Está en la página 1de 233

EDWARD H.

FAULKNER

LA INSENSATEZ
DEL LABRADOR

“Dios está en su cielo


En el mundo todo está bien”.

B rowning

LIBRERIA “ E L A T E N E O ” EDITORIAL
B U E N O S A I R E S
ESTE LIBRO
SE TERMINÓ DE IMPRIMIR EN
» ARTES GRAFICAS «
BARTOLOME U. CHIESINO
AMEGHINO 838 - AVELLANEDA
BUENOS AIRES
EL DÍA 30 DE OCTUBRE
DE I945
Printed in Argentine
A los agricultores de hoy se les paga
para que trabajen en favor del suelo,
compensando errores pasados; mi fina­
do padre, John Wesley Faulk ner, a quién
dedico este libro, hizo mucho de eso
rutinariamiente.
Η Ε tenido mucha ayuda en esta .
gran parte de ella me fué prestada sin
querer. No dispongo de espacio para dar
las gracias a todos los que de un modo
u otro me ayudaron. Estoy especialmen­
te agradecido al Profesor Paid B. Sears,
Jefe del Departamento de Botánica
Oberlin College; a Russell Lord, direc­
tor de The Land; Garet Garett, articu­
lista de la especialidad en el Saturday
Evening Post; Peter Vise her, editor y
director de Country Life; Ollie E. ,
Superintendente de la asignatura en el
Departamento de Educación del Estado,
Columbus, Ohio; Charlotte Brooks, bi­
bliotecária ayudante Elyria Library y
a Merrit Powell, administrador de la
Lorain Country Farm Bureau Coope­
rative, Elyria, Ohio. Elios no son más
que unos pocos entre todos los que me
ayudaron voluntariamente.
E. H. F.
X

MARGEN DE ERROR

E STE libro se propone demostrar sucintamen­


te, que el arado de vertedera que se emplea
en las granjas de todo el mundo tcivilizado. es el
implemento menos satisfactorio para preparar el
suelo, con el fin de producir cosechas. Tal vez esto
suene a paradoja, si se tiene en cuenta que existe
una ciencia de la agricultura desde hace casi un si­
glo, y que los científicos agrícolas, casi unánime­
mente, han empleado y aprueban el empleo deí ara­
do de vertedera. No obstante, la declaración hecha
más arriba es verdadera y capaz de prueba. De
hecho, los mismos hombres de ciencia sin propo­
nérselo, hari proporcionado gran parte de las prue­
bas. La verdad es que nadie ha adelantado jamás,
una razón científica para arar. Más de un maes­
tro erudito ha pasado por trances de perplejidad,
cuando en clase, los estudiantes le exigían que les
demostrara porque no sería mejor introducir la
10 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

materia orgánica en la superficie del suelo, y no


enterrarla como lo hace el arado.
Se ha supuesto como un axioma que arar
era lo correcto, y sobre ese axioma se basó todo
el conjunto de razonamientos referentes al modo
de tratar al suelo. Pero, arar no es lo correcto. Si
la aserción principal es insostenible, se deriva de
ahí que podamos poner en duda, con justicia, la
validez de cada teoría aceptada popularmente res­
pecto a una cosecha cualquiera, que se desarrolla
ep una tierra preparada con el arado. Eso pro­
porciona virtualmente la oportunidad para hacer
el examen crítico de todas nuestras teorías sobre
el suelo, de modo que en este libro, se enfocará
la gama de todas las teorías desarrolladas sobre
el cultivo de las mieses, para su examen a la luz
del descubrimiento de que arar es un error.
Emprenderemos esta discusión, y siempre que
ello sea posible, en «un lenguaje familiar para el
lego, y en el transcurso del texto, cada vez que
éllo sea necesario, introduciremos notas al pie,
para explicar cualquier cosa que pueda estar fue­
ra del alcance del conocimiento del término medio
de los lectores. A causa de la naturaleza del razo­
namiento en que >se basa este estudio íntegro, no
es necesario recurrir a términos científicos; cuan­
do mucho se emplearán los más simples. Además,
y aun cuando parezca extraño, en esto bay pocas
ideas que no sean de conocimiento vulgar. La
agricultura científica ha creado una cantidad in-
MARGEN DE ERROR 11

mensa de términos ¡técnicos, como consecuencia de


un error primitivo y fundamental, y ellos a su vez
han originado sus propias confusiones. En verdad,
puede decirse con exactitud que 1 error cometido
en los orígenes, es la base de la mayor parte sino
de toda la tecnología relacionada con la agro­
nomía actual.
Una estación agrícola experimental tiene
sus aplicaciones, pero es claro que éstas no ha­
brían abarcado el problema que se presenta en
este libro, si los que trabajan el suelo no se hu­
bieran iniciado con una base falsa en el asunto
de arar. Resumiendo, si se hubiese hallado el
modo de mezclar con la superficie del suelo, todo
lo que el agricultor entierra debajo de ella con
el arado; si los implementos para plantar y cul­
tivar hubiesen ,sido proyectados para operar so­
bre la superficie del rastrojo resultante de mezclar
con la parte superficial del suelo, paja, hojas, ta­
llos, tocones, malezas y zarzas, la producción de las
cosechas hubiera sido tan automática y espontá­
nea, que posiblemente no se hubiera desarrollado
la ciencia agrícola que conocemos ahora. En rea­
lidad, la hubiéramos necesitado poco. Desde cierto
punto de vista, hemos creado nuestros problemas
del suelo, nada más que para proporcionarnos el
placer dudoso de resolverlos. Si originariamente
no hubiéramos contrariado las leyes naturales
arando la tierra, nos habríamos evitado los pro-
12 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

blemas y los esfuerzos dispendiosos de tiempo y


dinero que requiere su solución.
Y apenas como una consideración inciden­
tal, nos hubiéramos evitado la erosión, los suelos
ácidos, las inundaciones cada vez más frecuentes,
el descenso de las napas de agua, la disminución
de los animales silvestres, y los suelos de superfi­
cie compacta e impermeable. Hemos hecho la ca­
laverada de la agricultura científica. En efecto,
la tal calaverada aparenta ser la contraparte cien­
tífica de lo que nuestros padres solían llamar “co­
rrer sus mocedades”. Es tiempo que nos modere­
mos e iniciemos la aplicación a nuestra agricul­
tura, de la misma ciencia básica que estamos em­
pleando desde hace tanto tiempo, en las fábricas,
usi ias y talleres, de nuestra civilización razona­
ble tiente progresista.
Nuestra nación ha equipado a sus agricul­
tores con un tonelaje de maquinaria por hombre,
mayor que en ninguna otra. Hasta donde llega
la historia, no se sabe de ningún otro pueblo que
haya avanzado tan'rápidamente hacia el término
de la destrucción del suelo con esa maquinaria,
como nuestra población agrícola. Es difícil que
alguien pueda enorgullecerse con este “record”.
Además, tampoco es una comparación atrayente,
cuando vemos que nuestros amigos los chinos y
el paisanaje tan .a -menudo despreciado de los paí-

(1) 4047 m3.


MARGEN DE ERROR 1:1

ses que llamamos atrasados, pueden producir sin


maquinaria, más por acre (x) que el agricultor
americano con su equipo primoroso. Toda persona
razonable, que haya viajado mucho, confirmará
esta afirmación.
Ha constituido uno de los enigmas más per­
sistentes, el hecho de que un egipcio ignorante y
empobrecido, que remueve la tierra con su antiquí­
simo palo encorvado, pueda producir más por acre
que su vecino británico cuyo equipo está ajustado
al minuto. La explicación está en el hecho de que
el agricultor pobre no tiene medios para proveer­
se de un equipo que le impediría continuar culti­
vando la tierra con esos rindes elevados por acre.
A su debido tiempo se explicará el significado ín­
tegro de todo esto.
La afirmación de que todas das desazones
con las cosechas, se originan en los campos del
granjero, tiene un doble sentido. Los campos vír­
genes y las tierras boscosas que circundan su te­
rreno no dan señales de mortificación. Hasta la
misma vegetación en las líneas de los alambrados
parece medrar tan bien durante las sequías como
cuando reina un hermoso tiempo. ¿Nos justifica­
ría esa observación, si nos preguntáramos si no
es más bien la manera como los chacareros tra­
tan a sus campos, la responsable ,de la forma en
que se comportan las cosechas bajo cultivo? Cier
tamente, no debemos pasar por alto la posibilidad
de que la clave de las aflicciones del chacarero,
14 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

pueda encontrarse en el estudio comparativo de


los suelos cultivados y vírgenes.
Nuestras ideas convencionales sobre los pro­
cesos del desarrollo necesitan una revisión drás­
tica. Al estudio del crecimiento de las plantas se
le ha -dedicado mucha labor experimental y mu­
cha meditación, pero en cambio, comparativa­
mente se le ha prestado poca atención a la parte
que juega en el crecimiento animal y ¿vegetal, la
transferencia real más o menos directa del ali­
mento vegetal que ya había sido empleado previa­
mente, es decir la transferencia del alimento des­
de un cuerpo sin vida a uno viviente.
. Con frecuencia pensamos y hablamos sobre
el crecimiento, como si éste fuera un proceso
constructivo; sin duda que lo es, pero lo probable
es que sin bastante reflexión, supongamos que el
crecimiento tserá mayor y mejor, cuando para eso
se emplean materiales que no han estado previa­
mente en los tejidos orgánicos. Con nuestro modo
de pensar, suponemos que las mieses de nuestras
granjas, obtienen del terreno una solución de mi­
nerales originada directamente de los minerales
del suelo o de los fertilizantes que aplica el cha­
carero. No le prestamos mucha atención a la bio­
química del asunto. Sabemos sí, que toda cosa cu­
bierta por el suelo que sea descomponible, está
sujeta a una descomposición más bien rápida, pe­
ro aparte de esto razonamos mal, porque no acep­
tamos flue los productos de descomposición son el
MARGEN DE ERROR 15

material de elección, para el desarrollo de las mie-


ses que crecen en su vecindad inmediata.
En nuestra civilización materialista, hemos
jyDrendidoasosji^^
cosa construida con materiales de desecho'. Poca
gente querrá comprar un automóvil armado cor.
repuestos usados, y lo mismo, un traje hecho con
un género de lana artificial no alcanzará un pre­
cio alto. Nuestra desconfianza básica se traslada
también ,a nuestra opinión sobre los materiales ne­
cesarios para el desarrollo de una planta. Esto no
ocurriría, si hubiésemos hecho un poco de juicio
crítico sobre el tema; pero no lo .hemos hecho así.
Dejamos el tema entero a cargo de nuestros hom­
bres de ciencia. Ellos han aprendido los hechos,
y en muchos casos han publicado sus conclusiones
en libros y folletos, que cualquiera que se tome
el trabajo de hacerlo puede leer; pero son pocos
los que han hecho el esfuerzo necesario para pe­
netrar en el lenguaje técnico habitual de esos es­
critos. Esos Escritos, rara vez aparecen en la pri­
mera plana, ni constituyen encabezamientos, de
modo qqe no nos molestamos en leerlos. Es evi­
dente que esto puede sernos perjudicial.
Λ mucho de nuestro conocimiento sobre las
relaciones nutritivas puede llamárselo académico.
Cuando lo describimos estamos jugapdo con él,
porque no lo desarrollamos para que tenga utili­
dad práctica. Esto es particularmente cierto res­
pecto a la nutrición vegetal. Sabemos natural-
16 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

mente, que ningún animal puede subsistir sola­


mente a base de soluciones minerales en forma
simple e inorgánica. No ingerimos nuestro calcio
en forma de agua de cal, ni nuestro hierro en
forma de tintura; por lo menos no lo hacemos en
medida tan grande como para considerarlo asun­
to de nutrición. Nuestros conocimientos actuales
indican que toda la raza humana y el reino ani­
mal íntegro, desaparecerían totalmente de la su­
perficie de la tierra, si se vieran privados de ese
almacén orgánico que se llama reino vegetal;
Siendo eso una verdad, para nosotros tiene una
gran importancia el poseer una comprensión ca­
bal y práctica de las relaciones nutritivas entre
las plantas y la tierra; esas relaciones son funda­
mentalmente necesarias para el bienestar animal,
que incluye como es natural, el bienestar de la ra­
za humana. . .
A los fines de esta discusión, nuestro razo­
namiento se simplificará, si pensamos que las so­
luciones inorgánicas que ocurren en el suelo, don­
de el agua está en contacto con minerales crista­
lizados, son alimentos primarios y nuevos para las
plantas; y que las soluciones originadas en la des­
composición de los tejidos vegetales o animales son
alimentos usados o de segunda mano. Es claro
que éstos no son los términos técnicos para expre­
sar tales conceptos, pero aquí se demostrará que
son útiles para que el profano comprenda como
puede estimularse el crecimiento de las plantas.
MARGEN DE ERROR 17

Además, es necesario decir que en la pi. e tica ea


si nunca se encuentra en el suelo una solución or
gánica totalmente desprovista de compuestos in
orgánicos. Esto se debe a que el agua que absorbe
el material orgánico en su proceso de descompo-
sición, ya lleva consigo una pequeña carga de ma­
teria inorgánica.
La desazón principal que nuestra agricultura
implica, se debe a que nos hemos empeñado más
y más en las técnicas difíciles para proveer a
nuestros cultivos con materiales nuevos, en lugar
de aprovecharnos totalmente de las medidas casi
automáticas que toma la naturaleza para suminis­
trar raciones completas de segunda mano a las
plantas. Llenamos de dificultades una tarea que
pudo haber sido fácil.
Varias circunstancias conspiraron para de­
formar nuestro punto de vista sobre la nutrición
vegetal. Treinta años atrás, los chacareros no es­
taban tan familiarizados como ahora, con las po­
sibilidades que ofrecen los minerales inorgánicos
como fertilizantes. Pero a medida que los fueron
conociendo, y como los costos de los abonos quí­
micos de tiempo en tiempo se redujeron, su em­
pleo progresivo se ha hecho más fácil. Simultá­
neamente, parecía que los medios de devolver al
suelo su materia orgánica se hacían más dificul­
tosos. De ahí se deriva como resultado neto, el
que, por necesidad, se le preste más y más aten­
ción al suministro de minerales inorgánicos, y que
18 LA INSENSATEZ DEL LABRADOS

no se tomen del todo en consideración las posibi­


lidades orgánicas.
Los pocos párrafos anteriores esbozan los
conceptos nutritivos básicos involucrados en este
libro. No salen a luz nuevos descubrimientos téc­
nicos. Toda la discusión no se propone otra, cosa
que reducir la información científica que posee­
mos desde hace décadas, a la que hasta ahora,
no se le ha dado un empleo difundido, a términos
prácticos que puedan emplearse en la huerta de
cualquiera o en cualquier chacra.
Durante décadas se conocieron y se recomen­
daron los abonos verdes. Pa,ra los lectores que en­
cuentren en ellos una novedad;' dirgqios ’.simple­
mente que los abonos verdes se cultivan para em­
plearlos como materia* orgánica descomponible en
el suelo, donde crecieron. Durante años se aconse­
jó a los chacareros que hiciesen uso frecuente y
regular de abonos verdes, con el fin de suplemen­
tar la provisión siempre insuficiente de abono ani­
mal. De acuerdo con esta idea, hace ya treinta
años que los comisionados de los distritos rura­
les, estimulaban a los granjeros para que realiza­
ran su programa de mejoramiento del suelo, en­
terrando abonos verdes con el arado; después, al
conocerse los resultados de las primeras experien­
cias, sobrevino el desaliento. Se comprobó que las
aradas de abonos verdes eran un arma de dos fi­
los tan colosal, que en adelante todas las tentati­
vas para mejorar la productividad del suelo, no
MARGEN DE ERROR 19
fueron más que expedientes cautelosos, en lugar
de ser tentativas audaces para imitar el ejemplo
perfecto, que daba la campiña natural. Parece que
a nadie se lç ocurrió jamás poner en duda los
efectos del arado de vertedera, que tenía la apro­
bación universal.
En efecto, se modificó la doctrina prevalen-
te y generalmente aceptada, con dos recomenda­
ciones comparativamente ineficaces: 1) entiérre-.i
se temprano al abono verde, antes que se vuelva
leñoso y difícil de podrirse; y 2) si por cualquier,
razón no puede enterrarse temprano, antes de
ararlo agregúesele un fertilizante nitrogenado.
Siempre se reconoció, que aún esas recomenda­
ciones, no eran más que recursos provisorios. Es
demasiado evidente que el centeno verde y otras
mieses tiernas, deben tener un contenido mineral
menor que cuando están más sazonadas. La se­
gunda recomendación de origen más reciente y a
la que se supone más ventajosa, tiene una debili­
dad fundamental, y casi insubsanable, porque en
la naturaleza no existe remedio completamente
eficaz para ella. Se añade un fertilizante nitroge­
nado con el fin de apresurar la descomposición
de la masa; de ese modo se quita el obstáculo que
significa la materia orgánica, para que el agua
de la profundidad del subsuelo continúe eleván­
dose hasta el suelo. \Ϋ aquí es necesario recordar,
que cuando se entierran grandes cantidades de
20 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

material absorbente, se agota el agua de las capas


del suelo tendidas sobre ese material).
Con ese ardid se apresura la descomposición,
pero necesariamente los productos que la descom­
posición pone en libertad, están expuestos a colarse
fuera del suelo con las primeras lluvias que caigan
después de su liberación. Log coloides sólo pueden
seriamente los productos—que la dcscompoaieióft
pone en liberta^ están-expuestos-a-colarse fuera
-del suelo con las primeras lluvias que caigan des-
-pues de su liberación. Los coloides sólo pueden
retener un pequeño porcentaje de esas substancias
nutritivas, y eso, en suelos que tengan bastantes
coloides no saturados aún de elementos nutritivos
vegetales. El resto debe perderse necesariamente,
a menos de que por un azar feliz, las lluvias caídas
sean insuficientes para arrastrarlos antes de que
las raíces lleguen a salvarlos. Y todavía hay que
recordar que en la mayor parte de los suelos, son
pocas las raíces que alcanzan el piso del surco para
realizar el salvataje.
Más adelante se demostrará que el empleo
de nitrógeno en esa forma, —recuérdese que es
nitrógeno comprado—, es puro derroche de dine­
ro, ya que la naturaleza tiene una organización
perfecta para suministrar a cada planta la canti­
dad exacta de nitrógeno que necesita. Y también
se darán ejemplos, con ilustraciones de experien­
cias hechas en pequeña escala, de cómo en toda la
MARGEN DE ERROR 21
naturaleza ocurre una transferencia de los com­
puestos orgánicos provenientes de las substancias
muertas en descomposición, a lo que vive y está
en desarrollo. Esas experiencias en pequeña es­
cala fueron suplementadas posteriormente con
otras hechas en escala mayor. Las primeras fue­
ron realizadas durante la década pasada, en una
pequeña huerta en la ciudad, y las últimas en un
campo arrendado con ese fin, en la campaña.
Es probable que la mayor parte de los hom­
bres de ciencia no estén mentalmente preparados
para aceptar una idea tan nueva, sin pruebas ofi­
ciales. Paul B. Sears, constituye una excepción; en
“Deserts on the March”, ha pintado así la nutri­
ción vegetal:

“La faz de la tierra es un cementerio y así lo ha


sicTo siempre. Cada cosa viviente, caundo muere le
devuelve a la tierra lo que le pidió prestado para dar
forma y materia a su breve jornada en la luz. De
la tierra, a su debido tiempo, cada nuevo ser viviente
recibe otra vez un préstamo de lo que mantiene la
vida. Lo que la tierra presta, fué empleado por in­
contables generaciones de plantas y animales hoy
muertos, y otras incontables lo requerirán en el «fu­
turo... Ningún vegetal ni animal ,ni tampoco nin­
guna clase de ambos, puede establecer un derecho
permanente de posesión a los materiales que compo­
nen su cuerpo físico” (1).|

(!) Deserts on The March, por Paul B. Sears (Norman,


University of Oklahoma Press, 1935). 1.
22 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

Así, sutilmente, Sears nos llamó la atención


sobre un principio del desarrollo vegetal que no
ha sido utilizado suficientemente, aunque su exis­
tencia académica cuando menos, ha sido conocida
por la mayor parte de los hombres de ciencia. Se
deduce de tal principio que la vida depende nece­
sariamente de que se apaguen otras vidas, de he­
cho, de poblaciones enormes. No nos agrada pen-
sar que nosotros mismos somos asesinos, pero es
difícil refutar el hecho de que si hemos de vivir,
debemos serlo. Como seres civilizados o llamados
así, nos cuidamos para que desde el comedor no
se vea el matadero; pero a menos que seamos ve­
getarianos, nuestra existencia depende de que el
matadero esté siempre atareado. Hasta el más es­
tricto vegetariano tiene que apagar muchas vidas,
las de las plantas, si quiere retener la propia.
Tales sugestiones pueden sonar a fragmen­
tos de sofismas filosóficos, sin embargo, las ideas
que ellas involucran se adaptan tan bien al tema
que tratamos, que es necesario que nuestro pensa·»
miento las enfoque nítidamente. Siempre hemos
aceptado teóricamente la interdependencia que
existe entre todas las formas de vida; pero no he­
mos avanzado con la misma facilidad hacia el ra­
zonamiento de que los tejidos muertos contribu­
yen a formar nuevas vidas con su materia. Esta
es la verdad solemne y necesaria, y cuanto más
precozmente entre a formar parte de nuestro pen­
samiento, tanto más pronto podremos planear con
MARGEN DE ERROR 23
inteligencia, el trabajo necesario para volver a
crear los suelos de los campos de nuestras gran­
jas. Hemos hecho muchos remilgos para visuali­
zar al tejido muerto cuando se transforma en vi­
viente, aunque con cada bocado que comemos, de­
mostramos precisamente ese hecho. Seamos prác­
ticos, aunque el serlo nos cause dolores de estó­
mago.
Las plantas por medio de sus raíces, estable­
cen puertas de entrada para los materiales nutri­
tivos que se encuentran en los residuos en des­
composición de las plantas del año anterior, y si
se las deja por su cuenta, emplearán sin pérdida,
cada átomo del material que las plantas muertas
emplearon previamente. Como chacareros, no de­
jemos a los cadáveres de las plantas del año últi­
mo, en el lugar donde las raíces de las cosechas de
esta temporada puedan invadirlos. En lugar de
eso, enterramos tan hondo esos residuos de des­
composición, que pocas raíces podrán alcanzarlos.
Al arar hemos impedido que nuestras mieses
tengan sus mejores posibilidades de desarrollo. Es
obvio, que parece haber llegado el momento de
observar dentro de nuestros métodos de manipu-?
lar el suelo, con el fin de copiar el estado presente
en el bosque y en el campo, donde el arado no ha
transformado el suelo. Plagiar los métodos de la
naturaleza, no es un crimen. Tampoco se violan
patentes y derechos de reproducción cuando se
descubren los principios fundamentales y se los
24 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

empl< a en el cultivo de la tierra. En verdad, si


queremos una labranza mejor, todo lo que tene­
mos que hacer es recargar la parte más superfi­
cial del suelo con materiales susceptibles de po-
drirse. El resto lo harán los procesos naturales.
El reino vegetal está organizado para revestir de
verdor a la tierra, y dondequiera que el hombre
no lo trastorne, es común que toda la superficie
esté bien cubierta. En este libro se demostrará que
núes ros problemas respecto al suelo, han sido en
gran parte problemas psicológicos; que si se ex­
ceptúa nuestro sabotaje a los planes de la natura­
leza para el crecimiento de las plantas, no existe
un problema del suelo.
Hoy en día la ciencia sabe que los arroyos,
torrentes y ríos que drenan las cuencas, arrastran
desde las tierras de cultivo varias veces más ali­
mento para los vegetales, que el que absorben las
cosechas durante el crecimiento, o los animales al
pastar. La mayor parte de la pérdida es invisible,
es decir, se pierde disuelta; esto tiene una impor­
tancia especial, porque las plantas sólo pueden to­
mar su alimento en solución. La porción erosio­
nada no disuelta, o sea visible, es la que llama la
atención, simplemente porque es visible, pero co­
mo pérdida no tiene importancia, ya que debajo
de la perdida hay existencias inagotables del mis­
mo material. Los daños que la erosión causa, son
debidos principalmente a que ella rellena los can
ces de las corrientes, los depósitos artificiales de
MARGEN DE ERROR 25
agua y los lagos naturales, además de sepultar
bajo una capa de légamo abigarrado, a las tierras
que están aguas abajo, en el curso de los arroyos
y de los ríos. Afortunadamente la técnica necesaria
para prevenir la erosión, es precisamente lo que
se requiere hacer para que el terreno sea más pro­
ductivo. Si restauramos las condiciones que pre­
valecieron en el terreno cuando era nuevo, de un
solo golpe remediaremos la erosión y restablece­
remos la productividad.
Durante años, los científicos han tenido con­
ciencia de que las pérdidas por lixiviación iban
en aumento; pero hasta que la “National Resour­
ces Board” publicó su informe en 1934, pocos te­
nían alguna idea de la escala vertiginosa en que
nuestros recursos minerales marchaban hacia el
mar. Con el fin de despertar el interés general
sobre el asunto, el Departamento de Agricultura
de EE. UU. incluyó en la página 99 de su Anua­
rio de 1938 un gráfico que resumía las diferen­
tes clases de pérdidas. Y para aclarar aún más
el asunto del desgaste de nuestras tierras, el de­
partamento contrató a Russell Lord, escritor ca­
paz sobre especialidades agrícolas, para que anun­
ciara los esfuerzos gubernamentales, dirigidos a
detener la erosión, mediante demostraciones co­
adyutorias en las cuencias de varias regiones del
país. En su informe Mr. Lord, da este resumen
concreto de las cifras del informe de la National
Resources Board,
26 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

“El alimento para los vegetales perdido por lixi­


viación, es el que disuelto se filtra hacia la profundi­
dad y se pierde por vía de las aguas subterráneas...
Las pérdidas minerales (nitrógeno, fósforo, potasio,
calcio, magnesio, azufre) comprenden 19.500.000 to­
neladas consumidas por las cosechas y el pastoreo
anualmente, y 117.000.000 de toneladas que la ero­
sión y la lixiviación arrebatan al terreno cada
año. (2)

De paso, la urgencia de la situación que se refleja


arriba, impresionó tanto a Mr. Lord, que ese año
escribió y publicó, “Behold Our Land”, donde
presenta más material interesante.
La mayor parte del alimento vegetal disuelto
que se escapa aguas abajo, tiene su origen en la
materia en descomposición que entierra el arado.
Esto parece ser una conclusión ineludible deriva­
da de hechos conocidos. Si ésta es la verdad, aun­
que no se tomara otra medida que impedir ese de­
rroche, nada más que con ello, seríamos capaces de
incrementar grandemente la producción de la tie­
rra. Durante toda la duración de ese escape de
alimento vegetal, tanto el terreno como la gente se
empobrecen más y más, y además, sabemos que la
gente tiene una propensión creciente a padecer de
males que son debidos a la insuficiencia y carencia
de ciertos factores esenciales en su régimen ali­
menticio. Por lo tanto, los caños de drenaje sub-
(2) N* 321, U. S. Departament of Agriculture, To Hold
This Soil, por Russell Lord (Washington, Government Printing
Office), 21.
MARGEN DE ERROR 27

terráneo y el arado de vertedera, son sospechosos


de complicidad en el delito de despojar a nuestro
pueblo de parte de su derecho innato a una salud
vigorosa, cuando se llevan desde el piso del surco
elementos vitales, antes de que las raíces de las
plantas sean capaces de salvarlos. Esta deducción
parece tan lógica, que es difícil comprender porqué
nunca se la investigó oficialmente.
También parece un poquito jocoso, que se
sugiera la necesidad de investigación en la mate­
ria, porque esta sólo implica que los hombres co­
pien las condiciones prevalentes en la naturaleza
que da universalmente cosechas sanas, para que
ellos también cultiven y recojan cosechas saluda­
bles. Esto se parece en buena parte, a sugerir a la
madre de un recién nacido, que investigue la po­
sibilidad de alimentar a su bebé a pecho más bien
que a biberón, como lo impone la costumbre. Por
un ejemplo incontrovertible, ya sabemos que don­
dequiera que el hombre no se interponga, hay ve­
getación que se desarrolla espontánea. Necesaria­
mente se deduce que si el hombre puede reprodu­
cir en sus cultivos tal estado del suelo, que en la
naturaleza produce resultados tan perfectos, · será
capaz de producir en terreno cultivado, cosechas
igualmente perfectas.
Así, os presento algo tan antiguo en agri­
cultura, que por eso mismo puede ser conside­
rado nuevo. Es posible que toda la tesis sea de
una evidencia tan clara que por eso mismo no nos
28 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

hayamos dado cuenta. Yo necesité siete años para


desprenderme de las ideas convencionales sobre
sueles. Lo mismo que otras gentes instruidas en
agricultura, había tratado en vano de combinar
las piezas del rompecabezas para que la agricul­
tura fuera una ciencia sólida; entonces descubrí,
gracias a ciertas experiencias, que el motivo de
todas /as pesadumbres residía en la operación pre-
limin r a todas las experiencias, es decir en la
operación de arar. Algo así como si yo tratara de
formar la figura del rompecabezas, con las piezas
patas arriba. Con la simple corrección del error
básico, vale decir, entremezclando toda la materia
orgánica con la parte más superficial del suelo,
desaparecerán por arte de magia todas las difi­
cultades. En las páginas que siguen, se describen
brevemente las experiencias mediante las cuales
pudo llegarse a esas conclusiones.
II

¿QUÉ ES SUELO?

L a p r i m e r a estación agrícola experimental en


el mundo, fue fundada en Inglaterra hace aproxi­
madamente un siglo. Tenía entonces como único
objetivo, investigar la razón existente para que los
suelos ingleses no produjeran cosechas tan buenas
como antes, y descubrir cómo remediarlo. Ese fué
el comienzo, y a partir de entonces, se han fundado
instituciones similares en la mayor parte de los
países del mundo. En EE. UU. existen más de 50
estaciones experimentales. Algunos estados sos­
tienen más de una, son independientes entre sí,
aunque dependen todas del mismo gobierno. A
excepción de unas pocas de estas clínicas, todas
tienen como objetivo principal, el estudio de los
problemas del suelo, y algunas han llevado a cabo
trabajos experimentales sobre suelo durante 50 a
75 años, para demostrar el efecto de procedimien­
tos curativos conocidos.
30 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

Un cortejo como ése, de esfuerzo organiza­


do y continuado durante tanto tiempo para deter­
minar hechos referentes al suelo, hace que apa­
rentemente no tengamos necesidad dev preguntar,
en fecha tan reciente, qué es suelo. Sin embargo,
como sucede con la electricidad y un número de
otras cosas familiares realmente importantes, el
suelo nunca ha sido definido con propiedad. Ni se
¡espere que se lo defina aquí. La esperanza del
autor, es que, mediante este capítulo, se llegue
a una comprensión más práctica del suelo que la
que hemos tenido hasta ahora. Es indudablemen­
te cierto que si no pudiéramos manejar la elec­
tricidad mejor que lo que manejamos nuestro sue­
lo; jamás hubiésemos podido disfrutar del largo
período de servicio eléctrico ininterrumpido que
hemos disfrutado. De hecho, tenemos un conoci­
miento tan completo del manejo de la energía
eléctrica, que ella casi nunca nos desilusiona. Por
contraste, el suelo rara vez responde a lo que es­
peramos de él, a pesar de que durante generacio­
nes, los expertos han tratado de resolver sus pro­
blemas.
Y todavía, recuérdese que el conocimiento de
la electricidad es una cosa relativamente moder­
na. Hace apenas un poco más de cincuenta años,
que Edison hizo brillar a su primera lámpara.
Considérese lo que ha sucedido desde entonces.
La electricidad ha llegado a ser el siervo ideal del
hombre; es el único siervo que obedece instantá-
QUE ES SUELO 31

neamente a la orden que se le da. Apretad simple­


mente un botón o la palanca de un interruptor, y
al punto se presenta vuestro siervo. La energía
eléctrica pudo ser enjaezada en esa forma tan sa­
tisfactoria desde la iniciación de los experimentos
de Edison.
Compárese ese asombroso progreso, con la
ausencia casi completa de progreso básico en
agricultura. Si se considera que el hambre im­
pulsó a los hombres a la acción, podemos deducir
que el hombre inició el cultivo de sus propias plan­
tas alimenticias, tan pronto como se cansó de
ambular para buscarlas en los lugares donde cre­
cían silvestres. Necesariamente esto debió ocurrir
muy temprano en la historia de la raza. Nadie
sabe cuán primitivamente ocurrió, porque los
hombres hambrientos no podrían escribir histo­
ria; y hasta que se estableció una agricultura for­
mal, el hambre era a veces inevitable. Los suelos
fueron cultivados, agotados y barridos por el
viento mucho antes de los tiempos históricos, a
juzgar por los números de ciudades sepultadas en
lo que hoy es el desierto. La fundación de una eíu-
dad en cualquier parte, presupone la existencia de
una abundante producción alimenticia en la ve­
cindad, de manera que, cuando los arqueólogos
tropiezan con las ruinas de ciudades sepultadas,
construidas unas encima de otras, sabemos que
en una época los suelos locales sostuvieron una
población considerable.
32 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

Y como es natural, se supondrá que un arte


tan antiguo como la agricultura, ha alcanzado un
grado de perfección primoroso. Cuando menos se
supondrá que debe estar mucho más adelantado
que un arte tan reciente como lo es el del empleo
de la electricidad. Y sin embargo, la historia de
la agricultura no es más que una serie continuada
de fracasos y desilusiones. Jamás existió una ra­
za o un pueblo que perseverara para resolver los
problemas del área que agotó. En lugar de eso,
tan pronto como una raza cosechaba la crema d'e
la fertilidad de una región, vendía o abandonada
la tierra a sus sucesores, en procura de campos
més ricos. La cita que sigue a continuación, escri­
ta durante los días de la fiebre del oro en Cali­
fornia, es interesante a este respecto.
“Nos hemos echado encima algunas fatigas
para probar en este informe, que con mil millo­
nes de dólares gastados juiciosamente, no podrían
devolverse al millón de acres de tierra de la Unión
agotados parcialmente, su riqueza en mantillo y
la fuerza y fertilidad para la recolección de cose­
chas, que tuvieron en su estado primitivo”.1
Lo anterior atestigua con elocuencia el pro­
greso que había hecho el deterioro del suelo en
América hace aproximadamente un siglo. Mu­
chos de nuestros mejores expertos estarán de

t1) Informe del Comisionado de Patentes, 1849. [Citado en


The Land, vol. I, N» 3 (Verano, 1941), 277.]
QUE ES SUELO 33

acuerdo en que, frente a todos nuestros esfuerzos


durante la generación pasada, nosotros apenas si
hemos proseguido los nuestros. El promedio de
rendimiento por hectárea para cualquier década
que se elija, no será mucho mayor que el prome­
dio comprendido entre 1870 y 1880. Con seguri­
dad que deberíamos haberlo hecho mejor.
Como es natural, todo el mundo está de acuer­
do en que deberíamos haberlo hecho mejor, y todo
el mundo se alegraría si se le dijera cómo hacer­
lo, si es que existe alguien que lo sepa. La antigüe­
dad de nuestro conocimiento agrícola debió haber
sido una ventaja, pero es aparente que no lo fué,
porque jamás nadie superó los problemas del suelo
que solía ocupar. En lugar de hacerlo, la gente
rehuía sus problemas, y continuaba creando los
mismos en un nuevo lugar. Por lo tanto, los Ame­
ricanos, como pueblo, no emprendieron en reali­
dad el estudio de la situación hasta que se ago­
taron las extensiones de terrenos mostrencos o
para colonizar. En consecuencia, no hemos here­
dado conocimientos valiosos sobre el suelo.
Aparte de la ventaja del tiempo, el agricultor
tuvo otra ventaja evidente que no empleó jamás.
Cada región boscosa que tenía ante sus ojos, era
un ejemplo perfecto de conservación del suelo. Y
se ha dicho que ver es creer. Sin embargo el agri­
cultor vió pero no creyó. Vió que las sequías no
afectaban el follaje tierno y verde de los bosques
vecinos, mientras sus cosechas sufrían por esa
34 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

causa. Veía cómo las malezas comunes ocultaban


los cercos de su maizal, mientras éste sufría por
falta de agua. El tiempo que prevalece es el mis­
mo para el bosque, para los cercos y para los cam-
_pos del granjero; y sin embargo, ni la vegetación ¿
silvestre del bosque ni los yuyos de los cercos dan
señales de sed.
Casi universalmente se ha pasado por alto el
ejemplo que da el campo sin arar, y la evidencia
de que, ahí donde se detiene el arado, se detie­
nen los inconvenientes. Fijaos en la descripción
maestra ^que hace un Americano primitivo' de la
selva virgen:
“Durante el día de hoy atraevsamos tierra muy
buena. Los encantadores valles que se ven recuer­
dan al país egipcio. El pasto crece hasta ocultar a
un hombre a caballo, y los ríos llevan a la mar un
agua clara como el cristal. El pueblo destinado a una
ubicación tan saludable será feliz, porque en ella
vivirá hasta el fin de sus días con el corazón hen­
chido de satisfacción y alegría”. (2)

A menos de que se la corte o destronque, la


floresta continúa desarrollándose lozana y exhu-
berante. Fué convirtiendo las hojas podridas y
otros residuos que están justamente encima de
sus raíces, en los nogales, robles, cerezos, gome­
ros y pinos más hermosos que puedan imaginarse.
(2) Coronel, William Byrd (un plantador de Virginia) es­
cribiendo en 1728, con respecto a una inspección en el Dan River
Valley [citado en The Land, vol. I, N9 1 (Invierno, 1941), 60].
QUE ES SUELO 35

Empleando expresiones de la vida actual, la agra­


dable carpintería de vuestros pisos, el maderamen
de los marcos de vuestras puertas y de otras
partes de vuestras casas, está hecho en gran par­
te con material reacondicionado; con hojas y ma­
dera podridas y toda suerte de material en des­
composición. A medida que avancéis en la lectu­
ra, tendréis que tener presente este hecho. Es
importante.
Casi sin excepción cada cual ha tenido el pla­
cer de pasear por el bosque. ¿Habéis observado
un árbol desarraigado?' ¿No os ha extraño que
las raíces sólo han removido la capa superficial
del suelo? Esto sucede porque las raíces alimen-
tadoras están desplegadas en esa zona por nece­
sidad. Las raíces profundas proporcionan ancla­
je al árbol, para que resista al viento, pero las
raíces tiernas y pequeñas de las capas superfi­
ciales del suelo, tienen a su cargo la ocupación
sustancial de hallar alimento para él. No nece­
sitan buscar la profundidad, porque el agua pro-
funda llega hasta ellas por capilaridad, en la
misma forma en (pie la mecha de una lámpara
lleva por capilaridad, combustible a la llama. Y
el alimento que suministran esas raíces, es en su
mayor parte material reacondicionado que queda
en libertad, cuando se pudren las hojas caídas en
el suelo del bosque. Como es natural, va incluido
algún material nuevo que se disuelve en las rocas
que están a mayor profundidad en el suelo; pero
36 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

la mayor parte de los minerales que emplean las


plantas que crecen en un ambiente como ése, de­
be ser de “segunda mano”. Cuando se observan
las hermosas vetas de las maderas, resulta difí­
cil creer que están constituidas con material de
sobras. Pero en realidad la naturaleza hace las
cosas así. ·
Es este, entonces, el ejemplo luminoso de
conservación del suelo que siempre pudo obser­
var el agricultor, si asi lo quería. Tal vez a cau­
sa de que estaba tan cercano y de que era tan
evidente, no fué capaz de pensar que le estaba
dando una lección que debería aprovechar. En el
descuido del hombre para aprovechar la demos­
tración del bosque, hay algo más que un poquito
de psicología; lo mismo sucede con la demostra­
ción significativa que ofrecen las praderas man­
teniendo" millares de animales, y que sin embargo
año tras año ganan en fertilidad. Se necesita
tiempo para apreciar en forma cabal este funda­
mento psicológico, porque él involucra las razo­
nes en que se basa la popularidad alcanzada por
el arado. Aquí actúan junto con esos, otros fac­
tores humanos curiosos, que son inherentes a la
índole del hombre.
Entre los rasgos humanos innatos, que han
servido para perpetuar el error en el negocio
agrícola, uno de los que actúa más enérgicamente,
es ¿a sensación incorregible que tiene la gente, de
que puede ayudar al desarrollo de las plantas. La
QUE ES SUELO 37
afirmación aparenta estar en desacuerdo con
nuestro concepto básico. Pero en realidad, nadie
puede hacer nada para ayudar a una planta que
crece en su ambiente natural; cuando cultivamos
plantas en un ambiente artificial, posiblemente lo
mejor que podemos hacer es copiar con la mayor
fidelidad lo esencial del ambiente natural. Recor­
dad cuanto os enorgullece el hermoso éxito de
vuestro jardín floral o de vuestra huerta. Os
imagináis que habéis ayudado realmente en su
desarrollo a vuestras plantas; y en un sentido lo
habéis hecho. Sin embargo es probable que las
plantasteis en un ambiente que no les convenía,
y después, inconscientemente proseguisteis sabo­
teando las medidas que toma la naturaleza para
que las plantas prosperen. Tal vez no estéis solos
a este respecto. Todo el mundo hace esencial­
mente la misma cosa y se siente tan orgulloso co­
mo vosotros, a pesar del error de sus procedi­
mientos.
Puede ser que al lector le cueste creer, algu­
no de los hechos que voy a relatar, porque ellos
revelan que estamos a oscuras en nuestras tenta­
tivas para cultivar plantas, y además porque nos­
otros observamos las cosas a la luz de nuestra
experiencia de seres humanos. Sin embargo lo
que tengo que contar es la pura verdad, e ilus­
trará mi punto de vista actual.
Hace algunos años, durante un día feriado
recorríamos con nuestra familia el bosque en bus-
38 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

ca de heléchos, para plantarlos en algún rincón


sombrío del muro de nuestra casa. Además de
los heiechos, encontramos un pequeño abeto na­
cido de una semilla que cayó sobre la superficie
muy plana de una piedra. No tenía ninguna co­
nexión con la tierra y sus raíces estaban cubier­
tas de hojas caídas. Admirado con el pequeño
arbolito, lo recogí literalmente, ya que no tenía
raíces en la tierra que resistieran, y lo llevé a ca­
sa para trasplantarlo. Como el sistema radicular
estaba dispuesto en forma perfectamente plana,
alisé el lugar con la azada superficialmente, puse
en él al arbolito, cubrí de nuevo sus raíces con
un montón de hojas que traje para ese fin, y lo
di por trasplantado. Que yo sepa, jamás se le
dió agua, excepto durante una temporada muy
seca del primer verano. El árbol comenzó a dar
señales de sufrimiento y entonces eché un cubo
de agua alrededor de las raíces. Desde entonces
se ha restablecido bien, sin que se haya hecho
nada para ayudarle.
A mediados de mayo o a principios de ju­
nio el 941, mi mujer se encaprichó con un arce
de unos tres pies de alto, que vió en el cercado
de un amigo nuestro, que distaba unas cincuenta
millas de nuestra casa. Estaba en plena vegeta­
ción, cosa natural para la estación, de modo que
podía suponerse que el trasplante sería un pro­
blema difícil. Nuestro amigo lo arrancó para
nosotros, y lo metimos en el baúl del coche. A
la mañana siguiente las hojas estaban muy mar-
QUE ES SUELO 39

chitas pero tan verdes como siempre. Sumergí


sus raíces en la pileta hasta que estuviera listo el
hoyo para trasplantarlo. El lugar donde se cavó
el hoyo era de lo más seco. No había señales cíe
humedad, ni siquiera en el fondo, a dieciocho pul­
gadas de profundidad. A causa de la extremada
sequedad, se llenó el pozo con agua. Se colocó
entonces al árbol en el agua, y se volvió a relle­
nar el hoyo con la tierra excavada, echándola so­
bre las raíces poco a poco y despacio para que
el agua no se desbordara. Cuando el hoyo estuvo
relleno, el árbol estaba plantado. Durante todo
el verano las hojas no dieron señales de que el
trasplante hubiera causado algún perjuicio. De­
bo de agregar, que el modo de tratarlo no cons­
tituye una prueba tan fiel como la del abeto, por­
que mi mujer no pudo resistir a la tentación dte
darle ocasionalmente agua al arce. Sin embargo,
es cierto que pasó muchos días secos y calurosos
sin ser regado.
Hace ya mucho tiempo que ha llegado a ser
axiomático para los hombres de ciencia, que los
datos en que se funda una afirmación dada, no
sólo deben ser correctos, sino que deben ser lo
bastante dilatados, para que cuando la afirmación
se generalice, quede eliminada dentro de límites
razonables la posibilidad de error. El experimen­
to siguiente abarcó operaciones en escala mucho
mayor; la plantación y el cuidado de un acre de
plantas de tomate en cada uno de los años de
1939 y 1940. Durante las dos estaciones se plan-
40 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

taron cada vez y en cada acre, más de 10.000


plantas, ry en cada estación prendieron virtual­
mente el 100 % de ellas. En cada una de las dos
estaciones reinó un tiempo totalmente diferente,
pero el buen éxito de las plantas fue muy seme­
jante. Cuando menos para mi satisfacción, el ex­
perimento estableció la importancia de dos prin­
cipios; primero, que es de desear que antes de
iniciar el trasplante, el suelo esté asentado y apre­
sado como en su estado natural, y segundo, que no
debe alterarse ese estado natural del suelo, si el
trasplante puede hacerse sin alterarlo.
De salida, se disqueó cuidadosamente el te­
rreno, para destruir cualquier vegetación que hu­
biese en el suelo en ese momento. En 1939, en
primavera, sólo había una escasa cantidad de ma­
la;; hierbas. En 1940, estaba totalmente cubierto
con centeno de tres pies de alto. La rastra de
discos mezcló con la parte superficial del suelo,
hasta al mismo centeno, tan completamente, que
solo quedaron vestigios de una cubierta de vege­
tación. A continuación del disqueo de todo ese
material descomponible, se marcaron las hileras
en el terreno. Se empleó para ese fin, un instru­
mento especialmente proyectado para el caso, que
no hacía más que apisonar y apretar de nuevo el
s ,elo en el punto donde sería colocada la planta.
Marchaba arrastrado por el tractor. Este imple­
mento al ejercer una compresión considerable en
cada punto donde iría una planta, restablecía los
QUE ES SUELO 41

contactos capilares que había roto el disqueo.


(Para tener una idea objetiva del efecto de volver
a comprimir el suelo, no hay más que recordar,
cual sería el efecto de cortar la mecha por encima
del kerosene de la lámpara, y luego volver a re­
unir los trozos con una costura.) La función
natural del suelo como mecha, destruida tempo­
rariamente por el disqueo, era restablecida, en la
columna vertical del suelo exactamente por deba­
jo del sitio donde se pondría la planta. Tenemos
pruebas en abundancia de que este fué el efecto
real de esa compresión. Aun cuando la superfi­
cie del suelo estaba seca, y el tiempo fué caluroso
en 1939, el fondo de una gran cantidad de esas
“huellas” denotaba humedad aún a medio día.
listo no podría haber ocurrido, si la conexión ca­
pilar no hubiese sido restablecida por la compre­
sión.
El trasplante se hizo en la forma más sim­
ple jxisible. Después de quitar la tierra adherida
a las raíces de cada planta, se las colocaba en la
“marca” preparada, se las cubría con la tierra
suelta que estuviera a mano al lado de la planta,
y se la afirmaba en su sitio apisonándola. No
se intentó colocar a las plantas verticales. De eso
se encargaría la naturaleza. Por eso se las dejó
echadas en el suelo; pero no quedaron así mucho
tiempo. Al caer de la tarde, cada planta tras­
plantada de mañana, sin una sola excepción, es­
taba vertical. Ni al trasplantar, ni después, se les
42 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

dió agua. La columna de suelo comprimido por


debajo del sitio donde estaba la planta, llevó ha­
da arriba el agua capilar del suelo, y de esa ma­
nera suministró la humedad en forma convenien-
te y continua. Es posible que ningún riego dado
en el momento del trasplante, hubiera podido
Igualar a esta provisión natural propia.
De este modo, en lugar de pasar por un pe­
ríodo de marchitamiento, estas plantas (aun
cuando en ciertos casos estaban marchitas cuan-
do se las puso en el terreno) se enderezaron, y
nunca más dieron señales de suirir por falta de
agua, aunque el tiempo fuese seco. Y además,
' como una prueba adicional de la validez del mé­
todo, algunos de los botones que ya tenían las
plantas al ponerlas en la tierra, fructificaron a
menudo. Todo horticultor con experiencia, reco-·
nocerá que esto no es común.
En 1940, un muchacho de once años y yo,
ayudados por mi hija, plantamos todo el acre en
un solo día. Mi hija sacaba las plantas de los
almácigos. Las condiciones de humedad fueron
tan diferentes en 1940, que no se necesitó tanto
. cuidado, y abreviamos la labor en todo lo posi­
ble. El muchacho colocaba las raíces en el sitio
correspondiente, y yo les echaba encama una aza-
1a llena de tierra tan suelta como lo que pudo
hallarse en un terreno tan empapado, que nos en­
terrábamos al caminar. Durante las cinco sema­
nas que siguieron al trasplante no se pudo carpir
QUE ES SUELO 43

el terreno porque estaba mojado, y varias veces


se anegó. A causa de tanta humedad las plantas
tomaron un color púrpura o verde purpúreo. Sin
embargo más tarde, a pesar de esta humedad exa­
gerada, se habló de este acre, como de la mejor
plantación de tomates de la vecindad. Y las plan­
tas produjeron sin interrupción, desde que apa­
reció el primer fruto hasta que llegaron las pri­
meras heladas. Cuando -éstas llegaron, todavía
tenían algunos de los más hermosos frutos.
Esta descripción del método de trasplante
empleado, demostrará en forma concluyente, que
la alteración de las providencias naturales para
llenar las necesidades de las plantas, no tiene re­
tribución, y que si es necesario alterar esas dis­
posiciones naturales, hay que restablecerlas a lo
normal, antes de proceder al trasplante. En 1940
fué necesario deshacerse del centeno sembrado en
esa tierra. Si se hubiera seguido la costumbre,
se lo hubiese enterrado con el arado; y proba­
blemente durante un largo tiempo, o tal vez nun­
ca, ese año no hubiera sido posible iniciar en el
terreno el cultivo de tomates con buen resultado.
Después que los discos mezclaron el centeno con
la parte superficial del suelo, pudo iniciarse in­
mediatamente la plantación marchando detrás del
implemento que marcaba las casillas. No se le
hizo así sin embargo, por temor al peligro de las
heladas tardías, y se la postergó hasta una se­
mana después.
44 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

Comparado con lo que aconsejan los abun­


dantes escritos sobre trasplantes, el método que
empleamos nosotros, parecerá el colmo de la ne­
gligencia. Un granjero retirado que había leído
algo sobre las nuevas teorías en que trabajaba
yo, aprobó las ideas en general, pero cuando vió
el extraño equipo empleado, (el “marcador de
casillas”), y cuando observó que las plantas se
colocaban de una manera tan poco ortodoxa, hizo
la advertencia amistosa, de que esas plantas no
crecerían jamás. Más tarde cuando nosotros re­
cogíamos los frutos, vino al terreno, y con una
trueca de extrañeza reconoció que habíamos te­
nido el mejor conjunto de plantas que él había
v sto ese verano.
Lo que él tomó por negligencia, no era más
que mi confianza plena en que el suelo se haría
cargo del cuidado de las plantas, si nosotros no
hacíamos nada para impedírselo. Su actitud men­
tal respecto a los trasplantes (lo mismo que la
de todos los demás) se asemejaba a la de la ga­
llina clueca respecto a su desnaturalizada prole
c<; patitos. La gallina se aterroriza cuando ve
que las bolitas de plumón de un día de edad, se
deslizan fácilmente dentro de un charco de agua,
Del mismo modo, la gente se asombra al ver que
las plantas pueden prosperar sin los cuidados ha­
bituales que les presta la raza humana, con la
sola condición de que se tenga cuidado de colo­
carlas en su ambiente apropiado. Estábamos tra-
QUE ES SUELO 45

tando de colocar a esas plantas en un ambiente


excepcionalmente correcto. El centeno en des
composición iba a ser reconstruido en hermoso·;
tomates rojos, y el agua necesaria para realizar
esta transformación, iba a ser conducida des­
de abajo hasta las raíces de las plantas, sin
la habitual interrupción en el piso del surco del
arado, a unas seis a ocho pulgadas de la super­
ficie. (Esta interrupción, algo que no existe en
la naturaleza, consiste en la capa de materia or­
gánica que se asemeja a un papel secante, inter­
puesta por d arado de vertedera en “sandwich”
entre el subsuelo y las capas superficiales altera­
das.) Copiábamos lo más fielmente posible el
ambiente en el cual las plantas parecen medrar
siempre, pero nuestro comportamiento parecía
tan extravagante, para cualquiera cuya escuela
hubiesen sido las formas habituales de manipu­
lar el suelo, que perturbó a los observadores.
En apoyo de esta nueva concepción del sue­
lo se podría decir mucho más, como también de
la manera más conveniente de tratarlo; pero aho­
ra el lector tal vez se dé cuenta de que Browning
tenía razón:
“Dios está en su cielo
todo está bien en el mundo.**

En lo que se refiere a nuestro suelo nada


está mal, si se exceptúa nuestra interposición de­
liberada aunque inconsciente, con las medidas
46 LA INSENSATEZ DEL LABIIADOB

naturales en favor de las plantas en desarrollo.


Nada es más evidente que la vigorosa manera
con que la naturaleza se posesiona de la tierra
que abandonan los agricultores. En todo el Sud
y durante generaciones, los chacareros hacían
descansar sus tierras durante un número de años
intercalados entre los periodos de labranza. Se
solía criticar severamente esta práctica como
prueba de holgazanería, pero los agriculturistas
han descubierto que tiene un valor real, y que el
suelo así tratado se rejuvenece considerablemen­
te, y que de nuevo producirá cosechas satisfacto­
rias Los beneficios derivados de permitir que la
tierra esté ociosa, están en proporción directa con
la abundancia de plantas silvestres que surgen.
Los agricultores de la vieja escuela del Sud. ja-
más mantenían sus cultivos tan libres de yuyos,
corno para que no hubiese abundancia de semi­
llas para germinar cuando se abandonaba a la
tierra a sí misma, durante una o dos temporadas.·
El beneficio que las nuevas plantas de la segunda
o tercera estación, recibían del material descom­
puesto del año anterior, se exteriorizaba en su
altura y vigor crecientes. Cuanto más tiempo
permanecen ociosos los campos, más completa­
mente se restablece su productividad normal. Sin
embargo, si transcurren años entre dos períodos
de labranza, podrá ser necesario destroncar un
renoval de monte que se crió en el transcurso, por
eso, era común que los granjeros renovaran la
QUE ES SUELO 47

siembra después de tres o cuatro temporadas en


barbecho.
No debe interpretarse que el suelo está ocio­
so durante tales procesos de renovación. En rea­
lidad, el así llamado suelo ocioso, trabaja vigo­
rosamente para restablecer una superficie que no
sea erosionable. Si cuando se abandona a sí
mismo un suelo, existen en él bastantes semillas
de malezas, sólo se requieren unos pocos años pa­
ra que la superficie quede adecuadamente “cla­
vada” de nuevo, para decirlo así, de modo que
el agua que no es retenida en el terreno, no será
tan abundante y eficaz para llevarse los mine­
rales del suelo.
Muchos de los males del suelo los hemos pro­
vocado nosotros los humanos. Podríamos haber
nos evitado todas las desazones que hemos teni lo
con el suelo. Pero es lógico que hayamos come­
tido los errores que hoy integran la historia, si
se considera que el arado, que hoy es la peor ca­
lamidad que aflige el suelo, en la época en que fué
inventado, fué el salvador de la población. La
consideración reverente que tenemos por él, se
originó en aquellos días tempranos, en que la gente
pudo evitar la miseria y la inanición que la
amenazaban, solamente porque el arado la ca­pacitó
para aumentai las superficies cultivadas. Esto se
discutirá con mayores detalles en el ca­pítulo 4. Sin
embargo, debiera entenderse, que si este libro
condena sin reservas a la operación
48 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

de arar, no es en ningún sentido una acusación


contra los que recomendaron el arado en el trans­
curso de los años. Los fundamentos de esas re­
comendaciones estaban tan profundamente arrai­
gados en sus naturalezas, como lo está en la
nuestra la enseñanza religiosa que recibimos en
la niñez, y juventud. Yo tuve la buena fortuna
de verme obligado a hacer suelo donde no exis­
tía ninguno. La solución de este problema apun­
taba inequívocamente a la solución de la mayor
parte de nuestros problemas sobre el suelo.
Si la invención de la rastra de discos hubiera
precedido a la del arado de vertedera, y si el equi­
po de plantar y cultivar hubiera sido proyectado
para operar en la supercicie cubierta de hojarasca
que deja la rastra de discos, nunca hubiera existi­
do un arado de vertedera. El material inmacula­
damente limpio, que actualmente tenemos en nues­
tras granjas, no puede llamarse suelo, excepto co­
mo una licencia literaria liberal. Nuestro ideal so­
fa e el suelo, incluye el que sea fácil de trabajar y
edé libre de obstáculos. En realidad y de hecho,
el estado apropiado es de desaliño extremo; una
superficie cubierta o llena de abundante hojarasca
en descomposición. Debemos revisar nuestras
ideas referentes al material en el que podemos
confiar para nuestra manutención. Por cierto que no
podemos depender de los suelos casi blan­
cos que actualmente cultivamos con el arado-
III

EL SUELO NO SE EROSIONA

En un sentido muy importante el suelo no se


erosiona, porque los minerales más o menos puros
que quedan después que toda la materia orgánica
ha desaparecido del terreno, no son hablando con
propiedad, suelo del todo. Son simplemente ma­
terias primas a partir de las cuales el suelo se
formó originariamente, y con las cuales puede
hacérselo de nuevo. La erosión recién comienza
cuando el suelo pierde virtualmente su capacidad
de absorción; es decir cuando a causa de que se
ha perdido la materia orgánica celular altamen­
te absorbente, que tuvieron todos los suelos an­
tes de que se los labrara, su superficie se hace
muy compacta e impermeable.
En los prados o en los bosques nativos, la
lluvia, aun la lluvia más torrencial, al caer choca
contra la masa esponjosa de humus, que la retie­
ne con poca o ninguna desviacióii. Dondequiera
que ella corra, las sucesivas superficies de la se-
50 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

rie orgánica sobre las que corre, retardan el


movimiento, y al fin lo detienen. Én un suelo
apretado, exento de materia orgánica, la erosión
es casi inevitable, porque la elevada impermeabi­
lidad del suelo vence al movimiento gravitacio-
nal del agua.
Igualmente, un suelo cuya superficie está
muy bien cargada de materia orgánica, vegetales
descompuestos, hojarasca y toda clase de raíces
muertas o vivas aún, es un obstáculo para las fuer­
zas erosivas del viento, que han causado tanta des­
trucción en ciertos estados del Oeste. Pero de
masiado a menudo el viento se llevó un suelo em­
pobrecido en materia orgánica.
Las generaciones humanas son demasiado
cortas para que nosotros hayamos podido pre­
senciar el ciclo completo desde suelo virgen a sue­
lo erosionado. William Byrd1, plantador de Vir­
ginia en el siglo dieciocho, describió la parte de
este ciclo, que la mayoría de la gente de ahora,
no ha visto nunca. A continuación se transcribe
del libro “Come Spring” de Ben Ames Williams,
un relato sobre la forma como plantaba el maíz
un chacarero de los tiempos primitivos:
“Por anticipado destroncó una parcela de terreno
y plantó maíz inmediatamente después de quemarla.
El fuego no había consumido todavía la madera
verde, y en todas partes, yacían troncos de árboles
carbonizados; pero hizo su plantación entre ellos;
con una vara-* puntiaguda hurgaba un agujero en el
i Véase pág. 34.
EL SUELO NO SE EROSIONA 51
suelo y echaba dos o tres semillas dentro de él, des­
pués rozaba tierra en el agujero con el pie”. (*)

He tenido la gran buena fortuna de ser tes­


tigo de la plantación de un número de maizales
en nuestros tiempos, por un método que se pa­
rece mucho al que se describe antes. En un me­
dio como ese, pueden producirse cosechas prodi­
giosas, con métodos aparentemente tan poco cui-
dadosos. Es posible obtener rendimientos de
doscientos cincuenta bushel (2) por acre con faci­
lidad. El Farmer’s Buletin N9 400, publicado por el
Departamento de Agricultura de los EE. UU. y
agotado hace mucho tiempo, da cuenta de un
rendimiento de maíz en South Carolina que lle­gó a
239 bushels por acre. En verdad, hasta este
rendimiento cabe bien dentro de las posibilidades
presentes.
Un terreno tan altamente productivo como
ése, no se erosionaba. No podía hacerlo. No te­
nia la superficie limpia y lisa que vemos ahora.
Toda la profundidad del suelo, tal vez hasta 10
ó 15 pulgadas estaba repleta de fragmentos or­
gánicos visibles, o teñida con un hermoso tizne
negro, que representa los estados finales de la
descomposición de la materia orgánica en el sue­
lo. Este material, hasta el tizne negro más pro­
fundo, era muy absorbente. Es difícil que ta
(!) De Come Spring, por Bcn Ames Williams (Boston,
Horghton Mifflin Company, 1940), 111.
(2) Un bushel: medida volumétrica de 35 litros y medio
aproximadamente.
52 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

sustancia, permitiera deslizarse sobre la superfi­


cie a una sola gota de agua de una lluvia co­
rriente. Dentro de la misma materia orgánica
había demasiado espacio para el agua. En ver­
dad, poca agua podía drenar por debajo de este
material, hasta el momento en que estuviera sa­
turado de ella. La profundidad de la zona ne­
gra y la cantidad de agua retenida de antemano,
determinaban la cantidad de agua adicional que
podía ser absorbida. Cuando caían aguaceros muy
fuertes, la mayor parte del agua penetraría en
esta masa, como es natural. Sólo podría haber
derrames de agua durante los períodos de llu­
vias prolongados. Y aún entonces el agua de los
eerrames no estaría teñida con arcilla. Sería cla­
ra como un cristal, del todo diferente a la que
vemos hoy. En nuestra época las aguas del dre­
naje superficial de las tierras cultivadas, tienen
sien pre el color del terreno.
Tal vez se objetará que cuando esta masa
se congela hasta solidificarse, no puede penetrar
e.n ella más agua, como ocurre con cualquiera
otra masa sólida. Esto es cierto cuando la masa
S2 solidifica por congelación. Pero es difícil con­
gelar una masa así, hasta solidificarla lo sufi­
ciente para que el agua no la pueda penetrar.
Para esto existen dos razones valederas:
1) Los fragmentos de materia orgánica re­
tienen el agua en su interior, los espacios inter­
fragmentarios quedan abiertos. Examínese un
EL SUELO NO SE EROSIONA 53

montón de paja saturada. Entre las briznas de


paja no hay agua aunque las mismas pajas estén
repletas de ella. Aunque el agua esté congelada
en toda la masa, siempre hay abundancia de es­
pacios abiertos.
2) Una masa como esa de materia orgánica
es tan perecedera, que el proceso de descompo­
sición progresa continuamente, si no escasean el
calor y la humedad. Hasta ciertos límites, esos
procesos de fermentación proveen a sus mismas
necesidades de calor. (Respecto a esto, recuér­
dese que los jardineros confian en el calor que
desarrolla la fermentación del abono, para man­
tener la temperatura de sus camas calientes.)
Esta capacidad para mantener temperaturas más
elevadas aún en la época invernal, acorta el pe­
riodo durante el cual un suelo sumamente orgá-
nico jpuede congelarse.
Concurren otros factores para impedir que
un suelo altamente orgánico se apriete por conge­
lación ; la nieve es la mejor cuberta aislador?, con-
tra el aire atmosférico, mucho más frío. En las
latitudes templadas, el suelo a menudo no se con­
gela durante todo un invierno frío y largo, cuando
está cubierto con bastante nieve. Es bien sabido
que la nieve que cae sobre las malezas o cualquie­
ra otra clase de materia orgánica, tarda mucho
más en derretirse que la que cae sobre un suelo
mineral húmedo y sin congelar. Cuando la nieve
cae sobre este último, se derrite inmediatamente,
54 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

casi tan rápidamente como si hubiera caído en el


agua; y sin embargo la que al mismo tiempo
cae sobre los pastos, tablas, cercos, techos o
cualquiera otra cosa seca, se acumula rápida­
mente y permanece sin derretirse. Del mismo
modo, la nieve se acumula más fácilmente en el
suelo de características sumamente orgánicas,
porque éste presenta una superficie más seca. Es
razonable creer que durante todo el invierno re­
tenga un manto de nieve más espeso que el suelo
mineral; y que al llegar la primavera, el calor de
la fermentación que ocurre dentro del suelo, de-
rritirá más rápidamente toda capa helada que
pueda haber cerca de la superficie. Esto mejora
las condiciones para la penetración del agua.
Desde hace mucho tiempo, se sabe que se es­
capa relativamente poca agua corriente del sue-
lo de un bosque. Apenas se ha sospechado el por­
qué de esta verdad, aunque al comienzo de este
capítulo hemos adelantado parte de la explicación.
Una teoría sostenida comúnmente, refiere que la
materia orgánica obstaculiza el progreso del agua
sobre la superficie de los minerales del suelo, per­
mitiendo así que estos se empapen con ella. Sin
duda ocurre algo de eso. Puede ser que ese efec­
to sea más importante que lo que yo creo. Lo
que si es cierto, es que el agua es absorbida direc­
tamente dentro de las hojas y otros residuos ve­
getales contenidos en el suelo. Y sabemos que la
EL SUELO NO SE EROSIONA

penetración del agua en el tejido de las hojas es


mucho más fácil que en el suelo mineral.
Lo que puede no ser un conocimiento genera­
lizado, es que cuando el agua penetra masas mine­
rales, lo hace buscando su camino entre las partí­
culas. Las diminutas partículas de arcilla, cieno o
arena son totalmente exclusivas para el agua. Ésta
no puede peentrar en ellas. Sólo puede adherirse a
sus superficies exteriores. Esta es una información
muy importante, que hay que tener presente en
el estudio de los suelos, porque si en contraste, la
materia orgánica atrae literalmente los líquidos a
su interior, entonces, volumen por volumen, la
materia orgánica puede albergar muchas veces más
agua que la que puede retener cualquier cla­se de
suelo mineral. Porque la materia orgánica
es principalmente espacio interior abierto, mien­
tras que los minerales son cristales sólidos den-
sos; es esta una diferencia funesta en lo que se
refiere a sus relaciones con el agua.
La idea de que el hombre es el señor de la
creación está ditundida en tóelas partes: que do-
mina la tierra. En ciertos aspectos menores pue­
de esto ser verdad, pero en lo principal es pura
propaganda; a la luz del examen de los hechos,
es tan ineficaz como silbar en la oscuridad. Exa­
mínese el simple hecho de la erosión. La alarma
de los pensadores de hoy, cuando preveeñ ios
aprietos de las generaciones futuras, muriéndose
de hambre en un suelo erosionado, linda con el
56 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

pánico. ¿Qué pensarían si existieran perspecti­


vas inmediatas de que se renovara extendida a
todo el globo, la erosión que en los orígenes es­
culpió los rasgos actuales de la superficie de la
tierra? Esa sí que fué erosión con toda su alma.
Y duró millones y millones de años.
Las montañas compuestas por las piedras
qie en el origen formó el fuego, fueron sepul­
tadas en el mar, al demolerse las piedras, y por
la remoción de los escombros que hicieron sin
obstáculos las aguas y los vientos, que iban y ve­
nían como una gran lanzadera a través de los
co’ t nenies tales como existían entonces. Toda-
v?; hoy, el naufragio confunde a los geólogos,
qi.e se esfuerzan por reconstruir la historia con
lo; fragmentos de ella.
Por fin fué dominada esa erosión original
en gran escala. Pero no la contuvo ese animal
autobombástico llamado hombre. La dominó la
vegetación; las plantas. Las plantas, los con­
quistadores, tuvieron como punto de partida
nada más que rocas pulverizadas. Algunos ma­
teriales de su estructura los extrajeron de los
mismos minerales, otros del aire y de los rayos
solares, y el resto del agua. La arquitectura po­
rosa que fueron capaces de crear con esos ma­
teriales, todavía es la maravilla de la vida, aun­
que es un lugar común, en grado tal, que dema­
siado a menudo ni siquiera es objeto de curiosidad.
Los no iniciados que tengan oportunidad de
EL SUELO NO SE EROSIONA 57

echar una mirada fortuita a un trocito de piel de


cebolla, o a algunas hebras de algas bajo el mi­
croscopio, se encontrarán con una revelación,
aunque después no le presten más atención. Si
se considera que ese delicado encaje de células,
fué posible con sólo la presencia de cantidades
infinitesimales de cuerpos químicos como el fós­
foro, calcio, azufre, potasio y magnesio, se hace
patente el milagro de la vida. Luego, el saber
que la erosión de todo el globo fué contenida por
cosas elementales semejantes a las que se ven en
el microscopio, nos debería infundir un saluda­
ble respeto para todas las plantas y sus producá
tos de desintegración, porque descendiendo la es­
cala hasta llegar al último residuo coloidal negro
de los tejidos vegetales y animales muertos, la
materia orgánica continúa luchando contra la
erosión con el ardid de la absorción. Engatu­
sando eternamente al agua para que penetre en.
los tejidos orgánicos, la mantiene bajo su domi-
ñia De ahí la importancia de tener tejidos or­
gánicos al alcance del agua, en el instante en que
choca con la tierra al caer como lluvia.
Las plantas son los verdaderos amos de la
tierra. Independientes de la dirección humana/
ya que antedataron a la raza, las plantas vinieron
espontáneamente del mar, y tendieron una in-í
fluencia que puso freno a la superficie inestable
de la tierra, sosegando su inquietud. Los botá­
nicos explican el proceso detalladamente y con
58 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

razonamiento plausible, calculando en eones o


edades, el plazo transcurrido entre las plantas uni­
celulares y las sequoias gigantescas, y en otros
eones el tiempo necesario para que otras plantas
convenientemente equipadas, completaran el man­
to vegetativo que cubre a la tierra. Como es na­
tural, Moisés cuenta otra historia, pero sea lo que
pueda ser, podemos estar seguros de que el hom-
bre dominará al resto de la creación, solamente
si pacta con las plantas, los verdaderos amos.
Ellas guardan la llave de su provisión alimen­
ticia.
Admitimos que actualmente tenemos que lu­
char con una erosión seria. Buena parte de
nuestro suelo está de nuevo, casi precisamente,
en el estado en que se encontraba antes de la lle­
gada de las plantas. Está desnudo y está en mo­
vimiento. Sin embargo la situación presente es
inconmensurablemente más favorable que la pri­
mitiva. Ahora como entonces, trabajan las mis­
mas fuerzas destructivas del viento y del agua,,
pero actualmente están completamente moviliza­
das y organizadas las fuerzas que les oponen las
plantas. Las plantas solas, si el hombre no se
interpone, pueden reducir al terreno díscolo, en
una fracción infinitesimal del tiempo que necesi­
taron pára hacerlo hace edades, antes de adap­
tarse a sí mismas para esa labor. Pero aún así,
un período de restauración como ése, cuando se
lo mide en unidades.de duración de la vida hu-
EL SUELO NO SE EROSIONA 59

mana, puede ser excesivamente largo. Si espera­


mos que las fuerzas naturales detengan por si
solas la erosión, y devuelvan suelo a la superfi­
cie mineral que se erosiona, es probable que lle­
guemos a pasar hambre. Los hombres deben
prestarle una mano de ayuda.
Los procesos mediante los cuales la vegeta­
ción concluye una nueva cubierta de suelo, donde
fué destruida otra previamente, no son secretos
ni misteriosos. Todos los textos de botánica y
una diversidad de otros tratados científicos des­
criben los factores determinantes de las comuni­
dades de plantas. No es necesario que yo discuta
aquí esos factores, que ya han sido discutidos con
pericia en otros libros. Sin embargo, puede ser
pertinente presentar algunos de los principios
fundamentales que determinan el carácter de las
sucesiones de plantas, tal como ocurren.
Entre los factores vitales que ocasionan el
desarrollo de una planta que se opone al de otra
en una ubicación dada, tienen importancia las exi­
gencias de las especies en lo que se refiere al
agua y al calor. Aunque el suelo tiene cierta in­
fluencia sobre la temperatura del aire, pódenos
dejarlo a un lado, porque no es de mayor im­
portancia. El agua que es literalmente dirigida
por la superficie sobre la que cae, es el factor
clave que debe discutirse. Además, el modo co­
mo varía la provisión de agua disponible para
las futuras plantas, aumentando o disminuyendo
(ίΟ LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

de un año a otro, a resultas de los cambios que


provocan las generaciones sucesivas de plantas,
es una entidad importante para nosotros.
Las plantas que ocupan más primitivamente
una superficie son los liqúenes y los musgos.
Están compuestas por un tejido más o menos es­
ponjoso, capaz de absorber y retener agua para
llenar las necesidades futuras, además de la que
consumen corrientemente. Esta agua de reserva
pasa a los tejidos vegetales activos a medida que
estos la requieren, y así se evita que las plantas
se extingan cuando sus raíces agotaron la pro­visión
de agua del suelo. Los restos de los líque­
nes y musgos se acumulan año tras año, a menos
que los arrastre el viento. En el transcurso de
unos pocos años, estos restos esponjosos se mez­
clan con el suelo necesariamente, de manera que
el suelo podrá retener muchas veces más agua,
que la que podrían retener en el comienzo los
minerales exclusivamente. Con esta agua adicio­
nal prosperan los liqúenes, quienes a su vez au­
mentan más aún la esponjosidad del suelo año
tras año. Si en el mundo no existieran otras cla­
ses de plantas, puede conjeturarse que estas plan­
tas precursoras podrían desarrollarse hasta af-
canzar tamaños gigantescos como el de las tunas
del desierto.
A millas de distancia de este paraje hipo­
tético, donde el drama musgo-liquen atrajo al
agua en mayor cantidad, en otro paraje viven
EL SUELO NO SE EROSIONA 61

plantas que posiblemente no hubieran podido so­


brevivir en las condiciones en que vivieron y
prosperaron los líquenes y los musgos. Como por
arte de magia, las semillas de estas plantas me­
nos resistentes, llegaron traídas por el viento, los
pájaros o los animales. Al poco tiempo las nue­
vas plantas aniquilaron a las precursoras, con el
simple procedimiento de criarse más altas y qui­
tarles la luz del sol, que les era esencial. Y así,
las plantas que le prepararon el camino a estos
intrusos, tuvieron que hallar otro paraje sin ve­
getación, donde poder iniciarse de nuevo. Poste­
riormente los recién venidos, a su vez, son des:
alojados por otras especies aún menos resisten­
tes, para las cuales prepararon el camino. En
esta evolución de poblaciones vegetales en un pa­
raje dado, la condición indispensable para que
una comunidad prospere, es la capacidad crecien­
te del suelo para retener el agua de las lluvias.
Aunque la disponibilidad de agua es de pri­
mordial importancia, no la tiene en mayor gra­
do que otras exigencias del crecimiento de Jas
plantas; pero puede resultar el factor clave que
determina hasta qué grado una especie dada está
provista de o expuesta a otras condiciones nece­
sarias. Así, la disponibilidad de agua, al provo­
car el desarrollo más expansivo de los tejidos,
crea necesariamente limitaciones de luz para
otras plantas de crecimiento más bajo, de modo
<jue el agua y no la falta de luz disponible, es el
62 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

factor primordial en la dispersión de una especie


que se malogra por falta de luz. No sería sor­
prendente descubrir que la presencia o ausencia
de agua, es la verdadera clave de situaciones a
las que se supone creadas por otros factores.
En todo caso, cada etapa sucesiva en la for­
mación del felpudo absorbente en la superficie de
la tierra, aleja un paso más la posibilidad de que
el agua de las lluvias se pueda derramar y ero­
sionar. No fué por que sí, que los literatos han
hablado del “tapiz de la tierra”, porque en un
verdadero sentido práctico es el tapiz que recu­
bre y proteje al paisaje. Reflexiónese sobre la
caída otoñal de las hojas; la nieve formará en
invierno un alto montículo encima de ellas, se
fundirá bajo los rayos del sol de primavera, y
sin embargo las hojas del centro del montículo
estarán secas. Fué el humus que está debajo el
que se benefició, cuando se filtró lentamente la
humedad invernal hacia abajo para ser captada
y retenida por la esponja de tierra verdadera.
Hasta aquí el pensamiento convencional res­
pecto a la erosión, se ha centrado en la idea de
asegurar una infiltración mayor hacia el interior
del suelo mineral, ya que casi todo lo que queda
en muchas granjas no es más que suelo mineral.
Casi no le hemos prestado atención a la idea de
proporcionar espacio volumétrico en la superficie
y dentro del suelo, que captaría irremediable­
mente al agua de lluvia tan pronto como cae,
EL SUELO NO SE EROSIONA 63
deteniendo así la erosión en su origen. Ese modo
de pensar ha sido favorecido por dos razones:
1) Nunca se pensó que íuera posible plantar
y cultivar sino en una superficie lisa. De ahí que
nadie pensó en ensayar o en sugerir la posibilidad
de hacer crecer a las cosechas, sin eliminar de an­
temano cualquiera hojarasca, paja o residuo ve­
getal esparcida sobre la superficie. Y siempre se
las hizo desaparecer con el arado.
2) Desde hace mucho tiempo tanto los agri­
cultores como los hombres de ciencia, saben que lo
que el suelo necesita en primer término es materia
orgánica, pero se suponía que esa necesidad se
llenaba enterrando con el arado la materia orgá­
nica a una profundidad de 6 a 8 pulgadas. Apa­
rentemente a nadie se le ocurrió que con este pro­
cedimiento, se priva a la cosecha siguiente de la
materia orgánica enterrada.
Culpa de ese razonamiento desgraciado, he­
mos conservado durante generaciones un sistema
de labranza, que hace mucho tiempo debió haber
sido revisado para conformarlo a hechos cono­
cidos. Se puede plantar en una superficie sucia.
Así se plantó cuando se limpio el terreno por pri­
mera vez. Sin duda, es más fácil manipular iin
suelo donde no hay nada que se pueda enganchar
“y que pueda, ser arrastrado por el equipo desli­
zante que empleamos para plantar y cultivar. Pe-
ro, si la cosecha que se planta en ese terreno producé
necesariamente un rendimiento menor, a
64 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

causa de que es suelo mineral puro, (ausencia de


meteria orgánica descompuesta) con buen crite­
rio puede sugerirse que se trate de inventar lm-
plementos para dar cuenta en forma apropiada de
las malezas de la superficie. Del mismo modo, si
una superficie con vegetación y residuos de ella,
da un rendimiento mayor de cosecha, como lo han
probado experimentos oficiales en la Estación Ex­
perimental de Nebraska, queda fuera de duda de
que es de desear el equipo necesario.
Surgimos con dos objetivos sumamente im­
portantes y que están bien a nuestro alcance, mejo ·
rar el rinde de las cosechas, objetivo inmediato, y
detener la erosión, objetivo a largo plazo, pero que
está estrechamente vinculado a nuestro bienestar
final. Pueden alcanzarse ambos objetivos, me­
diante el sencillo procedimiento de abandonar la
antigua práctica de enterrar la materia orgánica
con el arado, y sustituirla con el proceder eficaz
de dejarla en la superficie, o trabajarla para que
penetre poco a poco desde la superficie al interior
del suelo. La esponja orgánica en la parte super­
ficial del suelo, impide la erosión y proporciona la
materia necesaria para el crecimiento máximo de las
plantas. La que se enterró con el arado deja una
superficie desnuda y apretada, que se ajusta
idealmente a los procesos de la erosión, mientras
que el alimento de las plantas queda fuera del
alcance de las raíces incipientes, a la profundidad
de 6 a 8 pulgadas, y por lo tanto es ineficaz para
EL SUELO NO SE EROSIONA 65

llenar el propósito principal más cercano. Con


mucho de verdad, puede decirse que el empleo del
arado ha destruido realmente la productividad de
nuestros suelos. Afortunadamente, también se pue­
de decir que ese resultado es temporario. El su-
puesto suelo arruinado responderá con sorprenden-
te presteza, dando cosechas desbordantes, siempre
que se le suministre copiosamente materia orgá­
nica incorporada correctamente dentro de la su­
perficie del suelo. Esta respuesta generosa de
parte de un suelo a quien se suponía “cansado'',
demuestra que nuestras tierras de labranza no le han
agotado por tanto cosechar, sino que nuestro
manejo inepto las ha reducido a la impotencia.
A menudo excusamos nuestras faltas, fun­
dándonos en la necesidad. El arar, sin embargo,
no puede emplazar a la necesidad en defensa su­
ya en primera instancia, simplemente porque no
hay necesidad de arar. Y la mayor parte de las
operaciones que por costumbre siguen a la arada
son del todo innecesarias. Se puede hacer la­
branza sin una rastra de dientes que siga al arado
para romper los terrones, sín rodillo, sin rastrillo,
sin ni siquiera uno solo de. los implementos que
comunmente se emplean después de arar, para
preparar el lecho de la semilla. La única excep­
ción es la rastra de discos, que se emplea para mez­
clar con la parte superficial del suelo, lo más com-
pletamente posible a la pa ja, la chala y las malezas.
bi el terreno fue disqueado sin arada previa, no
G6 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

habrá ninguna clase de terrones ni adobes; por


lo tanto no se necesita el equipo para mullir el
suelo .
La frase “conservación del suelo” se ha em­
pleado con amplitud, pero ha sido poco compren­
dida. Sin duda que tiene un significado impor­
tante, cuando se refiere a que debemos impedir
que el alimento de las plantas se escape aguas
abajo llevado por nuestras corrientes, y que de­
bemos ahorrar pérdidas de suelo; pero eso es sólo
una parte menor de la tarea que tenemos que em­
prender. La tarea principal, consiste en activar y
poner en circulación biológica a los minerales, que
desde el comienzo de los tiempos están encerrados
bajo llave en la estructura cristalizada de las ro­
cas de las superficie terrestre. Nuestro fracaso
en la solución de ese problema, durante genera­
ciones, dió como resultado la adición de fertilizan­
tes comerciales al terreno, no porque éste no con­
servara ninguno de los minerales que contiene el
fertilizante, sino porque no hemos hallado el mo­
do de disolverlos para que nuestras sementeras los
pudiesen emplear . Actualmente sabemos como se
ejecuta ese ardid, de modo que el futuro trabajo
de lá conservación del suelo, está destinado a ocu­
parse más de la liberación de los minerales de las
rocas, que del ahorro de pérdidas de suelo que son
comparativamente ligeras.
Afortunadamente las mismas prácticas que
dan como resultado liberar más minerales de la
EL SUELO NO SE EROSIONA 67

parte rocosa del suelo, tienen también como conse­


cuencia la economía máxima de los minerales pre­
viamente disueltos. Que llamemos al método
“conservación” o “manejo correcto del suelo” no
tiene importancia; pero si tiene importancia la
imitación concienzuda del perfil natural del suelo
por nuestra parte, perfil que siempre y en todas
partes deja toda la materia orgánica en la super­
ficie o mezclada con la parte superficial del suelo.
Desde que al arar no se deja materia orgá­
nica en la superficie o dentro de ella, excepto en
condiciones tales como las que hallaron los “pio­
neers” cuando desbrozaron por primera vez el
terreno (cuando a menudo toda la masa de suelo
era negra, y llena de materiales orgánicos e inor­
gánicos entremezclados hasta la profundidad de
un pie o más) hay que excluir definitivamente la
operación de arar, como medio para romper la
superficie del terreno.
Cuando se deje de arar, simultáneamente sgj
"detendrá la erosión, porque la materia orgánica
hie2elada con la parte superficial del suelo, hará
que esa superficie se apodere de la lluviá a me­
dida que cae; de esa manera el agua no se derra
mará, cosa esencial en los procesos de la-erosión,
porque el súelo no se erosiona.
LAS TRADICIONES DEL ARADO

o sería difícil hallar la contestación para la


pregunta, ¿Por qué aran los agricultores? A los
agricultores les gusta arar. Se ara casi umver­
salmente. Si el ver como se va dando vuelta el
suelo no les causara placer, sabiendo al mismo
tiempo que al arar eliminan la broza que más tarde
será un obstáculo para plantar y cultivar, se ara­
ría menos. Sin embargo se estimula a los agri­
cultores para que aren. Se aprueba para que se are
hondo, o se les aconseja que en lugar de arar hon­
do, en cada surco profundicen hasta el subsuelo.
Tal consejo aparece en publicaciones agrícolas,
boletines, lo dan los comisionados rurales, y una
larga serie de otras fuentes de las cuales los agri­
cultores reciben comunmente con agrado sugestio­
nes e información. Tendrían que existir razones
científicas bien definidas, para justificar una
práctica que se aprueba y se recomienda con tan­
ta unanimidad.
70 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR
*

Si tales razones existen, yo no pude encon­


trarlas en más de veinticinco años de búsqueda.
Ya en 1912, cuando mis condiscípulos y yo, se­
guíamos un curso sobre métodos de labranza y
maquinaria agrícola, planteamos el tema pregun­
tándoles a los profesores porque, para romper el
suelo, se acepta en forma tan generalizada la ope­
ración de arar, y no más bien un método de in­
corporación superficial. Se nos ofreció un número
de respuestas, ninguna de las cuales era de na­
turaleza científica; por fin, algunos instructores
perplejos, tuvieron de admitir que no conocían
razones verdaderamente científicas para arar.
Como justificaciones importantes para la opera­
ción de arar, sugirieron que arando se daba vuelta
la hoja y de ese modo el chacarero enterraba los
residuos del año anterior, quedando así el terreno
libre ae obstáculos para los futuros movimientos
de las máquinas de plantar y cultivar.
Nuestra experiencia no era única. El direc­
tor de una de las primeras publicaciones agrícolas
americanas, dice esto en una carta que me escri­
bió el 5 de agosto de 1937. “Estoy interesado en
el tema desde hace dieciocho años. He viajado
dos mif millas para hablar con especialistas en
suelo y agricultores y en todas partes hice la pre­
gunta: ¿por qué ara usted? Quedé asombrado de
las respuestas poco satisfactorias que recibí. Apa­
rentemente los agricultores no saben por qué
aran’. Cuando resumí las respuestas, parecía que
TRADICIONES DEL ARADO 71
solo tenían una razón valedera para arar. Ara­
ban para deshacerse de la maciega. En un ar­
tículo aparecido en el número de junio de 1941
de esa publicación, el autor hace notar que arando
se conservan para que germinen en el futuro más
semillas que las que se destruyen; esto puede ser
una buena razón para dudar de que el arado ni
siquiera elimina la maciega.
Con toda verdad, todavía está por proponer­
se la razón definitiva que justifique el empleo del
arado. Sin embargo, mi actitud personal ya ha
sido adelantada en las primeras páginas de este libro.
Si. yo tuviera que aconsejar a los agricultores en el
asunto de arar, mi afirmación categó­rica sería NO
LO HAGAN; y para esa actitud hay una garantía
verdaderamente científica. Una breve reseña de las
razones que se dan con fre­cuencia para arar, nos
proporcionará la ocasión de señalar el error
involucrado en cada una de ellas.

Un funcionario administrativo del departa­


mento de agricultura de uno de los Estados de
New England sugiere en una carta, que. se ara
con el fin de que el oxigeno llegue a las raíces de
las plantas; también sugiere que el suelo arado
no se secará tan rápidamente con el suelo intacto.
Parece que sus razones se anulan entre si; esto
indica que no reflexionó sobre los dos efectos que
sugiere, considerados simultáneamente. Hacer
í1) Philip S. Rose, entonces director del Country Gentleman.
72 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

entrar aire en el suelo es una manera eficaz de


secarlo. Desde que las raíces al principio deben
desarrollarse en la parte invertida del suelo (y
necesariamente seca), parece que en realidad mi
corresponsal dio una buena razón para no arar.
Esta idea, de que es necesario hacer entrar
aire en el suelo, ha estado en circulación durante
varios años. A mí me parece que los que la di­
vulgan, no se detienen a examinar lo que ella sig­
nifica . En un mundo organizado como lo está
el nuestro, el aire penetra todo, a excepción de lo
que ya está ocupado por alguna otra cosa. En
el interior de todos los suelos, desde la superficie
hasta el nivel de las aguas subterráneas, hay con­
siderable espacio. Parte de ese espacio está ocu­
pado por el agua capilar adherida a la superficie
de los fragmentos de roca, pero puesto que los es­
pacios son demasiado grandes para que el agua
capilar los llene totalmente, el aire debe llenar el
resto. Cuando se eleva la napa de agua (*) expul-

í1) Se da el nombre de napa de agua, al nivel del agua de­


bajo de la superficie del terreno. El nivel se eleva y desciende
respondiendo a la cantidad de lluvia caída según las estaciones.
Esta agua subterránea es la fuente que provee a las corrientes
de agua perennes y a los manantiales. Literalmente, es agua fil­
trada, puesto que ha tenido que pasar a través de varios pies de
suelo, antes de alcanzar su nivel más bajo. Por lo tanto, las co­
rrientes, cuya provisión líquida, corre totalmente a cargo de la
napa de agua, en toda época son claras. Es necesario cavar los
X ozos de las granjas, a una profundidad mayor que la que alcanza
en su descenso máximo el nivel de la napa, de lo contrario, se
secan durante las sequías prolongadas.
TRADICIONES DEL ARADO Tc

sa al aire del terreno y cuando desciende, el aire


vuelve a entrar.
Puede objetarse que en el suelo se necesita
más oxígeno que el que puede penetrar en su masa
inalterada. Tal vez. En este caso, debemos estudiar
el suelo virgen del bosque. La superficie del suelo
donde crecieron las gigantescas sequoias, era
apropiada para llenar sus necesidades mil años
antes de que fuera inventado el arado de vertede­
ra. No puede pensarse que esos gigantes pudieron
desarrollarse en ausencia de una cantidad ópti­
ma de oxígeno dentro del suelo. Por lo tanto, la
verdad debe ser que las plantas en crecimiento no
requieren más oxígeno en el suelo, que el que pe­
netra naturalmente en él, cuando no hay agua.
Pueden existir.situaciones extremas, por ejemplo,
donde el suelo haya sido apisonado excesivamente
por las pisadas de los animales y la gente, que
requieran tratamiento especial. Sin embargo, no
está claro que el tratamiento correcto de esa
situación sería arar. La congelación y el deshielo
de un suelo en invierno, habitualmente ayuda a
que crezca vegetación en una senda bien trillada,
si no se continua pasando por ella.
Es común que puedan hacerse con libertad,
citas de las publicaciones del gobierno y de las
diversas instituciones estaduales. La información
que contienen está destinada al uso del público, y
es de desear que tengan una distribuición ajnplia.
El Boletín de Extensión Agrícola N9 80 de la
74 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

Universidad del Estado de Ohio, constituye la


única excepción a esta regla. Yo lo he visto. Fué
inscripto en el registro de propiedad literaria en
1928, y reimpreso en 1940, conservando todavía
el derecho de propiedad. La reimpresión de este
boletín, justifica la suposición de que su contenido
todavía es correcto· Significativamente, junto con
otras publicaciones gubernamentales y estaduales,
lo mismo que otros libros sobre suelos de las dos
últimas décadas, da por concedido que el agricul­
tor sabe porque ara. Después de eso el texto pro­
cede a describir que se ara bien, cuando se en­
tierra totalmente toda la paja, y restos vegetales,
de modo que no quede nada a la vista, ni siquiera
en el intersticio entre los adobes. Por lo tanto, es­
to debe ser tomado como el punto de vista más o
menos oficial.
Varios libros sobre tema agrícolas publica­
dos alrededor de 1910, dan lo que podemos consi­
derar como las razones hipotéticas para arar. La
mayor parte de ellas son lo bastante vagas, como
para que se las pueda interpretar de diversas ma­
neras. He aquí la lista:
a) La estructura del suelo se hace más abier­
ta o más compacta.
b) Afecta a la retención y al movimiento del
agua.
c) Altera la aereación.
d) Influye sobre la absorción y la retención
del calor.
TRADICIONES DEL ARADO 75

e) Promueve o retarda el desarrollo de los


microrganismos.
f) Afecta a la composición de la solución
del suelo.
g) Influye sobre la penetración de las raí­
ces de las plantas.
La lista fue recopilada de un sólo párrafo de
un texto sobre suelos escrito en 1909 y bien co­
nocido. Aunque el autor no se dió cuenta de ello
cuando lo escribió, hizo a hurtadillas un poquito
de literatura sobre un tema sumamente peligroso.
Aparentemente no tuvo tanto la intención de
dar información, como de indicar en cual de las
diversas categorías podría encontrarla el estu­
díente. La suposición implícita es que arando se
mejora el suelo como ambiente para las raíces de
las plantas. De otra manera apenas si podría jus­
tificarse la práctica de arar. Se deja totalmente
a cargo de la imaginación embarullada del estu­
diante, el descubrimiento de como se realiza el
mejoramiento del suelo. Y mientras trata de ra­
cionalizar su enigma, es probable que llegue a la
conclusión de que, si el arado verdaderamente me­
jora el suelo como lugar para las plantas, la vege­
tación que se desarrolla tan lozana en terreno sin
arar, hasta cierto punto debe ser menos privile­
giada. Naturalmente, aún el estudiante más pers­
picaz puede dejar de ver el asunto desde ese ángu­
lo. Es evidente que a la mayor parte de nosotros
nos pasó eso.
76 LA INSENSATEZ DEL LABRAOS

Suponiendo que el terreno arado sea más


conveniente para el crecimiento de las plantas, de­
beríamos hallar que el pasto se desarrolla con más
libertad en un terreno arado, que en un terreno
similar que no lo fue. Las malezas también de­
berían demostrar preferencia por el terreno arado
La vegetación espontánea debería apoderarse del
terreno y crecer más lujuriosa que antes, en suelo
arado. ¿Sucede así? La observación dice que hasta
que el terreno arado haya vuelto a su anterior
estado de firmeza, las plantas se desarrolla en el
con mucha morosidad, si es que se desarrollan. Si
después de arar hace tiempo seco, pueda
transcurrir semanas y aún meses antes de que la
vegetación natural, o una sementera se desarrolla
normalmente. El hecho es que, terreno desnudo
que se erosiona probablemente peor que el sueloh
en otras condiciones, es casi siempre un terreno
recientemente alterado por el arado u otra herra­
mienta de cultivo.
Solamente existe otra clase de terreno des­
nudo, es el que fue privado por la erosión u otras
fuerzas, de su suelo superficial. El hecho de que
la erosión y el derrame son peores en el terreno
desnudo es significativo; y antes se definió
ese terreno desnudo.
Echese una mirada casual al paisaje. El te­
rreno sin arar no es el único que continúa soste-
niendo primorosamente su vegetación, mientras
el terreno arado va recuperando su capacidad para
TRADICIONES DEL ABADO 77
promover la suya, sino que hasta los bordes de la
parte arada también continúan haciéndolo. En esa
observacion se origina el argumento de que arando se
mejora el ambiente para que las raíces de las plantas
se reaviven. El proceso de aflojar, pulverizar e
invertir, parece ser la mejor manera de incapacitar al
buen suelo para el desarrollo de la vegetacion. La
separacion explosiva de la masa del suelo arruina
temporariamente todos los contactos capilares; hace
"sandwich" con lq materia organica, y este alarga el
periodo de esterilidad a causa de la falta de agua. Por lo
tanto, no es extraño que el suelo arado esté desnudo.
Antes de arar, crecen normalmente el pasto, los yuyos y
otra vegetación por que hay un contacto capilar
ininterrumpido, entre las partículas que se extienden
desde la napa de agua hasta la superficie. Después de
arar queda interrumpida completamente esta fuentes de
agua, hasta que la materia orgánica que está en el piso
del surco se haya descompuesto. De ahí que el suelo,
sencillamente se tome tiempo necesario, quitandoselo a
su tarea de hacer vegetar, hasta que haya restaurado su
provision de agua. Respecto a eso no hay nada que
hacer misterioso. No se trata más que de la ejecución de
una ley natural. Pensar con prejuicios, es
particularmente ineficaz para impedir este resultado no
deseable de la operacion de arar.
Otra caracteristica censurable de la arada, es
78 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

que la vertedera alisa implacablemente la parte


del adobe que corresponde al fondo del surco y que
queda invertida y expuesta al viento y al sol. El
efecto de eso no se nota y probablemente no es
perjudicial, cuando el suelo está lo bastante seco
hasta el fondo del surco, como para poderse des­
migajar; pero en esta época en que parece que el
trabajo ha llegado a ser más gravoso, rara vez
la. labranza de primavera puede hacerse a tiempo,
si el agricultor la posterga hasta que se sequen
a suficiente profundidad, las partes bajas y ane­
gadizas del terreno. Demasiado a menudo inicia
la labranza cuando el suelo está todavía lo su­
ficientemente húmedo, para que brille a medida
que lo vuelca la vertedera. Hay quien ara hasta
cuando el agua lo sigue por el surco. Con ese
modo de proceder, solo se juega al tira y afloja
con los recursos que tiene el suelo para contribuir
al crecimiento de la sementera. Si se ara cuando el
adobe todavía es plástico y maleable se crean
terrones, y cada terrón es otro tanto de suelo que
se da de baja para la temporada. La tremenda pre­
sión necesaria para desprender al adobe de su ba­
se, comprime eficazmente a todo suelo lo bastante
mojado como para ser maleable: y una cantidad
moderada de arcilla en un suelo maleable, basta
para que al secarse la masa, se endurezca en tal
forma, que los terrones son verdaderos ladrillos
crudos. Se puede reducir el tamaño de estos taru­
gos con rastras de discos y dientes, pero como son
TRADICIONES DEL ARADO 79
terrones, lo probable es que permanezcan sin in­
corporarse al resto del suelo durante la mayor
parte de la estación de crecimiento de las planta?;.
Toda esta evidencia del daño hecho por el ara­
do, ha pasado desapercibida para los agricultores
y para la mayor parte de los que no lo son. Pueden
darse varias razones explicativas de la ceguera
pública respecto a los defectos propios del arado
de vertedera.
Para empezar, las condiciones que afrontan
los labradores modernos, ya eran remotas cuando
se empleó por primera vez el arado con el adita­
mento de una vertedera tosca. Eso ocurrió hace
doscientos años. En esa época, los distritos rura­
les ingleses eran bosques vírgenes principalmente.
El terreno desmontado todavía no había sido sub­
yugado, porque tratar de mantener una semente­
ra libre de yuyos y zarzas, era lo mismo que em­
prender una tarca desahuciada de antemano. La
selva siempre trataba de recuperar el terreno per­
dido, y las únicas herramientas que los agriculto­
res podían emplear en la lucha contra los retoños
invasores, las malezas perennes, y otras plantas
indeseables, eran azadas toscas, picos y palas.
Los arados que tenían, echaban la tierra hacia los
dos lados. No cubrían muy bien los residuos y
la broza, y no desarraigaban para siempre la vege­
tación silvestre que obstruía el suelo· El arado
del Sud llamado “bull tongue", tiene más ó menos
el mismo diseño que los arados que precedieron al
80 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

de vertedera. En ese ambiente se introdujo la


vertedera. Fué una verdadera ganga. Tirado por
un buey, o mismo, hasta por personas, este arado
realmente levantaría e invertiría el suelo. Con
esto fué posible, trabajando cuidadosamente, eli­
minar todas las malezas perennes y los arbustos
irá', pequeños. Y lo que todavía tuvo más impor­
tancia, fué que el agricultor que antes solo podía
labrar unas pocas varas cuadradas, ahora podía
cosechar alimento de un acre o más. Este inven­
to, en una época en que Inglaterra jamás estaba
lejos de una inanición verdadera, se apoderó de la
imaginación de sus habitantes rurales. en todas
partes. Sus efectos sobre la atención contempo­
ránea fueron electrizantes. , En adelante, si había
suficientes granjeros que tuvieran vertederas, toca la
población podía comer bien y con regularidad.

En los comienzos del siglo dieciocho los in­


ventos no ocurrían con frecuencia. En verdad
eran raros los nuevos auxiliares para vivir. El
arado de vertedera destinado a revolucionar las
condiciones de vida de la población mundial, mar­có
e1 comienzo de una nueva era. Llenó en una forma
tan completa las mayores necesidades de una
humanidad pobremente nutrida, que ocupó en la
imaginación de la gente un lugar solo com­parable al
que se reservaba para los santos y los sacerdotes. El
arado, casi literalmente, había sal­vado a la
humanidad.
TRADICIONES DEL ARADO 81

El agricultor de ésa época, tanto en Inglate­


rra como en EE. UU. pasaba más penas para
impedir el crecimiento de las cosas indeseables,
que para hacer crecer sus sementeras y planta­
ciones. Por eso, para él, el empleo del arado fué
una excelente estrategia, porque cuando menos
temporariamente, se crearon condiciones que hi­
cieron imposible el desarrollo de las malezas. Hoy,
cuando el suelo negro y gredoso ha desaparecido
de la mayor parte de los campos de Estados Uni­
dos, bien puede ser que nuestra estrategia correc­
ta sea exactamente, hacer lo contrario de lo que
en esa época era ventajoso. Su labranza, aunque
enterraba buena parte de materia orgánica no
creaba el “sandwich,” perfil de la materia orgá­
nica, (PMO) porque había en el suelo una gran
profundidad de negrura.
Las primitivas vertederas toscas no podrían
compararse con los bruñidos productos de las
fábricas modernas. Trabajadas a macha marti­
llo, en herrerías que se levantaban en las bocas de
las minas o cerca de ellas, solo se bruñían a fuer­
za de usarlas. Fueron diseñadas intuitivamente
después de muchos ensayos, y solo se estabiliza­
ron en un tamaño conveniente, un siglo después
que los agricultores comenzaron a emplearlas· A
pesar de sus defectos, que desde nuestro punto
de vista se aprecian más fácilmente que desde la
perspectiva de los labradores contemporáneas de
él, el arado fué, aún en su estado más burdo, la
82 LA INSENSATEZ DEL LABRADOS

más grande invención de la edad. Disipó el harm


■ bre del mismo modo que la primer lámpara de
aceite disipó la oscuridad. La lámpara de Aladino
no pudo ser más maravillosa.
Cuando se fundó un siglo después la primera
estación experimental en Rothamsted, Inglaterra,
parece que a nadie se le ocurrió plantear la cues­
tión de si la primorosa labor hecha por el arado
de vertedera, no pudo haber sido responsable de
las desazones que los labradores comenzaban a
sufrir con sus sementeras. La dotación de hom­
bres de ciencia de esa primera estación, así como
los que tuvieron a su cargo las estaciones experi­
mentales estaduales, que se fundaron después en
este país, heredaron una incontestable reverencia
por el arado. La teoría del Derecho Divino de los
Arados, se transmitió de generación en generación,
de modo que la posibilidad de que el arado fuera
el culpable de la fertilidad menguante del suelo, no
. se le ocurrió a nadie. Durante décadas, para mí, los
hombres han tenido la sensación de que sepultar
una capa de materia orgánica en el fondo del sur­
co, necesariamente debe interponerse al movimien­
to capilar, pero el sentimiento subconsciente de que,
EL ARADO NO PUEDE HACER MAL, apa­
rentemente impidió que alguien hiciera algo res­
pecto a eso. El resultado es que, aunque en este
país hemos tenido estaciones experimentales des­de
hace más de tres cuartos de siglo, ninguna de ellas,
antes de 1937, hizo experiencias con el fin
TRADICIONES DEL ARADO 83
de comparar el efecto de arar por un lado, y la
incorporación de materia orgánica dentro de la
superficie, por el otro. La omisión de esas expe-
riencias, puso trabas definitivas al desarrollo dé
la información básica sobre suelos, la cual pudo
haber impedido fácilmente la ruina hacia la que
fueron arrastrados los suelos Norteamericanos.
El fracaso en armonizar las deducciones de
la observación corriente con una información ver­
daderamente científica, puede ser el resultado de
un retraso histórico, de una actitud mental, simple
descuido, o por fin de la combinación de los tres.
Si consideramos que desde el comienzo del siglo
especialmente, se ha reconocido por escrito la im
portancia que tiene la materia orgánica dentro de
la parte superficial del suelo, entonces es difícil
evitar que el asiento censura vaya a la cuenta del
descuido, en el debe de los que no miraron más
allá de sus datos inmediatos, teniendo en vista los
datos fundamentales ganados por la labranza.
Esto está casi implícito en lo que sigue:
El anuario del Departamento de Agricultu-.
ra de EE. UU. para 1903 hace esta afirmación'
en la página 284: “La materia orgánica descom-
puesta, por sí misma, o en combinación con el suelo
mineral, absorbe humedad mucho más rápidamen­
te que el suelo que contiene poca o ninguna mate­
ria orgánica; de ahí que cuanto mayor sea la
cantidad de mantillo de hojas u otra clase de ca­
ma, tanto más rápidamente será absorbida el agua.
84 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

El grado de soltura del suelo mineral también in­


fluye sobre la rapidez de la absorción. En el bosque,
la camada de hojas y el mantilo, mantienen al suelo
mineral suelto y en el mejor estado para la absorción
rápida”.
Si una afirmación como esa, parece ser lo
suficientemente antigua para que se dude de su
validez, compárese con la siguiente tomada del
Anuario del mismo departamento para el año 1938
en las páginas 609-610:

“El mantillo del bosque, tapiz de hojas muertas,


ramas, leños y troncos del suelo del bosque, sirve
de varios modos. El impacto del agua de la lluvia
que cae en suelos desnudos, desaloja partículas de
cieno y arcilla. Las partículas se suspenden en el
agua y esta las lleva dentro de los poros y canales
d minutos existentes entre las partículas del suelo, a
Medida que el agua recorre su camino hacia abajo.
Muy pronto la acción filtrante del suelo hace que
las aperturas se atasquen de partículas; en adelan­
te el agua no puede seguir hacia abajo a través,
del suelo, de modo que corre por la superficie,
llevándose el cieno y la arcilla que desalojó, y con
eso la erosión está activamente en marcha. Una
capa protectora de mantillo interrumpe esta cadena
de acontecimientos, absorbiendo el impacto de las
gotas de agua que caen. Después que se empapó el
mantillo, el exceso de agua se escurre suavemente
hacia el interior del suelo superficial, no se dislo­
can partículas de suelo, el agua permanece clara,
los canales y poros quedan abiertos, y se elimina
el derrame superficial, excepto cuando las lluvias
son muy copiosas”.
TRADICIONES DEL ADADO 35
No puedo descubrir diferencias importantes
en el contenido de las dos citas. La última da un
cuadro más íntimo de los procesos involucrados,
pero confirma en un todo la descripción menos
gráfica de la afirmación más primitiva. Además,
hasta ahora, cada vez que se emprendió un traba­
jo experimental con este fin, si el experimento fué
conducido inteligentemente, confirmó la verdad
que se presenta aquí.
Citaremos un párrafo de una carta fechada
en febrero de 1940 que interesará al respecto.

“El Departamento de Agricultura durante mu­


cho tiempo, ha estado interesado en el desarrollo
de nuevos métodos de tratamiento del suelo, que
mantengan, y reconstituyan su contenido de mate­
ria orgánica. El Servicio de Conservación del Sue­
lo ha realizado estudios en diversas localidades,
que a este respecto ya han dado resultados sobre
salientes y extraordinarios. En Statesville, North
Carolina, se pudo comprobar que varías pulgadas
de agujas de pino diseminadas en la superficie, re­
ducen las pérdidas de suelo por erosión, hasta un
punto casi imposible de medir. También se com­
probó un considerable aumento en el contenido de
materia orgánica del suelo, y todos los indicios!
apuntan hacia un aumento en el rendimiento de
las cosechas, que merece que se lo tenga en cuenta
En Nebraska, la labranza subsuperficial, que deja
sin alterar la hojarasca u otra camada en la super­
ficie del suelo, demostró que es notablemente eficaz
para reducir las pérdidas de agua y de suelo; y
en losi experimentos preliminares dicha labranza'
ha producido un aumento importante de rinde ‘Π
86 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

las diferentes plantaciones que se sometieron a


prueba”.

La carta estaba firmada por el Ayudante


del Secretario de Agricultura. Fué la constesta-
ción a una carta mía, donde yo mencionaba y pedía
un comentario sobre el hecho de que, nunca se
había puesto a prueba la eficacia del arado de
vertedera. En la respuesta oficial no se hizo men­
ción del asunto.
De. la comparación de las afirmaciones de
1903, con las de 1938 y 1940, resulta evidente que
no se ha hecho progreso alguno en ningún sentido,
e indica también, que se ha descuidado el esfuerzo
para transformar los descubrimientos de 1903, en
herramientas para labranza en general · Es claro
que las afirmaciones de los anuarios se refieren
a los suelos de los bosques, pero esta circunstancia
no debe ocultar el hecho más amplio de que, los
hallazgos que discutimos tocan principios de apli­
cación universal. Los principios válidos para el
bosque, son válidos también para el campo; por
eso, es evidente que las investigaciones sobre la
importancia de la materia orgánica en· la super­
ficie de las tierras de labranza, debieron haberse
iniciado tan pronto como se hizo el anuncio en
1903. En ninguna parte he podido encontrar, que
se haya registrado algún trabajo hecho con ése
objeto, antes de 1937.
’’INVESTIGACION”

Sin padrinos.—Informal

Hablando con estricta honestidad, el encabe­


zamiento de éste capitulo debe ir entre comillas,
porque yo no soy un investigador en el sentido
habitual de la palabra. Llamamos investigación a
la labor que engendró las teorías de este libro, a
falta de un nombre mejor. Sin embargo, yo le di
la dirección necesaria a mi razonamiento, y esa es
la función principal de toda investigación; tener
un objetivo.
Todo comenzó como una tentativa para cul­
tivar vegetales, en un suelo que era mejor para
hacer ladrillos, como lo descubrí demasiado tarde.
Muchas gentes han hecho tentativas igualmente
vanas, pero tuvieron bastante sensatez para aban­
donarlas, cuando los tallos de sus plantas de maíz
se rehusaban a sobrepasar el grosor de un lápiz, y
la altura de. la rodilla., Yo no pude abandonar,
88 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

perqué abandonar significaba quedarnos con dos


mil pies cuadrados de terreno en el fondo de nues­
tra casa, sin césped, lleno de malas hierbas, y sin
medios fáciles para volverlo a transformar en
cesped.
Siempre acostumbrábamos a tener una huer­
ta. Cuando compramos nuestra casa, pronto nos
dimos cuenta de que el pasto del fondo era casi, pura
bardana amarilla. Este hecho proporcionó la escusa
para cavar esta parte de césped. Lo que en realidad
sucedió, fué algo muy distinto.
Se contrató un peón para que cavara el te-
rreno mientras yo me dedicaba a mis asuntos co-
merciales. Más tarde, a mi vuelta, cuando le
pagué y lo despedí, descubrí que lo que había que­
dado a la vista, no era más que arcilla blanca de
lo más tenaz y dura. Cuando se secaron, los te­
rrones eran tan duros y firmes como guijarros.
Yo tenía experiencia con varias clases de suelos,
todos muy diferentes, pero antes nunca me había
enfrentado con un suelo de la condición del de
entonces. Con el tiempo se reveló la historia,
pero solo después de un año o dos de tentativas
para cultivar alguna cosa comestible en esa arcilla
pura.
Parece que nuestra casa fué la última que
se construyó en nuestra calle. El solar había sido
un bajo; en partes estaba a tres o cuatro pies por
debajo del nivel que se dió para edificar en esa
calle. El propietario les había pedido a los cons-
"INVESTIGACIÓN”: SIN PADRINOS.. . INFORMAL 89

tractores de las casas vecinas que le rellenaran el


lote. Por eso, existía encima del suelo original
una capa de tres a cuatro pies de arcilla pura, con
la carecterística macidez que predomina en ese
antiguo lecho lacustre. Era exactamente “barro
del sótano”, donde no se discernía arena, cieno o
materia orgánica que mejorara su aspereza.
Cuando se secaba, aunque echara todo el peso de
mi cuerpo sobre una pala de puntear afilada, no
conseguía dejar una impresión perceptible· El
tráfico pesado común, podría haber atravesado el
terreno sin marcar huellas; cuando estaba mojada,
se me pegaba a los zapatos en montones tan gran­
des, que apenas podía caminar.
En un suelo como ese, no se conoce la mulli-
dez. Está demasiado mojado, o demasiado húme­
do para poderlo remover; sólo durante una hcra
o dos entre ambos estados se lo puede cultivar con
impunidad. Ni aún los suelos ordinarios llegan a
ese estado, porque habitualmente contienen algunos
fragmentos de materia orgánica, y ésta impide en
buena parte que lleguen a tener una estructura
apretada. Esta masa de arcilla había sido excava­
da a niveles muy por debajo de la profundidad ha­
bitual hasta la que llegan las raíces; por eso no
tenía provisión de materia orgánica. En el len­
guaje del personal de una estación experimental
se trataba de “una parcela para controlar el efecto
de la materia orgánica”. Al cultivarla para cose-
90 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

char, demostraría lo que se puede esperar del te­


rreno, cuando no contiene materia orgánica.
En los comienzos no me interesaba en teorías
sobre suelo, lo único que quería era producir ve­
getales para el consumo doméstico. Sin embargo,
pronto se hizo evidente que debía familiarizarme
con lo fundamental en el manipuleo del suelo, por­
que de otro modo no obtendría nada que retri­
buyera mi trabajo. Más o menos en ésa época,
recordé que un cuarto de siglo atrás, cuando era
comisionado rural del condado de Whitley, en
Kentucky, había tratado, aunque sin éxito, de
most arles a los agricultores como podían mejorar
sus suelos muy pobres y arenosos, enterrando con
el arado centeno crecido. Probablemente todos los
comisionados rurales en esa época ensayaron esto;
y todos ellos se convencieron como me convencí
yo, que el procedimiento no era eficaz. En esa
época decidí, que, si espontáneamente se presen­
taba la ocasión, trataría de resolver el problema.
Aparentemente el problema en realidad era
simple. Lo esencial en él, era hallar el modo de po­
ner dentro de un suelo muy improductivo grandes
cantidades de materia orgánica sin arruinar tem­
porariamente su capacidad para producir cosechas.
Parecía que un problema tan simple podría ser
resuelto fácilmente. La oportunidad que yo espe-
rabá para resolverlo en una estación experimental
nunca llegó. En lugar de eso, varios años después
de haber abandonado la profesión agrícola, me
"INVESTIGACIÓN": SIN PADRINOS.. . INFORMAL 91

llovía del cielo el mismo problema, en circunstan­


cias en que no tenía a mi disposición lo que de or­
dinario se considera indispensable para resolverlo.
Ese fue el comienzo de lo que más tarde
demostró ser la solución de ese original problema,
que parece un suplicio de Tántalo. Emprendí la
solución sin plan definido, durante varios años no
me di cuenta cabal, de que estaba trabajando en
el problema que se me presentó en Kentucky Es
claro, entonces, que llamar a esto investigación,
sin la explicación y calificación correspondientes,
seria envilecer el alto significado de la labor de
investigar. Siempre preceden a esa labor, planes
cuidadosamente trazados, y se la prosigue con mé­
todos aceptados.
En este proyecto tienen importancia los ele­
mentos accidente y coincidencia. Fué exclusiva­
mente por accidente que después de haber revisado
media docena de propiedades en venta, elegimos
ésta. En efecto, la noche anterior a la conclusión
de la compra, habíamos decidido comprar otra en
la calle siguiente, pero al notificar al propietario,
nos hallamos con que al atardecer se la había ven­
dido a unos amigos nuestros, a quienes súbitamen­
te se les ocurrió comprar. Era una coincidencia
que nuestra casa fuera la más nueva entre las de
una calle, donde ninguna era muy vieja. Y la
coincidencia más simple era que el terreno había
sido un bajo.
•)2 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

Todavía más, la combinación de cireuntancias


de mi niñez y adolescencia, me preparó y me fa­
voreció precisamente para esta cosa. La granja
donde me crié estaba situada en tierras ba­
jas, rodeadas por colinas. Por aquel entonces se
limpiaban las colinas para agricultura, después
de haber explotado las maderas. Yo había visto
como esos mismos campos pasaban por alternati­
vas de cultivos y abandono, y había notado que
el mero crecimiento de yuyos, zarzas y arbustos,
hibía renovado la productividad de esas tierras.
El campo bajo de nuestra propiedad, era el más
alejado del arroyo, el más alto en toda el área
baja. Por consiguiente, la avenida que lo cubría
una vez al año se retiraba pronto, y por lo tanto
no >.ejaba muchos residuos para mejorar el suelo.
A causa de esto lo abandonamos para ocupar otro
más cercano al arroyo; y como juzgando con los
‘ standards” de 1883, nuestra parecía parecía
agotada, mi padre pagó poco por ella. La produc­
tividad de esta tierra había declinado tanto, que
no rendía más de veinticinco “bushels” de maíz
por acre; para qué esforzarse con ese rendimien­
to, si al lado existían campos que sin abono, ferti­
lizantes o cualquier otro correctivo, rendirían cien
“bushels” por acre.
Por lo tanto adquirimos el terreno más po­
bre de las tierras bajas; los vecinos se compade­
cieron de mi padre cuando hizo el negocio. Más
tarde yo vi cosechas de cien “bushels” en el mismo
“investigación”: sin padrinos ... informal 93

terreno; y con su productividad seguimos los es­


tudios secundarios completos tres de mis herma­
nas y hermanos y yo, y los otros dos los siguieron
hasta el momento en que se le ocurrió abandonar­
los. Durante muchos años nuestra faja de te­
rreno se destacaba por su verdor entre todas las
tierras bajas, aun cuando, con el andar del tiempo,
no recibió más el beneficio del material descom­
ponible que en otro tiempo le dejaban las avenidas
del río. Entre tanto los vecinos miraban con ojos
criticones las cosas extrañas que mi padre hacía
con el campo. Acarreó al terreno abono de un
pueblo vecino, y cuando podía conseguirlas, traía
las cenizas de una curtiembre; cada primavera
compraba una carrada de fertilizantes, parte de la
cual vendía a los vecinos dispuestos a correr el
albur de utilizarlos. Y mientras él hacia eso, ellos
continuaban confiando en los residuos que el río
traía de las tierras altas, y depositaba en sus tie­
rras durantes las crecientes, cuya cantidad men­
guaba año tras año.
Ahora explotan las tierras los hijos de esos
vecinos. Decidieron que valía la pena ensayar los
métodos de mi padre, y en la actualidad después
que las generaciones jóvenes explotaron las tierras
durante varios años, el contraste ha desaparecido
casi del todo, porque todas las tierras bajas han
sido objeto de tratamientos mejores. Y de paso,
podemos decir que a los agricultores de todo el
país se les paga para que hagan en beneficio de
94 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

sus tierras lo que mi padre hizo por las suyas du­


rante toda su vida. Leía regularmente las publi­
caciones agrícolas. Ensayaba los métodos que
según su criterio eran razonables, y adoptaba lo
que el experimento demostraba ser beneficioso.
Tuvo la suerte de empeñarse en un negocio que,
en aquella región compensaba con creces, el trata­
miento generoso que le daba el terreno.
Vendía a muy buenos precios en el pueblo
vecino sus cosechas de alimentos de consumo pri­
mordiales, porque el pueblo era el centro de una
región dedicada entonces a la explotación de la
hulla. Ni entonces ni ahora, la explotación agrí­
cola en general, hubiera compensado los costos de
abonos y fertilizantes; pero eso no invalida el he­
cho de que mi padre, iniciándose con tierras po­
bres las haya transformado en productivas. Lo
hizo con un costo alto· Yo creía que se lo podría
hacer a más bajo costo. Y el punto más importan­
te, era mi confianza absoluta de que el terreno
más pobre puede transformarse en productivo, ya
que la serena campiña es siempre altamente pro­
ductiva, en virtud de su producción ininterrumpi­
da año tras año.
Parece una casualidad singular que fuera yo,
con esta base de instrucción práctica en el hogar,
con mis conocimientos generales de agricultura
y con una década de experiencia en agricultura
profesional en dos estados, quien comprara preci­
samente el terreno, cuya escena había sido mon-
"INVESTIGACIÓN·’·’: SIN PADRINOS. . . INFORMAL 95

tada para obligarme a resolver el viejo problema


de la materia orgánica.
A partir del primer cavado de 1930, cada
estación se le agregó alguna materia orgánica.
En general a medida que transcurrió el tiempo se
aumentó la cantidad. Con el tiempo fué desarro­
llándose un sistema de incorporarle hojas, que se
parecía a la operación de arar en forma exagera­
da. Se cavaba una zanja de la profundidad de to­
do el largo de la hoja de una pala. Se llenaba esta
zanja con una masa de hojas a veces seca y volu­
minosa, otras veces húmeda compacta y maciza.
Se las apisonaba dentro de la zanja, y cuando se
cavaba la siguiente, se echaba la tierra que se sa­
caba de ella, encima de las hojas. La repetición de
este procedimiento, dió como resultado la creación
de un subsuelo de materia orgánica debajo del
suelo superficial. En 1937 decidí que el perfil de
materia orgánica (P.M.O.) creado en esa for­
ma, no era más, en efecto, que la magnificación
del “sandwich” P. M. O., que se produce al arar;
y también que la capa de materia orgánica cuyo
espesor en partes era nulo y en otras llegaba has-
ta cuatro pulgadas, era un imán irresistible para
toda el agua del suelo, y verdaderamente, tenía
"tanta atracción para el agua como la que tiene el
papel secante. Una vez alcanzada esta decisión,
"fué evidente que, para probar que ella era correc­
ta, debía quitarse la capa de hojas en la cavada
siguiente, y no volverla a poner. Así se hizo en
96 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

otoño ele 1937; se cavó el terreno sin agregar


hojas. Con cuidado se retiró toda la masa de ho­
jas hasta donde llegaba la pala, y se la mezcló con
las capas superficiales del suelo.
En 1938, el estado de la superficie del suelo,
fue en todo lo posible, diferente al de los años
anteriores· Antes de 1938, fué necesario en cada
primavera, cubrir a las pequeñas semillas con
arena fina para que germinasen en la arcilla dura.
Con esas tácticas pude cosechar chirivias en ese
suelo compacto. En 1938 se hizo tan evidente que e
o no era necesario, que se plantaron chirivias,
zanahorias, lechugas y otras clases de pequeñas se­
millas sin cubrirlas con otra cosa que la arcilla
granulosa que estaba en todas partes. Toda la
parte superficial del suelo en 1938, era tan granu­
losa como el azúcar, y se lo podía rastrillar exac­
tamente con la misma facilidad con que se rastri­
lla la arena. Su estado había cambiado tanto, que
el once de mayo planté arvejillas de jardín, una
semana antes de que lo pudieran hacer los jardi­
neros locales en terrenos arenosos. Todo lo que se
plantó en 1938 prosperó, siendo que antes de 1938,
podía esperarse que prosperaran sólo bajo condi­
ciones especiales.
El comportamiento de la lechuga para repo­
llar en este suelo de 1938, fué una pizquita de
. prueba especialmente hermosa. Un horticultor
amigo, con quien discutía el excelente estado del
suelo, dudó de la posibilidad de cultivar lechugas
“INVESTIGACIÓN·’·’: SIN PADRINOS.. . INFORMAL 97

en él. Estaba tan seguro de ello, que convino en


proporcionarme las plantas para hacer la prueba.
Como el terreno era pequeño solo acepté seis plan­
tas. Se las puso en la tierra, y después que pren­
dieron lo único que se hizo en su favor fué arran­
carles los yuyos. No se usó fertilizante alguno,
no se les hizo cultivo y ni siquiera se les dió agua;
Más tarde en junio, invité al horticultor para que
viese sus plantas de lechuga. Habían alcanzado
casi el mismo tamaño que las suyas, y estaban
bien arrepolladas; él sabía que eso no hubiese ocu­
rrido en su suelo arenoso, si no se empleaban abo­
nos y fertilizantes en abundancia. Cualquier
horticultor reconocerá que este comportamiento
de la lechuga no es el común; más bien, la mayor
parte de los horticultores se rehusarán a creer que
eso sea verdadero, bajo las condiciones que he
descripto.
El 14 de Julio de 1938, por arreglo especial
con el servicio de Conservación del Suelo, repre­
sentantes de ese organismo, visitaron el terreno
donde estaba en marcha mi proyecto, para contro­
lar las condiciones que yo pretendía haber conse­
guido para el suelo, poniendo en práctica mis teo­
rías. A los fines de esta prueba, había preparado
en otoño, una faja de unos seis pies de ancho, para
que sirviera de “parcela testigo” como se dice en
el lenguaje de los funcionarios de las estaciones
experimentales. Esta faja había sido cavada sin
quitar las hojas que ya estaban en ella, y se le
98 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

había añadido una cantidad adicional, tal como se


había hecho con todo el terreno en los cinco o seis
años precedentes. Esta faja, estaba destinada a
ilustrar la diferencia marcada entre la textura de
su suelo y la del resto de la huerta .
Estas personas siguieron instrucciones pre­
paradas de antemano por mi, para asegurar quq
la demostración fuese correcta. Con un barreno
de suelo, se sacaron muestras en varios lugares
fuera de la faja testigo, comprobándose que el
suelo estaba mullido casi hasta la profundidad de
un pie, y con una distribución uniforme de la hu­
medad, desde el fondo hasíta la superficie. A
ningún nivel había concentración de agua, y en
ninguna parte pudo encontrarse una capa de suelo
seco y endurecido· Además no se halló ninguna
capa de hojas.
En la faja testigo las condiciones eran dife­
rentes. La primera vuelta del barreno desmenuzó
el suelo duro y silícoso que estaba inmediatamente
debajo del mantillo superficial del suelo cultiva­
do. Las ocho o diez pulgadas superiores de suelo,
eran del todo semejantes a ésta corteza subsuper­
ficial. Estaba excesivamente seco, siendo que las
otras partes del huerto no lo estaban. Bajo esta
capa espesa, estaba la materia orgánica, húmeda
pero sin estar notablemente mojada. Exactamen­
te debajo de la materia orgánica estaba la hume­
dad, que debería haber estado uniformemente
distribuida en toda la profundidad del suelo. Esta
"INVESTIGACIÓN”: SIN PADRINOS.. . INFORMAL ' 99

faja testigo demostraba claramente una de las


razones por las cuales los sembrados no pueden
crecer inmediatamente, en un suelo en el cual se
enterró recientemente una gran cantidad de ma­
teria orgánica con el arado. En la capa infrasu-
perficial no había ninguna humedad, y sin hume­
dad para disolver el alimento vegetal, y transpor­
tarlo a las raíces, no puede haber crecimiento. No
había humedad, porque la capa subyacente de
hojas la había absorbido, aunque las hojas no
parecían mojadas. La razón de su aparente ino­
cencia, se derivaba del hecho de que, como se dijo
antes, la materia orgánica retiene el agua dentro
de si misma como lo hace una esponja.
El razonamiento que explica la zona silícosa
encima de la materia orgánica es tan elemental,
que yo debería sentirme desconcertado, cuando
admito que necesité años para llegar a una conclu­
sión tan simple. Se basa sobre hechos bien esta­
blecidos, que conocen hasta los profanos. Sin
embargo un ejemplo o dos aclararán la manera
de acontecer de esto. El agua había sido atraída
hacia abajo obedeciendo a dos fuerzas; la capaci­
dad absorbente de la materia orgánica y la fuerza
de la gravedad.
Todo el mundo sabe que un niño puede llevar
una canasta de un “bushel” llena de marlos, si
estos están secos, pero que si están mojados, son
una carga pesada para un hombre. Si se los pone
100 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

en contacto con el agua, los marlos se mojan au­


tomáticamente.
Hasta cierto punto, era eso exactamente lo
que le había ocurrido a la provisión de agua del
si elo que estaba encima de las hojas. Dentro de
les tres o cuatro días siguientes a la lluvia más
copiosa, el exceso de agua de las capas superiores
del suelo, había sido quitada a las raíces y atraída
hacia el interior de las hojas subyacentes. Esto
producía efectos notables. Inmediatamente des­
pués de la lluvia, el agua estimulaba a los sembra­
dos que crecían con rapidez. Al final de los tres
o cuatro días subsiguientes, el estímulo desapare­
cía, y hasta la lluvia siguiente los sembrados no
crecían más ·
Emprendí con placer el proyecto de demos­
tración que inspeccionaron los representantes del
Servicio de Conservación del Suelo. Como estas
personas no conocían la base de experiencia sobre
la que reposaban mis conclusiones, no concordaron
conmigo en lo referente a que la “parcela testigo”
ilustraba en una forma exagerada los efectos
normales de la operación de arar. Estaban segu­
ros de que la sequedad del suelo, que es una secue­
la. común al enterramiento de grandes cantidades
de materia orgánica con el arado, no se debía a
la operación de arar. Tampoco estuvieron de
acuerdo conmigo sus superiores de Washington.
Después que presentaron su informe, mantuvimos
correspondencia. Tiempo después se me informó
"INVESTIGACIÓN”: SIN PADRINOS. . . INFORMAL 101

que mi proyecto había exagerado de tal modo los


efectos de una mala práctica, que dificilmente po­
día adjudicársele valor. La carta que incluía
esta pizca de contradición involuntaria, fechada el
10 de Noviembre de 1938, fué escrita por una
persona que estuvo al servicio del Departamento
de Agricultura de EE. UU. durante cuarenta
años, y que debía jubilarse en la semana siguiente.
Cuando contesté a esa carta, la respuesta de
Washington me informó de su retiro y me dió
la información obvia de que él no podía replicar
oficialmente.
La negativa de las autoridades para aceptar
y sacar provecho de la demostración perfecta que
había hecho yo del daño causado por el a;ado,
era profundamente desalentadora. Había mostra­
do con claridad que la causa de que el terreno
donde se ha enterrado una cantidad considerable
de materia orgánica se seque, es esa misma ma­
teria orgánica. Sobre eso no cabía duda. Acica-
teado por la befa hecha a una conclusión evi­
dente, que debió aceptarse con gratitud, resolví '
que era necesario hacer una nueva demostración,
pero en vasta escala, en el campo. En ¡el capítulo
siguiente se historia ese trabajo. Sin embargo, si
yo lo hubiera sabido a tiempo, esta segunda de­
mostración hubiese sido innecesaria; porque sin
indicar para nada que estaba interesado en el
asunto, uno de los agrónomos más eminentes del
Departamento de Agricultura dç EE. UU,, mq
102 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

había tomado lo bastante en serio, como para em­


prender una demostración. Tal vez al hacerlo tu­
vo la intención de desaprobar mis teorías; el
resultado de las pruebas, por el contrario fué to­
talmente confirmativo. (Este agrónomo me in­
formó que él no tuvo nada que ver con la inicia­
ción del trabajo de comprobación. Sin embargo,
queda en pie el hecho de que ningún gobierno
hasta entonces, hizo jamás ningún trabajo sobre
incorporación superficial antes de 1937, año en
que yo empecé a codear el Departamento para que
lo hiciera).
Los resultados de esta experiencia oficial,
probaron que labrando la materia orgánica den­
tro de la parte superficial del suelo, en vez de
enterrarla en el suelo con el arado, puede obte-
nerse un rendimiento de granos, hasta un cin­
cuenta por ciento mayor. El ensayo del primer
año dió ese resultado. Fué tan inesperado que en
el número de Noviembre de 1939 del Country
Gentleman se lo publicó bajo el título de “Right
Side Up Farming”. Esa publicación se apartaba
radicalmente de las prácticas tradicionales. Co­
múnmente, antes que se dé a conocer públicamente
un resultado, es necesario comprobarlo con el tra­
bajo de varios años, especialmente si se lo publica
en una revista mensual popular. Esta publicación
anticipada de los resultados del primer año, parece
1 George S. Pound, ‘‘Right Side Up Forming”, Country Gent-
Je/nan, Vol. ÇDÇ JÍ* 1) (Nov. 1939), 78,
"investigación”: sin padrinos ... informal 103

indicar que los funcionarios oficiales están con­


vencidos de la importancia de lo sucedido en ese
primer año.
No se requería un ingenio especial para esta
investigación. Los únicos “hechos” puesto al des­
cubierto, eran tan viejos que se los había pasado
por alto previamente, creyéndose posiblemente
que no tenían aplicación. La dirección de la atrac­
ción de la gravedad, y la afinidad del papel se­
cante por el agua, apenas podrán ser calificados
de descubrimientos por investigación; y esos eran
los únicos descubrimientos implícitos en la expe­
riencia. Las grandes cantidades de materia orgá­
nica que se emplearon, amplificaron los efectos de
la gravedad y de la afinidad por el agua, lo cual
explica que se descubrieron. De ese modo se va
que los efectos combinados de la gravedad y de
la capilaridad en sentido descendente, son fuerzas
mucho más poderosas que el razonamiento a base
de prejuicios, en que se confiaba antes para con­
servar húmedo al suelo, encima de una imponente
cosecha de abono verde enterrada con el arado.
LI haberse demostrado que podían estar im-
plicadas esas fuerzas fundamentales, lo cual per#-
maneció sin ser descubierto durante un siglo de
esfuerzo científico activo para mejorar los sue­
los, puede tener trascendencia.
PRUEBA EN ESCALA DE CAMPO

L a investigación que reveló lo absurdo de


nuestro sistema de labranza, tuvo el carácter de
una chifladura, que apenas si costó algo más que
tiempo perdido y esfuerzo fracasado, para pro­
ducir verduras destinadas al consumo doméstico.
No podía demostrarse la practicabilidad de la idea
en escala de campo en forma tan simple y barata.
Se necesitaban implementos y fuerza motriz.
Esas cosas cuestan dinero. El plan llevaría tiem­
po; por eso tuve que decidir si me dedicaba por
entere a él, o si seguía también con mis otras
ocupaciones. En el primer caso había que pro­
yectar la empresa sobre la base de que se costea­
ría a sí misma. Para justificar el “full time”, se
necesitaba una fracción de campo mayor que cual­
quiera de las que se podían hallar cerca de la
ciudad, pagando una renta razonable. Tuve que
buscarla en la campaña, donde no se hacían sen­
tir las influencias suburbanas en el costo.
106 LA INSENSATEZ D LABRADOR

Transcurrieron meses antes de que el pro­


yecto general estuviera listo. Una parte de ellos,
se consumió en hallar una propiedad conveniente
cerca de la ciudad, de modo que yo pudiera co­
mercializar la explotación y más tarde mudarme
a ella. No se halló nada que se pudiera comprar
en condiciones que dejaran algunos fondos para
la explotación. Decidí arrendar campo y traba­
jarlo mientras seguía viviendo en la ciudad. El
terreno elegido distaba ocho millas de la ciudad,
pero, en lo demás, se adaptaba bien a la clase de
trabajo que yo tenía en vista. El suelo era gre­
doso pero tenía arena también, por eso habría de
ser más laborable que lo que lo había sido la ar­
cilla de las primeras escenas. El esposo de la pro­
pietaria se reservó para sí toda la parte de la
chacra que daba sobre la carretera. Eso tendía
un velo que me protegía de la excesiva curiosi­
dad que provocarían mis métodos extraños. Un
agricultor vecino había dedicado la parte más
promisora del terreno, para cosechar maíz y sem­
brar forraje desde el comienzo hasta el fin. Otras
áreas habían estado ocasionalmente en horticul­
tura. Una buena parte de la propiedad había es­
tado abandonada, porque la propietaria y su ma­
rido no podían explotarla personalmente y nin­
guno de los vecinos la quiso alquilar.
Después que arrendé la tierra el 20 de Fe­
brero de 1939, esperé en vano a que hiciese un
tiempo apropiado para sembrar centeno o avena,
PRUEBA EN ESCALA DE CAMPO 107
que más tarde pensaba disquear para abono ver­
de. Llovió casi incesantemente. Hasta el 15 de
abril, el terreno apenas si estuvo lo bastante orea­
do para trabajar, un medio día por semana. Hu­
bo que vender la semilla de avena comprada An­
tes de que estuviese preparado para plantar con
el fin de cosechar, tenía que depender de las ma­
lezas que crecían en el terreno para tener abono
verde. Este capricho del tiempo demostró ser una
desventaja seria antes de que transcurriera la
temporada. Impidió crear la única condición de
la que depende el éxito de la cosecha, es decir,
una provisión abundante, de materia orgánica que
pueda ser trabajada incorporándola al terreno.
(Entonces no me di cuenta, como ahora lo hago,
que hubiera sido posible echar simplemente la se­
milla en la tierra, aunque el terreno estuviera de­
masiado mojado para trabajarlo y conseguir una
cosecha de abono verde sin perturbarlo para
nada).
El trabajo de esa primera temporada fué un
fracaso financiero, al que contribuyó principal­
mente el malogro de la cosecha de abono verde.
Si yo hubiera sabido esto de antemano, me hu­
biese ahorrado muchos esfuerzos estériles; pero
aunque la labor no tuvo compensación financiera,
las ganancias en conocimiento compensaron bien
las pérdidas monetarias. Las lecciones aprendidas
mediante esas experiencias en el campo, hicieron
posible que de ahí en adelante, me supiera apro-
108 LA INSENSATEZ DEL LABRADOS

vechar del tiempo, en lugar de ser siempre su


víctima. Este conocimiento será de inestimable va­
lor para los agricultores.
Durante esas primeras semanas lluviosas
proyecté la construcción de un invento tosco para
marcar las hileras y dentro de ellas, los sitios don­
de debían colocarse las semillas o las raíces de
las plantas. Yo sabía que en algunas circunstan­
cias las mieses de abono verde crecían tan altas,
que luego no se podían incorporar totalmente. En
ese caso no se podía usar ningún equipo común
de plantar o cultivar, porque todas las máquinas
destinadas a eso, han sido proyectadas para des­
lizarse sobre un suelo de superficie totalmente li­
sa. Toda cantidad de paja o de residuos vegeta­
les en la superficie, impediría el empleo de esos
Implementos. Por lo tanto, era imperativo que yo
estuviera preparado de antemano para vérmelas
con la broza superficial, si las mieses de abono
verde eran tan ponderosas, que no se las podía
enterrar completamente en la parte superficial del
suelo. El resultado de esa necesidad, fué un mar­
cador que rodaría sobre el terreno, liso o no, y
que sin hacer surtos marcaría las hileras y los
espacios de los camellones entre ellas. La contes­
ta' ión obvia era un movimiento rotatorio y no
. -álizante. El marcador fué hecho con dos ruedas
de carro viejas. Se les adaptó a las llantas, unas
agarraderas que dejarían en el suelo una impre­
sión a cada pie de distancia; y se proyectó el eje
PRUEBA EN ESCALA DE CAMPO IOS

alrededor del cual giraban las ruedas, para dis­


tancias entre los surcos, de tres, tres y medio,
cuatro y cinco pies. Confiaba plantar cualquier
clase de superficie con este instrumento, a pesar
de todo lo llena de paja volcada que pudiese estar.
Más tarde habría de descubrir que su capa­
cidad para superar una superficie llena de paja,
no era la virtud más notable de este marcador.
Aún más importante resultó el hecho de que cada
vez que una agarradera tocaba el suelo, compri­
mía con un peso de 75 kilos, a la columna vertical
de suelo situada directamente debajo del fondo
de la huella que dejaba. Esta compresión servía
para poner de nuevo en contacto a las partículas
que habían sido necesariamente separadas por el
removido de la superficie. De esa manera se res­
tablecía lo que podemos llamar “acción de pabilo
del suelo”, que capacitaba al agua capilar, para
elevarse sin interrupción hasta el fondo de la hue­
lla del marcador. Cualquiera que haya usado una
lámpara de keroseno, se apercibirá de la signifi­
cación de esto.
El principio en que se basaba la acción del
marcador era la compresión. No se dónde se ori­
ginó la idea. Tal vez fuera el resultado de una
ilustración que acostumbrábamos a ver en un tex­
to sobre suelos. La figura se proponía mostrar
al estudiante el aspecto de un barbecho bien pre- '
parado. El color ligero de la superficie suelta,
“bien preparada”, mostraba que había sido secada
110 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

por el viento y el sol, como ocurre siempre, aun­


que se suponía que la superficie allí presentada,
era ideal para la germinación de la semilla y el
crecimiento de la planta. En la figura se incluía
la huella de un talón./ Las condiciones de hume­
dad de esta huella de color más oscuro, probaban
que el agua capilar había trepado por la columna
vertical ce suelo que estaba inmediatamente de­
bajo de ella. El estado comparativamente seco
del resto de la superficie del suelo, demostraba
que en el suelo suelto se había interrumpido la
conexión con el suministro de agua profunda del
subsuelo. Hace treinta años, la figura no signi­
ficaba nada más que una nítida foto de un suelo
excepcionalmente bien preparado por una buena
labranza (de acuerdo con los “standards” vigen­
tes). Adaptada al nuevo esquema para manipu­
lar el suelo, se transforma en una guía impor­
tante para métodos mejores de plantar y tras­
plantar. Ahora es imposible seguir la pista de los
efectos de la vieja figura, sobre mi modo de pen­
sar respecto a condiciones de suelo durante un pe­
ríodo de treinta años. Pero eso apenas si importa.
Lo importante es que, después de treinta años la
idea incubó. Cuando escribo esto, me preocupa el
alcance que ha tenido el procedimiento surgido de
la idea. Hasta ahora, nadie, ni entre los agricul­
tores prácticos, ni entre los agriculturistas profe­
sionales, parece dispuesto a aceptar una idea tan
PRUEBA EN ESCALA DE CAMPO 111

opuesta a los métodos acostumbrados de plantar


y trasplantar.
En cada una de las cosechas de 1939 y 1940
empleamos para cualquier clase de plantas este
marcador por compresión. Se trató de más de
ochenta y cinco mil plantas sin ninguna clase de
riego artificial. Setenta y cinco mil plantas llega­
ron de South Georgia con tiempo caluroso, y sin
embargo no se les dió agua al trasplantarlas. En
algunos casos esto pudo haber sido imprudente,
pero no fue la causa principal de la considerable
pérdida de plantas en 1939. En 1940 no hubo pér­
didas dignas de mención. Nuestro método impli­
caba la inclusión de las raíces en un suelo que
estaba de antemano provisto desde abajo con
agua capilar. Se consideró que las raíces deposi­
tadas en la huella del marcador y cubiertas con
tierra apisonada, estaban correctamente planta­
das. Las plantas siempre estaban erguidas a la
mañana siguiente. Hicieron excepción a esta re­
gla, las batatas dulces plantadas en un suelo al
cual se había entremezclado con disqueos la más
grande cantidad de materia orgánica. En 1939,
solo un campo tenía bastante materia orgánica,
constituida por la acumulación de los restos de
malezas de varios años. El campo estaba en una
loma alta, y todo él no era casi más que arena
tan liviana, que las cosechas de verano perecían
por falta de agua. Las únicas plantas que podían
sobrevivir en los veranos calurosos, eran las ma-
112 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

lezas que crecían espontáneamente. Por eso el


propietario no había podido alquilar la tierra a
los horticultores vecinos, ni tampoco había podi­
do explotarla por su cuenta. Debido a eso, cre­
cieron tantas malezas durante varios años. Cuan­
do ai rendé, ésta fué la primer área que elegí para
desarrollar métodos practicables de disqueo de
materia orgánica dentro del suelo. En algunas
partes los restos de la maciega eran tan copiosos,
que no pudieron ser entremezclados del todo con
el suelo superficial, y en algunas de las huellas
del marcador, el agua capilar no pudo humedecer
bien e fondo, porque una capa subyacente de
fragmentos de yuyos, absorbió el agua, e impidió
que llegara a la superficie.
Había que aprender esos detalles. Arttes de
aprenderlos en 1939, perdimos en ese terreno un
buen porcentaje de plantas de batatas, a causa de
que el sitio individual que les correspondió, tenía
debajo una capa absorbente de materia orgánica
que impedía que consiguieran agua. Con esta ex­
periencia aprendimos a revisar las casillas del mar­
cador e i el momento de trasplantar; si el fondo no
estaba húmedo, aunque se tratara de un día ca­
luroso, buscábamos la materia orgánica subya­
cente que impedía la llegada de la humedad a la
superficie. El año siguiente, después de haber in­
corporado al suelo superficial centeno de cuatro
pies de alto, el noventa por ciento de las batatas
plantadas exactamente de la misma manera pren-
PRUEBA EN ESCALA DE CAMPO 113

dio. En culquier situación, tratándose de batatas,


esto está bien. El éxito dependía de la presencia
efectiva de humedad en el fondo de la huella del
marcador.
Relacionado con esto, ocurrió un incidente
sumamente divertido. Mientras trasplantábamos
tomates en 1939, uno de los vecinos que observó
que en nuestro campo se hacía algo inusitado,
cruzó el cerco para inspeccionar la técnica que se­
guíamos en el trasplante. Al ver que empleába­
mos métodos tan descuidados, meneó tristemente
la cabeza, y nos advirtió que las plantas maneja­
das tan despiadadamente no podrían crecer en for­
ma satisfactoria. Al retirarse al poco rato su des­
agrado era evidente. Nos tomó por una partida
de obstinados, poco dispuestos a aprender de un
agricultor de mayor experiencia. Al final de la
estación, cuando recogíamos la cosecha de toma­
tes tuvo tanto placer en cumplimentarnos por el
estado soberbio de nuestras plantas, como el que
tuvimos nosotros al darnos cuenta de que había
cambiado de idea. Hasta gozó riéndose de sí mis­
mo, pero el asunto todavía era misterioso para éi.
Los métodos corrientes para trasplantar ex­
tensiones grandes, tales como huertas comercia­
les, plantaciones de tabaco y demás, comúnmente
requieren una maquinaria pesada, más pesada te- /
davía, porque hay que llevar agua para darle un
poco a cada planta. Nuestro método, que sólo in­
cluye dos personas, una azada, y una canasta lie-
-114 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

na de plantas, comparado con ellos, parece ridi­


culamente inadecuado. Sin embargo, los resulta­
dos de este método tan simple, fueron mejores en
1939 y 1940 que los que se lograban con el sis­
tema habitual en la localidad. Con excepción de
las batatas, el estado de nuestras plantas fué me­
jor que el de las de nuestros vecinos en 1939; y en
1940 como el terreno estaba muy mojado, pudimos
adelantarnos mientras ellos esperaban que se orea­
ra, para poder operar con sus caballos, tractores
y máquinas de trasplantar. Ni el tiempo seco de
1939, ni el lluvioso de 1940, afectaron aparente­
mente nuestros resultados. El porcentaje de plan­
tas de tomate que prendieron fué virtualmente
perfecto en cada temporada.
Tal vez parezca que se le dedica un espacio
excesivo e injustificado, a este examen de la pre­
paración del terreno y de la forma de trasplantar.
La extensa discusión de este asunto se justifica
por su valor ilustrativo; porque si en la mente del
lector quedara alguna duda sobre el desatino de
arar, la comparación de las relaciones del agua
consecutivas a arar y a disquear, disiparán rápi­
damente esos recelos.
Si en ese terreno se hubiera enterrado cen­
teno de fres pies con el arado, las raíces de las
plantas no hubieran tenido agua a su disposición
al día siguiente, o tal vez ni aún a la semana si-
guíente. Los científicos están de acuerdo sobre el
efecto secante de grandes cantidades de materia
PRUEBA EN ESCALA DE CAMPO 115
orgánica enterrada con el arado, aunque no ra-
zonan sobre el tema como lo hago yo. El compor­
tamiento de las plantas puestas en un suelo com­
pacto, trabajado con los discos, debería hacer
desaparecer toda confianza en la arada. Da la
prueba perfecta de la superioridad del disqueo,
cuando se trata de cantidades grandes de materia
orgánica.
Si el terreno se rompe con el fin de eliminar
la paja y los residuos vegetales, para que más tar­
de no sean obstáculos para la plantación y el cul­
tivo, entonces sí, el arado de vertedera es el único
implemento que se debe emplear para iniciar la
preparación del terreno. Pero sucede sin embar­
go, que lo que se necesita con urgencia es un sue­
lo superficial similar al que hallamos en la natu­
raleza, con toda la materia orgánica bastante
cerca de la superficie, para que las raíces de las
plantas puedan adueñarse de los productos de su
descomposición. Siendo éste el objetivo, la mane­
ra de lograrlo, es el empleo de un implemento in­
capaz de enterrar la paja y los residuos vegetales
que encuentra; en otras palabras, cualquier im­
plemento que no sea el arado.
Si lo permitiera el espacio, se podría decir
mucho sobre el comportamiento de las cosechas
en un terreno preparado con el método no >rtodo-
xo que se ha descripto. Las cosechas de la pri­
mera estación, no produjeron un rendimiento sa­
tisfactorio, porque había poca materia orgánica
116 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

disponible para proporcionar los elementos nutri­


tivos necesarios. El terreno donde se disquearon
las malezas para plantar las batatas, fué una ex­
cepción solitaria, y si el estado de los brotos que
se plantaron hubiese sido bueno, hubieran dado
beneficios esa temporada.
A nuestros. lectores les intrigará la elección
que hicimos de la batata como producción comer-
cializable para esta latitud (a diez millas sola­
mente del lago Erie). Había observado que se
desarrol aban bien en las huertas caseras, y sabía
que antes se las plantó para la venta en la locali­
dad, y que rendían mucho más que el promedio de
rindes en EE. UU. Una cosecha exótica que tu­
viera éxito, me ayudaría a triunfar en un mer­
cado dominado por algunos de los horticultores
más capaces del país. Ningún novicio podría com­
petir con nombres hábiles en la producción de co­
liflores, coles, maíz dulce, o lechuga; pero yo es­
peraba qte gracias a un artículo que no tenía
competenc a local, y que rendía bien, podría so­
brevivir y hacer algún dinero.
Mi confianza se fundaba en que muchos
años antes, yo había plantado batatas en pequeña
escala en un terreno muy flaco, con un rinde que
equivalía a mil doscientos “bushels” por acre. Y
el hecho de que obtuve ese rendimiento prodigioso
en un suelo preparado prácticamente con métodos
idénticos a los que proyectaba emplear entonces,
alentó mis esperanzas de repetir el resultado en
PRUEBA EN ESCALA DE CAMPO 117

escala más vasta. Aunque no lo logré, una esti­


mación cuidadosa del comportamiento de la plan­
tación, justificó algunas conclusiones constructi­
vas importantes.
Teóricamente, las batatas para madurar, re­
quieren que no hiele durante ciento veinte días.
Según los registros meteorológicos, en Ohio don­
de yo planté, transcurren alrededor de cuatro me­
ses entre la última helada de primavera y la pri­
mera de otoño. Sin embargo mis plantas en 1939,
dieron una cosecha sazonada, exactamente en se­
senta días, probando así que el elemento tiempo
no tiene tanta importancia, como la disponibili­
dad efectiva del alimento que las plantas nece­
sitan. Debido a que las plantas tuvieron una opor­
tunidad pobre, porque la materia orgánica no es­
taba bien mezclada con el suelo, así como también
a que el progreso inicial de la mayor parte de
ellas fué lento, rindieron apenas un poco más que
el promedio de la región; pero como las que pu­
dieron iniciarse bien prosperaron rápidamente,
era imposible pasar por alto la deducción de que,
mezclando mejor con el suelo a la materia orgá­
nica, la cosecha hubiera sido tremenda. Este acre
y medio solamente, podría haber pagado el gasto
de maquinaria y el costo de la mano de obra de
toda la chacra, dejando beneficios además. Tuvo
igual importancia la comprobación que en este cli­
ma relativamente seco, las batatas se puedan al­
macenar inmediatamente después de cosechadas,
118 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

sin secado, ni curación artificial, como lo necesi­


tan ¡as que se cosechan en el clima mucho más
húmedo del sudeste. Las que yo coseché en 1939
se podían almacenar inmediatamente después de
extraídas de ’ i tierra. En ninguna forma podría
decirse que en otras estaciones, los tubérculos sa­
zonados estarían tan secos como los que yo cose­
ché ese año·; al contrario, es sabido que las batatas
que se producen en mi zona de Ohio, se pudren con
facilidad; sin embargo tal vez sea cierto que las
batatas producidas principalmente con materia or­
gánica, sean menos húmedas que las que se pro ­
ducen en un suelo altamente mineral. Esta posi­
bilidad, merece que se la investigue.
Yo tenía mucha fe en que, con la cosecha de
batatas levantaría mi hipoteca. Por eso le dediqué
a ellas cinco acres de la granja. Ninguna parte
del terreno, si se exceptúa este primer campo, te­
nía una cantidad considerable de materia orgá­
nica, sólo había maciega. En los otros campos las
plantas prendieron en forma excelente, pero a
causa de que el terreno no tenía materia orgá­
nica, estos campos no produjeron tubérculos ven­
dibles. En 1940, las únicas batatas que se plan­
taron, lo fueron en el campo que dió mejor en
1939. Las plantas prendieron muy bien, por lo
menos prendió un 90 por ciento; pero durante
toda la temporada de crecimiento escasearon si­
multáneamente el calor y la humedad, para que
las plantas dieran una cosecha satisfactoria.
PRUEBA EN ESCALA DE CAMPO 119

Si se tiene en cuenta todo ese conjunto de


pruebas, al parecer, la batata es una cosecha se­
gura en esta región, como no sea durante algunas
estaciones casuales extremadamente frías, siem­
pre que el terreno superficial esté repleto de ma­
teria orgánica, y que el trasplante se haga correc­
tamente. Recuérdese que todas mis plantas ve­
nían del Sud, de Georgia, y que habían sido tras­
plantadas sin riego, después de haber estado en
camino durante dos o tres días calurosos. Aún
con esta desventaja, donde había agua capilar dis­
ponible en el momento de plantarlas, prendieron
en forma excepcional. Por lo tanto espero conti­
nuar plantándolas en escala limitada. Que el pro­
ducto pueda ser almacenado sin secado artificial,
no tiene importancia en esta zona, porque el mer­
cado de Cleveland, absorbe en toda época la pro­
ducción local de unos pocos Centenares de acres.
En 1939, las batatas de primera calidad que co­
seché, tuvieron bonificación en el precio durante
toda la temporada.
Después de haber analizado el resultado de
la temporada de 1939, puede suponerse sin temor
de errar, que si la provisión de materia orgánica
hubiese sido suficiente en todos los campos, con la
cosecha de batatas solamente, el año hubiera deja­
do beneficios. Aunque perdí dinero en cantidad
en 1939, no me desalenté. Como es natural, no po­
día preveer que la temporada de 1940 sería tan
extremadamente lluviosa, en los meses en que se
120 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

inicia la plantación, que ni siquiera se pudo tras­


plantar. Lo mismo ocurrió en toda la región. Nin­
guno c'e los agricultores pudo plantar una parte
considerable de la superficie acostumbrada. Algu­
nos que prepararon varias veces el terreno y que
basta distribuyeron el fertilizante, no tuvieron
oportunidad para plantar, más tarde. Yo fui lo
bastante afortunado para poder trasplantar los to­
mates, en el único día entre el 25 de Mayo y el 10
de Julio, en que el estado del terreno permitió ha­
cerlo. A mediados de Julio se plantaron varios
campos con tomates que estaban listos para ser
trasplantados a mediados de Mayo. Fué una tem­
porada inusitada desde todo punto de vista. Por
lo tanto, como obtuve producto de dos acres sola­
mente, es natural que no hiciese dinero. El es­
fuerzo de la estación apenas dió con que pagarse.
A semejanza de 1939, 1940 me dió algunas
lecciones importantes, aunque me defraudara fi-
nincierame ite. Las condiciones meteorológicas,
impidieron que se disqueara el centeno en el mo­
mento onveniente para hacer las plantaciones
proyécta las. Con excepción de algunas cosechas
menores, las entradas totales de la granja pro­
vinieron de los tomates, porotos y pepinos. Cada
una de esas cosechas sufrió la desventaja del
tiempo, pero en cada caso los resultados fueron
alentadores y provechosos.
La cosecha de 1940, en los alrededores de
Cleveland, fué una desilusión. Muchos agriculto-
PRUEBA EN ESCALA DE CAMPO . 121

res la consideraron como a la temporada más po­


bre en toda su experiencia. A la humedad más
extremada, siguió la sequía, y de nuevo volvieron
las lluvias; por eso se agrietaron muchos toma­
tes. Aunque en mi cosecha también hubo frutos
como esos, en toda época pudieron recogerse to­
mates vendibles. La mayor parte de los agricul­
tores tuvieron que abandonar sus plantaciones
tempranas, antes de que comenzaran a producir
las tardías. Yo tenia en cultivo un acre solamente.
A medida que avanzó la estación, aumentó el vi­
gor de las plantas, y hubo buena demanda por
el artículo, con bonificación en el precio durante
toda la temporada. A veces conseguí una bonifi­
cación de 25 céntimos por cuarto de “bushel”, por
encima del precio máximo en el mercado de Cle­
veland. Una de las razones de esto, fué el peso
excepcional del producto envasado. El peso “stan­
dard” de un cuarto de bushel es de unos siete ki­
los y medio. Mi cosecha de 1940 dió un término
medio de peso mayor. Era común que el cuarto
de bushel pesara ocho kilos y muchos alcanzaron
a ocho y medio. La mayor parte de los tomates
locales, en 1940, pesaron entre cinco y siete kilos
por cuarto de bushel. El peso excepcional de los
míos, y la calidad que eso indicaba, justificaron
el premio que recibí.
Por varias razones también fué extraordina­
ria la cosecha de porotos. Para empezar antes de
que pudiera plantárselos, se había volcado en el
122 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

terreno con la disquera centeno de seis pies de alto


y cuando digo “volcado”, me expreso con exac­
titud En algunos lugares era tan espesa la capa
de centeno que cubría la superficie, que en reali­
dad los discos no tocaban el suelo. No había nin­
guna solución para eso. Si se plantaban porotos
en ese. terreno, debían plantarse a pesar de ese
estado, y así se hizo. Se pasó el marcador sobre
el terreno, espaciando las hileras a metro de dis­
tancia más o menos. En las partes en que el mar­
cador “caminó” encima de la paja sin ni siquiera
romperla, se hizo eso a mano, y los porotos se
plantaron en el terreno sólido, cubiertos con una
azada de tierra de al lado, y fueron abandonados
a su destino. El estado de las plantas era tan per­
fecto, que fue objeto de los comentarios de la gen­
te entendida en cultivos que vió el lote durante
las semanas siguientes. Esto indicaba, para mí
cuando menos, que un terreno primorosamente
trabajado, no es esencial para las semillas. Com­
párese este método de plantar con el descripto por
Ben Ames Williams, que yo cité en la página 51,
tomado de “Come Spring”.
Con el marcador que yo tenía, era imposible
aproximar las hileras a menos de un metro, y
por eso, parecía que se derrochaba terreno si solo
se plantaban porotos; entonces planté también hi­
leras alternadas de pepinos. En esa forma los pe­
pinos quedaban conveniente espaciados, y yo tenía
otro cultivo para recoger cosecha y para obser-
PRUEBA EN ESCALA DE CAMPO 123

vario. Las limitaciones que imponía la distancia,


hacían difícil llevar la cosecha al mercado, y tam­
bién conseguir mano de obra para la recolección
en el pueblo vecino; por eso, era bueno no sem­
brar más porotos que los que yo mismo pudiera
recolectar.
‘Los pepinos tuvieron más valor como objeto
de observación que como fuente de ingresos. Sin
embargo, considerando que se trataba de un te­
rreno de labranza ordinario, convertido en huerta
experimental mediante el disqueo en el suelo su
perficial de una sola cosecha de centeno, no debe
sorprender que los porotos produjeran mejor qué
los pepinos. Los porotos se adaptan mejor que
los pepinos a un suelo endurecido. En verdad los
pepinos son muy exigentes en lo que se refiere
a abundancia de alimento disponible, con prefe­
rencia productos de descomposición. En este sue­
lo crudo, sólo parcialmente preparado para una
buena cosecha de pepinos, la calidad de los frutos
que maduraron fué sumamente elevada. Cada pe
pino tenía un color verde oscuro tan intenso, co
mo si se hubiera desarrollado bajo circunstancias
perfectas para el crecimiento. Varios almacenen ■
que compraron algunas cantidades, me dijeron
que esperaban venderlos al precio de los de inver­
nadero. Eso no sería un fraude porque tenían la
calidad de tales. Deducido de la calidad excelente
de este fruto, puede afirmarse que todo terreno
preparado mediante una serie de cosechas de abo-
124 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

no verde, disqueadas dentro de la parte superfi­


cial, déberá producir pepinos de calidad insupera­
ble y en gran cantidad.
Los porotos dieron una respuesta aún más
notable, en este supuesto ambiente tosco. Además
de la germinación perfecta que ya se mencionó,
continuaron floreciendo en masa mientras hubo
en e! meló agua disponible. Simultáneamente, y
durante un período largo, varias semanas, las
plantas tenían a la vez, yemas de flores, flores,
chauchas verdes y chauchas listas para cosechar.
Como es natural, la producción tuvo que ser co­
sechada durante un correspondiente período lar­
go. Se »ecesitaron cinco recolecciones; menos la
última, todas fueron abundantes. Y, aún después
que cesamos de cosechar, todavía maduraron bas­
tantes de los que se plantaron tarde, como para
tener Je nuevo semilla para plantar una extensión
de buen tamaño.
No es común que los porotos florezcan, cua­
jen y maduren con esa persistencia. Se abando­
na a la mayor parte de las plantaciones de po­
rotos después de la primera recolección o a más
tardar, después de la segunda. Un horticultor lo­
cal que tenía medios para regar y había empleado
nitrógeno para estimular la producción de poro­
tos, parecía orgulloso al anunciar que había te­
nido que recolectar dos veces a las mismas plan­
tas,'después de haber regado y empleado nitró­
geno. Mi plantación produjo sin ninguno de los
PRUEBA EN ESCALA DE CAMPO 125

dos, aunque en ciertas épocas hubiese sido prove­


choso el riego a causa de la sequía. A mí me parece
muy significativo el hecho de que estas plantas
produjeran doscientos “bushels” de porotos ven­
dibles por acre, si se tiene en cuenta que las con­
diciones meteorológicas prevalentes fueron seve­
ras. Indica que si el terreno hubiese tenido tanta
materia orgánica en la superficie, como para que
su coloración fuera otra vez negra, hubieran cre­
cido plantas que comenzaran a producir en pri­
mavera, continuando en producción hasta las pri­
meras heladas de otoño.
En todo esto, no se ha mencionado el hecho
de que en 1940, en ninguna parte de la granja se
utilizaron fertilizantes nitrogenados. Al recapi­
tular las consecuencias del plan, este hecho tiene
suma importancia. Será evidente, para cualquier
lector con experiencia, que sin un copioso sumi­
nistro de nitrógeno, no se hubieran podido produ­
cir cosechas como la que yo he descripto. Será
igualmente claro, que un terreno de calidad or
dinaria, no podría haber provisto el nitrógeno ne
cesario para productos de huerta de buena cali­
dad. Siempre se esperan buenas cosechas sin el
agregado de nitrógeno, en forma de algún abono
químico, solamente de la tierra negra, enrique­
cida con materia orgánica en descomposición. En
verdad, sin nitrógeno tal terreno no produce nin­
guna cosecha vendible. Hasta donde yo soy el res­
ponsable, estas plantas carecían de nitrógeno,
,126 ' LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

porque había omitido su empleo intencionadamen­


te. Me sería difícil exponer las razones de esta
omisión, pero en mi experiencia de muchacho, ha­
bía visto que con más frecuencia empleábamos el
nitrógeno con exceso, que con parquedad, y que
por esa razón sufrimos algunos reveses serios en
la producción. A causa de estas experiencias des­
favorables con el nitrógeno, nunca he creído mu­
cho en las ventajas de su aplicación.
En el próximo capítulo, tal vez el más ex­
traño dé todo el libro, se hallará la explicación
completa, de cómo se las arreglaron mis cultivos,
para conseguir una provisión suficiente de nitró­
geno. Aunque tiene a la vez algo del misterio de
Aladino y de novela de fulleros, con todo, es una
historia muy verídica. También se reserva para
otro capítulo la historia de cómo estas plantacio­
nes derrotaron a los insectos y a las enfermeda­
des. El éxito no se debió al empleo de insectici­
das, fungicidas u otros medios de lucha con las
plagas, porque no se empleó ninguno de esos
auxiliares.
El resultado neto de estos dos años de tra­
bajo en el campo, fué que por mi parte me con­
vencí que el hombre supone erróneamente que
puede mejorar en realidad, las providencias que
la naturaleza ha planeado tan bien para la nutri­
ción de las plantas. Frente a la necesidad de com­
batir a la vegetación competidora, con el fin de
fomentar a las plantas que él favorece, el hombre
PRUEBA EN ESCALA DE CAMPO 127
ha sobrepasado temerariamente los límites de la
corrección biológica, efectuando en el suelo ope­
raciones que malgastan los verdaderos alimentos
de los vegetales, que requieren sus plantas. Lue­
go, las aflicciones que tiene, son la consecuencia
de este error original. Mis experiencias han pro­
bado que para evitarse esas desazones, sólo nece­
sita volver a métodos que imiten a los de la natu-
raleza. Este es un descubrimiento del todo pla­
centero.
VII

SUELO A· MAQUINA

Puede decirse con gran parte de verdad, que


si hemos permitido que degenerasen nuestros sue­
los, ello se debe principalmente a que ha existido
una generosa provisión de suelo bueno en todas
partes sobre la superficie de la tierra. La exis­
tencia de esas zonas fértiles y en particular el
descubrimiento que hizo Colón en un momento
oportuno, de unos pocos centenares de millones
de acres extra, cuya existencia no era conocida
ni sospechada antes del descubrimiento, hicieron
más fácil el camino del hombre. Mientras preva­
leció ese estado, no era imperativo que el hombre
aprendiera a proporcionarse un suelo cultivable'
donde no existía ninguno.
Sin embargo, ya es tiempo que se verifique
la verdad. Dondequiera que antes exitió buen
suelo, lo podemos volver a crear, y podemos ha­
cerlo así mediante la maquinaria. Toda excepción
a esta afirmación categórica se deberá a errores
130 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

humanos, así por ejemplo, tierras insostenibles,


porque se obstruyeron las corrientes de drenaje
natural, o desiertos de arena, porque se los des­
pojó de la arcilla que les conservaba el agua y
mantenía a un nivel superficial conveniente a la
napa de agua. Existe aún la seguridad de que a
toda la categoría de las tierras que el agua ero­
sionó, por severa que haya sido la erosión, se les
puede restaurar un suelo tan bueno como el que
las cubría. Y mucho de eso mismo es aplicable a
las tierras que erosionó el viento, o a los suelos
agotados por el mucho cosechar o pastorear.
La naturaleza no puso en todas partes la
misma clase de suelo, precisamente. A causa de
que actuaron fuerzas complejas en su creación,
ha habido diversos suelos diferentes. No nece­
sitamos entrar en eso, a no ser, para decir que la
única cosa que los suelos han tenido en común
ha sido la materia orgánica en la superficie, o
dentro de la parte superficial. No tenemos por­
que interesarnos en lo más mínimo, respecto a si
tal suelo era lo que los científicos llaman un pod­
zol, o un suelo de pradera, o un chernozeno, o
lisa y llanamente, tierra. Lo significativo para ca­
da uno de ellos en estado virgen, era la cantidad
de materia orgánica que contenía, lo que implica
también, las condiciones bajo las cuales la pro­
visión de humedad, permitirá el mantenimiento
de una cierta cantidad de materia orgánica en el
suelo.
SUELO A MÁQUINA 131

Ni siquiera es necesario que el suelo sea de


tinte moreno para que produzca bien, aunque los
suelos que la naturaleza ha hecho productivos,
siempre revelan su calidad por la presencia de
materia orgánica en descomposición, que es nece­
sariamente de coloración oscura. (La única ex-
cepción a esta afirmación, si en realidad es una
excepción, es el área desértica fertilizada con rie­
go. Tal suelo es rico a causa de ios minerales que
el agua trae de las profundidades del terreno, y
que al evaporarse deja en el suelo). Como los
suelos desérticos dependen de la irrigación, en
realidad, quedan excluidos aquí. En un solo dis-
queo, puede introducirse en el suelo superficial,
bastante materia orgánica como para que todo
suelo común se haga productivo casi inmediata­
mente, aunque la materia orgánica incorporada
en una sola vez, sea demasiado pequeña, para que
■ su descomposición influya sobre el color del sue­
lo. Eso fue lo que ocurrió en el suelo que labré
en 1940. Con la rastra de discos le incorporé cen­
teno de tres a seis pies de alto, con el fin de que
fuera el venero orgánico de materiales nutritivos
para mis plantaciones. Jamás pude descubrir ni
una sombra de tinte negro asociado con la descom
posición orgánica, y sin embargo, las cosechas sé
comportaron como si el suelo hubiera tenijó
abundancia de fertilidad.
La negrura del suelo virgen, es el resultado
de un proceso acumulativo más o menos compli-
132 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

cado, puesto que comprende depósitos anuales re­


petidos de residuos vegetales, y posiblemente ani­
males, subre Ja superticie, a lo cual se añade el
efecco destructivo de una innumerable población
biológ ca que vivió y murió en ese ambiente y
que c mtribuyó a su vez a su enriquecimiento.
.La resultante materia orgánica descompuesta y
de color negro, depositada en la superficie e in­
mediatamente debajo de ella, y no en una capa
impracticable a varias pulgadas de profundidad,
conserva el agua absorbida por el suelo, justa­
mente en la zona donde tratan de procurársela
las raíces de las plantas. La suposición de que
durante centenares de años, nada ha alterado su
superficie, no explica satisfactoriamente la fer­
tilidad del suelo. A este respecto hemos desarro­
llado teorías inútiles. Los hombres han llegado
a creer, por ejemplo, que se necesitan siglos pa­
ra que se desarrolle un suelo productivo. La
verdad satisiactoria, es que, un hombre con una
yunta o con un tractor y una rastra de discos,
puece mezclar dentro del suelo, en asunto de ho­
ras, suficiente material orgánico para lograr re­
sultados iguales a los que logra la naturaleza en
décadas.
I'n la naturaleza transcurrieron largos pe­
ríodos para que se desarrollara el P. M. O. del
praco o del bosque, porque el entremezclamiento
de la materia orgánica, estaba en lo principal, a
cargo de las sabandijas y de las lombrices. La
SUELO A MÁQUINA 133

superficie del suelo era el ambiente de su hogar.


Trabajaron lentamente pero con tesón, y des­
arrollaron esta primera condición esencial de toda
vida; la salud del terreno.
Esta ha sido necesariamente la verdad en la
formación natural de los suelos en todas partes.
Los pastos de las llanuras formaron capas más
gruesas y más negras de materia orgánica super­
ficial, porque eran plantas anuales. Llovía cada
otoño. Cada primavera surgía la nueva vegeta­
ción. Las plantas muertas se acumularon y fue­
ron trituradas por los seres vivos de la super­
ficie del suelo. Se necesitaron sólo unos pocos
años para que este proceso creara el suelo resis­
tente que hallaron los colonos, cuando por pri­
mera vez emprendieron la gigantesca tarea de
ararlo. No es sorprendente que en muchos casos,
se necesitaran tiros de cinco yuntas de bueyes
con ese propósito.
. El bosque no deposita capas orgánicas tan
profundas y tan negras. ¿Por qué? Porque la
descomposición anual de las hojas era más com­
pleta y el material era empleado por los árboles
que crecían. El agricultor que limpió el terreno,
sólo logró los “mendrugos de la mesa” del bos­
que; no pudo ser de otro modo. Desnudado así
de su velo de misterio el mecanismo natural de
la construcción del suelo, en adelante no parecerá
imposible que los hombres creen sus propios sue­
los, cuando los necesiten y donde los necesiten; y
134 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

también debe recordarse que, cuando el suelo de


una antigua selva haya sido restaurado a su pri­
mitiva feracidad, no habrá que esperar hasta que
se pudran los troncos y las raíces, como ocurrió
en otro tiempo, antes de que pueda labrarse el
terreno con provecho. Más de un agricultor de
las otras generaciones, se encontró con que cuan­
do desaparecieron esos impedimentos, el suelo ya
no era productivo. El agricultor moderno tiene
la gran ventaja de que puede, sencillamente, in­
corporar con los discos una cosecha de abono ver­
de, cada vez que opta por extraer y extrae una
buena porción de productos de descomposición en
la producción del primer año. Y el procedimien­
to se presta a una repetición infinita.
Se nos refiere que los suelos eran muy dife­
rentes en sus orígenes históricos. Y tan diferen­
tes en efecto, que las diferencias influyen en su
adaptación a cosechas específicas. La opinión
más correcta es que esas idiosincrasias se des­
arrollaron con posterioridad a la destrucción del
perfil de materia orgánica y cuando ésta hubo
sido consumida. En buenos suelos vírgenes las
restricciones a la producción se deben a factores
climáticos, más bien que a las particularidades
de los orígenes del suelo. Mi experiencia en el
cultivo de batatas viene al caso; las plantas ha­
bían completado su desarrollo en dos meses en
lugar de cuatro, en terreno vecino al Lago Erie,
completamente fuera de su habitat normal. Se
SUELO A MÁQUINA 135

combinaron la presencia de suficiente materia or­


gánica en el suelo, una copiosa provisión de agua
en la materia orgánica y la prevalencia· de un
tiempo cálido y asoleado, para sobreponerse a mis
factores adversos. Un virginiano, comprador lo­
cal de una cadena de almacenes, me había dicho
que en la localidad no podían plantarse batatas
con éxito. Yo no me inclinaba a creerle. Cuando
sazonó la cosecha, me compró parte de ella, pa­
gándome una bonificación de 25 céntimos sobre
el precio máximo que se pagaba corrientemente
por los mejores tubérculos cosechados en el Sud.
Personalmente dudo que un tipo de suelo se
adapte mejor que otro a una cosecha dada, siem­
pre que cada suelo esté abundantemente provisto
de materia orgánica dentro de la parte superfi­
cial. Nótese que se estipula una liberal cantidad
de materia orgánica, y que ella debe estar dentro
de la superficie. Si dos suelos así tratados están
sujetos a condiciones climáticas similares, a pesar
de lo diferentes que puedan ser en su origen, sus
respectivos rendimientos se diferenciarán demasia­
do poco, para indicar una superioridad substancial
de cualquiera de ellos. En otras palabras, las
batatas, que definidamente prefieren suelos are-
nosos, producirán muy bien en arcillas apretadas
siempre que primero se haya dotado con largue­
za a las arcillas, de una provisión abundante de
materia orgánica en la parte superficial. ’ o ya
'he producido chirívias en arcillas duras trctadas
136 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

así; el rendimiento llegaba a la cifra de 1220


bushels por acre. Comúnmente las chirivias se
plantan en gredas arenosas.
Isio estoy preparado para decir que el sim­
ple disqueo de materia orgánica dentro de la su­
perficie, del suelo, es la panacea para todos los
estados adversos de él. Existen demasiadas con­
diciones musitadas, sobre las cuales yo tengo de­
masiado poco conocimiento. Mi conocimiento del
suelo ¿o es lo suficientemente amplio, para justi­
ficar una generalización completa. Sin embargo,
a mei os de que estemos dispuestos a poner en
tela dí juicio la aplicación universal de teorías y
principios, que durante generaciones demostraron
ser útiles en otros campos, debemos admitir como
posible, que a todos los suelos se les puede aplicar
esta idea de mezclar materia orgánica con la su­
perficie, como remedio para muchas, sino para
todas las desazones que tenemos con el suelo.
También, el hecho de que todos los resultados
pertinentes de las estaciones experimentales apo­
yan la idea, da mayor peso a la pretensión que
adelanto.
No tenemos ningún implemento que se adap­
te bien a la incorporación de materia orgánica
dentro de la parte superficial del suelo, en todas
las condiciones. La rastra de discos es una bue­
na herramienta para usarla en una diversidad de
casos, pero, aun ella misma, tiene sus limitacio­
nes. No puede ser empleada en un suelo muy
SUELO A MÁQUINA 137
duro, aún cuando en tal caso trabaje con éxito
a continuación del arado. Es difícil de manejar
en terreno muy quebrado. A menos que se em­
pleen técnicas especiales, la rastra de discos no
deja una superficie uniforme. Algunas de las di­
ficultades pueden resolverse, usando tracción me­
cánica; pero los agricultores que tienen caballos
solamente, no lo podrán hacer. Sin embargo,
hasta que alguien invente algo mejor, la rastra
de discos es el único instrumento que puede sus­
tituir al arado en la preparación acabada de!
terreno, (siempre que no sea césped) para cose­
char. Su empleo con ese propósito, es tan dife­
rente de su rol tradicional de alisar el terreno
después de arado, que unas pocas insinuaciones,
ayudarán al agricultor que quiera ensayarlo. Creo
que una rutina como la que se da a continuación
será la más eficaz:
1) Asegurarse de que los discos estén afila­
dos y libres de herrumbe. Tener todo el implemento
en buenas condiciones de trabajo, todas las grase -as
u otros medios de aceitar, bien llenos de lubrican­
tes. Esto último tiene importancia especial,, por­
que, como la rastra de discos no fué proyectada para
un trabajo pesado como es el de romper campo,
se la somete a esfuerzos inusitados, de modo que
deberá mantenérsela siempre bien lubricada.
2)

siempre que lo que se trata de hacer, sea cortar el


suelo con los discos. Al llegar al terreno desprén­
dase la sección trasera, después será útil en el
trabajo final de rastrear para romper los terrones.
138 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

Si se permite que siga a la sección delantera, mien­


tras esta trata de ir hondo, su peso se lo impedirá.
3) Cárguese la sección delantera con mucho
peso, A consecuencia de esto se la somete a esfuer­
zos excesivos. El arado está proyectado para que
busque por si mismo un cierto nivel debajo de la
superficie, y por lo tanto no requiere que se lo car­
gue con pesos. La única fuerza que impulsa a la
rastra de discos dentro del suelo es la gravedad.
El peso se agrega a esta fuerza.
4) Ajústense los discos para que penetren en
el suelo, es difícil decir hasta que profundidad,
pero ensáyense ajustes a ángulos diferentes hasta
ver cual es el efecto. No sorprenderse si al abrir
melga no se ve que los discos hayan cortado con
firmeza. Por lo común han penetrado ligeramente,
poro como no vuelcan lo bastante a la tierra, no se
nota.
5) Cuando se mezcla con el suelo abono ver­
de crecido y de mucha paja, como es el centeno,
tiene importancia que se lo vuelque siempre en el
mismo sentido y luego cruzarlo de nuevo con la ras­
tra cuando esté en el suelo; porque asi se corta la
paja en trozos que pueden incorporarse con facili-
idad. Como es natural, los discos deben estar bien
afilados para este trabajo. También hay limitacio­
nes en la cantidad de centeno que puede trabajarse
con la rastra por afilados que estén los discos.
Aquí la mejor guía es la experiencia. No pueden
formularse reglas.
6) Puede ser que un suelo arcilloso esté tan
seco, que no ceda en absoluto a los discos. En tal
caso, es posible que sea útil disquear. el terreno una
primera vez, salga lo que salga. Así se volcará el
abono verde, de modo que al estar en contacto con
la superficie, mejore el contenido de humedad de
SUELO A MÁQUINA 139

ella. Más tarde, digamos a la semana, se hace una


segunda tentativa con el fin de cortar la superficie,
es probable que esta vez se tenga éxito. Si se fra­
casa también a la segunda vez, se esperará a que
llueva.
7) Conviene que se les diga a los agricultores
q'ue siempre lian usado rastras de discos dobles,
que cuando emplean la sección delantera solamente,
deben tratar de que en cada corrida, una mitad de
la rastra se encime sobre la carrera anterior, así
dejan el terreno alisado. Esto tiene mucha impor­
tancia cuando los discos cortan la superficie; como
es natural, la tiene menos, si solo se disquea para
voltear el abono verde.
8) Si se sigue la rutina esbozada más abajo,
será posible que la labor sea uniforme, o cuando
menos más uniforme que la q'ue resultaría de no
seguir el método. Cualquiera será capaz de planear
un modo de trabajar que convenga a su situación
particular. El que sigue se ofrece como una su­
gestión, suponiendo que el campo es cuadrado o
rectangular.
Antes de cortar melga, decídase primero en
que sentido se quieren dar todas las vueltas. Con
algunos equipos se pueden dar más fácilmente hacia
la izquierda, con otros a la derecha. Puesto que
todas las vueltas se han de dar en el mismo, sentido*,
es necesario determinarlo de antemano.
Pártase siguiendo un lado del campo sobre
linde. Cuando se llegue al extremo dése vuelta y
sígase perpendicularmente más o menos una dis­
tancia igual a cuatro o cinco veces el ancho de la
rastra. Entonces, dése vuelta y sígase una línea pa­
ralela a la primera dirección hasta el límite opuesto
del campo y desde ahí vuélvase al punto de partida.
140 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

Repítase siempre lo mismo, encimando la


mitad de la rastra sobre el lado interior de la ras­
trillada precedente. En los finales es imposible
ene.mar las rastreadas, puesto que, yendo en una
dirección, el corte anterior estará a la derecha, O
a 11 izquierda si se sigue la dirección opuesta. En
los extremos se deberá hacer ese cambio de lados.

En los tres párrafos anteriores se dan nor­


mas sencillas para lo que puede llamarse una ru­
tina de disqueo en “espiral”. Si se comienza cru­
zando un extremo del campo, se progresa muy
gradualmente hacia el otro extremo, mediante
estas carreras que se sobreponen cada vez en la
mitad del ancho de la rastra.
También después de unas diez vueltas a la
espiral, la rastra comienza a disquear sobre el
lado que avanza hacia el otro extremo. En este
momento uno puede preguntarse qué es lo que de­
be hacer. La contestación es continuar exactamen­
te lo mismo que cuando se comenzó, encimando
cada vez la mitad de la anchura, hasta que se lle­
gue al extremo opuesto del terreno con la rastri­
llada que avanza. Ahí termina el trabajó, y en esa
forma se habrán disqueado por duplicado las diez
prineaas y las diez últimas vueltas, y por cuadru­
plicado todo el terreno comprendido entre ellas.
Podrá suceder que al disquear por primera
vez todo el campo en esa forma, éste ya se encuen­
tre en estado apropiado para darle la rastreada
final. Sin embargo, yo he visto que para que el
SUELO A MÁQUINA 141

terreno quede suficientemente bien preparado, co­


mo para que después se pueda usar cualquier tipo
de equipo cultivador, es mejor repetir el proceso
exactamente tal como se lo indicó, excepto que hay
que cruzar la dirección de la primera disqueada.
Como es natural, si la rutina recién descripta, fue
precedida por una pasada preliminar para voltear
el abono verde, la cuádruple operación de disqueo,
habrá reducido este material a trozos de 6 pulga­
das de largo. En este caso es posible que si se dan
una o dos rastreadas con los dos cuerpos de la ras­
tra, el rastrojo quede listo para poder plantar. No
se espere que tenga el aspecto uniforme que deja
el arado, aun cuando se hubiese rastreado todo lo
posible. Y cuando tenga el mejor aspecto posible,
aquí y allá se verá alguna paja. Ni la falta de
lisura perfecta, ni un ocasional pedazo de paja, se­
rán funestos para el empleo de los equipos comu­
nes, aunque al plantar probablemente será necesa­
rio, interrumpir de cuando en cuando la marcha,
para sacar la paja acumulada en las zapatas de la
sembradora. El poco de paciencia que habrá de te­
nerse respecto a esto, será recompensada más tar­
de con largueza, porque la cosecha estará menos
expuesta a los efectos de la sequía, no requerirá
absolutamente ningún fertilizante nitrogenado, y
rendirá desproporcionadamente mucho más que
los promedios habituales. Esto es cierto para cual­
quier clase de cosechas que se cultiven.
Puede ser necesario que después de finali-
-142 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

zado el trabajo de disquear, tenga que pasarse la


rastra de dientes para alisar el terreno; pero tam­
bién puede no serlo. Con certeza, no quedarán te­
rrones en el terreno. Si el tiempo es seco, tendrá
importancia apretar el terreno con el rodillo, o un
implemento corrugado, pero también puede hacer­
se un buen trabajo enderezando los discos y car­
gando la rastra.
Debe hacerse lina advertencia respecto al
cultivo. Yo casi arruiné una cosecha de maíz, por­
que, corro no vi que había bastante paja sin cor­
tar en la superficie, levanté ligeramente todos
los caballones de maíz, cuando pasé el aporeador.
En este campo el centeno había tenido seis pies
de alto. No había sido posible enterrarlo del todo,
y mucha parte quedó allí, ni siquiera estaba cor­
tado en pedazos. Si hay que vérselas con esa mis­
ma circunstancia, lo mejor es postergar el primer
cultivo hasta que la paja haya tenido tiempo de
desintegrarse lo bastante para no ser un impedi­
mento. No se necesitará mucho tiempo para eso,
si llueve un poco. Si después de la siembra hace
tiempo seco, habrá que esperar dos o tres sema­
nas. A este respecto el éxito es asunto de obser­
vación, y manipulación cuidadosa.
Es natural que si las condiciones son las que
termino de describir, no puede esperarse que la
siembra se haga con el equipo común. Yo inventé
un marcador a presión, para que fuera posible
plantar en una superficie como esa. Después de
SUELO A MÁQUINA 143

pasar este aparato, hubo que sembrar a mano, pe­


ro la forma como creció la cosecha justificó el
método manual. Pronto se verá que si el agri­
cultor puede espertar un rendimiento por acre,
varias veces mayor que el habitual en un suelo
regenerado de esa manera, está justificado que
se conceda un cuidado más esmerado; o dicho de
otro modo, si al renovar el suelo con abono verde,
puede reducirse la superficie sembrada a un quin­
to, un tercio o a la mitad, para lograr un mismo
rendimiento, el mayor cuidado, difícilmente es
una concesión.
Es de esperar que con el tiempo se inventen
y se pongan en venta implementos apropiados.
Mientras tanto yo preveo hasta cierto punto, la
modificación de los planes que seguí en 1939 y
1940. En lugar de cultivar abonos verdes en can­
tidad suficiente para que su incorporación sea
imposible con la rastra de discos, preveo emplear
más de una temporada para que esté listo para
dedicarlo a cosechar; para eso, después de ente­
rrar superficialmente un sembrado de centeno de
dos o tres pies de alto, al principio de la primave­
ra, se sembrará algún abono verde que crezca en
verano, para incorporarlo más tarde, y a conti­
nuación se volverá al centeno. Esto implicaría
dos cosechas de abono verde cada año. No se ne­
cesitarían muchas de esas cosechas cortas, para
que el suelo comience a ennegrecerse otra vez. Y
por pérfido que parezca, espero que mientras esté
1 44' LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

en marcha esa tentativa, cada siembra irá acom-


pañada de la correspondiente germinación de mul-
titud de semillas de malezas. El disqueo de ma­
lezas verdes con cada incorporación de abono ver­
de, puede ser una manera excelente de reducir la
vegetación de los yuyos. En un capítulo posterior
nos extendemos más sobre esto.
Puede ocurrir fácilmente, que un terreno sea
tan refractario al disqueo, que en ninguna forma
pueda incorporársele el abono verde. No suspen­
deréis por eso vuestros esfuerzos. No hay que en­
terrarlo con el arado. O, si se lo hace así, hay que
volver a arar el terreno, y esta segunda vez, un
poco más hondo. Si se ara dos veces, se habrá
creado una condición de suelo superior, porque la
segunda arada, habrá devuelto a la zona de las
raíces la masa de abono verde. Una vez en esa
situación, la rastra de discos, será capaz de alcan­
zarla y cortarla. Para su deleite, el que procedió
así, se encontrará con que el trabajo no deja te-
ru ¡es, de manera que las operaciones consecuti­
vas podrán abreviarse mucho.
Arar dos veces no es un invento nuevo. Ten­
go amigos que recuerdan que los agricultores de
una generación anterior, a menudo araban el tré­
bol de otoño, y después, en primavera, araban de
nuevo para plantar papas. Aparentemente el mé­
todo resultaba bueno. Sin embargo, en invierno
debió de haber ocurrido mucha descomposición
bel trébol, y la pérdida por lixiviación de muchos
SUELO A MÁQUINA 145

de sus productos habría sido inevitable. Además,


la descomposición de este material hacía posible
en primavera una labor mucho más pulcra, que
la que resultaba de arar el terreno dos veces en
rápida sucesión. Más de un agricultor que se de­
cida a voltear con el arado una sementera de abo­
no verde, y a volverla a arar inmediatamente, se
arrepentirá a los pocos surcos de la segunda ara- .
da. El aspecto de la superficie resultante, desalen­
tará a los agricultores que se enorgullecen d.e la
pulcritud de su labranza. i
El motivo de desazón no es el aspecto de la su­
perficie, sino que está en nuestra noción de lo que
es belleza. Se ha aceptado como axiomático, que
arar constituye el preludio.de todas las operacio­
nes de labranza. Aun cuando durante muchos
años se haya asociado la acción del arado con el
deterioro de nuestra tierra, todavía no tenemos
conciencia del hecho de que, para resolver el pro­
blema tenemos que dejar de arar; o que si que­
remos continuar con el arado, debemos hacer el
trabajo de otra manera. Los métodos que emplea­
mos, cualquiera que ellossean, deben dar como
resultado una superficie repleta de residuos que
se pudran. Si es necesario, déjese que la super­
ficie del suelo use “barba” de material a la vista.
Alguna vez un suelo en ese estado llegará a ser
hermoso. “Pretty is as pretty does” no es un
refrán nuevo. Aquí es especialmente aplicable,
porque si lindo es lo que produce lindo, un campo
146 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

lleno ;de pa ja a la vista, es capaz de un rendimiento


de la más alta calidad. El abolengo de un suelo es
un asunto de poca monta, en comparación con la
capacidad actual de ese suelo, para proveer a las
raíces hambrientas, con una solución enriquecida
con abundancia de productos de descomposición.
Para un terreno que no puede ser manipu­
lado con los discos, además de la doble arada,
hay otra alternativa; dejarlo completamente en
paz. Esto puede parecer el renocimiento del fra­
caso, pero no hay que prejuzgar. A un suelo in­
tratable, le ocurrirán muchas cosas mientras va
descomponiéndose la sementera que produjo. La
descomposición “in situ” de una cosecha de abono
verde, servirá de granulación. Cuando del desgra-
namtente-hava^ adelantado lo bastante, un suelo
arcilloso puede trabajarse como si fuera arena.
Además, si la sementera en cuestión semilla, lo
que hará toda vegetación anual, se resembrará en
una forma natural; sin ninguna clase de labor, el
agricultor contará con una cosecha voluntaria de
abono verde. Cuando llegue el tiempo de disquear-
la, el manipuIeo de esta segunda cosecha será
fácil.
Admito con franqueza, que el párrafo prece­
dente· es una deducción basada en los efectos co­
nocidos de las prácticas descriptas. Por esta ra­zón la
conclusión puede considerarse vulnerable. La mejor
sugestión que puedo hacerle a quien quiera que se
incline a dudar de la practicabili-
SUELO A MÁQUINA i47

dad del plan propuesto, es que lo ensaye eii una


extensión de arcilla a la que se supone intratable.
Yo he visto volverse tan tratable a la arcilla, en
condiciones corno las que se sugieren aquí, que
podía ser rastrillada como si fuera azúcar molí .la.
Antes del tratamiento, la misma arcilla era an
sólida, que si un hombre echaba todo su peso so­
bre una pala bien afilada, no conseguía dejar i na
marca en la superficie. Por lo tanto, estoy seguro
de que la experimentación por venir, apoyará mis
pretcnsiones.
El abandono del producto de la primera es­
tación, con el fin de dejar a cargo de la naturaleza
la cura de los males, puede parecer un derroche de
tiempo. La economía de esc procedimiento debe
esperar la confirmación hasta que pueda obscr~
varse el resultado de las cosechas subsiguientes.
El resultado eventual lo justificará o no. Yo con­
jeturo que los que conocen mejor los suelos, serán
los últimos en dudar del resultado eventual, por­
que se conocen bien y se aceptan los efectos reno­
vadores de la materia orgánica en descomposición,
porque provoca la granulación del suelo., Respecto
a esto, lo único nuevo, es el método propuesto para
conseguir ese efecto.
Indudablemente la creación de suelo donde
ahora no existe ninguno, mediante la incorpora­
ción a la superficie de materiales que se desarro­
llaron en ella, presenta muchas dificultades qtr no
se tratan en este capítulo. La idea es demasiado
148 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

nueva para (pie un solo estudioso sin padrinos, y


en un solo período de labor experimental, la haya
investigado a fondo. Es dudoso en extremo, que
la nueva creación de suelos presente dificultades
técnicas que no puedan ser superadas. El único
requisito para fundar un nuevo sistema de labran­
za, es aparentemente, la investigación siguiendo
una o ambas de estas dos direcciones a la vez: pri­
mero, la adaptación de nuestros implementos ha­
bituales para remover la superficie, a la tarea de
incorporar cantidades liberales de abono verde; o
segando, la invención de equipos nuevos, capaces
de servirse de toda la materia orgánica, mezclán­
dola a la parte superficial. No debe perderse más
tiempo, a causa de la realización de uno o de am­
bos objetivos.
VIII

EL REY TIEMPO DESTRONADO

TODOS los agricultores y los estudiosos en agri­


cultura, están bien enterados de la influencia del
tiempo en el crecimiento de las sementeras y plan­
taciones. Para el hombre de la ciudad, un día de
sol fuerte en verano, puede ser un acontecimien­
to emocionante, porque proporciona condiciones
ideales para hacer picnics, para nadar o para co­
lumpiarse. Para millares de agricultores cercanos,
el mismo día puede ser la ocasión de un desastre,
que abarque también a la provisión de alimentos
en la que tienen un interés vital, tanto el habitante
de la ciudad como el labrador. Las lluvias que
llegan con retraso de un día para salvar a las pa­
pas, porotos y a la lechuga, afectan al productor
y al consumidor, pero mucho más seriamente al
primero.
Siempre se consideró que el tiempo pertene­
cía a la categoría de los “actos de Dios”, y puede
muy bien que sea así. Pero sin embargo también
150 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

puede decirse: “Ayúdate que Dios te ayudará”.


No se lograría nada aquí, si se trajera a colación
el famoso debate entre el Servicio Forestal y la
Oficina Meteorológica, respecto a si los bosques
acrecientan las lluvias. Ni tampoco es este el lu­
gar para recordar las conjeturas de los hombres
de ciencia, sobre el efecto que tuvo la deforesta­
ción de Inglaterra en los siglos XVII y XVIII, sobre
el clima actual de las Islas Británicas. Pero si puede
ser útil señalar, que el hombre tiene poder suficiente
para alterar algunas de las con­diciones de humedad
esenciales para él creci­miento vegetal; y que, por
extensión, domina parcialmente alguna de esas
condiciones.
El hombre puede conservar o puede malgas­
tar la humedad caída del cielo. La tierra de la que
tomó posesión, originariamente estaba cubierta
en todas partes de una esponja de humus, a ve-
ves fragante, empapada de agua. La naturaleza
mantuvo a través de las generaciones sucesivas de
vegetales, y continúa manteniéndola todavía, don­
de el hombre no la altera, su cubierta destinada
a captar el agua. Imitando a la naturaleza, el
hombre pudo haber disfrutado de beneficios tales
como nunca se atrevió a esperar, en cambio, al
no hacer caso del ejemplo desplegado ante sus ojos,
ha cortejado al desastre.
Entre las condiciones meteorológicas que
gobiernan el crecimiento de las cosechas, se ha
considerado como la más importante a la hume-
EL REY TIEMPO DESTRONADO 151

dad irregular. En lo que se refiere a la humedad,


la literatura agrícola nunca ha reconocido la fun­
ción del colchón absorbente que encontramo: en
todas partes en la naturaleza. A falta de un tér­
mino mejor, diremos aquí que ese colchón sirve
como depósito.
Los agricultores emparvan su heno en el
campo, y lo dejan expuesto a toda la lluvia que
cae. Saben que ninguna lluvia puede penetrar
más allá de las pocas pulgadas más superficiales,
porque primero deben llenarse los tejidos poro­
sos del forraje. Desde que cada pulgada de esta
capa superficial, captará y conservará una pulga­
da de agua de lluvia, el heno subyacente está pro­
tegido de la lluvia.
Sabiendo esto, deberíamos comprender que,
disqueando dentro de la parte superficial del sue­
lo bastante materia orgánica, ésta será hasta su
capacidad total, un depósito dentro del cual que­
dará retenida una gran parte del agua caída. Si
se ha provisto al suelo de bastante material ab­
sorbente, como para retener una o dos pulgádas
de agua, al caer la lluvia quedan retenidas uná o
dos pulgadas de ella en la superficie. Como es na­
tural, esta masa esponjosa proporcionará a las ¿o-
sechas, agua enriquecida con los minerales que
toma del material en descomposición que la re­
tiene; de otro modo, sufrirán seriamente duran­
te los intervalos entre las lluvias.
No teniendo este concepto del servicio que
152 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

presta un manto de material poroso como ese, los


científicos lian razonado respecto al agua en tér­
minos de movimiento capilar dentro del suelo
principalmente. Y aún más extraño, algunos, a
resultas de sus experiencias, han creído que en
las capas superiores del suelo hay poco movimien­
to capilar. Si alguien duda de que tales conclu­
siones hayan tenido cabida en la literatura cien­
tífica seria, puede ser que le interese el relato
de una conversación que tuve en septiembre de
1937, con un especialista en cultivos, conocido
mío desde hacía unos veinte años. La conversa­
ción se desarrolló así, más o menos: Yo sugerí
dudas respecto a la conveniencia de arar. Rápi­
damente me preguntó: “¿Qué hay de erróneo en
arar·1, yo repliqué: “se interpone con la capila-
ridad’. La contestación llegó rápida: “las expe­
riencias demuestran que no hay tanto movimien­to
capilar en el suelo como solíamos creerlo antes, es
relativamente poco importante en muchos ca­sos, yo
repliqué: “bueno, en el terreno sin arar debe haber
bastante movimiento capilar hacia la superficie,
como para mantener viva la vegeta­ción en los
intervalos entre las lluvias”. La últi­ma palabra fué la
mía.
Las afirmaciones eran correctas. Tales ex­
periencias habían sido hechas. Lo mismo que to­
dos los experimentos sobre suelo, habían sido he­
chas en suelo arado. En el suelo arado, “el de­
pósito” para el agua, está a varias pulgadas de
EL REY TIEMPO DESTRONADO 153

profundidad, puesto que al arar, literalmente se


despoja a las capas superiores, del agua que les
corresponde, al mismo tiempo que se interrumpe
el movimiento de elevación del agua capilar del
subsuelo. De esas experiencias no podían espe­
rarse otros resultados. Si los experimentos se
hubiesen hecho en suelos donde va creciendo el
pasto, la historia hubiese sido completamente di­
ferente.
La misma desnudez de la tierra arada debe­
ría indicar la ausencia de agua capilar en la su­
perficie. Si el agua capilar estuviera presente,
germinarían y crecerían las semillas, porque
siempre las hay. ¿Han notado ustedes que en la
mayor parte de las campiñas, el único suelo des­
nudo, es el que ha sido arado recientemente? Ha­
ce solamente unos meses que yo descubrí ese he­
cho sumamente significativo, aunque durante
toda mi vida lo había visto a diario. Puesto que
el terreno arado siempre está desnudo, y puesto
que, prácticamente todos los otros terrenos, salvo
areas parecidas al Sahara, están cubiertas con
alguna clase de verdor, que no podría existir sin
suministro de agua, se deduce, aun sin experien­
cias, que en las capas superiores del suelo, no hay
agua capilar.
Puede repetirse aquí, que mientras Dios, y
no el hombre, gobierna el tiempo, no obstante, el
hombre puede gobernar algunos de los frutos
del tiempo, γ de éstos; tal vez sea el más impor-
154 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

tante, la humedad natural de la superficie del


suelo. A este respecto, antes que nada, es indis­
pensable captar la desemejanza en las relaciones
del agua, que hay entre suelos arados y sin arar.
A continuación hay que comprender, que el mis­
mo tiempo que mata la vegetación en terrenos ara­
dos puede hacer prosperar, o cuando menos impe­
dir que demuestre señales de sufrimiento, a la ve­
getación de los terrenos sin arar. La fase final,
consiste en conectar lógicamente la importancia de
la materia orgánica con el desarrollo vegetal, y
las condiciones del tiempo bajo las cuales pueden
prosperar las plantas.
Para los fines de esta discusión, podemos su­
poner que toda superficie de suelo que se ha de­
jado sin arar es normal, como también cualquier
suelo arado al que se le ha dado tiempo para reco­
brar su movimiento capilar de agua normal (a
causa de que la materia orgánica que enterró el
prado, desapareció por descomposición). Luego,
toda la tierra de pradera y de pastoreo de las-
granjas, lo mismo que el terreno que ocupan los
cercos, pueden incluirse en la campiña natural. Es
campo natural, porque en su perfil no hay nada
que impida que el agua se eleve hacia la superficie.
Cualquier interrupción que provocó el arado en
épocas anteriores, ha sido eliminada por la des­
composición.
Aproximadamente, o del todo, el “potencial”
de todos los suelos depende de las acumulaciones
EL REY TIEMPO DESTRONADO 155
de mal erial perecedero disponibles en sus superfi­
cies. Juzgando con este patrón, casi siempre se­
ría verdad que los suelos yermos, no arados du-
ranle muchos años, si es que alguna vez se los aró,
serían más productivos que los suelos simi ares,
incluidos regularmente en la rotación de la; se-
menteras. El suelo sin arar, tiene la venta a de que el
empleo moderado de todos los productos de
descomposición, ha sido la regla en él durante todo el
periodo transcurrido desde que se lo aró por última
vez. I'or otro lado a la tierra de pastoreo en rotación,
se le lia quitado de la superficie, pe­
riódicamente, un porcentaje grande de su mate­
rial, lo que da por resultado un desgaste de-pro­
ductos de descomposición. Este desgaste delibe­
rado, aunque inconsciente, da como resultado un
suelo inferior, donde antes la productividad era alta.
El resultado final es la erosión, y cuando se ha
iniciado la erosión, podemos estar seguros de que en
la superficie no ha quedado mucho mate­queda, es
casi idéntica a la que arrastraron los glaciares en su
época.
Un agricultor experimentado, deja durante unos
pocos anos, una parte de su tierra para pastoreo
con el fin de que se eleve su “potencial”. Cuanto
más tiempo está en pastoreo esa superfi­cie, tanto
más productiva es, al dedicarla a la siem­bra de
maíz. Sin embargo, el período en que se la deja en
reposo, no es lo bastante dilatado, para
156 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

que se acumule una provisión de materia orgánica,


que después enterrará el arado, suficiente para
que vuelva a adquirir su estado de suelo virgen.
En verdad, parece que el progreso cada vez es me-
nor. Todavía no ha sido descubierto un ardid pa­ra
obtener regularmente ganancias substanciales, en
tierras· labradas en rotación continua cada tres
o cuatro años. Es probable que existan algunos
pocos casos excepcionales; pero esta es la regla
general.
Las acumulaciones que se hacen en el ínte­
rin, no alcanzan a compensar el derroche que hace
la arada. En fin, la rotación del tipo descripto, no
es un curalotodo para el suelo empobrecido, y lo que
es más importante para la tesis de este ca­pitulo,
tampoco crea las relaciones que son de de­sear en
última instancia, para el movimiento del agua.

En el capitulo anterior se demostró que un


agricultor puede elevar bastante bruscamente la
productividad de su suelo, con la simple interrup-
ciór- de la agotadora operación de arar. Mezclan­
do con la parte superficial del suelo el material
per icedero que enterraría con el arado, el agricul­
tor monta la escena para prácticas biológicamente
económicas, desconocidas hasta aquí por la la­
branza moderna. Aparte de las cuestiones de nu­
trición vegetal, existen otros mecanismos mediante
los cuales, la incorporación superficial de la ma­
teria orgánica concentra fuerzas al servicio de la
EL REY TIEMPO DESTRONADO 157

vegetación, que son incapaces de operar cuando se


ara el terreno.
Cada tonelada de materia orgánica rrezcla-
da con la superíicie del suelo, será capaz de conte ner
mucha más agua absorbida, que la que podría
contener si se la entierra a la profundidad del
arado. “¿Por qué? Porque al no ser comprimida
por tanto espesor de suelo, su volumen será ma­
yor, y es necesario recordar que la materia orgá­
nica retiene agua volumétricamente, mientras que
los minerales del suelo tienen que retenerla sola­
mente adherida a las superficies exteriores ele sus
partículas. El agua corre hacia el interior, de los
fragmentos orgánicos, mientras que se escurre
entre las partículas de arcilla, arena o cieno; lue­
go, podemos esperar correctamente, que todo ma­
terial absorbente, que trabajamos dentro de la su­
perficie del suelo, retendrá el agua de las lluvias
con mucha más eficacia que el mismo material en­
terrado por el arado. Verdaderamente, la materia
orgánica sepultada con el arado, recién tiene opor­
tunidad para captar y conservar el agua de la
lluvia, después de que esta se haya abierto camino,
a traves de varias pulgadas de cristales minera­
les. Por lo común, las condiciones son tales, que
es más fácil que una parte del agua se derrame
por la superficie, y no que toda el agua caída
se abra camino hacia abajo, dentro del suelo. Lue­
go, esto significa que cuando toda la’materia or-
gánica se encuentra en la superficie del suelo, él
158 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

es capaz de tomar agua desde arriba y desde aba-


jo, y en mayor volumen, porque el volumen de la
materia orgánica es mayor.
Indudablemente los suelos negros origina­
rios que conocieron nuestros padres, pudieron ab­
sorber directamente y a la velocidad con que caía,
varias pulgadas de lluvia en unas pocas horas.
Es improbable que en esos suelos cuele mucha
agt a a través de la zona superficial de materia
orgánica. El mantillo de hojas liviano y mullido,
o la capa esponjosa de las raíces de los pastos, se
van llenando gradualmente con el agua de la llu­
via a medida que cae. Relacionado con esto, quie­
ro recordar el relato que me hizo uno de los
agrónomos más conocidos de este país. Mientras
inspeccionaba un suelo sumamente orgánico, cer­
ca de la cima de una ladera en la montaña, cayó
un fuerte chaparrón. El declive de la cuesta era
un poco menor de 45 grados. Los que están fami­
liarizados con la geometría convendrán de que se
trata de un terreno bastante escarpado. El agró­
nomo permaneció allí durante toda la tormenta
para observar el curso del agua a medida que caía.
Dijo que hasta donde lo pudo determinar, no
hubo derrame superficial. Y dijo además, que si
se derramó alguna, no arrastró consigo nada de
suelo.
Entonces, disquear cosechas abundantes de
abono verde en la superficie del suelo, es una
manera excelente de crear precisamente en la su-
EL REY TIEMPO DESTRONADO 159

perficie del suelo, una reserva de agua, de la cual


la extraerán continuamente las raíces de las se­
menteras, hasta que la agoten. Es una incidida
evidentemente mejor que el principio de permitir
que el agua penetre hasta la profundidad del sue­
lo, con la esperanza de que la capilaridad la de­
vuelva a la superficie cuando se la necesite. Apar­
te de retener una copiosa reserva de agua en la
zona délas raíces, la materia orgánica recibe cons­
tantemente agua capilar desde abajo, la cual reem­
plaza, cuando menos en parte, a la reserva de la
cual la van absorbiendo las plantas. Esta provi­
sión de reserva, sirve para que las cosechas supe­
ren períodos largos de sequía, que de otro modo
las perjudicarían seriamente. En una fuente como
esa, hay agua disponible muchos más días duran­
te la temporada de crecimiento, que la que habría
a la disposición, en el caso de que las condiciones
superficiales fueran tales que permitieran el de­
rrame y el derroche de parte de la lluvia. He aquí,
“conservación de los recursos naturales”.
Sin embargo, esto no es más que una parte
de la historia. El agua almacenada en la materia
orgánica superficial, es empleada constantemente
para ayudar a la descomposición del material que.
la contiene. No sólo ayuda a esta descomposición,
sino que disuelve y a su vez retiene los productos
puestos en libertad. Por lo tanto, mientras haya
agua retenida en los tejidos orgánicos, ella se va
enriqueciendo continuamente con las sustancias.
160 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

de desecho que componían la materia orgánica. Y


todo este enriquecimiento, se añade a los minera­
les que el agua capilar recogió y disolvió en la pro­
fundidad del suelo antes de ser absorbida por la
materia orgánica. Podrá comprenderse con pres­
teza, que bajo estas condiciones, son varias las
influencias que trabajan en común y con eficacia,
y que no lo podrían hacer así, si la materia orgá­
nica estuviera colocada a 6 u 8 pulgadas de pro­
fundidad, hasta la cual, relativamente pocas ve-
ves, llegan las raíces.
En este momento el lector tendrá que recor­
lar, que en el suelo arado el anhídrido carbónico
liberado penetra en la capa superficial del suelo,
y que este gas no podrá transformarse en ácido
carbónico, a causa de la necesaria sequedad de las
capas superiores. Con el nuevo procedimiento,,
con toda la sustancia orgánica en la capa superfi­
cial hay abundancia de agua en la vecindad, para
que se disuelva el anhídrido. Y desde que el áci­
do carbónico es uno de los mejores solventes
naturales para los minerales, su acción sobre las
partículas de roca cristalizada, libera con el fin de
que los empleen las plantas, cantidades de potasio,
fósforo, y otras sustancias nutritivas, que de otro
modo no estarían disponibles.
No estoy preparado para discutir hasta que
punco esa liberación de minerales de la roca, po-
vdiíc sustituir a las aplicaciones de fertilizantes
químicos. Es una cuestión interesante y de mucha
EL REY TIEMPO DESTRONADO 161
importancia. Todo agricultor querrá sabe;, y
tiene derecho a conocerla, la contestación. Si es
posible que el ácido carbónico liberado en desuelo,
proporcione bastante cantidad de minerales ex-
traídos de fuentes orgánicas, entonces sena inne­
cesario comprar fertilizantes minerales. Lo único
que puede afirmarse con seguridad es esto: si un
agricultor logra incorporar a su suelo bastante
materia orgamca como para igualar la provisión
que tenía el terreno cuando era virgen, puede en
ese caso esperar razonablemente que recogerá co­
sechas máximas sin fertilizantes. Una manera fá­
cil de comprobar este principio, consiste en dejar
fajas sin fertilizantes en todos los campos como
ese. Cuando sea imposible distinguir esas fajas al
cosechar, entonces, la necesidad de fertilizantes
habrá desaparecido. Sin duda que en el transcurso
de unos pocos años tendremos información oficial
sobre ese punto.
¿Y, cómo podremos esperar que reaccione la
planta en sí, a las condiciones óptimas descrip­
tas? Exactamente en la misma forma que reac­
ciona cualquier otro ser vivo a cantidades cons­
tantes de alimento. Las plantas establecen la
mayor parte de sus millones de raíces en los frag­
mentos orgánicos. Aquí no hay ni la más ligera
posibilidad de que se pierda el alimento destinado
a ellas. En el mismo momento en que es liberado,
el agua que lo contiene es absorbida por la raíz, y
sube dentro de la planta. El asunto de arraigar
162 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

profundamente a las plantas, tan ampliamente dis­


cutido durante los años pasados, no tiene más
su razón de ser. Ahora cesa de existir la nece­
sidad de que las raíces penetren en la profundidad
del suelo. Su provisión alimenticia está en la su­
perficie. El agua contenida en esta materia orgá­
nica está activamente empeñada en destrozar los
tejidos muertos, con el fin de proporcionar ma­
teriales para construir la nueva vegetación. Tam­
bién están involucradas las bacterias, y sin ellas
no podría ocurrir el proceso. En este caso se trata
de una situación en que “todas las cosas actúan
' juntas para bien”. El proceso está tan estrecha­
mente entrelazado, que en ninguna parte queda
la oportunidad para que se pierdan materiales nu­
tritivos. Las raíces que van a la profundidad, en
esa situación, actúan en desmedro de la planta
que representan; sólo son útiles como anclaje.
Ahora será evidente que el hombre puede
dominar en una considerable extensión a las llu­
vias que caen sobre su terreno, estación tras esta­
ción. Esta conclusión se apoya en razones que
pueden resumirse así: mediante un manejo correc­
to del suelo, se puede conseguir que retenga la
precipitación natural, exactamente en el sitio a
cuyo nivel, las raíces de las plantas buscan nor­
malmente sus elementos nutritivos esenciales.
La presencia de una masa orgánica en la super­
ficie, al disolverse enriquece en tal grado al agua
que, volumen por volumen, el agua que la contie-
EL REY TIEMPO DESTRONADO 163

ne produce más vegetación que el agua contenida


en ios minerales solamente. El agua contenida en
la masa orgánica está a la disposición de las plan­
tas, sin que haya oportunidad para que se pierdan
o malgasten en ninguna forma las sustancias nu­
tritivas destinadas a ellas.
Si se tienen en cuenta estos importantes fac­
tores, no es mucho suponer que diez pulgadas de
lluvia pueden realizar tanto como lo que comun­
mente se espera de veinte. Del mismo modo, con
lluvias abundantes puede ser fácilmente posible,
producir varias veces más que lo que en término
medio produce el país en conjunto.
La verdad respecto al tiempo, es que el hom­
bre puede sacar todo el provecho de él, si así lo
quiere.
IX

LA FALSEDAD DEL DRENAJE


SUBTERRÁNEO

El drenaje de suelos mal drenados y satura­dos que


se destinan a cosechar, es una práctica bien
fundada”. Es verdad. En efecto, el drenaje
¡subterráneo, probablemente está demasiado bien
establecido en muchos lugares. Hemos instalado
tantos caños de drenaje subterráneo, que han
afectado adversamente, a la provisión de agua,, para
no decir nada sobre el problema serio de los
rendimientos de las cosechas. La sabiduría que çe va
adquiriendo con la experiencia, nos dice que el
drenaje subterráneo instalado donde no es im­
perativamente necesario, es el medio más seguro
para disminuir el rendimiento de las cosechas. Tal
vez las acusaciones más serias contra el dre­
naje subterráneo artificial sean estas: pri ñero,
lo más probable es que el terreno donde cayó la
lluvia necesitase el agua que se fué por los caños,
y segundo, que es posible que el agua malgastada
por los drenajes innecesarios, vaya a rqolesta p cop
166’ LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

sus avenidas, a gentes inocentes aguas abajo,


porque las crecientes no tendrían porque ser tan
altas.
Por lo tanto, el drenaje subterráneo es un
factor de trastornos, en relación con los recursos
locales de agua y las inundaciones repetidas con
frecuencia. En consecuencia, todo aquel que esté
interesado en eliminar un irritante lugar anegadi­
zo, tiene la obligación de mirar más allá de su
necesidad inmediata, antes de decidirse a mandar
agua adicional a las corrientes.
■ La cita que sigue a continuación, tomada del
Anuario del Departamento de Agricultura do
EE. UU. para 1938, indica que se coloca mucho
drenaje subterráneo innecesario, con la aproba­
ción de los especialistas en labranza.
“Durante algunos años los agricultores han
visto que en campos buenos, los lugares bajos se
anegaban, con pérdida de trabajo, semilla y abono
químico, para no mencionar el valor rentístico del
campo, que rara vez se toma en cuenta. Sin em­
bargo, poco o nada intentaron hacer para dre­
narlos, hasta que pasaron de los caballos a los
tractores. Cuando la pesada maquinaria se atas­
caba en el fango, se decidieron a drenar. Dándose
cuenta de que esto afectaba seriamente la venta
de maquinaria agrícola, y probablemente con el
deseo de mejorar la capacidad adquisitiva de los
agricultores, un fabricante publicó un boletín so­
bro drenaje, (Drain the Wet Land por R, A. Hay-
LA FALSEDAD DEL DRENAJE SUBTERRÁNEO 167

ne, Chicago 1921) aunque la compañía no pro­


ducía herramientas para drenaje.
Estas citas indican el punto de vista autén­
tico, vigente entre los agriculturistas profesiona­
les, y prueban que en realidad, pueden colocarse
instalaciones imprudentes de drenaje subterráneo,
con la aprobación cabal de los consejeros en la­
branza. A decir verdad, una lectura cuidadosa del
capítulo de donde se toman las citas, revela que no
se hace ninguna prevención, para no excederse en
lo que se considera una práctica excelente. Se saca
la impresión de que el futuro éxito del granjero,
depende en gran parte de la perfección con que
se drene la superficie de cultivo. Por cierto que
los autores no se alarman por temor de que se co­
loque demasiado drenaje en las granjas.
Los “manchones anegadizos” dan la prueba
visual de que aparentemente es necesario drenar
con caños. Aparecen en terrenos que originaria­
mente no permitían que se estancara el agua, y a
medida que transcurren los años, aparecen más y
más de esos bajos anegadizos, en tierras que an­
teriormente no necesitaban drenaje subsuperfi­
cial. Antes de poder diagnosticar correctamente
esa manía de drenaje excesivo, debemos saber lo
que son en realidad esos manchones anegadizos,
y porque aparecen donde lo hacen. Será útil para
nuestro análisis, que tomemos en cuenta la apa­
rentemente falta total de comprensión sobre, los
hechos del suelo, exhibida hace algún tiempo en
168 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

una reunión de paperos. El incidente es ilustra­


tivo.
En la tierra de uno de los paperos, se había
presentado un problema de drenaje. Había des­
cubierto que el agua se estancaba en cierto paraje
bajo. Sabía que no lejos del agua parada habíh
un sistema de drenaje de caños. Cuando desapare­
ció el agua lo buscó, y se encontró con que el caño
estaba directamente debajo del centro del charco.
Mientras aún había agua parada, por la boca de salida
corría agua, luego, éste no sólo no estaba obstruido,
sino que fácilmente hubiera podido lle­varse el agua
detenida. Y sin embargo, el agua permanecía durante
días, encima mismo de esta línea de drenaje en
actividad.
El terreno en cuestión era arcilla maciza
lacustre; a pocas millas de Lago Erie. Después del
debate libre, el veredicto de la asamblea fué que, a
causa de habérsela trabajado en exceso, o cuando
estaba mojada, esta arcilla maciza se había
comentado. En esas condiciones la arcilla sólo
conduce agua por capilaridad y muy lentamente, de
modo que este veredicto probablemente era correcto.
De cualquier manera, encuadra bien dentro de la
velocidad baja con que desapareció el agua detenida.
El alisamiento del suelo que hace el arado de
vertedera cuando el terreno está demasiado húmedo,
repite la misma cosa que hace una marrana con el
fondo de su revolcadero, cuando encuentra un
poquito de agua detenida en
LA FALSEDAD'DEL DRENAJE SUBTERRÁNEO !69

él. Unta el barro revolcándose como un barril cue


va y viene, en una forma que alisa eficazmente
la superficie y la hace impermeable. La próxima
vez que llueva, tendrá un hermoso lugar para re­
volcarse, y el agua permanecerá hasta que se
evapore. Ninguna marrana que se respete, tra­
tará de hacer su revolcadero, a menos de que el
lugar sea de característica mineral, completamen­
te libre de paja, marlos u otros residuos orgáni­
cos. Estos materiales drenarían el agua, a causa
de que Ja estructura celular abierta de la materia
orgánica es conductora del flujo de la humedad.
Evidentemente estos granjeros tenían buen
material para revolcadero de cerdos, y eso era
justamente lo que no deseaban tener. No solo lo
tenían al pie del declive, sino también sobre teda
la pendiente alrededor del sitio anegado. Eviden­
temente lo que debían de hacer, era lo contra do
de lo que hizo la marrana; debían proporcionar
drenaje orgánico a la pendiente de los alrededo­
res de la parte anegadiza, para que el agua no
convergiera a ese lugar. Su fe en el drenaje sub­
terráneo, y su firme creencia de americanos tes­
tarudos, de que cuanto más cuesta una cosa tanto
más vale, les impedía pensar en esta solución sim­
ple y poco costosa de sus problemas.
El agua que cae sobre las partes altas de
un talud en declive, posiblemente no puede llegar
al pie, si el suelo intermedio es absorbente. El
suelo realmente absorbente no puede conducir
170 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

agua sobre su superficie. Existen dos fuerzas que


actúan para impedirlo; la atracción vertical de
la gravedad por sí sola basta para llevar al agua
dentro del suelo, siempre que la superficie del
suelo no se haya hecho impermeable, y la atrac­
ción capilar de cualquier superficie absorbente re­
fuerza la acción de la gravedad. Supongamos que
un techo está cubierto por un cojín de media
pulgada de papel secante; ¿cuándo veremos cho­
rrear agua del techo? Por cierto que no veremos
chorrear agua hasta que se sature el papel se­
cante. Este modo de pensar se aplica a cualquier
declive, sobre el que acostumbra a correr el agua.
Si el agua llega al bajo, lo hace solamente por­
que el estado de la superficie la obliga a derra­
marse. En relación con esto es muy interesante
recordar las observaciones de un agriculturista
eminente con quien yo discutía el problema. Yo le
sugería que poca agua podría escaparse de un “suelo
de abra”,1 y estuvo de acuerdo conmigo. Reforzó mi
modo de pensar, dándome la infor­mación de que
había visto “suelo de abra” en pendientes de 90 por
100, y aunque los vigiló du-

(*) Un suelo de abra es el que resulta de condiciones mete-


reológkas que año tras año, arrastran a las hojas hacia el mismo
lugar. Las laderas que están a sotavento, a todo lo largo de las
cimas de los Montes Apalaquios, desarrollan suelos de abra, siem­
pre que las laderas de barlovento estén cubiertos de bosques que
produzcan hojas. El incremento anual de hojas mantiene al suelo
siempre abierto de modo que el agua no puede abandonar el sitio
donde cae, hasta que toda la masa de suelo esté embebida total­
mente. La fertilidad de estos suelos es increíblemente elevada.
LA FALSEDAD DEL DRENAJE SUBTERRÁNEO 171

rante una fuerte lluvia, no pudo observar nin­


gún derrame.
Si el agua se rehúsa a derramarse sobre una
pendiente del 90 por ciento cubierta con una ca­
pa de material absorbente, con seguridad que eso
nos da la clave para resolver el problema del de­
rrame en los ligeros declives que cultivamos co­
rrientemente. Si pudiéramos hacer que las capas
superficiales del suelo absorban hasta cierta pro­
fundidad, no tendríamos que preocuparnos por el
derrame y la erosión, del mismo modo que nadie
se preocupó con estos problemas, cuando el terre­
no era nuevo. En ese entonces ambos no eran
problemas.
Colocar un sistema de drenaje subterráneo
en un terreno en el que se ha desarrollado una
aparente necesidad de drenaje, es un asunto de
trascendencia económica. El drenaje de caños
cuesta mucho dinero. Bien hecha o mal hecha,
también es costosa la instalación de los caños. Y
a lo mejor, los resultados pueden no ser más que
la desaparición de los síntomas del mal, que debió
haber sido atacado con medios más correctos.
Por cierto que en vista de la inversión' necesaria
que suponen las instalaciones de drenaje subte­
rráneo, sería aconsejable algún trabajo previo,
destinado a que el suelo de las pendientes que cir­
cundan la parte anegadiza se haga más poroso.,
antes de tomar la decisión de invertir en el te­
rreno un desembolso de dinero y trabajo, que por
172 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

dría fácilmente igualar el valor previo del mis­


mo' terreno.
En realidad, nadie sabe si es posible devol­vere
al suelo su porosidad original. Sabemos que la
materia orgánica que está en la superficie,·'
como en los suelos de abra, impide prácticamente
todo derrame, pero no tenemos manera de saber si
será posible incorporar bastante materia orgá­
nica a un suelo, para hacer que absorba toda el
agua de la lluvia. También sabemos que el costo
actual de sembrar centeno y disquearlo en el te- rreno
seria una bagatela comparado con el costo de una
instalación de drenaje. Lo que sí es cierto, es que si se
entierra una cosecha de centeno con el rado, no
disminuye el derrame; de hecho, el derrame es mucho
peor en un terreno que ha sido
arado, y está desnudo porque se lo aró.
Conocidos todos estos hechos, aparentemen­
te, y como operación preliminar, vale la pena ha­
cer la prueba de suprimir los bajos anegadizos,
impidiendo que los derrames de agua lleguen has­
ta ellos, antes de iniciar la operación mayor; el
drenaje subterráneo. La única manera de impe­
dir que el agua llegue al terreno bajo, es crear
condiciones que la retengan en el sitio donde cae.
Para que un suelo erosionado absorba el agua,
puede ser necesaria la incorporación de varias co­
sechas de abono verde en la capa superficial. Pe­
ro aunque eso fuera necesario, económicamente
sería preferible a gastar el dinero en drenaje sub-
LA FALSEDAD DEL DRENAJE SUBTERRÁNEO 173

terráneo; porque si podemos conseguir que toda


el agua pluvial que cae en el terreno, penetre en
él, habremos hecho un trabajo perfecto de con­
servación de la provisión de agua.
A causa de que hay una necesidad urgente
de conservar el agua, debe mirarse sospechosa­
mente toda sugestión para hacer drenajes subte­
rráneos adicionales. Existen razones importantes
para adoptar esa actitud:
1) En muchas partes del país, existe ahora
una seria escasez de agua durante la- mayor parte
del año. Las ciudades amplían el area donde ex­
traen su provisión, abarcando vertientes nuevas.
La napa de agua en la mayor parte de las comunas
agrícola, es notablemente más baja, porque en mu-
chps casos ha habido que profundizar los pozos
para alcanzar una napa qeu se aleja.
2) Las sequías son más comunes y de efectos
más serios. Hablando en general, esto es cierto
para la mayor parte del país. Antes de proseguir
con el planeo de la instalación de nuevas líneas de
drenaje subterráneo, deberán teerse en cuenta am­
bas condiciones. Cada una indica que las reservas
de agua de la mayor parte de los vecindarios, en lu­
gar de ser demasiado grandes, son demasiado pe­
queñas. Parece una necedad proyectar la extracción
adicional de agua en los sitios donde ya existe
escasez, como lo indican el descenso de las napaé
y la prevalencia de las sequías.

También deberá recordarse que el drenaje


subterráneo es una puerta de salida permanente
para el agua del suelo. Toda el agua que alcance
el drenaje será conducida lejos. El drenaje puede
174 LA INSENSATEZ DEL LABRADOU

instalarse con el solo propósito de llevarse en pri­


mavera, unos pocos cientos de galones de agua,
estancados en un terreno bajo; pero está en su
lugar durante los 365 días del ano. Con la misma
libertad que se lleva el exceso de agua, está obli­
gado fatalmente a llevarse agua necesaria, a me­
dida que drena por él.
¿Cuáles son sus efectos sobre las innunda-
ciones? Una sola instalación de drenaje subte­
rráneo, no va a influir en forma notable sobre la
altura .de una creciente, pero en conjunto, la co­
rriente que fluye de todo el drenaje subterráneo
de una cuenca dada, aumenta las avenidas que si­
guen a las grandes lluvias. En verdad, algunos
suelos de textura suelta, antes de que se hayan
asentado con firmeza después de la pulsación in­
vernal, cuando reciben las grandes lluvias de pri­
mavera, ofrecen en realidad tan poca resistencia
filtrante al pasaje del agua, que cuando esta aban­
dona el drenaje subterráneo, todavía está fango­
sa. Esto es un testimonio elocuente de la velocidad
couque el agua pluvial puede alcanzar las corrien­
tes·; aunque penetre en el suelo; así se suma a
la destructividad de los desbordamientos. Con se­
guridad que esa rápida eliminación del agua que
encuentra drenajes subterráneos, no puede ser be­
neficiosa ni para el labrador en cuyo terreno cae
ni para el otro, cuya granja debe inundar en su
camino al mar.
Se considera que la instalación de drenajes
LA FALSEDAD DEL DRENAJE SUBTERRANEO 175

subterráneos es una operación tan eficaz, cue


cuando se los va a instalar, solo se plantea un in­
terrogante; la capacidad del granjero para finan­
ciar los costos de compra e instalación. Esta ma­
nera poco criteriosa de abordar el problema, se
remonta al hecho de que los primitivos proyectos
de drenaje, a menudo se amortizaron con el pro­
ducto de las cosechas del primer año posterior a
su instalación. Estos proyectos estaban destinados
a hacer descender lo que en realidad era la napa
de agua, en terrenos de marisma. Las instalacio­
nes que se ofrecen corrientemente, tienen el ca­
rácter de expediente, y se las proyecta para corre­
gir trastornos que evidentemente fueron causados
por el derrame.
Si tenemos en cuenta que la gravedad tiro­
nea continuamente al agua del derrame para
arrastrarla dentro del suelo, en el hecho de que a
pesar de eso toda el agua no. penetra en él, tene­
mos una prueba de que a la superficie del suelo
le ha ocurrido algo serio; porque originariamente
todos los suelos eran tan absorbentes comó’ los
suelos de abra. El cambio solo se explica per la
pérdida de materia orgánica. La mecánica real
de la situación, puede resultar más difícil de en­
tender, por las limitaciones visuales humanas.
Las hormigas y otros seres que se arrastran,
habitantes de la superficie del suelo, reconocen
que las condiciones han cambiado. El cambio las
afecta vitalmente. Algunos de ellos están obliga-
176 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

dos a cambiar de habitat, a causa de que la materia


orgánica ha desaparecido del suelo superficial.
Cuando en los orígenes, los fragmentos de materia
orgánica en descomposición separaron a los
minerales del suelo, estas pequeñas formas de vida,,
bien pronto fueron capaces de penetrar a traves de la
superficie, debido al carácter poroso de' suelo. Una
vez debajo de ella, encontraron agua y alimento en la
misma materia orgánica. Muchas clases de esos
habitantes de la superficie ahora son incapaces de
penetrar en el suelo exclusivamente mineral, debido
a su falta de porosidad. En una época contribuyeron
al drenaje natural. Actualmente no lo pueden hacer
con frecuencia. No está en nuestro poder remediar el
defecto con medios artificiales, tales como el dre­
naje subterráneo.

Nosotros los humanos, nos apercibimos de la


presencia de materia orgánica en el suelo, porque
el material carbonizado parcialmente descompues­
to, le comunica un tizne negro. Aunque no poda­
mos ver los fragmentos del suelo, los pasadizos
que depara la porosidad, permiten a las pequeñas
miajas de vida que existen sobre él y dentro de
él, viajar por el subsuelo tal como nosotros viaja­
mos por el subterráneo. Cada tallo que haga sa­
liência, es para ellos otra entrada al subterráneo
de la abundancia de alimento y agua. A causa de
que estas pequeñas formas de vida dependen de
li materia orgánica en descomposición, la desapa-
LA FALSEDAD DEL DRENAJE SUBTERRÁNEO 177

rición de la materia orgánica de nuestros suelos,


ha provocado un cambio completo en la fauna de
la superficie. La comparación más casual del sue­
lo de la foresta, con la del terreno en erosión de
nuestras granjas, demostrará que uno hierve de
vidas diversas, mientras que el otro está casi des­
provisto de ellas.
Entonces, con la desaparición de la materia
orgánica en un suelo que anteriormente estaba
bien provisto de ella, se llega a condiciones de su­
perficie, que en lo esencial son tan desérticas co­
mo el desierto mismo. Unicamente la prevalencia
de lluvias mayores distribuidas razonablemente)
durante todo el año, impide que los suelos del hú­
medo Este, sean tan estériles como los suelos del
desierto de Arizona. En todo caso algunos son
casi tan estériles. Cuando los centípedos, las la­
gartijas, se van de las tierras de labranza, lo ha­
cen respondiendo a un proceso natural, que con
toda propiedad podría llamarse desalojo. El suelo
puede mostrar todavía un poco de color negro,
cuando la última de esas formas de vida desapa­
rece de él, pero su partida significa que la provi­
sión de materia orgánica se ha reducido en tal
forma, que la superficie del suelo, en el futuro
no es un habitat conveniente. El desalojo de las
formas de vida minúscula, monta la escena para
esos grandes problemas de drenaje, de los que se
ocupa este capítulo. El remedio consiste en res­
taurar de inmediato el estado orgánico del suelo,
178 LA INSENSATEZ DEL LABRADOS

y con él, la vida rebosante que depende del estado


orgánico. Esto es equilibrio orgánico, que no to­
lera jamás que se creen condiciones que se supone
que el drenaje subterráneo bonifica.
Es evidente que si el agua es incapaz de tras­
ladarse desde el sitio donde cae, las partes anega­
dizas de los bajos, desaparecerán cuando no llegue
agua para empaparlos. Y es igualmente obvio, qtv
todas las obras de ingeniería que se proponen ahora
para contrarrestar el daño hecho al terreno por la
lluvia, no tendrán razón de ser. Excepto en los
pantanos, el drenaje subterráneo será supérfluo.
Y podrá prescindirse de las terrazas, que a nx*-
nudo son más costosas que el drenaje.
Probablemente, sería una bella cosa, prelimi­
nar a toda acción concertada de los organismo
gubernamentales para corregir el actual estado
impermeable de la superficie del suelo, si cada agri­
cultor tapara las salidas de la mayor parte de mis
líneas de drenaje. Esto daría al agua que ahora
inunda los valles, una oportunidad para hundirse
profundamente en el terreno, de donde la capilari-
dad podría extraerla de nuevo. Tal medida, reali­
zada por todos los granjeros de una cuenca de
cerminada, tendría también importancia para au­
mentar la provisión de agua en los pozos de la
comunidad. A más de un granjero le agradaria
poder dedicar a sus cultivos, el tiempo que debe
malgastar baldeando agua para sus animales. N
LA FALSEDAD DEL DRENAJE SUBTERRÁNEO 179

todos los vecinos taparan sencillamente todas las


instalaciones de drenaje subterráneo, es probable
que descubrieran que en adelante no tendrían que
baldear agua.
Esto sería sólo uno de los numerosos bene­
ficios. El aumento de la provisión de agua para
los sembrados y plantaciones, sería el más impor­
tante. Con ello podría apresurarse el desarrollo
de las plantas, y se acortarían los períodos entre
las lluvias, cuando las plantas sufren por falta de
agua. Hay otros beneficios menos evidentes pero
no menos importantes, que seguirían a la oclu­
sión de las líneas de drenaje subterráneo. Sin em­
bargo para evitar (pie se repitieran los manchones
de terreno empapado, sería bueno que el agricul­
tor trabajara dentro del suelo que rodea esos
manchones, una cosecha de abono verde, antes de
ocluir las salidas.
Cuanto antes transformemos en historia an-
tigua muchas de nuestras prácticas de labrar el sudo,
más pronto nos claremos cuenta de que, de­
bajo de nuestros pies y en casi todas las partes en la
tierra por donde querramos caminar, yace casi
literalmente el Jardín del Edén. Todavía no
hemos comenzado a horadar el barril de las po­
tencialidades Tlel sucio para producir cosechas ·
¿QUÉ HAY SOBRE TIPOS DE SUELO?

CUANDO Colón y los exploradores que le si­guieron,


vieron nuestra tierra por primera vez, respecto al
suelo, no existía nada que permitiera distinguir esas
variantes en aspecto y comporta­miento, que hoy se
designan como tipos de suelo.* Aun varias
generaciones después de la invasión europea, hubiera
sido imposible determinar, si la mayor parte de los
suelos vírgenes, eran arcillosos, rocallosos o
arenosos principalmente. Toda la faz de la tierra
estaba cubierta y mezclada con una masa de materia
orgánica tan manifiesta, que desafiaba los mejores
esfuerzos del hombre para descubrir la distribución
característica de los componentes minerales del
suelo. En ninguna parte, o casi en ninguna parte, los
suelos podrían haber sido clasificados en categorías
más específicas que los amplios grupos generales,
conocidos hoy como suelos de bosques, de campos
de pastoreo, desérticos e intermedios. Los tipos de
suelo
182 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

tal como nosotros los conocemos ahora, han lle­


gado a ser discernióles gradualmente, a medida
que ha ido desapareciendo el negro disfraz de ma­
teria orgánica. Así que los suelos se han hecho
improductivos a causa de la remoción incompen­
sada de materia orgánica, nos ha sido posible cla­
sificarlos en un sistema complicado de grupos y
subgrupos, de aspecto y comportamiento caracte­
rísticos y totalmente diferentes.
Aquí no se hará ninguna tentativa para es­
clarecer el asunto de la clasificación del suelo, que
es sumamente técnico. Para esa información, el
lector puede remitirse actualmente a un libro muy
ameno sobre la materia, escrito por un hombre
cuya familiaridad con el tema, probablemente es
única en este país. Charles E. Kellog, Jefe de la
Inspección del Suelo del Departamento de Agrh
cultura de EE. UU. publicó a fines de 1941, su
“The Soils That Support Us”. (Los suelos que nos
sostienen). En mi opinión no hay a mano una
fuente más asequible que esa, donde el lector pro­
fano-pueda adquirir una información correcta so­
bre el tema. Después de haber leído el libro de
Mr.' Kellog, el lector que desee informaciones
más detalladas sobre los tipos de suelo caracte­
rísticos de una determinada región del país, en­
contrará muchos datos útiles en “Soils and Men”;
el Anuario del Departamento de Agricultura de
EE. UU. para 1938. Todavía puede obtener más
deta les, sobre zonas más limitadas, un condado
¿ QUÉ HAY SOBRE TIPOS DE SUELO ? 183

por ejemplo, consultando el mapa del suelo de di­


cho condado, si es que se publicó alguno.
Aquí nos ocuparemos de determinar, como
se puede rehabilitar a los suelos perjudicados,
sin tener que esperar la repetición de los procesos
naturales, que originariamente los crearon. En la
naturaleza, la creación del suelo es muy prolon­
gada. La gente amenazada hoy por el hambre y
la carestía, mira con aprensión la supuesta nece­
sidad de devolver los suelos agotados al bosque y
al pastoreo, y esperar varias generaciones, hasta
que llegue la época en que sea posible limpiar y
desmontar los nuevos suelos para la labranza. No
aparece con claridad, la forma en que podrán
subsistir en el Ínterin las generaciones interme­
dias. El pesimismo que demuestran muchos de
nuestros estudiosos del suelo más eminentes, tie­
ne amplia justificación. El presente capítulo se
propone mitigar los temores engendrados por esos
tristes presagios.
Cuando en el asunto de la conservación de
la fertilidad del suelo, se estudia la historia del
pensamiento sobre el tema, en los últimos tre ita*
años, se justifica que entre los científicos haya
cundido el pesimismo. Este período, ha sido tes­
tigo, y principalmente aquí en los EE. UU., de
los esfuerzos más activos que se han conocido en
el mundo, para devolverle al suelo su capacidad
productiva original. Un número de ideas contri­
buyeron a iniciar la ola de interés nacional por
184 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

el mejoramiento del suelo. Es un hecho estable­


cido, que la población rural declinaba invariable­
mente, mientras crecía la urbana. Se ha pronosti­
cado sin reservas, que dentro de unas pocas dé­
cadas, la población del mundo podrá ser dema­
siado grande, para la capacidad de producción de
ali.nentos de nuestros suelos. También ha ido cre-
cit ndo la convicción de que la ciencia química
pu ide guardar el secreto de la fertilidad perma­
nente del suelo. Esas influencias contribuyeron a
la creación de organismos apadrinados por el go­
bierno, con el propósito de dar a los labradores
una información general, sobre la necesidad de
prácticas definidas para velar por el mejoramien­
to del suelo. En una forma universal, las medidas
que se recomendaban, en un punto u otro, invo­
lucraban desembolsos de dinero. Además, pronto
fué evidente que es mucho más fácil mantener la
fertilidad de los suelos que aún producen buenas
cosechas, que restaurar la capacidad productiva
de los suelos que han perdido del todo su tizne
negro original.
Durante varios años, el gobierno no poseyó
medios para ayudar financieramente a los agri­
cultores. Para que un granjero pudiera hacer*
lo que se le recomendaba, era necesario que tu­
viese dinero o crédito. No se le dió ninguna ayu­
da a una multitud de granjeros que la necesita­
ban. El resultado fué que sin propornérnoslo,
desarrollamos una serie más o menos estratifi-
¿QUÉ HAY SOBRE TIPOS DE SUELO? 185

cada de clases agrícolas con tendencias precisas


a la especialización. Así se esbozaron varias cla­
ses. Algunos agricultores generales se hicieron in­
vernadores, otros tamberos, otros avicultores y
etcétera. En cada clase, algunos conservaren un
mínimo de labranza general, mientras completa­
ban el equipo mecánico necesario para su especia­
lidad. A causa del progreso que se hizo en esa
dirección, se creó una interdependencia entre los
granjeros, quienes además, tuvieron que depender
en forma creciente, de la población urbana, para
satisfacer necesidades que anteriormente pro-
veíah por sí mismos. En esa forma se desarrolló
un tipo de agricultura comercializada, para no de­
cir industrializada, que practicaban los mismos
agricultores que originariamente eran capaces de
seguir las instrucciones de los comisionados ru­
rales.
Mientras progresaba esta cruza en un grupo
afortunado financieramente, en el otro extremq
de la escala, y en una forma igualmente eficaz,
tenia lugar una degeneración. Gentes cuyas tie­
rras habían perdido la mayor parte de su materia
orgánica, se veían en tales dificultades, antes de
que se iniciara el programa agrícola del gobierno.,
que no pudieron seguir las instrucciones más im­
portantes de sus consejeros. Tenían buena volun­
tad, pero muy pocos entre ellos tenían suficiente
dinero para dar comodidades a sus familias, y no
186 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

podían ahorrar nada para dedicarlo a mejorar el


suelo.
El reconocimiento tardío de la relación ne­
cesaria entre la degeneración del suelo, y la falta
de dinero para mejorarlo, dió por fin como resul­
tado la creación de medidas legales, para ayudar
a los agricultores en apuros a rehabilitar sus tie­
rras. Ahora existe un número de organismos en
condiciones de ayudar a los agricultores, quienes
pueden obtener préstamos para muchos proyectos,
que antes no se lograban. En situaciones desespe­
radas, hasta pueden hacerse donaciones de ayuda?
En efecto, las leyes del Congreso y las reglamen­
taciones de su aplicación, son tan liberales, que
abarcan todas las condiciones concebibles de apre­
mio en agricultura, y que algunos de los varios
organismos pueden socorrer, siempre que pueda
hacérselo con dinero.
La intención del Gobierno no fué entonces,
ni lo es ahora, darle tanta expansión al programa
actual de rehabilitación, como para que incluyera
a todos los agricultores cuyas tierras la requie­
ran ; una empresa tan vasta, exige más dinero que
todo el que pudiera arrebañar el gobierno más ri­
co del mundo, mediante impuestos. Se espera que
las instituciones de crédito privadas, se hagan
cargo de la tarea en las localidades necesitadas,
donde funcionan. En efecto, en ciertas regiones
esto ya se está haciendo en pequeña escala. Sin
embargo, en las regiones del país donde la nece-
¿QUÉ HAY SOBRE TIPOS DE SUELO? 187

sidad de mejorar el suelo es más aguda, los ban­


cos locales, como es natural, reflejan la pobreza
de sus clientes los agricultores. Por lo tanto, ro
es una solución muy evidente para este primo .·-
diálísimo problema de la rehabilitación del sudo.
Todavía puede prestársele consideración a
otros aspectos del asunto. Debe admitirse que el
costo de producción por acre, aumenta con medi­
das que exigen la formación de terrazas y otros
medios para impedir el escurrimiento superficial
del agua. Las terrazas son proyectos de ingenie­
ría cuyo costo por acre, puede alcanzar fácilmente
el valor previo del acre de tierra, cuando se los
proyecta para tierras empobrecidas. Su construc­
ción puede duplicar la inversión que hizo el gran­
jero en su terreno, sin que sea el punto de par­
tida para el incremento de la productividad. Y
puede recordarse que, donde se supone que la ne­
cesidad de terrazas es imperativa, su construcción
debe preceder a otro acondicionamiento del suelo.
Este acondicionamiento subsiguiente, por lo co­mún
requiere aplicaciones de cal, cultivo de legu­
minosas, tratamiento con fertilizantes básicos, eh·
algunos casos el agregado de los llamados ele­
mentos vestigiales, y otras operaciones costosas,
tales como el traslado de los cercos, la plantar ón
de césped u otros medios de proteger las salidas
del agua, etc.
El párrafo anterior incluye mucho material
cuyo comentario necesitaría notas al pie. Tal vez
188 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

sea más útil y directo remitir al lector a los muchos


boletines gubernamentales que dan las ex­
plicaciones lúcidas, de los varios pasos que com­
prenden los programas habituales de mejora­
miento del suelo. Una serie reciente lleva enca­
bezamientos que hacen uso de la expresión “De­
fensa del suelo” y que dedican un boletín espe­
cial a cada región importante del país. Para in­
formación completa sobre las medidas que ofi­
cialmente se consideran necesarias, con el fin de
que nuestros suelos gravemente erosionados recu­
peren su alta productividad, se recomiendan los
siguientes boletines publicados por el Servicio de
Conservación del Suelo del Departamento de
Agricultura de EE. UU.:
Farmers’ Bulletin· N? 1789, Terracing for
Soil and Water Conservation.
Farmers’ Bulletin Ν'' 1813, Prevention and
Control of Gullies.
Farmers’ Bulletin N9 1795, Conserving Com
Belt Soil.
Farmers’ Bulletin N9 1809, Soil Defense in the
South.
Farmers’ Bulletin N? 1810, Soil Defense in
the Northeast.
Farmers Bulletin Nv 1767, Soil Defense in·
the Piedmont.

Es obvio que, a mejor andar, nuestros pro­


gramas convenidos de mejoramiento del suelo,
ncluyen en casi todos los casos un desembolso de
dinero. La suposición básica de que los alimentos
¿Qué hay sobre tipos de suelo? 189

extraídos del suelo por las cosechas deben ser re­


puestos, supone también que el empleo de fertili­
zantes es una “virtud” en su acepción más am­
plia, y los fertilizantes cuestan dinero. Después
viene la cal, la cual es considerada un prerrequisi-
to para la siembra de leguminosas en la mayor
parte de las situaciones, y comprar cal cuesta di­
nero, y todavía cuesta más dinero su aplicación.
Podría compilarse toda una lista de recomenda­
ciones de las cuales una o más, serán exigencias
que “deben” y no que “pueden” cumplirse en ca­
da proyecto de mejoramiento del suelo. Y sin ex­
cepción, en cada caso va involucrado un desem­
bolso de dinero. Como se indicó previamente, los
agricultores que se han beneficiado en realidad
con la labor de los comisionados rurales y el pro­
grama de extensión agrícola, han recibido auxi­
lio, porque en cierto grado podían ayudarse a sí
mismos. También gastaron una buena parte de
sus beneficios en desembolsos para fertilizantes,
cal, semillas de leguminosas, medios de inocula­
ción, etc. Como consecuencia, ha aumentado con­
siderablemente el costo de explotación por acre.
Esto no significa precisamente un aumento en el
costo por unidad de producto. Es- más probable
que casi signifique lo contrario. De ahí, y a cau­
sa de los rendimientos elevados, que parezca jus­
tificado que estas personas hayan vuelto a ente­
rrar con el arado las ganancias. Como resultado
190 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

el terreno se ha vuelto más productivo, y por lo


tanto es un terreno más valioso.
Si suponemos que el programa actual conti­
núe, es aparente que los granjeros que han sido
los principales beneficiarios del programa de ex­
tensión, continuaran sacando provecho de eso,
porque están mejor capacitados para adoptar to­
da recomendación nueva, que exija desembolso de
dinero. Como eso es tan aparente, se le presta po­
ca· atención a la necesidad de mejorar su situa­
ción. Bajo la manera actual establecida para ha­
cer las cosas, están en la situación más favore­
cida; por eso se consideraría una necedad preocu­
parse por ellos, siendo que hay tantos otros en di­
ficultades económicas serias. Por lo tanto nadie
siente ansiedad respecto a los corifeos de la agri­
cultura, que parecen tan firmemente atrinche­
rados.
Con seguridad absoluta, ahora puede decirse,
que la supuesta posición firme de nuestros agri­
cultores más progresistas, en realidad, está desti­
nada a transformarse en la más precaria. La di­
ficultad está en que se han ido a las nubes. Han
aprendido a hacer ganancias con las papas a cin­
cuenta céntimos el bushel, por ejemplo; serian in­
capaces de ganar nada, si las papas se vendieran
cuando mucho, a la mitad de ese precio. Los agri­
cultores progresistas están aparejados para una
alta producción, de un producto que comparativa­
mente tiene un costo alto. Cuando sus vecinos,
¿QUÉ HAY SOBRE TIPOS DE SUELO? 191

cuya pobreza anterior les impidió cumplir con los


requisitos corrientes para mejorar el suelo, se en­
cuentren con que pueden producir el doble de “bu-
sehls” por acre, que lo que cosechan la mayor
parte de los granjeros, y que lo pueden hacer
sin ninguno de los desembolsos corrientes, eí
mercado reaccionará con el descenso de los pre­
cios, frente al aumento de la producción. Cierta­
mente, la ruina de hombres que ahora son nues­
tros mejores agricultores va a dar la prueba de
este acontecimiento. Con toda probabilidad el
acontecimiento vendrá casi sin anunciarse, porque
es probable que aun muchos años después de la
época en que los primeros argicultores comiencen
a trocar el arado por la rastra de discos, todavía
continúe enseñándose el programa actual. No
ocurrirá un cambio importante en los precios del
mercado, hasta que haya un volumen suficiente
de los nuevos productos a bajo costo, que justi­
fique las reducciones en los precios. El resultado
final podrá ser un desastre para los que ahora es­
tán en la situación más favorecida.
Exactamente cuantas de esas personas, que
actualmente son los “leaders” respetados de las
actividades del “Farm Bureau” y “Grange
Work”, y en muchos casos el sostén principal de
la propaganda agrícola del gobierno, serán capa­
ces de amortizar sus hipotecas y salir a flote sol­
ventes de una trampa económica como esa, no
está del todo claro. Es difícil comprender como
192 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

harán para adquirir conciencia de su compromiso,


antes de que sea demasiado tarde, porque hasta
ahira (comienzos de 1943) no hay indicios de
cue haya en perspectiva, cambios en el programa.
Sin embargo, hay pruebas de que los científicos
del gobierno, se están preparando sin prisa, para
lo que importa una agricultura sin arado. El “ór­
gano de la casa” del Servicio de Conservación del
Suelo, “Soil Conservation” trae desde hace dos
años, artículos sobre las ventajas de la incorpo­
ración superficial de la materia orgánica. Por lo
menos una comisión en el Congreso, está ente­
rada de que es inminente un cambio. En una
ieunión de hombres de ciencia y fabricantes de
maquinarias, realizada en Chicago a fines de
1941, se discutieron las posibilidades de proyectar
implementos para la incorporación superficial.
Las recientes investigaciones realizadas por el
Bureau of Plant Industry, sobre suelos y ferti­
lizantes, presumiblemente han sido erigidas apre­
suradamente como la base experimental necesaria
pa a que se justificara el nuevo programa. Pre­
sumiblemente, todo esto se va haciendo sin tomar
disposiciones para rescatar la vanguardia del ré­
gimen actual, cuando la nueva guerra relámpago
de las cosechas a bajo precio, alcance a los mer­
cados desmoralizados.
Para el lector, puede no ser bastante clara la
magnitud del peligro. El profano corriente puede
no reconocer el hecho de que no hay una necesi-
¿QUÉ HAY SOBRE TIPOS DE SUELO? 193

dad urgente de maquinaria nueva para pasar del


arado a la incorporación superficial. Ese es justa­
mente el punto. Con el fin de prepararse para ob­
tener los beneficios del nuevo régimen inmediata­
mente, solo es necesario una cosa, educar al agri­
cultor respecto al error de arar y respecto a que
la rastra de discos correctamente manejada, pue­
de preparar completamente el terreno para las co­
sechas. Cuando los agricultores estén informa­
dos de que pueden en realidad, mezclar tremenda^
cantidades de materia orgánica dentro del suelo
con la rastra de discos; que lo pueden hacer sin'
temor de ser víctimas del “tiro por la culata” que
siempre acompaña a la acción de enterrarlas con
el arado; que entonces podrán producir cosechas
mucho mejores y mayores que las que jamás ha­
yan visto, ni que se hayan atrevido a esperar,
entonces, la mayor parte de ellos comenzarán a
poner a prueba la nueva información, mediante la
experimentación privada. De ahí en adelante en
poco tiempo, dejarán de tener importancia ios ti­
pos de suelo y todos los tratamientos costosos que
les corresponden. Si las personas que hoj for­
man la columna vertebral de la agricultura co­
mercial, resultan ser los rezagados en adquirir
la nueva información, lo serán a su pesada costa.
Buena parte de este capítulo puede haber pa­
recido una divagación que se apartaba del tema
de la clasificación del suelo, más bien que una
discusión de él. La razón es que estamos discu-
194 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

tiendo asuntos ¡prácticos, y no académicos. No',


puede existir la menor duda de que, cuando se
ha despojado a los suelos de su manto natural
de materia orgánica, surgen como masas de mi­
nerales desemejantes y divergentes. Es del todo
natural que esas áreas de arena, de cieno, de ar­
cilla, o de lo que sea, se comporten de diferente!
modo cuando se plantan con diferentes cosechas.
Aú:i es posible, que los mismos suelos, cuando se
los revista con materia orgánica copiosa y bien
mezclada, rindan cantidades diferentes, porque
son tipos de suelos ligeramente diferentes. Sin
embargo una diferencia de unos pocos “bushels”
por acre, cuando la producción media, es de cien
o más “bushels” por acre, es un asunto menos se­
rio, que cuando el rendimiento diferencial se basa
en promedios comprendidos entre diez y veinticin­
co “bushels” por acre.
Si se considera nuestro dominio de la maqui­
naria, no favorece a nuestra reputación, el hecho
de que los orientales producen cosechas de cuatro
a diez veces mayores que nosotros en tierras que
en algunos casos son inferiores a las nuestras.
Pero el hecho es ese, y si lo hacen así, es porque!
cuando menos en parte, han comprendido las ver­
daderas exigencias del manejo del suelo. Nosotros
deberíamos producir tanto como ellos, en tierras
que producen de diez a quince bushels de maíz
por acre, por ejemplo, particularmente en las
áreas húmedas de nuestra zona maicera.
¿QUÉ HAY SOBRE*TIPOS DE SUELO? 195
Con la excepción de algunos tipos raros de
suelo, como los podzols de agua subterránea, que
tienen oculta su materia orgánica por varias pul­
gadas de arena suprayacente, y tal vez otros
tipos anormales de suelo que son desconocidos pa­
ra mí, deberíamos ser capaces de sobrepasar a
cualquier otro pueblo del mundo en producción
por acre, en la mayor parte de la tierra que du­
rante generaciones ha estado en cultivo en este
país. Hace mucho tiempo que somos superiores
en la producción por hombre, a causa de nuestro
empleo de maquinaria. Cuando hayamos comen­
zado a hacer a máquina lo que hemos creíd > que
tenían que hacer las sabandijas y las lombrices
de la superficie hasta entonces (entremezclar ín­
timamente la materia orgánica con las capas su­
perficiales), automáticamente, nos encontraremos
a la cabeza en el mundo, en producción por acre
también. Actualmente es imposible preveer los
cambios económicos que seguirán necesariamente
a este cambio fundamental en nuestras relaciones
con el suelo. Lo que es cierto, es que serán vastos.
HULLA PARA NEWCASTLE

.Actualmente los problemas relacionados con


la fertilidad del suelo son muy graves, sin em­
bargo puede ser que no lo sean para los autores
del futuro, tal vez para ellos serán más bien di­
vertidos. No obstante, la actitud seria con que les
hacemos frente en la actualidad, está totalmente
justificada, porque muchos agricultores america­
nos, lo mismo que sus colegas del extranjero, lu­
chan a brazo partido con los problemas que origi­
na el mal manejo del suelo. Sin embargo, cuando
se haya restablecido el equilibrio y seamos capa­
ces de repasar los desatinos apenas excusables de
la agricultura científica, nos será satisfactorio
comprobar que, a pesar de la lucha del hombre
durante generaciones con las ridiculeces que él
mismo se creó, descubrió la verdad por último.
Desde el punto de vista agrícola, nos hemos sere-
nado en una forma parecida a la de los mari­
neros náufragos, sedientos durante días, mientras
198 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

andaban a la deriva en la boca del Amazonas.


Nuestros suelos están llenos de alimento ve­
getal disponible. No existe en absoluto la necesi­
dad de fertilizantes comerciales. Anuálmente, la
naturaleza puede poner a la disposición de las
plantas, suticiente alimento como para producir
varias veces lo que producimos ahora. Nuestra
era actual de cosechas decrecientes, sólo puede ex­
plicarse por el hecho de que al arar, batimos y
mantenemos en una esclavitud improductiva, a
suelos que si no fueran molestados por el hom­
bre, producirían continuada y vigorosamente. Du­
rante largo tiempo, hemos sabido que las “seis
pulgadas superiores” del suelo, contienen bastan­
tes elementos de los menos abundantes para ali­
mentar a la vegetación, como para producir co­
sechas máximas durante unos cuatrocientos años.
¡Cuánta mayor cantidad habrá en reserva en las
sucesivas capas subyacentes desde aquí hasta la
China! Existen infinitas posibilidades para que
estos suelos que hemos agotado, produzcan con
abundancia. El hombre moderno no ha visualiza­
do los altos rendimientos que surgirán del suelo
tan pronto como se coopere plenamente con la
naturaleza.
En el pasado hemos creído que colaborába­mos
con la naturaleza sin embargo, ni siquiera hicimos
uso de hechos conocidos, que la mayor parte de los
estudiantes de las escuelas superio­res, adquieren al
comienzo de sus carreras. Hasta
HULLA PARA NEWCASTLE 199

que pongamos en acción estos principios, difícil­


mente podremos decir que colaboramos con la na­
turaleza. En lugar de eso, hemos trabajado con
propósitos opuestos al esquema que hace posible
la existencia y el crecimiento de las plantas. Es
lo mismo que si hubiésemos tratado de alimentar
los peces de un acuario, desparramando su ali­
mento sobre la tapa de cristal.
Hace treinta años, en la Universidad de
Kentucky, unos estudiantes preguntaron por qué
es necesario aplicar fertilizantes al suelo, si éste
está ricamente dotado de los mismos elementos
que contienen los fertilizantes. La contestación
íué, que los minerales del suelo eran muy difí­
ciles de disolver, ya que si así no fuera, no esta­
rían en él. Esto sonaba a lógico. Nos permitió
comprender que, aunque en el suelo existe fós­
foro, los sembrados podrían sufrir fácilme te, si
sólo puede disolverse un cuatro por ciento de la
relativamente pequeña cantidad de fósforo del
suelo, cada estación. En esa forma se nos satis­
fizo con explicaciones que parecían razonables,;
pero que no tomaban en cuenta la frugalidad con­
tradictoria de la campiña natural.
Alrededor de nosotros, en todas partes, hay
pruebas de que si no se molesta a la superficie
de la tierra, ella produce una vegetación más sana
y más fuerte, que la de la parte que se cultiva.
Salvo que ocurran reveses como los incendios, ca­
da año los* árboles de los terrenos boscosos se ro-
200 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

bustecen más, y bajo la corteza de cada árbol,


se añade una nueva capa de madera. Evidente­
mente, en el suelo hay minerales disponibles en
abundancia para estos árboles; al sucederse las
estaciones la disponibilidad cada vez es mayor, a
pesar del fuerte impuesto que significa el creci­
miento de la madera, los animales silvestres que
pastan en el terreno, y las otras gabelas que en
conjunto deben igualar o sobrepasar el drenaje
de Amento vegetal en el terreno cultivado.
Con las hierbas de las llanuras, se alimentaron
innumerables búfalos, caballos salvajes, vacunos
silvestres, cabras, ciervos y otros animales. Millones
de esos animales fueron nutridos por la vegetación
del terreno inculto de la pradera. Al proveer
alimentos para esta multitud, el suelo subyacente
empleando los minerales insolubles,
hizo crecer una vegetación de hierbas, que en mu­
chos lugares ocultarían a un hombre a caballo
No se aplicó fertilizante artificial, no se aró, no
se cultivó, no hubo ni una de las “contribuciones
ventajosas”, que hace el hombre en beneficio del
crecimiento vegetal; sin embargo, en esas llanu­
ras, se encontraba el más asombroso desarrollo
de hierbas nutritivas que jamás se vió en el mun­do.
Bien podemos preguntarnos¿cuál es la ayuda conque
contribuye el hombre?
Podemos reconocer el hecho, de que cuando
el hombre da lo mejor de él, no contribuye abso­
lutamente con nada al crecimiento de las plantas,
HULLA PARA NEWCASTLE 201

y que cuando peor anda, destruye rápidamente las


excelentes condiciones para el desarrollo, con la
ilusión de que está nutriendo a sus plantaciones.
Millones de agricultores pagan su contribución a
los minerales nutritivos del suelo en forma de fer:.
tilizantes y abonos; pero al manipular el suelo’,
lo obligan a que pierda por el piso del surcó del
arado, cantidades muchas veces mayores que la
que contribuyen, de manera que, el efecto bien
entendido de su trabajo, es privar a sus semen­
teras del sustento que la naturaleza proporciona
tan generosamente a toda la vegetación.
En los capítulos anteriores se demostró la
forma en que la operación de arar, despoja a las
plantaciones de sus legítimos productos de des­
composición. Este es el momento de demostrar
cómo hace el terreno abandonado a sus solas fuer­
zas, para producir mucho mejor que cuando lo
labran los agricultores. Mediante el análisis de
las condiciones físicas, biológicas y químicas crea­
das por el arado debajo de la superficie, podre­
mos demostrar definitivamente, exactamente, por
qué el agricultor nunca fué capaz de igualar a la
campiña natural, en terrenos que se deterioraron
hasta un grado cualquiera. La discusión es algo
técnica, pero es necesaria para entender el pro­
blema.
Las condiciones que favorecen la descompo­
sición son las mismas que favorecen el desarrollo
de aquellas bacterias que son los agentes de la des-
202 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

composición. Como es natural, sabemos que esas


bacterias son más activas dentro de ciertos lími­
tes de temperatura, con un cierto grado de hume­
dad, en presencia de una provisión alimenticia
conveniente y en presencia de una cierta cantidad
de aire que puede ser abundante o restringida.
También sabemos que es difícil imaginarse con­
diciones más favorables que las que comúnmente
existen justamente debajo de la superficie del
suelo. Al arar, el agricultor coloca la materia des­
componible, en el ambiente más favorable para
que se descomponga completamente, y con rapi­
dez. La misma materia orgánica es el alimento.
En la naturaleza siempre existen bacterias. Du­
rante la mayor parte del año, las condiciones de
humedad y temperatura, están dentro de lo que
los bacteriólogos llaman límites óptimos. Por lo
tanto no debe sorprender si unas pocas semanas
o meses después, no pueda reconocerse cualquier
cosa que el agricultor entierra con el arado. Al
descomponerse, desapareció.
Toda materia, cuando se pudre produce un
gas más pesado que el aire; es el anhídrido car­
bónico. Si en el agua de un pozo hay algo en des­
composición, el aire del pozo es desplazado. En
la parte vacía de un silo a medio llenar, se acu­
mula anhídrido carbónico. En los pozos y en los
silos, han muerto muchas personas por ignorar
que debajo del aire superficial estaba este gas
mortífero. El humo de una hoguera, está consti-
HULLA PARA NEWCASTLE 203

tuído principalmente por anhídrido carbónico, pe­


ro el calor del fuego, proporciona, la fuerza para
elevarlo. En ausencia de esa fuerza, el anhídrido
se acumula debajo del aire impulsándolo hacia
arriba. Cuando el arado entierra materia orgá­
nica en cantidad suficiente, crea una zona de des­
composición que es más bien continua, y a una
profundidad aproximadamente uniforme. Esta
masa en descomposición, libera constantemente
anhídrido carbónico, durante todo el tiempo que
dura la descomposición. El anhídrido carbónico,
debe llenar el suelo expulsando gradual y com­
pletamente al aire que ocupaba los espacios entre
las partículas del suelo. No hay otra alternativa,
porque debajo de la tierra que removió el arado,
no existe una fuerza como la del calor del fuego,
que se lleve al anhídrido.
Nunca se pensó, que tuviera importancia el
hecho de que la materia orgánica en descomposi­
ción debe llenar totalmente al suelo con anhídrido
carbónico. En verdad, el hecho parecía tan poco
significativo, que en los cursos sobre suelos ja­
más se lo enfatizó. Mi trabajo de, prueba en el
campo en 1940, demostró en forma con Iuyente que
respecto a eso, se había pasado por alto algo
que tenía importancia. Había una prueba conclu-
yente de que mis plantaciones, obtenían su nitró-
geno casi exclusivamente del aire atmosiérico.
Esto no hubiera tenido nada de particular, si mis
plantaciones sólo hubiesen sido leguminosas, por-
204 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

que desde hace mucho tiempo se sabe que las le­


guminosas, emplean el nitrógeno que las bacterias
nitrificantes que parasitan sus raíces, obtienen
del aire. Las únicas leguminosas que tenía ese
otoño eran porotos. Las otras plantaciones eran
tomates, pepinos, cebollas, papas, coles y
lechugas. Todas estas plantaciones, tanto las
leguminosas como las que no lo eran,
prosperaron igualmente bien, aunque ese año no
se empleara nitrógeno en ninguna parte de la
granja. Además, el terreno sólo era capaz de
proporcionar una pequeña parte del nitrógeno
usado en la vegetación, y la única materia
orgánica que se le suministró, fué centeno
enterrado por disqueo. Para los hombres de
ciencia, es una cosa sabida que cuando se en­
tierra centeno de tres a seis pies de alto con el
arado, hay que esperar varias semanas para ini­
ciar la plantación en ese terreno. Y también es
bien sabido que, para que se descomponga rápi­
damente una masa de material como ese, enterra­
da con el arado, es necesario enterrar junto con
ella, una cantidad generosa de un fertilizante ni­
trogenado. En mi granja no se llenó ninguno de
esos requisitos; y sin embargo, todo lo que planté,
tuvo todo el nitrógeno que necesitó, durante to­
da la temporada de crecimiento. Hubo abundan­
cia de pruebas de que esas plantas que no eran
leguminosas, tuvieron acceso al nitrógeno atmos­
férico, tan completamente como lo tienen las le­
guminosas que se desarrollan en los ambientes
HULLA PARA NEWCASTLE 205
más favorables. Es evidente que debió prevalecer
alguna condición inusitada, para que esto sea
verdad.
La única condición inusitada, fue que toda
la descomposición ocurrió bajo circunstancias que
proporcionaron sin interrupción abundante nitró­
geno a las bacterias mirificantes saprofitas (son
las que no requieren un huésped viviente, que les
dé los hidratos de carbono necesarios para suple-
mentar el nitrógeno que extraen del aire). Desde
1901, se sabe que en el suelo existen esas bacte­
rias. En muchos laboratorios se comprobó su ca­
pacidad para acumular nitrógeno en el laborato­
rio, pero a esos resultados no les cupo otro destino
que cargarse de polvo en los estantes, porque ja­
más se le ocurrió a nadie, obligar a estas bacte­
rias, a “comer” materia orgánica al aire libre
Cuando la descomposición ocurre en el fondo del
surco, el nitrógeno como componente atmosférico
está excluido, por lo tanto se les niega a estas sa­
profitas mirificantes su nitrógeno atmosférico;·
De mis priiebas en el terreno se deduce que, si la
materia orgánica se pudre al aire libre, estas bac-
terias son tan eficientes como sus allegados pa-
rásitos, para acumular nitrógeno. Además, al ni­
trógeno acumulado, no se le ofrece la oportunidad
para que se pierda, porque las raíces de.las plan-
tas lo emplean tan pronto como mueren las bac­
terias y entran a formar parte de la masa en des-~
206 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

composición. Las plantas obtienen su nitrógeno,


casi directamente.-
Este descubrimiento significa que de aquí en
adelante nadie necesitará comprar nitrógeno para
fei Lilizante. También significa que nadie necesi­
ta sembrar leguminosas, con el fin de beneficiarse
con el nitrógeno que ellas acumulan en el suelo.
Todavía más, desde que en el terreno se emplea
cal, porque crea condiciones mejores para las le­
guminosas, en adelante los agricultores tampoco^
tendrán que comprar cal para tratar sus suelos.
Por lo tanto, un pequeño descubrimiento permite
interrumpir un gasto considerable en la labranza.
Nadie comprará cal y fertilizantes nitrogenados,
ni plantará legumbres para enterrarlas con el ara­
do, si sabe que sus cosechas pueden conseguir ni­
trógeno atmosférico, sin esta incomodidad y sin
aquel gasto.
Sin embargo, esta no es toda la historia. Los
vegetales no pueden vivir únicamente con nitró­
geno. Deben tener a su disposición cantidades re­
lativamente pequeñas de muchos minerales cuya
única fuente es el suelo. La descomposición de la
materia orgánica desempeña una fupción impor­
tante en la liberación de esos minerales, de los
cristales relativamente insolubles que han resisti­
do la influencia de los fenómenos meteorológicos
desde el comienzo de los tiempos. La misma mate­
ria orgánica contiene algunos de esos minerales,
que a medida que ella se descompone, quedan en
HULLA PARA NEWCASTLE 207
libertad y son captados por las raíces de las plan­
tas. Durante el proceso de descomposición, se des­
prende anhídrido carbónico gaseoso, que al disol­
verse en el agua se trasforma en ácido carbónico.
El ácido carbónico es el mejor solvente natural
conocido para los minerales que son necesarios
como alimentos de las plantas. El ácido carbónico
reduce rápidamente a carbonatos, u otras formas
utilizables, a aquellos minerables que en presen­
cia de agua solamente, se disuelven con mucha
lentitud.
Cuando los materiales orgánicos se descom­
ponen a la profundidad del arado, en el fondo del
surco, el agua que está por debajo, se ve impedi-
da para ascender a las capas superficiales del·
suelo. (Esto es especialmente cierto, cuando la
cantidad de material orgánico es tan grande, que
separa completamente el subsuelo del suelo su­
perficial). A resultas de esto, el terreno se seca
rápidamente, permanece seco durante todo el pe­
ríodo de descomposición. A causa de esta seque­
dad del suelo, por falta de agua, no se forma
ácido carbónico a medida que queda en libertad
el anhídrido, quien con el tiempo sé escapa de
la masa mineral, sin haber contribuido a la di­
solución de> los minerales que la vegetación ne­
cesita.
En el suelo disqueado, la situación es total­
mente diferente. El agua del subsuelo, puede ele-
varse hasta la superficie del suelo, o hasta donde
208 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

la capta y la absorbe la materia orgánica. Como


el movimiento del agua se hace sin restricciones
en toda la masa del suelo, siempre el agua está
presente, para que cada vez que ocurre alguna
descomposición, el anhídrido carbónico que ella
genera se disuelva. Del suelo no se escapa ningu­
na cantidad de anhídrido, y la mayor parte se
transforma en ácido carbónico. Este ácido pone
en libertad a los minerales que las plantas utilizan,
rué de otro modo serían casi insolubles, y que
son tan necesarios en las granjas. Mediante es­
tas reacciones químicas en el interior del suelo,
tan simples y bien conocidas, la misma materia
orgánica va recorriendo su largo camino, para
proporcionar los minerales que de otro modo el
agricultor tendría que comprar embolsados
¿Puede la materia orgánica en descomposi­
ción en la superficie del suelo, poner en libertad
bastantes minerales para rendimientos máximos?
La contestación, en conjunto, parece depender de
la cantidad de descomposición orgánica que se va
produciendo durante la temporada de crecimien­
to de la vegetación. Yo no puedo afirmar que en
un terreno dentro de cuya parte superficial se
hayan disqueado grandes cantidades de materia
orgánica, puedan esperarse rendimientos máxi­
mos sin la aplicación de fertilizantes artificiales.
Lo que doy por seguro, es que cuando los agricul­
tores inicien el proceso de rejuvenecimiento del
suelo, restaurándole materia orgánica a su super-
HULLA PARA NEWCASTLE 209

ficie, muy pronto descubrirán que el rendimiento


no puede aumentarse con el añadido de fertilizan­
tes, por grande que sea la cantidad que se añada.
Esta opinión se basa en experiencias y observacio­
nes hechas durante pruebas estrictamente no ofi­
ciales. Al parecer, es del todo razonable esperar
que la cantidad de minerales liberados durante
cada periodo de cultivo, será suficiente para pro­
ducir cosechas máximas, siempre que el volúmen j
de ácido carbónico generado por la descomposi­
ción sea adecuado.
Puede sugerirse, nuevamente a juzgar por
la experiencia, que las cosechas máximas actuales,
comparadas con las que en realidad se obtendrán
disqueando cantidades importantes de materia
orgánica, quedarán empequeñecidas. Yo ya he co-
sechado más de mil “bushels” por acre, bajo condi­
ciones como las que estoy describiendo, sin fer­
tilizantes, ni correctivo alguno del suelo, como no
fuera materia orgánica en abundancia.
Cuando los agricultores y hombres de cien­
cia, comiencen a experimentar con este plan de
labranza, quedarán sorprendidos y desalentados
con el aspecto de las plantas durante el período
de crecimiento. Plantaciones destinadas a produ­
cir un rendimiento doble o triple del habitual,,
tendrán un aspecto del que solo podrá esperarse
un rendimiento mediano. Durante tiempo seco y
ventoso, en especial, el color no será el verde in- '
tenso que estamos acostumbrados a asociar con
210 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

una vegetación sana. Aun durante los períodos


húmedos y favorables las cosechas sin fertilizan­
tes nitrogenados, tendrán un aspecto del todo or­
dinario. Más de un agricultor, al no ver el color
verde oscuro, querrá atestar a sus sembrados con
fertilizantes nitrogenados. Sin embargo, si es pru­
dente, esperará con paciencia hasta ver cuál es
el resultado final sin emplear nitrógeno. Ese re­
sultado, lo complacerá más allá de toda medida,
considerando que toda su experiencia pasada lo
inducía a esperar una cosecha mediocre. Cuando
compruebe un gran aumento en el rendimiento,
podrá maravillarse, pero también estará capaci­
tado para analizar los resultados.
Este fenómeno se explica con sencillez. Du­
rante el periodo que pueden recordar las perso­
nas que viven ahora, los fertilizantes contenían
algún nitrógeno. En los primeros fertilizantes
destinados al cultivo de cosechas de consumo co­
rriente, por lo general el nitrógeno no pasaba de
un dos por ciento, o sean veinte kilos por tonela­
da. El fertilizante se aplica a razón de cien a
ciento cincuenta kilos por acre cuando más, o sea
dos a tres kilos de nitrógeno; con esta pequeña
cantidad, lo único que se conseguía era “anun­
ciar” al fertilizante, manteniendo el color verde
oscuro de la sementera hasta la llegada del calor.
Entonces se culparía a la sequía o a cualquier otra
circunstancia, de la pérdida del color. Por lo tan­
to podremos concluir que, nuestro juicio sobre el
HULLA PARA NEWCASTLE 211
significado de un color verde saludable se había
apartado del buen camino, a causa de nuestra ex­
periencia con los fertilizantes.
Los agricultores y los científicos experimen­
tados, saben que si una sementera crece demasia­
do lujuriosa durante las primeras semanas, cuan­
do abunda el agua, lo probable es que antes de la
cosecha, las condiciones meteorológicas impidan
que ese crecimiento se mantenga. Siempre que se
queman las hojas del maíz, ha ocurrido eso. Es
común que cuando el agricultor ha puesto en el
terreno nitrógeno en exceso, la lluvia sea sufi­
ciente durante unas pocas semanas, y entonces el
crecimiento es extraordinario. La secuela casi in­
evitable es la sequía que interrumpe el flujo libe-'
ral de alimentos hacia la planta. Entonces la plan­
ta está obligada a cercenarse a sí misma, porque
al morir las hojas, los materiales nutritivos dis­
ponibles, pueden sostener al resto de la planta.
Por lo tanto las hojas abrasadas del maíz no son
ningún misterio, por el contrario, debe contarse
con ellas como resultado de ciertas prácticas de
fertilizar.
En el aire hay abundancia de nitrógeno; el
sueló tiene prácticamente cantidades ilimitadas de
minerales nutritivos. Con los nuevos procedimien­
tos es posible utilizar las fuerzas naturales para
que el nitrógeno y los minerales estén a disposi­
ción de las plantaciones. Por lo tanto, en adelante
212 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

tendremos que interrumpir los envíos de hulla a


•Newcastle, porque fertilizar suelos que ya tienen
hundancia de alimento para las plantas, no supo­
ne otra cosa que eso.
XII

LAS PLAGAS HACEN MUTIS

La hipótesis de que el medio ambiente influye


sobre las enfermedades de los vegetales, y el per­
juicio que les causan los insectos, no es nueva.
Ya en los albores de la literatura agrícola, los
autores aceptaban que cuando mejores eran las
condiciones pfira el crecimiento de las plantas,;
tanto menores eran los riesgos de enfermedades
y perjuicios por insectos. Sin embargo, desde 1910
hasta la fecha, ha sido difícil que los trabajos so­
bre temas agrícolas, expresaran esta teoría.
Contemporáneamente con el agotamiento del
suelo, los perjuicios por enfermedades e insectos
han sido más onerosos; esto es una verdad. Co­
mo es natural, esto podría ser cierto sin ser sig­
nificativo, pero existen muy buenas razones para
suponer que ambas cosas están relacionadas entre
sí. Muchos granjeros recuerdan la época en que
no existía el escarabajo de la papa de Colorado, ni
la cochinilla de San José, ni otros insectos y tizo-
214 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

nes tan comunes actualmente. Estas personas tam­


bién pueden recordar que en esa época, sus ara­
dos separaban una zona superficial de suelo casi
negro del subsuelo amarillento. Hoy, ese suelo
negro superficial ha desaparecido; al mismo tiem­
po han aparecido muchas especies nuevas de in­
sectos, y los que ya existían se han multiplicado.
En el mismo período, ha aumentado el número de
enfermedades vegetales, y se ha exaltado su vi­
rulencia. Luego bien podemos preguntar; ¿el am­
biente, o sea el suelo, es un factor en su interven­
ción?
Desde hace tiempo se piensa que ciertas
enfermedades humanas y animales se deben al
medio ambiente. En los Estados Unidos los an-
quilostomas existen en el sud solamente, y en par­
ticular, en la región del sudeste. La malaria solo
ocurre donde el mosquito Anopheles está presente.
La pelagra y otras enfermedades por carencia de
ciertos factores, son consideradas desde hace
tiempo endémicas en ciertas localidades. Donde se
encuentran esas enfermedades, no ha sido difícil
relacionarlas con el medio ambiente.
Durante los años recientes se ha adquirido
un dominio mejor de las enfermedades por ca­
rencia, por que se dispone de más alimentos pro­
tectores. Sin embargo parece que a la par de esa
mejoría, ha declinado el valor nutritivo de los ali­
mentos que producen el promedio de las tierras.
Gracias al descubrimiento de las vitaminas, pue-
LAS PLAGAS HACEN MUTIS 215

de enfocarse mejor el asunto. Cuando recién se


comenzaron a conocer las vitaminas, se creía que
ciertos alimentos contenían determinadas vitami­
nas en abundancia. Se decía que la yema de huevo
era rica en ellas. Hoy se sabe que el alimento que
consume la gallina afecta seriamente al contenido
vitamínico de la yema de huevo. Se consideraba
que la manteca tenía una potencia uniforme de vi­
tamina A. Descubrimientos más recientes han de­
mostrado que el contenido vitamínico de la man­
teca y de la crema de leche, depende en gran parte,
de la cantidad de pasto o de otros alimentos inten­
samente coloreados de que pueda disponer la vaca,
y que ellos la proveen de esta vitamina esencial.
Ni la vaca ni la gallina, crean las vitaminas que
transmiten al consumidor de sus productos. Cada
animal debe ser provisto de ellas con el alimento.
Estos descubrimientos alarmantes, que los
alimentos que consideramos uniformemente ricos
en sustancias salutíferas, en ciertos casos pueden
ser deficientes, han desplazado la atención hacia
las plantas como fuentes normales de provisión
de vitaminas para el animal. Este asunto se trans­
forma en una cadena complicada de causas y
efectos: leche - vaca - forraje seco - pasto verde -
granos - suelo. En otras palabras, en última ins­
tancia, la culpa de toda deficiencia recae sobre el
suelo.
Luego descubrimos que al mismo tiempo que
las enfermedades por carencia disminuían en las
216 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

ío alidades donde habían sido más serias, parece


extenderse el area donde ellas ocurren. En años
muy recientes se hallaron enfermedades por ca­
rencia donde antes no existían, y exactamente al
mismo tiempo descubrimos que la capacidad del
suelo, fuente primordial de vida para nutrir eo-
correctamente a las plantas, ha declinado severa­
mente. Nosotros dependemos de las plantas.
Los americanos, en su modo característico,
cuando se enfrentaron con este dilema recurrie­
ron a las farmacias para adquirir vitaminas. Sin
duda que el desarrollo de las vitaminas sintéticas,
ha postergado el desastre para mucha gente; pero
no parece necesario pagar por algo sobre cuyo va­
lor quedan dudas, cuando si se modifica el medio
en que viven nuestras plantas, podremos devolver­
le la riqueza en vitaminas que tuvieron antes.
La lógica de este punto de vista es ineludi­
ble, sin embargo, oficialmente no se lo ha investi­
gado con el fin de determinar si prueba ser ver­
dadero en los hechos. Existen datos experimenta­
os que prueban la relación causal entre la vaca
alimentada en forma completa y la leche rica en
vitaminas y otras sustancias nutritivas. Los expe­
rimentos han demostrado que únicamente los ali­
mentos buenos, en cantidades y proporciones co­
rrectas, pueden alimentar apropiadamente a la
vaca. En grado igual estamos seguros, con el apo­
yo de amplias pruebas experimentales, de que
ir icamente un suelo capaz de suministrar a las
LAS PLAGAS HACEN MUTIS 217

plantas, suficientes sustancias nutritivas combi­


nadas correctamente, puede crear alimentos dota­
dos de los elementos necesarios para dar la salud
al hombre o a los animales. En otras palabras, te­
nemos todos los elementos necesarios para razo­
nar del buen suelo hasta la salud mejor, o del sue­
lo pobre hasta las más terribles enfermedades de
los animales que consumen los productos áel sue­
lo; pero no hemos reunido esos elementos en un
todo, necesario para llegar a la conclusión ló­
gica. Nuestro razonamiento agrícola se encuentra
todavía en un estado que se asemeja al que tenía
en este país el transporte de pasajeros, antes de
que las líneas férreas existentes hubiesen sido
agrupadas en los grandes sistemas transcontinen­
tales. Hoy, deberíamos ser capaces de hacer el
viaje íntegro, desde el punto de partida (suelo
bueno o empobrecido) hasta el término (salud
buena o pobre) sin tener que hacer paradas lo­
cales.
En mi labor de prueba, y posteriormente en
mi trabajo de campo, descubrí que las condiciones
del suelo parecían ser los factores determinantes
de la extensión con que los insectos y las enferme­
dades afectaban a las plantas. La evidencia era
tan convincente, que para verificar la idea en el
campo y en vasta escala, observé cuidadosamente
su acción en las cosechas de artículos de consumo
corriente. Los resultados en el campo, confirma­
ron totalmente las deducciones primitivas. Estoy
218 Σ,Α INSENSATEZ DEL LABRADOR

seguro de que la presencia o ausencia de las en­


fermedades de los vegetales en determinados te­
rrenos se relaciona con el estado del suelo, y que
del mismo modo se relaciona la incidencia de in­
sectos perjudiciales. Otras conclusiones no pare­
cen posibles si se considera el extraño comporta­
miento de los insectos, y la falta de enfermedades
en mi terreno preparado incorporándole grandes
cantidades de abono verde con los discos. Pero a
pesar de la existencia de esta cadena de pruebas
experimentales, no podemos aceptar como verda­
dera esa decisión no oficial, hasta que haya sido
demostrada mediante pruebas oficiales correcta­
mente conducidas. Las estaciones experimentales
han sido fundadas con esos propósitos, y de ellas
debemos esperar las pruebas.
Aunque la presencia o ausencia de insectos y
enfermedades, no parezca ser necesaria para este
razonamiento, si puede determinarse hasta qué
grado el comportamiento de ambos es un índice
fiel del estado del suelo donde crece la planta, ello
será útil para un propósito importante. Si se com­
prueba que el comportamiento de los insectos, y
en fermedades es un índice perfecto, como debe­
ría suceder si ambos dependen del medio ambien­
te, el agricultor tendría a su disposición un método
completamente nuevo para probar el estado del
suelo. Cuando quiera que los insectos infesten sus
cultivos, o los ataquen las enfermedades, sabrán
LAS PLAGAS HACEN MUTIS 21!)

de inmediato que sería útil darle más tratan: ien-


to con abono verde.
Puesto que en la agricultura y horticultura
corrientes, la lucha contra'toda clase de plagas va
incluida en lo inevitable, uno puede preguntarse:
¿en qué forma un método de preparación dd sue­
lo puede provocar un cambio beneficioso a este
respecto? Antes de aceptar la idea, tenía que ha­
llar la respuesta a la pregunta que me hice. La
respuesta era difícil de hallar. Los expertos en
suelo, no habían hecho ninguna experiencia ofi­
cial en terreno preparado con la incorporación su­
perficial de grandes cantidades de materia orgá­
nica. Si en los lotes experimentales era necesario
deshacerse de mucha materia orgánica, todos se
araban. Se consideraba que el disqueo sólo era po­
sible donde había poca hojarasca o residuos dé la
cosecha. Por lo tanto, los resultados de las esta­
ciones experimentales, no proporcionaban para el
caso nada que fuera un apoyo directo.
Me pareció necesario suponer que durante
la descomposición de una cantidad considerable de
materia orgánica, el suelo se enriquecía a causa
de la acumulación de los productos dé la descom­
posición. Λ medida que se descompone la mate­
ria orgánica quedan en libertad minerales del
suelo y elementos minerales adicionales que for­
man parte de los compuestos orgánicos que com­
ponían el material viviente. Según el carácter del
material orgánico, la descomposición puede ser
220 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

lenta o rápida. En ambos casos, si no están pre­


sentes las raíces en el momento en que se liberan
los productos de descomposición, estos elementos
de segunda mano, con seguridad, serán arrastra­
dos cuando caiga la primera lluvia. La única ma­
nera de impedir su pérdida, consiste en tener raí­
ces de plantas en desarrollo continuamente pre­
sentes, a medida que se opera la descomposición
en el suelo. La naturaleza se encarga de eso en los
terrenos donde no interviene el hombre. Están pre­
sentes siempre las raíces; por lo tanto no hay ali­
mento vegetal que se pierda.
En la chacra, las raíces salvadoras pueden
ser las de los porotos, pepinos o cualquiera otra
cosecha que quiera plantar el agricultor. Las raí­
ces de esas plantaciones absorberán agradecidas
la mayor cantidad que les sea posible de esos pro­
ductos de descomposición. Puede suponerse razo­
nablemente que la solución de suelo que esas
raíces obtienen de la materia orgánica en descom-
'posición, sea diferente de la que encontrarían a
su disposición en un suelo puramente mineral,
donde no se está pudriendo nada. El material en
descomposición enriquece la solución del suelo, de
modo que cada unidad de líquido puede suminis­
trar varias veces más alimento vegetal que la
misma cantidad de agua proveniente de un suelo
al que la descomposición no enriquece. Esto no
es más que sentido común.
Se deduce que, cuanto mayor es la existencia
LAS PLAGAS HACEN MUTIS 221

de material descomponible en el suelo, más rica


será la solución que absorben esas raíces, y que
cuanto más rica sea la solución absorbida la sa­
via de la planta tendrá mayor contenido mineral.
Partiendo de esto, es fácil suponer que las varia­
ciones en la riqueza de la savia de la planta afectan
el poder de atracción de ella sobre sus parásitos
habituales. Puede resultar que si el contenido mi­
neral de la savia es alto, su contenido en azúcar
sea menor, y por esa causa la savia sea desabrida.
Es posible, por ejemplo, que los coleópteros del pe­
pino, se mueran de inanición por falta de jugos
sabrosos, aun cuando su planta huésped esté
disfrutando del alimento más rico posible, pro­
porcionado por la descomposición que va ocurrien­
do en el suelo.
A esta teoría no le falta base científica,
aunque no se le haya dedicado investigación cien­
tífica. Sabemos que al variar la humedad dispo­
nible en el suelo y el tratamiento fertilizante,
también varía la composición de los jugos en el
interior de las plantas. Este hecho fué estable­
cido por los Dres. Kraus y Kraybill en el 1918;
durante una generación los estudiantes de horti­cultura
usaron como obra de consulta su infor­me. No hay
ninguna duda de que los cambios en la constitución de la
planta, se originan en los

i E. J. Krand y H. R. Kraybill, Vegetation and Reproduc­


tion, with Special Reference to the Tomat. (Oregon Bulletin
149, 1918).
222 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

cambios que ocurren en las sustancias nutritivas


disponibles en el suelo. Es claro que no podemos
saber lo que piensan los insectos en lo que se re­
fiere a tener sus plantas huéspedes favoritas so­
brealimentadas con minerales originados por la
descomposición. Sólo podemos conjeturar, que la
savia es menos apetitosa para el insecto, porque
lo deducimos de la observación; ellos prefieren las
plantas escasamente alimentadas, a las que lo es­
tán bien.
Si esta teoría es sostenible, la raza humana
es afortunada en extremo. Porque a causa de es­
ta relación entre el insecto y su provisión alimen­
ticia, se hace posible mejorar la provisión huma­
na, mediante el verdadero método para matar a
los insectos.
Aparentemente las enfermedades ceden aún
en forma más completa que los insectos, frente a
las condiciones de ambiente que son más favora­
bles para el crecimiento de las plantas. No soy
capáz de adelantar una razón valedera respecto a
esto Sin embargo, es aparente, que la superficie
de la hoja de las plantas bien nutridas, está me­
jor fortalecida para impedir la entrada de las in­
fecciones. Esta mayor resistencia a las infeccio­
nes, puede explicarse admitiendo que existiera
una diferencia de textura superficial en la hoja de
las plantas bien nutridas, comparada con la de
las plantas que crecen en terreno flaco. De este
modo la resistencia natural de las plantas bien nu-
LAS PLAGAS HACEN MUTIS 223

tridas y sanas, tiene una explicación perfecta­


mente lógica.
Es razonable creer que los insectos y las en­
fermedades, únicamente medran en un medio .,ue
les conviene, lo mismo que ocurre con otros teres
vivientes. Aún más, parece que el ambiente mejor
para la enfermedad y el insecto, es el más po­
bre para la planta huésped. Y que las condiciones
que favorecen el desarrollo de la planta huésped,
son intolerables para los insectos y las enfer­
medades.
Los hombres de ciencia con quienes discutí
esta teoría no se inclinaban a concordar conmi­
go, porque aún pensaban que el tipo de suelo ,e-
ría un factor importante, y dudan que la expe­
riencia fuera la misma con otros tipos de suelo
Yo pretendo que la única condición determinan
te, es la incorporación de grandes cantidades de
materia orgánica en el suelo superficial; que
cualquier otro tipo de suelo tratado así, daría re­
sultados similares, siempre que las otras condicio
nes no fueran menos favorables que las de las ex­
periencias de 1940. (Puedo decir verídicamente que
desde el 12 de julio de 1940, hasta que llega­ron las
heladas, las condiciones fueron tales, que fué
necesario abandonar muchas otras plantaciones de
porotos en el vecindario donde prosperaron los
míos.)
XIII

LABRANZA SIN MALAS HIERBAS

M E doy cuenta cabal, de que parece fantásti­


camente imposible decir que alguna vez podremos
hacer labranza sin la molestia de las malas hier­
bas. Tantas generaciones de agricultores han es-
tado atareadas con las malezas, que se las da por
concedidas. En todos nuestros planes de labranza
hemos considerado que los yuyos son un mal ne­
cesario. Y los moralistas aún pueden considerar
que son una bendición, porque el trabajo nece­
sario para frenar su crecimiento, mantiene a los
agricultores alejados del mal.
En esa forma irreflexiva, hemos aceptado)
a las malas hierbas como algo inevitable. Tal vez.
puedan ser más vulnerables de lo que creemos.
Al igual que todo ser viviente, cada mala hierba
como individuo, debe morir en cierta época. Nin-
guna es eterna, aunque algunas especies sobrevi-
ven varios años cuando no se las molesta. Cada
226 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

especie debe tener la oportunidad de reproducirse


para perpetuarse. Si se impide la reproducción, h
especie puede extinguirse.
Ocurre que la mayoría de las malas hierbas
causantes de desazones en la labranza son anua­
les. es decir, que cada año deben originarse de se-
millias de la generación precedente. Desde que
estos yuyos se propagan por semilla, es obvio que
el método más seguro para eliminarlas del terre­
no de labranza, consiste en impedir que maduren.
Nadie negará esta afirmación, pero, todo el mun­
do sabe que aunque el problema parezca plan­
teado con tanta lógica, la solución no es tan sim­
ple. Todos conocemos la constancia del trabajo
de los agricultores, año tras año, para mantener
sus tierras libres de maciega, y sin embargo, aun
en el terreno del agricultor más cuidadoso, se pro­
pagan los yuyos. Sin embargo, esa misma cir­
cunstancia no es tan misteriosa como aparenta
ser. Sin darnos cuenta de que lo hacíamos, cada
vez que arábamos la tierra enterrábamos semi­
llas para recuperarlas en el futuro. Podemos cul­
tivar el maizal, mientras el cultivador pueda pa­
sar encima de las plantas de maíz sin dañarlas,
pero tenemos que interrumpir el cultivo tan pron­
to como el carpidor destroce los tallos. Después
que cesa el cultivo, transcurre un período de va­
rias semanas, durante las cuales todos los yuyos
que escaparon a las carpidas pueden madurar. To­
dos ellos semillan. Existe además la posibilidad
LABRANZA SIN MALAS HIERBAS 227
de que en el último cultivo el carpidor haya traído
a una posición favorable, a semillas que germina­
rán, y a su vez semillarán en la media luz del um­
broso maizal. Si nos damos cuenta que las malezas
realizan su labor más eficaz para perpetuarse,
después que nos vemos obligados a interrumpir la
tentativa de lucha contra ellas en el terreno, será
menos misterioso el saber cómo se las arreglan
para no extinguirse.
Si se ara el terreno después de cosechar el
maíz, el arado puede enterrar millones á semi­
llas por acre, pero también trae a la superficie
millones de semillas enterradas por las aradas pre­
cedentes. Hasta puede suceder que las que esta
vez trae a la superficie el arado, sean las que en­
terró tres años atrás, después de la siega del fo­
rraje. Aunque después de la siega del heno, el
terreno quedara “ocioso” fué produciendo una do­
cena de diferentes clases de plagas anuales para
los terrenos de labranza. Al cabo de tres años de
enterradas las semillas están listas para germinar;
será necesario cultivar más tarde el maíz que se
siembre, para luchar contra las plantas originadas
de esas semillas.
Luego, cada vez que aramos 1a tierra, for­
mamos una reserva de semillas de malezas, que
resucitamos con la arada siguiente. Así se crea
un círculo vicioso. Mientras continuemos con
r'«estro sistema de arar el terreno, a menos que
adoptemos medidas drásticas para tener a raya a
228 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR
las malezas, lo que hacemos es anular continua­
mente toda labor buena iniciada a continuación
de la arada precedente. Puede repetirse que so­
mos las victimas de nuestro propio sistema de ma­
nejar el suelo.
Es necesario que no persistan tales condicio­
nes. En verdad, podemos impedir casi brusca­
mente la propagación de malezas anuales en nues­
tros campos, si decidimos no alternar cada pocos
años nuestra base de operaciones. Evitaremos
crear condiciones favorables para que germinen
las semillas que enterramos con la última arada,
si las dejamos en paz donde están. Por otra parte,
las semillas cuya germinación favorece la acción
le disquear la cubierta de abono verde, pueden
ser tenidas a raya con razonable facilidad.
Sin embargo, no debe suponerse que se eli­
mina del todo la probabilidad de que crezcan ma-
ezas en una propiedad manejada correctamente,
perqué muchas veces el viento y los pájaros
transportan frutos y semillas. El éxito presupone
la aplicación de medidas de “control” por parte de
codos los agricultores y en un área de gran exten­
sion. Por igual, razón, no deben quedar .fuera de
ía cuenta las parcelas escolares, los campos pú­
blicos, y todos los otros predios similares. El ex­
terminio de las malezas en una sola propiedad,
dará resultados muy positivos, pero mienfras las
propiedades que la rodean estén considerablemen­
te contaminadas, el trabajo de exterminio no pue-
LABRANZA SIN MALAS HIERBAS 229

de interrumpirse. He aquí mis sugestionas para


extirpar las malas hierbas:
Siémbrese el terreno con una cosecha de abo­
no verde; en otoño será de centeno, y en prima­
vera una que convenga para el verano. Déjese
crecer la sementera hasta que el abono verde al­
cance la altura necesaria para incorporarla con el
equipo de que se dispone. Si las malezas que cre­
cen en el sembrado de abono verde empiezan _ a
florecer, es necesario e importante que el abono
verde se incorpore al terreno de inmediato. Sin
embargo, son pocas las malezas que florecen con
suficiente rapidez, como para apresurar la incor­
poración del abono verde. Bajo las condiciones co­
munes de labranza vigentes en la región húmeda,
del país, será posible obtener una cosecha de in­
vierno y otra de verano para incorporar al suelo
junto con las malezas sin semillar, y en poco*
tiempo se habrá conseguido de nuevo la fertilidad
del suelo, al mismo tiempo que se ayuda al terre­
no para que se desembarace de las malezas, quie­
nes a su vez, crean la necesidad de carpir y culti­
var los sembrados y las plantaciones.
Si en esta discusión se mencionó el centeno a
menudo y en forma destacada, no es porque sea
el único abono verde conveniente, sino porque se
adapta a la mayor parte del país, mejor que cual­
quiera de las sementeras de invierno. Se pueden
emplear con éxito muchas otras mieses, que debe­
rán usarse en las regiones donde dan tan bien o
230 La insensatez del labrador

mejor que el centeno. También pueden variarse


las de verano para adaptarlas al clima de la bille­
tera del agricultor. Si un chacarero tiene semilla
de mijo, sería una mala política de su parte, can­
jearla por porotos de soja para sembrarlos como
abono verded de verano. Recuérdese que si en lu­
gar de enterrar el abono verde con el arado, se lo
disquea en la parte superficial del suelo, no se
necesita que sea una leguminosa, para utilizar a
fondo el nitrógeno atmosférico; por lo tanto^ no
existe una razón para preferir una leguminosa
como abono verde. Si el agricultor no tiene nin­
guna clase de semilla, y el terreno está cubierto de
maciega, puede disquearla antes de que florezca;
en esa forma tiene material orgánico apropiado.
Cuando se disquee la maciega, toda la parte de
ella que se pudra, será ventajosa, y mejorará el
suelo para la cosecha de abono verde por venir.
Es imposible determinar de antemano cuán­
tas cosechas de abono verde habrá que incoi po-
rar al suelo, para que el terreno se ennegrezca
otra vez; lo que hay que hacer, es continuar hasta
que se consiga eso. Deberán emplearse en rápida
sucesión abonos verdes de invierno y verano,
hasta que el suelo llegue a ser sumamente gra­
nuloso y absorbente. También es difícil predecir
cuántas veces será necesario incorporar al terreno
las malezas sin madurar, antes de que las semen­
teras de abono verde se vean libres de malas
hierbas, pero con el tiempo se alcanzará el estado
LABRANZA SIN MALAS HIERBAS 231

que se desea. Como los disqueos sucesivos, sólo


afectan a las mismas pocas pulgadas de suelo, se
conseguirá que brote hasta la última semilla con­
tenida en él. Si más adelante crecen yuyos, se de­
berá a las semillas que lleva el viento, o á las
que llegan al terreno en tratamiento, traídas por
otros medios de transporte.
Si se supone que las malezas pueden ser teni­
das a raya, también puede pronosticarse la supre­
sión de muchos trabajos de labranza. Si puede
dominarse a las malezas en una forma tal que no
compitan con las plantaciones en el consumo de la
provisión· alimenticia del suelo, va sin decir, que
no serán necesarios los cultivos y las carpidas.
Para justificar esta previsión existen razones im­
portantes, entre las cuales ésta es la más evidente:
puesto que las raíces de las plantas siempre tien­
den a desarrollarse muy cerca de la superficie
del suelo, el cultivo no puede hacerse sin cortar estas
raíces. La destrucción de las raíces, en ninguna
manera beneficia a la planta misma; por lo tanto si
las plantas no sufren la competencia de
los yuyos, la supresión del cultivo será obliga­
toria.
Plabitualmcnte se espacian los surcos a la
distancia de tres a seis pies, y en parte, eso se
hace para permitir la destrucción de las malezas
que crecen entre los surcos. Si se sabe de ante­
mano que van a brotar pocos yuyos, es obvio
que puede disminuirse el espacio que separa a.
232 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR
los surcos hasta un mínimo compatible con la'
disponibilidad de alimento que existe en el suelo.
Por lo común, las plantas en el surco se colocan
a una distancia menor que la que separa a los
surcos entre sí. Las papas se plantan a la dis­
tancia de doce a dieciocho pulgadas en el surco,
y los surcos se especian de tres a cuatro pies.
Si no se interponen las malezas, las papas pue­
den plantarse juiciosamente a no más de dieciocho
pulgadas en ambas direcciones. La distribución
ideal, sería espaciar las plantas nada más que lo
sufiicente para que sus raíces ocuparan totalmen­
te los intervalos que deben existir entre ellas. En
esa forma se impediría la pérdida de alimento que
la descomposición pone en libertad dentro de un
suelo donde no hay raíces que lo absorban.
A esta altura, vale la pena tomar en consi­
deración un hecho importante. Las plantas al cre­
cer toman del suelo en peso, nada más que una
dícima parte del material que extraen del agua
y del aire; esa misma proporción se mantiene en
la composición de su substancia cuanto están se­
cas. Por, lo tanto, en cien “bushels” de maíz que
pesan aproximadamente 2800 kilos, el suelo habrá
contribuido con 280 kilos más o menos. Si todos los
cien bushels fueran el rendimiento de un acre, el
grano por si mismo solo habría extraído de ese acre
280 kilos de material. Si se quemaran cien
kilos de maíz las cenizas resultantes pesarían al­
rededor de 280 kilos. Evidentemente se deduce
LABRANZA SIN MALAS HIERBAS 233

que las cosechas no pueden agotar al terreno en forma


indebida. Si como se indicó en el capítulo undécimo,
podemos utilizar los ácidos del suelo originados en el
proceso de descomposición de la materia orgánica
para disolver minerales, y a las bacterias nativas del
suelo para incorporarle el nitrógeno atmosférico,
podremos producir cose­
chas varias veces más abundantes que las actuales;
esto apenas si es un asunto de técnica juiciosa.
Manejado correctamente, el terreno de labranza
puede bastarse a si mismo casi en la misma forma
en que se ha bastado el suelo de la campiña natu­
ral, porque cuando se lo administra correctamen­
te, el terreno de labranza se mantiene aproxima­
damente en el mismo estado en que está siempre
el suelo en la naturaleza.
De las reorías que se exponen en este capítu­
lo todavía no se ha dado una demostración com­
pleta, pero actualmente están en marcha expe­
riencias con el fin de probar las afirmaciones que
se hacen aquí. Ahora no puede predecirse cuando
estarán terminadas, puesto que no tenemos una
base para saber positivamente, cuanto tiempo se
necesitará para agotar la existencia de semillas de
malezas en las pocas pulgadas superficiales del
suelo, o cuando comenzará el suelo a ennegre­
cerse de nuevo. Sospecho que se necesitarán de
dos a cinco años. En ese Ínterin, se plantarán y
se disquearán, antes de que florezcan las malezas,
234 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

dos cosechas sucesivas de abono verde cada año.


Recién entonces, estaremos en situación de hablar
del “cuando” lo mismo que “como” exterminar
para siempre a las malas hierbas.
XIV

LA MADRE TIERRA PUEDE SONREIR


DE NUEVO

En los capítulos precedentes, hemos demostra­


do que el arado de vertedera, era el villano del
drama agrícola mundial. Aquí en los EE. UU.
es sospechoso de despilfarrar desde el piso del
surco, suficiente alimento vegetal como para sos­
tener cosechas con las cuales podría alimentarse
a la mitad de la población mundial. En otros paí­
ses el “record” no está definido con tanta, clari­
dad, pero en ninguna otra parte las vertederas que
se usan en general, alcanzan el tamaño que es co­
mún en los EE. UU. Cuanto más “grande y me­
jor” es el arado, más desvastadores son sus efec­
tos.
El arado será justipreciado asi oficialmente,
eso ocurrirá con el tiempo, y entonces la agricul­
tura americana pasará por una revisión drástica.
Apenas si es posible pintar o insinuar una acuare­
la en términos más fieles, que la perspectiva de
236 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

dehesas más verdes en todas partes. Con ese espí­


ritu pues, emprendo ahora la predicción de algu­
nos cambios que provocará el nuevo esquema
agrícola.
Literalmente, los prados del país serán más
verdes, las mieses crecerán con un aspecto mejor,
y la atención que deberá prestárseles, será incon­
mensurablemente menor que la que se les prestaba
por lo común en el pasado. De nuevo, y en igual
medida, nuestros alimentos tendrán la misma
abundancia de vitaminas y minerales que tuvieron
a ites del arado; y en consecuencia, indudablemen­
te jiuestxa_saluds£rajm
tensiones provocadas por la civilización, y nues-
tias vidas serán más cómodas.
Este es el lado favorable del cuadro. Es ad­
misible deducir de la experiencia histórica, que to­
da la gente no se beneficiará por igual, especial­
mente en las fases iniciales del cambio. Una
transformación tecnológica, siempre trae apare­
ad os ajustes defectuosos temporarios, que desde
uv- punto de vista individual, hasta pueden ser
ci nsiderados verdaderos desastres. Por eso, cuan-
d'»iniciemos la aplicación de nuestros nuevos prin­
cipios agrícolas, que significan la cooperación con
las fuerzas eternas del crecimiento, en contra de
las cuales actuamos hasta aquí, mucha gente se
verá afectada adversamente. La posición de al­
gunos llegará a ser del todo insostenible, hasta que
LA MADRE TIERRA PUEDE SONREÍR DE NUEVO 237
la sabiduría del gobierno encuentre una solución
satisfactoria.
La confusión más rápida y perceptible ocu­
rrirá en el campo económico, o más específica­
mente, en la estructura de los precios de los
productos de las explotaciones agrícolas· que nc
han avanzado en el sentido del cambio. Tan pronto
como lleguen a los mercados, cosechas varias ve­
ces mayores que nuestros promedios habituales
por acre, los precios declinarán. Esto no signifi­
cará necesariamente que los perdidosos vayan a
ser los que practican la nueva agronomía; sus
costos de producción serán tan bajos, que su po­
sición mejorará grandemente. Sin embargo eso
significa que los que no se beneficien con los nue­
vos métodos, sufrirán, y los que ahora considera­
mos productores marginales, lo perderán todo.
Además, será necesario analizar cor un pen­
samiento renovado, a la así llamada, ¿conomía
de la abundancia. Existe algo así como un límite
máximo de la cantidad de alimento que pueden
consumir la población de los EE. UU., y las po­
blaciones actualmente desnutridas de las otras par­
tes del mundo. Por esa razón, cuando los nuevos
métodos agrícolas tengan una aplicación general,
tal vez sea necesario reducir la superficie dedicada
a la producción de alimentos primordiales. Tam­
poco es del todo improbable que si el. terreno
tratado con los nuevos métodos, el primer año
produjo cinco veces más, produzca el segundo año
238 LA INSENSATEZ DELLABRADOR

diez veces más. De modo que tales posibilidades,


excluyen la previsión de una curva económica del
todc eficiente, mediante la reducción del área
sembrada. ¿Qué haría el granjero, con los acres
que le quitó al cultivo de una cosecha determina­
da? Hasta ahora, se le aconseja que dedique el
exceso de superficie, a la producción de mejora-
dores del terreno. Si se recuerda el principio*
básico del nuevo método agrícola propuesto en es­
te libro, se verá con claridad que los antiguos mé­
todos de mejoramiento no tendrían aplicación.
De ahí, que se presente un “impasse”, si se recu­
rre a los métodos tradicionales para hacer frente
a un exceso de producción.
El resultado, en parte, será que los magos de
la química tendrán una oportunidad para poner
manos a la obra, y encontrar el empleo económico
de las grandes superficies que en el futuro ya no
serán necesarias para producir alimentos. Puesto
que si se emplean los métodos que propone este li­
bro, el terreno producirá materias primas al
costo de una simple fracción del costo previo, I09
químicos verán abrirse ante si vastas oportunida-
dades para perfeccionar y producir incontables
mercaderías y artículos, para los cuales pronto
habrá un mercado entre productores y consumi­
dores de artículos manufacturados.
Además, debe recordarse en relación con es­
to, que hemos estado viviendo literalmente de
tiempo prestado. Considérese a que velocidad se
LA MADRE TIERRA PUEDE SONREIR DE NUEVO 239

han explotado los bosques. Si hemos gastado mu­


cha más madera que la que la naturaleza nos per­
mite emplear para cosas tradicionales que cono­
cemos, es probable que los nuevos usos que se ha­
cen de la madera, y que se desarrollaron en los
últimos diez años, agoten nuestros bosques a una
velocidad todavía mayor. El porvenir de los ma­
teriales hechos a base de madera, está muy ínti­
mamente ligado con la perspectiva de tener super­
ficies que puedan ser devueltas a los bosques,
gracias a que, mediante los nuevos métodos agrí­
colas, habrá disponibles tierras que hoy se desti­
nan a producir alimentos primordiales.
También hemos sido manirrotos al distribuir
las reservas de petróleo. El pensamiento .de que
nuestras grandes reservas de hulla puedan suple-
mentar a nuestras reservas menguantes de petró­
leo, apenas si es tan afortunado como pensar que
nuestros excesos de tierra puedan destinarse a
la producción de materiales fácilmente destilables
para combustibles, y de esto se desprende e co­
rolario de que el desecho de las retortas de las
destilerías, puede volver a la tierra como ferti­
lizante. Entonces, pasaremos por una experiencia,
por la que el mundo jamás pasó en lo que se re­
fiere al suelo; cosechar anualmente sin que éste
pierda sus virtudes. Eorque ahora, según se des­
prende del contenido de este libro, se pondrá en
claro que cosechando se construye suelo en lugar
de destruirlo.
240 LA INSENSATEZ DEL LABRADOS

Otras influencias actuarán para modificai?


el paisaje Americano. Con la invención de equipos
mecánicos convenientes para que el habitante sub­
urbano los emplee en el lugar donde está su mora­
da, con la intención de conseguir los alimentos
que necesita su familia, se puede esperar que las
poblaciones urbanas, se transformen apacible­
mente en comunidades suburbanas. En esto, como
es natural, no hay nada de nuevo, si se exceptúa
que lo que hasta ahora fué un capricho que podía
proporcionarse el que tenía una posición econó­
mica buena, estará al alcance de la mayoría. De
ese modo, la descentralización de las poblaciones
que los industrialistas alientan por razones de efi-
^ncia y de salud individual, y las autoridades
militares por exigencias de la defensa nacional,
bien puede llegar a ser una realidad. Nos evita­
mos discutir los efectos beneficiosos sobre la ci­
vilización Americana, porque están a la vista con
toda claridad.
No basta que tengamos en vista provisiones
de alimentos suficientes para eliminar la angustia
histórica, que la perspectiva de- los déficits siempre
cdusó en el hombre. Produciendo alimentos más
baratos, podremos avanzar más, con el fin de
disminuir el costo del “standard" de vida en el
mundo. Hasta ahora nos hemos jactado del alto
patrón de vida en América. Pero no nos cuidamos
de interpretar esa pretensión nuestra, ai la luz del
costo de nuestra hazaña. En los altos costos de
LA MADRE TIERRA PUEDE SONREÍR DE NUEVO 241

nuestro “standard” de vida actual, figuran en lu­


gar prominente los alimentos y otros productos
agrícolas. Además existe una relación estrecha
entre el costo del pan del hombre, y el de cualquie­
ra otra cosa que produce. A pesar de que los eco­
nomistas y humanitaristas repudian la teoría de
los salarios basados en el costo de las subsisten­
cias fv justamente por eso), tal vez no se haya de- ^
dicado bastante atención, a los desembolsos. des-
porcionados que exigen los productos del suelo,
y a la relación de estos con el costo de la mano de
obra, en cada otro campo de la actividad humana.
Si fuera posible descartar todos los. otros
beneficios derivados de un método agrícola revi­
talizado, todavía habría uno atrayente, y este es
el bienestar físico del hombre mismo. Los ali­
mentos son la fuente de las vitaminas, proteínas,
hidratos de carbono, grasas y minerales, gracias a
los cuales el hombre vive. Este, prospera o vive
enfermizo, proporcionalmente a la disponibilidad
de esos factores esenciales en los alimentos que le
proporcionan las chacras y las huertas del campo.
Tanto los agrónomos como los dietólogos, saben
que un suelo donde se agotaron esos facv.ores, pro­
duce alimentos carentes de los productos finales
que exigen los seres humanos. No es mucho es­
perar, que si se le devuelven a nuestras tierras los
ingredientes vitales necesarios para producir co-'
sechas lozanas, suculentas, vigorosas y saludables,
pueda elevarse enormemente la vitalidad del hom-
242 LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

bre, se puedan reducir o eliminar las enfermedades


por deficiencias, y se pueda prolongar la duración
de la vida.
Aunque no se tuviera en cuenta ningún otro
resultado, este sólo, justificaría la necesidad de
una nueva agricultura, que en realidad es muy
antigua.

FIN
I N D I C E

Capítulo Pags.

I. Margen de error 9
II. Que es suelo................................................ 29

III. El suelo no se erosiona 49


ιν„ Tradiciones del arado . 69

V. “Investigación” : Sin padrinos·.. In-

formal ................................................· . 87

VI. Prueba en escala de campo 105

VII. Suelo a máquina......................................... 129

VIII. El rey tiempo destronado . 149

IX. La falsedad del drenaje subterráne 165

X. ¿Qué hay sobre tipos de suelo? , 181

XI. Hulla para Newcastle . . 197


XII. Las plagas hacen mutis 213

XIII. Labranza sin malas hierbas 225

XIV. La madre tierra puede sonreír de nuevo 235

También podría gustarte