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LIMITES
de la Ciencia
Lawrence LeShan
Henry Margenau
gedisa
Título del original en inglés:
Einstein’s Space and Van Gogh’s Sky
ISBN 84-7432-226-X
Depósito Legal: B. 29.994-1985
Impreso y encuadernado en
Gráficas M. Pareja
Montaña, 16 - 08026 Barcelona
Impreso en España
Printed in Spain
A Arthur Twitchell, que patrocinó generosamente la Conferencia sobre
Potencialidades Humanas de Palma de Mallorca, en la cual se reunieron los autores,
circunstancia que hizo posible esta obra.
INDICE
Prefacio 09
Realidades alternas
"... El espacio de Einstein no está más cerca de la realidad que el cielo de van Gogh.
La gloría de la ciencia no estriba en una verdad más absoluta que la verdad de Bach o
Tolstoi sino que está en el acto de la creación misma. Con sus descubrimientos, el hombre
de ciencia impone su propio orden al caos, así como el-compositor o el pintor impone el
suyo: un orden que siempre se refiere a aspectos limitados de la realidad y se basa en el
marco de referencias del observador, marco que difiere de un período a otro, así como un
desnudo de Rembrandt difiere de un desnudo de Manet.”
Arthur Koestler1
Todos los psicólogos recuerdan los grandes esfuerzos realizados para reducir a
términos cuantitativos la vida interior. Así hubo una “psicofísica” y hubo “tetraedros del
gusto” y “prismas del olfato”.13 Hubo un Herbart con su matemática del inconsciente, un
Kurt Lewin con su psicología topológica y un Clark Hull, un Spence, un Guthrie y muchos
otros. A pesar de todos sus esfuerzos resultó imposible establecer una vara para medir el
miedo o pesar en una balanza la esperanza. Yo puedo decir “Esta mesa tiene exactamente el
mismo largo que aquella”, pero no puedo decir ‘Tu placer es exactamente tan grande como
el mío”. ¿Y el hombre que camina una milla para obtener un cigarrillo Camel tiene la mitad
del deseo de fumar un cigarrillo que el hombre que camina dos millas para obtenerlo? Con
animales y personas, los psicólogos trataron de hallar ecuaciones que relacionaran la
experiencia interior cualitativa con la conducta exterior cuantitativa... y no llegaron a
ninguna parte. Uno tras otro se hicieron intentos para cuantificar la experiencia interior y
todos ellos fueron a parar en nada. De nuestra experiencia interior podemos decir que
comprende determinaciones cualitativas y éstas eran consideradas como secundarias y
fracasos de la ciencia. Uno puede decir “Siento más dolor que ayer”, pero si intentamos
decir: “Tengo nueve grados de dolor”, nos damos cuenta de que estamos diciendo un
disparate. Podemos decir que Rembrandt era un pintor más grande que Kandinsky. Pero no
podemos decir que Rembrandt era tres veces y media más grande que Kandinsky. Sin
embargo, tan profunda era la creencia de que todo el universo era cuantitativo que
consideramos esta circunstancia más un fracaso de nuestra ciencia que una diferencia en los
datos mismos.
Nuestros múltiples intentos de aplicar aspectos de la racionalidad una a la
experiencia humana —hacer que ésta esté conforme con la realidad tal como la observamos
en la esfera visual y táctil— también fracasaron. La posibilidad de predecir nunca era la
misma que la posibilidad de predecir lo que ocurrirá con las bolas de billar. Después de más
de setenta años de experiencias la mayor parte de los psicoterapeutas llegó a la conclusión
de que el único enfoque que tiene sentido cuando se trata de la conducta humana es el de
postular que el pasado estuvo determinado y el futuro es libre. (Como veremos en el
capítulo 12, ésta es precisamente la conclusión a que se llegó aplicando rigurosamente los
modernos métodos científicos a los datos de la esfera de la conciencia y de la esfera de la
conducta con sentido.) Como la idea de la predicción reposa en la idea de que el pasado
determina completamente el presente, subsistía un problema importante. En nuestra
experiencia es central el sentido de la finalidad de nuestras acciones, de lo que queremos
que sea el futuro atendiendo a lo que sentimos y hacemos ahora. Esto es claramente
observable. Ignorarlo significa ignorar parte de los datos fundamentales de nuestra
existencia. Pero aceptarlo significa destruir la coherencia que, según creemos, rige tanto
nuestra experiencia interior como el comportamiento de la bolas de billar. Vociferar contra
la “tecnología” (la creencia de que la meta influye en la conducta, cosa que no ocurre con el
movimiento de las bolas de billar o con el de las flechas, razón por la que a menudo no se la
consideró válida cuando se la usaba como un factor explicativo de la conducta humana) y
decir que es “anticientífica” no es ninguna respuesta. Sabemos que hay diferencias en el
acto de tomar un aparato de teléfono si nuestra finalidad es telefonear al hospital para
preguntar por el estado de un niño enfermo o susurrar palabras de amor a la persona de la
que estamos enamorados o quejamos al contratista de obras porque los trabajos están
atrasados o hacer una llamada telefónica obscena. Ignorar estas diferencias de finalidad es
insensato. Sin embargo, aceptarlas significa violar el axioma fundamental de la ciencia
moderna que el universo es consecuente puesto que no hay finalidad alguna en el hecho de
que una bola de billar choque con otra y en el hecho de que cada una se mueva a una
velocidad y en una dirección perfectamente determinadas por el pasado.
La cuantificación, el determinismo y el intento de construir modelos mecánicos
fracasaron todos a pesar de los serios y prolongados esfuerzos realizados. Quedaba sólo la
creencia de que la racionalidad una, originalmente atribuida a Dios Creador, podría
aplicarse algún día a nuestra vida interior en virtud de alguna nueva intuición. Pero lo que
ignorábamos al sostener esta creencia era el hecho de que ella va directamente contra toda
nuestra experiencia. Ni vivíamos, ni obrábamos, ni sentíamos como si esa creencia fuera
verdadera. Vivíamos en una serie de modelos del universo completamente diferentes,
vivíamos en diferentes maneras de organizar la realidad, según diferentes definiciones de lo
que era real e irreal, sensato e insensato, durante el transcurso de un solo día. Ilustremos
esto con la jornada de un imaginario hombre de negocios tenaz y con los pies bien
plantados en la tierra.
Durante la jornada de trabajo ese hombre está sentado a su escritorio y vive en una
realidad que todos conocemos muy bien. Es la realidad que los occidentales concebimos
ordinariamente como la realidad real. Es la realidad en que nos atamos los cordones de los
zapatos, en que compramos pasajes de avión y tomamos un taxi para ir al aeropuerto. Ese
hombre de negocios dirá, como la mayor parte de nosotros, que ésa es la única realidad real
y que cualquier otra es ciertamente alguna aberración transitoria.
Un día ese hombre de negocios llega a su casa después del trabajo. Sabe que en esa
zona se han registrado algunos casos de meningitis y está preocupado por su hijo de tres
años. Por la noche, mientras está sentado en el salón de la planta baja, oye que el niño llora
arriba. El hombre sube por la escalera terriblemente asustado y murmura: “ ¡Dios mío, que
no sea meningitis!” En realidad, está rezando. Toda su conciencia participa en esa acción.
El hombre está organizado de tal manera que esto es lo único que tiene sentido para él, que
la manifestación de ese deseo en ese momento es el acto razonable que debe hacer. No lo
pone en tela de juicio. En ese momento está percibiendo y reaccionando de una manera
diferente de la manera en que lo hace durante toda la jornada. En su trabajo sabe que no
tendría absolutamente ningún sentido semejante actitud. El universo, tal como ese hombre
lo estructura ordinariamente, no responde ni a la emoción ni a la oración.
Llega al piso superior y con gran alivio comprueba que el niño no está enfermo. El
niño sencillamente se ha despertado durante la noche alterado y asustado. El hombre
acaricia a su hijo, lo sostiene en sus brazos y le dice “Todo está bien”. ¿Qué ocurre
realmente aquí? El niño se ha despertado confuso y asustado y el padre lo tranquiliza
diciéndole “Todo está bien. El universo es bueno, todas las cosas están en orden”. Pero esto
no es cierto en el estado de conciencia ordinario y cotidiano de ese hombre, en el modo en
que comúnmente organiza la realidad. El hombre vive en un mundo hostil capaz de
aniquilarlo a él y a su hijo. Uno no puede decírselo al niño y decirle también “Todo está
bien, el universo es bueno”. Pero ese hombre de negocios no está mintiendo; en ese
momento se encuentra en una realidad completamente diferente de la realidad vivida
durante el día o de la realidad vivida en el momento en que subía por la escalera. Con toda
sinceridad dice en efecto “Hay una manera de estar en el universo en la cual el amor
trasciende la muerte y en la cual el cosmos no nos aniquilará”. También aquí está
organizando la realidad de un modo diferente. Y en ese momento la manera en que el
hombre percibe la realidad y la manera en que reacciona frente a ella es completamente
verdadera a su entender.14
Después de tranquilizar al hijo, el hombre de negocios va de nuevo a la planta baja.
Esa noche él y su mujer salen a bailar. Durante la velada baila del modo habitual, goza más
o menos de la danza, piensa en varías cosas, en la música, en su compañera, en lo que han
estado hablando, en otras personas, etc. Súbitamente se da cuenta de que durante un
momento —no sabe exactamente durante cuánto tiempo— todo era diferente. Durante ese
momento que acaba de pasar no estaba pensando en nada. No estaba ofuscado, no estaba en
un trance. No estaba dormido. En realidad, se encontraba bien despierto, sólo que todo su
ser hacía sólo una cosa: bailaba. Una vez terminada la danza el hombre se sintió bien,
ligeramente exaltado, agradablemente relajado. Si se analiza cuidadosamente ese lapso
transcurrido se comprobará que ese hombre había organizado de nuevo la realidad de un
modo diferente. Ya no escuchaba la música, ya no bailaba con su mujer, ya no evitaba a las
otras personas sino que él, la música y su compañera eran una sola cosa en un sentido
fundamental. El hombre se movía como si formara parte de una trama que comprendía la
música, la pista de baile, las otras personas y toda la escena. Bailaba mucho mejor de lo que
lo hacía comúnmente. Era casi como si él y su mujer experimentaran una especie de
telepatía entre sí y como si cada cual respondiera a los movimientos del otro y a las
percepciones del otro de una manera muy superior a la habitual. En la realidad que nuestro
hombre vivía en ese momento no había separaciones entre las cosas, t odas las cosas fluían
las unas en las otras.
Después, aquella noche ya en su casa, el hombre de negocios y su mujer se ponen a
escuchar una sonata de Beethoven. Durante muchas partes de la música el hombre organiza
el universo de un modo diferente del modo en que organiza su vida cotidiana. Lo organiza
de tal manera que ya no es él quien está escuchando la música, pues la música y él son una
misma cosa. La música está dentro de él así como está fuera de él.
El hombre no está hablando de la música ni pensando en ella, sino que está siendo
intensamente con la música.
Luego se va a dormir y mientras duerme tiene un sueño. En el sueño ocurren cosas
extrañas. Aparece un canguro que ronda por una montaña. Tiene el rostro de su hermano
mayor y el hombre le habla. El escenario cambia y ahora es submarino. Aparece una
hermosa sirena. Durante el sueño el hombre no pone en tela de juicio las “cosas extrañas”
que ocurren en él. Sabe que son ciertas. De nuevo ha organizado la realidad de un modo
diferente. Un modo en que todas las cosas son posibles, un modo en que pueden hacerse
todas las conexiones imaginables. El símbolo y la cosa simbolizada obran recíprocamente
de manera constante. Este es nuevamente otro estado de conciencia, otra realidad en la que
vive nuestro sujeto.
Uno de los caracteres fascinantes de las realidades alternas consiste en que cuando
uno realmente las está viviendo tienen perfecto sentido para uno y uno sabe que es la única
manera correcta de ver la realidad. Es sólo una cuestión de sentido común.
Para usar una expresión moderna, ese hombre de negocios se encontraba en un
estado de conciencia cambiado en los diferentes incidentes que consideramos. Un estado de
conciencia cambiado y una realidad mudada son dos lados diferentes de la misma moneda:
Cuando describo sus reglas y sus principios limitantes básicos (para emplear la expresión
que usa el filósofo del siglo XX C. D. Broad al caracterizar los supuestos fundamentales de
la realidad) estoy hablando de una realidad alterna; cuando percibo y reacciono según estas
reglas estoy en un estado de conciencia cambiado. Cada uno de nosotros durante todo el día
se vale de diferentes construcciones del universo. Nos hallamos en “estados de conciencia
cambiados”, nos valemos de “diferentes construcciones de la realidad”, usamos “diferentes
sistemas metafísicos”, vivimos en “realidades alternas”... Todo cuanto podemos decir es
que estos cambios y desplazamientos son esenciales para nosotros. Ciertamente son
universales, se dan en todas las culturas y en todas las épocas que conocemos. Si alentamos
el uso de realidades alternas, como en la meditación, la representación teatral, la música
seria, etc., acrecentaremos la capacidad de los seres humanos para alcanzar nuevas
potencialidades. Si ponemos obstáculos a su uso haremos daño a esas personas. Esto ha
quedado demostrado, por ejemplo, en el trabajo experimental de impedir que personas
dormidas sueñen mientras se les permite dormir normalmente. Estas investigaciones
debieron interrumpirse porque dañaban psicológicamente a los individuos.
Hasta ahora es muy limitado el grado en que la psicología y las ciencias sociales en
general aceptaron la idea de diferentes realidades. Por lo común, hoy los psicólogos no
afirman la idea de una validez igual de estas realidades. Las ciencias sociales consideran en
general la esfera sensorial, el estado de conciencia cotidiano común; como la esfera
“correcta” y consideran las demás como debidas a alguna aberración o a otra causa análoga.
Literalmente esos otros estados se apartan del “correcto”.15
En psicología expresiones despectivas tales como pensamiento “concreto”,
“regresivo” o “esquizofrénico” se emplean para designar los varios estados de conciencia
cambiados o “alterados”, con la idea implícita de que el psicólogo probablemente pueda
curarlos si lo desea. En el fondo de esto está la afirmación de Freud: “Donde estuvo el ello
estará el yo”.16 Actualmente un grupo de psicólogos hasta intenta reducir los sueños al
control activo de la conciencia y trabaja con lo que ellos llaman “soñar lúcido” (estados
oníricos en los que uno se da cuenta de que está soñando).
Para el antropólogo es claro que el aborigen está entregado al pensamiento
“primitivo” o “mágico” y que en cualquier punto en el que las ideas del antropólogo y del
aborigen sobre un determinado problema difieren, es el nativo quien ha perdido contacto
con la realidad. Cuando los sociólogos discuten la diferencia que hay en las orientaciones
de la clase “inferior”, “media” y “superior”, generalmente consideran que las opiniones de
la clase media son las más efectivas y las que están más cerca de la visión conecta, de la
realidad “real”. Probablemente sea significativo el hecho de que los sociólogos por lo
general son de la clase media.
En la medida en que aceptan que los seres humanos viven en diferentes realidades,
las ciencias sociales adoptaron un procedimiento para investigar qué cosas sean estas
realidades. El procedimiento consiste en obtener la descripción más acabada posible de los
supuestos básicos —los principios limitantes básicos— de una particular realidad. Esto se
lleva a cabo de dos maneras. La primera consiste en preguntar sobre esos supuestos. Por
ejemplo, se pregunta al informante “¿Obedece Mana17 a la voluntad humana?” La otra
manera es observar, escuchar y determinar qué principios limitantes básicos pueden estar
operando si las acciones y las palabras tienen sentido.18
Por ejemplo, si nuestro hombre de negocios dijo “ ¡Por Dios, que no sea
meningitis!” estaba construyendo la realidad de una manera tal que las oraciones tenían
sentido y podían ser respondidas. El universo puede responder a la emoción si ella está
propiamente expresada. Esta es pues una de las reglas de esta realidad alterna particular.
Una tercera manera, que últimamente se ha hecho popular, es la de que los propios
científicos sociales experimenten deliberadamente estados de conciencia alterados, ya
mediante el uso de LSD, ya mediante la meditación, para descubrir luego el cosmos tal
como lo percibieron en el apogeo de su experiencia.
De suerte que los científicos sociales observan el modo en que sus sujetos organizan
y perciben la realidad en varias situaciones. Examinan y tratan de analizar la estructura y
naturaleza de las diferentes organizaciones de la realidad. A veces llegan a definir en qué
situaciones se producen variaciones respecto de “la visión correcta” (la visión del científico
social), como ocurre en el sueño, en la psicosis, en los estados provocados por las drogas.
Además, el científico social tiene que establecer una diferencia entre estados de conciencia
“normales” y “patológicos”. Muy poco es lo que se ha hecho hasta ahora en esta importante
esfera. Es evidente que si tenemos a 437 esquizofrénicos en un hospital para enfermos
mentales, ello no significa que tengamos 437 diferentes construcciones válidas de la
realidad. Significa sencillamente que tenemos 437 esquizofrénicos. Pero, ¿cuántas
construcciones válidas de la realidad hay? Personalmente, por ejemplo, creemos que su
número es comparativamente pequeño, pero sólo conocemos unas pocas reglas para
determinar la validez de una construcción de realidad. Esas pocas reglas que conocemos
son: 1) la construcción debe ayudarlo a uno a alcanzar las metas reconocidas como válidas
en el estado en cuestión o debe dar respuesta a las preguntas definidas por sus reglas como
preguntas reales; 2) debe ser internamente consecuente; 3) debe ser —pues somos seres
humanos— un estado de conciencia que los seres humanos puedan usar y en el que (aunque
sea sólo brevemente) puedan continuar funcionando y sobreviviendo. Eso es todo cuanto
sabemos.19
Los científicos sociales no están interesados en uno u otro dominio de la realidad.
Les interesa la manera en que los sujetos organizan su experiencia total en un determinado
momento y en una determinada situación.
Los físicos abordan la cuestión de las realidades alternas de modo muy diferente y
hasta más modesto. Dividen el mundo en distintos “dominios” de estudio. Identifican
dichos dominios con nombres tales como “mecánica”, “termodinámica”, “química”,
“geometría plana”, “neurología”, “psicología” y “sociología”. En cada dominio de la
experiencia que estudian, los físicos se hacen ciertas preguntas: “¿Cuáles son los
fenómenos observables en este dominio?” “¿Qué clase de mediciones se pueden hacer
aquí?” “¿Cuáles son las leyes relativas a los fenómenos observables en este dominio?” En
las páginas siguientes nos ocuparemos de estas cuestiones desde un punto de vista más
general. En los capítulos 3, 4, 5, 6 y 7 las trataremos con más detalles y con mayor “rigor
científico”.
En cada dominio, las entidades, sus propiedades observables y sus leyes son
diferentes. Todas son compatibles, no contradictorias, pero son diferentes. Además cuando
se franquean ciertas fronteras que separan grupos de dominios (o esferas), los fenómenos
observables y las leyes relativas a ellos son verdaderamente muy diferentes, tan diferentes
que para abordarlos un físico debe echar mano de lo que en rigor de verdad es una diferente
construcción de la realidad. En los últimos capítulos dedicados al reduccionismo
analizaremos minuciosamente este hecho. Los datos del físico correspondientes a ciertas
esferas sólo pueden “explicarse” —hacerse legítimos— apelando al supuesto de que en esas
esferas el universo debe entenderse de conformidad con una organización de la realidad
muy particular.
Para ilustrar lo que estamos diciendo consideraremos esta cuestión: ¿Qué ocurre
cuando de la esfera de las cosas que podemos ver y tocar pasamos. a la esfera en la que las
entidades son demasiado pequeñas para ser observadas o tocadas directamente o con
instrumentos? Como en esta esfera las características visuales y táctiles ya no están
presentes, los conceptos referentes a ellas no tienen sentido.
Tomemos una bola de billar azul y reduzcamos su tamaño a una milésima parte de
sus dimensiones originales. La bola es ahora una mota en un rayo de sol, para decirlo en
leguaje védico. Reduzcámosla ahora otro millón de veces. La bola queda ahora
completamente fuera del dominio táctil y visual.
El color es causado por el reflejo de una particular longitud de onda de luz en el
ámbito en que nuestros ojos son sensibles a ella. Nuestra encogida bola de billar es ahora
más pequeña que esas longitudes de onda. No puede reflejar luz. ¿Cuál es entonces su
color? No tiene ningún color. Ni siquiera puede hablarse de una ausencia de color.
Sencillamente el término no tiene aplicación aquí, así como no cabe hablar de “sonoridad”
en el caso de una nube o de “peso” en el caso de una longitud de tres metros.
También la contextura pierde su significación. ¿Cómo puede uno establecer si la
“superficie” de nuestra microbola de billar es ahora “rugosa” o “lisa”? En verdad, ya ni
siquiera estamos seguros de lo que queremos decir con esta pregunta puesto que tampoco
estamos seguros de que la bola tenga una superficie. ¿Cómo podría asegurarlo uno? Ya no
podemos ni ver ni tocar su superficie ni siquiera teóricamente. Y si nada podemos decir de
su superficie, ¿qué diremos de su “forma”? Podremos decir lo que se nos antoje sobre su
“forma”, pero sencillamente no hay manera de establecer si estamos en lo cierto o estamos
equivocados. (Si uno dice que la bola de billar ene ahora forma de empanada y otro dice
que tiene la forma de una cinta, no h v modo de determinar cuál de los dos tiene razón.) El
término “forma” ha p ardido aquí su significación y relevancia; ya no se lo puede aplicar.
La forma es una propiedad de la esfera visual y táctil y resulta inaplicable en esta esfera de
onta en miniatura.
Análogamente, el concepto de “tamaño” se hace cuestionable y azaroso en este
nivel. Aquí ya no es perfectamente claro lo que queremos significar con él. No se puede
preguntar “¿Qué tamaño tiene un electrón?”. Es como si preguntáramos “¿Qué espesor
tiene el Ecuador?” (Conocemos su longitud.) Esta es una situación en la que la respuesta a
nuestra pregunta está parcialmente determinada por la estructura del experimento, así como
las dimensiones de un cometa están parcialmente determinadas por su proximidad al sol
(por más que su masa continúe siendo la misma) o bien como ocurre con el tamaño de un
globo inflado que está parcialmente determinado por la presión del aire que lo rodea. En
todo caso, el tamaño no es la característica esencialmente simple y estable que es en los
niveles en los que podemos observar visualmente las cosas. Esto se debe en parte a que la
“superficie” es un concepto visual que no tiene cabida aquí. No podemos describir la
superficie de una partícula subatómica, no podemos siquiera decir qué posición ocupa la
superficie (¿a qué distancia está la superficie del centro de un on si no podemos determinar
su forma?). También el “movimiento” se convierte en algo completamente diferente en
estas esferas no visuales de lo que es en situaciones en las que nuestros ojos pueden
servimos. Aquí lo máximo a que podemos aspirar es hallar un signo de que un determinado
on estuvo en un lugar y ahora está en otro, pero no podemos decir lo que ese on hizo en el
ínterin. Por cierto que hay excepciones: el curso de una cámara de niebla siempre se asigna,
sin dificultad conceptual, a la misma partícula.
Como, por lo que se sabe, una partícula subatómica dada puede no tener ninguna
organización interna y como no podencos ver su superficie, no hay manera de distinguir
una partícula de otra. En cuanto a la posición que ocupe, lo mejor que podemos hacer es
expresarlo con las palabras del físico Arthur Eddington: “está como cubriendo toda una
distribución de probabilidad”.20
(Existe otro rasgo único que caracteriza a los miembros del microcosmo atómico y
nuclear: las propiedades esenciales de esos miembros son precisamente las mismas. Todos
los electrones, protones, neutrones —en verdad, todos los núcleos atómicos— tienen, según
los experimentos, la misma masa y la misma carga que otros electrones, protones o
neutrones. El error probable en sus valores es extremadamente pequeño. Esta es otra de las
razones de que no se los distinga. En el macrocosmo nunca se encuentra semejante
unicidad; nunca dos cuerpos de la naturaleza tienen precisamente la misma masa, el mismo
tamaño o la misma forma... a menos que hayan sido hechos por el hombre. Este hecho que
los físicos dan por descontado nunca suscitó una explicación de parte de los filósofos.”
A menudo decimos que un electrón atómico está en cierta órbita pero esto no
implica la característica visual de trasladarse de un punto a otro punto al seguir la órbita.
Tampoco se trata de “saltar” de un estado orbital a otro en el sentido de hallarse el electrón
en una situación intermedia al saltar.21 (En el capítulo 20 trataremos este tema.)
En aquellas esferas de la experiencia en que las entidades son demasiado pequeñas
para ser vistas o tocadas ni siquiera teóricamente, conceptos como tamaño, forma,
superficie y movimiento cambian y hasta pierden la significación que tenían en la esfera
visual y táctil. La “localización” en estos niveles asume pues una nueva significación. Un
on puede localizarse cuando acaba de estar en interacción con una entidad lo bastante
grande para ser visualmente percibida. Un electrón da contra una pantalla de escintilación y
vemos el destello. Podemos decir que el electrón estuvo en interacción con la pantalla
entonces. En principio, es todo cuanto podemos decir. O, en el caso de una cámara de
niebla podemos decir que se forma una línea de gotitas de agua. No vemos el electrón; lo
que vemos es un instrumento mayor que fue afectado de una manera particular por un
electrón un instante antes. ¿Dónde está ahora el electrón? Sólo podemos decir de nuevo “su
localización está como cubriendo toda una distribución de probabilidad’’.
En la esfera de lo muy pequeño (el “microcosmo”), no podemos definir el tamaño,
la forma, la identidad o la posición ocupada con el mismo sentido en que lo hacemos con
las cosas que podemos ver. Por eso es razonable suponer que la manera en que las cosas
obran entre sí será también diferente.
Si observamos la interacción de dos bolas en una mesa de billar comprendemos la
naturaleza de causa y efecto que propulsa una bola en una dirección y la otra en otra
después de haber chocado. Sabemos de qué bola se trata, la distinguimos. Si tuviéramos
bastantes conocimientos y fuéramos matemáticos podríamos predecir exactamente el curso
de las bolas y las direcciones que tomarán, así como cuánto trecho recorrerán antes de
detenerse. En rigor de verdad, eso es lo que hace un buen jugador de billar con pasmosa
precisión.
Pero en la esfera de los onta, que no podemos observar permanentemente, sino en la
que vemos ocasionalmente efectos de su presencia, en la que a menudo no tenemos manera
de distinguir de qué electrón se trata después de haber entrado dos electrones en colisión, en
la, que cuanto más exactamente podemos medir la posición de un on, menos seguros
estamos sobre su cantidad de movimiento y viceversa, en la que no pueden aplicarse las
características visuales, cabe esperar que los modos en que las entidades se afectan
recíprocamente sean diferentes de los modos en que se afectan las bolas de billar.22 Como
no podemos diferenciar un on de otro, no podemos predecir lo que hará un determinado on.
Como los onta operan obedeciendo a una ley y no a un capricho, podemos empero predecir
estadísticamente lo que harán.
Para aclararlo más consideremos el ejemplo siguiente : supongamos que yo soy un
ingeniero que está a cargo de una gran cantidad de máquinas, todas ellas, por lo que yo sé,
hechas en la misma fábrica en idénticas condiciones y con materiales idénticos. No puedo
distinguir una de otra. No puedo decir cuál de ellas se deteriorará primero, ni qué parte de
la máquina se descompondrá primero. Sin embargo, si he estudiado durante mucho tiempo
ese tipo de máquinas y si en los libros del establecimiento están registrados los detalles de
lo que ocurrió con anteriores máquinas, puedo predecir con gran exactitud cuántas de ellas
quedarán fuera de funcionamiento después de transcurrido un determinado período y de qué
maneras se deteriorarán. En el caso de estas máquinas imaginarias, ha cambiado la base de
la predicción que antes era la relación causal y ahora es la base estadística. El mismo
cambio se produce cuando de esferas en que podemos distinguir las cosas con los ojos
pasamos a esferas en las que las entidades son demasiado pequeñas para ser vistas.
¿Qué quiere decir esto? Hay una manera de describir el modo en que opera la
realidad, modo que tiene perfecto sentido cuando se trata de la esfera visual y táctil. Aquí
entran en juego los caracteres que tienen las cosas, tales como forma, tamaño y color y el
modo en que acaecen las cosas, es decir, cómo se mueven y entran en interacción las
entidades. En este sistema el modo de ser de las cosas determina absolutamente cómo ellas
serán posteriormente, y si poseemos suficientes conocimientos podemos hacer predicciones
por completo exactas. Cuando se trata de la esfera sensorial, éste es el sistema “correcto”
que hay que usar, éste es el sistema metafísico “adecuado”, es la “verdadera” descripción
de la realidad.
Pero cuando se trata del microcosmo, ese sistema ya no puede aplicarse, las
entidades aquí tienen diferentes características, se mueven y obran recíprocamente de
maneras muy diferentes. En esta esfera debemos valemos de una diferente descripción de la
realidad a fin de tratar científicamente los datos. En el microcosmo el nuevo “sistema
metafísico” es el “correcto”, él es la “verdadera” descripción de la realidad. (En los
capítulos 8 y 9 diremos algo más sobre este punto.)
¿Cuál sistema es realmente el correcto? Esto depende de la esfera de que se trate. El
supuesto de que sólo hay una definición “verdadera” de toda la realidad es anticuada. Como
habremos de mostrarlo después, no hay contradicción entre diferentes sistemas válidos de
explicación, entre diferentes realidades válidas que son empero profundamente diferentes.
Según la clase de mediciones que pueda hacerse en cada esfera, según el tipo de
datos que surgen y según las leyes relativas a los fenómenos observables que deben
introducirse para que los datos tengan sentido legítimo, el físico comprueba que debe
emplear tres o cinco diferentes “realidades” (“sistemas metafísicos”, “construcciones
alternas de la realidad”) para explicar los datos. Decimos “tres o cinco” porque en realidad
el físico usa tres, pero si extendiera algo más su método necesitaría por lo menos cinco
construcciones de la realidad. Dichas construcciones son: 1
1) La esfera visual y táctil, hasta los límites de la instrumentación. Esta esfera
podría llamarse también “sensorial” o de “extensión media”.
2) Esfera de cosas demasiado pequeñas para ser vistas o tocadas siquiera
teóricamente: el microcosmo.
3) Esfera de cosas demasiado grandes o cosas que acaecen demasiado a prisa para
ser vistas o tocadas, siquiera teóricamente: el macrocosmo.
Estas son las tres esferas a las que los físicos aplican su método. Pero hay por lo
menos otras dos a las que podrían aplicarlo:
4) Unidades de conducta con sentido de cosas vivas: es decir, unidades de conducta
que están por encima del nivel de los reflejos. Esta es la esfera en que los organismos
buscan alimentos, corren para escapar del peligro, se acoplan, etc. (En el capítulo 12
definimos más detalladamente esta esfera y la quinta.)
5) La experiencia interior del hombre, incluso la del propio físico.
En cada una de estas cinco esferas, si el físico formula sus preguntas (“¿Qué clase
de mediciones podemos hacer en esta esfera? ¿Cuáles son aquí los fenómenos observables?
¿Qué leyes podemos postular que relacionen esos fenómenos observables entre sí?”),
obtiene respuestas muy diferentes. Como ya se indicó, en la esfera visual y táctil un físico
puede llevar a cabo mediciones cuantitativas, ver claramente relaciones de causa y efecto,
observar que la condición actual —el “estado del sistema”— inexorablemente conduce al
siguiente estado y puede usar modelos mecánicos. En el microcosmo puede realizar
mediciones cuantitativas pero no puede observar relaciones de causa y efecto en el sentido
habitual —es decir, con miras a predecir sucesos— ni puede usar modelos mecánicos.. Si el
físico extendiera su método al dominio de la experiencia interior comprobaría que no puede
hacer mediciones cuantitativas, que puede observar relaciones de causa y efecto sólo en el
pasado, pero que no puede predecir sucesos específicos en el futuro, y comprobaría que
tiene que incluir la “finalidad” como un elemento observable y que no puede usar modelos
mecánicos.
Cada una de estas cinco esferas tiene diferentes respuestas a las preguntas del físico:
“¿Cuáles son los fenómenos observables aquí?” “¿Cuáles son las leyes que relacionan entre
sí estos fenómenos observables?” Por ejemplo, espacio y tiempo son diferentes, según las
esferas. No podemos suponer que el espacio que se extiende entre los onta o entre las
galaxias sea necesariamente el espacio euclidiano.23 ¿Cómo podemos medir el espacio? El
espacio personal —el espacio que emplea mi vida interior y que influye en mi conducta-
dista mucho de ser el espacio que puede medirse con una vara. Si mi amada o una hermosa
mariposa está a nueve metros de distancia, está muy lejos de mí. Si un tigre suelto se
encuentra a cien metros de distancia, “está muy cerca de mí”. (¡Y si sé que ese tigre está
hambriento, está aún más cerca!) También en la esfera de las cosas muy grandes o muy
rápidas, el tiempo, el espacio, el tamaño, la velocidad y la masa asumen relaciones
completamente diferentes de las que tienen en la esfera de las cosas que podemos ver y
tocar.24
Operación
Cosas muy pequeñas
Visual y táctil
Vida
inte
rior
Cuantificación
Sí
Sí
Sí
Sí
No
Sí
Sí
No
No
No
No
No
En los últimos diez o quince años, los científicos sociales llegaron poco a poco a
advertir que podemos y debemos usar diferentes organizaciones de la realidad para tratar
los datos.. Comenzamos a comprender que ya no era apropiada la organización que
estábamos empleando, la organización del “sentido común” occidental y de la física del
siglo XIX. Cuando comenzamos a darnos cuenta de que la física estaba usando varias
organizaciones diferentes de la realidad para abordar diferentes clases de datos, muchos
científicos sociales (incluso uno de nosotros, Lawrence LeShan) cometieron el error de
creer que la física había resuelto nuestro problema. Creímos que podíamos emplear una de
las construcciones alternas de la realidad concebida por los físicos para tratar sus datos y
hacer así legítimos los nuestros. Como esas construcciones —por ejemplo la de la mecánica
cuántica o la de la teoría de la relatividad— eran tan diferentes de la construcción cotidiana
y corriente que habíamos tratado de aplicar y con la cual habíamos fracasado tan
notablemente y como dichas construcciones no llevaban a los mismos problemas, pensamos
que una de ellas debía de ser el sistema que habíamos estado buscando.
Ese fue un error. La física había mostrado que es legítimo (y a veces necesario)
emplear interpretaciones alternas de la realidad para tratar diferentes esferas de la
experiencia. Pero la física no había ideado un sistema que pudiese usarse para tratar la
conducta con sentido o la experiencia interior del hombre. En estas esferas se necesitan
construcciones de la realidad que hagan legítimos los datos de esas esferas, no
construcciones tomadas de otras esferas. Este error en el que incurrimos algunos de
nosotros era comprensible, pero ya es hora de que lo hagamos a un lado. Ni el sistema
metafísico usado en la mecánica cuántica, ni el usado en la teoría de la relatividad
corresponden a los datos de la experiencia interior o a los de la conducta con sentido.
Es verdad que todas las racionalidades útiles a la ciencia son compatibles y no son
contradictorias aun cuando sean muy diferentes. Pero esta circunstancia no debe eclipsar el
hecho de que son muy diferentes y el hecho de que la compatibilidad se deba
probablemente a que son los seres humanos quienes hacen estas construcciones de la
realidad y quienes les dan la consecuente coherencia que todas ellas presentan. Einstein dijo
que el mayor milagro del universo es su comprensibilidad. La razón de que sea
comprensible es la de que nosotros sólo podemos conocerlo tal como está construido por
los seres humanos, y nuestras obras son comprensibles para nosotros. (En los capítulos 3-6
trataremos en detalle este punto.) Desde el punto de vista de la ciencia actual, pues, hay dos
maneras fundamentales de organizar el conocimiento de realidades alternas. El científico
social trabaja desde el siguiente punto de vista: “¿Qué sistema metafísico (estado de
conciencia) impone esta persona a la realidad? ¿En qué condiciones este sistema se cambia
en otro? ¿Cuál es ese otro sistema? ¿Qué sistemas son normales y cuáles patológicos?”
El físico en cambio se pregunta: “¿Qué sistema metafísico debo emplear en esta
esfera particular de experiencia? ¿Cómo puedo hallar las leyes que hagan compatibles
diferentes sistemas?”
En las ciencias sociales se examina la serie general de reglas mediante las cuales un
individuo organiza su experiencia total. Aquí se comprueba que esas reglas difieren en
diferentes momentos y en diferentes situaciones. En la física se examinan los datos de una
esfera particular de experiencia y luego se idea una construcción de la realidad que haga
legítimos dichos datos. Aquí se comprueba que tal construcción debe diferir
considerablemente en diferentes esferas de estudio.
En última instancia, los dos enfoques del problema deben unirse y sintetizarse en el
estudio de la experiencia interior. En esta esfera el método del físico (quien se pregunta qué
clase de mediciones pueden hacerse aquí, cuáles son los fenómenos observables, cuáles son
las leyes que relacionan entre sí esos fenómenos observables) ya se reúne parcialmente con
el método del científico social que se pregunta qué leyes y qué construcción de la realidad
está usando un individuo, es decir, cómo construye la realidad. Cuándo los dos enfoques se
suelden en la esfera de la experiencia interior estaremos en el comienzo de una verdadera
ciencia de la psicología. En este libro nos esforzamos por aproximarnos a esa meta.
2
Debemos evitar aquí dos errores complementarios: por un lado, el de que el mundo
tiene una estructura única, intrínseca, preexistente que aguarda a que la aprehendamos; y
por otro lado, el de que el mundo es un caos total. El primer error es el del estudiante que se
maravilla de que los astrónomos puedan encontrar los nombres verdaderos de las distantes
constelaciones. El Segundo error es el de Walrus, de Lewis Carrol, quien agrupaba zapatos
con barcos y sellos de lacre y coles con reyes…27
Y ahora parece que la ciencia nos está despojando del último bastión de estabilidad
en un universo aterrador. ¿Ha de asombramos que nos resistamos? Sin embargo, si
pretendemos usar la ciencia para que nos ayude a construir un mundo apto para los seres
humanos —y para hacer que los seres humanos sean apropiados al mundo— debemos
basarla en una imagen del mundo humana: un mundo en el que un cosmos semejante a una
máquina gobierne las máquinas y en el que un cosmos humano gobierne a los seres
humanos.
No nos damos cuenta de hasta qué punto se nos ha enseñado cómo debemos ver el
mundo. Nos enseñaron la manera de organizar nuestras percepciones y la manera de
relacionarlas entre sí. Hasta la esfera visual y táctil, que es tan evidente y clara a nuestra
percepción que estamos absolutamente seguros de la verdad que vemos, es en gran medida
lo que se nos ha enseñado. Aprendimos de nuestra familia y de nuestra cultura lo que es
bueno y lo que es malo, lo que es bello y lo que es feo. Hasta hemos aprendido cómo es el
aspecto y el sonido de las cosas. Si alguien me describe cómo suena el canto de un gallo
cuando éste saluda al sol mañanero, yo podré conjeturar bastante bien cuál es el país en el
que esa persona pasó su niñez. Si dice “Cock-a-doodle-do” conjeturaré que se trata dé los
Estados Unidos. Si dice: “Cocorico” supondré que se trata de Francia; si dice “Kikiriki”, de
Alemania; si dice “Kukeriko”, de Israel. Si se le pregunta a un francés qué sonido hacen las
gotas de lluvia al dar contra los vidrios de una ventana dirá: “Plouf, plouf”, un japonés dirá
“Zaa, zaa”. Si se le pregunta a un francés qué sonido emite un gato contento, dirá: “Ron,
ron”. Crucemos la frontera y pasemos a Alemania, y entonces la respuesta a la misma
pregunta será ‘Schnurr, schnurr”. Cuando el gato tiene hambre y pide de comer, un
norteamericano oirá este sonido: “miaoww”, un japonés oirá “niago”. Además, una madre
japonesa se sorprendería mucho de que las primeras palabras de su hijo fueran “mamá”,
pues sabe que las primeras palabras de su hijo son “Ogya, ogya”.
Vayamos con nuestro perro a recorrer el mundo y preguntemos en varias partes qué
sonido hace cuando ladra. Las respuestas variarán según el país. En Francia será “Gnaf,
gnaf”; en España “Guau, guau”; en Japón, “Wung, wung”. ¿Cuál de estas respuestas es
correcta? Ninguna y todas. ¿Hay un sonido “correcto” de lo que el perro hace? ¿Cómo
podríamos establecer cuál es el correcto? Si apelamos a un juez de África nos dirá que el
perro al ladrar hace ‘Kpei, kpei”.37
En este período se han dedicado muchos estudios a establecer la manera en que
nuestro lenguaje afecta y en parte determina lo que percibimos y nuestro modo de organizar
nuestras percepciones. Es interesante especular sobre cuán distinto debe de haber sido el
mundo antes de que Thomas Gray acuñara la palabra “picturesque” (pintoresco) en 1740 o
antes de que Whewell acuñara los términos “científico” y “físico” en el siglo XIX (o antes
de que Shakespeare acuñara las palabras equivalentes a “asesinato”, “desgraciado” o
“solitario”’).38
Un signo del cambio que experimentó nuestra comprensión de alguna esfera es el de
que cuestiones consideradas antes importantes se consideran ahora poco pertinentes o poco
interesantes. También se comprueba lo contrario: cuestiones consideradas triviales o
carentes de significación se hacen importantes y de gran interés. Los griegos del período
clásico no consideraban un problema el origen del universo. Antes de Descartes nadie
pensaba que la relación de espíritu y cuerpo fuera un problema pertinente. Una vez Darwin
caracterizó el problema del origen de la vida como una “tontería”.39 En la corte del rey Luis
XIV se desarrolló un vivo debate sobre esta cuestión: dos pintores “perfectos” que se
valgan del mismo modelo, ¿pintarán cuadros idénticos? La herejía de los albigenses, que
costó la vida a centenares de millares de personas, hoy no nos interesa. Santo Tomás de
Aquino, ciertamente uno de los intelectos más vigorosos que conoce la historia humana,
dedicó seminarios de dos días a temas tales como: “¿Es el conocimiento de Dios la causa de
las cosas?” y “¿Conocen los ángeles el futuro?” La mayor parte de nosotros ya no considera
interesantes estas cuestiones. Lo mismo cabe decir de problemas como “¿Qué sostiene la
tierra?” y “¿Cuál es la parte alta y cuál es la parte baja de la tierra y por qué los que están en
la parte baja no caen?” que carecen ya de significación. La marcha de nuestra comprensión
ha dejado de lado muchas cuestiones pasadas. Con espíritu semejante podríamos preguntar:
'‘¿Qué es la realidad?” ‘¿Cuál es su verdadera forma y naturaleza?” y hoy nadie espera una
respuesta única a tales preguntas.
El gran descubrimiento del mundo antiguo (alrededor de 600 a. de C.) fue el de que
había una estructura inteligible en el mundo. El gran descubrimiento del renacimiento
europeo consistió en establecer que podíamos usar esa estructura para nuestros fines y que
cuanto más la entendiéramos más podríamos controlar la materia y la energía. El gran
descubrimiento de la revolución actual consiste en postular que —dentro de ciertos límites
— la estructura es algo, que se ajusta a nosotros y que deben hacerse diferentes
formulaciones de ella con diferentes tipos de experiencia para alcanzar diferentes metas.
Una manera de caracterizar el punto de vista aquí expuesto es comparar una concepción de
la realidad con una obra de arte. Uno no puede decir si una pintura es correcta o incorrecta,
sólo puede preguntarse si logró su fin, si agrega algo a la experiencia y la enriquece.
Clarifiquemos un poco más este punto. Supongamos que un grupo de pintores
-Leonardo, Vermeer, Van Gogh, Ticiano, Magritte y Toulouse-Lautrec— pintaron todos el
mismo modelo desde el mismo punto de vista. Lo mismo hizo Smith que era diestro pero
de poco talento. No es inteligente preguntar sobre la corrección de cada pintura o preguntar
cuál de los pintores retrató mejor el modelo. Aquí la cuestión pertinente es: “¿Cuál pintura
preferiríamos tener en el salón, en el dormitorio, en el estudio, en el museo o en el desván
de trastos viejos?” Santayana escribió una vez: “Los críticos disputan con otros críticos.
Ningún hombre cuerdo disputa con un artista”. Podríamos continuar dando otras analogías.
Todas las concepciones de la realidad no son válidas, ni todos los conjuntos de formas y
colores en un lugar son obras de arte. Ambas cosas deben llenar requisitos definidos. Una
vieja paleta cubierta de manchas de pintura no es un cuadro, es un mamarracho. La
diferencia está en que uno se encuentra en una situación más apurada si acepta una
concepción falsa de la realidad como válida que si uno acepta que la vieja paleta es una
obra de arte.
El hombre de ciencia, lo mismo que el artista, se encuentra constantemente frente a
este problema: “¿Cómo organizo y comprendo el mundo?” Aunque éste es un problema
fundamental de la ciencia y del arte rara vez el hombre de ciencia o el artista lo admite
plenamente. Por lo general, uno y otro aceptan la organización cultural y la comprensión
corriente de la realidad y, trabajando como técnicos, hacen lo mejor que pueden para
analizarla y mejorarla al máximo a fin de ayudar lo más posible a que los seres humanos
alcancen sus metas. Sólo rara vez en estos campos los individuos idean una nueva
organización y comprensión de la realidad. Y cuando se lo hace se registra un lento
progreso en diferentes esferas, progreso que tiene empero un profundo efecto sobre la
actividad humana. El cambio de comprensión de la realidad puede estar desarrollándose
soterráneamente antes de que se lo formule claramente o se lo enuncie filosóficamente.
Pero una vez que se enunció claramente la nueva organización, la formulación parece
fomentar el cambio y facilitar el trabajo en los varios campos de la actividad.
Podemos ver claramente ejemplos de este cambio de percepción del mundo y de
reacciones al mundo en los siglos XIV y XVI en Europa y también en Europa y
Norteamérica a fines del siglo XIX. En el Renacimiento observamos el cambio que se
produce de un mundo medieval percibido y construido por pequeñas cuñas de actividad
humana en alto grado entregadas a la tradición, comunidades aisladas en el espacio por
vastas extensiones de bosques, aunque conectadas entre sí por una serie de principios y un
sentido religioso. El análisis de la realidad, tanto el artístico como el científico, se refiere
primariamente a estos aspectos religiosos.40 Partiendo de esta serie de percepciones y
reacciones se desarrolló en este período una nueva orientación concentrada en las
diferencias y en las actividades individuales, una orientación hacia una mayor comprensión
y control de lo que es accesible a los sentidos y hacia una ruptura -del aislamiento en que se
hallaban los pequeños grupos de seres humanos paja organizar grupos mucho más vastos
con mayores posibilidades de actividad individual no tradicional.
No es posible pasar por alto la profundidad de este cambio. Al cabo de dos siglos
los individuos percibían la nueva organización de la realidad y reaccionaban a ella de
manera tan natural que sólo los eruditos especializados podían comprender el modo en que
la gente había vivido antes, los problemas que le preocupaban y las razones de que los
hombres obraran como lo hacían. En uno de sus mejores cuentos, Las mil y una noches,
Edgar Allan Poe hace que Scheherezade refiera al sultán un nuevo cuento de maravillas. En
ese cuento la sultana no habla —como había hecho en los anteriores— de Simbad el
Marino ni de Aladino, ni de magia ni de hechicería. Habla de las obras de la ciencia el siglo
XIX, como el telescopio, el telégrafo y las máquinas de vapor. El sultán replicó que los mil
y un cuentos eran dignos de crédito, ¡pero que ese último era ridículo!
A fines del siglo XIX se produjo otro cambio en el enfoque occidental de la
realidad. En arte, los impresionistas comenzaron a penetrar a través de la apariencia
superficial de las cosas, para llegar más allá de la experiencia sensorial inmediata. Desde la
física a la psicología, la ciencia comenzó a hacer lo mismo y desplazó su interés por la
mecánica a la estructura atómica y de los síntomas a la psicodinámica. Era natural que al
mismo tiempo esta indagación realizada por debajo de la superficie de las cosas por los
expresionistas caracterizara al arte, en tanto que movimientos similares se registraran en
varios campos de la ciencia; la figura más popular de la invención literaria era un hombre
que exploraba situaciones y sucesos por debajo de su superficie: Sherlock Holmes. El
cambio de orientación es tan profundo y tan irregular en su avance como el registrado al
pasar de la Edad Media al Renacimiento. Una diferencia es la de que el cambio
desencadenado a fines del siglo XIX todavía está en marcha y forma parte de nuestras vidas
actuales.
La principal formulación general de la organización del conocimiento en el mundo
medieval era la síntesis de Aristóteles y santo Tomás que conciliaba la ciencia griega con la
tecnología cristiana en una enunciación coherente. El punto de vista del Renacimiento
quedó formulado en el dualismo básico' de Descartes y en la clarificación que hizo Comte
de la mitad de ese dualismo en ciencias específicas. Ambas formulaciones nos muestran la
manera en que el pensamiento renacentista organizó el conocimiento, la manera en que esa
cosmovisión percibía la realidad y reaccionaba a ella. Se separaban las percepciones
objetivas y las subjetivas y se dividía la parte objetiva en especializaciones tales como la
física, la química, la biología, la sociología. Como hubo de mostrarlo Comte, si bien cada
dominio de especialización parecía basarse en el que estaba debajo en la llamada jerarquía,
dichos dominios se consideraban esencialmente separados. Esto naturalmente llevó a la
formación de departamentos separados en las instituciones educativas, en las
especializaciones de estudio e investigación y a una gradual separación de clases de
especialistas; así la comunicación entre ellos se hizo cada vez más limitada y confusa.41
Esta división de la realidad en conocimiento objetivo y conocimiento subjetivo y las
consiguientes subdivisiones en la esfera objetiva produjo enormes avances en el
conocimiento, la predicción y el control del mundo “objetivo”. Se realizaron progresos tales
en la capacidad humana para transformar y distribuir la energía y para inventar nuevas
formas de materiales y máquinas que lo que habría sido considerado hechicería en 1600 era
cosa corriente trescientos años después. En trescientos años se registraron más progresos en
la física y la medicina que en los anteriores tres mil años.
Lentamente comenzaron a manifestarse problemas inherentes a esta división
renacentista de la realidad. El conocimiento, la predicción y el control de la parte “objetiva”
del dualismo cartesiano progresaban a un ritmo muy rápido y en el plano “subjetivo” el
conocimiento a un ritmo muy lento. La división de la realidad en una esfera de materia —
la res extensa— y en una esfera del espíritu —la res cognitans— suministraba una
metodología muy poderosa para estudiar una de las esferas y ofrecía una metodología muy
inapropiada para estudiar la otra. Como podemos verlo ahora, aunque nadie antes habría
podido predecirlo, este desequilibrio tuvo consecuencias inexorables y desafortunadas.
Nuestro poder para manipular y controlar el mundo “exterior” —materia y energía—
aumentó enormemente, pero no progresamos en la comprensión de nuestra conducta y
nuestra experiencia interior. Si un sistema realiza una descripción fundamental del cosmos
declarando en efecto “Este soy yo (mi conciencia) y estoy aquí, y el resto de la realidad (la
materia) está fuera de mí, esta allí”, como hacía el enfoque renacentista, sólo se puede
analizar el mundo exterior, no el mundo “interior”.
Cada sistema de organizar el conocimiento se desarrolla parcialmente en respuesta a
una serie específica de problemas. Esos problemas no pueden resolverse apelando a la
organización anterior del conocimiento y generalmente son los problemas más apremiantes
y vitales de una cultura. La organización renacentista se desarrolló en parte porque se había
hecho absolutamente necesario resolver ciertos problemas para aprender a afrontar
eficazmente el ambiente después de la gran peste que había dado muerte a más de una
cuarta parte de la población de Europa; y la percepción medieval del mundo era
completamente ineficaz para resolver esos problemas. Se usaron todas las técnicas de la
anterior organización del conocimiento (de la concepción medieval del mundo) en intentos
para controlar las pestes: oraciones, misticismo extático, víctimas propiciatorias, medicina
basada en la magia, etc. Todos esos intentos fracasaron. Con la presión de un problema
crítico que una cultura no puede resolver con su concepción y organización de la realidad,
dicha cultura debe desarrollar otra nueva concepción o, como lo mostró el historiador
Arnold Toynbee, sucumbir. Con la presión de sus problemas críticos la Europa occidental
desarrolló un nuevo modo de organizar la realidad, un modo que hacía posible estudiar y
controlar el ambiente exterior que esa cultura definía como la res extensa, como el mundo
de la materia y la energía. Esto hizo posible resolver los problemas críticos del período.
Pero, gradualmente los problemas inherentes a la nueva organización de la realidad se
hicieron enormes. El gran acrecentamiento de los conocimientos de la medicina y la física
hizo que la población creciera muy rápidamente y que aumentara también en gran medida
nuestro poder para destruir el equilibrio con la naturaleza y para destruimos a nosotros
mismos. La falta de progresos en la comprensión de la conducta humana y de la experiencia
interior impidió que se desarrollara nuestra capacidad de controlar la explosión
demográfica, de detener el envenenamiento de nuestro planeta o de evitar las guerras.
Como uno de nosotros lo ha dicho en otra parte, no se registró avance alguno en la
comprensión de las causas de la guerra desde los tiempos helenísticos.42
A medida que la concepción renacentista determinaba progresos cada vez mayores
en la medicina y en el control de la materia y la energía, los problemas de la conducta
humana se hacían cada vez más cruciales. Ahora nos encontramos aproximadamente en la
posición en que se hallaba el mundo medieval en los siglos XIII y XIV. Nuestros problemas
más apremiantes no pueden resolverse con la antigua cosmovisión. Debemos encontrar una
nueva manera de organizar el conocimiento, una nueva manera de conceptualizar la
realidad o bien debemos sucumbir. El enfoque renacentista de la realidad, de tanto poder y
éxito en otras esferas, ha resultado infructuoso puesto que la resolución de los problemas
que nos aquejan depende de la comprensión y control de la parte subjetiva del dualismo, de
la conducta y experiencia humanas.
Y la nueva organización del conocimiento nos es accesible. Entre sus ventajas está
el hecho de que esa organización dé un lugar a la conciencia y al estudio de la experiencia
interior misma. También suministra un método efectivo para estudiar la conducta con
sentido. Pero asimismo hemos de decir que resulta terriblemente difícil aceptar como válido
cualquier nuevo modelo. Estamos tan atados a la imagen del mundo que se nos enseñó
cuando éramos niños que cualquier sugestión de otra imagen —o, como ocurre en este
caso, la sugestión de la imagen con la cual nos educamos es válida sólo para una parte de la
realidad y que otras partes de la realidad necesitan otras imágenes-, es automáticamente
juzgada como un disparate. Después de dos mil años durante los cuales se creyó a pie
juntillas que la geometría de Euclides era la geometría válida, matemáticos tales como
Bolyai y Lobachevsky expusieron sistemas de geometría diferentes del euclidiano con la
esperanza de que se los considerara en conexión con las actuales propiedades del espacio.
Esos matemáticos trataban de mostrar que el sistema de Euclides era válido sólo una
pequeña parte de la realidad y que para otras partes se necesitaban otros sistemas. Los
demás matemáticos los consideraron al principio como poco serios y poco cuerdos.43 El
primer movimiento de nuestro instinto es rechazar lo nuevo, especialmente si lo nuevo
supone una serie de imágenes del mundo; y entonces decimos con entera convicción “el
modelo de nuestro sentido común es la verdadera descripción de la realidad y aun cuando
no lo fuera sólo hay una verdad, por más que no sepamos lo que ella sea. Una cosa es
verdad o no lo es y las verdades se aplican universalmente”. Este credo, rechazado ahora
por la física moderna, aún despierta en nosotros profundas resonancias de verdad.
El ejemplo del escritorio es trivial pues en él los llamados aspectos ideales son
mínimos, pero el ejemplo tipifica un proceso que se da en todo reconocimiento de un objeto
por nuestros sentidos. Los datos inmediatos se ven aumentados al atribuir nosotros al objeto
cualidades no sensoriales tales como permanencia, estructuras ocultas, objetividad (es decir,
esperamos que otros observadores vean lo mismo que nosotros, ¡una suposición de la que
nuestros, sentidos nunca podrían informamos!). Esta clase especial, trivial, de
“construcción” es casi automática en todo acto simple de conocer. La construcción
convierte un complejo de sensaciones en una cosa. Un buen término para expresar este
proceso en “reifícación”, derivado de las voces latinas res que significa “cosa” y facere que
significa “hacer”.
Pero el término “reifícación” no debe tomarse en su sentido literal, estrecho, a no
ser que se amplíe la significación de la palabra “real”. La mayor parte de las personas lo usa
en su sentido más estricto sin advertir sus amplias implicaciones, seguras de que el término
significa algo absolutamente definido, indiscutible y definitivo. El término “realidad”
deriva de él; de ahí que también ella comparta estos atributos fijos. Si pidiéramos pruebas
de este estado de cosas es probable que se nos responda que así lo establece el “sentido
común”.
Pero apenas se pone uno a examinar las pruebas más elementales inmediatamente
advierte dificultades en este punto de vista del sentido común. Nadie dudará de que el
escritorio que tengo frente a mí sea real, pero ¿es también real su color castaño? Aquí ya no
se trata de una cosa, sino que se trata de un atributo, la propiedad de una cosa. ¿Son reales
todas las propiedades? ¿Podemos reificar el azul del cielo? Ciertamente no hacemos de ese
color una cosa. En otros casos se produce un deslizamiento de la palabra “real” hacia
“Verdadero”, como cuando uno dice el hecho es real o la historia es real. Hay también
entidades que no son accesibles a los sentidos, por ejemplo, el espacio y el tiempo y hasta
"partículas" demasiado pequeñas para ser vistas. La mayoría de la gente llamará reales a
estas entidades aunque no estén directamente reificadas partiendo de la percepción
sensorial. Todos estos ejemplos y muchos otros que puedan ocurrírsele al lector son casos
en los que la acepción literal del término “reificación" no viene al caso. Esto ya nos indica
que aun en el dominio cognitivo en el que opera la ciencia física hay que ser cautelosos en
el empleo de las palabras ”real” y “reificación”.
Mayor dificultad aún encontramos en ámbitos que no son estrictamente cognitivos.
Oímos sonidos, notas rítmicas que pueden considerarse reales dando una significación tan
sólo ligeramente más alta a esa palabra. Pero los sonidos mismos componen la música de la
que gozamos. De análoga manera vemos los colores de un cuadro, el cuadro real en el
sentido limitado de la palabra, pero también vemos que el cuadro es hermoso. El paso
desde la percepción de los colores al cuadro supone reificación, pero ¿qué decir del ulterior
paso a la consideración de la belleza?
Para usar ejemplos extremos hagamos notar que experimentamos sensaciones en
nuestros sueños y las reificaciones en objetos y personas. A pesar de esta reificación,
decimos que esos objetos y personas no son "realmente reales". Esta necia expresión
muestra hasta qué punto es inadecuada la palabra. Parecidos comentarios pueden hacerse
sobre las experiencias de una persona hipnotizada, de un médium, de cosas sentidas en el
éxtasis místico y en encuentros o revelaciones de tipo religioso.
En todos estos casos lo experimentado inmediatamente es un conjunto incoherente
de sensaciones46 que aparecen y desaparecen y que claman por significación, orden,
coherencia. Lo que hemos llamado reificación en conexión con la simple experiencia
cognitiva es un caso de un paso más general desde "una rapsodia de percepciones" —para
emplear la expresión de Kant— a algo coherente, estable y con sentido. El término
específico "reificación", característico del logro del orden en la fase inicial de la mayor
parte de las ciencias ordinarias, debería ser pues reemplazado por uno del conjunto más
general: “organización”, "síntesis", "estabilización", "transformación a la estabilidad" o
"sistematización”. "Reificación" es un caso específico de estas operaciones. En adelante,
cuando hablemos del proceso más general de organizar percepciones, emplearemos la
palabra "organización". Pero aquí se vislumbra un problema en el horizonte. Formulado en
la forma de una pregunta se trata de esto: si la reificación es el paso predominante para
establecer la realidad, ¿conducen a realidades, acaso de diferentes formas, los otros pasos
designados por la palabra “organización”?
Antes de considerar este desconcertante enigma analizaremos en detalle el método
de la ciencia cognitiva ordinaria, para la cual la reifícación es la puerta que se abre a la
realidad y a la verdad.
Todo acto de organización de experiencias inmediatas requiere justificación y
explicación. £n el caso de la reifícación, ponemos a prueba su legitimidad primero de las
maneras más simples posibles y luego por procedimientos racionales que deben ser
explicados con mayor plenitud. Pero volvamos ahora a nuestro tema principal.
Verificamos la permanencia mirando repetidamente una cosa, verificamos la
objetividad pidiendo a otros que la miren, verificamos la presencia de una parte interior
abriendo la cosa, etc. Pero en las cuestiones más complejas de la ciencia estos modos de
someter a prueba son mucho más complicados. Por ejemplo, ¿cómo verificamos la
existencia de neutrinos, la valencia de los átomos, la composición de un gen, la realidad de
hoyos negros, la presencia de una neurosis o de una enfermedad mental? Después habremos
de decir algo más sobre los modos en que se verifica la “construcción” de conceptos
científicos.
Hemos llamado “reglas de correspondencia" las conexiones que hay entre hechos P
y construcciones. Esas reglas son generalmente operaciones de medición que se llevan a
cabo con instrumentos. Un examen atento de dichas reglas nos obliga a distinguir tres tipos.
En primer lugar está el habitual, el inherente a los ejemplos que hemos presentado. Es el
tipo llamado definición operacional de una construcción, por ejemplo, la definición de la
temperatura como lectura de un termómetro. Pero hay otros dos tipos de reglas, el primero
tan universal y sencillo que rara vez se lo reconoce o se lo discute. Es el tipo de regla que
nos lleva de la sensación individual, inmediata, “instintiva", sin reflexión, a lo que
llamamos los objetos del mundo exterior. Vincula las sensaciones individuales de la forma,
color, tamaño, dureza, lisura, del escritorio que está frente a mí —lo que Eddington
llamaría el escritorio del positivista— con el escritorio del físico. Trátase de un paso que va
desde un tumulto inmediato de experiencias P a una consolidación en la forma de objetos,
una consolidación que implica la utilización de los principios guías que exponemos en el
capítulo 5. Aquí se hace necesaria la intervención de una regla de correspondencia, pues lo
dos ámbitos no son idénticos.
El conglomerado de sensaciones no da una forma rectangular a la superficie del
escritorio; desde el lugar en que estoy sentado, el escritorio tiene una forma trapezoidal.
Esto no quiere decir que tendré las mismas sensaciones cuando lo mire de nuevo, ni que
otra persona estará de acuerdo conmigo cuando atribuyo al escritorio una superficie
rectangular, existencia y permanencia de los rasgos, que he construido sobre la base de mis
sensaciones.
La regla de correspondencia que lleva desde el complejo inmediato de conciencia,
desde los hechos P, a un objeto exterior es la reificación (del latín res que significa “cosa”).
Esta reificación produce por decirlo así el mundo del realista ingenuo que en nuestra figura
estaría representado por una delgada capa (delgada porque no guarda relaciones racionales
con el campo C) adyacente al plano P. Dentro de esa capa los objetos no están relacionados
por leyes; nada puede decirse de ellos salvo que “sencillamente están allí”, según los
protocolos. La reificación difiere de una definición operacional por su simplicidad, por su
universalidad, por su carácter no crítico, por su falta de organización y por su falta de
finalidad. Se la puede llamar el primer paso en la ciencia, pero ella sola no es capaz de
construir la ciencia.
El tercer tipo de regla de correspondencia es más complejo. Se trata de
la combinación de una definición operacional (líneas dobles en la figura 1) y de una
relación lógica (línea simple entre dos construcciones en la figura). Para que se comprenda
por qué este tipo de regla es necesario, hacemos notar que una línea doble, que siempre
tiene su origen en el plano P, define una cantidad, un número, correspondiente a una
sensación. En la física moderna, esto se llama un observable, más específicamente un
observable cuantitativo. En la figura 1, masa, fuerza, tiempo y distancia, son observables de
esta índole. Pero toda ciencia contiene algo más qué observables; en la ciencia abundan
entidades como cuerpos de todas clases, sólidos, gases, líquidos, y hasta onta a los que se
atribuyen los observables. En la esfera visual y táctil estos vehículos de observables son
ellos mismos observables, pero esto no ocurre en otras esferas. Los átomos y las llamadas
partículas elementales no son directamente observables, pero algunas de sus propiedades lo
son. Lo mismo cabe decir del interior del sol, del centro magnético de la tierra, de un
campo eléctrico, de una depresión mental y, por cierto, del espíritu humano.
Análoga complicación se manifiesta cuando definimos estas entidades que son los
vehículos de observables. Un cuerpo material es un objeto que tiene masa, tamaño, forma,
posición en el espacio, velocidad y muchos otros observables susceptibles de ser definidos
de manera operacional. Un electrón es algo que tiene o posee una masa específica, una
carga, un espín y posiblemente un tamaño. De manera que lo que hemos denotado como
una entidad, como un objeto, como un sistema, como algo a lo cual asignamos existencia en
un sentido más sustancial que a una propiedad observable, debe definirse en última
instancia como “aquello que posee ciertos observables o es vehículo de ciertos
observables”. La atribución teórica de un observable a una entidad o a un sistema es un acto
lógico, y en nuestro diagrama las relaciones lógicas se indican con líneas simples.
Por lo tanto, cuando nos valemos de un gráfico, una entidad o sistema —o de
manera más general, lo que antes llamamos un on, estaría representado por una o más
reglas ordinarias de correspondencia (líneas dobles que parten de P) que definen
observables, los cuales a su vez llevan a la entidad en cuestión mediante una o más líneas
simples. Así, en la figura 2 las definiciones operacionales dan la posición (x), la velocidad
(v), la aceleración (a) y la masa (ni). Las líneas simples las asignan a una partícula o a un
cuerpo. En efecto, significarían: un cuerpo material es aquello que tiene los observables x,
v, a, y m. Llamaremos a una definición de este complicado tipo una compleja regla de
correspondencia.
La figura 2 define un objeto especial, b. Pero las leyes de la naturaleza, en este caso
de la mecánica newtoniana, son válidas en el caso de todos los objetos que pueden definirse
según los mismos observables que definen a ó en la figura 2. Por eso no es necesario trazar
una figura para cada b. Las leyes relativas a todos los b —en este caso la segunda ley de
Newton— pueden pues representarse mediante líneas dobles que parten de P y llegan a los
varios observables como Fc, Mc y Ac de la figura 1, que están relacionados por la ley.
Hemos expuesto este análisis detallado —pero siempre implícito— de uno de los
aspectos del método científico, porque esclarece lo que hemos llamado dominio y esferas y
además porque el análisis puede contener sugestiones sobre cómo pueden llegar a ser
científicas experiencias que aún no responden al tratamiento científico. La figura 1
representa un dominio o esfera, un dominio que relaciona los observables Mc, Fc y Ac por
obra de una ley de la naturaleza. La sugestión que recibimos es ésta: cuando dentro de un
cierto dominio de experiencia se observan fenómenos todavía no esclarecidos por la
ciencia, busquemos observables adecuados y busquemos luego una ley que los relacione.
Los onta a que pertenecen los observables (en virtud de un diagrama como el de la figura 2)
pueden llegar a conocerse o pueden llegar a manifestarse como entidades válidas en el
proceso de tratar de encontrar los observables y sus leyes.
4
La significación de “verdad”
1. Todos los planetas se mueven en órbitas elípticas, uno de cuyos focos ocupa el
Sol.
2. El radio vector heliocéntrico del planeta describe alrededor del Sol áreas
proporcionadas a los elementos del tiempo.
3. Los cuadrados de los tiempos de las revoluciones de dos planetas cualesquiera
son entre sí como los cubos de los ejes semigrandes de sus órbitas.
Profesión de fe
1. Creemos que la busca de la verdad es una empresa que nunca termina; sin
embargo nos comprometemos a buscarla.
4. Creemos que por obra de los esfuerzos del hombre se crean constantemente
nuevos principios de comprensión y que una filosofía que vea las respuestas a todas las
cuestiones en lo que ahora se llama ciencia es una filosofía presuntuosa y contraria al
espíritu de la ciencia.
El siguiente principio, que ponemos en la lista sólo para que ésta resulte completa,
es tan claro que apenas es necesario mencionarlo. Lo llamaremos estabilidad de
interpretación. Este principio implica que una serie de construcciones, aceptadas como la
contrapartida explicativa de un cierto dominio P, no puede ser alterada para que convenga a
diferentes ocasiones. Este principio fue siempre respetado hasta que, quizá en tiempos muy
recientes, algunos autores que escribieron sobre física moderna pretendieron —
erróneamente, por supuesto— que un electrón es a veces una partícula y a veces una onda.
Nos limitamos a hacer notar aquí que semejante afirmación violaría el principio de
estabilidad de interpretación: dos concepciones diferentes se usan indistintamente cuando
parece conveniente. En realidad, como veremos después, un electrón no es una partícula ni
una onda.
A lo largo de toda la historia del pensamiento humano sobre la realidad sensorial
quizá el principio guía más importante haya sido la causalidad. En simples términos, la
causalidad es la relación entre causa y efecto. Más adelante hemos de tratar precisamente lo
que son causa y efecto: si son cosas, eventos o construcciones más elaboradas. Por ahora
nos bastará con la noción corriente de causa y efecto. El principio establece que una
determinada causa siempre produce un determinado efecto, generalmente único. O en una
versión más general, todo cuanto ocurre tiene una causa. Aquí está implícita la idea de que
la causa es anterior al efecto en el tiempo.
Al lector le parecerá extraño que enumeremos la causalidad como un principio guía,
como una máxima que imponemos en la formulación de teorías, cuando en realidad parece
que la relación causal se nos presenta en nuestras experiencias P. La concepción de que ello
es así, expuesta y elaborada en gran medida por el filósofo británico David Hume, es
todavía aceptada por muchos científicos y filósofos, aunque parece perder terreno frente a
la obra de los continuadores de Manuel Kant, quien mostró que la casualidad era un
principio regulador que regía toda la experiencia racional humana. Nosotros tomaremos
aquí la causalidad en este último sentido. Nuestra afirmación asume pues esta forma; las
construcciones de la ciencia deben ser elegidas y combinadas de tal manera que en su
descripción del cambio temporal exhiban la relación entre causa y efecto. La significación
de la causalidad es, como lo mostraremos más detalladamente, diferente en distintas esferas
de experiencia. En este sentido es más compleja que los otros principios guías que
expusimos.
El último principio guía es extremadamente vago pero así y todo de suma
importancia. Forma una especie de puente entre la ciencia y el arte pues impone la cualidad
de la elegancia, de la belleza a las teorías científicas. Es difícil definir explícitamente lo que
debe entenderse por elegancia, pero de alguna manera todo hombre de ciencia que actúa y
sobre todo los genios creadores de nuevas ideas, de nuevos postulados, de nuevas
ecuaciones fundamentales sabe cuándo una teoría es hermosa. Hombres como Einstein y
varios sobresalientes físicos matemáticos que aún viven han llegado a declarar lo que
entienden por la belleza de una concepción, por la elegancia de una forma (por ejemplo la
invariancia). Pero no nos proponemos hacer una reseña de sus credos, pues realmente son
credos, lo mismo que todos, los otros principios guías mencionados en este capítulo. Con
todo, deseamos concluir con la enfática afirmación de que la ciencia en su estado actual de
desarrollo no está desprovista de elementos estéticos y que éstos parecen cobrar cada vez
mayor importancia. Luego daremos ejemplos (invariancia, simetría). La ciencia actual no
toma seriamente ninguna hipótesis que no satisfaga la elegancia.
Recapitulemos: los principios guías de la ciencia, los criterios empleados para
aceptar así como para rechazar construcciones y complejos de construcciones llamados
teorías fueron designados como simplicidad, extensibilidad, conexiones múltiples,
fertilidad lógica, estabilidad de interpretación, causalidad y elegancia. No son claras
categorías con fronteras rígidamente definidas, sino que son requisitos orgánicamente
conexos impuestos a la elección de construcciones.
A esta lista de principios generales agregaremos ahora dos principios particulares.
Hemos reconocido el espacio y el tiempo como construcciones susceptibles de definiciones
operacionales y, por lo tanto, directamente relacionadas con el plano P. Lo cierto es que
espacio y tiempo desempeñan un papel universal en todas las ramas de la ciencia y en esto
difieren de todos los otros fenómenos observables que se manifiestan en dominios
específicos. Por esta razón presentamos el siguiente par de principios guías adicionales: el
uso del tiempo y el uso del espacio en toda la esfera científica y presumiblemente en otras
esferas.
Verdad es, desde luego, que disciplinas tales como la estática, varias ramas de la
matemática y ciencias de clasificación como la botánica no hacen un uso explícito del
tiempo; pero esto implica que los resultados de esas disciplinas son verdaderos en todo
momento. De manera que nuestro último principio no está violado.
El lector de orientación filosófica habrá advertido que nuestra primera serie de
principios guías es semejante a las categorías de Kant, pero diferente en sus elementos
constitutivos. Esos principios guías no son presentados como principios últimos e
inmutables, como pretenden ser las categorías kantianas. Kant llamaba al tiempo y al
espacio “categorías a priori de la posibilidad de experiencia”, una expresión que se
aproxima mucho a nuestra concepción de tiempo y espacio, pero a diferencia de Kant, no
los consideramos inmutables ni de una significación universal única. En otro lugar diremos
que su significación precisa como observables puede ser diferente en diferentes dominios
de experiencia.
¿Es nuestra lista definitiva y final? En alguna época se habría afirmado que sí, tal
vez no con referencia a esta lista de “categorías” pero a alguna otra similar, descriptiva de
la ciencia de la época. Se las consideró profundamente insertas en la organización del
espíritu humano como principios exteriores sin los cuales el pensar sería imposible. Hoy los
hombres de ciencia asumen una posición más modesta y las miran como reglas metafísicas
que fueron evolucionando lentamente en la empresa lograda de la indagación científica
durante varios milenios. De ahí que nuestros principios no puedan considerarse definitivos.
El futuro puede agregarles otros o puede mostrar que algunos de ellos son inútiles. Si esto
ocurre, es posible que los cambios se produzcan lentamente. En efecto, la historia muestra
que las teorías científicas viven décadas, los postulados básicos como el de Newton siglos y
que los principios guías de la ciencia cambian en milenios. Su longevidad parece rivalizar
con la de las religiones.
6
Esto a su vez debe estar compuesto de algo más pequeño y esa cosa más pequeña es
un átomo. El átomo es simple y no está compuesto, de otra manera las series no tendrían
término y si prosiguieran indefinidamente no habría diferencia de magnitud entre una
semilla de mostaza y una montaña, entre un mosquito y un elefante, pues cada cual por
igual contendría un número infinito de partículas. El átomo último es por lo tanto simple.54
El reduccionismo (II)
Este estado de cosas podría describirse diciendo que los observables de nivel
inferior determinan a los observables del nivel inferior. Aquí hay continuidad de
explicación desde abajo.
Estos dos casos pueden ampliarse con muchos otros ejemplos que muestran que la
continuidad de explicación no es una cuestión de una sola dirección. Aquí está implícita la
falta de significación de los términos “arriba” y “abajo” y ciertamente del término
“niveles”.
Demos otro ejemplo de la física, que es formalmente parecido al primero y que el
lector no muy interesado en aspectos detallados de la física puede ignorar sin gran
detrimento de lo que ha de seguir; examinemos la relación que hay entre la teoría
premaxwelliana de la electrodinámica (que trabaja con observables como magnitud, signo,
posición, velocidad, aceleración, etc. de cargas eléctricas y que nosotros llamaremos
“nivel” A) y la teoría de la radiación de Maxwell-Lorentz que llamaremos B. Aquí los
observables A tienen otra vez sentido en B, están en realidad entre los observables B pero
también algunos de los observables B carecen de significación en A. Nos encontramos ante
lo que podría llamarse continuidad parcial de explicación de A a B y continuidad completa
de B a A. El concepto de nivel se hace confuso. Por otro lado, si consideráramos A y B
idénticos, no tendríamos espacio para el campo de radiación que pertenece sólo a B. Estos
ejemplos muestran quizá más claramente que los demás que el concepto de reducción debe
ser reemplazado por el de elaboración trascendente con continuidad sin referencia a niveles
ni jerarquías.
Esto también es interesante por una razón especial.65 Habiendo transferido la
atención de A a B, un concepto —el campo de radiación en el que los observables son
intensidades de campo eléctrico y magnético— asume una enorme importancia al
destacarse, por así decirlo, de los elementos que lo originaron, las cargas. Primero, a causa
de su velocidad finita, su estado presente depende de la condición anterior de las cargas
eléctricas (potenciales retrasados); el campo ni siquiera puede existir cuando las cargas
quedan aniquiladas. Para complicar aún más las cosas, la destrucción de las cargas (por
ejemplo, la aniquilación de electrón-positrón) crea su propio campo de radiación que se
superpone al primero, luego invade todo el espacio en ausencia de las cargas materiales,
pero conserva su identidad, aunque sus observables cambien de valores en el tiempo.
Una ilustración cósmica sumamente importante de esta cuestión acaparó
recientemente la atención de físicos y astrónomos. El “gran estallido”, considerado como el
origen del universo actual, debe de haber ocurrido unos doce o quince billones de años
atrás. Lo que ocurrió precisamente podía inferirse tan sólo de consideraciones de ciertos
procesos probablemente astrofísicos que comprendían un cataclismo entre onta tales como
fotones y partículas con cargas, y muy probablemente la destrucción de muchos onta.
Cualesquiera que hayan sido los detalles y cualquiera que haya sido la naturaleza precisa de
los cuerpos que lo originaron y que ya no existen, el campo de radiación permaneció, fue
identificado y medido. Esta realización fue honrada con la recompensa del premio Nobel.
Una persona que creyera en la inmortalidad bien podía sentirse inclinada a considerar este
hecho como un ejemplo físico de la supervivencia de una entidad no material después de la
muerte de la materia. Una ilustración elemental de los mismos principios es el hecho bien
conocido de que la luz emitida por una fuente luminosa continúa desplazándose por el
espacio aun cuando la fuente haya quedado destruida.
Pero en nuestro actual contexto, estos ejemplos muestran tan sólo la impropiedad de
toda clase de reduccionismo que no suponga trascendencia, que no permita el posible papel
de entidades impredecibles en un modo dado de explicación.
Examinaremos ahora unos pocos ejemplos de compatibilidad en los que el término
“nivel” pierde su relevancia porque el cambio producido en los observables es tan radical
(independientemente del hecho de que los que caracterizan un “nivel” no podrían “verse” ni
podrían inferirse desde otro nivel como en los ejemplos anteriores) que los que “se
manifiestan”66 desafían tanto el sentido común como la comprensión visual. Dejan de ser
anschaulich y violan nuestro conocimiento del mundo molar.67 Dos rasgos caracterizan los
“niveles”: ellos exhiben no sólo diferentes construcciones y observables sino que requieren
diferentes modos de explicación; ello no obstante continúan siendo compatibles. El primero
marca el paso desde el mundo molar a lo extremadamente grande; el segundo el paso a lo
extremadamente pequeño. El nivel se convierte entonces en una cuestión de dimensiones.
Alto significa grande, y bajo significa pequeño.
Los siguientes ejemplos de trascendencia con continuidad están tomados de la física
moderna.
Kant persuadió a los hombres de ciencia del siglo XIX de que el tiempo y el espacio
eran lo que él llamaba “condiciones trascendentales de la posibilidad de la experiencia
sensorial”, formas ideales impuestas a los fenómenos por la naturaleza de la psique humana
y, por lo tanto, formas a priori, inmutables, que estructuraban todas nuestras sensaciones de
maneras específicas. Kant creía que un análisis del tiempo da nacimiento a la matemática,
que un análisis del espacio, a la geometría y que los teoremas de estas dos disciplinas son
únicos. La estructura que Kant atribuía al espacio es la que hoy llamamos euclidiana.68
Pero a mediados del siglo XIX algunos matemáticos comenzaron a preguntarse
sobre ese carácter único de los teoremas de la geometría, y hombres como Bolyai,
Lobatchevsky y Riemann desarrollaron nuevos tipos de geometría llamados no euclidianos,
cuyos teoremas diferían de aquellos que antes se habían tenido por universalmente
verdaderos. Sin embargo, debido a que todo el conocimiento científico de la época
obedecía a las leyes de Euclides, que Kant había proclamado leyes a priori, inmutables y
universales, los nuevos tipos de geometría fueron considerados sólo como interesantes
artificios matemáticos carentes de realidad física, pues les faltaba contacto con la
experiencia inmediata. Se los consideró cuentos de hadas interiormente coherentes. El
espacio era infinito, las líneas paralelas nunca se encontraban y una línea recta era la menor
distancia entre dos puntos.
Todo esto cambió en 1916, cuando Einstein publicó su teoría de la relatividad
general. Para ser precisos pero breves digamos que Einstein descubrió que ciertas
observaciones astronómicas, que desconcertaban a los astrónomos versados en la geometría
euclidiana, se ajustaban bellamente a los teoremas de la geometría de Riemann. Esta
pasmosa comprobación elevó la geometría de Riemann desde la condición de un juguete
matemático a la de una disciplina de la realidad. Entre sus consecuencias estaba la
aceptación de un nuevo modo de explicación según el cual el espacio ya no era infinito sino
que tenía un radio finito, la distancia menor entre dos puntos en las inmediaciones de un
astro ya no era una línea recta, dos cuerpos que se desplazan a lo largo de líneas paralelas se
encuentran al cabo de un tiempo muy largo pero finito.
Einstein se complacía en explicar el espacio tridimensional curvo pidiendo a su
auditorio que imaginara un gusano o una oruga que tuviera el sentido de solamente una
dimensión. El animal conoce sólo el adelante y el atrás y. se desplaza a lo largo de una
línea. Hagamos ahora que esa línea sea un círculo de mayores dimensiones. El gusano que
se arrastra por la línea sentirá, según es de presumir, que avanza a lo largo de una línea
recta; en realidad se está moviendo a lo largo de una curva en dos dimensiones, pero la
curvatura es concebible sólo para los seres que tienen percepción de dos dimensiones. La
evidencia de la curvatura sería accesible al animal sólo si éste recorriera todo el círculo y
habiendo llegado de nuevo a su punto de partida lo reconociera como tal.
O piénsese en una criatura bidimensional como un insecto chato, plano, capaz de
distinguir adelante y atrás, izquierda y derecha, pero no de distinguir arriba y abajo. El
insecto se desplaza sobre la superficie de una esfera pero sólo puede concebirla como un
plano. Nosotros que somos capaces de visualizar tres dimensiones, sabemos que el animal
se mueve en una superficie curva dentro de un espacio tridimensional.
Ampliemos ahora este razonamiento. Imaginemos seres tridimensionales que se
mueven en un espacio curvo de cuatro dimensiones. Esos seres no percibirían la curvatura y
creerían que viven en un espacio euclidiano tridimensional. Por cierto que si avanzaran
según lo que les parecería una línea recta» que atravesara todo su espacio finito» podrían
retomar a su punto de partida. Nosotros somos esos seres tridimensionales, pero nuestro
mundo es demasiado grande para recorrerlo. Sin embargo un rayo de luz enviado a lo largo
de un gran círculo y en un espacio cuatridimensional regresaría a su punto de partida.
A veces se ha planteado la cuestión de si la concepción humana del espacio es
intrínsecamente tridimensional o si el hombre podría aprender a visualizar la cuarta
dimensión además de conjeturarla o construirla. Se dice que el matemático Poincaré
respondió afirmativamente a la cuestión y declaró que él se había acostumbrado a pensar en
términos de cuatro dimensiones.
Posteriormente otra increíble observación, difícilmente aceptable en la vieja
interpretación del universo, vino a sumarse a las otras pasmosas pruebas: el radio finito del
espacio estaba en continua expansionó la recesión de astros y nebulosas distantes, conocida
por el cambio de frecuencia de la luz que emitían, constituía una prueba de la expansión del
espacio, del incremento de su radio. Cosas extremadamente inconcebibles en el mundo
molar ocurrían en la gran escala del cosmos.
Y como para atormentar aún más nuestra intuición molar, el tiempo se convirtió en
la cuarta dimensión del espacio.
Si nuestro interés se hubiera limitado a nuestra tierra o a nuestro sistema solar, el
nuevo observable —la expansión del espacio y del universo— no habría tenido sentido y ni
siquiera se habría vislumbrado. Si embargo la nueva visión cósmica, el nuevo modo de
explicación, es compatible con todo lo que sabemos de nuestro sistema planetario. Afirmar
que aquí tenemos posibilidad de reducción desde “arriba” pero no desde “abajo” continúa
siendo cierto, pero la afirmación ignora el carácter nuevo, extraño, de los nuevos
observables que los matemáticos llaman la curvatura y la métrica (geometría) del espacio-
tiempo.
Algunas consecuencias recientemente establecidas de la teoría de la relatividad son
verdaderamente fantásticas. Una de ellas es la predicción de los llamados hoyos negros,69
agregaciones muy densas de materia estelar unidas por fuerzas gravitatorias; se los llama
hoyos negros porque “se tragan” todo cuanto está cerca de ellos, hasta la luz que pasa por
sus inmediaciones.
Por supuesto, no emiten luz propia. Como no se los puede ver, su existencia se hace
manifiesta únicamente por los efectos de su voracidad en astros cercanos, y en general se
cree que dichos efectos se han descubierto.
Cosas extrañas suceden dentro de los hoyos negros: la métrica (geometría) del
espacio-tiempo está alterada; tiempo y espacio intercambian sus papeles. Para algunos
teóricos, esto sugiere que seres conscientes que vivieran en el interior de un hoyo negro
podrían ir y venir por el tiempo, reviviendo y previviendo las experiencias de su vida.
Independientemente de estas especulaciones, conviene señalar los siguientes hechos.
Un cuerpo que se mantiene unido por obra de fuerzas gravitatorias suficientemente
vigorosas posee dos clases de energía: la bien conocida de masa dada por la fórmula de
Einstein E = Mc2, en la cual E es la energía y M la masa y c la velocidad de la luz; además
el cuerpo encierra energía potencial negativa debida a la fuerza de atracción de la
gravitación que mantiene unida la masa. En el caso de una serie dada de valores de la masa
M y del radio R del cuerpo (que se supone esférico) el término negativo anula al positivo.
Esto significa que el cuerpo tiene energía cero (véase Jordán70 y Open Vistas71): el hecho de
que surja del espacio vacío no estaría en contradicción con ninguna ley de la naturaleza. La
creatio ex nihilo, la creencia de Santo Tomás, se convierte en una posibilidad científica. Lo
que seguramente llamaríamos un milagro está sancionado por la ciencia.
Otras dos cuestiones, cuyo conocimiento aparentemente no está muy difundido, son
asimismo sorprendentes y desconcertantes. La condición matemática en el caso de un hoyo
negro (conocida como la condición Schwarzschild) es muy similar a la condición de
energía cero, lo cual hace probable que los hoyos negros puedan cobrar espontáneamente
existencia. Y por fin resulta que, dentro de la inseguridad de nuestro conocimiento respecto
de la masa total y del radio total del universo, estos parámetros pueden posiblemente
satisfacer, por lo menos aproximadamente, tanto la condición de un hoyo negro como la de
la energía cero.
De manera que uno podría preguntarse: ¿Vivimos en un hoyo negro? ¿Es cero la
energía total del universo? El sentido común nos dice que no, y comprobamos que datos
más exactos (los nuestros fueron tomados de la obra de Harlow Shapley publicada unos
veinte años atrás) confirman el veredicto del sentido común. Mencionamos este asunto
como uno de los casos en que las recientes teorías de la ciencia física nos llevan a la
frontera de lo que actualmente parece inconcebible. Estas conclusiones son audaces y en
alto grado conjeturales. Pero son compatibles con el modo de explicación predominante en
la astronomía contemporánea, aunque enteramente imprevisibles desde el “nivel” que tenía
esa ciencia unas pocas décadas atrás. Hemos mencionado algunos de los nuevos
observables aparecidos recientemente, observables que son tan ajenos a la concepción
kantiana del tiempo y del espacio como lo son la entropía y la temperatura a la mecánica
newtoniana de las partículas.
El ejemplo anterior nos llevó desde el mundo molar al macrocosmo. Tomemos
ahora la dirección opuesta y consideremos el microcosmo, el mundo de las moléculas,
átomos, electrones y otras llamadas partículas elementales u onta. También aquí
comprobamos que los observables corrientes pierden su relevancia, su utilidad y hasta su
significación. En los dos dominios la diferencia filosófica entre los observables —o mejor
dicho, en los dos modos de explicación— es aún mayor que en el caso anterior.
El axioma más importante (aun cuando sea filosóficamente evidente y trivial) que
debemos tener en cuenta al pasar al microcosmo es el de que no se puede atribuir
cualidades visuales a entidades demasiado pequeñas para ser vistas. Por eso no ha de
sorprendemos que moléculas y átomos, y en mayor medida aún sus elementos constitutivos,
asuman características que parecen extrañas al sentido común. Esas características son
ciertamente observables aunque la observación directa de hechos microcósmicos es
imposible.72 Para evitar una ulterior complicación en el lenguaje continuaremos empleando
el término “observable” que definimos como cualquier construcción cuantitativa referida a
un observable en virtud de una definición operacional o, de modo más general, en virtud de
una regla de correspondencia tal como la definimos en el capítulo 3. En este sentido, pues,
la masa de un átomo o la carga de un electrón son observables. Concebirlos no exige gran
esfuerzo de nuestra imaginación. Pero hay otros observables que ofrecen mayores
dificultades.
Consideremos brevemente el átomo de hidrógeno. El último intento de representarlo
en formas visualizables fue el de Bohr, cuya teoría es bien conocida y se enseña aún en los
cursos de física. Según esa teoría el átomo de hidrógeno consiste en un núcleo central, un
protón, y en un electrón que gira alrededor de él a enorme velocidad. La distancia que hay
entre ellos es de alrededor de 10-8 cm (una cienmillonésima de centímetro) y las
dimensiones del protón y del electrón respectivamente son de alrededor de 10-13 cm y de 10-
10
cm, en tanto que la velocidad de revolución es de 108 cm por segundo. Esta situación
ofrece un curioso cuadro. Si se multiplican los valores por el factor 1013 = 10 trillones, el
protón asume las dimensiones de una estatua de mármol, el electrón que gira, las de un
globo de unos 9 metros de diámetro, globo que gira alrededor de la estatua
aproximadamente 1015 veces por segundo a una distancia de casi media milla.
Trataremos de mostrar, a manera de simple consideración, que este cuadro no es
coherente. Un electrón en movimiento sigue una trayectoria continua y, por lo tanto, ocupa
una posición definida en cada instante. Supongamos que tratemos de determinar, de medir,
esa posición. Casi la única manera de hacerlo es tratar de hacer impacto en el electrón en
movimiento con otro electrón o un fotón. La dirección del movimiento del proyectil
reflectado puede indicamos el lugar que ocupaba el electrón en su órbita en el instante de la
colisión. Un experimento de esta índole es factible en principio, aunque no en la práctica.
Pero supongamos que el experimento nos da una respuesta que nos lleve a suponer que el
electrón se encontraba en lo alto de su órbita.
Desafortunadamente este resultado hace que toda nuestra medición pierda su
sentido. En efecto, la misma teoría (el electromagnetismo), que Bohr usaba para desarrollar
su elegante modelo, implica que la operación reflectante del proyectil, por ejemplo, un
fotón, no puede ser instantánea sino que requiere una interacción que dura un tiempo finito,
en este caso aproximadamente 10-12 segundos, pero como el electrón gira 1015 veces por
segundo, habrá pasado alrededor del protón unas mil veces durante la interacción. De ahí
que carezca de sentido suponer que estaba situado en un punto de su trayectoria. Este
paradójico resultado, esta imposibilidad de determinar la posición de nuestro electrón y de
cualquier otra entidad de masa comparable, es característico de todos los esfuerzos de
medir, de determinar empíricamente el lugar que ocupa la entidad cuando ésta se mueve a
una velocidad definida.
¿Hemos de decir entonces que el electrón no tiene una posición, no sigue una
trayectoria continua o que la posición ya no es un observable propiamente dicho? Antes de
responder precipitadamente a esta pregunta, debemos tener en cuenta un hecho que
complica las cosas: “Hay circunstancias en las que la posición de un electrón puede
medirse. Si un haz de electrones se mueve en dirección a una pantalla que escintila cuando
uno de los electrones da en ella, luego el lugar del centelleo indica la localización del
electrón en el momento del impacto. Aquí no aparecen las dificultades que surgen en
relación con el átomo de hidrógeno. Evidentemente hay condiciones, llamadas estados, en
las cuales el electrón manifiesta una posición verdadera y otras condiciones en que no lo
hace.
Lo que acabamos de decir acerca de la posición es cierto en el caso de todos los
otros fenómenos observables clásicos, como velocidad, cantidad de movimiento y energía.
La llamada teoría de la latencia de los observables73 ofrece una adecuada
explicación de esta anómala situación. En la clásica física molar, el valor definido de un
observable —digamos, por ejemplo, la energía— está presente en todo posible estado de un
sistema dado. El sistema tiene esa cantidad de energía. Si sobre el sistema obran fuerzas, el
valor puede cambiar en el tiempo, pero el sistema tiene un valor en todo momento, de modo
que si se conoce el estado en su variación temporal, el valor puede predecirse.
En la mecánica cuántica (la teoría que describe el microcosmo) no ocurre lo mismo.
Aquí es decisiva la significación de la palabra “estado”. En la física clásica (precuántica), el
estado de un sistema es una serie de observables, una serie definida de valores de
observables. El estado de una partícula está definido por el valor de su posición y por el
valor de su velocidad, el estado de un fluido por los valores de su presión, de su volumen,
de su temperatura, etc. Lo que antes dijimos indica que, como los observables en la
mecánica cuántica pueden no tener valores en este sentido simple, se hace necesaria una
nueva definición de “estado”. Lo designaremos con el símbolo φ sin especificar aquí su
significación precisa que consideraremos a renglón seguido. De manera que, sin decir de
qué depende ni cómo está determinado, consideraremos primero la relación del “estado”
con los observables.
Pongamos que φ denote el estado de un electrón. Entre sus observables están la
posición x, la velocidad v y la energía E aunque, según acabamos de ver, no siempre pueden
determinarse como atributos verdaderamente poseídos del sistema. Un típico estado φ
puede ser aquel en que la energía tiene un valor definido, pero x y v no lo tienen. Esto
significa que todas las veces que se da el estado (y se conocen maneras de prepararlo), E
arrojará en la medición el valor definido E1. Pero, si se mide x o si se mide v, el resultado
puede ser una variedad de diferentes valores. En ese caso llamamos E un observable
poseído cuando el electrón se encuentre en estado φ y llamamos x y v latentes; x y v no
están realmente presentes, pero de algún modo se realizan en el acto de la medición y
resultan, según cabe suponer, de su interacción con el artefacto de medición. Los
observables latentes arrojan diferentes valores en repetidas observaciones; los observables
poseídos no. No nos interesa considerar aquí la filosofía elaborada alrededor del concepto
de latencia. Heisenberg, que prestó su apoyo a la idea, prefería llamarla potencia,74 un
término tomado de Aristóteles.
El especial estado φ en el que E es un observable poseído se llama un eigenestado75
de E, y si el valor de E que resulta en cada medición es E lo llamamos φi. En todo
observable conocido existen eigenestados, pero hay reglas que impiden la aparición de
eigenestados en los que ciertos pares de observables son poseídos. De manera que el
principio de incertidumbre exige que en todo estado φ en el cual la cantidad de movimiento
es poseída, su posición debe ser latente y viceversa. Hay otras parejas de observables que
no pueden ser los dos poseídos.
Además de la idea de latencia, la mecánica cuántica se caracteriza por lo que su
nombre implica: la cuantificación. Es decir, ciertos observables, especialmente E, aun
siendo poseídos, pueden arrojar sólo uno de los valores de una serie específica, digamos E1
o E2 ... o Ei ...76. Se dice que estos valores son los eigenvalores y que el estado en que Ei es
poseída se llama eigenestado.
El tercer rasgo de la mecánica de los cuantos es el de reemplazar la causalidad de
viejo cuño, es decir, el determinismo mecanicista, por la probabilidad mensurable y
disciplinadamente determinada. Supongamos que un sistema físico como el de un electrón
se encuentre en un estado en el cual un observable como E es latente. Cuando se realiza una
medición resultará un cierto valor Ei. Independientemente de que debe ser un eigenvalor, un
valor de una serie conocida, no podemos predecir cuál habrá de ser. Sin embargo, cuando se
conoce φ, la probabilidad con que aparezca uno de los valores Ei puede calcularse. Más
específicamente, cada vez que se prepara el estado φ y es medido E, se manifestará en
general un Ei diferente, pero podemos predecir cuántas veces en un gran número de tales
sucesiones de preparación y medición se hallará un determinado Ei. Conocemos la
frecuencia relativa con que se da cada Ei. Si φ = φi, Ei es poseído y la frecuencia relativa,
llamada también probabilidad de medición Ei, es 1.
Podríamos afirmar que el concepto de latencia tiene una estructura probabilista. En
el caso de una φ dada, en que x está latente, el electrón no tiene posición. Sería impropio
decir que cumple un movimiento en el sentido habitual del término. En realidad, no puede
rechazarse la afirmación de que el electrón se comporta como los ángeles de santo Tomás,
que iban de un lugar a otro sin atravesar la distancia interpuesta entre ellos. Pero en la
latencia hay estructura, que es la distribución predeterminada de probabilidad del resultado
de todas las mediciones posibles de todos los observables relevantes.
Concluiremos nuestro examen de los modos de explicación, que nos permiten
comprender el microcosmo, repitiendo que el término mismo “observable” ha sufrido un
cambio drástico y totalmente inesperado en su significación. Como un observable puede ser
latente, una serie específica de observables como x, v o E (posición, velocidad y energía) ya
no puede emplearse para definir un estado general. Nos encontramos ante una definición
nueva de estado, φ. la función estado. Y si conocemos φ, también sabemos que algunos
observables están latentes y conocemos la probabilidad de que se den. La estructura de la
realidad se ha desplazado desde los observables de viejo cuño, que eran más o menos
anschaulich —intuibles, tal vez es una traducción satisfactoría—, a las funciones φ desde
cierto conocimiento de lo que haya de ocurrir a las probabilidades.
Si todo esto parece extraño o hasta deplorable, reconozcamos empero que también
las probabilidades son observables. Las probabilidades satisfacen todos los requisitos
metodológicos impuestos a los observables físicos. En particular, son mensurables, como
los observables físicos, y por lo tanto cuantitativamente significativas; además representan
una construcción de extrema extensibilidad que entra en fértiles relaciones con otras útiles e
innumerables construcciones. De ahí que no vacilemos en afirmar que las probabilidades
son parte de la realidad física. Volveremos a ocupamos de este aspecto de la realidad
cuando tratemos el problema de la libre voluntad.
Un último punto. ¿Son latentes todos los observables? Más precisamente, ¿puede
todo observable aparecer en un papel latente o hay algunos observables que son siempre
poseídos? En el momento actual, la respuesta a la última pregunta es afirmativa. Dos de los
observables de la física clásica, la carga y probablemente la masa,77 son siempre poseídos,
independientemente de lo que sea φ. Esto parece casi una anomalía que podría hacernos
suponer que nuestra teoría no está aún completa.
Cuando miramos hacia arriba o hacia abajo desde el mundo perceptible en el que
vivimos, ¿no vemos una discontinuidad en nuestro modo de explicación? Las diferencias
son tan grandes que se siente uno tentado a responder que sí, pero esa respuesta es falsa. En
efecto, hay un hecho, tempranamente reconocido por Bohr —en una versión limitada,
ciertamente y llamada generalmente el principio de correspondencia—, que todavía no
hemos mencionado. Se trata de lo siguiente. Las leyes de la mecánica cuántica son de tal
condición que a medida que se incrementan las dimensiones y las masas, la latencia
gradualmente desaparece y las probabilidades se reducen a los valores 1 ó 0, es decir, se
convierten en certezas. Y éste no es un agregado posterior hecho a la teoría, sino que es
algo inherente a ella misma y está demostrado por los fundamentos matemáticos complejos
pero elegantes de la mecánica cuántica. De manera que si los observables de la teoría
microscópica no pueden ser “vistos” ni previstos desde el “nivel superior” y si bien no
tienen sentido aplicados al mundo molar, hay compatibilidad entre ambos mundos.
En este ejemplo puede verse otra anomalía. El ejemplo ofrece modos de explicación
que el adepto al reduccionismo llamaría recíprocamente reducibles, cuando en realidad no
hay reducción alguna y los modos de explicación están en el mismo nivel. Un caso es la
teoría cuántica de Schrödinger, que trabaja con observables como φ, la función estado, y
observables como energía, que siendo latentes están representados como elementos
matemáticos. Heisenberg, por otro lado, asocia el concepto de energía y de otros
observables con matrices, con estado como φ, con un vector (generalmente en un espacio
de un número infinito de dimensiones). Por un momento la existencia de dos sistemas
válidos de explicación de la misma serie de fenómenos pareció desconcertante a los físicos.
Pero pronto los mismos creadores de la teoría cuántica demostraron la equivalencia
matemática de las dos teorías.
Aquí nos encontramos de nuevo frente a una situación completamente diferente de
aquella de las convencionales implicaciones que pretende el reduccionismo. Tal vez habría
que llamarla biperspectivismo.78 Y cuando von Neumann inventó hasta un tercer enfoque de
la mecánica cuántica, ¿no introdujo el triperspectivismo?
Si consideramos ahora retrospectivamente nuestros ejemplos sexto y séptimo, el
reduccionista sin duda tendría que razonar del modo siguiente: los dos ejemplos se refieren
al microcosmo y al macrocosmo; entre ellos se extiende el mundo molar que es susceptible
de tratamiento por la mecánica clásica79 (además de serlo por otras teorías conexas y
compatibles). La coherencia lógica obligaría al reduccionista a reconocer tres niveles: el
más bajo (1) sería el microcosmo; el siguiente hacia arriba (2) sería el mundo molar; y el
más alto (3) sería el macrocosmo de la relatividad. Y el reduccionista tendría que decir que
el nivel 1 se reduce hacia arriba al nivel 2, en tanto que el nivel 3 se reduce hacia abajo al
nivel 2. Poco queda así de la jerarquía del reduccionista.
A causa del carácter desconcertante, extraño y abstracto de estas conclusiones
ofrecemos seguidamente un breve capítulo que tal vez haga un poquito más comprensivo y
ameno el paso del microcosmo a nuestro mundo molar.
9
A veces resulta divertido —y generalmente chocante para la persona que tiene ideas
fijas sobre la realidad última— especular sobre la manera en que se le aparece el mundo a
una rana, a un insecto, a un pez o a un ser cuyos ojos sean sensibles a los rayos X en lugar
de serlo a la luz del espectro visible.80 Esperamos que el lector no tome a mal el hecho de
que nos permitamos un enfoque parecido a fin de esclarecer la naturaleza del microcosmo.
Inventaremos un observador consciente, de dimensiones atómicas, cuyos órganos visuales
posean la sensibilidad y la selectividad de los más delicados artefactos de medición física
concebibles, cuyo sentido del tiempo esté tan aguzado que ese ser sea capaz de ver sucesos
típicamente atómicos cuya duración es del orden de 10-8 a los 10-15 segundos (una
cienmillonésima de segundo a una cuatrillonésima de segundo). Ese observador puede
“ver” electrones y fotones individuales y “observar” su comportamiento dentro de un
conjunto finito y discernible de los átomos que constituyen una parte de una sustancia
material.
Como observadores nosotros no percibiríamos objetos coherentes, por lo menos no
los percibíamos en nuestra vecindad inmediata. Sólo advertíamos haces individuales de luz
(fotones) emitidos por átomos individuales espontáneamente luminosos. Nuestro mundo,
ese microcosmo, no está uniformemente iluminado ni ocupado por cosas móviles; nos
presenta más bien una visión moteada con sectores brillantes que surgen aquí y allá de la
oscuridad más extrema, sectores diferentes que tienen diferentes duraciones. Átomos
distantes, percibidos como grupos mayores, exhiben una especie de brillo uniforme y cierta
dosis de cohesión dentro de ese caótico medio, pero las pequeñas escintilaciones en su
cercanía no indican uniformidad o estructura.
Si nuestros observadores son positivistas o empiristas declarados, a quienes les falta
imaginación e insisten en construir su mundo partiendo de las sensaciones inmediatas, no
podrían creer en la existencia de cuerpos permanentes en todo momento. Es más, hasta
dudarían de la existencia de entidades individuales hasta el instante de percibirlas. Y hasta
les parecería poco pertinente hablar del “fluir del tiempo”, pues preferirían la expresión
“surgimiento de intervalos percibidos por los sentidos”. Probablemente les parecerán
inapropiadas “tiempo continuo” y “espacio continuo” y preferirán hablar de cantidades
discretas y de cuantificación para definir sus experiencias.
Nuestro observador microscópico verá las cosas solamente en dos condiciones: las
cosas pueden ser iluminadas mediante una fuente lumínica exterior o, en el caso del átomo,
el observador esperará a que éste emita un fotón. En ambos casos la manifestación de la
presencia de objetos microcósmicos será fortuita en la medida en que se trate de sucesos
individuales. Lo fortuito, lo casual, es desde luego una importante característica de muchos
sucesos que se producen en nuestro mundo macrocósmico, de manera que podría ser
conveniente reflexionar un instante en cómo nosotros, observadores macroscópicos,
pasamos de percibir lo fortuito de sucesos individuales a percibir la regularidad y la
continuidad.
A este efecto, piénsese en el movimiento de una luciérnaga en una oscura noche de
verano. Vemos que el animal emite luz en diferentes puntos del espacio, sin embargo
asociamos esos puntos luminosos discontinuos con una trayectoria continua. ¿Por qué no
nos damos por satisfechos con el elemento estéticamente encantador de lo fortuito de la
trayectoria? La respuesta a esta pregunta es, en parte, metafísica y, en parte, empírica, es
decir, hay dos criterios de la trayectoria. La razón metafísica para suponerle continuidad es
ésta: si se representan gráficamente los puntos luminosos, éstos describen una suave curva.
Esta sola circunstancia infunde fuerte convicción, pues entre los principios guías en virtud
de los cuales establecemos la realidad física se hallan la simplicidad y la elegancia de los
conceptos en juego, y atendiendo a esta circunstancia una curva suave que se desarrolla
continuamente tiene evidentes ventajas sobre apariciones esporádicas, discontinuas. La
segunda razón es evidente e incontrovertible: podemos observar la luciérnaga a la luz del
día y comprobar mediante la observación directa su trayectoria continua.
Consideremos ahora el electrón que, según una concepción temprana, describe un
círculo alrededor del protón en el estado normal del átomo de hidrógeno. Nuestro
observador microscópico no atestiguará esta aseveración. Lo que verá serán apariciones
esporádicas en diferentes lugares cuando el electrón reflecta un fotón adecuado, es decir,
cuando se determina su posición. Estas posiciones son discontinuas, como las emisiones
luminosas de la luciérnaga. Si aplicamos los dos criterios de trayectoria que acabamos de
mencionar, comprobamos, primero, que una línea trazada entre sucesivas apariciones del
electrón será, no una suave curva, sino una línea zigzagueante muy irregular, cuyas
esquinas (es decir, las presuntas posiciones del electrón), se hallarán dentro de un anillo
vagamente definido, de ancho finito y extendido alrededor del protón. Y aquí no hay, como
en la verificación empírica, una luz diurna a la cual pueda observarse el electrón.
La única regularidad evidente en que pueda apoyarse la teoría es el anillo de puntos
que marcan las posiciones del electrón. Un examen más atento muestra que esos puntos son
más densos a lo largo de un círculo, que es idéntico a la trayectoria conocida como la
trayectoria de Bohr, el círculo por el cual el electrón debía de haberse movido, de
conformidad con aquella teoría temprana de Bohr. Pero el electrón aparece en otras partes,
pues los puntos se dan en lugares alejados del círculo, aunque con frecuencia decreciente a
medida que aumenta la distancia a partir del círculo.
La interpretación más simple de estos hechos (y la interpretación ofrecida por la
teoría cuántica) es la de que la densidad de los puntos dentro del anillo representan la
probabilidad de la posición del electrón. No podemos decir dónde estará el electrón en un
instante dado, pero conocemos la probabilidad con que el electrón aparecerá allí. El
observable ordinario, la posición, no está sujeto a leyes regulares, sino que lo está a leyes
que meramente controlan la probabilidad de varias posiciones.
Con este sencillo ejemplo hemos expuesto el tema fundamental de la teoría de los
cuantos. En efecto, todo lo que hemos dicho con respecto a la posición incumbe a la mayor
parte de los demás observables del microcosmo: la medición no revela necesariamente
valores consecuentes de velocidad, de cantidad, de movimiento, de energía, etc. de nuestras
microentidades, sino que da las probabilidades de hallar valores específicos de estos
observables. Si preguntamos cuál es la velocidad de una partícula atómica en este momento
generalmente obtenemos una respuesta errática. Pero si preguntamos cuántas veces en un
millón de observaciones (realizadas cuando la partícula se encuentra en un estado bien
definido, como el estado fundamental del átomo de hidrógeno) su velocidad tendrá un
determinado valor, la naturaleza nos da una respuesta definida. Lo que el observador del
microcosmo ha aprendido es el hecho de que las probabilidades se convierten en
verdaderos observables, en tanto que las probabilidades de nuestro mundo molar son
caprichosas.
Pidamos ahora a nuestro microobservador que aparte la mirada del átomo y examine
lo que ocurre a la distancia, donde se ven muchas entidades, átomos y electrones. Allí el
observador advertirá cierto grado de coordinación. La posición media de lo que el
observador construye como objetos parece obedecer a leyes definidas. Si se hiciera una lista
de las apariciones en el espacio de un grupo de puntos luminosos y si las posiciones medias
de éstos fueran computadas a cada instante de la manera en que uno halla el llamado centro
de población, ese centro se comportaría más o menos de acuerdo con las leyes
macroscópicas. En realidad, la naturaleza nos ahorra el trabajo de esta computación al
realizarlo ella misma. Ya hemos advertido que los objetos más distantes del microcosmo
exhiben cierta coherencia para nuestro amigo liliputiense. Esto se debe a que dichos objetos
están hechos de muchas entidades y abarcan grandes masas de las cuales sólo podemos
observar la posición media. El comportamiento errático de los individuos queda así
oscurecido y de éste modo nos encontramos frente a certezas relativas. Por último, y quizá
con sorpresa, reconocemos estas regularidades, estas certezas relativas como las leyes de la
naturaleza que antes habíamos descubierto en el mundo molar.
Después de nuestra imaginaria excursión por el microcosmo, que puso a prueba
todos los recursos del sentido común, emprendamos ahora con el pensamiento (restringido
ciertamente por el necesario acuerdo con la teoría válida) un viaje al macrocosmo.
Elegiremos un ejemplo extremo de travesía espacial. Un científico inclinado a la
aventura desea visitar una estrella que se encuentra a mil años luz de la tierra y se propone
regresar a ésta dentro del término de su vida, digamos de cuarenta años. Aunque esto
parezca imposible, porque la luz tardaría mil años para llegar al astro, es sin embargo
posible en teoría que el hombre de ciencia cumpla su misión. Si viaja a una velocidad muy
cercana a la de la luz (186.000 millas por segundo), en realidad sólo 3,2 millas por segundo
menos que la velocidad de la luz« el hombre llegará al astro al cabo de veinte años. La
razón de ello está en el hecho de que su reloj, si se mantiene en marcha, sufre un enorme
retraso, y nosotros hemos de suponer —como invariablemente hacen los físicos— que sus
ritmos vitales, juzgados por un observador que está en la tierra, sufren igual retraso.
Durante su viaje, el hombre de ciencia pasará volando cerca de otras estrellas, las
cuales le parecerán delgados discos con sus ejes en la dirección del movimiento que él
lleva. En las inmediaciones de una estrella deberá alterar ligeramente la dirección del vuelo
a causa de la atracción de la estrella y hemos de suponer que nuestro astronauta, al
establecer el rumbo original de su vuelo, ha tenido en cuenta tales alteraciones. Por
supuesto, sobre todo de poner cuidado en mantenerse lejos de hoyos negros.
Dejaremos que el lector resuelva con el ejercicio de su imaginación el problema de
cómo nuestro astronauta se las compone para descender en el astro y el problema de su
regreso. La energía de movimiento de que dispone es equivalente a la de muchas bombas
H; de ahí que sólo algún proceso cósmico, al que difícilmente el astronauta podría
sobrevivir, sería capaz de revertir su movimiento. Pero en teoría es posible y el hombre
regresaría a la tierra al cabo de cuarenta años. Pero mientras tanto la tierra sería dos mil
años más vieja.
Lo que ha aprendido nuestro ultrarrápido amigo es lo siguiente: en la esfera del
macrocosmo, tiempo y espacio no pueden separarse; masa y velocidad, observables que
parecían relativamente independientes en el mundo sensorial, entran en relaciones únicas.
La velocidad de los cohetes fabricados actualmente es sólo una fracción muy
pequeña de la velocidad necesaria para llevar a cabo el viaje que describimos. Pero las
pruebas experimentales han sido suficientes para confirmar, de una manera elemental, la
teoría en que se basa el ejemplo que hemos presentado. Para forzar aún más la noción
corriente de realidad, mencionemos la bien fundada hipótesis de la antimateria. De la teoría
de la relatividad se sigue que por cada on existe un antion. De manera que debe de haber
cuerpos compuestos de onta así como cuerpos que consisten en antionta. Los electrones y
los positrones son los ejemplos más simples de onta opuestos. Se han observado otros en
interacciones nucleares, pero hasta ahora nadie ha visto un átomo entero y su antiátomo.
Ello no obstante, un principio de simetría al que apelan muchos físicos pide la existencia de
antiátomos y probablemente hasta de cuerpos compuestos por antiátomos. Como estos
elementos no se encuentran en nuestras inmediaciones es razonable suponer que se hallan
en otra parte del universo, quizás en la forma de antiastros, o hasta de antigalaxias. Esta
hipótesis se hace plausible por las siguientes razones. De conformidad con la ley del
cuadrado inverso de Newton, la materia atrae a la materia. Una ley de la misma forma,
aunque de diferente fuerza es la ley de Coulomb, que expresa la fuerza entre objetos con
carga. Pero esa fuerza es atractiva en el caso de cargas desiguales y repulsiva en el caso de
cargas de igual signo. La ley de la gravitación, en el caso de la materia corriente, es siempre
atractiva: quizá la antimateria complete este cuadro y suministre la fuerza de repulsión que
falta. Esto nos lleva a dos posibles conjeturas que nos dan el eslabón que falta. O bien la
antimateria repele a la antimateria o bien repele a la materia. En el primer caso, la
antimateria estará dispersada por todo el universo material. En el segundo caso, se hallará
en alguna parte del espacio a gran distancia de la materia.
Cuando la materia se junte con la antimateria ambas quedarán aniquiladas y
convertidas en energía. En el caso de cuerpos de dimensiones visibles este hecho produciría
una explosión de una magnitud mucho mayor que la de una bomba de hidrógeno. Si un
antiastro entrara en colisión con un astro, la explosión sería de una enorme fuerza
astronómica. Que sepamos, todavía no ha sido observado un fenómeno de esta índole, pero
no puede rechazarse su posibilidad, por extraña que parezca al sentido común, por ajena
que sea a la imagen clásica de realidad.
10
El reduccionismo (III)
Al terminar este capítulo podría ser útil exponer nuestras conclusiones de manera
muy simple y, como hicimos en capítulos anteriores, valiéndonos de diagramas. Debemos
el siguiente material al profesor Harold Morowitz quien opinó que una representación
gráfica de nuestras conclusiones sería útil.
La significación de reducción, voz que nosotros reemplazamos por la expresión
“elaboración trascendente con continuidad”, queda sencillamente explicada por la
referencia a nuestro plano P y nuestro campo C de la figura. La reducción implica
sencillamente un avance hacia la izquierda en el campo C, otra salida partiendo de P,
habitualmente acompañada por una extensión del alcance de las construcciones paralelas al
plano P. En este sentido la trascendencia no significa más que un sistemático
acrecentamiento de nuestra comprensión del mundo. Para ilustrarlo tomaremos el ejemplo
de la teoría del movimiento. En época de Parménides el movimiento era considerado una
ilusión, no existía. Otro filósofo griego, Leucipo, que fue el primero que introdujo el
concepto de átomo como elemento constitutivo de toda materia, llegó al extremo opuesto y
declaró que el movimiento era la propiedad innata de todos los átomos. La concepción de la
movilidad se hizo a su vez una ilusión. Estas conjeturas tempranas no se ajustan al método
de la ciencia tal como lo hemos delineado; las consideramos aquí como enfoques
precientíficos de los problemas de la dinámica.
Una teoría que satisfacía vagamente los rudimentos de nuestra epistemología
científica era la de Aristóteles. Este filósofo aceptaba la concepción de que toda la materia
estaba constituida por cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. El lugar natural del fuego
estaba en el cielo; el agua se encontraba principalmente en la tierra, el aire estaba por
encima. La tendencia natural de cada cuerpo era permanecer inmóvil o moverse hacia su
lugar natural; de ahí que en la tierra el fuego normalmente se eleve, el agua y las piedras
caigan, el aire se eleve en el agua y en la tierra para llegar a su lugar natural. Estos
movimientos se llamaban movimientos naturales.
Pero una piedra también podía ser arrojada hacia arriba. Aristóteles llamó violento a
este movimiento porque requería una fuerza. La piedra arrojada cumplía un violento
movimiento hacia arriba seguido de un natural movimiento hacia abajo.
Si representamos esta “teoría” en los términos de los diagramas del capítulo 3, ella
formaría uno de los contornos adyacentes al plano P de la figura 7. Las experiencias
inmediatas P1 y P2 llevarían, mediante reificación y mediante definiciones operacionales
obvias, a los observables h más pesados que su ambiente, y a los observables I, más
livianos que su ambiente. Estos observables están relacionados por una ley con el
movimiento M que (aunque en las figuras se omitieron las líneas dobles) también está
relacionado con P. Los observables, definidos por toscas reglas de correspondencia que no
pueden ser cuantificadas, son el movimiento, el peso (h y I), y la fuerza, esta última
definida por Aristóteles como empuje o tracción. La primitiva teoría aristotélica del
movimiento está representada por el contorno 1 de la figura 7.
En la física moderna observamos masas, posiciones de cuerpos, velocidades y
aceleración. Partiendo de P, esos observables nos llevan, por intermedio de reglas de
correspondencia, a sistemas, cuerpos u onta del campo C. La primera ley que combinó
satisfactoriamente estos observables —es decir, estas construcciones— fue la de Galileo:
todos los cuerpos caen con una aceleración de alrededor de 32 pies por segundo (contorno
2). La ley era de alcance limitado y se refería sólo a cuerpos que caen en las proximidades
de la superficie de la tierra.
La ley de Galileo hubo de sufrir elaboraciones y su alcance de aplicación se
extendió mucho cuando Newton anunció sus tres leyes de movimiento y dio una nueva y
más precisa definición del concepto de fuerza (F en lugar de la antigua f; aunque las dos
guardan una vaga relación). Esta importante innovación, junto con la ley de la gravitación
universal de Newton, hizo posible la comprensión de las leyes del movimiento planetario
de Kepler que produjeron una “revolución científica” y ulteriormente determinaron que una
parte de la astronomía se incorporara en el dominio de la física. Además, esta innovación
explicaba la tesis de Aristóteles; por eso, el contorno 3, que representa la teoría de Newton,
abarca tanto el contorno 1 como el contorno 2.
Si bien los siglos siguientes a Kepler y Newton aportaron más elaboración y
refinamiento a la teoría de la dinámica, no se introdujeron nuevos elementos esenciales
hasta el momento en que Einstein expuso su teoría de la gravitación universal llamada
también teoría de la relatividad general. Esta teoría explicaba varias experiencias P, antes
misteriosas (la comba de rayos de hiz en las proximidades de densas conglomeraciones de
materia, la precisión del perihelio del planeta Mercurio, el cambio de frecuencia en la luz
emitida por un gran astro), al presentar el concepto de espacio no euclidiano, caracterizado
en nuestra figura por las construcciones gij, ds y R junto con otras relacionadas con ese
espacio.86
Cuanto más abstracta (matemática) es una teoría, más se extiende hacia la izquierda
en el campo C. Si su contorno marca la frontera actual de nuestros conocimientos,
representa un postulado más allá del cual la ciencia es sólo hipótesis y conjeturas.
¿Qué relación tiene nuestro diagrama con el problema del reduccionismo? Nuestro
análisis nos llevó a la conclusión de que el reduccionismo es simplemente el paso desde la
derecha a la izquierda en nuestro diagrama. Al irrumpir a través de un contorno establecido,
la marcha de la ciencia introduce nuevos observables trascendentes que pueden tener
sentido o no en el dominio anterior. Asociada con el movimiento hacia la izquierda está a
menudo la unificación de dos dominios antes separados, como el contorno 1 y el contorno 2
de la figura 7. Esto es lo que nosotros denominamos “trascendencia con continuidad”.
Sin embargo no es ésta la única significación de la palabra “reducción”. Por extraño
que parezca, un físico puede decir que la teoría de Einstein se reduce en ciertas condiciones
a la teoría de Newton. Esto implica un movimiento hacia la derecha en nuestro diagrama y,
por lo tanto, una inversión del primer sentido de reducción. En el caso del espacio
euclidiano la condición es ésta: todas las masas deben ser pequeñas y eso hace el espacio.
En un lenguaje más preciso, diremos que la última “reducción” es la aproximación
progresiva de las predicciones de una teoría a las de una teoría más simple en ciertas
condiciones dadas.
En este capítulo hemos discutido y ejemplificado la significación de lo que
entendemos por trascendencia. Ahora debemos decir algunas palabras sobre el sentido que
tiene el adjetivo que la acompaña, “compatible”. Ante todo lo entendemos en su sentido
simple y lógico que implica estar libre de toda contradicción; evidentemente, si las
consecuencias de una teoría contradicen las de otra, una de las teorías deberá rechazarse.
Pero nosotros empleamos esta palabra con otros dos sentidos más específicos.
Una caracteriza predominantemente a las teorías matemáticas, como la geometría, y
esto podría expresar también con los adjetivos complementario o aun suplementario.
Considérese la relación entre geometría plana y geometría sólida. Esta última hace uso de la
primera: un cubo se describe como un objeto o volumen que tiene seis superficies de igual
área y cada superficie es un cuadrado. Los observables en un dominio se necesitan en el
otro. Análoga relación existe entre el álgebra y la aritmética, entre el espacio de Riemann y
el espacio de Euclides, etc.
El segundo sentido que asignamos a la palabra “compatible” —un sentido quizá
muy importante que hay que tener en cuenta en las secciones ulteriores de este libro—
aparecen en todos los dominios de la ciencia física. Aquí la palabra compatible sugiere la
posibilidad de una interacción o, es más aún, la existencia de una interacción. Citemos unos
ejemplos simples: el observable termodinámico de temperatura afecta la gravedad
específica de un cuerpo; la termodinámica da aquí en la mecánica. La acción mecánica de
un termostato determina un movimiento que cierra o abre una llave y permite fluir una
corriente. Por otro lado, un campo eléctrico ejerce una fuerza sobre un cuerpo con carga.
Ejemplos más complicados relacionan el microcosmo con el mundo molar, con el
mundo que hemos llamado la esfera visual y táctil. Lo mismo que en el caso de muchos
otros onta, un electrón no se puede ver. Sin embargo el electrón produce efectos en el
mundo visual y táctil pues deja rastros en una cámara de neblina que son visibles. Un fotón
produce una escintilación en una pantalla; y hasta puede tener un efecto biológico al
producir la mutación de un gen. Análogas interacciones se producen entre el dominio
macrocósmico (que obedece a las leyes de la relatividad general) y el dominio de la óptica
corriente. La recesión de las nebulosas se detecta por el desplazamiento de líneas
espectrales que se desplazan desde sus posiciones normales en una placa espectrográfica.
Según dijimos, es esta tercera significación de la palabra “compatible” la que
debemos tener en cuenta en algunos de los capítulos que siguen. Para que el lector
vislumbre de qué se trata daremos de antemano dos ejemplos. Un observable generalmente
pasado por alto (y a menudo rechazado) es la llamada finalidad que, como veremos, entra
en interacción no sólo con el proceso biológico y físico de la evolución al dar una tendencia
a una posibilidad, sino también con muchos otros dominios de la vida. En relación con el
problema de espíritu y cerebro señalaremos el hecho de que el espíritu, aunque trasciende el
cuerpo, está sin embargo en interacción con él de maneras demostrables.
No se puede predecir hasta qué punto en dirección de la izquierda de nuestro
diagrama podrá llegar la penetración del campo C. ¿Se encontrarán en él conceptos tales
como conciencia y espíritu? Entregándonos a la especulación sobre este punto, podríamos
esperar que así fuera, pero indudablemente esto se lograría en virtud de un proceso de
trascendencia antes que de reducción material. Se lo concebiría pues como un sistema
teórico que no podría explicarse enteramente mediante construcciones de la esfera física,
pero que ello no obstante estaría en interacción con ella. Y en un paso ulterior de
elaboración de nuestra teoría, esperamos poder mostrar que los dos lados de nuestro
diagrama pueden unirse, como si dispusiéramos el grabado alrededor de un cilindro
vertical. El espíritu, el yo, podrían aparecer entonces en la extrema derecha del plano P,
donde se junta con su contraparte de construcción. El espacio intermedio entre el plano P y
el yo, el espacio que actualmente está vacío, pero que contiene los observables del espíritu
y de sus relaciones, se llenaría cuando lleguemos a forjar una teoría explícita de la
conciencia. Pero éstas son conjeturas sobre la futura ciencia.
11
De los principios guías que hemos mencionado, la causalidad fue y continúa siendo
el tema de debate de mayor interés filosófico y científico.87 En la ciencia occidental la
primera enunciación del principio causal aparece en la filosofía de Demócrito quien dijo:
“Por necesidad están preordenadas todas las cosas que fueron, son y serán’'. Aristóteles
trató de manera más elaborada la cuestión; distinguió entre causa formal, causa material,
causa eficiente y causa final. La causa formal es la idea que debe realizarse en un proceso
causal; la causa material es la sustancia que sufre un cambio; la causa eficiente es la
compulsión exterior, la fuerza del motivo; la causa final es la meta que ha de alcanzarse.
Cuando un escultor hace una estatua, la causa material de la estatua es la piedra de que está
hecha, la causa formal es la idea, la cualidad de la estatua; la causa eficiente es el trabajo
del escultor; la causa final, la finalidad a la que sirve la estatua, su belleza. Las dos primeras
causas de Aristóteles han quedado fuera de consideración, y de las dos últimas la causa
final se convirtió en la finalidad, en tanto que la causa eficiente es un concepto que
sobrevivió y continúa siendo una cuestión de interés científico.88
En cuanto a la naturaleza precisa de las causas, las concepción de Aristóteles era
bastante amplia; el filósofo estableció tres distinciones: las cosas (la bellota es la causa del
roble), los sucesos (un accidente es la causa de la muerte) y los estados de sistemas físicos
(la posición y velocidad actuales de un cuerpo determinan su posición futura y su velocidad
futura). Una elaboración más refinada del concepto de causa rechazó las cosas como causa
y consideró que los sucesos son causas parciales. El estado pasado (conocido atendiendo a
todos los observables significativos) de un sistema físico implica, en virtud de las leyes de
la naturaleza, el estado en cualquier tiempo futuro. Pero, ¿qué se entiende por estado?
Estrictamente, estado es la serie de todos los observables en virtud de los cuales se
puede hacer una predicción de un estado futuro. Nos apresuramos a ilustrar esta
contundente afirmación con un ejemplo simple. Consideremos un objeto corriente como
una piedra. Entre sus numerosos observables están su masa, su tamaño, su forma, su color,
su posición y su velocidad en el espacio. Cada uno de estos observables es importante en
una región limitada de la esfera molar: su tamaño y forma interesan al constructor, por
ejemplo, su color interesa al artista y al óptico. Elijamos el movimiento de la piedra en
nuestra consideración de lo causal. Aquí ocurre que, de todos los observables, sólo los
siguientes son importantes: su masa, su posición y velocidad actuales y la fuerza que obra
sobre la piedra. La ley relativa a estos observables es la segunda ley de Newton que afirma
que la fuerza es igual a la masa por la aceleración de la piedra.
Matemáticamente esta ley es lo que los matemáticos llaman una ecuación
diferencial (de segundo orden) —es decir, una ecuación que contiene derivados segundos
Es difícil concebir algo más científicamente fanático que postular que todas las
experiencias posibles se ajustan al mismo tipo de aquellas que nos son ya familiares y
exigir, por lo tanto, que la explicación emplee sólo elementos ya familiares en nuestra
experiencia cotidiana.96
Hay ciertas cosas por las que hemos tomado partido de antemano, antes siquiera de
haber emprendido una indagación (aunque deberíamos damos cuenta de que pueden existir
esferas en las que tales cosas no se aplican). Por ejemplo, suponemos que los observables
en un dominio están relacionados entre sí de una manera legítima, válida. Además
suponemos relaciones legítimas entre diferentes dominios y esferas. Los principios
mediante los cuales establecemos la existencia de observables son también claros.97 Sin
embargo, lo que sean esos observables en cada dominio o cuál sea la significación de “la
medición” en cada dominio son cosas que no podemos saber hasta no haber hecho las
exploraciones pertinentes.
Max Planck, el físico que creó el terreno de la mecánica de los cuantos, solía hablar
de “un universo de dos carriles”.98 Trátase del mismo concepto (durante mucho tiempo
olvidado en la ciencia) que hemos estado desarrollan- do en este libro, aunque ahora resulta
que el universo tiene mucho más que “dos carriles”. Tiene muchos carriles exactamente en
el sentido de Planck. Hay varios “carriles”, varias esferas de experiencia, cada una con sus
propios observables, con sus propias leyes y con sus propias definiciones de tiempo,
espacio, estado; cada cual necesita una observación propia para que sus datos tengan
sentido. Las varias esferas son compatibles y cada una de ellas lleva inexorablemente a las
otras, sólo que son diferentes y es menester encararlas en sus propios términos.
Las descripciones de estados mentales, de actitudes sociales, de la significación en
el arte y otras cuestiones de este tipo casi siempre se valen de metáforas, sentirse
melancólico, cólera ardiente, altos ideales, pintura chata. Las reglas de correspondencia, las
definiciones operacionales que tratamos detalladamente en los capítulos 3 y 5, no pueden
aplicarse en estos dominios, salvo en una forma probabilística modificada. La acepción
científica del término “probabilidad” se refiere, como lo hemos señalado, a la frecuencia
relativa de un suceso específico observado, es decir, al número de veces que se da, dividido
por el número total de observaciones hechas (idealmente un número infinitamente alto). Al
científico social le interesan primariamente la conducta molar y la vida interior del hombre.
En estas esferas ya no tiene sentido la segunda ley de la termodinámica. Esto se debe en
gran medida a que la finalidad reemplaza a la causa en muchos dominios de las ciencias
sociales; también el espacio y el tiempo asumen significaciones que a menudo son
diferentes de las que tienen en la esfera visual y táctil. La predicción sólo es posible sobre
la base de probabilidades, es decir, de las relativas frecuencias de los sucesos observados.
En la esfera no física podemos distinguir varios tipos de realidad; la sensorial, la
clarividente, la transpsíquica y la mítica. En los dominios del arte debemos prestar atención
a la intención del artista, a las respuestas del espectador y al dominio de las cosas hechas
por el hombre.
La naturaleza también ofrece aspectos bellos. Generalmente no se los considera
como arte, pero una mirada que echemos a la naturaleza nos revela una similitud entre la
idea de belleza como principio del arte y la idea de verdad como principio de la ciencia.
Estas consideraciones —en realidad, este libro— no estarían completas sin una
cuidadosa estimación de la divergencia de los puntos de vista de dos hombres de genio,
Newton y Goethe, con respecto a la naturaleza de los colores. Por eso contraponemos y
consideramos dos libros, la Óptica de Newton y la Farbenlehre (teoría de los colores) de
Goethe. Cada uno de ellos presenta una concepción viable de la realidad de los colores; la
de Newton es aceptada por los físicos, la de Goethe por muchos artistas. Como habremos
de mostrarlo, no puede afirmarse que una de estas concepciones sea falsa, pero cada cual
está al servicio de una importante finalidad.
Pero importa que pongamos mucho cuidado y no olvidemos que estamos tratando,
únicamente con analogías y que es peligroso, no sólo con los hombres sino también con los
conceptos, sacarlos de la región en que tuvieron su origen y maduraron.
Sigmund Freud
Una vez que se ha admitido que la conducta humana tiene sus aspectos mecánicos,
luego debería ser evidente que esos son los aspectos que los métodos apropiados para el
estudio de los mecanismos habrán de revelar. Si uno estudia al hombre con el método
adecuado a la química o si uno lo estudia a la luz de lo que ha aprendido sobre ratones y
perros, ciertamente cabe esperar que lo que uno descubra sea lo que puede enseñar la
química y la conducta animal. Pero tampoco ha de sorprendemos que con tales métodos
uno no descubre ninguna otra cosa.102
Lo que los mecanicistas y conductistas no comprendieron es que resulta
perfectamente legítimo, y hasta necesario, ser antropomórfico cuando se trata de los seres
humanos. “¿De qué otra manera habrá de estudiarse el anthropos sino en términos
antropomórficos?”103 Al estudiar al hombre, el mecanicista prefiere el mecanomorfismo o el
ratomorfismo o el palomorfismo al antropomorfismo. Niega a los seres humanos como
seres humanos y afirma en cambio que son máquinas o ratas y que, por lo tanto, hay que
estudiarlos de esa manera.
El mecanicista informa luego que en apropiados estudios de ratones no comprobó
otra cosa que no fuera propio de los ratones y que, por lo tanto, en los seres humanos no
existe nada que no sea propio de los ratones. Esto es como si un carpintero descartara todas
sus herramientas salvo un martillo y luego insistiera en que todo debería ser tratado como
un clavo. Si pretendemos hacer progresos en las ciencias sociales, será necesario
...desechar el supuesto a priori del mecanicista de que sólo cierta clase de pruebas
recogidas con ciertos métodos arbitrariamente restringidos es realmente válida. Existe un
ídolo del laboratorio así como un ídolo de la plaza del mercado. Podremos salir de los
errores que ese supuesto fomenta sólo si dejamos de creer que una cosa es evidentemente
una ilusión si no se la puede medir y experimentar con los mismos métodos que
demostraron ser útiles al tratar los fenómenos mecánicos.104
Pero en un dominio tras otro de las ciencias sociales, el modelo no producía nada
que se pareciera a la predicción y al control que se habían alcanzado en la esfera en la cual
el modelo en virtud de la observación. Ni siquiera en la psicología animal, con la excepción
de ratones y palomas, podíamos establecer ecuaciones matemáticas precisas que
relacionaran estímulos con unidades significativas de conducta. Parecía que los animales no
seguían las leyes que nosotros insistíamos en ver en ese terreno. Es más aún, entre los
psicólogos dedicados al estudio de animales, comenzó a difundirse el escandaloso y
herético rumor de que la primera ley de la psicología animal es, en realidad la siguiente:
La teoría de que el hombre era una máquina completa cuya conducta era posible
predecirse y controlarse, teoría ampliamente aceptada por los científicos sociales, llegó a
ser curiosamente infalible. Cada fracaso de predicción y de control se consideraba como
prueba de que todavía no sabíamos lo bastante para elaborar una teoría correcta. Cada éxito
(como un test de cociente de inteligencia o una encuesta de la opinión pública) se tomaba
como prueba de que la teoría era correcta. Y así las ciencias sociales llegaron a convertirse
en seudociencias en la medida en que no podían desprenderse de sus hipótesis
fundamentales.
El día anterior a los comicios presidenciales preliminares de 1980 en el estado de
Nueva York, la empresa de encuestas de la opinión pública Harris Poll (la más respetada de
las organizaciones modernas que hacen pronósticos) informó que sus estudios mostraban
una aplastante victoria del entonces presidente Jimmy Carter. Al día siguiente, el senador
Edward Kennedy salió victorioso por una considerable mayoría. Nadie sugirió que podría
haber una falla básica en la teoría, sino que se supuso que el error se debía a una falla de la
técnica de la predicción. En verdad, es difícil concebir un experimento o una falla de
predicción que ponga realmente en tela de juicio las cuestiones básicas en esta esfera. Así
se define una seudociencia, que es un campo de indagación infalible. Es muy difícil
concebir un fenómeno o experimento que convenza a un psicoanalista, a un astrólogo, a un
marxista, a un conductista o a un darwiniano de que los conceptos de sus respectivas
escuelas carecen de validez.
El científico social, que cree que un ser humano obra de conformidad con los
mismos principios de la máquina, se encuentra en una posición muy peculiar. En efecto, si
su conducta está absolutamente determinada por su pasado, si no posee voluntad libre ni
tiene una conducta orientada hacia una meta, si no tiene una “finalidad” (y estas cosas no
pueden existir en el modelo de la máquina), luego, ¿hasta qué punto podemos tomar en
serio los pronunciamientos de dicho científico? Sus conclusiones no están libremente
determinadas por los fenómenos que estudia, como él insiste en que lo están, sino que están
determinadas por su propio condicionamiento (temprano o tardío en su desarrollo, pues esto
depende de la escuela determinista que uno siga) y entonces ¿cómo hemos de dar crédito a
tales conclusiones? Cuando el científico social de esta tendencia dice que ha examinado
objetivamente los datos de su campo y que llegó a la conclusión de que no existe libre
voluntad ni objetividad sino que todas las percepciones y conclusiones están determinadas
por el condicionamiento, debemos aplicar estas mismas nociones al propio científico social
y desechar su trabajo. (Esto es algo muy parecido a lo que pasa con el psicoanalista que nos
recibe en una inmensa biblioteca y que nos asegura que la lectura nada puede modificar de
nuestra conducta, que obtener nueva información de libros o de otros medios intelectuales
no afectará realmente nuestra experiencia ni nuestra conducta. Lo mismo debe decir del
filósofo que en su desesperación existencial escribe libro tras libro para convencemos que
los seres humanos no pueden comunicarse entre sí.) Un autor resumió esta paradoja del
modo siguiente:
...único modelo para toda verdadera ciencia y que —una vez que lo hubieran
descrito— verificarían todas las ciencias. En última instancia ese modelo verificaría toda
experiencia.110
El autor de estos párrafos nos advierte que es muy fácil, partiendo de esto, pasar a
decir que como la conducta molar implica siempre conducta molecular (contracciones
musculares, etc.), sólo esta última es real y que una ciencia verdadera de la conducta
debería estudiar sólo las excitaciones de los nervios y las contracciones musculares y
considerar la conducta molar como una especie de proceso secundario y casi accidental.
Decir, en suma, que un dominio de experiencia es más “adecuado” que otro. Este es el error
del “reduccionismo”.113
La primera clase de los datos utilizados por el científico social se refiere, pues, a la
conducta molar. La segunda clase, a nuestra experiencia interior. ¿Cómo nos
experimentamos a nosotros mismos y cómo experimentamos el mundo? La experiencia es
literalmente la conciencia que tenemos de lo que ocurre en nuestros pensamientos y
sentimientos. Se trata de datos reales, compuestos de observables que experimentamos
clara e inequívocamente. Y aquí hacemos las mismas preguntas que hemos hecho en la
esfera de la conducta molar. También aquí comprobamos que los principios limitantes
básicos, los observables y las leyes relativas a ellos son muy diferentes de los que
encontramos en la esfera sensorial o visual y táctil.
Es evidente, pero tal vez valga la pena destacarlo, que así como los observables del
microcosmo no son visibles, la conciencia no tiene características visuales. No se la puede
ver ni tocar, no tiene color, ni forma, ni tamaño, ni contextura, ni lugar. Cabría pues esperar
que los modos de interacción fueran diferentes de los modos de interacción en la esfera
visual y táctil, que la causalidad tuviera otro sentido y que no fuera posible hacer un
modelo mecánico de la conciencia o de parte de ella. Los criterios de realidad desarrollados
para la esfera sensorial son válidos para ella, pero no son necesariamente válidos fuera de
aquellos dominios en que las cosas se pueden ver o tocar.
Antes de examinar las diferencias específicas que hay entre los observables, las
mediciones y las leyes de la esfera de la conducta molar y la esfera de la experiencia
interior, por un lado, y los de la esfera visual y táctil, por otro, debemos tener en cuenta una
diferencia general que mencionaremos en primer término. Esta diferencia es tan decisiva
que en sí misma nos quita toda esperanza de explicar la conducta molar o la experiencia
interior por los mismos principios que rigen el funcionamiento de una máquina. Esta
diferencia muestra claramente que nos hallamos en esferas diferentes con diferentes
organizaciones de realidad que son necesarias para que los datos sean legítimos.
Existe una ley general que abarca todos los sucesos que puedan darse en la esfera
visual y táctil. Supongamos un sistema dado; a menos que no se haga algo especial desde
fuera del sistema, las cosas interiores de ese sistema tienden a hacerse cada vez menos
organizadas y especializadas, a hacerse cada vez más difusas y dispersas. Si uno calienta la
punta de un cuchillo en una llama y luego apaga la llama, tendrá un cuchillo con una punta
muy caliente, una hoja menos caliente y un mango frío. Las cosas están aquí en alto grado
organizadas, por así decirlo, son diferentes en diferentes lugares. Una vez apagada la llama
(y sólo eso se hace al “sistema” que estamos considerando: el cuchillo) comienza a obrar
esta ley general. La punta del cuchillo se va poniendo menos caliente en tanto que la hoja se
pone más caliente. En un determinado momento todo el cuchillo tiene la misma
temperatura: el calor se ha “difundido” más. El proceso continúa: el aire que está alrededor
del cuchillo se calienta y el cuchillo se enfría. En un momento dado el aire de la habitación
y el cuchillo tienen exactamente la misma temperatura. El calor se ha difundido aún más, se
ha hecho aún más difuso. Teóricamente este proceso continúa hasta que el aire de la
habitación, las paredes y por fin el ambiente exterior están a la misma temperatura.
Esta ley —según la cual si no se hace algo exterior al sistema, las cosas de éste
tienden a ser cada vez menos organizadas— es una ley de profunda significación en la
esfera media, en la esfera visual y táctil. La ley abarca todo lo contenido en esa esfera. Se
necesita energía exterior para impedir que las cosas se vayan haciendo menos organizadas y
menos articuladas; esa energía debe proceder del exterior del sistema que esté uno usando.
Esta es una de las razones por las que cualquier oficina de patentes del mundo rechazará
automáticamente toda solicitud en la que se trate de obtener una patente de invención de
una máquina de movimiento perpetuo. Semejante máquina no puede existir en la esfera
visual y táctil porque siempre es necesaria una energía exterior para que un sistema (la
máquina en cuestión) se mantenga en marcha.
En física esto se llama la segunda ley de la termodinámica. Esa ley establece que la
dispersión, la difusión, la “entropía” aumentan constantemente. Todo lugar se hace cada vez
más difuso. La cantidad de “entropía” en un sistema constituye una medida de hasta qué
punto está desorganizado y disperso el sistema que constantemente se desorganiza cada vez
más. Esta es una ley inconmovible, asentada en firme roca, de la esfera visual y táctil.
Ningún científico pondrá en tela de juicio la validez de esta ley ni su universalidad en esta
esfera.
Sin embargo en las esferas que estudia el científico social —las esferas de la
conducta molar y de la vida interior— esta ley no se verifica. Si consideramos los
resultados de la actividad molar humana comprobamos lo contrario. La cantidad de oro que
hay en el mundo y que al comienzo estaba diseminada por toda la superficie de la tierra, se
va concentrando cada vez más en forma pura y en lugares especiales (como Fort Knox) en
todo el mundo. El oro se
hace cada vez más articulado en su pureza y en su localización. Se hace menos
difuso, está menos disperso. El proceso tiene entropía negativa. Durante siglos ha estado
ocurriendo lo inverso de lo que establece la segunda ley de termodinámica.
El “calor” y la temperatura son otros ejemplos. Piénsese en los millones de estufas,
hornos y aparatos de refrigeración que existen con el fin especial de concentrar “calor” o
“frío” en lugares específicos. (¡Y pequeñas concentraciones de hielo aparecen en
recipientes de vidrio cuando el tiempo es caluroso y bochornoso!) Esto es algo
directamente opuesto a lo que establecería la segunda ley. La actividad molar humana es
una actividad antientrópica y en esta esfera no se cumple la segunda ley de la
termodinámica.
Lo mismo ocurre también en la esfera de la experiencia interior. El “orden” en esta
esfera, en nuestra experiencia interior, tiene que ver con la información. Si nuestra
información está en alto grado organizada, si las porciones de información están bien
relacionadas entre sí en estructuras coherentes, decimos que se trata de una información
articulada y específica; entonces la entropía es baja. Si las porciones de información que
poseemos no están relacionadas entre sí en estructuras y en virtud de otras porciones de
información, decimos que ella es difusa, y entonces la entropía es alta. De manera que
cuanto más estructurada sea nuestra información, menos difusa será y más baja será su
entropía. En rigor de verdad, la fórmula matemática de la información en la ciencia de la
teoría de la información es exactamente la misma fórmula de la entropía negativa en
física.114
De manera que cuando hablamos de entropía en la esfera de nuestra experiencia
interior, estamos hablando de la organización o desorganización de nuestra información, de
nuestros conocimientos. Si consideramos detenidamente esta circunstancia descubrimos un
extraño hecho. Si tengo tres hechos sobre algo y una persona me entrega otro hecho, esto
no representa necesariamente cuatro hechos. Puedo colocar el nuevo hecho con los
anteriores que tengo y comprobar que ahora poseo cinco o siete o doce hechos. Y esta
nueva información, este nuevo orden, no se logró con ninguna contribución del ambiente
exterior. De conformidad con la segunda ley, sólo puedo alcanzar un orden incrementado
colocando algo nuevo del exterior en el sistema. (Así, cuando deseaba aumentar las
diferencias específicas de partes del cuchillo del ejemplo anterior, tenía que valerme de una
llama, que es exterior al cuchillo.) En la esfera de la experiencia interior, en cambio, esta
ley frecuentemente no se cumple. Hasta puedo poner en relación dos parcelas de
información que poseí durante mucho tiempo y comprobar que así obtengo un buen número
de nuevas porciones de información en alto grado organizadas. He comprendido algo nuevo
sobre las parcelas de información que tenía y ahora las veo de una manera nueva, más
organizada y articulada. Esto es lo que ocurre en el acto creativo.
(Algunos entusiastas expertos de computadoras objetarán estas observaciones y
sostendrán que puede construirse una computadora que automáticamente aumente la
cantidad de porciones de información así como hace lamente humana. N. Wiener, en una
conversación privada con uno de nosotros, negó esta posibilidad sonriéndose. Pero aun
cuando ello fuera posible, no podríamos probar que la computadora tiene conciencia y
“sabe” lo que está haciendo.)
Las repetidas violaciones de la segunda ley de la termodinámica en las esferas que
interesan al científico social manifiestan claramente que estas esferas operan de
conformidad con leyes muy diferentes de las de la esfera visual y táctil. De manera que
exigen una organización de la realidad muy diferente para que los datos de ellas sean
válidos. Ya esta sola diferencia nos muestra claramente que es imposible emplear las leyes
de la esfera visual y táctil (que tendemos a considerar como hijas del “sentido común”) para
explicar y tratar los fenómenos de la conducta molar y de la experiencia interior. Que
quiera, que no quiera, el científico social tarde o temprano tendrá que aceptar este hecho y
abandonar de una vez por todas sus repetidos intentos de aplicar el modelo de la máquina a
la conducta molar y a la experiencia humana. En definitiva, tendrá que oír la respuesta que
dio Thomas Carlyle a Margaret Fuller cuando ésta hizo su intrépida declaración: “Yo acepto
el universo”. Carlyle dijo: “Señora, hace usted muy bien”.
Otra diferencia decisiva entre las esferas en que trabaja el científico social y la
esfera visual y táctil (sensorial) es la presencia de un observable especial: la finalidad. En
esta última esfera el estado de un sistema en el tiempo presente determina lo que el estado
será en un tiempo posterior. En otras palabras, una máquina hace algo particular a causa de
su estructura actual —sus partes y las relaciones entre ellas—: lo que haya de ocurrir en el
futuro, lo que haya de ser el resultado final de la acción de la máquina carece
completamente de importancia. La “finalidad” no existe en esta esfera. Lo que haya de
ocurrir no es un factor determinante. El pistón se mueve porque una chispa ha puesto en
ignición la gasolina en el cilindro, no porque el pistón también desee alcanzar una posición
más elevada en el árbol de levas. En la esfera sensorial la “causalidad” es el estado actual
de cosas y nada más. El resultado final de la acción no tiene ningún efecto en la acción, que
se lleva a cabo sólo a causa de la manera en que las cosas están en el presente.
En la esfera de la conducta molar el resultado final de una acción determina en parte
lo que ocurre. Un estudiante camina por la calle para asistir a la clase. Ignorar que su acción
de caminar tiene una meta —y que esa finalidad es uno de los factores que determina si el
estudiante camina o no camina- sería ignorar un importante observable. Y sería también
algo perfectamente necio. Si levanto mi tenedor con un trozo de huevo, parte de la razón de
ese acto es el hecho de que deseo introducir el huevo en mi boca. (Si una grúa levanta un
cucharón de tierra, lo hace a causa de la interacción entre el motor, el tambor giratorio, el
cable y el cucharón. Para la grúa es completamente irrelevante que la tierra sea cargada en
un camión o arrojada en el río, que esa tierra ayude a construir una escuela, un fuerte o una
cárcel. La finalidad no desempeña un papel en la acción de la grúa, pero desempeña un
papel importante en las acciones del maquinista que maneja la grúa y en las acciones del
hombre que lleva a su boca un trozo de huevo.)115
Es perfectamente razonable decir que no hay factores ideológicos que intervengan
en las operaciones de una máquina o de cualquier cosa de la esfera visual y táctil que no
esté viva (teleológico significa “orientado hacia una meta”, significa que los estados futuros
influyen en los hechos presentes). Pero es perfectamente irrazonable decir que dichos
factores no desempeñan un papel en la conducta molar. Afirmar semejante cosa es ir contra
toda nuestra experiencia e ignorar una parte importante de los datos de la esfera de la
conducta molar y de la experiencia interior. Este tipo arbitrario de selección no es lícito en
la ciencia. No es lícito ignorar observables a voluntad.
De suerte que en el ámbito de la causalidad hay una diferencia fundamental entre las
esferas que interesan al científico social y la esfera visual y táctil.
El hecho de que la “finalidad’' exista como factor causal en la conducta molar y en
la experiencia interior y no se dé en cambio en la esfera visual y táctil, inmediatamente
marca una diferencia importante en la naturaleza del tiempo en esas esferas. El tiempo no
es el tiempo “newtoniano”, que fluye en todas partes de manera uniforme e inexorable en
una dirección. La conducta molar está determinada en parte por el modo en que el
individuo percibe el futuro. (Por ejemplo, como lo expresó Mark Twain, saber que será
colgado dentro de tres días concentra admirablemente el espíritu de un hombre.) Esta ya es
una enorme diferencia respecto de la naturaleza del tiempo en la esfera visual y táctil.
Además, el tiempo no fluye uniformemente en nuestra experiencia interior o en la que
determina nuestra conducta molar. Me siento más cerca de la muerte de mi padre, que
ocurrió hace muchos años, que de la muerte del presidente Truman ocurrida mucho más
recientemente. Mi experiencia interior y mi conducta molar se encuentran mucho más
afectadas por la primera muerte que por la segunda. Hay diferencias cualitativas entre el
tiempo del reloj y el tiempo de la experiencia interior, entre el tiempo medido y el tiempo
vivido.
Uno de nosotros ha mostrado en otro lugar que la manera de percibir el tiempo es
diferente hasta en varias clases sociales de los Estados Unidos.116 Podemos resumir aquel
largo análisis que demostraba cómo variaciones culturales dentro de una sociedad podrían
producir marcadas diferencias en la manera de percibir el tiempo y reaccionar a él.
Aplicando las definiciones de clase de los sociólogos de la Escuela de Chicago,117 fue
posible mostrar que las ciases bajas ajustaban su conducta significativa de conformidad con
la idea de que sólo el presente es real y el futuro tiene poca significación (la principal
exhortación a un niño rezaba así: “ ¡Deja de hacer eso ahora mismo o te pego!”). La clase
media ajustaba su conducta significativa sobre la base de que la conducta actual estaba
determinada por acontecimientos futuros (el tipo principal de exhortación a un niño era:
“Deja de hacer eso o nunca ingresarás en la universidad» o nunca te casarás» o nunca
obtendrás un buen empleo, etc.). La clase alta ajustaba la mayor parte de su conducta
significativa sobre la base de que el pasado representa un importante papel en cuanto a
determinar el presente y el futuro (el tipo principal de exhortación a un niño era: “Deja de
hacer eso, a tu abuelo [o a tus antepasados] no le gustaría”). El primer grupo comía cuando
tenía hambre, el segundo lo hacía a determinadas horas según el reloj, el tercero a las horas
tradicionales. De modo que aun dentro de una misma cultura hay importantes diferencias en
las maneras de percibir el tiempo y reaccionar a él. El tiempo en la experiencia interior y en
la conducta con sentido es un tiempo personal, no “objetivo”, no newtoniano. Pero el
tiempo personal, en aquellas situaciones en que necesitamos exactitud o en aquellas
situaciones en que es menester definir períodos de tiempo, incluye el tiempo del reloj. De
suerte que el tiempo del reloj es un caso especial de tiempo personal.
Ya señalamos antes la diferencia que hay entre el espacio euclidiano (el espacio de
la esfera visual y táctil) y el espacio personal (el espacio de las esferas de la conducta molar
y de la experiencia interior). El psicólogo Kurt Koffka118 demostró con bastantes detalles
cuán importante es esta diferenciación para comprender la conducta molar y la experiencia
humana. Koffka distinguía un ambiente “geográfico” y un ambiente “de conducta”. El
perro de caza y la liebre que huye se encuentran en el mismo campo geográfico, pero en
dos campos de conducta enteramente diferentes. Dos hermanos viven en la misma casa
geográfica, pero en la casa de conducta de uno hay un hermano mayor y en la casa de
conducta del otro hay una hermana menor. En una recepción diplomática dos hombres
hablan. Los separa una distancia de un metro. Uno de ellos, un inglés, siente que su espacio
personal es invadido por el otro y entonces retrocede un poco; el otro, un italiano, siente
que están demasiado lejos realmente para comunicarse y mantenerse en contacto, siente que
su espacio personal no está en contacto con el espacio personal del inglés y tiende a
acercarse cada vez más. Uno avanzando y el otro retirándose, ejecutan un extraño ballet por
toda la sala. Ambos hombres están en el mismo espacio geográfico pero en espacios de
conducta enteramente diferentes. Estos espacios no guardan ninguna relación con el espacio
euclidiano que es el único espacio válido en la esfera visual y táctil y que es el espacio
usado por las máquinas.
El ambiente geográfico cambia o permanece estable según los cambios producidos
en la esfera visual y táctil. El campo geográfico en el que el perro persigue a la liebre puede
estar más o menos húmedo o más o menos seco según el tiempo, puede estar sembrado de
árboles, puede estar atravesado por una carretera, etc. El ambiente de conducta cambia no
sólo con nuestra percepción de cambios como los mencionados sino que cambia al cambiar
nuestra conciencia misma. El filósofo Ernst Cassirer llevó una vez al teatro por primera vez
a su hija de diez años. Cuando terminó la función de Las Bodas de Figaro, la pequeña
quedó sumamente sorprendida al comprobar que su amado Berlín era muy diferente de lo
que fuera cuando habían entrado en el teatro. Todo había cambiado. La profunda diferencia
que encontró en las dos ciudades la afectó tan intensamente que hubo de recordar aquel
hecho durante toda su vida.
Si pretendo comprender los datos procedentes de la esfera del científico social, si
quiero hacer que esos datos resulten legítimos, tendré que abandonar la idea de que puedo
usar la misma definición de espacio que uso cuando hago una predicción sobre el
movimiento de las bolas de billar. El espacio personal no tiene sentido en los movimientos
de las bolas de billar, pero tiene mucho sentido en la conducta molar y en la experiencia
interior. Si estoy sentado en la viga de un segundo piso de un rascacielos en construcción,
los doce metros de altura en que me encuentro en el aire son muchos para mí. Para un
obrero que realiza habitualmente ese trabajo es una altura pequeña. Si dos personas están a
cinco metros de distancia geográfica de la orilla del océano, y una teme el oleaje en tanto
que a la otra le gusta, si las olas son altas, ambas personas se encontrarán a muy diferentes
distancias personales del agua. Las máquinas no tienen espacios personales, y su espacio
“de conducta” (si cabe el empleo del término en este contexto) es idéntico a su espacio
geográfico. Dos palas mecánicas que estén a cinco metros del océano están a la misma
distancia del océano, y en todo intento de hacer válidos los datos relativos a ellas debe
tenerse en cuenta esta circunstancia. Dos personas que estén a cinco metros del océano
pueden estar o no estar a la misma distancia del agua en lo relativo a su experiencia interior
y su conducta molar, y en todo intento de hacer válidos los datos relativos a ellas debe
tenerse en cuenta esta circunstancia. Así como en el siglo XIX se puso de manifiesto que el
espacio euclidiano es una clase especial de espacio geométrico, hoy se ha hecho evidente
que el espacio geométrico es una clase especial de espacio humano. Como ser humano
percibo el espacio humano que incluye —en el caso de ciertas condiciones como aquellas
situaciones en que es necesaria la congruencia— el espacio geométrico. De manera que el
espacio geométrico es un caso especial de espacio personal.
Como ya indicamos, el tipo de predicciones que podemos hacer en una esfera puede
diferir del tipo de predicciones que podemos hacer en la esfera sensorial. En las esferas de
la conducta molar y de la experiencia interior la predicción es probabilista y relativa, nunca
absoluta. Nunca podemos predecir que se dará un suceso específico o una experiencia
interior específica, pero podemos predecir que la probabilidad de que se dé es mayor en
algunas situaciones que en otras o que en ciertos individuos la probabilidad de que se
produzca es mayor que en otros. No podemos decir de seguro si un hombre se suicidará o
no, pero podemos decir: “Como es católico es menos probable que se suicide que si fuera
protestante”. Podemos decir: “Porque es el ejecutivo de una empresa es muy probable que
lleve corbata en los días laborables”. O: “Como esa mujer es una artista y responde a los
estímulos visuales es muy probable que advierta los primeros cambios producidos en el
follaje otoñal”. La predicción absoluta de actos y experiencias de este tipo es imposible,
pues estas esferas no k> permiten. Después de producido el suceso o la experiencia puede
mostrarse que ese suceso o esa experiencia estaban determinados y eran inevitables. Antes
de producirse no se lo puede predecir. Esto también es cierto en el caso de las síntesis
creativas y de los fenómenos de percepción extrasensorial.
Una de las cuestiones que aparecen en la fase temprana del estudio de cada esfera es
ésta: “¿Qué clase de lenguaje podemos emplear para describir los datos de esta esfera?” En
la esfera visual y táctil el lenguaje verbal cotidiano es generalmente útil y adecuado, aunque
hay situaciones en las que se necesita algo de lenguaje matemático para expresarlas. En
otras esferas, en cambio, ese lenguaje no es adecuado. Por ejemplo, en el microcosmo el
lenguaje verbal cotidiano no es apropiado para describir los datos. Cuando uno lo emplea
aquí, los datos y conceptos de esa esfera quedan gravemente deformados. Por ejemplo, si
decimos: “El electrón del átomo de hidrógeno se mueve en una órbita circular”, la
afirmación sería inexacta.
Hemos desarrollado lenguajes especializados en el caso del microcosmo y en el de
la esfera de lo demasiado grande y rápido. El lenguaje cotidiano resulta generalmente
apropiado en la esfera visual y táctil y probablemente en la esfera de la conducta molar. En
la esfera de la experiencia interior no hemos desarrollado nunca un lenguaje pertinente a los
datos. Constantemente empleamos metáforas tomadas de la esfera visual y táctil como si
los datos de nuestra experiencia interior fueran los mismos que nos proporcionan nuestros
ojos y nuestros órganos del tacto. La razón de ello es, desde luego, la de que no hay reglas
de correspondencia (véase capítulos 3 y 4), no hay posibilidad de llevar a cabo mediciones,
de cuantificar los datos de este dominio. Una lista parcial de estas metáforas podría ser la
siguiente:
Espíritu levantado, sentimientos deprimidos o melancólicos, carácter sólido, actitud
tiesa, aspecto brillante, negra tristeza, encendido orgullo, bullente alegría, altos ideales,
carácter bajo, altas ambiciones, profundos pensamientos, convicciones firmes o pétreas,
espíritu abierto o cerrado, disposición calma, rabia hirviente, deseo ardiente, razonamiento
agudo, mente obtusa, emoción suave, corazón blando, humor negro, voluntad de hierro,
brillantes esperanzas o expectaciones, roja ira, verde envidia, humor chispeante.
Estas metáforas son ciertamente útiles en nuestros intentos de describir y expresar
nuestra vida interior, sin embargo dejan mucho que desear. Si el filósofo Condillac tenía
razón cuando dijo: “Una ciencia es un lenguaje bien hecho”, una de nuestras tareas para
desarrollar una ciencia de la vida interior será la de elaborar un lenguaje adecuado.
Es interesante advertir que en la exploración de la vida interior y de la conducta
molar el lenguaje más rico de que disponemos fue elaborado, no por la ciencia, sino por una
seudociencia, la astrología. Las descripciones de personalidad, de sentimientos y de
conducta que se hacen mediante esta técnica son mucho más amplias y profundas que las
de la psicología. Esto parece deberse en gran medida al hecho de que la astrología tomó sus
datos desde su propio punto de vista, desde el punto de vista de los datos, en lugar de
proceder de acuerdo con la preconcepción de que los observables y las leyes referentes a
ellos se adaptan al esquema conceptual de la esfera visual y táctil. Con todo eso, aunque el
vocabulario elaborado por la astrología sea útil, la astrología misma es una seudociencia
que no posee ningún otro valor particular (salvo, tal vez, como una manera de estudiar la
aceptación de chifladuras en una población muy divergente). La astrología emplea
consecuentemente tanto el modo de ser mítico como el modo sensorial.
Si recorremos el mundo es posible que encontremos ciudades sin muros, sin letras,
sin riquezas, sin moneda, sin escuelas o teatros; pero todavía nadie ha visto una ciudad sin
templos, o sin prácticas de un culto, o sin fieles.122
Hoy podríamos agregar que nadie ha visto nunca una ciudad en la cual sus
habitantes no jugaran, no soñaran, no manejaran efectivamente objetos de acuerdo con las
leyes de la esfera visual y táctil o no tuvieran maneras de organizar la realidad de suerte que
no hubiera fronteras en ella y toda cosa fuera lo Uno dinámico.
Las cuatro clases de maneras de organizar la realidad que hoy tendemos a
considerar universales y también necesarias para que el individuo realice plenamente sus
potencialidades son las siguientes:
La realidad sensorial. Esta es la manera occidental, cotidiana, del “sentido común”,
de organizar la realidad. Es la manera en que organizaba la realidad nuestro hombre de
negocios sentado a su escritorio. Es lo que los místicos suelen llamar “el camino de los
muchos”. Todos conocemos muy bien las leyes y principios limitantes básicos de esta
organización de la realidad. Es esencia] para la supervivencia biológica y es la manera que
debemos emplear cuando queremos cruzar una arteria vial muy transitada para no ser
arrollados por un automóvil. Sus leyes y entidades son muy semejantes a las de la esfera de
experiencia visual y táctil.
La realidad clarividente. Esta es la manera de organizar la realidad que el hombre
de negocios empleaba cuando estaba bailando y luego cuando escuchaba música. En esta
manera de organizar la realidad no hay fronteras y ninguna cosa está separada de la otra.
Todas las cosas fluyen la una en la otra y forman parte de un todo mayor que constituye el
cosmos. El individuo guarda relación con el todo, de la misma manera en que una pincelada
guarda relación con todo el cuadro o una nota con una sinfonía. Los místicos suelen
llamarlo “el camino de lo Uno”.
La realidad transpsíquica. Esta es la manera de organizar la realidad que nuestro
hombre de negocios empleaba cuando dijo a manera de oración “ ¡Dios mío, que no sea
meningitis!” En esta construcción de lo que es, el individuo constituye una entidad que
existe como tal, pero también forma parte de lo Uno total, del cosmos, de suerte que no es
posible trazar una línea definida de separación. Para ilustrar esto, a menudo se emplea la
analogía de la ola y el océano. También encontramos referencias al brazo y al cuerpo en las
descripciones de esta realidad. Es la construcción de la realidad en la cual se percibe como
efectiva la acción intercesora del que ora. El individuo es una entidad separada capaz de
tener deseos, pero está en conexión con el cosmos total de un modo tal que le es posible
instar con estos deseos a las grandes fuerzas de aquél.
La realidad mítica. Es la construcción de la realidad que nuestro hombre de
negocios utilizaba cuando estaba soñando. Es la manera en que se organiza la realidad en el
juego, en el mito y en la magia. Según esta manera de organizar la realidad, toda cosa
puede ser idéntica a cualquier otra cosa una vez que fueron relacionadas entre sí
espacialmente, temporalmente o conceptualmente. La parte es idéntica al todo, el nombre
es idéntico a la cosa nombrada y el símbolo es idéntico a su objeto. Cada uno puede ser
tratado como si fuera el otro. El mundo está lleno de toda clase de posibles combinaciones
y síntesis. Muchos observadores señalaron la relación que hay entre juego y creatividad.
Esta manera de organizar la realidad es necesaria para mantenernos frescos y vivaces,
curiosos y creativos. Como dice el viejo dicho: “Si Jack trabaja y trabaja sin jugar nunca
será un chico obtuso”. Sin la capacidad de valemos de este modo de ser, todo llega a
aburrimos, y la belleza de una puesta de sol o nuestra vida diaria y hasta la actividad sexual
se nos hacen insípidas experiencias.
Nos damos cuenta de que hemos presentado sólo un resumen muy breve de las
maneras de organizar la realidad, pero aquí no cabria una discusión más amplia. Remitimos
a quienes deseen consultar más material sobre este tema a la referencia 23. Diremos dos
cosas más sobre las diferentes “realidades”. Primero, tas describimos como sistemas
metafísicos con leyes y definiciones propias en cada caso. Este es un enfoque válido y el
único capaz de describirlas claramente. Sin embargo, desde el punto de vista experimental,
estas “realidades” deben mirarse como estados de conciencia. Cuando el individuo está
percibiendo el mundo y reacciona a él como si su serie de principios limitantes básicos
fuera la serie real, ese individuo se encuentra en un estado de conciencia cambiado,
“alterado, ...alterado respecto del estado de conciencia cotidiano, occidental, de vigilia.
Segundo, estos varios estados de conciencia se refieren a los mismos fenómenos
pero con diferentes concepciones de la manera en que funciona la realidad y con diferentes
concepciones de sus leyes y metas, diferentes definiciones de espacio, tiempo, causalidad,
interacción de las cosas entre sí y la naturaleza de una “cosa”. Pero se trata siempre de los
mismos fenómenos. Cualquiera que sea el que consideremos, lo captamos de diferentes
maneras así como frente al mismo modelo Monet, Leger, Picasso y Wyeth harán diferentes
pinturas. En su introducción a su Philosophic Investigations, Wittgenstein dijo que el libro
no constituía una respuesta coherente a problemas, sino que era un “álbum de esbozos” del
cual podríamos extraer los elementos para componer el cuadro de un paisaje. La
experiencia es tan compleja, decía Wittgenstein, que un único ángulo de visión no sería
suficiente.
Resumamos: los científicos sociales se han dado cuenta de que el objeto de su
estudio —individuos y culturas— emplea una serie de diferentes concepciones de la
realidad en diferentes momentos. Estudiaron estas concepciones y analizaron las reglas y
leyes usadas en ellas y en qué condiciones se aplica cada una. La actitud general de los
científicos sociales, con unas pocas excepciones, había sido la de que sólo existe una
concepción “correcta” de la realidad, apoyada en el “sentido común”: se trata
esencialmente del cuadro descriptivo que el físico traza de la esfera visual y táctil y que
generalmente corresponde a lo que suele llamarse física “clásica”.
Debido a esa creencia de que sólo era correcta tal descripción de la realidad y
debido a la creencia general de nuestra cultura de que todo el universo está regido según los
mismos principios, los científicos sociales procuraban de tratar los datos de su campo de
investigación como si tales pertenecieran al cuadro de la realidad visual y táctil. En otras
palabras, de antemano los científicos sociales decidían cómo reunir e interpretar sus datos y
qué leyes serían las que podrían conferirles coherencia y validez.
Cuando examinamos los datos que interesan al científico social, comprobamos que
corresponden a dos esferas: la de la conducta molar y la de la experiencia interior. En una
de estas esferas no se verifica una de las leyes más decisivas e importantes de la esfera
visual y táctil, la segunda ley de la termodinámica. En cambio, aparece un nuevo
observable, “la finalidad”. Además, las definiciones de factores tales como espacio y
tiempo tienen que ser también diferentes para que resulten válidas las relaciones de los
datos entre sí. También existen otras importantes diferencias. Es evidente que se necesita
una construcción diferente de la realidad en estas esferas para poder tratar científicamente
los fenómenos que se dan en ellas. Esto es análogo al descubrimiento que hizo ya el físico
hace mucho tiempo sobre el microcosmo y sobre la esfera en la cual los fenómenos son
demasiado grandes o demasiado vertiginosos y rápidos para que pueda percibirlo nuestro
sistema sensorial, ni siquiera teóricamente.
En muchos ámbitos de la física se alcanzaron importantes progresos sólo cuando se
abandonó el modelo de la máquina como sistema de explicación, como descripción de la
realidad en esos ámbitos. Cuando se dio este paso y se comprendió que la descripción
general de la realidad utilizada en la esfera sensorial era inaplicable a muy diferentes clases
de datos, se registraron progresos aún mayores. Estamos sugiriendo que en las ciencias
sociales se realizarán progresos mayores cuando los estudiosos de este campo abandonen el
supuesto de que sólo hay una serie de principios según los cuales funciona todo el cosmos,
principios representados exactamente por las leyes de la esfera visual y táctil que suponen
esencialmente el modelo mecánico de la realidad.
13
Al tratar de aplicar nuestra teoría de los dominios al mundo del arte no hemos de
esperar que nuestra tarea sea fácil o sencilla. Cuando tratamos de definir este campo nos
encontramos frente a una vasta gama de fenómenos observables: material usado y técnica
aplicada; la visión del artista y sus esfuerzos para concretar esa visión; los distintos efectos
que produce una obra de arte en diferentes públicos; el valor económico de una pintura de
Rembrandt; diferentes “escuelas” artísticas y musicales y muchos otros más. Por otro lado,
las respuestas a nuestras preguntas sobre la significación de “espacio”, “tiempo”, “estado” y
“observador”, necesarias para que los datos resulten válidos, son a menudo muy diferentes
cuando formulamos preguntas sobre “el arte”. El espacio en el Guernica de Picasso no es el
espacio encerrado en las paredes de un museo ni es el espacio de una catedral o el espacio
de un ballet clásico. La “observación” y la “medición” significan cosas diferentes cuando
consideramos el efecto que produce Byron Janis cuando toca a Chopin, cuando contamos el
número de notas de la composición y cuando procuramos establecer qué se proponía
Chopin al componer la pieza.
Después de observar sólo unas pocas de estas diferencias, resulta evidente que no
existe un único dominio de experiencia en el que podamos situar el campo del “arte”. Se
necesitan varios dominios. Al comenzar el análisis de este campo desde nuestro punto de
vista, describiremos cuatro dominios que son necesarios para situar el campo del arte.
(Puede haber más, pero aquí no intentamos exponer una ciencia acabada; nuestro intento es
el de describir el método que la ciencia del siglo XX desarrolló y mostrar cómo ese método
puede aplicarse a varios dominios de experiencia.)
Las cuatro esferas en que dividiremos tentativamente el campo del arte son: 1) la
intención del artista; 2) las respuestas del público; 3) el dominio de las cosas hechas por el
hombre y 4) el dominio del medio (pintura, música, poesía, escultura, etc.).
Expondremos el razonamiento que nos condujo a esta clasificación, pero primero
debemos hacer notar que cada uno de estos dominios ha de considerarse separadamente y
que los observables, las leyes referentes a ellos y la significación especial de los principios
guías (espacio, tiempo, etc.) de cada uno deben ser compatibles entre sí y con el resto de
nuestra experiencia.
Atendiendo a lo anteriormente expuesto y considerando esta lista debería resultar
claro que estos cuatro dominios no pertenecen todos a las mismas esferas. Los dos
primeros, la intención del artista y las respuestas del público, corresponden a la esfera de la
vida interior, de la conciencia. El tercero, el dominio de la cosas hechas por el hombre,
corresponde a la esfera sensorial. Desde este punto de vista, las obras de arte son objetos
que se pueden ver y tocar. El cuarto dominio, el dominio del medio, es tal vez el más
sorprendente. Cuando lo examinamos atentamente, comprobamos que cada uno de los
grandes medios artísticos es una esfera separada. Cada cual requiere un sistema metafísico
diferente para que los datos de esa esfera resulten válidos. En poesía, pintura, escultura y
danza obtenemos respuestas muy diferentes a nuestras preguntas sobre la significación de
los términos, “espacio”, “tiempo”, “estado” y “observador”. (Desde luego, hay similitudes
entre las diferentes esferas del arte. En toda forma artística, por ejemplo, hay fenómenos
que los artistas de cualquier medio llaman “tensiones” y “resolución de las tensiones”.
Estos observables corresponden al “espacio” y al “tiempo” de un determinado medio, así
como el espacio de una pintura o el espacio de una catedral. En el espacio euclidiano -el
espacio de la esfera sensorial- no existen semejantes fenómenos. Además, estos fenómenos
observables son diferentes en cada medio.)
Comprender significa mirar. Mirar. Nadie puede decir precisamente lo que los
aspectos de la naturaleza significan para un hombre que está tratando de hallar formas a su
propia visión. La vista, en su incansable busca de verdad, señala nuestras tareas.125
El artista Paul Klee escribió: “El artista no reproduce lo visible; antes bien hace
visibles las cosas”.126
Picasso dijo: “Yo veo por los demás’’.127
El artista procura encontrar formas a su visión interior, clarificar, aguzar y expresar
sus percepciones dándoles una forma específica.
El pintor Fairfield Porter escribió: “El artista no sabe lo que conoce en general, sólo
sabe lo que conoce específicamente. Lo que conoce en general —o lo que puede ser
conocido en general— sólo se hace manifiesto después de haberlo expresado”.128
Goethe dijo: “El espíritu conquista dando forma a lo indeterminado”.
Las obras de arte no especifican un acto inmediato ni un uso limitado. Son como
puertas a través de las cuales el visitante puede entrar en el espacio del artista o en el
tiempo del poeta para experimentar los ricos dominios que el artista ejecutó.129
El símbolo artístico qua símbolo artístico (a diferencia del científico) transmite
intuiciones, no referencias; no se apoya en convenciones, sino que motiva y dicta las
convenciones.130
E. H. Gombrich escribió: “Lo que el pintor escudriña es, no la naturaleza del mundo
físico, sino la naturaleza de nuestras reacciones a él”.131
El artista se ve a sí mismo y ve al resto de los seres humanos del universo “como
gatos y perros en bibliotecas”.132 El artista se esfuerza por aprender a leer él mismo los
libros para luego mostramos lo que contienen. Cada libro que tiene interés para el artista
nos dice algo nuevo sobre nuestra vida interior y nos ofrece nuevos modos de organizar y
percibir la realidad. La música, por ejemplo, transmite exclusivamente información de esta
índole. No nos procura ninguna información sobre el “mundo exterior” ni nos da
instrucciones sobre la manera de tratarlo. El compositor y el músico ejecutante descubren
partes y aspectos de su propio mundo interior y los comunican a sus oyentes. En busca de
descubrimientos se inventan nuevos modos y no nos es posible decir dónde termina el
descubrimiento y dónde comienza la invención.
Los artistas hablan poco de la teoría del arte. Están empeñados en permitir que la
realidad les hable en nuevos tonos, en expresar esos nuevos tonos con su medio propio y en
comunicarlos a sus públicos. Como hubo de observar una vez Santayana: “Los críticos de
arte hablan de teorías de arte. Los artistas hablan de los lugares en que pueden comprar un
buen aguarrás”.
Hay también una forma de arte que tiene una in tendón enteramente diferente. En la
mejor de sus manifestaciones este tipo incluye el arte decorativo, cuya función consiste en
hacer del mundo un lugar placentero para vivir. Ciertamente es mejor y más cómodo vivir
en una casa en la que los colores sean coherentes, lo mismo que la mezcla de colores, en
lugar de vivir en una casa de un solo color y ángulos rectos en todas partes. La música de
fondo y los colores nos permiten relajamos con mayor facilidad y sentimos a nuestras
anchas en un mundo que de otra manera sería con frecuencia descamado y desagradable.
Además, hay muchas personas que nunca desarrollaron sus recursos interiores y muchas
que ni siquiera tienen capacidad de llevar a cabo este desarrollo. Para esas personas, estar a
solas con sus pensamientos (o con la falta de pensamientos) puede ser bien afligente. Para
ellas los jingles y la música pop t al procurarles una ilusión de vida interior, constituyen un
bendito recurso. Y ciertamente en el caso de casi todos los individuos se dan momentos en
los que una novela detectivesca y una comedia televisiva representan medios maravillosos
de relajarse y descansar: por un breve período nos apartan de las realidades de la vida
cotidiana del mismo modo en que lo hace el que cuenta historias en las ferias para
entretener a su público.
El arte decorativo se reduce pues a ese tipo de arte cuya intención es sencillamente
distraer al individuo, ayudarle a “pasar el tiempo”. Trata de disminuir la conciencia de
pensamientos y sentimientos mientras el individuo está todavía despierto. Su finalidad es
reducir la conciencia mediante ritmos, versos, colores o palabras. Podemos considerar un
ejemplo de este tipo de arte y las otras artes de que hemos estado hablando si comparamos
el típico cuento occidental con el Don Quijote de Cervantes. El autor de cuentos trata de
reducir nuestra conciencia del mundo mientras lo leemos; el autor de Don Quijote trata de
profundizar y aguzar nuestro conocimiento de lo que significa un ser humano.
En una ocasión uno de nosotros oyó al soberbio lírico E.Y. Harburg hablar con un
joven compositor de canciones de mucho talento. Harburg explicaba (con muchas
demostraciones en el piano) que el joven se encontraba en una encrucijada. O bien
escribiría canciones capaces de profundizar la conciencia del oyente y del compositor, lo
cual les permitiría reconocer la significación de su existencia, o bien escribiría canciones
muy populares sin intento de profundizar la conciencia, canciones que casi inevitablemente
tendrían el efecto contrario. Harburg afirmaba vehementemente que el joven autor tenía
talento para seguir cualquiera de las dos sendas. El joven lo escuchó respetuosamente,
reflexionó sobre lo que le dijeron y por fin decidió tomar el segundo camino. Llegó a ser un
compositor de éxito, muy conocido y rico, pero es dudoso que su música haya de sobrevivir
a los breves momentos de popularidad.
Una cuestión importante que a menudo se pasa por alto es el uso que el artista hace
de su talento para expresar algo que los físicos y ni siquiera los psicólogos logran realizar.
Se trata de comunicar de un modo que no requiere definiciones operacionales ni reglas de
correspondencia, ni mediciones, los estados de conciencia del artista, sus sensaciones
íntimas. Una buena ilustración de este punto es quizá el último cuadro de Vincent van Gogh
Campo de trigo con cuervos. El cuadro fue pintado poco después de salir el pintor del asilo
de Saint Remy, unos meses antes de suicidarse en 1890. Una descripción de esa obra reza
así:
Señales de su aflicción y de sus temores abundan en esta obra turbulenta y emotiva.
El cielo es de un profundo azul iracundo que domina las dos nubes que se ven en el
horizonte. El primer plano es incierto; se ve un mal definido cruce de caminos. Una senda
lodosa que aparece en parte en primer plano corre ciegamente a ambos lados de la tela; una
pista de verde hierba describe una curva por el campo de trigo para desaparecer en un punto
muerto. £1 trigo mismo se yergue cual un mar encolerizado como para pugnar con el
tormentoso cielo. Batiendo las alas, una bandada de cuervos se precipita tumultuosamente
hacia el espectador. Hasta la perspectiva contribuye a crear este efecto; el horizonte avanza
incesantemente hacia adelante. En este cuadro van Gogh pintó lo que debe de haber
sentido: que el mundo se cerraba sobre él y que los caminos para escaparse estaban
bloqueados, con el campo que se erguía y con el cielo que se precipitaba enardecido hacia
abajo. Creado en un estado de profunda ansiedad, el cuadro revela así y todo la fuerza de
van Gogh, su uso expresivo de los colores y su firme sentido de la composición.133
Hace unos años hubo una exposición de las obras de Les Fauves, aquellos pintores
que hicieron tanto impacto en el París de su época al mostrar una nueva visión de la
realidad, un nuevo modo de ver lo que nos rodea y por el cual se los denominó “las fieras”.
Profundamente afectado por la exposición, uno de nosotros escribió:
Comprendí que ahora podía ver el mundo de una manera nueva para mí. Podía
contemplar una multitud o personas y edificios y verlos como si fueran pinturas de Derain o
de Seurat. Gané algo nuevo y aprendí algo sobre mí mismo y sobre mis potencialidades
para organizar y percibir el mundo.134
En la antigua China no se exhibía una pintura sino que se la desplegaba ante un
amante del arte que se encontraba en un apropiado estado de gracia. La pintura tenía la
función de ahondar y acrecentar su comunión con la naturaleza.135
Una niña después de haber oído la Novena sinfonía de Beethoven por primera vez
preguntó: ¿'"Qué debemos hacer ahora?” Rilke, en su oda a un Apolo arcaico, describió el
efecto que le hizo ver la estatua por primera vez. Termina diciendo: "Debes cambiar tu
vida”.
Goethe, al hablar de arte, declaró que el arte despierta sentimientos y comprensión
que de otra manera serian oscuros o herméticos.136
El artista produce objetos de valor. Estamos dando aquí una respuesta a la pregunta
de lo que es el valor. El artista nos muestra nuevas posibilidades de nosotros mismos y del
mundo. Por eso se mira como a un genio al primer artista de una nueva escuela que nos
procura una nueva visión de las posibilidades. Los artistas posteriores de la misma escuela,
por grande que sea su talento, suelen considerarse como figuras secundarias.
El arte también ayuda a formular y reforzar la visión cultural aceptada de la realidad
e indica la mejor manera de responder a ella. También ésta es una importante función. Pero
el artista nos ayuda en nuestra busca no sólo en lo que corrientemente entendemos por
"nuevas realidades”, "nuevas construcciones del universo”; tal vez más importante aún sea
el hecho de que en cada período buscamos constantemente nuevos equilibrios y síntesis de
razón y emoción, de individualidad y de relación, de apariencia y de esencia, de tensión y
de relajamiento, de lógica e intuición, de hacer y de ser, de actitud apolínea y de actitud
dionisíaca. Dentro de cada imagen del mundo el artista busca estos equilibrios y nos
presenta los frutos de su indagación. También en estos ámbitos el artista nos ayuda a
remodelamos y a remodelar el mundo "más cercano al deseo del corazón”.
Hace algunos años uno de nosotros, que formaba parte de un grupo de estudiosos
graduados, tuvo la oportunidad de observar a una experta y cariñosa psiquiatra de niños,
Edith Meyer, en su trabajo con un nuevo paciente. La psiquiatra dijo a los miembros del
grupo que el niño de ocho años que iba a presentarse tenía un síntoma que la desconcertaba.
De manera repetida y obsesiva el niño preguntaba: "¿Es verde el pasto?”, pero ninguna de
las respuestas que se le habían dado hasta entonces parecía satisfacerlo. La doctora Meyer
había hablado con los padres, pero todavía no había visto al niño.
Los miembros del grupo nos fuimos a otro cuarto y observamos el consultorio sin
ser vistos. El niño, que parecía bastante tenso, y la madre entraron en el consultorio donde
fueron recibidos por la doctora Meyer; al cabo de unos pocos minutos de conversación, la
madre se retiró a la sala de espera. El niño y la doctora Meyer conversaron un rato y luego,
durante una pausa, y mientras ambos miraban afuera por la ventana, el pequeño se volvió
hacia la doctora y con una expresión y un tono graves preguntó “¿Es verde el pasto?”.
La psiquiatra lo miró con lo que parecía concentrada atención durante un largo
minuto y luego le respondió: “Sí, yo veo del mismo modo en que ves tú”. El chico lanzó un
profundo suspiro y pareció enteramente relajado. Posteriormente en una reunión que tuvo
con nosotros la doctora Meyer explicó que aquel niño nunca volvió a repetir la pregunta y
que se encontraba mucho más tranquilo, pero que de todos modos ella continuaba
trabajando con él.
Esta anécdota ilustra otro aspecto de este dominio del arte. El arte nos hace saber
que no estamos solos con nuestras percepciones, que otros también ven las cosas como
nosotros. Diferimos de los demás, de suerte que cada uno de nosotros es único y, por lo
tanto, hasta cierto punto está solo en el universo que construye, lo cual puede significar una
enorme y triste soledad. Cuando contemplamos un cuadro al que respondemos con “una
intensa sensación de reconocimiento” y decimos: “Sí, así es exactamente”, cuando topamos
con personajes de ficción que sustentan la misma imagen del mundo que nosotros, cuando
respondemos a una obra musical con la sensación de que se trata de algo “cabal” que
disminuye las tensiones que apenas sabíamos que teníamos, entonces la obra de arte está
cumpliendo el segundo propósito. Un brazo cálido se ha extendido a través del tiempo y la
distancia para hacemos saber que no estamos solos, que otros viven en el mundo y lo ven
como nosotros. El artista nos repite el mensaje de Plotino: “Nadie anda sobre una tierra
extraña”. Joseph Wood Krutch dijo: “La obra de arte está lograda sólo cuando nos
reconocemos en ella, sólo cuando podemos decir: ‘La vida es realmente así’”.138
Como el dominio de las respuestas del público está en la esfera de la conciencia, de
la vida interior, las significaciones de los términos “medición”, “estado” y “causalidad” no
habrán de ser aquellas significaciones necesarias para que resulten válidos los datos de la
realidad sensorial, sino que serán las significaciones necesarias para hacer válidos los datos
de la esfera de la conciencia. Por ejemplo, aunque es teóricamente posible realizar una
medición numérica precisa del efecto de una obra de arte en un observador y aplicar
técnicas objetivas y cuantitativas, si la misma técnica se aplica varias veces al mismo
observador, los resultados serán diferentes cada vez. Esto se debe a que el observador es
diferente en cada momento en que contempla la obra de arte. Nunca es el mismo dos veces
...aun cuando la repetición física sea exacta, como en la música grabada en discos,
porque el grado exacto de familiaridad con un pasaje afecta la experiencia; y este factor
nunca puede ser permanente.139
Las obras de arte son de una soledad infinita, y nada llega tan poco a ellas como la
crítica. Sólo el amor puede captarlas, comprenderlas y juzgarlas bien.
Freud escribió una vez: “La esencia del análisis es la sorpresa”. En verdad, ésta es la
esencia de todo crecimiento o cambio. Únicamente cuando nos abrimos a la experiencia de
la sorpresa podemos experimentar algo nuevo, algo que no hemos decidido de antemano.
Sólo de esta manera podemos cambiar. Si de antemano decido cuál habrá de ser mi
experiencia, no puedo tener una experiencia nueva. La respuesta del espectador debe ser
libre y espontánea para que lo sea la experiencia que tenga en este dominio.
En el dominio de la respuesta del público, una obra de arte, como lo señaló
repetidamente Roger Fry, es “un cristal y una transparencia”. La obra desaparece en su
propia significación así como el lenguaje desaparece en lo comunicado por él. En la medida
en que no desaparece en sí misma, la obra de arte es tratada como un objeto del dominio de
las cosas hechas por el hombre.
Por el término “medio” entendemos aquí las artes específicas como pintura,
escultura, arquitectura, poesía, danza. Seamos consecuentes y enfoquemos cada uno de
estos medios haciendo nuestras habituales preguntas. ¿Cuáles son los observables que
encontramos aquí? ¿Cuáles son las leyes relativas a ellos? ¿Cuál es la significación de los
términos “espacio”, “tiempo”, “estado”, “causalidad” que necesitamos para que los datos
resulten válidos? Si formulamos esta preguntas, comprobamos que con frecuencia
obtenemos diferentes respuestas en medios diferentes. Si la significación de los términos
fundamentales es diferente en cada medio, luego necesitamos diferentes sistemas
metafísicos para hacer que los datos sean válidos. Con sorpresa comprobamos que no hay
un sólo dominio que abarque estos diferentes medios, sino que cada cual está en un
dominio separado y en una esfera separada. Una esfera -según indicamos antes— está
compuesta por un dominio o grupo de dominios en el que puede usarse un solo sistema
metafísico para que resulten válidos los datos y las relaciones entre observables. Un
dominio que necesita un sistema metafísico diferente está en una esfera diferente.
No nos proponemos analizar en este capítulo los diferentes medios artísticos desde
este punto de vista; no tenemos ni la capacidad, ni la formación para hacerlo; además, éste
no es el lugar de llevar a cabo una indagación exhaustiva. En cambio, examinaremos un
medio como ejemplo —el de la pintura— y formularemos una pregunta: “¿Cuál es la
significación del término ‘espacio’ en una pintura?”
En pintura el espacio (lo que la filósofa Suzanne Langer llama “espacio virtual”144)
está sólo presente para un sentido y no tiene ninguna conexión con otros sentidos. Como es
sólo visual, no tiene ninguna conexión con el espacio (o espacios) en que nos movemos y
actuamos (espacio personal, espacio euclidiano, etc.). Sus fronteras no lo separan de estos
otros espacios porque toda frontera que separa también conecta y aquí sencillamente no hay
conexión alguna entre estos espacios. Estos diferentes espacios son igualmente reales pero
no guardan conexión entre sí. Uno ni siquiera “interrumpe” los otros. El espacio visual
creado enteramente concluso en sí mismo, aun cuando se lo perciba extendiéndose en todas
las direcciones, “detrás” y más allá de sus fronteras”.
Hildebrand, el teórico de arte, trata las relaciones del “espacio pictórico” con el
“espacio práctico” y muestra que el espacio pictórico es real y está en el espacio práctico,
sólo que no lo interrumpe, no lo hace discontinuo.
Imaginemos el espacio total como una masa de agua en la cual podemos hundir
ciertas vasijas: así podemos definir cuerpos individuales de agua sin destruir empero la idea
de una masa continua de agua que lo abarca todo.145
El “espacio” del arte pictórico se percibe del modo más claro en una película
cinematográfica, que es una experiencia completamente visual; es un espacio separado del
espacio circundante, arquitectónicamente relacionado consigo mismo, que se extiende en
todas las direcciones al infinito, opuesto al ojo y relacionado directamente con él.
Cualquiera que sea el tamaño de un cuadro en la esfera sensorial “objetiva” -llene o
no llene nuestro campo visual—, la pintura es un campo visual total en sí mismo. No hay
ninguna relación entre las dimensiones sensoriales de un cuadro y la medida en que éste es
un campo visual completo; siempre se trata de esto último.
Un experimento simple e interesante puede demostrarlo. Imaginemos una pintura
dispuesta de manera tal que sólo podamos verla a través de un tubo de la misma forma del
cuadro. Todo cuanto podemos ver a través del tubo es la pintura. En el campo visual no hay
nada con que podamos compararla. Por la experiencia visual solamente resulta imposible
decir si estamos contemplando una miniatura o un gigantesco cuadro mural.
(Aunque estos comentarios se refieren al arte pictórico, son en general un principio
del arte. No hay relación alguna entre espacio y dimensiones sensoriales y táctiles y espacio
y dimensiones virtuales. En el Louvre se encuentra la magnífica Victoria de Samotracia.
Cuando uno la contempla desde la parte baja de la escalinata —la obra está de frente en el
primer rellano— obviamente tiene las dimensiones “correctas”, a nadie se le ocurriría
reducir o aumentar sus dimensiones; ése es el tamaño correcto; sobre esto no cabe la menor
cuestión. Luego, descubre uno un gabinete de cristal a la derecha. Nunca se encontraron los
brazos de la estatua, pero sí se encontró una de las manos que está allí expuesta. Cuando
uno la mira divorciada de la estatua, la mano parece enorme, bulbosa, tosca. Entonces se da
uno cuenta de que toda la estatua es varias veces mayor que el tamaño natural.)
Los atributos del espacio en pintura son también muy diferentes de los atributos del
espacio euclidiano. Sobre este punto el pintor y teórico de arte Hans Hofmann escribió lo
siguiente:
La profundidad, en el sentido plástico pictórico, no se crea disponiendo los objetos
uno tras otro, en dirección de un punto que se desvanece... Sino que, por el contrario, se
obtiene mediante la creación de fuerzas en el sentido de empuje y tracción ...; las fuerzas de
empuje y tracción obran tridimensionalmente sin destruir otras fuerzas que obran
bidimensionalmente. Para crear el fenómeno de empuje y tracción en una superficie plana
hay que comprender que por su naturaleza el plano pictórico reacciona al estímulo recibido
automáticamente en la dirección opuesta…146
Hemos usado el espacio pictórico como un ejemplo. Cada medio de arte tiene sus
propias definiciones de espacio. Cada cual es diferente del espacio psicológico con sus
atributos de delante - detrás, lejos - cerca, arriba - abajo, izquierda - derecha. Cada cual es
también diferente del espacio en el microcosmo, del espacio en la esfera sensorial o del
espacio en el macrocosmo.
Aquí puede ser conveniente una breve digresión de nuestro análisis del “espacio'’ en
el arte pictórico. Consideremos brevemente (y, es de lamentar, superficialmente) algunos de
los otros “principios guías” que usamos para organizar nuestras percepciones y veamos
cómo se aplican a este dominio. El tiempo en el dominio del medio no es el tiempo en la
esfera sensorial, el tiempo de una cosa después de otra; es el tiempo en que existen los
mitos, el tiempo en que todas las cosas acaecen a la vez. Muchas cosas suceden en el
mismo momento; todo el cuadro es “acontecer” de una vez. El efecto del Hammerklavier o
de uno de los Nenúfares de Monet es el efecto de la otra total en el oyente y en el
espectador. Esa es su significación. Cualquier otro tipo de análisis no considera la obra en
los propios términos de ésta, sino que lo hace en los términos de otro dominio.
Una vez traté de indicar el tiempo propio del arte comparándolo con el tiempo de
los santos cuando uno les dirige oraciones. El fiel cree que un santo pertenece al presente,
pues así se lo permite su vida eterna, presente en el cual se realiza la oración. El santo
pertenece también al tiempo histórico puesto que tiene una biografía... Por último el santo
pertenece al tiempo cronológico, a la duración de su vida. La admiración “actualiza” una
obra de arte así como la oración actualiza a un santo.147
En este análisis de los dominios de los medios inmediatamente salta a la vista otro
aspecto. Los objetos de la esfera visual y táctil pueden reducirse a sus partes componentes,
que pueden estudiarse separadamente, comprenderse en su funcionamiento y luego pueden
ser de nuevo reunidas. Cuando se las vuelve a armar funcionan tan bien (o a veces mejor si
en el proceso se las ha sometido a limpieza) como antes. Las cosas del dominio de los
organismos vivos también pueden descomponerse en partes, las cuales pueden ser
estudiadas. Podemos entonces comprender mejor cómo funcionan esos componentes y qué
relaciones tienen entre sí. Sin embargo, de este procedimiento no podemos sacar la
conclusión de lo que sea la “vida” y ciertamente no podemos volver a reunir los
componentes para que funcionen de nuevo vivos. Las obras de arte pueden analizarse en
sus componentes, como cuando contamos las pinceladas de una pintura, cuando estudiamos
la interacción de forma y color, cuando vemos lo que ocurre ^i cambiamos el medio de
bronce o cuando contamos el número de veces que Shakespeare usó cada palabra en sus
obras. Pero estas cosas nada nos dicen del efecto total de la obra de arte y parecen
totalmente irrelevantes en este dominio. Podemos volver a armar la obra de arte después de
analizada y si lo hacemos diestramente parecerá tan buena como antes.
Al examinar cada nuevo dominio debemos tener conciencia de que hacemos
muchos supuestos de los cuales ni nos damos cuenta. Se trata de regias y expectaciones que
proyectamos a la realidad de manera inconsciente o apenas consciente.
Estas generalizaciones de nuestra experiencia en la esfera sensorial pueden ser o no
ser válidas en otras esferas, pero no podemos saberlo hasta haber adquirido conciencia de
ellas y haberlas sometido a prueba. Una de estas generalizaciones, por ejemplo, es el
concepto que supone un punto central de equilibrio. Un litro de agua a cuarenta grados y un
litro de agua a ochenta grados, si se los mezcla, formarán dos litros de agua a sesenta
grados. Dos onzas de peso puestas en un platillo de una balanza y dos onzas puestas en el
otro platillo hacen que la aguja marque exactamente el centro. Pero, en las esferas en que
los observables no pueden reducirse a términos cuantitativos, en principio este concepto
carece de significación y sólo sirve para trabar y confundir nuestro pensamiento. Si
tratamos factores tales como esperanza y temor, forma y contenido, lo dionisíaco y lo
apolíneo, sufrimiento y placer, naturaleza y cultura, instinto e intelecto, derechos del
individuo y derechos del estado, libertad y tradición, el concepto que establece
automáticamente un equilibrio en un preciso punto medio sencillamente no puede aplicarse.
En los observables que no pueden reducirse a términos cuantitativos y en sistemas no
lineales, no existe sencillamente semejante “término medio”. Los procesos mentales no
obedecen a leyes lineales puesto que no hay números que puedan asignárseles con sentido.
No puede uno esperar que sumando dos unidades de alegría y dos unidades de aflicción
logre obtener dos (o cuatro) unidades de serenidad. En muchas esferas “el concepto de
polaridad es realmente una desafortunada metáfora en virtud de la cual una confusión
lógica es elevada a la dignidad de un principio fundamental”.148 En los dominios del arte
debemos guardamos de considerar aplicable este concepto hasta no haber examinado bien
si en efecto lo es.
Estas breves consideraciones sobre el espacio y otros principios guías de la pintura
sirven como ejemplo de la manera en que las definiciones de términos básicos tales como
“espacio, “tiempo” y “estado” son diferentes en diferentes medios artísticos. Si se compara
la significación de espacio o tiempo en pintura, música y danza se comprobará que son
diferentes en la medida en que se necesitan diferentes sistemas metafísicos para que los
datos sean legítimos. Esta es la razón por la cual hemos llegado a la conclusión de que cada
medio artístico es una esfera diferente de experiencia.
Arte y cultura
Las posibilidades que se ofrecen a los artistas están también limitadas por los puntos
de vista de la cultura en que viven. Cada cultura realiza ciertos enfoques de lo infinitamente
posible y hace que otros enfoques resulten imposibles o incomprensibles. Una historieta en
dibujos publicada hace varios años mostraba el estudio de un pintor renacentista. En él se
veían típicas pinturas del período colgadas en las paredes. En un rincón estaba el famoso
cuadro de Mondrian de 1921 Composición con rojo, amarillo y azul. El pintor renacentista
explicaba a un amigo: “Oh, eso es sólo algo que traté de hacer pero que no me salió bien”.
De esos intentos de organización de la realidad, hechos por sus artistas, cada cultura
selecciona algunos que considera “logrados” y rechaza otros. Lo que la cultura elige luego
ayuda a modelar esa cultura.
La naturaleza de la cultura y de las construcciones de la realidad, profundamente
vinculadas con ella, la constante realimentación y las constantes correcciones entre
“naturaleza” y “conciencia”, la retroacción epistemológica pueden verse quizá del modo
más claro en esta relación entre los artistas y la sociedad. De la variedad de posibilidades
coherentes que existen dentro de los límites de la imagen del mundo de su cultura y los
inventos artísticos que el artista conoce, éste elige una construcción de la realidad y escribe,
compone o pinta dentro de esos límites. La sociedad elige a algunos artistas a quienes
presta particular atención y entonces las concepciones del artista se convierten en factores
que forman la sociedad. La sociedad griega preclásica eligió como a su principal artista a
Homero quien luego hubo de ejercer una profunda influencia y contribuyó a formar la
sociedad griega clásica. Todavía no conocemos suficientemente los factores que hacen que
una sociedad elija una determinada concepción artística u otra. Pero una vez elegida, esa
concepción profetiza en cierto modo el futuro de la sociedad en cuestión porque está
contribuyendo a formarla.
André Malraux señaló que: “No nos importa que Rembrandt parezca moderno pero
nos fastidia que una pintura moderna parezca un Rembrandt”.149 Una razón de ello surge de
nuestras anteriores consideraciones. Cuando un artista trata de pintar un cuadro propio de
una concepción del mundo que no es aquella en que él mismo vive -como por ejemplo, si
un artista moderno tratara de pintar un cuadro religioso medieval— no está explorando su
propio paisaje interior ni tratando de ampliarlo, sino que está pintando más bien un paisaje
exterior a él mismo. Por eso su obra resulta una pintura falsa. Aquí el artista sigue el
método del científico, el método propio de la esfera de la ciencia, no del arte. El método de
la ciencia consiste en indagar y establecer la realidad perceptiva —lo que se percibe como
exterior a nuestra experiencia interna— y describirla de suerte que podamos percibir algo
nuevo y luego cambiar. El método del arte consiste en cambiar nuestra experiencia interior
de suerte que luego percibimos el mundo exterior (y nuestra experiencia interior) de manera
diferente.
Es dudoso que alguien encontrara algo más que lobreguez y “fealdad” en las nieblas
y brumas de Londres a orillas del Támesis antes de que Whistler... confiriera a la sombría
atmósfera londinense permanente belleza.154
La pintura es una ciencia y debería practicarse como una indagación de las leyes de
la naturaleza. ¿Por qué no habría de considerarse pues la pintura paisajista una rama de la
filosofía natural de la que los cuadros son experimentos?157
Después de van Gogh, Rembrandt no fue ya el mismo que era después de Delacroix.
(Ni Newton fue el mismo después de Einstein.) Cada genio que rompe con el pasado
modifica, por así decirlo, todo el alcance de las formas anteriores.158
Ya dijimos que el arte y la ciencia de un período (los dos impulsos principales del
desarrollo y cambio de nuestros modos de organizar la realidad) tienden a avanzar de
manera paralela, a veces aparece el arte como vanguardia de lo nuevo y a veces aparece la
ciencia. Un cambio en la comprensión artística de la realidad puede anunciar un cambio en
la imagen científica del mundo o viceversa. En la misma época las rígidas formas del
mundo medieval se fueron abriendo hasta dar en el Renacimiento y cuando Bruno mostraba
las implicaciones del concepto de infinito, la ciencia, no ya limitada por temas teológicos,
se extendía en todas las direcciones por obra de Galileo y otros mientras el arte también
contribuía a consolidar las nuevas actitudes. Por ejemplo:
Los medios del arte no son aptos para comunicar los tipos de información sobre el
mundo como lo son el lenguaje verbal y el lenguaje matemático.
Ello no obstante, son idealmente apropiados para la comunicación. Eso es lo que
quería significar el compositor Félix Mendelssohn cuando escribió:
Nuestro mundo tal vez no sea más que el orden que nosotros formamos y
convertimos en un cosmos. Cuanto más nos refinemos y perfeccionemos como
instrumentos, mejor será el cosmos que formemos partiendo del caos.172
La belleza
Traducción aproximada:
Por más que los hombres de ciencia hayan creído firmemente hasta ahora que
captaron la naturaleza de los colores por más que imaginaran que lo formularon claramente
y lo probaron en una teoría (segura), y esto en modo alguno es cierto. Por el contrario,
situaron sus hipótesis en la cumbre de su sistema de razonamiento según el cual los
fenómenos pueden reducirse artificialmente y así lograron dejarnos con una peregrina
(wenderliche) teoría de insuficiente contenido.
Hasta ahora la luz se ha considerado como una especie de abstracción, como algo
existente que obra por sí misma y, por así decirlo, que se condiciona a sí misma, una
entidad que en ciertas circunstancias emite color a sí misma.
Todos los cuerpos que están iluminados por una luz compleja (de muchos colores)
aparecen borrosos cuando se los mira a través de prismas... y exhiben diferentes colores;
pero aquellos cuerpos iluminados por una luz homogénea no se manifiestan distintos ni de
diferentes colores que cuando los miramos directamente con los ojos.
Goethe replica: “Los ojos deben ser extremadamente malos o los sentidos deben
estar enteramente embotados por el prejuicio, si uno desea ver o hablar de semejante
manera”. Y, por último, Goethe formula una condena general al exponer lo que para él son
las diferencias esenciales entre su propia concepción y la de Newton en lo tocante a la
realidad en el dominio de los colores:
Uno de los físicos teóricos más grandes de nuestro siglo honró la memoria de
Goethe en un artículo dedicado al tema de este capítulo. Heisenberg176 admira enormemente
la intuición del poeta, la manera en que las impresiones de un espíritu sensible se combinan
casi por sí mismas para formar un orden científico; admira el modo en que la intuición,
partiendo de la naturaleza directamente experimentada, desarrolla ciertos conceptos que
constituyen la base de una concepción unitaria de la realidad. Heisenberg dice
explícitamente que nada se gana pretendiendo establecer cuál de las dos teorías, la de
Newton o la de Goethe, es en última instancia correcta. Sostiene que los microscopios y
telescopios de hoy deben su existencia a la teoría matemática de Newton, muchos pintores
han aprovechado los puntos de vista de Goethe. Y el autor no vacila en llamar a las dos
teorías de los colores dos estratos (dominios) enteramente diferentes de la realidad. En uno
de ellos los hechos y experiencias se desarrollan de acuerdo con firmes leyes, aun cuando
los hechos parezcan accidentales. Heisenberg afirma que en el otro lo que ocurre solo se
mide por su importancia humana y no se explica sino que se interpreta.
Acepta la tesis de que la realidad puede dividirse en diferentes dominios, dos de los
cuales son las esferas de análisis de Newton y de Goethe. En muchos lugares el hombre
debe renunciar “al contacto vivo con la naturaleza” cuando avanza por la esfera de las
ciencias naturales exactas.
En la conclusión de su memorable discurso Heisenberg compara al moderno
hombre de ciencia, que abandona la esfera de la intuición viva para lanzarse a las
conexiones del descubrimiento teórico, como un alpinista que quiere llegar al pico más alto
de su territorio para ver los rasgos generales del paisaje que se extiende a sus pies. Ese
hombre debe abandonar los fértiles valles en que moran sus semejantes. A medida que sube
por la montaña, su visión del paisaje se amplía, pero la vida que lo rodea se hace cada vez
más mezquina, magra y rara, por fin llega a una región brillante y clara de hielo y nieves,
en la cual la vida ya no existe y él mismo encuentra dificultades en respirar y vivir.
Damos término a este capítulo volviendo a afirmar la necesidad de conservar y
apreciar las dos realidades, la de Newton y la de Goethe.
15
...es éste un tema intelectualmente tan fastidioso que casi llega a ser penoso y al fin
concluyo declarando que no puedo desechar los testimonios del profesor Rhine ni tampoco
aceptarlos.180
En cierta ocasión el difunto Neils Bohr y varios otros físicos teóricos estaban
considerando una teoría “extrema” que uno de ellos había propuesto para explicar ciertas
peculiaridades observadas en la física nuclear. La discusión era acalorada y en un
determinado momento el autor de la teoría, algún tanto alterado, preguntó a Bohr “¿Cree
usted que esto es insensato?” Bohr meditó un instante y luego dijo: “Sí, es insensato, pero
creo que no es lo suficientemente”.193
“¡Dios mío, Rivers, acaba de ocurrir algo espantoso! Hinch estuvo en mi cabina,
con el parche en el ojo y todo, fue terrible, no dejaba de repetir una y otra vez ‘Hendy, ¿qué
voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? He traído a la mujer conmigo y estoy perdido.’ Luego
desapareció ante mi vista. Sencillamente desapareció.”
El dominio de la ética
“Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” Esta cita del Padre Nuestro
implica que el hombre debe obedecer los mandamientos de Dios. Generalmente se lo toma
como mandamientos éticos de Dios y en el contexto de este capítulo nosotros los
llamaremos leyes éticas. El sentido en que son leyes se aclarará a medida que expongamos
nuestros argumentos. No 'son leyes tan simples ni universales como las leyes de la ciencia
pues tienen diferentes formulaciones en diferentes culturas y religiones, pero así y todo
obran como leyes.
Existe pues una afinidad entre las leyes éticas y las leyes científicas. La cita que
acabamos de hacer sugiere que la voluntad de Dios creó las leyes éticas, cualquiera sea la
forma en que se las conciba. Generalmente no se considera el paralelismo que hay entre el
origen de las leyes éticas y el de las leyes de la naturaleza. Por lo menos para la mentalidad
judeo-cristiana tiene sentido esta otra cita de la Biblia, la cual muestra que Dios es también
el autor de las leyes de la naturaleza.
En toda la enseñanza bíblica se pone énfasis en el habitual relato de la creación del
mundo en seis días, pero el episodio de la afirmación de Dios al término del diluvio rara
vez se interpreta como una promesa de que Dios habrá de manejar el mundo de una manera
consecuente y regular, de conformidad con las leyes de la naturaleza. Recordemos la
promesa que Jehová hizo a Noé cuando apareció en el cielo el arco iris sobre las aguas en
señal de que habían terminado los días turbulentos, el tohu vabohu de la era anterior.
Y olió Jehová el olor grato y dijo Jehová en su corazón: “No volveré más a maldecir
la tierra por causa del hombre, porque la imaginación del corazón del hombre es mala desde
su niñez, ni volveré más a herir a todo ser viviente como acabo de hacerlo. Mientras dure la
tierra, siembra y siega, frío y calor, verano e invierno y día y noche cesarán de ser”. Y dijo
Dios: “He aquí que establezco mi pacto con vosotros y con vuestra descendencia después
de vosotros... Esta es la señal del pacto que hago entre mí y vosotros. Mi arco he puesto en
la nube y será por señal de pacto entre mí y la tierra, y será que cuando yo traiga una nube
sobre la tierra será visto el arco en la nube; y me acordaré de mi pacto que establezco entre
mí y vosotros y todo ser viviente de toda carne”.
Se ha demostrado que todo sistema ético que resultó viable durante un gran período
de la historia (digamos alrededor de un milenio) tiene imperativos que progresivamente
fueron ampliándose y refinándose, imperativos que ya están presentes en el comienzo del
sistema ético, tanto en el tiempo como en su estructura metodológica.214 La mayoría de las
veces esos imperativos —por ejemplo., los Diez mandamientos, la Regla de Oro y el
Óctuple camino— son considerados de inspiración divina. Estimados en la perspectiva
humana, son postulados.
De ahí que a la izquierda de la figura 10 encontremos mandamientos, imperativos
(I) o, en su ulterior explicación, códigos de ley.
La acción realizada por un determinado grupo de personas,215 una tribu, una nación
o una cultura, que se traduce de formas específicas de conducta genera construcciones
habitualmente llamadas “valores” y designadas con la letra V en la figura 10. Así, el
imperativo “No matarás” hace un valor de la vida, el mandamiento que prohíbe robar
establece la propiedad como un valor; “Honra a tu padre y a tu madre” establece el valor
del amor filial; “Perdona a tus enemigos”, crea el valor de la tolerancia o la caridad, etc.
Hemos de llamar a estos valores, que nacen automáticamente de la obediencia a los
imperativos, valores de hecho para distinguirlos de otros valores que luego consideraremos.
¿Cómo están relacionados los valores con los imperativos? En la figura 9 la relación
entre axioma (A) y teoría (T) es una relación de vínculo lógico, la relación entre I y V de la
figura 10 está establecida por el proceso de vivir de conformidad con I.
Hemos dicho que se trata de valores de hecho porque nacen automáticamente de los
imperativos y no tienen validez innata, no tienen fuerza obligatoria salvo esa conformidad
con los imperativos que, según vimos, son en gran medida arbitrarios. Si en la ciencia
comenzáramos nuestro razonamiento con una serie arbitraria de A, llegaríamos también a
teorías por implicación analítica, pero no tendríamos la seguridad de que ellas fueran
“verdaderas”, es decir, que describan un cuadro útil y coherente de la realidad. Para ello es
necesaria la correspondencia con hechos protocolos.
La expresión “de hecho”, aplicada a los valores, expresa una análoga arbitrariedad.
Considerando los valores en sí mismos, no podemos decir si sus antecedentes, los
imperativos, eran “válidos”. Los V describen la conducta de la gente; son lo que los
estadísticos descubren al estudiar lo que la gente hace realmente con mayor frecuencia.
Demasiado a menudo, la práctica general se toma como una norma. Se supone que
determinadas acciones son correctas o buenas si todo el mundo (o la mayoría) las lleva a
cabo. Esta falacia es muy común y perniciosa. (Hasta afecta la observancia de las leyes.)
Lo cierto es que a los valores de hecho les falta fuerza normativa; como son
meramente de hecho les falta el “debería”. Consideremos ahora en qué condiciones el “ser”
merece y adquiere la autoridad de un “deber ser”, cómo alcanza “validez” ética, que es la
contraparte de la “realidad” en la ciencia.
Curiosamente, el logro de la validez también supone el establecimiento de
correspondencias, esta vez con otra serie de valores llamados ideales. Todo sistema de ética
contiene, además de leyes y sus correspondientes valores de conducta, una serie de metas
(G en la figura 10) que pueden llamarse valores ideales. Es curioso que dichos valores estén
casi universalmente aceptados en todas las culturas; contienen máximas sobre la felicidad
humana personal y colectiva, la libertad de acción o de creencias, la vida, la salud, la
tranquilidad estoica o la paz y quizá la intimidad y cierta lealtad conyugal y hasta la idea
del nirvana. Esos valores comprenden lo que nuestros políticos llaman derechos humanos.
A pesar de la variedad de sus nombres, todos ellos son compatibles. Su casi universalidad
sugiere inspiración divina como en el caso de la llamativa similitud de los imperativos. La
correspondencia entre valores de hecho y valores ideales, el logro de la felicidad, la
libertad, etc. mediante una vida de acuerdo con los mandamientos, se toma para dar
“validez” al sistema ético, con lo cual se transforman los valores de hecho en valores éticos,
en valores normativos.
¿Hay aquí alguna sugestión que pueda resultar útil para el estudio de la conciencia?
Vimos que la validez y la integridad exigen correspondencias (R) tanto en la ciencia como
en la ética. Pero mientras las correspondencias de la ciencia, tales como las definiciones
operacionales, introducen medidas cuantitativas, las de la ética no lo hacen o por lo menos
no enteramente. En efecto, uno puede contar el número de veces que una determinada
acción fue llevada a cabo por determinado grupo de personas como realización de un ideal
dado y asignar ese número a la acción. Así todos los V —o, por lo menos, muchos— serían
mensurables. Quizás este método de cuantificación contenga indicios apropiados para el
estudio de la conciencia.
La teoría de la ética aquí delineada presenta mayores dificultades cuando se la
enfoca desde el punto de vista de una persona de la sociedad occidental moderna y cuando
se aplica a ésta. Dicha teoría está idealizada por cuanto se la aplica a un grupo uniforme, sin
estratificaciones, cuyas preocupaciones son esencialmente éticas. En principio, resulta
apropiada únicamente para una sola clase, un solo estrato o una casta en un sistema de
estructuras de clases, de estratificación por la propiedad privada y de castas. Sería apta en
una sociedad comunista ideal y utópica así como en las primeras comunidades cristianas y
aun en ciertos grupos americanos unidos por lazos religiosos y estabilizados por el respeto a
su propia historia.
Nuestra civilización occidental no es ciertamente el lugar apropiado para someter a
prueba la validez de una teoría ética ideal, lógicamente estructurada. En efecto, nuestra
civilización está muy diversificada en lo tocante a la propiedad personal, que es uno entre
los muchos otros valores de nuestro esquema, pero que confiere extraordinario poder y
estima, mucho más que todos los otros. Aquí se mezclan y confunden circunstancias éticas
con circunstancias económicas, de manera que se necesitan comisiones burocráticas sobre
ética para desenmarañar la madeja. Su nombre cortés es el capitalismo; su fuerza motora es
la llamada iniciativa personal que resultó ser codicia, templada por la caridad oficial,
pública, para impedir revoluciones explosivas. Uno de los terribles ejemplos que muestran
la falta de distinción entre lo económico y lo ético, es la actitud de editores que están
dispuestos a gastar millones de dólares para obtener los derechos de publicación de libros
escritos por criminales.216
A fuerza de ser realistas nos parece útil señalar estas cosas, pero la estructura
esencial del sistema ético conserva su importancia aunque ésta no consista en una
descripción de nuestra sociedad; el sistema ético es, así y todo, lógica y esencialmente un
esquema válido, cuya metodología nos da indicios sobre la manera en que una cuestión que
no puede ser cuantificada según el procedimiento de la ciencia tradicional puede, ello no
obstante, desarrollarse y posiblemente ser coronada por el éxito. Lo que aquí se pone de
manifiesto es que las reglas de correspondencia que nos llevan a comprender el mundo
exterior pueden ser reemplazadas por correspondencias entre lo que hemos llamado valores
de hecho y valores ideales. Falta ver si esta observación contiene indicios útiles para el
estudio de la conciencia.
El método sugerido en este libro para tratar nuevas esferas de experiencia supone
ante todo seleccionar observables significativos, luego relacionarlos mediante leyes que
expliquen lo que hemos llamado experiencias P. Aplicándolo a la ética, podríamos tomar las
experiencias P como la simple satisfacción de los valores primarios postulados —tal vez
hasta podríamos decir universalmente aceptados— (las metas G de la figura 10 que ahora
llamaremos P). Los observables son claramente los valores de hecho V que derivan de la
conducta de acuerdo con L, las leyes. Esos valores no pueden medirse (ser cuantificados)
en el sentido corriente. Se los podría designar con palabras tales como riqueza, salud,
observancia de los deberes diarios, diligencia, honestidad, armonía familiar, longevidad y
los conceptos opuestos. Seguramente habrán de descubrirse las conexiones que guardan
entre sí, es decir, las leyes que los relacionan o algunas de ellas. Asignarles valores
numéricos es imposible. Pero en una sociedad dada que viva de conformidad con
determinadas leyes, el predominio de cada observable puede sin duda determinarse
estadísticamente en una escala, digamos, de -1 a +1.
Adviértase que los observables fueron elegidos de suerte que su medida plena (+1
en cada caso) satisfaga las metas P. Si la suma de sus medidas iguala a su máximo posible
con un margen de error razonable, el sistema ético será legítimo; las leyes están validadas,
así como en la ciencia los axiomas están verificados, también necesariamente con un
margen tolerable de errores.
Terminamos este capítulo volviendo a formular una alusión que está presente en su
totalidad y resumido en la nota 3. Parece que nuestra democracia está predispuesta a poner
mayor énfasis en los derechos humanos que en los deberes humanos. Esta opinión esta
dramáticamente expresada por el distinguido logoterapeuta V.F. Frankl, quien al terminar su
popular libro dice: “Recomiendo que la estatua de la Libertad de la costa oriental sea
complementada por una estatua de la Responsabilidad erigida en la costa occidental”.217
17
El dominio de la conciencia
En el pensamiento occidental hay una idea muy vieja: Natura non facit saltos, la
naturaleza no da saltos. Esta idea de que toda la naturaleza es algo continuo y de que todas
las diferencias se pierden en una serie de gradaciones infinitamente delicadas es una de las
premisas que determina el error del reduccionismo que, según vimos, insiste en que el
honor no es “nada más” que un reflejo condicionado en nosotros por nuestra educación
cultural, que el amor no es “nada más que” el impulso biológico a la reproducción y que la
conciencia no es “nada más que” estados cerebrales cambiantes. Con este concepto
Berkeley y Hume confeccionaron tablas de equidad y meditación, Pavlov hacia derivar el
intelecto de reflejos y el fisiólogo Jacques Loeb derivaba la vida de tropismos.218 Mientras
el universo se conciba como algo continuo este error puede considerarse una deducción
razonable. Pero, según vimos también, la idea de un universo coherentemente continuo, sin
saltos, fue invalidada por Max Planck en 1900 y ya no constituye una base de la ciencia
moderna. Si la consideramos desde el punto de vista actual, comprobamos que nunca fue
una “regla de la naturaleza” (cualquiera sea el sentido que se dé a esa frase), sino que, en el
mejor de los casos, fue una útil convención del pensamiento que ahora representa una
fastidiosa traba y que plantea innecesarios problemas. Una vez que decidimos que los datos
de cada dominio deben ser tomados en sus propios términos y no metidos en el lecho de
Procusto de la esfera sensorial, es evidente que resulta válido y científicamente necesario
concebir el honor como algo cualitativamente diferente del condicionamiento cultural, el
amor como algo más que una comezón en la ingle y la conciencia como algo más que
estructura y fisiología cerebrales.
Ahora debemos abandonar el acertijo de la gallina y el huevo y dejar de
preocupamos sobre lo que es básico y lo que lo causa. Después de todo, como lo expresó
Joseph Wood Krutch, es tan razonable decir que los impulsos sexuales son las
manifestaciones más simples y crudas de una realidad llamada “amor” como decir todo lo
contrarío.219 Ninguna proposición es filosóficamente más válida que la otra y cada una de
ellas presenta ventajas y desventajas. Recordamos aquí al viejo proverbio español citado
por el filósofo Antony Flew, ‘Toma lo que desees”, dijo Dios, “tómalo y págalo”. De todos
modos, desde el punto de vista de la ciencia moderna no deberíamos aceptar ninguna de las
proposiciones arriba enunciadas ni los puntos de vista que ellas representan. Pertenecen a
diferentes dominios y cada uno de ellos ha de tratarse según sus propios términos. Ninguna
de las dos proposiciones es un epifenómeno del dominio de la otra. El cerebro no segrega la
conciencia así como la conciencia no segrega al cerebro. Diferentes dominios tienen
diferentes observables.
La máxima intuición del actual estadio de la evolución del conocimiento
(aproximadamente a partir de la década de 1880 hasta el presente) es la de que si los datos
no se ajustan a la organización de la realidad cotidiana aceptada (“sistema metafísico”,
“definición de lo que es y de lo que no es”, etc.), luego es necesario reordenar y reorganizar
el concepto de realidad de que proceden los datos a fin de que éstos se ajusten a ella y se
comporten válidamente. Esto significa que si los datos nos son legítimos en el modo
corriente de organizar la realidad, han de ser tomados como hechos y la organización de la
realidad como teoría, y la teoría debe doblegarse a los hechos.220 Sin embargo, éste no es un
fenómeno de todo o nada: el concepto de realidad debe modificarse sólo en la esfera en que
los datos no son legítimos y mantenerse en las esferas en que lo son. Las ciencias sociales
se han valido de esta intuición sólo en una medida muy limitada. Generalmente, los únicos
datos aceptados como útiles y válidos fueron aquellos que se ajustan a la definición
corriente de realidad basada en el “sentido común” occidental.
Como hemos procurado mostrarlo, las cuestiones que nos parecen “obvias”, las
cuestiones que nos resultan claramente verdaderas, verdaderas sin necesidad de pruebas,
son por lo común verdaderas sólo en la esfera visual y táctil. Pero cuando vamos más allá
de esta esfera nuestra intuición de cómo son las cosas y cómo obran es frecuentemente
falsa; lo “obvio” ya no es necesariamente válido. Mencionemos unos pocos ejemplos:
nuestra intuición nunca nos diría que hay tantos números pares e impares combinados; que
las cosas incrementan su masa al incrementar su velocidad o que cuanto más sabemos sobre
la posición de un on, menos sabemos sobre su velocidad, y viceversa. En la esfera a que
pertenecen estos datos nuestra intuición no nos da buenos resultados.
Digámoslo con las palabras del matemático y filósofo L.V. Bertelanffy:
Con todo, debemos poner cuidado para no arrojar al bebé con el agua de la bañera.
Nuestra intuición da buenos resultados en la esfera sensorial. Cuando, haciéndose eco de
otros filósofos modernos, V.V.O. Quine dice: “La intuición está en quiebra” exagera la
cuestión. La intuición está en bancarrota solamente en los dominios en que no puede
aplicarse un modelo mecánico. Uno de esos dominios es el dominio de la conciencia.
En una elaborada analogía, en la cual comparaba la actual existencia y la historia de
la ciudad de Roma con el espíritu, Freud demostraba que “lleva a lo inconcebible y hasta al
absurdo tratar de dominar las idiosincrasias de la vida mental abordándolas según la
representación visual”.222 También dijo Freud “...es imposible representar fenómenos de
este tipo en términos visuales”.223
No podemos, como ya lo indicamos antes, cuantificar los observables del dominio
de la conciencia. Aquí no hay reglas de correspondencia posibles que nos permitan
cuantificar nuestros sentimientos. Podemos formular enunciaciones de la relativa
intensidad de los sentimientos, pero no podemos ir más allá. Puedo decir: “Hoy estoy más
enojado con él que ayer”. Pero no podemos hacer manifestaciones tan carentes de sentido
como ésta: “Hoy estoy tres veces y media más enojado con él que ayer”.
Debido a esta falta de reglas de correspondencia, no podemos comparar realmente
la intensidad de los sentimientos de una persona con la intensidad de los sentimientos de
otra. Decir: “Mi alegría es mayor que la tuya” tiene tan poco sentido como decir (para
emplear las palabras de Wittgenstein): “Me duele tu pierna”. Un episodio contado por el
psiquiatra Víctor Frankl ilustra esta idea. Por casualidad, un oficial prusiano y un soldado
raso austríaco se encontraban en el mismo foso hecho por una granada durante un
bombardeo de la primera guerra mundial. El oficial prusiano preguntó: “¿Tiene miedo?” y
el soldado respondió “Sí, tengo mucho miedo”. El prusiano observó: “Esto ilustra la
superioridad de casta y de formación. Yo no tengo miedo”. El soldado raso austríaco
replicó: “Ilustra la diferencia pero no la superioridad; si usted tuviera la mitad del miedo
que yo tengo, ya hace rato que habría salido corriendo de aquí”.
Ya en 1926, el físico A.S. Eddington señalaba que la conciencia tiene dos aspectos.
El primero es un componente en la organización de la realidad tal como es percibida. (“El
hombre es el ser cuya aparición hace que el mundo exista”, escribió Sartre.)224 El segundo
aspecto, decía Eddington, es la autoconciencia. Creía Eddington que la primera función es
cuantitativa (por lo menos teóricamente) y que la segunda función no es cuantitativa (ni
siquiera teóricamente). En esto consiste la importante diferencia de los dos aspectos de la
conciencia, según decía Eddington.
Creemos que esta idea representa una importante intuición aunque los hechos se
manifiestan ahora más complejos de lo que indicarían las declaraciones de Eddington. Por
ejemplo, podríamos señalar que cuando los seres humanos adquieren conciencia del
segundo aspecto, la autoconciencia, pueden idear procedimientos para modificar el yo.
Entre esos medios estaría la educación, la meditación, la psicoterapia, etc. Cuando
adquirimos conciencia del primer aspecto o función (la construcción y organización de la
realidad), podemos examinar los métodos en virtud de los cuales intentamos esa
organización, podemos hallar deficiencias en nuestras metodologías e idear otras nuevas.
Creemos que hasta el momento actual, esa opción de cambio no fue posible porque no nos
dábamos cuenta de hasta qué punto construíamos la realidad. El motor de la rápida
evolución de la ciencia y de la “era de transición” en que vivimos es la creciente conciencia
de que tanto inventamos como descubrimos la realidad.
Como indicamos en el capítulo 12, los científicos sociales modelaron en gran
medida su obra de conformidad con la ciencia de los siglos XVIII y XIX. Ilustrando la
declaración del físico Max Born (“La física de un período es la metafísica del siguiente”),
los científicos sociales proyectaron a todas las esferas de experiencia el esquema del ser que
daba buenos resultados en la esfera sensorial y decidieron de antemano que los datos que
debían buscar y aceptar como válidos eran los datos que podían ajustarse al modelo de
máquina de la esfera sensorial. Y, como también hicimos notar antes, el dualismo cartesiano
(la formulación de la realidad empleada en la física de los siglos XVIII y XIX) es apto para
el estudio de sólo una mitad del dualismo, “el mundo exterior”, la res extensa, y no lo es
para el estudio de la conciencia, la otra mitad, la res cogítans. En cuanto a aumentar nuestra
comprensión de la conciencia, ese dualismo resultó en general infructuoso.
El esquema de los físicos, tan fielmente emulado por generaciones de psicólogos,
epistemólogos y estéticos, probablemente esté poniendo obstáculos a sus progresos,
anulando posibles intuiciones por la fuerza del prejuicio físico. El esquema no es falso —es
perfectamente razonable—, pero resulta inútil en el estudio de los fenómenos mentales.226
Durante los pasados dos siglos se fue aceptando cada vez más la concepción
mecánica del hombre. Ni las ciencias sociales ni la filosofía académica se opusieron a ese
proceso. Como ya lo hicimos notar, sólo la física moderna ofreció la posibilidad de una
salida. Primero, la física mostró la necesidad del concepto de diferentes esferas de
experiencia que necesitan diferentes (pero compatibles) sistemas metafísicos para hacer que
sus datos sean legítimos; segundo, la física moderna suministró una base científica al libre
albedrío. A este último punto dedicaremos ahora nuestra exposición sobre el dominio de la
conciencia.
En los capítulos 7, 8 y 10 consideramos la falacia de todo reduccionismo que intente
explicar cualquier aspecto de la física y de otras ciencias desde un punto de vista de la
materia según la concepción precuántica.230 Con un sentido más amplio expusimos la
necesidad del principio de trascendencia con compatibilidad, la necesidad de invocar
agentes cuya esencia no pueda preverse y que a menudo carecen de sentido en otros
dominios científicos. Demostramos que el problema de cuerpo y espíritu no puede
resolverse por ninguna operación reductiva y entonces hicimos a un lado teorías de
identidad y de epifenomenalismo, monismo, dualismo, biperspectivismo y otras de esta
índole. Llegamos a la conclusión de que el espíritu es algo sui generis, que trasciende el
cuerpo pero que, ello no obstante, está en interacción con él.
Nuestra concepción del espíritu difiere en un importante punto de otras
concepciones propuestas principalmente por parapsicólogos y vitalistas.231 No asignamos al
espíritu atributos tales como la fuerza —con lo cual negamos el vitalismo- o la energía; el
espíritu no es un agente físico de manera que atributos como la energía no habrán de
encontrarse entre sus observables. Suponemos que hay interacciones entre el espíritu y el
cerebro, pero que ninguna de esas interacciones implica una transferencia de energía.
Nadie negará que una interacción entre cuerpo y espíritu se lleva a cabo cuando
hacemos conscientemente un movimiento. Además, afirmamos que nuestra voluntad —el
núcleo de la conciencia, en el que el sí mismo proclama su ser del modo más enfático—
está en interacción con el cuerpo de una manera especial cuando toma una decisión y activa
deliberadamente el cuerpo. En los días precuánticos, cuando la filosofía estaba dominada
por el determinismo de Laplace (en los que clásicamente se definía un estado sin recurrir a
las probabilidades y se sostenía que él determinaba todos los estados futuros —de un
sistema aislado—), la libre voluntad era una paradoja y una ilusión. Es decir, no podía ser
explicada, a pesar de las pruebas empíricamente precisas que la afirmaban o bien su
afirmación era falsa. Esta situación ha cambiado en virtud del descubrimiento de la
mecánica cuántica. La nueva disciplina ofrece la posibilidad de una solución al apartar el
obstáculo del determinismo de viejo cuño.
Nuestra tesis es la de que la mecánica cuántica deja en cualquier momento a nuestro
cuerpo, a nuestro cerebro, en un estado con numerosos futuros posibles (a causa de su
complejidad podríamos decir innumerables, cada cual con una probabilidad
predeterminada. La libertad supone dos elementos: posibilidad (la existencia de una
genuina serie de posibilidades) y elección. La mecánica cuántica suministra la posibilidad,
y nosotros hemos de sostener que únicamente el espíritu puede llevar a cabo la elección
eligiendo (no energéticamente forzado) entre los futuros cursos posibles.
Pero primero debemos apartar un obstáculo. Se recordará que probabilidades de
diferentes cursos de sucesos rigen el microcosmo y que las probabilidades cuajan en
certezas en el mundo molar a que corresponde el cuerpo humano. Por eso, podría parecer
que los procesos neurológicos están sujetos a un estricto determinismo o a un determinismo
casi estricto. El criterio para determinar si prevalece la posibilidad es la relación de
incertidumbres de Heisenberg que volveremos a considerar brevemente en la forma
función p (t - ). Ahora bien r es la distancia a que está la carga del punto en el que V
ha de ser evaluado, y c es la velocidad de radiación, la velocidad con que se propaga el
campo electromagnético. De ahí que sea el tiempo que tardó la radiación en pasar
desde el punto designado por r al punto donde p ha de ser evaluado y que t - sea
anterior a t en ese intervalo. Resumiendo todo esto, podríamos decir que V(t) depende del
campo que existía en los puntos de contribución de momentos del pasado, de tal manera
que una perturbación pudo alcanzar el punto por el cual se calcula V:V presente depende de
m + f(x)