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J.J. Gonzagui
LAS FALACIAS DEL BUSCADOR
DELFOS
J.J. Gonzagui
LAS FALACIAS DEL BUSCADOR
| Obstáculos mentales al Despertar |
DELFOS
Ediciones de Sabiduría Ancestral
Las falacias del buscador
J.J. Gonzagui
DELFOS
Comenzaremos esta obra sobre las Falacias desarrollando tres de ellas que
nos puedan dar una idea general de lo que pueden ser y de los efectos que
provocan en el «buscador», tanto en aquello que visualiza y comprende
como en lo que intenta en la práctica. Esto nos permitirá, creo, entender
mejor cómo se presentan y actúan y cómo podríamos liberarnos de ellas.
Un «buscador» de significación y transcendencia es simplemente aquel
hombre que «sabe» (aunque no sepa por qué lo sabe) que la significación y
el sentido global que se le supone a la «vida en general y a la humana en
particular», no es la que pretendemos sostener en nuestras interacciones
cotidianas. O sea, resumiéndolo al extremo: sabe que el Todo que se nos
presenta «no es lo que nos parece ser». Y sabe que el «yo» que experimenta
como suyo, y en el que vive desde niño… ¡no es su verdadero yo!
Pero también sabe (y aunque esto parezca corresponder a una simple
esperanza no fundada o fe no razonada, en realidad es una reminiscencia de
un «antiguo y personal saber»), que puede llegar a ver sin sombras, velos o
disfraces el carácter esencialmente verdadero de la realidad. O sea, tiene la
certeza de que «no le está vedado, ni prohibido, conocer mejor la Verdad de
las cosas».
Además sabe que debe iniciar un «camino concreto», que podría ser muy
largo o breve, muy arduo o fácil, muy complejo o muy simple, alegre o
pesaroso, solitario o compartido, etc., si quiere «recuperar su correcta
Visión». Pero que no solo se trata de lograr una nueva Visión o perspectiva
o imagen de conocimiento, sino de la «reintegración vital completa», de
todo su ser en el verdadero «Ser de las cosas». Por ello un buscador busca
«caminos» y los explora, unos pocos o muchos (si son muy pocos, quizás
no se trate de una verdadera búsqueda; porque para que sea genuina uno
debe salir de casa, arriesgarse, investigar y «pagar» con esfuerzos en todas
las direcciones), los prueba, se rectifica a sí mismo, los va rechazando a
medida que aprende y madura, hasta lograr «decantar un camino personal».
Por lo tanto un buscador de Transcendencia sabe que su «yo» no es el
verdadero Yo, y que la realidad no es todavía Real, y además que hay un
Camino que puede recorrer.
Este buscador, con su propio trayecto de búsqueda, sus metas, sus
valoraciones particulares, sus intentos más o menos sinceros y sus
esfuerzos, descubrirá que está «encapsulado» en muchas construcciones
mentales artificiales y básicamente incorrectas sobre la realidad de su
propia búsqueda; esas serán su «falacias personales», que le rodean
densamente como un hilo de seda lo hace al formar al capullo donde se
protege al gusano intacto, siempre a salvo, siempre inmaculado, de su
«verdad personal». Consideremos algunas de estas falacias.
La primera de ellas, la «falacia del Trueque con el tendero», es
probablemente la más común y casi seguro que nos podremos ver reflejados
muchos de nosotros en ella. Es como un residuo de una cierta mentalidad de
matiz religiosa, donde se admite la posibilidad de un diálogo eficaz con las
Fuerzas que nos han creado, aunque sea desde una posición de dependencia
y fragilidad, pero en la modalidad de lo que sería una «negociación de
carácter comercial». Por ello es al mismo tiempo la expresión de algunas de
las características más evidentes del mundo en que nos ha tocado vivir,
donde el comercio y el «intercambio de objetos valiosos» es una de las
bases de nuestra sociedad. Sustancialmente lo que nos dice es que debemos
dar ahora lo que más «queremos» para obtener, aunque sea algo más tarde,
«lo que más deseamos». Nos dice que ¡podemos comprar la libertad!
La segunda, «Yo me desplazo sin puertas, ni puentes, y… sin
agacharme», intenta explicar una falacia muy propia de las características
psicológicas de nuestra época de búsquedas («light» podríamos decir) de
bienestar mental y personal en la línea new age, con su narcisismo
reverenciado y con un simplismo mental que produce lástima. Nos viene a
asegurar que no hay nada por encima del «ego» actual; ni autoridades, ni
procesos de aprendizaje reglados, ni leyes. Que cada hombre va por donde
quiere, cuando quiere, y como quiere y hasta donde quiera. Y esto es justo
decirlo así y no contiene nada erróneo en principio: «el hombre en estos
caminos debe ser completamente libre». La trampa vergonzosa está en que
estos ensayos de trayectos, casi ni iniciados en realidad y mucho menos
recorridos con la más mínima garantía de seriedad, pretenden ser el «todo»
del Trayecto riguroso, y casi diríamos que sagrado, de lo que siempre fue la
posible Transformación humana. Nos viene a decir que no hay «leyes» que
cumplir, que el camino te lo puedes inventar tú a tú medida. Que puedes
prescindir de leyes… «porque tú eres tu propia Ley».
En la tercera, con el título de «La hormiga ciega. El adivino» nos intenta
explicar las dificultades de ayudar a otros o transmitir algo que llegue a ser
útil en estos trayectos hacia la conciencia. Intenta reflejar la difícil situación
en que todos estamos y la triste impresión que podríamos producir a alguien
que fuera capaz de «vernos», por ser capaz de saber algo más. Nuestra
ceguera, o cuando menos nuestra grave miopía, nos confunde y desvía,
haciendo nuestros trayectos casi siempre mucho más complicados y
azarosos de lo que podrían ser. Nuestra situación no está muy lejos de la
que pueda sufrir una humilde y ciega hormiga que no sabe por dónde va. Y
de cómo un observador dispuesto en otro nivel, sin más esfuerzo por su
parte, es capaz de ver el pasado y el futuro de su ciego deambular. Nos
habla también de lo fácil que sería dejarse dirigir y aconsejar si tuviéramos
un poco de confianza en «algo o alguien». Y de las enormes ganas de
«ayudar» que genera ver esta penosa situación.
Después de esta primera aproximación, mediante estos tres ejemplos
pasaremos a desarrollar un capítulo sobre «el concepto de las falacias del
buscador». Hablaremos de su naturaleza, su génesis, su constitución y sus
efectos, así como la doble función que realizan en las diferentes etapas de la
búsqueda (inevitables al comienzo porque dan «forma» a nuestra búsqueda;
y obstáculo y «trampa peligrosa» en las fases finales). Comentaremos sobre
sus diversos componentes (intelectual, emocional, social y cultural, etc.); y
de las diferentes formas en que se pueden presentar, sea como error
conceptual, como prejuicio, «fantasma», mito, o síntoma de naturaleza
psicológica, etc. También sobre cómo relacionarnos con ellas y
eventualmente cómo «liberarnos de su indeseable acción». Es un capítulo
quizás algo denso, pero creemos que interesante para el posterior abordaje
de cada una de las falacias en sí.
Estas falacias tienen siempre una naturaleza «subjetiva», por eso nadie
debiera de extrañarse de encontrar en ellas supuestas contradicciones entre
falacias que parecen afirman lo contrario (pongamos por caso: esforzarse y
no esforzarse, darse y no darse, afirmar el Yo o el Tú, etc.). Falacias
totalmente contrapuestas existen simultáneamente en nosotros, aunque unas
actúen con más intensidad en un momento u otro del trayecto. Soluciones
totalmente contradictorias entre sí (por ejemplo: controlar o abandonarse,
utilizar la imaginación o la más pura sensación, confiar solo en el «ahora»
pero contar con el mañana de una serie de esfuerzos, etc.) serán igualmente
validas para un mismo buscador «dependiendo del momento y de la
posición» que ocupe en su trayecto total. Aquello que en un momento dado
es «medicamento», en otro puede ser «veneno».
Y por último pasaremos a dar forma a diversas falacias, en general
aquellas que el autor mejor conoce por la simple razón de que a todas ellas
las debió sufrir en una u otra época de su trayecto como buscador. Por eso
nadie debiera verse reflejado negativamente en ellas como si constituyeran
una crítica o desvalorización del «valor y la limpieza» de su actitud y sus
intentos de búsqueda. No desean contener una crítica oculta de la sinceridad
ni mucho menos una descalificación, o desmotivación de la búsqueda en sí
porque todas ellas son valiosos hitos en el camino una vez que hemos sido
capaces de «ver». Todas ellas merecen un respeto silencioso como «formas
provisionales» que contuvieron mi ser mental. Quizás algo de compasión
compartida o un cierto efecto incontrolable de «catarsis liberadora», serán
suficientes. Exactamente, con un poco de auto-indulgencia y mucho humor
será la mejor forma de reconocerlas, abordarlas y superarlas.
Cuando un hombre abre su mente y experimenta un momento de «insight»
o despertar, la risa (al verse tal como se es con esas pretensiones imposibles
del «yo») es una mejor señal que las lágrimas de alegría agradecida, porque
la risa conlleva menos dosis de «subjetividad». El gran alivio que
sentiremos al poder ver su antiguo parasitismo en nosotros se acompañara
no obstante de una cierta compasión general por las limitaciones de nuestras
mentes, ¡de todas nuestras mentes! ¡De todos nosotros! Y esta será
justamente una gran motivación para ir más allá de la mente humana
actualmente configurada de forma no intencional sino azarosa: «la mente
actual no tiene Orden interno ni estructura». Y comprenderemos la
necesidad de no seguir pensando y sintiendo lo mismo que antes, de no
seguir creyendo y juzgando como siempre, y como consecuencia: «de no
continuar haciendo lo mismo que hacemos ahora».
El subtítulo de esta obra es «Obstáculos mentales al despertar», y aquí
mente significa no solo el pensamiento y todas las capacidades del
raciocinio asociadas, sino también los contenidos de la vida emocional, la
«mente» es un obstáculo «básicamente emocional», no intelectual. El otro
«obstáculo» es simplemente una debilidad de nuestra Voluntad, es «la
pobreza de nuestro amor a la Verdad, a lo Real y a la Liberación». Si
existiera una Voluntad fuerte, a pesar de la acción esclavizadora de todas
nuestras falacias, nuestro sueño se desharía como la niebla matutina por la
acción del sol.
Tenemos una oportunidad de cambiar y conocernos… ¡y la podemos
aprovechar!
AVANCE DE TRES FALACIAS
El objetivo que se pretende al iniciar el trato con estas falacias en
ningún momento es el de conseguir «conocer o saber más cosas»…
sino que solamente se aspira a «dejar de estar equivocados».
Igualmente se señala que van dirigidas exclusivamente a la mente
verbal y que una vez que hagan su efecto, si es que hacen alguno,
ellas mismas se disolverán.
Por último se reconocen como formando parte de una Instrucción
general, que simplemente «señala».
Pero que necesitamos Guías que nos «acompañen en el Trayecto».
Y Maestros que nos «puedan llevar».
La Instrucción nos llevará hacía la claridad mental.
La Guía nos permitirá lograr la conciencia de sí mismo.
Y el Maestro nos «dará» algo de su propio Ser.
Con Gratitud a todos ellos.
A. La falacia del «trueque» con el Tendero…
Me «lo darán», sí, al final me lo darán (sea a través de las Leyes… una vez
cumplidas; de la gracia que habré merecido… por mis méritos evidentes en
plegarme a su Voluntad; o bien de la misericordia de lo Alto a la que habré
implorado continuamente; sí, me lo darán). Pero si nada de esto funcionara
recurriré al final a un hábil «trueque» de mercader con lo Superior, ¡pagaré lo
que sea! Me llegará… porque me lo mereceré… ¡aunque sea muy al final!
En esta falacia no se trata tanto de que un hombre niegue que exista esa
servidumbre, porque eso es lo que es, sino que «no sabe que existen estos
pasajes o puentes» totalmente concretos y determinados. No es capricho de
nadie, el que un río solo se pueda atravesar por los puentes ya construidos,
o que a una catedral solo se pueda entrar… ¡justamente por las puertas que
tenga practicadas! No hay motivo para indignarse… es solo que ¡la cuestión
está organizada así!
Esas son las condiciones: para «pasar de un lugar concreto y real a
otro igualmente concreto y real»… debemos pasar por lugares
«concretos y perfectamente definidos». Por puertas perfectamente
posicionadas y colocadas en una ubicación concreta. No sirven otras,
inventadas al azar. Las neuronas se comunican entre sí; pero solo a través
de los puntos de sinapsis, y estas sinapsis ocupan muy poco para la gran
longitud del contorno de una neurona. Las puertas comunican espacios muy
amplios entre sí, imaginemos una catedral, pero a través de aperturas o
puertas notablemente pequeñas; de ahí la dificultad intrínseca de
atravesarlas. Y de ahí nuestro rechazo a reconocer su función y necesidad.
Nos produce una sensación de opresión esa limitación, que entendemos
caprichosa, de tener que encontrar «puntos concretos» de pasaje. Pero no
hay capricho alguno de nadie, sino la más rigurosa necesidad de la
naturaleza misma de nuestro trayecto.
Por ejemplo, para un posible tránsito de una vida ordinaría «vivida sin más
por los intereses de sí misma»… a tener algún atisbo del Ser transcendente
que la sustenta, se debe pasar a través de la «elección», un cierto tipo
especifico de «elección». Si no hay algo parecido a una «elección» entre
varias cosas, mejor dicho entre varias posibles vidas, no tendremos
acceso a la sensación de «Ser», además de la que ya disponemos de la
sensación de «vivir». El hombre satisfecho totalmente con la vida, que no
siente las carencias y limitaciones de esta, no se plantea renunciar a nada de
lo que ella «le pudiera ofrecer». ¡Ya iremos viendo, se dice a sí mismo:
primero vivir, y luego seguir viviendo! ¿Por qué debiera yo renunciar a
nada de lo que se me ofrece? Por supuesto que quisiera ser completo y real,
pero ¿porque tendría yo que renunciar a algo?
De la condición del sueño ordinario en el que vivimos al «despertar» se
debe pasar por un «trabajo personal particular y muy definido», y que
además debe estar «bien dirigido». De la inconsciencia general en que
vivimos a la Conciencia Objetiva solo se logra pasando a través de un
pasaje intermedio que es la «conciencia de Sí», condición indispensable
para llegar a estar «algo más despiertos después a lo Real». Sin esa
«conciencia de Sí», es imposible acceder a algo «objetivo», porque la
«conciencia de Sí» es su receptáculo específico. Sin una previa y suficiente
«conciencia de Sí mismo», nada transcendente se puede recibir. La
conciencia Objetiva solo se puede recibir desde la conciencia de Sí, es
su crisol, su cáliz, su «receptor específico».
O sea existen «eslabones, puntos de enlace o puentes o sinapsis» concretos
por los que se debe transitar sí se desea conseguir un logro concreto de
«desplazamiento».
Y también habrá que saber «agacharse o contraerse» un poco, o sea
admitir sin miedo ni rebelión la sensación de que estoy «perdiendo o
disminuyendo o renunciando» a parte de mis «supuestas posesiones» o
capacidades. Admitir la no siempre deseada impresión de que me
«reduzco» en alguna medida, que tengo que «dejar fuera» algo que no
cabe, en fin, que tengo que «soltar» o «renunciar» a algo. ¿Renunciar?...
¿Se ha dicho renunciar? Aquí la gente se indigna… pero usted no sabe que
yo soy un hombre moderno y libre, con todos mis derechos intactos; todavía
no ha entendido que la renuncia es un funcionamiento primitivo e infantil;
que ¡los hombres de hoy en día no tenemos por qué renunciar a nada…
faltaría más!
Y habla de «agacharse»… ¡pero que primitivismo! ¿Ante qué o quién me
tengo yo que agachar? No sabe usted que hemos superado a los ídolos, los
dioses e incluso al mismísimo «Dios». No se ha enterado de que el hombre
es el rey de todo, la medida de la creación, su centro y su «justificación».
¿Cómo podría mi dignidad humana inclinarse siquiera con un leve gesto
ante algo? ¡No hay nada mejor que yo! Y por eso camino derecho y digno
como un majestuoso rey por su palacio. Y acaba por decirnos con
indignación: «Yo de Madrid a París voy por donde me da la gana, y mi
camino preferido, ¡entérese!, es pasando por Laponia; ese es mi trayecto
favorito, el que tiene corazón para mí».
¡Lo que resulta evidente es que llegar pronto a París no es lo prioritario
para él! No parece tener prisa. Así hablan muchos.
Pues no solo la renuncia, será imprescindible, sino que más adelante, ante
puertas todavía más estrechas, pero ya casi las últimas o definitivas, se
planteará incluso el que tengo la necesidad de… «morir a algo en mí
mismo, en alguna manera». Renunciar, abandonar, morir, son palabras
que pueden asustar; pero que no conllevan nada trágico si las entendemos
bien. Se trata de renunciar al «sufrimiento» en sus diversas formas y a la
«negatividad» que le acompaña siempre. Abandonar lo que no me
pertenece, y me es «ajeno, molesto e inservible». Y morir a lo «viejo y
seco» para «renacer». ¿Puede haber mayor alegría y esperanza, cuando lo
entendemos así?
La Realidad que muchos quieren imaginar, que se la representan como
mágica e impregnada de libertad desbordante para el yo desde el inicio
mismo, no lo es mientras persista nuestra «mente» al mando del proceso, o
sea mientras permanezcamos todavía como dormidos e hipnotizados. En
esta orilla hay «leyes» porque nuestra mente es lógica, y aquí la moneda de
intercambio es la lógica racional (para pasar de dos a cuatro hay que hacerlo
a través de tres, no hay ningún atajo). Muchas personas se agarran a una
concepción del proceso de transformación como si de magia infantil se
tratase, como una posible justificación para «saltarse» las leyes, y no tener
así que cumplir con sus exigencias. ¡Pero no se puede! ¡Las leyes deben
cumplirse! Y esto es así sencillamente porque la mente está estructurada
según leyes; ¡ella misma es ley! ¡Quizás la peor y la única ley! Y para
superarla no es posible saltarse la ley… «sino precisamente cumplirla».
El ejemplo quizás más difícil de entender sería el que se refiere a la
función y el papel del cuerpo en este trayecto de liberación que tiene algo
que ver, sin duda, con lo así denominado históricamente como «espiritual».
En nuestra tradición occidental el cuerpo solo sirve para purificarlo o
domarlo, y nos podríamos preguntar, que tendría que ver el cuerpo con
abstracciones del tipo del Absoluto o del Espíritu. Estas posibilidades nos
las imaginamos mucho más como algo relacionado con la alta especulación
filosófica o teológica, o con la práctica decidida del altruismo o la caridad.
¿Pero el cuerpo, este pequeño, frágil e inseguro cuerpo, lleno de tentaciones
y esclavitudes, qué puede tener que ver con la Realidad o el ser final?
La respuesta no deja lugar a dudas: ¡todo, absolutamente todo! Por el
contrario, el que tiene un papel breve, limitado y poco relevante es
precisamente «el aparato de pensar y sentir emocionalmente», o sea lo que
serian sus producciones de la religiosidad, junto a la filosofía y la
psicología, como se las entiende comúnmente. Intentaremos explicarlo un
poco más.
Igualmente pasar de sentir y conocer la «vida y la naturaleza creada» para
lograr alguna experiencia de lo que podrían ser las «fuerzas Creadoras»
mismas, solo puede hacerse a través de la «sensación corporal y de las
energías». Pero nos decimos, dado que se trata de «conocer», ¿no es
suficiente con usar mi mente? Soy muy estudioso y esforzado cuando lo
decido, mi mente es poderosa, ¿por qué tendría que utilizar otra función?
¿Qué tiene que ver la energía en todo esto? La respuesta es muy clara:
porque solo en una «sensación viva» de las energías que me constituyen
puedo sentir la acción de Aquello que me ha creado, que es
primordialmente Energía Consciente.
El «pasaje de lo personal a lo Real» se hace a través del cuerpo
humano, y esa es la puerta garantizada; pero para aceptar y entender esto,
es preciso comprender la enorme «renuncia» que debemos hacer al dejar de
confiar en nuestras «grandiosidades mentales» (el pensamiento y la
especulación de tipo abstracto y la emoción subjetiva). Personalmente el
autor que esto escribe tardó años en entender la justa necesidad de tal
renuncia y la obligación de poner al cuerpo, con sus sensaciones y energías,
en el lugar que le correspondía; para luego simplemente empezar a «trabajar
con él». Uno se preguntaba: ¿pero que tendrá que ver el cuerpo con la
Última Realidad? Veníamos del mundo de la especulación transcendental y
de la mística devocional, dos herramientas valiosísimas e imprescindibles,
sin duda, y por lo demás las únicas de que disponíamos. Pero no eran
suficientes e incluso pudiera ser que no fueran ni apropiadas.
Confiábamos en ellas hasta ese momento en que empiezan a ser un
obstáculo, porque ellas no pueden desarrollarse «armónica e
indefinidamente», porque no pueden hacerlo «orgánicamente», porque no
son creaciones naturales. Son producciones de la cultura humana; una
cultura da lugar a una mente, otra cultura da lugar a otra distinta… ¡y hay
un total condicionamiento! En el lenguaje solo hay palabras y significantes;
en la mente solo hay pensamientos e imágenes, y en la «emoción subjetiva»
(hasta que aparezcan los «sentimientos»)… solo están presentes
componentes y mezclas de los dos. Por eso no tienen la posibilidad de un
desarrollo verdadero: son solo productos mentales, ¡no pueden recibir a la
vida que acompaña al Ser! Pero el cuerpo está vivo, muy poco
condicionado mentalmente y constituido por «energías» que todavía
guardan contacto directo con las Fuerzas que le han creado. El cuerpo es
una verdadera «puerta».
Además de las puertas que ya hemos expuesto, podemos simplemente
nombrar algunas más que creemos que son importantes. Por ejemplo para
lograr «estados positivos de emoción» (alegría, gratitud, goces
permanentes, estados de absorción y éxtasis de diferente calidad) se deberá
pasar por la «no reacción emocional» (imparcialidad e impecabilidad)
ante todos los acontecimientos de la vida que nos afecten, tanto si son
buenos como malos; lo que llamamos la emoción «Cero». La «no
reacción», tiene mala prensa, porque parece una gran e injusta limitación
para nuestra «espontaneidad y autenticidad» emocional, que es algo que se
valora tanto hoy en día. Y en general suena a «control» arbitrario y auto-
represor. Pero no lo es, porque la no ocupación de mi vida emocional con
emociones «reactivas» al medio (por más justas y necesarias que me
parezcan, pero que en el fondo son casi siempre negativas), permitirá la
aparición de un «espacio vacío» donde no tardarán en manifestarse
emociones nuevas, que serán «solo positivas» y más tarde «sentimientos».
Y nos preguntaremos en ese afortunado momento: ¿por qué siento estas
emociones tan inesperadas, tan gratificantes, tan positivas? Y la respuesta
será «porque hemos renunciado a la negatividad, casi sin darnos cuenta, al
renunciar justamente a reaccionar emocionalmente». Y más tarde, como
hemos dicho, conoceré lo que pueden ser los «sentimientos». Los
«sentimientos» no tienen nunca dos partes o contrarios, por ejemplo
amor y odio, ilusión y desilusión, alegría y nostalgia, etc. Son «una sola
cosa», aunque pueda ser mayor o menor, eso sí. Esta es una puerta tan
estrecha, la de la «no reacción emocional» y la acompañante «emoción
cero», que no suele gustar, y sin embargo… es completamente necesaria.
Otra puerta, que esta vez tiene buena fama, es la de la «impersonalidad».
Si el hombre aspira a lograr algún día conocer o vivir algo que pudiéramos
llamar «objetivo», o sea verdadero en sí mismo, sin más añadidos
personales subjetivos, deberá hacerse familiar con la «impersonalidad».
Tendrá que empezar a conocer, opinar, aspirar, decidir, y hacer de forma
«impersonal». Pero no solo eso, sino que también tendrá que aprender a
«saber», «lograr», «sentir», «realizar» y «experimentar»… ¡también de
forma no personal, no subjetiva, no particular, no idiosincrásica!
Los fenómenos humanos que suceden alrededor de él, él no los
interpretará desde su subjetividad, y abandonará la posición «centrada»
(ego-centrada); y se borrará poco a poco a sí mismo como sujeto agente y
como sujeto receptor. En fin, que perderá «importancia personal» (feliz
expresión del chamanismo, que aprovechamos) y empezará a ser «poco
visible», poco determinante, poco personal (a algunos les parecerá incluso
que esos que la practican manifiestan «poca personalidad»… «quizás
porque nunca la han tenido… quizás es que ya eran simples antes», se dirán
con una sonrisa).
Esta impersonalidad no tiene nada que ver con la humildad, que es como
un simple «ornamento» del yo; ni con el «desapego de los frutos de la
acción» propio del «karma-yoga» (que es una especie de renuncia del yo a
disfrutar de sus acciones meritorias). La impersonalidad es simplemente
una ausencia de eso que llamamos «personalidad o subjetividad o
peculiaridad»; y por eso desde esa situación, difícil sin duda de lograr, se
puede avanzar a la siguiente: la Objetividad.
Estas «puertas estrechas» dan paso a lugares maravillosos, y quién no sabe
que existen, no se esforzará por «ver» dónde están colocadas; y, lo que es
peor, no acumulará ánimos suficientes para «cruzarlas» algún día.
La gran noticia es que su tránsito dura poco, una vez que nos hemos
decidido a «pasar».
C. La falacia de la hormiga ciega. El adivino
Nos dice que no podemos saber sustancialmente nada sobre nuestro trayecto de
búsqueda, y, si se apura, ni siquiera sobre nuestra vida. Que no podemos recordar
lo que hemos hecho o intentado en el pasado, ni podemos concebir siquiera por
donde vamos a desplazarnos en el futuro. Y que como estamos «urgidos» por la
obligación de movernos todo el tiempo, tampoco vemos muy bien dónde estamos
ahora mismo, o sea qué «es lo que estamos haciendo y decidiendo en este mismo
instante». Nos parece además que el presente tiembla y que no podemos ver nada
en él. En fin, que somos como pobres hormigas que se mueven ciegamente sin fin.
El buscador de «algo» que se sitúa más allá de la vida ordinaria parte hacia
lo que él entiende como su destino con todo el «bagaje» previo de
conceptos, prejuicios y creencias, que ha recibido aquí y allá a lo largo de
su formación personal y de su vida particular. Independientemente de cuál
sea la sinceridad de su búsqueda y la intensidad de su «necesidad», él
no tiene «ningún otro instrumento» que pueda utilizar que no sean los
«contenidos» de su mente, de su propia mente. Pero esos contenidos,
completamente «condicionados» en su origen (son muy limitados y además
«heredados» de otros, por lo que no han sido validados personalmente; pero
es que ni siquiera han sido reconocidos como algo foráneo o «ajeno a mí»),
aún siendo el «instrumento único» del que disponemos, no son fiables en
absoluto. De hecho son una «guía», sí, es cierto, la única que tenemos,
pero está llena de trampas internas.
Si a cualquiera nos dijeran que mañana seré nombrado jeque de alguna
tribu en Asia central, entonces no me quedará otra opción que imaginar,
deducir y «proyectar», en base a mis experiencias previas, carácter y
fantasías, aquello que me tocará vivir. Y entonces pienso cosas desusadas,
me imagino otras, consigo recuerdos aproximados, me invento
fantásticamente otros, saco a colación libros que he leído, películas que he
visto, experiencias que he tenido y otras que me han contado, etc.
Construyo falacias y falacias: ¡porque no tengo elementos cabales y
precisos para representarme en qué consiste ser todo eso, vivir todo eso
que todavía nunca he sido y nunca he vivido!
Aunque sea el hombre más inteligente, el más equilibrado y el más
responsable, echaré las campanas al vuelo de mi imaginación que está
totalmente teñida de mis fantasías, conocimientos y expectativas íntimas.
¡Me habré convertido en un creador imparable de falacias, o
representaciones mentales aproximadas construidas con los elementos
que tengo a mano! Seré un prolífico creador de «falacias»; en este caso las
falacias del que va a ser «jeque de una tribu del desierto».
Pero si, igualmente, me fueran a dar el premio Nobel, los días anteriores
no haré otra cosa que imaginar cómo voy a ser yo, y cómo va a ser mi vida
después. Imaginaré, haré suposiciones, planificare posibles vivencias que se
realizaran o no. Esperaré tal o cual cosa, creeré que sucederá esto o aquello,
hare cálculos, proyecciones, y todo será una mera construcción mental.
Como no tengo el conocimiento de que voy a vivir ni de cómo puede ser,
entonces sustituiré necesariamente este vacío por elaboraciones fantasiosas
por necesidad: o sea por falacias.
Cuando el hombre se plantea una «búsqueda de transcendencia»,
dado que va hacia lo desconocido más absoluto, pues sucede el mismo
fenómeno… , tenemos que construir hipótesis proyectándonos desde lo
que sabemos a lo que imaginamos. Incluso en la ciencia más pura
ponemos en juego hipótesis, que si no son intelectuales (es dudoso eso de
yo no tengo hipótesis previas: «hypotheses non fingo»; pero bueno…),
serán emocionales, y si no egoístas y personales; pero siempre habrá una
«expectativa» emocional, una «especulación» intelectual, y una
«motivación» personal, para seguir en este u otro camino de investigación
científica. Y ninguna de ellas será racional al cien por cien, en estricto
sentido.
En el caso de un «buscador» sabemos que es ese tipo de persona que
intenta dar respuesta a «preguntas que no disponen de ella». O sea…
¿De dónde vengo, quién soy, adonde voy? Y sobre las que no cuenta con
rastro alguno de datos objetivos. Como no tiene elementos de soporte
serios, si quiere intentar avanzar sobre ellas tendrá que recurrir a dar
consistencia a sus propias Falacias, porque ellas serán lo único que le darán
motivación y orientación. El problema es que el buscador aspira a la
Verdad, o eso dice, y por lo tanto, si para el hombre ordinario las falacias
son una parte perfectamente admitida del fantaseo general de su vida, para
el buscador cualquier falacia «será» un «obstáculo» más o menos grave
para conocer la Verdad… y por ello las deberá superar y disolver casi en
su totalidad.
Porque toda falacia consiste en una «aproximación a un Límite de
conocimiento y funciona a la vez como un «error de concepción», pero que
es inevitable y necesario para orientarse; como un «auto-engaño» por ser
construidas con nuestros propios deseos más o menos encubiertos, pero
engaño que es imprescindible para lograr motivación y fuerza; y como una
«trampa» imaginaría que nos captura e inmoviliza, impidiéndonos
precisamente alcanzar lo que buscamos: la desnuda verdad. O sea que este
intento de aproximación a un Límite de conocimiento lo deberemos
hacer con algo que reconoceremos como un «error conceptual», un
«autoengaño motivador» y una posible «trampa imaginaria».
Una falacia para un buscador es una representación «no ajustada» a
la realidad sobre algo abstracto, (el futuro, la verdad, la felicidad, la
muerte, etc.) y además una representación inevitable, pero «distorsionante»
de nuestras posibilidades de «conocer», de sentir y de «ser». Es como un
mapa hecho por mí mismo, pero no sobre el trayecto ya realizado sobre un
terreno conocido, sino solo suponiendo e imaginando como será ese otro
viaje que voy a realizar. O sea construyo un mapa totalmente subjetivo,
creado mediante una «especulación mental» sin base alguna de datos
fehacientes y además con un «fantaseo emocional continuo» como base, sin
la mínima consistencia, y luego me dejo orientar por él.
Las falacias tienen siempre diversos componentes: son pensamientos e
ideas erróneas, sentimientos y afectos residuales, creencias y prejuicios
compartidos, son deseos y aspiraciones más o menos subconscientes. Y
también son complejos psíquicos universales (míticos o arquetípicos) y
síntomas psicopatológicos propios de nuestra neurosis particular. ¡Todo ello
a la vez!
Cojamos el ejemplo del jeque que voy a ser. Me pregunto: ¿seré como un
monarca occidental? O un vulgar jefecillo, tiránico; o por el contrario otro
con carisma desbordante. ¿Cómo vestiré?, como un personaje distinguido…
supongo. ¿Dónde viviré? ¿En qué palacio, con quién? Y estas preguntas y
miles más se las hace el afortunado aspirante a jeque con sus
conocimientos, su memoria y su lógica.
Pero la emoción añade cosas como ¿me querrán mis súbditos o me
intentarán derrocar? ¿Los ministros confabularán u obedecerán mis
órdenes? ¿Tengo riesgo de acabar envenenado como en las historias? El
paranoico lo verá todo así. Y el ingenuo y sensiblero bonachón estará
seguro de que va a hacer lo mejor por su pueblo y que por supuesto le
amarán mucho. Pero si me quieren tanto y no soy capaz de darles en
reciprocidad, quizás me llegue a sentir culpable, etc. ¿Estaré a la altura? La
inseguridad personal añade sus propias cosas.
Y las creencias humanitarias y caritativas, de un altísimo nivel ético, te
dicen que servirás a todos como a ti mismo y que estarás solo al servicio del
pueblo, de su felicidad y claro te admirarán por ello y pasarás a la historia.
Pero los prejuicios de raza te recuerdan que quizás te las vas a ver con
salvajes ignorantes y crueles a los que tendrás que sojuzgar, y ya te ves
obligado a ser duro, incluso tiránico. Para eso deberás reforzar tu ejército.
Pero bueno, de paso, realizaré unos cuantos deseos que laten de siempre
bajo mi piel y a los que nunca me atreví a dar vida… por supuesto, primero
un humilde harén y multitud de artistas y creadores a mi alrededor y los
más sabios me enseñarán todo lo que saben y yo estaré a su altura
discutiendo de igual a igual, además haré un mausoleo para mí y mi familia,
parece lo propio.
Dictaré leyes que se mantendrán por mil años y favorecerán la vida de
todas las generaciones; así seré como un Salvador de la miseria y el
sufrimiento de los pueblos. Y quizás desarrolle la capacidad de curar como
otros reyes y alcanzaré la talla de un «taumaturgo» de gran poder. Los
contenidos míticos y los arquetipos profundamente anclados en su interior
le ayudan a desarrollar como va a ser su reinado: salvará, curará, profetizará
quizás. Pero viene la psicopatología, básicamente neurótica que padece,
en sus mil formas y le dice que si fracasa ¿quién le va a querer?, porque
además ya sabe que cuánto «ha dado» los demás nunca le devuelven lo
mismo, como aquel amigo que tal y tal, y ahora seguro que le va a pasar
otra vez, porque tiene muy mala suerte en la vida, porque su mamá prefería
a su hijo mayor y a él siempre… Así que ha decidido que no aceptará el
cargo, ya que menos mal que se ha dado cuenta de que todo era una trampa,
una más, del «destino»que le quería burlar y… Y construye la falacia de
que cuando algo cambia para bien suele ser en el fondo para mal. Es
desconfiado, incluso paranoide. Y por eso renuncia.
Este es un simple ejemplo de la complejidad de nuestras elaboraciones
mentales y de los diversos recursos que se ponen en juego cuando no
sabemos fehacientemente de algo.
Cuando se inicia la búsqueda uno está lleno de falacias, unas son
«personales» (conocimientos y deseos), otras «culturales» (creencias, mitos
y prejuicios) y algunas son «psicopatológicas» y particulares. Estos cinco
elementos serán los componentes inevitables de cualquier falacia.
Pero las falacias están referidas no solo a la Búsqueda, sino a todas las
áreas, más o menos definibles de la vida. Tenemos falacias respecto al
éxito o fracaso, respecto al amor y todas sus ramificaciones, respecto a la
felicidad personal, al valor de la humanidad, al concepto de progreso, al
futuro que esperamos, qué nos ofrecerá la ciencia, como será la humanidad
en cien años, etc. Y mil cosas más que nos obligan a hacer ciencia ficción…
¡porque no sabemos!
Consideremos con detalle esta «fantasía»: estamos convencidos de que en
el futuro no tendremos que desplazarnos, con chascar los dedos ya
estaremos donde queramos estar, sea en la playa o en la Luna. Y un robot
nos acercará el vaso de vino… hasta la boca. ¿Por qué tener que ir a la
cocina? Y por supuesto que ya sabemos que el trabajo físico va a ser
transferido a las máquinas en su totalidad, pero es que ¿por qué tengo que
andar, si se me cansan las piernas? ¿Por qué tengo que moverme trabajando
con mis músculos? Estas cuestiones parecen caricaturas, pero no lo son:
porque colectivamente ya estamos en ello. Pero tengamos cuidado con
nuestras falacias ordinarias porque condicionarán toda nuestra vida, dado
que toda nuestra investigación, todos nuestros esfuerzos colectivos se
dirigen hacía allí: ¡a lograr no tener que movernos con el cuerpo porque es
muy cansado! Cuando el hombre ya no necesite moverse, ¿entonces cómo
será nuestra realidad humana? Las falacias del hombre ordinario, del no
buscador, son aterradoras, en su mayor parte. ¿No es verdad que dentro
nuestro consideramos que tener que movernos para lograr las cosas es una
«servidumbre innecesaria», algo ya anacrónico?
Las falacias nos rodean, tanto si solo vivimos felizmente, como si además
«buscamos». Los que viven tranquilos con la vida tienen la opción de
conocerlas y superarlas si quieren, pero los «buscadores» tienen además la
necesidad imperiosa de librarse de ellas. Porque las falacias son lo
contrario del «conocimiento de sí». Y este es «algo que es muy superior al
conocimiento del mundo».
A. El cuestionamiento personal
Por eso, para minimizar la esclavitud a las «falacias», si fuéramos capaces,
comenzaríamos siempre nuestra búsqueda por un primer periodo de
«cuestionamiento integral» de todo lo que «sabemos» y de todo en lo que
«creemos», y afinando todavía más, de todo lo que «suponemos saber».
Esos terribles «supuestos básicos» en los que vivimos toda nuestra vida, y
que la condicionan completamente sin poder conocer siquiera que existen y
actúan en nosotros. Algo que doy por «supuesto desde siempre» y sobre lo
cual jamás me he interrogado ni me interrogaré. Vivo toda mi vida apoyado
en «supuestos básicos» de los que ni puedo reconocer su presencia, y
precisamente el «primer despertar» es verlos, o sea ver lo que «supongo sin
fundamento alguno». Esto conllevaría una época inicial de «limpieza y
vaciamiento». Limpieza de lo «negativo», y vaciamiento de lo «inservible»
de lo que ocupa un lugar en nosotros y «obstruye» la llegada de algo nuevo.
En la enseñanza del Cuarto Camino se la conoce a esta fase como el paso
obligatorio por el «garaje», que a nadie gusta, porque nunca «queremos
limpiarnos, vaciarnos de algo, ni renunciar a nada». Cuando iniciamos un
camino cualquiera ¡vamos con nuestras manos!, nos da igual lo limpias que
estén, no es una cuestión que se haya planteado nunca en nosotros,
¡utilizaremos «nuestras manos»! ¿Qué habría de sorprendente en ello?
Siempre las utilizamos, aunque no las veamos ni las sintamos. Y además
vamos a «coger», «aprehender» e «incorporar» (y cómo podemos suponer
se nos activan casi con exclusividad nuestras bocas, además de nuestro
estomago. Es lógico, porque nos visualizamos como «hambrientos» yendo a
saciar un hambre de décadas). La primera necesidad siempre es «comer»,
ya se sabe, el hambre es el primer motor; y el buscador querrá comer alguna
porción de la verdad. ¡La que sea!
En las grandes enseñanzas tradicionales corresponde a esas épocas en que
todavía se es un simple «aspirante» o «neófito» que permanece a las puertas
del templo antes de ser admitido en él. Sin limpieza, todo lo adquirido
posteriormente sería «desnaturalizado y contaminado», y además usado
para propósitos inconscientes y egoístas. Sin vaciamiento, no habría lugar o
espacio para nada nuevo que fuera verdaderamente «renovador». Una de las
habilidades más necesarias para avanzar sería esta de ser capaz de «hacer
espacio en mi interior», para permitir que algo me llegue. En este «garaje»
habrá que permanecer el tiempo que haga falta para completar esta tarea,
por eso no se debería intentar evitar nuestro pasaje por allí. ¡Habrá que
completar el proceso de limpieza! Y si no somos capaces de hacerlo con
alegría habrá que hacerlo por lo menos con resignación.
Este «cuestionamiento inicial» es una tarea muy difícil porque nos
desnudará de nuestras «convicciones íntimas, creencias arraigadas y mitos
particulares»; y no podemos prescindir de ellos de la noche a la mañana, si
queremos lograr «movernos» o transitar por el camino que sea, con cierta
seguridad. Es todo lo que tenemos y es todo lo que constituye nuestra
«motivación». Sin disponer de esos contenidos de creencias, convicciones y
mitos, es muy posible que nos quedáramos durante largos periodos «al
pairo»; o sea, movidos solo pasivamente por las corrientes de fondo que van
para acá y para allá, pero sin «rumbo personal» alguno; ¡sin impulso!
Habríamos perdido la autoconfianza y la autoestima necesarias justo cuando
empezábamos a movernos.
Cuando se comienza a buscar, se busca con todos los recursos de los que
se dispone (aunque sepamos que no son los mejores ni los definitivos) y
esto nos da fuerza y propósito; más tarde ya se «depurarán». Más tarde
iremos cambiando y ajustando nuestra meta personal y haciéndola cada vez
más «limpia de subjetividad». ¡Necesitamos un cierto grado de entusiasmo!
aunque sea ingenuo o grosero, y esto al comienzo es estricta verdad. Con el
paso del tiempo y la inevitable maduración que se operara en nosotros,
sentiremos incluso un poco de vergüenza de nuestras «pretensiones y
fantasías iniciales», y esta será una indudable buena señal ¡porque implicará
que habremos empezado a cambiar!
Si uno se recuerda cuando tenía veinte años y como planteaba su propia
búsqueda sentirá algo de vergüenza, sin duda; no tanto porque lo que se
buscaba fuera egoísta o quimérico (el tiempo demostró que no lo era, que su
búsqueda correspondía a una necesidad real y noble), pero sí que era
ingenuo hasta límites risibles y además infantil por su «idealismo»
desconocedor de los condicionantes de la vida en primer lugar y de las
sofisticadas posibilidades de la «consciencia» también. Pero décadas
después uno sabe a ciencia cierta que también ahora, ahora mismo en esta
edad de «senior», cualquier intento que realizo «convencido de mi
capacidad de representación justa de la Verdad de las cosas, también es
ingenuo e insuficiente. La Verdad no se deja atrapar ni limitar por mi mente.
Por eso desarrollar este camino es incorporar como una curiosa y serena
sabiduría esta afirmación «sé mucho, cada vez más, pero no sé nada… a su
vez».
Cuando era joven, me quejaba de mí mismo en algunos momentos de
pasividad y apatía en mi búsqueda, y me preocupaba el hecho de que quizás
no tenía el suficiente «entusiasmo» (para mí el entusiasmo en la búsqueda
era una sensación muy concreta, ligada a una emoción de entrega personal y
de alegría) requerido para un avance decidido y eficaz. Hasta que en una
reunión con personas mucho más maduras, y mayores que yo, escuché esta
afirmación: «El entusiasmo es sospechoso». Confieso que se produjo en mí
un efecto inicial de incomprensión y casi de rebelión («tal como está el
mundo, y como estamos nosotros —me dije— no entiendo a qué viene tanta
serenidad o tranquilidad que excluye el entusiasmo por cambiar las cosas.
¡Pero si es que además no hay apenas entusiasmo en ningún sitio y en casi
nadie!»). Esa fue mi queja interior. Solo mucho más tarde empecé a
comprender: el entusiasmo arrastraba las motivaciones y secretas
esperanzas del hombre viejo y dormido, que creía que tenía algo que ganar
en todo eso del Despertar.
Ese entusiasmo era una manifestación del intento de supervivencia del
hombre viejo, que se camuflaba así en el nuevo territorio que yo necesitaba
explorar. Pero yo no podía entenderlo, todavía. No, el «yo de siempre» no
tenía nada que ganar, ¡solo el descanso de dejar de «pretender pasar» por
real! El entusiasmo, aún siendo necesario, es sospechoso y además «fuego
de papel», y por ello sirve para muy poco. Se necesitará mucho más la
convicción, la certeza y la muy humilde «necesidad». Y esto pone en realce
que la verdadera pregunta que se mantendrá como subterránea casi todo el
tiempo será esta: ¿quién tiene algo que ganar con todo esto del Despertar?
¿Quién será el sujeto que se subirá al podio a recoger el premio final? Este
proceso tiene unas características tan peculiares que podemos decir que: un
hombre será el que corra la carrera y alcance la meta, pero otro será el que
reciba el premio o el diploma. Y esto hay que aceptar que sea así.
B. La verdad… para el hombre
La «verdad», suponiendo que exista y que sea accesible al hombre, aunque
fuera en una modalidad de «aprehensión» limitada o peculiar, es no
obstante un alimento muy crudo e indigesto al comienzo para nuestros
inmaduros estómagos; aunque muy «nutritivo» y dulce al final. No estamos
preparados para reconocerla y mucho menos para aceptarla, porque nos
presentará un panorama tan desconocido para nosotros que nos generaría
incertidumbre y confusión, incluso miedo; lo cual muy probablemente nos
llevaría a interrumpir la búsqueda y quizás a abandonar. ¡Y hablo de la
«verdad», no en un sentido radical o último (esa Verdad que no parece tener
sitio en la pequeñez del hombre) sino en una dimensión muy propia y muy
próxima a nuestra situación humana!
Se habla aquí casi exclusivamente de la «verdad para el hombre», de
la verdad humana, no de la Verdad Absoluta, pero incluso aquella, la
humana, es de trato difícil.
Esta diferencia entre dos niveles de «verdad» equivale a la gran distancia
que existe entre la búsqueda de una meta con Forma y Atributos, que
aunque sean totalmente «supuestos» nos parecen conocidos y familiares; y
lo que sería la búsqueda de una meta final Sin Forma alguna, totalmente
irrepresentable (Sa-guna y Nir-guna respectivamente. Guna significa
«cualidad»). También en la mística medieval cristiana centroeuropea (M.
Eckhcart) tenemos a Dios por un lado, con el cual el hombre puede intentar
hablar, y hasta negociar, y a la Divinidad inimaginable e inefable por el
otro, ese «absoluto desconocido» ante el cual no sabemos qué actitud tomar.
Resumiendo diremos que hay un Ideal personal y otro Objetivo o Final, y
que el primero nos generará alguna forma de amor: mientras que el segundo
nos introduce en la «boca oscura del Misterio». Esa podría ser la diferencia.
Y cada cual debe elegir, si puede, entre estas dos posibilidades. Porque en
relación a nuestra capacidad de encarar la «verdad», la situación humana es
«penosa» en casi todos los sentidos en que se la tome. No se trata de que
amemos la mentira sino simplemente de que nos «aferramos» con avaricia a
lo conocido, a lo familiar, a lo primero que nos llega o nos influye; en pocas
palabras: «que nos apegamos a lo viejo» con una adherencia bastante
ciega… ¡y nos cuesta mucho cambiar! Pero la «verdad» siguiente, la que
será más verdadera, nos exige una continua actividad mental de
investigación en el área de lo nuevo; y un cierto desapego emocional por lo
ya conocido, a lo que consideraremos como un «objeto insuficiente» para
nuestras pretensiones de conocer. Pero el impulso evolutivo general como
humanos que buscan y nuestra capacidad de amor por la Verdad, que es
siempre renovada, reformulada, afinada y recreada continuamente, o sea
nunca quieta, nos ayudaran.
En realidad no es tanto la «verdad» lo que será duro de tragar, sino que lo
que nos resultará inaceptable será el ver, sin la preparación emocional
suficiente, la escasísima verdad que sostenemos en nosotros mismos:
nuestra propia «in-consistencia e in-coherencia mental». La terrible burbuja
de sueños en que vivimos. La condición «oniroide» de nuestra mente y por
ende de nuestra vida. La constatación viva de que estamos «equivocados».
¿En qué?: en lo fundamental.
¡Justo un momento antes de ver la Verdad, visualizaremos durante un
tiempo determinado nuestras mentiras, autoengaños y falsedades!
Nuestras ideas, concepciones, representaciones, juicios de valor, creencias,
y todo aquello que constituye los contenidos predeterminados de nuestro
«aparato conceptual», en relación a lo que las cosas son realmente, y
podremos contemplarlas un momento desde una posición que nos permitirá
verlas y confirmar su verdadero y escaso valor. Y entonces veremos que son
muy simples, casi pueriles, y egocéntricas hasta un extremo insufrible de
soportar. Todos nuestros sueños, ambiciones, valores, expectativas,
creencias y pretensiones serán vistos como lo que son: productos del juego
azaroso de las influencias que han llegado hasta nosotros durante nuestra
vida. Todo eso que se ha sedimentado en nosotros de forma automática sin
que nosotros hayamos participado sustancialmente, principalmente cuando
éramos niños. En estas condiciones… ¡parecería casi mejor no saber
demasiado sobre sí mismo! ¡Preferimos descansar y dormir con nuestra
buena conciencia de siempre y una autoestima suficientemente preservada
que «reconocer la inconsistencia» que abrigamos en el interior!
Uno de los precios que se debe pagar por el despertar es justamente ese:
«el deber verse». «El verse como se es, ahora». Sí, pero hay que «saber
verse». ¡Sin desesperarse consigo mismo, sin juzgarse, sin condenarse! Uno
aprenderá a «verse a sí mismo» como si «yo fuera otro». Aprenderemos a
«vernos» con desapego y compasión, sin juicio alguno. La regla de oro para
esta tarea es: ¡lo que yo voy a ver… tengo garantías absolutas de que no
lo soy! A todo lo que vea en mí le aplicaré el Neti, Neti, del Vedanta: «eso
no soy yo». Y puedo tener la certeza completa de que lo que voy a ver ¡no
es mi verdadero Yo! Por eso en las primeras fases del estudio de sí mismo,
uno debe estar acompañado de alguien que ya haya pasado por ese proceso
de «desconocimiento», que no de «reconocimiento».
Conocerse a sí mismo, implica primero conocer lo que no soy, conocer
mi esclavitud mecánica. ¡O sea conocer al «tirano en mí! Porque esta
esclavitud resulta de la acción de un simple artefacto mecánico gigantesco
sin libertad ninguna que condiciona mi ser y lo «ata y amordaza» pero
desde el exterior. Y ese «artefacto» no es individual sino colectivo, es una
«propiedad» de la humanidad en su conjunto, pero no del hombre mismo en
sí, ¡y por eso nos podremos liberar de él! Quizás la humanidad entera no
pueda liberarse por ahora, pero el hombre individual sí puede. Es un
temible «cepo» que atrapa duramente los pies del prisionero, pero que no
forma en absoluto parte de su cuerpo; aunque este, que solo se recuerda a sí
mismo con los pies aprisionados desde que tiene consciencia, muchas veces
dude y no sepa distinguir su propio cuerpo del horrible mecanismo que le
tortura.
Y ver a ese pequeño monstruo mental, no es agradable, ya lo hemos dicho.
Y por eso que debemos estar incorporados desde el comienzo en una tarea
complementaria de auto-sensación. No conviene «ver la mente desde la
mente», sin sentir directamente que «eso no soy», y para eso necesitamos
hacer esta observación e indagación desde un nuevo lugar de mí mismo: mi
auto-sensación viva. Todos conocemos la esterilidad paralizante que se
produce en muchos trayectos que son solo mentales, porque solo utilizan
«instrumentos mentales». Un ejemplo de ello son algunas corrientes de
psicología o psicoanálisis que dan lugar a personajes que se diferencian
poco de los tipos religiosos clásicos, básicamente neurotizados.
Reconozcamos, sin embargo, que otros se libran de ello debido en gran
medida a una notable capacidad de vitalidad sensible y emocional.
De forma que el conocimiento opera primero quitándonos la máscara, y
haciéndonos ver lo que no somos. Nadie se debe asustar. Bastante más
tarde quizás se pueda decir algo sobre «lo que sí soy en realidad»…
quizás. Para ello se debe haber andado un buen trecho.
C. El auto-conocimiento
En todas las culturas, la tarea de «investigar» el «sentido», la
«significación» o el «valor» de la vida (a la muerte ya no se la investiga ni
interpela de ninguna forma, en nuestros tiempos) se detiene bruscamente en
cuanto el hombre se la debe «ganar», o sea en cuanto llega a la mayoría de
edad y tiene que trabajar y formar una familia. La investigación parece una
tarea reservada exclusivamente para adolescentes o adultos inestables, o sea
«estudiantes en formación» porque el adulto estable ya debe saber
sobradamente y con autoridad «todo sobre la vida», ¡no faltaría más! Pero
investigar acerca de la vida es totalmente imposible sin investigar
también acerca de la «mente». ¡De mi mente! No se trata simplemente de
hacer «epistemología» filosófica, ni tampoco un proceso de «psicoanálisis»
o utilizar cualquier psicología académica, para conocerla en sus
componentes, porque de lo que se trata es de «verla en vivo», en acción,
cuando está dirigiendo directamente mi vida y sosteniendo mi «identidad
personal». No se trata simplemente de capturar a mi mente como un «objeto
más de conocimiento»
¡Hay que lograr ver «cómo se vive», no solo conocer cómo se está
constituido mentalmente o construido fisiológicamente! Ningún
conocimiento proveniente de la psicología o de la neurofisiología me dirá
qué significa la experiencia de ser hombre y la experiencia de «ser yo». De
forma que se podría decir que para conocer la vida necesito conocer mi
mente en el instante en que esta está viviendo y permitiéndome vivir. Es allí
donde anidan las «falacias» desde muy temprano en mí. Las falacias están
antes del inicio de la búsqueda pero algunas se activan mucho con esta,
desarrollándose y cogiendo densidad en el movimiento mismo del buscar.
Una búsqueda sin «discriminación» o sinceridad intelectual (por ejemplo
una simple búsqueda de predominio emocional) favorece y refuerza la
densidad de nuestras falacias, constituyendo a veces un obstáculo tal que la
pueden frustrar.
Sobre la especulación filosófica no creo que haya muchos reparos en
aceptar que es una labor insuficiente para un conocimiento «esencial o de
verdad» porque en ninguna especulación se pone en duda la «capacidad»
del pensador para pensar. Y no hablemos de la simple especulación
obsesiva o completamente teórica, o sea de cafetería, que no son muchas
veces más que juegos de palabras sofisticados; o simples sofismas, para
sentirnos interesantes y profundos. Pensar, incluso pensar correctamente, es
una labor necesaria pero no «suficiente». Los filósofos trabajan con los
«pensamientos» pero no con el «pensador». Quieren cambiar solo los
pensamientos, pero no dicen nada, porque para ellos ni existe, sobre la
realidad condicionante del «propio pensador». Como mucho admiten
estudiar, y esto solo muy recientemente, los límites de la capacidad de
conocer, y descubren los «a priori» kantianos; o incorporan la filosofía del
lenguaje, poniendo al descubierto como este limita nuestra capacidad de
conocer y afirmando que en realidad la terea de la filosofía en nuestro
tiempo consiste en «liberarnos de los enredos mentales en que ella misma
nos ha introducido a lo largo de la historia» (¡qué poco prometedor!), pero
no enfocan su atención sobre las «motivaciones originales» del propio
pensador en su conjunto. Se sumergen en un mar de pensamientos
conceptuales y sin darse apenas cuenta de que están siendo hipnotizados por
los «juegos del lenguaje» (Wittgenstein) se pierden en estos.
Podríamos pensar que el psicoanálisis sí se centra en el estudio del
pensador, con sus deseos, fantasías y «fantasmas» inconscientes, pero tiene
otras limitaciones, como vamos a ver. Porque el psicoanálisis por su parte
se preocupa exclusivamente de «cómo» se constituye la mente y cómo
está formada, pero casi solo se centra en la mente inconsciente, y además no
pretende ni aspira, ni remotamente, a conocer que «es esta mente y que es
este Ser». En realidad, bien mirado, el psicoanálisis es «humilde y realista»
en sus pretensiones, pero se le ha transformado por muchos en una
«ideología» e incluso en una «especie de sustituto de la religión». No
pretende dar «respuestas ni sentido», solo describir cómo se forma la mente
en capas sucesivas de huellas y fragmentos de memorias. Desmonta con
eficacia muchas de nuestras fantasías y complejos mentales, nuestras
creencias y mitos más tempranos, y nos permite ver el «condicionamiento»
en que estos están originados. Pero no plantea como objeto de estudio la
«conciencia en sí misma», ni sus posibilidades de despertar a niveles de
funcionamiento más óptimo. Ni mucho menos plantea que es la realidad o
cual sería su valor. Y sin esos niveles más altos de funcionamiento de
nuestra capacidad de «observar y ser conscientes», el estudio de la mente,
pero solo de sus contenidos, es completamente parcial y limitado.
Estudia las posibilidades de actuación de la mente inconsciente pero no las
posibilidades de la mente «consciente». Primero porque no «cree» que
exista una consciencia superior a la ordinaria. Y segundo porque aún
cuando creyera, no sabría que «instrumento» utilizar para tal observación y
estudio. Resumiendo podríamos decir que el psicoanálisis nos ofrece un
gran conocimiento, pero que tiene una intención limitada, que no coincide
con las expectativas del «Buscador». Y que además nosotros «recibimos
dormidos» todo este aporte de «sentido y significación» que proviene de él,
cuyo valor aquí no se pone en duda ni por un momento. Sencillamente,
porque estamos continuamente somnolientos, recibimos esos chispazos de
«lucidez» (esos maravillosos «insights» liberadores) que provienen del
psicoanálisis sin poder aprovecharlos en toda la dimensión que nos ofrecen.
Como con cualquier otro conocimiento que nos otorga la vida.
Y entonces, dado que nos psicoanalizamos también dormidos, la pregunta
que surge es: ¿Cómo despertar? Pero esta pregunta no entra dentro del
marco del psicoanálisis; porque este afirma ¡que yo ya estoy despierto!
Y ahora me propongo conocer que contiene mi oscuro inconsciente
mediante la «asociación libre» que se desplaza sin límite por ese otro
océano de imágenes y significantes por donde voy con la capacidad de «luz
interior» que disponga particularmente. En general muy poca.
Por ello, ni la simple «especulación filosófica», ni tampoco la exploración
psicoanalítica, aunque ayuden, servirán para la tarea de liberarse
definitivamente de prejuicios, fantasmas, mitos, y creencias, porque esto
solo puede lograrse activando una «atención» de un nivel energético
superior al que teníamos cuando las adquirimos pasivamente, o sea, cuando
entraron en nosotros los mitos y las creencias, a formar parte del «yo que
siento ser». Por lo menos habrá que «despertar» hasta ese mismo punto de
«atención viva», para disolver los fantasmas y poder «ver» las falacias. Al
fin y al cabo ¡esto es el «insight»! Si nuestro grado de atención despierta es
«menor» que la que tuvimos en aquel momento, no nos será posible
deshacernos de ellas. De forma que primero tendremos que «retenerlas
delante de los ojos» en alguna medida para que no nos dominen y caigamos
identificados con ellas, y enfocando con máxima atención «poder verlas» en
lo que son: productos mentales «cristalizados» que constituyen mi mente. Y
esto será lo importante, ver que son productos que han «constituido»
(construido) mi mente en su totalidad en el pasado, y no solo que están
«contenidos como objetos, aunque fueran poco deseables, en mi mente que
dispongo ahora».
La diferencia es sustancial, porque cuando creo que esos «productos
cristalizados» son simples contenidos de mi mente, «yo», mi «yo», queda a
salvo de cualquier cuestionamiento; queda libre y a cubierto de cualquier
trabajo posterior sobre sí mismo. Me digo: «oh, sí, trabajaré sobre esas
cosas que están en mi… y me libraré de ellas». ¡Es muy simple, yo lo
conseguiré! ¡Utilizaré los procedimientos que se precisen y me libraré de
esas falsas creencias, que están en mi. Pero con esta actitud tan limitada, mi
«yo» sobrevive incólume y persiste en auto-vivirse como real. Sin embargo,
cuando veo en realidad que esos productos son y constituyen mi propio
«yo», el que ahora mismo estoy viviendo, entonces tengo que admitir que
también tendré que liberarme de él, de mi «propio yo». No es solo que yo
simplemente «contenga en mí» mitos y creencias, es que yo soy un ente
«creado enteramente» por mitos y creencias. O sea, «inventado por
creencias», se podría decir con más propiedad.
D. La auto-liberación
No ocultamos que liberarse de ese yo que sostiene esas falacias es una
tarea que se presenta como casi imposible… porque uno se pregunta: ¿con
qué instrumento lo voy a hacer? ¿Con qué motivación y fuerzas lo
conseguiré? ¿Con qué apoyos? Respecto al instrumento está bastante claro
que será con la ayuda de una nueva Atención.
Esa atención que necesito, lógicamente no será solo de una parte de mi
mente, sino que será lo más «global que pueda» (con la totalidad de mi
atención miraré el campo entero de mi mente); y sobre todo tiene que ser
«silenciosa». Tendrá que ser una atención silenciosa, sin palabras, que «no
me hable demasiado mientras miro». Esto es un ideal difícil de alcanzar
pero necesario a perseguir y posible de lograr. En realidad una atención
silenciosa quiere decir «vacía de emociones o tono emocional, o necesidad
emocional o presión emocional». No significa que no existan pensamientos
residuales en forma de palabrería caótica, que nos perturba como una
especie de ruido de fondo; sino que estos, los pensamientos automáticos,
estén tan lejanos que no logren «copar» mi atención. Porque lo
verdaderamente importante es que no existan «emociones perturbadoras»
que obstaculicen la claridad de mi «visión». Es la emoción, con sus
agotadoras fluctuaciones, lo que roba la energía necesaria para
disponer de esa «atención silenciosa». Por el contrario el «ruido de
fondo» de los simples restos de pensamientos, sin carga emocional, con los
que no nos identifiquemos, casi no llegará a perturbar.
Buscamos algo que se parecería mucho a una atención «imparcial y
suficientemente impersonal», para que nos ofreciera algunos frutos de
«objetividad» en nuestras observaciones. No vale cualquier observación, no
vale cualquier intento. En términos del Vedanta, y en general del
hinduismo, el «Viveka» de suficiente viveza (grado o intensidad de mi
atención silenciosa e impersonal) permitirá un «Vichara» valioso y
fructífero (o auto-indagación esencial sobre la naturaleza real del «yo»).
Sería imposible una eficaz auto-indagación en un estado medio
dormido, somnoliento o pasivo. Por ello, será necesario primero lograr
«despertar el instrumento de observación», y solo después «mirar» con
atención y «observar» primero detalles sueltos y, más tarde, incluso poder
estudiar ciertas «totalidades» de funcionamiento. Primero activación, luego
captar detalles y al final lograr ver conjuntos más amplios de mí. Atención
enfocada sobre mí, observación continuada de los procesos que se
desarrollan, estudio sistemático de acuerdo a un plan y al final el logro del
«conocimiento de sí». Todo se resume a la capacidad de desarrollar una
atención silenciosa y activa en mí.
De forma que cuando empezamos a buscar lo hacemos con «planos»
siempre erróneos (esos planos son los contenidos de nuestra mente), y
nuestras expectativas están llenas de «falacias» (emocionales y
conceptuales), que nos entretienen transitando por «caminos equivocados»
por demasiado tiempo, un tiempo precioso que a veces dura para siempre.
La tarea, que debemos cumplir al movernos hacia la meta, por lo tanto es
doble: primero mirar al camino para verlo y poder reconocer si por donde
voy es por donde quería ir; y a la vez mirar inquisitivamente al plano, para
ver dónde contiene el «error», el posible error, ¡donde señala mal!
¡Atención al Camino de barro y atención al Plano a la vez! ¡Y el plano
es mi propia mente, no solo las enseñanzas que recibo! Cumpliendo estas
dos tareas simultáneas las falacias se empiezan a mostrar por sí mismas y se
hacen visibles a nuestra mirada. Primero aparecen como una observación
fugaz en la periferia de mi campo mental; luego cobran centralidad y
visibilidad. ¡Allí están!
Debemos reconocer que no parece tarea fácil intentar estudiar «lo que la
vida es» pero a través del estudio de «lo que yo soy». Porque es inevitable
centrarse en sí mismo como el «único» objeto de estudio
verdaderamente «accesible directamente», todos los demás son
supuestos. No se hace así por ningún tipo de narcisismo o egocentrismo, es
simplemente porque «el yo» es el único lugar donde puedo «conocer de
primera mano que es lo real». ¿Dónde, sino? Un supuesto conocimiento que
soslayara esto, sería un conocimiento colateral y teórico, como también lo
sería la pretensión de conocer que «es el mundo sin conocer que soy yo».
Por eso se han realizado afirmaciones como esta: «conócete a ti mismo, y
conocerás el mundo y a Dios». Y por eso sabemos que el conocimiento
científico es totalmente incompleto e insuficiente.
Por ello comprendo que debo estudiar el mundo a través del yo; y que
a este a su vez lo debo estudiar e investigar mediante «aquel plano
señalizador» que me está enseñando y que estoy utilizando (sea libro,
escuela, enseñanza o maestro); y que precisamente a esto último, a «los
planos», lejos de confiar ingenuamente en su bondad y validez ¡los debo
estudiar y validar por mí mismo también! ¡Están repletos de falacias! Ya
hemos dicho que equivale a ir a conocer un país desconocido con planos
que sabemos que no son fiables, y que nosotros mismos deberemos cambiar
a medida que avanzamos. ¡Es como correr atándose los zapatos! Pero en la
práctica es perfectamente posible porque cuando menos lo esperemos
recibiremos «ayudas» que no estaban anunciadas previamente. ¡Debemos
confiar! Porque los planos nos señalan a veces que lo que buscamos está
mucho más lejos de lo que está en realidad, y al comprobarlo recibimos una
gran alegría. Al hablar de estos temas, los planos que disponemos los
humanos, debemos saber que en general señalan siempre «fuera del mapa».
Por eso la sorpresa será siempre que aquello que buscaba aparecerá mucho
más cerca de lo que nunca creí ¡Tan cerca como tu propia vena yugular!
E. Las falacias en mí
Solo yo podré ver y reconocer a esas falacias, cómo actúan en mí
(inmediatamente comprenderé que también están activas en los otros) y qué
efectos me producen de «confusión y desviación»; para después con gran
alivio y algo de vergüenza, dejarlas atrás. Nadie podría deshacerlas por mí;
nadie me las podrá mostrar antes de que yo mismo empiece a verlas. Nadie
las podrá desactivar ni mucho menos destruir sino lo hago yo. Yo, de
hecho, las necesito en alguna medida y durante algún tiempo, pero
permanecerán en mí solo mientras las necesite, ni un minuto más. Cada
falacia será sustituida por otro elemento equivalente pero de una naturaleza
muy distinta a ella, y que por el momento la describiremos como «una
nueva claridad mental vacía y silenciosa».
Una falacia no es simplemente una «fantasía» en un sentido creativo o
artístico, ni un «fantasma inconsciente» en sentido psicoanalítico, ni
tampoco un «síntoma» en sentido psicopatológico. No es sencillamente una
«creencia burda» del tipo de creencia dogmática religiosa, ni una
«ideación» errónea, de tipo filosófico o cultural; tampoco es simplemente
una opinión vulgar y común de las «masas y los omnipresentes medios»
actuales. Si fuera una fantasía como lo son las del adolescente o las del
artista, sabríamos como encararnos con ellas mediante el realismo y la
sensatez. Y si fueran solo las producciones de fantasmas inconscientes e
incluso síntomas clínicos, pues también sabríamos donde colocarnos
terapéuticamente, al menos para conocerlas. Y si fueran simples productos
de creencia burda o mitos, o errores colectivos de comprensión pues al
menos conoceríamos a que nos enfrentamos y como tratar esa ocultación
flagrante de la verdad mediante una labor de educación o discernimiento
sistemáticos. Pero la falacia no es ninguna de esas cosas exclusivamente
porque… ¡es todas ellas a la vez, e incluso algunas otras cosas más!
Porque sobre todo la falacia viene a cubrir «nuestra imposibilidad de
representación correcta del mundo», representación que los conocimientos
«científicos», siempre parciales y muchas veces desviados en su primitiva
intención, no nos puede otorgar, por sus mismas insuficiencias. ¡Ni siquiera
pretenden «comprender», solo saber!
Por cierto que es la vulgarización de estos conocimientos disponibles por
élites muy reducidas, que quizás si los entiendan, lo que da lugar hoy en día
al material más fácil disponible para construir nuestras falacias. A ello se
debe el que la búsqueda transcendental esté hoy en día completamente
saturada de modelos, ejemplos y metáforas «científicas», que seguimos sin
entender en lo más mínimo; pero que quisieran otorgar, según algunos,
carácter de cientificidad a la búsqueda de «un sentido vital y
transcendental». Pero nada tiene que ver el conocimiento particular del
mundo físico, logrado experimentalmente con el «sentido y la
significación» del acto humano de vivir. ¡Puedo saber muchísimo sobre
los detalles puntuales de la vida y disponer de enciclopedias enteras de
conocimientos, pero quizás no sepa vivir!
Este fenómeno del uso de «metáforas científicas», que en realidad poco o
nada ayuda al verdadero buscador en su búsqueda, tenemos que reconocer
que sin embargo representa un importante salto y avance respecto a las
limitaciones «imaginarias» que ahogaban nuestra representación de lo
«verdadero e irrepresentable» en nuestra cultura occidental de base
semítica: la representación del Todo, del Absoluto, como un insoportable
«conjunto familiar» (con papá enfadado y castrador, mamá naturaleza
rácana y seca, los hermanos envidiosos y amenazadores, las forzosas
comidas rituales, los chantajes, los castigos brutales, los despechos, los
elegidos por un lado, los impíos, los desterrados por el otro, etc.). Y esta es
la matriz donde se ha formado nuestra mente occidental.
Una dinámica familiar que aconsejaría urgentemente la intervención de
cualquier psiquiatra, dada la gravedad de la situación. Y sin embargo, de
allí venimos todos; con esos «ladrillos» hemos construido nuestros edificios
mentales durante siglos; y si nos miramos bien, a nada que observemos, los
podemos «reconocer» todavía en nosotros mismos introducidos en nuestra
estructura mental más íntima. Estas falacias ancestrales y tribales son
horrorosas y sus efectos venenosos. El estremecimiento que se puede
producir al verlo, solo debiera servir para una cosa: hacerse la rigurosa
promesa de que yo, algún día, mediante el esfuerzo y el trabajo que sea
¡lograré liberarme de toda esta basura delirante que cubre mi mente! ¡Y
humildemente conoceré la verdad o por lo menos algo de la verdad! La
primera liberación y quizás la última, es la liberación de la mente
forjada en la familia típica occidental; heredera de la familia patriarcal
del oriente medio que adoraba a un «dios» terrible, proyección pura de sus
propias mentes sin empatía, amor ni compasión.
Por lo tanto, nuestras falacias como buscadores (ya hemos dicho que los
«no buscadores» disponen de otras para la vida, igualmente ingenuas pero
mucho más dañinas) son una sólida mezcla de varios de estos aspectos:
fantasía consciente, síntoma, fantasma inconsciente, creencia, mito y
metáfora científica. Por lo tanto aunque se estudian como obstáculos
colectivos e inevitables para casi todos los buscadores de nuestra época, en
realidad su formación y consistencia será muy variable de uno a otro; o sea
que estas falacias acaban por ser «muy personales», y en cada uno de
nosotros unas tienen más peso especifico que otras. Y se van «desvelando»
con un ritmo o cadencia particular, de forma que se pasa de una a otra, pero
no sabríamos decir en qué orden o jerarquía van a manifestar su oculta
presencia. Para ello se necesitaría un complejísimo estudio de la
configuración interior de cada hombre y a su vez un conocimiento preciso y
exacto de qué tipo de «trabajo» está desarrollando esa persona para
despertar. Tarea que supera ampliamente nuestros objetivos.
Sin embargo lo que importa comprender es que estas falacias tienen dos
«funciones contrapuestas»: al comienzo del «trabajo sobre sí», son
«imprescindibles», sin ellas no haríamos nada, ni nos moveríamos, porque
nos generan algo de esperanza y entusiasmo. De hecho son «nuestra única
oportunidad». Pero al final son un «obstáculo mayor» para nuestra
liberación de la ilusión. Equivalen de alguna forma a la función que ejerce
el juego en los niños, esas «fantasías actuadas» que son sus juegos les
prepara para poder hacer correctamente en el futuro, aquello a lo que juegan
ingenua y torpemente de niños (juegos de mamás y papas, de maestros,
médicos y enfermeras, arquitectos, ladrones y policías, etc.). Ese «juego»
debe ser respetado y protegido en todas sus expresiones, e incluso como
sabemos todos ya a estas alturas, tanto maestros, como psicólogos y como
simples padres, debe «ser estimulado» por el adulto.
El niño ensaya una y otra vez los papeles y roles que va a desempeñar en
el futuro y así configura su verdadera personalidad. ¡Y nadie en su sano
juicio se atrevería a interrumpir ese juego! ¡Debe ser el propio niño el que
se canse de él, se aburra y lo abandone! Igualmente se respetarán las
falacias que utilizamos cada uno sin condenarlas, ¡pero no se las
reforzara de ninguna manera! ¡No se las dará el estatuto de «verdad»! No
deben ser alimentadas de ninguna forma y en cuanto se pueda se someterán
a una «terapia de silencio» (sin condenarlas ni aceptarlas) y después a la
más rigurosa «interrogación». Solo son falacias, «inevitables» al comienzo,
pero obstáculos al final.
Esta consideración vale con total exactitud para las falacias que sostienen
el «modo en que buscamos»; obsérvese bien que decimos «el modo en qué
buscamos» y no… las «metas» a las que aspiramos. Distinguimos el
«modo» en que trabajamos del «porqué» o para qué trabajamos. Es evidente
que al aspirar a una «meta» que en sí misma es también una «abstracción
inexpresable», y que irá cambiando y afinándose a medida que avancemos
en nuestro despertar, las falacias la rodearan en casi toda su integridad. Las
falacias van a condicionar completamente el «modo de nuestra
búsqueda». O sea en cómo entendemos nuestra búsqueda y cómo nos
esforzamos. No importa demasiado este hecho, porque es inevitable, dado
que… ¡partimos del sueño!; lo que sí importa es que la meta personal no
sea a su vez una falacia en sí misma.
Por eso quizás solo merezca ayudar a aquellas personas que sostienen
«metas» que sean sinceras, maduras, realistas, altruistas y éticas. O por lo
menos que contengan sustancialmente algunas de estas cualidades. Cuando
alguien, que sin disponer de este tipo de metas, pide ayuda para lograrlas,
quizás sea lo más indicado inhibirse y esperar a que madure su motivación
y su propia sinceridad consigo mismo. ¡No todo debe crecer! ¡No todas las
metas deben ser realizadas! Algunas metas son tan desajustadas, tan
fantasiosas o egocéntricas, en fin, tan desequilibradas, que es mejor que no
se desarrollen demasiado, dado que casi parecen simples «falacias
narcisistas» en sí mismas. Su supuesto cumplimiento no mejoraría en nada
la situación general, ni la particular.
Pero lo que queremos señalar es que incluso el más sincero buscador,
con las metas más limpias y éticas que podamos imaginar, se verá
sometido a la acción implacable pero «inadvertida» de todas las
falacias que constituyen nuestra organización mental colectiva. La
inmensa mayoría de estas son heredadas, y consustanciales a mi marco
cultural, y algunas pocas son particulares ¡Es inevitable! Lo único
importante será poder reconocer que existen, aunque no se las describa con
precisión, ni se las sienta actuar limitando y «deformando» mi visión, por el
momento.
F. Dinámica de las falacias
Vamos a considerar un cierto aspecto que tiene relación con el destino de
las falacias y la función que cumplen en aquellos que se entregan a una
búsqueda decidida en el campo ignoto de la Transcendencia. Para ello
tomaremos una afirmación que proviene del budismo Zen y que dice así:
«Al comienzo, antes de buscar el Satori, las montañas eran montañas, y los
valles eran valles; en el medio cuando comencé su búsqueda las montañas
ya no eran montañas y los valles no eran valles; después cuando alcancé el
Satori, las montañas volvieron a ser montañas y los valles… valles».
Hemos de suponer que esas montañas y valles del final, que habían
recuperado su naturaleza de tales, no eran exactamente iguales a las del
principio. ¿O es mucho suponer? Los espíritus conservadores dirán que por
supuesto volvieron otra vez a ser idénticas a las previas, y qué tranquilidad
sentirán con este corto o largo viaje, pero de garantizada ida y vuelta. Con
lo cual se cuela silenciosamente la idea de que este viaje en realidad es un
pseudoviaje, una especie de viaje virtual que en el fondo solo es una pirueta
mental subjetiva y que no nos añadirá nunca nada real. Hay algo de verdad
en esto que se insinúa, pero se utiliza normalmente para desanimar y
descalificar el carácter «real y «la urgente necesidad» del mismo. Por
desgracia esa descubierta dimensión «subjetiva o paradójica» no se utiliza
para comprender su evidente complejidad, precisamente por ser un «acto
absolutamente simple». El viaje es muy real y muy complejo
precisamente porque implica la reducción a la Unidad.
Por el contrario, aquellos más amantes del cambio y la innovación, que
entienden y aceptan una dosis de riesgo importante, aquellos que disfrutan o
sufren (mejor dicho disfrutan y sufren a la vez) de una «concepción fuerte»
de lo que es la Búsqueda, dirán que hay algo engañoso en esta aserción; y
afirmarán, por el contrario, que no pueden ser exactamente iguales el
comienzo y el final, que se necesita una profunda aclaración sino queremos
faltar a la verdad.
¡Sí, parece muy evidente que se necesita una sería aclaración!
Gurdjieff decía que «era una gran cosa estar sentado en una silla (la de la
vida ordinaria sin más), y que era otra aún más grande lograr sentarse en la
otra (la silla del hombre despierto); pero que para aquel que estaba en el
medio no cabía más que el sufrimiento y la desazón (que no podríamos
deseárselo a nadie). Por eso animaba a cambiarse de silla con decisión total,
sí, y a lograr despertar por los medios que fueran, incluso con la ayuda del
mismísimo Diablo. Por eso nos urgía a su vez a «hacer rápidamente el
tránsito entre una y otra, con convicción y determinación total». No
debíamos permanecer entre dos sillas, dos aguas o dos mundos, ni un
minuto más del necesario. El hombre que allí se queda, no tiene a
ninguno de los dos.
Veamos, en la vida ordinaria el hombre disfruta de un mundo y una
realidad que parecen sólidos y estables, incluso gratificantes, aunque
presenten diversos «agujeros» que nos harían dudar de la comodidad de tal
posición. El primero son el dolor, la enfermedad, vejez y muerte, o sea el
«sufrimiento» o Dhukka, por un lado, como recuerda el budismo. El
segundo puede ser la no menos terrible situación de vivir «sin sentido
ni significación». Este «sin sentido ni significación» definitivas o
sustanciales, a veces duele más para determinados individuos que se
alimentan de estas sustancias llamadas «conocimiento, comprensión y
sabiduría esencial», que el dolor mismo que proviene de la toma de
conciencia de la propia «im-permanencia» o del «dolor sensible» inevitable
que proviene de nuestro trayecto vital por la vida sensitiva orgánica.
Nuestro cuerpo «duele con facilidad» y lo que contempla nuestra mente
«duele» por su fugacidad… ¡y no entendemos nada! Sin embargo, casi
cualquier sufrimiento o desgracia se hacen soportables, incluso para
hombres vulgares como nosotros, cuando sabemos por qué o para qué las
sufrimos; cuando sentimos que tienen la más mínima «razón de ser».
Nos serviría con disponer de una explicación cualquiera, por elemental
que fuera sobre nuestro dolor; también nos aliviaría descubrir una causa que
lográramos discernir en la oscuridad, y, por lo mismo, incluso nos serviría
con entender que tal o cual sufrimiento se debe a nuestro irrenunciable y
justificado destino personal. Quizás no fuera aceptado pero cuando menos
sería «con-sentido». Pero cuando nuestro dolor no tiene explicación creíble,
ni justificación razonada, ni merecimiento re-conocible, se transforma en un
«sufrimiento sin sentido», de una «calidad» tal que solo es específico de los
humanos. El hombre sufre, como hacen todos los seres vivos, pero
además él sabe que sufre, y encima… ¡no se sabe por qué!
Decimos, sin embargo, que el hombre ordinario instalado en su mundo,
sin percibir ni intuir la presencia de otros que le perturben, aceptando la
realidad en que vive como la verdadera y única, puede tener la suerte de
vivir una vida que él mismo juzgará como más o menos cómoda e incluso
placentera. No tendríamos nada que objetar, a esa acomodación
satisfactoria, suficientemente dura es la vida para todos, incluso la más
regalada y exitosa. Pero en realidad nosotros consideramos que tal
acomodación placentera, cuando se puede claro, a la vida es fruto de una
«particular insuficiencia». O sea de una carencia importante de la capacidad
de pensar y sentir. Ya alguien ha dicho repetidas veces de que las vacas no
sufren de neurosis, ni ansiedad existencial, que se sepa. Son felices con un
hermoso prado de hierba fresca y sin que nadie las ate a un yugo. No
necesitan más. El hombre es más complejo porque «sabe» que vive y
«sabe» que va a morir. Quizás me he anticipado, ¿seguro que sabemos que
vamos a morir? ¿Cuánto tiempo recordamos y tenemos presente esto a lo
largo de una vida? Según algunos, todo, nuestro destino colectivo, entraría
en un camino de posible resolución si los hombres dejáramos de vivir como
«si fuéramos inmortales». Si pudiéramos tener presente u simple hecho
indudable: «yo y todos los que veo ahora mismo, vamos a morir, a
desaparecer, a viajar lejos sin deseo alguno, sin un mínimo conocimiento de
adónde vamos». Cuantas experiencias innecesarias de nuestra vida mental y
cuantos comportamientos colectivos nefastos cambiarían a mejor si todos
fuéramos conscientes de ello.
No se trata de la preocupación religiosa por la salvación personal ni de la
pretensión de ser inmortales, sino del reconocimiento de una cualidad
inocultable de nuestra vida: la conciencia de la «caducidad inevitable de
toda forma de vida orgánica frente a la sensación de eternidad de toda vida
consciente». Veo que mi cuerpo caduca y se degrada a la vez que mi
consciencia me afirma que no soy un simple ente temporal. Un contraste
casi imposible de casar.
El niño primero no sabe que hay muerte, luego no sabe que él también va
a morir como los demás, y cuando toma conciencia cabal de ello es
justamente ese mismo día en que se da cuenta de que ¡él existe, de que él
es! Nunca se habla de aquel primer día, en la adolescencia, en que nos
dimos cuenta por vez primera de que «yo era yo… y que estaba aquí».
Algunos quizás sintieron también eso de... ¿otra vez? Sí ¡otra vez!
El buscador se mueve de la silla, se separa de todo lo conocido, solo en
cuanto que esto conocido pretende pasar por el Todo de la realidad, se
despega en alguna medida de la valoración que hizo previamente del mundo
(personas, situaciones, experiencias y cosas) y sin llegar a renunciar a ello
como en la «renuncia ascética clásica» de no querer vivir tal o cual aspecto
de la realidad (amor, dinero, posesiones, cargos y funciones de
responsabilidad, etc.), sin embargo se ha des-encantado o des-ilusionado de
la vida que vivía en su globalidad. ¡Evidentemente que sufre una pérdida
de algo! Ha perdido la valoración del mundo conocido (ha dejado de
«investir» con sus deseos al mundo conocido) y no sabe si podrá
reemplazarlo por algo semejante en cualidad. Y evidentemente que esta
desilusión le lleva también a poder renunciar a algo… por ejemplo a la
comodidad física y a la pasividad mental como valores prioritarios de su
vida. ¡Claro que sí, tiene pleno derecho, porque esto no son renuncias de
ningún tipo, solo decisiones vitales sobre cómo voy a vivir!
Pero ya no está sentado seguro y confiado disfrutando de una vida
agradable y dejando correr el tiempo, meramente interesado en que la vida
le vaya bien a él. Ahora sufre de inseguridad junto a ilusión, de
incertidumbre junto con confianza, de dudas con deseos de certeza, de
soledad a la vez que participación común con sus amigos de búsqueda.
¡Quizás durante años no volverá a sentir un mundo tan sólido y
concreto como el que conoció! Tampoco se debe imaginar que todo es
desfavorable porque lo primero que hace un hombre así es buscarse
«acompañantes» que le facilitarán y le harán agradable el trayecto. Busca
una Teoría nueva, en forma de todo ese mundo de ideas que constituye lo
que se llamó la «filosofía perenne» y esto le da esperanza; busca un «guía»
que al menos parezca saber más que él y sea honesto, y esto le da seguridad.
Y busca «compañía» con quién viajar, no debe ir solo al principio, y esto le
dará calor y alegría.
O sea en otras palabras incorpora a su vida despegada ya del sabor
primitivo del mundo, la doctrina, el buda y la sangha, como diría el
budismo, que le proveen de un cierto sabor provisional.
Pero ha dejado la silla vacía… y no se puede sentar. Ahora las
montañas y los valles no son lo que antes parecían ser, ¡ya no le engañan!
Necesitará encontrar un nuevo paradigma, una nueva «cosmovisión», un
nuevo «sentido» y una nueva «identidad». ¡Ha perdido la silla, el mundo en
que vivía! Y mientras tanto… ¿qué? ¿Qué pensar, qué creer, qué sentir, qué
hacer… ? Le corresponde atravesar un desierto.
Muy simple: para llenar ese vacío se recurre a las falacias. Unas nos
dirán qué pensar, otras en qué creer o qué sentir o incluso… qué hacer.
Unas se dirigirán sobre la enseñanza, otras sobre la maestría y otras sobre la
comunidad. Todas estas falacias nos proveen de un cierto calor sustitutivo y
de un efecto de «sentido reasegurador» provisionales; y sobre ellos me
apoyaré. Cuando avance más adentro del camino las falacias empezarán a
desdibujarse en la misma medida que se empieza a ver una nueva realidad,
aunque sea solo a través de chispazos. Las nuevas «experiencias» irán
desplazando a aquellas como un diente definitivo desplaza a uno de leche.
¡Nunca jamás se arrancan así por así! Como se me enseñó con firmeza
desde el principio en que comencé a trabajar sobre mí mismo: «nunca se
quita nada al hombre sin darle algo sustitutorio a su vez». Esta insistencia
de Mme. H. nunca ha dejado de estar presente en mi mente.
Y esos chispazos de comprensión original, de un sentir nuevo, y de una
nueva percepción de una realidad insospechada se irán haciendo más
sólidos con el tiempo y el esfuerzo y «se irán uniendo por sí mismos entre
sí». Y formarán una especie de continente, un espacio o nicho donde se
puede residir. Con el tiempo me sentiré otra vez sentado en una unidad
coherente y acogedora. ¡Una silla, sí, una confortable silla! La nueva silla
del despertar; podríamos decir de después del Satori, de los innumerables y
variados «satoris» que se pueden sentir. La silla de una nueva Visión y
Sensación de un Todo de una dimensión muy superior a lo previo. ¡Por fin
estoy a salvo en la otra orilla!
¿Pero, qué pasa ahora, cómo es esta nueva posición, cómo
comprenderla? Podemos hablar de ella e intentar describirla, y podemos
cantarla simplemente. Como decía un gran yogui (Mahatma Yogananji) al
que tuve la oportunidad de conocer siendo joven e inexperto y que siempre
fue para mí durante años una referencia personal, aunque insalvable por su
imponente estatura espiritual: «Si convirtiéramos todos los árboles de la
tierra en papel y todos los ríos en tinta, ni siquiera así podríamos expresar
por escrito ni mínimamente la inefable gloria de Dios». ¡Inefable... pero
vivible!
Nadie debiera asustarse del uso discreto del significante Dios, que no es
otro que el significante Absoluto pero pronunciado con una «adecuada
emoción» hacia lo que es el Todo para mí. No nos engañemos, cuando
decimos simplemente el Absoluto nos parece en el fondo que este no
dispone ni de ojos ni de memoria ni de voluntad (o sea que es una cosa muy
grande, enorme e inconmensurable en sus dimensiones, como lo es el
espacio vacío, sí ¡pero nada más!). Pero el inconmensurable espacio puede
tener Voluntad e Intención. ¿Y quizás también amor?
Por mi parte solo diré que una vez instalados en nuestra nueva silla
comprobamos asombrados que esta tiene una curiosa particularidad entre
otras muchas, ¡la silla antigua también está allí! No se ha destruido nada, no
se ha perdido nada. Y evidentemente el hombre goza ahora de todos los
sabores posibles de la realidad de una forma «inclusiva» porque en realidad
no está integrando «realidades externas» (como pudieran ser mundos,
conceptos o seres que por ocupar espacio son excluyentes entre sí) sino que
solo ha integrado en una Unidad perfecta todos sus niveles de conciencia
vividos siempre, todas su experiencias personales; y de alguna forma algo
más difícil de comprender… ¡ha integrado también las experiencias de
todos los demás! ¡Ese es el misterio del Yo Soy! Las cualidades de la
conciencia son del todo paradójicas.
¡El nuevo sentido incluye al viejo sentido, la nueva significación a la
antigua significación! Han aprendido a coexistir mis antiguas montañas con
mis nuevos valles y mis viejos valles con mis nuevas montañas. La silla del
despertar incluye en sí misma a la silla del sueño. Por eso el hombre
recupera ahora aquello que creyó entregar para siempre. El mundo despierto
no ha destruido nada ni ha cambiado nada, todo está en su sitio todo igual,
pero ahora se ha Iluminado por dentro ¡parece que alguien hubiera
encendido una poderosa luz! Ahora las montañas y los valles rebosan de
luminosidad.
Un buscador amigo se sorprendía un día al descubrir con nitidez lo que
venía a ser un momento muy claro de despertar mediante una experiencia
de «conciencia de sí». Iba conduciendo pensando en sus cosas y su mente
giró sin saber muy bien como hacia la búsqueda y todas esas ideas
relacionadas que para él eran un apasionado desafío para su lógica tan bien
constituida. De pronto, sin saber cómo, en un instante sintió que lo que
estaba viviendo ¡era real! Era lo mismo exactamente que lo que venía
viviendo un segundo antes, las casa eran las casa, la carretera y los
conductores los mismos de antes, él también era el mismo de antes ¡pero
ahora se le había añadido la dimensión de Real! ¡Todo era Real, antes no!
Como si alguien hubiese encendido una luz, como si las cosas brillaran
desde su propio interior. Por cierto que no había ángeles por ningún sitio, ni
cosas celestiales u ocultas se decía a sí mismo con alivio porque siempre
había sospechado de esos conceptos que le resonaban como extravagancias
culturales y míticas; pero se quedó con la certeza absoluta de haber vivido
una experiencia sorprendente y que nunca hubiese podido imaginar; ¡algo
de indudable valor!
Era un chispazo de conciencia que siempre se presenta igual, en la forma
muy próxima a lo que es un rayo o a un flash; inesperado y de duración
fugaz. Equivale a la infrecuente aparición en el hombre, pocas ocasiones en
su vida, de lo que P. Janet llamó la «función de lo real»: un momento en que
la vida cobra carácter de realidad, y el hombre sabe y siente que está
viviendo, si, pero también «siendo». Antes vivía, por supuesto, pero ni lo
«sabía, ni lo sentía». Pero para recoger esos momentos, para valorarlos y
para desarrollarlos nos hará falta un «camino de despertar». La vida los
provee azarosamente, de forma aparentemente gratuita y como a
«cuentagotas», pero no los «garantiza»; solo nuestra búsqueda lo hará. No
se trata de esperar que sucedan cuando quieran, ni de renunciar a
comprender su valor y su génesis. Esos momentos de «realidad», deben
ser buscados, cultivados y atesorados.
G. Superación de las falacias
Los propios trabajos que se indicarán en un camino «serio y bien dirigido»
van a lograr por sí mismos que empecemos a ver las falacias como tales, o
por lo menos a sospechar de su presencia en nosotros; después
aprenderemos a «resistirlas» y más tarde a «disolverlas». O sea, primero
detectarlas y viéndolas fijamente resistirse a ellas, a su acción, hasta que se
disuelvan. Y para ello debo incorporarme voluntariamente a una dinámica
individual y grupal que me permita lograr esto. O sea debo incorporar en
mi vida una Enseñanza y una Práctica.
Pero como ya hemos dicho, esto solo sucede en un cierto «nivel medio»
de práctica, nunca al comienzo. Hacen falta años para darse cuenta de que
estoy utilizando malos mapas y torpes instrumentos. Por esto, también los
que dirigen cualquier trabajo esperan a que «la primera palabra sobre tal o
cual falacia» la exprese el propio buscador por sí mismo, sin inducir
previamente a su localización o reconocimiento. Sin intentar convencer a
nadie, que no presienta por sí mismo su presencia. Se espera el momento
justo, lo que en psicoterapia se llamaría el «momento fecundo» de la
«interpretación» (como cuando se interpreta un afecto reprimido o
racionalizado solo en el momento justo en que el paciente lo tiene en la
«punta de la lengua»; esto es, cuando está a punto de verlo por sí mismo).
Solo entonces la interpretación tiene un efecto liberador.
Antes de este momento crítico en el que el buscador empieza a sentir
personalmente la presencia de una falacia, hablar de ella o sobre ella no
tendrá más efecto que el aumento de la «teorización y la especulación».
Casi siempre todos nosotros negaremos que tal o cual falacia está presente
en mí. Y sobre todo, esta negación será más intensa cuanto más evidente y
negativa sea su acción de esa concreta falacia sobre mí. ¡Todavía no sé que
estoy hecho de falacias! ¡No lo sé! Por eso en cualquier enseñanza seria es
tan importante «lo que se dice como lo que se calla». ¡Decir a alguien lo
que sabe sobre él, no sirve para nada; quizás solo para provocar enemistad o
desconfianza! No sirve en absoluto lo que sería una acción de sugestión o
forzar una convicción por razonamiento, que sería falsa por impuesta.
¡Habrá que esperar a observar determinados signos en el aprendiz…
antes de empezar a hablar!
Pero igualmente es verdad que cuando el trayecto se detiene y cuando el
hombre se queda anclado a un «bucle de repetición» (un buscador amigo lo
llamaba con mucha precisión tener la sensación de estar en medio de una
rotonda, atrapado y dando vueltas y vueltas continuas y sin poder salir).
Pasan los años, el hombre siente que se está esforzando con cierta seriedad
y sin embargo sigue en el mismo lugar, entonces casi podemos estar seguros
de que se es víctima de una o varias falacias esclavizadoras, ¡y entonces
habrá que forzar la «discusión» sobre ellas, incluso aunque no se desee y
esta solo sea teórica! ¡Habrá que intentar «verbalizar algo» sobre las
posibles falacias! Incluso antes de reconocerlas. Entendemos que aquel que
dirige este proceso sabe perfectamente ajustarse a estas dos necesidades:
esperar a que se hagan visibles o avanzar, anticipándose, en su
detección.
Pero también hay que saber que desde que se descubre una falacia hasta
que se la disuelve, hay todo un proceso que se debe desarrollar. ¡No se trata
solo de saber que existe! ¡No se trata de reconocer humildemente que
somos sus víctimas! Nadie deja de ser tímido por saber que es tímido, ni
nadie deja de sufrir ansiedad por reconocer que sufre ansiedad. El asunto es
más complejo. ¡Confesar falacias no sirve demasiado! Es lo primero, no
cabe duda, pero luego estamos obligados a aceptarlas y a trabajar «con
ellas» y «sobre ellas». El tiempo que se precise.
Cuando ya estamos más avanzados y empezamos a verlas con claridad,
entonces comprendemos que estas no eran en absoluto ayudas verdaderas,
sino obstáculos imponentes a mi despertar ¡que se oponen con todas sus
fuerzas a un verdadero cambio en mí! ¡Que luchan por su propia
supervivencia con todo su poder! Son las enemigas de mi evolución. Todo
«producto psíquico», no encuentro mejor término para nombrarlo, desea
«sobrevivir»; los pensamientos, las emociones, los prejuicios, cualquier
aspecto lúcido de nuestra mente, así como las diversas inteligencias, etc.,
¡todas tienen vida propia! Todas desean seguir viviendo, como si se tratara
de un «virus» o de un ente de «inteligencia artificial». Ningún producto de
estos va a aceptar sin más su disolución sin una previa batalla. Nuestra
mente no quiere morir, es lógico. Los genes y los «memes» buscan
sobrevivir.
No son entes conscientes pero nos roban un poco de conciencia que
utilizan, por así decirlo para continuar «vivas». Por eso ya no se puede tener
contemplaciones con ellas y habrá que desenmascararlas sin piedad. El
buscador debe aceptar pasar por ese «trago» durísimo en que se van a ver
expuestas sus mentiras, fantasías y prejuicios, que por lo demás no es que
nos presenten una cara feroz de orgullo, soberbia o prepotencia, sino que
por el contrario manifiestan muy bien lo que son: ¡residuos infantiles e
ingenuos, fantasías y esperanzas de pobres niños asustados, expresión de mi
inmadurez mental para conocer las cosas como son!
En el fondo toda falacia es un simple sustituto de una correcta
representación del mundo. Funcionamos con falacias ¡porque no sabemos!
¡No sabemos cómo es el mundo y tampoco sabemos quiénes somos
nosotros! Surgen porque solo tenemos «conocimientos parciales e
insuficientes» de lo que son las cosas, y estas son falacias de raíz
intelectual.
Y porque no sabemos que podemos sentir acerca de la vida, con qué
emoción podemos encarar el hecho de estar vivos. Nos preguntamos: ¿Qué
puedo esperar, qué tengo que sentir, qué actitud tomar ante ella? Y a todas
estas interrogantes de base emocional no podemos darles respuestas más
que mediante falacias. Esto ya lo hemos dicho. Tengamos en cuenta que sin
explicitarlo en muchos casos, las falacias intentan responder a cuestiones
tan «sencillas», confío en que se note la ironía, como algunas de estas. ¿Por
qué he nacido para morir inmediatamente? ¿Por qué se sufre desde el origen
del vivir? ¿Por qué no sabemos a dónde vamos, si es que vamos a algún
sitio? ¿Por qué nadie parece saber nada de todo esto? ¿Ser consciente es
algo bueno o una verdadera faena? Y decenas de preguntas como estas, o
sea de muy fácil respuesta como podemos ver. ¿A alguien le puede extrañar
que utilicemos ridículas falacias para intentar entender algo? Solo a través
de ellas podemos rellenar nuestro importante vacío de «representación».
Pero no solo nos preguntamos por el mundo sino también por mi identidad:
¿quién soy yo? ¿Cuánto valgo? ¿Qué tengo que hacer? Y aquí también no
tengo muchos más recursos que la falacias.
Y de estas falacias, como residuos infantiles que vamos a utilizar, no se
libra ni el hombre más inteligente, ni el más noble, ni el más poderoso,
ni el más equilibrado. Todos hemos sido niños en medio de una cultura
caótica e irreal, que hemos debido absorber pasivamente; niños en medio de
familias que hacían lo que podían por sobrevivir, y a las que nadie ni nada
ayudaba a vivir en forma armónica desde el punto de vista psíquico. La vida
sucede siempre en unas condiciones muy semejantes a lo que sería una
verdadera batalla, que la rodeara incesantemente con sus ensordecedores
ruidos y sus brutales amenazas. No tenemos tiempo para detenernos y
ponderar. ¡No podemos elegir!
Los hombres de ciencia están libres de algunas falacias, que pudiéramos
llamar primitivas o irracionales, pero son presa ciega de otras (la
autosuficiencia, el humano-centrismo, y el conformismo con el simple
saber, la negación de lo psicológico, etc.). Los hombres de fe caen en
algunas muy clásicas (la personificación ingenua del Absoluto, la creencia
en su capacidad de hacer, el miedo y la culpa, etc.) y se libran con facilidad
de otras que están llenas de banalidad precisamente por su sentido de
«transcendencia», etc. Los buscadores se avergüenzan al comenzar a ver las
suyas porque las reconocen como la expresión de verdaderas insuficiencias
mentales, pero los hombres ordinarios tienen falacias mucho más ingenuas
que aquellos y a veces más tóxicas, ¡y ni lo saben! Y si no se hacen
buscadores nunca las conocerán. ¡Nadie se libra!
Ese ha sido nuestro doloroso «peaje humano», el precio que hemos debido
pagar para tener esta gloriosa posibilidad de ser humanos de verdad y de
poder «saber objetivamente» en el futuro, ¡lo que las cosas son en verdad!
¡Todos los hombres nacemos en la cuna de la «ilusión» y del sueño! Pero
a pesar de estos condicionantes, algún día mi «representación del mundo en
el que vivo» será coherente con la realidad de «lo que es». ¡Esa es mi
esperanza!
¿Y entonces… si una vez vistas sin sus máscaras y descubierto su carácter
de «ensoñación adormecedora» consiguiéramos librarnos de ellas, dado que
son nuestro motor y motivación, cómo se trabajaría sin falacias? Si las
vemos y nos desprendemos de ellas… ¿qué haremos después? En realidad
podremos comprobar con cierto pesar y también algo de humor, que hemos
trabajado por falacias de «creencia ingenua», con falacias de «esperanza
infantil», y con falacias de «motivación egocéntrica», ¡desde el inicio
mismo! Además de con otras que han guiado rígidamente la calidad y
cantidad de mis esfuerzos y mis métodos de trabajo, como son ese grupo de
falacias que se adquieren al comenzar a trabajar sobre sí y provienen de la
«subcultura» de la búsqueda transcendental.
En occidente esta subcultura está constituida de unos cuantos libros y
miles de especulaciones, porque no tenemos ni tradición, ni escuelas
verdaderas que nos pudieran orientar. Y a estas últimas, a las falacias que
maneja día y noche el buscador, son las que más nos interesaría
desenmascarar.
H. Y después…
¿Y ahora, si hemos conseguido librarnos de algunas, sin ellas… qué?
¿Hacia qué metas se dirigiría uno, como nos esforzaríamos sino podemos
hacer apelación a sentimientos ni creencias ni mitos, cosas que ahora vemos
como tan espurias? ¿Con quién se habla, a quién se pide, qué se puede
esperar? Todo el trabajo con falacias ha consistido en utilizar «formas», o
sea hemos ido con emociones, con ideas, con ilusiones, con promesas y con
«diálogos imaginarios»; y eso más o menos todos sabemos hacerlo y nos da
energía y esperanza. Pero cuando ya no creo en esas «formas», o no tengo
apenas activo ninguno de esos «diálogos» que sostenían mi búsqueda…
¿con qué instrumentos voy a trabajar ahora? ¡Extraordinaria cuestión!
Ahora que no puedo seguir haciendo lo que antes hacia (creer, esperar,
imaginar, calcular, pedir, chantajear, auto-representarse como víctima o
como un gran señor, y muchas cosas más)… ¿ahora cómo hago? Es una
gran pregunta, que no pretendemos responder. Lo único que diremos es que
afortunadamente en un trabajo bien conducido… cuando desaparece una
cosa ¡aparece otra que la sustituye! Cuando perdemos un recurso, o
«instrumento», al de un breve tiempo nos llega otro más adecuado para
nuestros fines. ¡Hay que saber confiar!
Cuando desaparezcan las falacias, para sustituirlas aparecerán
«instrumentos nuevos» que nosotros teníamos por posibilidades
«legendarias», porque los creíamos inaccesibles para mí pobre capacidad
personal o para mis limitados méritos. Pero no seamos humildes, si he
empezado a liberarme de algunas falacias, ¡es porque estoy haciendo un
esfuerzo meritorio e importante! He debido trabajar bien, aunque yo no esté
muy satisfecho. ¡Quizás merezca recibir «ayudas»!
¿Y cuáles serían estas posibles ayudas? A la mayoría solo las conozco de
oídas, provienen en general de relatos y me parecen leyendas; nunca
hubiese pensado que pudiera llegar a conocerlas por mí mismo. Son
muchas, pero podríamos nombrar algunas… como por ejemplo una
«intuición certera» (que me permite ver más allá de las apariencias); una
«mente clara» (que por estar vacía de conceptos y pre-juicios, no induce a
error ni tiene presión emocional), y una «visión directa» (que no necesita
«explicar», ¡solo necesita ver!, la explicación verbal, es como ese guante en
la cabeza, esa escafandra). Y esta intuición certera, claridad de mente y
visión directa, serán como cualidades mentales que dispondré para el
futuro. Y que de alguna forma me pertenecerán en lo sucesivo.
Pero además puede surgir una «fe» firme en que todo lo que he vivido y
viviré dispone de «sentido y de significación definitivos»; el «sentido»
viene dado porque tal o cual experiencia nueva que no he tenido antes
«resuena en mí», no me es ajena, es familiar, me dice algo o por lo menos
siento que algo se me quiere transmitir. Y la «significación» vendrá dada
por un hecho tan simple como que esa cosa o experiencia desconocida me
remite a otras ya conocidas por mí, no se queda en el aire, desconectada y
aislada y sin relaciones significativas con otras. No, al tener significación se
incorpora en un «cuerpo mayor de conocimiento». Esa nueva «fe» me hace
comprobar que todo en mi vida, por más duro, o inusual que haya
sido… gozaba y gozará para siempre de sentido y significación.
También surgirá una «esperanza» nueva en la bondad del proceso general
de la vida a pesar de nuestros sufrimientos particulares, junto con el acceso
fácil y regular a «Influencias Positivas diversas» que me llegaran
directamente y que me ofrecerán «datos y elementos de juicio» sin tener yo
que inferirlos especulativamente mediante esfuerzo; o sea que conoceré
cosas que nunca pensé que se podrían conocer.
Podrá aparecer también algo como un «silencio sonoro» que dice y
comunica cosas; y la que en mi modesta opinión puede ser la mejor de
todas: una Alegría sin causa, que nos llega por el simple hecho de «ser».
Porque aunque la vida pueda no ser alegre en algunos momentos, el Ser
siempre está gozoso en sí mismo. Y nosotros no somos simplemente
«organismos vivientes», sino «Seres vivientes»: participamos de algo que se
mueve y de Algo que no se mueve; o sea de la Vida y del Ser. Tenemos dos
«polos», uno superior y otro inferior. Somos seres «bifrontes».
En conclusión podríamos decir que nos irá llegando poco a poco un
«nuevo conocimiento» que servirá para «vivir correctamente la búsqueda»,
y la señal de que este nuevo conocimiento es genuino es el hecho de que no
tendrá utilidad alguna para conocer las cosas particulares del mundo o de la
vida, será solo una especie de sabiduría vital. Sabremos más sobre el
verdadero Valor de la Vida, que evidentemente será casi imposible
transmitir directamente. Y también nos llegará una «emoción positiva
nueva», que sustituirá todas nuestras dudas y ansiedades, por lo cual no
hará falta hacer «proyecciones emocionales» personales, generalmente
infantiles, sobre cuestiones como el amor, o la felicidad personal.
Y ambas cosas juntas, conocimientos y emociones nuevos, nos darán una
«comprensión nueva de Todo».
Eso era lo que necesitábamos, una «nueva Comprensión». ¡Ahora ya
no necesitaré las falacias! Estas se proyectaban sobre la pantalla de mi
mente, como si pudiera verlas en el horizonte espaciotemporal; y me
obligaban a ir en su busca, pero la Comprensión que ahora tengo es como
un flujo continuo de algo que se parece al «conocimiento» y que brota
suave pero continuamente desde el interior de mi ser.
Por eso, sabiendo perfectamente que «conocer» simplemente las falacias
en absoluto significa haberse liberado de ellas (siendo esta «ilusión» una
importante falacia en sí misma), no obstante, creemos que se puede «hablar
algo», no demasiado, sobre nuestras falacias más escondidas y más
queridas. Quizás más tarde las podamos «ver».
Vamos a considerar algunas de ellas a continuación.
LAS FALACIAS
MÁS FRECUENTES
1. La falacia «vital» (la confusión entre vivir y Ser)
La culminación, pienso, de mi búsqueda, será como una «experiencia» más de la
vida, aunque sea la definitiva. O sea creo que en su transcurso habrá habido
«momentos de vida ordinaria» y otros momentos iguales a los primeros… pero de
«despertar».
¡No! Yo, tal como soy y me vivo ahora, no estaré allí. Me habré
transformado en el camino en otra cosa o en otro ser. Es como si un niño
afirmara que «él con sus juguetes favoritos estará allí… cuando se case».
Pues no. No podrá llevar el «tiragomas», ni ponerse a jugar con su tren
eléctrico por medio de la iglesia o sala del juzgado.
Aquí hay algo importante que entender.
No es posible que el yo ordinario acceda a lo Transcendente, por eso es
ridículo decir que el príncipe Siddhartha alcanzó el «nirvana». ¡No alcanzó
nada! Él mismo afirmó que «entré en el Nirvana… y salí con las manos
vacías». Podemos entender que el «nirvana» está lleno, pero también
debemos entender que no «existen manos humanas» capaces de tomarlo
para sí. ¡Nadie puede disfrutar del Nirvana! ¡Ningún yo! Igual que nos
imaginamos ser el espectador de una película u obra de teatro; o ser el
receptor de un nombramiento para un cargo notable o una dignidad o
prebenda cualquiera, nos sentimos subliminalmente ser los sujetos centrales
de ese magnífico logro que creemos esperar, sea iluminación, realización o
despertar. O sea creemos tener todo el derecho a estar allí, y además
creemos que es de absoluta necesidad que sea así. Por eso no tenemos
ninguna duda o sospecha sobre la idea de que «yo, con mi yo pequeño,
estaré allí». Terrible falacia.
Creemos que es posible recibir la Verdad y tener que gestionarla
personalmente como si fuera nuestra propiedad, una propiedad cualquiera, o
sea «yo cojo la verdad y la llevo para aquí o para allá». O creemos que nos
desplazaremos a planos o mundos superiores y viajaremos libremente por
ellos, como quién viaja por un país como turista entusiasmado. Y si
lográramos acercarnos a sentir algo de la Intemporalidad nos imaginamos
siendo eternos nosotros en primera persona o sea… «yo, Pepito de tal y tal,
viviendo para siempre». Y por fin si alcanzáramos algo de ese omnipresente
Ser, Conciencia y Felicidad (Satchitaananda) nos creeremos después en
posesión de estas capacidades esenciales de Ser. Y diríamos que el Ser, la
Conciencia y la Felicidad están en «mí».
Pero no es verdad: soy yo el que estaré en medio del Ser, la Consciencia
y la Felicidad. ¡Y no al revés! Y además solo estaré un «ratito brevísimo»,
porque me fundiré inmediatamente en «otra posibilidad de ser Yo»; estaré
pero como «esencializado» e «impersonalizado». Enseguida veremos que la
gran cuestión es: ¿quién es el sujeto correlativo de la Transcendencia? Yo…
g ¿q j
no, tú… no; él… no; nosotros… no, Siddhartha … no, etc. La «esencia
decantada» con sumo cuidado será la que estará en los cielos de arriba.
Pero entonces surge una pregunta o más bien queja de muchos que te
dicen: ¿pero cómo puede darse ese proceso en mí? Como puedo conseguir
lograr esa nueva naturaleza que me permitirá estar en contacto gozoso con
esas realidades. Es una cuestión retórica porque la verdad es que esa
«esencia la estamos viviendo en su integridad ahora mismo», pero en la
modalidad de perdida y olvidada.
Equivale a ese hombre que recibe una herencia importante de un tío
bastante modesto en su forma de vida que en realidad es millonario, pero no
va a recogerla por miedo a frustrarse, dado que cree que va a ser una
miseria desde el punto de vista de su importe. Continúa viviendo como un
pobre el resto de su vida y se olvida de ella. En realidad, la herencia era
enorme (su tío jugaba con él); y siendo millonario siguió viviendo como un
pobre para siempre; les quiso probar a los herederos y nuestro desconfiado
sobrino se quedó sin nada. Siendo millonario… vivió como pobre toda su
vida.
La situación es semejante para el que busca, un simple detalle, un sencillo
desconocimiento y ¡ay!, la vida cambia de posibilidades de una forma total.
Nuestra «esencia ya vive en nosotros». La realidad ya está presente. El Ser
ya es. En la práctica por el simple «reconocer» su verdadera dimensión,
este hombre que busca va a ser «constituido» instantáneamente como
un personaje Verdadero. ¡Y ese sí, ese está capacitado para estar «allí»!;
en la Verdad, en el Ser, en lo Real. En el Goce.
No hay nada «personal», en el Ser. No hay nada particular. Nada privativo.
Es de todos y del Todo. El Todo se auto-pertenece. En la base estamos
«todos» constituyendo una perfecta y directa presencia Impersonal.
¿Cómo comprender una posibilidad de ser Impersonal? Nosotros solo
nos reconocemos como personales, ¿qué significaría no serlo? Veamos, el
Centro, no es «mi centro», sino ese supuesto lugar donde está el «núcleo» y
donde residen todos los seres de forma esencial, aunque ellos mismos no lo
sepan. Pero si en todos esos lugares a los que un buscador quiere ir ¡ya
están todos!... ¿cómo voy a caber yo? ¿Cómo voy a entrar? ¿Qué va a ser de
mí? En realidad lo que nos preguntamos es: ¿Cómo me voy a distinguir
de los demás? ¿Cómo se me va a reconocer? ¿De qué forma podré yo
estar allí? ¿Quién voy a ser «yo», si todos tienen la misma importancia que
«yo»? ¿Acaso no se generaría una confusión terrible de personalidades;
acaso no nos fundiríamos todos en un amasijo caótico de seres? ¿Cómo
puedo estar yo unido a otros muchos sin perder mi diferenciado y
queridísimo «yo particular»? O sea, concluimos: ¡que no va a haber
supervivencia de mi conciencia personal! Nos entra angustia y confusión
porque no podemos imaginar cómo podríamos estar allí; en qué forma
podríamos ser allí… en la Impersonalidad.
Porque aquí en la tierra eso no es posible, en cada sitio existe una
capacidad concreta, un aforo limitado, y no caben más. Cada uno de
nosotros ocupamos un espacio limitado y eso nos diferencia. Por ejemplo
en un metro cuadrado de tierra caben pocas personas, quizás tres o cuatro.
Y eso es cierto si pensamos en términos de dos dimensiones, pero si le
añadimos una dimensión nueva, la altura, y extendemos hacia arriba, hasta
los confines del espacio, sobre un simple metro cuadrado, estaríamos
apoyados (o cuando menos tendríamos por base común) todos los hombres
que existimos ahora y todos los que ya han sido y los que vayan a existir. Es
un simple ejemplo de cómo lo que parece imposible puede suceder
simplemente añadiendo una dimensión espacial. Pero no solo se podría
añadir una nueva dimensión espacial, sino otras hechas de conciencia,
individualidad, etc.
No comprendemos que «esa forma de mí que estará allí, no será
exactamente lo que ahora soy». Seré yo y no seré yo. Esta frase asusta a
mucha gente que no se dan cuenta que esto es una experiencia permanente,
pero no reconocida, de nuestra vida; de la vida de cualquier hombre…
«mañana, si mañana, mañana viernes, seré yo y ya no seré exactamente
como ahora soy». Y eso a nadie nos angustia porque hemos aceptado la
idea de la «evolución en la personalidad», pero no aceptamos igual… la
«evolución esencial « o sea en el ser. No creemos en la posibilidad de
experimentar un cambio en la identidad, a la vez que seguiríamos siendo
«sustancialmente» los mismos. Nos decimos erróneamente que si «yo
mañana no soy como me siento ser ahora, entonces ya no seré yo».
Aquel que se aferra a «lo que ya es» de forma tal que no acepta el
«cambio, la transformación y la evolución»… sufrirá innecesariamente.
Son aquellas personas que creen que pueden acumular continuamente a lo
largo de toda su vida, más y más, sin desechar nada, sin renunciar a nada,
sin tener la obligación de elegir que juguete coger y disfrutar, en ese
momento de su vida. Se llenan las manos de cosas y quieren seguir
cogiendo más y más… sin soltar nada. No entienden que todo cambio
posible, y mucho más cualquier «proceso de evolución», exigen dos
movimientos alternativos: asimilar y eliminar.
Esto es comprobable en cualquier nivel, desde el más puramente
biológico, hasta el más psicológico o cultural. Y estos hombres que no
entienden la necesidad de «entregar algo», renunciar a algo, desprenderse
de algo, etc. para seguir siendo «humanos», llegan a un momento de
parálisis interior. No pueden crecer, hagan lo que hagan, pretendan lo que
pretendan ¡porque no renuncian a nada! No saben «eliminar». Y se
presentan en el día de su boda muy puntuales, ¡eso sí!, pero disfrazados de
Superman o pirata, y con sus muñecos y juguetes preferidos. Por supuesto
que la novia, informada, ni acude.
En la enseñanza de Gurdjieff se insiste en la necesidad de integrar
tres procesos: despertar, morir y renacer. Pero durante mucho tiempo se
interpreta que uno ya tiene bastante con ensayar el primero, y que los otros,
de llegar, lo harán casi al final cuando ya hayamos recorrido casi todo el
trecho que se debe recorrer. Nos parece que la experiencia de «morir» es
muy fuerte para nosotros, pobres novatos, inocentes y tiernos, y que no se
nos debe de asustar con proposiciones tan dramáticas. Es cierto que estas
tareas, tan serias y que exigen una mayor comprensión, se dan más en unos
momentos que otros del trayecto, y que predominan al final, cuando ya
somos expertos. No lo negamos.
Pero es igualmente cierto que desde el primer día, tenemos que
comprender que cada pequeño momento de despertar exige una
pequeña «renuncia o muerte»; y también una asunción de una nueva
forma de ser y de vivir, o sea un pequeño renacimiento aunque sea en una
modesta escala; la misma que tuvo nuestro despertar. No se puede despertar
y despertar, y acumular más y más, sin renunciar a nada, sin abandonar
nada y sin dejar caer ciertas cosas de mí mismo. No se puede ser adulto y
jugar por la noche a «indios y vaqueros».
Por eso sin un cambio en el «yo» no hay nada serio que pueda suceder;
mucho menos nada transcendente.
Y el yo no crece solo «incorporando» elementos necesarios,
sino también «evacuando» lo que ya no sirve.
Nuestro «yo» irá cambiando con nuestro trabajo,
y nosotros le permitiremos, asombrados y agradecidos
esas «posibilidades nuevas» de ser.
Llegar a ser «transparente», como nos dijo en una ocasión nuestra
querida guía, M. H., al final ya de su recorrido: ¡Ser Transparente!
Por eso llegamos a saber y a aceptar con alegría,
que si un día sucede «eso que deseo y busco con tanto anhelo»,
yo estaré allí, sí, pero que será solo con «algún otro Yo».
3. La falacia del «pensador»
Si soy capaz de pensarlo, y por lo tanto me parece entenderlo y además puedo
hablar de ello con palabras propias… significa que también soy capaz de «serlo».
O sea… que cuando «lo pienso»… ya «lo soy».
Muy propio de nuestra infancia por aquello de «los cielos que están en lo
alto… entre nubes lejanas»; y por ello profundamente anclado a nuestras
primeras representaciones mentales. Tiene una evidente relación con la
muerte como viaje o desplazamiento a un lugar «más allá». El Paraíso, el
Edén, el Walhalla, los Campos Elíseos, o cualquier otro lugar adonde
debemos «ir», para estar con «Aquello» que nos espera y que deseamos. O
sea con la idea del «retorno», de la «vuelta al origen», del fin de la
peregrinación o del «exilio; el hijo prodigo que vuelve a su hogar.
Recordemos los ábsides de nuestras iglesias atiborrados de
representaciones celestiales, con sus ángeles, profetas y paraísos celestiales,
en perfecta armonía, incluso de color; y su depresivo contraste con lo que
podíamos ver al salir a la calle. Esa vulgaridad, ese miedo, ese gris en todas
las direcciones. Y por todas partes… «esa ansiedad», que es lo único que
permanece constante.
Recordemos nuestras miradas del verano de la infancia hacia los cielos
infinitos, ¿lo recordamos aún? ¿Y de verdad que hoy se sigue mirando al
cielo, exceptuando a los profesionales de la astronomía? Allí donde,
impresionados, imaginábamos mundos inaccesibles, que se nos presentaban
separados del nuestro, inalcanzables, incognoscibles. Allí arriba, aquí
abajo. Allí donde está, aquí donde no está. Allí… donde yo no estoy.
Y ciertamente que no está en mi «aquí» de ahora, pero solo porque yo, que
ocupo y he creado este «aquí», no soy ya «mi verdadero yo». Intuimos
certeramente que este «aquí» es una simple «reducción al mínimo» que
hemos producido por nuestros propios medios. Hemos «reducido» el Aquí
en que nacimos hasta el «aquí» que vivo ahora; y por eso empezamos a
creer en el «allá» como la solución. Pero no hay «allá». Solo hay un Aquí.
Hemos hecho una operación subjetiva para deformar la Realidad Una. Y
por eso si perseguimos el «allá» no lo encontraremos nunca porque no
es un lugar real.
Un día se descubre que «Eso… esta Aquí». Pero para que entendamos
esto, por supuesto que el concepto del «aquí» ha cambiado y se ha
ampliado, incluso mucho, porque está tan claro ahora que… ¡Eso que
busco solo puede estar «Aquí»! El «Aquí», como tantas otras cosas
valiosas ha quedado tan devaluado, que lo vemos como fuera de nuestros
intereses más altos, lejos de nuestras grandes expectativas, creemos que se
ha quedado en el área de lo intranscendente y efímero, de lo cotidiano y
q y y
simplemente humano. Y eso es verdad para este «aquí» en el que estamos
como ahogados y dormidos, este «ahora» hecho de simples pinceladas
imaginarias de exclusivo valor social, este vulgar espacio donde trascurre
mi vida limitada y de dormido.
Pero ni este «aquí» es consistente, sino que es como la plaza del pueblo
donde todos alucinan, se observan con avidez, se comparan, y se critican.
Ni este «ahora» es ese rato intranscendente cuando voy a pasear antes de
comer, para hacer un poco de apetito, para luego comer bien y echarme una
buena siesta para luego levantarme y salir un poco con mis amigos para
discutir sobre lo que ha dicho la televisión que está pasando.
Somos nosotros los que hemos construido un «aquí» tan insustancial y
tan aislado de lo verdadero y lo valioso, que es casi lógico pensar que en
él, nada transcendente puede suceder. Un «aquí» tan pobre y rutinario,
que es imposible que en él se lleguen a manifestar los contenidos de mis
esperanzas, intuiciones o sueños. Vivimos en el «aquí» del último
acontecimiento histórico o social; vivimos casi siempre en la última
anécdota o noticia banal; porque para un buscador cualquier
acontecimiento, incluso de enorme magnitud como pudiera ser el
nacimiento y la muerte de una civilización, o el progreso tecnológico más
revolucionario que cambia nuestra vida, son una simple anécdota.
¡Ciertamente, en ese «aquí imaginado y devaluado»… no puede ser!
Ahí no cabe la realidad. Es un aquí simplemente mental. Este aquí es irreal
y no tiene sustancia, está hecho de humo. Lo construimos mediante un acto
de atención concentrada y compartida con otros «vulgares magos» que son
capaces de crear esta realidad terrorífica pero insustancial. Somos magos
pero no creativos ni sinceros, ni valientes, y mediante nuestros conjuros
exitosos creamos el «topos imaginario» donde vamos a vivir toda nuestra
vida en común. Pero ese «aquí» que creamos es muy vulgar y muy
pequeño. Es como una simple escena de una película mediocre. Por eso
construimos después lo que llegarían a ser «el allí o el allá» y creíamos
conocerlos: el allí detrás de los cielos, o de la muerte, o el allá inaccesible
donde se escondió el ser o la Verdad… allá a lo lejos en aquellas estrellas
que casi no se ven. ¡Aquí y allá, cruel dualidad!
Nuestro «aquí» es reducido hasta niveles de miseria, pero lo peor es que se
ha quedado aislado de lo vivo y lo real. Hemos constituido un «topos»
concreto que nosotros imaginamos desde niños que está fuera del espacio
total, como si fuera una «vesícula de excreción» de algo inservible y no
valioso. Lugar de acumulación de residuos o restos desechables, como una
ampolla rectal, presta a expulsar lo que no sirve: en nuestro caso lo que está
destinado a morir, a no comprender, a sufrir, a no Ser. O sea: «yo». Aquí
estoy, castigado, sí, castigado. Nos parece que hemos sido «confinados»
en él y «encapsulados para siempre».
Nuestra percepción del Todo exterior se parece mucho a la que tiene un
niño enfermo, al que sus padres no dejan salir, mirando por la ventana en un
radiante día primaveral. Le han separado de lo bueno, lo vivo y lo real. Le
han separado, sin que le hayan podido dar una explicación convincente, del
«resto de todo», de la Totalidad que está allí fuera, inaccesible,
inalcanzable, a la que este niño si no quiere sufrir más hará bien en olvidar
y concentrarse en sus fantasías sustitutivas, en sus consoladores juguetes, en
sus personajes favoritos de ficción. No se puede sufrir tan seguido, tanto
tiempo, siendo consciente de mi separación… ¡habrá que soñar!
Pero un día descubro que no hay niños en la calle, que todos están igual
que yo, detrás de la ventana de cristal, con la misma añoranza, con el
mismo anhelo, con la misma envidia, con la misma sorda desesperación de
infante (el que todavía no tiene voz). ¿Quién nos ha introducido en este
juego? ¿Quién nos convenció de que era divertido? A lo lejos las
montañas me hacen señas, las nubes me comunican cosas y me invitan a
salir; y mi habitación cerrada es muy pequeña y contiene muy poco de real,
solo unos cuantos objetos artificiales que me aburren sobremanera.
Y de pronto el milagro, la comprensión gloriosa, el eureka atronador:
entre mí y el mundo solo se opone un cristal. Un frágil cristal. Un simple
y delgado cristal. Y por cierto, ahora recuerdo que mi tío me regaló el año
pasado un juego de carpintero con un buen martillo que nunca había usado.
¡Hasta hoy! ¡Sí, hasta hoy mismo nunca lo había usado! Una vez roto el
cristal el espacio se expande sin límites. Ahora vivo Aquí porque no hay
dos. El espacio se ha hecho Uno.
Y Aquí, aquí donde yo vivo… vive el Gran Ser conmigo.
Aquí donde yo experimento,
es «el único espacio topológico… donde se puede «experimentar».
Mí Aquí no acaba aquí;
se extiende en el espacio sin fronteras ni límites, hasta el borde final.
En mi Aquí, está «contenido todo, todo». Porque ¡solo hay un Topos!
Todos los seres, toda la realidad están Aquí, conmigo.
Y este verdadero Aquí es tan grande que incorpora el «allí y el allá».
Fuera del Aquí, tal como lo concibo ahora…
»no queda espacio… no hay un más allá».
La grandeza del Aquí, me asombra y casi estremece.
Este pequeño lugar limitado,
este punto topológico tan familiar, tan vulgar donde yo vivo…
!es el Espacio Total!
Allí, allá ¡no hay nada! El espacio ya no me confundirá más.
Aquí… están las «esferas celestiales».
¡Rigurosamente!
¡Aquí están!
5. La falacia del «jarrón roto»
Creo que el universo en su totalidad, y el Ser en su integridad… «están rotos en mil
pedazos». Así lo veían mis «papas», así lo ven todos. Así lo veo yo, ahora. Un jarrón
roto que tengo que «reparar».
Yo no imitaré.
Manteniendo el respeto, la entrega y la confianza en mis guías,
sin embargo estaré atento…
y ¡no imitaré!
9. La falacia del «esfuerzo forzado» La
violencia y el sufrimiento
Si yo me esfuerzo mucho, hasta llegar al punto de sufrir intensamente, el Ser
Superior, «impresionado», me concederá lo que creo que ahora me niega por una
especie de «in-amistad». Pero aunque no hubiera nadie, ningún ser consciente
por encima de mí, aún así creo que mi poderoso sufrimiento lo logrará (logrará lo
que deseo).
Sufrir por esforzarse intensamente pero con solo «una sola parte de mí
mismo» no sirve para cambiar de verdad. No vale cualquier esfuerzo, pero
mucho menos los «voluntarismos». Esas luchas internas dentro de mí, lo
único que reflejan con total claridad es que no tengo nada claro qué es
«lo que quiero». Todo esfuerzo o movimiento en la dirección del despertar
debe ser, por pequeño que sea, «completo» (o sea debo moverme con
todas las partes que me constituyen y con todas las funciones y
capacidades de las que dispongo). O sea que debo tener «convicción» en
lo que hago. Sirve de poco intentar hacer algo con solo una parte y como
peleando conmigo mismo. Y esta, la «convicción interna» es casi la
condición irrenunciable para que sea un movimiento «sostenible» y por lo
tanto «eficaz».
Porque al moverme «con todo lo mío» veré que necesito «armonía y
naturalidad»; y que no caben esfuerzos «forzados». ¿Los esfuerzos forzados
son siempre mentales?: creemos que sí. Pero no confundamos los
esfuerzos forzados con los esfuerzos «intensos», sinceros y de calidad.
En los «intensos» no hay ambición ni masoquismo. Los esfuerzos intensos,
pero no forzados, son libres (no resultan de una compulsión interna ni
externa); y son bastante conscientes (se sabe más o menos lo que se hace, y
se desea lo que se está haciendo con todas sus consecuencias), por eso no
pueden producir nunca «lesiones» de ningún tipo, ni «efecto rebote» (el
terrible efecto rebote contra mi propia búsqueda; me enfado por la torpeza y
brusquedad de mis esfuerzos, por el agotamiento doloroso y estéril que
resulta y entonces, en vez de cambiar la calidad y la sinceridad de estos…
me rebelo contra todo y algunas veces incluso contra mi misma búsqueda y
entonces «dejo de buscar»). ¡Hecho bastante frecuente, por desgracia! Mi
búsqueda paga las consecuencias de mi torpeza. La inmensa mayoría que
abandona la búsqueda lo hace decepcionado por su «incapacidad»,
aunque lo justifique con otras razones.
El esfuerzo forzado, por el contrario, es «parcial» en su origen pero
además es «basto», poco sutil, y torpe en su ejecución. Y lo peor de todo es
que tiene más la naturaleza de un «desafío prepotente» o desesperado, que
no la de una «elección natural, convencida y sincera». Conlleva una
importante dosis de violencia interna, que implica una desconfianza muy
grande en la positividad sustancial del «Proceso» de cambio y
transformación. No colaboramos con las «fuerzas» ni con las «leyes» de
la Gran Naturaleza, sino que las queremos «forzar». ¿Por qué? Porque
desconfiamos de ellas, sencillamente. No creemos en nada «bueno» por
encima de mis buenos sentimientos, por otra parte tan escasos.
¿Cómo hacer entender a la gente que la «realidad última» es mejor que
ellos? Es muy difícil en estos tiempos. Por eso no hemos entendido todavía
nada del valor de conceptos como «aceptación», «entrega» y «sumisión»;
porque no creemos en «nada mejor que yo». Sostenemos como una
obviedad absoluta el que somos seres creados, sea por «fuerzas ciegas o por
voluntades sospechosas», y seguimos sintiendo que mi propia capacidad de
bondad es «lo máximo, en términos de bondad, que rueda por este inmenso
mundo». ¿Cómo lograr creer que en el conjunto de todo lo creado,
existe una intención buena acerca de nosotros?
Tenemos que recordar a los más jóvenes por su idealismo ingenuo y
fogoso, y recordarnos entre nosotros también, los más maduros, por qué
vivimos en una cultura del esfuerzo continuo ligado a la ambición mundana
y al miedo, que exigen muchas veces del esfuerzo total agotador, tenemos
pues que recordarnos que el «esfuerzo interior» no tiene «casi nada que
ver» con el esfuerzo exterior. Este esfuerzo exterior lo conocemos todos
muy bien porque es el que hemos debido practicar toda nuestra vida, pero
no pasa lo mismo con el «esfuerzo interno», que debemos aprenderlo,
¡porque es de una cualidad completamente diferente! En realidad el
esfuerzo interno tiene más relación con la «convicción y con la
seriedad» que con ninguna otra cosa como sería la fuerza o la voluntad, por
ejemplo.
Y ¿cuál es el gran problema de los aprendices? Pues que siempre que
intentan realizar un esfuerzo interno, acaban haciendo un esfuerzo externo
también (y este puede sustituir por completo o simplemente distorsionar la
efectividad verdadera de aquel). Y mucha gente se preguntará qué hay de
malo en ello, somos inexpertos, nos decimos; pero lo que es indeseable en
esta situación es que nunca «reconocemos la verdadera naturaleza» del
esfuerzo requerido y no aprendemos; y seguimos viviendo en la
confusión y realizando esfuerzos a veces innecesarios. Y otras veces, por el
contrario, insuficientes. Equivale a esos niños que por inmadurez del
sistema nerviosos central al comenzar a andar presentan diversas
«paratonias» (tensiones musculares superfluas aquí y allá) y movimientos
involuntarios parasitarios diversos. No pueden mover solo una pierna sin
además mover y tensar la otra, o contraer un brazo, por ejemplo. Para
conseguir andar bien, estos residuos arcaicos neurológicos deben
desaparecer; y cuando desaparecen simplemente el logro ya está
consumado. Se anda con naturalidad, se acabaron los parasitismos.
Entonces el esfuerzo es lo que es.
Pero se tardan años en distinguir un esfuerzo externo de uno interno;
un esfuerzo parcial de uno completo; un esfuerzo sincero de uno
ambivalente; y un esfuerzo imprescindible de otro innecesario. ¡Se
tardan años!
Una antigua y muy entregada compañera de búsqueda, una mujer muy
madura y seria, que le había correspondido vivir una vida exigente y que
por ello no presentaba multitud de rasgos que otros, cuya vida había sido
más fácil, si presentábamos «las consecuencias de haber sido hijos de papá
y mamá, o nietos favoritos de la abuela» (¡cuánto tuvimos que trabajar
luego para dejarlos un poco atrás, solo un poco más atrás!). Esta compañera
tenía por ello un notable impulso a proteger y hacerse responsable de los
demás miembros del grupo, tanto de su bienestar personal, como de sus
progresos, etc., pero a su vez eso le despertaba algún tipo de ansiedad y
rigidez en su preocupación que acababa en la forma frecuente de
irritabilidad. Ella la sufría sin duda la que más y para su superación
incrementaba su dedicación a su búsqueda y su compromiso, preocupada y
sintiéndose responsable con los avances internos de todos aquellos que
estaban bajo su responsabilidad. Se entregaba al máximo pero siempre de la
misma forma: con esa mezcla de cariño maternal y ansiedad por los
resultados concretos del progreso de sus «protegidos»; y la irritabilidad
volvía a aparecer una y otra vez, como una expresión de su preocupación. Y
por lo tanto la solución de nuevo era… más dedicación, más preocupación,
o sea ¡más y más de lo mismo! Realizaba un esfuerzo admirable de entrega
y de trabajo, que todos reconocíamos y agradecíamos, pero con la emoción
de una «madre buena». Y si desde el punto de vista humano era para todos
nosotros era auténtica bendición, a ¡efectos de su propio trabajo interno era
un error! El cambio vino más tarde cuando ella misma comprendió el valor
del «desapego emocional», que si nos da miedo es porque creemos que está
muy próximo al abandono y al desinterés por los demás. ¡Pero que no es
así! El esfuerzo debía ser puro, consciente pero neutro, sin añadidos
emocionales del «amor maternal». Era un esfuerzo puro lo que se
necesitaba, sin parásitos acompañantes. He aquí un ejemplo de lo que
suponen determinados esfuerzos, por lo demás meritorios y sinceros; y de la
sabiduría y el control que se debe disponer para afinar cada día más su
«limpia ejecución».
El esfuerzo justo, el requerido por la situación, el que no refuerza el ego
de buscador o produce efectos indeseables, ¿cómo podría ser?
Consideremos algunos aspectos. El taoísmo nos recuerda el poderoso efecto
del viento para diseñar la estética definitiva de las ramas de un árbol, suave
brisa a veces imperceptible que actúa sin jactancia, sin prepotencia, pero sin
cesar año tras año. Y el no menos poderoso efecto del agua, de la corriente
a veces minúscula y silenciosa pero inagotable del riachuelo que acaba por
dar forma definitiva a los paisajes más graníticos con formas, surcos o
desfiladeros impresionantes. Ahí no hay apenas violencia, sufrimiento o
imposición, aunque si persistencia y continuidad infatigables. O sea, lo que
más nos falta a los auto-llamados buscadores: «sinceridad, convicción,
continuidad… y seriedad».
De ahí que en el Soto Zen, o sea la práctica que no incluye el koan como
disciplina central, sino la «posición sentada» perfecta o zazen, de la cual se
afirma ya desde el primer instante que «zazen es satori», (el maestro T.
Deshimaru nos lo recordaba mientras se reía de nuestra incredulidad); se
insiste en que el satori se presenta «inconscientemente,
automáticamente, y naturalmente». O sea «practicando con ese espíritu
hasta donde sea necesario». Sin practicar no se presenta nada. Todos
conocemos centenares de hombres que son campeones de la inconsciencia,
el automatismo y la supuesta naturalidad. ¡Y así les va y… así nos va!
Inconscientemente puede querer decir sin «control egoico voluntarista»,
automáticamente puede tener relación con hacerlo sin pretensiones,
exigencias o ambiciones mentales. Y naturalmente se puede entender como
estando atento a los «ritmos naturales» del cuerpo, de la mente y de la
«propia naturaleza». Pero eso sí, practicando varias horas al día.
Todo cambio o transformación verdadera solo sucede cuando se lo
desea con una «voluntad unificada». Si no se dispone de esa «unidad de
deseo», nuestras tentativas acaban en luchas continuas con uno mismo, y
con sentimientos de malestar e impotencia; y lo peor es que llegamos a
creer, paranoicamente, que hay «alguien» que no quiere que yo cambie o
que se sentirá molesto con mi despertar y mi Libertad. Y entonces nos
ponemos a pelear con una fuerza proyectada al exterior, un supuesto
enemigo u obstáculo o resistencia, pero que es ¡una parte de mi propio yo!
Imposible solución hasta que no nos reconciliemos con nosotros mismos.
Hasta que yo no recoja dentro de mí «todo lo que soy yo». Y entonces
admita con serenidad que quizás quiero o quizás no quiero tanto, o que
quizás todavía no quiero en absoluto cambiar. ¡No sucede nada, esa es mi
situación actual! No la debo negar. Un día aprenderé a desear sin
ambivalencia y sin ambigüedad.
No se trata de romper nada, no se trata de vencer a nadie, sino de «crecer»,
y este crecimiento decidido y siempre alegre (porque todo crecimiento lo
es… veamos a los niños a lo largo de todo su desarrollo), logrará dar la
forma que les corresponde a las cosas. Un día mi centro magnético, «eso»
que en mí busca, será completo, armónico, y natural.
El avance es natural y por eso se produce sin «sudar» y sin «sufrir»,
pero sin ¡saltar alocadamente! Y sobre todo… ¡sin soltar jamás!
Es como una carrera de fondo, más que como un «sprint».
Aquí en la búsqueda, también como en la vida,
la mayor parte del sufrimiento es «egoico» o «mental».
O sea: ¡auto-creado! ¡No es necesario!
Pero la seriedad será imprescindible. Sin ella no hay nada que hacer.
10. La falacia del «poder personal». El «control»
Nos dice que yo culminaré mi proceso de apertura a la Verdad o a la Realidad,
pero solo «cuando pueda controlarla»; básicamente cuando yo sea tan grande
como ella, o casi tan fuerte como ella. Así podré dirigir y controlar el proceso
final de «encuentro» con la Verdad o con la Realidad. Le decimos a la Realidad
última, que yo me entregaré, por supuesto que sí, pero solo cuando pueda
controlarte. En realidad no lo decimos, pero actuamos así.
En esta falacia acabo más bien por «desarrollarme yo», aunque sea en la
modalidad de buscador, que por «prepararme» para una toma de contacto
con Algo superior a mí. En el concepto de «desarrollarme yo» está incluida
subrepticiamente la suposición de que yo ya sé como es la naturaleza del
objeto que busco, por lo cual el único esfuerzo que se me exigirá será el
incremento en cantidad y fuerza de mi capacidad de alcanzarlo. O sea,
tengo que ganar «algo» que ya sé lo que es, que ya conozco.
Por el contrario, en la «preparación para tomar contacto» tengo ya
interiorizada una «incógnita» sobre la naturaleza última de lo que busco; y
por ello debo hacer dos tipos de esfuerzos simultáneos: crecer en mis
capacidades sobre lo ya conocido y fortalecer mi disposición personal, sin
duda, porque siempre somos muy flojos y frágiles; pero a la vez «investigar e
indagar» para adaptarme a algo nuevo y «desconocido». Y en estas
diferentes actitudes es donde está la diferencia entre diversas posibilidades de
evolución interior. ¡Yo voy a crecer, sí, pero para «contactar» con algo
Superior a mí, que desconozco! Mi crecimiento no está determinado en sus
fases ni en su secuencia ni en su dirección final. Y desconozco no solo que es
Aquello que quiero lograr, sino también «cómo llegar» a Ello.
Por ejemplo, el camino religioso ordinario es un camino sin
interrogación, uno avanza de lo conocido a lo conocido («yo», que sé lo
que soy, deseo alcanzar a Dios, que también sé lo que Es), por razón del
mayor mérito logrado mediante ciertos actos llamémosles «piadosos». Pero
aquí no hay la más mínima capacidad de «Interrogación radical», o sea el
intento de una relación con el Absoluto, de acuerdo, pero como un ente
desconocido. Este «Vichara» (auto-indagación sobre el Ser y el Yo, en
términos hindúes), esta «investigación esencial» no es una simple
investigación filosófica sobre la «verdad», sino también sobre el sujeto
que aspira a la verdad. Por eso el camino filosófico o científico es un
camino hacia la verdad última, de acuerdo, pero sin «crecimiento personal
interior». En la filosofía voy a conocer la «verdad», en la ciencia conoceré
la «realidad», ¡pero con mi mente actual! ¡Manteniendo mi capacidad
mental actual y mi identidad presente! Entendemos que se ve claramente la
diferencia. No, la auto-investigación sobre la cuestión de quién soy yo
está hecha desde todas mis partes «movilizables» (todas las que estén
disponibles para esa investigación) y sobre todas mis partes
¡perceptibles! (todas las que puedan ser observadas). ¿Fatigoso? Pues sí,
pero apasionante y prometedor como pocas cosas en la vida. Se puede
probar.
El peligro con esta falacia es que muchas veces el «sujeto que busca»
acaba por imponerse a lo «buscado», a la Meta, que queda en posición
secundaria. Se sacraliza la búsqueda y todas sus dimensiones, y esto
adquiere tanta importancia que consigue borrar todo el resto, en concreto a
«aquello» que decimos buscar. La finalidad de una «búsqueda» es
«encontrar», pero no vivir buscando; ni vivir siendo un buscador, o lo
que sería lo mismo: «vivir para buscar». Y por los efectos de esta falacia
nos quedamos ahí.
Pero en origen el hombre no era un «buscador» (no necesitaba
perfeccionarse, era perfecto), sino una criatura creada para cumplir una
función de la mano de su Creador y realizar así una «Tarea». La terrible
idea de nuestro pecado y expulsión del «paraíso», o sea «el demonio de la
culpa», nos obliga a perder de vista que nuestra vida entera no era para
pedir y lograr ningún perdón. Que no se nos creó para purificarnos, sino
para colaborar en una tarea. Que se nos creó ya en el paraíso, como
Adam, u hombre perfecto. Que se nos creó con una «función» precisa:
participar de la armonía general haciendo nuestra tarea esencial. Sin
embargo, el hombre hoy en día cree que ha nacido para auto-realizarse «él».
Pero, ¿dónde está él? ¿Quién es él? ¿Qué es él?
No se consigue entender que el que busca tiene que disponer de un
«tamaño de búsqueda justo», estrictamente apropiado al objeto que se
desea. ¡Ni un milímetro más, ni un milímetro menos! Se trata de «recibir
una posibilidad concreta», y no de auto-inventarnos nosotros a nosotros
mismos. Si es mucho menos, o sea cuando soy un buscador pero la
intensidad y la sinceridad de mi intención son muy débiles, no lograré más
que «aspirar y anhelar» el resto de mi vida. Esto es cierto, sin duda alguna.
Seré un buscador débil, inseguro e inconstante, para siempre; y por eso es
razonable comprender que no «encontraré nada».
Pero si es excesiva mi dedicación, quizás por «ambición espiritual» (que
es simplemente un proceso de búsqueda contaminado de deseos personales
mundanos); o se convierte en «obsesivo» mi compromiso con grupos o
escuelas o enseñantes (que acaba siendo como cualquier otra actividad
mundana, guiada en realidad por patrones funcionales de la psicología
grupal más que por otra cosa); o incluso si mi «sensación íntima de
esfuerzo», que a veces no tiene nada que ver con la realidad del esfuerzo
mismo, es exagerada, puede ser que nunca logre lo que pretendo, de tan
enredado que estaré en mi «rol de buscador».
Me habré metido en un viaje tan denso y tan absorbente, que acabaré
completamente identificado con él y perdiendo de vista casi el «destino» al
que yo quería ir. Es típico el relato de ese viajero que inicia una aventura
pero que a medio camino no sabe a qué sitio concreto quería ir, lo ha
olvidado o se ha enredado con el viaje, de forma que continúa viajando sin
cesar, como por rutina, ¡pero ya sin meta! El mito del «personaje errante»
que vaga sin reconocer un destino propio empieza ahí.
Por eso debiéramos tener cuidado con el riesgo de «visualizarme
exclusivamente como buscador» (esta visualización por la que me veo
haciendo continuamente movimientos o esfuerzos o sacrificios, que no es
real del todo, porque mis esfuerzos son mucho menores de lo que creo, pero
que logra darme una sensación de realidad a mí, al buscador, mientras la
meta a la que aspiraba se va diluyendo progresivamente en mi memoria. Al
final consideraré que la búsqueda es lo que da sentido a lo buscado, y no al
revés. Diré que la vida es para buscar. ¡Pero no! la vida es para vivir
después de encontrado aquello que nos faltaba.
Quizás en la vida no he sucumbido a caer dormido como un hombre
ordinario, y por eso he iniciado una trayectoria como buscador, pero tengo
el peligro de que en medio de mi búsqueda esto pueda suceder, ¡y me
dormiré completamente «como un buscador»! Y seré buscador,
simplemente. ¡He resistido el sueño de la vida, pero no el de la
búsqueda!
Lamentablemente, esta falacia, como todas las demás tienen un punto de
inevitabilidad porque durante cierto tiempo deberé «vivirme» como un
buscador, experimentar lo que esto significa, incluso sufrir y gozar también
mucho desarrollando mis habilidades y capacidades, totalmente identificado
como tal, etc., ¡pero sin «cristalizarme» completamente como un simple
buscador!
Es inevitable durante un periodo más o menos largo sentir las alegrías y
las penas, los éxitos y los fracasos de la búsqueda, mientras disfrutamos el
«orgullo satisfecho del buscador»; no pasa nada por ello, suponiendo que
este orgullo nuevo no contenga en sí mismo contaminaciones excesivas.
Pero si a medida que busco me visualizo exclusivamente como un buscador,
y pierdo de vista la meta, corro el riesgo de identificarme conmigo mismo y
de otorgarme un «valor excesivo». Después la tarea de «disolver al que
buscaba» será casi una imposibilidad. Y seré como el «buscador
errante».
Recuerdo el caso de un compañero por lo demás muy serio y de fiar,
cuyos deseos de estar involucrado en actividades de grupo relacionadas con
la búsqueda resultaban excesivos en general, aunque tengo que decir que no
para mí y algún otro por cierto, pero sí para muchos otros. Las quejas, tanto
en él como en los que pensaban diferente, se manifestaban en preguntas
referidas a la relación que debía existir entre «la búsqueda y la vida
personal», estas preguntas se proferían como una petición de ayuda y
aclaración, dirigidos a nuestra «Guía». Ella sonreía mucho y se tomaba
siempre de forma irónica las interrogaciones que encubrían esas quejas,
¡pero no decía ni sí ni no! ¿Era razonable estar separados de nuestras
familias todo un domingo? ¿Hacer un viaje de varios días para tener
algunos encuentros? ¿Gastar nuestro dinero en estos desplazamientos y en
otros gastos inevitables? ¿Por qué coincidían siempre ciertas actividades de
grupo con mis previstas vacaciones estivales; se hacía adrede quizás?
Nuestra inolvidable Mme. H. sonreía mientras encendía un pitillo que
nunca cogía fuego y decía: «Ay, mi vida personal, mi vida personal…, qué
interesante». No decía más. Y todos quedábamos en una incómoda
interrogación. Y ese compañero que propiciaba continuamente ocasiones de
trabajo colectivo, así como todos los demás que se resentían de ellas, no
obtenían la satisfacción esperada. Como muchas otras cosas que nos
insinuaba, y que a veces requerían un gran rodaje personal para
comprenderlas porque eran muy sutiles y porque dejaban en el aire una
interrogación, estas palabras solo tuvieron sentido para mí varios años
después.
Por lo tanto, aquí hay un pasaje difícil pero que será inevitable encarar. No
podremos sortearlo con un simple rodeo. Y no podremos evitar la
confrontación con esta realidad que por cierto es igual en la búsqueda que
en cualquiera otra área de la vida: estamos siempre en riesgo de caer
en situaciones de «identificación» (con personajes enteros o simples
rasgos de personajes, con valores o ideales, con prejuicios o ideas, y con
otras cosas más), muchas veces indeseables para mi objetivo de
«desenvolver mi verdadera identidad». El hombre se identifica con algo y
luego se duerme «en ello». Y eso es la vida. Y eso puede llegar a ser la
«búsqueda» también.
Aún cuando al comenzar la búsqueda solo aspiramos a librarnos de las
esclavitudes de la mecanicidad y del sueño, que hemos conseguido detectar
en la vida, luego veremos que hemos establecido estos mismos patrones de
repetición y «roles» artificiales en la misma búsqueda en sí. Nos hemos
hecho «profesionales de la búsqueda», nos hemos aposentado en ella
con comodidad y nos hemos vuelto a dormir como un buscador; y
generalmente nos hemos limitado mucho y casi llegamos a ser personajes
unidimensionales otra vez: el resultado en la práctica es que de hecho casi
solo tenemos amigos buscadores, solo hacemos cosas en conjunción con el
grupo de búsqueda, solo nos interesa lo que sucede en ellos y vamos
perdiendo interés e ilusión por el resto de aspectos de la vida.
El despertar debiera ser todo lo contrario, ¡justamente lo contrario de esa
restricción! Siendo verdaderos caminantes, con un destino y una
dirección siempre presentes, no obstante «todo nos empezaría a
interesar». Recuerdo aquí el comentario de un gran buscador, compañero
en otras épocas, justo del que he hablado más arriba que estando realizando
una tarea simple y repetitiva de limpieza frente a un desvencijado muro,
sintió «cómo de repente el muro y su misma presencia le decía cosas y le
empezaba a despertar un interés insospechado». Un muro de piedra se
transformó en algo como si estuviera vivo, cosa que él por sí mismo jamás
hubiese creído que fuera una posibilidad. Lo que estaba haciendo un rato
antes medio aburrido y dentro de una rutina de trabajo se iluminó de viveza
e interés. ¡Ese muro seco y como muerto se animó!
Esos son los efectos del despertar: ¡empieza a interesar todo! ¡Nada se
queda fuera! ¡Todo cobra vida! Ciertamente que no se trata de aquel
interés apagado y como vulgar que hemos sentido en general por las cosas
que no nos afectan directamente y que tan bien conocemos, sino de «otro
tipo interés» qué dispone de una «nueva cualidad de participación en las
cosas». Digamos simplemente que surge un «Interés vivo»
Y en el proceso completo de búsqueda, en las actividades y compromisos
que nos exigen, estos riesgos de identificación no solo no son menores que
en la «vida civil» sino que por el contrario están muy potenciados. Ya
hemos hablado de las identificaciones con los maestros, compañeros, ideas,
además de con las rutinas, falacias y prejuicios, del grupo o institución a la
que pertenecemos. Y estos son el «riesgo mayor» de nuestro pasaje por
«procesos serios» de enseñanza. ¡Caer hipnotizado por la búsqueda
misma! Nadie crea que estos riesgos deben hacernos abandonar el intento
de recibir una verdadera y sería preparación para el despertar o lo que
busquemos, todo lo contrario, se deben asumir con buen ánimo y mejor
voluntad. Precisamente mantenerse alerta frente a este riesgo de
identificarse con el buscador, favorecerá, y mucho, nuestro grado de alerta y
acelerará la posibilidad de despertar.
Sufrir todas las falacias que describimos aquí es cien veces más deseable
que el no verse afectado por ninguna de ellas, por ser tan pasivos, cómodos
o timoratos que jamás intentemos nada arriesgado o serio en esta dirección
del despertar en nuestra vida. Porque lo peor que nos podría pasar es desear
encontrar gratis y sobre todo caer esa gran ilusión de «creer haber
encontrado algo sin antes haber buscado». Tal cosa no es posible, ¿si no
busco, cómo voy a encontrar? Muchas situaciones de falseamiento
personal e incluso de riesgo de disfunciones mentales vienen por esta
indeseable situación.
Porque el periodo de la búsqueda, cualquiera que sean los riesgos que
conlleva, nos va preparando para «saber recibir y saber actuar» después del
final de la búsqueda. La creencia irrisoria de que a mí se me va a dar gratis
sin esfuerzo ni preparación, mientras que yo me permito desear y disfrutar
otra cosa u otras cientos de cosas, es tan infantil que no está dentro de los
peligros del buscador sino del hombre completamente dormido u ordinario,
que solo ve como real a la vida, y que solo desea la vida.
No es un hecho simplemente triste o negativo el que nos reconozcamos
afectados por una o varias falacias, de hecho es una buena noticia el poder
ver su sibilina acción sobre nosotros y como limita mis posibilidades de
cambiar o despertar. Si logro verlas, me encontraré a mí mismo con una
fuerza y una claridad nuevas, que justamente habré ido recolectando
semiconscientemente en todo el proceso de intentar reconocerlas. Si logro
verlas en acción en mí, eso solo ya significa por sí mismo, que ¡empiezo
a despertar! No querer saber nada de los obstáculos, los riesgos, las
mentiras, las trampas y las falacias del «camino», suele coincidir con no
querer saber casi nada de la vida en su verdadera significación. Renunciar a
la búsqueda porque inevitablemente me voy a encontrar con estos
obstáculos es igual a renunciar a vivir por las complejidades y sinsabores
que encierra la propia vida en sí. El encuentro con todas estas dificultades
es la prueba fehaciente de que he empezado a moverme, de que estoy
saliendo de la cárcel de los convencionalismos y sueños, y ¡de que empiezo
a ver!
Descubrir la acción en mí de esta falacia permite una nueva actitud hacia
mí mismo como buscador. Antes solo prestaba atención al estudio y la
observación del hombre vulgar que era y al que con justicia consideraba
dormido. Pero ahora deberé observar no solo al considerado dormido
sino también al que «busca despertar», y a la vez. Si antes no me fiaba
del primero, ahora tampoco otorgaré una confianza ciega e ingenua al
segundo, al «buscador».
¡Vigilaré al vigilante! ¡Estudiaré al que investiga!
¡Pondré mi observación más fina sobre el que pone la atención!
Mi trabajo cobra así una nueva dimensión y profundidad,
y los resultados empezarán a otorgarme una mayor seguridad
de no volver a dormirme en medio de la búsqueda.
¡No viviré ni moriré como un simple buscador!
21. La falacia de la «intensidad requerida» o
del «índice de frotación»
Nos tranquiliza afirmando que poco a poco, con un poquito de esfuerzo diario
(casi imperceptible, como si metiéramos en una hucha unos céntimos al día, que
podemos compartir, por supuesto, con la dedicación intensiva, y ¡esa sí que
apasionada!, a nuestros intereses «personales» de la vida), un día, se producirá el
fuego deseado al frotar esas dos astillas de madera tranquilamente, sin prestarle
demasiada atención. ¡Nos dice que no hay ningún resultado objetivo a lograr!
Ningún esfuerzo concreto que realizar.
Como con todas las falacias, debe entenderse que en absoluto queremos
decir aquí que lo que nos afirma «no sea verdad», o por lo menos que no
«contenga alguna dosis de verdad». La muerte es un tema misterioso, en el
que evidentemente se entra en dimensiones desconocidas que superan por
completo la comprensión y las capacidades de cualquiera. Por eso, aunque
confiáramos en ella, en su carácter positivo final, no por ello dejaría de ser
un «tremendo misterio». Admitimos que el preciso «momento de la
muerte» y su posterior tránsito a través de ella, es sin duda un momento
«como de precipitación» o si se quiere, dicho mucho más vulgarmente, de
«recogida» o simple cosecha de los resultados de la vida vivida. ¡Nadie
niega la trascendencia de tal momento! La vida «culmina» al final, es
lógico, y la «culminación» decide y define su valor. ¡El final define lo que
algo es!
Lo que queremos decir es que la afirmación que nos hace esa falacia,
produce en muchas ocasiones en los buscadores, por lo demás muy
sinceros, un grave «efecto derrotista», y uno se sienta en alguna medida
«simplemente a esperar». ¡Que venga la muerte y que todo lo aclare!, nos
decimos a nosotros mismos, cuando empezamos a desconfiar de nuestras
fuerzas y de nuestras posibilidades. No decimos que venga por fin la
Verdad, o la Luz, o lo Real, y que todo lo aclare, sino ¡que venga la muerte!
Se sobreentiende que ya no confiamos demasiado en la vida que tenemos
o en la que nos queda «para resolver el misterio de la vida y de la muerte».
Que ya no confiamos en que es precisamente la «vida personal como
humanos», esa «posición perfecta» que nos ha sido dada justamente para
«resolver ese mismo misterio». No entendemos que es la vida lo que nos
ha sido dado, para resolver el misterio de la vida y también… ¡de la
muerte! Y no al revés.
Que si venimos de la supuesta muerte o nada, de «antes de estar vivos»,
no es para correr otra vez a la muerte y ver allí lo que son de Verdad, tanto
la una como la otra. Suena como absurdo, ¿no es cierto?, entender que la
vida es como una equivocación del Creador; que nos ha metido,
supongamos que por error (ni puedo ni quiero imaginar que haya sido por
mala voluntad), en un brete imposible del cuál hay que salir cuanto antes.
Nos dice esa falacia que esa comprensión de la vida es casi tarea
imposible, y que estamos destinados a «soñar una realidad que no es» a lo
largo de toda nuestra vida; y castigados a seguir viviendo en un estado de
«Ilusión» o «maya» (que señala el hinduismo en general como el factor
central de la esclavitud humana: afirma que estamos «esclavos de una
ilusión», no de ninguna realidad). Siendo eso así, si esta falacia fuera cierta,
solo nos quedaría la esperanza de acabar con ella, esa ilusión, mediante el
«mismo acabar con la vida». ¡Pero no es así!
Para el buscador que comienza a pensar de esa forma, el misterio
insondable de la relación entre vida y muerte se ha reducido a actuar como
una simple y vulgar falacia que le va a hacer perder la confianza en su
búsqueda, y en las posibilidades que se le ofrecen «en esta vida». ¡Casi
se ha rendido! Porque confía más en la muerte que en la vida.
Frente a esta visión ingenuamente optimista del efecto «des-encubridor de
la verdad» que muchos imaginan que posee la muerte, podemos concebir
también todo lo contrario, o sea, que aquello que no se «comprenda en
vida» quizás no se comprenda nunca una vez que pase esta. Y quizás sea
también verdad que solo lo que se logre en vida será «lo logrado». De tal
forma que solo se «consiga con la muerte lo que ya se consiguió con la
vida». ¡Se puede entender que después de la muerte ya no se crece ni
evoluciona más!, como señalan algunas enseñanzas.
Pero nosotros mismos sabemos una cosa con total certeza: en los sueños
de la noche el material que se pone en juego proviene «prácticamente todo
él de la vida diurna». Los contenidos oníricos nocturnos son huellas y restos
de lo vivido durante el día, y mediante el sueño los sometemos a
determinados procesos de elaboración, que no son simplemente la
«satisfacción encubierta de deseos», como diría Freud, sino otras varias
cosas más. El propio estado de dormidos en la noche puede generar algún
mínimo sueño de situación, y esto también se sabe (si tenemos sed, nos
vemos entre las aguas de un río; si nos duele un brazo que hemos torcido
soñamos que nos ha atrapado una piedra; y si tenemos ganas de orinar
soñamos que ya vamos al servicio, etc.). Pero todo lo demás, que es
inmensamente más amplio, proviene de nuestras «experiencias diurnas».
¿Por qué no visualizar que en la muerte elaboramos lo «vivido», y casi
«solo» lo vivido? ¿Sería una simpleza decir que en la muerte «vivimos lo
vivido»; o sea que seguimos viviendo lo «ya experimentado» casi con
exclusividad? Es un gran misterio, pero en esta perspectiva agradeceremos
la vida, y cada uno de sus momentos como una «impagable» ocasión de
«crecer esencialmente». Quizás se podría decir, insistimos, que lo no
logrado en vida, no se recogerá en la muerte.
Y por eso la actitud ante las posibilidades que esta vida nos ofrece y nos
permite, debiera ser de aprovechamiento «sereno, tranquilo y responsable»,
pero ¡máximo en intensidad! Hace mucho tiempo en un grupo de
buscadores, nos hablaron de un hombre que perteneció en el pasado a ese
mismo grupo, el cual en los últimos años de su vida estaba ya muy mayor y
muy enfermo, pero que aún conservaba el entusiasmo por «trabajar sobre sí
mismo»; y eso que, como decimos, apenas podía participar de las actos
comunes; y que difícilmente realizaba la más mínima actividad personal.
Sin embargo, cada día que continuaba vivo lo agradecía con emoción
sincera, porque decía tener un día más, una ocasión más de «crecer
internamente». Y eso que sus condiciones de vida eran poco deseables.
¿Qué tipo de trabajo interior realizaba?, puede ser para nosotros una
apasionante interrogación. Pero su actitud agradecida y sus deseos de
continuar «activo internamente» hasta el final son un verdadero ejemplo
para nosotros que muchas veces nos proponemos exclusivamente «pasar el
rato» sin más, echando mano de mil distracciones y entretenimientos.
Hombres como este nos aconsejan confiar más en la vida. Y ver cómo
aprovechar cada momento lo mejor que podamos, no para gozar sino ¡para
crecer! Pasar el rato y entretenernos puede sonar profundamente mal
cuando hemos entendido el valor de la vida; y su escasísima duración.
Aquí podríamos recordar como Gurdjieff señala que la única
posibilidad de lograr un crecimiento esencial es realizar lo que él llama
«los parktdoldeberes eserales» (algo así como la parte de los «deberes» que
nos corresponde a cada uno realizar); y estos son dos: el «sacrificio
voluntariamente realizado» y el «sufrimiento conscientemente aceptado».
Pero no debe entenderse esto en una escala simplemente particular (o sea de
practicar eso exclusivamente en el ámbito de mi familia, o grupo social),
sino en una mucho más amplia, que implica una responsabilidad general
como «Ser humano». Y sin duda que no es evidente ni fácil reconocer en
qué consisten estas dos tareas, porque no se trata de moralidad ni ética, ni
buena voluntad simplemente. Las actividades realizadas en lo que se conoce
como todo el «campo de la meditación con ojos cerrados» o de la reflexión
filosófica orientalista, más o menos emotiva, de tipo new age, no garantiza
en absoluto ningún crecimiento de la esencia per sé. Porque en general todo
ello se «pone al servicio del yo»; y no al contrario.
En algunos esquemas sobre el trabajo interior, se puede ver una cierta
relación inversa entre las «posibilidades de crecer» y las «facilidades del
vivir». Se señala cómo el nacimiento en unas u otras condiciones, o lo que
sería lo mismo, en uno u otro mundo van a determinar «nuestras
posibilidades de desarrollo esencial». De alguna forma se podría decir que
cuantas más «resistencias» encuentra un hombre a su desenvolvimiento
natural o esencial, mejores posibilidades de crear una actividad interna
que genere en nosotros «algo nuevo». ¡Y esto vale para nuestras simples
vidas aquí, como para posibles vidas allá! Si se nace en un mundo fácil, las
posibilidades de desarrollo o si se prefiere de realizar experiencias, serán
muy limitadas. Si se nace en un mundo más difícil, mayores posibilidades.
Intuyendo esta posibilidad, algunos hombres huyen de la comodidad, la
facilidad, el placer continuo y el hedonismo en general. No son
masoquistas, ni ascetas, simplemente es que les gusta la vida intensa que les
pueda revelar ante sus ojos su «verdadero valor». Para ellos los analgésicos,
narcóticos y anestésicos mentales que nos construimos son poco deseables;
igualmente que los refugios, parachoques e incluso «bunkers» que
diseñamos para que la vida nos toque, pero solo un poco.
En lo que se refiere a la vida «de aquí», estaremos todos de acuerdo en
cómo las dificultades y los obstáculos de todo tipo, nos exigen el máximo y
más noble esfuerzo de superación. Todo siempre hasta un «límite» claro,
aquí no preconizamos el sufrimiento por sí mismo. Y bien sabemos que
determinadas circunstancias especialmente duras nos pueden «romper por
el interior». Y a veces para siempre. Pero como hoy se recuerda con mucha
frecuencia: ¡crisis es sinónimo de oportunidad! Que al parecer se
representan por dos ideogramas chinos casi iguales. Además, la medicina
sabe que es solo en el momento en que una enfermedad hace «crisis», o sea
llega a un punto crítico o álgido, cuando puede «empezar la curación»;
antes no.
Cuando esta falacia nos deja libres entendemos por fin,
que es en esta vida, esta exclusiva vida,
con todos sus momentos y posibilidades,
«donde debemos crecer».
Y si luego hay más… ¡pues será todavía mejor!
Nuestra vida, como señalan muchas enseñanzas,
es una «impagable ocasión».
No tengo prisa por marcharme; ¡todo lo contrario!:
ya que estoy aquí… ¡aprovecharé!
La vida no es solo para vivirla, sino para construir Algo.
25. La falacia del «amor irresistible al Vacío, la Nada,
la Extinción y la Unidad Total»
Fascinados por lograr la «Unión» con el Todo y con «todos»; avanzando ya nuestra
felicidad insuperable al ser «estrictamente uno» con todo lo que nos rodea, enamorados
del Vacío absoluto, que en nuestra expectativa es algo así como el «cuerno de la
abundancia» (de donde podremos sacar todo lo que deseemos, desde placer, a amor, a
éxito, a felicidad personal…; en este Vacío dispondremos además de inmortalidad para
seguir haciendo lo que hago ahora pero ya por siempre jamás: ver cine, leer novelas y
comer como buenos gourmets, aborrecer al distinto, quejarme de todo, exigir… y volver
a exigir al destino, etc.).
¡Quiero lograr el Vacío, exclamamos con humildad! ¡Quiero ser el Vacío total! ¡Quiero
extinguirme, anularme, anonadarme en el Todo! Ay, qué placer siento nada más
pensarlo. Porque yo, entiéndelo bien, aunque sé que es difícil para ti que comprendas
esto, quiero estar «unido completamente a todas las criaturas del universo, y ser uno
con ellas para siempre». Y por eso me quiero extinguir, me quiero borrar, para gozar
más y más, siendo así ya el Todo Absoluto.
Nos dicen que somos el gran e insuperable Vacío, ausente de todo, la Nada Absoluta…
¡qué emoción me hace sentir: ¡la Nada Absoluta!, ay…).
Es una falacia nueva, producto ridículo de la new age, por la cual todos
ahora aspiramos a lograr y adoramos como si fueran dioses, a conceptos de
los cuales «nadie», insisto nadie, tiene la más remota idea de que
«representan conceptualmente» primero; y segundo nadie, absolutamente
nadie tiene la mínima «intuición personal» de lo que significaría vivir tales
extrañas posibilidades: Ser la Nada, vivir en el Vacío, estar Unido con todo
y con todos, yo ser tu, tú ser yo, como un solo ser. ¿Qué es eso? En serio:
¿qué es todo eso?
Antes en los templos se destacaban «dioses sobre peanas y altares», ahora
en los «medios» y las «redes» se entronizan estupideces que dan paso a un
culto primitivo y como de salón, donde se mezclan la adoración a «coach»
de multinacionales, con las fantasías más infantiles, como la de que mi
miserable «yo» es «como Dios» (el Todo, el Absoluto, la Unión, etc.). ¿No
lo has comprendido todavía?, nos dicen. ¡Es muy fácil, te lo voy a
explicar!... en cuanto lo entiendas ¡ya está! Verás en diez minutos te
introduzco a ello, a la verdad… ¿Lo has comprendido?... seguro que sí,
porque te lo he explicado muy claramente. Tú y yo somos el Todo sin igual.
Y aquí confunden lo que sería una simple aceptación mental de una idea,
el asentimiento de algo como posible, con lo que sería una verdadera y
transformadora posibilidad de «sentir y concebir una nueva Realidad».
Equivale, a nivel intelectual, a lo que sería una simple «creencia de
carbonero», pero muchísimo menos sería que las de nuestros abuelos, en
todos los demás niveles (éticos, de consistencia personal, de rigor, de praxis
verdadera, etc.). Ya lo he dicho muchas veces, pero insisto: las nuevas
religiones ligth de YouTube, con sus enseñanzas y maestros «ligth», con sus
procesos de aprendizaje y sus exigencias también «ligth», son
incomparablemente menos serías que las «religiosidades» de nuestros
abuelos. Prácticamente todas ellas están al servicio del «ego» más
mediocre, y solo sirven para reforzarlo, sostenerlo, evitarle el malestar,
hacerlo más feliz y darle una pátina de «transcendencia», o sea ¡mantenerlo
como es! Y de paso, algunos hacen unos interesantes negocios.
Esta ingenua aproximación devalúa el maravilloso secreto logrado por
nuestros antepasados de Oriente al descubrir por primera vez, que sepamos,
en el transcurso de la historia, el Tat twam asi (Eso eres tú). O sea,
descubrieron, contra toda la lógica que sus percepciones y sus reflexiones
les indicaban ¡que no eran simplemente hombres! (lo que quiere decir
que no eran ni solamente «personas», o sea máscaras; ni «cuerpos» o
sea que no eran simples «organismos materiales»). Esta maravillosa
noticia que se extendió entre algunos de forma más o menos reducida y
«discreta», afirmaba que somos de la misma substancia y conciencia que el
Todo Creador. Somos Seres, no simples «criaturas», como se pensaba desde
los orígenes del sueño humano. Y esta es la grandísima noticia que tanto se
ha deformado. Tat twam asi… (Eso eres tú).
La Fuerza Creadora no solo nos creó y luego se retiró a su reino, sino que
vive en nosotros ¡como nosotros mismos! So… ham (Eso soy yo). Por
supuesto que como puede comprobarse, por la simple sintaxis de la oración,
el elemento que importa, el centro de todo, el sujeto agente y principal, es
esa Realidad que ahora puedo percibir como grandiosa y «como que
pareciera estar fuera de mí», y ante la que me rindo. Y al rendirme,
curiosamente percibo que estaba «dentro de mí como mí Yo», que es
una cuestión de «interioridad», porque lo que he descubierto es algo
«nuclear» y «central» a mí. ¡Pero esto jamás quiere decir que mi pequeño
«yo» contiene al verdadero Yo, sino que, por el contrario… ¡mi yo está
Contenido en Él! Mi «yo» forma parte de Él. Y no está, como antes creía,
fuera de Él. Pero los coach nos insisten una y otra vez: ¡tú eres Eso! (tú, ese
pobre tú que ahora eres, con tus miserias y limitaciones); y si te descuidas
dicen: ¡Tú eres eso! Incluso: ¡Nada, Nadie, más grande que Tú! Tu ego es el
centro de la Creación.
El ego humano de la época de internet se siente el Ego central, no
reconoce nada por encima de sí, no tiene el más mínimo sentido de
jerarquía o de servicio a una «función u orden» que sea superior a sus
intereses concretos y personales. Es casi lógico que así sea ya que solo
tratamos con «pantallas virtuales» que obedecen todos nuestros deseos en el
mismo instante que surgen con solo dar a un botón. Y proyectan sobre toda
la Realidad que les envuelve, la imagen de una gigantesca pantalla que va a
continuar «respondiendo dócilmente a sus deseos» que ellos plasman en el
teclado. El buscador actual comienza como un hombre «ligero», y continua
evolucionando hacia lo que sería ¡un hombre virtual!, sino trabaja
seriamente sobre sí. En las generaciones próximas los aspirantes a
buscadores vendrán como seres «virtuales» en su casi totalidad.
¿Y quién será el Agente Activo y decisivo?... «yo», ¡por supuesto!:
¡Soy y seré… «yo»!
Nos dicen.
Mi miserable yo actual. Ese es el que será.
¡Terrible situación! ! En esta falacia no debemos caer!
Mismamente los teólogos escolásticos de la Edad Media ya distinguían
con total nitidez cómo el Ser Supremo está presente en el hombre, pero solo
en «potencia», no en «acto». Para que la divinidad se manifieste en «acto»
en un hombre, este debe identificarse con su Creador. En nuestra época no
se distingue entre estas dos posibilidades, ahora se le dice a cualquier
hombre por más dormido que esté, que él es «dios», o por lo menos «un
dios». Sin nombrarle siquiera la necesidad de despertar, para hacer esto real.
El hombre dormido es un simple «mecanismo», casi una simple «cosa»,
pero el hombre despierto es en verdad de la misma naturaleza que el
Creador. ¡Pero nadie establece esta distinción!
Cuando oigamos «Vacío» o «nada», entendamos bien a qué se refieren
estas expresiones, no nos dejemos engañar como chiquillos. Vacío no
significa que «no haya nada en el universo», o sea que el «todo esté Vacío»,
sino que mi mente es ¡libre para quedarse Vacía! Para captar algo «superior
a ella misma» debe quedarse «vacía de representaciones mentales, ideas del
pasado, condicionamientos y hábitos y compulsión a la repetición». O sea,
lo que equivale a la posibilidad de «Recibir de nuevo un pensamiento
verdadero» al haberse vaciado del condicionamiento mental que antes
tuvo.
No creamos que lo Real está vacío, que lo Último es como un Vacío,
donde reina la gloriosa «nada» (con solo mirarse una mano, uno puede
comprobar que no puede haber algo así como la «nada del ser»), solo está
«vacía» si se quiere la propia mente despierta… ¡pero para recibir mejor al
Ser! Mme. H. nos insistía desde bien temprano en que en realidad el
hombre solo posee su atención; que él es su capacidad de atención y nada
más. Que solo ella le pertenece. Y ciertamente, que esa potencialidad debía
crecer si queríamos «ser» más.
Es verdad que en esa atención aparecen objetos y también mundos,
aparecen vidas y también muertes, y aparecen cambios y transformaciones.
Y lo que sí es cierto es que cuando la atención personal se libra de sus
contenidos indeseados, que están ocupando su mente sin permiso (o sea
«okupando»), se produce una experiencia liberadora extraordinaria. Y
entonces conocemos un cierto pregusto de lo que sería el Vacío o el Silencio
o la Nada. Pero al no entender su significación verdadera se han llegado a
endiosar como valores en sí.
Digan lo que digan místicos del nihilismo como Ekchart y otros místicos
centroeuropeos medievales, así como algunos filósofos contemporáneos,
nosotros no podemos dar a la Nada un carácter de «substancia positiva a
adorar», ni mucho menos pretender conocer la Nada porque entonces lo que
estamos diciendo es que la Nada es «algo». Y eso no puede ser. Se echa de
menos que cuando se utilizan conceptos «imposibles» en el discurso, se
los trate como «misterios» y no como conceptos cerrados, conocidos y
familiares y por ello «manejables. ¡No lo son en absoluto!
Pero ¿y la «extinción», la disolución en el Todo? ¿Acaso no es
maravilloso disolverse en un río grandioso para siempre? ¡No, en absoluto!
La extinción se refiere «solo» a la extinción del ego, del sueño y de la
Ilusión. Se trata de la extinción de la «limitación y de la apariencia».
Lo Real, incluyendo aquel trozo de lo Real que está en ti ¡no puede
extinguirse jamás!
26. La falacia de coger «agua con las manos»
El instrumento
¡Con lo que encontremos en nosotros!, da igual, dice esta falacia. Con lo que puedas
sin demasiados miramientos, con lo que prefieras según tus gustos e inclinaciones;
con lo que sea más cómodo para ti o con lo que te sientas más fuerte. Elige tú, como
te convenga. Da igual como trabajes, investigues, inquieras o te esfuerces; da igual.
Tú, ¡haz de cualquier forma!, no hay mucho que pensar. Y entonces… utilizaremos lo
que tengamos a mano; sea una imaginación desbordante y fantasiosa, una
inteligencia contaminada por creencias y mitos, una emoción subjetiva e inmadura,
llena de sentimentalismo personal, etc. Todo ello lo queremos utilizar y poner en
juego con la máxima ingenuidad pero con la mejor convicción. No tenemos otra
cosa. Ánimo pues. Con todo lo que tengas, ¡adelante!
Pues sí, ¡la respuesta es que sí! Muchos iluminados no son «maestros»
en nuestra concepción ordinaria (provisionalmente aceptamos esta
terminología aunque sabemos que sirve más bien para confundirnos, porque
no se ha teorizado desde el punto de vista psicológico, ni intelectual, ni
ético, ni a nivel energético y orgánico lo que podría implicar esta situación
de ser «iluminado»). Muchos son seres «anónimos» por propia decisión o
por circunstancias diversas, que en un caso serán juzgados como favorables
y en otras como desfavorables. De hecho se conocen casos concretos, reales
y cercanos, en que una persona que se ha despertado por la causa que sea
(ese sería otro debate) se mantiene en el anonimato más absoluto o solo se
deja ver en círculos pequeños. Quizás es que no «quiere», no «puede» o
no «debe» asumir sus «funciones concretas de maestría».
Conocemos casos de despiertos verdaderos que se han ocultado y de otros
que se han dejado encontrar pasivamente pero poniendo todo tipo de
obstáculos, e incluso de otros más que no han aceptado esa tarea que
parecía que les correspondía realizar, a través de fugas y deserciones, sin
previo aviso, glosadas luego y celebradas profusamente como «gestos
incomprensibles del Gurú».
La anécdota del supuesto iluminado que recibe a palos y pedradas a sus
devotos discípulos que pretenden postrarse a sus pies es bien conocida. Y
también la del maestro verdadero y sabio que afirma no saber nada, ser un
ignorante, y que acaba por remitir al posible discípulo a otro enseñante, del
que dice que está mucho más cualificado que él. Esta falacia opera en
realidad con enseñantes o guías que son mediáticos, poderosos y por eso
«glamurosos», a su estilo claro; y que pertenecen por lo general a la figura
clásica de un «gurú de masas» (tienen miles de discípulos que solo le ven
en grandes actos unos momentos, a los que no conoce personalmente, y a
los que no dirige particularmente en absoluto; en fin el prototipo).
El primer elemento para comprender todo este margen de
posibilidades diferentes es que un supuesto «iluminado» ¡no tiene
porque ser perfecto! ¡En absoluto! Decimos esto porque como saben los
que estudian estos temas, el titulo, no solo honorifico sino con pretensiones
de rigor, de «maestro perfecto», ha estado a la orden del día entre la cultura
de los buscadores, y es un concepto proveniente de oriente. Y nosotros lo
hemos recibido, tal cual, como indica la palabra: ¡perfecto! En fin, somos
occidentales e ignorantes de esos usos culturales. Qué es un maestro
perfecto no está en absoluto explicitado, solo existen ingenuas leyendas
semi-religiosas y bastante neuróticas (porque para nosotros, occidentales,
será algo que tenga que ver con la omnipotencia). Pero sería obligada una
posible comprensión precisa, racional y madura, de los estados de
iluminación, ¡porque la tiene! Y debiéramos intentar conocerla con el
modelo antropológico, o cuando menos psicológico, que corresponda. Y esa
tarea está por hacer.
Hay diferentes niveles de «maestría» y tanto en calidad (la rama
específica de conocimiento que se enseña), como en jerarquía (el nivel
alcanzado). Quizás nos interesen, quizás no. Pero no podemos admitir
conceptos de significación supuesta del tipo de perfecto, omnisciente,
omnipotente, etc. Despertar significa simplemente «estar despierto a la
verdadera naturaleza de su ser». ¡Que no es poco, pero que tampoco es para
tanto! «Ser uno mismo» lo que se es «en verdad», en un mundo natural,
sería lo más lógico; algo casi inevitable. Ninguna proeza, ninguna
heroicidad. La «realización» del hombre cuando de este planeta se despeje
la «bruma de hipnosis» que le envuelve, será la condición natural y
universal de todos, sin excepciones; y no debiéramos esperar a que llegue
ese ciclo cósmico tan añorado como lejano que se conoce como la «edad de
oro» o Satya yuga. Estos niveles distintos de maestría «verdadera», son una
realidad en la que participan muchos hombres anónimos, incluso hoy en
día. Aunque sus falsificaciones y parodias, del «gurú poderoso por
mediático» se han extendido más aún gracias a la cultura de masas.
Esta falacia nos confunde a todos, especialmente cuando eres joven, y tu
mente está confusa y tus deseos y necesidades de todo tipo bullen e hierven
dentro de ti. Nosotros lo conocemos bien, por desgracia. Y esta falacia nos
dice que el resultado «inevitable» de una posible iluminación sería el de
«acabar siendo como tu maestro y por ello hacer lo que hace él»; y como no
hay todavía a esas edades ni atisbos de que pueda ser el «ser interno»,
entonces imaginamos que vamos a ser como él en lo exterior, vamos a
vivir como él, vamos a gozar y triunfar supuestamente como él, y vamos a
tener esos «poderes» también supuestos que nuestra inagotable imaginación
nos dice que ya los disfruta él. ¿Por qué? Porque solo somos capaces de ver
a un hombre en su dimensión externa: o sea, vida, éxito, poder, fama,
control, dominio, reconocimiento, placeres imaginados y otros ocultados,
etc. ¡Silencio por favor, de esto ni se habla ni se piensa! No puedes juzgar al
gurú, ni siquiera pensar sobre él, te dicen los celosos discípulos, porque
nunca podrías comprender sus altísimas motivaciones. Los mayores
desatinos, las máximas aberraciones encuentran siempre una piadosa
justificación transcendente, siempre claro en esas tres áreas tan definidas de
sexo, dinero y «poder sobre los demás».
Por el contrario sí que se permiten, e incluso se estimulan directa o
indirectamente, las actitudes emocionales más infantiles y neuróticas de
dependencia, sumisión masoquista, idealización extrema, etc., y se prohíben
a veces con brutalidad psicológica, casi siempre con el disfraz de supuestas
motivaciones de ayudarte, la mínima búsqueda de racionalidad, autonomía
o ecuanimidad, del discípulo, frente a él. O sea que lo que se prohíbe en
realidad es ¡la búsqueda de sinceridad emocional e intelectual en la
relación con el gurú! Se excitan los sentimientos de culpa masivos, se
cultiva una miserable autoestima propia cargada de connotaciones negativas
para hacer resplandecer por contraste la muy satisfactoria del gurú; se
favorece la dependencia progresiva tanto emocional como intelectual, hasta
anularte lo suficiente como para sentirte «una especie de nada» que se va a
convertir, por el hecho de aceptar esa voluntaria anulación, en Todo».
Pero el problema es que ese Todo, ya lo está disfrutando ahora mismo el
gurú; y por ello a uno solo le queda la «envidia», la envidia «edípica» más
brutal, aunque totalmente inconsciente que se encubrirá bajo muchas
formas y variantes de la así llamada «devoción». Esto rige con gran
propiedad para el varón, pero en el caso de la mujer, el único camino que se
le ofrece es igual de malo: la «seducción», también bajo mil formas
enmascaradas.
Estamos seguros de que los lectores no verán en estas palabras una
descalificación simple o una crítica innecesaria de maestros, enseñantes,
guías y gurús, porque lo que pretendemos no es eso, sino todo lo contrario.
Nosotros aplaudimos todos los «intentos de enseñanza y aprendizaje en
estas áreas», que no sean «burdamente sectarios o falsos» por la sencilla
razón de que apenas existen en nuestra cultura y además porque constituyen
una «urgente necesidad» para la humanidad. Precisamente por ello tenemos
que realizar un análisis crítico de esas imposibles y «falseadas»
situaciones de «relación con una autoridad espiritual», que van a
impedir por completo el verdadero despertar.
Sin extendernos en ello, porque no es nuestro propósito, queremos insistir
en que el principal obstáculo para nuestro despertar va a ser el mismo que
para lograr nuestra felicidad humana como hombres autónomos e
independientes… ¡la fijación inconsciente a nuestros padres! Que nos
provocará una posterior «identificación humana» alienada con el «guía o
gurú». Y como resto de estas fijaciones surgen en todos los buscadores (por
la sencilla razón de que aún no están despiertos), unas emociones
parasitarias o «transferenciales» con sus guías que van a suponer la causa
de su esclavitud en vez de la razón de su despertar. En el psicoanálisis se
sabe bien: la transferencia, de emociones por más positiva que sea, es una
resistencia a la curación. Por lo mismo todas las transferencias
emocionales al «guía» en el camino, tanto las positivas como las
negativas, son un obstáculo y no una ayuda. La relación con el guía debe
tener otra base, que no sea emocional.
Aun cuando estas dificultades son universales (absolutamente todos los
buscadores las padecen en sus comienzos), la deshonestidad o ceguera de
algunos gurús, generalmente los más populares y famosos, no hacen más
que «potenciarlas»; mientras que por el contrario, la honestidad y un alto
nivel ético, junto al cuidado verdadero de sus discípulos y de sus avances,
que practican otros (muchos otros casi siempre poco o nada conocidos),
lograran ir minimizando este obstáculo inevitable. Sería impagable que se
nos pudiera ayudar en este campo.
En una ocasión, hace mucho tiempo, en un grupo de buscadores, un
aprendiz, entusiasmado por algunos avances que había experimentado en
los últimos meses, se dio a agradecer enfáticamente la ayuda recibida por
parte de la Guía que nos dirigía, que por lo demás era de una «honestidad
admirable». El aprendiz lo hacía con palabras y adjetivos muy encendidos
referidos a la persona que le guiaba, decía maravillas de sus cualidades,
entrega y disposición, así como de su capacidad. El emocionado discípulo
señalaba que «el efecto que producía sobre él era como la de un sol radiante
que iluminaba su mente llenándola de claridad y certeza, por lo que le
estaba inmensamente agradecido, etc.». Fue interrumpido de forma decidida
y firme por ella señalando que todo eso era una verdadera basura. Que
debía dejarlo caer por completo; y que no tenían el más simple valor esas
emociones ni sobre ella ni sobre el trabajo desplegado… Lo importante
era seguir trabajando con seriedad y en «silencio», y dejarse de estas
cosas que solo eran obstáculos en realidad.
Como podemos suponer la decepción y la contrariedad del amable
discípulo fueron muy grandes; pero tanto él como los demás «apuntamos
muy bien la lección». O sea que debíamos renunciar de forma ineludible
a ese «sobrante neurótico», hecho de restos psicológicos de nuestra
infancia dependiente que «proyectamos semiconscientemente» sobre
nuestros guías. Ni que decir tiene que nuestro respeto justo, consideración y
gratitud hacia ella eran y siguieron siendo máximos después. Pero como
muy bien sabemos muchos, con poca frecuencia podemos ver situaciones
de tal honestidad; vemos más bien todo lo contrario.
En resumen, queremos decir que esta falacia nos esclaviza al hombre
como gurú, nos confunde y nos propone un ideal simplemente humano, que
en los tiempos que corren está próximo de lo que es un cantante o actor de
éxito en nuestra cultura de masas. Con su «glamour» y sus enfervorizados
seguidores, se mimetizan con «estrellas del pop». Dominan los escenarios y
a las masas por igual. Y nosotros creemos erróneamente que la iluminación
deja como resto inevitable un «personaje así» (adorables, seductores,
indiferentes, poderosos, siempre sonrientes y dispuestos a una foto, y por
encima del bien y del mal).
¿Cómo se produce en nosotros esta confusión? Sencillamente porque
subyace en todos nosotros, una identificación confusa entre lo que sería
la liberación de la esclavitud al sueño y lo que sería el «triunfo personal»
(que incluye también el triunfo social). ¡Un glorioso triunfo personal!
Porque imaginamos, nosotros los buscadores, igual que el resto de los
mortales que el Despertar, ese «éxito interno» que nos proponen algunos
gurús, será el que nos de verdadera felicidad exterior, o por lo menos que
nos librará del miedo y del «sufrimiento social» (el que deriva de nuestras
interacciones sociales).
Pero este miedo y sufrimiento solo se resuelven por el «autoconocimiento
esencial», y no por el «éxito social»; pero nosotros los confundimos.
Algunos psicólogos, evidentemente no los más optimistas, vendrían a
afirmar que toda nuestra vida, ¡toda!, no es mucho más que una
«interminable huida hacia adelante» de nuestros fantasmas de la infancia,
de nuestros terrores de la infancia (que coinciden con nuestras
impotencias existenciales después).
Algo hay de verdad en esta afirmación sin duda, pero lo que sí parece
evidente es que establecemos muy pronto todos, buscadores y no
buscadores, una equivalencia que va a perdurar décadas, e incluso para
siempre en algunos casos, entre el «éxito externo» y la seguridad y la
«armonía interior» (en la que estaríamos por fin libres de fantasmas
perseguidores internos). En el hombre ordinario también está presente esta
confusión, porque creemos que el éxito social basado en el
«reconocimiento de los otros», o sea una forma primaria de amor, nos
dará la «felicidad interior». Pero no tiene por qué ser así, si en el camino
hemos abandonado nuestra «autenticidad esencial»; si esta no es valorada
en su justa medida, ¡no habrá felicidad posible!, por más «éxito o amor»
que se disfrute.
Y, lógicamente, cuando un joven buscador se encuentra con la figura
deslumbrante del «gurú triunfador» se despierta en él ese complejo psíquico
en su máxima intensidad. Y la envidia edípica al padre poderoso, o la
fraterna al hermano favorecido por la fortuna, hace el resto; y nuestra
confusión está servida. La buena noticia es que es posible, además de
obligatorio por otro lado, superar este complejo mediante el propio
trabajo sobre sí mismo. Y que en su superación habremos puesto en juego
los verdaderos instrumentos y cualidades que vamos a necesitar para
«despertar de verdad» a todo ello (labremos desarrollado la no
identificación y el autoconocimiento). La «confrontación con el «gurú» (no
quiero poner aquí la palabra «maestro», que es otra cosa de una
incomparable calidad), nos sirve como entrenamiento y práctica para
encarar algún día «nuestra mentira personal».
Y por ello, precisamente, tampoco es una tarea posible de evitar, o sea que
si queremos «crecer» siempre habrá una confrontación o «relación de
crecimiento» con alguien que representa o sostiene «autoridad», pero
mediante una relación personal, ¡de alma a alma!; no es suficiente con ver a
un hombre en la televisión que jamás ha contestado a tus preguntas (en
algunos casos es peor, porque ni se te permite tenerlas). Y esta relación
personal es necesaria y da igual en que campo sea: desde el arte, la
literatura, la filosofía o el poder político, o el saber psicológico, incluso en
el deporte, y en el caso de la búsqueda también. Todos estos procesos de
«transferencias de emociones infantiles se van a poner indefectiblemente en
funcionamiento con los que nos enseñan. Y tendremos que confrontarnos
con ellos y superarlos al final. ¡No vale intentar rehuirlos! Porque no se
puede.
Necesitamos reconocer nuestra neurosis para superarla y nuestro sueño
para despertar. Si no podemos reconocer ni una ni otro, para luego
encararlos adecuadamente, nos quedaremos atados en un mismo lugar. Sin
embargo el procedimiento no va a ser «simplemente analítico» o sea
procedimientos terapéuticos de psicología profunda, sino más bien la
resultante de la propia «liberación» de la mente egoica individual. ¡Que no
solo va a ser conocida, sino abandonada! A los buscadores les interesa,
como a los psicólogos, conocer la mente, pero en su caso no es solo para
conocerla y mejorarla, sino para acabar con ella. Léase esto sin
aprehensión, con total tranquilidad, porque es algo muy natural; la
superación de la mente «heredada» es algo muy natural.
Obviamente que todo aquel que llega a conocer algo transcendente, o sea
que despierta en alguna medida, está desde ese mismo momento obligado
por un nuevo nivel ético que descubre simultáneamente con sus hallazgos;
por eso nadie se los tiene que recordar. ¡Viene de dentro! Y un supuesto
iluminado enseñará o no, pero no somos nosotros los que podemos definir
las claves para que se produzca un proceso u otro. Es un misterio. No está
en nuestras manos saber, y sentimos un profundo respeto por lo que suceda
con este o con aquel. Profundo respeto y gratitud, sea cual sea la decisión.
Cada iluminación, trae su comprensión, y su propia sabiduría. Nada
tenemos que decir.
Pero la cuestión del «adentro vs. afuera» es la cuestión principal en esta
falacia, porque desde el primer día en que un buscador descubre en sí, a
veces cuando menos se lo esperaba, ese ¡espacio interior!, esta falacia
espontáneamente se comienza a deshacer. Ese espacio interior exclusivo,
pero que está lleno de una conciencia que es impersonal, y por eso
«común». La fascinación externa cede, y sorprendentemente
empezamos a «poder ver» al gurú casi por primera vez. Y así uno se
libera de la confusión entre lo que puede ser un hombre iluminado y su
«función posterior» como gurú con toda su parafernalia acompañante.
Por supuesto que en el caso tan generalizado hoy día del gurú de masas
esta discriminación será mucho más importante aún. Ya hemos dicho que el
buscador no se puede acobardar por este riesgo. Pero también hay que decir
que habrá que proteger de fenómenos «de abuso sectario» a los más jóvenes
o débiles, aunque para ello haya que denunciar determinados
comportamientos de aquellos, cuando son claramente abusivos o poco
éticos. O cuando menos manifestar nuestro escepticismo crítico sometiendo
al enseñante y a su enseñanza a un análisis intelectualmente libre. Sin
temor.
Lo que tengo que aprender de un gurú es importante
y lo que «no tengo que aprender bajo ningún concepto» lo será también.
Acepto la confrontación y la colaboración y la ayuda de un guía,
pero no me quedo fijado a uno solo, iré en actitud de estudiante con varios.
Según mi necesidad y capacidad de aprender.
E igual que con mis valores y metas,
iré cambiando progresivamente de guías.
Y como sucedía históricamente cuando la enseñanza era más sería,
mis buenos guías, por el hecho de serlo, me mandarán a estudiar con otros.
Y deberemos ir.
Comprendo que la Iluminación es una Luz ¡pero nunca un simple hombre!
30. La falacia «igualitaria»
La verdad para todos los públicos
Nos dice que los conocimientos que otorga una enseñanza seria, progresiva y que
avance en su desarrollo, se pueden transmitir a cualquier persona y en cualquier
condición. Razona de que si son tan buenos y valiosos sus resultados como se
afirma, ¿por qué ocultar o restringir su circulación? ¿Cómo negar una verdad
que puede ayudar a la humanidad? Máxime en estos tiempos en que ya está
establecida la igualdad absoluta de todos los hombres en casi todo, pero en
particular en su derecho a la información. Además muchos enseñantes afirman
que ha llegado el momento de que nada se oculte, de que todo salga a la luz,
porque estamos en un momento histórico «crucial».
¡No somos hijos de nuestros padres solamente, sino del Deseo superior
que viene de la estrellas! Antes o después lo hemos de sentir con toda
nitidez, sin género de duda: el cosmos no me es ajeno, ni yo lo soy para él.
El hombre no nace por «el deseo de sus padres», ¡sino solo a través de él! Y
esto no es un simple ejercicio intelectual para lograr algo así como una
honrosa o complaciente «filiación» superior; sino la necesidad inevitable de
una nueva comprensión sobre «de dónde venimos», para integrar algún día
en nuestra búsqueda, tanto en lo que son nuestras «actitudes internas» como
en nuestras «prácticas externas». Es una necesidad, no una pirueta poética.
¡No somos hijos creados por el deseo de nuestros padres sino por el
deseo de las estrellas! (puede ponerse aquí cualquier otra entidad cósmica
similar, no habría problema).
En una ocasión, hace mucho tiempo, alguien, en quien yo tenía mucha
confianza, me mostró esta situación con un simple gesto peculiar de la
mano que no olvidaré, giraba la mano y le daba la vuelta, como si se
invirtiera un vaso para vaciarlo, mientras decía: «Todo está al revés de
cómo es, el hombre lo ve todo al revés. Habrá que ponerlo derecho de
nuevo». Y volvía a girar la mano hacia arriba, mientras sonreía, como
diciendo: «Ya sé que no se entiende ni gusta, pero qué le vamos a hacer».
C’est comme ca! ¡Es así!
Sí, todo se interpreta desde nosotros, desde nuestros intereses y
necesidades, fantasías y aspiraciones; pero todo desde ese «humano-
centrismo» que es peor que la «percepción irrefutable para los sentidos que
tenían los antiguos de que era el sol el que daba vueltas alrededor de
nosotros». Grandes hombres nos demostraron que no era así, pero nosotros
seguimos sintiendo que «yo soy el centro». ¡La tierra ya no lo es, pero yo
sí! Tenemos una grave disociación entre lo que sabemos ser y lo que
sentimos ser. Por eso era preciso darle la vuelta completa a nuestra
percepción. No hay nada malo en ello, es casi inevitable, pues el niño casi
solo se percibe a sí mismo durante varios años, su egocentrismo es
consustancial con su auto-percepción. Va descubriendo el mundo desde él
mismo hacía afuera; desde lo que es él a lo que no es él; desde su pequeñez
a esa tremenda realidad que late ahí afuera. No es del todo una desviación
ética, sino solo perceptiva: la inmensa mayoría de los hombres se sienten
solo a «sí mismos» y un pequeño «radio circundante», donde están sus
íntimos y sus intereses. En general es porque no pueden más.
Desde niños, en las escuelas debiera enseñarse la «percepción exterior
justa en tamaño y calidad», tanto como la más importante asignatura; y
entonces se le examinaría al niño: ¿Juanito, has logrado sentir que la Luna
está allí arriba… que tiene su propia presencia, y el Sol… y más allá…?
Pero antes habríamos comenzado por cosas mucho más simples: Juanito,
¿sientes que tienes un pie? ¿Y sabes que en tu cabeza hay dos oídos? Y
¿sientes al compañero de atrás? Nuestra mísera capacidad de percepción al
«ensimismarnos» en nuestras cosas, sobre todo en los fantasmas interiores,
es una verdadera enfermedad y no el fruto de nuestro egoísmo. ¿Cómo
vamos a amar a «algo» que no percibimos en absoluto? Me refiero, por más
extraño que parezca al mundo que nos rodea, sin más. No podemos amarlo
porque no lo vemos, no lo sentimos, y por ello sacamos la terrible
convicción de que ¡no lo somos! En serio: ¡no vemos ni sentimos el
mundo!
Y por eso esta falacia de que «somos humanos» no es inocente, ni mucho
menos humilde, a pesar de lo que parece, cuando nos dice que somos de
«aquí» y pretendemos instalarnos «allá»; y que nuestros padres han sido los
únicos agentes activos y generadores de nuestro ser. Y partimos de la
convicción nunca puesta en duda de que somos «terrenos». Es de efecto
terrible ¡porque nos obligará a desdoblarnos de una forma dolorosa! Entre
la fidelidad a lo humano y los deseos de Transcender. Nos obligará a
superar nuestra «fijación a lo humano» con enormes dudas y culpas, o sea
enorme ambivalencia; y por ello deberemos realizar un aparente gran
esfuerzo.
Parecerá que solo lo lograremos mediante una especie de heroicidad (para
llegar a ser lo que somos: seres de origen cósmico. Eso de «nuestro Padre
que está en los cielos», y eso otro más oriental de la «Divina madre
celestial…» quizás no estén del todo caducados). Y esta «fijación a lo
humano» lejos de ser un acto exquisito de «humanidad», en realidad es una
afirmación desesperada de todo lo que «somos ahora como especie»: un
conjunto humano, sí, pero «profundamente des-humanizado».
Quizás no se pueda afirmar que en el pasado fuimos mejor; pero lo que sí
parece fácil de convenir es en que ahora mismo somos una especie
altamente «sospechosa y... peligrosa». La psicología clínica y el sentido
común de cualquiera lo saben bien, aunque cada uno haya llegado a esa
conclusión por su lado. Es casi mejor no analizar cuál es el grado de
coherencia y de consistencia de nuestras mentes y comportamientos. La
fidelidad a lo humano, tal como está constituida ahora debiera ser objeto de
una reflexión crítica, por supuesto; y además nuestro orgullo como raza que
progresa sin límite… ¡también! La psicología, sin ser siquiera profunda, nos
dirá que tal hombre, que por lo demás es un personaje social intachable,
cuando se mira dentro de su mente, suele dar miedo lo que se ve, no
tanto por negativo sino por caótico y «desorganizado». Y un hombre
experimentado, sereno y ya desapasionado, o sea un abuelo sabio, nos dirá
que todos en conjunto, como humanidad, vamos enloquecidos hacia nadie
sabe dónde, ¡pero a la máxima velocidad! ¡Los hombres corremos…
sencillamente porque corren los demás!
Pero no solo es que no somos quien debiéramos ser, sino que también
hemos dado en caer en ser algo… ¡que no debiéramos ser bajo ningún
concepto! Somos negativos, sufridores, egoístas y ciegos… y lo repito,
también peligrosos, incluso para los seres que más queremos. Porque
podríamos preguntarnos con sinceridad: ¿qué transmitimos a nuestros
hijos? Sinceramente, ¿qué les estamos trasmitiendo? ¿Qué les decimos que
queremos que sean y qué queremos que sean en el fondo? ¿Acaso les
dejamos ser ellos mismos? ¿Acaso podemos renunciar en su crianza y
educación a nuestros egoísmos? Aquí oigo miles de voces escandalizadas
gritando que sí, que por supuesto que sí, que no faltaría más, ¿por quién se
nos toma? ¡No sabe usted los sacrificios inmensos que hacemos por
nuestros hijos! Y entonces les pregunto suavemente: de acuerdo, podemos
renunciar a nuestros egoísmos, sí, pero… ¿acaso podemos renunciar
también a nuestros miedos, complejos, angustias, traumas, limitaciones,
paranoias y prejuicios? Si es que sí, seré yo quién me calle, y pidiendo
perdón. Pero…
El deseo de nuestros padres, o de nosotros como padres, no es
simplemente el de tener hijos e hijas sanas y felices, sino algo más. ¿O más
bien mucho más? Tengamos en cuenta que reproducirse es también
replicarse y sobrevivir de alguna forma a la desaparición. Nos proyectamos
sobre los hijos para seguir viviendo nosotros. No solo nos preocupa el
transmitir los genes a otra generación sino también «nuestros deseos». Los
deseos humanos no se agotan, surgen de un pozo sin fondo, y nos ocupan
un tiempo sin que nos demos cuenta de que están «viviendo por
nosotros». Nos hacen mirar hacia la zanahoria, sin poder ver que un palo la
sostiene; y corremos desesperados, pues en el instante siguiente estamos
seguros… «la vamos a alcanzar». El «deseo» nos ciega tanto, que no
podemos ver en realidad, qué significa ser «cubierto» por uno de ellos. En
una bella imagen oriental los deseos son como las cerezas… se enredan
unas a otras, cuando quieres sacar del cesto solo un par de ellas están
entrelazadas y no puedes parar.
No hay forma humana de «agotar» los deseos. ¡Pero se pueden
superar!
No, nuestros deseos proyectados sobre los hijos no son siempre limpios y
nobles; porque nosotros no lo somos. También somos algo que no
debiéramos ser, hacemos cosas que no debiéramos hacer, sentimos cosas
que no debiéramos sentir. Solo el más ciego de los hombres podría estar
satisfecho de cómo es ahora. Y desde este oscuro núcleo que los padres
más sacrificados del mundo portamos en nuestro poco iluminado interior,
aunque no nos demos cuenta, desde ahí hacemos un pacto secreto de
fidelidad con nuestros niños: también nosotros les decimos ¡por favor, no
nos abandonéis! ¡Vive para mí!
Pero, ¿cómo se manifiesta en la vida práctica de un buscador esta especial
fidelidad a lo humano? De dos formas, la primera es la Sumisión a la
tradición heredada (no solo en cuanto a valores, sino también de creencias
e ideales), por la cual «nosotros seguimos el mismo trayecto que ya han
puesto en marcha nuestros ancestros»… ¡no nos atrevemos a parar, ni a
pensar, ni mucho menos a cambiar! ¡No nos atrevemos a dudar! ¡Ni nos
atrevemos a crear de verdad!
Y la segunda se expresa en forma de Angustia ante la mínima
posibilidad de abandonar este «legado» que se nos trasmite; de soltar el
testigo y decir a nuestros progenitores que «yo no voy a seguir», que yo no
cojo el «relevo» que me tocaba a mí. Imágenes de violación de un terrible
tabú, seguidas de fantasmas de castigos y condenas de todo tipo se nos
vienen a la cabeza; y nos aterran. Pero esto no es lo peor, lo peor es el
inmenso sentimiento de «culpa» que recae sobre uno mismo; una culpa
abrumadora por no continuar y no seguir dando forma y vida al «deseo de
papá y mamá». ¡No nos abandones, nos parece oír en tono cada vez más
suplicante pero también cada vez más imperioso! ¡Quédate con nosotros,
por favor! En verdad lo que están diciendo es «no cambies tú», no
descubras nuestra impostura y debilidad. ¡No nos niegues el aparente «ser»
que disponemos!
¡Un verdadero drama!
Y esto está todavía muy próximo y resuena aún incluso para el que esto
escribe; amenaza y retiene al hombre en su búsqueda durante mucho
tiempo; y vuelve con frecuencia, como un eco apagado, en cada ocasión en
que uno debe dar un paso decidido adelante y afirmar su verdadera
autenticidad; que ya señalo aquí, con total claridad, que no es
«simplemente humana». No debiera dar lugar a escándalo alguno esta
afirmación, cuando conozcamos con más desarrollo que se pretende
afirmar. Lo que diremos es que a pesar de las apariencias, nuestra vida
propiamente dicha, no es humana simplemente; que nuestra identidad actual
no es la que nos corresponde; que hemos perdido importantes e
irrenunciables partes de nuestro ser. O sea, que no somos quién creemos ser.
Como decía una antigua canción: «¡Que no soy yo, que aún no soy yo!».
Pero tendremos que abandonar muchas cosas, oponernos con obstinación
a dar por buenas otras e incluso negarnos, sí, negarnos tajantemente a
continuar… ¡porque por fin sabremos un venturoso día que hemos nacido
«desde Arriba hacia abajo»… ¡y no al revés! Que Algo que «preexistiendo»
totalmente a los impulsos amorosos de nuestros padres, actuó sobre sus
mismos centros, y ellos sintieron como una llamada o deseo de construir un
ser nuevo que fuimos tú y yo. Porque cuando descubrimos en un «momento
Vivo de «presencia» o de meditación, la «cadena ascendente del deseo
generador» que nos ha creado, comprobamos que lejos, muy lejos en el
tiempo y en el espacio… en algún astro, o conjunto de ellos, surgió un
Deseo irrenunciable de crearte a ti y a mí; ¡y que nuestros padres
aceptaron!
Eso lo sabemos, de una vez… ¡pero para siempre!
Y que esas «estrellas» todavía están expresando aquel Deseo verdadero, y
continuo en este instante mismo. Aquellas estrellas, o lo que sean, no
hablaron solo una vez: ¡lo siguen haciendo ahora! ¿Cómo? Mediante una
especie de «sonoridad que se puede oír», ¡que se debe oír! El «sonido no
producido por nada» (anahata nadam) le llaman los hindúes, y los griegos
se refirieron a él como la «armonía de las esferas» (tou kosmou). Dentro de
cada hombre, si este se arriesgara a «soltar el mundo» por un momento
corto: oiría como se dice… ¡Yo quiero que seas, yo te he creado, yo te doy
el ser! ¡Por eso eres de aquí y aquí volverás! El «Polo» superior del
hombre está empezando a manifestarse, como ¡un Polo superior que soy
Yo! Ese Polo o extremo superior de cualquier hombre está desconectado de
nuestra atención cotidiana; y solo vemos este de aquí abajo: el Polo inferior.
El Polo superior no es una simple energía mecánica como lo es la
explosión de un volcán o la fuerza de un tornado, sino Voluntad. ¡Esa
Voluntad Personalizada que te creó! Olvidemos la triste falacia de creer que
estamos hechos por «fuerzas físicas» y por deseos ciegos y vacíos. ¡No!
Estamos hechos de Voluntades cósmicas que se personalizan en ti y en
mí.
Porque al desear «ser uno mismo», no somos desagradecidos humanos que
escapan o desertan, sino que somos humanos que… «más bien recuperan,
más bien Vuelven a su verdadero hogar». Somos «humanos» que vamos a
ser Humanos por fin, al comprobar que fuimos creados fuera de aquí; por
un «Deseo preexistente» a cualquier acto que hubiera tenido ejecución
sobre esta tierra. Y todo ello con gran naturalidad y sencillez, porque esto
nos hace creer por vez primera que podemos amar a la humanidad,
incluyendo la nuestra propia, nuestra propia parcela. Y recuperar no el
orgullo ciego o la satisfacción narcisista, tan conocidas por nosotros, sino
nuestra verdadera Dignidad humana; que es muy grande.
En un momento como ese que hemos descrito más arriba, no solo nos
liberamos de la tiranía de la «especie», sino que nos «Amamos a nosotros
mismos», por primera vez. Algo muy grande y muy secreto: el Amor
propio. Ahora vemos la belleza de nuestros orígenes, la grandeza del
propósito de nuestra vida, la bondad de tal decisión; y eso era algo que todo
el tiempo intuíamos, pero que nunca llegamos a conocer con certeza.
¡Ahora sí! Sin miedo, ni culpa, me abro a esa dimensión superior que se
manifiesta en la organicidad de mi cuerpo, pero en ninguna simple
representación mental; y esto es crucial entenderlo bien. ¡Esto no es poesía,
para consolarse, ni simplemente pensar o sentir! Tal o cual estrella o
estrellas, o lo que sean… ¡nos muestran la Voluntad que disponen respecto
a nosotros!
Dando por supuesto que somos serios, maduros, realistas y sinceros,
estamos seguros que hemos entendido bien que esto no es una tontería
narcisista ni megalomanía alguna, que nos podamos imaginar del tipo de…
¡oh, soy hijo de las estrellas! Qué bonito, que orgullo. Pues no, ¡somos hijos
de las estrellas, todos! Y nadie es menos que tú o yo.
C. Castaneda cuenta como D. Juan le dijo que cuando perdió la «forma
humana» (una experiencia central del chamanismo en que uno se percibe
exclusivamente como energía y conciencia, separándose o perdiendo
definitivamente su «personalidad social»), al volver al camino de su pueblo
se encontró con mucha gente que amablemente le invitaban a ir con ellos
para aquí o para allá; y todos se le acercaban con gesto afable e interés que
parecía genuino y le decían «ven con nosotros»; y eran gente de lo más
normal, como campesinos, jóvenes, comerciantes, etc. D. Juan dijo que
salió corriendo «como alma que lleva el diablo», ¡porque no eran humanos
en realidad! Eran hombres pero no «humanos verdaderos» todavía; y le
invitaban a seguir siendo como ellos, a seguir viviendo como ellos. Pero no
eran humanos, a pesar de lo que se creyeran. Así que salió corriendo y se
fue.
Parece la típica anécdota chamánica llena de excesos y rarezas
incomprensibles, pero ¿no es verdad que todos nosotros nos hemos dicho
varias veces en la vida ¡que no, que esto no puede ser la vida!, que esto no
es propio del ser hombre… que yo no quiero seguir haciendo o creyendo tal
o cual cosa? En periodos de paz y comodidad quizás solo nos ocurre unas
pocas veces en toda nuestra vida; pero en épocas de guerras y perturbación,
cuando el hombre se trasforma en una peligrosa máquina… ¿qué haríamos
en verdad? ¿Quizás no abandonaríamos? ¿Por qué no abandonar cuando
todos se vuelven como locos? La fidelidad indiscutida e indiscutible a lo
humano, necesita una profunda «revisión».
Nuestra fidelidad esclava a continuar rodando la «piedra de la vida»
adquiere a veces formas muy curiosas. Recuerdo aquí un antiguo
compañero, un artista integral, o sea sensible y sutil, además de poco
ortodoxo y algo excéntrico como suelen ser aquellos que disfrutan de un
temperamento artístico. No era precisamente tímido, ni inseguro en sus
manifestaciones, y sin embargo en un momento determinado después de
años de trabajo interior me confesó una cosa curiosa: «no se atrevía a hablar
con casi nadie de lo que intentaba desde hacía ya décadas en el terreno de
su conocimiento interior». Tenía miedo de que le consideraran como
miembro de una secta y le generaba inseguridad, a él, un artista consumado,
rodeado de artistas y creadores, algunos de ellos claramente estrafalarios,
decir que creía en la posibilidad de evolucionar y despertar. Y que se estaba
esforzando en ello desde hacía años, por cierto con notable humildad. En
realidad esto era difícilmente comprensible en él; lo hubiera sido más en un
carácter timorato o convencional, pero no en él. Yo no entendía nada.
Pero un día descubrió que en realidad él se había hecho una especie de
promesa interna de que «no podría ser el mismo, antes de que su propia
madre muriese». No se podría imaginar siendo él mismo, el autentico, ante
ella. Quizás porque intuía con claridad que su madre le quería a él a
«Juanito»; pero que él no le podía defraudar de esa forma que se le
presentaba tan atroz ¡dejando de ser su «Juanito», su querido hijo, y
mostrándose real ante su madre! (no podía renunciar a ser el falo de mamá,
en términos psicoanalíticos). ¡No podía privar a su mamá de su «hijo
querido» pero falso! ¡No podía despertar, y si despertaba no se lo podría
mostrar! Esperaría a que mama muriese y entonces sí podría ser el mismo,
¡antes no! Y de ahí venía el incomprensible ocultamiento de su dimensión
de buscador, que sin complejos que le dice al mundo entero: ¡estamos
dormidos todos, esto no es la realidad y yo no soy el que soy!, ¡y tú
tampoco, por supuesto, no te engañes! Llevaba dos vidas, pero no una
superior y otra humana sino solo dos vidas mentales: un buen hijo esclavo y
alguien que confiaba en ser él mismo en el futuro. Esperemos en que algún
día, más tarde, las haya logrado conciliar.
Las esclavitudes psicológicas humanas que dan forma a esta falacia son
terribles. Recuerdo otro caso de un hombre muy inteligente que se
interesaba por las ideas de autodesarrollo, y cómo se lo ocultaba a su
esposa, con mil justificaciones. Esta le permitía ir al futbol, o al cine, o a
cualquier tertulia cultural sí, ¡pero no a esas locuras de despertar y todo lo
demás! Los conflictos eran constantes y el pobre hombre no podía salir a
una reunión de dos horas, para hablar de unas cuestiones que le interesaban
vivamente, y que además solo afectan a nuestro mejoramiento mental. «A
cualquier cosa, menos a eso, y con esos chiflados» le decía su esposa. ¿Y
por qué? Probablemente lo percibía como una especie de infidelidad
peligrosa… ¿pero infidelidad a qué? Quizás al pacto mutuo de seguir
siendo «hombres de esta humanidad», en la que nos parece «que nos
poseemos unos a otros». ¡Pero eso es una absoluta ilusión!
Esta esclavitud, o falacia de la fidelidad a lo humano, en la práctica se
manifiesta en la terrible forma de no poder ser ni expresarse en la vida
como «distinto» (distinto de la imagen que doy ahora, de lo que se espera
de mí). Cualquiera que haya sido la intensidad y la calidad de un «momento
de despertar», el hombre que no se ha liberado de esta falacia «no sabe
manifestar ante los ojos de los otros lo Nuevo que ha sentido»; y en el
ámbito privado o familiar menos aún. Se pregunta: ¿quién soy yo para
mantener esta nueva presencia silenciosa y firme, este nuevo poder que me
ha liberado del sueño?
No se atreve, cambia su mirada que ahora es viva y penetrante por la dócil
y apagada de siempre, sus gestos vuelven a ser apocados u orgullosos como
eran antes, pero ha perdido su vivacidad, su fuerza y su sinceridad. ¡Se hace
el dormido para no asustar!
No puede sostener un estado de autenticidad ante tal o cual persona, no
puede dejar de ser «Juanito», para iniciar a manifestarse como el mismo.
¡Se vuelve a ocultar! Sigue mostrándose como un dormido o como un
ebrio y ¡esconde su despertar! Esta penosa situación sucede a veces,
incluso aunque el despertar haya sido real.
En la meditación profunda se expresa esta falacia, o juramento, de otra
forma: «como una resistencia terrible a ir más allá de un cierto punto en el
camino hacia el interior». Un temor grande a profundizar por un momento
en el olvido de mundo exterior, del que no nos podríamos soltar. Con
miedo a dejarse ir a ese sitio en su interior donde él siente que debe ir.
Lo retrasa día a día, se conforma con una buena sensación interna pero
totalmente familiar y superficial. Se asusta, y se dice que igual ya es
demasiado por hoy. Que igual no haga falta ir más profundo en sí mismo…
porque, si no, perdería el «control». Las grandes fantasías referidas a la
muerte y a la locura, le ratifican en su aparente prudencia. ¡Y no profundiza
más! Y sí, es verdad que perdería el control de su personalidad como
hombre que ha jurado no abandonar nunca la «forma humana» para llegar
manifestar su Forma Verdadera..
Hay muchos sueños en nosotros, sin duda, que exigen llamadas constantes
para lograr despertar de ellos; pero también hay unos pocos sueños
nucleares, centrales y absorbentes. Y uno de ellos, uno de los más viscosos
es el que nos dice «que solo soy humano y debo seguir siéndolo por
siempre jamás» (aunque despierte o me ilumine).
¡No soy humano! Ahora que lo sé ha aumentado en mí
la capacidad de sentir con más compasión a la humanidad.
Por ello no solo controlo mis actos, sino también mis «pensamientos»,
y estos ruedan de aquí para allá,
pero yo ya me he hecho responsable de ellos.
Yo ya escuché a mis padres.
Con máximo respeto fui humano, como ellos.
¡Ahora tengo que escuchar lo que desea esa Voluntad que me creó!
32. La falacia del «intruso»
El parásito bloqueador
En lo más interno estamos esclavizados por fuerzas ajenas a nosotros mismos,
que boicotean una y otra vez nuestros intentos de «re-unificación». Cuando he
decidido mover mi «intento» en una dirección concreta, una enorme fuerza de
sentido contrario se me opone. Así que debo luchar en medio de esta inevitable
división o incluso fragmentación, reconociendo humildemente que el «enemigo ya
está en mi casa». Y que antes de que yo me pueda liberar de él, no tengo nada que
hacer.
Sí, esto parece cierto, muy cierto, lo que afirma esta falacia es que estamos
divididos y fragmentados, lo que conlleva el resultado de una impotencia
interna y una inconfundible sensación de estar «parasitados» por un agente
activo que actúa en nosotros y que es contrario a nuestra unificación gozosa
o liberación. Es verdad que sentimos en nosotros que hay una fuerza dentro
que se opone a mi propia evolución y a mi bien. Y eso lo sentimos con
claridad absoluta en lo que es mi mente. Pero no en todo mi ser. Hay una
parte que ha quedado libre, ¡a salvo de toda intromisión o
interferencia! Y eso es justamente: ¡el núcleo interno de mi Yo! ¡Mi
esencia interna! Mi esencia interna no se ha dividido, ni dormido. Solo se
ha escondido.
La parasitación ha actuado sobre mi mente, ¡solo sobre mi mente! Mi
ser interno, hecho de energía no alienable no puede ser afectado por
«influencias mentales». O sea se ha formado una mente parásita alrededor
de mi Yo, pero este sigue unificado y completamente a salvo porque no es
de la materia de la mente (significación arbitraria entre humanos), sino de la
materia de la esencia (energía increada, irrepresentable por no tener forma).
Entonces, es solo la mente la que está dividida y auto-enfrentada, ¡la
esencia no! En este punto no me debo confundir.
Mis planos deben ser exactos desde el primer momento, aunque no me
sean comprensibles más que algo más tarde. No se trata de disponer de un
plano muy simple y perfectamente comprensible, que nos da como una
falsa sensación de facilidad: «esto es así… yo hago así, y ya está». No, esto
no es así como lo vemos ahora. Hará falta un buen trabajo inicial de
investigación: yo me siento incompleto, quizás esclavo y por supuesto
insatisfecho y entonces saco una conclusión: «yo soy así o asá» (o sea
incompleto, dividido, parasitado internamente, totalmente bloqueado en mi
ser, etc.), que es errónea, pero lo terrible es que pretendo trabajar con
esa visión o esquema erróneos. Por eso se decía en un trabajo serio sobre
sí, que si usted «no sabe»… ¡no haga nada! Estese quieto y alerta por favor,
pero no se lance en cualquier dirección. Espere a tener un plano correcto.
Se podría pensar que esto parece algo teórico y solo útil en un lejano futuro,
que quizás se intenta con esta aclaración, lograr algún consuelo o esperanza;
pero no, en realidad esta auto-comprensión nos permitirá no cometer errores
excesivos desde el comienzo mismo. Y más tarde empezar a trabajar sobre
elementos de «realidad». Hay dos partes en nosotros, una es real, la otra
ilusoria; y ambas requieren planteamientos de actuación complemente
distintos. No se trabaja igual sobre cosas que tienen muy diferente carácter
de realidad; sobre la «ilusión fantasmagórica» aplicaremos un método
que nos llevará a su desenmascaramiento; pero sobre lo «real», ¿qué
haremos? Obviamente nada, ¡no aplicaremos ninguno!
Nadie pretenda «hacer nada» sobre lo ya real.
Cuando un hombre se propone despertar es totalmente necesario que se
limpie o purifique de todos los elementos que son ajenos a su esencia, o sea
su falsa personalidad, su sueño, su mente en otras terminologías, o su
negatividad. Como queramos llamar a eso que sentimos los buscadores que
obstaculiza nuestra plena afirmación sincera del «Yo soy». Y esto exige
utilizar muy activa y seriamente «una mano para lavar la otra mano»; o sea
que utilizaremos una parte de nosotros para conseguir tal o cual objetivo
«sobre la otra parte» (ya hemos hablado de la división en dos inicial).
En términos del Cuarto Camino se pondrá a trabajar al «mayordomo» en
ordenar la casa, actualmente en caótico estado. En otras terminologías a
lograr neutralizar en alguna medida los efectos de desorden y caos
producidos en nosotros por las influencias de la vida y por nuestra
pasividad esencial. Pero una vez que aquel ha hecho su trabajo, deberá dejar
su sitio y retirarse con discreción; el «amo» vendrá e impondrá el definitivo
orden, según su gusto personal. El mayordomo pertenece al orden del
trabajo y del esfuerzo de acción, pero el Amo es de otra naturaleza,
actúa de acuerdo a otras leyes con las que deberemos familiarizarnos. ¡El
Amo no trabaja… Es!
Ningún hombre conoce como relacionarse con el Amo, y ningún modelo
humano sirve porque no entra en ninguna gama de experiencia conocida.
Tendremos que aprender algo completamente nuevo y disponernos para una
relación con nuestro Creador… «impensable». Y cuando digo impensable
digo que agacho la cabeza y me dispongo a ir más allá de las limitaciones
de mi mente y solo lo podré hacer mediante una operación muy sutil que se
podría definir como «abrir la emoción». Abrir la emoción puede ser como
permitir que se aloje en el centro de mi emoción esa Otra que viene de más
alto que la mía. Y aquí hay pocas leyes porque el esfuerzo requerido es de
una «cualidad especial». Tendré que dejar que la Realidad o el Creador
sienta en mí y a través de mí (esto es una simple y humilde aproximación;
y cada buscador le pondrá un nombre a su propia experiencia… o quizás
ninguno y se callará).
Porque esta falacia nos dice que mientras el mayordomo opera en la casa,
esta está vacía; que su dueño no está presente; ¡que solo más tarde vendrá!
Y esto es verdad funcionalmente, porque nosotros lo sentimos así, pero es
falso realmente, porque el Amo está presente en primera persona desde el
primer momento. Cuando el mayordomo está limpiando el Amo ya está
sentado en el salón.
Es lo contrario de lo que acabamos de decir sobre la lógica de la limpieza,
o sea que el Amo solo llega cuando ponemos orden en la casa. Y confío en
que se entienda que esta contradicción absoluta, o paradoja flagrante, refleja
mejor la «realidad final». Si a alguien le parece muy improbable esta
afirmación, entonces podremos preguntarnos cosas como: ¿cuándo lo Real
no está? ¿Cuándo el Absoluto no está presente? ¿Cuándo no actúa,
cuando está dormido, cuando no ejerce el Absoluto cómo tal? Y…
¿dónde no ejerce o no puede ejercer su acción? ¡No, el Ser ya está en mí!
¡Totalmente en mí! El desorden solo «está» en mi mente. Por lo demás
puedo confiar plenamente en mi ser orgánico o esencial. En mi
naturaleza que es Natural.
Podríamos ser desafiantes y decir que si usted es capaz de mostrarme
«algo que no tenga relación con nada más», entonces y solo entonces,
admitiré que pueda haber «dos cosas», en lugar de Una. Pero creo que no va
a tener éxito en encontrar un objeto, o una experiencia que no esté
articulada íntimamente con todas las demás. No hay fenómenos aislados.
Nuestra percepción decanta o «desnata» (diría el chamanismo) elementos
de apariencia independiente, pero que no lo son en realidad. Percibir es
«aislar» de un Todo Único. Y comprender también.
Por eso nos interesa «comprobar en vivo y en primera persona» que hay
una parte central y nuclear en mí que no ha sido contaminada por
nada, que ya es libre. Que la negatividad en todas sus formas incluyendo
la de la «ilusión» no penetra en «toda la profundidad de mi ser», y que de
ese pozo «de aguas vivas» incontaminadas podré obtener quizás justamente
aquello que necesito… ¡porque ya lo tengo en mí!
Comprenderé que por mucho que yo esté confundido, dormido o negativo,
lo Real no deja de existir ni por un instante; que ni mi sueño lo duerme, ni
mi confusión lo desconcierta, ni mi negatividad lo asusta, ni mi ignorancia
lo vela u oculta. ¡No soy tan poderoso como me creo! (en el fondo todo se
trata de una forma peculiar de megalomanía y egocentrismo: como nos
duele el estomago creemos que el universo entero sufre del mismo mal).
¡En absoluto, somos menos que un mosquito y nuestros sufrimientos y
negatividades lo son también! No hacemos daño más que exclusivamente a
nosotros mismos. Lo Real mora completamente inaccesible a nuestras
negatividades y sueños.
Y siempre está plenamente presente. ¡Siempre!
Hagamos lo que tú hagamos.
¿Lo podemos reconocer?
Si lo reconocemos sabremos para siempre que jamás meditamos solos.
Sabré para siempre que mi despertar no me interesa solo a mí.
Como decían aquellos trasnochados devotos que adoraban la Vida en su
totalidad por la sencilla razón de que sentían, casi a su pesar, de que el aire
era o estaba lleno de amor: «Cada vez que yo doy un paso… Tú das cien
hacia mí».
Los pobres buscadores repletos de dudas e inseguridad, creyendo que solo
hay dos fuerzas, la de su noble intención tan pequeña y tan débil, y esa masa
ominosa y aplastante que se resiste siempre, un día descubren y comprueban
que no es verdad, que ese plano no es correcto… que hay más Fuerzas en
juego, más Voluntades implicadas, más Jugadores en la partida que se
juega de mi vida. ¡Por lo menos tres! ¡Como poco… «tres»!
Y cuando empiezan a percibirlas no cabe otra opción más
que caer bajo la fascinación más absoluta sintiendo su Acción.
Esa Acción donde yo incorporaba mi pequeña «acción propia», antes.
Ahora hay un juego no controlado de momentos de acción minúscula y
agradecida con otros gloriosos de Fascinación total por la grandeza que
Actúa por Si Misma.
El campo de batalla inicial se ha transformado
en un escenario inimaginable.
Y ahora, los intrusos, los parásitos… ¿dónde están?
¿Por qué mis enemigos bailan tan bien como yo?
¿Por qué no me molestan? ¿Por qué no se me oponen?
¡Nunca fue como yo creía! ¡Nunca!
Ya me he perdido, no entiendo casi nada… ¡y no quiero entender!
El camino por el que voy es incomprensible pero huele a «rosas»…
¿Y quién querría dejar de oler?
33. La falacia de «abrazar la sombra»
La falsa «aceptación»
Debemos abrazar a todo aquello que encontremos en nosotros, sean defectos,
limitaciones o síntomas psicológicos. Todo es bueno, y todo forma parte de mí
mismo, así que yo lo valoro mucho y hasta lo tengo que cuidar y proteger. ¡Y
abrazarlo! En otros tiempos se hablaba del auto-mejoramiento e incluso de lograr
la armonía mediante un cierto trabajo interior de limpieza o purificación, pero
era un grave error, porque ya ha quedado claro que nuestra «sombra» es de lo
mejor de nosotros mismos; y por ello no la debemos cambiar, ni siquiera juzgar.
Disfrutemos nuestras sombras con gran satisfacción.
Y por supuesto que es así; ¡glorioso satsang!, y gloriosos los «pies del
mensajero que trae la paz, que pregona la Buena nueva, que anuncia la
salvación». Impagable acto fuera del comercio humano, fuera de la ilusión
y del sueño, fuera de la manipulación; y con la ayuda de lo Alto, fuera
también del adoctrinamiento, de la sugestión y de la hipnosis.
Y uno mismo, al elaborar esta obra hecha de palabras (pero dirigida solo
para aquellos que necesitan o todavía creen en las palabras, sea porque aún
no han pensado sobre esto; o han pensado pero siguen confusos y en la
oscuridad), ruega a lo Alto encarecidamente que le libre de realizar esos
«inconscientes males». Y que ayude a aquellos que están con este libro
en sus manos a aprovecharlo primero y luego a liberarse de él.
¡Glorioso satsang! ¡Y qué poco hay en este mundo! No tenemos valor
para hablar de las cuestiones transcendentes, y hablamos continuamente de
bagatelas estúpidas. Pero esta falacia esconde una trampa en su interior que
transforma al buscador en un sujeto desorientado, desnortado por completo,
que no sabe lo que tiene que hacer. Que no sabe ni «adónde» dirigirse, ni
«cómo» dirigirse, ni «por dónde» dirigirse; solo cuenta con sus
irresistibles deseos de ir «allí». Y que por ello se limita a escuchar esas
bellas descripciones de ese maravillosos lugar al que, de seguir así de
ingenuo, ¡nunca llegará! Crece su deseo, crece su convicción, crece su
decisión, su emoción aumenta y aumenta… ¡pero no sabe nada en concreto
del viaje personal que debe hacer! Veamos qué sucede.
Nuestro joven aspirante se encuentra en una terrible urbe de millones de
personas, en medio de un caos circulatorio absoluto, atrapado en el
periférico formado por cientos de autovías mal señalizadas, en un día
horrible, oscuro, lluvioso y frio a más no poder. ¿Y por qué? Pues porque su
«maestro» le envió una preciosa postal desde un paradisiaco lugar; ya
sabemos: una playa de aguas turquesas, palmeras por doquier, montes
nevados al fondo pero con un radiante sol. ¡Irresistible! ¡Yo quiero estar
allí!
Y ha recibido tantas postales maravillosas que un día se decidió: ¡Voy,
ahora sí que voy! Y se echó, literalmente, a la carretera; y ahora está
atrapado en ese inmenso atasco y lo que es peor, perdido, ¡porque no sabe
cómo ir! No tiene una dirección concreta adonde dirigirse (nunca se atrevió
a preguntar, solo escuchaba, no estaba muy bien visto preguntar porque
venía a significar que «algo faltaba»), ni dispone de plano alguno de
carreteras (era un hombre muy espontaneo, nunca le gustaron los planos, ni
el orden, ni la claridad mental). Vivía con las luces de la mente medio
apagadas y por eso ni siquiera sabía bien dónde vivía él mismo.
Y como no sabe qué hacer en medio del atasco, pues se extasía
contemplando postales y más postales; la verdad es que su maestro ha sido
muy generoso en esto, le envía postales, a cuál más bella, sin descanso…
pero sin una dirección adonde dirigirse ni planos para poder salir de su
ciudad. Consideremos que si este mandara planos a todos sus jóvenes
amigos, pues tendría que hacer unos específicos para cada uno, porque cada
invitado vive en ciudades distintas, y sería un trabajo ímprobo enseñar a
cada uno cómo salir de su ciudad y alcanzar la carretera adecuada. Eso sería
agotador para él, así que ya hace mucho que decidió mandar postales con la
máxima frecuencia… «a ver si había suerte». Pero el maestro no sabe
dónde está el joven aspirante al paraíso, ni lo puede saber porque
nunca se informó, de hecho no le conoce y nunca ha hablado con él. Y
el joven no tiene ni remota idea de donde está gozando ahora mismo su
idolatrado anfitrión esa maravillosa playa.
Y así están los dos. Postales y postales, satsang y satsang, por parte del
que invita con algo de inquietud ya a estas alturas por su pobre pupilo,
porque no llega; y ansia irresistible con confusión total, por parte del otro,
totalmente perdido en un caos del que no sabe salir… ¡y nadie le sabe decir
ni media palabra sobre cómo llegar allí! Nadie sabe el camino que se debe
tomar desde «ese punto concreto donde el está». De hecho es peor,
porque ni el mismo sabe donde está ahora, ya hemos dicho que nunca se
preocupó demasiado de estudiar planos y orientación general. Solo puede
ver entre la copiosa lluvia que no cesa un letrero que pone: calle del Caos
total. Y sigue dando vueltas y vueltas a ver si encuentra la más mínima
indicación. Cuando la desesperación amenaza con hundir sus esperanzas,
entonces se pone a mirar con delectación esas bellas postales tan
cariñosamente recibidas, y esto algo le calma y le relaja, su cada vez más
grande inquietud. Pero sigue igual de perdido.
Sin embargo hay otros invitados más optimistas que después de mucho
tiempo de estar así, llegan a un brillante descubrimiento: ¡esto, seguro que
es gozar de la playa! ¡Esto debe ser, esto es! Claro, eso es lo que se me
quería decir, que se puede disfrutar de la playa en medio de un atasco
monumental, con tal de que te concentres tanto que consigas olvidar dónde
estás. Y eso sí, sin levantar los ojos de la postal, porque si no empiezas a
ver las caras de los otros conductores que no van a la playa precisamente,
sino a trabajar o comprar. Y te hacen dudar: ¿a dónde iba yo? Y así, sin
levantar los ojos de la foto, soy capaz de sentir la caricia del sol, y el olor
del salitre, y hasta el ruido de las olas. ¡Es que tengo una prodigiosa
capacidad de imaginar!, ¿sabes?, la heredé de mi madre. Soy capaz de
creerme lo que me quiera creer, ver lo que quiera ver, de sentir lo que
necesito sentir, y hasta de sentirme ser lo que desee ser. ¿Realidad? ¿Qué es
la realidad?
Pero nuestro joven es algo más sensato y sabe que su situación es
desesperante, o ¿incluso desesperada?, porque lo curioso es que él sí sabe
que hay playa de verdad. Y que está muy lejos, y que queriendo ir,
estando convencido plenamente, ¡no sabe cómo ir! Pero de pronto se le
ilumina el cerebro: ¡el teléfono, sí, claro, el teléfono! ¿Cómo no se le
ocurrió antes? Le llamará a su maestro y hablará personalmente con él.
¡Seguro que le resuelve la situación! Así que llamó y llamó, hasta que al fin
se puso su querido anfitrión, pero ya hemos dicho que este nada sabía de su
joven invitado y nada conocía de su ciudad. Pero no obstante con una
excelente disposición le empezó a dar indicaciones de una enorme
precisión. Veamos algunas: «Sigue todo derecho, sin parar». «Cuando veas
luz ya estarás cerca». «Mira hacia adelante sin distraerte». «No corras, por
si acaso me ves, estoy debajo de una palmera y a lo lejos hay unas
montañas, y muy cerca de mí veras una sombrilla verde… y allí estoy yo».
Justamente acababa de decirle lo mismo, con idéntico cariño, a otro
invitado, que por cierto vivía en las antípodas de nuestro perdido joven.
Pero este se emocionaba mucho, «una palmera y una sombrilla verde; a ver,
a ver, mientras avanzaba por un desconocido ramal de la calle. Ahora sí,
ahora sí. Lo encontraré». La calle era un inmenso polígono industrial.
Enseguida vería una palmera, seguro. Ciertamente, en cualquier momento,
¡porque solo estaba a quinientos kilómetros de la playa! Mientras el
anfitrión se desesperaba; pero ¿cómo no llegan?, con lo claro que es todo;
¿cómo no se ve esta claridad deslumbrante, este paisaje maravilloso, esta
perfecta placidez? ¿Cómo no llegan? ¿Están ciegos o qué? Dejemos a
nuestro joven amigo y a su anfitrión aquí.
Hay sin duda maestros que actúan sobre la esencia energética humana
directamente, o sea una acción que se podría llamar «de alma a alma», no lo
dudamos. Y que esta acción necesita para darse un contacto físico o
personal, con un componente de confianza mutua; palabras como «entrega
y devoción» lo designaban mejor, pero para estas alturas ya deben estar
proscritas, supongo. Aunque, en casos excepcionales, incluso se podría dar
sin él. Pero lo que también parece necesario es que se nos hable a la
mente, de acuerdo a su naturaleza específica y su constitución en cada
hombre individual, que tiene una comprensión particular.
Alguien debe «preparar la mente» para que no sea un «obstáculo» (nadie
crea que para iluminarla, porque la mente no tiene realidad y por lo tanto no
puede ser iluminada, ¡se ilumina el cerebro!; simplemente se trata de que
deje de ser un obstáculo). Y para ello hay que comprometerse con el
hombre concreto y acompañarle mientras anda por su camino. Hemos dicho
«su camino», porque al principio no puede tomar otro que no sea «ese que
él ya conoce e intuye porque es donde vive». No se puede arrastrar a
ningún hombre fuera de su mente, porque se quedaría perplejo y sin saber
qué hacer: hay que convencerla mediante las palabras.
Por eso, ¡hay que acompañarle a todo lo largo de su camino
subjetivo!, por más aburrido que resulte, hasta que llegue al Camino
real. Equivale a esa porción del trayecto que va «desde mi casa en mi
barrio» hasta la «estación» donde cogeré un Vehículo cualquiera que ya
tiene un Trayecto completamente definido desde hace mucho; generalmente
siglos.
Es cierto que de esa parte del trayecto un Maestro no puede ocuparse
porque no tiene tiempo para todos (o no quiere, o puede ser que incluso ni
sepa, por las diferencias de «mentalidad» entre ambos). Pero entonces,
¿quién llevará a cabo esa tarea? Se necesita la figura de un Guía o
Instructor que trate con la «mente personal», o sea con todo aquello que
«habla en el hombre».
En cualquier enseñanza personalizada y particular, corresponde a lo que se
llama el «periodo de probación», o de novicio, o la «escalera» que me
permitirá alcanzar el Camino, ya trazado y bastante seguro. La «escalera»
es muy específica para cada hombre, porque dependerá desde dónde
«sale»; o sea dónde está y cómo es cuando empieza su proceso de trabajo
sobre sí. O sea que la «escalera» es subjetiva y habrá que construirla para
cada hombre en particular. Luego el Camino es más objetivo y además el
que ha entrado en él ya tiene cierta capacidad.
Pero es precisamente la «probación del neófito», esos primeros pasos a
ciegas, lo que requerirá una importante dedicación a él, por parte de «aquel
que le quiera ayudar»; porque en esa fase, el trayecto que debe recorrer es
totalmente peculiar, y si queremos ayudarle debemos conocerlo muy bien;
para evitar tristes situaciones como la de nuestro joven, que tenemos
entendido que todavía se mantiene en el atasco.
Pongamos un breve ejemplo. Una buscadora joven y con una muy fuerte
capacidad emocional, se dispone a «entregarse por completo» a ese glorioso
Camino que le llega a través de «indicaciones generales sin articulación
entre sí». Ya sabemos: entrégate, busca sin descanso, esfuérzate, recuérdate
a ti misma todo lo que puedas, obsérvate, ábrete, medita dos horas, haz
servicio a los demás, etc. En fin, todo lo que podemos encontrar en
cualquier libro o en Internet. Ella junto a una capacidad extraordinaria de
sentir emociones poderosas y positivas de matiz altruista o religioso, que la
hacen tomar decisiones en su vida que luego la condicionan, como ayudar a
tal o cual persona, intentar curar a tal o cual otra, etc., tiene también una
tendencia a la fantasía excesiva y a imaginar antes de tiempo. Por ello
cualquier momento en que se le revela algo nuevo a su emoción, lo vive
desaforadamente, con una «enorme carga emocional subjetiva»; que ya
hemos dicho que le coloca en riesgo de tomar decisiones equivocadas. Y
entonces nos encontramos con un problema, porque por un lado «debe
sentir en su emoción las nuevas posibilidades que le van a llegar»,
extraordinarias sin duda; pero al mismo tiempo se debe frenar en ella esas
«reacciones impulsivas», y de muy baja calidad que le asaltan justo cuando
«recibe algo bueno». Si siguiera leyendo o escuchando videos y libros de
Enseñanzas, las indicaciones y consejos que dan le impulsarían a darse más
y más, con más pasión aún, sin medida ni control, buscando solamente
alimentos para las emociones, y casi nada para la lógica y el razonamiento
intelectual; con un riesgo importante de desequilibrio emocional que le
haría prácticamente inservible para una evolución posterior.
Esos consejos y estímulos de libros y videos diseminados a través de
medios de comunicación, sin consideración alguna a las características
personales de cada seguidor, pueden ser muy útiles a algunos que quizás
son tibios, fríos, reservados, timoratos o pasivos; pero para ella serán muy
poco adecuados, porque lo que necesita en ese momento es aprender a
«hacer, sí, pero solo con una parte limpia de su emoción subjetiva… y
frenar la otra». O sea justo lo contrario de ese «más y más»… que se le
recomienda por parte de aquellos que no la conocen por su nombre y que no
saben quién es ni como es. Lo he dicho tantas veces en esta obra, y sin
embargo no me resisto a repetirlo aquí: uno debe abrirse y otro cerrarse, uno
hacer y otro dejar de hacer, uno debe hacer esto y el otro eso. «Lo que para
uno es medicamento… para otro es veneno». Y alguien debe saberlo, y
estando cerca de ti, codo con codo, debe intentar «hacer comprender a la
mente… que debe aceptar eso por su propio bien». Quizás se entienda o
quizás no, ¡pero debe intentarse!
Necesitamos un Instructor que trabaje sobre nuestra mente particular,
porque nuestra mente no está «formada» en absoluto. Es una cosa como
embrionaria o más bien «prematura» y sin apenas organización
interna. Y esto debe ser tenido en total consideración y seriedad, porque
nuestra mente, a pesar de lo elaborado de nuestra educación obligatoria e
incluso académica, es un simple «producto del azar». Por el contrario,
nuestro cuerpo tiene una organización admirable y complejísima,
porque su construcción no ha sido humana y deberemos utilizarlo como
un modelo a copiar.
Esta idea puede parecer sorprendente, porque todos creemos que el pensar
es superior al sentir por ejemplo, y no digamos a la sensación; y que el
cerebro es un órgano de naturaleza superior al resto del cuerpo. Y lo es, es
así, nuestro cerebro es lo más sofisticado que conocemos en el terreno de lo
natural, ¡pero nuestra mente no lo es! Y por eso toda la disciplina que se
precisa en una primera fase es la de «dar estructura a nuestra mente»,
darle educación, luego armonía, luego funcionalidad y más tarde «unidad»
y unas cuantas habilidades diversas.
Y todo el secreto será el lograr «alcanzar la sensación del cuerpo físico»…
¡y entrar allí! Allí está la «perfección necesaria de las energías vivas» a las
que vamos a dejar actuar libremente, porque ahora sí, la mente no nos
molesta ya con sus locuras. Se puede decir, cual si pretendiera ser una
paradoja, que «una vez que hemos llegado al cuerpo… ¡ya hemos
llegado!». Esto se debe entender bien. Por eso, trabajar con la sensación
no debería cansarnos nunca, porque es lo fundamental después de un breve
trabajo con la mente (a condición de que esta no fuera «obtusa y
obstinada», que si lo es. Ounspenski señalaba que el rasgo general que más
nos obstaculiza el progresar es la «obstinación»; en todas sus variantes,
añado yo).
Existen esos Seres que son capaces de actuar sobre nuestro interior
con «benevolencia absoluta», simplemente «emitiendo algo» de sí mismos
que influye en nuestro ser más real. Para Ellos, los Maestros, todo nuestro
respeto y gratitud.
Sin embargo en otros casos, y esto suele ser general, no debemos
conformarnos con palabras o discursos que equivalgan a recibir postales del
paraíso. Se necesitan planos, direcciones e indicaciones concretas de por
dónde ir y por dónde no ir. Y alguien que chequee continuamente que eso
está siendo así. No queremos que nuestro apreciado joven se quede
atascado para siempre en la autopista mirando una postal. Estamos seguros
de que habrá aprendido y que en el próximo intento, sin renunciar a las
postales, buscará también «instrucciones personales y precisas».
Necesitamos que se despierte nuestra emoción mediante bellas postales,
por supuesto que sí.
Pero también necesitamos que se nos hable
en ese idioma que mi mente entiende
para recibir indicaciones concretas.
Porque sobre todo el buscador necesita que se le hable a él personalmente.
A él.
35. La falacia de «la paralela infinita» (la «asíntota»)
Por ella nos colocamos en una «agradable y esperanzada» posición desde la que
creemos que podemos continuar todo el tiempo que queramos, saboreando
anticipadamente un logro… ¡que nunca alcanzaremos, de seguir así! Equivale a
lanzarnos al río para cruzarlo y a mitad de trayecto, percibiendo ya con toda nitidez
y claridad los contornos de la «soñada orilla», nuestro embeleso es tal que nos
proponemos navegar por medio de él de forma indefinida. Días y días de navegación
admirando y alabando lo que vemos en esa orilla donde vamos a arribar. Por
supuesto que no dejaremos de ver nuestro destino como casi logrado, continuamente
ahí mismo, como si siempre estuviera al alcance de la mano; pero justamente por
eso, y como para celebrarlo, porque estamos tan contentos, seguiremos por medio del
río cantando maravillados las glorias de esa otra orilla… ¡a la que está claro que, en
el fondo, parecería que no queremos ir!
Esta falacia es muy poderosa y realmente nos seduce por medio de una
satisfacción engañosa y prematura: en un momento determinado de la
búsqueda, al comprobar quizás simplemente la real existencia de aquello
que soñábamos… ¡ya nos sentimos satisfechos, incluso más allá de nuestras
expectativas y empezamos a gozar! Aunque sea solo de «ver», «cantar» o
«celebrar»… la inminencia de la culminación. Aún nos sabemos lejos de
aquello que ansiábamos, pero por fin comprobamos que «si hay» lo que
yo soñaba, aunque dudaba que existiera; «que ahora sí está»… fácilmente
al alcance de la mano. Y quizás somos espíritus tan agradecidos, o tan
conformistas, que nos es suficiente con ese tipo de relación con nuestra
meta. Como un enamorado… ¡nos contentamos con Mirarla!
No comprendemos que por mucho que la cantemos, por mucho que la
alabemos o por mucha gratitud que expresemos… ¡no nos estamos
acercando ni un milímetro a ella! Estaremos siempre cerca, muy cerca;
estaremos siempre a punto, ¡muy a punto!, pero nos habremos transformado
en una curva «asíntota», en una línea que se acerca y se acerca a otra línea,
¡pero que nunca llegará a juntarse a ella! Como nos enseña la matemática,
solo en el infinito se juntarán esas dos líneas. Es un cierto consuelo, sí; pero
el problema es que no sabemos que de seguir así, instalados en esa
trayectoria asíntota, nunca llegaremos. No comprendemos que por nuestra
desbordada alegría nos hemos auto-condenado a «no llegar».
En general esta situación se establece con gran frecuencia en dos tipos de
condiciones: o por «goce prematuro» o por «esclavitud».
En el goce prematuro incurren aquellos que disfrutan inmensamente
«simplemente cantando y alabando» la Gloria que ven allí mismo, ya
desde el medio del río. Son por decirlo así los «poetas» y los «devotos».
Ambos adoran la belleza, de tal o cual aspecto de lo Real, que les produce
una intensa emoción positiva, eufórica, incluso extática. ¡No se pueden
contener! Y se les entiende fácilmente dada la inesperada Gloria que se
manifiesta en algunos momentos del camino; incluso a poco que se avance
en este trayecto hacia lo real. Y por supuesto que no cabe la mínima crítica;
nosotros personalmente, lo entendemos muy bien.
Es casi inevitable durante un periodo mayor o menor de tiempo, sobre
todo al comienzo, cuando «se empieza a experimentar estados positivos
nuevos». Estos buscadores entusiasmados nos regalan a los demás con
canciones espontaneas o promesas amorosas y poéticas, dirigidas a esa
«belleza» que acaba de surgir ante sus asombrados ojos. Y eso es muy de
agradecer por nuestra parte, pero ellos se están confundiendo al
«conformarse» con ello y quizás pierdan para siempre la oportunidad.
¿Cuándo dejaran el devoto y el poeta de cantar, para entrar al fin en la
soñada orilla, en esa bella ciudad?
Esta particular falacia poética o devocional se supera, aunque lleva su
tiempo, solo cuando aprendemos a «no reaccionar emocionalmente»
ante las «experiencias positivas» que nos esperan y que se manifestarán
indudablemente, toda vez que nos acercamos de forma decidida a nuestra
meta. Pero este no «reaccionar emocionalmente», no es nada fácil al
comienzo. Por eso se dice que un buscador en una primera fase debe aspirar
a lograr experiencias confirmatorias positivas, y luego debe aprender a
«recibirlas en un silencio total». Es perfectamente posible, y la «capacidad
de adaptación» que todos disponemos para «acostumbrarnos» a lo mejor y a
lo peor, nos va a ayudar. La «embriaguez» propia del místico en la fase de
«dones» o regalos, cantada en formas particularmente bellas por los sufís y
por la mística española, debe dejar paso a la «sobriedad»; donde parecería
que no hay celebración, pero si la hay: ¡simplemente sucede que va por
dentro, se ha interiorizado!
Nos acostumbraremos al goce, a la positividad desbordante, incluso a
algunas formas de algo que se puede parecer al éxtasis, donde se puede
exclamar: «No puedo más. Mi experiencia es tan intensa ¡que no puedo
más!». Pero habrá que «poder», nos iremos acostumbrando poco a poco; y
por ello mismo, por nuestra sobriedad, incluso parecerá que la misma
experiencia ha perdido brillo e intensidad. Temeremos que hemos perdido
algo, pero no será así, solo es que ahora ya estamos familiarizados con ella.
Y empieza a ser algo natural. ¡Antes nos desbordaba! La experiencia
positiva antes «caía» sobre nuestra personalidad pero ahora nutre
silenciosamente nuestra esencia.
Esta situación de goce prematuro es propia también de los «pensadores»,
mejor dicho de los que piensan en exceso, o de aquellos que aman la
«descripción», la «reflexión» y la «explicación» por encima de todo.
Describen fascinados los detalles, las circunstancias, los procesos, las
condiciones, las posibilidades e imposibilidades, y hacen conjeturas,
comparaciones, y análisis sin parar. Este es el problema: ¡que lo hacen sin
parar! Que no les basta con nada, que siempre quieren más y más
elaboración conceptual (que por lo demás puede ser muy interesante en sus
contenidos). No paran de hablar y de hacer teorías y discursos sobre esa
maravillosa orilla que ahora ven tan cercana.
El problema es que el «pensamiento», con sus criaturas, las ideas, pasa
a ser el acto central de su actividad, quedando como relegada la
«intención original» de lograr algo, de llegar a un «sitio concreto». Y puede
ser un pensamiento creativo y gozoso o más bien, en sentido negativo, una
especie de «obsesividad» mental casi patológica. Y aunque pudiera ser que
ese pensamiento sea vivo y nos dirija hacia la acción en raras ocasiones, sin
embargo en casi todos los casos acaba por paralizarnos en especulaciones
estériles. Entonces el hombre ha tejido un capullo de pensamientos
alrededor de su propia cabeza, como si fuera una tela de araña… ¡y ya no
podrá salir de allí! ¡Ama más sus pensamientos sobre la realidad que a esta
misma!
En su defensa diremos que aunque el «pensar» ha sido calificado como el
gran obstáculo para la realización, nosotros creemos que no es así. Por el
contrario nos parece imprescindible un «intenso y correcto pensar activo y
crítico», como señala el budismo; por la sencilla razón de que nosotros no
«pensamos intelectualmente» casi nunca, ¡casi nunca! Sino que
simplemente estamos como «rumiando siempre el mismo tipo de
pensamiento», que no acabamos ni de digerir ni de vomitar, y que gira
además alrededor de alguna emoción de «negatividad soterrada». El
pensamiento mecánico y repetitivo es siempre de raíz emocional, ¡casi
nunca intelectual! Obsérvese bien y compruébese la veracidad de lo aquí
dicho, tanto en uno mismo como en los demás. Por eso hay que pensar
mucho y bien, por eso hay que estudiar mucho sobre la búsqueda y
además hay que aprender «humildemente», desde la posición «del que no
sabe».
Recuerdo aquí, todavía con estupefacción y pena, a algunos antiguos
compañeros de juventud practicantes de «meditación» (bajo la guía
lejanísima de un maestro de esos que da charlas generales para todos por
Internet y jamás tiene una conversación personal con aquellos a los que
dirige, incluso durante décadas), estos señalaban con orgullo (?) que ellos
no necesitaban saber que era el Yoga, o el Vedanta, o el hinduismo y la
meditación en general. ¿Para qué, decían? Qué importancia tenía saber que
es todo eso que ellos practicaban desde hacía más de cuatro décadas, el
cómo se practicaba, cómo había sido desarrollado, qué condiciones
mentales y físicas requería, qué experiencia tenían otros millones de
practicantes que lo habían ensayado antes que ellos. ¿Para qué? ¿Qué
utilidad podía tener todo eso? Ellos solo escuchaban y seguían y confiaban
en un hombre, que parecía experto. Solo les importaba lo que él decía, que
lo repetían incansablemente en un intento, sin duda, de apropiárselo por vía
mental. ¿Pero y los demás? ¿Los demás maestros, las demás enseñanzas
equivalentes, los demás enfoques, las demás aportaciones de nuestra
psicología e incluso sociología a ese trayecto de evolución? ¿Qué interés
podía tener el resto de cosas relacionadas? Para ellos: ¡ninguna! Es evidente
y triste reconocer que habían transformado un camino ancestral y muy serio
de auto-transformación en una «cuasi-religión particular» de adolescentes.
Y por supuesto, ahí se quedarían.
Por eso hay que estudiar, hay que preguntarse, hay que dudar, hay que
poner a prueba, hay que discutir incluso… ¡para saber por uno mismo y de
verdad! Pero, con esta condición: que igualmente que se utiliza el
pensamiento en una etapa determinada, igualmente se lo abandona en la
orilla a la que ya hemos llegado. Y se queman los libros y también las
ideas. No se necesitarán más porque si ya hemos llegado, ahora estamos…
«por encima de las palabras». ¡Nos toca a nosotros crear un nuevo lenguaje!
La segunda situación de esclavitud sucede cuando nos atamos,
«aferramos» o nos dejamos condicionar, o esclavizar por la misma escuela,
enseñanza o maestro que elegimos para despertar. Nos atamos a ellos como
lo hicimos con nuestros padres, y luego con las «autoridades culturales» de
todo tipo (no solo las así llamadas espirituales, sino otras igualmente
dañinas como personajes históricos famosos vacíos de todo valor, artistas
desequilibrados, pensadores estériles y «realmente cenizos», políticos
falseados y hombres de poder económico y social en general con los que
por su supuesto brillo nos hemos identificado también). Nos atamos a ellos.
Pero en los buscadores este apego es particular.
En nuestros trabajos por liberarnos, nos hacemos dependientes de ellos
(ideas, compañeros, maestros, institución, etc.), y creamos unos «lazos de
autoridad» que se muestran como imposibles de soltar. Entonces damos
vueltas y más vueltas, nos centramos en esto y en aquello, nos
obsesionamos con este y con el otro… ¡y todo son simples relaciones
humanas exclusivamente; psicología barata sin más! Todas relaciones de
escasa calidad. Soñamos que estas «nuevas relaciones» nos liberaran si
persistimos en ellas, pero ¡nunca nos liberarán! Y pasan los años y
seguimos parecido con una leve esperanza de «a ver si este año si» ¡Somos
esclavos del grupo, de la enseñanza o del guía, o… de los tres a la vez!
La «institución» nos ha atrapado, pero nadie tiene la culpa porque la
institución no «es nadie»… ¡somos todos! Todos somos benefactores
primero y víctimas de ella… después. Y por eso continuamos en el grupo; a
ver si por fin se me escucha, se me concede importancia, se me ataca
menos, se me quiere más, se me dan las claves, se me promociona para
recibir más instrucción, se me dan cargos de responsabilidad, se me
reconocen mis avances, se me introduce en el circulo interno donde están
los favoritos o iniciados, etc. Y el tiempo pasa y pasa y yo he quedado
atrapado en una relación tan mundana como la primera que tuve en la
vida… ¡si no peor! ¡Estoy preso de simples emociones o «transferencias»
de emociones personales como cuando era un joven inseguro e
inestable! Esto es lo que la gente ve en casi todos los grupos de buscadores,
porque por desgracia suele ser lo que hay. De ahí el descrédito de las
búsquedas y de los grupos de búsqueda hoy en día. Es así, ¿qué le vamos a
hacer? Una triste realidad.
Detectar los trayectos de esas curvas «asíntotas», que prometen llevarnos
pero que nunca nos llevarán, es necesario porque hay que desistir de ellas.
Y puede doler.
Porque tarde o temprano el poeta y el devoto,
como el pensador estéril
y el auto-esclavizado por promesas psicológicas…
¡deben desaparecer!
Se debe comprender que hay que abandonar los cantos y éxtasis del devoto,
la reflexión continua e inacabable del pensador compulsivo
y el temible apego emocional a todos los aspectos humanos de la búsqueda…
¡y pisar la otra orilla!
Abandonar a su suerte la barca.
¡Y Entrar!
36. La falacia máxima
Nos dice que todas las creencias, suposiciones, emociones, fantasías, mitos,
especulaciones, imaginaciones y aproximaciones arquetípicas o neuróticas, elaboradas
mentalmente en base a su «ordinaria» experiencia de la vida, que encuentra un hombre en
sí mismo ya formadas y que luego maneja, o mejor, es manejado por ellas toda su vida,
son «valiosas y verdad en alguna forma» y no pueden ser desechadas, porque es lo que
pertenece a nuestro más puro sentido común. Y porque además ellas justifican nuestra
pertenencia al colectivo de buscadores: ¡es todo lo que constituye nuestra mente! ¿Cómo
desconfiar de ellas si es lo único que tengo para seguir buscando? Afirma esta falacia
máxima que ellas, las falacias (mejor dicho: esos «complejos productos mentales» que el
hombre encuentra espontáneamente ya formados en sí mismo) permitirán que el hombre
llegue donde se propone, que son un «instrumento irrenunciable». ¡Que las necesita a
casi todas ellas! Que si las observa inquisitivamente, las descubre, las estudia, las
interroga y las abandona se quedaría sin instrumentos para «continuar su búsqueda por
la conciencia». La falacia máxima afirma que la teoría de las falacias… ¡es una simple
estupidez!
Hasta aquí, querido amigo o amiga, se han desarrollado las posibles falacias
que se encuentran agazapadas, respirando nuestro propio oxigeno, en todos
nosotros; y a las que compartimos con notable resignación.
Pero ahora tenemos una posibilidad de elegir entre continuar el
camino de «buscar» o ensayar el de «encontrar». El de «buscar» ya lo
conocemos, el otro no.
Podemos decidir con la convicción de que acertaremos; siempre acertamos
haciendo algo, intentando algo, arriesgando algo, iniciando algo y pagando
por anticipado sin que nos lo pidan.
Siempre acertamos al cambiar de actitudes y hábitos, al aprender a hacer
lo que no sé, al intentar ver a lo que no comprendo y a dejarme conducir
más allá de lo que yo mismo conozco y controlo.
Y muchas veces, porque lo haremos con inteligencia máxima, completa
prudencia y sinceridad total, ¡acertaremos! al querer ir a ese «imposible
sitio» del que la lógica común me dice que no es accesible para mí.
Si decido entregarme al camino del Encuentro
que es continuo e ininterrumpido,
debo saber que seré «llevado», a través de él.
En el camino de la búsqueda yo me purifico y me hago merecedor,
pero en el del Encuentro seré «purificado».
Justo ahora al acabar la lectura de este libro aceptaré pasar,
abandonando la actitud del buscador, al «otro lado».
Más tarde o más temprano lo tenía que hacer.
No lo demoro más.
¡Que sea lo que Es!
Y ese esperanzado lector, al cerrar el libro suavemente,
reposando un momento su atención sobre él,
«encontró su presencia in-mediata» por primera vez.
Una falacia final
Nos dice que el mundo entero, en su totalidad, es ilusión, o sea irreal; que es una
construcción mental, un velo que oculta la Verdad inalcanzable, un «acuerdo
interesado» entre ciegos, un consenso artificial entre supuestos sabios, un sueño
agitado, un espejismo, un engaño que nos atrapa, un simple «recuerdo vago» de
no sabemos qué, y por ello casi un absurdo, un sin sentido, algo sin valor
esencial, algo «deshabitado» de sustancia, una pura casualidad vaciada de
realidad verdadera. Nos dice que debemos transitar por él con disimulo, algo
agazapados, atentos a no caer en sus garras, sin mirar directamente a sus ojos,
pretendiendo solo salir indemnes de él; y acabar con todo él en cuanto se acaben
los placeres. Porque el mundo no es real, sino ¡una simple ilusión o peligrosa
«maya»!