Dejemos a
nuestro joven amigo y a su anfitrión aquí.
Hay sin duda maestros que actúan sobre la esencia energética humana
directamente, o sea una acción que se podría llamar «de alma a alma», no lo
dudamos. Y que esta acción necesita para darse un contacto físico o
personal, con un componente de confianza mutua; palabras como «entrega
y devoción» lo designaban mejor, pero para estas alturas ya deben estar
proscritas, supongo. Aunque, en casos excepcionales, incluso se podría dar
sin él. Pero lo que también parece necesario es que se nos hable a la
mente, de acuerdo a su naturaleza específica y su constitución en cada
hombre individual, que tiene una comprensión particular.
Alguien debe «preparar la mente» para que no sea un «obstáculo» (nadie
crea que para iluminarla, porque la mente no tiene realidad y por lo tanto no
puede ser iluminada, ¡se ilumina el cerebro!; simplemente se trata de que
deje de ser un obstáculo). Y para ello hay que comprometerse con el
hombre concreto y acompañarle mientras anda por su camino. Hemos dicho
«su camino», porque al principio no puede tomar otro que no sea «ese que
él ya conoce e intuye porque es donde vive». No se puede arrastrar a
ningún hombre fuera de su mente, porque se quedaría perplejo y sin saber
qué hacer: hay que convencerla mediante las palabras.
Por eso, ¡hay que acompañarle a todo lo largo de su camino
subjetivo!, por más aburrido que resulte, hasta que llegue al Camino
real. Equivale a esa porción del trayecto que va «desde mi casa en mi
barrio» hasta la «estación» donde cogeré un Vehículo cualquiera que ya
tiene un Trayecto completamente definido desde hace mucho; generalmente
siglos.
Es cierto que de esa parte del trayecto un Maestro no puede ocuparse
porque no tiene tiempo para todos (o no quiere, o puede ser que incluso ni
sepa, por las diferencias de «mentalidad» entre ambos). Pero entonces,
¿quién llevará a cabo esa tarea? Se necesita la figura de un Guía o
Instructor que trate con la «mente personal», o sea con todo aquello que
«habla en el hombre».
En cualquier enseñanza personalizada y particular, corresponde a lo que se
llama el «periodo de probación», o de novicio, o la «escalera» que me
permitirá alcanzar el Camino, ya trazado y bastante seguro. La «escalera»
es muy específica para cada hombre, porque dependerá desde dónde
«sale»; o sea dónde está y cómo es cuando empieza su proceso de trabajo
sobre sí. O sea que la «escalera» es subjetiva y habrá que construirla para
cada hombre en particular. Luego el Camino es más objetivo y además el
que ha entrado en él ya tiene cierta capacidad.
Pero es precisamente la «probación del neófito», esos primeros pasos a
ciegas, lo que requerirá una importante dedicación a él, por parte de «aquel
que le quiera ayudar»; porque en esa fase, el trayecto que debe recorrer es
totalmente peculiar, y si queremos ayudarle debemos conocerlo muy bien;
para evitar tristes situaciones como la de nuestro joven, que tenemos
entendido que todavía se mantiene en el atasco.
Pongamos un breve ejemplo. Una buscadora joven y con una muy fuerte
capacidad emocional, se dispone a «entregarse por completo» a ese glorioso
Camino que le llega a través de «indicaciones generales sin articulación
entre sí». Ya sabemos: entrégate, busca sin descanso, esfuérzate, recuérdate
a ti misma todo lo que puedas, obsérvate, ábrete, medita dos horas, haz
servicio a los demás, etc. En fin, todo lo que podemos encontrar en
cualquier libro o en Internet. Ella junto a una capacidad extraordinaria de
sentir emociones poderosas y positivas de matiz altruista o religioso, que la
hacen tomar decisiones en su vida que luego la condicionan, como ayudar a
tal o cual persona, intentar curar a tal o cual otra, etc., tiene también una
tendencia a la fantasía excesiva y a imaginar antes de tiempo. Por ello
cualquier momento en que se le revela algo nuevo a su emoción, lo vive
desaforadamente, con una «enorme carga emocional subjetiva»; que ya
hemos dicho que le coloca en riesgo de tomar decisiones equivocadas. Y
entonces nos encontramos con un problema, porque por un lado «debe
sentir en su emoción las nuevas posibilidades que le van a llegar»,
extraordinarias sin duda; pero al mismo tiempo se debe frenar en ella esas
«reacciones impulsivas», y de muy baja calidad que le asaltan justo cuando
«recibe algo bueno». Si siguiera leyendo o escuchando videos y libros de
Enseñanzas, las indicaciones y consejos que dan le impulsarían a darse más
y más, con más pasión aún, sin medida ni control, buscando solamente
alimentos para las emociones, y casi nada para la lógica y el razonamiento
intelectual; con un riesgo importante de desequilibrio emocional que le
haría prácticamente inservible para una evolución posterior.
Esos consejos y estímulos de libros y videos diseminados a través de
medios de comunicación, sin consideración alguna a las características
personales de cada seguidor, pueden ser muy útiles a algunos que quizás
son tibios, fríos, reservados, timoratos o pasivos; pero para ella serán muy
poco adecuados, porque lo que necesita en ese momento es aprender a
«hacer, sí, pero solo con una parte limpia de su emoción subjetiva… y
frenar la otra». O sea justo lo contrario de ese «más y más»… que se le
recomienda por parte de aquellos que no la conocen por su nombre y que no
saben quién es ni como es. Lo he dicho tantas veces en esta obra, y sin
embargo no me resisto a repetirlo aquí: uno debe abrirse y otro cerrarse, uno
hacer y otro dejar de hacer, uno debe hacer esto y el otro eso. «Lo que para
uno es medicamento… para otro es veneno». Y alguien debe saberlo, y
estando cerca de ti, codo con codo, debe intentar «hacer comprender a la
mente… que debe aceptar eso por su propio bien». Quizás se entienda o
quizás no, ¡pero debe intentarse!
Necesitamos un Instructor que trabaje sobre nuestra mente particular,
porque nuestra mente no está «formada» en absoluto. Es una cosa como
embrionaria o más bien «prematura» y sin apenas organización
interna. Y esto debe ser tenido en total consideración y seriedad, porque
nuestra mente, a pesar de lo elaborado de nuestra educación obligatoria e
incluso académica, es un simple «producto del azar». Por el contrario,
nuestro cuerpo tiene una organización admirable y complejísima,
porque su construcción no ha sido humana y deberemos utilizarlo como
un modelo a copiar.
Esta idea puede parecer sorprendente, porque todos creemos que el pensar
es superior al sentir por ejemplo, y no digamos a la sensación; y que el
cerebro es un órgano de naturaleza superior al resto del cuerpo. Y lo es, es
así, nuestro cerebro es lo más sofisticado que conocemos en el terreno de lo
natural, ¡pero nuestra mente no lo es! Y por eso toda la disciplina que se
precisa en una primera fase es la de «dar estructura a nuestra mente»,
darle educación, luego armonía, luego funcionalidad y más tarde «unidad»
y unas cuantas habilidades diversas.
Y todo el secreto será el lograr «alcanzar la sensación del cuerpo físico»…
¡y entrar allí! Allí está la «perfección necesaria de las energías vivas» a las
que vamos a dejar actuar libremente, porque ahora sí, la mente no nos
molesta ya con sus locuras. Se puede decir, cual si pretendiera ser una
paradoja, que «una vez que hemos llegado al cuerpo… ¡ya hemos
llegado!». Esto se debe entender bien. Por eso, trabajar con la sensación
no debería cansarnos nunca, porque es lo fundamental después de un breve
trabajo con la mente (a condición de que esta no fuera «obtusa y
obstinada», que si lo es. Ounspenski señalaba que el rasgo general que más
nos obstaculiza el progresar es la «obstinación»; en todas sus variantes,
añado yo).
Existen esos Seres que son capaces de actuar sobre nuestro interior
con «benevolencia absoluta», simplemente «emitiendo algo» de sí mismos
que influye en nuestro ser más real. Para Ellos, los Maestros, todo nuestro
respeto y gratitud.
Sin embargo en otros casos, y esto suele ser general, no debemos
conformarnos con palabras o discursos que equivalgan a recibir postales del
paraíso. Se necesitan planos, direcciones e indicaciones concretas de por
dónde ir y por dónde no ir. Y alguien que chequee continuamente que eso
está siendo así. No queremos que nuestro apreciado joven se quede
atascado para siempre en la autopista mirando una postal. Estamos seguros
de que habrá aprendido y que en el próximo intento, sin renunciar a las
postales, buscará también «instrucciones personales y precisas».
Necesitamos que se despierte nuestra emoción mediante bellas postales,
por supuesto que sí.
Pero también necesitamos que se nos hable
en ese idioma que mi mente entiende
para recibir indicaciones concretas.
Porque sobre todo el buscador necesita que se le hable a él personalmente.
A él.
35. La falacia de «la paralela infinita» (la «asíntota»)
Por ella nos colocamos en una «agradable y esperanzada» posición desde la que
creemos que podemos continuar todo el tiempo que queramos, saboreando
anticipadamente un logro… ¡que nunca alcanzaremos, de seguir así! Equivale a
lanzarnos al río para cruzarlo y a mitad de trayecto, percibiendo ya con toda nitidez
y claridad los contornos de la «soñada orilla», nuestro embeleso es tal que nos
proponemos navegar por medio de él de forma indefinida. Días y días de navegación
admirando y alabando lo que vemos en esa orilla donde vamos a arribar. Por
supuesto que no dejaremos de ver nuestro destino como casi logrado, continuamente
ahí mismo, como si siempre estuviera al alcance de la mano; pero justamente por
eso, y como para celebrarlo, porque estamos tan contentos, seguiremos por medio del
río cantando maravillados las glorias de esa otra orilla… ¡a la que está claro que, en
el fondo, parecería que no queremos ir!

Esta falacia es muy poderosa y realmente nos seduce por medio de una
satisfacción engañosa y prematura: en un momento determinado de la
búsqueda, al comprobar quizás simplemente la real existencia de aquello
que soñábamos… ¡ya nos sentimos satisfechos, incluso más allá de nuestras
expectativas y empezamos a gozar! Aunque sea solo de «ver», «cantar» o
«celebrar»… la inminencia de la culminación. Aún nos sabemos lejos de
aquello que ansiábamos, pero por fin comprobamos que «si hay» lo que
yo soñaba, aunque dudaba que existiera; «que ahora sí está»… fácilmente
al alcance de la mano. Y quizás somos espíritus tan agradecidos, o tan
conformistas, que nos es suficiente con ese tipo de relación con nuestra
meta. Como un enamorado… ¡nos contentamos con Mirarla!
No comprendemos que por mucho que la cantemos, por mucho que la
alabemos o por mucha gratitud que expresemos… ¡no nos estamos
acercando ni un milímetro a ella! Estaremos siempre cerca, muy cerca;
estaremos siempre a punto, ¡muy a punto!, pero nos habremos transformado
en una curva «asíntota», en una línea que se acerca y se acerca a otra línea,
¡pero que nunca llegará a juntarse a ella! Como nos enseña la matemática,
solo en el infinito se juntarán esas dos líneas. Es un cierto consuelo, sí; pero
el problema es que no sabemos que de seguir así, instalados en esa
trayectoria asíntota, nunca llegaremos. No comprendemos que por nuestra
desbordada alegría nos hemos auto-condenado a «no llegar».
En general esta situación se establece con gran frecuencia en dos tipos de
condiciones: o por «goce prematuro» o por «esclavitud».
En el goce prematuro incurren aquellos que disfrutan inmensamente
«simplemente cantando y alabando» la Gloria que ven allí mismo, ya
desde el medio del río. Son por decirlo así los «poetas» y los «devotos».
Ambos adoran la belleza, de tal o cual aspecto de lo Real, que les produce
una intensa emoción positiva, eufórica, incluso extática. ¡No se pueden
contener! Y se les entiende fácilmente dada la inesperada Gloria que se
manifiesta en algunos momentos del camino; incluso a poco que se avance
en este trayecto hacia lo real. Y por supuesto que no cabe la mínima crítica;
nosotros personalmente, lo entendemos muy bien.
Es casi inevitable durante un periodo mayor o menor de tiempo, sobre
todo al comienzo, cuando «se empieza a experimentar estados positivos
nuevos». Estos buscadores entusiasmados nos regalan a los demás con
canciones espontaneas o promesas amorosas y poéticas, dirigidas a esa
«belleza» que acaba de surgir ante sus asombrados ojos. Y eso es muy de
agradecer por nuestra parte, pero ellos se están confundiendo al
«conformarse» con ello y quizás pierdan para siempre la oportunidad.
¿Cuándo dejaran el devoto y el poeta de cantar, para entrar al fin en la
soñada orilla, en esa bella ciudad?
Esta particular falacia poética o devocional se supera, aunque lleva su
tiempo, solo cuando aprendemos a «no reaccionar emocionalmente»
ante las «experiencias positivas» que nos esperan y que se manifestarán
indudablemente, toda vez que nos acercamos de forma decidida a nuestra
meta. Pero este no «reaccionar emocionalmente», no es nada fácil al
comienzo. Por eso se dice que un buscador en una primera fase debe aspirar
a lograr experiencias confirmatorias positivas, y luego debe aprender a
«recibirlas en un silencio total». Es perfectamente posible, y la «capacidad
de adaptación» que todos disponemos para «acostumbrarnos» a lo mejor y a
lo peor, nos va a ayudar. La «embriaguez» propia del místico en la fase de
«dones» o regalos, cantada en formas particularmente bellas por los sufís y
por la mística española, debe dejar paso a la «sobriedad»; donde parecería
que no hay celebración, pero si la hay: ¡simplemente sucede que va por
dentro, se ha interiorizado!
Nos acostumbraremos al goce, a la positividad desbordante, incluso a
algunas formas de algo que se puede parecer al éxtasis, donde se puede
exclamar: «No puedo más. Mi experiencia es tan intensa ¡que no puedo
más!». Pero habrá que «poder», nos iremos acostumbrando poco a poco; y
por ello mismo, por nuestra sobriedad, incluso parecerá que la misma
experiencia ha perdido brillo e intensidad. Temeremos que hemos perdido
algo, pero no será así, solo es que ahora ya estamos familiarizados con ella.
Y empieza a ser algo natural. ¡Antes nos desbordaba! La experiencia
positiva antes «caía» sobre nuestra personalidad pero ahora nutre
silenciosamente nuestra esencia.
Esta situación de goce prematuro es propia también de los «pensadores»,
mejor dicho de los que piensan en exceso, o de aquellos que aman la
«descripción», la «reflexión» y la «explicación» por encima de todo.
Describen fascinados los detalles, las circunstancias, los procesos, las
condiciones, las posibilidades e imposibilidades, y hacen conjeturas,
comparaciones, y análisis sin parar. Este es el problema: ¡que lo hacen sin
parar! Que no les basta con nada, que siempre quieren más y más
elaboración conceptual (que por lo demás puede ser muy interesante en sus
contenidos). No paran de hablar y de hacer teorías y discursos sobre esa
maravillosa orilla que ahora ven tan cercana.
El problema es que el «pensamiento», con sus criaturas, las ideas, pasa
a ser el acto central de su actividad, quedando como relegada la
«intención original» de lograr algo, de llegar a un «sitio concreto». Y puede
ser un pensamiento creativo y gozoso o más bien, en sentido negativo, una
especie de «obsesividad» mental casi patológica. Y aunque pudiera ser que
ese pensamiento sea vivo y nos dirija hacia la acción en raras ocasiones, sin
embargo en casi todos los casos acaba por paralizarnos en especulaciones
estériles. Entonces el hombre ha tejido un capullo de pensamientos
alrededor de su propia cabeza, como si fuera una tela de araña… ¡y ya no
podrá salir de allí! ¡Ama más sus pensamientos sobre la realidad que a esta
misma!
En su defensa diremos que aunque el «pensar» ha sido calificado como el
gran obstáculo para la realización, nosotros creemos que no es así. Por el
contrario nos parece imprescindible un «intenso y correcto pensar activo y
crítico», como señala el budismo; por la sencilla razón de que nosotros no
«pensamos intelectualmente» casi nunca, ¡casi nunca! Sino que
simplemente estamos como «rumiando siempre el mismo tipo de
pensamiento», que no acabamos ni de digerir ni de vomitar, y que gira
además alrededor de alguna emoción de «negatividad soterrada». El
pensamiento mecánico y repetitivo es siempre de raíz emocional, ¡casi
nunca intelectual! Obsérvese bien y compruébese la veracidad de lo aquí
dicho, tanto en uno mismo como en los demás. Por eso hay que pensar
mucho y bien, por eso hay que estudiar mucho sobre la búsqueda y
además hay que aprender «humildemente», desde la posición «del que no
sabe».
Recuerdo aquí, todavía con estupefacción y pena, a algunos antiguos
compañeros de juventud practicantes de «meditación» (bajo la guía
lejanísima de un maestro de esos que da charlas generales para todos por
Internet y jamás tiene una conversación personal con aquellos a los que
dirige, incluso durante décadas), estos señalaban con orgullo (?) que ellos
no necesitaban saber que era el Yoga, o el Vedanta, o el hinduismo y la
meditación en general. ¿Para qué, decían? Qué importancia tenía saber que
es todo eso que ellos practicaban desde hacía más de cuatro décadas, el
cómo se practicaba, cómo había sido desarrollado, qué condiciones
mentales y físicas requería, qué experiencia tenían otros millones de
practicantes que lo habían ensayado antes que ellos. ¿Para qué? ¿Qué
utilidad podía tener todo eso? Ellos solo escuchaban y seguían y confiaban
en un hombre, que parecía experto. Solo les importaba lo que él decía, que
lo repetían incansablemente en un intento, sin duda, de apropiárselo por vía
mental. ¿Pero y los demás? ¿Los demás maestros, las demás enseñanzas
equivalentes, los demás enfoques, las demás aportaciones de nuestra
psicología e incluso sociología a ese trayecto de evolución? ¿Qué interés
podía tener el resto de cosas relacionadas? Para ellos: ¡ninguna! Es evidente
y triste reconocer que habían transformado un camino ancestral y muy serio
de auto-transformación en una «cuasi-religión particular» de adolescentes.
Y por supuesto, ahí se quedarían.
Por eso hay que estudiar, hay que preguntarse, hay que dudar, hay que
poner a prueba, hay que discutir incluso… ¡para saber por uno mismo y de
verdad! Pero, con esta condición: que igualmente que se utiliza el
pensamiento en una etapa determinada, igualmente se lo abandona en la
orilla a la que ya hemos llegado. Y se queman los libros y también las
ideas. No se necesitarán más porque si ya hemos llegado, ahora estamos…
«por encima de las palabras». ¡Nos toca a nosotros crear un nuevo lenguaje!
La segunda situación de esclavitud sucede cuando nos atamos,
«aferramos» o nos dejamos condicionar, o esclavizar por la misma escuela,
enseñanza o maestro que elegimos para despertar. Nos atamos a ellos como
lo hicimos con nuestros padres, y luego con las «autoridades culturales» de
todo tipo (no solo las así llamadas espirituales, sino otras igualmente
dañinas como personajes históricos famosos vacíos de todo valor, artistas
desequilibrados, pensadores estériles y «realmente cenizos», políticos
falseados y hombres de poder económico y social en general con los que
por su supuesto brillo nos hemos identificado también). Nos atamos a ellos.
Pero en los buscadores este apego es particular.
En nuestros trabajos por liberarnos, nos hacemos dependientes de ellos
(ideas, compañeros, maestros, institución, etc.), y creamos unos «lazos de
autoridad» que se muestran como imposibles de soltar. Entonces damos
vueltas y más vueltas, nos centramos en esto y en aquello, nos
obsesionamos con este y con el otro… ¡y todo son simples relaciones
humanas exclusivamente; psicología barata sin más! Todas relaciones de
escasa calidad. Soñamos que estas «nuevas relaciones» nos liberaran si
persistimos en ellas, pero ¡nunca nos liberarán! Y pasan los años y
seguimos parecido con una leve esperanza de «a ver si este año si» ¡Somos
esclavos del grupo, de la enseñanza o del guía, o… de los tres a la vez!
La «institución» nos ha atrapado, pero nadie tiene la culpa porque la
institución no «es nadie»… ¡somos todos! Todos somos benefactores
primero y víctimas de ella… después. Y por eso continuamos en el grupo; a
ver si por fin se me escucha, se me concede importancia, se me ataca
menos, se me quiere más, se me dan las claves, se me promociona para
recibir más instrucción, se me dan cargos de responsabilidad, se me
reconocen mis avances, se me introduce en el circulo interno donde están
los favoritos o iniciados, etc. Y el tiempo pasa y pasa y yo he quedado
atrapado en una relación tan mundana como la primera que tuve en la
vida… ¡si no peor! ¡Estoy preso de simples emociones o «transferencias»
de emociones personales como cuando era un joven inseguro e
inestable! Esto es lo que la gente ve en casi todos los grupos de buscadores,
porque por desgracia suele ser lo que hay. De ahí el descrédito de las
búsquedas y de los grupos de búsqueda hoy en día. Es así, ¿qué le vamos a
hacer? Una triste realidad.
Detectar los trayectos de esas curvas «asíntotas», que prometen llevarnos
pero que nunca nos llevarán, es necesario porque hay que desistir de ellas.
Y puede doler.
Porque tarde o temprano el poeta y el devoto,
como el pensador estéril
y el auto-esclavizado por promesas psicológicas…
¡deben desaparecer!
Se debe comprender que hay que abandonar los cantos y éxtasis del devoto,
la reflexión continua e inacabable del pensador compulsivo
y el temible apego emocional a todos los aspectos humanos de la búsqueda…
¡y pisar la otra orilla!
Abandonar a su suerte la barca.
¡Y Entrar!
36. La falacia máxima
Nos dice que todas las creencias, suposiciones, emociones, fantasías, mitos,
especulaciones, imaginaciones y aproximaciones arquetípicas o neuróticas, elaboradas
mentalmente en base a su «ordinaria» experiencia de la vida, que encuentra un hombre en
sí mismo ya formadas y que luego maneja, o mejor, es manejado por ellas toda su vida,
son «valiosas y verdad en alguna forma» y no pueden ser desechadas, porque es lo que
pertenece a nuestro más puro sentido común. Y porque además ellas justifican nuestra
pertenencia al colectivo de buscadores: ¡es todo lo que constituye nuestra mente! ¿Cómo
desconfiar de ellas si es lo único que tengo para seguir buscando? Afirma esta falacia
máxima que ellas, las falacias (mejor dicho: esos «complejos productos mentales» que el
hombre encuentra espontáneamente ya formados en sí mismo) permitirán que el hombre
llegue donde se propone, que son un «instrumento irrenunciable». ¡Que las necesita a
casi todas ellas! Que si las observa inquisitivamente, las descubre, las estudia, las
interroga y las abandona se quedaría sin instrumentos para «continuar su búsqueda por
la conciencia». La falacia máxima afirma que la teoría de las falacias… ¡es una simple
estupidez!

Pero debemos intentar comprender…


Que lo Real no podrá nunca posarse sobre los «contenidos de mi mente»,
ni sobre mis pensamientos, ni emociones personales, ni sensaciones
particulares, sino solo sobre mis «energías» que estén libres de una forma
humana artificial.
Que nunca mis «actos humanos», cualesquiera que sean, podrán cambiar
mi Ser, aunque sí que pueden dar lugar a múltiples «manifestaciones» (de
ese Ser en la vida).
Que nunca gozaré con la «personalidad humana» el logro Supremo al que
aspiro, el premio lo recibirá un ser humano natural y esencial, no este
«personaje».
Que la simple y limitada «comprensión intelectual» no será suficiente, que
necesito saber, sentir y ser simultáneamente.
Que jamás seré algo más que el Hombre Verdadero, que ahora mismo «ya
soy», que mi ser ya es «insuperable».
Que no será nunca en «otro lugar» sino «en estemismo Lugar».
Nunca en otro tiempo que «en ahoramismo».
Que la «otra» orilla que creo ver está en «estamismaorilla».
Y que el río proceloso que parece que me separa, no separa sino que une;
y que es justamente ese… «el río que me llevará».
Y que no hay pedazos rotos e inservibles, sino un maravilloso Jarrón.
Que no sucederá exactamente, y exclusivamente, por mis «méritos
personales».
Ni por mis esfuerzos «forzados yoicamente» con ambición o temor.
Ni por el exclusivo desarrollo de un «poder personal» acumulado como
buscador.
Ni por un proceso de expansión mecánica o gloriosa, al modo humano, del
«yo» (no hay grandiosidad apabullante sino naturalidad e intimismo
cordial)
Ni por una gigantesca, exclusiva y obsesiva entrega solo a la búsqueda
(despreciando, ignorando o marginando a la vida).
Ni por «dividirme» en dos contrarios durante el esfuerzo y no buscar la
«reintegración absoluta»: el Uno.
Y que nadie podrá, ni querrá, «deshacer mi mente», sin mi colaboración.
Porque bien mirado, ahora ya sé que no lo deseo con todo mi ser, solo con
«partes» de él (porque soy un ser bifronte entre el Creador y su creación)
Y que no lo puedo «comprar», ni conseguir en un «trueque», con nada.
Ni lo lograré de «un solo paso» sino va precedido de una sistemática
preparación.
Ni alcanzaré nunca algo que parezca estable y quieto, sin vida. ¡Panta
rhei!
No «encenderé el Fuego» sin utilizar una entrega y una sinceridad
apropiadas en la tarea de frotar.
Pero sé también que cualquier «avance», cualquier intento aún pequeño,
tendrá utilidad y quedará «registrado».
Ahora sé que no hay un «feroz guardián» que me rechaza, soy yo y mi
división interior.
También que necesito un «instrumento adecuado», mis manos actuales no
lo son.
Y que trataré a mi sombra, cristalizaciones y topes, con piedad,
inteligencia y respeto, pero sin abrazarla, ni consentir en su acción.
He comprendido que mi amor al Vacío, a la nada, es un infantilismo
«escapista» y un «sinsentido».
Y que no debería esperar ¡jamás! a la muerte para «comprender».
Y que no me haré comprender por nadie que no tenga una preparación
adecuada, por más que yo lo intente.
Y que no debo creer, ni dar por reales, a imaginarios personajes
«históricos» (liberándome así para siempre de su nefasto «efecto de
autoridad»).
Ni el pasado, con sus mitos de los orígenes Ideales, y esos héroes con sus
«gestas», serán un modelo válido para mí.
Sin embargo, aceptaré con gratitud la Visión más «elevada» que me den
los «que ven más que yo», logrando conocer así con precisión mi «futuro
esencial».
Y que cuando se realice en mí lo que yo espero
Será porque por fin he llegado a ese tramo del camino de «Solo
Encontrar».
Donde llueve día y noche.
Y no seré, ni imitaré, ni haré, como ningún «conocido o famoso maestro».
¡Solo seré como Yo!
¡Simplemente, será… El Yo!
37. La falacia imposible
La «búsqueda» y el Encuentro
Nos dice que tenemos que esforzarnos y centrarnos en buscar una salida a esta
situación de incapacidad y desorden interior en la que estamos. Que necesitamos
un arduo trabajo para recorrer ese camino que nos llevará poco a poco hacia
nuestras queridas metas. Lo haremos con gran humildad, con notable dificultad y
con grandes sacrificios, pero no importa, porque nuestra mísera naturaleza de
hombres dormidos logrará al final aunque solo sea un pequeño atisbo de
claridad, de luz y de verdad. Toda nuestra vida habrá sido empleada en una
humilde búsqueda. Es lo máximo a lo que podemos aspirar. ¡Tenemos que Buscar
sin descanso sabiendo que, Eso que buscamos, aún no está!

No se pretende, ni mucho menos, confundir al lector o desarrollar


sofismas o hacer juegos de palabras. No se trata de afirmar que todo lo
anteriormente dicho acerca de la necesidad de la Búsqueda casi como eje de
la vida humana es falso, o cuando menos inexacto. No, no se pretende
burlar la lógica ni deshacer lo ya hecho, ni desdibujar la valía de lo que es
un buscador. La «búsqueda es sagrada», la mejor acción de un hombre
que se siente separado.
Pero…
Se trata de ser justos con lo que se nos presenta delante de los ojos, y con
su naturaleza «asombrosa», con el carácter mágico de la realidad que
podríamos caracterizar como la «última». Ya hemos dicho que vamos en
dirección al misterio, a la paradoja absoluta, al «desconocimiento», y
que solo él es el que nos permitirá conocer de otra forma; o sea
«conocer de verdad». Por ahora lo único de lo que somos capaces es de
conocer de forma «tentativa» o provisional o humana, pero no real. Vemos
la verdad tal como se presenta para los hombres, la realidad que pueden
conocer las mentes humanas, las cosas como son para nosotros; pero esto
está muy lejos de la «realidad en sí misma». ¡Y la realidad en sí misma se
puede conocer más y más, mejor y mejor, digan lo que digan los filósofos y
otros agoreros! Pero es verdad que antes ¡habrá que Despertar! O sea,
entiéndase bien: para conocer lo Real «habrá que interrumpir el deseo
compulsivo de conocer y conocer, de forma ordinaría, y centrar
nuestros esfuerzos en Despertar». Luego empezaremos a conocer de
nuevo pero nuestro conocimiento tendrá Otra Nueva Cualidad.
Ya se ha dicho que la conciencia no es lo que parece, y que su verdadera
naturaleza es «impensable». Por eso, para no ser injustos con el carácter
último de lo real, nos arriesgamos a evocar aquí la falacia «imposible»;
aquella que no se deja tratar en lo más mínimo por nuestras capacidades de
comprender; aquella que hace saltar por los aires nuestro sentido común.
Aquella que parece pretender volvernos locos, negando todo lo que
trabajosamente hemos acumulado de certeza, claridad y decisión sobre la
«búsqueda y su valor». No estamos negando la validez rigurosa de las
falacias previas, sino poniéndolas el broche final.
Esta última falacia es un homenaje agradecido a la búsqueda y al
buscador.
Cuando en un hombre se produce el despertar de al menos una «unidad de
autoconsciencia transcendente» (como si fuera un simple «cuantum» de la
conciencia, en este caso de la del «darse cuenta por primera vez de que
estoy dormido», lo que equivale al «primer paso» en dirección al despertar),
se abren ante él dos grandes caminos: el de la Búsqueda y el del
«Encuentro». Dos diferentes posibilidades, dos trabajos distintos, cada uno
igual de serio que el otro, «encontrar o buscar». Dos caminos distintos, muy
distintos, cada uno con sus dificultades intrínsecas, sus peculiaridades, sus
esfuerzos, alegrías y riesgos diferentes. Dos caminos rigurosos que tienen
cada uno sus propias leyes, y exigen ambos dos, una gran entrega y una
gran sinceridad. Pero, mientras que en la búsqueda iré Cambiando
progresivamente; en el encontrar me iré Transformando desde el
primer día.
¡Nadie crea que en el camino del Encontrar y recibir, no tenemos que
hacer nada y entonces podremos seguir dedicándonos a nuestra vidilla
diaria, llena de ansiedad, miedo, celos, ira, fatuidad, e histeria, mientras nos
distraemos sin la más mínima culpa con la televisión y los medios! (Que
son esos sitios donde vivimos la vida a través de las emociones, los actos y
los pensamientos de los otros). Pero nadie crea que estamos gozando
cuando hacemos eso: nuestro sufrimiento es atroz, y algún día lo
comprobaremos. Nuestra mente arde de incomprensión y perplejidad
mientras mastica basuras. Y nuestra esencia llora abandonada en nuestro
interior.
La búsqueda es bien conocida por todos nosotros porque, aunque casi
nadie la sigue por mil razones, sin embargo es compatible con la
experiencia común de toda nuestra vida: ¡cuando queremos algo… vamos
tras ello, lo deseamos, lo ansiamos, lo soñamos! Por eso, este camino de la
búsqueda está perfectamente iluminado y señalizado, por el consenso social
que nos lo permite visualizar con gran facilidad. ¡Ahora hijo mío… a buscar
en la vida!
Por el contrario, el camino glorioso del «Encontrar», no corresponde
a nuestra «experiencia reconocida como tal», y por ello apenas se le ve.
Es como delgado, sutil, frágil, y apagado, porque tiene muy poca
iluminación. O sea que por más que nos esforcemos no lo conseguiremos
ver: su entrada es mucho más estrecha que los caminos de búsqueda. De
hecho, la mayoría de los buscadores no creen en él.
Por el contrario, unos cuantos ingenuos creen que son expertos en él, que
este camino es fácil, adaptado a sus pasividades y vagancias naturales, a su
miedo al esfuerzo, al compromiso y a la seriedad. Creen que pueden ser
indulgentes e insinceros toda la vida y al mismo tiempo imaginar que
«están recibiendo la Realidad», o sea que «ya» son budas despiertos e
iluminados. Se dicen a sí mismos que ya son perfectos, mientras la angustia
y la ignorancia les atormenta; se dicen que ellos no tienen nada que trabajar
sobre sí. No se acercan ni a mil metros de nadie que les pudiera decir algo
significativo sobre el buscar o sobre el encontrar, para no ser vistos en sus
miedos y autoengaños. Y no salen de casa, de su casa refugio, por miedo a
que el viento de la «verdad» les ponga al descubierto.
No saben que encontrar es más exigente que el buscar porque al
encontrar «ya eres tocado por algo mayor que tú» desde el primer
momento. Mientras que en la búsqueda puedes seguir soñando e
imaginando «a tu estilo», viviendo en tu fantasía hasta que llegue el
momento de empezar a experimentar de verdad, que suele estar muy lejano.
No entienden que encontrar te exige cambio y transformación desde los
primeros pasos; y que sientes enseguida que hay otra Voluntad en el mundo
que no es la tuya y que ¡actúa sobre ti!
Y sin embargo en el fondo, el «encontrar» constituye «toda nuestra vida»:
hemos encontrado el cuerpo, el mundo entero, a los otros, al pensamiento,
la sensación, al dolor, a las ideas, al cielo azul, al amor, al miedo, al ojo en
nuestra cara, a la humedad, etc. Todo, lo conocido hasta ahora, nos lo
hemos encontrado. ¡Todo me ha sido dado! ¡Nunca fuimos a buscar la vida
entera! ¡Se nos dio! Encontramos el hambre torturante en la tripa y a la vez
el pecho cálido y saciador, junto con la mirada ilimitada de amor de mamá,
y además el temor de perderla y también la esperanza de recuperarla más
allá... ¡Lo encontramos todo hecho! En realidad yo solo he intentado
pequeñas manipulaciones con mayor o menor éxito: !a eso llamo vivir!
Durante una época de mi vida, joven aún y confuso, inseguro de mis
capacidades y de las posibilidades de alcanzar algo «sustancial», me vino a
la cabeza una fórmula que yo sentía como absolutamente válida y real, tanto
desde mi pura lógica como desde mi intuición. Esta decía así: «La
Realidad nos es enteramente dada. ¡Enteramente! El Ser también».
Repitiéndome, casi como un mantram, esta especie de idea central, que yo
sentía como indudable, aunque no pudiera alcanzar todos sus efectos y
posibilidades, y aún entendiendo que solo manifestaba su sentido para mí
mismo, fue apareciendo en mí de una forma espontanea algo de consuelo al
comienzo y más tarde una nueva «esperanza» en la Grandeza
incomprensible de «esa Realidad».
Pero volvamos a esta experiencia del «encontrar» que puede corresponder
a lo conocido en las tradiciones como «Gracia», acción del Paráclito, efecto
del Darshan del Maestro, aparición de la tercera Fuerza de reconciliación, o
a la Perfección Inmanente de todo, o a nuestra Verdadera naturaleza de
Hijos de Dios; y a muchas cosas más.
Porque cuando un hombre pisa un solo baldosín de ese camino, ya
empieza a recibir «impresiones Reales», ya se empieza a alimentar con
ellas, ya comienza desde el primer día a agradecer, porque las experiencias
se suceden unas a otras sin control. Pero ¿qué es lo que recibe en realidad,
si como se nos ha afirmado previamente el hombre está dormido, dividido,
y es artificial y falso en casi todo lo que constituye su ser? ¿En esas
condiciones qué puede recibir de valor? ¡Recibe Lo que Hay! ¡Percibe lo
que Está! ¡Asume lo que Es! ¿Y cómo lo hace? Muy fácil, recibe lo que
«Hay delante» con gratitud continua, percibe lo que «Está presente» sin
interrupción ni distracción; y asume lo que «Es» sin conocerlo, sin
preferencia ni elección. Había dicho que era muy fácil, pero ahora al
releerlo me digo a mí mismo, y confieso a todos: ¡muy difícil!
Tremendamente difícil.
¿Qué hombre está dispuesto a esto? Muy pocos, porque como se puede
entender equivale a la «muerte del yo», a la entrega más absoluta a lo
que constituye la Realidad… ¡desde el primer paso! Muchos entienden
que «encontrar» puede ser algo así como darse un agradable paseo con su
pareja un soleado día por un bello lugar y tomar un refresco y ver el cielo o
el mar, y que nada les duela, ni siquiera los recuerdos, los temores, los
celos, y que todo sea muy agradable mientras yo recibo el ser de la tarde en
mí. Me digo a mí mismo: ¡cómo me gusta el camino del encontrar! ¡Qué
bien lo hago! Pero si se nubla el sol, o me tuerzo el tobillo, o me empuja
una bici, me encuentro a mi vecina, el refresco está caliente o mi pareja se
pone de mal humor o me saca el tema «aquel»… ¡paso del cielo al infierno
en un segundo y ya no quiero recibir más!
Encontrar o recibir no es buscar estar a gusto, sino dejarse penetrar por lo
real. Y muchas veces habrá «gloria», pero no siempre «gusto personal».
Porque la Presencia continua de lo Real es ¡casi insoportable para
nuestro ego!
Es muy clara la diferencia con el Buscador, porque este busca lo que él es
capaz de representarse como logros posibles y metas alcanzables, y estas
representaciones de la posibles metas son productos de su mente y de su
esencia a la vez, pero productos personales, que cuando se alcanzan dan
paso a otras más reales y de más valor en sí mismas. O sea menos
construidas por mí, menos subjetivas. ¡Pero metas al fin! El buscador
trabaja con su capacidad de «Visualizar o ver con la mente» pero el que
encuentra trabaja desde el primer momento con la «sensación corporal o
incluso celular». ¡Recibe con su cuerpo!
Porque en el camino del Encontrar, el hombre, como ya hemos dicho,
recibe desde el primer instante «Lo que Hay», ¡y lo que Hay ya es Sagrado
por ser Real! Recibe lo que ya está delante de sus ojos, lo que ya puede
tocar con sus manos, lo que ya le está llegando, lo que ya se le está dando;
ese ser en el que ya está metido lo quiera o no. Esa realidad en la que ya
está viviendo, lo desee o no. Esa realidad de la cual su ser participa sin
alternativa alguna. Esa felicidad o tristeza, esa alegría o pesar, ese éxito o
fracaso, esa limitación, esa pequeñez, esa aparente «nadidad», esa simple
humanidad, ese doloroso alejamiento, ese silencio, esa continua sensación
de separación... Todo eso lo recibe de todo corazón. Lo bebe todo, hasta la
última gota del cáliz sagrado de lo que «esta ahora mismo delante de él».
Agacha su cabeza ante lo que Es. Y se dispone a morir psíquicamente. ¡A
Morir antes de morir!
Lo recibe todo, lo agradece todo, lo digiere todo y lo incorpora todo a su
propio ser. ¡No rechaza nada! ¡No elige nada! ¡No descarta nada! ¡No
prefiere nada! Pero, y esto es lo más importante, esta es la clave verdadera
del asunto: ¡No desea nada más que lo que Ya Hay! ¡No desea ser más
que Lo que Ya Es! Y claro está que eso es lo que podríamos imaginar
como una dificultad para nosotros; pero para él no lo es, porque entiende
bien lo que esto significa. Respira solo el aire que le llega, bebe solo el agua
que le moja, y se alimenta exclusivamente de aquello que se le ofrece al
paladar.
Nunca se niega a «recibir lo Grande, lo Alto, lo Superior. Nunca se
cansa. Lo recibe y lo incorpora, lo hace suyo, y hace que forme parte de su
ser. Por eso comienza a transformarse muy rápidamente, a condición de que
no cese de recibir, de absorber… ¡de dejarse transformar en un ser nuevo!
Sin elección personal, sin deseo particular, sin preferencia propia. Nunca
rechaza lo que viene, lo que llega, ¡lo que se le da! Porque todo ello es
Sagrado, ¡completamente!, y porque todo ello viene de ese Ser que le
dio su «ser».
Y si viene una alegría la recibe abandonado hasta la raíz la pena personal,
y si viene una luz la recibe y se permite «Ver» lo que había en su oscuridad.
Y si viene sabiduría deja de pensar como un tonto mezquino; y si viene
voluntad la recoge y la hace suya y la utiliza para el «bien». Abandonando
para siempre la queja por la Alabanza, la exigencia continúa por la Gratitud,
olvida la desconfianza y recupera la ingenuidad. No llora, no suspira, no
tiembla, no duda y ya nunca «desafía» al Todo. Y si un día llega una
Presencia Nueva, la «encarna en sí mismo», y deja a un lado su
miserable humanidad.
Si viene el éxtasis de amor, se olvida de todos los dolores del mundo.
Si viene la Unidad, jamás se siente separado de nada.
Si vienen «esas cosas» que antes él llamaba salvación, iluminación,
liberación, etc. las recibe sonriéndose para sus adentros.
¿Porque que significan esas palabras ahora para él?: ¡nada, casi nada!
Pero las recibe también.
Jamás dice no.
Jamás dice luego, mas tarde.
Jamás dice ya vale, no quiero más Amor.
¡Jamás!,
Desde el primer paso hasta el último es un servidor de la naturaleza
gloriosa de la creación o del Creador. Pero aquí no hay posible engaño
porque desde el primer momento lo que se recibe Quema y
Transforma. Si un hombre sigue igual un año después por más que diga
que él reconoce la Unidad, la Presencia, el testigo, o su naturaleza Real, si
no se ha transformado, si continua con las mismas dudas, quejas y
angustias, ese hombre no ha pisado el camino del Encuentro. Habrá iniciado
su trayecto por alguna ruta de la búsqueda, que son siempre muy
respetables, pero inciertas.
Pero lo curioso es que todo trayecto de búsqueda acaba
en «otro de encuentro».
Lo que no queremos hacer ahora lo tendremos que hacer, obligados,
después: ¡nos tendremos que dejar encontrar!
Al final siempre esta esa zona final del camino donde «llueve sin
parar».
Imposible darse la vuelta e imposible abrir un paraguas protector.
Sin embargo todo esto es tan difícil de aceptar para colocarlo en su sitio
correcto, que un «todavía buscador» se levanta y pregunta algo desafiante:
«Verás, si como dices es un camino tan inexpugnable, tan directo, tan
Perfecto en su ejecución, ¿cómo es que no se habla casi nada de él, cómo es
que no se nos invita a seguirlo por casi nadie?».
Pero lamentablemente eso no es así. Desde el primer momento se invita al
buscador a que «acabe de serlo», a que se deje empapar por la positividad
de la Omnipresencia absoluta del Creador.
Solo se trata, como los clásicos ya sabían, de vivir en su Permanente
Presencia.
Pero los buscadores tienen muchas ganas de buscar, y de vivir buscando y
de sufrir «no encontrando», o de «encontrar», sí, pero solo «después de»…
El hombre al que se le dice Tú ya eres, Tú ya puedes,
¡Recibe lo que Hay y da las Gracias!
¡Déjate encontrar y desaparece como hombre y como buscador!;
un poco enfadado te dice «bueno… bueno, sí, pero…»
y se lanza como alma que lleva el diablo a un camino de «buscar».
No te cree, ¡qué le vamos a hacer! Yo tampoco creía.
Nuestro «impulso Kármico» nos obliga a «actuar».
EPÍLOGO

Hasta aquí, querido amigo o amiga, se han desarrollado las posibles falacias
que se encuentran agazapadas, respirando nuestro propio oxigeno, en todos
nosotros; y a las que compartimos con notable resignación.
Pero ahora tenemos una posibilidad de elegir entre continuar el
camino de «buscar» o ensayar el de «encontrar». El de «buscar» ya lo
conocemos, el otro no.
Podemos decidir con la convicción de que acertaremos; siempre acertamos
haciendo algo, intentando algo, arriesgando algo, iniciando algo y pagando
por anticipado sin que nos lo pidan.
Siempre acertamos al cambiar de actitudes y hábitos, al aprender a hacer
lo que no sé, al intentar ver a lo que no comprendo y a dejarme conducir
más allá de lo que yo mismo conozco y controlo.
Y muchas veces, porque lo haremos con inteligencia máxima, completa
prudencia y sinceridad total, ¡acertaremos! al querer ir a ese «imposible
sitio» del que la lógica común me dice que no es accesible para mí.
Si decido entregarme al camino del Encuentro
que es continuo e ininterrumpido,
debo saber que seré «llevado», a través de él.
En el camino de la búsqueda yo me purifico y me hago merecedor,
pero en el del Encuentro seré «purificado».
Justo ahora al acabar la lectura de este libro aceptaré pasar,
abandonando la actitud del buscador, al «otro lado».
Más tarde o más temprano lo tenía que hacer.
No lo demoro más.
¡Que sea lo que Es!
Y ese esperanzado lector, al cerrar el libro suavemente,
reposando un momento su atención sobre él,
«encontró su presencia in-mediata» por primera vez.
Una falacia final
Nos dice que el mundo entero, en su totalidad, es ilusión, o sea irreal; que es una
construcción mental, un velo que oculta la Verdad inalcanzable, un «acuerdo
interesado» entre ciegos, un consenso artificial entre supuestos sabios, un sueño
agitado, un espejismo, un engaño que nos atrapa, un simple «recuerdo vago» de
no sabemos qué, y por ello casi un absurdo, un sin sentido, algo sin valor
esencial, algo «deshabitado» de sustancia, una pura casualidad vaciada de
realidad verdadera. Nos dice que debemos transitar por él con disimulo, algo
agazapados, atentos a no caer en sus garras, sin mirar directamente a sus ojos,
pretendiendo solo salir indemnes de él; y acabar con todo él en cuanto se acaben
los placeres. Porque el mundo no es real, sino ¡una simple ilusión o peligrosa
«maya»!

Pero no, eso es solo una verdad relativa y desesperanzada.


Es más cierto que…
«El mundo es Su velo, sí.
Pero Su velo… es Su Firma».
¡Su Verdadera Firma!
Esta obra se terminó de escribir en el día
15 de noviembre de 2019 en Barrika
en homenaje a los que
enseñan, ayudan
y dan.

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