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“El Hombre Caimán”

Cuenta la leyenda que, en la Villa Concepción de la Plata, mejor conocida como Plato: un municipio en
la región Caribe bañado por decenas de afluentes del río Magdalena, que atraen día a día a los bañistas;
existió un pescador, llamado Saúl, que disfrutaba espiar a las jóvenes del pueblo mientras se bañaban
en el caño “Las Mujeres”.

Su fijación por las partes íntimas del sexo femenino era tan fuerte, que viajó hasta la Guajira a pedirle a
un chamán que le preparara un brebaje para convertirse en caimán cada que lo deseara. El sabio, le
preparó dos botellas que contenían: una, un líquido rojo para que Saúl se frotara en el cuerpo hasta
volverse como el animal, y, otra, de color blanco, para devolverlo a su forma humana.

Siempre que el hombre iba a utilizar la pócima, le pedía a su mejor amigo, cómplice de su voyerismo,
que le acompañara para rociarle el líquido blanco al terminar con su pasatiempo. Sin embargo, un día en
que su fiel compañero no pudo llegar al encuentro, le pidió a otro pescador que le ayudara en su
empresa, pero, éste, al ver la imagen de Saúl convirtiéndose de hombre a caimán, saltó del susto y regó
todo el líquido blanco sobre las piedras del caño. Sólo unas pocas gotas alcanzaron a tocar la cara de
Saúl, quedando para siempre con rostro humano y cuerpo de reptil, convirtiéndose así en el terror de las
mujeres y demás transeúntes del caño.

“Bolefuego”

Cuenta esta leyenda colombiana que, siglos atrás, existió en las profundidades del llano una hermosa
mujer de ojos azules, piel morena y una cabellera negra azabache, que se alargaba hasta fundirse con
el vaivén de sus caderas. Su nombre, Candelaria. Cuando estuvo en edad de merecer, nuestra
protagonista se casó con un hombre llamado Esteban, que, consumado el oficio, mostró su verdadero
rostro de alcohólico, fiestero y mujeriego.

Un día de tantos, y con dos hijos en casa, Esteban se disponía a irse para la tradicional fiesta sabanera:
el San Pascual Bailón, pero sin avisar o invitar a Candelaria. Ésta, al sentirse traicionada, agarró el
hacha para cortar leña de su marido y, delante de sus hijos –Sigilfredo y Esteban-, sin dudarlo un
segundo, se la clavó en la cabeza al hombre, obligando a sus pequeños a enterrar a su propio padre.

Años después…

Después de rechazar a cientos de pretendientes, y, llena de los celos enfermos de una madre para
quien ninguna mujer es suficiente para sus hijos, Candelaria obligó a Sigilfredo y a Esteban a dormir en
su misma cama, hasta convertir al primogénito en su amante. En cambio, el segundo –Esteban-, se
opuso tajantemente a un acto que consideraba inmoral, negándose a ello hasta que su madre murió de
desilusión.

Dicen los pobladores, que, el día del juicio final, Candelaria fue condenada a deambular por los caminos
en forma de bola de fuego o candileja con brazos chorreantes de fuego, asustando a los viajeros
borrachos, irresponsables e infieles. Se recomienda a los aventureros que la vean no rezar ni por error,
pues se siente especialmente atraída por ellos.

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