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Lawrence LeShan y Henry Margenau

EL ESPACIO DE EINSTEIN Y EL CIELO DE VAN GOGH

Colección

LIMITES

de la Ciencia
Lawrence LeShan

Henry Margenau

EL ESPACIO DE EINSTEIN Y EL CIELO DE VAN GOGH

gedisa
Título del original en inglés:
Einstein’s Space and Van Gogh’s Sky

© by MacMillan Publ. Co., Inc., Nueva York, 1982.

Traducción: Alberto L. Bixio


Cubierta: Sergio Manela

1ª edición, agosto de 1985, Barcelona, España

© by Editorial Gedisa S.A.


Muntaner 460, entlo. 1ª.
Tel. 201 60 00
08006 - Barcelona, España

ISBN 84-7432-226-X
Depósito Legal: B. 29.994-1985

Impreso y encuadernado en
Gráficas M. Pareja
Montaña, 16 - 08026 Barcelona

Impreso en España
Printed in Spain
A Arthur Twitchell, que patrocinó generosamente la Conferencia sobre
Potencialidades Humanas de Palma de Mallorca, en la cual se reunieron los autores,
circunstancia que hizo posible esta obra.
INDICE

Prefacio 09

I. Las significaciones de la realidad 12


1. Realidades alternas 15
2. Estructuras de la realidad: dominios y esferas 47

II. La busca de la verdad científica 70


3. Variedades de experiencia humana 75
4. La significación de “verdad” 98
5. Principios guías en la elaboración de teorías científicas 112
6. Cómo se verifican las teorías científicas 126
7. El reduccionismo en la ciencia física (I) 138
8. El reduccionismo (II) 156
9. Los mundos de Einstein y Heinsenberg 173
10. El reduccionismo (III). Trascendencia con compatibilidad. 180
11. Causalidad, retroacción epistémica, finalidad 190

III. Dominios de las Ciencias Sociales 203


12. Los dominios de las Ciencias Sociales 208
13. Los dominios del arte 249
14. Los mundos del color de Newton y Goethe:
los dominios de la realidad 283
15. Los dominios del parapsicólogo 295
16. El dominio de la ética 325
17. El dominio de la conciencia 336
Prefacio

Este libro nació de otros dos, La naturaleza de la realidad física (Margenau) y


Realidades alternas (LeShan). El primero versa de manera sólidamente científica sobre la
realidad física o sensorial y basa sus argumentos filosóficos de la manera habitual en la
ciencia física de su momento. El segundo presenta interrogantes y algunas sugestiones y
respuestas heterodoxas sobre experiencias que están mucho más allá del interés de los
hombres de ciencias, pero que en algunos aspectos los incita a aceptarlas. El estilo de los
dos libros concuerda con sus respectivas finalidades: un estilo es convencional, preciso y en
cierto modo técnico y limitado en su alcance; el otro no es convencional, sino que es
expansivo, tantea en la oscuridad y resulta atrevido en sus metáforas y citas.
Nos conocimos en una conferencia dedicada a examinar algunos importantes
problemas filosóficos de la psicología moderna. En aquella ocasión hablamos de nuestros
libros y dos cosas se pusieron de manifiesto: el primero de los libros nombrados da por
descontada la “conciencia” y muestra cómo el espíritu emplea la percepción y la razón para
construir la realidad partiendo de sus propias experiencias; el segundo hace resaltar la
circunstancia de que el espíritu posee numerosos estados o fases que trascienden los
procesos y las experiencias en virtud de los cuales se construye la realidad sensorial o
física, sólo que no poseemos una metodología universalmente aceptada, un método único
de enfocarlos que les dé una condición sólida. Al comparar las maneras diversas en que
ambos libros abordan el espíritu y sus funciones, decidimos emprender un amplio estudio
con miras a reconocer y establecer la validez de por lo menos algunas experiencias no
sensoriales.
Ese empeño significaba que debíamos dar cuenta no sólo de las percepciones y del
razonamiento que ellas provocan, como se hace en La naturaleza de la realidad física, sino
también de todos los otros estados mentales, estados designados vagamente con
expresiones tales como sensaciones internas, esperanzas, intenciones, expectaciones,
recuerdos, dolores, decisiones. Estos estados tienen en común un rasgo que los distingue de
las representaciones mentales de lo percibido, las cuales se refieren a la realidad física: no
pueden reducirse a términos cuantitativos, no se los puede medir en un sentido directamente
físico. Nos planteamos entonces esta cuestión: ¿Cómo tratar estos estados mentales? ¿Hay
algún procedimiento que nos permita tratarlos de una manera sistemática que les imparta
“realidad”?
Este libro se propone abrir el camino hacia dicha meta. Tenemos la esperanza de
que habrá de ser seguido por otro libro más profundo sobre la naturaleza misma del
espíritu, libro en el cual el objeto de estudio llegue a estar dentro del alcance científico y en
el cual la conciencia sea objetivamente analizada, no ya tan sólo atendiendo a la
correspondiente conducta, sino de un modo intrínseco.
Parecería que un físico interesado en la sistemática de la realidad y un psicólogo
interesado en otros métodos de construir u organizar la realidad apuntaran a diferentes
finalidades. Pero hubimos de comprobar que no había dos metas o finalidades, sino que
más bien se trataba de dos métodos en interacción que se prestaban mutuo apoyo para
investigar el mismo tema: comprender las relaciones que hay entre conciencia y realidad.
Cada cultura organiza su realidad de una manera específica y sus miembros están
convencidos de que ésa es la única visión correcta del universo. Esa organización se
desarrolló en respuesta a los problemas más apremiantes y abrumadores del período
anterior de la cultura en cuestión y tiene la finalidad de dar una respuesta a esos problemas.
Nuestra actual cultura occidental desarrolló su modo de organizar la realidad en
respuesta a la necesidad de controlar la enfermedad (después de la Peste Negra) y a otros
problemas relacionados con el control del ambiente. Este método se caracteriza por dos
ideas centrales: el materialismo (“Lo que puedo ver y tocar es bien real y todo lo demás es
menos real”) y el dualismo cartesiano (“Este soy yo [mi conciencia], y todo el resto del
mundo está fuera de mí”). En lo tocante a las necesidades que le dieron nacimiento, éste es
un método muy poderoso que nos procuró un control inmenso y sin precedentes sobre el
ambiente “exterior”. Pero, como ocurre con todas las organizaciones de la realidad,
semejante método acarreó inexorables problemas que no estaba en condiciones de resolver.
Y ésos son los problemas capitales que hoy afronta nuestra cultura, problemas que, como
dice el historiador Arthur Toynbee, debemos resolver, pues de otra manera sucumbiremos.
Entre estos problemas, el principal es el hecho de que el método en cuestión
constituye un vigoroso instrumento para estudiar la mitad del dualismo cartesiano (“...el
resto del mundo está fuera de mí”). Pero resulta un instrumento muy inapropiado y débil
para estudiar la otra mitad (“Este soy yo...”). Así llegamos inevitablemente aúna situación
en la cual acrecentamos nuestra comprensión de la materia y la energía pero no
acrecentamos nuestra comprensión de los espíritus que dirigen el empleo de la materia y la
energía. Para dar un ejemplo sencillo hagamos notar que hemos aumentado enormemente
nuestra capacidad de librar una guerra desde la época helenística, pero no hemos
aumentado nuestra comprensión de las causas de la guerra. A fin de resolver problemas de
esta índole, que nacen del desarrollo de nuestra actual estructura de conocimiento, es
decisiva una nueva organización de la realidad.
La tesis central de este libro postula que el nuevo método ya está en desarrollo y en
marcha en una serie de campos científicos y que una clara enunciación de dicho método
acelerará su empleo para resolver nuestros problemas más urgentes. Intentamos mostrar
aquí en qué consiste tal método, cómo se desarrolló en dos esferas (la física y la psicología)
y demostrar que está organizado de una manera tal que hace posible el desarrollo de nuevas
soluciones para algunos de los problemas de nuestra cultura. El alcance de esta actitud es
desde luego mayor que el que sugieren las dos palabras “física” y “psicología”: aquí se
distingue entre las ciencias del mundo exterior y las ciencias del espíritu. Estas últimas
comprenden la sociología, algunos aspectos de la filosofía, las artes, la ética y hasta la
religión.
Comenzamos el libro con una introducción a la nueva visión de la realidad,
especialmente tal como ésta se desarrolló en la física y en la psicología. En la primera
sección del libro exponemos este nuevo concepto de una manera general e introductoria. En
la segunda sección examinamos la metodología del hombre de ciencia físico y ahondamos
en el problema del reduccionismo: la idea de que algunos aspectos de la realidad son más
“reales” que otros, la idea de que algunos pueden válidamente “reducirse” a otros. Nuestra
estimación del reduccionismo y nuestro repudio de su habitual forma materialista, fundado
en recientes descubrimientos, constituye la parte central del libro. Contrariamente a los
habituales esfuerzos realizados en esta dirección, hemos comprobado que en la física (para
no hablar de otros dominios) el reduccionismo no da resultados positivos. La biología no
puede considerarse sencillamente “nada más” que química y la conducta humana no puede
sencillamente considerarse “nada más” que combinaciones de reflejos. Dentro de la propia
física el empleo del reduccionismo determinó más vacilaciones y bamboleos que progreso.
En esa sección examinamos algunas de las implicaciones de la ciencia actual en ámbitos tan
diversos como “la realidad en el microcosmo y el macrocosmo”, la “casualidad” y la
“finalidad”.
En la tercera sección aplicamos la nueva teoría a cinco esferas específicas, en las
cuales los problemas no cedieron a la “antigua” metodología. Esas esferas son las que
interesan al científico social, conciernen al artista, el músico y al parasicólogo; se refieren
al problema de la ética y al problema de la conciencia en general. En cada una de estas
esferas la aplicación de nuestra teoría conduce, según nos parece, a fructíferas
conclusiones. La colaboración de un psicólogo y de un físico, por más que ambos estén
interesados en las implicaciones filosóficas de sus respectivos campos, difícilmente pueda
dar como resultado un estilo perfectamente uniforme. Por eso rogamos al lector que sea
tolerante con las diferencias de nuestro modo de exposición.
I

Las significaciones de la realidad


En esta primera sección procuramos despojar (por no decir librar) a la palabra
realidad de su significación limitada, inculcada y fija. Nuestro intento tal vez decepcione o
tal vez ilumine al lector convencido de que sólo los objetos pueden considerarse reales. El
término realidad debe revisarse por dos razones básicas. Una de ellas está en algunos de los
recientes descubrimientos llevados a cabo en las ciencias físicas y en la psicología. Las
obras de Heisenberg, Schrödinger, Einstein, Born, Freud y Jung no pueden entenderse
desde el punto de vista de los métodos de definir lo que es real fundados en el oído, la vista
y el tacto.
Además es requerida una revisión de nuestras ideas sobre la realidad por ciertos
estudios que el terco materialista y el fanático experimentalista, que desdeñan apelar a la
teoría, denominan “seudociencias”. Estas últimas comprenden en buena medida la
sociología y la economía, desde luego la religión y especialmente un asunto muy antiguo
que últimamente cobró creciente interés tanto popular como científico: la parapsicología.
Ya no puede sostenerse la antigua posición desde la cual se rechazaban las observaciones de
investigadores de este campo, que eran tildadas de fraudes o consideradas como debidas al
azar o a ineptitud de los propios experimentadores. Llegar a esta conclusión no fue fácil
especialmente para uno de nosotros, acostumbrado como estaba a los rigores de la
investigación física. Pero un minucioso estudio de un ámbito limitado de la parapsicología
(las percepciones extrasensoriales y ciertos experimentos de telequinesis) lo convenció de
que el cuidado puesto en este terreno por quienes trabajan en él, su conocimiento de las
teorías del error, de las estadísticas y del cálculo de probabilidades son por lo menos tan
cabales como los de la mayor parte de sus colegas científicos. Por cierto que la bibliografía
sobre este dominio es muy amplia y que muchos de sus temas son susceptibles de crítica.
En algunas publicaciones el rigor no es tan estricto como en las ciencias establecidas; pero
esto no quiere decir que puedan ignorarse ya las investigaciones disciplinadas.
En los dos capítulos siguientes examinamos la significación de la realidad tal como
la estructuró nuestra cultura, exponemos y nombramos sus principales rasgos y luego
ampliamos su sentido de suerte que permita incluir en él lo que parece aceptable en las
llamadas seudociencias.
1

Realidades alternas

"... El espacio de Einstein no está más cerca de la realidad que el cielo de van Gogh.
La gloría de la ciencia no estriba en una verdad más absoluta que la verdad de Bach o
Tolstoi sino que está en el acto de la creación misma. Con sus descubrimientos, el hombre
de ciencia impone su propio orden al caos, así como el-compositor o el pintor impone el
suyo: un orden que siempre se refiere a aspectos limitados de la realidad y se basa en el
marco de referencias del observador, marco que difiere de un período a otro, así como un
desnudo de Rembrandt difiere de un desnudo de Manet.”
Arthur Koestler1

La palabra “realidad”, tal como se la emplea en el discurso común, tiene una


significación definida, fácilmente comprensible y definitiva. Nuevos fenómenos a menudo
son víctimas de su amenazadora y rígida mirada. Esta definición estrecha, un producto de
nuestro pasado, está poniendo ahora graves obstáculos a nuestro progreso.
Cada individuo nace en una determinada cultura y las orientaciones y creencias
básicas de ésta lo forman y permanecen profundamente arraigadas durante toda la vida en
su personalidad. Si el individuo se traslada a una nueva cultura con otras orientaciones y
creencias fundamentales, las dos versiones de la realidad resultan discordantes. Y aun
cuando ese individuo obre cernió miembro efectivo de la nueva cultura, las orientaciones de
la primera continúan influyendo en él.
Lo que ocurre con el individuo ocurre también en el campo del conocimiento. Las
fuentes a partir de las cuales se desarrolla un campo permanecen en el seno de éste como un
armazón que proyecta su sombra y en parte definen lo que es real y lo que es verdadero, lo
que tiene sentido y lo que es un disparate, en suma, lo que constituye la forma básica o la
esencia de la realidad. Cuando ese campo se desarrolla hasta el punto en que nuevos datos
contradicen las viejas creencias, sobreviene un conflicto en el campo del conocimiento.
Esto acarrea grandes dificultades y una pugna por reconocer, organizar y resolver los
nuevos problemas presentados por el conflicto entre los nuevos datos y las viejas creencias
y orientaciones fundamentales. En esa pugna se producen confusiones y una pérdida de
comunicación entre muchos de los estudiosos del campo del conocimiento. Hoy la ciencia
se encuentra debatiéndose en una de esas pugnas. Algunos de los supuestos básicos, ese
armazón de la manera de organizar la experiencia, están en contradicción con los datos que
surgen en varios campos científicos.
La ciencia se desarrolló vigorosamente en los siglos XVII y XVIII, una época en la
que la concepción primaría del mundo era la de que el cosmos había sido hecho por un
Dios, por un Dios racional. Esa era la creencia del sentido común; el cosmos era por lo
tanto racional y el término racional tenía una sola significación. La tarea de la ciencia
consistía en comprender la estructura racional del universo. Petraca (a comienzos del
Renacimiento y al considerar el problema de cómo desarrollar una orientación científica en
una cultura orientada religiosamente) dijo que un modo de adorar a Dios era comprender y,
por lo tanto, admirar su obra. De conformidad con esta concepción, que era la concepción
de la cultura, todas las cosas, habiendo sido hechas por un Dios racional, estaban hechas de
la misma manera.2 El hecho de que exista una racionalidad única que rige todo el cosmos se
convierte a partir de entonces en la creencia y el artículo de fe más importante de la
ciencia.3 Quien dude de esa racionalidad será considerado, no como hombre de ciencia,
sino como un herético supersticioso.
Los supuestos de que el mundo es racional y de que este término tiene una sola
significación se afianzan pues en el creciente terreno de la ciencia y en nuestra estructura de
conocimiento, lo mismo que los supuestos de que el mundo es consecuente en su
racionalidad, de que todos los fenómenos que se dan en el mundo pueden comprenderse en
términos coherentes pues obedecen a leyes coherentes que son accesibles a la razón, hay,
pues, una racionalidad, y toda cosa, desde los átomos a las galaxias, desde los sueños a las
máquinas, desde la conducta humana hasta el relámpago que surca el cielo, puede
comprenderse atendiendo a la racionalidad. La misión de la ciencia consiste en profundizar
y ampliar esta comprensión.
Con un Dios racional y un cosmos racional, no puede haber lugar para excepciones
que se aparten de las leyes de la realidad. Toda entidad sigue las leyes de la racionalidad
una y todo fenómeno expresa dichas leyes. San Agustín dijo: “No existe un milagro que
viole la ley natural. Trátase solamente de fenómenos que violan nuestro limitado
conocimiento de la ley natural”. El propio Dios se encontraba atado en la urdimbre de la
racionalidad.4
En la historia de la ciencia este concepto de la racionalidad una se fue clarificando
gradualmente y aparecieron algunas de las leyes fundamentales del concepto. El primer
progreso científico se llevó a cabo en la esfera de la experiencia en la cual las cosas podían
ser vistas y tocadas. En esa esfera, las cosas podían, por lo menos teóricamente, separarse
las unas de las otras, contarse, sumarse o restarse, y entonces pareció obvio, atendiendo a
esta racionalidad una (así como había un solo Dios), que, como parte del universus
cuantitativa, luego toda cosa del universo era cuantitativa. (En los capítulos 3-6 se aclarará
la significación de estos términos y conceptos.) Partiendo de esta idea se llegó a la
conclusión de que un campo de la ciencia sólo podía progresar en la medida en que sus
datos (los fenómenos observables en el dominio que la ciencia había elegido para estudiar)
fueran cuantitativos. Esto se convirtió en un credo fundamental de la ciencia. Tan fuerte era
esta creencia que los individuos no se dieron cuenta de que reducir a lo cuantitativo (contar
y medir) es una actividad humana impuesta a nuestro conocimiento de la realidad y se la
consideró como parte de la realidad misma. “Dios es un matemático” —la famosa
declaración de Leibniz— expresaba claramente nuestra concepción y su historia.5 Poco a
poco surgieron otras ideas específicas sobre el mundo racional en el que todo podía verse y
tocarse. Una idea capital, aparentemente obvia atendiendo a los datos estudiados, suponía
los conceptos de causa y efecto: todos los sucesos tienen causas y las causas existían antes
que el suceso. No existe nada que pueda considerarse un suceso sin causa; las causas están
primero en el tiempo y a ellas sigue el suceso. Para decirlo en la jerga moderna, el “estado
de un sistema” determina un estado posterior. El pasado conduce inexorablemente al
presente. Decir que el futuro influye en un suceso presente sería tan insensato como hablar
de un suceso sin causa. Esta idea es más compleja de lo que parece a primera vista.
Aristóteles, al ahondar esta cuestión, consideró necesario dividir la “causa” en cuatro
clases, cada una de las cuales representaba un aspecto de aquélla. Pero al progresar la
ciencia enormemente en la esfera de lo que se puede ver y tocar (la esfera “sensorial”, una
esfera de bolas de billar, de ruedas dentadas, de émbolos y ejes, de palancas y poleas, de
martillos y clavos, de pólvora que explota y de balas de cañón que surcan el aire, una esfera
en la cual la causa inmediata y el suceso correspondiente podían por lo común verse
rápidamente o, en todo caso, casi siempre era posible encontrarles una explicación)6 llegó a
ser una creencia fundamental de la ciencia la de que el pasado era la causa completa del
presente y la de que toda acción era el resultado de fuerzas procedentes del pasado. El
futuro no tenía poder para modelar el presente. Como todavía no existía en la esfera
sensorial, el futuro no tenía el poder de engendrar sucesos, sino que más bien era sólo un
receptáculo por medio del cual el pasado volcaba su contenido en el presente. (En el
capítulo 11 analizaremos las significaciones dé causa y efecto detalladamente.)
Una clara implicación del supuesto de que el pasado causa lo presente es la de que
el cosmos es predecible. Si conociéramos lo bastante sobre el presente, si conociéramos por
completo el “estado del sistema”, podríamos predecir lo que haya de ocurrir en el futuro.
Como se creía que causa y efecto eran la ley suprema que rige completamente todos los
sucesos - tanto un terremoto como las formas de las olas que rompen en la arena; tanto la
composición de la Novena Sinfonía como la caída de las hojas de los árboles, tanto la
circunstancia de que los salmones se remonten corriente arriba, como el cuadro de Mona
Lisa—, todo podía predecirse de antemano con precisión y en sus detalles si poseyéramos
suficiente conocimiento exacto. La gran “inteligencia” —del filósofo Laplace del siglo
XVIII— que conocía la posición y velocidad de todos los átomos del universo y que por lo
tanto, podría predecir todos los futuros acontecimientos, era un concepto que estaba en el
fondo de nuestra organización del conocimiento y era un concepto completamente realista.7
Si bien esta implicación tuvo que abandonarse en la esfera de la mecánica de los
cuantos,8 no se entendió claramente que ese abandono significaba el colapso completo del
sistema de una racionalidad que rige todo el universo. Un universo que puede predecirse de
manera absoluta y completa (por lo menos teóricamente) en algunas esferas pero no en
otras no es un universo que esté regido en todos sus aspectos por las mismas leyes. (Desde
luego que hay ciertas situaciones de disyuntiva. Por ejemplo una mujer está embarazada o
no lo está.) Un cosmos completamente coherente no puede ser incoherente en una de sus
partes. Una excepción hace que el todo se venga abajo.9
Sobre la base de la estructura de la esfera en la que la ciencia hizo sus primeros
grandes progresos, gradualmente se fue desarrollando una tercera hipótesis sobre la
racionalidad una que regía el universo. Ese supuesto, probablemente el último en aparecer y
el primero en sufrir colapso, consistía en que, lo mismo que en el mundo visual y táctil,
toda cosa del universo podía explicarse según líneas mecánicas de empuje y tracción. El
cosmos mismo era un gigantesco aparato de relojería —armado y supervisado por Dios,
como pensaba Descartes— que podía ser fielmente explicado mediante un modelo
mecánico (y sólo válidamente explicado mediante un modelo mecánico). Este supuesto,
más útil de lo que parece en su primer examen, comprende la idea de que todo lo que
realmente se comprende puede ser visualizado y puede representarse gráficamente con
válidas analogía. Y esto es cierto en el caso de la experiencia dentro de los límites de la
vista y el tacto. Durante mucho tiempo no se comprendió que podría no ser igualmente
cierto en todas las otras esferas, por ejemplo, en la esfera de las cosas demasiado pequeñas
para ser vistas o tocadas siquiera teóricamente o en la esfera de la conciencia.
Paulatinamente los hombres de ciencia fueron dándose cuenta de que no es posible
visualizar los fenómenos observables de una manera coherente en la esfera de la mecánica
de los cuantos (el “microcosmo”). Un electrón es una construcción teórica.10 La idea de un
electrón sin los números que definen una partícula ordinaria es un disparate. Por ejemplo,
no existe un concepto según el cual un electrón ocupe una posición fija en reposo. (En el
capítulo 7 consideramos ampliamente esta cuestión.) A causa de nuestra anterior
orientación hemos atribuido a los fenómenos observables en esta esfera las cualidades de
los objetos de la esfera visual y táctil. Pero un electrón no es una partícula ni es una onda y
llamarlo con estos nombres no hace sino confundir nuestro entendimiento. Por eso uno de
nosotros llamó a estos fenómenos onta que en griego significa “seres”.11 Necesitábamos un
término como éste para ayudar a mantener claramente la idea de que no se trata de
“objetos” en el sentido corriente de la palabra, sino que se trata de algo fundamentalmente
diferente. (El singular de esa palabra es on. Cada vez que la usamos en este libro la
pondremos en bastardilla.)
Gracias a la obra de James Clerk Maxwell y al desarrollo general del concepto de
campos en física, por primera vez los hombres de ciencia advirtieron que el supuesto de que
todos los fenómenos podían visualizarse y explicarse mediante modelos mecánicos no era
por completo válido.12
Si bien se comprendió que ese supuesto no resultaba válido en varias esferas
estudiadas por la física, este descubrimiento (lo mismo que el descubrimiento de la
necesidad de abandonar la idea de que es posible predecir específicamente en la mecánica
de los cuantos) ocupó una curiosa posición en la ciencia. En otras disciplinas científicas
todavía se cree a menudo firmemente que lo que nos impide construir un útil y fructífero
modelo mecánico con nuestros datos es nuestra falta de conocimiento antes que algo
inherente a los datos mismos. Los físicos pueden reconocer que no es pertinente
conceptualizar un electrón como algo que no sea una serie de números (por ejemplo, no se
lo puede concebir como una bolita muy pequeña que gira rápidamente), pero, por lo común
la mayor parte de los psicólogos aún se aferran a la creencia de que algún día y de alguna
manera tendremos modelos mecánicos del espíritu humano y de las sociedades humanas.
Esta esperanza y este supuesto están en el fondo de la profunda y brillante indagación de
Freud, y el sistema psicoanalítico de describir la personalidad bien podría considerarse
como el mayor monumento erigido en honor de esta creencia.
Actualmente la ciencia se debate con un profundo problema que implica esta
aparente paradoja. A la creencia de que todo cuanto existe es real en el mismo sentido y
obedece a leyes consecuentes se opone el conocimiento de que muchos datos (incluso los
relativos a nuestra experiencia interior) no pueden hacerse encajar en el mismo sistema
racional que tan bien describe lo que existe y ocurre en la esfera visual y táctil de la
experiencia. Hemos indicado brevemente algunas de las maneras en que se afrontó este
conflicto en la física (como por ejemplo, el abandono del modelo mecánico, el abandono de
la idea de que es posible predecir eventos en la mecánica de los cuantos y su reemplazo por
la predicción estadística); luego nos ocuparemos más detalladamente de estas cuestiones.
Por ahora limitémonos a examinar el problema desde el punto de vista de la psicología.
Hemos señalado tres aspectos de la racionalidad una, que, según se creía, podían
aplicarse al cosmos: la cuantificación (reducción de los fenómenos a términos
cuantitativos), causa y efecto (relación causal que permite predecir) y el uso necesario y
válido de modelos mecánicos. Serios trabajos realizados con la intención de aplicar estos
tres aspectos al campo de la psicología resultaron infructuosos. Por ejemplo, consideremos
el concepto de cuantificación. En los siguientes capítulos expondremos la significación
precisa de este concepto, pero su simple definición general bastará aquí.
Cuando examina uno la historia de la psicología, comprueba que los serios intentos
realizados durante los últimos cien años para abordar en términos cuantitativos las
experiencias interiores han fracasado. Y, en realidad, tan grande fue ese fracaso y tan pocas
son las esperanzas de alcanzar éxito en ese empeño que hoy ciertos conductistas (un grupo
amplio de psicólogos trata de abordar toda conducta y experiencia atendiendo a motivos
mecánicos) ignora los datos primarios de este campo y nuestra experiencia interior pues
pretende que ella no existe. Una ciencia que se redefine a fin de desembarazarse de sus
datos básicos se encuentra realmente en un grave estado.

Todos los psicólogos recuerdan los grandes esfuerzos realizados para reducir a
términos cuantitativos la vida interior. Así hubo una “psicofísica” y hubo “tetraedros del
gusto” y “prismas del olfato”.13 Hubo un Herbart con su matemática del inconsciente, un
Kurt Lewin con su psicología topológica y un Clark Hull, un Spence, un Guthrie y muchos
otros. A pesar de todos sus esfuerzos resultó imposible establecer una vara para medir el
miedo o pesar en una balanza la esperanza. Yo puedo decir “Esta mesa tiene exactamente el
mismo largo que aquella”, pero no puedo decir ‘Tu placer es exactamente tan grande como
el mío”. ¿Y el hombre que camina una milla para obtener un cigarrillo Camel tiene la mitad
del deseo de fumar un cigarrillo que el hombre que camina dos millas para obtenerlo? Con
animales y personas, los psicólogos trataron de hallar ecuaciones que relacionaran la
experiencia interior cualitativa con la conducta exterior cuantitativa... y no llegaron a
ninguna parte. Uno tras otro se hicieron intentos para cuantificar la experiencia interior y
todos ellos fueron a parar en nada. De nuestra experiencia interior podemos decir que
comprende determinaciones cualitativas y éstas eran consideradas como secundarias y
fracasos de la ciencia. Uno puede decir “Siento más dolor que ayer”, pero si intentamos
decir: “Tengo nueve grados de dolor”, nos damos cuenta de que estamos diciendo un
disparate. Podemos decir que Rembrandt era un pintor más grande que Kandinsky. Pero no
podemos decir que Rembrandt era tres veces y media más grande que Kandinsky. Sin
embargo, tan profunda era la creencia de que todo el universo era cuantitativo que
consideramos esta circunstancia más un fracaso de nuestra ciencia que una diferencia en los
datos mismos.
Nuestros múltiples intentos de aplicar aspectos de la racionalidad una a la
experiencia humana —hacer que ésta esté conforme con la realidad tal como la observamos
en la esfera visual y táctil— también fracasaron. La posibilidad de predecir nunca era la
misma que la posibilidad de predecir lo que ocurrirá con las bolas de billar. Después de más
de setenta años de experiencias la mayor parte de los psicoterapeutas llegó a la conclusión
de que el único enfoque que tiene sentido cuando se trata de la conducta humana es el de
postular que el pasado estuvo determinado y el futuro es libre. (Como veremos en el
capítulo 12, ésta es precisamente la conclusión a que se llegó aplicando rigurosamente los
modernos métodos científicos a los datos de la esfera de la conciencia y de la esfera de la
conducta con sentido.) Como la idea de la predicción reposa en la idea de que el pasado
determina completamente el presente, subsistía un problema importante. En nuestra
experiencia es central el sentido de la finalidad de nuestras acciones, de lo que queremos
que sea el futuro atendiendo a lo que sentimos y hacemos ahora. Esto es claramente
observable. Ignorarlo significa ignorar parte de los datos fundamentales de nuestra
existencia. Pero aceptarlo significa destruir la coherencia que, según creemos, rige tanto
nuestra experiencia interior como el comportamiento de la bolas de billar. Vociferar contra
la “tecnología” (la creencia de que la meta influye en la conducta, cosa que no ocurre con el
movimiento de las bolas de billar o con el de las flechas, razón por la que a menudo no se la
consideró válida cuando se la usaba como un factor explicativo de la conducta humana) y
decir que es “anticientífica” no es ninguna respuesta. Sabemos que hay diferencias en el
acto de tomar un aparato de teléfono si nuestra finalidad es telefonear al hospital para
preguntar por el estado de un niño enfermo o susurrar palabras de amor a la persona de la
que estamos enamorados o quejamos al contratista de obras porque los trabajos están
atrasados o hacer una llamada telefónica obscena. Ignorar estas diferencias de finalidad es
insensato. Sin embargo, aceptarlas significa violar el axioma fundamental de la ciencia
moderna que el universo es consecuente puesto que no hay finalidad alguna en el hecho de
que una bola de billar choque con otra y en el hecho de que cada una se mueva a una
velocidad y en una dirección perfectamente determinadas por el pasado.
La cuantificación, el determinismo y el intento de construir modelos mecánicos
fracasaron todos a pesar de los serios y prolongados esfuerzos realizados. Quedaba sólo la
creencia de que la racionalidad una, originalmente atribuida a Dios Creador, podría
aplicarse algún día a nuestra vida interior en virtud de alguna nueva intuición. Pero lo que
ignorábamos al sostener esta creencia era el hecho de que ella va directamente contra toda
nuestra experiencia. Ni vivíamos, ni obrábamos, ni sentíamos como si esa creencia fuera
verdadera. Vivíamos en una serie de modelos del universo completamente diferentes,
vivíamos en diferentes maneras de organizar la realidad, según diferentes definiciones de lo
que era real e irreal, sensato e insensato, durante el transcurso de un solo día. Ilustremos
esto con la jornada de un imaginario hombre de negocios tenaz y con los pies bien
plantados en la tierra.
Durante la jornada de trabajo ese hombre está sentado a su escritorio y vive en una
realidad que todos conocemos muy bien. Es la realidad que los occidentales concebimos
ordinariamente como la realidad real. Es la realidad en que nos atamos los cordones de los
zapatos, en que compramos pasajes de avión y tomamos un taxi para ir al aeropuerto. Ese
hombre de negocios dirá, como la mayor parte de nosotros, que ésa es la única realidad real
y que cualquier otra es ciertamente alguna aberración transitoria.
Un día ese hombre de negocios llega a su casa después del trabajo. Sabe que en esa
zona se han registrado algunos casos de meningitis y está preocupado por su hijo de tres
años. Por la noche, mientras está sentado en el salón de la planta baja, oye que el niño llora
arriba. El hombre sube por la escalera terriblemente asustado y murmura: “ ¡Dios mío, que
no sea meningitis!” En realidad, está rezando. Toda su conciencia participa en esa acción.
El hombre está organizado de tal manera que esto es lo único que tiene sentido para él, que
la manifestación de ese deseo en ese momento es el acto razonable que debe hacer. No lo
pone en tela de juicio. En ese momento está percibiendo y reaccionando de una manera
diferente de la manera en que lo hace durante toda la jornada. En su trabajo sabe que no
tendría absolutamente ningún sentido semejante actitud. El universo, tal como ese hombre
lo estructura ordinariamente, no responde ni a la emoción ni a la oración.
Llega al piso superior y con gran alivio comprueba que el niño no está enfermo. El
niño sencillamente se ha despertado durante la noche alterado y asustado. El hombre
acaricia a su hijo, lo sostiene en sus brazos y le dice “Todo está bien”. ¿Qué ocurre
realmente aquí? El niño se ha despertado confuso y asustado y el padre lo tranquiliza
diciéndole “Todo está bien. El universo es bueno, todas las cosas están en orden”. Pero esto
no es cierto en el estado de conciencia ordinario y cotidiano de ese hombre, en el modo en
que comúnmente organiza la realidad. El hombre vive en un mundo hostil capaz de
aniquilarlo a él y a su hijo. Uno no puede decírselo al niño y decirle también “Todo está
bien, el universo es bueno”. Pero ese hombre de negocios no está mintiendo; en ese
momento se encuentra en una realidad completamente diferente de la realidad vivida
durante el día o de la realidad vivida en el momento en que subía por la escalera. Con toda
sinceridad dice en efecto “Hay una manera de estar en el universo en la cual el amor
trasciende la muerte y en la cual el cosmos no nos aniquilará”. También aquí está
organizando la realidad de un modo diferente. Y en ese momento la manera en que el
hombre percibe la realidad y la manera en que reacciona frente a ella es completamente
verdadera a su entender.14
Después de tranquilizar al hijo, el hombre de negocios va de nuevo a la planta baja.
Esa noche él y su mujer salen a bailar. Durante la velada baila del modo habitual, goza más
o menos de la danza, piensa en varías cosas, en la música, en su compañera, en lo que han
estado hablando, en otras personas, etc. Súbitamente se da cuenta de que durante un
momento —no sabe exactamente durante cuánto tiempo— todo era diferente. Durante ese
momento que acaba de pasar no estaba pensando en nada. No estaba ofuscado, no estaba en
un trance. No estaba dormido. En realidad, se encontraba bien despierto, sólo que todo su
ser hacía sólo una cosa: bailaba. Una vez terminada la danza el hombre se sintió bien,
ligeramente exaltado, agradablemente relajado. Si se analiza cuidadosamente ese lapso
transcurrido se comprobará que ese hombre había organizado de nuevo la realidad de un
modo diferente. Ya no escuchaba la música, ya no bailaba con su mujer, ya no evitaba a las
otras personas sino que él, la música y su compañera eran una sola cosa en un sentido
fundamental. El hombre se movía como si formara parte de una trama que comprendía la
música, la pista de baile, las otras personas y toda la escena. Bailaba mucho mejor de lo que
lo hacía comúnmente. Era casi como si él y su mujer experimentaran una especie de
telepatía entre sí y como si cada cual respondiera a los movimientos del otro y a las
percepciones del otro de una manera muy superior a la habitual. En la realidad que nuestro
hombre vivía en ese momento no había separaciones entre las cosas, t odas las cosas fluían
las unas en las otras.
Después, aquella noche ya en su casa, el hombre de negocios y su mujer se ponen a
escuchar una sonata de Beethoven. Durante muchas partes de la música el hombre organiza
el universo de un modo diferente del modo en que organiza su vida cotidiana. Lo organiza
de tal manera que ya no es él quien está escuchando la música, pues la música y él son una
misma cosa. La música está dentro de él así como está fuera de él.
El hombre no está hablando de la música ni pensando en ella, sino que está siendo
intensamente con la música.
Luego se va a dormir y mientras duerme tiene un sueño. En el sueño ocurren cosas
extrañas. Aparece un canguro que ronda por una montaña. Tiene el rostro de su hermano
mayor y el hombre le habla. El escenario cambia y ahora es submarino. Aparece una
hermosa sirena. Durante el sueño el hombre no pone en tela de juicio las “cosas extrañas”
que ocurren en él. Sabe que son ciertas. De nuevo ha organizado la realidad de un modo
diferente. Un modo en que todas las cosas son posibles, un modo en que pueden hacerse
todas las conexiones imaginables. El símbolo y la cosa simbolizada obran recíprocamente
de manera constante. Este es nuevamente otro estado de conciencia, otra realidad en la que
vive nuestro sujeto.
Uno de los caracteres fascinantes de las realidades alternas consiste en que cuando
uno realmente las está viviendo tienen perfecto sentido para uno y uno sabe que es la única
manera correcta de ver la realidad. Es sólo una cuestión de sentido común.
Para usar una expresión moderna, ese hombre de negocios se encontraba en un
estado de conciencia cambiado en los diferentes incidentes que consideramos. Un estado de
conciencia cambiado y una realidad mudada son dos lados diferentes de la misma moneda:
Cuando describo sus reglas y sus principios limitantes básicos (para emplear la expresión
que usa el filósofo del siglo XX C. D. Broad al caracterizar los supuestos fundamentales de
la realidad) estoy hablando de una realidad alterna; cuando percibo y reacciono según estas
reglas estoy en un estado de conciencia cambiado. Cada uno de nosotros durante todo el día
se vale de diferentes construcciones del universo. Nos hallamos en “estados de conciencia
cambiados”, nos valemos de “diferentes construcciones de la realidad”, usamos “diferentes
sistemas metafísicos”, vivimos en “realidades alternas”... Todo cuanto podemos decir es
que estos cambios y desplazamientos son esenciales para nosotros. Ciertamente son
universales, se dan en todas las culturas y en todas las épocas que conocemos. Si alentamos
el uso de realidades alternas, como en la meditación, la representación teatral, la música
seria, etc., acrecentaremos la capacidad de los seres humanos para alcanzar nuevas
potencialidades. Si ponemos obstáculos a su uso haremos daño a esas personas. Esto ha
quedado demostrado, por ejemplo, en el trabajo experimental de impedir que personas
dormidas sueñen mientras se les permite dormir normalmente. Estas investigaciones
debieron interrumpirse porque dañaban psicológicamente a los individuos.

Hasta ahora es muy limitado el grado en que la psicología y las ciencias sociales en
general aceptaron la idea de diferentes realidades. Por lo común, hoy los psicólogos no
afirman la idea de una validez igual de estas realidades. Las ciencias sociales consideran en
general la esfera sensorial, el estado de conciencia cotidiano común; como la esfera
“correcta” y consideran las demás como debidas a alguna aberración o a otra causa análoga.
Literalmente esos otros estados se apartan del “correcto”.15
En psicología expresiones despectivas tales como pensamiento “concreto”,
“regresivo” o “esquizofrénico” se emplean para designar los varios estados de conciencia
cambiados o “alterados”, con la idea implícita de que el psicólogo probablemente pueda
curarlos si lo desea. En el fondo de esto está la afirmación de Freud: “Donde estuvo el ello
estará el yo”.16 Actualmente un grupo de psicólogos hasta intenta reducir los sueños al
control activo de la conciencia y trabaja con lo que ellos llaman “soñar lúcido” (estados
oníricos en los que uno se da cuenta de que está soñando).
Para el antropólogo es claro que el aborigen está entregado al pensamiento
“primitivo” o “mágico” y que en cualquier punto en el que las ideas del antropólogo y del
aborigen sobre un determinado problema difieren, es el nativo quien ha perdido contacto
con la realidad. Cuando los sociólogos discuten la diferencia que hay en las orientaciones
de la clase “inferior”, “media” y “superior”, generalmente consideran que las opiniones de
la clase media son las más efectivas y las que están más cerca de la visión conecta, de la
realidad “real”. Probablemente sea significativo el hecho de que los sociólogos por lo
general son de la clase media.
En la medida en que aceptan que los seres humanos viven en diferentes realidades,
las ciencias sociales adoptaron un procedimiento para investigar qué cosas sean estas
realidades. El procedimiento consiste en obtener la descripción más acabada posible de los
supuestos básicos —los principios limitantes básicos— de una particular realidad. Esto se
lleva a cabo de dos maneras. La primera consiste en preguntar sobre esos supuestos. Por
ejemplo, se pregunta al informante “¿Obedece Mana17 a la voluntad humana?” La otra
manera es observar, escuchar y determinar qué principios limitantes básicos pueden estar
operando si las acciones y las palabras tienen sentido.18
Por ejemplo, si nuestro hombre de negocios dijo “ ¡Por Dios, que no sea
meningitis!” estaba construyendo la realidad de una manera tal que las oraciones tenían
sentido y podían ser respondidas. El universo puede responder a la emoción si ella está
propiamente expresada. Esta es pues una de las reglas de esta realidad alterna particular.
Una tercera manera, que últimamente se ha hecho popular, es la de que los propios
científicos sociales experimenten deliberadamente estados de conciencia alterados, ya
mediante el uso de LSD, ya mediante la meditación, para descubrir luego el cosmos tal
como lo percibieron en el apogeo de su experiencia.
De suerte que los científicos sociales observan el modo en que sus sujetos organizan
y perciben la realidad en varias situaciones. Examinan y tratan de analizar la estructura y
naturaleza de las diferentes organizaciones de la realidad. A veces llegan a definir en qué
situaciones se producen variaciones respecto de “la visión correcta” (la visión del científico
social), como ocurre en el sueño, en la psicosis, en los estados provocados por las drogas.
Además, el científico social tiene que establecer una diferencia entre estados de conciencia
“normales” y “patológicos”. Muy poco es lo que se ha hecho hasta ahora en esta importante
esfera. Es evidente que si tenemos a 437 esquizofrénicos en un hospital para enfermos
mentales, ello no significa que tengamos 437 diferentes construcciones válidas de la
realidad. Significa sencillamente que tenemos 437 esquizofrénicos. Pero, ¿cuántas
construcciones válidas de la realidad hay? Personalmente, por ejemplo, creemos que su
número es comparativamente pequeño, pero sólo conocemos unas pocas reglas para
determinar la validez de una construcción de realidad. Esas pocas reglas que conocemos
son: 1) la construcción debe ayudarlo a uno a alcanzar las metas reconocidas como válidas
en el estado en cuestión o debe dar respuesta a las preguntas definidas por sus reglas como
preguntas reales; 2) debe ser internamente consecuente; 3) debe ser —pues somos seres
humanos— un estado de conciencia que los seres humanos puedan usar y en el que (aunque
sea sólo brevemente) puedan continuar funcionando y sobreviviendo. Eso es todo cuanto
sabemos.19
Los científicos sociales no están interesados en uno u otro dominio de la realidad.
Les interesa la manera en que los sujetos organizan su experiencia total en un determinado
momento y en una determinada situación.
Los físicos abordan la cuestión de las realidades alternas de modo muy diferente y
hasta más modesto. Dividen el mundo en distintos “dominios” de estudio. Identifican
dichos dominios con nombres tales como “mecánica”, “termodinámica”, “química”,
“geometría plana”, “neurología”, “psicología” y “sociología”. En cada dominio de la
experiencia que estudian, los físicos se hacen ciertas preguntas: “¿Cuáles son los
fenómenos observables en este dominio?” “¿Qué clase de mediciones se pueden hacer
aquí?” “¿Cuáles son las leyes relativas a los fenómenos observables en este dominio?” En
las páginas siguientes nos ocuparemos de estas cuestiones desde un punto de vista más
general. En los capítulos 3, 4, 5, 6 y 7 las trataremos con más detalles y con mayor “rigor
científico”.
En cada dominio, las entidades, sus propiedades observables y sus leyes son
diferentes. Todas son compatibles, no contradictorias, pero son diferentes. Además cuando
se franquean ciertas fronteras que separan grupos de dominios (o esferas), los fenómenos
observables y las leyes relativas a ellos son verdaderamente muy diferentes, tan diferentes
que para abordarlos un físico debe echar mano de lo que en rigor de verdad es una diferente
construcción de la realidad. En los últimos capítulos dedicados al reduccionismo
analizaremos minuciosamente este hecho. Los datos del físico correspondientes a ciertas
esferas sólo pueden “explicarse” —hacerse legítimos— apelando al supuesto de que en esas
esferas el universo debe entenderse de conformidad con una organización de la realidad
muy particular.
Para ilustrar lo que estamos diciendo consideraremos esta cuestión: ¿Qué ocurre
cuando de la esfera de las cosas que podemos ver y tocar pasamos. a la esfera en la que las
entidades son demasiado pequeñas para ser observadas o tocadas directamente o con
instrumentos? Como en esta esfera las características visuales y táctiles ya no están
presentes, los conceptos referentes a ellas no tienen sentido.
Tomemos una bola de billar azul y reduzcamos su tamaño a una milésima parte de
sus dimensiones originales. La bola es ahora una mota en un rayo de sol, para decirlo en
leguaje védico. Reduzcámosla ahora otro millón de veces. La bola queda ahora
completamente fuera del dominio táctil y visual.
El color es causado por el reflejo de una particular longitud de onda de luz en el
ámbito en que nuestros ojos son sensibles a ella. Nuestra encogida bola de billar es ahora
más pequeña que esas longitudes de onda. No puede reflejar luz. ¿Cuál es entonces su
color? No tiene ningún color. Ni siquiera puede hablarse de una ausencia de color.
Sencillamente el término no tiene aplicación aquí, así como no cabe hablar de “sonoridad”
en el caso de una nube o de “peso” en el caso de una longitud de tres metros.
También la contextura pierde su significación. ¿Cómo puede uno establecer si la
“superficie” de nuestra microbola de billar es ahora “rugosa” o “lisa”? En verdad, ya ni
siquiera estamos seguros de lo que queremos decir con esta pregunta puesto que tampoco
estamos seguros de que la bola tenga una superficie. ¿Cómo podría asegurarlo uno? Ya no
podemos ni ver ni tocar su superficie ni siquiera teóricamente. Y si nada podemos decir de
su superficie, ¿qué diremos de su “forma”? Podremos decir lo que se nos antoje sobre su
“forma”, pero sencillamente no hay manera de establecer si estamos en lo cierto o estamos
equivocados. (Si uno dice que la bola de billar ene ahora forma de empanada y otro dice
que tiene la forma de una cinta, no h v modo de determinar cuál de los dos tiene razón.) El
término “forma” ha p ardido aquí su significación y relevancia; ya no se lo puede aplicar.
La forma es una propiedad de la esfera visual y táctil y resulta inaplicable en esta esfera de
onta en miniatura.
Análogamente, el concepto de “tamaño” se hace cuestionable y azaroso en este
nivel. Aquí ya no es perfectamente claro lo que queremos significar con él. No se puede
preguntar “¿Qué tamaño tiene un electrón?”. Es como si preguntáramos “¿Qué espesor
tiene el Ecuador?” (Conocemos su longitud.) Esta es una situación en la que la respuesta a
nuestra pregunta está parcialmente determinada por la estructura del experimento, así como
las dimensiones de un cometa están parcialmente determinadas por su proximidad al sol
(por más que su masa continúe siendo la misma) o bien como ocurre con el tamaño de un
globo inflado que está parcialmente determinado por la presión del aire que lo rodea. En
todo caso, el tamaño no es la característica esencialmente simple y estable que es en los
niveles en los que podemos observar visualmente las cosas. Esto se debe en parte a que la
“superficie” es un concepto visual que no tiene cabida aquí. No podemos describir la
superficie de una partícula subatómica, no podemos siquiera decir qué posición ocupa la
superficie (¿a qué distancia está la superficie del centro de un on si no podemos determinar
su forma?). También el “movimiento” se convierte en algo completamente diferente en
estas esferas no visuales de lo que es en situaciones en las que nuestros ojos pueden
servimos. Aquí lo máximo a que podemos aspirar es hallar un signo de que un determinado
on estuvo en un lugar y ahora está en otro, pero no podemos decir lo que ese on hizo en el
ínterin. Por cierto que hay excepciones: el curso de una cámara de niebla siempre se asigna,
sin dificultad conceptual, a la misma partícula.
Como, por lo que se sabe, una partícula subatómica dada puede no tener ninguna
organización interna y como no podencos ver su superficie, no hay manera de distinguir
una partícula de otra. En cuanto a la posición que ocupe, lo mejor que podemos hacer es
expresarlo con las palabras del físico Arthur Eddington: “está como cubriendo toda una
distribución de probabilidad”.20
(Existe otro rasgo único que caracteriza a los miembros del microcosmo atómico y
nuclear: las propiedades esenciales de esos miembros son precisamente las mismas. Todos
los electrones, protones, neutrones —en verdad, todos los núcleos atómicos— tienen, según
los experimentos, la misma masa y la misma carga que otros electrones, protones o
neutrones. El error probable en sus valores es extremadamente pequeño. Esta es otra de las
razones de que no se los distinga. En el macrocosmo nunca se encuentra semejante
unicidad; nunca dos cuerpos de la naturaleza tienen precisamente la misma masa, el mismo
tamaño o la misma forma... a menos que hayan sido hechos por el hombre. Este hecho que
los físicos dan por descontado nunca suscitó una explicación de parte de los filósofos.”
A menudo decimos que un electrón atómico está en cierta órbita pero esto no
implica la característica visual de trasladarse de un punto a otro punto al seguir la órbita.
Tampoco se trata de “saltar” de un estado orbital a otro en el sentido de hallarse el electrón
en una situación intermedia al saltar.21 (En el capítulo 20 trataremos este tema.)
En aquellas esferas de la experiencia en que las entidades son demasiado pequeñas
para ser vistas o tocadas ni siquiera teóricamente, conceptos como tamaño, forma,
superficie y movimiento cambian y hasta pierden la significación que tenían en la esfera
visual y táctil. La “localización” en estos niveles asume pues una nueva significación. Un
on puede localizarse cuando acaba de estar en interacción con una entidad lo bastante
grande para ser visualmente percibida. Un electrón da contra una pantalla de escintilación y
vemos el destello. Podemos decir que el electrón estuvo en interacción con la pantalla
entonces. En principio, es todo cuanto podemos decir. O, en el caso de una cámara de
niebla podemos decir que se forma una línea de gotitas de agua. No vemos el electrón; lo
que vemos es un instrumento mayor que fue afectado de una manera particular por un
electrón un instante antes. ¿Dónde está ahora el electrón? Sólo podemos decir de nuevo “su
localización está como cubriendo toda una distribución de probabilidad’’.
En la esfera de lo muy pequeño (el “microcosmo”), no podemos definir el tamaño,
la forma, la identidad o la posición ocupada con el mismo sentido en que lo hacemos con
las cosas que podemos ver. Por eso es razonable suponer que la manera en que las cosas
obran entre sí será también diferente.
Si observamos la interacción de dos bolas en una mesa de billar comprendemos la
naturaleza de causa y efecto que propulsa una bola en una dirección y la otra en otra
después de haber chocado. Sabemos de qué bola se trata, la distinguimos. Si tuviéramos
bastantes conocimientos y fuéramos matemáticos podríamos predecir exactamente el curso
de las bolas y las direcciones que tomarán, así como cuánto trecho recorrerán antes de
detenerse. En rigor de verdad, eso es lo que hace un buen jugador de billar con pasmosa
precisión.
Pero en la esfera de los onta, que no podemos observar permanentemente, sino en la
que vemos ocasionalmente efectos de su presencia, en la que a menudo no tenemos manera
de distinguir de qué electrón se trata después de haber entrado dos electrones en colisión, en
la, que cuanto más exactamente podemos medir la posición de un on, menos seguros
estamos sobre su cantidad de movimiento y viceversa, en la que no pueden aplicarse las
características visuales, cabe esperar que los modos en que las entidades se afectan
recíprocamente sean diferentes de los modos en que se afectan las bolas de billar.22 Como
no podemos diferenciar un on de otro, no podemos predecir lo que hará un determinado on.
Como los onta operan obedeciendo a una ley y no a un capricho, podemos empero predecir
estadísticamente lo que harán.
Para aclararlo más consideremos el ejemplo siguiente : supongamos que yo soy un
ingeniero que está a cargo de una gran cantidad de máquinas, todas ellas, por lo que yo sé,
hechas en la misma fábrica en idénticas condiciones y con materiales idénticos. No puedo
distinguir una de otra. No puedo decir cuál de ellas se deteriorará primero, ni qué parte de
la máquina se descompondrá primero. Sin embargo, si he estudiado durante mucho tiempo
ese tipo de máquinas y si en los libros del establecimiento están registrados los detalles de
lo que ocurrió con anteriores máquinas, puedo predecir con gran exactitud cuántas de ellas
quedarán fuera de funcionamiento después de transcurrido un determinado período y de qué
maneras se deteriorarán. En el caso de estas máquinas imaginarias, ha cambiado la base de
la predicción que antes era la relación causal y ahora es la base estadística. El mismo
cambio se produce cuando de esferas en que podemos distinguir las cosas con los ojos
pasamos a esferas en las que las entidades son demasiado pequeñas para ser vistas.
¿Qué quiere decir esto? Hay una manera de describir el modo en que opera la
realidad, modo que tiene perfecto sentido cuando se trata de la esfera visual y táctil. Aquí
entran en juego los caracteres que tienen las cosas, tales como forma, tamaño y color y el
modo en que acaecen las cosas, es decir, cómo se mueven y entran en interacción las
entidades. En este sistema el modo de ser de las cosas determina absolutamente cómo ellas
serán posteriormente, y si poseemos suficientes conocimientos podemos hacer predicciones
por completo exactas. Cuando se trata de la esfera sensorial, éste es el sistema “correcto”
que hay que usar, éste es el sistema metafísico “adecuado”, es la “verdadera” descripción
de la realidad.
Pero cuando se trata del microcosmo, ese sistema ya no puede aplicarse, las
entidades aquí tienen diferentes características, se mueven y obran recíprocamente de
maneras muy diferentes. En esta esfera debemos valemos de una diferente descripción de la
realidad a fin de tratar científicamente los datos. En el microcosmo el nuevo “sistema
metafísico” es el “correcto”, él es la “verdadera” descripción de la realidad. (En los
capítulos 8 y 9 diremos algo más sobre este punto.)
¿Cuál sistema es realmente el correcto? Esto depende de la esfera de que se trate. El
supuesto de que sólo hay una definición “verdadera” de toda la realidad es anticuada. Como
habremos de mostrarlo después, no hay contradicción entre diferentes sistemas válidos de
explicación, entre diferentes realidades válidas que son empero profundamente diferentes.
Según la clase de mediciones que pueda hacerse en cada esfera, según el tipo de
datos que surgen y según las leyes relativas a los fenómenos observables que deben
introducirse para que los datos tengan sentido legítimo, el físico comprueba que debe
emplear tres o cinco diferentes “realidades” (“sistemas metafísicos”, “construcciones
alternas de la realidad”) para explicar los datos. Decimos “tres o cinco” porque en realidad
el físico usa tres, pero si extendiera algo más su método necesitaría por lo menos cinco
construcciones de la realidad. Dichas construcciones son: 1
1) La esfera visual y táctil, hasta los límites de la instrumentación. Esta esfera
podría llamarse también “sensorial” o de “extensión media”.
2) Esfera de cosas demasiado pequeñas para ser vistas o tocadas siquiera
teóricamente: el microcosmo.
3) Esfera de cosas demasiado grandes o cosas que acaecen demasiado a prisa para
ser vistas o tocadas, siquiera teóricamente: el macrocosmo.
Estas son las tres esferas a las que los físicos aplican su método. Pero hay por lo
menos otras dos a las que podrían aplicarlo:
4) Unidades de conducta con sentido de cosas vivas: es decir, unidades de conducta
que están por encima del nivel de los reflejos. Esta es la esfera en que los organismos
buscan alimentos, corren para escapar del peligro, se acoplan, etc. (En el capítulo 12
definimos más detalladamente esta esfera y la quinta.)
5) La experiencia interior del hombre, incluso la del propio físico.
En cada una de estas cinco esferas, si el físico formula sus preguntas (“¿Qué clase
de mediciones podemos hacer en esta esfera? ¿Cuáles son aquí los fenómenos observables?
¿Qué leyes podemos postular que relacionen esos fenómenos observables entre sí?”),
obtiene respuestas muy diferentes. Como ya se indicó, en la esfera visual y táctil un físico
puede llevar a cabo mediciones cuantitativas, ver claramente relaciones de causa y efecto,
observar que la condición actual —el “estado del sistema”— inexorablemente conduce al
siguiente estado y puede usar modelos mecánicos. En el microcosmo puede realizar
mediciones cuantitativas pero no puede observar relaciones de causa y efecto en el sentido
habitual —es decir, con miras a predecir sucesos— ni puede usar modelos mecánicos.. Si el
físico extendiera su método al dominio de la experiencia interior comprobaría que no puede
hacer mediciones cuantitativas, que puede observar relaciones de causa y efecto sólo en el
pasado, pero que no puede predecir sucesos específicos en el futuro, y comprobaría que
tiene que incluir la “finalidad” como un elemento observable y que no puede usar modelos
mecánicos.
Cada una de estas cinco esferas tiene diferentes respuestas a las preguntas del físico:
“¿Cuáles son los fenómenos observables aquí?” “¿Cuáles son las leyes que relacionan entre
sí estos fenómenos observables?” Por ejemplo, espacio y tiempo son diferentes, según las
esferas. No podemos suponer que el espacio que se extiende entre los onta o entre las
galaxias sea necesariamente el espacio euclidiano.23 ¿Cómo podemos medir el espacio? El
espacio personal —el espacio que emplea mi vida interior y que influye en mi conducta-
dista mucho de ser el espacio que puede medirse con una vara. Si mi amada o una hermosa
mariposa está a nueve metros de distancia, está muy lejos de mí. Si un tigre suelto se
encuentra a cien metros de distancia, “está muy cerca de mí”. (¡Y si sé que ese tigre está
hambriento, está aún más cerca!) También en la esfera de las cosas muy grandes o muy
rápidas, el tiempo, el espacio, el tamaño, la velocidad y la masa asumen relaciones
completamente diferentes de las que tienen en la esfera de las cosas que podemos ver y
tocar.24

CINCO ESFERAS DE EXPERIENCIA

Operación
Cosas muy pequeñas

Visual y táctil

Cotas muy grandes o rápidas

Unidades de conducta con sentido

Vida

inte

rior

Cuantificación

No

Relación causal (posibilidad de predicción específica)


No

No

No

Aplicación de modelos mecánicos


No

No

No

No

En la actualidad la física se está debatiendo con este problema. Buena parte de la


presente especulación sobre “localización” (similar a la antigua expresión “acción a
distancia”), “variables ocultas”, la naturaleza de los onta (partículas o campos) y problemas
análogos se debe al hecho de que en el microcosmo y en la esfera visual y táctil son
necesarias diferentes construcciones de la realidad. Lo que en una esfera es un problema
insuperable —una imposibilidad, un milagro si éste se diera— no presenta ninguna
dificultad en la otra. Tampoco existe una racionalidad única (hecha por un Dios racional)
que gobierna todo el universo.
Para la mayor parte de nosotros resulta inmensamente difícil aceptar el hecho de
que haya más de una manera válida en que el mundo marcha. Estamos profundamente
condicionados y suponemos que conocemos la única verdad y que todo lo demás es de
algún modo menos real. Poner en tela de juicio semejante suposición nos parece que
significa abandonar toda razón y situamos en un cosmos caótico e impredecible. Esto nos
lleva a esa “ansiedad catastrófica” que el psiquiatra Kurt Goldstein describió como la más
grave de todas las ansiedades. Goldstein demostró cómo nosotros, en nuestro desarrollo,
constituimos nuestro yo para sostener esa visión de la realidad (y para que ella nos
sostenga) que nuestra cultura cree que es la única correcta. Si la cultura a que pertenecemos
ya no sostiene este modelo o si nos vemos frente a datos que lo contradicen, nos sentimos
en gran peligro, el peligro de que nuestro yo sin apoyo se desmenuce y se haga añicos.
Sentimos que ya no podemos continuar siendo un todo. Desde otro punto de vista, el
antropólogo cultural describió el mismo fenómeno. En lugar de la “ansiedad catastrófica”,
el antropólogo habla del hombre “marginal”; se trata de gente que pasó de la cultura en que
se crió a una muy diferente o de gente que sobrevivió a la destrucción de su cultura y ahora
vive en el seno de otra. Cuando se estudió a individuos que se encuentran en este tipo de
situación, resultó evidente que estaban sometidos a la acción de poderosas fuerzas
destructoras del yo con el consiguiente menoscabo del yo y el debilitamiento de su
capacidad.
Joseph Conrad, al exponer la idea de que cada cultura modela la realidad para los
individuos nacidos en ella y la de que éstos pueden sobrevivir ilesos únicamente
permaneciendo dentro de esa definición de la realidad, escribió en su novela Lord Jim: “Un
hombre al nacer cae en un sueño como quien cae en el mar. Si trata de salir al aire, como se
esfuerzan en hacerlo las personas inexpertas, se ahoga...”
Esta modelación de la realidad es un proceso que afecta profundamente al
modelador. Por ejemplo, en nuestra construcción de la realidad está incluida una definición
de “ser humano” y de la relación de esta entidad con el resto del cosmos. Y en la definición
están también incluidas respuestas a preguntas tales como “¿Es bueno el universo?” y “¿Es
regido por leyes?” Esas respuestas definen el cosmos de cada individuo y, por lo tanto, la
manera en que el individuo se modela a sí mismo para ajustarse a su cosmos. Omar
preguntaba “¿Cuál es la arcilla del alfarero y cuál es el cacharro?” Más recientemente Jung
observaba que no sólo Goethe había creado a Fausto, sino que también Fausto había creado
a Goethe.25 Se trata de un sistema circular y cibernético. Cuando el sistema se deforma y
cuando el modelador y el universo ya no se corresponden recíprocamente, sobreviene esa
abrumadora “ansiedad catastrófica”. El individuo queda profundamente perturbado.
Sentimos este tipo de amenaza implícito en la idea de que hay más de una realidad
“real”. Ello no obstante y muy a menudo, si científicamente atendemos a los datos y a sus
implicaciones, debemos abandonar nuestras antiguas teorías. Al describir un aspecto de esta
situación Werner Heisenberg escribió: “Una continuación consecuente de la física clásica
nos obliga a realizar una transformación en el corazón mismo de esa física”.26 Hoy la
ciencia, tanto la física como las ciencias sociales, nos ha llevado a una situación en que
debemos afrontar el hecho de que si deseamos avanzar por la senda científica y
pretendemos hacer que nuestros datos sean legítimos, no podemos atenernos sólo a una
serie de principios sobre cómo opera la realidad. Es menester que demos cabida a otras
varias realidades.

En los últimos diez o quince años, los científicos sociales llegaron poco a poco a
advertir que podemos y debemos usar diferentes organizaciones de la realidad para tratar
los datos.. Comenzamos a comprender que ya no era apropiada la organización que
estábamos empleando, la organización del “sentido común” occidental y de la física del
siglo XIX. Cuando comenzamos a darnos cuenta de que la física estaba usando varias
organizaciones diferentes de la realidad para abordar diferentes clases de datos, muchos
científicos sociales (incluso uno de nosotros, Lawrence LeShan) cometieron el error de
creer que la física había resuelto nuestro problema. Creímos que podíamos emplear una de
las construcciones alternas de la realidad concebida por los físicos para tratar sus datos y
hacer así legítimos los nuestros. Como esas construcciones —por ejemplo la de la mecánica
cuántica o la de la teoría de la relatividad— eran tan diferentes de la construcción cotidiana
y corriente que habíamos tratado de aplicar y con la cual habíamos fracasado tan
notablemente y como dichas construcciones no llevaban a los mismos problemas, pensamos
que una de ellas debía de ser el sistema que habíamos estado buscando.
Ese fue un error. La física había mostrado que es legítimo (y a veces necesario)
emplear interpretaciones alternas de la realidad para tratar diferentes esferas de la
experiencia. Pero la física no había ideado un sistema que pudiese usarse para tratar la
conducta con sentido o la experiencia interior del hombre. En estas esferas se necesitan
construcciones de la realidad que hagan legítimos los datos de esas esferas, no
construcciones tomadas de otras esferas. Este error en el que incurrimos algunos de
nosotros era comprensible, pero ya es hora de que lo hagamos a un lado. Ni el sistema
metafísico usado en la mecánica cuántica, ni el usado en la teoría de la relatividad
corresponden a los datos de la experiencia interior o a los de la conducta con sentido.
Es verdad que todas las racionalidades útiles a la ciencia son compatibles y no son
contradictorias aun cuando sean muy diferentes. Pero esta circunstancia no debe eclipsar el
hecho de que son muy diferentes y el hecho de que la compatibilidad se deba
probablemente a que son los seres humanos quienes hacen estas construcciones de la
realidad y quienes les dan la consecuente coherencia que todas ellas presentan. Einstein dijo
que el mayor milagro del universo es su comprensibilidad. La razón de que sea
comprensible es la de que nosotros sólo podemos conocerlo tal como está construido por
los seres humanos, y nuestras obras son comprensibles para nosotros. (En los capítulos 3-6
trataremos en detalle este punto.) Desde el punto de vista de la ciencia actual, pues, hay dos
maneras fundamentales de organizar el conocimiento de realidades alternas. El científico
social trabaja desde el siguiente punto de vista: “¿Qué sistema metafísico (estado de
conciencia) impone esta persona a la realidad? ¿En qué condiciones este sistema se cambia
en otro? ¿Cuál es ese otro sistema? ¿Qué sistemas son normales y cuáles patológicos?”
El físico en cambio se pregunta: “¿Qué sistema metafísico debo emplear en esta
esfera particular de experiencia? ¿Cómo puedo hallar las leyes que hagan compatibles
diferentes sistemas?”
En las ciencias sociales se examina la serie general de reglas mediante las cuales un
individuo organiza su experiencia total. Aquí se comprueba que esas reglas difieren en
diferentes momentos y en diferentes situaciones. En la física se examinan los datos de una
esfera particular de experiencia y luego se idea una construcción de la realidad que haga
legítimos dichos datos. Aquí se comprueba que tal construcción debe diferir
considerablemente en diferentes esferas de estudio.
En última instancia, los dos enfoques del problema deben unirse y sintetizarse en el
estudio de la experiencia interior. En esta esfera el método del físico (quien se pregunta qué
clase de mediciones pueden hacerse aquí, cuáles son los fenómenos observables, cuáles son
las leyes que relacionan entre sí esos fenómenos observables) ya se reúne parcialmente con
el método del científico social que se pregunta qué leyes y qué construcción de la realidad
está usando un individuo, es decir, cómo construye la realidad. Cuándo los dos enfoques se
suelden en la esfera de la experiencia interior estaremos en el comienzo de una verdadera
ciencia de la psicología. En este libro nos esforzamos por aproximarnos a esa meta.
2

Estructuras de la realidad: dominios y esferas

Orden, unidad y continuidad son inventos humanos exactamente tan verdaderos


como los catálogos y las enciclopedias.
Bertrand Russell

Debemos evitar aquí dos errores complementarios: por un lado, el de que el mundo
tiene una estructura única, intrínseca, preexistente que aguarda a que la aprehendamos; y
por otro lado, el de que el mundo es un caos total. El primer error es el del estudiante que se
maravilla de que los astrónomos puedan encontrar los nombres verdaderos de las distantes
constelaciones. El Segundo error es el de Walrus, de Lewis Carrol, quien agrupaba zapatos
con barcos y sellos de lacre y coles con reyes…27

En su Micromegas Voltaire presentaba a un ser inmensamente sabio que visita la


tierra. Tiene docenas de sentidos y puede percibir de la realidad mucho más que los seres
humanos. Ese ser pertenece a una raza dedicada a la adquisición de la sabiduría y sus
miembros viven millares de años. Al abandonar la tierra, esa criatura deja a los filósofos un
libro que contiene todos los conocimientos que pueden alcanzarse sobre la naturaleza pura
y última de las cosas. Ese libro sólo tiene páginas en blanco.
Desde el punto de vista de la ciencia moderna no existe algo que se pueda
considerar una descripción correcta, inmutable y definitiva de la realidad, así como no
existe una forma correcta y última de un montón de arcilla. La pregunta: “¿Cuál es la
verdadera forma de la arcilla?” no tiene sentido. Su forma es la que se le dé. Y una forma es
tan válida como otra. Hasta cierto punto esto es lo que ocurre con la realidad.
“Unos cincuenta años atrás, los hombres de ciencia evaluaban sus teorías y
conceptos teóricos haciéndose esta pregunta: ¿Es la teoría o el concepto teórico verdadero o
falso? Desde los días de Henri Poincaré fue imponiéndose gradualmente la idea de que el
criterio mencionado no es el apropiado. Hoy no preguntamos si determinado concepto es
verdadero o falso. Preguntamos: ¿Es conveniente o inconveniente; es útil o no lo es?”28
Por cierto que hay límites a esta definición de la realidad. No podemos tomar un
trozo de arcilla y darle la forma de un arco que se sustente a sí mismo y que tenga un metro
de altura y una vigésima parte de pulgada de espesor o darle la forma de una flor con
gruesos pétalos y un tallo largo y muy delgado. La arcilla no mantendrá estas formas. El
conjunto se descompondrá. La realidad también tiene sus límites. Si uno la organiza de
maneras inconvenientes ya no se trata de la realidad sino de proyecciones esquizofrénicas.
Y en verdad, bien pudiera ser que todo lo que seamos capaces de aprender sobre la
naturaleza de la arcilla de la realidad provenga de determinar los límites de la manera en
que podemos organizaría. Tal vez podamos hallar los límites exteriores de sus
posibilidades, pero nunca podremos determinar la “verdadera” forma ni el ‘Verdadero”
orden de la realidad. Hemos tenido que renunciar a este sueño.
Trátase de una partida “de toma y daca entre la conciencia y la realidad exterior”29 y
lo único que podemos saber es que todo cuanto percibimos y a lo cual reaccionamos es una
síntesis de la conciencia y de lo que percibimos. No podemos ver separadamente cada cosa,
así como no podemos estudiar una cultura sin individuos ni estudiar individuos sin una
cultura.
El filósofo de orientación pragmática dirá: “La forma verdadera y válida de la
arcilla es la forma que da mejor resultado”. Nos parece que ésta es una enunciación
razonable, pero aquí se plantea esta cuestión: “¿Mejores resultados para qué?” Un vaso, un
plato, un elemento aislante, la estatua de Rodin El beso tienen diferentes formas y cada una
da los mejores resultados según su finalidad particular. Análogamente, diferentes métodos
de organización de la realidad darán los mejores resultados según sus diferentes finalidades.
La anterior concepción de la conciencia postulaba que ésta es algo que apareció en
el escenario de la historia en un momento tardío y que contó todas las cosas ya
perfectamente organizadas. Entonces la conciencia descubrió la realidad. Desde el punto de
vista de la ciencia del siglo XIX, la conciencia era algo dotado de un mal oído y una vista
defectuosa que trataba de imaginarse cómo la naturaleza inorgánica había constituido el
mundo.
Hoy, la ciencia está comenzando a concebir de manera muy diferente la naturaleza
de la conciencia. La clasificación y organización del mundo se consideran actividades
humanas. Lo que podemos observar de la realidad es nuestra organización de la realidad.
La realidad es un compuesto como el agua, y la conciencia es uno de sus elementos. Pero
nunca podremos esperar conocer qué sea el compuesto sin la conciencia. Si decimos:
“Ahora tenemos una idea de lo que es la realidad antes de que se le agregara la conciencia.
Verifiquémoslo y veamos si nuestra idea es correcta”, la segunda proposición no tendría
sentido. Ni siquiera podemos concebir una manera de llevar a cabo esta verificación.
Sencillamente no hay modo de someter a prueba la exactitud de nuestra conjetura30...;
aunque podamos probar que es incorrecta o más probable que otras conjeturas, nunca
podremos probar que sea correcta.
Ya no concebimos la conciencia como una entidad que llegó tarde al escenario
histórico. La conciencia es ese escenario. Ya no se trata de algo que observa fríamente y
con desapego (o vehementemente y con pasión, que para el caso es lo mismo) la realidad.
La conciencia organiza primero la realidad y, cualquiera que sea la significación de la
palabra “real”, esa organización es real.
“La razón de que nuestro yo pensante, sin tiente y perceptivo no se encuentra en la
imagen científica del mundo puede indicarse en una pocas palabras: es él mismo esa
imagen del mundo. Es idéntico al todo y no puede estar contenido en él como parte del
todo.”31
Un autor describió un aspecto de esta evolución de la ciencia en esta dirección y
dice lo siguiente:
“Consideremos la cuestión de otra manera: si un hombre viviera dentro de un globo
plástico de color y no tuviera ningún atisbo de nada exterior a él, no tendría razón alguna
para dudar de que el cielo en sí tendría el color que le impartía su globo. La concepción del
mundo del hombre primitivo era como ese globo. Al no encontrar nunca a hombres que
vivieran en mundos culturales radicalmente diferentes del suyo, el hombre primitivo
suponía que la significación de su mundo era objetiva. El no la había inventado; esa
significación venía con la vida, estaba inserta en la nervadura del ser como el armazón de
que pendía todo lo demás.
’’Nosotros ya no vemos las cosas de esta manera. Habiéndonos trasladado por el
tiempo y el espacio, hemos llegado a conocer y a tratar hombres cuyas moradas tiene
cúpulas plásticas de colores diferentes de los nuestros. De esta suerte ilustrados, ya no
podemos suponer que el cielo tenga, en sí, el color que se nos manifiesta a nosotros. El
color que vemos no es una imagen especular de lo que caracteriza al mundo
independientemente de nosotros. Por el contrario, 16 que vemos es la convergencia de algo
del mundo con el sello sociopsicológico de nuestro aparato de percepción. En parte se trata
de una construcción.”32
Desde luego, tendemos a creer que aquello que vemos es real y verdadero, a creer
que realmente está allí. El filósofo Nietzsche llamó a esta creencia “la falacia de la
inmaculada percepción”. Pero científicamente sabemos que no existe un ojo cándido e
inocuo pues nuestros ojos crean gran parte de la forma de la realidad que percibimos.33 (En
los capítulos 3-6 trataremos más detalladamente este campo de indagación llamado
epistemología.) Bertrand Russell escribió en relación con esto:
“La suposición del sentido común y del ingenuo realismo de que vemos el objeto
físico verdadero en muy difícil de conciliar con el punto de vista científico de que nuestra
percepción se da algo después de la emisión de luz por el objeto; y esta dificultad no queda
superada por el hecho de que el tiempo transcurrido sea un tiempo muy breve.”34
La filósofa Susanne Langer escribió: “El sentido común es la metafísica de la
generación de uno”;35 Einstein lo llamó “esa colección de prejuicios acumulados hasta los
dieciocho años”.
Ello no obstante, a cualquier parte que miremos vemos organización y ley. Nosotros
y el resto de lo que existe estamos organizados y obramos recíprocamente de maneras
definidas y coherentes. Guando organizamos la realidad no lo hacemos según el capricho (a
no ser que estemos tan enfermos que corresponda internamos en un hospital mental); sino
que debemos hacerlo de conformidad con una ley. Sólo así tenemos la coherencia y la
estabilidad tan necesarias para los seres humanos. De otra manera no podríamos continuar
existiendo ni mantener nuestra propia organización; de otra manera el cosmos no sería
viable para los seres humanos.
El universo sin la iluminación de la conciencia sería, para decirlo con las palabras
de Einstein, “un mero montón de basura”.36 Nosotros inventamos y descubrimos las
continuidades y discontinuidades del universo, sus coherencias y sus “manchas y saltos”. El
universo (“la realidad”) está allí de alguna manera, pero nosotros hacemos que cobre
existencia por obra de nuestra conciencia. Las dos cosas que llenaban a Kant de creciente
admiración y pavor (los rutilantes cielos que se extienden sobre nosotros y la ley moral que
mora dentro de nosotros) son nuestro propio invento y descubrimiento. Son la creación de
un orden» con profundidad y belleza, las cuales muestran hasta qué punto la conciencia
puede afectar artísticamente la materia bruta de la realidad. La ley moral, los estrellados
cielos, los campos de trigo de Arles, E=MC2, La flauta mágica y el teorema de Pitágoras
son todos ejemplos de la creatividad estética que podemos dar a la construcción del cosmos
en que vivimos.
Quizás una de las razones de que nos resulte tan difícil aceptar la idea de realidades
múltiples, igualmente válidas, sea el hecho de que se nos ha despojado de aquello que hacía
al mundo estable y permanente, firme como el Peñón de Gibraltar. La tierra era algo único
y era el centro del universo hasta que los trabajos de Kepler y Copérnico nos dijeron que se
trataba de otra cosa. £1 hombre descendía de Dios y estaba hecho a Su imagen hasta que
Darwin nos dijo que esto no era así. Nuestra razón era un instrumento absoluto con el cual
podíamos comprender el mundo y reaccionar lógicamente hasta que Freud nos dijo algo
diferente. Nuestras costumbres y creencias sociales reflejaban verdades eternas y nos
decían lo que era absolutamente correcto y lo que era absolutamente ilegítimo, hasta que
los modernos antropólogos nos pintaron un cuadro distinto. Lo que nos quedaba era la idea
de verdad, la idea de que había una sola verdad y de que ésta era única, estable y eterna. Un
poeta escribió lo siguiente:

Me fortifica el alma saber


que, aunque yo perezca, la verdad es así.

Y ahora parece que la ciencia nos está despojando del último bastión de estabilidad
en un universo aterrador. ¿Ha de asombramos que nos resistamos? Sin embargo, si
pretendemos usar la ciencia para que nos ayude a construir un mundo apto para los seres
humanos —y para hacer que los seres humanos sean apropiados al mundo— debemos
basarla en una imagen del mundo humana: un mundo en el que un cosmos semejante a una
máquina gobierne las máquinas y en el que un cosmos humano gobierne a los seres
humanos.
No nos damos cuenta de hasta qué punto se nos ha enseñado cómo debemos ver el
mundo. Nos enseñaron la manera de organizar nuestras percepciones y la manera de
relacionarlas entre sí. Hasta la esfera visual y táctil, que es tan evidente y clara a nuestra
percepción que estamos absolutamente seguros de la verdad que vemos, es en gran medida
lo que se nos ha enseñado. Aprendimos de nuestra familia y de nuestra cultura lo que es
bueno y lo que es malo, lo que es bello y lo que es feo. Hasta hemos aprendido cómo es el
aspecto y el sonido de las cosas. Si alguien me describe cómo suena el canto de un gallo
cuando éste saluda al sol mañanero, yo podré conjeturar bastante bien cuál es el país en el
que esa persona pasó su niñez. Si dice “Cock-a-doodle-do” conjeturaré que se trata dé los
Estados Unidos. Si dice: “Cocorico” supondré que se trata de Francia; si dice “Kikiriki”, de
Alemania; si dice “Kukeriko”, de Israel. Si se le pregunta a un francés qué sonido hacen las
gotas de lluvia al dar contra los vidrios de una ventana dirá: “Plouf, plouf”, un japonés dirá
“Zaa, zaa”. Si se le pregunta a un francés qué sonido emite un gato contento, dirá: “Ron,
ron”. Crucemos la frontera y pasemos a Alemania, y entonces la respuesta a la misma
pregunta será ‘Schnurr, schnurr”. Cuando el gato tiene hambre y pide de comer, un
norteamericano oirá este sonido: “miaoww”, un japonés oirá “niago”. Además, una madre
japonesa se sorprendería mucho de que las primeras palabras de su hijo fueran “mamá”,
pues sabe que las primeras palabras de su hijo son “Ogya, ogya”.
Vayamos con nuestro perro a recorrer el mundo y preguntemos en varias partes qué
sonido hace cuando ladra. Las respuestas variarán según el país. En Francia será “Gnaf,
gnaf”; en España “Guau, guau”; en Japón, “Wung, wung”. ¿Cuál de estas respuestas es
correcta? Ninguna y todas. ¿Hay un sonido “correcto” de lo que el perro hace? ¿Cómo
podríamos establecer cuál es el correcto? Si apelamos a un juez de África nos dirá que el
perro al ladrar hace ‘Kpei, kpei”.37
En este período se han dedicado muchos estudios a establecer la manera en que
nuestro lenguaje afecta y en parte determina lo que percibimos y nuestro modo de organizar
nuestras percepciones. Es interesante especular sobre cuán distinto debe de haber sido el
mundo antes de que Thomas Gray acuñara la palabra “picturesque” (pintoresco) en 1740 o
antes de que Whewell acuñara los términos “científico” y “físico” en el siglo XIX (o antes
de que Shakespeare acuñara las palabras equivalentes a “asesinato”, “desgraciado” o
“solitario”’).38
Un signo del cambio que experimentó nuestra comprensión de alguna esfera es el de
que cuestiones consideradas antes importantes se consideran ahora poco pertinentes o poco
interesantes. También se comprueba lo contrario: cuestiones consideradas triviales o
carentes de significación se hacen importantes y de gran interés. Los griegos del período
clásico no consideraban un problema el origen del universo. Antes de Descartes nadie
pensaba que la relación de espíritu y cuerpo fuera un problema pertinente. Una vez Darwin
caracterizó el problema del origen de la vida como una “tontería”.39 En la corte del rey Luis
XIV se desarrolló un vivo debate sobre esta cuestión: dos pintores “perfectos” que se
valgan del mismo modelo, ¿pintarán cuadros idénticos? La herejía de los albigenses, que
costó la vida a centenares de millares de personas, hoy no nos interesa. Santo Tomás de
Aquino, ciertamente uno de los intelectos más vigorosos que conoce la historia humana,
dedicó seminarios de dos días a temas tales como: “¿Es el conocimiento de Dios la causa de
las cosas?” y “¿Conocen los ángeles el futuro?” La mayor parte de nosotros ya no considera
interesantes estas cuestiones. Lo mismo cabe decir de problemas como “¿Qué sostiene la
tierra?” y “¿Cuál es la parte alta y cuál es la parte baja de la tierra y por qué los que están en
la parte baja no caen?” que carecen ya de significación. La marcha de nuestra comprensión
ha dejado de lado muchas cuestiones pasadas. Con espíritu semejante podríamos preguntar:
'‘¿Qué es la realidad?” ‘¿Cuál es su verdadera forma y naturaleza?” y hoy nadie espera una
respuesta única a tales preguntas.
El gran descubrimiento del mundo antiguo (alrededor de 600 a. de C.) fue el de que
había una estructura inteligible en el mundo. El gran descubrimiento del renacimiento
europeo consistió en establecer que podíamos usar esa estructura para nuestros fines y que
cuanto más la entendiéramos más podríamos controlar la materia y la energía. El gran
descubrimiento de la revolución actual consiste en postular que —dentro de ciertos límites
— la estructura es algo, que se ajusta a nosotros y que deben hacerse diferentes
formulaciones de ella con diferentes tipos de experiencia para alcanzar diferentes metas.
Una manera de caracterizar el punto de vista aquí expuesto es comparar una concepción de
la realidad con una obra de arte. Uno no puede decir si una pintura es correcta o incorrecta,
sólo puede preguntarse si logró su fin, si agrega algo a la experiencia y la enriquece.
Clarifiquemos un poco más este punto. Supongamos que un grupo de pintores
-Leonardo, Vermeer, Van Gogh, Ticiano, Magritte y Toulouse-Lautrec— pintaron todos el
mismo modelo desde el mismo punto de vista. Lo mismo hizo Smith que era diestro pero
de poco talento. No es inteligente preguntar sobre la corrección de cada pintura o preguntar
cuál de los pintores retrató mejor el modelo. Aquí la cuestión pertinente es: “¿Cuál pintura
preferiríamos tener en el salón, en el dormitorio, en el estudio, en el museo o en el desván
de trastos viejos?” Santayana escribió una vez: “Los críticos disputan con otros críticos.
Ningún hombre cuerdo disputa con un artista”. Podríamos continuar dando otras analogías.
Todas las concepciones de la realidad no son válidas, ni todos los conjuntos de formas y
colores en un lugar son obras de arte. Ambas cosas deben llenar requisitos definidos. Una
vieja paleta cubierta de manchas de pintura no es un cuadro, es un mamarracho. La
diferencia está en que uno se encuentra en una situación más apurada si acepta una
concepción falsa de la realidad como válida que si uno acepta que la vieja paleta es una
obra de arte.
El hombre de ciencia, lo mismo que el artista, se encuentra constantemente frente a
este problema: “¿Cómo organizo y comprendo el mundo?” Aunque éste es un problema
fundamental de la ciencia y del arte rara vez el hombre de ciencia o el artista lo admite
plenamente. Por lo general, uno y otro aceptan la organización cultural y la comprensión
corriente de la realidad y, trabajando como técnicos, hacen lo mejor que pueden para
analizarla y mejorarla al máximo a fin de ayudar lo más posible a que los seres humanos
alcancen sus metas. Sólo rara vez en estos campos los individuos idean una nueva
organización y comprensión de la realidad. Y cuando se lo hace se registra un lento
progreso en diferentes esferas, progreso que tiene empero un profundo efecto sobre la
actividad humana. El cambio de comprensión de la realidad puede estar desarrollándose
soterráneamente antes de que se lo formule claramente o se lo enuncie filosóficamente.
Pero una vez que se enunció claramente la nueva organización, la formulación parece
fomentar el cambio y facilitar el trabajo en los varios campos de la actividad.
Podemos ver claramente ejemplos de este cambio de percepción del mundo y de
reacciones al mundo en los siglos XIV y XVI en Europa y también en Europa y
Norteamérica a fines del siglo XIX. En el Renacimiento observamos el cambio que se
produce de un mundo medieval percibido y construido por pequeñas cuñas de actividad
humana en alto grado entregadas a la tradición, comunidades aisladas en el espacio por
vastas extensiones de bosques, aunque conectadas entre sí por una serie de principios y un
sentido religioso. El análisis de la realidad, tanto el artístico como el científico, se refiere
primariamente a estos aspectos religiosos.40 Partiendo de esta serie de percepciones y
reacciones se desarrolló en este período una nueva orientación concentrada en las
diferencias y en las actividades individuales, una orientación hacia una mayor comprensión
y control de lo que es accesible a los sentidos y hacia una ruptura -del aislamiento en que se
hallaban los pequeños grupos de seres humanos paja organizar grupos mucho más vastos
con mayores posibilidades de actividad individual no tradicional.
No es posible pasar por alto la profundidad de este cambio. Al cabo de dos siglos
los individuos percibían la nueva organización de la realidad y reaccionaban a ella de
manera tan natural que sólo los eruditos especializados podían comprender el modo en que
la gente había vivido antes, los problemas que le preocupaban y las razones de que los
hombres obraran como lo hacían. En uno de sus mejores cuentos, Las mil y una noches,
Edgar Allan Poe hace que Scheherezade refiera al sultán un nuevo cuento de maravillas. En
ese cuento la sultana no habla —como había hecho en los anteriores— de Simbad el
Marino ni de Aladino, ni de magia ni de hechicería. Habla de las obras de la ciencia el siglo
XIX, como el telescopio, el telégrafo y las máquinas de vapor. El sultán replicó que los mil
y un cuentos eran dignos de crédito, ¡pero que ese último era ridículo!
A fines del siglo XIX se produjo otro cambio en el enfoque occidental de la
realidad. En arte, los impresionistas comenzaron a penetrar a través de la apariencia
superficial de las cosas, para llegar más allá de la experiencia sensorial inmediata. Desde la
física a la psicología, la ciencia comenzó a hacer lo mismo y desplazó su interés por la
mecánica a la estructura atómica y de los síntomas a la psicodinámica. Era natural que al
mismo tiempo esta indagación realizada por debajo de la superficie de las cosas por los
expresionistas caracterizara al arte, en tanto que movimientos similares se registraran en
varios campos de la ciencia; la figura más popular de la invención literaria era un hombre
que exploraba situaciones y sucesos por debajo de su superficie: Sherlock Holmes. El
cambio de orientación es tan profundo y tan irregular en su avance como el registrado al
pasar de la Edad Media al Renacimiento. Una diferencia es la de que el cambio
desencadenado a fines del siglo XIX todavía está en marcha y forma parte de nuestras vidas
actuales.
La principal formulación general de la organización del conocimiento en el mundo
medieval era la síntesis de Aristóteles y santo Tomás que conciliaba la ciencia griega con la
tecnología cristiana en una enunciación coherente. El punto de vista del Renacimiento
quedó formulado en el dualismo básico' de Descartes y en la clarificación que hizo Comte
de la mitad de ese dualismo en ciencias específicas. Ambas formulaciones nos muestran la
manera en que el pensamiento renacentista organizó el conocimiento, la manera en que esa
cosmovisión percibía la realidad y reaccionaba a ella. Se separaban las percepciones
objetivas y las subjetivas y se dividía la parte objetiva en especializaciones tales como la
física, la química, la biología, la sociología. Como hubo de mostrarlo Comte, si bien cada
dominio de especialización parecía basarse en el que estaba debajo en la llamada jerarquía,
dichos dominios se consideraban esencialmente separados. Esto naturalmente llevó a la
formación de departamentos separados en las instituciones educativas, en las
especializaciones de estudio e investigación y a una gradual separación de clases de
especialistas; así la comunicación entre ellos se hizo cada vez más limitada y confusa.41
Esta división de la realidad en conocimiento objetivo y conocimiento subjetivo y las
consiguientes subdivisiones en la esfera objetiva produjo enormes avances en el
conocimiento, la predicción y el control del mundo “objetivo”. Se realizaron progresos tales
en la capacidad humana para transformar y distribuir la energía y para inventar nuevas
formas de materiales y máquinas que lo que habría sido considerado hechicería en 1600 era
cosa corriente trescientos años después. En trescientos años se registraron más progresos en
la física y la medicina que en los anteriores tres mil años.
Lentamente comenzaron a manifestarse problemas inherentes a esta división
renacentista de la realidad. El conocimiento, la predicción y el control de la parte “objetiva”
del dualismo cartesiano progresaban a un ritmo muy rápido y en el plano “subjetivo” el
conocimiento a un ritmo muy lento. La división de la realidad en una esfera de materia —
la res extensa— y en una esfera del espíritu —la res cognitans— suministraba una
metodología muy poderosa para estudiar una de las esferas y ofrecía una metodología muy
inapropiada para estudiar la otra. Como podemos verlo ahora, aunque nadie antes habría
podido predecirlo, este desequilibrio tuvo consecuencias inexorables y desafortunadas.
Nuestro poder para manipular y controlar el mundo “exterior” —materia y energía—
aumentó enormemente, pero no progresamos en la comprensión de nuestra conducta y
nuestra experiencia interior. Si un sistema realiza una descripción fundamental del cosmos
declarando en efecto “Este soy yo (mi conciencia) y estoy aquí, y el resto de la realidad (la
materia) está fuera de mí, esta allí”, como hacía el enfoque renacentista, sólo se puede
analizar el mundo exterior, no el mundo “interior”.
Cada sistema de organizar el conocimiento se desarrolla parcialmente en respuesta a
una serie específica de problemas. Esos problemas no pueden resolverse apelando a la
organización anterior del conocimiento y generalmente son los problemas más apremiantes
y vitales de una cultura. La organización renacentista se desarrolló en parte porque se había
hecho absolutamente necesario resolver ciertos problemas para aprender a afrontar
eficazmente el ambiente después de la gran peste que había dado muerte a más de una
cuarta parte de la población de Europa; y la percepción medieval del mundo era
completamente ineficaz para resolver esos problemas. Se usaron todas las técnicas de la
anterior organización del conocimiento (de la concepción medieval del mundo) en intentos
para controlar las pestes: oraciones, misticismo extático, víctimas propiciatorias, medicina
basada en la magia, etc. Todos esos intentos fracasaron. Con la presión de un problema
crítico que una cultura no puede resolver con su concepción y organización de la realidad,
dicha cultura debe desarrollar otra nueva concepción o, como lo mostró el historiador
Arnold Toynbee, sucumbir. Con la presión de sus problemas críticos la Europa occidental
desarrolló un nuevo modo de organizar la realidad, un modo que hacía posible estudiar y
controlar el ambiente exterior que esa cultura definía como la res extensa, como el mundo
de la materia y la energía. Esto hizo posible resolver los problemas críticos del período.
Pero, gradualmente los problemas inherentes a la nueva organización de la realidad se
hicieron enormes. El gran acrecentamiento de los conocimientos de la medicina y la física
hizo que la población creciera muy rápidamente y que aumentara también en gran medida
nuestro poder para destruir el equilibrio con la naturaleza y para destruimos a nosotros
mismos. La falta de progresos en la comprensión de la conducta humana y de la experiencia
interior impidió que se desarrollara nuestra capacidad de controlar la explosión
demográfica, de detener el envenenamiento de nuestro planeta o de evitar las guerras.
Como uno de nosotros lo ha dicho en otra parte, no se registró avance alguno en la
comprensión de las causas de la guerra desde los tiempos helenísticos.42
A medida que la concepción renacentista determinaba progresos cada vez mayores
en la medicina y en el control de la materia y la energía, los problemas de la conducta
humana se hacían cada vez más cruciales. Ahora nos encontramos aproximadamente en la
posición en que se hallaba el mundo medieval en los siglos XIII y XIV. Nuestros problemas
más apremiantes no pueden resolverse con la antigua cosmovisión. Debemos encontrar una
nueva manera de organizar el conocimiento, una nueva manera de conceptualizar la
realidad o bien debemos sucumbir. El enfoque renacentista de la realidad, de tanto poder y
éxito en otras esferas, ha resultado infructuoso puesto que la resolución de los problemas
que nos aquejan depende de la comprensión y control de la parte subjetiva del dualismo, de
la conducta y experiencia humanas.
Y la nueva organización del conocimiento nos es accesible. Entre sus ventajas está
el hecho de que esa organización dé un lugar a la conciencia y al estudio de la experiencia
interior misma. También suministra un método efectivo para estudiar la conducta con
sentido. Pero asimismo hemos de decir que resulta terriblemente difícil aceptar como válido
cualquier nuevo modelo. Estamos tan atados a la imagen del mundo que se nos enseñó
cuando éramos niños que cualquier sugestión de otra imagen —o, como ocurre en este
caso, la sugestión de la imagen con la cual nos educamos es válida sólo para una parte de la
realidad y que otras partes de la realidad necesitan otras imágenes-, es automáticamente
juzgada como un disparate. Después de dos mil años durante los cuales se creyó a pie
juntillas que la geometría de Euclides era la geometría válida, matemáticos tales como
Bolyai y Lobachevsky expusieron sistemas de geometría diferentes del euclidiano con la
esperanza de que se los considerara en conexión con las actuales propiedades del espacio.
Esos matemáticos trataban de mostrar que el sistema de Euclides era válido sólo una
pequeña parte de la realidad y que para otras partes se necesitaban otros sistemas. Los
demás matemáticos los consideraron al principio como poco serios y poco cuerdos.43 El
primer movimiento de nuestro instinto es rechazar lo nuevo, especialmente si lo nuevo
supone una serie de imágenes del mundo; y entonces decimos con entera convicción “el
modelo de nuestro sentido común es la verdadera descripción de la realidad y aun cuando
no lo fuera sólo hay una verdad, por más que no sepamos lo que ella sea. Una cosa es
verdad o no lo es y las verdades se aplican universalmente”. Este credo, rechazado ahora
por la física moderna, aún despierta en nosotros profundas resonancias de verdad.

En la organización del conocimiento que estamos exponiendo aquí, el cosmos está


dividido en dominios de experiencia. En cada uno de ellos “se manifiestan” ciertos
fenómenos observables. Algunos dominios guardan una relación directa entre sí y cuando
esto ocurre es posible hacer una serie de formulaciones definidas sobre sus relaciones. Los
dominios entran en unas agrupaciones mayores llamadas esferas y cada esfera tiene una
organización especial de la realidad (su sistema metafísico) que es necesaria para que los
datos de esa esfera sean válidos. Ilustraremos con algún detalle estos puntos.
En el dominio de la “mecánica” nos encontramos frente a un número limitado de
entidades físicas. Entre los fenómenos observables que se manifiestan cuando trabajamos
en este dominio de experiencia están la “masa”, la “posición” y la “velocidad”. No nos
preguntamos de dónde proceden esos fenómenos; sencillamente “aparecen” en este
dominio.
Si estamos considerando un número mayor de entidades en interacción como por
ejemplo las moléculas, nos hallamos en un dominio llamado “termodinámica”. Aquí
aparece una nueva serie de fenómenos observables y tenemos la “presión”, la
“temperatura”, la “energía libre”, la “entropía”. Tampoco preguntamos aquí de dónde
provienen estos fenómenos; aparecen en este dominio.
Consideremos un ejemplo más sencillo; el concepto de triangularidad no tiene
sentido cuando estamos considerando un dominio que sólo contiene en él dos cuerpos.
Cuando tenemos tres cuerpos, la triangularidad se convierte en un nuevo fenómeno
observable basado en las relaciones de los tres cuerpos.
Cuando los dominios están relacionados unos con otros según las escalas de
dimensiones o de complejidad suele decirse que forman una jerarquía. En estas
condiciones, los fenómenos observables en un dominio generalmente no se pueden
concebir ni predecir desde otro dominio. (En los capítulos 7, 8 y 10 trataremos en detalle la
relación general entre dominios o esferas.)
Pero si consideramos las cosas en la dirección inversa comprobamos que los
fenómenos observables en el segundo dominio pueden explicarse atendiendo a los
fenómenos del primero.
La existencia de la temperatura, la entropía, la presión y otros fenómenos análogos
del dominio de la termodinámica no pueden predecirse desde el dominio de la mecánica.
Pero una vez que conocemos su existencia podemos volvemos a la mecánica y ver hasta
qué punto las propiedades de cada uno de esos fenómenos se explican atendiendo a los
fenómenos de la mecánica (es decir, en términos de masa, velocidad y posición de las
moléculas individuales). No podemos predecir la existencia de la “triangularidad” desde el
dominio en que sólo hay dos cuerpos. Pero si consideramos un dominio de tres cuerpos en
el que se “manifestó” la triangularidad, podremos ver cómo sus relaciones se explican
según los fenómenos observables en el dominio de dos cuerpos (es decir, la dirección y la
distancia entre los cuerpos).
Una melodía es un fenómeno que cobra existencia cuando cierta serie de notas
sucesivas se combina de una determinada manera. Podemos comprobar que la melodía
depende de las notas y de la sucesión de éstas. Pero un estudio en el nivel de las notas solas
no puede predecir la existencia de la melodía. Tampoco, si conocemos la melodía, podemos
determinar las notas específicas que la componen. Pues podría estar compuesta en varias
claves. Pero si conocemos las notas, podemos determinar la melodía. Análogamente, si
conocemos el monto de cada venta hecha en una tienda durante una semana, podemos
establecer el volumen total de ventas en esa semana. Lo inverso no es posible: no podemos
establecer cuántas ventas se hicieron ni qué precios tuvieron por el hecho de conocer el
volumen total de ventas.
Cuando tratamos a una persona, el fenómeno de conducta de grupo (dinámica
grupal, etc.) no existe. Sencillamente no existe en este dominio, y desde él no podría
predecirse su existencia. Podemos observar ciertas cosas sobre la psicología de un
individuo o de un número de individuos aislados. Pero una vez que los individuos entran en
relación, cobra existencia una serie enteramente nueva de fenómenos observables (los
fenómenos de la conducta grupal). La existencia de estos fenómenos no podría predecirse
por el estudio de los individuos en cuestión. Podemos decir que un grupo se conduce de una
determinada manera a causa de los individuos que lo componen y podemos demostrar la
verdad de esto. Sin embargo, por el hecho de medir las variables de la conducta del grupo
(por ejemplo, “la cohesión de grupo”) no podemos predecir cómo se comportarán los
individuos del grupo.
Repitámoslo, cuando los dominios estén relacionados es posible (una vez que se
manifiestan los nuevos fenómenos observables) predecir las relaciones solamente en una
dirección. Ya lo ilustramos con los ejemplos de la melodía y del volumen de ventas.
Además, según ya lo indicamos, si conociéramos la posición, la masa y la velocidad
(fenómenos de la mecánica) de todas las partículas contenidas en un recipiente de gas,
podríamos conocer también la presión, la temperatura y otros fenómenos de
termodinámica. Pero lo inverso no es posible ; si conocemos la presión, la temperatura, la
entropía y la energía libre no podemos predecir por estos fenómenos la posición, la masa y
la velocidad de cada partícula. Sencillamente hay demasiadas combinaciones posibles de
estos fenómenos observables que podrían determinar fenómenos particulares
termodinámicos. La importancia de esta relación general se mostrará claramente cuando
examinemos la relación de conciencia y estados cerebrales.
Otra importante ley general relativa a los dominios es ésta: los fenómenos
observables que aparecen en cualquier dominio están legítimamente relacionados entre sí.
Esto queda ejemplificado por las relaciones de presión, volumen y temperatura de un gas. Y
este hecho puede proporcionamos algunos instrumentos importantes de investigación. Si;
por ejemplo, sucesos de dinámica grupal y de parapsicología aparecen en el mismo dominio
(más de una persona y las relaciones entre esas personas), luego deberíamos buscar las
leyes que relacionan esos fenómenos y así agregar un valioso conocimiento a nuestras
técnicas para comprender ambos dominios.
De conformidad con el punto de vista de la ciencia moderna, ningún dominio de
experiencia es más “real” que otro. Cada uno es exactamente tan válido como otro. “La
naturaleza no tiene ni cáscara ni hueso”, dijo Goethe, y el actual punto de vista científico
está de acuerdo con esta afirmación. Elegimos un dominio según las miras que tengamos.
En un dominio, los Nenúfares de Monet es un conjunto de pinceladas de pintura al
óleo sobre una tela. En otro dominio, es una magnífica obra de arte. Ninguno de los
dominios es más real que el otro. Contar las pinceladas es una actividad perfectamente útil
si se tienen ciertos fines; gozar de la pintura es perfectamente legítimo si se tiene otra
finalidad.
En un dominio, una llama que arde es roja y caliente. En otro, es la combinación de
una gran cantidad de moléculas con oxígeno. Ninguno de los “fuegos” es más real que el
otro.
Aun cuando los dominios estén relacionados en un orden sucesivo ninguno de ellos
es más real que el otro. Como la explicación es continua desde la mecánica a la
termodinámica, ambas son igualmente válidas. La termodinámica no es “nada más que”
mecánica, así como tocar el violín no es “nada más que” pasar los pelos de la cola de un
caballo por la panza de un gato. En la antigua ciencia, así como en gran parte de la filosofía
occidental, algunos dominios eran considerados más reales que otros. Se consideraba que
los “menos reales” eran reducibles a los “más reales”. Esos dominios menos reales eran el
equivalente del mundo de la ilusión, el “velo de Maya” del pensamiento oriental, que
ocultaba la verdad del dominio “último”, el estado “Verdadero” del ser. Se ha registrado
mucha confusión en la ciencia a causa de esta ahora anticuada doctrina. El
“reduccionismo”, el intento de dar cuenta de todas las propiedades de sistemas en alto
grado complejos sobre la base de sus componentes más simples, formó parte de nuestro
pensamiento cultural durante varios siglos y sólo recientemente fue abandonado por la
ciencia. (En los capítulos 7,8 y 10 tratamos ampliamente este tema.)
En la metodología que desarrollamos aquí, los nuevos fenómenos observables son
enfocados de una manera consecuente, en lugar de considerarlos por separado y
divorciados del resto de la realidad, lo cual hace que su esfera resulte inaccesible al estudio
(como hemos hecho tradicionalmente con la conciencia). Consideremos esta nueva
metodología en relación con nuestro ejemplo ya familiar. Cuando pasamos de un dominio
de experiencia unidimensional a un dominio “bidimensional”, aparece un nuevo fenómeno,
un nuevo ámbito. No nos preguntamos de dónde procede. Desde el primer dominio era
impredecible, pero en el segundo está presente de manera inexorable. Más bien nos
preguntamos: “¿Cuál es la relación de este nuevo fenómeno con otros pertenecientes al
dominio unidimensional (dirección y distancia según una línea)? ¿Cuáles son sus relaciones
con otros fenómenos que aparecieron en el dominio bidimensional (tales como ángulos y
formas geométricas)? ¿Cuáles son sus relaciones con fenómenos observables en el dominio
tridimensional (como el volumen)?” A medida que aumentamos la extensión (sus relaciones
con otras construcciones) aprendemos cada vez más sobre el todo. Este enfoque de nuevos
fenómenos (como lo veremos en los capítulos 12 y 17) se aplica tanto a los fenómenos de la
conciencia como a los de cualquier otra esfera.
Consideremos brevemente algunas aplicaciones de este punto de vista a los
fenómenos de nuestra experiencia interior, de nuestra conciencia. De conformidad con lo
que dijimos sobre las leyes que relacionan dominios organizados sucesivamente, podemos
decir que la existencia de estos fenómenos no podría predecirse desde el dominio del
organismo biológico. Una vez conocida la existencia de dichos fenómenos, podemos
determinar las variables de la conciencia atendiendo a variables del funcionamiento
biológico, pero no podemos hacer lo inverso. Por ejemplo, podemos observar ciertos
fenómenos del sistema nervioso central (“estados cerebrales”) y predecir con bastante
seguridad que el individuo está “deprimido”. Pero no podemos observar a un individuo
deprimido y predecir con alguna seguridad cuáles serán los estados cerebrales:
sencillamente hay demasiadas razones posibles de la “depresión”.44
Extendiendo más estas consideraciones, podemos observar ciertos fenómenos de
química corporal y decir que un individuo está “alucinado” (como por ejemplo ocurre si
comprobamos un alto porcentaje de LSD en su sangre), pero no podemos, partiendo del
hecho de que un individuo está alucinado, establecer cuál es la composición de su sangre:
hay demasiadas razones posibles para estar alucinado. Podemos examinar la estructura
cerebral y conjeturar a veces con alguna seguridad que el individuo es un débil mental, pero
del hecho de que un individuo sea un débil mental no podemos inferir cuál es su estructura
cerebral. No podemos afirmar que todos los individuos deprimidos presentan una particular
composición química cerebral ni que todos los que están alucinados ingirieron LSD ni que
todos los débiles mentales tengan una particular estructura cerebral. Esta relación tiene
importantes implicaciones en la investigación de la construcción de una teoría.
Un aspecto de esto tiene que ver con el hecho de que la experiencia interior de vida
de un individuo está organizada como si se tratara de una serie de dominios sucesivamente
organizados que podrían llamarse “mi niñez, mis años de estudio, la época de mi servicio
militar, el tiempo de mi primer trabajo, el tiempo en que me casé”, etc. Aquí, lo mismo que
en los otros dominios sucesivamente organizados que hemos considerado, la predicción es
posible solamente en una dirección. Podemos examinar Cuidadosamente cualquier unidad
de experiencia interior (o de conducta con sentido, puesto que hay relaciones válidas entre
experiencia interior y conducta con sentido véanse los capítulos 12 y 17) y mostrar que esa
experiencia interior estaba legítimamente relacionada con una experiencia pasada y que era
inevitable, que estaba determinada. (Podemos hacerlo principalmente recurriendo a los
instrumentos psicoanalíticos, como la asociación libre.) Pero no podemos predecir una
experiencia futura o una futura conducta específica con alguna confianza. Si tenemos a una
persona que presenta una psicopatología específica, podemos mostrar que ella fue causada
por un conjunto específico de factores que operaban en su niñez. Sin embargo, si
observamos a un niño con ese conjunto de factores en su hogar no podemos predecir que
cuando sea adulto presentará esa particular psicopatología. En un varón homosexual
podemos mostrar que sus experiencias y conducta sexuales tienen relación con una madre
agresiva y un padre pasivo. Pero no podemos afirmar que todos los niños varones educados
por padres pasivos y madres agresivas se harán homosexuales cuando sean adultos; muchos
de ellos serán heterosexuales. Podemos mostrar que la experiencia y conducta de un
determinado adulto criminal tiene relación directa con un hogar deshecho y que, por lo
tanto, fue criado en un barrio bajo. Pero no podemos decir que todos los niños procedentes
de hogares deshechos y educados en ese barrio bajo serán criminales. En las ciencias
sociales se dedicó enorme cantidad de tiempo e investigación a la tarea de hacer
predicciones generales que, desde el punto de vista que estamos exponiendo aquí, son
impasibles. En las esferas de la experiencia interior y de la conducta con sentido, el pasado
está determinado, el futuro no lo está.
En el caso de cualquier individuo podemos observar que las experiencias y la
conducta del adulto dependen de experiencias de la niñez y son compatibles con ellas. Sin
embargo» partiendo de las experiencias de la niñez no podemos predecir las experiencias de
la persona adulta.
Para generalizar aún más, digamos que cuando se trata de la experiencia y la
conducta humanas, el presente puede considerarse como continuación del pasado y
determinado por éste, pero que el futuro no puede predecirse en la medida en que se
manifiestan nuevos fenómenos cuya existencia es, en principio, imposible de predecir.
Desde el punto de vista de la teoría de los dominios, esta situación se interpreta de la misma
manera que lo que a menudo se llama organización jerárquica de algunos dominios del
conocimiento. Colón descubrió América y luego resultó el tráfico de esclavos africanos.
Ford introdujo la producción en serie de automóviles y luego cambiaron las costumbres
sexuales de los norteamericanos. Estas relaciones no podrían haberse precedido en la época
en que se iniciaron los procesos en cuestión porque nuevos fenómenos fueron apareciendo
a medida que los procesos progresaban. Pero, mirando retrospectivamente, puede verse que
tales relaciones eran inevitables v estaban determinadas.
Como ya indicamos, hay ciertos puntos que marcan una discontinuidad entre
dominios, puntos en que es menester usar un nuevo sistema de construcción de la realidad
para hacer que los datos sean válidos. En esos puntos pasamos de una esfera de experiencia
a otra. El punto situado entre el dominio del individuo biológico total y el dominio de la
experiencia interior —la conciencia— representa una de esas discontinuidades. Después
consideraremos algunas de las diferencias que hay entre la construcción de la realidad que
se necesita en la esfera de la experiencia interior y la construcción de la realidad que se
necesita en la esfera en que abordamos al individuo biológico, la esfera visual y táctil
(capítulo 17). En ese lugar también nos ocupamos de la esfera de la conducta con sentido y
mostramos por qué se necesita una construcción diferente de la realidad para hacer que los
datos de esta esfera resulten legítimos.
II

La busca de la verdad científica


En este libro intentamos llegar a una síntesis científica de varias esferas, a la
coordinación de una serie de importantes campos de conocimiento, incluso aquellos no
físicos, aquellas disciplinas no materiales como la sociología, la economía, la ética, la
psicología, la psiquiatría y hasta la parapsicología. En estos diversos campos de
investigación el debate es corriente, se sostienen diferentes puntos de vista que a menudo
son incompatibles y las respuestas que se dan a una cuestión son a veces contradictorias.
No es posible ningún intento de unificarlas si no comprendemos algunos de los elementos
básicos que están en la base de toda ciencia, de todo conocimiento verificable.
Generalmente estos elementos no se consideran parte de las varias esferas de conocimiento,
de las varias ciencias mismas, pues todavía subsiste un deplorable cisma entre filosofía y
ciencia. (Y ni siquiera entre los propios filósofos existe un acuerdo general sobre otras
cuestiones.)
A fin de establecer esta base de comprensión comenzaremos por examinar las
ciencias en las cuales encontramos los métodos de investigación más claros y más
generalmente aceptados —en las cuales los procedimientos de verificación y validación son
definidos y en las cuales el debate en lo tocante a la llamada verdad de los resultados es
mínimo— y que comparten una metodología común. Esas ciencias son las ciencias físicas,
en el sentido más amplio de la expresión, y comprenden la física, la química, la biología y
las disciplinas conexas. Debemos familiarizamos con el modo en que estas ciencias
prueban la validez de sus creencias antes de emprender el estudio de otras esferas.
Los filósofos llaman epistemología y teoría del conocimiento la indagación a que
ahora nos lanzaremos. Los escritos de los filósofos están sembrados de términos técnicos y
presentan una variedad de tesis que están en conflicto entre sí, tales como el positivismo, el
empirismo, el idealismo, el existencialismo y mucha otras; aquí no podemos exponerlas
todas. Pero una de esas tesis es la única apoyada por la pruebas modernas, especialmente
por las recientes conclusiones de la física, la astronomía y en particular de la teoría cuántica
y de la teoría de la relatividad. Se trata de la concepción más neutral, de la
concepción que en virtud de una apropiada terminología nos lleva a conflictos sólo
menores con las formas predominantes de la epistemología. En The Nature of Physical
Reality (Henry Magenau, 1979) se encontrará información sobre esta metodología.
En los capítulos siguientes emplearemos una terminología que podrá parecer
extraña. La usamos sin embargo deliberadamente pues no hay campo del saber en que una
sola palabra (como “verdad”, “hipótesis”, “hecho”, “postulado” y hasta “definición”) tenga
tantas diferentes significaciones como en filosofía. Por un lado, en ninguna ciencia se
aceptan esas significaciones con un valor único. Consideremos, por ejemplo, la palabra
“experiencia”, el tema del capítulo 3. Si una persona no está capacitada para realizar un
determinado trabajo podríamos usar perfectamente esta expresión y decir que esa persona
no tiene “experiencia”. En el sentido que damos a esta palabra —que es el que le da la
mayor parte de los filósofos- semejante afirmación significaría que el postulante queda
descartado.
Cuando decimos esto es verdad y esto es un hecho generalmente queremos
significar lo mismo, pero deberíamos tener en cuenta que hecho y verdad son conceptos
diferentes. Un matemático, por ejemplo, considerará verdadera la proposición de que hay
un número de enteros, pero difícilmente lo llamaría un hecho, ciertamente no en el sentido
literal de esa palabra.
Las significaciones de las voces “sensación” e “impresión sensorial” son claras,
pero sus significaciones son muy distintas de lo que expresamos con la palabra
“sensacional”. Por eso nos pareció aconsejable en ciertos contextos evitar el uso de la
palabra “sensación” y reemplazarla por el término técnico “protocolo” o bien,
ocasionalmente, por “percepción”. Luego explicaremos en detalle el significado de
“protocolo” y- su origen. En cuanto a la significación del verbo “percibir” observemos que
dicho verbo no distingue entre el darse cuenta de lo exterior o sensorial y el darse cuenta de
los estados de conciencia. Las lenguas modernas nos permiten decir “percibo una nube en
el cielo” y decir también “percibo que eres feliz”. Los dos sentidos de la palabra son
claramente diferentes.
En esta sección daremos más ejemplos: la palabra “temperatura” puede significar
una sensación en la epidermis o la lectura de un termómetro; el tiempo puede referirse a un
intervalo subjetivamente experimentado o a algo visualmente observado en un reloj; la
palabra distancia puede denotar un trecho de paisaje que recorre la vista o una línea medida
con una vara.
Aun cuando digo: “Veo un árbol”, algunos filósofos pueden corregirme y declarar
que veo sólo ciertas formas y colores, en tanto que si toco el árbol, mi mano tiene una
sensación de solidez. El árbol mismo es el portador “esencial” de las impresiones que me
asaltan. El árbol es el objeto postulado que tiene las cualidades vistas.
Consideremos ahora cuestiones más específicas: ¿Cuándo es correcta una teoría o
una explicación? ¿Qué se entiende por “causa y efecto'*? ¿Son cosas, sucesos o meras
nociones teóricas? ¿Qué hace que una teoría sea conecta? ¿Es una teoría una serie de
hechos, de observaciones, de percepciones o es un grupo de supuestos y de ideas conexas?
También la verificación es una operación importante de toda ciencia, especialmente la
esfera de la ciencia que estamos considerando aquí. ¿Qué implica precisamente la
verificación? Y por fin, ¿qué es una definición? ¿Designa ella una serie finita (o hasta
infinita) de objetos, cada uno de los cuales posee propiedades especificadas? Aunque
algunos lógicos proponen esta significación, aceptarla haría imposible que yo definiera mis
sentimientos o mi estado de ánimo. La significación misma de existencia es diferente en la
matemática y en la física y hasta es diferente en la física y en lo que dicta el sentido común.
Nuestra “experiencia” docente nos ha llevado a creer que una discusión de estas
cuestiones abstractas puede verse facilitada por el uso de diagramas. Todos nuestros
diagramas presentan un elemento, una línea vertical llamada el “plano P”. La línea
representa la proyección de un plano que se extiende de arriba abajo en ángulo recto
respecto del diagrama. A la izquierda de esa línea se extiende el “campo C” que contiene el
mundo exterior y todos los conceptos que él implica o genera. El lado derecho del plano P
queda vacío, pero puede representar la vida psíquica con sus sensaciones, sentimientos,
pensamientos, voliciones y otros estados mentales definidos cualitativamente. Esta
posibilidad habrá de ponemos perplejos más adelante, pues si se la acepta, puede afirmarse
que el plano P separa el mundo exterior y el mundo interior. El plano P es el lugar de los
contactos entre los dos mundos, es el agente transmisor de las sensaciones (más
precisamente, de las experiencias protocolos) que nos informan acerca del mundo exterior.
3

Variedades de experiencia humana

En los capítulos anteriores hemos presentado las ideas de esfera y dominios de


experiencia e intentamos demostrar la necesidad de ampliar la significación del concepto de
realidad. Ahora hemos de considerar la naturaleza subjetiva de la realidad física, una amplia
y compleja esfera que abarca primariamente lo que hemos llamado dominio sensorial o
visual y táctil, pero que abarca también otros dominios cuyos contenidos tienen en común
una génesis claramente analizable y una única epistemología. Es menester que
comprendamos el análisis convencional de la experiencia humana a fin de que luego
podamos concentramos en una parte de ella, la parte que nos conduce a la realidad física.
Del esclarecimiento de esta subjetividad deberían seguirse sugestiones tocantes a la manera
en que puedan interpretarse y construirse realidades alternas no físicas. Los detalles serán
aclarados mediante diagramas simbólicos que clarifican relaciones abstractas.
La palabra “experiencia” es una de las más amplias y más indefinidas de nuestra
lengua. Y comparte esta característica con su predecesor, el verbo latino experiri que puede
traducirse, entre otros conceptos, por “probar”, “investigar”, “arriesgar”, “intentar”,
“demostrar”, “aprender”, “ver”, “comprobar”, “sufrir”, “sentir” y aun “soñar” e “imaginar”.
En el empleo corriente de la palabra “experiencia” están incluidas todas las significaciones.
Aprender por experiencia implica exponerse a los hechos, a menudo hechos sensoriales, y
el adjetivo “experimental” denota algo exteriormente percibido o verificado, a diferencia de
aquello que es meramente sentido o pensado o creído. Pero también experimentamos dolor,
sufrimiento, un torbellino de ideas, una tentación, un deseo, una duda, la vacilación de
tomar una decisión. Para reunir estos hilos de significaciones deberíamos usar la palabra
“experiencia” en el sentido formulado por el filósofo William James y definirla como “todo
elemento o ingrediente que esté en el torrente de nuestra conciencia”. Esta definición es
amplia y comprensiva y aquí necesitamos una que abarque el máximo de significaciones
posibles-. Este sentido amplio de la palabra experiencia abarca todas las operaciones
sensoriales de darse cuenta de algo así como todas las fases de sentir, pensar, jugar, querer.
(La lengua alemana es hasta cierto punto única por su capacidad de abarcar todos estos
aspectos en una sola palabra, Eriebnis45 cuya significación precisa es difícil de traducir a
otros idiomas.
En esta amplia significación está incluida la connotación más limitada de
“experimento”. El sentido central de esta palabra es “probar deliberadamente apelando a la
naturaleza, operación en la cual el hombre se vale primariamente de sus sentidos externos”.
El experimento excluye ciertos componentes de la conciencia como el mero pensar,
el sentir y el acto creativo de teorizar. Si deseamos evitar ambigüedades podemos llamar a
esta significación última y limitada de experiencia “experiencia empírica” lo cual sugiere
una exposición a los hechos exteriores, generalmente una sensación o la forma elaborada de
la sensación llamada observación. Esta significación limitada es importante en la ciencia
pero no constituye el único componente de la palabra y ni siquiera en su más importante
acepción. La palabra “empírico” deriva de la expresión griega en peira, que significa “a
prueba” y por eso es peculiarmente apropiada para designar la connotación limitada de
“experiencia”. Cuando nos refiramos a esta última significación usaremos esa palabra. Pero
volvamos a la significación más amplia del término.
Acabamos de hacer una tosca clasificación de tipos de experiencia, una especie de
clasificación descriptiva. Pero es posible hacer otra distinción quizá más profunda: las
experiencias pueden dividirse en una clase cognitiva (la voz deriva del verbo latino
cognoscere, “conocer”) y en una clase no cognitiva. El adjetivo “cognitivo” tiene que ver
con el conocimiento; de ahí que la experiencia cognitiva es la clase de experiencia que lleva
a conocer —o mejor quizá—, a comprender. Esta distinción es vaga en el mejor de los
casos pero, como ocurre con muchos principios de clasificación, su vaguedad no la hace
inútil. Si bien la ciencia insiste en la precisión y en la claridad de la definición, en la medida
en que puedan alcanzarse estas cualidades, también admite empero que hay cosas
“indefinibles”, que desafían la definición exacta. Entre estas cosas están casi todas las
entidades experimentadas que entran en el torrente de nuestra conciencia sin intervención
nuestra. Las cosas que vemos en el mundo, las entidades contingentes que nos enfrentan, no
son susceptibles de una definición completa y exclusiva. Podrá uno intentar establecer
todas las propiedades que uno ve como elementos que componen la esencia de un perro,
incluso el hecho de que tenga cuatro patas, cola y el hecho de que ladre. Pero esto excluiría
al perro que hubiera perdido una pata. Por otro lado, nuestra experiencia contiene entidades
ideales como los números, las ciudades y las naciones y estas entidades pueden definirse
con precisión. La razón de ello es clara: estas últimas entidades son ideas, conceptos e
imágenes que nosotros mismos hemos creado; el perro no lo es. Observemos entonces que
las cosas que hemos construido mediante procesos ideales son precisamente definibles, en
tanto que las otras no lo son. Se las puede describir únicamente “aludiendo” a ellas,
señalándolas de alguna manera, denotándolas mediante lo que algunos filósofos han
llamado “definición ostentativa”. Observemos aquí que el color verde visto puede
especificarse sólo con una definición ostentativa, en tanto que su longitud de onda puede
definirse exactamente; o bien observemos que el peso atómico del neón es 20.18... con un
error desconocido. (Esto se debe a que nosotros mismos elegimos el peso atómico del
carbono como norma y lo llamamos 12.00...)
La distinción entre experiencia cognitiva y experiencia no cognitiva es algún tanto
indefinida, como la distinción entre el verde visto y el azul visto de un arco iris. Para
clarificar la distinción debemos proceder ostentativamente dando ejemplos. Evidentemente
los sentimientos no son cognitivos, como no lo es el goce estético. La belleza, la amistad, el
amor, los valores y las ideas religiosas como Dios pertenecen al dominio no cognitivo;
pero, como ya lo indicamos, la distinción no es neta. El artista ve una puesta de sol que sé
le revela en su belleza y colorido, mientras el físico puede verse impulsado por el mismo
fenómeno a pensar en longitudes de onda, en la refracción de la luz en la atmósfera y en
otras cuestiones que “explican” lo que vio. Para el artista, la experiencia es no cognitiva;
para el hombre de ciencia se hace cognitiva después de la reflexión. La palabra “cognitiva”
no implica ningún juicio de valor; no hay manera de decidir cuál de las dos experiencias es
más significativa. Todo dependerá de las consecuencias: el artista puede pintar un cuadro de
la puesta de sol; el hombre de ciencia puede llegar a una nueva conjetura sobre el color,
pero estos resultados no son comparables, salvo en el juicio subjetivo de un individuo dado.
En muchos casos nuestro lenguaje nos permite distinguir entre dos tipos de
experiencia. Llamamos a nuestra morada una “casa” o un “hogar”. La primera palabra
designa el componente cognitivo de la cosa de referencia, la estructura diseñada por un
arquitecto y realizada por un constructor; la segunda expresa resonancias de sentimientos
que agregan al objeto un factor no cognitivo. En cualquier lengua hay muchas de estas
palabras gemelas; por ejemplo, niño retrasado e imbécil, vínculo afectivo personal y amor,
que con frecuencia se consideran sinónimos pero que difieren en la medida en que expresan
significaciones no cognitivas.
Lo que queremos decir aquí es simplemente que la ciencia corriente trata las
experiencias cognitivas y no se ocupa de las otras. Sin embargo, esto no significa que el
hombre de ciencia como persona sea inmune a los sucesos no cognitivos o no tenga interés
en ellos. La distinción no es empero absoluta o permanente. A medida que progresa la
ciencia, muchas experiencias no cognitivas recibirán indudablemente “explicaciones” y
pasarán así, por lo menos en parte, al dominio cognitivo. Bien pudiera ser que nuestra
afirmación de que la ciencia se ocupa exclusivamente de experiencias cognitivas resulte
tautológica y que deberíamos considerar la situación a la inversa y decir en cambio “lo que
la ciencia ilumina se hace cognitivo”.
La filosofía tradicional hace otra distinción más. Divide la experiencia cognitiva en
“preceptos” y “conceptos”. Estas palabras también necesitan explicación y ulterior
elaboración, puesto que su significación precisa, literal, no coincide con lo que uno quiere
significar. Un percepto se refiere a la percepción, a la sensación, al darse cuenta
posibilitado por los sentidos. Una visión, un sonido, un olor, son claramente perceptos. Por
otro lado, los conceptos son productos del pensamiento, de la imaginación y de la memoria.
El concepto “hombre” es la idea abstracta asociada con una clase: la de todos los hombres.
Examinemos un poco más estos dos tipos de experiencia cognitiva pues su comprensión
tiene enorme importancia para comprender la ciencia, y su tratamiento coloca a la ciencia
en una situación aparte respecto de muchas otras disciplinas.
Consideremos primero los perceptos. En primera instancia son entregas de nuestros
sentidos. Su principal propiedad es una cierta espontaneidad, un “estar dados”; se dan
independientemente de nuestra volición; no nos sentimos responsables de que veamos un
árbol. Verdad es que podemos decidir mirar o no mirar el lugar en que está el árbol, pero la
experiencia de verlo cuando lo miro no está suscitada por nosotros. Esto se expresa a
menudo diciendo que el árbol está “dado en la sensación”, que no es meramente pensado.
Hay una filosofía llamada realismo ingenuo que considera la esencia de la naturaleza, del
mundo, precisamente lo que nos revelan nuestros sentidos. Ese realismo considera el “ser”
como la suma total de todos los posibles perceptos o sensaciones. No hemos de considerar
ni la corrección, ni la incorrección de esta filosofía, aunque al lector no se le escapará que
semejante visión entraña dificultades porque la sensación depende de circunstancias
accidentales (por ejemplo, un objeto tiene diferentes aspectos en diferentes iluminaciones;
si nuestros ojos fueran sensibles a los rayos X nuestros cuerpos nos mostrarían una clase
diferente de realidad de la que nos muestran). Además, según vimos, la percepción de la
realidad depende en gran medida de la cultura en la que uno se haya formado. A pesar de
estas variaciones la ciencia normal establece contacto con el mundo, en definitiva, mediante
las sensaciones. Si la física, la química o la biología, por ejemplo, contuvieran teorías que
de alguna manera no se refirieran a nuestras expectaciones sobre lo que puede percibirse o
no hicieran predicciones de sensaciones específicas en condiciones determinadas,
consideraríamos semejantes teorías como fracasos, como meras especulaciones.
Pero, ¿son las sensaciones las únicas experiencias que nos ofrece la naturaleza
cuando estamos en estado de atenta vigilia? ¿Son perceptos los únicos ingredientes de la
conciencia que se nos dan sin nuestra solicitación? Antes de responder a estas preguntas
ampliemos la significación de “percepto” e incluyamos en ella conjuntos de sensaciones
conexas, el tipo de experiencia que llamamos una observación, el resultado de un
experimento o, para decirlo en un lenguaje más técnico, cualquiera forma de “información
contingente” sobre el mundo (la palabra “contingente”, como se recordará, significa algo
extrínseco, generalmente inesperado, algo que no podía establecerse mediante el
pensamiento solamente, algo que requiere “una mirada al mundo”). Ver un objeto
inesperado es algo contingente; el conocimiento de que 1 + 1 = 2 no lo es.
En este contexto más amplio repitamos nuestra pregunta: “¿Son los perceptos, las
sensaciones, las únicas experiencias que se nos dan contingentemente?” Evidentemente no,
pues hay insights introspectivos y aprehensiones intuitivas que comparten la espontaneidad
de los perceptos. Un recuerdo súbito, la aparición de un dolor o de un estado de ánimo,
todos estos fenómenos “se dan” en un sentido muy similar al de las sensaciones. Por eso
deseamos incluirlos dentro de nuestra clase de perceptos. Ciertamente las ciencias físicas
han ignorado los resultados de la introspección y la psicología conductista trata de
desecharlos. Sin embargo, hay muchas disciplinas e incluso algunas ciencias (por ejemplo,
la psiquiatría y la psicología profunda) que los tienen muy seriamente en cuenta, más
seriamente que las sensaciones ordinarias mismas. Pero esa inclusión falsea la significación
del término “percepto”; por esta razón hemos de proponer después otra palabra.
Los conceptos, la segunda clase de experiencias cognitivas, denotan resultados de la
cogitación. La concepción más simple relativa a su origen es la teoría colectiva de que un
concepto guarda relación con un percepto, así como un conjunto guarda relación con uno
de sus miembros. El concepto “hombre” se considera como el conjunto de todos los
hombres. Esto complace al lógico porque hace que las cuestiones resulten muy simples y
permite la aplicación de la moderna teoría de los conjuntos a un análisis de los conceptos,
pero esta tesis presenta algunas dificultades. La ciencia invoca conceptos referentes a
entidades que nunca pueden ser una colección de entidades o sucesos perceptibles. Nadie
vio nunca ni oyó ni olió un electrón —los electrones son demasiado pequeños para exhibir
estos atributos sensoriales— sin embargo el concepto de “electrón” es importante en la
actual teoría de los átomos. En realidad, el electrón, como muchos otros conceptos
científicos es algo en cierto modo postulado sobre la base de cierta colección de perceptos.
El modo en que se realiza esa postulación en uno de los importantes problemas de la
moderna filosofía de la ciencia. Aquí nos limitaremos a mencionar tan sólo otros conceptos
científicos cuya génesis por postulación es clara apenas se reflexiona en ello: en la física,
todas las entidades invisibles del microcosmo (átomo y núcleo); en la química, el concepto
de valencia, de acidez, de número atómico; en la biología, los conceptos de forma orgánica,
de evolución, de herencia, de vida; en la economía, conceptos como mercado, producto
bruto nacional, tasa de inflación.
Algunos de estos conceptos podrán parecer rebuscados. Sin embargo, los actos de
teorizar, de suponer, de conjeturar —lo que hemos llamado postular- son muy comunes en
formas elementales y en casi todo acto de conocer. La experiencia de ver un árbol sugiere a
primera vista una conciencia puramente perceptiva desprovista de todo componente
hipotético. Pero un análisis más atento revela lo siguiente: lo que la sensación entrega es
una forma compleja, una zona de colores, un suave movimiento, acaso una impresión táctil
de dureza, etc. Pero todas estas aprehensiones sensoriales, tomadas en su conjunto,
¿constituyen el árbol? Obsérvese que dotamos al árbol de una parte interior por debajo de
su corteza, aun cuando en el momento en que vemos ese árbol la parte interior no se
manifieste; suponemos que ella está ahí. Obsérvese asimismo que suponemos que el árbol
tiene una identidad propia y permanencia de existencia; damos por descontado que está allí
cuando no lo miramos y cuando nadie lo mira. Por eso damos inmediatamente a nuestras
sensaciones propiedades de integración que las hacen coherentes, que les dan sustancia
racional y de este modo vamos más allá de los estrictos datos suministrados por nuestros
sentidos. Arthur Eddington en su libro The Nature of The Physical World llega a describir
su escritorio: en realidad, hay dos escritorios, uno que está dado en las sensaciones (un
complejo de forma rectangular, de color castaño, sólido, duro, etc.) y lo que el autor llama
el escritorio del físico, es decir, un objeto exterior situado en el espacio tridimensional, con
un interior invisible, compuesto de invisibles moléculas y con una presencia permanente
independiente de cualquier observador. Esta distinción entre los dos escritorios es
completamente correcta. Sin embargo, observamos que la acepción común de la palabra
“escritorio” nunca sugiere el primero, ese complejo de sensaciones, sino que se refiere al
último y que el paso de uno a otro supone la postulación de ciertos elementos ideales, como
por ejemplo, la presencia permanente. En un sentido estricto, el escritorio es una creación
de nuestro espíritu. Luego diremos que se trata de algo “construido” por nosotros sobre la
base de ciertas experiencias perceptivas, y esperamos que el lector recuerde la significación
especial que damos a la palabra “construir”, sentido diferente de la construcción de un
carpintero por ejemplo. La construcción implica un pasar de los datos de la percepción a la
esfera de los conceptos y a las ideas. Esto es extremadamente importante en la ciencia
moderna y su plena comprensión es indispensable. (En un sentido más amplio la
construcción puede llevarse a cabo en muchas otras direcciones.)

El ejemplo del escritorio es trivial pues en él los llamados aspectos ideales son
mínimos, pero el ejemplo tipifica un proceso que se da en todo reconocimiento de un objeto
por nuestros sentidos. Los datos inmediatos se ven aumentados al atribuir nosotros al objeto
cualidades no sensoriales tales como permanencia, estructuras ocultas, objetividad (es decir,
esperamos que otros observadores vean lo mismo que nosotros, ¡una suposición de la que
nuestros, sentidos nunca podrían informamos!). Esta clase especial, trivial, de
“construcción” es casi automática en todo acto simple de conocer. La construcción
convierte un complejo de sensaciones en una cosa. Un buen término para expresar este
proceso en “reifícación”, derivado de las voces latinas res que significa “cosa” y facere que
significa “hacer”.
Pero el término “reifícación” no debe tomarse en su sentido literal, estrecho, a no
ser que se amplíe la significación de la palabra “real”. La mayor parte de las personas lo usa
en su sentido más estricto sin advertir sus amplias implicaciones, seguras de que el término
significa algo absolutamente definido, indiscutible y definitivo. El término “realidad”
deriva de él; de ahí que también ella comparta estos atributos fijos. Si pidiéramos pruebas
de este estado de cosas es probable que se nos responda que así lo establece el “sentido
común”.
Pero apenas se pone uno a examinar las pruebas más elementales inmediatamente
advierte dificultades en este punto de vista del sentido común. Nadie dudará de que el
escritorio que tengo frente a mí sea real, pero ¿es también real su color castaño? Aquí ya no
se trata de una cosa, sino que se trata de un atributo, la propiedad de una cosa. ¿Son reales
todas las propiedades? ¿Podemos reificar el azul del cielo? Ciertamente no hacemos de ese
color una cosa. En otros casos se produce un deslizamiento de la palabra “real” hacia
“Verdadero”, como cuando uno dice el hecho es real o la historia es real. Hay también
entidades que no son accesibles a los sentidos, por ejemplo, el espacio y el tiempo y hasta
"partículas" demasiado pequeñas para ser vistas. La mayoría de la gente llamará reales a
estas entidades aunque no estén directamente reificadas partiendo de la percepción
sensorial. Todos estos ejemplos y muchos otros que puedan ocurrírsele al lector son casos
en los que la acepción literal del término “reificación" no viene al caso. Esto ya nos indica
que aun en el dominio cognitivo en el que opera la ciencia física hay que ser cautelosos en
el empleo de las palabras ”real” y “reificación”.
Mayor dificultad aún encontramos en ámbitos que no son estrictamente cognitivos.
Oímos sonidos, notas rítmicas que pueden considerarse reales dando una significación tan
sólo ligeramente más alta a esa palabra. Pero los sonidos mismos componen la música de la
que gozamos. De análoga manera vemos los colores de un cuadro, el cuadro real en el
sentido limitado de la palabra, pero también vemos que el cuadro es hermoso. El paso
desde la percepción de los colores al cuadro supone reificación, pero ¿qué decir del ulterior
paso a la consideración de la belleza?
Para usar ejemplos extremos hagamos notar que experimentamos sensaciones en
nuestros sueños y las reificaciones en objetos y personas. A pesar de esta reificación,
decimos que esos objetos y personas no son "realmente reales". Esta necia expresión
muestra hasta qué punto es inadecuada la palabra. Parecidos comentarios pueden hacerse
sobre las experiencias de una persona hipnotizada, de un médium, de cosas sentidas en el
éxtasis místico y en encuentros o revelaciones de tipo religioso.
En todos estos casos lo experimentado inmediatamente es un conjunto incoherente
de sensaciones46 que aparecen y desaparecen y que claman por significación, orden,
coherencia. Lo que hemos llamado reificación en conexión con la simple experiencia
cognitiva es un caso de un paso más general desde "una rapsodia de percepciones" —para
emplear la expresión de Kant— a algo coherente, estable y con sentido. El término
específico "reificación", característico del logro del orden en la fase inicial de la mayor
parte de las ciencias ordinarias, debería ser pues reemplazado por uno del conjunto más
general: “organización”, "síntesis", "estabilización", "transformación a la estabilidad" o
"sistematización”. "Reificación" es un caso específico de estas operaciones. En adelante,
cuando hablemos del proceso más general de organizar percepciones, emplearemos la
palabra "organización". Pero aquí se vislumbra un problema en el horizonte. Formulado en
la forma de una pregunta se trata de esto: si la reificación es el paso predominante para
establecer la realidad, ¿conducen a realidades, acaso de diferentes formas, los otros pasos
designados por la palabra “organización”?
Antes de considerar este desconcertante enigma analizaremos en detalle el método
de la ciencia cognitiva ordinaria, para la cual la reifícación es la puerta que se abre a la
realidad y a la verdad.
Todo acto de organización de experiencias inmediatas requiere justificación y
explicación. £n el caso de la reifícación, ponemos a prueba su legitimidad primero de las
maneras más simples posibles y luego por procedimientos racionales que deben ser
explicados con mayor plenitud. Pero volvamos ahora a nuestro tema principal.
Verificamos la permanencia mirando repetidamente una cosa, verificamos la
objetividad pidiendo a otros que la miren, verificamos la presencia de una parte interior
abriendo la cosa, etc. Pero en las cuestiones más complejas de la ciencia estos modos de
someter a prueba son mucho más complicados. Por ejemplo, ¿cómo verificamos la
existencia de neutrinos, la valencia de los átomos, la composición de un gen, la realidad de
hoyos negros, la presencia de una neurosis o de una enfermedad mental? Después habremos
de decir algo más sobre los modos en que se verifica la “construcción” de conceptos
científicos.

Protocolos, construcciones, observables, sistemas

En el curso de la anterior discusión usamos las palabras “perceptos” y “conceptos”


más o menos de acuerdo con la filosofía tradicional. Pero su impropiedad se ha hecho
manifiesta; los perceptos no son lo que la palabra implica; una sensación es, como lo
demostró la psicología moderna, una respuesta en alto grado compleja a estímulos
externos en la que intervienen factores autógenos, es decir, actividades iniciadas por el
organismo sensorial mismo. Por otro lado, los conceptos no son conjuntos abstractos de
individuos, como en la lógica tradicional, sino que son el resultado de la creatividad
humana, son la clase de cosas llamadas construcciones ideales. Por eso sería conveniente
introducir una terminología que, si bien resulta algún tanto novedosa, esté libre de las
implicaciones que deseamos evitar.
Repitámoslo, la finalidad de la ciencia física es organizar toda la experiencia
humana cognitiva y hacerla racional y con sentido. Ahora bien, la parte más incoherente de
nuestra experiencia es la que está formada por los perceptos contingentes y espontáneos
que invaden nuestra conciencia. Un mero registro de tales perceptos, por completo que sea,
no sería ciencia. Ello no obstante, son la materia prima de la ciencia, la materia a la que la
ciencia intenta dar sentido.
Los antiguos eruditos griegos tenían la costumbre de pegar en la parte superior de
cada manuscrito terminado y a manera de primera página una hoja de papiro llamada
protocollon, palabra que ha llegado hasta nosotros como protocolo. Su significación literal
es “primero” (protos) “pegado” (colla). Esa hoja contenía una enumeración de todos los
temas tratados en el libro, algo así como un actual índice de materias, pero, claro está, le
faltaba la ilación racional que el mismo libro suministraba. De manera que el protocolo del
libro antiguo guardaba más o menos la misma relación con la totalidad del libro que la
relación que guardan los perceptos con el conjunto de la ciencia convencional. Proponemos
usar la expresión “experiencia protocolo”, abreviada en “experiencia P”, en lugar de las
equívocas palabras perceptos o sensaciones, rodeadas como están por un halo psicológico
que deseamos eliminar. Las experiencias P no tienen por qué ser sensaciones o perceptos en
el sentido habitual de estos términos. Un recuerdo súbito, la aparición de un determinado
estado de ánimo, los resultados de un escrutinio electoral, un censo... todas estas cosas no
son ni perceptos ni sensaciones, pero, como puntos de partida de investigaciones
científicas, operan como experiencias P aun cuando las ciencias de la psicología y de la
economía no hayan alcanzado tanto éxito en explicarlas como el que las llamadas ciencias
positivas en explicar observaciones más simples. Usaremos la letra P para significar
protocolo, pero si el lector prefiere limitar su atención a las ciencias físicas, puede leerla
como experiencia “perceptiva” o “primaria”.
En cuanto a la palabra “concepto”, la reemplazaremos por “construcción” a fin de
poner énfasis en la actividad creativa ideal, de que aquélla es el resultado. La abreviaremos
y usaremos la letra C. Los ejemplos que habremos de dar luego habrán de suministrar
huesos y carne a esta terminología aparentemente caprichosa.
Pero ante todo daremos una representación esquemática que puede facilitar la
comprensión -o por lo menos la discusión— de la relación que hay entre experiencias P y
experiencias C. Concebimos el plano de la figura 1 como el campo (proyección
bidimensional del campo) de experiencia cognitiva. Su borde está formado por el de P.
Elegimos la palabra “borde” porque ella sugiere un plano sin profundidad y porque no
deseamos complicar nuestra filosofía en esta fase de la exposición dando a entender que
más allá hay algo (una realidad desconocida, un espíritu, una sustancia o un dios).
Independientemente de lo que entendamos por realidad, sustancia, y tal vez por espíritu y
dios, estas entidades deben aparecer a la izquierda de P entre las construcciones válidas
confirmadas por la ciencia y otras disciplinas.
A la izquierda del plano P se extiende el campo de construcciones, el campo C, cuya
significación habremos de esclarecer mediante ejemplos simples. En la medida en que uno
pueda hablar de construcciones individuales o singulares, en la figura se la representará
como círculos dentro del campo C. La dificultad a que aludimos aquí es una dificultad
generalmente relacionada con las ideas, no con las cosas. ¿Es la construcción matemática,
la idea de “número, singular o múltiple? Seguramente se la puede dividir en números
individuales como 1, 2,3, etc. y en ese sentido es múltiple. Hay evidentemente una cierta
unidad en lo tocante al concepto de número, porque existe sólo un método de engendrar
todos los números naturales: el proceso de contar. Tratar las ideas como individuos es como
identificar nubes: a veces es posible hacerlo, pero muy a menudo no. En los ejemplos que
siguen, esta dificultad es mínima.
La palabra “temperatura” significa grado de calor. Su referencia elemental es la
referencia a una sensación que experimentamos en la piel, por ejemplo, cuando metemos la
mano en una bañera de agua y la encontramos caliente. Esta experiencia en sí misma es
considerada a menudo poco científica; sin embargo se trata de la conciencia primaria de la
cual surge luego una significación más elaborada de temperatura. Designemos en la figura
la temperatura con una cruz sobre el plano P y llamémosla Tp, la experiencia protocolo de
temperatura.
O bien consideremos el caso de la fuerza. Su aspecto P es la tensión que sentimos en
nuestros músculos cuando empujamos un objeto o tiramos de él. En la figura la marcamos
con una cruz y la designamos como Fp. Otros protocolos simples son la distancia de un
objeto respecto de mí, distancia que estimo cuando lo miro, el tiempo que siento transcurrir
subjetivamente entre dos sucesos, el color azul que veo, la inercia que siento al arrojar una
piedra y hasta la aceleración que experimento al reclinarme hacia atrás en mi asiento
cuando mi automóvil arranca (resistencia a la aceleración). Mencionamos estos ejemplos
porque ellos representan puntos de partida de conocimientos científicos muy elementales,
de teorías muy simples. Seguramente al lector se le ocurrirán muchos otros.
Respecto de los protocolos hemos observado su incoherencia, su irracionalidad, la
espontaneidad de su acaecer. Todas estas cualidades que describiremos ahora más
minuciosamente producen la sensación de encanto, el placer sensorial o el dolor, el deleite
que un poeta siente al experimentar directamente “la naturaleza”, pero dichas cualidades no
son adecuadas para constituir la ordenada imagen del mundo que desea el hombre de
ciencia físico. Los defectos de los protocolos son éstos:
1. Son inestables aun en la experiencia de una misma persona. Por ejemplo, la
sensación de calor que siento en la punta del dedo depende de aquello a que haya estado
expuesto antes el dedo. Después de haber estado en contacto con hielo, el dedo registrará
como caliente hasta un baño de agua tibia; en circunstancias opuestas el agua tibia parecerá
fría. Asimismo, la fuerza que siento en mis músculos dependerá de su estado de
relajamiento y el sentido del tiempo dependerá de mi estado de aburrimiento o de
vivacidad. Llamamos inestabilidad a esta condición insegura de los protocolos dentro de la
conciencia de una misma persona.
2. Son subjetivos, varían según las personas. Esto puede ilustrarse fácilmente con
los ejemplos anteriores. Pero el defecto de la subjetividad es filosóficamente más
enigmático que el de la inestabilidad. En efecto, no hay manera de comparar mis
experiencias P con las de otra persona. Nadie puede demostrar y ni siquiera saber si la
sensación subjetiva de azul, que experimentamos al mirar el cielo, es la misma que la mía.
El hecho de que ambos la llamemos azul es interesante en la medida en que implica una
reacción lingüística uniforme a la sensación. Pero esta uniformidad de las reacciones no
prueba la identidad de las sensaciones.
Dicho sea incidentalmente, ése es uno de los motivos por los que algunos
psiquiatras piensan que las sensaciones en nuestro sentido de protocolo son irrelevantes y
que lo propio de la psicología comienza con respuestas a las experiencias P. Trátase de una
suposición conveniente que resulta útil en ciertas ciencias aplicadas y hasta en importantes
esferas de investigación moderna, como la teoría de la información y la técnica de
computación. Pero como esta concepción ignora los fenómenos de la conciencia, ignora
también muchos importantes problemas filosóficos y determina que el paso de la ciencia a
las artes sea más difícil; por eso nosotros no la adoptamos y, como veremos, no es necesario
adoptarla.
3. Las experiencias P son cualitativas en el estricto sentido de la palabra: no
implican magnitudes numéricas, son no cuantitativas. No puedo asignar un número al color
azul que veo ni a la sensación de calor que registra U punta de mi dedo o al intervalo
sentido entre dos sucesos.
Precisamente a causa de estos tres defectos, los hombres de ciencia se ven forzados
a abandonar el plano P para adoptar el campo C, ¿Cómo llevan a cabo este paso?
El vehículo es la medición. Para estabilizar, para hacer objetiva y cuantitativa la
experiencia P de temperatura, uno emplea un instrumento llamado termómetro y hace que
la indicación del termómetro corresponda a la sensación registrada por la punta del dedo.
Lógicamente, como experiencia, la lectura del termómetro es diferente del protocolo de
temperatura. Sin embargo la palabra “temperatura” se aplica a ambas cosas. Esta falta de
distinción no deja de acarrear peligros y ha producido mucha confusión filosófica. Nosotros
trataremos de evitarla llamando a la lectura del termómetro temperatura construcción que
designaremos en la figura como Tc. Un breve momento de reflexión basta para comprobar
que Tc no adolece de los tres defectos de Tp. Tc es estable, objetiva y cuantitativamente
pues está dada por un número. Por cierto que ese número es en cierto modo arbitrario pues
requiere la elección de una unidad (grado). La necesidad de esa elección es común a todas
las mediciones salvo una, el proceso de contar que para nosotros es también una medición.
En la figura 1 representamos la medición de la temperatura Tp con una línea doble que
llega a Tc, la temperatura construcción. Esta medición —una línea doble en nuestra figura
— forma una definición de la temperatura construcción (Tc).
También la fuerza puede medirse de varias maneras. La más simple probablemente
sea la de emplear un dinamómetro, que es esencialmente un resorte y una regla graduada,
aparato en el que puede determinarse la extensión de un extremo del resorte. El otro
extremo del resorte es fijo. El agente que ejerce la fuerza —por ejemplo un brazo que tira
de un objeto— obra sobre el extremo suelto y lo mueve cierta distancia en dirección de la
tracción. La magnitud de la fuerza es entonces el número de pulgadas (o de cualquier otra
unidad de longitud) que ha recorrido el extremo del resorte. Ese número se refiere a la
fuerza construcción, designada como Fc en la figura 1 donde también la medición está
simbolizada con una línea doble. Puede advertirse de nuevo que Fp, el protocolo, y Fc, la
construcción, no son idénticos y sin embargo se los llama a los dos fuerza.
No es necesario exponer aquí los detalles de medición de la distancia, del tiempo,
del color azul, de la inercia y de la aceleración. Los instrumentos respectivos son la regla de
medir, el reloj, el espectrógrafo, la balanza (puesto que la inercia es masa y es proporcional
al peso) y el acelerómetro. En todos estos casos, salvo uno, el nombre de la construcción es
el mismo que el del protocolo. Sólo en el caso del color advertimos una diferencia: el
campo C correspondiente al color es una longitud de onda. Volvamos a decirlo: todas las
construcciones que hemos considerado hasta ahora son las contrapartes objetivas y
cuantitativas de experiencias protocolos.
Permítasenos hacer aquí un breve comentario filosófico que se refiere
principalmente a la terminología. El gran filósofo y físico Percy Bridgman llamó a las
líneas dobles de la figura 1 (donde M indica medición) definiciones operacionales de las
construcciones a las que ellas llevan. En verdad, Bridgman creía que toda definición
científica aceptable tenía que ser de tipo instrumental. Su concepción se llama
operacionismo. La mayor parte de los filósofos piensa que Bridgman se pasó de la raya,
pues, hasta en la ciencia se necesitan definiciones de tipo no instrumental, de tipo no
operacional. Después diremos algo más sobre este punto. Los instrumentos científicos de
los adeptos a esta escuela pueden no ser de la variedad simple usada en las llamadas
ciencias positivas; un instrumento puede ser el acto de hacer preguntas en psiquiatría o el
acto de armar un aparato con una palanca que ofrezca alimento a una rata (definición
operacional de hambre en psicología) o el cuestionario elaborado por científicos sociales o
el recuento de muertes producidas en una sociedad para “medir la longevidad”. Ciertamente
Bridgman incluía entre sus operaciones las que él llamaba operaciones de papel y lápiz.
Aquí el concepto de operación se hace tan difuso que llega a perder sentido.
En todo caso, hay una clase de procedimientos, de los cuales la medición es un
importante ejemplo, que vinculan los protocolos con las construcciones. Nosotros
preferimos llamar a esos procedimientos reglas de correspondencia cuando nos referimos a
toda la clase, lo cual no ocurrirá muy a menudo. Esta expresión, introducida por uno de los
autores a este efecto particular, se emplea ocasionalmente en libros de texto sobre filosofía
de la ciencia. Lo mencionamos aquí porque el acto de reificación, que difícilmente puede
llamarse una medición, es tal vez la regla de correspondencia más simple. Según las líneas
dobles de la figura 1, esa regla vincula un complejo de sensaciones con un objeto exterior.
En la representación de nuestro diagrama se trata de un paso muy breve, por ejemplo, se
trata de pasar del complejo de sensaciones, color castaño, superficie rectangular, duro, etc.,
complejo designado con Dp, a la construcción escritorio, designada Dc. Se ve así que
inmediatamente frente al plano P puede haber innumerables construcciones que denotan
cosas. Ciertos filósofos las incluirían en P, porque el paso del estricto P a la cosa que
significa es prácticamente automático (aunque puede ser falso, como ocurre en los sueños y
en las alucinaciones). Esto convertiría el plano P en una delgadísima hoja. Sea cual fuere la
interpretación que se prefiera, ella no será pertinente a nuestros fines.
Ordinariamente, ciencias como la física y la química inician sus operaciones
después de haberse dado una experiencia P y una medición. Pongamos que, en la figura 1,
Fp denota la sensación de una fuerza, que Fc denota la construcción relativa a esa fuerza
mediante la medición de un dinamómetro. Del mismo modo hagamos que Mp signifique
masa. Me la construcción dada por el empleo de una escala; y que Ap y Ac sean las
aceleraciones sentida y medida. Fc, Ac y Mc son números que responden a ciertas
unidades. Y ocurre (tal vez éste sea uno de los milagros que hace posibles las ciencias
físicas y el establecimiento de la realidad física), que hay una relación numérica invariable
entre Fc, Ac y Mc en la forma de Fc = Mc Ac ¡Así se ha descubierto una ley de la
naturaleza! En nuestra figura hemos representado esta relación matemática, racional, con
líneas simples que conectan las construcciones, y continuaremos usando líneas simples para
representar relaciones lógicas y matemáticas entre construcciones. Una ley, por ser
cuantitativa, nunca podría haberse descubierto entre los protocolos que son cualitativos.
Aquí se manifiesta la importancia decisiva de la medición. La ley que hemos visto surgir
así se conoce como segunda ley del movimiento de Newton.
Esta situación, en la cual se descubren relaciones matemáticas después de pasar de P
a C en una serie de protocolos (P) experimentalmente diferentes, prevalece en toda la
ciencia física. Un complejo de construcciones conexas constituye una teoría. Algunas de las
construcciones quedan en blanco; podrían ser tiempo, distancia recorrida, cantidad de
movimiento, etc. y en ese caso la teoría se llamaría “dinámica elemental”. En los capítulos
siguientes daremos muchos ejemplos tomados de diferentes ciencias.

Hemos llamado “reglas de correspondencia" las conexiones que hay entre hechos P
y construcciones. Esas reglas son generalmente operaciones de medición que se llevan a
cabo con instrumentos. Un examen atento de dichas reglas nos obliga a distinguir tres tipos.
En primer lugar está el habitual, el inherente a los ejemplos que hemos presentado. Es el
tipo llamado definición operacional de una construcción, por ejemplo, la definición de la
temperatura como lectura de un termómetro. Pero hay otros dos tipos de reglas, el primero
tan universal y sencillo que rara vez se lo reconoce o se lo discute. Es el tipo de regla que
nos lleva de la sensación individual, inmediata, “instintiva", sin reflexión, a lo que
llamamos los objetos del mundo exterior. Vincula las sensaciones individuales de la forma,
color, tamaño, dureza, lisura, del escritorio que está frente a mí —lo que Eddington
llamaría el escritorio del positivista— con el escritorio del físico. Trátase de un paso que va
desde un tumulto inmediato de experiencias P a una consolidación en la forma de objetos,
una consolidación que implica la utilización de los principios guías que exponemos en el
capítulo 5. Aquí se hace necesaria la intervención de una regla de correspondencia, pues lo
dos ámbitos no son idénticos.
El conglomerado de sensaciones no da una forma rectangular a la superficie del
escritorio; desde el lugar en que estoy sentado, el escritorio tiene una forma trapezoidal.
Esto no quiere decir que tendré las mismas sensaciones cuando lo mire de nuevo, ni que
otra persona estará de acuerdo conmigo cuando atribuyo al escritorio una superficie
rectangular, existencia y permanencia de los rasgos, que he construido sobre la base de mis
sensaciones.
La regla de correspondencia que lleva desde el complejo inmediato de conciencia,
desde los hechos P, a un objeto exterior es la reificación (del latín res que significa “cosa”).
Esta reificación produce por decirlo así el mundo del realista ingenuo que en nuestra figura
estaría representado por una delgada capa (delgada porque no guarda relaciones racionales
con el campo C) adyacente al plano P. Dentro de esa capa los objetos no están relacionados
por leyes; nada puede decirse de ellos salvo que “sencillamente están allí”, según los
protocolos. La reificación difiere de una definición operacional por su simplicidad, por su
universalidad, por su carácter no crítico, por su falta de organización y por su falta de
finalidad. Se la puede llamar el primer paso en la ciencia, pero ella sola no es capaz de
construir la ciencia.
El tercer tipo de regla de correspondencia es más complejo. Se trata de
la combinación de una definición operacional (líneas dobles en la figura 1) y de una
relación lógica (línea simple entre dos construcciones en la figura). Para que se comprenda
por qué este tipo de regla es necesario, hacemos notar que una línea doble, que siempre
tiene su origen en el plano P, define una cantidad, un número, correspondiente a una
sensación. En la física moderna, esto se llama un observable, más específicamente un
observable cuantitativo. En la figura 1, masa, fuerza, tiempo y distancia, son observables de
esta índole. Pero toda ciencia contiene algo más qué observables; en la ciencia abundan
entidades como cuerpos de todas clases, sólidos, gases, líquidos, y hasta onta a los que se
atribuyen los observables. En la esfera visual y táctil estos vehículos de observables son
ellos mismos observables, pero esto no ocurre en otras esferas. Los átomos y las llamadas
partículas elementales no son directamente observables, pero algunas de sus propiedades lo
son. Lo mismo cabe decir del interior del sol, del centro magnético de la tierra, de un
campo eléctrico, de una depresión mental y, por cierto, del espíritu humano.
Análoga complicación se manifiesta cuando definimos estas entidades que son los
vehículos de observables. Un cuerpo material es un objeto que tiene masa, tamaño, forma,
posición en el espacio, velocidad y muchos otros observables susceptibles de ser definidos
de manera operacional. Un electrón es algo que tiene o posee una masa específica, una
carga, un espín y posiblemente un tamaño. De manera que lo que hemos denotado como
una entidad, como un objeto, como un sistema, como algo a lo cual asignamos existencia en
un sentido más sustancial que a una propiedad observable, debe definirse en última
instancia como “aquello que posee ciertos observables o es vehículo de ciertos
observables”. La atribución teórica de un observable a una entidad o a un sistema es un acto
lógico, y en nuestro diagrama las relaciones lógicas se indican con líneas simples.
Por lo tanto, cuando nos valemos de un gráfico, una entidad o sistema —o de
manera más general, lo que antes llamamos un on, estaría representado por una o más
reglas ordinarias de correspondencia (líneas dobles que parten de P) que definen
observables, los cuales a su vez llevan a la entidad en cuestión mediante una o más líneas
simples. Así, en la figura 2 las definiciones operacionales dan la posición (x), la velocidad
(v), la aceleración (a) y la masa (ni). Las líneas simples las asignan a una partícula o a un
cuerpo. En efecto, significarían: un cuerpo material es aquello que tiene los observables x,
v, a, y m. Llamaremos a una definición de este complicado tipo una compleja regla de
correspondencia.
La figura 2 define un objeto especial, b. Pero las leyes de la naturaleza, en este caso
de la mecánica newtoniana, son válidas en el caso de todos los objetos que pueden definirse
según los mismos observables que definen a ó en la figura 2. Por eso no es necesario trazar
una figura para cada b. Las leyes relativas a todos los b —en este caso la segunda ley de
Newton— pueden pues representarse mediante líneas dobles que parten de P y llegan a los
varios observables como Fc, Mc y Ac de la figura 1, que están relacionados por la ley.

Hemos expuesto este análisis detallado —pero siempre implícito— de uno de los
aspectos del método científico, porque esclarece lo que hemos llamado dominio y esferas y
además porque el análisis puede contener sugestiones sobre cómo pueden llegar a ser
científicas experiencias que aún no responden al tratamiento científico. La figura 1
representa un dominio o esfera, un dominio que relaciona los observables Mc, Fc y Ac por
obra de una ley de la naturaleza. La sugestión que recibimos es ésta: cuando dentro de un
cierto dominio de experiencia se observan fenómenos todavía no esclarecidos por la
ciencia, busquemos observables adecuados y busquemos luego una ley que los relacione.
Los onta a que pertenecen los observables (en virtud de un diagrama como el de la figura 2)
pueden llegar a conocerse o pueden llegar a manifestarse como entidades válidas en el
proceso de tratar de encontrar los observables y sus leyes.
4

La significación de “verdad”

En el juicio a Jesús, Poncio Pilato pregunta con aire indiferente “¿Qué es la


verdad?” (San Juan XVIII; 38). Nunca se formuló una cuestión filosófica más profunda.
A menudo se dice que la ciencia es el descubrimiento de la verdad. No es probable
que quien se dé por satisfecho con esta definición llegue a ser un buen científico en campos
en que es necesaria la comprensión y no ya tan sólo la acumulación de datos. Pues la
palabra “verdad”, a pesar de su apariencia de algo definitivo, entraña muchas dificultades
conceptuales que el lector reflexivo debe considerar. En efecto, hay muchas clases de
verdad y es menester distinguirlas.
El término “verdad”, se usa a menudo aisladamente sin referencia a ninguna otra
cosa. Está el trío platónico de virtudes —verdad, bondad y belleza-; las tres son ideales
abstractos que deben guiar la vida de los hombres. Pero hay una diferencia en estas ideas:
las dos últimas, bondad y belleza, son propiedades o cualidades de las cosas y de los
hombres; la verdad no es una propiedad. Es una cualidad de las enunciaciones, de las
proposiciones, de los teoremas, de las leyes, que son, por su parte, declaraciones. Hoy
muchos filósofos asignan la verdad sólo a las proposiciones. Por ejemplo, una persona
puede ser veraz, pero no verdadera. Si se dice que una persona es veraz se entiende que se
trata de alguien que sólo dice proposiciones verdaderas. De manera que éste es el primer
punto que hay que tener en cuenta en lo que se refiere a la verdad: la verdad es una
propiedad de las enunciaciones.
Pero las enunciaciones pueden ser verdaderas de diferentes maneras o en diferentes
sentidos. Veamos unos pocos ejemplos: la acepción más simple de la palabra 'Verdadero” se
da en la oración: “El relato es verdadero”. Aquí se afirma meramente que los incidentes
relatados están de acuerdo con los hechos observados, o, para decirlo en un lenguaje más
específico, que la descripción corresponde a las experiencias P. La enunciación está de
acuerdo con lo que se percibió y no va más allá. Al lector se le ocurrirán innumerables
ejemplos de esta simple versión. Afirmaciones como “Llueve” y “Suena la campanilla” son
de este tipo elemental. La verdad de esta clase se llama verdad empírica; la palabra
‘"empírico” deriva del griego en peira: la prueba”, y aquí está implícita la idea de someter
directamente a prueba las experiencias P.
Con todo, la situación no es siempre tan sencilla. Consideremos la proposición:
“Una molécula de agua está compuesta por dos átomos de hidrógeno y un átomo de
oxígeno”. Uno no puede verificarlo directamente mirando el agua. La razón de ello es la de
que los átomos de oxígeno e hidrógeno son construcciones que tienen relación ciertamente
con P, pero no son parte de P. Nuestra afirmación es en realidad una proposición que se
refiere a los elementos C. Pero éstos están relacionados con P por reglas de
correspondencia, algunas de las cuales son definiciones operacionales, y en virtud de esta
conexiones la enunciación puede ponerse en peira. La enunciación es indirectamente
verificable. (A mayor abundamiento, véase el capítulo 6.) Las enunciaciones indirectamente
verificables se consideran también empíricamente verdaderas. Ciertamente la mayoría de
las formulaciones científicas son de esta clase. Consideremos unos pocos ejemplos: “En el
vacío, los cuerpos caen con aceleración constante”, “Los cuerpos se atraen recíprocamente
por una fuerza llamada gravitación”, “Un golpe dado en el cuerpo causa dolor”, “Todos los
seres vivos mueren”. Adviértase sin embargo que la afirmación: “Todos los seres vivos se
deben morir” no sería verdadera en este sentido empírico.
La mayor parte de las declaraciones que hacemos en nuestra vida cotidiana (si son
verdaderas) son empíricamente verdaderas, aunque hay casos en que este carácter es
meramente implícito y no está realmente presente. En esos casos surgen dificultades que
ningún análisis lógico o científico puede eliminar. Es decir, hay casos en los que no pueden
establecerse presuntas verdades empíricas. Por ejemplo, un testigo cuenta lo que cree que
ocurrió. Si se trata del único testigo nadie puede poner en tela de juicio su relato. Y sin
embargo el testigo no miente. Por otro lado, no puede decirse que sus afirmaciones serán
empíricamente verdaderas. Si yo digo: “Tengo dolor de muelas”, pero el dentista
comprueba que mi dentadura está perfectamente sana, estoy haciendo una declaración
empírica relativa a una experiencia P directa. Pero, ¿es verdadera mi afirmación? O
consideremos esta otra declaración: “Estoy triste”. No hay manera de verificar esta
afirmación mediante los métodos considerados en el capítulo anterior, los métodos que
establecen la realidad física. Sin embargo yo sé que mi afirmación es verdadera; lo que
ocurre es que mi tristeza pertenece a un dominio de la realidad diferente del dominio físico.
Parecidas circunstancias rodean muchas observaciones parapsicológicas. Si yo afirmara que
cada vez que pienso en alguien a quien amo esa persona también piensa en mí, sería difícil
establecer la verdad de mi declaración mediante dichos métodos a causa de la turbulencia
de nuestras vidas. Hay métodos por los cuales podría determinarse estadísticamente la
afinidad telepática de esta índole, pero aun cuando esos métodos tuvieran éxito —es decir,
si el número de coincidencias excediera las expectaciones normales— habría todavía
muchos que dudarían de la realidad de tal resultado. En todo caso difícilmente se lo
consideraría como físicamente real. Más probable es que se lo considere un hecho casual.47
Estos son ejemplos que muestran que no siempre es fácil o posible decidir sobre la verdad o
falsedad empírica.
Las proposiciones consideradas entran en esta categoría y tienen interés y sentido
científicos. Si digo: “El espacio es infinito, ciertamente estoy afirmando algo que no puede
verificarse directamente en P. Ello no obstante, las construcciones espacio e infinito son
claras y en cierto modo tienen relación con P, aunque de una manera bastante compleja. La
afirmación relaciona construcciones muy alejadas de P, aunque distantemente conectadas
con P. Aquí la situación es de tal condición que en principio existen maneras de verificar las
consecuencias empíricas de la declaración, sólo que en el momento actual las
observaciones astronómicas ni la confirman ni la descalifican. Y por esa razón la
enunciación en el presente no es empíricamente verdadera ni falsa. Análogo análisis puede
hacerse de la afirmación: “El tiempo no tiene principio ni fin”.
Resumamos: la verdad empírica se refiere a enunciaciones que están, directa o
indirectamente, de acuerdo con la observación (hechos P). La verdad empírica depende de
pruebas exteriores sobre el contenido de las enunciaciones mismas.
Hay también proposiciones cuya verdad no depende de la verificación empírica,
puesto que de algún modo las proposiciones mismas la contienen. Veamos algunos
ejemplos. Las enunciaciones simples como 2 + 2 = 4 —en rigor de verdad todos los
teoremas matemáticos— pertenecen a esta clase. Por cierto que uno puede verificar que 2 +
2 = 4 contando con los dedos; pero en cierto modo siente uno que esto no es necesario, que
el resultado de sumar dos más dos no puede ser otro que cuatro. Proposiciones de esta clase
no tienen por qué ser tan obvias. Por ejemplo, el teorema geométrico que afirma que la
suma de los ángulos internos de un triángulo es de 180°, si bien puede verificarse
empíricamente el proceso ofrecería mayores dificultades que las que las del proceso de
contar. Hay otros casos que resultan difícilmente verificables mediante métodos empíricos.
Cuando digo π = 3,14.., la medición del diámetro y circunferencia de un círculo puede
confirmarlo. Pero mediante el uso de computadoras modernas π fue calculado en 100.000
lugares decimales y ninguna medición empírica podría posiblemente alcanzar semejante
precisión. Otro ejemplo de este tipo es: “La función l/x tiende el infinito a medida que x se
aproxima a cero”. Obsérvese que infinito es un concepto ideal al que sólo puede llegarse
por obra de una vasta extrapolación; de ahí que esta enunciación también sea verdadera en
un sentido diferente del de la verdad empírica.
Los anteriores ejemplos tienen en común lo siguiente: su validez puede
determinarse analizando su contenido; su verdad está dentro de ellos mismos. Por estas
razones se los llama enunciaciones analíticas, proposiciones analíticas y juicios analíticos y
oraciones analíticas, y su verdad es una verdad analítica. Observará el lector que estas
enunciaciones tienen dentro de sí una especie de necesidad; uno siente que expresan algo
que no podría ser de otra manera. Pero aquí conviene decir alguna palabra de precaución.
No es probable que uno dude de que 2 + 2 = 4 hasta que comienza a reflexionar
poniendo mayor cuidado sobre los objetos a que se aplica este teorema. El teorema es
empíricamente verdadero en el caso de dedos, manzanas y todos los otros objetos cuya
identidad no cambia en el proceso de contarlos. Pero, ¿qué decir sobre las nubes del cielo
que se funden y se separan según sopla el viento? ¿Dos ideas más dos ideas dan siempre
cuatro ideas? Tal vez ese sentido de necesidad que nos parece encontrar sea una ilusión. Y
esta sospecha se fortalece cuando examinamos nuestra segunda proposición —la suma de
los ángulos interiores de un triángulo da 180° —que es verdadera en el caso de triángulos
trazados en una superficie plana, en una hoja de papel, pero no en el caso de un triángulo
trazado sobre la superficie de una esfera. Una triangulación cuidadosa en grandes distancias
sobre la superficie de la tierra no puede confiarse en la aplicación de ese teorema.
Aquí comenzamos a ver que la verdad analítica, considerada antes como verdad
necesaria, puede no ser verdadera en un sentido empírico. En los últimos cien años los
hombres de ciencia comprendieron que la verdad analítica es en cada caso la consecuencia
lógica de ciertos axiomas (es decir, supuestos fundamentales) y que no tiene por qué ser
aplicada al mundo en modo alguno. Así, detrás de la enunciación 2 + 2 = 4 están ciertos
axiomas de aritmética, bien conocidos por los matemáticos pero que están más allá del
alcance de nuestra actual discusión, axiomas cuya aceptación previa asegura todas las
proposiciones aritméticas. Los axiomas mismos no pueden probarse, pero se los acepta, a
veces a causa de su simplicidad, a veces porque conducen claramente a explicaciones de
nuestra experiencia y a veces por ninguna razón declarada. Nuestro segundo ejemplo
relativo a los ángulos de un triángulo se sigue de axiomas formulados claramente primero
por Euclides y también el valor de ir calculado en 100.000 lugares decimales se sigue de
ciertos axiomas. Por fin, el límite de 1/x el cual, cuando x llega al infinito, es igual a cero
depende de ciertos supuestos sobre la significación del término “límite”, que fue clarificado
también sólo durante el último siglo.
Lo expuesto hasta ahora es pues lo siguiente: hay enunciaciones que expresan una
verdad empírica; su validez estriba en el acuerdo con la experiencia P. Una segunda clase
de enunciaciones expresa verdades analíticas; su validez deriva del hecho de que son
consecuencias de axiomas, algunos de ellos muy oscuros y abstractos, axiomas cuyo lugar
simbólico en nuestro diagrama (la figura 1 del capítulo anterior) está situado bien a la
izquierda en el campo C y aquí se plantea esta cuestión: ¿Hay proposiciones en las cuales
estén combinadas la verdad empírica y la verdad analítica, proposiciones que se siguen de
axiomas plausibles .y que son verdaderas aplicadas al mundo? La respuesta es afirmativa y
esas enunciaciones se llaman generalmente leyes científicas. (En la ciencia la palabra “ley”
no se usa con precisión y a menudo ocupan su lugar palabras como principio, teorema,
fórmula.) Estas enunciaciones expresan una tercera clase de verdad: la verdad científica.
Daremos algunos ejemplos que trataremos en detalle porque son pertinentes al propósito
general que tenemos aquí.
La gran revolución copernicana se produjo cuando el astrónomo polaco Koppernigk
publicó su famoso De Revolutionibus Orbvum Coelestium, en 1543, año en que murió a la
edad de 70 años. Anteriormente el sistema de astronomía tolemaico (de Tolomeo,
astrónomo egipcio del siglo II d. de C. que nació en Grecia y actuó en Alejandría) era el
aceptado para describir los movimientos de los astros y planetas. Este sistema suponía que
la tierra era el centro del universo y que todos los planetas y astros se movían alrededor de
ella de una manera adecuada a los cuerpos celestes. Como los griegos consideraban el
círculo la figura más perfecta, los cuerpos celestes debían moverse en círculos. Pero un solo
círculo para un planeta no bastaba puesto que el movimiento uniforme según ese círculo
determinaría que astros y planetas se movieran de manera uniforme en el cielo para los
observadores humanos. Por eso Tolomeo presentó dos círculos para cada planeta, uno
llamado círculo “deferente”, que tenía su centro en la tierra, y otro el “epiciclo” que tenía su
centro en todo momento en la periferia del deferente, pero que se movía a velocidad
constante a lo largo de esa periferia. El planeta mismo giraba a su propia velocidad
constante por la periferia del epiciclo. Por esta composición de órbitas circulares podían
explicarse los movimientos aparentes de planetas y estrellas. A comienzos del siglo XVI el
número de epiciclos necesarios para reproducir los datos conocidos en ese momento era de
83.
En el siglo XVI Copérnico advirtió algo muy extraño. Si bien el planeta Marte
describía aproximadamente la órbita visual de conformidad con los círculos de Tolomeo,
sus periódicos y grandes cambios de brillo no eran compatibles con el pequeño radio de su
epiciclo. Mediante cuidadosas observaciones y reflexiones, Copérnico descubrió que un
sistema heliocéntrico, en el cual el Sol estuviera en el centro riel universo planetario, ofrece
una descripción simple de los movimientos de los planetas, pues para explicarlos sólo se
necesitaban aproximadamente unos treinta círculos deferentes, y además explicaba
aproximadamente los cambios del brillo de Marte. Tratábase realmente de un notable
descubrimiento científico, aunque su esplendor pueda estar eclipsado por muchas
realizaciones científicas anteriores y posteriores. De todas formas, los historiadores de la
ciencia asignan una importancia única a la revolución copernicana, no tanto por su
grandeza científica como por sus implicaciones filosóficas y religiosas, que estaban en
contradicción con la doctrina de la Iglesia. Los adeptos a la doctrina copernicana, hombres
como Galileo y Bruno, fueron víctimas de persecuciones.
Hemos expuesto esta reseña como episodio interesante en la historia de la ciencia,
como un preámbulo a los descubrimientos que formaron las leyes científicas en el moderno
sentido de la expresión. La teoría de Copérnico era imprecisa; y no concordaba con las
observaciones notablemente precisas del astrónomo Tycho Brahe (1546-1601) que publicó
minuciosas descripciones de los movimientos de “777 planetas y estrellas fijas”. El origen
de leyes precisas está en Johann Kepler (1571-1630), un joven colaborador de Tycho Brahe,
quien formuló lo que hoy se conoce como las tres leyes del movimiento planetario de
Kepler. Esas leyes son:

1. Todos los planetas se mueven en órbitas elípticas, uno de cuyos focos ocupa el
Sol.
2. El radio vector heliocéntrico del planeta describe alrededor del Sol áreas
proporcionadas a los elementos del tiempo.
3. Los cuadrados de los tiempos de las revoluciones de dos planetas cualesquiera
son entre sí como los cubos de los ejes semigrandes de sus órbitas.

Corresponde ahora que consideremos a Newton (1642-1727) y recordemos el


importante descubrimiento de la ley simple y hermosa de la gravitación universal, la cual
supone que toda partícula atrae a toda otra partícula con una fuerza proporcional al
producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que hay
entre ellas.
Newton no tenía manera de “derivar” su “ley” en un sentido estrictamente lógico.
Las observaciones se lo sugerían, pero su concepción fue un acto creador, un salto dado
desde los hechos a una magnífica conjetura, inexplicable en simples términos científicos.
Como prueba de ello baste mencionar que en su interpretación estricta la ley de Newton
sólo se aplica a partículas infinitamente pequeñas las cuales son entidades ideales que no se
encuentran en «el mundo de la observación.
Desde un punto de vista estrictamente lógico, la ley de Newton del cuadrado inverso
es un postulado o un axioma. (Empleamos las dos palabras, postulado y axioma, como
sinónimos para designar enunciaciones que no pueden ser derivadas de otras más
generales.) Y vengamos ahora al suceso más importante de esta evolución: con
razonamientos matemáticos Newton demostró que las tres leyes de Kepler son precisas
consecuencias analíticas de sus tres leyes. Vemos pues que las leyes de Kepler son
analíticamente verdaderas.
Pero, como se desprende de lo expuesto anteriormente, dichas leyes son también
empíricamente verdaderas, pues están de acuerdo con las observaciones de Brahe. Se hallan
pues suspendidas entre la condición de postulado y la condición de observación; están
doblemente ancladas en C y en P. Esto ilustra la naturaleza de la verdad científica.
Hemos tomado de la biología nuestro último ejemplo. El comienzo de la ciencia de
la herencia fue el descubrimiento de las leyes de Mendel. Estas leyes establecen, por
ejemplo, que en el cruzamiento de ciertos ejemplares híbridos de plantas —por ejemplo la
flor llamada dondiego (mirabilis jalapa)— el 25 por ciento de las nuevas plantas tendrá
flores blancas, el 25 por ciento, flores rojas y un 50 por ciento, flores rosadas. Las leyes de
Mendel que este científico descubrió en 1876, pero que sólo se apreciaron varias décadas
después, atribuían a cada planta ciertos caracteres o factores que, según Mendel suponía,
eran los portadores de la herencia. En aquella época tales factores eran construcciones
abstractas que Mendel postulaba y que tenían probabilidades de distribuirse en las nuevas
plantas de maneras simples. Sobre la base de estas probabilidades la aparición de
ejemplares de la segunda generación podía predecirse estadísticamente y se comprobó que
las predicciones resultaban verdaderas (en el caso de ciertas características mendelianas).
De manera que también aquí toda una serie de leyes científicas derivada de supuestos
básicos (la existencia no probada de caracteres con tendencias a la combinación no
determinables) puede someterse a prueba científicamente en la aparición de organismos
concretos.
Este ejemplo es también interesante en otro aspecto, pues muestra cómo, en el
progreso de la ciencia, una serie de postulados pueden llegar a convertirse en leyes
derivadas de supuestos más generales y luego convertirse en los axiomas de una teoría.
Esto fue lo que ocurrió en la ciencia de la herencia. Se comprobó que los caracteres de
Mendel tienen una existencia real dentro de cromosomas que son visibles; ahora se los
llama genes y su distribución, es decir, la esencia, de las leyes de Mendel, puede ser
derivada en gran medida de la química y física de la sustancia conocida como DNA. Aquí
vemos nuevamente cómo una verdad surge del doble anclaje de una teoría en C y P.
Los axiomas de las leyes de la herencia se han hecho así idénticos a los axiomas de
la teoría de la acción química. Dos series diferentes de postulados se convierten en una sola
serie y esto siempre marca un triunfo en la historia de la ciencia. Este proceso está
representado en la figura 3. Podría decirse que semejante amalgama implica una ulterior
retracción en el campo C, un remontarse a una serie de axiomas más generales. El lector
observará que el complejo de construcciones situado más a la izquierda, a, b y c, que
representan el extremo del campo C son siempre axiomas puesto que a la izquierda de ellos
no hay nada de que puedan ser derivados.
Hemos distinguido tres clases de verdad: empírica, analítica y científica. Hemos de
poner énfasis en el hecho de que una proposición dada puede ser verdadera en cualquiera
de estos tres sentidos y que lo que afirma una enunciación puede ser ambiguo si no se
especifica el sentido de su verdad. Muchas personas aceptan la verdad de esta afirmación:
“Dios existe”. Esta verdad puede ser analítica. Si, por ejemplo, consideramos una de las
“pruebas” dadas por el filósofo Anselmo de Canterbury, comprobamos que se trata de una
verdad analítica. En efecto, Anselmo dice: “Por definición, Dios es el ser más perfecto. Si
se tratara tan sólo de una idea de nuestro espíritu, Dios no sería el ser más perfecto, puesto
que le faltaría existencia. Por eso la definición misma de Dios implica su existencia”.
La afirmación puede entenderse también en el sentido de verdad empírica si nos
atenemos al testimonio de santos y profetas que declararon haber visto y oído la presencia
física de Dios.
Por fin, la proposición puede considerarse verdadera en el sentido científico. En
efecto, puede alegarse primero a manera de premisa básica, que el mundo requiere un
creador. Esto es claramente una postulación pues también es concebible que el mundo haya
existido siempre. Pero, partiendo de esta premisa uno puede derivar la creencia en el interés
de Dios por el mundo y acaso por las cuestiones del hombre. Si luego este interés se hace
manifiesto, tal vez en la forma de respuestas convincentes a las oraciones, la verificación
empírica puede considerarse presente y entonces la verdad de la afirmación se hace
científica.
La razón de que generalmente no se considere a Dios como una construcción
científica es la de que la premisa y la verificación empírica están sujetas a dudas, y esto es
algo en alto grado subjetivo.
Por eso, cuando hablemos en adelante de verdad, entenderemos verdad científica, la
propiedad de teorías validadas y aceptadas que son lógica o matemáticamente
construcciones relacionadas, las cuales tienen útiles conexiones con la experiencia
protocolo a través de reglas de correspondencia.
Terminamos este capítulo recordando una parábola.
Una de las más antiguas leyendas de nuestra cultura se remonta a una época anterior
a la de las dinastías libias de Egipto, muchos siglos antes de la era cristiana. La leyenda se
refiere a la ciudad de Sais situada en el delta del Nilo, donde un gran templo se había
consagrado a Osiris, el dios del mundo subterráneo. Las ruinas del templo son aún hoy
visibles.
Se decía que aquel templo contenía una misteriosa imagen cubierta por un velo y
que presentaba esta atormentadora inscripción: “La verdad”. Los mortales tenían prohibido
alzar aquel velo y los sacerdotes de Osiris hacían cumplir este estatuto con cuidadoso rigor.
Un joven, ansioso de descubrir la verdad (tal vez un científico, si nos es lícito usar
este término moderno) entró cierta vez al templo y vio la imagen cubierta. Cuando preguntó
a un guía si sabía lo que ocultaba aquel velo, el hombre le respondió horrorizado que no lo
sabía y luego le dio un informe oficial sobre la antigua ley. El reflexivo joven salió del
templo aquel día, pero una sed irresistible de conocer la verdad lo impulsó a regresar por la
noche con intención de cometer un sacrilegio. A la espectral luz de la luna entró en el
templo de Osiris y apartó el velo de la imagen. Nadie sabe lo que vio, pero la leyenda
insiste en que aquel joven fue encontrado casi muerto por los servidores del templo a la
mañana siguiente y al pie de la imagen. Una vez vuelto a la vida, no quiso hablar de su
experiencia, salvo para lamentarla. A partir de entonces su vida careció de vivacidad, sus
actos eran indiferentes y pereció prematuramente.
Esta leyenda se sitúa en los comienzos mismos de nuestra historia, parece preñada
de significaciones, pero no declara nada preciso, es enigmática y se refiere a la lucha
humana por hallar la verdad, lucha que simboliza una de las más grandes y nobles pasiones
del hombre. No faltaron interpretaciones de esta leyenda: algunos autores pensaron que
indicaba la finitud del espíritu humano que no puede comprender la verdad absoluta. El
poeta alemán Schiller dio a la historia un contenido moral al declarar que la verdad es fatal
para la conciencia culpable: “Weh dem, der zu der Wahrheit geht durch Schuld, sie wird
ihm nimmermehr erfreulich sein” Otros han dicho que sólo Dios puede revelar la verdad y
que ninguna impetuosidad humana podrá forzarlo a revelarla.
Nosotros proponemos una interpretación diferente del antiguo mito. Es ésta: El
joven de Sais, al alzar el velo, podría haber visto grabado en el muro del templo un mensaje
que podría haber rezado más o menos así: “Sólo un necio busca la verdad en una fórmula
finita; sólo un bribón desea adquirirla sin trabajos ni angustias. La verdad final equivale a
conocimiento estancado; nada puede sustituir el proceso de corregirse, el progreso, la
comprensión que indaga sin cesar. Abandona tu busca de la verdad en la formulación final y
abraza la mayor de las virtudes humanas que consiste en buscar sin término la verdad”.
Aparentemente la impresión producida por este mensaje destruyó a un alma débil
que buscaba la verdad mediante una fácil revelación.

Profesión de fe

Después de haber examinado la significación de la palabra verdad, volvamos ahora


a la idea sustancial del comienzo de nuestro discurso. Dijimos que la ciencia es un credo y
lo mejor que podemos hacer para terminar este capítulo es presentar algunas ideas,
enérgicas y vivaces, que podrían servir,
aunque de manera imperfecta, para expresar el credo de la ciencia moderna. Aquí
van para que el lector reflexione en ellas y las acepte o las rechace.

1. Creemos que la busca de la verdad es una empresa que nunca termina; sin
embargo nos comprometemos a buscarla.

2. No reconoceremos ni aceptaremos cualquier clase de verdad que pretenda ser


última o absoluta. Consideraremos y sopesaremos todas las aseveraciones como
conclusiones provisionales. Si el examen nos muestra que son señales de detención en el
camino de la indagación las ignoraremos; si son señales indicadoras tomaremos nota de
ellas y continuaremos nuestra marcha.

3. No reconocemos hechos ni cuestiones de los cuales se afirme que están para


siempre excluidos de la indagación o de la comprensión; para la ciencia, todo misterio no es
sino un desafío.

4. Creemos que por obra de los esfuerzos del hombre se crean constantemente
nuevos principios de comprensión y que una filosofía que vea las respuestas a todas las
cuestiones en lo que ahora se llama ciencia es una filosofía presuntuosa y contraria al
espíritu de la ciencia.

5. Confiamos en que el esclarecimiento científico pueda penetrar no sólo en las


esferas tenidas hoy por científicas, sino también en esas regiones oscuras que rodean a la
conciencia humana, en la esencia del espíritu, e ilumine rasgos que todavía resultan oscuros
o están ocultos y son misteriosos.
5

Principios guías en la elaboración de teorías científicas

Para recapitular digamos que en la ciencia la verdad surge en parte de principios


formales, como los de la matemática pura, y en parte de su orientación respecto de los
hechos P. Esta última fuente se llama verificación empírica de las teorías científicas; en un
proceso en el cual las consecuencias analíticamente derivadas de la teoría son puestas a
prueba en la observación directa mediante la experimentación. La primera fuente, una serie
de principios formales, consiste en unos pocos supuestos básicos o convenciones que han
evolucionado lentamente en el curso de la historia de la ciencia. No es la experiencia P la
que nos los impone ; aunque estrictamente independientes de la experiencia P, dichos
principios sirven para organizar la experiencia. Las palabras “supuestos” y “convenciones”
son quizá demasiado pobres en cuanto a expresar su poder de organización, pues son más
importantes que la mayor parte de los supuestos especiales que se hacen en una ciencia
dada. Los filósofos los han llamado “reglas del pensamiento”, “categorías” y “principias
metafísicos”. Algunos filósofos, como por ejemplo Kant, consideraron cierto grupo de tales
principios como predeterminados por la estructura misma de nuestra psique. Nosotros los
llamaremos principios guías e ilustraremos su papel. Después de ocupamos de ellos,
trataremos el igualmente importante aspecto de la verificación empírica.
Hay una frase, un aforismo, que los filósofos conocen cernió la “navaja de Occam”.
Occam fue un filósofo temprano de la ciencia y uno de los primeros en reconocer la
importancia de nuestros principios guías. Su navaja no era una navaja destinada a afeitar en
un sentido concreto; su finalidad era abstracta. La navaja de Occam era una regla que exigía
que toda una teoría científica fuera despojada de todos sus rasgos no esenciales. “Essentia
non sunt multiplicanda praeter necessitatem” cuya traducción más o menos libre sería: “No
hay que multiplicar las construcciones más allá de lo necesario”. Occam no aclara cuál es
esa necesidad, pero su pensamiento implica simplicidad, un uso mínimo de construcciones
en la formulación de teorías. Hombres de ciencias posteriores, como Mach (1838-1912), un
físico cuyo nombre es familiar por designar la unidad de medida de la velocidad de los
aviones, aludieron al mismo rasgo de las teorías producidas con “economía de
pensamiento". Cualquiera que sea su nombre, estos principios metodológicos guías pueden
extenderse en un espectro de elementos separados, no independientes los unos de los otros,
pero útiles en la discusión específica. Pero ante todo deberíamos dar uno o dos ejemplos
que nos ayuden a comprender por qué los principios guías son necesarios además de la
experiencias P y de las reglas de correspondencia expuestas en los capítulos 2, 3 y 4.
Las reglas de correspondencia, las definiciones operacionales, cuando se las aplica a
los datos de protocolo sin otra guía, son arbitrarias y no conducen a construcciones de
sentido unívoco. Tomemos como primer ejemplo la definición operacion.il de tiempo que
supone apelar al reloj. Pero hay muchos relojes y los intervalos de tiempo medidos con
diferentes artificios están dados por números ligeramente diferentes. Un reloj de péndulo,
que depende de la gravedad, asignará diferentes medidas al mismo intervalo si se lo emplea
en lugares en que difiere la fuerza de gravedad; un reloj de sol indica un tiempo diferente
(tiempo solar) del tiempo indicado por la revolución de las estrellas (tiempo astronómico).
Hoy consideramos la medida de tiempo más “confiable” lo que se llama tiempo atómico,
un tiempo basado en las vibraciones de cargas eléctricas en el interior de un átomo. Pero
hasta los científicos encontrarán que e? difícil definir claramente la significación de la
palabra “confiable” en este contexto; la palabra no significa preciso, ni reproducible, pues
no hay razón para que otros expedientes que no sean el átomo no resulten tan precisos y
reproducibles como se desee. Ello no obstante todo el mundo reconoce un mejoramiento de
“confiabilidad” en el proceso por el cual se pasa desde el tiempo del reloj de péndulo al
tiempo solar, al tiempo astronómico y por fin al tiempo atómico. Una breve reflexión basta
para mostrar que en esta estimación entra en juego un principio guía. Para comprenderlo
recordemos aquí la ley básica de la mecánica, tal vez la ley más simple de la naturaleza. La
conocemos como la primera ley de Newton: en ausencia de fuerzas, los cuerpos se mueven
según líneas rectas y recorren iguales distancias en iguales intervalos de tiempo. Esta ley no
es precisamente verdadera en el caso del tiempo solar, pero es correcta, en la medida en que
alcanzan nuestros conocimientos, en el caso de tiempo atómico. La lección que aquí
aprendemos es la de que, entre innumerables definiciones operacionales posibles el
científico elige aquellas que llevan a las leyes más simples de la naturaleza. La naturaleza
no lo obliga a hacerlo, pero en la práctica el hombre de ciencia, a veces inconscientemente,
se ve impulsado a este máximo de simplicidad. Por eso las líneas dobles de nuestra figura
no son enteramente arbitrarias; están elegidas a causa de ciertas exigencias impuestas a las
construcciones a las que dichas líneas llevan.
Muchos otros ejemplos tomados de la ciencia física ilustran este punto.
Consideremos, por ejemplo, las construcciones volumen de gas (V), presión (p) y
temperatura (T). En nuestra definición de V tenemos muy poco margen porque esa
construcción está tan cerca del plano P que se la da prácticamente por reificación. En
cuanto a presión (p), su definición operacional puede implicar un manómetro o un
barómetro. Una vez aceptadas razonables definiciones operacionales de volumen y presión,
todavía queda T frente i los científicos y aquí éstos tienen ante sí numerosas posibilidades.
Pueden medirla con diferentes aparatos, incluso un termómetro de mercurio, y un
termómetro de alcohol basada en lo que se llama un ciclo Carnot, porque un gas realmente
ideal no existe.
Sólo si usa el termómetro de gas ideal, el hombre de ciencia obtendrá la relación P x
V = constante x T en el caso de presiones y volúmenes de un gas en alto grado diluido. En
otros casos, el producto P V sería una función muy complicada de T. Otra vez aquí la
simplicidad dicta la elección.
Otro ejemplo simple al que ya nos referimos antes alude a la fuerza, la masa y la
aceleración. Si sus definiciones operacionales se eligen de ciertas maneras, surge la ley de
Newton de que la fuerza es igual a la masa por la aceleración.
Hemos tomado estos ejemplos de la física y la química y cabe preguntarse si nuestro
análisis es válido también en el caso de ciencias no físicas. Hay que tener en cuenta que
estas últimas versan sobre datos mucho más complejos que los de las primeras y que por
eso cabe esperar que tales datos conduzcan a teorías y leyes más complicadas. Pero la
tendencia a definir “cantidades observables” de maneras en que produzcan construcciones
viables es clara. En campos como el de la economía, en la que construcciones tales como
producto bruto nacional, desempleo, crecimiento económico o inflación son importantes, la
ausencia de leyes simples conocidas ha hecho imposibles definiciones operacionales únicas
de estas expresiones. En verdad, los economistas se valen de varios métodos diferentes para
computar semejantes medidas cuantitativas, es decir, usan diferentes definiciones
operacionales de ellas. La unicidad puede establecerse sólo cuando se descubren leyes
simples o bien leyes aceptables que relacionan estas mediciones. La ausencia de tales leyes
es la verdadera razón de que se considere que la economía (lo mismo que la psicología y
otras ciencias) es por el momento una ciencia incompleta.
Se han descubierto unas pocas “leyes” de esta índole. Una de ellas aparece en la
ciencia de la psicofísica que se ocupa de la física de la percepción. La ley establece que la
intensidad de una sensación es proporcional al logaritmo del estímulo físico que la provoca.
Por ejemplo, al intensidad de un sonido o ruido, medida en decibeles, es proporcional al
logaritmo del número de vatios por centímetro cuadrado de sonido. Además esta ley sólo es
válida en sensaciones de mediano alcance.
El principio guía operante en todos estos ejemplos se ha llamado simplicidad,
palabra indudablemente vaga e interpretada de diferentes maneras durante la historia de la
ciencia. La revolución copernicana, que redujo el número de epiciclos de los 83 tolemaicos
a 17 epiciclos, es un ejemplo en el que la simplicidad se manifiesta en su forma más clara,
en su forma numérica.
Al admitir la vaguedad del término “simplicidad”, ¿violamos el precepto científico
de la precisión? Los hombres de ciencia insisten en la definición precisa de todos los
términos, especialmente los científicos que trabajan en ciertas especialidades sobre todo en
matemática. Pero esa actitud no expresa una meta general de toda ciencia y ni siquiera es
posible en toda esfera cognitiva, como lo ha demostrado la lógica moderna.
Demos un ejemplo del poder regulador que tiene el principio de la simplicidad.
Mucho después que Newton hubo expuesto su ley de la gravitación, se descubrió una
irregularidad en el movimiento del planeta Mercurio. A causa de una precesión —es decir,
toda su órbita parecía describirse alrededor de uno de sus focos—, el movimiento no se
ajustaba exactamente a la ley de Newton. Un matemático propuso y demostré que si el
exponente 2 de la ley de Newton se cambiara siquiera tan ligeramente —a 2,003, si la
memoria no nos engaña— se podía dar cuenta de la precesión. Pero esta sugestión cayó en
oídos sordos: ningún astrónomo tomó seriamente la posibilidad de que a una ley
fundamental de la naturaleza pudiera faltarle la simplicidad, la elegancia, representada por
el número entero 2.
En verdad, la falta de precisión es una característica de todos los componentes que
forman el espectro de principios guías. A los hombres de ciencia que actúan en su campo no
les inquieta esta falta de precisión; de alguna manera saben instintivamente lo que ella
significa. Rara vez se ha registrado una controversia sobre cuál, de dos teorías científicas
contrarias, es la más simple, ni cuál, de varias leyes fundamentales, es la más general, ni
cuál, de varias ecuaciones matemáticas que describen un ámbito dado de experiencia, es la
más elegante y la más hermosa.
La simplicidad fue una guía de todos aquellos creadores de las más importantes
teorías de la física moderna. Ejemplo de ello es una cita de una carta que Einstein escribió a
su amigo Louis de Broglie, uno de los fundadores de la teoría cuántica (traducida del
alemán, carta con fecha 15 de febrero de 1954, publicada en Annales de la Fondation, Vol.
4,1979).

“Hace tiempo que estoy convencido de que no es posible encontrar la subestructura


(de la materia) si se la pretende construir partiendo del comportamiento empírico conocido
de las cosas físicas, porque el necesario salto del pensamiento estaría más allá de la
capacidad humana. He llegado a esta convicción no sólo porque han fracasado muchos años
de esfuerzos (en el campo dé usted) sino también a causa de mis trabajos en la teoría de la
gravitación. Las ecuaciones de la teoría de la gravitación sólo podían descubrirse sobre la
base de un principio puramente formal (la covariancia general), es decir, confiando en la
simplicidad lógica más grande imaginable de las leyes de la naturaleza. Como se hizo
evidente que la teoría de la gravedad era sólo un primer paso en el camino para hallar las
ecuaciones más simples generales, me pareció que este sendero lógico debía recorrerse por
entero hasta su conclusión antes de que pudiéramos esperar alcanzar una solución del
problema cuántico. Así me convertí en un fanático que cree en el método de la “simplicidad
lógica.”

Después de haber examinado bastante extensamente este principio de la


simplicidad, consideremos más brevemente otros varios principios guías que son
igualmente eficaces para distinguir entre construcciones válidas (y sus combinaciones,
llamadas teorías). £1 segundo principio es el llamado extensibilidad. La función de este
principio guía puede ilustrarse mediante dos ejemplos históricos.

Lo que en la figura 4 aparece encerrado dentro de un círculo contiene


construcciones conectadas por relaciones lógicas o matemáticas (líneas simples) y se llama
una teoría. Algunos de sus componentes (tres en la figura) tienen definiciones operacionales
que los relacionaban con el plano P (líneas dobles). Estos casos de P, cada uno de los cuales
puede corresponder a muchas observaciones cualitativamente idénticas —por ejemplo la
caída de cualquier cuerpo cerca de la superficie de la tierra- han de ser explicados por la
teoría, aquí la ley de Galileo o de Newton. Ahora bien, si en el campo C hubiera alguna otra
teoría que explicara no sólo P1 ,P2 y P3, sino más casos, como P4 y P5, esta última teoría
sería considerada más extensible que la primera y se la aceptaría como más verdadera. En
verdad, la primera sería rechazada en parte o en su totalidad.
Aristóteles explicó la caída de los objetos terrestres por su famosa teoría de
movimientos naturales y movimientos violentos. Suponía Aristóteles que el movimiento
natural obedecía a la tendencia de los objetos a buscar su lugar natural. Reconocía cuatro
sustancias terrenales —tierra, agua, aire y fuego— que estaban dispuestas en capas o
estratos: la tierra en la parte más baja y el fuego en lo alto. Una piedra caía en el aire y en el
agua porque buscaba su lugar natural en la tierra. Análogamente, las burbujas de aire se
elevaban en el agua porque se movían hacia su lugar natural que estaba por encima del
agua. Las gotas de lluvia caían en el aire pero el fuego se elevaba en el aire, etc. De esta
manera Aristóteles exponía una teoría simple del movimiento natural de los objetos
comentes. Suponía Aristóteles que estos movimientos se realizaban sin aplicación de fuerza
alguna y pensaba que las fuerzas eran capaces de cambiar estos movimientos naturales y
hacer que éstos fueran “violentos”. La atracción que ejerce esta simple teoría es evidente.
Por otro lado, la conjetura de Aristóteles presentaba una seria limitación pues se
aplicaba sólo a cuerpos terrestres. La ley de la gravitación de Newton, que reemplazó a la
de Aristóteles, suministraba una explicación, no sólo del movimiento de los objetos de la
tierra, sino del movimiento de los cuerpos celestes. Era una explicación más extensible que
la de Aristóteles porque daba cuenta de un ámbito mayor de observaciones, es decir, de un
dominio mayor del plano P.
El rechazo de la teoría calórica en favor de la teoría cinética o dinámica del calor es
otro ejemplo de la aplicación del principio guía de la extensibilidad. La teoría cinética
pretende que el calor es una forma de energía, de movimiento, antes que una sustancia
material imponderable, un fluido llamado calórico. La teoría cinética podía relacionar el
calor con la mecánica. Además hacía posible incluir dentro del campo de los cálculos de
energía cuantitativa fenómenos químicos, biológicos, fisiológicos y aun eléctricos. Dicha
teoría condujo al importante concepto de la conservación de la energía, uno de los dos
principios de la conservación (el otro es el de la conservación de la cantidad de
movimiento) que guiaron todo el desarrollo de la ciencia moderna.
Un tercer representante importante de nuestros principios guías es el requisito de la
conexión múltiple entre construcciones. Ilustrémoslo: Hubo un momento en la historia de la
astronomía en el que se sintió que era necesario suponer un centro geométrico a nuestro
universo, un punto que pudiera considerarse absolutamente inmóvil y alrededor del cual se
movían todos los cuerpos celestes. Esta suposición nació después del descubrimiento de
Copérnico, quien había demostrado que el Sol era el centro del sistema solar. Cuando se
reconoció que otros astros eran soles semejantes al nuestro, diseminados por el espacio,
pareció suponer que todo el universo debería tener un centro. Y hasta se supuso que ese
punto debía ser un objeto masivo, a veces llamado el cuerpo alfa, que determinaba a todos
los planetas celestiales. En la figura 4 lo encerrado dentro del círculo podría representar la
astronomía. La hipótesis en discusión se refiere a la idea del cuerpo alfa, un centro fijo del
universo que está relacionado lógicamente, pero no por la observación, con las
construcciones astronómicas. Esa hipótesis permaneció aislada, fuera de la teoría de la
astronomía y posteriormente hubo de verse que nunca se la necesitó. La hipótesis violaba el
principio de las conexiones múltiples y por eso fue rechazada.
Podemos citar otro ejemplo más reciente. En la figura 4 lo encerrado dentro de un
círculo representa lo que los físicos llaman la teoría de desintegración beta, la emisión de
electrones por núcleos atómicos. La teoría no contenía la construcción neutrino, esa
partícula sumamente pequeña y sin carga cuya existencia se acepta hoy. Pero en la primera
parte de este siglo se hizo evidente que para salvar una de las leyes básicas de la física, la
conservación de la energía, la emisión de un electrón debería estar acompañada por la
emisión de lo que el físico Fermi llamó neutrino. La construcción se relacionaba
presuntivamente con la emisión de un electrón pero con ninguna otra cosa. Correspondía
pues al círculo extrínseco a de la figura 4 y como tal no fue aceptada. Pero la necesidad de
buscarla condujo á su descubrimiento. De modo que vino a comprobarse que la
construcción extrínseca estaba lógicamente relacionada, en virtud de sendas que en última
instancia llevaban a observaciones en el plano P, con varias otras construcciones propias de
la teoría de la física nuclear. Así, la construcción llegó a tener múltiples conexiones y esto
determinó que el neutrino fuera aceptado como una parte de la realidad científica, como
parte de una teoría válida.
Estrechamente relacionado con el principio de las conexiones múltiples, en realidad
casi idéntico a él, es otro principio que llamaremos de fertilidad lógica. Este principio exige
que una teoría tenga consecuencias lógicas y, por cierto, en última instancia empíricas.
Tiene que ser posible observar o hacer algo diferente si la teoría es verdadera; si no lo es,
eso será imposible. Ni los hombres de ciencia ni el sentido común la aceptarán si la teoría
no conduce a nada. La conexión múltiple asegura por lo menos en parte fertilidad lógica,
pues si una construcción (o una serie de construcciones llamada teoría) está en conexión
con otras construcciones, la conexión es necesariamente una conexión lógica, una relación
que satisface nuestro principio. Lo presentamos aquí como un principio guía separado para
evitar las siguientes situaciones.
Que sepamos, ningún cuerpo material del mundo puede moverse a una velocidad
que supere la velocidad de la luz, c. La teoría de la relatividad así lo establece. Sin embargo
una ligera extensión de esa teoría, perfectamente compatible con los principios precedentes,
podría llevarse a cabo para ser aplicada a entidades que se muevan a velocidades mayores
que c. Si esta teoría se toma seriamente —y si ella estimula a muchos físicos a buscar
fenómenos que podrían verificarla—, describe todo un mundo de anta (llamados taquiones)
que se comportan de acuerdo con leyes coherentes y entrañan conceptos tales como masa,
velocidad y energía, pero que son enteramente inobservables. Este estado de cosas podría
corresponder en nuestra representación gráfica a la figura 5 en la cual un amplio sistema
conectado de construcciones, un sistema internamente concluso, no extiende brazos (líneas
dobles) hacia P. Si esta situación prevalece, en contradicción con la fertilidad y en última
instancia será rechazado. Ello no obstante, la posibilidad misma de formular la teoría,
simbolizada en la figura 5, induce a los físicos a buscar las reglas de correspondencia que
faltan. El estímulo se ve acrecentado por la elegancia de la teoría.
Otro ejemplo de una teoría estéril y por lo tanto científicamente inaceptable es el de
la filosofía metafísica del gran filósofo idealista, el obispo Berkeley. La creencia
fundamental del obispo era la de que todos los objetos y sucesos del mundo, todas las
experiencias humanas, lejos de sugerir factores de realidad extremos e independientes, son
pensamientos en ¿1 espíritu de Dios. El árbol que tenemos frente a nuestra ventana está allí
porque Dios lo piensa. Si bien esta filosofía ejerce cierta atracción mística, viola el
principio que estamos tratando pues no se refiere a nada que sea posible observar. La teoría
está simbolizada en la figura 5. Por cierto que nosotros no la rechazamos como una
conjetura filosófica o religiosa, y, hasta podría constituir el fondo de una teoría científica y
ser compatible con la ciencia, pero por sí sola es insuficiente.

El siguiente principio, que ponemos en la lista sólo para que ésta resulte completa,
es tan claro que apenas es necesario mencionarlo. Lo llamaremos estabilidad de
interpretación. Este principio implica que una serie de construcciones, aceptadas como la
contrapartida explicativa de un cierto dominio P, no puede ser alterada para que convenga a
diferentes ocasiones. Este principio fue siempre respetado hasta que, quizá en tiempos muy
recientes, algunos autores que escribieron sobre física moderna pretendieron —
erróneamente, por supuesto— que un electrón es a veces una partícula y a veces una onda.
Nos limitamos a hacer notar aquí que semejante afirmación violaría el principio de
estabilidad de interpretación: dos concepciones diferentes se usan indistintamente cuando
parece conveniente. En realidad, como veremos después, un electrón no es una partícula ni
una onda.
A lo largo de toda la historia del pensamiento humano sobre la realidad sensorial
quizá el principio guía más importante haya sido la causalidad. En simples términos, la
causalidad es la relación entre causa y efecto. Más adelante hemos de tratar precisamente lo
que son causa y efecto: si son cosas, eventos o construcciones más elaboradas. Por ahora
nos bastará con la noción corriente de causa y efecto. El principio establece que una
determinada causa siempre produce un determinado efecto, generalmente único. O en una
versión más general, todo cuanto ocurre tiene una causa. Aquí está implícita la idea de que
la causa es anterior al efecto en el tiempo.
Al lector le parecerá extraño que enumeremos la causalidad como un principio guía,
como una máxima que imponemos en la formulación de teorías, cuando en realidad parece
que la relación causal se nos presenta en nuestras experiencias P. La concepción de que ello
es así, expuesta y elaborada en gran medida por el filósofo británico David Hume, es
todavía aceptada por muchos científicos y filósofos, aunque parece perder terreno frente a
la obra de los continuadores de Manuel Kant, quien mostró que la casualidad era un
principio regulador que regía toda la experiencia racional humana. Nosotros tomaremos
aquí la causalidad en este último sentido. Nuestra afirmación asume pues esta forma; las
construcciones de la ciencia deben ser elegidas y combinadas de tal manera que en su
descripción del cambio temporal exhiban la relación entre causa y efecto. La significación
de la causalidad es, como lo mostraremos más detalladamente, diferente en distintas esferas
de experiencia. En este sentido es más compleja que los otros principios guías que
expusimos.
El último principio guía es extremadamente vago pero así y todo de suma
importancia. Forma una especie de puente entre la ciencia y el arte pues impone la cualidad
de la elegancia, de la belleza a las teorías científicas. Es difícil definir explícitamente lo que
debe entenderse por elegancia, pero de alguna manera todo hombre de ciencia que actúa y
sobre todo los genios creadores de nuevas ideas, de nuevos postulados, de nuevas
ecuaciones fundamentales sabe cuándo una teoría es hermosa. Hombres como Einstein y
varios sobresalientes físicos matemáticos que aún viven han llegado a declarar lo que
entienden por la belleza de una concepción, por la elegancia de una forma (por ejemplo la
invariancia). Pero no nos proponemos hacer una reseña de sus credos, pues realmente son
credos, lo mismo que todos, los otros principios guías mencionados en este capítulo. Con
todo, deseamos concluir con la enfática afirmación de que la ciencia en su estado actual de
desarrollo no está desprovista de elementos estéticos y que éstos parecen cobrar cada vez
mayor importancia. Luego daremos ejemplos (invariancia, simetría). La ciencia actual no
toma seriamente ninguna hipótesis que no satisfaga la elegancia.
Recapitulemos: los principios guías de la ciencia, los criterios empleados para
aceptar así como para rechazar construcciones y complejos de construcciones llamados
teorías fueron designados como simplicidad, extensibilidad, conexiones múltiples,
fertilidad lógica, estabilidad de interpretación, causalidad y elegancia. No son claras
categorías con fronteras rígidamente definidas, sino que son requisitos orgánicamente
conexos impuestos a la elección de construcciones.
A esta lista de principios generales agregaremos ahora dos principios particulares.
Hemos reconocido el espacio y el tiempo como construcciones susceptibles de definiciones
operacionales y, por lo tanto, directamente relacionadas con el plano P. Lo cierto es que
espacio y tiempo desempeñan un papel universal en todas las ramas de la ciencia y en esto
difieren de todos los otros fenómenos observables que se manifiestan en dominios
específicos. Por esta razón presentamos el siguiente par de principios guías adicionales: el
uso del tiempo y el uso del espacio en toda la esfera científica y presumiblemente en otras
esferas.
Verdad es, desde luego, que disciplinas tales como la estática, varias ramas de la
matemática y ciencias de clasificación como la botánica no hacen un uso explícito del
tiempo; pero esto implica que los resultados de esas disciplinas son verdaderos en todo
momento. De manera que nuestro último principio no está violado.
El lector de orientación filosófica habrá advertido que nuestra primera serie de
principios guías es semejante a las categorías de Kant, pero diferente en sus elementos
constitutivos. Esos principios guías no son presentados como principios últimos e
inmutables, como pretenden ser las categorías kantianas. Kant llamaba al tiempo y al
espacio “categorías a priori de la posibilidad de experiencia”, una expresión que se
aproxima mucho a nuestra concepción de tiempo y espacio, pero a diferencia de Kant, no
los consideramos inmutables ni de una significación universal única. En otro lugar diremos
que su significación precisa como observables puede ser diferente en diferentes dominios
de experiencia.
¿Es nuestra lista definitiva y final? En alguna época se habría afirmado que sí, tal
vez no con referencia a esta lista de “categorías” pero a alguna otra similar, descriptiva de
la ciencia de la época. Se las consideró profundamente insertas en la organización del
espíritu humano como principios exteriores sin los cuales el pensar sería imposible. Hoy los
hombres de ciencia asumen una posición más modesta y las miran como reglas metafísicas
que fueron evolucionando lentamente en la empresa lograda de la indagación científica
durante varios milenios. De ahí que nuestros principios no puedan considerarse definitivos.
El futuro puede agregarles otros o puede mostrar que algunos de ellos son inútiles. Si esto
ocurre, es posible que los cambios se produzcan lentamente. En efecto, la historia muestra
que las teorías científicas viven décadas, los postulados básicos como el de Newton siglos y
que los principios guías de la ciencia cambian en milenios. Su longevidad parece rivalizar
con la de las religiones.
6

Cómo se verifican las teorías científicas

Al comienzo del capitulo anterior dijimos que la verdad científica, es decir, la


validez de una teoría aceptada, depende de dos importantes clases de factores: los
principios guías que acabamos de considerar y lo que llamamos el principio de verificación
empírica. Si bien nuestro interés inmediato se limita primariamente a la ciencia “normal” o
ciencia física, estos dos factores son decisivos para establecer cualquier teoría relativa a
cualquier clase de conocimiento.
Consideremos por ejemplo el juego del ajedrez. Sus reglas se refieren a los posibles
movimientos de ciertas piezas. Estos movimientos son construcciones en el sentido en que
usamos antes la palabra, y hay correspondencias que los relacionan con la experiencia P,
pues la partida puede jugarse y observarse. Además, las reglas son “consecuentes” y un
análisis cuidadoso de esta afirmación nos revelará que las reglas satisfacen la mayor parte
de los principios guías expuestos en el capítulo anterior: uno de ellos, la causalidad no se
aplica a las reglas del ajedrez; éstas pueden considerarse elegantes, son lógicamente fértiles
en la medida en que siempre conducen a una de las metas, dar jaque mate o mate ahogado.
La razón evidente de esto es la de que, salvo cuando jugamos al ajedrez, nada hay en el
mundo que conocemos que se comporte como las reglas del ajedrez. Las reglas no se
verifican en la naturaleza.
Consideremos una situación más específica y oportuna. Nos gustaría mucho saber
cómo nació nuestro universo: si fue creado por un acto divino, si evolucionó partiendo de
algún estado primordial o si existió siempre. Varias conjeturas se refieren a cada una de
estas posibilidades: los relatos bíblicos de la creación, la hipótesis del gran estallido y la
hipótesis del llamado estado permanente. Cada una de ellas forma un sistema de
construcciones que satisface, por lo menos en la creencia de sus adeptos, todos los
principios guías que hemos expuesto. Sin embargo, algunas de las consecuencias
observables difieren. La dificultad está en que las consecuencias son muy difíciles de
observar e interpretar puesto que son indirectas. Las teorías actuales relativas a los quarks,
basadas en los supuestos de simplicidad y de simetría matemática como principios guías,
llevan a diferentes tipos de comportamiento de los quarks. Pero lo cierto es que todavía no
han sido observados quarks individuales. La teoría del gran estallido de la creación, a pesar
de su simplicidad y coherencia, es difícil de verificar porque no podemos remontamos en el
tiempo. En este momento, los astrónomos tienden a inclinarse por la teoría del gran
estallido porque una de sus llamadas “predicciones”, es decir, consecuencias, parece haber
sido observada: si el gran estallido tuvo lugar, debe de haber emitido una radiación que en
un universo finito y en expansión debe de haberse difundido a través del espacio con un
cambio de frecuencia que puede calcularse. La llamada radiación antecedente fue en verdad
observada y este hecho se toma como verificación empírica de la teoría. Consideremos
ahora la teoría calórica y la teoría cinética48 del calor. La primera fue tenida por verdadera
durante mucho tiempo por físicos y químicos; en las observaciones sus consecuencias
parecían confirmadas. Luego se hicieron ciertos descubrimientos que discrepaban. En
primer lugar, los realizados por Mayer y Rumford.49 Esos descubrimientos no se seguían de
la teoría calórica, sino que la contradecían y en cambio estaban de acuerdo con las
consecuencias de la teoría cinética. Además, resultó que las observaciones antes
“explicadas” por la teoría calórica eran también consecuencias de la teoría cinética del
calor. De esta manera la primera quedó rechazada y la última fue verificada y aceptada
porque poseía un ámbito mayor de confirmación empírica.
Por fin, mencionemos el hecho de que existen teorías puramente matemáticas, como
el álgebra abstracta, cuyos conceptos satisfacen los principios guías formales que
consideramos (con la excepción de aquellos como la causalidad y la fertilidad lógica que no
pueden aplicarse en ese terreno); pero a esos conceptos les faltan reglas de correspondencia
con los hechos P. Estas teorías matemáticas en modo alguno dejan de ser interesantes; pero
en la medida en que proclaman sólo la verdad formal (analítica) se las llama teorías
puramente formales que se limitan al terreno de la matemática y de la lógica. Pueden hasta
ser útiles en un sentido profético pues muy a menudo en la historia de las ciencias, teorías
formales llegaron a adquirir reglas de correspondencia y pudieron aplicarse al mundo como
ocurrió con la teoría cinética cuando Rumford oradaba sus cañones. Nuestro interés está en
las teorías científicas en el sentido normal, es decir, en teorías no formales que requieran
verificación empírica.
Antes de emprender el análisis de cómo se desarrolla el proceso de la verificación
empírica, conviene hacer dos comentarios generales. El primero concierne a la
terminología. De conformidad con el uso general —en todo caso con el uso deseable—,
diremos que un sistema no verificado de construcciones es una hipótesis. De suerte que una
verificación empírica convierte una hipótesis en una teoría. En segundo lugar, deseamos
impedir que se tenga la impresión de que la verificación empírica (tratada aquí cernió el
segundo factor que da validez a una teoría) tiene una importancia secundaria; la
verificación empírica debería considerarse de igual valor que el de los principios guías. En
verdad, existe una muy difundida posición filosófica, aunque ya declinante, ocasionalmente
sostenida por hombres de ciencia; desde este punto de vista se considera la conformidad
con la experiencia P el único criterio importante de las teorías científicas y se degradan los
principios formales a meras cuestiones de conveniencia o de accidente. Esta filosofía se
llama positivismo y también estricto empirismo o induccionismo. Estimamos que el punto
de vista ofrecido en este libro es más equilibrado y, por otro lado, se va difundiendo cada
vez más.
Si tenemos en cuenta nuestras anteriores figuras, el proceso de verificación empírica
está representado por un circuito que comienza en un punto Pi en el plano P, se extiende al
campo C, pasa por un segmento de él y retoma al plano P en P2 (véase la figura 6). Algunos
ejemplos nos ayudarán a representamos este simbolismo. Por ejemplo, la teoría del
movimiento planetario se resume en las leyes de Kepler. Ciertamente estas leyes le fueron
“sugeridas” por las cuidadosas observaciones de Brahe. Observaciones no explicadas son a
menudo puntos de partida para la formación de conjeturas: el genio da el salto desde P a C
de maneras que son incomprensibles para el espíritu científico corriente.
Pero sin ulteriores pruebas, es decir, sin la verificación empírica, la conjetura
continúa siendo una hipótesis que no alcanza al rango de teoría. ¿Qué hizo, pues, Kepler
para promover su hipótesis a una teoría? Consideremos en particular su segunda ley, según
la cual el radio vector de un planeta al moverse en su órbita elíptica describe iguales áreas
de la elipse en igual tiempo. La verificación requiere tres pasos. Primero, Kepler entresacó
de entre los datos de Brahe la distancia del sol, r, a un planeta, digamos Marte, y la
velocidad v en su órbita. Estos datos forman el punto P1; determinar los correspondientes
valores de r y v supone emplear las reglas de correspondencia, representadas en el diagrama
por la Hecha superior (líneas dobles) que apunta a la izquierda en la figura 6. Ahora Kepler
había llegado a C1. En este punto empleó la segunda ley que dice, en efecto, que r x v es
constante. Kepler razonó así: puesto que en algún otro momento, anterior o posterior, r era
diferente, v debe ser también diferente. De manera que en el caso de una nueva r la ley
“predice” una nueva v. Los hombres de ciencia usan de esta manera la palabra “predice”.
En este sentido la palabra no significa necesariamente que la situación “predecida” esté en
el futuro; bien podría estar también en el pasado. Este razonamiento está representado en el
diagrama por las líneas que van de C1 aC2. Representa un movimiento entre construcciones
y se halla enteramente en el campo C. En el punto C2 Kepler usó una vez más las reglas
operacionales que vinculan r y v con observaciones astronómicas. Partiendo de los datos de
Brahe, Kepler determinó que si v en la nueva r tenía el valor predecido. Como lo tenía, su
hipótesis quedó confirmada.
Se designan con nombres comunes los tres pasos de este proceso de confirmación
llamado a menudo simplemente prueba de una hipótesis. El paso que va de P1 a C1 se
llama la inserción de condiciones iniciales en la teoría que ha de probarse. El paso que va
de C1 a C2 es simplemente la aplicación de la teoría. En las llamadas ciencias exactas este
paso implica generalmente la solución de ecuaciones. El retomo al plano P en P2 se llama
una predicción. Si la predicción coincide con las observaciones, la hipótesis queda
verificada.
Veamos otro ejemplo tomado de la química: consideremos la ley de Boyle: presión
por volumen (de un gas a temperatura constante) es una constante.50 Aquí P1 designa las
lecturas conjuntas de un manómetro y de un aparato que mide el volumen. C1 denota los
valores computados de presión y volumen, valores computados mediante las reglas de
correspondencia. C2 es otra pareja de valores de presión y volumen que tienen el mismo
producto de antes, y P2 indica las correspondientes observaciones de los aparatos de
medición. Si todo está de acuerdo, la ley de Boyle queda confirmada (o probada o
verificada).
El proceso de verificación empírica es siempre un circuito a través del campo C,
circuito que comienza y termina en dos puntos diferentes del plano P (lo llamaremos un
circuito abierto). Es importante comprenderlo pues una teoría nunca queda confirmada por
referencia a un solo punto de P.
El mismo tipo de circuito se emplea a veces para verificar reglas de correspondencia
cuando una teoría ha sido sometida a prueba y se considera verdadera. Supongamos, por
ejemplo, que un hombre observa en el cielo de la noche un objeto luminoso. Como es un
aficionado no sabe si se trata de una estrella fija o de un planeta o acaso de una nave
espacial. Duda sobre el paso que va de P1 a C1 ;P1 corresponde a la posición y velocidad
del objeto observado. El hombre tiene ahora P1 y supone primero que el objeto es un
planeta. Esto le permite el primer paso tentativo a C1. Entonces el observador apela a las
leyes del movimiento planetario y llega a C2 que denota la posición y velocidad de la
misteriosa luz en un momento posterior, digamos la noche siguiente. El hombre la ve
aparecer en esa hora y llega a la conclusión de que su interpretación, es decir, la regla de
correspondencia que empleó, era ciertamente correcta. De no serlo, usará otras
interpretaciones y las someterá a prueba de análoga manera. De suerte que el circuito
abierto de la verificación empírica sirve como prueba en cada uno de los tres pasos que
implica la verificación.
Con espíritu algún tanto más filosófico, recordemos nuestro anterior ejemplo del
escritorio. Dijimos que el escritorio —un objeto exterior— es en sentido estricto una
construcción cuya validez (en este caso llamada realidad física) necesita ser verificada. Esto
se hace mediante el empleo de un circuito del tipo que acabamos de describir y de la
siguiente manera.
Tengo una serie de sensaciones inmediatas (experiencias P), incluso la impresión
visual del color castaño, de la figura rectangular, de la forma y del tamaño. Y tengo también
la sensación táctil de dureza y rigidez y acaso la muscular del peso del escritorio, si intento
levantarlo. Pero todas estas sensaciones juntas no constituyen estrictamente el objeto
exterior que, según se supone, debe tener una parte interior que no se ve y está compuesto
de átomos tan pequeños que nunca se los podrá ver a la luz corriente; además, está dotado
de identidad permanente, es decir, la propiedad de estar presente aun cuando yo no lo mire,
aun cuando nadie lo perciba. Todas estas últimas propiedades que trascienden el plano P
deben someterse a prueba. Y esas pruebas son éstas:
Ante los mencionados hechos P que se me presentan postulo en primer lugar la
entidad escritorio y le asigno todas las propiedades no observadas que acabamos de
enumerar. Esta postulación implica una regla de correspondencia que hemos llamado
reificación: significa pasar de P1 a C1; esta última es la construcción “escritorio”.
Atendiendo a lo que dijimos antes, esta C1 debería estar muy cerca del plano P. Entonces
razono así: si la propiedad de identidad permanente es válida, el objeto debe aparecer
cuando, después de haber apartado mis ojos de él, vuelvo a mirarlo. Igualmente importante
en la prueba de la identidad es la contribución de la “intersubjetividad”, a menudo llamada
“objetividad”, lo cual exige que el objeto sea visible a otras personas así como lo es para
mí. Si el objeto tiene una parte interior, ésta debe revelarse en ciertas experiencias P cuando
lo abro; si tiene átomos, ciertas operaciones conocidas por físicos y químicos deben poder
predecirse, como efectos observables, etc. Todas estas proposiciones condicionales son
pasos lógicos de C1 a C2. El paso final de C2 a P2 supone determinar los efectos que se
han predecido. La existencia del escritorio, su llamada realidad, queda verificada si se
presentan esos efectos.
Desde luego que no llevamos a cabo todas estas pruebas cada vez que nos
encontramos frente a un objeto exterior y hasta podríamos llegar a considerar esta clase de
discusión como innecesaria y trivial. Tampoco damos conscientemente los tres pasos
mencionados. Lo hacemos automáticamente, por lo general sin damos cuenta de ello. Lo
cierto es empero que aprendimos u desarrollar este proceso en nuestra primera niñez. Un
bebé muy pequeño que ha perdido un juguete no lo busca; todavía no ha aprendido a
reificar. Pero luego, al alcanzar cierta edad, extiende las manos para buscar las cosas que
perdió; así hace el intento primitivo de verificar la sensación de que el objeto debe estar
presente. Así comienza para el pequeño la edad de la reifícación con las consiguientes
pruebas de su validez.
Pero hay circunstancias en las que aun personas maduras más o menos
conscientemente retoman á los procesos aquí descritos; esto ocurre cuando una persona
duda de una serie de impresiones que son claras y vividas, lo mismo que las sensaciones de
cosas reales, pero esa persona no sabe si se trata de verdaderos objetos o si se trata de
alucinaciones. Aquí la prueba de la objetividad se hace importante y explícita. Si esa prueba
fracasa, el científico físico hará a un lado el hecho, pero el psiquiatra puede ver
significación en la experiencia y tratar de comprenderla mediante diferentes reglas. El
psiquiatra puede luego hasta asignar al fenómeno una realidad no física.
Antes de concluir nuestra exposición del proceso llamado verificación empírica
debemos considerar dos importantes cuestiones más. Pero, ¿basta un solo caso de
verificación para confirmar una conjetura, para convertir una hipótesis en una teoría
aceptable? No. Uno cobra cada vez mayor confianza en una teoría a medida que aumenta el
número de casos que la verifican. Parece que Newton concibió la ley de la gravitación
cuando, mientras descansaba bajo un manzano en el huerto de su tío en Woolsthorpe, vio
caer una manzana con lo que le pareció un movimiento uniformemente acelerado. Si
Newton hubiera esperado a que cayera otra manzana, difícilmente se habría acrecentado su
confianza en su conjetura, pues el segundo circuito de verificación empírica habría sido lo
mismo que el primero. Pero cuando Newton aplicó sus ideas al movimiento de la luna
alrededor de la tierra y —después de muchas vicisitudes— comprobó que sus predicciones
verificaban la validez de la teoría, su confianza en su verdad aumentó significativamente y
al cabo de varias otras pruebas se aceptó esa verdad.
La ciencia nunca consideró adecuado especificar el número preciso de
verificaciones que debe soportar una teoría para ser aceptada o, para decirlo en lenguaje
corriente, para que se la considere verdadera. Por otro lado, y debemos insistir en esto, la
verdad de una teoría no es permanente ni inmutable pues siempre existe la posibilidad de
que posteriores pruebas demuestren su falsedad y la descalifiquen. Los hombres de ciencia
muestran cierta dosis de seguridad y unanimidad en lo tocante a la validez de las teorías,
actitud que desafía todo análisis preciso, pues definir la validez es en ciertos aspectos
semejante a definir la belleza.
Ocasionalmente algunos filósofos mostraron su insatisfacción por la falta de rigor
en lo que se refiere a la significación de la verdad. Prefieren hablar de la probabilidad (no
de la verdad) de una teoría y medir esta probabilidad con un número de confirmaciones
exitosas. En general, los hombres de ciencia rechazan esta alternativa. Hacen notar que si la
probabilidad se define como el número de confirmaciones efectivas dividido por el número
de confirmaciones posibles (pero no alcanzadas), el cociente es siempre cero, puesto que el
numerador es necesariamente finito en tanto que el denominador es infinito. Además, una
sola falla en el proceso de confirmación hace que la teoría resulte falsa a los ojos del
hombre de ciencia, mientras que la probabilidad cambiaría de manera inapreciable
cualquiera sea el modo en que se la compute.
Por último, existen casos en los que un solo acto de confirmación puede ciertamente
establecer una teoría. Esos casos se llaman experimentos cruciales e implican resultados de
observación tan claros que quedan acalladas casi todas las dudas respecto de una hipótesis.
Un ejemplo es la predicción de que un positrón (una partícula elemental como un electrón
pero con una carga positiva) debía existir, predicción hecha por Paul Dirac en 1928 sobre la
base de una ecuación matemáticamente atrayente (“bella” o “elegante”, serían quizás
adjetivos mejores). El positrón fue descubierto por Carl D. Anderson en 1930 e
inmediatamente la teoría de Dirac fue aceptada como verdadera. La observación de
Anderson era decisiva y única, de suerte que creaba una confianza que no podía expresarse
por ningún cálculo de probabilidades.
La segunda cuestión fundamental relativa al proceso de la confirmación empírica
consiste en ver hasta qué punto están de acuerdo la predicción y la observación para que el
circuito se considere logrado. Supongamos que una teoría dice que un rayo de radar
dirigido a la luna, después de dar en la superficie de ésta retome al cabo de 2,58 segundos.
Si se comprueba que retoma después de 2,56 segundos, ¿esta ligera discrepancia hace que
resulte falsa la teoría de la propagación del radar? Ciertamente, muchas circunstancias que
complican la observación —imprecisión de los instrumentos, errores cometidos por el
observador, vibraciones incontrolables del aparato— deben tenerse realistamente en cuenta.
Si consideramos la figura 6, P2 como hedió predicho nunca coincidirá precisamente con
P2, el hecho protocolo realmente experimentado. Nuestra pregunta puede parafrasearse y
formularse del modo siguiente: ¿Cuál es la máxima distancia tolerable entre P2 y P2 que
aun pueda considerarse como verificación lograda? Es fácil dar la respuesta: La distancia es
el “error probable”.51 Esta convención no es por entero arbitraria; la matemática da buenas,
aunque no incontrovertibles, razones para que se la acepte. El concepto de errores
probables tiene muchas de las propiedades filosóficas de nuestros principios guías.
Mencionamos aquí esta cuestión del error probable porque aparece en el proceso de
confirmar teorías y actúa en íti frontera misma de P y C.
Las precedentes consideraciones deberían revestir especial interés para quienes
trabajan en la parapsicología. Los resultados a que llegan los observadores en este terreno,
sus hechos P, van primero acompañados de un movimiento de sorpresa, de honda
perplejidad que puede llegar a ser tan abrumadora que queden eclipsados e ignorados otros
elementos del proceso de verificación. La experiencia provoca una exclamación de eureka.
Esta es la actitud de la mayor parte de los aficionados. La dificultad nace del hecho de que
un solo caso o unos pocos casos del mismo género no permiten distinguir si se trata de
fenómenos fortuitos o de manifestaciones de una ley científica. Para eliminar esta
incertidumbre suelen disponerse la cosas de manera tal que puedan obtenerse los mismos
resultados o resultados similares. En algunos casos importantes (por ejemplo, de
psicoquinesis) esto se da con ligeras diferencias en los resultados. Suponiendo que la
distribución de estos resultados siga una ley estadística normal los investigadores aplican
luego la llamada fórmula binomial52 y llegan a la conclusión de que el resultado de todas las
repeticiones no puede deberse al azar. En principio, ésta es una parte importante del proceso
de verificación. Pero en esencia se trata de una frecuente repetición de la observación de
Newton, como si éste al hallarse bajo el árbol hubiera observado que una manzana caía
muchas veces con la misma aceleración. Así quedaría estabilizar el fenómeno de P1 de la
figura 6 sin intentarse llegar a P2. Para dar este paso uno debe valerse de una teoría,
establecer un dominio válido. Uno debe cuantificar P1 (digamos las percepciones
extrasensoriales) en formas de construcciones observables. Esto es lo que hacen los
investigadores de este campo cuando consideran una experiencia como transmisión del
pensamiento y le asignan la medida cuantitativa llamada frecuencia relativa de aparición
del fenómeno, pero generalmente se detienen aquí; rara vez buscan otros observables en la
esfera de la psicología con los cuales se relacione legítimamente la frecuencia de aparición
de percepciones extrasensoriales. Esto haría posible pasar de P1 a P2 de nuestra figura y
presumiblemente haría posible otros pasos que serían el principio de un dominio científico
de parapsicología. Podría uno suponer que las percepciones extrasensoriales, la
clarividencia y otras experiencias místicas, como las referidas (pero no coordinadas) por
Eileen Garret, podrían en última instancia coordinarse en un dominio científico.53
7

El reduccionismo en la ciencia física (I)

El lector podrá preguntarse por qué dedicamos un capítulo al reduccionismo en


medio de este libro como si esta cuestión fuera decisiva para la finalidad de la obra. Y
realmente ése es el caso.
El concepto de reduccionismo determinó tremendas trampas y errores en la ciencia
y en la filosofía y debería abandonárselo si pretendemos realizar progresos en esos campos.
Para comprenderlo bien debemos primero examinar el uso histórico y tradicional del
concepto y el lenguaje que se desarrolló alrededor de él; luego podremos ver a dónde nos
conduce ese concepto y desarrollar otros y otra terminología que son esenciales para el
futuro de la ciencia.
Hasta ahora hemos considerado una variedad de experiencias y afirmamos la
necesidad de caracterizar tipos de realidad que difieren de la norma física; así surge la
importante cuestión: ¿En qué sentido son diferentes esas realidades? ¿Están relacionadas
entre sí de la misma manera en que diferentes teorías físicas, es decir, interpretaciones
físicas de la realidad, están lógicamente relacionadas? A menudo se dice que estas últimas
son “recíprocamente reductibles”. La significación de esta frase es vaga, de modo que
debemos clarificar el sentido de términos como “reductibilidad” y “reducción” en las
ciencias físicas antes de franquear las fronteras de éstas e indagar sobre la cohesión de
diferentes realidades no físicas. Desgraciadamente encontramos una fluctuante variedad de
significaciones, concepciones falsas y hasta contradicciones en conexión con el término
“reducción” . Aquí por ciencias físicas entendemos también la biología, la fisiología y la
química; y cierta versión del reduccionismo Llega al colmo en ciertas soluciones del
problema cuerpo y espíritu que interesa a todas estas ciencias.
La significación etimológica primaria del verbo “reducir” es clara: el verbo latino
reducere significa “tirar hacia atrás”. De manera que si una cosa o una idea se reduce a otra
está implícita en ella. Pero en latín esta palabra tenía una significación secundaria: “salvar”.
Si una idea parecía extraña o inaceptable, su significación podía salvarse reduciéndola a
una significación más familiar o más aceptable. Los romanos asociaban varias
significaciones secundarias con la palabra reducir: uxorem reducere significaba admitir de
vuelta al hogar a una esposa repudiada; aliquem de exilio reducere significaba permitir a
alguien regresar del exilio. Todas estas significaciones se reflejan débilmente en el moderno
empleo científico y filosófico de la palabra.
La historia del reduccionismo científico se remonta a los primeros escritos. Al
principio, las entidades sometidas a reducción eran cosas simples (la teoría atómica griega),
luego fueron ideas (el calor es reducido a movimiento de partículas) y por último fueron
elaboradas teorías que comprendían ideas y cosas (a veces el problema de cuerpo y espíritu
se resuelve reduciendo el espíritu a partes del cerebro). La teoría atómica, que analiza
cuerpos complejos en cuerpos elementales, es la más antigua y la más simple de todas las
tentativas reduccionistas. Encontramos su origen tanto en el Oriente como en Occidente. El
filósofo hindú Kanada (500 a. de C.), que precedió a los primeros atomistas griegos
Leucipo y Demócrito, practicó el reduccionismo al sostener que todas las sustancias
materiales son compuestos de partículas primarias, las más pequeñas de las cuales les son
invisibles. “La mota que se ve en el rayo del sol es la cantidad perceptible más pequeña"'.
Kanada pensaba que la mota debía estar compuesta de lo que es menos que ella misma y
que también eso debía tener partes menores.

Esto a su vez debe estar compuesto de algo más pequeño y esa cosa más pequeña es
un átomo. El átomo es simple y no está compuesto, de otra manera las series no tendrían
término y si prosiguieran indefinidamente no habría diferencia de magnitud entre una
semilla de mostaza y una montaña, entre un mosquito y un elefante, pues cada cual por
igual contendría un número infinito de partículas. El átomo último es por lo tanto simple.54

El razonamiento es seductor y engañoso; concluye con la afirmación de que el


“átomo último” es la sexta parte de una mota visible en un rayo de sol.
Unos cincuenta años después, Leucipo y Demócrito dieron una explicación
parecida, aunque menos gráfica, de los átomos y las moléculas, elementos a los que debían
reducirse todos los materiales. Menos refinada era la anterior concepción de Tales (600 a de
C.), para quien el agua era la sustancia que forma la esencia constitutiva de toda materia
compleja. Esta clase de reducción material se practicó hasta comienzos de este siglo,
cuando se descubrió la radiactividad, cuando se vio que las partículas cambiaban su
identidad, de suerte que el simple reduccionismo material tuvo que abandonarse. Ello no
obstante, aún perduran estos envejecidos hábitos del pensamiento.
Pero ni siquiera en la ciencia de la antigua Grecia el residuo último del proceso de
reducción fue siempre la materia. Uno de los prototipos más simples de la reducción de
ideas es el ofrecido por Parménides (500 a. de C.). Parménides no confiaba en modo alguno
en la observación y su razonamiento reductivo era agudo. Convencido de que algo tenía
que existir porque era objeto del pensamiento pero negándose a admitir que “ello” fuera tan
complejo como parecía ser la materia» redujo su esencia a lo que hubo de llamar einei (ser»
existencia) y atribuyó a esta esencia cualidades tan sólo ideales. Estimaba que los sentidos
era testigos falsos» kakoi martyres, que representaban al ser más complicado de lo que es.
Como fervoroso reduccionista» Parménides despojó a su idea del ser de todas las
propiedades perceptibles y sólo le dejó la cualidad de llenar el espacio. El einei llegó así a
ser el pleon (“lo pleno”); pretendía que el ser y el espacio lleno eran sinónimos. Su acto
final de reducción fue el más radical: puesto que el ser y el espacio lleno son sinónimos, no
puede haber un espacio vacío. Si existe el espacio vacío, tiene ser y, por lo tanto, llena
espacio. Este penúltimo paso excluye la posibilidad del movimiento, pues el movimiento
consiste en pasar una parte del ser desde donde está a donde no está y como el espacio
vacío no existe, la condición “donde no está” es ilusoria. De manera que la coexistencia y la
sucesión son nulas, son falacias de los sentidos. Lo “existente” es eterno, increado,
indestructible, inmutable y homogéneo. Parménides se lo representaba como una esfera.
Parménides llevó a cabo el primer intento registrado de reducir la multiplicidad y el
fluir de la experiencia sensorial a un supremo pensamiento lógico cuyo poder deriva tan
sólo de estar libre de contradicciones internas.55 Esa fue la primera y quizá la más extrema
forma de reduccionismo ideal. Conviene hacer notar que ambos casos, el del reduccionismo
elemental y material y el reduccionismo ideal sin reservas, ignoran la epistemología
esbozada en los capítulos anteriores y pasan por alto los principios guías, así como la
necesidad de la verificación empírica. El reduccionismo en la ciencia moderna tiene
estrecha relación con esa epistemología. (En nuestra exposición del reduccionismo
debemos muchos a los penetrantes escritos de Arthur Koestler, aun cuando nuestros
ejemplos estén tomados principalmente de la física. Sus libros The Ghost in the Machine
[(Hutchinson, Londres. 1967]. The Case of Midwife Toad [Hutchinson, Londres, 1971], The
Roots of Coincidence [Hutchinson, Londres, 1972] y especialmente Beyond Reductionism
[(Hutchinson, Londres, 1969], prepararon el camino hacia conclusiones muy semejantes a
las nuestras.)

La palabra “ciencia”, a diferencia de sus equivalentes en otras lenguas como la


alemana Wissenschaft que tiene una significación más amplia, designa un modo muy
específico de organizar la experiencia humana. Como generalmente se supone que la
ciencia empírica por excelencia es la física —disciplina que ha de entenderse en su sentido
amplio y que abarca también la química, la astronomía, la fisiología e importantes aspectos
de la biología—, la estructura coherente de la teoría o explicación a que la física condujo en
un momento dado se llama realidad física. La significación de la explicación física, es
decir, de los procesos que conducen a teorías válidas, al establecimiento de la realidad
física, I uniformemente aceptada por los hombres de ciencia, aun cuando los detalles estén
continuamente sujetos al escrutinio filosófico. Un físico puede ser materialista o idealista,
empirista o racionalista, monista o pluralista, religioso o ateo, pero el método de
investigación que todos ellos emplean es sorprendentemente uniforme. Los rasgos
esenciales del método científico empleado para formular la realidad física son los que ya
expusimos antes.56
En su sentido más general que, como veremos, no es muy preciso, el moderno
reduccionismo presenta dos rasgos que caracterizan la base de la empresa científica.
Ninguno de esos rasgos es aceptado por los empiristas estrictos que miran la ciencia como
un catálogo de hechos y sus esfuerzos como intentos para completar el catálogo. Para ellos
su tarea es algo así como armar un rompecabezas que quedara completo cuando todas sus
piezas sean puestas en los lugares apropiados. Pero la Ciencia no es una partida
bidimensional; tiene, por decirlo así, una tercera dimensión que obliga al investigador a
tantear por debajo de los hechos en el fértil terreno de la teoría, en la región de lo que
hemos llamado construcciones, cuya concatenación liga los hechos de la superficie y
permite el progreso.
Podemos encontrar un símil del desarrollo de la ciencia en la formación de un
cristal. Se coloca una sustancia líquida en una vasija a una temperatura superior a su punto
de fusión. Las moléculas de esa sustancia está en desorden; todavía no se han dispuesto en
estructuras. Pero cuando la temperatura baja y es inferior al punto de fusión, comienza el
proceso de cristalización. Las moléculas, organizadas por fuerzas invisibles, se disponen en
un orden regular y entonces aparece la estructura del cristal que a menudo asume una
hermosa configuración mientras crece. Ese crecimiento está limitado tan sólo por las
superficies internas de la vasija; en un volumen infinito el crecimiento nunca se detiene.
Nuevas porciones del líquido se transforman en una estructura sólida que termina por llenar
todo el espacio. La ciencia crece como un cristal tridimensional y nunca terminará su
proceso de crecimiento. Esta analogía también ilustra los dos rasgos de la doctrina del
reduccionismo. El primero es el carácter transitorio de la ciencia, su carácter incompleto en
cualquier momento dado. El volumen del cristal es finito en todo instante de su crecimiento
infinito. Hay momentos y temperaturas en que partes del cristal se desarrollarán en
estructuras anormales que luego, por lo general de manera súbita, se acomodarán para
ajustarse a la norma y crecer después de manera regular.
Hay otra manera de describir el carácter transitorio de la verdad científica, su
continua necesidad de re finarse, de extenderse y a veces la posibilidad de que sea
rechazada por nuevas investigaciones. Hemos llamado a la verdad científica “verdad
asintótica”,57 es una luz que se vislumbra al final de un camino infinito de descubrimientos,
un ideal que probablemente no esté al alcance del hombre. Parte del credo del hombre de
ciencia consiste en pensar que su esfuerzo científico, a medida que altera y amplía la
realidad y se introduce en dominios no psíquicos, no es un empeño fortuito sino que se trata
de la aproximación a un ideal. Empleamos deliberadamente la palabra “credo” pues
también la ciencia tiene sus artículos de fe.
Entre algunos filósofos se ha difundido una extraña terminología. Hablan de la
historia de la ciencia como de una serie de revoluciones, como si el abandono de una teoría
en favor de otra fuera un fenómeno único, nada común. La impropiedad de esta palabra
revolución en ese sentido es evidente pues las “revoluciones” son continuas, son partes
zigzagueantes de un movimiento asintótico que nunca cesa.
El segundo rasgo de interés que presenta el problema del reduccionismo —en
verdad un rasgo que está en el centro del interés— es el principio meta- físico que
llamamos “extensibilidad de las construcciones”. Como lo indicamos en el capítulo 5,
generalmente se lo emplea como un criterio para eliminar teorías inútiles; ese principio
exige que cuando dos teorías compiten en la explicación de una serie de observaciones (los
hechos P de nuestros anteriores diagramas), hay que conservar aquella teoría que tiene
mayor alcance. Esto puede ocurrir de tres maneras: a) una de las teorías será rechazada, b)
al reinterpretarse las construcciones de una de las teorías o de las dos que cubren diferentes
campos, las teorías se funden en una sola; c) o, como lo que ocurre menos frecuentemente,
el ahondamiento del estudio revela que las dos teorías son, en realidad, una sola. Los
primeros dos casos son bastante claros; un ejemplo podrá llegar a clarificar el último. Una
onda (de sonido, de luz o de cualquier perturbación mecánica) puede representarse, de
conformidad con todos los principios de verificación, de dos maneras: a) mediante una
sucesión de ondas; b) mediante las frecuencias que la onda implica y mediante sus
amplitudes. Podríamos considerar las dos maneras como interpretaciones diferentes de la
realidad, ambas referidas al mismo fenómeno. La última da inmediatamente la impresión de
la armonía de un acople mayor; la primera la de una sola nota. Las dos teorías están
relacionadas por el análisis de Fourier que expresa la onda de sonido por las amplitudes de
sus frecuencias. Otro ejemplo más técnico de la fusión de dos teorías se encuentra en la
mecánica estadística: a) la teoría más antigua es el análisis de Gibbs de termodinámica
atendiendo a los conjuntos; b) la otra es una teoría desarrollada por Darwin y Fowler.
Ambas explican hechos conocidos. La primera se aplica más fácilmente a la termodinámica
clásica, la última a la estadística cuántica. Pero ambas explican los mismos hechos
experimentales.
El reduccionismo extremo equivale a una creencia en la extensibilidad ilimitada de
una sola teoría. Ese reduccionismo asume con frecuencia la forma ingenua de suponer que
una teoría de fenómenos simples (¡cualesquiera que sean éstos!), si se la entiende y se la
refina apropiadamente, explicará toda la experiencia. Y como la física generalmente se
considera la disciplina científica más simple —o por lo menos la más concreta (aun cuando
el físico moderno probablemente niegue esta creencia convencional) la forma más común
de reduccionismo es el fisicismo, que considera que toda cosa puede en última instancia
reducirse a términos físicos. La forma más ingenua de fisicismo es el monismo materialista,
la creencia de que todo es materia.
Semejantes ultrasimplifícaciones generaron una terminología ampliamente
difundida. Los biólogos y algunos filósofos tienen la costumbre de hablar de jerarquías y de
niveles y estos términos se refieren a veces a dominios de existencia verdaderos (por
ejemplo el mundo inorgánico, el mundo orgánico y el mundo vivo) y a veces a teorías que
explican dichos dominios. La palabra “jerarquía” designa literalmente una pirámide de
poder, de autoridad o de control. Su significación primaria es control eclesiástico, pues la
voz “jerarquía” está compuesta de hieros (sagrado) y de arjein (regir, gobernar). El empleo
de esta palabra tiene cierta propiedad en el caso de la biología (aunque más limitada de lo
que generalmente se cree), en la cual partes específicas de un organismo rigen las acciones
del organismo y sus procesos genéticos con diferentes grados de control. La evolución lleva
desde el caos primitivo a un origen casi milagroso, va desde organismos de
comportamiento muy simples a complejas acciones que tienen una finalidad. Se asemeja a
una burocracia “temporal” y aquí el término “jerarquía” es aplicable. También la palabra
“nivel” tiene sentido, si se la aplica a un estadio temporal de todo un proceso.
La evolución es una cuestión que generalmente se aborda desde el punto de vista del
reduccionismo. En este volumen no tenemos lugar para tratar el punto, pero esperamos
poder hacerlo posteriormente. Y aquí séanos lícito insertar un comentario general a modo
de advertencia. Cada vez se reúnen más testimonios que indican que aún les faltan pruebas
esenciales explicativas a las teorías de viejo cuño de la evolución, tales como el
darwinismo, esclarecido por las leyes de Mendel, y hasta el neodarwinismo y los más
recientes y asombrosos descubrimientos realizados en el campo de la genética. En todo
caso la teoría de la información y la teoría de los sistemas58 se están convirtiendo en
mejores instrumentos de trabajo en este ámbito que las técnicas teóricas que todavía se
emplean ampliamente.
En las ciencias físicas rara vez se emplea el término “jerarquía”, que en realidad es
inútil y, por lo tanto, nosotros prescindimos de él.59 Nuestro ocasional empleo del término
“nivel” exige algún comentario. “Nivel” puede referirse a un cierto grado o estadio de
complejidad de cosas existentes o de conjuntos de cosas existentes o puede referirse a
teorías más o menos complejas que expliquen dichas cosas. Por eso, es habitual distinguir
entre “niveles de existencia” y “niveles de explicación”. Aquí descartaremos los primeros
pues, según vimos en capítulos anteriores,60 son innecesarios ya que lo que se llama
realidad física está construido por reglas derivadas exclusivamente de elementos que
implican percepciones y razonamientos humanos. De ahí que si los segundos son más
complejos o más comprensivos, es decir si forman un “nivel superior” lo mismo cabe decir
del dominio de existencia que corresponde a ellos. Por eso las dos teorías son sinónimas.
Se comprenderán mejor estas observaciones de carácter general si se examinan
ejemplos tomados de partes de la ciencia que parecen bastante completas y están
ampliamente aceptadas. La mayoría de esas partes permite una descripción con referencia a
niveles de explicación, aunque más adelante nos veremos obligados a adoptar un lenguaje
más específico que esté de acuerdo con las anteriores consideraciones y se concentre en lo
que hemos llamado dominios y esferas de explicación, cada cual con su serie propia de
fenómenos observables.
Pero en primer lugar hemos de decir algo sobre el análisis. La metodología
científica que hemos esbozado define lo que llamamos realidad física. Pero cada vez se
reúnen más testimonios y se realizan más investigaciones serias sobre modos de
experiencia tales como estados místicos de conciencia, estados alcanzados mediante el yoga
y la meditación, estados hipnóticos y oníricos, que son tan humanos como la realidad física
o sensorial y a su manera tan verídicos como ésta. Se ha llamado con razón realidades
alternas a esos otros modos de experiencia que requieren un análisis de la conciencia como
quizá hasta ahora no se haya intentado nunca.
Para indicar lo que esto implica mencionemos tan sólo una dificultad. El mundo
exterior, la realidad física, se establece mediante una serie de pasos de los cuales el
primero, una regla de correspondencia o una definición operacional, traduce el darse cuenta
consciente de algo (por ejemplo, la sensación de calor que experimento en el dedo) en una
construcción objetiva, en un observable (llamado temperatura) que puede cuantificarse.
Como resultado de este paso decisivo pueden aplicarse varias formas de técnicas
matemáticas a las construcciones así definidas y de ello se siguen teorías numéricamente
verificables. Es dudoso que los estados de conciencia de realidades alternas —o los mismos
sentimientos, estados de ánimo, deseos, voliciones normales, etc.— puedan traducirse y
cuantificarse de análoga manera. Por cierto que ni siquiera poseemos un lenguaje que pueda
expresar apropiadamente los matices y tintes de tales experiencias. Faute de mieux nos
valemos metafóricamente de nuestro lenguaje sensorial y empleamos expresiones como las
que mencionamos en otra parte. Ciertamente esto indica una dificultad esencial en todo
estudio de la conciencia que siga los esquemas físicos establecidos. Ni siquiera es seguro
que puedan conservarse en ese estudio principios metodológicos tan importantes como la
extensibilidad ilimitada, que constituyen nuestro tema central del reduccionismo. Ello no
obstante, hemos de suponer que es posible conservarlo y veremos qué resultados podemos
obtener.

1. Consideremos primero algunos ejemplos simples que exhiben empero muy


claramente algunos rasgos de casos más complejos. Un análisis unidimensional del espacio
es una clase de ciencia muy primitiva. Sus construcciones son puntos y líneas y sus únicos
observables son la distancia y la dirección El siguiente nivel “superior” de geometría está
representado por el espacio bidimensional, en el cual encontramos puntos y líneas y
también polígonos, círculos y otras figuras de dos dimensiones. La longitud y la distancia
son todavía observables válidos, pero aquí “aparece” uno nuevo, la superficie. Un ser
unidimensional (una criatura que conociera sólo el adelante y el atrás y se moviera a lo
largo de una línea) no tendría una concepción directa de una superficie. No podría
visualizar este concepto y ni siquiera podría introducirlo en su propio mundo en virtud de
una conjetura abstracta. Pero lo inverso no es cierto. Un ser bidimensional puede
conducirse con sentido en lo tocante a las distancias. Si la geometría bidimensional es un
nivel sucesivo (generalmente considerado como “superior”) de complejidad, luego,
comprobamos lo que podría llamarse continuidad de explicación en una dirección pero no
en otra.
Si se pasa del dominio de dos dimensiones al dominio de tres dimensiones
aparecerán otros observables, como el volumen y nuevos conceptos como figuras sólidas,
de las que se ocupa la geometría sólida. También aquí comprobamos la continuidad de
explicación en una dirección pero no en la otra y, de conformidad con esta terminología, de
arriba hacia abajo, pero no de abajo hacia arriba.
La continuidad en una sola dirección de esta clase es también típica de algunos
ejemplos menos triviales. Más importante y más general es sin embargo el hecho de que los
fenómenos observables y las leyes explicativas del nivel “superior” (por ejemplo, de la
geometría sólida) no pueden visualizarse desde el punto de vista del nivel “inferior”. Desde
luego podían conjeturarse como un tour de force matemático.
2. Volvamos ahora a un ejemplo de la física, la relación entre la dinámica
newtoniana y la termodinámica o la mecánica estadística. Aquí volvemos a encontrar
algunos rasgos de nuestros primeros ejemplos, pero de una manera menos obvia.
La teoría del movimiento de Newton describe el comportamiento de partículas
individuales. Los observables son masa, posición, velocidad, aceleración y fuerza. Las tres
leyes de Newton predicen estas cantidades para cada partícula individual y, por lo tanto,
definen su movimiento.
La termodinámica trata grandes conjuntos de moléculas, como un gas o un líquido
cada una de cuyas moléculas está sujeta a las leyes de Newton. Pero el conocimiento de
todos los observables newtonianos no puede lograrse porque las moléculas individuales
(cuyo número en el aire de una habitación corriente es de aproximadamente un trillón de
trillones) no pueden observarse. Tampoco es necesario hacerlo a los efectos de la
descripción científica del gas. En termodinámica y en su contrapartida teórica, la mecánica
estadística,
aparecen nuevos observables que son suficientes para tratar las propiedades
mensurables del gas: son la presión» el volumen» la temperatura y la entropía. Atendiendo
a estos observables descubrimos las leyes de la termodinámica.
La relación entre los observables de las moléculas individuales —si son conocidos
— y los observables de la termodinámica consiste en que el conocimiento de los primeros
en un momento dado permitirá calcular en principio (aunque no de hecho a causa de las
enormes dificultades del cálculo) los valores de todos los observables termodinámicos. Pero
lo inverso no es cierto. Aquí la teoría newtoniana representa el “nivel inferior” y hay
continuidad de explicación desde “abajo”, pero no desde “arriba”. Así como en el primer
ejemplo los observables del nivel superior carecen de sentido en el nivel inferior, una sola
molécula no tiene entropía ni temperatura.61
Habiéndonos “elevado” desde la mecánica de las partículas a la termodinámica,
comprobamos que la ulterior extensibilidad hacia arriba de la nueva teoría es inmensa. La
temperatura y la entropía no son observables que se limiten a fluidos finitos; su alcance se
extiende a dominios infinitos... en verdad, a todo el universo. La segunda ley de
termodinámica implica que la entropía del universo aumenta continuamente. Pero ideas
como entropía y temperatura no son siempre observables materiales: asignamos
“temperatura” a la radiación que llena el espacio vacío, asignamos “volumen” a todo el
universo. Evidentemente la extensión del dominio termodinámico es inmensa.
Acaso sea conveniente decir algunas palabras sobre la “realidad” de los observables
relacionados con los dos dominios del ejemplo que nosotros estamos considerando. Los
observables que encontramos en la dinámica newtoniana, como masa y velocidad, son
todos simples, directos y fácilmente visualizados, como son las leyes referentes a ellos.
Guardan estrecha relación con la experiencia cotidiana. Pero los observables y leyes de la
termodinámica son con frecuencia abstractos y desafían la visualización. Una de las teorías
de la termodinámica que alcanzó gran éxito fue la desarrollada por Gibbs.62 La teoría
trabaja con ideas tales como la de espacio fase, que tiene tantas dimensiones multiplicadas
por seis como el gas tiene partículas. La teoría se refiere a un “conjunto”, que es un gran
número de réplicas postuladas del gas en cuestión y cada réplica contiene las moléculas
individuales en diferentes estados newtonianos. Aquí el lector de mentalidad filosófica se
sentirá impulsado a preguntar: ¿Es real el espacio fase? ¿Existe semejante conjunto? Nos
parece que la respuesta debe ser afirmativa, pues esas construcciones desempeñan un papel
necesario en nuestra explicación de los fenómenos termodinámicos. Pero ¿se “reducen” los
conjuntos del espacio fase a los conceptos más elementales de la termodinámica? ¿Se
“desarrollan” partiendo de ellos o simplemente los trascienden? Responderemos a estas
preguntas cuando hayamos acumulado mayor información.
3. Otra teoría que describe el comportamiento de los fluidos es la dinámica de los
fluidos que versa sobre su movimiento. El lector podrá sentirse inclinado a colocarla en un
nivel superior al de la termodinámica; pero, corno veremos, esto es discutible. En su forma
más simple, a la que limitaremos nuestro tratamiento, esta teoría ignora las variables
termodinámicas y presenta observables característicos del movimiento de los fluidos. Los
principales observables característicos son la “densidad” y la “corriente” del fluido. Están
relacionados en virtud de una ley conocida como la ecuación de continuidad. Los nuevos
observables no derivan de los observables de la termodinámica, se agregan a ellos. En este
caso no hay reducción, pero las leyes de la termodinámica y de la dinámica de los fluidos
pueden unirse, combinarse, y aplicarse sin conflicto; se funden en una teoría más amplia;
son compatibles.
4. Cuando un fluido manifiesta diferencias en la temperatura se da un nuevo
fenómeno, “flujo de calor”. Otra vez encontramos aquí nuevos observables que aparecen en
una ley fundamental llamada ecuación del flujo de calor. Algunos de estos observables no
tienen sentido en el caso de un estado permanente, no son reductibles a su “nivel” y es
dudoso que puedan haber sido previstos. Asimismo, mientras no hay posibilidad de
reducción en ningún sentido normal, hay empero compatibilidad, una especie de fusión en
la que dos teorías se combinan en una.
5. Nuestras situaciones tercera y cuarta se encuentran entre muchas en las que el
término “nivel” se ha hecho difuso y en las que los términos extensión o alcance tendrían
probablemente más sentido. El electromagnetismo, que hemos de considerar ahora,
presenta un aspecto que, en el lenguaje corriente, podría representar de nuevo una especie
de escalón reductivo, un aspecto en el que la reducción en una dirección puede tener
sentido. Como veremos, el electromagnetismo implica un paso más o menos semejante al
paso que va desde la mecánica newtoniana a la termodinámica o a la mecánica estadística,
la cual suministra la explicación matemática de ese paso. Y lo mismo que en aquel ejemplo,
el estadio superior abre enormes perspectivas ulteriores a esferas incompletamente
exploradas.
La descripción primera y más simple de los fenómenos electromagnéticos entrañaba
los nuevos observables de "carga eléctrica" e "intensidad del polo magnético", además de
los conceptos universales de tiempo, distancia, velocidad y aceleración. La ley fundamental
era la de Coulomb, que dice que cargas o polos desiguales se atraen recíprocamente con
una nueva fuerza inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre ellos y
proporcional al producto de las cargas o intensidades de polo que producen la fuerza.
Después de Coulomb la teoría fue enriquecida con el agregado de otros observables
como "intensidad del campo magnético" y "campo eléctrico", "líneas de fuerza de Faraday”
y el concepto de un "éter". En esa fase del proceso nadie podía haber previsto la conexión
entre cargas y campos magnéticos que fue descubierta por el físico danés H. C. Oersted en
el siglo XIX. Luego nuestra comprensión alcanzó el más alto nivel de abstracción y
complejidad con el descubrimiento de las famosas ecuaciones de J. C. Maxwell, que son
relaciones entre campos eléctrico campos magnéticos, cargas eléctricas e intensidades de
polo magnético. Estas ecuaciones, que exhiben una inesperada pero cautivante dosis de
elegancia matemática y simetría, abrieron vastas perspectivas antes cerradas. El concepto
de campo de radiación que incluye todas las formas de luz, de microondas, de rayos X y
gamma, finalmente evolucionó (mediante extrapolación y mediante la introducción de
observables imprevistos) a partir de la ley de Coulomb. La elaboración (si este término
expresa correctamente lo opuesto de reducción), junto con la creación y el empleo de
nuevos observables que trascendían las esferas anteriores, abrieron extensiones de realidad
física que, como la entropía y la temperatura, no se adherían a la materia, llenaban el
espacio y se extendían al infinito.
Nuestro segundo ejemplo, el paso de las leyes de Newton a la termodinámica, y el
ejemplo que estamos considerando, el paso desde la ley de Coulomb a la forma superior de
la electrodinámica, tienen estos rasgos en común. Los observables necesarios en la
ecuación de Maxwell no podían haber sido derivados ni descubiertos ni previstos partiendo
de la ley de Coulomb, aunque lógicamente estén implícitos en dicha ley. Sin embargo, si los
observables que entran en juego en la ley de Coulomb hubieran sido conocidos como
fenómenos de muchas cargas que producen un campo electromagnético, podrían haber sido
precedidos los observables electromagnéticos. Lo inverso no es cierto. Si hubiera un campo
complicado (un campo eléctrico y magnético que estuviera dado en todo punto de una
región del espacio), ni la localización, ni las velocidades de las múltiples cargas que lo
producen pueden ser inferidas, pues hay diferentes distribuciones de carga que pueden
determinar el mismo campo electromagnético, por lo menos dentro de una región finita de
espacio. En ambos ejemplos, aunque no muchos otros, hoy lo que desde el punto de vista
de los niveles podría llamarse continuidad de explicación desde arriba pero no la hay desde
abajo. Los dos ejemplos indican la impropiedad de la idea corriente de reducción y hasta de
parte de su terminología.
El ejemplo de cargas "que produce” un campo que se extiende por el espacio
representa otro aspecto informativo en lo tocante a la distinción filosófica entre monismo,
dualismo y pluralismo. Toda carga, lo mismo que toda masa, contiene energía. La energía
es una entidad real tanto para la física
como para el sentido común, de manera que uno se siente impulsado a preguntar
dónde está situada esa energía. En los manuales de física se dice que una carga q, situada en
la superficie de una esfera de radio r, tiene una energía q2/r, que representa la cantidad de
trabajo necesario para llevar elementos de carga en cantidades infinitesimales desde el
infinito (donde ninguna fuerza obra sobre ellos) a la esfera que es su sitio último y
presumiblemente el lugar donde está concentrada su energía. Pero el campo eléctrico que se
extiende desde la esfera al infinito también contiene energía en todos los puntos y la
fórmula de su densidad de energía (energía por volumen unidad) es bien conocida. El
resultado es la cantidad q2/r. Evidentemente se trata aquí de la energía antes asignada a la
esfera con carga. ¿Dónde está, pues, la energía? No hay razón para preferir una
interpretación a la otra. De todas maneras, la energía es una cantidad real.
Aquí se trata de una situación en la cual conviene recordar la advertencia de Alfred
North Whitehead contra la “falacia de la simple localización”. Ante esta situación el
filósofo podría sentirse inclinado a hablar de un dualismo que recordaría la res extensa de
Descartes en oposición a la res cogitans. En el ejemplo que hemos considerado, los físicos
no ven necesidad alguna de apelar a un dualismo; considerar interesantes pero no
desconcertantes los distintos aspectos de energía que posee una carga; en realidad, podría
inclinarse a concebir el problema de espíritu y cerebro (del que nos ocuparemos luego)
teniendo en cuenta la compatibilidad entre la idea de una carga situada en un cuerpo y la
idea de una energía distribuida por el espacio.
En varias ocasiones posteriores encontraremos el contraste entre monismo y
dualismo, así como el problema de espíritu y cerebro. Esta cuestión es capital en las
presunciones del reduccionismo y no puede zanjarse antes de haber completado nuestro
análisis del reduccionismo. Pero aquí tal vez sea conveniente decir unas palabras sobre un
nuevo aspecto de la controversia de monismo y dualismo desde el punto de vista de la física
moderna. En el pasado la palabra “cuerpo” tenía una significación simple, única e
indiferenciada; todas las res extensae pertenecían a una clase. Lo mismo se afirmaba de las
res cogitantes. La última creencia todavía es corriente aunque muy poco es lo que hemos
aprendido acerca de la naturaleza del espíritu, principalmente por razones que, como ya
dijimos, impedían la aplicación de métodos físicos a estados mentales. Pero en lo tocante a
la materia, al cuerpo, una enorme cantidad de nuevos conocimientos reveló un grado de
complejidad tal y, una tan inesperada variedad de onta, que resultan impresionantes.63 Por
eso es probable que el físico se pregunte: ¿Es toda la materia realmente una? ¿no tiene
componentes que son esencialmente diferentes, componentes que no pueden reducirse los
unos a los otros? La mayor parte de los físicos nucleares afirmara semejante diferencia
esencial y ampliará la distinción de Descartes en una distinción entre res cogitans y
numerosas res extensae. En otras palabras, los físicos se inclinarán por un pluralismo en
lugar de hacerlo por un dualismo.
8

El reduccionismo (II)

Desde un punto de vista ligeramente diferente y formal volvamos a considerar


algunos de los ejemplos relativamente simples de reduccionismo para presentar más
testimonios de la impropiedad de términos tales como nivel, jerarquía y continuidad de
reducción, testimonios que agregan nuevas dudas sobre la significación del término
“reduccionismo” y sobre sus pretensiones. Estimamos que este tratamiento es importante
porque en partes posteriores del libro, donde se trata la realidad de los fenómenos mentales
y su frecuente intento de “reducirlos” a procesos fisiológicos, químicos y físicos, es
importante llegar a una plena comprensión de todo lo que implica el reduccionismo.
Consideremos una vez más el primer ejemplo del capítulo anterior. Designemos el
dominio de la geometría bidimensional con la letra A y el de la geometría tridimensional
con la letra B. En consecuencia, hablaremos de observables A (línea, área, forma, etc.) y de
observables B (volumen, superficie, etc. además de los anteriores). Luego comprobamos
que:

a) algunos de los observables B no significan nada en A, pero


b) los observables A tienen sentido en B y pueden discernirse desde B.

Si, como se supone generalmente, el nivel B es superior al nivel A, ese estado de


cosas podría describirse diciendo que los observables del nivel superior determinan los
observables del nivel inferior: hay pues continuidad de explicación desde arriba.
En nuestro segundo ejemplo, la letra A designará la teoría del movimiento de
Newton aplicada a las moléculas individuales. Aquí los observables son masa, posición,
velocidad y fuerza de cada molécula individual. El nivel B es el dominio de un gas inmóvil
encerrado en una vasija; los observables son temperatura, presión64 y volumen Los
reduccionistas dirán que el nivel B es el nivel superior. Aquí comprobamos que:

a) los observables B no significan nada en A y que


b) los observables B dependen de observables A y pueden “predecirse” desde A.

Este estado de cosas podría describirse diciendo que los observables de nivel
inferior determinan a los observables del nivel inferior. Aquí hay continuidad de
explicación desde abajo.
Estos dos casos pueden ampliarse con muchos otros ejemplos que muestran que la
continuidad de explicación no es una cuestión de una sola dirección. Aquí está implícita la
falta de significación de los términos “arriba” y “abajo” y ciertamente del término
“niveles”.
Demos otro ejemplo de la física, que es formalmente parecido al primero y que el
lector no muy interesado en aspectos detallados de la física puede ignorar sin gran
detrimento de lo que ha de seguir; examinemos la relación que hay entre la teoría
premaxwelliana de la electrodinámica (que trabaja con observables como magnitud, signo,
posición, velocidad, aceleración, etc. de cargas eléctricas y que nosotros llamaremos
“nivel” A) y la teoría de la radiación de Maxwell-Lorentz que llamaremos B. Aquí los
observables A tienen otra vez sentido en B, están en realidad entre los observables B pero
también algunos de los observables B carecen de significación en A. Nos encontramos ante
lo que podría llamarse continuidad parcial de explicación de A a B y continuidad completa
de B a A. El concepto de nivel se hace confuso. Por otro lado, si consideráramos A y B
idénticos, no tendríamos espacio para el campo de radiación que pertenece sólo a B. Estos
ejemplos muestran quizá más claramente que los demás que el concepto de reducción debe
ser reemplazado por el de elaboración trascendente con continuidad sin referencia a niveles
ni jerarquías.
Esto también es interesante por una razón especial.65 Habiendo transferido la
atención de A a B, un concepto —el campo de radiación en el que los observables son
intensidades de campo eléctrico y magnético— asume una enorme importancia al
destacarse, por así decirlo, de los elementos que lo originaron, las cargas. Primero, a causa
de su velocidad finita, su estado presente depende de la condición anterior de las cargas
eléctricas (potenciales retrasados); el campo ni siquiera puede existir cuando las cargas
quedan aniquiladas. Para complicar aún más las cosas, la destrucción de las cargas (por
ejemplo, la aniquilación de electrón-positrón) crea su propio campo de radiación que se
superpone al primero, luego invade todo el espacio en ausencia de las cargas materiales,
pero conserva su identidad, aunque sus observables cambien de valores en el tiempo.
Una ilustración cósmica sumamente importante de esta cuestión acaparó
recientemente la atención de físicos y astrónomos. El “gran estallido”, considerado como el
origen del universo actual, debe de haber ocurrido unos doce o quince billones de años
atrás. Lo que ocurrió precisamente podía inferirse tan sólo de consideraciones de ciertos
procesos probablemente astrofísicos que comprendían un cataclismo entre onta tales como
fotones y partículas con cargas, y muy probablemente la destrucción de muchos onta.
Cualesquiera que hayan sido los detalles y cualquiera que haya sido la naturaleza precisa de
los cuerpos que lo originaron y que ya no existen, el campo de radiación permaneció, fue
identificado y medido. Esta realización fue honrada con la recompensa del premio Nobel.
Una persona que creyera en la inmortalidad bien podía sentirse inclinada a considerar este
hecho como un ejemplo físico de la supervivencia de una entidad no material después de la
muerte de la materia. Una ilustración elemental de los mismos principios es el hecho bien
conocido de que la luz emitida por una fuente luminosa continúa desplazándose por el
espacio aun cuando la fuente haya quedado destruida.
Pero en nuestro actual contexto, estos ejemplos muestran tan sólo la impropiedad de
toda clase de reduccionismo que no suponga trascendencia, que no permita el posible papel
de entidades impredecibles en un modo dado de explicación.
Examinaremos ahora unos pocos ejemplos de compatibilidad en los que el término
“nivel” pierde su relevancia porque el cambio producido en los observables es tan radical
(independientemente del hecho de que los que caracterizan un “nivel” no podrían “verse” ni
podrían inferirse desde otro nivel como en los ejemplos anteriores) que los que “se
manifiestan”66 desafían tanto el sentido común como la comprensión visual. Dejan de ser
anschaulich y violan nuestro conocimiento del mundo molar.67 Dos rasgos caracterizan los
“niveles”: ellos exhiben no sólo diferentes construcciones y observables sino que requieren
diferentes modos de explicación; ello no obstante continúan siendo compatibles. El primero
marca el paso desde el mundo molar a lo extremadamente grande; el segundo el paso a lo
extremadamente pequeño. El nivel se convierte entonces en una cuestión de dimensiones.
Alto significa grande, y bajo significa pequeño.
Los siguientes ejemplos de trascendencia con continuidad están tomados de la física
moderna.
Kant persuadió a los hombres de ciencia del siglo XIX de que el tiempo y el espacio
eran lo que él llamaba “condiciones trascendentales de la posibilidad de la experiencia
sensorial”, formas ideales impuestas a los fenómenos por la naturaleza de la psique humana
y, por lo tanto, formas a priori, inmutables, que estructuraban todas nuestras sensaciones de
maneras específicas. Kant creía que un análisis del tiempo da nacimiento a la matemática,
que un análisis del espacio, a la geometría y que los teoremas de estas dos disciplinas son
únicos. La estructura que Kant atribuía al espacio es la que hoy llamamos euclidiana.68
Pero a mediados del siglo XIX algunos matemáticos comenzaron a preguntarse
sobre ese carácter único de los teoremas de la geometría, y hombres como Bolyai,
Lobatchevsky y Riemann desarrollaron nuevos tipos de geometría llamados no euclidianos,
cuyos teoremas diferían de aquellos que antes se habían tenido por universalmente
verdaderos. Sin embargo, debido a que todo el conocimiento científico de la época
obedecía a las leyes de Euclides, que Kant había proclamado leyes a priori, inmutables y
universales, los nuevos tipos de geometría fueron considerados sólo como interesantes
artificios matemáticos carentes de realidad física, pues les faltaba contacto con la
experiencia inmediata. Se los consideró cuentos de hadas interiormente coherentes. El
espacio era infinito, las líneas paralelas nunca se encontraban y una línea recta era la menor
distancia entre dos puntos.
Todo esto cambió en 1916, cuando Einstein publicó su teoría de la relatividad
general. Para ser precisos pero breves digamos que Einstein descubrió que ciertas
observaciones astronómicas, que desconcertaban a los astrónomos versados en la geometría
euclidiana, se ajustaban bellamente a los teoremas de la geometría de Riemann. Esta
pasmosa comprobación elevó la geometría de Riemann desde la condición de un juguete
matemático a la de una disciplina de la realidad. Entre sus consecuencias estaba la
aceptación de un nuevo modo de explicación según el cual el espacio ya no era infinito sino
que tenía un radio finito, la distancia menor entre dos puntos en las inmediaciones de un
astro ya no era una línea recta, dos cuerpos que se desplazan a lo largo de líneas paralelas se
encuentran al cabo de un tiempo muy largo pero finito.
Einstein se complacía en explicar el espacio tridimensional curvo pidiendo a su
auditorio que imaginara un gusano o una oruga que tuviera el sentido de solamente una
dimensión. El animal conoce sólo el adelante y el atrás y. se desplaza a lo largo de una
línea. Hagamos ahora que esa línea sea un círculo de mayores dimensiones. El gusano que
se arrastra por la línea sentirá, según es de presumir, que avanza a lo largo de una línea
recta; en realidad se está moviendo a lo largo de una curva en dos dimensiones, pero la
curvatura es concebible sólo para los seres que tienen percepción de dos dimensiones. La
evidencia de la curvatura sería accesible al animal sólo si éste recorriera todo el círculo y
habiendo llegado de nuevo a su punto de partida lo reconociera como tal.
O piénsese en una criatura bidimensional como un insecto chato, plano, capaz de
distinguir adelante y atrás, izquierda y derecha, pero no de distinguir arriba y abajo. El
insecto se desplaza sobre la superficie de una esfera pero sólo puede concebirla como un
plano. Nosotros que somos capaces de visualizar tres dimensiones, sabemos que el animal
se mueve en una superficie curva dentro de un espacio tridimensional.
Ampliemos ahora este razonamiento. Imaginemos seres tridimensionales que se
mueven en un espacio curvo de cuatro dimensiones. Esos seres no percibirían la curvatura y
creerían que viven en un espacio euclidiano tridimensional. Por cierto que si avanzaran
según lo que les parecería una línea recta» que atravesara todo su espacio finito» podrían
retomar a su punto de partida. Nosotros somos esos seres tridimensionales, pero nuestro
mundo es demasiado grande para recorrerlo. Sin embargo un rayo de luz enviado a lo largo
de un gran círculo y en un espacio cuatridimensional regresaría a su punto de partida.
A veces se ha planteado la cuestión de si la concepción humana del espacio es
intrínsecamente tridimensional o si el hombre podría aprender a visualizar la cuarta
dimensión además de conjeturarla o construirla. Se dice que el matemático Poincaré
respondió afirmativamente a la cuestión y declaró que él se había acostumbrado a pensar en
términos de cuatro dimensiones.
Posteriormente otra increíble observación, difícilmente aceptable en la vieja
interpretación del universo, vino a sumarse a las otras pasmosas pruebas: el radio finito del
espacio estaba en continua expansionó la recesión de astros y nebulosas distantes, conocida
por el cambio de frecuencia de la luz que emitían, constituía una prueba de la expansión del
espacio, del incremento de su radio. Cosas extremadamente inconcebibles en el mundo
molar ocurrían en la gran escala del cosmos.
Y como para atormentar aún más nuestra intuición molar, el tiempo se convirtió en
la cuarta dimensión del espacio.
Si nuestro interés se hubiera limitado a nuestra tierra o a nuestro sistema solar, el
nuevo observable —la expansión del espacio y del universo— no habría tenido sentido y ni
siquiera se habría vislumbrado. Si embargo la nueva visión cósmica, el nuevo modo de
explicación, es compatible con todo lo que sabemos de nuestro sistema planetario. Afirmar
que aquí tenemos posibilidad de reducción desde “arriba” pero no desde “abajo” continúa
siendo cierto, pero la afirmación ignora el carácter nuevo, extraño, de los nuevos
observables que los matemáticos llaman la curvatura y la métrica (geometría) del espacio-
tiempo.
Algunas consecuencias recientemente establecidas de la teoría de la relatividad son
verdaderamente fantásticas. Una de ellas es la predicción de los llamados hoyos negros,69
agregaciones muy densas de materia estelar unidas por fuerzas gravitatorias; se los llama
hoyos negros porque “se tragan” todo cuanto está cerca de ellos, hasta la luz que pasa por
sus inmediaciones.
Por supuesto, no emiten luz propia. Como no se los puede ver, su existencia se hace
manifiesta únicamente por los efectos de su voracidad en astros cercanos, y en general se
cree que dichos efectos se han descubierto.
Cosas extrañas suceden dentro de los hoyos negros: la métrica (geometría) del
espacio-tiempo está alterada; tiempo y espacio intercambian sus papeles. Para algunos
teóricos, esto sugiere que seres conscientes que vivieran en el interior de un hoyo negro
podrían ir y venir por el tiempo, reviviendo y previviendo las experiencias de su vida.
Independientemente de estas especulaciones, conviene señalar los siguientes hechos.
Un cuerpo que se mantiene unido por obra de fuerzas gravitatorias suficientemente
vigorosas posee dos clases de energía: la bien conocida de masa dada por la fórmula de
Einstein E = Mc2, en la cual E es la energía y M la masa y c la velocidad de la luz; además
el cuerpo encierra energía potencial negativa debida a la fuerza de atracción de la
gravitación que mantiene unida la masa. En el caso de una serie dada de valores de la masa
M y del radio R del cuerpo (que se supone esférico) el término negativo anula al positivo.
Esto significa que el cuerpo tiene energía cero (véase Jordán70 y Open Vistas71): el hecho de
que surja del espacio vacío no estaría en contradicción con ninguna ley de la naturaleza. La
creatio ex nihilo, la creencia de Santo Tomás, se convierte en una posibilidad científica. Lo
que seguramente llamaríamos un milagro está sancionado por la ciencia.
Otras dos cuestiones, cuyo conocimiento aparentemente no está muy difundido, son
asimismo sorprendentes y desconcertantes. La condición matemática en el caso de un hoyo
negro (conocida como la condición Schwarzschild) es muy similar a la condición de
energía cero, lo cual hace probable que los hoyos negros puedan cobrar espontáneamente
existencia. Y por fin resulta que, dentro de la inseguridad de nuestro conocimiento respecto
de la masa total y del radio total del universo, estos parámetros pueden posiblemente
satisfacer, por lo menos aproximadamente, tanto la condición de un hoyo negro como la de
la energía cero.
De manera que uno podría preguntarse: ¿Vivimos en un hoyo negro? ¿Es cero la
energía total del universo? El sentido común nos dice que no, y comprobamos que datos
más exactos (los nuestros fueron tomados de la obra de Harlow Shapley publicada unos
veinte años atrás) confirman el veredicto del sentido común. Mencionamos este asunto
como uno de los casos en que las recientes teorías de la ciencia física nos llevan a la
frontera de lo que actualmente parece inconcebible. Estas conclusiones son audaces y en
alto grado conjeturales. Pero son compatibles con el modo de explicación predominante en
la astronomía contemporánea, aunque enteramente imprevisibles desde el “nivel” que tenía
esa ciencia unas pocas décadas atrás. Hemos mencionado algunos de los nuevos
observables aparecidos recientemente, observables que son tan ajenos a la concepción
kantiana del tiempo y del espacio como lo son la entropía y la temperatura a la mecánica
newtoniana de las partículas.
El ejemplo anterior nos llevó desde el mundo molar al macrocosmo. Tomemos
ahora la dirección opuesta y consideremos el microcosmo, el mundo de las moléculas,
átomos, electrones y otras llamadas partículas elementales u onta. También aquí
comprobamos que los observables corrientes pierden su relevancia, su utilidad y hasta su
significación. En los dos dominios la diferencia filosófica entre los observables —o mejor
dicho, en los dos modos de explicación— es aún mayor que en el caso anterior.
El axioma más importante (aun cuando sea filosóficamente evidente y trivial) que
debemos tener en cuenta al pasar al microcosmo es el de que no se puede atribuir
cualidades visuales a entidades demasiado pequeñas para ser vistas. Por eso no ha de
sorprendemos que moléculas y átomos, y en mayor medida aún sus elementos constitutivos,
asuman características que parecen extrañas al sentido común. Esas características son
ciertamente observables aunque la observación directa de hechos microcósmicos es
imposible.72 Para evitar una ulterior complicación en el lenguaje continuaremos empleando
el término “observable” que definimos como cualquier construcción cuantitativa referida a
un observable en virtud de una definición operacional o, de modo más general, en virtud de
una regla de correspondencia tal como la definimos en el capítulo 3. En este sentido, pues,
la masa de un átomo o la carga de un electrón son observables. Concebirlos no exige gran
esfuerzo de nuestra imaginación. Pero hay otros observables que ofrecen mayores
dificultades.
Consideremos brevemente el átomo de hidrógeno. El último intento de representarlo
en formas visualizables fue el de Bohr, cuya teoría es bien conocida y se enseña aún en los
cursos de física. Según esa teoría el átomo de hidrógeno consiste en un núcleo central, un
protón, y en un electrón que gira alrededor de él a enorme velocidad. La distancia que hay
entre ellos es de alrededor de 10-8 cm (una cienmillonésima de centímetro) y las
dimensiones del protón y del electrón respectivamente son de alrededor de 10-13 cm y de 10-
10
cm, en tanto que la velocidad de revolución es de 108 cm por segundo. Esta situación
ofrece un curioso cuadro. Si se multiplican los valores por el factor 1013 = 10 trillones, el
protón asume las dimensiones de una estatua de mármol, el electrón que gira, las de un
globo de unos 9 metros de diámetro, globo que gira alrededor de la estatua
aproximadamente 1015 veces por segundo a una distancia de casi media milla.
Trataremos de mostrar, a manera de simple consideración, que este cuadro no es
coherente. Un electrón en movimiento sigue una trayectoria continua y, por lo tanto, ocupa
una posición definida en cada instante. Supongamos que tratemos de determinar, de medir,
esa posición. Casi la única manera de hacerlo es tratar de hacer impacto en el electrón en
movimiento con otro electrón o un fotón. La dirección del movimiento del proyectil
reflectado puede indicamos el lugar que ocupaba el electrón en su órbita en el instante de la
colisión. Un experimento de esta índole es factible en principio, aunque no en la práctica.
Pero supongamos que el experimento nos da una respuesta que nos lleve a suponer que el
electrón se encontraba en lo alto de su órbita.
Desafortunadamente este resultado hace que toda nuestra medición pierda su
sentido. En efecto, la misma teoría (el electromagnetismo), que Bohr usaba para desarrollar
su elegante modelo, implica que la operación reflectante del proyectil, por ejemplo, un
fotón, no puede ser instantánea sino que requiere una interacción que dura un tiempo finito,
en este caso aproximadamente 10-12 segundos, pero como el electrón gira 1015 veces por
segundo, habrá pasado alrededor del protón unas mil veces durante la interacción. De ahí
que carezca de sentido suponer que estaba situado en un punto de su trayectoria. Este
paradójico resultado, esta imposibilidad de determinar la posición de nuestro electrón y de
cualquier otra entidad de masa comparable, es característico de todos los esfuerzos de
medir, de determinar empíricamente el lugar que ocupa la entidad cuando ésta se mueve a
una velocidad definida.
¿Hemos de decir entonces que el electrón no tiene una posición, no sigue una
trayectoria continua o que la posición ya no es un observable propiamente dicho? Antes de
responder precipitadamente a esta pregunta, debemos tener en cuenta un hecho que
complica las cosas: “Hay circunstancias en las que la posición de un electrón puede
medirse. Si un haz de electrones se mueve en dirección a una pantalla que escintila cuando
uno de los electrones da en ella, luego el lugar del centelleo indica la localización del
electrón en el momento del impacto. Aquí no aparecen las dificultades que surgen en
relación con el átomo de hidrógeno. Evidentemente hay condiciones, llamadas estados, en
las cuales el electrón manifiesta una posición verdadera y otras condiciones en que no lo
hace.
Lo que acabamos de decir acerca de la posición es cierto en el caso de todos los
otros fenómenos observables clásicos, como velocidad, cantidad de movimiento y energía.
La llamada teoría de la latencia de los observables73 ofrece una adecuada
explicación de esta anómala situación. En la clásica física molar, el valor definido de un
observable —digamos, por ejemplo, la energía— está presente en todo posible estado de un
sistema dado. El sistema tiene esa cantidad de energía. Si sobre el sistema obran fuerzas, el
valor puede cambiar en el tiempo, pero el sistema tiene un valor en todo momento, de modo
que si se conoce el estado en su variación temporal, el valor puede predecirse.
En la mecánica cuántica (la teoría que describe el microcosmo) no ocurre lo mismo.
Aquí es decisiva la significación de la palabra “estado”. En la física clásica (precuántica), el
estado de un sistema es una serie de observables, una serie definida de valores de
observables. El estado de una partícula está definido por el valor de su posición y por el
valor de su velocidad, el estado de un fluido por los valores de su presión, de su volumen,
de su temperatura, etc. Lo que antes dijimos indica que, como los observables en la
mecánica cuántica pueden no tener valores en este sentido simple, se hace necesaria una
nueva definición de “estado”. Lo designaremos con el símbolo φ sin especificar aquí su
significación precisa que consideraremos a renglón seguido. De manera que, sin decir de
qué depende ni cómo está determinado, consideraremos primero la relación del “estado”
con los observables.
Pongamos que φ denote el estado de un electrón. Entre sus observables están la
posición x, la velocidad v y la energía E aunque, según acabamos de ver, no siempre pueden
determinarse como atributos verdaderamente poseídos del sistema. Un típico estado φ
puede ser aquel en que la energía tiene un valor definido, pero x y v no lo tienen. Esto
significa que todas las veces que se da el estado (y se conocen maneras de prepararlo), E
arrojará en la medición el valor definido E1. Pero, si se mide x o si se mide v, el resultado
puede ser una variedad de diferentes valores. En ese caso llamamos E un observable
poseído cuando el electrón se encuentre en estado φ y llamamos x y v latentes; x y v no
están realmente presentes, pero de algún modo se realizan en el acto de la medición y
resultan, según cabe suponer, de su interacción con el artefacto de medición. Los
observables latentes arrojan diferentes valores en repetidas observaciones; los observables
poseídos no. No nos interesa considerar aquí la filosofía elaborada alrededor del concepto
de latencia. Heisenberg, que prestó su apoyo a la idea, prefería llamarla potencia,74 un
término tomado de Aristóteles.
El especial estado φ en el que E es un observable poseído se llama un eigenestado75
de E, y si el valor de E que resulta en cada medición es E lo llamamos φi. En todo
observable conocido existen eigenestados, pero hay reglas que impiden la aparición de
eigenestados en los que ciertos pares de observables son poseídos. De manera que el
principio de incertidumbre exige que en todo estado φ en el cual la cantidad de movimiento
es poseída, su posición debe ser latente y viceversa. Hay otras parejas de observables que
no pueden ser los dos poseídos.
Además de la idea de latencia, la mecánica cuántica se caracteriza por lo que su
nombre implica: la cuantificación. Es decir, ciertos observables, especialmente E, aun
siendo poseídos, pueden arrojar sólo uno de los valores de una serie específica, digamos E1
o E2 ... o Ei ...76. Se dice que estos valores son los eigenvalores y que el estado en que Ei es
poseída se llama eigenestado.
El tercer rasgo de la mecánica de los cuantos es el de reemplazar la causalidad de
viejo cuño, es decir, el determinismo mecanicista, por la probabilidad mensurable y
disciplinadamente determinada. Supongamos que un sistema físico como el de un electrón
se encuentre en un estado en el cual un observable como E es latente. Cuando se realiza una
medición resultará un cierto valor Ei. Independientemente de que debe ser un eigenvalor, un
valor de una serie conocida, no podemos predecir cuál habrá de ser. Sin embargo, cuando se
conoce φ, la probabilidad con que aparezca uno de los valores Ei puede calcularse. Más
específicamente, cada vez que se prepara el estado φ y es medido E, se manifestará en
general un Ei diferente, pero podemos predecir cuántas veces en un gran número de tales
sucesiones de preparación y medición se hallará un determinado Ei. Conocemos la
frecuencia relativa con que se da cada Ei. Si φ = φi, Ei es poseído y la frecuencia relativa,
llamada también probabilidad de medición Ei, es 1.
Podríamos afirmar que el concepto de latencia tiene una estructura probabilista. En
el caso de una φ dada, en que x está latente, el electrón no tiene posición. Sería impropio
decir que cumple un movimiento en el sentido habitual del término. En realidad, no puede
rechazarse la afirmación de que el electrón se comporta como los ángeles de santo Tomás,
que iban de un lugar a otro sin atravesar la distancia interpuesta entre ellos. Pero en la
latencia hay estructura, que es la distribución predeterminada de probabilidad del resultado
de todas las mediciones posibles de todos los observables relevantes.
Concluiremos nuestro examen de los modos de explicación, que nos permiten
comprender el microcosmo, repitiendo que el término mismo “observable” ha sufrido un
cambio drástico y totalmente inesperado en su significación. Como un observable puede ser
latente, una serie específica de observables como x, v o E (posición, velocidad y energía) ya
no puede emplearse para definir un estado general. Nos encontramos ante una definición
nueva de estado, φ. la función estado. Y si conocemos φ, también sabemos que algunos
observables están latentes y conocemos la probabilidad de que se den. La estructura de la
realidad se ha desplazado desde los observables de viejo cuño, que eran más o menos
anschaulich —intuibles, tal vez es una traducción satisfactoría—, a las funciones φ desde
cierto conocimiento de lo que haya de ocurrir a las probabilidades.
Si todo esto parece extraño o hasta deplorable, reconozcamos empero que también
las probabilidades son observables. Las probabilidades satisfacen todos los requisitos
metodológicos impuestos a los observables físicos. En particular, son mensurables, como
los observables físicos, y por lo tanto cuantitativamente significativas; además representan
una construcción de extrema extensibilidad que entra en fértiles relaciones con otras útiles e
innumerables construcciones. De ahí que no vacilemos en afirmar que las probabilidades
son parte de la realidad física. Volveremos a ocupamos de este aspecto de la realidad
cuando tratemos el problema de la libre voluntad.
Un último punto. ¿Son latentes todos los observables? Más precisamente, ¿puede
todo observable aparecer en un papel latente o hay algunos observables que son siempre
poseídos? En el momento actual, la respuesta a la última pregunta es afirmativa. Dos de los
observables de la física clásica, la carga y probablemente la masa,77 son siempre poseídos,
independientemente de lo que sea φ. Esto parece casi una anomalía que podría hacernos
suponer que nuestra teoría no está aún completa.
Cuando miramos hacia arriba o hacia abajo desde el mundo perceptible en el que
vivimos, ¿no vemos una discontinuidad en nuestro modo de explicación? Las diferencias
son tan grandes que se siente uno tentado a responder que sí, pero esa respuesta es falsa. En
efecto, hay un hecho, tempranamente reconocido por Bohr —en una versión limitada,
ciertamente y llamada generalmente el principio de correspondencia—, que todavía no
hemos mencionado. Se trata de lo siguiente. Las leyes de la mecánica cuántica son de tal
condición que a medida que se incrementan las dimensiones y las masas, la latencia
gradualmente desaparece y las probabilidades se reducen a los valores 1 ó 0, es decir, se
convierten en certezas. Y éste no es un agregado posterior hecho a la teoría, sino que es
algo inherente a ella misma y está demostrado por los fundamentos matemáticos complejos
pero elegantes de la mecánica cuántica. De manera que si los observables de la teoría
microscópica no pueden ser “vistos” ni previstos desde el “nivel superior” y si bien no
tienen sentido aplicados al mundo molar, hay compatibilidad entre ambos mundos.
En este ejemplo puede verse otra anomalía. El ejemplo ofrece modos de explicación
que el adepto al reduccionismo llamaría recíprocamente reducibles, cuando en realidad no
hay reducción alguna y los modos de explicación están en el mismo nivel. Un caso es la
teoría cuántica de Schrödinger, que trabaja con observables como φ, la función estado, y
observables como energía, que siendo latentes están representados como elementos
matemáticos. Heisenberg, por otro lado, asocia el concepto de energía y de otros
observables con matrices, con estado como φ, con un vector (generalmente en un espacio
de un número infinito de dimensiones). Por un momento la existencia de dos sistemas
válidos de explicación de la misma serie de fenómenos pareció desconcertante a los físicos.
Pero pronto los mismos creadores de la teoría cuántica demostraron la equivalencia
matemática de las dos teorías.
Aquí nos encontramos de nuevo frente a una situación completamente diferente de
aquella de las convencionales implicaciones que pretende el reduccionismo. Tal vez habría
que llamarla biperspectivismo.78 Y cuando von Neumann inventó hasta un tercer enfoque de
la mecánica cuántica, ¿no introdujo el triperspectivismo?
Si consideramos ahora retrospectivamente nuestros ejemplos sexto y séptimo, el
reduccionista sin duda tendría que razonar del modo siguiente: los dos ejemplos se refieren
al microcosmo y al macrocosmo; entre ellos se extiende el mundo molar que es susceptible
de tratamiento por la mecánica clásica79 (además de serlo por otras teorías conexas y
compatibles). La coherencia lógica obligaría al reduccionista a reconocer tres niveles: el
más bajo (1) sería el microcosmo; el siguiente hacia arriba (2) sería el mundo molar; y el
más alto (3) sería el macrocosmo de la relatividad. Y el reduccionista tendría que decir que
el nivel 1 se reduce hacia arriba al nivel 2, en tanto que el nivel 3 se reduce hacia abajo al
nivel 2. Poco queda así de la jerarquía del reduccionista.
A causa del carácter desconcertante, extraño y abstracto de estas conclusiones
ofrecemos seguidamente un breve capítulo que tal vez haga un poquito más comprensivo y
ameno el paso del microcosmo a nuestro mundo molar.
9

Los mundos de Einstein y Heisenberg

A veces resulta divertido —y generalmente chocante para la persona que tiene ideas
fijas sobre la realidad última— especular sobre la manera en que se le aparece el mundo a
una rana, a un insecto, a un pez o a un ser cuyos ojos sean sensibles a los rayos X en lugar
de serlo a la luz del espectro visible.80 Esperamos que el lector no tome a mal el hecho de
que nos permitamos un enfoque parecido a fin de esclarecer la naturaleza del microcosmo.
Inventaremos un observador consciente, de dimensiones atómicas, cuyos órganos visuales
posean la sensibilidad y la selectividad de los más delicados artefactos de medición física
concebibles, cuyo sentido del tiempo esté tan aguzado que ese ser sea capaz de ver sucesos
típicamente atómicos cuya duración es del orden de 10-8 a los 10-15 segundos (una
cienmillonésima de segundo a una cuatrillonésima de segundo). Ese observador puede
“ver” electrones y fotones individuales y “observar” su comportamiento dentro de un
conjunto finito y discernible de los átomos que constituyen una parte de una sustancia
material.
Como observadores nosotros no percibiríamos objetos coherentes, por lo menos no
los percibíamos en nuestra vecindad inmediata. Sólo advertíamos haces individuales de luz
(fotones) emitidos por átomos individuales espontáneamente luminosos. Nuestro mundo,
ese microcosmo, no está uniformemente iluminado ni ocupado por cosas móviles; nos
presenta más bien una visión moteada con sectores brillantes que surgen aquí y allá de la
oscuridad más extrema, sectores diferentes que tienen diferentes duraciones. Átomos
distantes, percibidos como grupos mayores, exhiben una especie de brillo uniforme y cierta
dosis de cohesión dentro de ese caótico medio, pero las pequeñas escintilaciones en su
cercanía no indican uniformidad o estructura.
Si nuestros observadores son positivistas o empiristas declarados, a quienes les falta
imaginación e insisten en construir su mundo partiendo de las sensaciones inmediatas, no
podrían creer en la existencia de cuerpos permanentes en todo momento. Es más, hasta
dudarían de la existencia de entidades individuales hasta el instante de percibirlas. Y hasta
les parecería poco pertinente hablar del “fluir del tiempo”, pues preferirían la expresión
“surgimiento de intervalos percibidos por los sentidos”. Probablemente les parecerán
inapropiadas “tiempo continuo” y “espacio continuo” y preferirán hablar de cantidades
discretas y de cuantificación para definir sus experiencias.
Nuestro observador microscópico verá las cosas solamente en dos condiciones: las
cosas pueden ser iluminadas mediante una fuente lumínica exterior o, en el caso del átomo,
el observador esperará a que éste emita un fotón. En ambos casos la manifestación de la
presencia de objetos microcósmicos será fortuita en la medida en que se trate de sucesos
individuales. Lo fortuito, lo casual, es desde luego una importante característica de muchos
sucesos que se producen en nuestro mundo macrocósmico, de manera que podría ser
conveniente reflexionar un instante en cómo nosotros, observadores macroscópicos,
pasamos de percibir lo fortuito de sucesos individuales a percibir la regularidad y la
continuidad.
A este efecto, piénsese en el movimiento de una luciérnaga en una oscura noche de
verano. Vemos que el animal emite luz en diferentes puntos del espacio, sin embargo
asociamos esos puntos luminosos discontinuos con una trayectoria continua. ¿Por qué no
nos damos por satisfechos con el elemento estéticamente encantador de lo fortuito de la
trayectoria? La respuesta a esta pregunta es, en parte, metafísica y, en parte, empírica, es
decir, hay dos criterios de la trayectoria. La razón metafísica para suponerle continuidad es
ésta: si se representan gráficamente los puntos luminosos, éstos describen una suave curva.
Esta sola circunstancia infunde fuerte convicción, pues entre los principios guías en virtud
de los cuales establecemos la realidad física se hallan la simplicidad y la elegancia de los
conceptos en juego, y atendiendo a esta circunstancia una curva suave que se desarrolla
continuamente tiene evidentes ventajas sobre apariciones esporádicas, discontinuas. La
segunda razón es evidente e incontrovertible: podemos observar la luciérnaga a la luz del
día y comprobar mediante la observación directa su trayectoria continua.
Consideremos ahora el electrón que, según una concepción temprana, describe un
círculo alrededor del protón en el estado normal del átomo de hidrógeno. Nuestro
observador microscópico no atestiguará esta aseveración. Lo que verá serán apariciones
esporádicas en diferentes lugares cuando el electrón reflecta un fotón adecuado, es decir,
cuando se determina su posición. Estas posiciones son discontinuas, como las emisiones
luminosas de la luciérnaga. Si aplicamos los dos criterios de trayectoria que acabamos de
mencionar, comprobamos, primero, que una línea trazada entre sucesivas apariciones del
electrón será, no una suave curva, sino una línea zigzagueante muy irregular, cuyas
esquinas (es decir, las presuntas posiciones del electrón), se hallarán dentro de un anillo
vagamente definido, de ancho finito y extendido alrededor del protón. Y aquí no hay, como
en la verificación empírica, una luz diurna a la cual pueda observarse el electrón.
La única regularidad evidente en que pueda apoyarse la teoría es el anillo de puntos
que marcan las posiciones del electrón. Un examen más atento muestra que esos puntos son
más densos a lo largo de un círculo, que es idéntico a la trayectoria conocida como la
trayectoria de Bohr, el círculo por el cual el electrón debía de haberse movido, de
conformidad con aquella teoría temprana de Bohr. Pero el electrón aparece en otras partes,
pues los puntos se dan en lugares alejados del círculo, aunque con frecuencia decreciente a
medida que aumenta la distancia a partir del círculo.
La interpretación más simple de estos hechos (y la interpretación ofrecida por la
teoría cuántica) es la de que la densidad de los puntos dentro del anillo representan la
probabilidad de la posición del electrón. No podemos decir dónde estará el electrón en un
instante dado, pero conocemos la probabilidad con que el electrón aparecerá allí. El
observable ordinario, la posición, no está sujeto a leyes regulares, sino que lo está a leyes
que meramente controlan la probabilidad de varias posiciones.
Con este sencillo ejemplo hemos expuesto el tema fundamental de la teoría de los
cuantos. En efecto, todo lo que hemos dicho con respecto a la posición incumbe a la mayor
parte de los demás observables del microcosmo: la medición no revela necesariamente
valores consecuentes de velocidad, de cantidad, de movimiento, de energía, etc. de nuestras
microentidades, sino que da las probabilidades de hallar valores específicos de estos
observables. Si preguntamos cuál es la velocidad de una partícula atómica en este momento
generalmente obtenemos una respuesta errática. Pero si preguntamos cuántas veces en un
millón de observaciones (realizadas cuando la partícula se encuentra en un estado bien
definido, como el estado fundamental del átomo de hidrógeno) su velocidad tendrá un
determinado valor, la naturaleza nos da una respuesta definida. Lo que el observador del
microcosmo ha aprendido es el hecho de que las probabilidades se convierten en
verdaderos observables, en tanto que las probabilidades de nuestro mundo molar son
caprichosas.
Pidamos ahora a nuestro microobservador que aparte la mirada del átomo y examine
lo que ocurre a la distancia, donde se ven muchas entidades, átomos y electrones. Allí el
observador advertirá cierto grado de coordinación. La posición media de lo que el
observador construye como objetos parece obedecer a leyes definidas. Si se hiciera una lista
de las apariciones en el espacio de un grupo de puntos luminosos y si las posiciones medias
de éstos fueran computadas a cada instante de la manera en que uno halla el llamado centro
de población, ese centro se comportaría más o menos de acuerdo con las leyes
macroscópicas. En realidad, la naturaleza nos ahorra el trabajo de esta computación al
realizarlo ella misma. Ya hemos advertido que los objetos más distantes del microcosmo
exhiben cierta coherencia para nuestro amigo liliputiense. Esto se debe a que dichos objetos
están hechos de muchas entidades y abarcan grandes masas de las cuales sólo podemos
observar la posición media. El comportamiento errático de los individuos queda así
oscurecido y de éste modo nos encontramos frente a certezas relativas. Por último, y quizá
con sorpresa, reconocemos estas regularidades, estas certezas relativas como las leyes de la
naturaleza que antes habíamos descubierto en el mundo molar.
Después de nuestra imaginaria excursión por el microcosmo, que puso a prueba
todos los recursos del sentido común, emprendamos ahora con el pensamiento (restringido
ciertamente por el necesario acuerdo con la teoría válida) un viaje al macrocosmo.
Elegiremos un ejemplo extremo de travesía espacial. Un científico inclinado a la
aventura desea visitar una estrella que se encuentra a mil años luz de la tierra y se propone
regresar a ésta dentro del término de su vida, digamos de cuarenta años. Aunque esto
parezca imposible, porque la luz tardaría mil años para llegar al astro, es sin embargo
posible en teoría que el hombre de ciencia cumpla su misión. Si viaja a una velocidad muy
cercana a la de la luz (186.000 millas por segundo), en realidad sólo 3,2 millas por segundo
menos que la velocidad de la luz« el hombre llegará al astro al cabo de veinte años. La
razón de ello está en el hecho de que su reloj, si se mantiene en marcha, sufre un enorme
retraso, y nosotros hemos de suponer —como invariablemente hacen los físicos— que sus
ritmos vitales, juzgados por un observador que está en la tierra, sufren igual retraso.
Durante su viaje, el hombre de ciencia pasará volando cerca de otras estrellas, las
cuales le parecerán delgados discos con sus ejes en la dirección del movimiento que él
lleva. En las inmediaciones de una estrella deberá alterar ligeramente la dirección del vuelo
a causa de la atracción de la estrella y hemos de suponer que nuestro astronauta, al
establecer el rumbo original de su vuelo, ha tenido en cuenta tales alteraciones. Por
supuesto, sobre todo de poner cuidado en mantenerse lejos de hoyos negros.
Dejaremos que el lector resuelva con el ejercicio de su imaginación el problema de
cómo nuestro astronauta se las compone para descender en el astro y el problema de su
regreso. La energía de movimiento de que dispone es equivalente a la de muchas bombas
H; de ahí que sólo algún proceso cósmico, al que difícilmente el astronauta podría
sobrevivir, sería capaz de revertir su movimiento. Pero en teoría es posible y el hombre
regresaría a la tierra al cabo de cuarenta años. Pero mientras tanto la tierra sería dos mil
años más vieja.
Lo que ha aprendido nuestro ultrarrápido amigo es lo siguiente: en la esfera del
macrocosmo, tiempo y espacio no pueden separarse; masa y velocidad, observables que
parecían relativamente independientes en el mundo sensorial, entran en relaciones únicas.
La velocidad de los cohetes fabricados actualmente es sólo una fracción muy
pequeña de la velocidad necesaria para llevar a cabo el viaje que describimos. Pero las
pruebas experimentales han sido suficientes para confirmar, de una manera elemental, la
teoría en que se basa el ejemplo que hemos presentado. Para forzar aún más la noción
corriente de realidad, mencionemos la bien fundada hipótesis de la antimateria. De la teoría
de la relatividad se sigue que por cada on existe un antion. De manera que debe de haber
cuerpos compuestos de onta así como cuerpos que consisten en antionta. Los electrones y
los positrones son los ejemplos más simples de onta opuestos. Se han observado otros en
interacciones nucleares, pero hasta ahora nadie ha visto un átomo entero y su antiátomo.
Ello no obstante, un principio de simetría al que apelan muchos físicos pide la existencia de
antiátomos y probablemente hasta de cuerpos compuestos por antiátomos. Como estos
elementos no se encuentran en nuestras inmediaciones es razonable suponer que se hallan
en otra parte del universo, quizás en la forma de antiastros, o hasta de antigalaxias. Esta
hipótesis se hace plausible por las siguientes razones. De conformidad con la ley del
cuadrado inverso de Newton, la materia atrae a la materia. Una ley de la misma forma,
aunque de diferente fuerza es la ley de Coulomb, que expresa la fuerza entre objetos con
carga. Pero esa fuerza es atractiva en el caso de cargas desiguales y repulsiva en el caso de
cargas de igual signo. La ley de la gravitación, en el caso de la materia corriente, es siempre
atractiva: quizá la antimateria complete este cuadro y suministre la fuerza de repulsión que
falta. Esto nos lleva a dos posibles conjeturas que nos dan el eslabón que falta. O bien la
antimateria repele a la antimateria o bien repele a la materia. En el primer caso, la
antimateria estará dispersada por todo el universo material. En el segundo caso, se hallará
en alguna parte del espacio a gran distancia de la materia.
Cuando la materia se junte con la antimateria ambas quedarán aniquiladas y
convertidas en energía. En el caso de cuerpos de dimensiones visibles este hecho produciría
una explosión de una magnitud mucho mayor que la de una bomba de hidrógeno. Si un
antiastro entrara en colisión con un astro, la explosión sería de una enorme fuerza
astronómica. Que sepamos, todavía no ha sido observado un fenómeno de esta índole, pero
no puede rechazarse su posibilidad, por extraña que parezca al sentido común, por ajena
que sea a la imagen clásica de realidad.
10

El reduccionismo (III)

Trascendencia con compatibilidad

Antes de ocuparnos de otros problemas y disciplinas en que las explicaciones más


comunes a menudo se valen de formas simples y a veces crudas del reduccionismo,
resumiremos lo que hemos expuesto al considerar las disciplinas que se presume son las
mejor comprendidas. Nuestros ejemplos mostraron que el término “jerarquía” carece
generalmente de significación, este concepto no caracteriza las teorías físicas. Las
dificultades relativas a su uso surgen tal vez primariamente de cierta ambigüedad, de cierto
dualismo, inherente a la interpretación del reduccionismo. Si la distinción que nos lleva a
los conceptos de “alto” y “bajo” se hace sobre la base de las dimensiones o de la
complejidad de los objetos a que se refiere una teoría, luego la física clásica, la esfera
molar, se encuentra por encima del microcosmo. Si la distinción se basa en la complejidad
de la teoría, es cierto lo contrario, pues las leyes de la mecánica cuántica son mucho más
difíciles de comprender que las leyes de la física clásica.
Evidentemente la misma dificultad encontramos en el uso de la palabra “nivel”. Las
únicas ciencias en las que tienen sentido términos tales como “jerarquía”, “niveles” u
“organización” son las ciencias descriptivas, como la botánica y la zoología. En general, la
ciencia no es un sistema burocrático, ni una jerarquía de niveles. Aun términos tales como
“superior” e “inferior”, “interior” y “exterior” también pueden carecer de significación.
En adelante entenderemos por “nivel” un modo o dominio de explicación y por
“reducción” lo inverso de elaboración trascendente pero compatible, un concepto que
hemos de examinar ahora.
Este drástico cambio puede parecer caprichoso si no hacemos una breve referencia a
una obra más antigua (publicada en 1909), en la cual muchos expertos expusieron sus
puntos de vista. El libro es Hierarchical Structures. publicado por White, Wilson y
Wilson.81
Como muchos otros tratados que se ocupan extensamente del problema de la
reductibilidad de las teorías, este libro es una colección de ensayos de muchos autores que
contiene reveladores puntos de vista, pero que no presenta una visión única, ni una síntesis
de lo que anuncia su título y ni siquiera una terminología consecuente. La distinción entre
jerarquía y nivel, que establece Mario Bunge, es ignorada por otros autores y en ningún
momento se manifiesta de manera enteramente clara que las cuestiones filosóficas
discutidas dependen tan sólo de modos de explicación de la coherencia o falta de
coherencia de las teorías y sobre todo de la relación entre diferentes series de observables
empleadas en diferentes modos de explicación o esferas o sencillamente teorías.
De estos trabajos, hemos obtenido provecho del análisis de Bunge,82 que sometió el
reduccionismo a escrutinio lógico así como epistemológico. También él critica el uso no
justificado del término “nivel” aunque lo conserva en la limitada región en que realmente
puede aplicárselo: en una serie de dominios caracterizados por las dimensiones de sus
elementos constitutivos, es decir, los niveles, que reconocen principalmente los biólogos y
que pueden disponerse en una secuencia natural: nivel de célula, nivel de órganos, nivel de
organismo, nivel de población, nivel de ecosistema, nivel de biosfera.
No nos interesan tanto las dimensiones de los elementos constitutivos como las
teorías que explican su comportamiento, los observables que cobran existencia cuando
pasamos de un dominio a otro y su complejidad y coherencia. En nuestro enfoque, lo que
cuenta es la interconexión entre teorías fundamentales o, como lo expresamos
ocasionalmente, entre modos de elaboración, entre observables viejos y observables nuevos
que aparecen. De ahí que exista la siguiente diferencia entre el análisis de Bunge
(enteramente correcto) y el nuestro. Bunge pone énfasis en las partes y en las dimensiones
en tanto que nosotros consideramos la naturaleza de los observables y el nexo de su
interrelación; todo esto desde los puntos de vista filosóficos de la Nature of Physical
Reality,83 que define la realidad física o sensorial, y de Alternate Realities,84 que muestra
cómo habría que encontrar enfoques epistemológicos que expliquen estados de conciencia
diferentes del corriente.
Bunge llama a la aparición dé nuevos observables “surgimiento”, un término cuyo
uso comparte con otros autores entre ellos Karl Popper,85 aunque no siempre precisamente
con el mismo sentido. Por las razones ya expuestas nosotros reemplazamos ese término por
uno más amplio “trascendencia”. En rigor de verdad, lo que surge ya estaba presente
aunque de manera invisible e insospechada. Pero nosotros deseamos destacar el carácter
único de los nuevos observables, su orientación en virtud de un nuevo enfoque teórico y la
incapacidad del hombre de ciencia de concebirlo partiendo de un dominio de explicación en
el cual dichos observables no tiene sentido. Por ejemplo, los observables de la geometría
tridimensional no surgen en virtud de ninguna manipulación mental de las distancias y las
superficies, propias del espacio tridimensional; simplemente trascienden este espacio aun
cuando las fórmulas de volúmenes (que son inconcebibles en el espacio bidimensional)
contengan superficies y distancias. Y lo mismo cabe decir de la significación de
temperatura, que no puede surgir de las leyes de Newton pues sencillamente las trasciende.
En este aspecto es digno de notarse que cuando se desarrolló la teoría de la mecánica
estadística (la explicación básica de la termodinámica) la termodinámica en ningún sentido
se “redujo” a la dinámica ordinaria, ni viceversa; ambas teorías simplemente se fundieron
en una sola. Esto ocurrió porque se descubrieron nuevos conceptos, como el de entropía y
de energía libre, que trascienden la mecánica, conceptos que quedaron incorporados en un
sistema mayor de construcciones.

Al terminar este capítulo podría ser útil exponer nuestras conclusiones de manera
muy simple y, como hicimos en capítulos anteriores, valiéndonos de diagramas. Debemos
el siguiente material al profesor Harold Morowitz quien opinó que una representación
gráfica de nuestras conclusiones sería útil.
La significación de reducción, voz que nosotros reemplazamos por la expresión
“elaboración trascendente con continuidad”, queda sencillamente explicada por la
referencia a nuestro plano P y nuestro campo C de la figura. La reducción implica
sencillamente un avance hacia la izquierda en el campo C, otra salida partiendo de P,
habitualmente acompañada por una extensión del alcance de las construcciones paralelas al
plano P. En este sentido la trascendencia no significa más que un sistemático
acrecentamiento de nuestra comprensión del mundo. Para ilustrarlo tomaremos el ejemplo
de la teoría del movimiento. En época de Parménides el movimiento era considerado una
ilusión, no existía. Otro filósofo griego, Leucipo, que fue el primero que introdujo el
concepto de átomo como elemento constitutivo de toda materia, llegó al extremo opuesto y
declaró que el movimiento era la propiedad innata de todos los átomos. La concepción de la
movilidad se hizo a su vez una ilusión. Estas conjeturas tempranas no se ajustan al método
de la ciencia tal como lo hemos delineado; las consideramos aquí como enfoques
precientíficos de los problemas de la dinámica.
Una teoría que satisfacía vagamente los rudimentos de nuestra epistemología
científica era la de Aristóteles. Este filósofo aceptaba la concepción de que toda la materia
estaba constituida por cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. El lugar natural del fuego
estaba en el cielo; el agua se encontraba principalmente en la tierra, el aire estaba por
encima. La tendencia natural de cada cuerpo era permanecer inmóvil o moverse hacia su
lugar natural; de ahí que en la tierra el fuego normalmente se eleve, el agua y las piedras
caigan, el aire se eleve en el agua y en la tierra para llegar a su lugar natural. Estos
movimientos se llamaban movimientos naturales.
Pero una piedra también podía ser arrojada hacia arriba. Aristóteles llamó violento a
este movimiento porque requería una fuerza. La piedra arrojada cumplía un violento
movimiento hacia arriba seguido de un natural movimiento hacia abajo.
Si representamos esta “teoría” en los términos de los diagramas del capítulo 3, ella
formaría uno de los contornos adyacentes al plano P de la figura 7. Las experiencias
inmediatas P1 y P2 llevarían, mediante reificación y mediante definiciones operacionales
obvias, a los observables h más pesados que su ambiente, y a los observables I, más
livianos que su ambiente. Estos observables están relacionados por una ley con el
movimiento M que (aunque en las figuras se omitieron las líneas dobles) también está
relacionado con P. Los observables, definidos por toscas reglas de correspondencia que no
pueden ser cuantificadas, son el movimiento, el peso (h y I), y la fuerza, esta última
definida por Aristóteles como empuje o tracción. La primitiva teoría aristotélica del
movimiento está representada por el contorno 1 de la figura 7.
En la física moderna observamos masas, posiciones de cuerpos, velocidades y
aceleración. Partiendo de P, esos observables nos llevan, por intermedio de reglas de
correspondencia, a sistemas, cuerpos u onta del campo C. La primera ley que combinó
satisfactoriamente estos observables —es decir, estas construcciones— fue la de Galileo:
todos los cuerpos caen con una aceleración de alrededor de 32 pies por segundo (contorno
2). La ley era de alcance limitado y se refería sólo a cuerpos que caen en las proximidades
de la superficie de la tierra.
La ley de Galileo hubo de sufrir elaboraciones y su alcance de aplicación se
extendió mucho cuando Newton anunció sus tres leyes de movimiento y dio una nueva y
más precisa definición del concepto de fuerza (F en lugar de la antigua f; aunque las dos
guardan una vaga relación). Esta importante innovación, junto con la ley de la gravitación
universal de Newton, hizo posible la comprensión de las leyes del movimiento planetario
de Kepler que produjeron una “revolución científica” y ulteriormente determinaron que una
parte de la astronomía se incorporara en el dominio de la física. Además, esta innovación
explicaba la tesis de Aristóteles; por eso, el contorno 3, que representa la teoría de Newton,
abarca tanto el contorno 1 como el contorno 2.
Si bien los siglos siguientes a Kepler y Newton aportaron más elaboración y
refinamiento a la teoría de la dinámica, no se introdujeron nuevos elementos esenciales
hasta el momento en que Einstein expuso su teoría de la gravitación universal llamada
también teoría de la relatividad general. Esta teoría explicaba varias experiencias P, antes
misteriosas (la comba de rayos de hiz en las proximidades de densas conglomeraciones de
materia, la precisión del perihelio del planeta Mercurio, el cambio de frecuencia en la luz
emitida por un gran astro), al presentar el concepto de espacio no euclidiano, caracterizado
en nuestra figura por las construcciones gij, ds y R junto con otras relacionadas con ese
espacio.86
Cuanto más abstracta (matemática) es una teoría, más se extiende hacia la izquierda
en el campo C. Si su contorno marca la frontera actual de nuestros conocimientos,
representa un postulado más allá del cual la ciencia es sólo hipótesis y conjeturas.
¿Qué relación tiene nuestro diagrama con el problema del reduccionismo? Nuestro
análisis nos llevó a la conclusión de que el reduccionismo es simplemente el paso desde la
derecha a la izquierda en nuestro diagrama. Al irrumpir a través de un contorno establecido,
la marcha de la ciencia introduce nuevos observables trascendentes que pueden tener
sentido o no en el dominio anterior. Asociada con el movimiento hacia la izquierda está a
menudo la unificación de dos dominios antes separados, como el contorno 1 y el contorno 2
de la figura 7. Esto es lo que nosotros denominamos “trascendencia con continuidad”.
Sin embargo no es ésta la única significación de la palabra “reducción”. Por extraño
que parezca, un físico puede decir que la teoría de Einstein se reduce en ciertas condiciones
a la teoría de Newton. Esto implica un movimiento hacia la derecha en nuestro diagrama y,
por lo tanto, una inversión del primer sentido de reducción. En el caso del espacio
euclidiano la condición es ésta: todas las masas deben ser pequeñas y eso hace el espacio.
En un lenguaje más preciso, diremos que la última “reducción” es la aproximación
progresiva de las predicciones de una teoría a las de una teoría más simple en ciertas
condiciones dadas.
En este capítulo hemos discutido y ejemplificado la significación de lo que
entendemos por trascendencia. Ahora debemos decir algunas palabras sobre el sentido que
tiene el adjetivo que la acompaña, “compatible”. Ante todo lo entendemos en su sentido
simple y lógico que implica estar libre de toda contradicción; evidentemente, si las
consecuencias de una teoría contradicen las de otra, una de las teorías deberá rechazarse.
Pero nosotros empleamos esta palabra con otros dos sentidos más específicos.
Una caracteriza predominantemente a las teorías matemáticas, como la geometría, y
esto podría expresar también con los adjetivos complementario o aun suplementario.
Considérese la relación entre geometría plana y geometría sólida. Esta última hace uso de la
primera: un cubo se describe como un objeto o volumen que tiene seis superficies de igual
área y cada superficie es un cuadrado. Los observables en un dominio se necesitan en el
otro. Análoga relación existe entre el álgebra y la aritmética, entre el espacio de Riemann y
el espacio de Euclides, etc.
El segundo sentido que asignamos a la palabra “compatible” —un sentido quizá
muy importante que hay que tener en cuenta en las secciones ulteriores de este libro—
aparecen en todos los dominios de la ciencia física. Aquí la palabra compatible sugiere la
posibilidad de una interacción o, es más aún, la existencia de una interacción. Citemos unos
ejemplos simples: el observable termodinámico de temperatura afecta la gravedad
específica de un cuerpo; la termodinámica da aquí en la mecánica. La acción mecánica de
un termostato determina un movimiento que cierra o abre una llave y permite fluir una
corriente. Por otro lado, un campo eléctrico ejerce una fuerza sobre un cuerpo con carga.
Ejemplos más complicados relacionan el microcosmo con el mundo molar, con el
mundo que hemos llamado la esfera visual y táctil. Lo mismo que en el caso de muchos
otros onta, un electrón no se puede ver. Sin embargo el electrón produce efectos en el
mundo visual y táctil pues deja rastros en una cámara de neblina que son visibles. Un fotón
produce una escintilación en una pantalla; y hasta puede tener un efecto biológico al
producir la mutación de un gen. Análogas interacciones se producen entre el dominio
macrocósmico (que obedece a las leyes de la relatividad general) y el dominio de la óptica
corriente. La recesión de las nebulosas se detecta por el desplazamiento de líneas
espectrales que se desplazan desde sus posiciones normales en una placa espectrográfica.
Según dijimos, es esta tercera significación de la palabra “compatible” la que
debemos tener en cuenta en algunos de los capítulos que siguen. Para que el lector
vislumbre de qué se trata daremos de antemano dos ejemplos. Un observable generalmente
pasado por alto (y a menudo rechazado) es la llamada finalidad que, como veremos, entra
en interacción no sólo con el proceso biológico y físico de la evolución al dar una tendencia
a una posibilidad, sino también con muchos otros dominios de la vida. En relación con el
problema de espíritu y cerebro señalaremos el hecho de que el espíritu, aunque trasciende el
cuerpo, está sin embargo en interacción con él de maneras demostrables.
No se puede predecir hasta qué punto en dirección de la izquierda de nuestro
diagrama podrá llegar la penetración del campo C. ¿Se encontrarán en él conceptos tales
como conciencia y espíritu? Entregándonos a la especulación sobre este punto, podríamos
esperar que así fuera, pero indudablemente esto se lograría en virtud de un proceso de
trascendencia antes que de reducción material. Se lo concebiría pues como un sistema
teórico que no podría explicarse enteramente mediante construcciones de la esfera física,
pero que ello no obstante estaría en interacción con ella. Y en un paso ulterior de
elaboración de nuestra teoría, esperamos poder mostrar que los dos lados de nuestro
diagrama pueden unirse, como si dispusiéramos el grabado alrededor de un cilindro
vertical. El espíritu, el yo, podrían aparecer entonces en la extrema derecha del plano P,
donde se junta con su contraparte de construcción. El espacio intermedio entre el plano P y
el yo, el espacio que actualmente está vacío, pero que contiene los observables del espíritu
y de sus relaciones, se llenaría cuando lleguemos a forjar una teoría explícita de la
conciencia. Pero éstas son conjeturas sobre la futura ciencia.
11

Causalidad, retroacción epistémica, finalidad

De los principios guías que hemos mencionado, la causalidad fue y continúa siendo
el tema de debate de mayor interés filosófico y científico.87 En la ciencia occidental la
primera enunciación del principio causal aparece en la filosofía de Demócrito quien dijo:
“Por necesidad están preordenadas todas las cosas que fueron, son y serán’'. Aristóteles
trató de manera más elaborada la cuestión; distinguió entre causa formal, causa material,
causa eficiente y causa final. La causa formal es la idea que debe realizarse en un proceso
causal; la causa material es la sustancia que sufre un cambio; la causa eficiente es la
compulsión exterior, la fuerza del motivo; la causa final es la meta que ha de alcanzarse.
Cuando un escultor hace una estatua, la causa material de la estatua es la piedra de que está
hecha, la causa formal es la idea, la cualidad de la estatua; la causa eficiente es el trabajo
del escultor; la causa final, la finalidad a la que sirve la estatua, su belleza. Las dos primeras
causas de Aristóteles han quedado fuera de consideración, y de las dos últimas la causa
final se convirtió en la finalidad, en tanto que la causa eficiente es un concepto que
sobrevivió y continúa siendo una cuestión de interés científico.88
En cuanto a la naturaleza precisa de las causas, las concepción de Aristóteles era
bastante amplia; el filósofo estableció tres distinciones: las cosas (la bellota es la causa del
roble), los sucesos (un accidente es la causa de la muerte) y los estados de sistemas físicos
(la posición y velocidad actuales de un cuerpo determinan su posición futura y su velocidad
futura). Una elaboración más refinada del concepto de causa rechazó las cosas como causa
y consideró que los sucesos son causas parciales. El estado pasado (conocido atendiendo a
todos los observables significativos) de un sistema físico implica, en virtud de las leyes de
la naturaleza, el estado en cualquier tiempo futuro. Pero, ¿qué se entiende por estado?
Estrictamente, estado es la serie de todos los observables en virtud de los cuales se
puede hacer una predicción de un estado futuro. Nos apresuramos a ilustrar esta
contundente afirmación con un ejemplo simple. Consideremos un objeto corriente como
una piedra. Entre sus numerosos observables están su masa, su tamaño, su forma, su color,
su posición y su velocidad en el espacio. Cada uno de estos observables es importante en
una región limitada de la esfera molar: su tamaño y forma interesan al constructor, por
ejemplo, su color interesa al artista y al óptico. Elijamos el movimiento de la piedra en
nuestra consideración de lo causal. Aquí ocurre que, de todos los observables, sólo los
siguientes son importantes: su masa, su posición y velocidad actuales y la fuerza que obra
sobre la piedra. La ley relativa a estos observables es la segunda ley de Newton que afirma
que la fuerza es igual a la masa por la aceleración de la piedra.
Matemáticamente esta ley es lo que los matemáticos llaman una ecuación
diferencial (de segundo orden) —es decir, una ecuación que contiene derivados segundos

como — cuya solución siempre requiere el conocimiento de dos constantes


referentes al movimiento actual. Una es la posición actual que puede medirse directamente.
La otra es su velocidad actual. Pero la velocidad actual está determinada por la estimación
de la posición actual y la determinación de su posición un poco antes, es decir, por la
operación de dividir el cambio de posición por el intervalo de tiempo. Podríamos decir que
para conocer la velocidad presente necesitamos dar un pequeño paso atrás al pasado. Si
pretendemos hallar la aceleración actual (lo cual no es necesario para resolver la ley de
Newton) deberíamos conocer la velocidad actual de la piedra y su velocidad un poco antes.
Pero esto último exige conocer la posición en un momento un poco anterior a aquel que nos
dio la velocidad presente. Tendríamos que dar dos pasos atrás en el pasado.
La resolución de la ecuación nos da la posición y la velocidad de la piedra en
cualquier tiempo futuro: ésta es una predicción causal porque nos da conocimiento de la
futura posición y la futura velocidad partiendo de la posición y de la velocidad del presente
o del pasado. En general, una predicción causal entraña una ley y una serie limitada y
específica de observables, llamados a veces observables causales. De modo que, en lo
tocante a la predicción causal del movimiento, sólo la masa, la fuerza, la aceleración, la
velocidad y la posición son significativas. Los otros observables también entran en
combinaciones válidas en otros procesos que no son el movimiento. En las ciencias menos
desarrolladas, como la sociología y la economía, las leyes causales se formulan con
frecuencia sólo verbalmente y a veces con simples ecuaciones algebraicas en las que entra
el tiempo.89 En la física las leyes causales más importantes y generales son ecuaciones
diferenciales.
Lo que queremos dejar establecido aquí es que el principio de causalidad nos
permite predecir el futuro atendiendo a observables relativos al pasado. La determinación
de estados (o sucesos) presentes por estados (o sucesos) futuros se conoce como la acción
de la finalidad. Esto requiere empero explicación. Los principios causales pueden
invertirse. Podemos usarlos retroactivamente del modo siguiente. Si conocemos de seguro
los observables de una piedra en un instante futuro, podemos aplicar la ley causal y
retrotraerlos al presente y a todos lo estados pasados. Esto ilustra la causalidad inversa, pero
no la finalidad. Esta entra en juego cuando no se conoce ninguna estricta ley causal y los
anteriores pasos retrógrados deben reemplazarse por pasos en el futuro. La finalidad, la
determinación por obra del futuro, no es un agente significativo en las actuales ciencias
físicas. La finalidad implica la adición de una futura meta y esto es posible sólo en el caso
de los seres conscientes. Esperamos que la finalidad desempeñe un papel en las ciencias de
la vida.
Hemos dicho que todas las teorías que describen o revelan la realidad física están
guiadas por el principio de la causalidad y que, por lo tanto, lo satisfacen. Que esto sea o no
intrínsecamente necesario y que siempre haya de ser así fue una cuestión debatida por
filósofos como Kant y Hume. Manuel Kant consideraba este principio como algo a priori,
necesario del pensamiento humano, mientras que David Hume lo miraba como un
instrumento útil, incidental. En cuanto a los autores de este libro, diremos que nos
impresiona la aparente validez universal de este principio guía pero que no excluimos la
posibilidad de su ulterior abandono; ciertamente se lo abandonará en la esfera de la vida
mental.
Habiendo ilustrado la significación y el modo de operar del principio de la
causalidad con un simple caso —el movimiento de los cuerpos molares—, mencionemos
brevemente otros dos ejemplos que muestran la enorme variedad de los observables
causales, así como su naturaleza y complejidad. El estado de un campo electromagnético o
de un campo de radiación presenta los siguientes observables causales: intensidad del
campo magnético y eléctrico, permeabilidad, constantes dieléctricas, cargas eléctricas y
polos magnéticos. Juntos forman un estado (causal). La causalidad está expresada por las
ecuaciones de Maxwell (según lo expusimos antes), que permiten predecir estados futuros
atendiendo a los observables que acabamos de mencionar. En la teoría cuántica, un estado
es una distribución de probabilidad con respecto a un observable dado, generalmente la
posición de un on. Si se eligiera como observable la posición misma o cualquiera de los
otros observables “clásicos”, como velocidad, aceleración o energía, el principio causal ya
no podría aplicarse. Nuestra lección es ésta: los observables causales son diferentes (a
menudo impredeciblemente diferentes) en diferentes dominios de la ciencia, aun en las
ciencias de la realidad física.

De todos los cambios sufridos por la significación de la causalidad, el que


necesitaba la teoría cuántica es el más radical y el más importante (véase capítulo 8). Esto
se puede ilustrar con ejemplos: tomaremos uno de la esfera molar y otro del microcosmo.
El primero es el comportamiento de las bolas de billar can el cual ya estamos
familiarizados; el segundo es el comportamiento de los electrones.
El estado causal de dos bolas de billar supone el conocimiento de dos series de
observables, la posición y la velocidad de cada bola. El estado se expresa en los términos de
doce números simples, los componentes x, y y z de la posición y la velocidad de las dos
bolas. Si se conocen sus valores en este momento, la solución de las ecuaciones del
movimiento suministra los valores de los doce números en cualquier momento futuro, aun
cuando las bolas sufran colisiones.90 Este ejemplo tipifica lo que los filósofos llaman
determinismo, la concepción según la cual todo fenómeno (físico, biológico, social o
moral) debe tener una causa y, por lo tanto, está predeterminado. Esta es una forma especial
de causalidad; es la más rigurosa y precisa de todas sus formulaciones. Hasta el
advenimiento de la teoría cuántica, producido a comienzos de este siglo, se pensaba que
esta causalidad era el único tipo y que en principio podía aplicarse a todos los campos de la
ciencia. Ciertamente se sabía empero que hay muchos dominios científicos y de otra índole
en los que el estricto determinismo no podía probarse, campos como la psicología y la
sociología —en realidad todos los ámbitos de la conducta humana—; pero el fracaso del
determinismo “clásico” se atribuía a la falta de precisión de nuestros conocimientos.
Laplace creía que un demonio matemático, una mente capaz de resolver una serie
numerosísima y correlativa de ecuaciones diferenciales podría predecir la posición y la
velocidad futuras de toda molécula del mundo si conociera estos observables en el
momento presente. Y Laplace daba por implícito que lo mismo podría decirse de un cuerpo
humano, si el demonio en cuestión conociera el estado de cada uno de sus elementos
constitutivos en el presente. El determinismo estricto era considerado como la única forma
válida de causalidad; apartarse de él revelaba sólo ignorancia humana. Verdaderamente la
atracción del determinismo era tan grande, y lo es aún, que en la actualidad algunos
expertos de la teoría de los cuántos y de la física nuclear buscan esquemas para restaurarlo
mediante la modificación de teorías actualmente aceptadas sobre los onta elementales.
Después nos ocuparemos nuevamente de este punto.
Consideremos ahora nuestro segundo ejemplo, el comportamiento de un electrón;
nos es imposible definir su estado por su posición y velocidad actuales porque el principio
de incertidumbre de Heisenberg, una de las revolucionarías e incontrovertibles bases
históricas de la teoría atómica, védala medición simultánea y, por lo tanto, impide conocer
la posición y velocidad presentes del electrón. Sin embargo, es posible otra forma de
predicción causal. Si empleamos una nueva definición de “estado”, esta vez atendiendo a
un solo observable -que podría ser la posición del electrón en un sentido amplio sin
referirse sólo a un punto del espacio—, restauramos la causalidad en un sentido general
procediendo aproximadamente del modo siguiente.91
En lugar de definir una sola posición x, y, z en el espacio, determinamos una función
φ (x, y, z), llamada la función estado, que hace referencia a todos los puntos del espacio.
Esta función no nos dirá dónde está el electrón, y nada puede determinarse con una sola
observación. Pero una gran cantidad de observaciones nos lleva al conocimiento de la
función estado φ.
Para ser más precisos, supongamos que una corriente de electrones se envía a través
de una sucesión de resquicios de modo tal que después de salir del último resquicio todos
los electrones avanzan en un estrecho haz en una dirección conocida La producción de este
rayo se llama la preparación de un estado de cada uno de los electrones. Para hallar la
función estado, nuestra φ (x, y, z), debemos en principio permitir que un electrón del haz
manifieste su presencia en todo punto x, y, z, colocando un artefacto que mida la posición
en todo punto y registrando la presencia o la ausencia de un electrón. Si el rayo contiene
solamente un electrón, debemos volver a preparar el estado muchas veces y llevar a cabo el
mismo tipo de medición después de cada preparación. En ese caso no podemos suponer que
cada medición se realiza en el mismo electrón. Sin embargo, esto no pone obstáculos a
nuestro razonamiento, pues en el microcosmo no hay manera de especificar la identidad de
un electrón.92 De éstas, en principio innumerables, observaciones, puede construirse la
función estado φ (x, y, z) 93. Ha de quedar en claro que φ no puede iluminarse sobre lo que
cabe esperar de una sola medición, se refiere a un agregado de mediciones, a un conjunto
de probabilidades obtenido elevando al cuadrado φ (x, y, z). Más precisamente, φ [(x, y, z)]2
define la probabilidad de que el electrón sea encontrado en x, y, z. Esta probabilidad nada
dice acerca de una sola observación; define una frecuencia relativa, es decir, el número de
veces en que el electrón se hallará en el punto x, y, z, dividido por el número total de
observaciones.
Aquí nos encontramos frente a una nueva forma de causalidad: si φ (x, y, z) se
conoce en el momento presente, se puede computar su forma alterada en un momento
posterior. En términos más generales, una distribución de probabilidad conocida en el
presente permite predecir una distribución de probabilidad alterada en un momento futuro.
El principio de causalidad, según el cual un estado presente determina un estado futuro,
continúa siendo válido si se considera que la función estado define un estado. Aquí se
abandona el determinismo, pero continúa vigente la causalidad en una forma probabilista.
El filósofo se pregunta por qué esto tiene que ser así. El cambio no se debe a
ignorancia humana; aquí se trata de un principio fundamental, el de Heisenberg, que hace
imposible el conocimiento determinista del estado de un electrón. Esto nos lleva a
considerar la cuestión: ¿es la causalidad probabilista —en otras palabras, estadística— más
importante, más general que el determinismo o es una forma degenerada del determinismo?
Basándonos en dos consideraciones, una de tipo científico y técnico, y la otra de tipo
filosófico, nosotros afirmamos la primera alternativa.
Como ya lo expusimos, la descripción probabilista del microcosmo conviene a una
teoría determinista del mundo molar sólo de una manera puramente formal. Ahora bien, de
los dos tipos de descripción, el probabilista es el más amplio, el más general, pues las
probabilidades pueden “reducirse” a certezas, pero no puede ocurrir lo inverso. Las certezas
son distribuciones de probabilidad que tienen el valor 1 en el caso del valor específico de
un observable y el valor 0 en todos los otros casos. Esta conclusión nos lleva a examinar la
historia de nuestros conocimientos en diferentes dominios de la ciencia y más generalmente
en diferentes esferas de la realidad.
Pero primero digamos algunas palabras sobre la significación cuantitativa de la
probabilidad. En general, la probabilidad se refiere a hechos, como echar los dados o ganar
un premio en la lotería, o en la ciencia, obtener un cierto valor cuando se lleva a cabo una
medición. Si un dado se arroja muchas veces, digamos 600, el número 2 saldrá
aproximadamente 100 veces. Sobre la base de una larga serie de jugadas podemos definir la
probabilidad de que salga un 2 como 100 dividido por 600, es decir, el número de aciertos
dividido por el número total de jugadas o, de manera más general, de hechos. Si uno juega
1000 veces a la lotería y gana unas veinte veces como promedio, la probabilidad de ganar
es 20/1000 o 1/50. Si uno desea conocer el largo preciso de un objeto, lo mide varias veces
y obtiene cada vez valores ligeramente diferentes. Supongamos que los valores hallados
sean 0,89 pie, 0,91 pie, 0,90 pie, 0,89 pie, 0,88 pie, 0,92 pie, 0,90 pie; los valores son
diferentes porque cada medición entraña un error inevitable. Entonces decimos: la
probabilidad de que el objeto mida 0,88 pie es 1/9, que mida 0,89 pie, 2/9; que mida 0,90
pie, 1/3, etc. y entonces nos quedamos con la medida que tiene el máximo de probabilidad,
en este caso 0,90 pie, y decimos que es el largor verdadero del objeto.
Desde luego, si todos los valores dan el mismo resultado, es decir, si prevalece la
certeza, ese valor tendrá la probabilidad 1 y los otros la probabilidad 0.
Hasta recientemente todos los intentos empíricos de alcanzar conocimientos estaban
obligados a seguir el camino probabilista y eran incapaces de hacer predicciones
absolutamente seguras. La única excepción era la física clásica, que abarca la mecánica
corriente y la teoría de la electricidad y el magnetismo. A juicio de casi todos los físicos y
de la mayor parte de los otros hombres de ciencia, la física era la ciencia por excelencia a la
cual todas las demás debían “reducirse” en última instancia. A pesar de las abrumadoras
pruebas que daban las ciencias de la vida, a pesar del hecho de que toda medición física, y
por lo tanto, toda determinación de un estado adolece de los inevitables errores de
observación, los físicos del siglo pasado continuaban encerrados en sus torres de marfil y
proclamaban que ellos y, aparentemente ellos solos, eran capaces de hacer determinaciones
absolutamente ciertas de sus observables y, por lo tanto, proclamaban la doctrina del
determinismo. Luego apareció Heisenberg y se formuló la teoría cuántica, y entonces hasta
los físicos tuvieron que renunciar a su singular y jactanciosa concepción.
Si ahondamos un poco más en la filosofía, encontramos un fenómeno que atestigua
la universalidad, la necesidad, no del determinismo clásico, sino de la causalidad
estadística. A veces se lo llama ‘'participación del observador” en una medición o, según
creemos, más propiamente retroacción epistémica. Expliquemos estos dos términos.
La habitual explicación del principio de la incertidumbre, propio de la mecánica
cuántica, es ésta: dos observables, como la posición y la velocidad de un on no pueden
medirse y, por lo tanto, no pueden ser conocidos simultáneamente porque la medición de
una perturba, altera, el valor de la otra. Un ejemplo bien conocido es éste. La posición de
un electrón se mide irradiando sobre él rayos de luz (gamma). Los rayos reflectados nos
dicen dónde está el electrón. Pero, al ser reflectados, los rayos alteran la velocidad del
electrón de modo que ésta en el momento de la reflexión no es exactamente mensurable.
Esta perturbación se llama efecto de la participación del observador: al llevar a cabo una
medición, el observador hace algo que no puede evitar y con ello altera el valor que haya de
obtenerse. Si esto fuera todo, la palabra “participación” sería algún tanto equívoca pues
toda medición, aun cuando sea infinitamente precisa, requiere la participación de un
observador. El punto decisivo está en que esta participación altera el resultado, lo hace
incierto.
Nosotros creemos que este efecto, esta perturbación impredecible, habiendo
penetrado en un dominio del que antes había sido excluido, es universal. Creemos que toda
observación, cualquiera que sea su pretendida precisión, está sujeta a una perturbación
desconocida e incognoscible, que se debe al hecho mismo de ser llevada a cabo. Nosotros
preferimos llamarla retroacción epistémica, expresión que hemos elegido por el siguiente
motivo. Episteme es la palabra griega que designa el conocimiento, la ciencia;
epistemología significa teoría del conocimiento científico. El conocimiento, según es de
presumir, tiene que ver con el ser, y el efecto que estamos considerando es un hecho en el
cual el conocimiento o el acto de obtener el conocimiento altera el ser. La ciencia moderna
habla de la interacción inevitable entre dos factores y la designa como retroacción. Por eso
nosotros elegimos la expresión “retroacción” epistémica para designar el fenómeno en
cuestión, en el cual el conocimiento altera el ser. Y creemos que en toda la moderna
epistemología merece destacarse este carácter inevitable.
Se nos ocurren ejemplos de esto en gran abundancia y de los más diversos campos.
Saber que uno padece de cierta enfermedad puede hacer que la dolencia empeore o mejore.
Todo médico, todo psiquiatra sabe cómo se determina una dolencia y que la manera en que
se hagan preguntas al paciente puede alterar la dolencia. Ciertos aspectos de cura psíquica
pueden entrañar retroacción epistémica. El conocimiento de nuestra propia culpa altera
nuestra conducta. Si un grupo de personas advierte una tendencia económica o social, esa
tendencia a menudo cambiará. La retroacción epistémica se pone de manifiesto en las
predicciones y especialmente en las predicciones deterministas basadas en la observación.
Si un análisis de las condiciones actuales del mercado hace creer que ciertas mercaderías
incrementarán su valor en una determinada suma en un momento futuro, semejante
creencia será sin duda errónea: el valor subirá más de lo que establecía la predicción porque
más personas comprarán esas mercaderías. Si se “mide” la tasa de inflación y se comprueba
que es elevada, la experiencia muestra que esa tasa subirá si se cree en la medición hecha.
Investigadores en el campo de la parapsicología parecen usar frecuentemente el argumento
de que el conocimiento, por parte de un sujeto, de que posee cierta aptitud psíquica
generalmente modifica esa aptitud. Estos son sólo unos pocos ejemplos.
Para resumir las anteriores consideraciones, recordemos que la causalidad puede
tener varias formas, que diferentes dominios de experiencia, que diferentes tipos de realidad
requieren diferentes interpretaciones de causa y efecto. El determinismo estricto es un
versión muy limitada de la causalidad. La causalidad estadística, que tiene en cuenta la
retroacción epistémica, es más general y hoy se la aplica muy ampliamente. Por eso no
debería sorprendemos comprobar que la mayor parte de los dominios, salvo un pequeño
sector de la física, emplea el principio causal en su modalidad estadística.894
III

Dominios de las Ciencias Sociales


... el diversificado, fatal, ajuste del hombre al mundo exterior. Este incesante cambio
de las relaciones del hombre con las impresiones que lo asaltan desde el mundo circulante
forma el punto de partida de toda psicología en gran escala y ningún fenómeno histórico
cultural o artístico estará al alcance de nuestra comprensión hasta que no sea considerado
en la perspectiva de este punto de vista determinante.95

Si aplicamos la nueva metodología para explorar nuestro mundo, en cada dominio


de experiencia debemos formulamos preguntas fundamentales de un modo nuevo y sin
proclividades. No debemos esperar que la experiencia que tenemos en otros dominios nos
indique necesariamente cuál ha de ser nuestra experiencia en un nuevo dominio. En cada
uno de ellos debemos preguntar: “¿Cuáles son los observables aquí? ¿Qué clase de
mediciones podemos hacer? ¿Qué leyes relativas a los observables pueden formularse y
someterse a prueba? ¿Qué significan en este dominio los términos ‘espacio’, ‘tiempo’,
‘estado’, ‘observador’?” Las respuestas pueden ser muy diferentes en cada dominio y
pueden no serlo. Esto es lo que quiso decir el físico Percy Bridgman cuando escribió:

Es difícil concebir algo más científicamente fanático que postular que todas las
experiencias posibles se ajustan al mismo tipo de aquellas que nos son ya familiares y
exigir, por lo tanto, que la explicación emplee sólo elementos ya familiares en nuestra
experiencia cotidiana.96

Hay ciertas cosas por las que hemos tomado partido de antemano, antes siquiera de
haber emprendido una indagación (aunque deberíamos damos cuenta de que pueden existir
esferas en las que tales cosas no se aplican). Por ejemplo, suponemos que los observables
en un dominio están relacionados entre sí de una manera legítima, válida. Además
suponemos relaciones legítimas entre diferentes dominios y esferas. Los principios
mediante los cuales establecemos la existencia de observables son también claros.97 Sin
embargo, lo que sean esos observables en cada dominio o cuál sea la significación de “la
medición” en cada dominio son cosas que no podemos saber hasta no haber hecho las
exploraciones pertinentes.
Max Planck, el físico que creó el terreno de la mecánica de los cuantos, solía hablar
de “un universo de dos carriles”.98 Trátase del mismo concepto (durante mucho tiempo
olvidado en la ciencia) que hemos estado desarrollan- do en este libro, aunque ahora resulta
que el universo tiene mucho más que “dos carriles”. Tiene muchos carriles exactamente en
el sentido de Planck. Hay varios “carriles”, varias esferas de experiencia, cada una con sus
propios observables, con sus propias leyes y con sus propias definiciones de tiempo,
espacio, estado; cada cual necesita una observación propia para que sus datos tengan
sentido. Las varias esferas son compatibles y cada una de ellas lleva inexorablemente a las
otras, sólo que son diferentes y es menester encararlas en sus propios términos.
Las descripciones de estados mentales, de actitudes sociales, de la significación en
el arte y otras cuestiones de este tipo casi siempre se valen de metáforas, sentirse
melancólico, cólera ardiente, altos ideales, pintura chata. Las reglas de correspondencia, las
definiciones operacionales que tratamos detalladamente en los capítulos 3 y 5, no pueden
aplicarse en estos dominios, salvo en una forma probabilística modificada. La acepción
científica del término “probabilidad” se refiere, como lo hemos señalado, a la frecuencia
relativa de un suceso específico observado, es decir, al número de veces que se da, dividido
por el número total de observaciones hechas (idealmente un número infinitamente alto). Al
científico social le interesan primariamente la conducta molar y la vida interior del hombre.
En estas esferas ya no tiene sentido la segunda ley de la termodinámica. Esto se debe en
gran medida a que la finalidad reemplaza a la causa en muchos dominios de las ciencias
sociales; también el espacio y el tiempo asumen significaciones que a menudo son
diferentes de las que tienen en la esfera visual y táctil. La predicción sólo es posible sobre
la base de probabilidades, es decir, de las relativas frecuencias de los sucesos observados.
En la esfera no física podemos distinguir varios tipos de realidad; la sensorial, la
clarividente, la transpsíquica y la mítica. En los dominios del arte debemos prestar atención
a la intención del artista, a las respuestas del espectador y al dominio de las cosas hechas
por el hombre.
La naturaleza también ofrece aspectos bellos. Generalmente no se los considera
como arte, pero una mirada que echemos a la naturaleza nos revela una similitud entre la
idea de belleza como principio del arte y la idea de verdad como principio de la ciencia.
Estas consideraciones —en realidad, este libro— no estarían completas sin una
cuidadosa estimación de la divergencia de los puntos de vista de dos hombres de genio,
Newton y Goethe, con respecto a la naturaleza de los colores. Por eso contraponemos y
consideramos dos libros, la Óptica de Newton y la Farbenlehre (teoría de los colores) de
Goethe. Cada uno de ellos presenta una concepción viable de la realidad de los colores; la
de Newton es aceptada por los físicos, la de Goethe por muchos artistas. Como habremos
de mostrarlo, no puede afirmarse que una de estas concepciones sea falsa, pero cada cual
está al servicio de una importante finalidad.

La parapsicología es otra esfera que ahora estamos en condiciones de encarar. A


muchos lectores con “tendencias científicas” este empeño les parecerá un acto osado; no es
necesario aclarar que nosotros no aceptamos todo cuanto han declarado muchos autores que
trabajan en este campo ni que consideramos la parapsicología como una ciencia
desarrollada. Así y todo, creemos que se necesita investigar este ámbito y dar algunas
sugestiones sobre la manera en que podría procederse en él. Aquí nuestras conclusiones
respecto del problema del reduccionismo y nuestra teoría de las esferas y dominios son
particularmente útiles.
Los problemas de la ética son sumamente importantes en todas las culturas. Ahora
podemos aplicar nuestro nuevo punto de vista al dominio de la ética y advertir un
paralelismo, rara vez señalado, entre la metodología de la ciencia y la de la ética.
Por fin, nos ocuparemos de la conciencia. Las conclusiones a que llegamos antes en
este libro, sobre todo en lo tocante al reduccionismo, son también importantes aquí: los
procesos mentales no “se reducen” a la física y a la química del cerebro sino que las
trascienden de una manera compatible con las operaciones físicas y químicas del cuerpo.
Esta compatibilidad está ejemplificada al final del libro por una solución al problema de la
libre voluntad, una solución que fue posible gracias a recientes desarrollos registrados en la
física junto con un reciente análisis del acto de volición hecho posible en gran medida por
Sir John Eccles. Por extraño que parezca, este resultado viene a ser una versión moderna de
la afirmación de san Agustín según la cual la libertad humana es una supervivencia de la
elección mental de una posibilidad física, y la mecánica cuántica ofrece esa posibilidad.
12

Los dominios de las Ciencias Sociales

Pero importa que pongamos mucho cuidado y no olvidemos que estamos tratando,
únicamente con analogías y que es peligroso, no sólo con los hombres sino también con los
conceptos, sacarlos de la región en que tuvieron su origen y maduraron.
Sigmund Freud

Volvamos ahora a un tema ya presentado en este libro; recordemos que el científico


social enfrenta el problema de las realidades alternas al preguntarse cómo el individuo o la
cultura que estudia construye el mundo en un determinado momento o en una determinada
situación. El hombre de ciencia procura determinar cuál es la serie de reglas que se ve que
obran en el cosmos total —en todo “cuanto es”—. De conformidad con la experiencia del
científico social, la gente tiende a usar una construcción de la realidad por vez. Cuando una
persona sueña, por ejemplo, catectiza toda la realidad con las leyes que rigen su sueño.
Cuando esa persona trata de cruzar un camino muy transitado, catectiza toda la realidad con
una serie completamente diferente de leyes. Como mostramos en el caso de nuestro hombre
de negocios presentado en el capítulo 1, esta serie de observables y leyes cambia por lo
menos varias veces al día para todos nosotros.
La orientación general de los científicos sociales actuales supone que hay sólo una
manera correcta de percibir la realidad y de responder a ella: la manera cotidiana,
occidental, “del sentido común”. Esa es la manera en que se supone que nuestro hombre de
negocios percibe la realidad y reacciona a ella cuando está trabajando en su escritorio.
Generalmente los científicos sociales creen en una única racionalidad que rige todo el
universo y habitualmente están bien seguros de que saben cuál es esa racionalidad. Esto es
muy parecido, si no ya idéntico, a las reglas que el físico emplea en la esfera visual y táctil,
la esfera de experiencia en la cual todas las entidades pueden verse o tocarse, por lo menos
teóricamente.
Si examinamos la historia de las ciencias sociales durante los pasados cien años,
comprobamos el repetido intento de aplicar este modelo de realidad —esencialmente el
modelo de la máquina— a la conducta y a la experiencia humanas. Todo cuanto los seres
humanos (y animales) hacían o experimentaban podía explicarse en los mismos términos en
que explicamos el comportamiento de las máquinas. Los científicos sociales pasaban por
alto las palabras de William James:
Tenemos tantas relaciones con la naturaleza que ninguna de ellas nos da una clave
para abarcarlas todas. Seguramente habrá de fracasar de antemano todo intento filosófico
de definir la naturaleza de tal manera que ninguna cosa quede fuera de la definición, de tal
manera que nada quede frente a la puerta y diga: “¿Y por dónde entro yo?”99
En lugar de tener en cuenta esta advertencia y tratar de comprender la conducta y la
experiencia humanas en sus propios términos y de conformidad con sus propias leyes, los
científicos sociales trabajaban sobre la base de que todo cuanto estudiaban podía y debía
explicarse en ultima instancia según el sentido común occidental, según el modelo
mecánico de la realidad. Todo podría explicarse como si estuviera regido por la misma
racionalidad que gobierna una máquina. Esto inevitablemente determinó la tendencia de
“nada más que” en las explicaciones de los científicos sociales. Considerando esta
tendencia Arthur Koestler escribió que los seres humanos son ”.. nada más que [la
bastardilla es nuestra] un complejo mecanismo bioquímico, movido por un sistema de
combustión que comprende computadoras con prodigiosa capacidad de almacenamiento
para retener información codificada”. La gran obra científica y artística de Goethe no era
más que un intento para curarse de su eyaculación prematura. Nuestros gustos en pintura y
en moblaje no son más que el equivalente de la orina que hemos lanzado contra una pared
para marcar nuestra propiedad personal, para marcar nuestro territorio señalando sus
fronteras con el olor de la orina. Desgraciadamente Koestler no escribía estas cosas para dar
ejemplos atroces y ultrajantes, sino que estaba citando a científicos sociales bien conocidos
del período actual. Koestler continuaba diciendo que sería igualmente cierto afirmar que un
ser humano no es más que un 90% de agua y un 10% de sustancias minerales. La
afirmación es correcta pero entraña una mentira mayor a causa de lo que en ella no se
considera.100
La idea de una racionalidad que rige todo el universo implicaba la idea de que los
animales y los seres humanos pueden explicarse en los mismos términos y tratarse del
mismo modo. A esta implicación se debe la antropomorfización de los animales, los cuales
eran concebidos como si tuvieran las mismas experiencias de los seres humanos y se
comportasen como éstos por las mismas razones. Así, en la época medieval, se registraban
frecuentes juicios contra animales que habían cometido crímenes. Se entablaba una acción
legal contra un animal que era condenado al mismo castigo a que lo era un ser humano que
hubiera cometido el mismo acto. Una parte de las ciencias sociales todavía trabaja
fundándose en esa teoría: trata de explicar la conducta y la experiencia humanas sobre la
base de la experimentación animal. Como los seres humanos y los animales son
esencialmente iguales y como resulta difícil y problemático experimentar en seres
humanos, tiene sentido trabajar con animales. Sin embargo, al cabo de más de medio siglo
de intentar experimentaciones con ratones blancos y palomas es dudoso que haya salido de
los laboratorios de psicología animal alguna información de valor sobre la conducta o los
sentimientos del hombre.
Con el desenvolvimiento del concepto de máquina y el creciente éxito alcanzado
por la ciencia en cuanto a entender el funcionamiento de las máquinas, surgió un nuevo
problema. Los seres humanos y los animales evidentemente tienen características que las
máquinas no tienen. No bastaba con pasar de la antropomorfización de animales a la
bestialización de los seres humanos; ni los unos ni los otros eran regidos por el modelo de
la máquina a pesar del supuesto fundamental de nuestra cultura de que todo puede y debe
explicarse por los mismos términos. Poco a poco y a principios de este siglo se resolvió la
paradoja. Mecanizamos a las criaturas vivas. Los seres humanos, los ratones, las máquinas,
las palomas, los gansos silvestres, todos tienen las mismas características y se comportan de
la misma manera por la misma razón. Esto condujo a lo que L.V. Bertalanffy (el fundador
de la moderna ciencia de la teoría de los sistemas) llamó:

...el modelo robot de hombre... Este modelo determinó un notable grado de


unificación teórica. Máquinas, animales, niños y enfermos mentales ofrecen adecuados
modelos de conducta humana. Las máquinas, porque su comportamiento puede en
definitiva explicarse por las estructuras del sistema nervioso semejantes a máquinas; los
animales a causa de la identidad de principios en la conducta animal y humana y porque los
animales pueden manejarse mejor; y los niños, porque en ellos —así como en los casos
patológicos- se pueden reconocer mejor que en los adultos normales los factores
primarios.101

En su desesperación, D. H. Lawrence escribió: “ ¡Oh. mucho amé a mis semejantes


los hombres! Pero luego hube de aprender en la vida que no son ni semejantes ni hombres,
sino que son autómatas mecánicos".
Pero al desarrollar el modelo de hombre como máquina, los conductistas se
encontraron en la primera mitad de este siglo con el problema de las actividades humanas
del pensamiento y del lenguaje. Como las máquinas no piensan, era menester que los seres
humanos tampoco pensaran. Con todo, las máquinas hacían ruidos que a veces
comunicaban sus procesos internos. Una máquina que emitía un tictac uniforme estaba
dando un mensaje muy diferente del de la máquina que producía un sonido desarticulado,
retumbante y rechinante. Por lo tanto, se podían concebir autómatas humanos que hablaran.
Cuando una persona “pensaba” que los autómatas humanos estaban pensando, lo que
realmente hacían éstos (puesto que esto era imposible en el modelo elaborado de antemano)
era hablar en tono tan bajo que nadie podía oírlos. El pensamiento se convirtió así en
discurso subvocálico, en tenues movimientos de la caja vocálica. En un momento se
desarrolló un debate sobre esta cuestión entre el historiador Will Durant y John B. Watson,
el fundador del conductismo. En medio del debate Durant hizo a un lado sus notas, se
volvió al auditorio y dijo: “No tiene sentido continuar esta discusión. Es evidente que éste
es un asunto sobre el cual el doctor Watson ya compuso su laringe”.
Como hubimos de indicarlo repetidas veces, la esencia de la organización de la
realidad que presentamos aquí está en el hecho de que los datos de cada esfera de
experiencia deben tomarse atendiendo a su propio valor sin preconcepciones. Lo que puede
diferir en cada esfera de experiencia no son sólo los observables y sus relaciones, no son
sólo las definiciones de espacio, tiempo, estado y observador, sino que pueden diferir los
métodos mismos de estudio apropiados para cada dominio. Todos los métodos nos son
adecuados a todas las esferas de experiencia, pero cada método puede ser el único método
apropiado para una o más esferas.

Una vez que se ha admitido que la conducta humana tiene sus aspectos mecánicos,
luego debería ser evidente que esos son los aspectos que los métodos apropiados para el
estudio de los mecanismos habrán de revelar. Si uno estudia al hombre con el método
adecuado a la química o si uno lo estudia a la luz de lo que ha aprendido sobre ratones y
perros, ciertamente cabe esperar que lo que uno descubra sea lo que puede enseñar la
química y la conducta animal. Pero tampoco ha de sorprendemos que con tales métodos
uno no descubre ninguna otra cosa.102
Lo que los mecanicistas y conductistas no comprendieron es que resulta
perfectamente legítimo, y hasta necesario, ser antropomórfico cuando se trata de los seres
humanos. “¿De qué otra manera habrá de estudiarse el anthropos sino en términos
antropomórficos?”103 Al estudiar al hombre, el mecanicista prefiere el mecanomorfismo o el
ratomorfismo o el palomorfismo al antropomorfismo. Niega a los seres humanos como
seres humanos y afirma en cambio que son máquinas o ratas y que, por lo tanto, hay que
estudiarlos de esa manera.
El mecanicista informa luego que en apropiados estudios de ratones no comprobó
otra cosa que no fuera propio de los ratones y que, por lo tanto, en los seres humanos no
existe nada que no sea propio de los ratones. Esto es como si un carpintero descartara todas
sus herramientas salvo un martillo y luego insistiera en que todo debería ser tratado como
un clavo. Si pretendemos hacer progresos en las ciencias sociales, será necesario

...desechar el supuesto a priori del mecanicista de que sólo cierta clase de pruebas
recogidas con ciertos métodos arbitrariamente restringidos es realmente válida. Existe un
ídolo del laboratorio así como un ídolo de la plaza del mercado. Podremos salir de los
errores que ese supuesto fomenta sólo si dejamos de creer que una cosa es evidentemente
una ilusión si no se la puede medir y experimentar con los mismos métodos que
demostraron ser útiles al tratar los fenómenos mecánicos.104

El psicólogo mecanicista niega la libre voluntad en parte porque no se puede tener


una ciencia si las cosas “andan a los saltos”, para emplear una frase del protagonista de
Walden 2 de Skinner. Ese psicólogo no puede aceptar la idea de que la ciencia se base en
otra cosa que no sea la existencia de hechos predecibles perfectamente determinados. Le
parece que sin la concepción de Laplace la ciencia pierde su fundamento. Este supuesto
(que se derrumbó con la nueva física) de que si poseemos datos suficientes podemos saber
exactamente lo que haya de ocurrir era un supuesto cómodo.
Uno de los grandes intentos que hicieron las ciencias sociales de aplicar a la
sociedad el concepto de una racionalidad única fue la obra de Karl Marx. En efecto, Marx
concebía la sociedad como una gran máquina que debía seguir su curso rígidamente
determinado, aunque su velocidad de marcha era algún tanto flexible.
Marx aplicó a la sociedad en general los mismos factores que obran en la esfera
media, en la esfera visual y táctil. La idea parecía razonable e hija de un excelente “sentido
común” para muchas personas, a pesar de que algunas de las principales predicciones
nacidas de la idea resultaron falsas (por ejemplo, el comunismo se dio primero en la Rusia
agrícola antes que en la industrializada Alemania como se predecía; en Das Kapital, no se
menciona el fascismo). Muchos consideran aún hoy la obra de Marx como una verdadera
pintura de la gran máquina de la sociedad con su inevitable desarrollo. El cuadro es
“verdadero” porque se cree que existe sólo una verdad y como conocemos esta verdad en la
máquina, también podemos percibirla en otras esferas, incluso la del desarrollo social.
El modelo mecánico de hombre ya había sido descrito en el siglo XVII y alcanzó su
pleno florecimiento a fines del siglo XIX y a comienzos del siglo XX. En 1662 Descartes
publicó De homine, una teoría del hombre y de los animales como máquinas. Hasta llegó a
elaborar un modelo teórico de hombre mecánico. A su juicio, todos los animales eran
enteramente mecánicos, pero el hombre poseía un alma inmortal. En 1747 La Mettrie fue
hasta el final del camino y presentó un hombre completamente 'mecánico en su L'Homme
Machine.
A comienzos del siglo XX todo modelo importante para explicar la conducta
humana era mecánico. Darwin empleó el modelo de la máquina en su concepto de la
evolución aunque le agregó el refinamiento de la máquina que lanza monedas en las
'Variaciones accidentales” de estructuras. (Este es un concepto enteramente legítimo y
congruente en el modelo de la máquina; no hay razón alguna que impida que una máquina
arroje dados o monedas al determinar su acción siguiente.)
La universalidad de este modelo se advierte patentemente por el hecho de que la
obra de Darwin y su concepto de la selección natural fueron justificados no sólo por los
comunistas sino también por los partidarios del laissez- faire capitalista y por los partidarios
del fascismo. (Marx creía que tenía una deuda con Darwin y deseaba dedicarle Das Kapital
pero no obtuvo el permiso para hacerlo.) Tan firme era la creencia de que el modelo de la
máquina constituía el único modelo correcto, que sus partidarios siempre vieron más
validez en sus predicciones que lo que consentían los hechos. Estaban “embriagados por el
éxito”, como dijo Stalin en su famoso discurso pronunciado para celebrar los triunfos del
colectivismo rural en vísperas del gran hambre de 1932, cuando murieron de hambre
millones de rusos.105 Los psicoanalistas, los conductistas y los evolucionistas darwinianos
generalizaron todos por igual también su capacidad de explicar y predecir más allá de lo
que los datos lo permitían válidamente.
El psicoanálisis se consideraba un sistema completo capaz de explicar y tratar todos
los aspectos de la conducta humana. Lo que se ignoraba —y esto era considerado como
lagunas transitorias en el campo del conocimiento, pequeñas lagunas que posteriormente
habrían de cubrirse— era el hecho de que el psicoanálisis no constituía un instrumento
adecuado para explicar la creatividad o la larga y lenta pugna del hombre que se había
elevado desde la vida de las cavernas. El psicoanálisis no podía dar cuenta de la belleza que
captamos en una puesta de sol, ni del genio de Mozart, ni de la ópera que tanto gustaba a
Freud, ni de su propio valor y dedicación a la humanidad. Aplicar interpretaciones y
métodos psicoanalíticos al propio Freud sería un insulto a ese gigante tan profundo y
sufriente. Para el psicoanalista prácticamente todo cuanto decía el paciente era una
referencia simbólica a otra cosa: la idea de que el paciente decía lo que realmente quería
significar (por lo menos en los primeros años de psicoanálisis) se consideraba un punto de
vista muy ingenuo. En todas partes se veían símbolos sexuales. Durante una discusión
sobre el simbolismo se le preguntó una vez a Will Durant qué pensaba de la interpretación
freudiana. Durant replicó: “Se me ocurre que todas las cosas de este mundo son o bien
alargadas y puntiagudas o bien redondas y huecas”. (Y hasta el mismo Freud una vez
observó: “A veces un cigarro es solamente un cigarro.”)
Cuando comprobamos que estos sistemas de explicación social de nuestro tiempo
empleaban todos el modelo de la máquina, nos hacemos cargo de hasta qué punto
dominaba firmemente el pensamiento de todo ese período la idea de que el universo
funcionaba según un solo sistema. Podríamos decir que el máximo descubrimiento del siglo
XVII fue la creencia de que el modelo de realidad producido en virtud del examen de la
esfera visual y táctil podía usarse en cualquier otra esfera y explicarlo todo, desde los
átomos a las sociedades. £1 máximo descubrimiento del siglo XX parece ser el de que tal
cosa no es posible. Norber Wiener formuló este descubrimiento de nuestro siglo en la forma
de un nuevo mandamiento: “Dad a las computadoras las cosas que corresponden a las
computadoras y dad al hombre las cosas que corresponden al hombre”.
Debemos también señalar la circunstancia de que la idea de que todo el mundo
puede describirse de la misma manera surgió sólo después de haberse establecido
firmemente en el Occidente el concepto de un sólo Dios. Los griegos concebían las cosas
de manera muy diferente.

La enseñanza positiva de Sócrates era la de que no podemos descubrir la naturaleza


del hombre de la misma manera en que descubrimos la naturaleza de las cosas físicas.
Podemos describir las cosas físicas por sus propiedades objetivas, pero el hombre sólo
puede ser descrito y definido por su conciencia.106
En una declaración cuya importancia estamos redescubriendo en este siglo,
Aristóteles nos hizo la siguiente advertencia; Es señal de una mente apropiadamente
disciplinada buscar un grado de precisión que corresponda a la cuestión considerada y sólo
el grado que la naturaleza de cada cosa consienta.107

Es difícil exagerar la fuerza y la influencia que tuvo en nuestro pensamiento este


supuesto de que todo el mundo, incluso el de las actividades humanas, sólo puede
describirse mediante el modelo mecánico. Ni hechos contundentes (como los ejemplos ya
mencionados de predicciones erróneas contenidas en la biblia de la teoría comunista) ni la
imposibilidad de explicar claros fenómenos (por ejemplo, la teoría psicoanalítica no puede
explicar la creatividad, el amor, el coraje o la dignidad) pudieron alterar la segura posición
que el supuesto ocupaba en nuestro pensamiento. Parecía obvio, dictado por el sentido
común. Si todas las cosas funcionan según los mismos principios y si conocemos los
principios según los cuales funciona una cosa, conocemos los principios en virtud de los
cuales funciona toda cosa. De antemano tomamos partido por tales principios antes de
realizar la correspondiente indagación. Y el modelo pertenecía a la esfera sensorial en la
cual la ciencia había realizado espectaculares progresos.

…la física avanzó tan rápidamente que ha llegado a considerársela la ciencia


fundamental por excelencia. Por eso tendemos a determinar grados de “realidad” en nuestro
pensamiento según haya conformidad o no con las leyes derivadas de nuestro estudio de la
física. “Hacedme un modelo físico y estaré dispuesto a aceptarlo” es lo que piden no sólo
los Kelvins de este mundo sino también los hombres y mujeres corrientes.108

Pero en un dominio tras otro de las ciencias sociales, el modelo no producía nada
que se pareciera a la predicción y al control que se habían alcanzado en la esfera en la cual
el modelo en virtud de la observación. Ni siquiera en la psicología animal, con la excepción
de ratones y palomas, podíamos establecer ecuaciones matemáticas precisas que
relacionaran estímulos con unidades significativas de conducta. Parecía que los animales no
seguían las leyes que nosotros insistíamos en ver en ese terreno. Es más aún, entre los
psicólogos dedicados al estudio de animales, comenzó a difundirse el escandaloso y
herético rumor de que la primera ley de la psicología animal es, en realidad la siguiente:

Si un animal de antecedentes genéticos conocidos y estables es criado en un


ambiente de laboratorio cuidadosamente controlado y si se le administra un estímulo
precisamente medido, el animal se comportará como bonitamente se le antoje.

La teoría de que el hombre era una máquina completa cuya conducta era posible
predecirse y controlarse, teoría ampliamente aceptada por los científicos sociales, llegó a
ser curiosamente infalible. Cada fracaso de predicción y de control se consideraba como
prueba de que todavía no sabíamos lo bastante para elaborar una teoría correcta. Cada éxito
(como un test de cociente de inteligencia o una encuesta de la opinión pública) se tomaba
como prueba de que la teoría era correcta. Y así las ciencias sociales llegaron a convertirse
en seudociencias en la medida en que no podían desprenderse de sus hipótesis
fundamentales.
El día anterior a los comicios presidenciales preliminares de 1980 en el estado de
Nueva York, la empresa de encuestas de la opinión pública Harris Poll (la más respetada de
las organizaciones modernas que hacen pronósticos) informó que sus estudios mostraban
una aplastante victoria del entonces presidente Jimmy Carter. Al día siguiente, el senador
Edward Kennedy salió victorioso por una considerable mayoría. Nadie sugirió que podría
haber una falla básica en la teoría, sino que se supuso que el error se debía a una falla de la
técnica de la predicción. En verdad, es difícil concebir un experimento o una falla de
predicción que ponga realmente en tela de juicio las cuestiones básicas en esta esfera. Así
se define una seudociencia, que es un campo de indagación infalible. Es muy difícil
concebir un fenómeno o experimento que convenza a un psicoanalista, a un astrólogo, a un
marxista, a un conductista o a un darwiniano de que los conceptos de sus respectivas
escuelas carecen de validez.
El científico social, que cree que un ser humano obra de conformidad con los
mismos principios de la máquina, se encuentra en una posición muy peculiar. En efecto, si
su conducta está absolutamente determinada por su pasado, si no posee voluntad libre ni
tiene una conducta orientada hacia una meta, si no tiene una “finalidad” (y estas cosas no
pueden existir en el modelo de la máquina), luego, ¿hasta qué punto podemos tomar en
serio los pronunciamientos de dicho científico? Sus conclusiones no están libremente
determinadas por los fenómenos que estudia, como él insiste en que lo están, sino que están
determinadas por su propio condicionamiento (temprano o tardío en su desarrollo, pues esto
depende de la escuela determinista que uno siga) y entonces ¿cómo hemos de dar crédito a
tales conclusiones? Cuando el científico social de esta tendencia dice que ha examinado
objetivamente los datos de su campo y que llegó a la conclusión de que no existe libre
voluntad ni objetividad sino que todas las percepciones y conclusiones están determinadas
por el condicionamiento, debemos aplicar estas mismas nociones al propio científico social
y desechar su trabajo. (Esto es algo muy parecido a lo que pasa con el psicoanalista que nos
recibe en una inmensa biblioteca y que nos asegura que la lectura nada puede modificar de
nuestra conducta, que obtener nueva información de libros o de otros medios intelectuales
no afectará realmente nuestra experiencia ni nuestra conducta. Lo mismo debe decir del
filósofo que en su desesperación existencial escribe libro tras libro para convencemos que
los seres humanos no pueden comunicarse entre sí.) Un autor resumió esta paradoja del
modo siguiente:

Si el pensamiento es mera química cerebral y la conducta, según la teoría del


conductismo un reflejo condicionado, ni el materialismo ni el conductismo deben
considerarse seriamente. Lo mismo que el escorpión que, según se dice, se pica hasta darse
muerte cuando se ve rodeado por fuego, ambas teorías practican el hara-kiri.109

Para parafrasear a Shopenhauer, parece legítimo decir que el conductismo tiene


necesidad, no de una refutación, sino de una cura. El filósofo C.D. Broad se refirió una vez
a él diciendo que es “uno de esos sistemas tan inherentemente necios que sólo podría haber
sido ideado por hombres muy ilustrados”.
Buena parte de la filosofía académica sigue las implicaciones de la teoría de una
sola racionalidad que gobierna el cosmos. Los positivistas lógicos se impusieron la tarea de
construir un lenguaje capaz de suministrar un fundamento a todas las ciencias y de reflejar
la “verdad” y la “realidad”. Creían que existía un solo lenguaje y un

...único modelo para toda verdadera ciencia y que —una vez que lo hubieran
descrito— verificarían todas las ciencias. En última instancia ese modelo verificaría toda
experiencia.110

Al cabo de más de medio siglo de esfuerzos en este sentido se ha hecho evidente


ahora que ningún lenguaje puede realizar semejante cosa. Para describir diferentes esferas
de experiencia no sólo se necesitan diferentes sistemas metafísicos sino que a menudo se
necesitan diferentes tipos de lenguaje para describir las experiencias de esas esferas. Esos
lenguajes necesarios difieren unos de otros tanto como el lenguaje de una computadora
difiere del de Beethoven. Describir la experiencia de estar enamorado exige una clase de
lenguaje muy diferente del que emplea Kinsey en su enfoque de hacer el amor. Con el
mismo sistema de comunicación no se pueden describir adecuadamente las dos
experiencias. En cierta ocasión, el filósofo Gabriel Marcel estaba dando una conferencia a
un grupo de positivistas lógicos norteamericanos y hablaba sobre la gracia y la
trascendencia. Sus oyentes le pedían que fuera más claro y explícito y que explicara lo que
quería significar. Por fin, Marcel se detuvo y dijo: “Supongo que no puedo explicárselo a
ustedes. Pero si tuviera un piano aquí, podría tocarlo”.111
Las esferas que estudia el científico social tienen principios limitantes básicos muy
diferentes y obedecen a leyes muy distintas de las que rigen la esfera visual y táctil, de la
cual hemos tomado nuestras ideas sobre lo que constituye el sentido común. Para
comprender mejor esto conviene considerar los datos del científico social y las esferas a
que dichos datos se refieren. Seguiremos el método del físico en nuestro estudio de cómo
las ciencias sociales tienen relación con el problema de las realidades alternas.
Consideremos las esferas de experiencia de las que se extraen los datos y preguntémonos:
“¿Qué clase de mediciones podemos hacer en estas esferas? ¿Cuáles son los observables
aquí? ¿Qué clase de leyes podemos postular que relacionen estos observables?”
Los datos de interés para el científico social entran en dos clases generales. La
primera de estas clases se refiere a unidades de conducta con sentido, se refieren a la
conducta “molar” en oposición a la conducta “molecular”.

Conducta molar es: la asistencia de un alumno a clase, dar la lección, la navegación


de un piloto... el flirteo del señor Babbitt, la obra de Galileo que revolucionó la ciencia, la
persecución del perro de caza y la huida de la liebre, el pez que muerde la carnada, y el
acecho y cacería del tigre. En suma, todos estos incontables hechos de nuestro mundo
cotidiano que el lego llama conducta.
Conducta molecular en cambio es algo muy diferente; es el proceso que comienza
con la excitación en la superficie sensorial de un animal, prosigue con la conducción por
obra de fibras nerviosas y termina en una contracción muscular o en una secreción
glandular.112

El autor de estos párrafos nos advierte que es muy fácil, partiendo de esto, pasar a
decir que como la conducta molar implica siempre conducta molecular (contracciones
musculares, etc.), sólo esta última es real y que una ciencia verdadera de la conducta
debería estudiar sólo las excitaciones de los nervios y las contracciones musculares y
considerar la conducta molar como una especie de proceso secundario y casi accidental.
Decir, en suma, que un dominio de experiencia es más “adecuado” que otro. Este es el error
del “reduccionismo”.113
La primera clase de los datos utilizados por el científico social se refiere, pues, a la
conducta molar. La segunda clase, a nuestra experiencia interior. ¿Cómo nos
experimentamos a nosotros mismos y cómo experimentamos el mundo? La experiencia es
literalmente la conciencia que tenemos de lo que ocurre en nuestros pensamientos y
sentimientos. Se trata de datos reales, compuestos de observables que experimentamos
clara e inequívocamente. Y aquí hacemos las mismas preguntas que hemos hecho en la
esfera de la conducta molar. También aquí comprobamos que los principios limitantes
básicos, los observables y las leyes relativas a ellos son muy diferentes de los que
encontramos en la esfera sensorial o visual y táctil.
Es evidente, pero tal vez valga la pena destacarlo, que así como los observables del
microcosmo no son visibles, la conciencia no tiene características visuales. No se la puede
ver ni tocar, no tiene color, ni forma, ni tamaño, ni contextura, ni lugar. Cabría pues esperar
que los modos de interacción fueran diferentes de los modos de interacción en la esfera
visual y táctil, que la causalidad tuviera otro sentido y que no fuera posible hacer un
modelo mecánico de la conciencia o de parte de ella. Los criterios de realidad desarrollados
para la esfera sensorial son válidos para ella, pero no son necesariamente válidos fuera de
aquellos dominios en que las cosas se pueden ver o tocar.
Antes de examinar las diferencias específicas que hay entre los observables, las
mediciones y las leyes de la esfera de la conducta molar y la esfera de la experiencia
interior, por un lado, y los de la esfera visual y táctil, por otro, debemos tener en cuenta una
diferencia general que mencionaremos en primer término. Esta diferencia es tan decisiva
que en sí misma nos quita toda esperanza de explicar la conducta molar o la experiencia
interior por los mismos principios que rigen el funcionamiento de una máquina. Esta
diferencia muestra claramente que nos hallamos en esferas diferentes con diferentes
organizaciones de realidad que son necesarias para que los datos sean legítimos.
Existe una ley general que abarca todos los sucesos que puedan darse en la esfera
visual y táctil. Supongamos un sistema dado; a menos que no se haga algo especial desde
fuera del sistema, las cosas interiores de ese sistema tienden a hacerse cada vez menos
organizadas y especializadas, a hacerse cada vez más difusas y dispersas. Si uno calienta la
punta de un cuchillo en una llama y luego apaga la llama, tendrá un cuchillo con una punta
muy caliente, una hoja menos caliente y un mango frío. Las cosas están aquí en alto grado
organizadas, por así decirlo, son diferentes en diferentes lugares. Una vez apagada la llama
(y sólo eso se hace al “sistema” que estamos considerando: el cuchillo) comienza a obrar
esta ley general. La punta del cuchillo se va poniendo menos caliente en tanto que la hoja se
pone más caliente. En un determinado momento todo el cuchillo tiene la misma
temperatura: el calor se ha “difundido” más. El proceso continúa: el aire que está alrededor
del cuchillo se calienta y el cuchillo se enfría. En un momento dado el aire de la habitación
y el cuchillo tienen exactamente la misma temperatura. El calor se ha difundido aún más, se
ha hecho aún más difuso. Teóricamente este proceso continúa hasta que el aire de la
habitación, las paredes y por fin el ambiente exterior están a la misma temperatura.
Esta ley —según la cual si no se hace algo exterior al sistema, las cosas de éste
tienden a ser cada vez menos organizadas— es una ley de profunda significación en la
esfera media, en la esfera visual y táctil. La ley abarca todo lo contenido en esa esfera. Se
necesita energía exterior para impedir que las cosas se vayan haciendo menos organizadas y
menos articuladas; esa energía debe proceder del exterior del sistema que esté uno usando.
Esta es una de las razones por las que cualquier oficina de patentes del mundo rechazará
automáticamente toda solicitud en la que se trate de obtener una patente de invención de
una máquina de movimiento perpetuo. Semejante máquina no puede existir en la esfera
visual y táctil porque siempre es necesaria una energía exterior para que un sistema (la
máquina en cuestión) se mantenga en marcha.
En física esto se llama la segunda ley de la termodinámica. Esa ley establece que la
dispersión, la difusión, la “entropía” aumentan constantemente. Todo lugar se hace cada vez
más difuso. La cantidad de “entropía” en un sistema constituye una medida de hasta qué
punto está desorganizado y disperso el sistema que constantemente se desorganiza cada vez
más. Esta es una ley inconmovible, asentada en firme roca, de la esfera visual y táctil.
Ningún científico pondrá en tela de juicio la validez de esta ley ni su universalidad en esta
esfera.
Sin embargo en las esferas que estudia el científico social —las esferas de la
conducta molar y de la vida interior— esta ley no se verifica. Si consideramos los
resultados de la actividad molar humana comprobamos lo contrario. La cantidad de oro que
hay en el mundo y que al comienzo estaba diseminada por toda la superficie de la tierra, se
va concentrando cada vez más en forma pura y en lugares especiales (como Fort Knox) en
todo el mundo. El oro se
hace cada vez más articulado en su pureza y en su localización. Se hace menos
difuso, está menos disperso. El proceso tiene entropía negativa. Durante siglos ha estado
ocurriendo lo inverso de lo que establece la segunda ley de termodinámica.
El “calor” y la temperatura son otros ejemplos. Piénsese en los millones de estufas,
hornos y aparatos de refrigeración que existen con el fin especial de concentrar “calor” o
“frío” en lugares específicos. (¡Y pequeñas concentraciones de hielo aparecen en
recipientes de vidrio cuando el tiempo es caluroso y bochornoso!) Esto es algo
directamente opuesto a lo que establecería la segunda ley. La actividad molar humana es
una actividad antientrópica y en esta esfera no se cumple la segunda ley de la
termodinámica.
Lo mismo ocurre también en la esfera de la experiencia interior. El “orden” en esta
esfera, en nuestra experiencia interior, tiene que ver con la información. Si nuestra
información está en alto grado organizada, si las porciones de información están bien
relacionadas entre sí en estructuras coherentes, decimos que se trata de una información
articulada y específica; entonces la entropía es baja. Si las porciones de información que
poseemos no están relacionadas entre sí en estructuras y en virtud de otras porciones de
información, decimos que ella es difusa, y entonces la entropía es alta. De manera que
cuanto más estructurada sea nuestra información, menos difusa será y más baja será su
entropía. En rigor de verdad, la fórmula matemática de la información en la ciencia de la
teoría de la información es exactamente la misma fórmula de la entropía negativa en
física.114
De manera que cuando hablamos de entropía en la esfera de nuestra experiencia
interior, estamos hablando de la organización o desorganización de nuestra información, de
nuestros conocimientos. Si consideramos detenidamente esta circunstancia descubrimos un
extraño hecho. Si tengo tres hechos sobre algo y una persona me entrega otro hecho, esto
no representa necesariamente cuatro hechos. Puedo colocar el nuevo hecho con los
anteriores que tengo y comprobar que ahora poseo cinco o siete o doce hechos. Y esta
nueva información, este nuevo orden, no se logró con ninguna contribución del ambiente
exterior. De conformidad con la segunda ley, sólo puedo alcanzar un orden incrementado
colocando algo nuevo del exterior en el sistema. (Así, cuando deseaba aumentar las
diferencias específicas de partes del cuchillo del ejemplo anterior, tenía que valerme de una
llama, que es exterior al cuchillo.) En la esfera de la experiencia interior, en cambio, esta
ley frecuentemente no se cumple. Hasta puedo poner en relación dos parcelas de
información que poseí durante mucho tiempo y comprobar que así obtengo un buen número
de nuevas porciones de información en alto grado organizadas. He comprendido algo nuevo
sobre las parcelas de información que tenía y ahora las veo de una manera nueva, más
organizada y articulada. Esto es lo que ocurre en el acto creativo.
(Algunos entusiastas expertos de computadoras objetarán estas observaciones y
sostendrán que puede construirse una computadora que automáticamente aumente la
cantidad de porciones de información así como hace lamente humana. N. Wiener, en una
conversación privada con uno de nosotros, negó esta posibilidad sonriéndose. Pero aun
cuando ello fuera posible, no podríamos probar que la computadora tiene conciencia y
“sabe” lo que está haciendo.)
Las repetidas violaciones de la segunda ley de la termodinámica en las esferas que
interesan al científico social manifiestan claramente que estas esferas operan de
conformidad con leyes muy diferentes de las de la esfera visual y táctil. De manera que
exigen una organización de la realidad muy diferente para que los datos de ellas sean
válidos. Ya esta sola diferencia nos muestra claramente que es imposible emplear las leyes
de la esfera visual y táctil (que tendemos a considerar como hijas del “sentido común”) para
explicar y tratar los fenómenos de la conducta molar y de la experiencia interior. Que
quiera, que no quiera, el científico social tarde o temprano tendrá que aceptar este hecho y
abandonar de una vez por todas sus repetidos intentos de aplicar el modelo de la máquina a
la conducta molar y a la experiencia humana. En definitiva, tendrá que oír la respuesta que
dio Thomas Carlyle a Margaret Fuller cuando ésta hizo su intrépida declaración: “Yo acepto
el universo”. Carlyle dijo: “Señora, hace usted muy bien”.
Otra diferencia decisiva entre las esferas en que trabaja el científico social y la
esfera visual y táctil (sensorial) es la presencia de un observable especial: la finalidad. En
esta última esfera el estado de un sistema en el tiempo presente determina lo que el estado
será en un tiempo posterior. En otras palabras, una máquina hace algo particular a causa de
su estructura actual —sus partes y las relaciones entre ellas—: lo que haya de ocurrir en el
futuro, lo que haya de ser el resultado final de la acción de la máquina carece
completamente de importancia. La “finalidad” no existe en esta esfera. Lo que haya de
ocurrir no es un factor determinante. El pistón se mueve porque una chispa ha puesto en
ignición la gasolina en el cilindro, no porque el pistón también desee alcanzar una posición
más elevada en el árbol de levas. En la esfera sensorial la “causalidad” es el estado actual
de cosas y nada más. El resultado final de la acción no tiene ningún efecto en la acción, que
se lleva a cabo sólo a causa de la manera en que las cosas están en el presente.
En la esfera de la conducta molar el resultado final de una acción determina en parte
lo que ocurre. Un estudiante camina por la calle para asistir a la clase. Ignorar que su acción
de caminar tiene una meta —y que esa finalidad es uno de los factores que determina si el
estudiante camina o no camina- sería ignorar un importante observable. Y sería también
algo perfectamente necio. Si levanto mi tenedor con un trozo de huevo, parte de la razón de
ese acto es el hecho de que deseo introducir el huevo en mi boca. (Si una grúa levanta un
cucharón de tierra, lo hace a causa de la interacción entre el motor, el tambor giratorio, el
cable y el cucharón. Para la grúa es completamente irrelevante que la tierra sea cargada en
un camión o arrojada en el río, que esa tierra ayude a construir una escuela, un fuerte o una
cárcel. La finalidad no desempeña un papel en la acción de la grúa, pero desempeña un
papel importante en las acciones del maquinista que maneja la grúa y en las acciones del
hombre que lleva a su boca un trozo de huevo.)115
Es perfectamente razonable decir que no hay factores ideológicos que intervengan
en las operaciones de una máquina o de cualquier cosa de la esfera visual y táctil que no
esté viva (teleológico significa “orientado hacia una meta”, significa que los estados futuros
influyen en los hechos presentes). Pero es perfectamente irrazonable decir que dichos
factores no desempeñan un papel en la conducta molar. Afirmar semejante cosa es ir contra
toda nuestra experiencia e ignorar una parte importante de los datos de la esfera de la
conducta molar y de la experiencia interior. Este tipo arbitrario de selección no es lícito en
la ciencia. No es lícito ignorar observables a voluntad.
De suerte que en el ámbito de la causalidad hay una diferencia fundamental entre las
esferas que interesan al científico social y la esfera visual y táctil.
El hecho de que la “finalidad’' exista como factor causal en la conducta molar y en
la experiencia interior y no se dé en cambio en la esfera visual y táctil, inmediatamente
marca una diferencia importante en la naturaleza del tiempo en esas esferas. El tiempo no
es el tiempo “newtoniano”, que fluye en todas partes de manera uniforme e inexorable en
una dirección. La conducta molar está determinada en parte por el modo en que el
individuo percibe el futuro. (Por ejemplo, como lo expresó Mark Twain, saber que será
colgado dentro de tres días concentra admirablemente el espíritu de un hombre.) Esta ya es
una enorme diferencia respecto de la naturaleza del tiempo en la esfera visual y táctil.
Además, el tiempo no fluye uniformemente en nuestra experiencia interior o en la que
determina nuestra conducta molar. Me siento más cerca de la muerte de mi padre, que
ocurrió hace muchos años, que de la muerte del presidente Truman ocurrida mucho más
recientemente. Mi experiencia interior y mi conducta molar se encuentran mucho más
afectadas por la primera muerte que por la segunda. Hay diferencias cualitativas entre el
tiempo del reloj y el tiempo de la experiencia interior, entre el tiempo medido y el tiempo
vivido.
Uno de nosotros ha mostrado en otro lugar que la manera de percibir el tiempo es
diferente hasta en varias clases sociales de los Estados Unidos.116 Podemos resumir aquel
largo análisis que demostraba cómo variaciones culturales dentro de una sociedad podrían
producir marcadas diferencias en la manera de percibir el tiempo y reaccionar a él.
Aplicando las definiciones de clase de los sociólogos de la Escuela de Chicago,117 fue
posible mostrar que las ciases bajas ajustaban su conducta significativa de conformidad con
la idea de que sólo el presente es real y el futuro tiene poca significación (la principal
exhortación a un niño rezaba así: “ ¡Deja de hacer eso ahora mismo o te pego!”). La clase
media ajustaba su conducta significativa sobre la base de que la conducta actual estaba
determinada por acontecimientos futuros (el tipo principal de exhortación a un niño era:
“Deja de hacer eso o nunca ingresarás en la universidad» o nunca te casarás» o nunca
obtendrás un buen empleo, etc.). La clase alta ajustaba la mayor parte de su conducta
significativa sobre la base de que el pasado representa un importante papel en cuanto a
determinar el presente y el futuro (el tipo principal de exhortación a un niño era: “Deja de
hacer eso, a tu abuelo [o a tus antepasados] no le gustaría”). El primer grupo comía cuando
tenía hambre, el segundo lo hacía a determinadas horas según el reloj, el tercero a las horas
tradicionales. De modo que aun dentro de una misma cultura hay importantes diferencias en
las maneras de percibir el tiempo y reaccionar a él. El tiempo en la experiencia interior y en
la conducta con sentido es un tiempo personal, no “objetivo”, no newtoniano. Pero el
tiempo personal, en aquellas situaciones en que necesitamos exactitud o en aquellas
situaciones en que es menester definir períodos de tiempo, incluye el tiempo del reloj. De
suerte que el tiempo del reloj es un caso especial de tiempo personal.

Ya señalamos antes la diferencia que hay entre el espacio euclidiano (el espacio de
la esfera visual y táctil) y el espacio personal (el espacio de las esferas de la conducta molar
y de la experiencia interior). El psicólogo Kurt Koffka118 demostró con bastantes detalles
cuán importante es esta diferenciación para comprender la conducta molar y la experiencia
humana. Koffka distinguía un ambiente “geográfico” y un ambiente “de conducta”. El
perro de caza y la liebre que huye se encuentran en el mismo campo geográfico, pero en
dos campos de conducta enteramente diferentes. Dos hermanos viven en la misma casa
geográfica, pero en la casa de conducta de uno hay un hermano mayor y en la casa de
conducta del otro hay una hermana menor. En una recepción diplomática dos hombres
hablan. Los separa una distancia de un metro. Uno de ellos, un inglés, siente que su espacio
personal es invadido por el otro y entonces retrocede un poco; el otro, un italiano, siente
que están demasiado lejos realmente para comunicarse y mantenerse en contacto, siente que
su espacio personal no está en contacto con el espacio personal del inglés y tiende a
acercarse cada vez más. Uno avanzando y el otro retirándose, ejecutan un extraño ballet por
toda la sala. Ambos hombres están en el mismo espacio geográfico pero en espacios de
conducta enteramente diferentes. Estos espacios no guardan ninguna relación con el espacio
euclidiano que es el único espacio válido en la esfera visual y táctil y que es el espacio
usado por las máquinas.
El ambiente geográfico cambia o permanece estable según los cambios producidos
en la esfera visual y táctil. El campo geográfico en el que el perro persigue a la liebre puede
estar más o menos húmedo o más o menos seco según el tiempo, puede estar sembrado de
árboles, puede estar atravesado por una carretera, etc. El ambiente de conducta cambia no
sólo con nuestra percepción de cambios como los mencionados sino que cambia al cambiar
nuestra conciencia misma. El filósofo Ernst Cassirer llevó una vez al teatro por primera vez
a su hija de diez años. Cuando terminó la función de Las Bodas de Figaro, la pequeña
quedó sumamente sorprendida al comprobar que su amado Berlín era muy diferente de lo
que fuera cuando habían entrado en el teatro. Todo había cambiado. La profunda diferencia
que encontró en las dos ciudades la afectó tan intensamente que hubo de recordar aquel
hecho durante toda su vida.
Si pretendo comprender los datos procedentes de la esfera del científico social, si
quiero hacer que esos datos resulten legítimos, tendré que abandonar la idea de que puedo
usar la misma definición de espacio que uso cuando hago una predicción sobre el
movimiento de las bolas de billar. El espacio personal no tiene sentido en los movimientos
de las bolas de billar, pero tiene mucho sentido en la conducta molar y en la experiencia
interior. Si estoy sentado en la viga de un segundo piso de un rascacielos en construcción,
los doce metros de altura en que me encuentro en el aire son muchos para mí. Para un
obrero que realiza habitualmente ese trabajo es una altura pequeña. Si dos personas están a
cinco metros de distancia geográfica de la orilla del océano, y una teme el oleaje en tanto
que a la otra le gusta, si las olas son altas, ambas personas se encontrarán a muy diferentes
distancias personales del agua. Las máquinas no tienen espacios personales, y su espacio
“de conducta” (si cabe el empleo del término en este contexto) es idéntico a su espacio
geográfico. Dos palas mecánicas que estén a cinco metros del océano están a la misma
distancia del océano, y en todo intento de hacer válidos los datos relativos a ellas debe
tenerse en cuenta esta circunstancia. Dos personas que estén a cinco metros del océano
pueden estar o no estar a la misma distancia del agua en lo relativo a su experiencia interior
y su conducta molar, y en todo intento de hacer válidos los datos relativos a ellas debe
tenerse en cuenta esta circunstancia. Así como en el siglo XIX se puso de manifiesto que el
espacio euclidiano es una clase especial de espacio geométrico, hoy se ha hecho evidente
que el espacio geométrico es una clase especial de espacio humano. Como ser humano
percibo el espacio humano que incluye —en el caso de ciertas condiciones como aquellas
situaciones en que es necesaria la congruencia— el espacio geométrico. De manera que el
espacio geométrico es un caso especial de espacio personal.

Como ya indicamos, el tipo de predicciones que podemos hacer en una esfera puede
diferir del tipo de predicciones que podemos hacer en la esfera sensorial. En las esferas de
la conducta molar y de la experiencia interior la predicción es probabilista y relativa, nunca
absoluta. Nunca podemos predecir que se dará un suceso específico o una experiencia
interior específica, pero podemos predecir que la probabilidad de que se dé es mayor en
algunas situaciones que en otras o que en ciertos individuos la probabilidad de que se
produzca es mayor que en otros. No podemos decir de seguro si un hombre se suicidará o
no, pero podemos decir: “Como es católico es menos probable que se suicide que si fuera
protestante”. Podemos decir: “Porque es el ejecutivo de una empresa es muy probable que
lleve corbata en los días laborables”. O: “Como esa mujer es una artista y responde a los
estímulos visuales es muy probable que advierta los primeros cambios producidos en el
follaje otoñal”. La predicción absoluta de actos y experiencias de este tipo es imposible,
pues estas esferas no k> permiten. Después de producido el suceso o la experiencia puede
mostrarse que ese suceso o esa experiencia estaban determinados y eran inevitables. Antes
de producirse no se lo puede predecir. Esto también es cierto en el caso de las síntesis
creativas y de los fenómenos de percepción extrasensorial.
Una de las cuestiones que aparecen en la fase temprana del estudio de cada esfera es
ésta: “¿Qué clase de lenguaje podemos emplear para describir los datos de esta esfera?” En
la esfera visual y táctil el lenguaje verbal cotidiano es generalmente útil y adecuado, aunque
hay situaciones en las que se necesita algo de lenguaje matemático para expresarlas. En
otras esferas, en cambio, ese lenguaje no es adecuado. Por ejemplo, en el microcosmo el
lenguaje verbal cotidiano no es apropiado para describir los datos. Cuando uno lo emplea
aquí, los datos y conceptos de esa esfera quedan gravemente deformados. Por ejemplo, si
decimos: “El electrón del átomo de hidrógeno se mueve en una órbita circular”, la
afirmación sería inexacta.
Hemos desarrollado lenguajes especializados en el caso del microcosmo y en el de
la esfera de lo demasiado grande y rápido. El lenguaje cotidiano resulta generalmente
apropiado en la esfera visual y táctil y probablemente en la esfera de la conducta molar. En
la esfera de la experiencia interior no hemos desarrollado nunca un lenguaje pertinente a los
datos. Constantemente empleamos metáforas tomadas de la esfera visual y táctil como si
los datos de nuestra experiencia interior fueran los mismos que nos proporcionan nuestros
ojos y nuestros órganos del tacto. La razón de ello es, desde luego, la de que no hay reglas
de correspondencia (véase capítulos 3 y 4), no hay posibilidad de llevar a cabo mediciones,
de cuantificar los datos de este dominio. Una lista parcial de estas metáforas podría ser la
siguiente:
Espíritu levantado, sentimientos deprimidos o melancólicos, carácter sólido, actitud
tiesa, aspecto brillante, negra tristeza, encendido orgullo, bullente alegría, altos ideales,
carácter bajo, altas ambiciones, profundos pensamientos, convicciones firmes o pétreas,
espíritu abierto o cerrado, disposición calma, rabia hirviente, deseo ardiente, razonamiento
agudo, mente obtusa, emoción suave, corazón blando, humor negro, voluntad de hierro,
brillantes esperanzas o expectaciones, roja ira, verde envidia, humor chispeante.
Estas metáforas son ciertamente útiles en nuestros intentos de describir y expresar
nuestra vida interior, sin embargo dejan mucho que desear. Si el filósofo Condillac tenía
razón cuando dijo: “Una ciencia es un lenguaje bien hecho”, una de nuestras tareas para
desarrollar una ciencia de la vida interior será la de elaborar un lenguaje adecuado.
Es interesante advertir que en la exploración de la vida interior y de la conducta
molar el lenguaje más rico de que disponemos fue elaborado, no por la ciencia, sino por una
seudociencia, la astrología. Las descripciones de personalidad, de sentimientos y de
conducta que se hacen mediante esta técnica son mucho más amplias y profundas que las
de la psicología. Esto parece deberse en gran medida al hecho de que la astrología tomó sus
datos desde su propio punto de vista, desde el punto de vista de los datos, en lugar de
proceder de acuerdo con la preconcepción de que los observables y las leyes referentes a
ellos se adaptan al esquema conceptual de la esfera visual y táctil. Con todo eso, aunque el
vocabulario elaborado por la astrología sea útil, la astrología misma es una seudociencia
que no posee ningún otro valor particular (salvo, tal vez, como una manera de estudiar la
aceptación de chifladuras en una población muy divergente). La astrología emplea
consecuentemente tanto el modo de ser mítico como el modo sensorial.

El cuadro siguiente puede ayudar a mostrar algunas de las semejanzas y diferencias


que hay entre las esferas de experiencia que estamos tratando.
En este cuadro ofrecemos sólo una representación muy sucinta. En primer lugar, es
casi seguro que existen otras esferas de experiencia además de las cinco que hemos
presentado aquí, y esas otras esferas tendrían observables, leyes y principios limitantes
básicos enteramente diferentes. También entre las cinco esferas que presentamos hay
muchas diferencias que no tratamos. ¿Qué decir, por ejemplo, de la necesidad de
significación, que es un observable bien claro en la esfera de nuestra experiencia interior y
que no existe como observable en la esfera que interesa al físico?
Tampoco hemos discutido el hecho de que el principio de no contradicción (A es A
o no es A; una cosa es o no es), que opera en la esfera visual y táctil, no se verifica en la
esfera de la experiencia interior. Yo puedo llorar, y frecuentemente lo hago, cuando Mimí
muere, aun cuando sepa perfectamente que La Bohéme es una ficción. La gente envía toda
clase de cartas y regalos a los personajes de series televisivas aun cuando sabe muy bien
que son papeles ficticios representados por actores. (Pero no envía regalos a la ciudad
imaginaria en que se supone que vivía el personaje; los envía a la estación de televisión.)
Por otra parte, tampoco hemos discutido el dominio de la “vida”. En este dominio hay
factores mayores que hacen imposible el uso del modelo de la máquina. Por ejemplo, las
máquinas pueden romperse y entonces se las puede reparar para que funcionen lo mismo
que antes; no cabe decir lo mismo de las cosas vivas. Las máquinas producen entropía y la
vida produce entropía negativa. Además, el observable “finalidad” aparece en los seres
vivos. Digámoslo con las palabras del biólogo E. W. Sinnott:

Un hecho notable relativo a la regulación orgánica, tanto en el plano del desarrollo


como en el plano filosófico, es el de que, si un organismo se ve impedido de alcanzar su
norma o “meta” de la manera normal, ese organismo, que posee recursos, la alcanzará
mediante un procedimiento diferente. El fin, antes que los medios, parece ser lo más
importante.119

Una conclusión bastante interesante a la que con frecuencia —aunque ilógicamente


— se llega partiendo del concepto de una realidad que comprende todo el cosmos (o por lo
menos aparentemente legitimada por ese concepto) es la idea de que la “naturaleza
humana” es la misma en todas partes y en todo tiempo. Esta idea generalmente parece
determinar la creencia de que la conducta y los sentimientos del hombre no pueden
realmente cambiar, aunque cambien las técnicas humanas. Semejante posición con
frecuencia conduce a conclusiones en extremo pesimistas. La antropología y la sociología
modernas no parecen prestar apoyo a este concepto básico de una “naturaleza humana
dada” e inexorable, sino que por el contrario ofrecen muchos testimonios contra él. Véase,
por ejemplo, la obra ya clásica de Ruth Benedict, Patterns of Culture.120
Hemos tratado el problema de las realidades alternas y hemos considerado las
maneras en que dicho problema afecta al científico social; hemos analizado, pues, los
dominios y esferas de los que proceden los datos del científico social. Al hacerlo así hemos
seguido el procedimiento que emplea el físico. Pero los científicos sociales emplean una
estrategia diferente. Como ya indicamos, analizan el modo en que los individuos y culturas
que estudian organizan su experiencia total en un momento dado. Aunque hay
innumerables maneras de hacerlo, estos modos de construir el mundo —modos de
organizar las propias percepciones y reacciones- pueden entrar en cuatro clases generales.
En el capítulo 1 dimos un ejemplo de cada uno de esos modos en el caso de la jornada de
un imaginario hombre de negocios: cuando el sujeto trabajaba en su escritorio (la realidad
sensorial), cuando rezaba (la realidad transpsíquica), cuando estaba bailando (la realidad
clarividente) y cuando soñaba (la realidad mítica).121 Ahora consideraremos este enfoque en
términos generales.
El místico romano Plotino dijo que un ser humano es como un anfibio que necesita
vivir tanto en el agua como en la tierra para desarrollar plenamente sus potencialidades. Si
vive en uno solo de estos elementos su desarrollo queda trabado. (En el caso de Plotino esta
analogía se refería a la realidad clarividente y a la realidad sensorial.) Con un espíritu
curiosamente parecido el místico indio Ramakrishna escribió que un ser humano es como
una rana. En la juventud, lo mismo que un renacuajo, puede desarrollarse bien en un solo
medio. Pero luego, “una vez que se hubo desprendido de la cola de la ignorancia", necesita
tanto del agua como de la tierra para desarrollarse.
Según dijimos, en el pasado a casi todos los místicos y a casi todos los hombres de
ciencia les parecía obvio y claro que un enfoque (el suyo propio) era el “correcto" y
“verdadero", en tanto que el otro era un modelo incorrecto de realidad empleado para fines
triviales o no constructivos. Desde el punto de vista de la teoría de los dominios desaparece
esa condición de disyuntiva del problema. El misticismo (el desarrollo de la capacidad para
emplear la realidad clarividente y la realidad transpsíquica) es una manera de modelar y
construir el universo. Es apropiada en el caso de ciertos problemas y no en el caso de otros.
La ciencia es también una manera de modelar y construir el mundo. También la ciencia es
apta para ciertos problemas pero no para otros. ¿Cuál es el enfoque correcto? Depende del
problema que uno quiera resolver.
Hace unos años la psiquiatra de niños Annina Brandt daba una conferencia a un
grupo de terapeutas psicoanalíticos bastante ortodoxos. La psiquiatra hablaba con amor y
entusiasmo sobre la experiencia de ser un niño y consideraba el modo en que podía
presentársele el mundo a un niño perturbado; los oyentes se mostraban cada vez más
inquietos, por fin uno de ellos le preguntó: “Doctora Brandt, ¿a qué escuela pertenece
usted?" La doctora vaciló un instante visiblemente un poco confundida. Por fin replicó;
“¿Pero cómo voy a saberlo hasta haber visto al niño?"
Cuando se los considera seriamente, el misticismo y la ciencia muestran que tienen
mucho en común. No por falta de conocimientos el filósofo Josiah Royce dijo una vez que
los místicos eran “...los empiristas más intransigentes de toda la historia de la filosofía”.
Tampoco se debe a un accidente el hecho de que tanto el misticismo como la ciencia hayan
llegado a la idea de que se necesitan diferentes construcciones del mundo en diferentes
esferas de experiencia y a la idea de que esos diferentes sistemas metafísicos deben ser
compatibles entre sí. Así como la ciencia moderna trabajó duramente para llegar a
comprender las relaciones entre las varias esferas que estudia (por ejemplo, el microcosmo,
la esfera sensorial, el macrocosmo), así también el misticismo realizó grandes esfuerzos
para admitir el mandamiento: “Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del
César”.
Como ya indicamos en otra parte, estas distintas maneras de construir y percibir el
mundo son no sólo modos potenciales de los seres humanos, sino que son necesarios para la
realización de la plena humanidad del individuo. Un conjunto cada vez mayor de
testimonios indica que el ser humano en su estar en el mundo necesita cada uno de los
cuatro modos generales ilustrados por la situación de nuestro hombre de negocios.
Verdaderamente cada vez parece más razonable pensar que gran parte de nuestra patología
social (y personal) tiene que ver con una falta de capacidad en muchos individuos para
expresar estas necesidades de maneras aceptables y constructivas.
Este punto de vista de que el ser humano necesita más de una construcción del
mundo -“realidades”- para vivir y realizar su plena “humanidad” es un punto de vista
contenido en toda la tradición mística seria (“escuela esotérica”) del pasado y del presente.
Durante el último medio siglo en las ciencias sociales fue aumentando gradualmente la
aceptación de la validez de este punto de vista. En esto hemos progresado más que las
escuelas místicas y hoy comenzamos a ver que por lo menos son necesarias cuatro maneras
diferentes de estar en el mundo (de construir la realidad) si el individuo pretende no verse
trabado en su desarrollo. Plutarco dijo:

Si recorremos el mundo es posible que encontremos ciudades sin muros, sin letras,
sin riquezas, sin moneda, sin escuelas o teatros; pero todavía nadie ha visto una ciudad sin
templos, o sin prácticas de un culto, o sin fieles.122

Hoy podríamos agregar que nadie ha visto nunca una ciudad en la cual sus
habitantes no jugaran, no soñaran, no manejaran efectivamente objetos de acuerdo con las
leyes de la esfera visual y táctil o no tuvieran maneras de organizar la realidad de suerte que
no hubiera fronteras en ella y toda cosa fuera lo Uno dinámico.
Las cuatro clases de maneras de organizar la realidad que hoy tendemos a
considerar universales y también necesarias para que el individuo realice plenamente sus
potencialidades son las siguientes:
La realidad sensorial. Esta es la manera occidental, cotidiana, del “sentido común”,
de organizar la realidad. Es la manera en que organizaba la realidad nuestro hombre de
negocios sentado a su escritorio. Es lo que los místicos suelen llamar “el camino de los
muchos”. Todos conocemos muy bien las leyes y principios limitantes básicos de esta
organización de la realidad. Es esencia] para la supervivencia biológica y es la manera que
debemos emplear cuando queremos cruzar una arteria vial muy transitada para no ser
arrollados por un automóvil. Sus leyes y entidades son muy semejantes a las de la esfera de
experiencia visual y táctil.
La realidad clarividente. Esta es la manera de organizar la realidad que el hombre
de negocios empleaba cuando estaba bailando y luego cuando escuchaba música. En esta
manera de organizar la realidad no hay fronteras y ninguna cosa está separada de la otra.
Todas las cosas fluyen la una en la otra y forman parte de un todo mayor que constituye el
cosmos. El individuo guarda relación con el todo, de la misma manera en que una pincelada
guarda relación con todo el cuadro o una nota con una sinfonía. Los místicos suelen
llamarlo “el camino de lo Uno”.
La realidad transpsíquica. Esta es la manera de organizar la realidad que nuestro
hombre de negocios empleaba cuando dijo a manera de oración “ ¡Dios mío, que no sea
meningitis!” En esta construcción de lo que es, el individuo constituye una entidad que
existe como tal, pero también forma parte de lo Uno total, del cosmos, de suerte que no es
posible trazar una línea definida de separación. Para ilustrar esto, a menudo se emplea la
analogía de la ola y el océano. También encontramos referencias al brazo y al cuerpo en las
descripciones de esta realidad. Es la construcción de la realidad en la cual se percibe como
efectiva la acción intercesora del que ora. El individuo es una entidad separada capaz de
tener deseos, pero está en conexión con el cosmos total de un modo tal que le es posible
instar con estos deseos a las grandes fuerzas de aquél.
La realidad mítica. Es la construcción de la realidad que nuestro hombre de
negocios utilizaba cuando estaba soñando. Es la manera en que se organiza la realidad en el
juego, en el mito y en la magia. Según esta manera de organizar la realidad, toda cosa
puede ser idéntica a cualquier otra cosa una vez que fueron relacionadas entre sí
espacialmente, temporalmente o conceptualmente. La parte es idéntica al todo, el nombre
es idéntico a la cosa nombrada y el símbolo es idéntico a su objeto. Cada uno puede ser
tratado como si fuera el otro. El mundo está lleno de toda clase de posibles combinaciones
y síntesis. Muchos observadores señalaron la relación que hay entre juego y creatividad.
Esta manera de organizar la realidad es necesaria para mantenernos frescos y vivaces,
curiosos y creativos. Como dice el viejo dicho: “Si Jack trabaja y trabaja sin jugar nunca
será un chico obtuso”. Sin la capacidad de valemos de este modo de ser, todo llega a
aburrimos, y la belleza de una puesta de sol o nuestra vida diaria y hasta la actividad sexual
se nos hacen insípidas experiencias.
Nos damos cuenta de que hemos presentado sólo un resumen muy breve de las
maneras de organizar la realidad, pero aquí no cabria una discusión más amplia. Remitimos
a quienes deseen consultar más material sobre este tema a la referencia 23. Diremos dos
cosas más sobre las diferentes “realidades”. Primero, tas describimos como sistemas
metafísicos con leyes y definiciones propias en cada caso. Este es un enfoque válido y el
único capaz de describirlas claramente. Sin embargo, desde el punto de vista experimental,
estas “realidades” deben mirarse como estados de conciencia. Cuando el individuo está
percibiendo el mundo y reacciona a él como si su serie de principios limitantes básicos
fuera la serie real, ese individuo se encuentra en un estado de conciencia cambiado,
“alterado, ...alterado respecto del estado de conciencia cotidiano, occidental, de vigilia.
Segundo, estos varios estados de conciencia se refieren a los mismos fenómenos
pero con diferentes concepciones de la manera en que funciona la realidad y con diferentes
concepciones de sus leyes y metas, diferentes definiciones de espacio, tiempo, causalidad,
interacción de las cosas entre sí y la naturaleza de una “cosa”. Pero se trata siempre de los
mismos fenómenos. Cualquiera que sea el que consideremos, lo captamos de diferentes
maneras así como frente al mismo modelo Monet, Leger, Picasso y Wyeth harán diferentes
pinturas. En su introducción a su Philosophic Investigations, Wittgenstein dijo que el libro
no constituía una respuesta coherente a problemas, sino que era un “álbum de esbozos” del
cual podríamos extraer los elementos para componer el cuadro de un paisaje. La
experiencia es tan compleja, decía Wittgenstein, que un único ángulo de visión no sería
suficiente.
Resumamos: los científicos sociales se han dado cuenta de que el objeto de su
estudio —individuos y culturas— emplea una serie de diferentes concepciones de la
realidad en diferentes momentos. Estudiaron estas concepciones y analizaron las reglas y
leyes usadas en ellas y en qué condiciones se aplica cada una. La actitud general de los
científicos sociales, con unas pocas excepciones, había sido la de que sólo existe una
concepción “correcta” de la realidad, apoyada en el “sentido común”: se trata
esencialmente del cuadro descriptivo que el físico traza de la esfera visual y táctil y que
generalmente corresponde a lo que suele llamarse física “clásica”.
Debido a esa creencia de que sólo era correcta tal descripción de la realidad y
debido a la creencia general de nuestra cultura de que todo el universo está regido según los
mismos principios, los científicos sociales procuraban de tratar los datos de su campo de
investigación como si tales pertenecieran al cuadro de la realidad visual y táctil. En otras
palabras, de antemano los científicos sociales decidían cómo reunir e interpretar sus datos y
qué leyes serían las que podrían conferirles coherencia y validez.
Cuando examinamos los datos que interesan al científico social, comprobamos que
corresponden a dos esferas: la de la conducta molar y la de la experiencia interior. En una
de estas esferas no se verifica una de las leyes más decisivas e importantes de la esfera
visual y táctil, la segunda ley de la termodinámica. En cambio, aparece un nuevo
observable, “la finalidad”. Además, las definiciones de factores tales como espacio y
tiempo tienen que ser también diferentes para que resulten válidas las relaciones de los
datos entre sí. También existen otras importantes diferencias. Es evidente que se necesita
una construcción diferente de la realidad en estas esferas para poder tratar científicamente
los fenómenos que se dan en ellas. Esto es análogo al descubrimiento que hizo ya el físico
hace mucho tiempo sobre el microcosmo y sobre la esfera en la cual los fenómenos son
demasiado grandes o demasiado vertiginosos y rápidos para que pueda percibirlo nuestro
sistema sensorial, ni siquiera teóricamente.
En muchos ámbitos de la física se alcanzaron importantes progresos sólo cuando se
abandonó el modelo de la máquina como sistema de explicación, como descripción de la
realidad en esos ámbitos. Cuando se dio este paso y se comprendió que la descripción
general de la realidad utilizada en la esfera sensorial era inaplicable a muy diferentes clases
de datos, se registraron progresos aún mayores. Estamos sugiriendo que en las ciencias
sociales se realizarán progresos mayores cuando los estudiosos de este campo abandonen el
supuesto de que sólo hay una serie de principios según los cuales funciona todo el cosmos,
principios representados exactamente por las leyes de la esfera visual y táctil que suponen
esencialmente el modelo mecánico de la realidad.
13

Los dominios del arte

Los dominios del arte despertaron un interés asombrosamente pequeño en el


hombre de ciencia como tal. (Como persona el científico puede amar profundamente alguna
forma de arte; pero como hombre de ciencia rara vez emplea sus instrumentos en este
campo.) Podemos leer una docena de libros de introducción a la psicología y a la sociología
sin encontrar la menor alusión al hecho de que los seres humanos de toda cultura y de todo
clima produjeron arte y música y se comportaron como si estas actividades fueran
importantes. Debemos preguntamos ¿por qué los científicos sociales en general obran como
si ésta fuera una actividad trivial o inexistente, siendo así que se rinde el debido respeto a
Leonardo y a Mozart, que existen museos en todas las ciudades, que se ejecuta
constantemente música desde la de Beethoven hasta la música rock?
Inmediatamente acude al espíritu una respuesta desde el punto de vista de una de
nuestras tesis. Parece irremediablemente condenado al fracaso cualquier intento de
“reducir” las obras de los artistas y de los músicos a las leyes de la esfera visual y táctil. En
primer lugar, la obra de arte es esencialmente no cuantitativa. Verdad es que Platón escribió
sobre las relaciones de la matemática y la música y que se ha dicho de Bach que “hablaba
en lenguaje matemático a Dios”, pero íntimamente sentimos que no podemos representar la
Novena Sinfonía en una ecuación ni explicar los efectos que produce en nosotros un retrato
de Goya con un modelo mecánico. Dándose cuenta de que en el dominio de los artistas y
músicos no podemos encontrar las mismas leyes que encontramos en el mundo visual y
táctil, los científicos sociales tendieron en gran medida a pasar por alto estos ámbitos de
experiencia. Aquí siguieron una senda semejante a la de los psicólogos conductistas,
quienes, cuando no podían hacer encajar las operaciones de la conciencia en las leyes
científicas de la esfera sensorial, procedían como si la conciencia no existiera. El físico
Max Born escribió:

Creo que el principio de la objetividad puede aplicarse a toda la experiencia


humana, sólo que a menudo está completamente fuera de lugar.
Por ejemplo, ¿qué es una fuga de Bach? ¿Es el corte transversal invariante o el
contenido común de todas las copias impresas o escritas a mano, de todos los registros
fonoeléctricos, de las ondas sonoras de las ejecuciones, etc., de esta obra musical? Como
amante de la música debo decir ¡No! Eso no es lo que entiendo por una fuga. Se trata de
algo de otra esfera en la cual se aplican otras nociones, aunque la esencia de la música no
está en “las nociones”, sino que está en el impacto inmediato que hacen en mi alma la
belleza y la grandeza. En casos como éste la idea de la objetividad científica es
evidentemente inapropiada, casi absurda.123

Al tratar de aplicar nuestra teoría de los dominios al mundo del arte no hemos de
esperar que nuestra tarea sea fácil o sencilla. Cuando tratamos de definir este campo nos
encontramos frente a una vasta gama de fenómenos observables: material usado y técnica
aplicada; la visión del artista y sus esfuerzos para concretar esa visión; los distintos efectos
que produce una obra de arte en diferentes públicos; el valor económico de una pintura de
Rembrandt; diferentes “escuelas” artísticas y musicales y muchos otros más. Por otro lado,
las respuestas a nuestras preguntas sobre la significación de “espacio”, “tiempo”, “estado” y
“observador”, necesarias para que los datos resulten válidos, son a menudo muy diferentes
cuando formulamos preguntas sobre “el arte”. El espacio en el Guernica de Picasso no es el
espacio encerrado en las paredes de un museo ni es el espacio de una catedral o el espacio
de un ballet clásico. La “observación” y la “medición” significan cosas diferentes cuando
consideramos el efecto que produce Byron Janis cuando toca a Chopin, cuando contamos el
número de notas de la composición y cuando procuramos establecer qué se proponía
Chopin al componer la pieza.
Después de observar sólo unas pocas de estas diferencias, resulta evidente que no
existe un único dominio de experiencia en el que podamos situar el campo del “arte”. Se
necesitan varios dominios. Al comenzar el análisis de este campo desde nuestro punto de
vista, describiremos cuatro dominios que son necesarios para situar el campo del arte.
(Puede haber más, pero aquí no intentamos exponer una ciencia acabada; nuestro intento es
el de describir el método que la ciencia del siglo XX desarrolló y mostrar cómo ese método
puede aplicarse a varios dominios de experiencia.)
Las cuatro esferas en que dividiremos tentativamente el campo del arte son: 1) la
intención del artista; 2) las respuestas del público; 3) el dominio de las cosas hechas por el
hombre y 4) el dominio del medio (pintura, música, poesía, escultura, etc.).
Expondremos el razonamiento que nos condujo a esta clasificación, pero primero
debemos hacer notar que cada uno de estos dominios ha de considerarse separadamente y
que los observables, las leyes referentes a ellos y la significación especial de los principios
guías (espacio, tiempo, etc.) de cada uno deben ser compatibles entre sí y con el resto de
nuestra experiencia.
Atendiendo a lo anteriormente expuesto y considerando esta lista debería resultar
claro que estos cuatro dominios no pertenecen todos a las mismas esferas. Los dos
primeros, la intención del artista y las respuestas del público, corresponden a la esfera de la
vida interior, de la conciencia. El tercero, el dominio de la cosas hechas por el hombre,
corresponde a la esfera sensorial. Desde este punto de vista, las obras de arte son objetos
que se pueden ver y tocar. El cuarto dominio, el dominio del medio, es tal vez el más
sorprendente. Cuando lo examinamos atentamente, comprobamos que cada uno de los
grandes medios artísticos es una esfera separada. Cada cual requiere un sistema metafísico
diferente para que los datos de esa esfera resulten válidos. En poesía, pintura, escultura y
danza obtenemos respuestas muy diferentes a nuestras preguntas sobre la significación de
los términos, “espacio”, “tiempo”, “estado” y “observador”. (Desde luego, hay similitudes
entre las diferentes esferas del arte. En toda forma artística, por ejemplo, hay fenómenos
que los artistas de cualquier medio llaman “tensiones” y “resolución de las tensiones”.
Estos observables corresponden al “espacio” y al “tiempo” de un determinado medio, así
como el espacio de una pintura o el espacio de una catedral. En el espacio euclidiano -el
espacio de la esfera sensorial- no existen semejantes fenómenos. Además, estos fenómenos
observables son diferentes en cada medio.)

La intención del artista

En 1911, el historiador de arte Worringer124 señaló claramente (como ya lo había


hecho antes Th. Lipps) que una teoría del arte debe partir de lo que el artista trata de hacer.
Toda teoría que concentre en la habilidad del artista y se apoye en el supuesto de que el
artista procura alcanzar nuestras metas está condenada al fracaso. Para Worringer, lo que el
artista quiere hacer (y por lo tanto, su cosmovisión) tiene importancia primaria.
El pintor Rico LeBrun, al describir su obra dijo:

Comprender significa mirar. Mirar. Nadie puede decir precisamente lo que los
aspectos de la naturaleza significan para un hombre que está tratando de hallar formas a su
propia visión. La vista, en su incansable busca de verdad, señala nuestras tareas.125
El artista Paul Klee escribió: “El artista no reproduce lo visible; antes bien hace
visibles las cosas”.126
Picasso dijo: “Yo veo por los demás’’.127
El artista procura encontrar formas a su visión interior, clarificar, aguzar y expresar
sus percepciones dándoles una forma específica.
El pintor Fairfield Porter escribió: “El artista no sabe lo que conoce en general, sólo
sabe lo que conoce específicamente. Lo que conoce en general —o lo que puede ser
conocido en general— sólo se hace manifiesto después de haberlo expresado”.128
Goethe dijo: “El espíritu conquista dando forma a lo indeterminado”.

Las obras de arte no especifican un acto inmediato ni un uso limitado. Son como
puertas a través de las cuales el visitante puede entrar en el espacio del artista o en el
tiempo del poeta para experimentar los ricos dominios que el artista ejecutó.129
El símbolo artístico qua símbolo artístico (a diferencia del científico) transmite
intuiciones, no referencias; no se apoya en convenciones, sino que motiva y dicta las
convenciones.130

E. H. Gombrich escribió: “Lo que el pintor escudriña es, no la naturaleza del mundo
físico, sino la naturaleza de nuestras reacciones a él”.131
El artista se ve a sí mismo y ve al resto de los seres humanos del universo “como
gatos y perros en bibliotecas”.132 El artista se esfuerza por aprender a leer él mismo los
libros para luego mostramos lo que contienen. Cada libro que tiene interés para el artista
nos dice algo nuevo sobre nuestra vida interior y nos ofrece nuevos modos de organizar y
percibir la realidad. La música, por ejemplo, transmite exclusivamente información de esta
índole. No nos procura ninguna información sobre el “mundo exterior” ni nos da
instrucciones sobre la manera de tratarlo. El compositor y el músico ejecutante descubren
partes y aspectos de su propio mundo interior y los comunican a sus oyentes. En busca de
descubrimientos se inventan nuevos modos y no nos es posible decir dónde termina el
descubrimiento y dónde comienza la invención.
Los artistas hablan poco de la teoría del arte. Están empeñados en permitir que la
realidad les hable en nuevos tonos, en expresar esos nuevos tonos con su medio propio y en
comunicarlos a sus públicos. Como hubo de observar una vez Santayana: “Los críticos de
arte hablan de teorías de arte. Los artistas hablan de los lugares en que pueden comprar un
buen aguarrás”.
Hay también una forma de arte que tiene una in tendón enteramente diferente. En la
mejor de sus manifestaciones este tipo incluye el arte decorativo, cuya función consiste en
hacer del mundo un lugar placentero para vivir. Ciertamente es mejor y más cómodo vivir
en una casa en la que los colores sean coherentes, lo mismo que la mezcla de colores, en
lugar de vivir en una casa de un solo color y ángulos rectos en todas partes. La música de
fondo y los colores nos permiten relajamos con mayor facilidad y sentimos a nuestras
anchas en un mundo que de otra manera sería con frecuencia descamado y desagradable.
Además, hay muchas personas que nunca desarrollaron sus recursos interiores y muchas
que ni siquiera tienen capacidad de llevar a cabo este desarrollo. Para esas personas, estar a
solas con sus pensamientos (o con la falta de pensamientos) puede ser bien afligente. Para
ellas los jingles y la música pop t al procurarles una ilusión de vida interior, constituyen un
bendito recurso. Y ciertamente en el caso de casi todos los individuos se dan momentos en
los que una novela detectivesca y una comedia televisiva representan medios maravillosos
de relajarse y descansar: por un breve período nos apartan de las realidades de la vida
cotidiana del mismo modo en que lo hace el que cuenta historias en las ferias para
entretener a su público.
El arte decorativo se reduce pues a ese tipo de arte cuya intención es sencillamente
distraer al individuo, ayudarle a “pasar el tiempo”. Trata de disminuir la conciencia de
pensamientos y sentimientos mientras el individuo está todavía despierto. Su finalidad es
reducir la conciencia mediante ritmos, versos, colores o palabras. Podemos considerar un
ejemplo de este tipo de arte y las otras artes de que hemos estado hablando si comparamos
el típico cuento occidental con el Don Quijote de Cervantes. El autor de cuentos trata de
reducir nuestra conciencia del mundo mientras lo leemos; el autor de Don Quijote trata de
profundizar y aguzar nuestro conocimiento de lo que significa un ser humano.
En una ocasión uno de nosotros oyó al soberbio lírico E.Y. Harburg hablar con un
joven compositor de canciones de mucho talento. Harburg explicaba (con muchas
demostraciones en el piano) que el joven se encontraba en una encrucijada. O bien
escribiría canciones capaces de profundizar la conciencia del oyente y del compositor, lo
cual les permitiría reconocer la significación de su existencia, o bien escribiría canciones
muy populares sin intento de profundizar la conciencia, canciones que casi inevitablemente
tendrían el efecto contrario. Harburg afirmaba vehementemente que el joven autor tenía
talento para seguir cualquiera de las dos sendas. El joven lo escuchó respetuosamente,
reflexionó sobre lo que le dijeron y por fin decidió tomar el segundo camino. Llegó a ser un
compositor de éxito, muy conocido y rico, pero es dudoso que su música haya de sobrevivir
a los breves momentos de popularidad.
Una cuestión importante que a menudo se pasa por alto es el uso que el artista hace
de su talento para expresar algo que los físicos y ni siquiera los psicólogos logran realizar.
Se trata de comunicar de un modo que no requiere definiciones operacionales ni reglas de
correspondencia, ni mediciones, los estados de conciencia del artista, sus sensaciones
íntimas. Una buena ilustración de este punto es quizá el último cuadro de Vincent van Gogh
Campo de trigo con cuervos. El cuadro fue pintado poco después de salir el pintor del asilo
de Saint Remy, unos meses antes de suicidarse en 1890. Una descripción de esa obra reza
así:
Señales de su aflicción y de sus temores abundan en esta obra turbulenta y emotiva.
El cielo es de un profundo azul iracundo que domina las dos nubes que se ven en el
horizonte. El primer plano es incierto; se ve un mal definido cruce de caminos. Una senda
lodosa que aparece en parte en primer plano corre ciegamente a ambos lados de la tela; una
pista de verde hierba describe una curva por el campo de trigo para desaparecer en un punto
muerto. £1 trigo mismo se yergue cual un mar encolerizado como para pugnar con el
tormentoso cielo. Batiendo las alas, una bandada de cuervos se precipita tumultuosamente
hacia el espectador. Hasta la perspectiva contribuye a crear este efecto; el horizonte avanza
incesantemente hacia adelante. En este cuadro van Gogh pintó lo que debe de haber
sentido: que el mundo se cerraba sobre él y que los caminos para escaparse estaban
bloqueados, con el campo que se erguía y con el cielo que se precipitaba enardecido hacia
abajo. Creado en un estado de profunda ansiedad, el cuadro revela así y todo la fuerza de
van Gogh, su uso expresivo de los colores y su firme sentido de la composición.133

Las respuestas del público

Hace unos años hubo una exposición de las obras de Les Fauves, aquellos pintores
que hicieron tanto impacto en el París de su época al mostrar una nueva visión de la
realidad, un nuevo modo de ver lo que nos rodea y por el cual se los denominó “las fieras”.
Profundamente afectado por la exposición, uno de nosotros escribió:

Comprendí que ahora podía ver el mundo de una manera nueva para mí. Podía
contemplar una multitud o personas y edificios y verlos como si fueran pinturas de Derain o
de Seurat. Gané algo nuevo y aprendí algo sobre mí mismo y sobre mis potencialidades
para organizar y percibir el mundo.134
En la antigua China no se exhibía una pintura sino que se la desplegaba ante un
amante del arte que se encontraba en un apropiado estado de gracia. La pintura tenía la
función de ahondar y acrecentar su comunión con la naturaleza.135

Una niña después de haber oído la Novena sinfonía de Beethoven por primera vez
preguntó: ¿'"Qué debemos hacer ahora?” Rilke, en su oda a un Apolo arcaico, describió el
efecto que le hizo ver la estatua por primera vez. Termina diciendo: "Debes cambiar tu
vida”.
Goethe, al hablar de arte, declaró que el arte despierta sentimientos y comprensión
que de otra manera serian oscuros o herméticos.136

En sí misma la poesía no nos mueve a ser justos o injustos. Suscita en nosotros


pensamientos a cuya luz la justicia y la injusticia se ven con terribles y agudos contornos.137

El artista produce objetos de valor. Estamos dando aquí una respuesta a la pregunta
de lo que es el valor. El artista nos muestra nuevas posibilidades de nosotros mismos y del
mundo. Por eso se mira como a un genio al primer artista de una nueva escuela que nos
procura una nueva visión de las posibilidades. Los artistas posteriores de la misma escuela,
por grande que sea su talento, suelen considerarse como figuras secundarias.
El arte también ayuda a formular y reforzar la visión cultural aceptada de la realidad
e indica la mejor manera de responder a ella. También ésta es una importante función. Pero
el artista nos ayuda en nuestra busca no sólo en lo que corrientemente entendemos por
"nuevas realidades”, "nuevas construcciones del universo”; tal vez más importante aún sea
el hecho de que en cada período buscamos constantemente nuevos equilibrios y síntesis de
razón y emoción, de individualidad y de relación, de apariencia y de esencia, de tensión y
de relajamiento, de lógica e intuición, de hacer y de ser, de actitud apolínea y de actitud
dionisíaca. Dentro de cada imagen del mundo el artista busca estos equilibrios y nos
presenta los frutos de su indagación. También en estos ámbitos el artista nos ayuda a
remodelamos y a remodelar el mundo "más cercano al deseo del corazón”.
Hace algunos años uno de nosotros, que formaba parte de un grupo de estudiosos
graduados, tuvo la oportunidad de observar a una experta y cariñosa psiquiatra de niños,
Edith Meyer, en su trabajo con un nuevo paciente. La psiquiatra dijo a los miembros del
grupo que el niño de ocho años que iba a presentarse tenía un síntoma que la desconcertaba.
De manera repetida y obsesiva el niño preguntaba: "¿Es verde el pasto?”, pero ninguna de
las respuestas que se le habían dado hasta entonces parecía satisfacerlo. La doctora Meyer
había hablado con los padres, pero todavía no había visto al niño.
Los miembros del grupo nos fuimos a otro cuarto y observamos el consultorio sin
ser vistos. El niño, que parecía bastante tenso, y la madre entraron en el consultorio donde
fueron recibidos por la doctora Meyer; al cabo de unos pocos minutos de conversación, la
madre se retiró a la sala de espera. El niño y la doctora Meyer conversaron un rato y luego,
durante una pausa, y mientras ambos miraban afuera por la ventana, el pequeño se volvió
hacia la doctora y con una expresión y un tono graves preguntó “¿Es verde el pasto?”.
La psiquiatra lo miró con lo que parecía concentrada atención durante un largo
minuto y luego le respondió: “Sí, yo veo del mismo modo en que ves tú”. El chico lanzó un
profundo suspiro y pareció enteramente relajado. Posteriormente en una reunión que tuvo
con nosotros la doctora Meyer explicó que aquel niño nunca volvió a repetir la pregunta y
que se encontraba mucho más tranquilo, pero que de todos modos ella continuaba
trabajando con él.
Esta anécdota ilustra otro aspecto de este dominio del arte. El arte nos hace saber
que no estamos solos con nuestras percepciones, que otros también ven las cosas como
nosotros. Diferimos de los demás, de suerte que cada uno de nosotros es único y, por lo
tanto, hasta cierto punto está solo en el universo que construye, lo cual puede significar una
enorme y triste soledad. Cuando contemplamos un cuadro al que respondemos con “una
intensa sensación de reconocimiento” y decimos: “Sí, así es exactamente”, cuando topamos
con personajes de ficción que sustentan la misma imagen del mundo que nosotros, cuando
respondemos a una obra musical con la sensación de que se trata de algo “cabal” que
disminuye las tensiones que apenas sabíamos que teníamos, entonces la obra de arte está
cumpliendo el segundo propósito. Un brazo cálido se ha extendido a través del tiempo y la
distancia para hacemos saber que no estamos solos, que otros viven en el mundo y lo ven
como nosotros. El artista nos repite el mensaje de Plotino: “Nadie anda sobre una tierra
extraña”. Joseph Wood Krutch dijo: “La obra de arte está lograda sólo cuando nos
reconocemos en ella, sólo cuando podemos decir: ‘La vida es realmente así’”.138
Como el dominio de las respuestas del público está en la esfera de la conciencia, de
la vida interior, las significaciones de los términos “medición”, “estado” y “causalidad” no
habrán de ser aquellas significaciones necesarias para que resulten válidos los datos de la
realidad sensorial, sino que serán las significaciones necesarias para hacer válidos los datos
de la esfera de la conciencia. Por ejemplo, aunque es teóricamente posible realizar una
medición numérica precisa del efecto de una obra de arte en un observador y aplicar
técnicas objetivas y cuantitativas, si la misma técnica se aplica varias veces al mismo
observador, los resultados serán diferentes cada vez. Esto se debe a que el observador es
diferente en cada momento en que contempla la obra de arte. Nunca es el mismo dos veces

...aun cuando la repetición física sea exacta, como en la música grabada en discos,
porque el grado exacto de familiaridad con un pasaje afecta la experiencia; y este factor
nunca puede ser permanente.139

Este es un corolario del hecho de que en la esfera de la conducta molar y de la vida


interior resulta imposible predecir acontecimientos futuros específicos aunque, después de
ocurridos, podamos percibir que estaban determinados y que debía acaecer exactamente
como sucedieron (véase el capítulo 7). Si comprobáramos que podemos obtener la misma
respuesta en lo tocante al efecto de una obra de arte en un observador cada vez que
hacemos la prueba, sería posible predecir con precisión hechos en las esferas de la conducta
molar y de la vida interior. Esto crearía una paradoja, una contradicción entre las leyes que
rigen diferentes esferas, pero semejante contradicción no es posible.
El hecho de que el “mismo” observador responda de manera diferente cada vez que
se le presenta el mismo estímulo es un hecho semejante a la situación que se da en la esfera
del microcosmo. También aquí la “misma” preparación dará diferentes resultados cada vez
que se hace la prueba. Sin embargo hay razones muy diferentes detrás de la semejanza de
los hechos de estas dos esferas.
Una ciencia de este dominio de las respuestas de los espectadores, una ciencia de la
“evocación”, tendrá que considerar la psicología individual de los observadores y, por lo
tanto, su fondo cultural. Por ejemplo, las catedrales góticas con su espacio de “desenfrenada
actividad ... satisfacen las necesidades de la religión gótica y su anhelo de liberación”.140
Para el hombre clásico, de orientación más apolínea, ese espacio tenía mucha menos
significación. El hombre clásico no deseaba perderse en el espacio; la arquitectura gótica
está hecha para ese fin.
Es posible que todavía no poseamos las técnicas específicas para llevar a cabo estas
mediciones (del efecto de una obra de arte sobre el público). Nuestras pruebas pueden no
ser lo bastante precisas. La cuestión de si ya poseemos o no poseemos las técnicas
necesarias para llevar a cabo esas mediciones debería someterse a prueba tratando de
aplicar las técnicas relevantes que ahora poseemos. Esto todavía no se ha intentado. Con
todo, si aún no poseemos las técnicas, tenemos el conocimiento y la capacidad para
desarrollarlas si así lo deseamos. Una vez que una ciencia define los medios técnicos que
necesita, éstos (a menos que sean teóricamente imposibles) se desarrollan pronto, como nos
lo muestra, por cierto, nuestra experiencia en otros campos.
Los datos de este dominio proceden todos de aquellas situaciones en que el
espectador responde a la obra de arte y no la enfoca desde el punto de vista de la
descripción o la clasificación. En sus Cartas a un joven poeta, Rilke escribió:

Las obras de arte son de una soledad infinita, y nada llega tan poco a ellas como la
crítica. Sólo el amor puede captarlas, comprenderlas y juzgarlas bien.

Freud escribió una vez: “La esencia del análisis es la sorpresa”. En verdad, ésta es la
esencia de todo crecimiento o cambio. Únicamente cuando nos abrimos a la experiencia de
la sorpresa podemos experimentar algo nuevo, algo que no hemos decidido de antemano.
Sólo de esta manera podemos cambiar. Si de antemano decido cuál habrá de ser mi
experiencia, no puedo tener una experiencia nueva. La respuesta del espectador debe ser
libre y espontánea para que lo sea la experiencia que tenga en este dominio.
En el dominio de la respuesta del público, una obra de arte, como lo señaló
repetidamente Roger Fry, es “un cristal y una transparencia”. La obra desaparece en su
propia significación así como el lenguaje desaparece en lo comunicado por él. En la medida
en que no desaparece en sí misma, la obra de arte es tratada como un objeto del dominio de
las cosas hechas por el hombre.

El dominio de las cosas hechas por el hombre

El estudio de este dominio comenzó con las descripciones de obras de arte


contenidas en las biografías de artistas renacentistas italianos. Cuando consideramos obras
de arte como objetos que pueden ser vistos o tocados, como objetos de la esfera sensorial,
podemos clasificarlas de una manera u otra según lo consideremos conveniente; podemos
clasificarlas por el tamaño o la forma y podremos hablar de una sonata o de un concierto;
por escuelas o por siglos o por regiones geográficas o por su valor económico.
Debemos hacer resaltar una vez más que ningún dominio es más válido o menos
válido, más real o menos real que cualquier otro. Volvemos a decirlo aquí porque a menudo
aquellas personas interesadas en el arte desde el punto de vista de las cosas hechas por el
hombre —como por ejemplo, esos especialistas que hacen hincapié en detalles técnicos
tales como las pinceladas de una pintura o el número de concavidades en las estatuas
antiguas— desprecian burlonamente (y son despreciados burlonamente por ellos) a los
especialistas en otros dominios del arte. Denigrarán, tildándolos de “anticientíficos”, a
aquellos interesados en la intención del artista o en la respuesta del público, en tanto que los
especialistas interesados en otros dominios del arte denigrarán a quienes trabajan en el
dominio de las cosas hechas por el hombre y los llamarán “pedantes”. Sin embargo, una
vez aceptado el concepto de diferentes dominios de experiencia y aplicándolo al arte,
podemos comprender no sólo la validez de cada dominio y el hecho de que diferentes
dominios exijan diferentes métodos de indagación, sino también hasta qué punto el estudio
de cada dominio contribuye al conocimiento de los otros. El conocimiento de la fecha de
una pintura puede ofrecer importantes indicios en cuanto a la intención del pintor
(atendiendo a las orientaciones culturales de su sociedad), en cuanto ú medio empleado (por
ejemplo, las invenciones artísticas accesibles en esa época), en cuanto al fondo cultural, que
permite responder a algunos espectadores y no a otros, etc. En una parte posterior de este
capítulo volveremos a tratar el presente tema cuando nos ocupemos de arte y cultura.
Conviene tener en cuenta aquí que los especialistas en la clasificación de obras de
arte todavía no encontraron un lenguaje apropiado para este terreno. Nos hemos valido del
lenguaje de la biología en nuestras descripciones del arte, en lugar de acuñar un lenguaje
adecuado para este dominio. Hablamos del “nacimiento de una escuela”, de su
"‘florecimiento” y de su “decadencia y defunción”. Nos referimos a “vástagos de una
escuela” a la “madurez de un estilo”, y a su “marchitamiento”, a una “escuela que murió de
muerte prematura”, a un artista que “se bifurcó en su técnica”, a un artista cuya obra
“contenía las simientes de un nuevo renacimiento” y a “los últimos estertores del
amaneramiento”. Decimos cosas como éstas; “...la voluntad gótica de forma se agotó y
perpetuó su propia muerte en la suprema utilización de su energía”.141 Hablamos de
“barroco romano” y de la “escuela umbría” “...de una manera vagamente estructurada sobre
la clasificación biológica por tipología; morfología y distribución”.142
De manera que tomamos de la esfera visual y táctil un lenguaje especializado propio
de esta esfera para aplicarlo a otra. Atendiendo a lo que hoy sabemos sobre cómo el
lenguaje que usamos para describir algo modela y limita nuestro pensamiento, no ha de
asombramos que hayamos hecho tan pocos progresos en la clasificación del arte y que este
dominio aún aguarde a su Linneo.
Desde nuestro punto de vista, “una obra de arte” abarca la intención del artista, un
medio y la respuesta del espectador. Sin la primera se trata de un objeto bello o de una
escena bella. Sin la tercera es un “objeto de arte”, una obra clasificada en lugar de ser algo a
lo que se responde. Desde este punto de vista una obra de arte puede cambiarse en un
objeto de arte cuando la cultura se modifica hasta el punto de que ya no responde a esa obra
de arte, que puede volver a cambiarse en obra de arte cuando la cultura aprende de nuevo a
responder a ella.
Las obras de arte primitivas y africanas eran, para la mayor parte de los
occidentales, objetos de arte que había que clasificar hasta que un Picasso nos enseñó la
manera de responder a ellas. Luego, para los mismos occidentales esas obras se
convirtieron en obras de arte. “Los objetos de arte pertenecen sólo al período en que fueron
hechos; las obras de arte pertenecen también a nuestro propio período”.143
Cuando se consideran las obras de arte desde varios puntos de vista tales como
dimensiones, forma, valor económico, escuela o tradición se las considera como fenómenos
observables del dominio de las cosas hechas por el hombre. Este es uno de los dominios
legítimos y necesarios de las obras de arte. Es un dominio situado en la esfera sensorial, en
la esfera visual y táctil, y se aplican a él los principios limitantes básicos así como las
definiciones de “espacio”, “tiempo”, “causalidad”, etc. de este dominio.

El dominio del medio

Por el término “medio” entendemos aquí las artes específicas como pintura,
escultura, arquitectura, poesía, danza. Seamos consecuentes y enfoquemos cada uno de
estos medios haciendo nuestras habituales preguntas. ¿Cuáles son los observables que
encontramos aquí? ¿Cuáles son las leyes relativas a ellos? ¿Cuál es la significación de los
términos “espacio”, “tiempo”, “estado”, “causalidad” que necesitamos para que los datos
resulten válidos? Si formulamos esta preguntas, comprobamos que con frecuencia
obtenemos diferentes respuestas en medios diferentes. Si la significación de los términos
fundamentales es diferente en cada medio, luego necesitamos diferentes sistemas
metafísicos para hacer que los datos sean válidos. Con sorpresa comprobamos que no hay
un sólo dominio que abarque estos diferentes medios, sino que cada cual está en un
dominio separado y en una esfera separada. Una esfera -según indicamos antes— está
compuesta por un dominio o grupo de dominios en el que puede usarse un solo sistema
metafísico para que resulten válidos los datos y las relaciones entre observables. Un
dominio que necesita un sistema metafísico diferente está en una esfera diferente.
No nos proponemos analizar en este capítulo los diferentes medios artísticos desde
este punto de vista; no tenemos ni la capacidad, ni la formación para hacerlo; además, éste
no es el lugar de llevar a cabo una indagación exhaustiva. En cambio, examinaremos un
medio como ejemplo —el de la pintura— y formularemos una pregunta: “¿Cuál es la
significación del término ‘espacio’ en una pintura?”
En pintura el espacio (lo que la filósofa Suzanne Langer llama “espacio virtual”144)
está sólo presente para un sentido y no tiene ninguna conexión con otros sentidos. Como es
sólo visual, no tiene ninguna conexión con el espacio (o espacios) en que nos movemos y
actuamos (espacio personal, espacio euclidiano, etc.). Sus fronteras no lo separan de estos
otros espacios porque toda frontera que separa también conecta y aquí sencillamente no hay
conexión alguna entre estos espacios. Estos diferentes espacios son igualmente reales pero
no guardan conexión entre sí. Uno ni siquiera “interrumpe” los otros. El espacio visual
creado enteramente concluso en sí mismo, aun cuando se lo perciba extendiéndose en todas
las direcciones, “detrás” y más allá de sus fronteras”.
Hildebrand, el teórico de arte, trata las relaciones del “espacio pictórico” con el
“espacio práctico” y muestra que el espacio pictórico es real y está en el espacio práctico,
sólo que no lo interrumpe, no lo hace discontinuo.

Imaginemos el espacio total como una masa de agua en la cual podemos hundir
ciertas vasijas: así podemos definir cuerpos individuales de agua sin destruir empero la idea
de una masa continua de agua que lo abarca todo.145

El “espacio” del arte pictórico se percibe del modo más claro en una película
cinematográfica, que es una experiencia completamente visual; es un espacio separado del
espacio circundante, arquitectónicamente relacionado consigo mismo, que se extiende en
todas las direcciones al infinito, opuesto al ojo y relacionado directamente con él.
Cualquiera que sea el tamaño de un cuadro en la esfera sensorial “objetiva” -llene o
no llene nuestro campo visual—, la pintura es un campo visual total en sí mismo. No hay
ninguna relación entre las dimensiones sensoriales de un cuadro y la medida en que éste es
un campo visual completo; siempre se trata de esto último.
Un experimento simple e interesante puede demostrarlo. Imaginemos una pintura
dispuesta de manera tal que sólo podamos verla a través de un tubo de la misma forma del
cuadro. Todo cuanto podemos ver a través del tubo es la pintura. En el campo visual no hay
nada con que podamos compararla. Por la experiencia visual solamente resulta imposible
decir si estamos contemplando una miniatura o un gigantesco cuadro mural.
(Aunque estos comentarios se refieren al arte pictórico, son en general un principio
del arte. No hay relación alguna entre espacio y dimensiones sensoriales y táctiles y espacio
y dimensiones virtuales. En el Louvre se encuentra la magnífica Victoria de Samotracia.
Cuando uno la contempla desde la parte baja de la escalinata —la obra está de frente en el
primer rellano— obviamente tiene las dimensiones “correctas”, a nadie se le ocurriría
reducir o aumentar sus dimensiones; ése es el tamaño correcto; sobre esto no cabe la menor
cuestión. Luego, descubre uno un gabinete de cristal a la derecha. Nunca se encontraron los
brazos de la estatua, pero sí se encontró una de las manos que está allí expuesta. Cuando
uno la mira divorciada de la estatua, la mano parece enorme, bulbosa, tosca. Entonces se da
uno cuenta de que toda la estatua es varias veces mayor que el tamaño natural.)
Los atributos del espacio en pintura son también muy diferentes de los atributos del
espacio euclidiano. Sobre este punto el pintor y teórico de arte Hans Hofmann escribió lo
siguiente:
La profundidad, en el sentido plástico pictórico, no se crea disponiendo los objetos
uno tras otro, en dirección de un punto que se desvanece... Sino que, por el contrario, se
obtiene mediante la creación de fuerzas en el sentido de empuje y tracción ...; las fuerzas de
empuje y tracción obran tridimensionalmente sin destruir otras fuerzas que obran
bidimensionalmente. Para crear el fenómeno de empuje y tracción en una superficie plana
hay que comprender que por su naturaleza el plano pictórico reacciona al estímulo recibido
automáticamente en la dirección opuesta…146

Hemos usado el espacio pictórico como un ejemplo. Cada medio de arte tiene sus
propias definiciones de espacio. Cada cual es diferente del espacio psicológico con sus
atributos de delante - detrás, lejos - cerca, arriba - abajo, izquierda - derecha. Cada cual es
también diferente del espacio en el microcosmo, del espacio en la esfera sensorial o del
espacio en el macrocosmo.
Aquí puede ser conveniente una breve digresión de nuestro análisis del “espacio'’ en
el arte pictórico. Consideremos brevemente (y, es de lamentar, superficialmente) algunos de
los otros “principios guías” que usamos para organizar nuestras percepciones y veamos
cómo se aplican a este dominio. El tiempo en el dominio del medio no es el tiempo en la
esfera sensorial, el tiempo de una cosa después de otra; es el tiempo en que existen los
mitos, el tiempo en que todas las cosas acaecen a la vez. Muchas cosas suceden en el
mismo momento; todo el cuadro es “acontecer” de una vez. El efecto del Hammerklavier o
de uno de los Nenúfares de Monet es el efecto de la otra total en el oyente y en el
espectador. Esa es su significación. Cualquier otro tipo de análisis no considera la obra en
los propios términos de ésta, sino que lo hace en los términos de otro dominio.

Una vez traté de indicar el tiempo propio del arte comparándolo con el tiempo de
los santos cuando uno les dirige oraciones. El fiel cree que un santo pertenece al presente,
pues así se lo permite su vida eterna, presente en el cual se realiza la oración. El santo
pertenece también al tiempo histórico puesto que tiene una biografía... Por último el santo
pertenece al tiempo cronológico, a la duración de su vida. La admiración “actualiza” una
obra de arte así como la oración actualiza a un santo.147

En este análisis de los dominios de los medios inmediatamente salta a la vista otro
aspecto. Los objetos de la esfera visual y táctil pueden reducirse a sus partes componentes,
que pueden estudiarse separadamente, comprenderse en su funcionamiento y luego pueden
ser de nuevo reunidas. Cuando se las vuelve a armar funcionan tan bien (o a veces mejor si
en el proceso se las ha sometido a limpieza) como antes. Las cosas del dominio de los
organismos vivos también pueden descomponerse en partes, las cuales pueden ser
estudiadas. Podemos entonces comprender mejor cómo funcionan esos componentes y qué
relaciones tienen entre sí. Sin embargo, de este procedimiento no podemos sacar la
conclusión de lo que sea la “vida” y ciertamente no podemos volver a reunir los
componentes para que funcionen de nuevo vivos. Las obras de arte pueden analizarse en
sus componentes, como cuando contamos las pinceladas de una pintura, cuando estudiamos
la interacción de forma y color, cuando vemos lo que ocurre ^i cambiamos el medio de
bronce o cuando contamos el número de veces que Shakespeare usó cada palabra en sus
obras. Pero estas cosas nada nos dicen del efecto total de la obra de arte y parecen
totalmente irrelevantes en este dominio. Podemos volver a armar la obra de arte después de
analizada y si lo hacemos diestramente parecerá tan buena como antes.
Al examinar cada nuevo dominio debemos tener conciencia de que hacemos
muchos supuestos de los cuales ni nos damos cuenta. Se trata de regias y expectaciones que
proyectamos a la realidad de manera inconsciente o apenas consciente.
Estas generalizaciones de nuestra experiencia en la esfera sensorial pueden ser o no
ser válidas en otras esferas, pero no podemos saberlo hasta haber adquirido conciencia de
ellas y haberlas sometido a prueba. Una de estas generalizaciones, por ejemplo, es el
concepto que supone un punto central de equilibrio. Un litro de agua a cuarenta grados y un
litro de agua a ochenta grados, si se los mezcla, formarán dos litros de agua a sesenta
grados. Dos onzas de peso puestas en un platillo de una balanza y dos onzas puestas en el
otro platillo hacen que la aguja marque exactamente el centro. Pero, en las esferas en que
los observables no pueden reducirse a términos cuantitativos, en principio este concepto
carece de significación y sólo sirve para trabar y confundir nuestro pensamiento. Si
tratamos factores tales como esperanza y temor, forma y contenido, lo dionisíaco y lo
apolíneo, sufrimiento y placer, naturaleza y cultura, instinto e intelecto, derechos del
individuo y derechos del estado, libertad y tradición, el concepto que establece
automáticamente un equilibrio en un preciso punto medio sencillamente no puede aplicarse.
En los observables que no pueden reducirse a términos cuantitativos y en sistemas no
lineales, no existe sencillamente semejante “término medio”. Los procesos mentales no
obedecen a leyes lineales puesto que no hay números que puedan asignárseles con sentido.
No puede uno esperar que sumando dos unidades de alegría y dos unidades de aflicción
logre obtener dos (o cuatro) unidades de serenidad. En muchas esferas “el concepto de
polaridad es realmente una desafortunada metáfora en virtud de la cual una confusión
lógica es elevada a la dignidad de un principio fundamental”.148 En los dominios del arte
debemos guardamos de considerar aplicable este concepto hasta no haber examinado bien
si en efecto lo es.
Estas breves consideraciones sobre el espacio y otros principios guías de la pintura
sirven como ejemplo de la manera en que las definiciones de términos básicos tales como
“espacio, “tiempo” y “estado” son diferentes en diferentes medios artísticos. Si se compara
la significación de espacio o tiempo en pintura, música y danza se comprobará que son
diferentes en la medida en que se necesitan diferentes sistemas metafísicos para que los
datos sean legítimos. Esta es la razón por la cual hemos llegado a la conclusión de que cada
medio artístico es una esfera diferente de experiencia.

Arte y cultura

La busca de significación, valores y organización del cosmos a que se lanza el


artista no es una empresa caótica o fortuita; en cada período del desarrollo de una cultura
esa busca está limitada en sus posibilidades y regulada por diversos factores. Primero, lo
mismo que los hombres de ciencia, los artistas están limitados por los métodos técnicos de
que pueden disponer. Los hombres de ciencia no podían estudiar las bacterias antes del
invento del microscopio, y algo parecido ocurre con los artistas. Los pintores de la actual
pintura occidental disponen de muchos más recursos artísticos que aquellos de que
disponían los pintores del Renacimiento y, por lo tanto, tienen más posibilidades de crear
formas en sus telas. El efecto de este factor en el arte fue descrito por Nietzsche, quien dijo
que la meta del artista es pintar

“Fielmente toda la naturaleza”, pero ¿en virtud de qué artificio


Puede la naturaleza someterse a la coacción del arte?
El más pequeño fragmento de la naturaleza es aún infinito
Y el pintor pinta pues lo que le gusta de ella.
¿Y qué le gusta? ¡Le gusta lo que puede pintar!

Las posibilidades que se ofrecen a los artistas están también limitadas por los puntos
de vista de la cultura en que viven. Cada cultura realiza ciertos enfoques de lo infinitamente
posible y hace que otros enfoques resulten imposibles o incomprensibles. Una historieta en
dibujos publicada hace varios años mostraba el estudio de un pintor renacentista. En él se
veían típicas pinturas del período colgadas en las paredes. En un rincón estaba el famoso
cuadro de Mondrian de 1921 Composición con rojo, amarillo y azul. El pintor renacentista
explicaba a un amigo: “Oh, eso es sólo algo que traté de hacer pero que no me salió bien”.
De esos intentos de organización de la realidad, hechos por sus artistas, cada cultura
selecciona algunos que considera “logrados” y rechaza otros. Lo que la cultura elige luego
ayuda a modelar esa cultura.
La naturaleza de la cultura y de las construcciones de la realidad, profundamente
vinculadas con ella, la constante realimentación y las constantes correcciones entre
“naturaleza” y “conciencia”, la retroacción epistemológica pueden verse quizá del modo
más claro en esta relación entre los artistas y la sociedad. De la variedad de posibilidades
coherentes que existen dentro de los límites de la imagen del mundo de su cultura y los
inventos artísticos que el artista conoce, éste elige una construcción de la realidad y escribe,
compone o pinta dentro de esos límites. La sociedad elige a algunos artistas a quienes
presta particular atención y entonces las concepciones del artista se convierten en factores
que forman la sociedad. La sociedad griega preclásica eligió como a su principal artista a
Homero quien luego hubo de ejercer una profunda influencia y contribuyó a formar la
sociedad griega clásica. Todavía no conocemos suficientemente los factores que hacen que
una sociedad elija una determinada concepción artística u otra. Pero una vez elegida, esa
concepción profetiza en cierto modo el futuro de la sociedad en cuestión porque está
contribuyendo a formarla.
André Malraux señaló que: “No nos importa que Rembrandt parezca moderno pero
nos fastidia que una pintura moderna parezca un Rembrandt”.149 Una razón de ello surge de
nuestras anteriores consideraciones. Cuando un artista trata de pintar un cuadro propio de
una concepción del mundo que no es aquella en que él mismo vive -como por ejemplo, si
un artista moderno tratara de pintar un cuadro religioso medieval— no está explorando su
propio paisaje interior ni tratando de ampliarlo, sino que está pintando más bien un paisaje
exterior a él mismo. Por eso su obra resulta una pintura falsa. Aquí el artista sigue el
método del científico, el método propio de la esfera de la ciencia, no del arte. El método de
la ciencia consiste en indagar y establecer la realidad perceptiva —lo que se percibe como
exterior a nuestra experiencia interna— y describirla de suerte que podamos percibir algo
nuevo y luego cambiar. El método del arte consiste en cambiar nuestra experiencia interior
de suerte que luego percibimos el mundo exterior (y nuestra experiencia interior) de manera
diferente.

El poeta describe su experiencia total. Un poema es una expresión y un modo de


ordenar su experiencia. Un hombre de ciencia trata de describir tan sólo experiencia
perceptiva.150

Una pintura medieval representa un mundo en el cual todas las cuestiones


importantes son teológicas: un mundo en el cual Cristo era el hombre perfecto y todos los
empeños humanos consistían en emularlo. Ese ya no es el mundo en que actualmente
vivimos. Quien hoy trate de pintar el mundo de Giotto y de Fra Angelico, de Dante y de
Nicolás de Cusa, pintará un mundo falso y sus pinturas serán superficiales.
Cuando esa rara excepción, Dalí, logra pintar satisfactoriamente una Crucifixión o
una Ultima Cena recurriendo a técnicas modernas para explorar una antigua visión de la
realidad, sabemos que por lo menos durante el tiempo en que estuvo pintando, Dalí percibía
esa imagen del mundo y reaccionaba a ella en consecuencia. Empleando todos los recursos
estéticos que le eran accesibles hoy, Dalí nos estaba mostrando lo que sentía en esos
momentos y acaso también lo que nosotros pudiéramos ver y sentir. Dalí estaba viviendo en
ese mundo y no se limitaba tan sólo a describirlo; era como el hombre que habiendo
tomado LSD y hallándose todavía bajo la influencia de la droga describe un estado de
conciencia alterado. Dalí vivía esa imagen del mundo y por lo tanto su pintura era
“auténtica”.
Si hoy tratamos de recrear la arquitectura gótica lo haremos sin tomar parte en la
busca espiritual original. Lo gótico surge así con la apariencia de haber sido diseñado por
una computadora, no por la relación del hombre con Dios.151 Si no comprendemos la
naturaleza del universo de los arquitectos góticos, de su anhelo de poner la conciencia del
hombre en relación directa con Dios, no podemos crear esa arquitectura en sus propios
términos, sino que lo haremos según nuestros actuales puntos de vista. Uno es entonces
como los “ingenuos” historiadores descritos por Nietzsche que “...miden todas las
opiniones y acciones pasadas según las opiniones que prevalecen en el presente y llaman a
esto ‘objetividad'...” y consideran que su misión es “...hacer encajar el pasado en la
trivialidad del presente”.
Durante el período medieval, la principal misión del arte era crear el mundo
sagrado, reorganizar las percepciones del observador a fin de que éste tuviera conciencia de
que la Pasión era actual. En esa sociedad el artista estaba sometido a control. Todavía en
1573 Veronese fue reprendido por la Inquisición a causa de haber incorporado aspectos del
mundo sensorial en una pintura sagrada. A medida que se desarrolla el Renacimiento, los
artistas fueron descubriendo poco a poco la posibilidad de muchos otros mundos diferentes
(“La pintura es una forma de poesía hecha para ser vista”, dijo Leonardo.) Los artistas
podían ahora lanzarse a la busca de todos los mundos a que podía llegar su imaginación, a
todas las visiones de la realidad que pudieran construir. El control religioso ejercido sobre
las ciencias y las artes se había debilitado en gran medida y tanto el arte como la ciencia
ampliaron sus exploraciones.
Roger Fry trató detalladamente el paralelo entre el impulso científico del
Renacimiento (de comprender el mundo) y el impulso artístico de ese período (reproducirlo
exactamente). Durante cinco siglos el arte occidental estuvo principalmente preocupado
con ese problema “...o bien una exacta imitación de un escenario real o bien la realización
de una pintura de conformidad con las leyes ópticas a las que inevitablemente se conforma
nuestra visión”.152
No parece en modo alguno una coincidencia el hecho de que en el mismo momento
(los comienzos del Renacimiento) en que la orientación cultural tendía a comprender y
dominar la naturaleza, el arte comenzara su intento de cinco siglos de representar una
naturaleza exactamente como ésta se manifestaba a los ojos y que Giotto y sus seguidores
introdujeran una nueva idea, la de que la naturaleza era bella. Ni al hombre griego clásico
ni al hombre medieval se le habría ocurrido imaginar semejante idea.153 Parece legítimo
decir que las cosas no se manifiestan bellas hasta que el artista nos enseña a ver esta
cualidad de la belleza. El arte nos enseña así otra manera de disponer nuestras categorías de
lo que percibimos.

Es dudoso que alguien encontrara algo más que lobreguez y “fealdad” en las nieblas
y brumas de Londres a orillas del Támesis antes de que Whistler... confiriera a la sombría
atmósfera londinense permanente belleza.154

Hay una profunda verdad en el comentario de La Rochefoucauld de que si no fuera


por la poesía pocas personas se enamorarían. Lo inverso es también cierto. Si unos pocos
no se hubieran enamorado, nadie habría escrito poesía.155
En la última parte del siglo XIX

Se abandonó francamente el empeño de cinco siglos de esfuerzos europeos. Ahora


ya no tiene importancia primaria la apariencia del mundo visible. El artista busca algo
debajo de las apariencias... 156

Picasso dijo: “Pinto según lo que pienso, no según lo que veo”.


Como los artistas buscan nuevas maneras de organizar la realidad, siempre
representan una amenaza a la estabilidad de una sociedad. Quienes consideran la
posibilidad de una determinada forma de estado o de utopía que debería permanecer
inmutable piensan que el artista es un peligro. Desde La República de Platón hasta la Rusia
de Stalin, desde las sociedades primitivas hasta el “Reich de mil años”, quienes ejercían el
poder reconocían que para que el estado de cosas permaneciera constante el artista debía ser
controlado o expulsado. Una nueva experiencia, una nueva visión de la realidad pueden
infundir en el individuo el deseo de nuevas metas, nuevas esperanzas y ambiciones. Los
que ejercen el poder y desean conservarlo deben pues mirar al artista con sospecha. El arte
—salvo en una sociedad rígida que lo controla con firmeza- implica independencia de
indagación y si ésta obtiene éxito, luego otros pueden comenzar a desear un cambio o a
abandonar la colmena.
El pintor Constable escribió en su cuaderno de apuntes:

La pintura es una ciencia y debería practicarse como una indagación de las leyes de
la naturaleza. ¿Por qué no habría de considerarse pues la pintura paisajista una rama de la
filosofía natural de la que los cuadros son experimentos?157

El hecho de que el arte es una busca de nuevos modos de organizar la realidad se


percibe tal vez en la circunstancia de que las sociedades tienen una marcada tendencia a
conceder la misma cantidad de libertad al arte y a la ciencia, en la circunstancia de que arte
y ciencia son controlados aproximadamente de la misma medida.
En cualquier período de una cultura el arte y la ciencia tienen ciertas convenciones y
vacas sagradas. Aquellos que las violan en los Estados Unidos no verán sus cuadros
colgados en galerías ni sus artículos aceptados en las publicaciones científicas. Hay otras
culturas con controles más rígidos que los que tiene la actual sociedad occidental. En esas
culturas la violación de las convenciones y de las reglas del arte o de la ciencia es castigada
con la prisión, hospital psiquiátrico o a veces la muerte.
Como cada nuevo desarrollo del arte (y de la ciencia, según observamos al
considerar el reduccionismo) implica un cambio en las construcciones de la realidad
accesibles a nosotros, deberíamos esperar que cada nuevo desarrollo modificara nuestras
percepciones de lo anterior. Y ciertamente es eso lo que comprobamos.

Después de van Gogh, Rembrandt no fue ya el mismo que era después de Delacroix.
(Ni Newton fue el mismo después de Einstein.) Cada genio que rompe con el pasado
modifica, por así decirlo, todo el alcance de las formas anteriores.158

Ya dijimos que el arte y la ciencia de un período (los dos impulsos principales del
desarrollo y cambio de nuestros modos de organizar la realidad) tienden a avanzar de
manera paralela, a veces aparece el arte como vanguardia de lo nuevo y a veces aparece la
ciencia. Un cambio en la comprensión artística de la realidad puede anunciar un cambio en
la imagen científica del mundo o viceversa. En la misma época las rígidas formas del
mundo medieval se fueron abriendo hasta dar en el Renacimiento y cuando Bruno mostraba
las implicaciones del concepto de infinito, la ciencia, no ya limitada por temas teológicos,
se extendía en todas las direcciones por obra de Galileo y otros mientras el arte también
contribuía a consolidar las nuevas actitudes. Por ejemplo:

En todas las pinturas conocidas en el mundo de Leonardo... (y en todas aquellas


anteriores a él que luego hemos descubierto) ... los pintores siempre componían sus obras
atendiendo a los contornos. Leonardo, al hacer indistintos los contornos, al prolongar las
fronteras de los objetos a distancias completamente distintas de las perspectivas abstractas
de sus predecesores... y al colocar todas las cosas vistas en un fondo borroso y de varios
tonos de azul, inventó una manera de representar el espacio como Europa nunca había
conocido antes. Ya no se trataba de un mero ambiente neutro de los cuerpos, sino que su
espacio abarcaba figuras y observadores por igual en la vasta perspectiva abierta al
infinito.159

Cuando consideramos los inventos artísticos de Leonardo, podemos Imaginar a


Newton ya dispuesto a traducir estos cambios de percepción en cambios de la organización
del ambiente exterior. Las construcciones a que se lace referencia en el pasaje que
acabamos de citar apuntan claramente a la idea newtoniana de la gravitación universal.
No hay nada —y esto nos resulta difícil de comprender— que represente un estilo
“neutro”, nada que represente la apariencia del objeto antes de que se agregue el estilo. No
hay una manera puramente objetiva de percibir una cosa, de percibirla tal como ella es
antes de que la conciencia la configure en algo que podemos percibir. Lo que nos parece
objetivo es lo que construimos y estamos acostumbrados a ver. El teórico de arte Sir
Herbert Read dijo:

No siempre nos damos cuenta de que la teoría de la perspectiva desarrollada en el


siglo XV es una convención científica. Trátase tan sólo de una manera de representar el
espacio que no tiene validez absoluta.160
Los múltiples experimentos de Thouless161 mostraron que la perspectiva es el modo
en que se nos ha enseñado a percibir en una superficie plana y no el modo en que se
manifiestan al ojo los objetos en el espacio tridimensional. Santayana contó que:
El (Bertrand Russell) pareció un día pasmado y horrorizado cuando dije que la
imagen del sol como disco luminoso, a veces (si uno mira a través) con rayos alrededor, es
tan ficticia e imaginaria como la idea de Febo Apolo con su cabellera y sus flechas de oro.
Los sentidos son poetas.162
En los capítulos 3, 4, 5 y 6, al ocupamos de la realidad física, tratamos
abundantemente este punto.
El arte nos conduce a nuevos modos de percibir el mundo y de reaccionar a él. El
artista sabe que no hay una sola manera correcta de percibir. Busca nuevas maneras a fin de
que podamos ver el mundo diferentemente. Busca nuevas y diferentes visiones de la
realidad y cuando logra su fin la cultura aprende a percibir con la nueva visión del artista.
Cuando le dijeron a Picasso que su retrato de Gertrude Stein no se parecía al modelo, el
pintor replicó “No se preocupe, ya se parecerá”. Análogamente, si se hubiera dicho a Ibsen
que las mujeres no se comportaban como sus heroínas, también él podría haber replicado
“no se preocupe, ya lo harán”, y setenta y cinco años después se habría demostrado que
tendría razón. Rudolph Arnheim, uno de los raros psicólogos que estudió seriamente la
estética, observó que el catálogo Roebuck del año 2000 podría muy bien contener
ilustraciones parecidas a las pinturas de Braque y Miró porque así vería la gente el mundo y
entonces esos artistas serían considerados “realistas” 163
Tal vez la función del artista y del compositor se comprenda más claramente si
comparamos su trabajo con el historiador, quien “...comunica una estructura que era
invisible para la gente que vivía en ella y desconocida para sus contemporáneos antes de
que el historiador les diera forma”.164
Ya hemos señalado que no todas las concepciones de la realidad son válidas.
Existen reglas definidas para establecer la realidad sensorial. La “arcilla” de la realidad sólo
puede modelarse en algunas formas y no soporta otras. Lo mismo cabe decir del arte. Hay
límites dentro de los cuales puede obrar el artista y si éste los sobrepasa su obra pierde
validez. El pintor Rico LeBrun escribió sobre esto: “Hay un punto más allá del cual la
imagen humana se niega a entrar en juego. Su estructura se resiste terriblemente al juego de
palabras y a lo decorativo”.165
En todas las esferas el modelo de realidad que se ha elegido debe ser usado
consecuentemente. De otra manera todo intento fracasará como fracasó la alquimia por
haber empleado una mezcla de dos construcciones de la realidad. Cuando Ta alquimia se
despojó de ciertas premisas míticas y se quedó sólo con el modo sensorial, surgió la
química —que alcanzó sus metas— en reemplazo de la alquimia. Este requisito
corresponde tanto al arte como a la ciencia. La producción teatral en la que el director no
determine claramente cuál habrá de ser el “nivel” en el cual ha de dirigirse al público, será
un fracaso. El pintor Fairfield Porter escribió “La realidad no puede ser falseada; si no es
total no llega a convencer... Es falsa cuando existe en los detalles y no en toda la superficie”
166

Las invenciones artísticas alteran la sensibilidad de la humanidad. Todas ellas


proceden de percepciones humanas y retoman a éstas, a diferencia de las invenciones útiles
que están ancladas en el ambiente físico y biológico. Las invenciones útiles alteran sólo
indirectamente a la humanidad al alterar su ambiente; las invenciones estéticas amplían la
conciencia humana directamente con nuevos modos de experimentar el universo antes que
con nuevas interpretaciones objetivas.167
Las invenciones estéticas se concentran en la conciencia individual; amplían
solamente el alcance de la percepción humana.
La sensibilidad humana es el único canal que se abre al universo. En esa condición,
tal canal puede ampliarse y el conocimiento del universo por consiguiente se ampliará.168

Los medios del arte no son aptos para comunicar los tipos de información sobre el
mundo como lo son el lenguaje verbal y el lenguaje matemático.
Ello no obstante, son idealmente apropiados para la comunicación. Eso es lo que
quería significar el compositor Félix Mendelssohn cuando escribió:

La significación de la música no está en el hecho de que sea demasiado vaga para


ser expresada con palabras sino en el hecho de que es demasiado precisa para las
palabras.169
La estructura tonal que llamamos “música” guarda una estrecha semejanza lógica
con las formas del sentir humano; formas de crecimiento y atenuación, de flujo veloz y
aminoramiento, de detención, de terrible excitación, de calma o de sutil activación y de
intervalos soñadores —tal vez no de alegría y aflicción pero sí la intensidad de una de
ambas—, de grandeza y de brevedad, de paso exterior de todo lo vitalmente sentido. Esa es
la estructura o forma lógica de la sensibilidad; y la estructura de la música es la misma
estructura elaborada en momentos medidos de sonido y de silencio. La música es
formalmente análoga a la vida emotiva.170

La música es precisa en una esfera en la cual el lenguaje verbal resulta vago, en la


esfera de la vida interior. Ya dijimos (véase el capítulo 11) que el lenguaje que usamos en
esta esfera es una serie de metáforas (ira candente, voluntad de hierro, etc.). Esto es lo
mejor que hemos logrado con nuestro puro lenguaje verdad. La pintura, la escultura, la
danza son otros medios de comunicación en terrenos en los cuales el lenguaje verbal no
resulta efectivo.
Los tipos de comunicación de los varios medios artísticos son aptos, no para dar
información sobre el mundo exterior, sino para expresar intuiciones y comprensiones no
verbales de nosotros mismos y de nuestras potencialidades. A medida que los cultivamos y
desarrollamos nuestra percepción del mundo exterior y nuestras relaciones con éste también
se desarrollarán y modificarán.
El dominio de los objetos hechos por el hombre está en la esfera sensorial y dichos
objetos deben tratarse de conformidad con los principios guías que rigen esta organización
de la experiencia, pero con esta salvedad: los dominios del arte (y aquí incluiremos también
los de la filosofía y la religión) no son dominios de investigaciones sociológicas o
antropológicas sobre lo “que es” la conducta humana, sino que aquí se dan formas de
discurso sobre la significación de juicios de valor y sus implicaciones. No presentan
“técnicas” sino que ofrecen enfoques generales de modos de ser respecto de nosotros
mismos, de los demás y del cosmos. Sin ese discurso sólo tenemos técnicas sin creencias
para prestarles apoyo. El valor y la importancia del arte, la filosofía y la religión no están
—como en la ciencia— en el hecho de llegar a conclusiones sobre las que generalmente se
está de acuerdo, sino en la circunstancia de que arte, filosofía y religión continúan
ampliando y profundizando las posibilidades de nuestro ser, para hacemos más humanos en
lugar de más mecánicos. En estos dominios se apunta no al acuerdo y a la conformidad sino
a la diversidad, a la comunicación y a la elección, a la individualidad y a la unicidad, a
modos de sentir, pensar y conducirse que sólo pueden ser probados individualmente. Esto
nos ayuda a enriquecemos de diferentes maneras en lugar de hacemos tender al tipo de
acuerdo sobre hipótesis y experimentos que encontramos en las publicaciones químicas. En
cada esfera de dominios lo que hay que tratar en sus propios términos son no sólo los
observables y sus relaciones sino también los principios guías generales, incluso las metas
y finalidades de organizar nuestra experiencia en esa particular esfera.
Un factor del “éxito” (por lo menos atendiendo a su larga y continua supervivencia)
que alcanzaron religiones como el catolicismo y el judaísmo es su insistencia básica en el
concepto de que ellas enriquecen y profundizan la vida humana independientemente de las
condiciones sociales, económicas o biológicas. Esto se advierte quizá más claramente en el
judaísmo, que ni siquiera admite que se formulen cuestiones sobre una vida posterior. Esta
religión no promete nada (en cuanto a la esfera sensorial) en este mundo —considérese, por
ejemplo, la historia de Job— o en el “siguiente”; y ni siquiera promete que haya una vida
“siguiente”. La “finalidad de la experiencia artística y religiosa es enriquecer la vida”.171
El gran teórico de arte Bernard Berenson dijo del fin y la meta del arte serio:

Nuestro mundo tal vez no sea más que el orden que nosotros formamos y
convertimos en un cosmos. Cuanto más nos refinemos y perfeccionemos como
instrumentos, mejor será el cosmos que formemos partiendo del caos.172

La belleza

Se dice que el logro de la verdad es el fin general de la ciencia corriente, de las


investigaciones experimentales y teóricas que establecen las construcciones de la realidad
física, química y biológica. Pero la verdad no es una idea sencilla; por eso comenzamos
nuestro discurso sobre la ciencia con comentarios de indagación sobre el sentido de la
verdad. La finalidad general del arte es el logro y luego el goce de la belleza. La belleza, lo
mismo que la verdad, no se puede definir de una manera única. Parece pues conveniente
considerar aquí la significación y el origen de la belleza. Una de las cuestiones que
deseamos examinar es aquella relacionada con la afirmación de Somerset Maugham de que
la belleza está en el ojo del espectador y presumiblemente en el oído del oyente.
Hemos comprobado que no hay una definición simple y universal de la verdad y
hemos llamado la atención sobre las diferencias que existen entre verdad lógica, verdad
lingüística o semántica y verdad científica. Esta última nunca está definitivamente
establecida; la hemos llamado asintótica, una meta a la que siempre tendemos pero que
nunca alcanzamos por completo. Esto implica la idea de que la verdad puede cambiar en el
proceso de buscarla. Y comprobamos que ocurre lo mismo en el caso de la belleza. Pero ni
la verdad ni la belleza, tomadas en sí mismas, definen las esferas de las diferentes ciencias
y de las diferentes artes. Esa definición se logra mediante el método que hemos esbozado y
que implica el descubrimiento de observables significativos y metodológicamente
promisorios y luego su combinación para formar leyes que puedan resultar válidas en el
campo estudiado.
Otro rasgo que hay que consignar tiene que ver con los conceptos de compatibilidad
y trascendencia que discutimos en nuestro análisis de la posibilidad de reducción en el
capítulo 8. Allí comprobamos que un dominio de experiencia o realidad tiene observables
compatibles con observables de algún dominio pero que así y todo los trascienden y
resultan por lo tanto inexplicables desde él punto de vista de los observables de ese otro
dominio. Lo mismo cabe decir de los dominios del arte.
Podemos prestar primero atención a rasgos del arte —es decir, observables
relacionados con la belleza— que tienen su origen en la ciencia, luego a otros rasgos que
los trascienden y que surgen en el proceso de alcanzar la belleza más allá de terrenos en los
que ésta tiene contacto con la ciencia.
Nuestro tratamiento de la realidad física ponía énfasis en el principio guía de la
simplicidad, la simplicidad de las leyes científicas. Un aspecto de la simplicidad se llama la
invariancia, término que nos apresuramos a explicar. (En la jerga técnica toda una rama de
la matemática llamada teoría de los conjuntos versa sobre este concepto, pero nosotros lo
describiremos en un lenguaje no matemático.)
Invariancia significa precisamente lo que normalmente implica el término: algo
permanece igual cuando se dan ciertos cambios especificables en sus alrededores. Por
ejemplo, decimos que un reloj es digno de confianza cuando entendemos que su marcha es
“invariante”, aun cuando se den cambios de temperatura, de humedad y de movimiento de
la muñeca que lo lleva. El reloj no es invariante después de recibir un martillazo. Una
armonía escrita en una escala mayor es invariante con respecto a la transposición a otras
escalas mayores, pero no a una escala menor. De manera que al considerar la propiedad de
invariancia de un objeto debe especificarse el objeto mismo así como los cambios lícitos. El
objeto puede ser concreto como el reloj y puede ser abstracto como la armonía; en muchos
importantes casos puede ser una ley o una ecuación, y entonces los cambios se llaman
transformaciones. Pero estas son cuestiones profesionales que no necesitamos examinar
aquí.
Los antiguos miraban el círculo como la figura perfecta; la razón de ello es ésta: si
se lo hace girar sobre su centro en su propio plano y en cualquier ángulo, su apariencia
continúa siendo inmutable. El círculo es invariante con respecto a todas las rotaciones.
Consideremos ahora un polígono regular. Un cuadrado es invariante en el mismo sentido
con respecto a rotaciones de noventa grados y. de todos sus múltiplos; un hexágono lo es
con respecto a rotaciones de sesenta grados y sus múltiplos, etc. Los artistas llaman
“simetría” a este tipo particular de invariancia y la consideran un aspecto elemental de
belleza, un observable de belleza. La belleza de un copo de nieve, de una flor, de un cristal,
está en su simetría, en su invariancia con respecto a las rotaciones.
Hay otras clases de simetría: la simetría bilateral es invariante con respecto a los
reflejos especulares, algo presente en la naturaleza así como en el arte. La atracción estética
que ejerce la estructura regular de un papel de pared decorativo es otro tipo de invariancia y
los cambios lícitos son los “desplazamientos de espacio” a distancias determinadas: la
estructura del papel de pared no cambia si se mueve el papel (en la dirección apropiada) por
obra de una distancia igual al espacio que hay entre sus listas o figuras.
Otro elemento estético, esta vez de la música, es la invariancia con respecto al
“desplazamiento de tiempo”. Una sucesión regular de sonidos es más agradable que el
ruido. La razón de ello es la de que si la sucesión se adelantara o se retrasara en el tiempo
en virtud de un intervalo igual al que hay entre los sonidos, el cambio no podría detectarse.
Llamamos a este tipo de invariancia, a este rasgo de la música, ritmo, y el ritmo es un
importante elemento de la música.
Los ejemplos confirman la afirmación de que algunos elementos del arte, quizá
primitivos, son compatibles con la ciencia y acaso tengan su origen en la ciencia. Razones
de espacio nos impiden tratar aquí otros numerosos ejemplos tales como la armonía de los
acordes musicales, la peculiar atracción que tiene la escala mayor y la escala menor,
muchos de los rasgos de la música clásica que en una época encontraban expresión en
rígidas reglas enseñadas en los cursos de teoría musical.
Atribuir belleza a teorías científicas o hasta a ecuaciones matemáticas, aunque esto
resulta difícil de definir, es un hecho que se registra no sin frecuencia en las discusiones
actuales, Paul Dirac, cuyo genio creador explicó la existencia del positrón, se complacía en
hablar de ecuaciones bellas. En una ocasión presentó un artículo que examinaba las
implicaciones de lo que él llamaba una ecuación bella. El análisis de esa ecuación llevaba a
un resultado que le sugería la existencia de un nuevo on específico, todavía no descubierto,
que debía existir dentro de la serie rápidamente creciente de partículas elementales. Luego,
durante el almuerzo, uno de nosotros le preguntó qué entendía por una bella ecuación.
Dirac replicó: “Yo no soy filósofo, pero usted sabe perfectamente bien lo que entiendo por
ella”. Y se negó a definirla en términos formales. Entonces le pregunté: “¿Espera que se
descubra esa nueva partícula?” y él respondió con un esperanzado sí. Como esta
conversación se desarrolló bastante recientemente, no podemos contar el final de la historia.
El arte va más allá de los elementos que comparte con la ciencia, los trasciende de
muchas maneras y crea su propia esfera peculiar de experiencia, sus propios observables.
Inversamente, muchos rasgos de la ciencia no pueden
incorporarse en el arte. En relación con esto recordaremos un incidente que se
verificó hace unos treinta años.
El compositor y teórico Paul Hindemith, que en aquella época era profesor en Yak,
dijo a uno de los autores que deseaba componer una obra musical basada en una serie
fundamental de frecuencias que se dan naturalmente en la física atómica. Tras breve
reflexión discutimos, primero en términos cualitativos, los espectros de los átomos simples
y la extensión de sus frecuencias. Como el átomo más simple es el de hidrógeno y como su
serie más simple y esencial es la llamada serie Lyman, cuyas líneas siguen una atrayente ley
matemática que abarca todos los números enteros desde el uno al infinito, se lo mencioné
por considerarlo tal vez un modelo atractivo, pero le advertí que loa intervalos entre líneas
disminuían en el límite de la serie. Las frecuencias ópticas son desde luego mucho más
elevadas que las acústicas, pero pueden reducirse a la esfera acústica mediante la
multiplicación por un factor constante. Hindemith me pidió que le enviara los resultados de
aquella conversación. Al cabo de unos días me telefoneó para comunicarme que
desgraciadamente las frecuencias básicas no eran susceptibles de ninguna clase de
transcripción acústica.
Como en otros casos antes citados, la ciencia conduce a la esfera del arte, pero no la
agota. Buena parte de la música moderna y buena parte de la pintura impresionista y
surrealista no puede captarse con las categorías que hemos expuesto en los capítulos 4, 5 y
6.
14

Los mundos del color de Newton y Goethe:

dos dominios de la realidad

El mismo dominio de experiencia sensorial, cuando se lo analiza de manera


diferente de aquella que hemos expuesto en detalle, puede dar nacimiento a una visión de la
realidad que no es la visión a la que estamos acostumbrados. Pero esa visión es igualmente
útil para diferentes fines, en este caso, los fines del poeta y del pintor.
La teoría newtoniana de la óptica y la teoría de Goethe (en esta exposición nos
basamos en la edición completa de 1808) rara vez han sido estudiadas o analizadas como
diferentes formas de experiencia humana, como diferentes esferas de realidad. La mayor
parte de los científicos estiman que la teoría de Newton es la correcta y que la de Goethe es
falsa. En general, los artistas están de acuerdo con este juicio, pero venerando el genio de
Goethe declaran que el enfoque que éste hace del problema de los colores es más vivido,
más personal y más genuino como reacción inmediata frente a la naturaleza. Quien haya
estado en el museo de Weimar y haya visto las planchas coloreadas con las palabras de
Goethe que describen su impresión sensorial directa, la expresión de sentimientos por parte
del observador, habrá de admirar el encanto de la interpretación goetheana. Por cierto
Goethe no podía extender sus construcciones y sensaciones a la predicción lógica de los
múltiples e intrincados hechos sensoriales observados y conjeturados por Newton. El
razonamiento de Goethe no tuvo ningún efecto práctico en la construcción de telescopios ni
en la técnica de la fotografía. Sin embargo, por alguna extraña razón, su obra sobre óptica
no puede olvidarse y rara vez se la considera como un error de razonamiento.
Los cierto es que Goethe no se vahó del método con el cual los científicos
construyen la realidad, el método que explicamos en los capítulos 3, 4, 5 y 6. En cierto
sentido, Goethe partió del plano P y avanzó hacia la derecha, con lo cual penetró en su
propio espíritu antes que en el mundo de las construcciones exteriores; así creó una realidad
de un tipo en alto grado personal que, cuando se la explica verbalmente, parece despertar
resonancias afines en otros espíritus.
Muchos ven en esto una licencia poética o una prerrogativa del poeta. Nosotros, sin
embargo, no podemos estar de acuerdo con esta opinión. Goethe no era ajeno a la
investigación científica del mundo sensorial. Antes de su teoría de los colores había escrito
“Morfología de las plantas”, y hasta los biólogos piensan que anticipó la idea de la
evolución orgánica medio siglo antes que Darwin. Goethe dedica muchas páginas de sus
ojeras al intento de demostrar que Newton estaba equivocado. En aquella época hacía ya
unos cincuenta años que Newton había muerto y no podía defenderse. Con todo, pocos son
los lectores que no quedan impresionados por los argumentos tan detallados de Newton.
Sólo parece haber una estimación razonable de esta notoria situación: Newton y Goethe
presentaban realidades alternas, una útil para el físico, la otra, vagamente descriptiva de los
sentimientos de cualquier persona, pero apreciada por muchos artistas como su propio
dominio.
La cuestión de saber cuál de estas realidades es la correcta carece de importancia.
La verdad, según vimos, es un concepto evasivo. Desde nuestro punto de vista actual,
ambas interpretaciones contienen errores. Los de Newton pueden descubrirse fácilmente
porque su teoría es analíticamente explícita, en tanto que la de Goethe es vaga.
Ocupémonos primero de Newton.
Como fundador de la moderna ciencia de la mecánica, Newton explica la
propagación en línea recta de un rayo de luz atribuyendo a ésta una naturaleza corpuscular,
suponiendo que la luz consiste en partículas o corpúsculos de rápidos movimientos
emitidos por una fuente luminosa. Puede ser reflejada por sustancias líquidas y sólidas, y la
ley de reflexión es la misma que rige las bolas de billar perfectamente elásticas. Newton
explica la refracción atribuyendo diferentes velocidades a las partículas cuando éstas pasan
por diferentes medios, de suerte que aminoran la velocidad o la aceleran al pasar por la
superficie de dos sustancias transparentes diferentes. Así, cuando un corpúsculo de luz entra
en una masa de agua desde el aire y es desviado, de conformidad con la observación
común, de la superficie de entrada, el fenómeno podría explicarse suponiendo que la
partícula es atraída por el medio más denso. (Dicho sea de paso, esto resultó erróneo, pues
cuando Foucault mucho después —en 1850— logró medir la velocidad de la luz en
diferentes medios, comprobó que ésta era menor en el agua que en el aire, cuando la
atracción de las partículas debería haber hecho que la velocidad fuera mayor. Este hecho,
no conocido por Newton ni por Goethe, fue una de las razones por las que se abandonó la
teoría corpuscular de la luz en favor de la teoría de las ondas.)
La mayor contribución de Newton a la óptica fue su teoría de los colores, su prueba
experimental de que la luz blanca, la luz del sol, puede separarse en una variedad de colores
y que por lo tanto, debe consistir en tales colores. El artificio de que se valió era un prisma
que descompone un rayo de luz blanca en rayos de colores idénticos a los del arco iris.
Seguramente ese debe de haber sido el descubrimiento más sorprendente del siglo: la luz
solar, el agente unitario esencial que ilumina la tierra y tal vez el máximo (y el primero,
según el relato bíblico) regalo que hizo Dios a la humanidad, el medio que conserva la vida,
era un mero conjunto de diferentes colores. Como veremos, a Goethe le resultaba difícil
aceptar semejante idea. ¿Significaba ella que había tantas clases diferentes de partículas
lumínicas como hay colores? ¿Y cuántos colores diferentes había? ¿Una infinidad?
Muchos éxitos científicos siguieron al experimento del prisma; se descubrieron
diferentes índices de refracción en el caso de diferentes colores. Se sabía que las lentes
concentraban los rayos de luz, pero el foco de luz blanca no era una clara zona blanca;
aparecía a diferentes distancias de las lentes en sus diferentes componentes de color. Este
efecto, conocido como aberración cromática, dificultaba el empleo de las lentes y confundía
la claridad de los objetos vistos a través de telescopios que estaban hechos con lentes. Al
reconocer esta circunstancia, Newton concibió un telescopio que no tuviera refracción y
que produjera sólo reflexión, la cual es la misma en el caso de todos los colores; de esta
manera se evitaba la complicación de la aberración cromática. Como ocurre siempre en la
ciencia, él descubrimiento de Newton fue perfeccionado y en este caso se obtuvo el
telescopio newtoniano.
Pero Newton había hecho una observación que lo turbaba. Cuando colocaba la
superficie curva de una lente plana convexa (un lado plano y el otro convexo) sobre una
plancha de vidrio veía anillos coloreados alrededor del punto de contacto entre la lente y el
vidrio. No hay manera de que esta simple disposición pueda redistribuir las partículas
coloreadas en círculos de diferentes radios de los que se veían reflejados. Esos círculos,
llamados anillos de Newton, desafiaban la teoría corpuscular que él había enunciado y
luego fueron explicados por la teoría ondulatoria de la luz. Pero el propio Newton halló una
ingeniosa explicación de este fenómeno. Atribuyó a las partículas luminosas una propiedad
muy peculiar: cuando encontraban una superficie, a veces tenían disposición a ser
reflectadas, a veces a ser transmitidas. Newton intuía que una alternancia periódica de
reflexión y transmisión de una partícula dada era el único mecanismo que podía simular la
interferencia (que es una propiedad de las ondas compatible con la actual teoría ondulatoria
de la luz) y producir por lo tanto los efectos observados. De modo que atribuyó a sus
partículas “accesos de fácil transmisión” y “accesos de fácil reflexión”.
Es difícil concebir qué entendía Newton por tales accesos, y tanto los términos
como la idea fueron atacados —y ridiculizados— un siglo después por Goethe. Pero la
historia de la física ha convertido esta aparentemente absurda conjetura en uno de los
triunfos de la obra de Newton. Desde el punto de vista de su época, evidentemente Newton
tenía la impresión de que las partículas se movían en un medio de carácter desconocido y
que en virtud de su movimiento producían ondas en ese medio. Una partícula situada en lo
alto de una onda tendría disposición a ser transmitida y situada en la parte inferior de una
onda la partícula se encontraría en un “acceso de fácil reflexión”. El cuadro que se
representaba Newton parece haber sido como el de un grupo de patos que nadando en un
plácido estanque eran mecidos arriba y abajo por las ondas que ellos mismos producían.
El cuadro parece fantástico, sin embargo se aproxima curiosamente a nuestra actual
concepción de la naturaleza de la luz. Nos hace recordar la primera interpretación de
Copenhagen de la mecánica cuántica, cuando electrones y fotones eran considerados tanto
partículas como midas. Como ya dijimos., este último punto de vista se ha abandonado
ahora porque sabemos que en última instancia los onta no pueden visualizarse.
Consideremos ahora la obra de Goethe. Contrariamente a lo que creen muchos
físicos, se trata de una obra importante de tres volúmenes. El primero tiene 651 páginas, de
las cuales 300 son críticas a Newton. El segundo volumen de 757 páginas contiene una
reseña histórica y detallada de la teoría de los colores desde Pitágoras a Newton. Diez
páginas están dedicadas a describir la personalidad de Newton. El tercer volumen contiene
láminas con colores y diagramas con apropiados comentarios.
Antes de ocupamos de los detalles, expondremos el carácter fundamental del
enfoque de Goethe, Este no es matemático; Goethe desprecia la matemática y generalmente
la ignora. No se preocupa por la naturaleza de la luz ni toma partido por la teoría
corpuscular de Newton o la teoría de las ondas de Young y Fresnel. No intenta siquiera
emplear reglas de correspondencia para traducir las sensaciones lumínicas en
construcciones cuantitativas. De ahí que su teoría pueda considerarse subjetiva; pone
principal énfasis en los efectos psicológicos de los colores, en aquellos aspectos que
interesan a los artistas, en rasgos que no tienen relación con la técnica ni la aplicación.
Por lo común, se cree que Goethe interpretó mal los experimentos newtonianos del
prisma y que usó un prisma que pidió prestado presurosamente a un amigo con la esperanza
de ver los colores. Pero no hizo pasar el rayo de luz a través de una abertura sino que miró
directamente una superficie blanca y con asombro comprobó que la superficie permanecía
blanca, contrariamente a lo que esperaba por lo que había entendido de la exposición de
Newton; y comprobó que los colores aparecían sólo en los bordes de la superficie blanca.
Esto lo convenció de la naturaleza unitaria, elemental y fundamental de la luz blanca y del
papel secundario, subsidiario de los colores.
Puede haber influido en sus conclusiones el hecho de que al comenzar a escribir su
teoría de los colores acababa de regresar de su viaje a Italia donde, según sus otros escritos,
le había sido revelada la belleza del paisaje con sus colores, una belleza conferida por la luz
del sol.
El elemento subjetivo de los puntos de vista de Goethe recuerda la antigua filosofía
griega que explica la visión atendiendo al encuentro de rayos visuales, un rayo emitido por
el objeto visto y el otro emitido por el ojo. De ahí sus famosos versos tan difíciles de
traducir.

Wär nicht, das Auge sonnenhaft,


Wie kónnt’ es je die Sonn erblicken;
Lebt nicht in uns des Gottes Kraft
Wie kónnt’ uns Göttliches entzücken.

Traducción aproximada:

Si los ojos no fueran solares,


¿Cómo podrían ver el sol?
Si el espíritu de Dios no morara en nosotros,
¿Cómo podría inspiramos lo divino?

Además: “Partiendo de rasgos animales, indiferentes, subsidiarios, la luz produce un


órgano de su propia esencia, de suerte que el ojo se forma de la lu2 y para la luz, a fin de
que la luz interior pueda encontrar la exterior”.
Idea fundamental de esta tesis es la de que los colores son producidos por la
interacción de la luz y las tinieblas. La luz del sol oscurecida por las nubes produce los
colores de la puesta de sol. Goethe llama a esto el fenómeno fundamental (Urphänomen)
del cual cita otros numerosos ejemplos: el humo que se eleva de una chimenea, el color de
materiales transparentes, la apariencia gris de las nubes. En cierto sentido esta creencia, la
idea central de la teoría de los colores de Goethe, combina todas nuestras experiencias
cromáticas en una sola hipótesis bien ordenada. Digámoslo con las palabras de Heisenberg
“El orden, que en la teoría de los colores de Goethe se construye ante nuestros ojos
armoniosamente y lleno hasta sus últimos detalles de un contenido vivo, abarca todo el
dominio de las apariencias objetivas y subjetivas del color”.173 En este contexto, la
terminología de Goethe y su razonamiento son extremadamente complejos, pero los
ejemplos que da están siempre de acuerdo con hechos conocidos.
Los colores subjetivos (Goethe los llama fisiológicos) forman una importante parte
de toda su teoría. Esos colores son propiedades del sujeto, propiedades del ojo, que nos
revelan lo que Goethe llama la armonía cromática, la belleza de los colores
complementarios adyacentes. Goethe trata la anatomía del ojo y su reacción primero a lo
blanco y negro, luego a lo gris y a las imágenes coloreadas. La siguiente sugestión es típica:
Mírese un trozo de papel azul sobre fondo blanco. El ojo ve el color azul. Apártese luego la
vista. El ojo ve el color amarillo. El ojo se ve incitado a reaccionar por su propia cuenta lo
cual produce un contraste que restaura una totalidad viva.
En este punto Goethe presenta su círculo de colores. Diametralmente opuestos son
aquellos colores “que se provocan recíprocamente el uno al otro en el ojo: amarillo-violeta,
anaranjado-azul, púrpura-verde, y viceversa”. Aquí, como en otras partes, su exposición
científica está a menudo interrumpida por recuerdos personales. Su interés por los colores
complementarios es grande y el autor nos da muchos ejemplos de cómo se producen.
También dedica mucho espacio a los “colores patológicos”; incluso se ocupa de la ceguera
a los colores.
Aunque contradice a Newton expone su teoría de la difracción. Distingue dos casos:
a) refracción sin aparición de colores; entre los ejemplos que cita está el de ver un objeto
entero a través de una vasija rectangular de agua; en este caso el objeto está tan sólo
desplazado; b) refracción en que aparecen colores. Aquí su explicación es compleja, pero se
basa en numerosos ejemplos correctamente descritos. La refracción con colores se da
cuando la luz blanca encuentra un borde claro, luego un plano oscuro o un borde oscuro y
luego un plano claro. Aquí Goethe ignora los experimentos newtonianos del prisma y
expone una elaborada teoría (hoy carente de interés) que contiene los conceptos de
imágenes primarias y secundarias.
En su discusión de la refracción Goethe no pasa por alto el prisma. Se da cuenta de
que diferentes cristales tienen diferentes poderes de refracción y explica los elementos
esenciales del acromatismo producido por una combinación de diferentes prismas. Pero a
través de todo su discurso Goethe continúa insistiendo en que sólo los bordes producen
colores. Su polémica es extremadamente detallada y ofrece una exposición de los
numerosos experimentos llevados a cabo por Newton. Goethe termina con este resumen:

Por más que los hombres de ciencia hayan creído firmemente hasta ahora que
captaron la naturaleza de los colores por más que imaginaran que lo formularon claramente
y lo probaron en una teoría (segura), y esto en modo alguno es cierto. Por el contrario,
situaron sus hipótesis en la cumbre de su sistema de razonamiento según el cual los
fenómenos pueden reducirse artificialmente y así lograron dejarnos con una peregrina
(wenderliche) teoría de insuficiente contenido.

Otra cita ilustra la actitud subjetiva, en gran medida inmanente, de Goethe:

Hasta ahora la luz se ha considerado como una especie de abstracción, como algo
existente que obra por sí misma y, por así decirlo, que se condiciona a sí misma, una
entidad que en ciertas circunstancias emite color a sí misma.

Goethe deplora que no se haya tenido suficientemente en cuenta la intervención del


ojo.
Su polémica contra Newton es a veces severa. Lo acusa de haberse visto forzado a
“hacer enorme ruido alrededor de su artificio,174 a apilar experimento sobre experimento,
ficción sobre ficción, para engañar (blenden) cuando no es capaz de convencer”.
Y en un caso, la polémica se hace burlesca e irrazonable, pues Newton dice
correctamente:

Todos los cuerpos que están iluminados por una luz compleja (de muchos colores)
aparecen borrosos cuando se los mira a través de prismas... y exhiben diferentes colores;
pero aquellos cuerpos iluminados por una luz homogénea no se manifiestan distintos ni de
diferentes colores que cuando los miramos directamente con los ojos.

Goethe replica: “Los ojos deben ser extremadamente malos o los sentidos deben
estar enteramente embotados por el prejuicio, si uno desea ver o hablar de semejante
manera”. Y, por último, Goethe formula una condena general al exponer lo que para él son
las diferencias esenciales entre su propia concepción y la de Newton en lo tocante a la
realidad en el dominio de los colores:

La teoría de Newton tiene sólo la apariencia de ser unitaria y monádica. Al


comienzo Newton postula su unidad en una multiplicidad que él quiere derivar de la
unidad, en tanto que nosotros desarrollamos y construimos la multiplicidad partiendo de la
dualidad postulada (de luz y tinieblas).

Y ya en un ataque personal a Newton, Goethe dice que su carácter es rígido (starr) y


que no manifiesta interés por lo que Goethe llama las sittliche consecuencias, es decir, las
reacciones personales a los colores.
En toda la obra de Goethe sobre los colores se percibe un sentido de lo humano
antes que el empeño de una construcción de conformidad con lo que hemos llamado
principios guías para establecer la realidad física. Una sección del volumen primero lleva el
título Sinnlich-sittliche Wirkung der Farben.175 Aquí Goethe enumera cada color y describe
su efecto psicológico en el espectador de una manera muy notable. Veamos cuatro
ejemplos:
Amarillo: placentero, alerta, suavemente excitante.
Amarillo-rojo: lo mismo que el amarillo pero más efectivo. Da al ojo una sensación
de calidez y efusividad. Representa la belleza de la puesta de sol.
Verde (amarillo + azul): nuestros ojos encuentran verdadera satisfacción.
Rojo: El efecto de este color es único como lo es su naturaleza. Produce la
impresión de gravedad (Ernst) y dignidad, de confianza y atracción.
Por último, en un capítulo titulado ‘Totalidad y armonía”, Goethe expresa lo que tal
vez sea el principal elemento de su credo con estas palabras:

Cuando los ojos perciben un color inmediatamente se activan de conformidad con


su naturaleza para producir de manera inmediata, inconsciente pero necesaria, otro color
que junto con el anterior contiene la totalidad del círculo cromático. Un solo color excita,
en virtud de una reacción específica de los ojos, la tendencia hacia la generalidad.

Uno de los físicos teóricos más grandes de nuestro siglo honró la memoria de
Goethe en un artículo dedicado al tema de este capítulo. Heisenberg176 admira enormemente
la intuición del poeta, la manera en que las impresiones de un espíritu sensible se combinan
casi por sí mismas para formar un orden científico; admira el modo en que la intuición,
partiendo de la naturaleza directamente experimentada, desarrolla ciertos conceptos que
constituyen la base de una concepción unitaria de la realidad. Heisenberg dice
explícitamente que nada se gana pretendiendo establecer cuál de las dos teorías, la de
Newton o la de Goethe, es en última instancia correcta. Sostiene que los microscopios y
telescopios de hoy deben su existencia a la teoría matemática de Newton, muchos pintores
han aprovechado los puntos de vista de Goethe. Y el autor no vacila en llamar a las dos
teorías de los colores dos estratos (dominios) enteramente diferentes de la realidad. En uno
de ellos los hechos y experiencias se desarrollan de acuerdo con firmes leyes, aun cuando
los hechos parezcan accidentales. Heisenberg afirma que en el otro lo que ocurre solo se
mide por su importancia humana y no se explica sino que se interpreta.
Acepta la tesis de que la realidad puede dividirse en diferentes dominios, dos de los
cuales son las esferas de análisis de Newton y de Goethe. En muchos lugares el hombre
debe renunciar “al contacto vivo con la naturaleza” cuando avanza por la esfera de las
ciencias naturales exactas.
En la conclusión de su memorable discurso Heisenberg compara al moderno
hombre de ciencia, que abandona la esfera de la intuición viva para lanzarse a las
conexiones del descubrimiento teórico, como un alpinista que quiere llegar al pico más alto
de su territorio para ver los rasgos generales del paisaje que se extiende a sus pies. Ese
hombre debe abandonar los fértiles valles en que moran sus semejantes. A medida que sube
por la montaña, su visión del paisaje se amplía, pero la vida que lo rodea se hace cada vez
más mezquina, magra y rara, por fin llega a una región brillante y clara de hielo y nieves,
en la cual la vida ya no existe y él mismo encuentra dificultades en respirar y vivir.
Damos término a este capítulo volviendo a afirmar la necesidad de conservar y
apreciar las dos realidades, la de Newton y la de Goethe.
15

Los dominios del parapsicólogo

“Y cualquiera qué en la actualidad exprese opiniones categóricas, ya positivas, ya


negativas, sobre fenómenos ostensiblemente paranormales sin haberse familiarizado con los
principales métodos y resultados de los cuidadosos y prolongados trabajos de investigación
psíquica puede ser desestimado sin más ceremonias como un necio engreído.”
C. D. Broad177

La parapsicología es un campo de tremendas y excitantes posibilidades, un campo


que cuenta entre sus estudiosos a científicos eminentes y respetados en su propio campo
tales como William James, Gardner Murphy, Alistair Hardy, W. Crooker, Richet, Binet, H.
Bergson, W.F. Barret, G. Murray y una serie de personalidades que obtuvieron el premio
Nobel. Si embargo, la mayor parte de los hombres de ciencia de hoy desdeñan en gran
medida este campo por considerarlo o bien imposible a priori y un terreno de charlatanes o
incautos por definición o bien un campo de tan poco interés que no vale la pena
sencillamente examinar y evaluar sus datos.
Como aproximadamente dos tercios de todas las fibras nerviosas que entran en el
sistema nervioso central humano parten desde los ojos y “...como los ojos detectan
primariamente formas y estructuras de extensión espacial, el hombre percibe primero su
universo como un conjunto de objetos materiales”.178 Aunque los seres humanos tienen la
capacidad de ver el mundo de muchas otras maneras, ésta es la visión que nos permite, por
lo menos parcialmente, sobrevivir en el plano biológico.
Hoy nuestra visión de que el universo es un conjunto de objetos materiales se ve
reforzada por el hecho de que el último período de nuestra cultura fue lo que el sociólogo y
filósofo Pitirim Sorokin179 llamó un período “sensato”, una época en que la concepción
cultural de la realidad consistía en creer que la verdad sólo se revela a través de los
sentidos. Esta combinación de recíprocos refuerzos biológicos y culturales ha hecho que
nos resulte muy difícil creer que los datos de la parapsicología puedan ser válidos. Por
definición, estos datos contradicen la visión de la esfera sensorial y por lo tanto la idea
fundamental de nuestra cultura de que es ésa la esfera que representa la verdad, de manera
que toda contradicción a ella es a priori falsa.
En 1963 el matemático Warren Weaver hizo una reseña de la obra de J.B. Rhine, el
fundador de la moderna ciencia de la parapsicología y su principal experimentador; Weaver
atestiguó la autenticidad de los procedimientos estadísticos de Rhine y su integridad
personal. Weaver llega a esta conclusión:

...es éste un tema intelectualmente tan fastidioso que casi llega a ser penoso y al fin
concluyo declarando que no puedo desechar los testimonios del profesor Rhine ni tampoco
aceptarlos.180

Cuando en el siglo XIX se le preguntó sobre la posibilidad de la telepatía al


científico H.L.F. von Helmholtz, éste dijo: “Ni es testimonio de todos los miembros de la
Sociedad Real, ni siquiera el testimonio de Mis propios sentidos podría llevarme a creer en
la transmisión del pensamiento de una persona a otra independientemente de los canales
reconocidos de los sentidos”.181 Cuando un científico de tan alto calibre como éste declara
que de antemano ha cerrado su espíritu y que ningún dato puede hacerlo cambiar,
comenzamos a ver el funesto poder que ejercen sobre nosotros nuestros supuestos sobre la
naturaleza del universo.
El hecho de que un modelo del mundo diferente del que usamos en la esfera
sensorial es necesario para tratar los datos de la parapsicología está implícito en un episodio
de la biografía de Freud contado por Emest Jones. Sorprendido y chocado de que Freud
considerara posible la telepatía Jones exclama. “Si estamos dispuestos a considerar la
posibilidad de procesos mentales que flotan en el aire, ¿qué nos impide creer en los
ángeles?”. Freud replica: “Exactamente, y hasta en el buen Dios”.182 Aunque los datos de la
parapsicología no nos lleven necesariamente a creer en los ángeles y en Dios, Freud no
subestimaba las dimensiones del problema.
El Conflicto creado en este campo por los datos está ilustrado por una gran variedad
de incidentes y citas. Para elegir una casi al azar digamos que cuando J.F. Coover y L.T.
Troland, ambos sobresalientes expertos en psicología experimental, realizaron un
experimento telepático cometieron un error en el análisis de sus resultados. En lugar de
exponer los resultados en alto grado significativos que obtuvieron, en su informe,
atribuyeron esos resultados a la casualidad.183
Tan vigorosas son en nuestro tiempo las razones psicológicas y sociológicas para
rechazar lo paranormal de G. N. M. Tyrrell, presidente de la Sociedad de Investigación
Psíquica y gran conocedor del campo, escribió:

Cuando uno considera el vasto alcance y la importancia de las consecuencias de


estos testimonios paranormales, se pregunta inmediatamente por qué todo espíritu
indagador no siente el vivo deseo de probarlos hasta su límite. Los hechos reunidos en la
investigación psíquica señalan todo un panorama de cuestiones en alto grado significativas:
conocimientos transmitidos sin la ayuda de los sentidos, el futuro abierto de inescrutable
manera al conocimiento humano, profundidades del subconsciente que extienden
indefinidamente la personalidad humana. ¿Por qué ni siquiera el más leve indicio de estas
cosas excita el interés de toda persona inteligente y le despierta el impulso de indagar? Los
testimonios ya reunidos representan mucho más que un mero indicio. Durante tres cuartos
de siglo se los ha reunido cuidadosamente y han sido reforzados por el experimento; sin
embargo la reacción que se registra ante este hecho no es el vivo deseo de proseguir la obra
y aprender todo lo que se pueda aprender de ella. El interés manifestado es superficial y la
mayoría de la gente tiende a desechar las pruebas antes que a aumentarlas. No se percibe la
menor tendencia a considerarlas como un fundamento sobré el cual puedan construirse
algunos de los más importantes productos del conocimiento humano.184
Esta declaración de una autoridad rectora en el campo de la investigación psíquica
no representa un cuadro exagerado de la situación; por el contrarío es más probable que se
haya quedado corto.185
La mayoría de los hombres de ciencia piensa que este campo está más allá de la
esfera científica y que por lo tanto debe rechazarse a toda costa. Quienes trabajaron en él
conocen bien esa actitud. En 1930 el psiquiatra Walter Prince documentó detalladamente el
hecho de que cuando los hombres de ciencia criticaban las investigaciones realizadas en el
campo de la parapsicología lo hacían de maneras anticientíficas que nunca habrían soñado
emplear en sus propios campos.186 Prince hacía notar que las argumentaciones y críticas en
los propios campos de los científicos generalmente seguían las convenciones del discurso
científico que hemos expuesto, pero que cuando las mismas personas cruzaban lo que el
autor llamó “la frontera encantada” y pasaban al terreno de lo paranormal, sus argumentos
y críticas parecían regidos mucho más por la histeria y fenómenos emotivos que por el
interés científico.
Hoy subsiste este problema, tanto como en la época en que Prince hizo sus
observaciones. Un pequeño incidente puede ilustrarlo. En enero de 1979 enviamos una
carta a la publicación Science187 en la cual señalábamos que por lo común se creía que el
tipo de datos estudiados por los parapsicólogos contradecía algunas leyes científicas
fundamentales y bien establecidas, como la segunda ley de termodinámica o la ley de
conservación de la energía y la masa. Hacíamos notar que no habíamos podido hallar
ninguna ley de este calibre que estuviera en contradicción con las comprobaciones
fundamentales de la parapsicología.
Como al cabo de seis meses no tuviéramos ninguna noticia de Science, escribimos
otra carta para preguntar la razón de ello. No recibimos ninguna respuesta y también
quedaron sin responder otras dos cartas que enviamos (las cuales contenían, como es
habitual, el sobre debidamente estampillado con nuestra dirección). Por fin enviamos una
carta personal a H. Abelson (quien era entonces presidente de la Asociación
Norteamericana para el Avance de la Ciencia, la cual publica Science). Esto determinó que
nos respondiera un secretario de redacción quien nos comunicó que se había rechazado
nuestra carta porque en ella tomábamos partido por los detractores de la parapsicología
antes que por sus sostenedores. Esa respuesta no tenía absolutamente nada que ver con el
contenido de nuestra comunicación.
El desarrollo del campo de la parapsicología se ha visto seriamente trabado por el
difundido empleo del concepto del reduccionismo de tres maneras. La primera, es la actitud
de la mayor parte de los hombres de ciencia, quienes declaran que si el fenómeno psi no
puede reducirse a términos físicos, no existe. Definimos un “suceso psi” como la posesión
comprobada de información por parte de un individuo que no pudo haber adquirido esa
información por medio de los sentidos o por extrapolación de información obtenida por
medios sensoriales. En un cuidadoso análisis de esta actitud, el parapsicólogo John Beloff
señaló que la mayor parte de los científicos que rechazan la posibilidad de la existencia de
hechos psi lo hacen porque “... no ven la manera de conciliarlos con la teoría física...,
porque suponen que lo que no puede explicarse en términos físicos no existe”.188 No
necesitamos hacer notar aquí que si en psicología se aplicara la misma regla, casi todos los
conceptos de Freud (por ejemplo el de “sublimación”) deberían rechazarse pues no hay
manera de conciliarlos con procesos nerviosos. Tampoco la conciencia puede conciliarse
con procesos nerviosos ni explicarse en términos físicos. Sin embargo los científicos (los
conductistas) que rechazaron la conciencia por estos motivos serían objeto —si se los
tomara seriamente— de burla por parte de toda persona de inteligencia media que sabe que
es consciente.
Una segunda manera en que el reduccionismo traba el desarrollo de la
parapsicología nos fue señalada por Karlis Osis, funcionario de investigación de la
Sociedad Norteamericana de Investigación Psíquica.189 Consiste en la tendencia general de
quienes trabajan en este campo a “explicar” todos sus datos reduciéndolos a percepción
extrasensorial y a psicoquinesis. No corresponde considerar aquí si datos tales como los de
apariciones y duendes puedan tratarse de esta manera; pero aparentemente muchos
parapsicólogos creen que pueden y deben reducirse de este modo y que entonces serán
“explicados”. Esto determinó la difundida actitud en este campo de que algunos fenómenos
bastante espectaculares, como la aparición de rasgos, realmente no existen, y si existen no
son más que percepciones extrasensoriales o psicoquinesis, de manera que a la larga será
mejor que los ignoremos. (La motivación de ignorarlo tiene que deberse, por lo menos en
parte, al hecho de que a muchos parapsicólogos esos fenómenos les parecen no
“científicos”. También ellos piensan sin duda que no se puede tener una ciencia si las cosas
“andan a los saltos” y fenómenos tales como duendes y apariciones ciertamente parecen
“andar a los saltos”.)
Hace algunos años uno de nosotros estaba presente cuando Osis, que es un
parapsicólogo sumamente experimentado, presentaba un informe a la Junta de la Sociedad
Norteamericana d¿ Investigación Psíquica. Osis describió detalladamente cómo él y otro
parapsicólogo serio (E. Haraldsson) habían presenciado en excelentes condiciones lo que
aparentemente era un caso de aportación, un fenómeno en el que objetos materiales se
mueven en el espacio y el tiempo de un lugar a otro sin atravesar aparentemente el espacio
intermedio. La respuesta que dio la Junta a su propio investigador oficial fue abrumadora:
“¿Cómo pudo usted dejarse engañar de semejante manera?”
El tercer modo en que el concepto del reduccionismo puso obstáculos al progreso de
la parapsicología fue el esfuerzo casi constante de un altísimo porcentaje de parapsicólogos
a fin de reducir la percepción extrasensorial y la psicoquinesis a modelos físicos. A pesar de
que estudiosos de ese campo tales como C.D. Broad y John Beloff190 mostraron de manera
convincente que no podía hacerse semejante cosa, persistió una tendencia muy fuerte en ese
sentido y de esta manera se desperdiciaron mucho tiempo y muchos esfuerzos en una
empresa destinada al fracaso. Hace unos años Louisa Rhine, una de las actuales autoridades
rectoras del campo, escribió:

Los hechos de capacidad mental ya descubiertos en la parapsicología no convienen


a la idea corriente de un mundo espacial y temporal, así como el hecho de que el casco de
los barcos desaparezca primero en el horizonte no conviene al modelo de una tierra plana.191

Ello no obstante, los parapsicólogos continúan en su empeño de reducir los datos de


su campo al modelo físico de la realidad sensorial y a la “idea corriente de un mundo
espacial y temporal”.
El lenguaje que emplean los parapsicólogos refleja la concepción cotidiana de la
realidad. Al analizar ese lenguaje, el parapsicólogo R. Stanford mostró que la expresión
“percepción extrasensorial” indica que psi es

...una forma particular de sensibilidad del organismo... (que) naturalmente pone


énfasis en la percepción extrasensorial considerada básicamente como capacidad de recibir
información ... lo cual parecería implicar que en algún sentido, ya un receptor especial, ya
el sistema nervioso cerebral, debe tener la capacidad de recibir y procesar información.192

El término “sensible”, aplicado a individuos que repetidamente han dado pruebas de


que poseen información no adquirida a través de los sentidos, está de acuerdo con esta idea,
que a la mayor parte de los parapsicólogos les parece fruto del buen sentido común. Sin
embargo, esta idea tiene implicaciones importantes. Por ejemplo, implica un dualismo
cartesiano. El cerebro “obtiene” información sobre la res extensa. Esa información es
transferida entre dos entidades separadas. La información está “allí afuera” para ser
observada. Hay pues un “aquí adentro” (el espíritu) y un “allí afuera” (el resto del mundo).
Esto implica que la concepción habitual de la manera en que funciona el mundo es correcta
y que los datos psi pueden hacerse entrar en ella, reducirse a ella.
Como ya hicimos notar, la mayor parte de los hombres de ciencia están convencidos
de que las comprobaciones de la parapsicología contradicen algunas de las leyes básicas de
la ciencia. Nosotros no hemos comprobado que esto fuera cierto, aunque aquellos
fenómenos contradicen los principios limitantes básicos de la esfera sensorial. Las leyes
relativas a los fenómenos observables en la esfera visual y táctil no admiten la clarividencia
ni la telepatía, y el primer paso que dieron los científicos para resolver esta aparente
paradoja consistió en declarar que no existen tales fenómenos. Este enfoque debe por fuerza
fracasar puesto que existen tales datos y en la ciencia no es admisible ignorar datos porque,
por ejemplo, su aceptación resulta incómoda o porque ella exige una revisión de las teorías.
Muchos otros parapsicólogos llevaron a cabo un segundo intento de resolver la supuesta
paradoja. Ese intento consiste en tratar de mostrar que los datos entran en. el modelo de
realidad usado en la esfera visual y táctil, en tratar de hallar un modelo fisicista que pueda
usarse para que los datos se ajusten a nuestra visión de la realidad fundada en el sentido
común. Un ejemplo de este camino es el intento de usar los conceptos de la mecánica
cuántica, como el de los taquiones retrocediendo en el tiempo para explicar la precognición.
Estos intentos de construir modelos fisicistas resultaron todos insatisfactorios; y, en
realidad, como lo han señalado claramente muchos autores, tenían que resultar
insatisfactorios pues los datos que violan los principios limitantes básicos de un sistema
meta- físico no pueden explicarse dentro de ese sistema. Desde nuestro punto de vista, la
paradoja debe resolverse de una manera completamente diferente.
Los datos de cada dominio de experiencia deben tomarse en sus propios términos
sin idea alguna preconcebida, salvo la de que dichos datos son coherentes, que no se
contradicen los unos a los otros. Sucesos imposibles no ocurren. Por lo tanto, si un hombre
de ciencia se encuentra ante el hecho de que ocurrió un suceso imposible —el plato
cotidiano de los parapsicólogos—, la paradoja debe ser resuelta. Esto puede hacerse con
validez sólo redefiniendo la realidad de manera tal que lo que antes era imposible se haga
posible. Si la teoría debe doblegarse al hecho bruto debemos establecer claramente cuál es
la teoría y cuál es el hecho. Nuestra definición de realidad, que decide para nosotros lo que
es imposible y lo que es posible, es la teoría. El experimento por el cual el suceso
paranormal fue demostrado es el hecho.
Esta comprensión de lo que es la teoría y de lo que es el hecho constituye un punto
absolutamente crítico en el estudio de lo paranormal, punto que en el pasado mereció
escasa atención por parte de los parapsicólogos y otros hombres de ciencia. Debemos
considerar esta cuestión: ¿De dónde proviene nuestro conocimiento de lo que es posible y
de lo que es imposible y, por lo tanto, paranormal? Hemos ignorado la cuestión de que una
definición de lo “paranormal” proviene de una definición de la realidad y que semejante
definición es una teoría, no un hecho.
El concepto de que nuestra definición de la realidad es un hecho, de que sabemos lo
que es la realidad y cómo ella funciona, es un concepto que determinaría que tanto la
ciencia como la filosofía resultaran tautológicas puesto que ellas son un cuestionamiento y
una exploración de la realidad. La tecnología emplea el sentido común y refleja la
aceptación de una particular concepción de la realidad; con ella hacemos todo lo posible
para alcanzar nuestros fines. La ciencia, como hubo de expresarlo Robert Oppenheimer, usa
“el sentido no común”. La ciencia es una busca de nuevas definiciones y comprensiones. La
tecnología toma la definición aceptada de realidad como un hecho; la ciencia la toma como
una teoría.

En cierta ocasión el difunto Neils Bohr y varios otros físicos teóricos estaban
considerando una teoría “extrema” que uno de ellos había propuesto para explicar ciertas
peculiaridades observadas en la física nuclear. La discusión era acalorada y en un
determinado momento el autor de la teoría, algún tanto alterado, preguntó a Bohr “¿Cree
usted que esto es insensato?” Bohr meditó un instante y luego dijo: “Sí, es insensato, pero
creo que no es lo suficientemente”.193

La clase de sentido no común, la clase de definiciones audaces que se necesitan en


parapsicología está señalada por una observación del gran matemático David Hilbert. En
una época alababa a un nuevo alumno suyo que parecía muy promisorio. Algún tiempo
después Ernst Cassirer le preguntó qué había sido de aquel alumno. Hilbert le contestó: “
¡Oh, no tenía suficiente imaginación para ser matemático, de manera que se hizo poeta!”
Desde este punto de vista, el filósofo del siglo XIX David Hume estaba errado en su
famosa argumentación sobre la creencia en los milagros y también son erróneos los
incontables argumentos presentados contra la parapsicología y derivados de Hume. Este
definía su interpretación del modo en que funciona el mundo como un hecho, siendo así
que era una teoría. Como hecho (y dada la fe de la filosofía y de la ciencia en la coherencia
de la realidad) era palmariamente imposible que otro hecho (el suceso paranormal) lo
contradijera» y por lo tanto el suceso paranormal lógicamente nunca podía ocurrir» de
suerte que sus observadores estaban equivocados o mentían. La cadena lógica es inatacable
mientras la definición no se ponga en tela de juicio. Pero una vez que se examina la
definición, resulta manifiesto que se trata de una teoría, no de un hecho y que, por lo tanto,
cuando se le opone un hecho debe abandonársela por inexacta o incompleta.
Podemos comprender claramente el problema cuando pensamos en los colegas de
Galileo que se negaban a mirar por el telescopio. Se negaban a hacerlo porque era
innecesario mirar; confundían su teoría sobre la realidad con hechos. Según ellos, conocían
los hechos y sencillamente no tenía sentido observar un hecho contradictorio. La visión que
ofrecía el telescopio era necesariamente falsa porque contradecía hechos conocidos. En
nuestra perspectiva podemos ver claramente su manera de razonar y su confusión. Pero más
difícil es comprender que muchos científicos modernos no quieren mirar los hechos de la
parapsicología, sino que sencillamente los descartan por considerarlos necesariamente
falsos y por consiguiente indignos de examen, puesto que —para ellos— contradicen un
hecho conocido. Están tan confundidos como los contemporáneos de Galileo, sólo que es
mucho más difícil advertirlo.
Como ya indicamos (en los capítulos 2 y 12), el científico social y el físico
necesitan diferentes sistemas metafísicos para que sus datos resulten legítimos. El físico
formula preguntas sobre el dominio de experiencia que está tratando, sobre cuáles son los
observables de ese dominio y sobre cuáles leyes son necesarias para hacer que las
relaciones entre los datos sean válidas. El científico social pregunta de qué manera la
persona estudiada está organizando y construyendo la realidad en un determinado momento
y cuáles son las leyes de esa organización. No hay ninguna contradicción entre estos dos
enfoques que son empero enteramente diferentes. Examinemos ahora el problema de lo
“paranormal” desde el punto de vista del científico social.
Puede describirse de dos maneras una teoría sobre la realidad, una concepción del
modo en que funciona el mundo, que sea tan real para nosotros que la percibamos como si
fuera real, como si fuera un hecho y que reaccionemos a ella en consecuencia. Desde un
punto de vista es un estado de conciencia, una manera de estar en el mundo. Desde este
punto de vista, el que tenemos cuando empleamos personalmente la teoría, estamos
respondiendo a la verdad sobre la realidad. Así son las cosas y así somos nosotros. Desde
otro punto de vista, se trata sencillamente de una serie integrada de hipótesis relativas a la
realidad y juzgada por su efectividad en cuanto a alcanzar metas que parecen importantes a
quien está juzgando. Es una teoría de metafísica que puede compararse con otras teorías de
la misma índole.
Estas dos descripciones —un estado de conciencia y una teoría metafísica— son dos
caras de una misma moneda. Cuando las empleamos, hablamos de lo mismo desde dos
ángulos diferentes; son los mismos fenómenos experimentados de dos modos diferentes.
Esto implica que no existe algo que sea de manera general un estado de conciencia
“correcto” o “normal”; antes bien, hay varios estados que pueden compararse según logren
ayudamos a resolver nuestros problemas, a alcanzar nuestras metas.
Por eso, ya no preguntamos qué construcción del cosmos, qué estado de conciencia
es el correcto; cuando lo usamos percibimos la realidad y reaccionamos a ella. Únicamente
preguntamos qué construcción y qué estado de conciencia son más efectivos en cuanto a
ayudamos a alcanzar determinadas metas. El concepto de un estado de conciencia
“correcto” o “normal” es un concepto que hemos de colocar en la atiborrada y polvorienta
estantería marcada con este rótulo “Ideas anticuadas”. Pero podemos preguntar “¿Qué
estado de conciencia es el más útil para resolver ciertas necesidades y alcanzar ciertas
metas?” y “¿Qué estado de conciencia predomina estadísticamente y en qué situaciones
culturales?”
Esta concepción es —según tratamos de indicarlo en todo este libro— una de las
intuiciones menos comprendidas y más vacilantes de la ciencia moderna. Ya no tratamos de
establecer lo que es la realidad, sino que más bien buscamos modos de construirla
útilmente, modos de definirla que nos ayuden a alcanzar nuestras metas. No existe un
sistema metafísico “correcto”, existe una serie de sistemas compatibles de limitada utilidad.
No hay un estado de conciencia “correcto” que refleja la “realidad”, sino que hay una serie
de estados útiles o inútiles para los específicos fines humanos.
El paso siguiente se da naturalmente. Si hay un ni mero de diferentes sistemas
metafísicos —estados de conciencia— igualmente “correctos” y si éstos son por completo
diferentes en cuanto a sus entidades y leyes (los observables y las leyes que los relacionan),
podemos hacer ciertas cosas con algunos de ellos que no podemos hacer con otros. Lo que
es “normal” en un sistema es “paranormal” en otro. Algo que es “paranormal” en una
determinada construcción de la realidad es algo vedado por los principios limitantes básicos
de esa construcción y no ocurre cuando la estamos empleando. No puede explicárselo en
esa determinada teoría metafísica puesto que en ella no ocurre. Uno no puede explicar
sucesos imposibles dentro del sistema metafísico (teoría sobre la realidad) en que dichos
sucesos son imposibles.
Este es el problema central que encontraron los parapsicólogos para explicar o
entender los fenómenos psi: si un sistema de ordenamiento de la realidad veda que ocurran
ciertos sucesos (por ejemplo, en la esfera sensorial un efecto que preceda a su causa en el
tiempo no ocurre) no se pueden explicar dichos sucesos dentro de ese sistema. Es como
intentar dentro del sistema de la geometría euclidiana explicar que dos líneas paralelas se
encuentran; podrá uno intentarlo todo lo que quiera, pero sencillamente no lo conseguirá. Si
los hechos ocurren (como en las demostraciones de laboratorio de casos de precognición)
es menester explicarlos dentro de un sistema en que esos hechos puedan ocurrir. Dentro del
sistema de geometría riemanniana uno puede explicar cómo líneas paralelas se juntan, pero
no puede hacerlo dentro del sistema euclidiano. No se trata de que sea difícil de explicar o
complejo de explicar; sencillamente es algo que no se puede hacer.
Hay un viejo cuento sobre el viajero perdido que pregunta a un aldeano cómo podría
llegar a Salisbury. El campesino dice: Vaya cinco millas hacia el norte y luego tuerza hacia
el oeste... no, así no llegará. Vaya hacia el oeste tres millas y tome el primer camino al
norte... no, tampoco llegará así. Vaya hacia el este y luego... ¡pero por Dios, si desde aquí
usted no puede llegar allá! los parapsicólogos trataron una y otra vez de llegar desde aquí
allá por los aparentemente sólidos caminos de nuestra teoría corriente sobre la realidad, la
teoría de la esfera sensorial. Y eso no puede hacerse. En esa esfera podemos hacer ciertas
cosas y no podemos hacer otras. Podemos ir al Yankee Stadium, a la Waterloo Station, o a
la Place de l’Etoile. Pero no podemos trasladamos al día de ayer ni a la tierra de Oz. Uno
puede percibir algo con los sentidos o puede extrapolar partiendo de datos conocidos. Pero
no puede ser clarividente ni tener precogniciones. No se pueden explicar sucesos excluidos
por un sistema dentro de ese sistema.
Los fenómenos psi no son posibles en un mundo que usa el tiempo del reloj y el
espacio del metro. En el sistema metafísico que emplea estas definiciones, en el sistema
metafísico necesario para que los datos de la esfera sensorial resulten válidos, los
fenómenos psi con verdaderamente paranormales. En ese sistema son imposibles y por lo
tanto no acaecen.
Pero cuando nos damos cuenta de que los fenómenos psi son sucesos que ocurren en
la esfera de la conciencia y que la conciencia no usa el tiempo del reloj niel espacio del
metro, la paradoja comienza a resolverse. La conciencia necesita el espacio personal y el
tiempo personal para que sus datos resulten legítimos. En el sistema metafísico en que estos
son hechos, los fenómenos psi no están vedados, no son imposibles.
Hoy en día se habla bastante en muchos círculos científicos y seudocientíficos de
una “sustitución de paradigma”. La idea que hay detrás de esto es la de que la ciencia y
nuestra cultura en general están en el proceso de cambiar el modelo del universo sobre
“cómo son y cómo funcionan las cosas” y que están a punto de pasar desde la imagen
mecánica del mundo a una nueva. Lo malo de esta actitud está en que todavía ella se aferra
a la vieja idea de que hay sólo un “paradigma” que abarca todo el cosmos. Pero desde la
mecánica cuántica y la teoría de la relatividad esta idea ya no es válida. No necesitamos un
nuevo modelo de realidad en la esfera sensorial. El viejo es perfectamente apropiado.
Necesitamos nuevos modelos en el microcosmo y en el macrocosmo, y los estamos
desarrollando. Necesitamos nuevos modelos en las esferas de la conciencia y la
parapsicología y podemos desarrollarlos. Estos modelos habrán de ser compatibles con los
demás que emplea la ciencia aunque serán diferentes. No necesitamos un “nuevo
paradigma” que abarque todo el cosmos. Debemos más bien considerar cada dominio de
experiencia y ver qué descripción de la realidad conviene a sus datos.
Desde este punto de vista los espiritistas y los teólogos estaban más acertados que
los científicos cuando trataban de explicar los sucesos paranormales afirmando que los
producían los espíritus o que los producía Dios. Tomaban entidades de otro sistema
metafísico para explicar fenómenos inexplicables en la esfera sensorial. Implícitamente
estaban afirmando que para explicar fenómenos paranormales se necesitaba un sistema
metafísico diferente, un estado de conciencia diferente, en tanto que la mayor parte de los
hombres de ciencia y de los parapsicólogos trataban de mantenerse en el sistema metafísico
de lo visual y táctil y explicar aquellos fenómenos en un sistema en el que tales hechos eran
imposibles y» por lo tanto, también sus explicaciones lo eran.
Decimos que los espiritistas estaban “más acertados” pero no que estuvieran en lo
cierto. La situación es parecida á la de aquel niño que regresando a su casa le comunicó a la
madre que había obtenido el primer premio en un examen. En éste se había preguntado
“¿Cuántas patas tiene un caballo?” El chico había respondido “Tres”. Cuando la madre le
preguntó cómo había podido obtener el primer premio, el niño replicó que todos los demás
habían dicho: “Dos”.

Dejemos ahora a un lado el enfoque de los científicos sociales y consideremos el


enfoque general de los físicos cuando afrontan problemas importantes. Los físicos se
preguntan cuál es el dominio de la experiencia en que están trabajando, cuáles son los
observables que encuentran en ese dominio, qué leyes son necesarias para hacer que las
relaciones entre los observables sean válidas. Nos ocuparemos de una serie de observables
que comprobamos en la parapsicología, lo que generalmente se llaman en este campo
sucesos “psi-gamma” o percepciones extrasensoriales. Se trata de casos en que se
comprueba-posesión de información en individuos que no pudieron haberla adquirido por
medio de los sentidos o mediante el manejo de información adquirida a través de los
sentidos. (No discutiremos aquí el problema de los sucesos “pákappa” o de psicoquinesis
que consideraremos en una obra posterior.)
No nos proponemos hacer una reseña de los datos de la parapsicología. Esto ya se
ha hecho admirablemente en una abundante serie de publicaciones. Ambos autores
consideran que esos datos son verdaderos y que no se deben a deliberados artificios de
investigación o a fraude.194 Desde un punto de vista científico, el problema ya no consiste
en la existencia de fenómenos psi-gamma sino que ahora se trata de desarrollar un modelo
teórico mediante el cual se los pueda referir al marco general de la ciencia.
No existe la posibilidad de una metodología científica para estudiar el tipo de
hechos que representaron históricamente el mayor interés de la investigación psíquica.195
Aunque se ha ideado una excelente y fructífera metodología para un tipo de fenómeno psi
(el tipo estudiado en el laboratorio mediante experimentos de adivinación de cartas y cosas
por el estilo), los dramáticos sucesos que originalmente estimularon el interés en este
campo han quedado sin una metodología adecuada. En este ámbito la investigación
psíquica permaneció generalmente en la fase de desarrollo anecdótica y descriptiva.
Como ejemplo de estos importantes sucesos paranormales consideremos el
siguiente caso:
En 1930 un piloto tuerto llamado Hinchliffe intentó el primer vuelo transatlántico de
este a oeste. Esperaba volar solo, pero inesperadamente a último momento su patrocinador
financiero insistió en que lo acompañara una mujer como copiloto. A varios centenares de
millas del lugar navegaban en un buque dos viejos amigos de Hinchliffe, el coronel de la
Fuerza Aérea Henderson y el jefe de escuadrilla Rivers Olmeadow que dormían. No sabían
que Hinchliffe estaba llevando a cabo aquel intento en ese momento ni que existieran
planes de que lo acompañara otra persona. En medio de la noche, Henderson en pijama
abre la puerta de la cabina de Olmeadow y le dice:

“¡Dios mío, Rivers, acaba de ocurrir algo espantoso! Hinch estuvo en mi cabina,
con el parche en el ojo y todo, fue terrible, no dejaba de repetir una y otra vez ‘Hendy, ¿qué
voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? He traído a la mujer conmigo y estoy perdido.’ Luego
desapareció ante mi vista. Sencillamente desapareció.”

En esa noche el avión de Hinchliffe cayó y él y la mujer que lo acompañaba


murieron.196
Este es el tipo de datos que históricamente tuvieron interés primario en la
investigación psíquica. La información que dio Henderson era significativa e importante.
Desgraciadamente muy pocos progresos se han hecho en los últimos cien años en cuanto a
aumentar nuestra comprensión de este tipo de fenómenos.
El psiquiatra y parapsicólogo Ehrenwald, en un importante artículo,197 distinguió
dos tipos de fenómenos psi. El primero se refiere a “incidentes psicológicamente
significativos y dinámicamente significativos y que por su naturaleza reconocen un fin, un
propósito”. Son fenómenos determinados por la necesidad. (Hay una necesidad de
comunicarse y la comunicación sensorial “ordinaria” está bloqueada.) El “receptor” de la
experiencia percibe la información como algo importante y significativo.
El segundo tipo se da sin que el individuo tenga conciencia del fenómeno que está
“determinado estructuralmente antes que dinámicamente y que se debe al hecho de que un
conjunto de neuronas esté como adormecido en su trabajo o a la irregular suspensión de las
funciones de otras neuronas”. Este fenómeno es determinado por deficiencias y se debe a
una falla local y transitoria del sistema de “filtro” que nos protege de quedar abrumados por
la información transmitida en el fenómeno psi. Esto se ve “facilitado por funciones menores
del yo como en el estado REM del sueño, el relajamiento, la suspensión transitoria de las
funciones sensoriales...” La información es errática y el individuo no la percibe
conscientemente y, si de alguna manera se señala su existencia, el contenido parece poco
importante al sujeto. No es psicológicamente significativo para el individuo.
A nosotros nos interesa considerar aquí el tipo de fenómeno psi “significativo”,
“determinado por la necesidad” de Ehrenwald; el caso de Hinchliffe y Henderson es un
ejemplo de este tipo, el cual clásicamente constituyó el punto de interés central de la
investigación psíquica. Sin embargo, en el principal intento de este campo por hacerlo
“científico” —pasar de la “investigación psíquica” a la “parapsicología”— muchos de los
investigadores empeñados en ello pensaron que era necesario abandonar este tipo de
fenómeno como objeto de estudio y concentrarse en el tipo de fenómeno de Ehrenwald
“determinado por deficiencias, por mermas”. Típica de esta actitud fue la inmensa cantidad
de estudios estadísticos mediante experimentos con naipes. En años recientes se han hecho
considerables progresos en el estudio de este segundo tipo de fenómenos.198 Pero en cambio
se han registrado muy pocos en el estudio del tipo de fenómenos “determinado por la
necesidad”.199
Sugerimos comenzar nuestro examen decidiendo sobre el “dominio” que más
interesó a la investigación psíquica. Se trata de un dominio de experiencia en el que hay
más de un ser humano y es en este dominio donde observamos sucesos psi. Además,
aunque es posible concebir la clarividencia o la precognición en el cosmos de una sola
persona, esto exige un gran esfuerzo intelectual. Más importante empero es el hecho de que
es casi imposible concebir a una persona, a un ser humano, desarrollándose o existiendo
ella sola en el universo. Como dijo una vez el psicólogo W. Kohler “Un chimpancé solitario
no es un chimpancé”; y esto es mucho más evidente en el caso de un ser humano solitario.
Una copiosa bibliografía de psicología y de psiquiatría ofrece claro testimonio de que los
caracteres psicológicos humanos sólo se desarrollan en las relaciones con otras personas.200
En este dominio de múltiples seres humanos comprobamos que se “manifiestan”
tres clases de observables: “identidad individual autoconsciente”, “comunicación'’ y
“relaciones entre personas”. Puede muy bien haber otros observables, pero por el momento
éstos bastarán a nuestros fines. Si deseamos seguir el modelo clásico de las ciencias
efectivas nuestra primera pregunta será: ¿Cómo se relacionan entre si estos observables? En
el curso de nuestra indagación encontraremos maneras de definir apropiadamente nuestros
términos. Sin embargo, a los efectos de demostrar la posibilidad de este modelo científico
para la investigación psíquica, podemos contentamos con un modo de proceder general y
amplio. Por ahora definiremos la “comunicación” como la transmisión detectable de
información entre dos individuos. Dividiremos la comunicación en dos clases:
comunicación sensorial, en la que la transmisión se lleva a cabo a través de los órganos
sensoriales o por el manejo de información adquirida a través de ellos, y comunicación no
sensorial o fenómenos psi. En estas dos definiciones insertamos un elemento “detectable”
(y aquí seguimos al parapsicólogo Charles Honorton), puesto que entidades o procesos no
detectables carecen de interés para la ciencia. (Bien pudiera ser, por ejemplo, que la
transmisión psi de información siempre o generalmente vaya acompañada de una
transmisión sensorial de idéntica información. Pero si esto fuera así no seria detectable, y la
ciencia tiene como regla general de operación tratar entidades que en principio no sean
detectables como si no existieran. Considérese, por ejemplo, la historia del concepto de
“éter”.)
Los fenómenos psi sólo son detectables cuando está bloqueada la comunicación
sensorial entre las personas en cuestión. (De otra manera, se dé o no se dé fenómeno psi,
uno atribuye la comunicación a la interacción sensorial.) De manera que para nosotros el
fenómeno psi se da cuando la comunicación sensorial está bloqueada. Como aquí nos
interesamos por el tipo de fenómeno “determinado por necesidad”, evidentemente debe
haber una necesidad de comunicarse por parte de por lo menos una de las personas en
cuestión.
Comencemos emitiendo hipótesis sobre las conexiones que hay entre estos tres
observables: comunicación, relaciones e identidad. En lo que se refiere a la comunicación,
nos interesa, como ya indicamos, el tipo que se verifica cuando la transmisión de la
información por sistemas sensoriales está bloqueada y cuando hay una necesidad de
comunicarse. Esas comunicaciones del tipo “determinado por la necesidad” de Ehrenwald
— son comunicaciones de hechos importantes para por lo menos uno de los individuos del
caso.
Pero consideremos primero el observable “relaciones” ¿Sabemos ya algo sobre este
punto que pueda ayudamos a formular hipótesis comprobables? Pues resulta que ya
sabemos bastante sobre esto. Por la investigación de psicólogos sobre la conducta de grupos
pequeños —por ejemplo, la dinámica grupal de Kurt Lewin y sus discípulos y los análisis
del proceso de interacción de R.F. Baylesy sus alumnos— podemos hacer algunas
enunciaciones definidas. (Habría que tener en cuenta que “el grupo pequeño” comienza con
la diada e incluye la diada, dos personas relacionadas entre sí.)
Existe, por ejemplo, un atributo mensurable en las relaciones en general. Y ese
atributo es la “cohesión”. Esta se ha definido como “el campo de fuerzas que obran en los
miembros de un grupo para permanecer en él” 201 o en una diada. (En la ciencia un
observable puede tener atributos así como el observable “fuerza”, en la física, tiene el
atributo “intensidad”, que se mide en número de dinas, y la “dirección”. La cohesión es un
atributo análogo al atributo “intensidad de fuerza” en física.)
Si se emplea la cohesión como la variable primaria, las condiciones siguientes
(observables secundarios) están entre aquellas que muestran afectada:
A. La cohesión es mayor cuando en el grupo se pone énfasis en la cooperación antes
que en la competencia.
B. La cohesión es mayor en un grupo democráticamente organizado que en un
grupo gobernado por principios autoritarios o de laissez-faire.
Nuestra primera hipótesis podría, pues, ser ésta: los sucesos psi son más frecuentes
entre individuos cuyas relaciones son cooperativas que entre individuos cuyas relaciones
son competitivas. Nuestra segunda hipótesis podría ser la de que los sucesos psi son más
frecuentes en grupos igualitarios que en grupos autoritarios. (Aunque someter a prueba
estas hipótesis sería difícil y requeriría varios “factores de corrección”, la prueba misma es
perfectamente factible.)
Como cuanto más fuerte es la atracción interpersonal entre los miembros de un
grupo, mayor es la cohesión del grupo,202 podemos formular una tercera hipótesis: los
sucesos psi son más frecuentes entre personas que se gustan que entre personas que no se
gustan. Es interesante observar que un reciente estudio de Carl Sargent mostró que los
parapsicólogos que obtienen buenos resultados experimentales suelen ser más francos,
cálidos y amistosos que los que no obtienen buenos resultados.203
No es complejo el razonamiento de que nos valemos para desarrollar esta hipótesis.
Cuanto mayor es la cohesión de una relación o de un grupo, mayor será la tendencia a
continuar comunicándose frente a dificultades, El bloqueo de la comunicación sensorial es
una de esas dificultades. Los fenómenos psi del tipo que nos interesa aquí representan un
modo de continuar k comunicación cuando los canales sensoriales están bloqueados. Por
eso, todo k> que aumente la cohesión del grupo aumentará la frecuencia de los fenómenos
psi. Se sabe que hay otras variables comprobables que afectan la cohesión así como los
grados de la cohesión misma. De manera que podríamos hacer otras predicciones como las
anteriores, pero estos tres ejemplos bastan para demostrar adecuadamente esa posibilidad,
La indagación del observable “comunicación” nos suministró datos que indican que
transmisiones interpersonales e importantes de información tienden a darse entre individuos
que se identifican como miembros del mismo grupo.204 Podríamos pues formular la
siguiente hipótesis. Las personas que se identifican como miembros del mismo grupo
(importante para ellas), darán cuenta de fenómenos psi entre ellas con más frecuencia que
aquellas personas que no se identifican con el grupo.
El sistema de clases sociales en los Estados Unidos es un sistema que tiende a
separar a los individuos en grupos y estilos de vida diferentes, de manera que la posición de
un individuo en la estructura de las clases sociales es en general determinable. Por eso,
podríamos enunciar esta hipótesis: Fenómenos psi entre dos miembros de diferentes clases
sociales se verificarán mucho menos frecuentemente que entre miembros de la misma clase
social. (Sin embargo esto no será así si existe un grupo especial que incluya a miembros de
ambas clases y el grupo es importante por lo menos para uno de ellos.) Es obvia la
implicación de estas dos hipótesis a los efectos de la actividad y conducta del personal que
trabaja en experimentos y en laboratorios de investigación psi.
El psicólogo social R.F. Bayles y otros de su escuela han enfocado la comunicación
primariamente desde el punto de vista de la actividad de resolver problemas. Por ejemplo,
demostraron en un gran número de experimentos que los seres humanos necesitan y
anhelan estabilidad (otro atributo del observable “relaciones”) en sus tratos con los demás y
que desarrollan “roles” para mantener esa estabilidad. Las soluciones a problemas de
interacción se institucionalizan como roles para que la estabilidad (y por lo tanto la
predictibilidad) pueda existir. (Desde luego hay otras razones para desarrollar roles.) Bayles
demostró la importancia de este aspecto de las relaciones.
Un “rol” puede enfocarse tanto en su aspecto sociológico (“El es un padre para esos
niños”) como en su aspecto psicológico (“El es un padre muy exigente”). Los roles en un
grupo (incluso en una diada) tienen fuerte tendencia a ser consecuentes y las
comunicaciones son importantes en ellos.205
Por eso podríamos formular la siguiente hipótesis: Tanto sociológicamente como
psicológicamente un fenómeno psi estará en relación con el rol que el “agente” desempeña
o ha desempeñado respecto del “percipiente”. Una segunda hipótesis podría ser la de que
los fenómenos psi son más probables cuando la estabilidad de una importante relación está
amenazada y cuando es necesario mantener las comunicaciones, estando empero
bloqueados los modos sensoriales de comunicación.
En su obra Bayles expuso un método por el cual se analizan en una relación las
comunicaciones verbales que pueden así dividirse en cuatro clases generales: reacciones
positivas, respuestas, preguntas y reacciones negativas. Las tres primeras clases indican que
las fuerzas predominantes que obran en un determinado momento son aquellas que
favorecen la continuación de la relación, en tanto que la cuarta favorece su discontinuidad.
Teniendo en cuenta nuestros anteriores comentarios sobre la cohesión podríamos enunciar
la hipótesis de que las comunicaciones verbales que proceden de los fenómenos psi son
más frecuentes en las primeras tres clases que en la cuarta.
Estas hipótesis se refieren a las variaciones entre los observables “relación”
(específicamente sus atributos cohesión y estabilidad) y “comunicación”. El mismo tipo de
hipótesis puede hacerse sobre la variación entre fenómenos psi (el tipo de “comunicación”
que nos interesa aquí) e “identidad”.206
Las interacciones entre relación e identidad han sido ampliamente estudiadas en
muchísimos contextos de marcos científicos, artísticos y literarios. Se ha comprobado que
la una no puede existir sin la otra; aquí no parece necesario mencionar el enorme cuerpo de
bibliografía que coincide unánimemente sobre este punto.207 Además se ha hecho
manifiesto que, aunque en la vida de un individuo pueda haber períodos breves o
prolongados en que la comunicación directa está suspendida (por ejemplo, la situación de
Robinson Crusoe), los tres observables de identidad, comunicación y relación son tan
interdependientes como volumen, presión y temperatura en otro dominio.208 Lo importante
para determinar la identidad y la conducta es la conciencia de una relación, la conciencia de
ser miembro de un grupo. “Los miembros de un grupo tienen una conciencia de pertenecer
a él que ciertamente puede persistir aun cuando haya cesado el trato con los otros
miembros, como ocurre con un inglés que vive en el extranjero”.209
Como un aspecto del observable ''identidad” usemos aquí la definición de Erik
Erikson de que la identidad es la capacidad de conservar importantes estructuras frente al
cambio.210
Como, de conformidad con los testimonios de la bibliografía, es claro que las
personas se esfuerzan por mantener su identidad con la misma intensidad con que
mantienen sus relaciones, podemos formular ciertas hipótesis sobre la interacción de la
"identidad” y la frecuencia de fenómenos psi. Un ejemplo sería la siguiente hipótesis: El
fenómeno psi tenderá a ayudar al individuo a conservar importantes estructuras frente al
cambio. Formulada de otra manera esta hipótesis rezaría así: “Los fenómenos psi tenderán
a estabilizar la identidad y a mantener la coherencia de acción y percepción más a menudo
de lo que tenderán a desestabilizar la identidad”.
Todas las hipótesis que hemos presentado aquí parecen tener mucho en común. Esto
se debe a que estamos tratando una Gestalt211 de identidad, comunicación y relaciones, de
manera que separarlas es un proceso artificial que se lleva a cabo sólo a los efectos de hacer
posible la formulación de hipótesis comprobables. Por ejemplo, Ernst Cassirer hizo notar
que una función principal del lenguaje es asegurar que un grupo tenga una experiencia
común de la realidad y que los participantes estén capacitados para comunicarse,
relacionarse entre sí y conservar sus identidades.212

Las ciencias que lograron realizar progresos definidos en el pasado siguieron un


curso que presenta análogos pasos y procedimientos. Estos comprendieron la selección de
un dominio específico, la identificación y definición de los observables de ese dominio, la
cuestión de las relaciones entre esos observables. En la historia de la investigación psíquica
no se creía posible hacer esto con cierto tipo de datos. Esos datos incluían los relativos a
fenómenos psi significativos, "determinados por la necesidad”.37213
Por eso, los procedimientos científicos en ese campo se concentraron primariamente
en el tipo de fenómenos psí de menos significación personal, el tipo que Ehrenwald llamó
“determinados por deficiencias”. J.B. Thine y sus discípulos elaboraron métodos para
estudiar ese tipo de fenómenos con cuidadosos y precisos procedimientos científicos. En
términos generales, podríamos caracterizar el paso de la “investigación psíquica” a la
“parapsicología” como un cambio de énfasis, que pasó del entusiasmo del médium y de las
apariciones en los lechos de muerte al estudio de las probabilidades estadísticas de
adivinación mediante mazos de naipes barajados.
Nos ha movido aquí la finalidad de demostrar cómo la teoría de los dominios es
pertinente y puede aplicarse al campo de la parapsicología. En nuestro intento logramos
mostrar que un enfoque científico podía realizarse en el terreno de los fenómenos psi
determinados por la necesidad y logramos dar algunos ejemplos fundamentales del tipo de
hipótesis que aquí pueden enunciarse y comprobarse. La rica bibliografía que hoy existe
sobre relaciones y sobre identidad así como la amplia bibliografía sobre fenómenos psi
psicológicamente significativos nos ofrece un gran campo para formular y someter a prueba
otras hipótesis en este dominio.
16

El dominio de la ética

“Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” Esta cita del Padre Nuestro
implica que el hombre debe obedecer los mandamientos de Dios. Generalmente se lo toma
como mandamientos éticos de Dios y en el contexto de este capítulo nosotros los
llamaremos leyes éticas. El sentido en que son leyes se aclarará a medida que expongamos
nuestros argumentos. No 'son leyes tan simples ni universales como las leyes de la ciencia
pues tienen diferentes formulaciones en diferentes culturas y religiones, pero así y todo
obran como leyes.
Existe pues una afinidad entre las leyes éticas y las leyes científicas. La cita que
acabamos de hacer sugiere que la voluntad de Dios creó las leyes éticas, cualquiera sea la
forma en que se las conciba. Generalmente no se considera el paralelismo que hay entre el
origen de las leyes éticas y el de las leyes de la naturaleza. Por lo menos para la mentalidad
judeo-cristiana tiene sentido esta otra cita de la Biblia, la cual muestra que Dios es también
el autor de las leyes de la naturaleza.
En toda la enseñanza bíblica se pone énfasis en el habitual relato de la creación del
mundo en seis días, pero el episodio de la afirmación de Dios al término del diluvio rara
vez se interpreta como una promesa de que Dios habrá de manejar el mundo de una manera
consecuente y regular, de conformidad con las leyes de la naturaleza. Recordemos la
promesa que Jehová hizo a Noé cuando apareció en el cielo el arco iris sobre las aguas en
señal de que habían terminado los días turbulentos, el tohu vabohu de la era anterior.

Y olió Jehová el olor grato y dijo Jehová en su corazón: “No volveré más a maldecir
la tierra por causa del hombre, porque la imaginación del corazón del hombre es mala desde
su niñez, ni volveré más a herir a todo ser viviente como acabo de hacerlo. Mientras dure la
tierra, siembra y siega, frío y calor, verano e invierno y día y noche cesarán de ser”. Y dijo
Dios: “He aquí que establezco mi pacto con vosotros y con vuestra descendencia después
de vosotros... Esta es la señal del pacto que hago entre mí y vosotros. Mi arco he puesto en
la nube y será por señal de pacto entre mí y la tierra, y será que cuando yo traiga una nube
sobre la tierra será visto el arco en la nube; y me acordaré de mi pacto que establezco entre
mí y vosotros y todo ser viviente de toda carne”.

El fin de la anterior introducción es el recordar al lector el origen común que


algunas religiones atribuyen a los mandamientos de la ética y a las leyes naturales. En este
capítulo exponemos argumentos filosóficos y epistemológicos que prestan apoyo a ese
punto de vista, argumento que muestra cierta semejanza en las estructuras de la ciencia y de
la ética; y nosotros esperamos disipar las incertidumbres y conflictos que rodean nuestra
comprensión de los principios y operaciones de los sistemas éticos.
Vimos en este libro que la conciencia es un dominio peculiar, único, que está más
allá del tradicional enfoque científico empleado para establecer la realidad física. La
conciencia no tiene reglas de correspondencia que hagan objetivos y cuantitativos sus
observables. El de la ética es otro dominio necesario a la existencia humana al que le faltan
reglas de correspondencia. Por su metodología se aproxima a la ciencia, aunque le faltan
definiciones operacionales, las cuales están reemplazadas por relaciones equivalentes en su
propio dominio. Como veremos, esto nos lleva algo que podría llamarse “realidad ética”
por más que esta expresión difícilmente se haya usado alguna vez (se emplea más bien el
término “validez”).

En primer lugar, existe cierto paralelismo entre la estructura de la ciencia corriente y


la estructura de la ética. Entre ciencia y ética encontramos una especie de trascendencia con
compatibilidad: las leyes son semejantes y compatibles, pero los observables son
diferentes. En un dominio los observables son aquellos que consideramos en relación con
las ciencias físicas así como con la biología (que hemos pasado por alto); dichos
observables son, para mencionar unos pocos: posición, temperatura, valencia, estructura de
los genes, dimensiones del cerebro, presión de la sangre. En la ética, los observables son los
valores que se designan con una gran variedad de nombres y que guardan relación con los
anteriores observables a los que trascienden. Para visualizar el paralelismo volvamos
brevemente a los diagramas de capítulos anteriores y consideremos las esferas que ellos
designan. Nuestro ejemplo más simple era del de la percepción de una piedra que cae
representada por la secuencia de experiencias protocolos que están indicadas en la figura 8
por P1. Por razones de simplicidad trazamos una sola P1, aunque para formular enteramente
la cuestión deberíamos trazar muchas. Reglas de correspondencia (R) llevan de P1 a
observables tales como posición, velocidad, aceleración y masa. Están relacionados por la
ecuación de la libre caída de Galileo: la distancia de caída es igual a la mitad de la
aceleración de la gravedad por el cuadrado del tiempo de caída (siempre que la velocidad
inicial sea cero). Esto representa una primitiva ley, una combinación de construcciones
cercanas al plano P. En la figura 8 su esfera está indicada por el contorno 1.
Pero esta relación puede ser derivada de una más general (la ley de la gravitación
universal de Newton que es más comprensiva), es decir, de una relación que se refiere a una
esfera más amplia de hechos P (no marcada en el diagrama y designada por el contorno 2)
que la anterior. La ley de Newton lógicamente implica la ley de Galileo. Durante varios
siglos la ley de Newton era la ley última que no podía ser deducida de otra más general y
que por eso está representada en la frontera izquierda del campo C. Pero Einstein mostró
que la ley de Newton, ligeramente modificada y corregida, era una consecuencia de su
teoría de la relatividad general. Atendiendo a nuestro diagrama, Einstein estableció un
postulado o un axioma (una relación lógica entre observables más generales que incluyen
los parámetros del espacio métrico) que está a la izquierda de la esfera de Newton, axioma
representado por el contorno 3. Por supuesto, hay muchas conexiones entre las
construcciones de 3 y las construcciones de 2, así como reglas de correspondencia entre
algunas de las construcciones (círculos) en 3 y el plano P (es decir, líneas simples y líneas
dobles) que no aparecen en el diagrama.
Decir que un determinado fenómeno está explicado significa que podemos pasar
continuamente de algunas experiencias P hacia la izquierda, a través del campo C, hasta
llegar a la serie de leyes llamadas axiomas. Estos difieren de los situados a la derecha de
ellos porque son los últimos casos de apelación que no pueden ser derivados de ninguna
proposición más general (la cual estaría situada a la izquierda de ellos). La figura 8
representa parte del dominio de la mecánica.
Parecida representación podría darse de toda rama de la ciencia convencional, como
el electromagnetismo, la mecánica cuántica, la estructura atómica y molecular, la genética.
Cada una de estas disciplinas tiene a la izquierda de su campo C un postulado o una serie de
postulados más allá de los cuales es imposible ir hacia la izquierda. Esos postulados nunca
son absolutos: nuevas teorías a menudo se sitúan a la izquierda más allá de lo que antes se
llamaba un axioma básico. Esta as la significación esencial de la afirmación de que la
ciencia no posee una verdad absoluta.
Aquí se plantea la cuestión: ¿De dónde derivan los postulados? El empirismo
inductivo sostiene que los postulados derivan de alguna manera de hechos P, pero la mayor
parte de los científicos creadores de hoy niegan esa aseveración. La conjetura de Einstein
no comenzó con un cuidadoso análisis de todos los “hechos”, sino que fue un acto creativo
diferente de una adivinación sólo por su éxito y los aspectos estéticos que la marcan a priori
como una conjetura de genio. La palabra “inspirada” es un buen adjetivo para calificarla.

Tracemos ahora en la figura 9 el movimiento de la ciencia desde los axiomas (A) a


varios hechos protocolos (P), pasando por leyes muy generales o ecuaciones cercanas a A,
luego a leyes menos generales y por último a las específicas relaciones entre los
observables situados cerca del plano P. Si esas relaciones, traducidas mediante reglas de
correspondencia (R) en hechos P, son verificadas hemos logrado dar una explicación
satisfactoria. La región intermedia de leyes contiene lo que a menudo hemos llamado
teorías, y en la figura 9 las designamos con la letra T.
Acabamos de preguntamos sobre el origen de los postulados y comprobamos que
son invenciones humanas, pero ¿qué decir de las reglas de correspondencia (R)? En
secciones anteriores vimos que también ellas comprenden rasgos sujetos a la elección
humana. Recordemos que entre los numerosos modos de medir el tiempo elegimos aquel
que nos lleva I la primera ley del movimiento de Newton; entre todas las posibilidades de
definir la temperatura elegimos aquella que nos lleva 8 la ley del gas ideal y a otras
relaciones termodinámicas simples; de modo que en el sentido más estricto, la verificación
en la ciencia, el acuerdo en el plano P, supone postular ciertas reglas (de correspondencia).
La ciencia comienza y termina con elecciones humanas deliberadas. Que el esquema, es
decir, que la determinada definición coherente de realidad física dé resultado es en cierto
sentido un milagro.
La estructura de la ética es formalmente semejante; su lenguaje es, por supuesto,
diferente. Mientras la ciencia, al describir hechos está en gran medida atada al modo
indicativo del lenguaje, la ética, dedicada a prescribir y prohibir secciones humanas, debe
usar imperativos en su campo. En la figura 10 se muestra la estructura metodológica de la
ética, sobré la cual debemos decir lo siguiente.

Se ha demostrado que todo sistema ético que resultó viable durante un gran período
de la historia (digamos alrededor de un milenio) tiene imperativos que progresivamente
fueron ampliándose y refinándose, imperativos que ya están presentes en el comienzo del
sistema ético, tanto en el tiempo como en su estructura metodológica.214 La mayoría de las
veces esos imperativos —por ejemplo., los Diez mandamientos, la Regla de Oro y el
Óctuple camino— son considerados de inspiración divina. Estimados en la perspectiva
humana, son postulados.
De ahí que a la izquierda de la figura 10 encontremos mandamientos, imperativos
(I) o, en su ulterior explicación, códigos de ley.
La acción realizada por un determinado grupo de personas,215 una tribu, una nación
o una cultura, que se traduce de formas específicas de conducta genera construcciones
habitualmente llamadas “valores” y designadas con la letra V en la figura 10. Así, el
imperativo “No matarás” hace un valor de la vida, el mandamiento que prohíbe robar
establece la propiedad como un valor; “Honra a tu padre y a tu madre” establece el valor
del amor filial; “Perdona a tus enemigos”, crea el valor de la tolerancia o la caridad, etc.
Hemos de llamar a estos valores, que nacen automáticamente de la obediencia a los
imperativos, valores de hecho para distinguirlos de otros valores que luego consideraremos.
¿Cómo están relacionados los valores con los imperativos? En la figura 9 la relación
entre axioma (A) y teoría (T) es una relación de vínculo lógico, la relación entre I y V de la
figura 10 está establecida por el proceso de vivir de conformidad con I.
Hemos dicho que se trata de valores de hecho porque nacen automáticamente de los
imperativos y no tienen validez innata, no tienen fuerza obligatoria salvo esa conformidad
con los imperativos que, según vimos, son en gran medida arbitrarios. Si en la ciencia
comenzáramos nuestro razonamiento con una serie arbitraria de A, llegaríamos también a
teorías por implicación analítica, pero no tendríamos la seguridad de que ellas fueran
“verdaderas”, es decir, que describan un cuadro útil y coherente de la realidad. Para ello es
necesaria la correspondencia con hechos protocolos.
La expresión “de hecho”, aplicada a los valores, expresa una análoga arbitrariedad.
Considerando los valores en sí mismos, no podemos decir si sus antecedentes, los
imperativos, eran “válidos”. Los V describen la conducta de la gente; son lo que los
estadísticos descubren al estudiar lo que la gente hace realmente con mayor frecuencia.
Demasiado a menudo, la práctica general se toma como una norma. Se supone que
determinadas acciones son correctas o buenas si todo el mundo (o la mayoría) las lleva a
cabo. Esta falacia es muy común y perniciosa. (Hasta afecta la observancia de las leyes.)
Lo cierto es que a los valores de hecho les falta fuerza normativa; como son
meramente de hecho les falta el “debería”. Consideremos ahora en qué condiciones el “ser”
merece y adquiere la autoridad de un “deber ser”, cómo alcanza “validez” ética, que es la
contraparte de la “realidad” en la ciencia.
Curiosamente, el logro de la validez también supone el establecimiento de
correspondencias, esta vez con otra serie de valores llamados ideales. Todo sistema de ética
contiene, además de leyes y sus correspondientes valores de conducta, una serie de metas
(G en la figura 10) que pueden llamarse valores ideales. Es curioso que dichos valores estén
casi universalmente aceptados en todas las culturas; contienen máximas sobre la felicidad
humana personal y colectiva, la libertad de acción o de creencias, la vida, la salud, la
tranquilidad estoica o la paz y quizá la intimidad y cierta lealtad conyugal y hasta la idea
del nirvana. Esos valores comprenden lo que nuestros políticos llaman derechos humanos.
A pesar de la variedad de sus nombres, todos ellos son compatibles. Su casi universalidad
sugiere inspiración divina como en el caso de la llamativa similitud de los imperativos. La
correspondencia entre valores de hecho y valores ideales, el logro de la felicidad, la
libertad, etc. mediante una vida de acuerdo con los mandamientos, se toma para dar
“validez” al sistema ético, con lo cual se transforman los valores de hecho en valores éticos,
en valores normativos.
¿Hay aquí alguna sugestión que pueda resultar útil para el estudio de la conciencia?
Vimos que la validez y la integridad exigen correspondencias (R) tanto en la ciencia como
en la ética. Pero mientras las correspondencias de la ciencia, tales como las definiciones
operacionales, introducen medidas cuantitativas, las de la ética no lo hacen o por lo menos
no enteramente. En efecto, uno puede contar el número de veces que una determinada
acción fue llevada a cabo por determinado grupo de personas como realización de un ideal
dado y asignar ese número a la acción. Así todos los V —o, por lo menos, muchos— serían
mensurables. Quizás este método de cuantificación contenga indicios apropiados para el
estudio de la conciencia.
La teoría de la ética aquí delineada presenta mayores dificultades cuando se la
enfoca desde el punto de vista de una persona de la sociedad occidental moderna y cuando
se aplica a ésta. Dicha teoría está idealizada por cuanto se la aplica a un grupo uniforme, sin
estratificaciones, cuyas preocupaciones son esencialmente éticas. En principio, resulta
apropiada únicamente para una sola clase, un solo estrato o una casta en un sistema de
estructuras de clases, de estratificación por la propiedad privada y de castas. Sería apta en
una sociedad comunista ideal y utópica así como en las primeras comunidades cristianas y
aun en ciertos grupos americanos unidos por lazos religiosos y estabilizados por el respeto a
su propia historia.
Nuestra civilización occidental no es ciertamente el lugar apropiado para someter a
prueba la validez de una teoría ética ideal, lógicamente estructurada. En efecto, nuestra
civilización está muy diversificada en lo tocante a la propiedad personal, que es uno entre
los muchos otros valores de nuestro esquema, pero que confiere extraordinario poder y
estima, mucho más que todos los otros. Aquí se mezclan y confunden circunstancias éticas
con circunstancias económicas, de manera que se necesitan comisiones burocráticas sobre
ética para desenmarañar la madeja. Su nombre cortés es el capitalismo; su fuerza motora es
la llamada iniciativa personal que resultó ser codicia, templada por la caridad oficial,
pública, para impedir revoluciones explosivas. Uno de los terribles ejemplos que muestran
la falta de distinción entre lo económico y lo ético, es la actitud de editores que están
dispuestos a gastar millones de dólares para obtener los derechos de publicación de libros
escritos por criminales.216
A fuerza de ser realistas nos parece útil señalar estas cosas, pero la estructura
esencial del sistema ético conserva su importancia aunque ésta no consista en una
descripción de nuestra sociedad; el sistema ético es, así y todo, lógica y esencialmente un
esquema válido, cuya metodología nos da indicios sobre la manera en que una cuestión que
no puede ser cuantificada según el procedimiento de la ciencia tradicional puede, ello no
obstante, desarrollarse y posiblemente ser coronada por el éxito. Lo que aquí se pone de
manifiesto es que las reglas de correspondencia que nos llevan a comprender el mundo
exterior pueden ser reemplazadas por correspondencias entre lo que hemos llamado valores
de hecho y valores ideales. Falta ver si esta observación contiene indicios útiles para el
estudio de la conciencia.
El método sugerido en este libro para tratar nuevas esferas de experiencia supone
ante todo seleccionar observables significativos, luego relacionarlos mediante leyes que
expliquen lo que hemos llamado experiencias P. Aplicándolo a la ética, podríamos tomar las
experiencias P como la simple satisfacción de los valores primarios postulados —tal vez
hasta podríamos decir universalmente aceptados— (las metas G de la figura 10 que ahora
llamaremos P). Los observables son claramente los valores de hecho V que derivan de la
conducta de acuerdo con L, las leyes. Esos valores no pueden medirse (ser cuantificados)
en el sentido corriente. Se los podría designar con palabras tales como riqueza, salud,
observancia de los deberes diarios, diligencia, honestidad, armonía familiar, longevidad y
los conceptos opuestos. Seguramente habrán de descubrirse las conexiones que guardan
entre sí, es decir, las leyes que los relacionan o algunas de ellas. Asignarles valores
numéricos es imposible. Pero en una sociedad dada que viva de conformidad con
determinadas leyes, el predominio de cada observable puede sin duda determinarse
estadísticamente en una escala, digamos, de -1 a +1.
Adviértase que los observables fueron elegidos de suerte que su medida plena (+1
en cada caso) satisfaga las metas P. Si la suma de sus medidas iguala a su máximo posible
con un margen de error razonable, el sistema ético será legítimo; las leyes están validadas,
así como en la ciencia los axiomas están verificados, también necesariamente con un
margen tolerable de errores.
Terminamos este capítulo volviendo a formular una alusión que está presente en su
totalidad y resumido en la nota 3. Parece que nuestra democracia está predispuesta a poner
mayor énfasis en los derechos humanos que en los deberes humanos. Esta opinión esta
dramáticamente expresada por el distinguido logoterapeuta V.F. Frankl, quien al terminar su
popular libro dice: “Recomiendo que la estatua de la Libertad de la costa oriental sea
complementada por una estatua de la Responsabilidad erigida en la costa occidental”.217
17

El dominio de la conciencia

En el pensamiento occidental hay una idea muy vieja: Natura non facit saltos, la
naturaleza no da saltos. Esta idea de que toda la naturaleza es algo continuo y de que todas
las diferencias se pierden en una serie de gradaciones infinitamente delicadas es una de las
premisas que determina el error del reduccionismo que, según vimos, insiste en que el
honor no es “nada más” que un reflejo condicionado en nosotros por nuestra educación
cultural, que el amor no es “nada más que” el impulso biológico a la reproducción y que la
conciencia no es “nada más que” estados cerebrales cambiantes. Con este concepto
Berkeley y Hume confeccionaron tablas de equidad y meditación, Pavlov hacia derivar el
intelecto de reflejos y el fisiólogo Jacques Loeb derivaba la vida de tropismos.218 Mientras
el universo se conciba como algo continuo este error puede considerarse una deducción
razonable. Pero, según vimos también, la idea de un universo coherentemente continuo, sin
saltos, fue invalidada por Max Planck en 1900 y ya no constituye una base de la ciencia
moderna. Si la consideramos desde el punto de vista actual, comprobamos que nunca fue
una “regla de la naturaleza” (cualquiera sea el sentido que se dé a esa frase), sino que, en el
mejor de los casos, fue una útil convención del pensamiento que ahora representa una
fastidiosa traba y que plantea innecesarios problemas. Una vez que decidimos que los datos
de cada dominio deben ser tomados en sus propios términos y no metidos en el lecho de
Procusto de la esfera sensorial, es evidente que resulta válido y científicamente necesario
concebir el honor como algo cualitativamente diferente del condicionamiento cultural, el
amor como algo más que una comezón en la ingle y la conciencia como algo más que
estructura y fisiología cerebrales.
Ahora debemos abandonar el acertijo de la gallina y el huevo y dejar de
preocupamos sobre lo que es básico y lo que lo causa. Después de todo, como lo expresó
Joseph Wood Krutch, es tan razonable decir que los impulsos sexuales son las
manifestaciones más simples y crudas de una realidad llamada “amor” como decir todo lo
contrarío.219 Ninguna proposición es filosóficamente más válida que la otra y cada una de
ellas presenta ventajas y desventajas. Recordamos aquí al viejo proverbio español citado
por el filósofo Antony Flew, ‘Toma lo que desees”, dijo Dios, “tómalo y págalo”. De todos
modos, desde el punto de vista de la ciencia moderna no deberíamos aceptar ninguna de las
proposiciones arriba enunciadas ni los puntos de vista que ellas representan. Pertenecen a
diferentes dominios y cada uno de ellos ha de tratarse según sus propios términos. Ninguna
de las dos proposiciones es un epifenómeno del dominio de la otra. El cerebro no segrega la
conciencia así como la conciencia no segrega al cerebro. Diferentes dominios tienen
diferentes observables.
La máxima intuición del actual estadio de la evolución del conocimiento
(aproximadamente a partir de la década de 1880 hasta el presente) es la de que si los datos
no se ajustan a la organización de la realidad cotidiana aceptada (“sistema metafísico”,
“definición de lo que es y de lo que no es”, etc.), luego es necesario reordenar y reorganizar
el concepto de realidad de que proceden los datos a fin de que éstos se ajusten a ella y se
comporten válidamente. Esto significa que si los datos nos son legítimos en el modo
corriente de organizar la realidad, han de ser tomados como hechos y la organización de la
realidad como teoría, y la teoría debe doblegarse a los hechos.220 Sin embargo, éste no es un
fenómeno de todo o nada: el concepto de realidad debe modificarse sólo en la esfera en que
los datos no son legítimos y mantenerse en las esferas en que lo son. Las ciencias sociales
se han valido de esta intuición sólo en una medida muy limitada. Generalmente, los únicos
datos aceptados como útiles y válidos fueron aquellos que se ajustan a la definición
corriente de realidad basada en el “sentido común” occidental.

Como hemos procurado mostrarlo, las cuestiones que nos parecen “obvias”, las
cuestiones que nos resultan claramente verdaderas, verdaderas sin necesidad de pruebas,
son por lo común verdaderas sólo en la esfera visual y táctil. Pero cuando vamos más allá
de esta esfera nuestra intuición de cómo son las cosas y cómo obran es frecuentemente
falsa; lo “obvio” ya no es necesariamente válido. Mencionemos unos pocos ejemplos:
nuestra intuición nunca nos diría que hay tantos números pares e impares combinados; que
las cosas incrementan su masa al incrementar su velocidad o que cuanto más sabemos sobre
la posición de un on, menos sabemos sobre su velocidad, y viceversa. En la esfera a que
pertenecen estos datos nuestra intuición no nos da buenos resultados.
Digámoslo con las palabras del matemático y filósofo L.V. Bertelanffy:

...en tiempos recientes...hubo que abandonar las categorías kantianas —que se


suponían eternas a priori de todo ser pensante porque eran demasiado humanas y convenían
sólo al familiar mundo de dimensiones medias, pero no a los mundos de lo inmensamente
pequeño y de lo inmensamente grande que entraron en el campo de la investigación
científica.221

Con todo, debemos poner cuidado para no arrojar al bebé con el agua de la bañera.
Nuestra intuición da buenos resultados en la esfera sensorial. Cuando, haciéndose eco de
otros filósofos modernos, V.V.O. Quine dice: “La intuición está en quiebra” exagera la
cuestión. La intuición está en bancarrota solamente en los dominios en que no puede
aplicarse un modelo mecánico. Uno de esos dominios es el dominio de la conciencia.
En una elaborada analogía, en la cual comparaba la actual existencia y la historia de
la ciudad de Roma con el espíritu, Freud demostraba que “lleva a lo inconcebible y hasta al
absurdo tratar de dominar las idiosincrasias de la vida mental abordándolas según la
representación visual”.222 También dijo Freud “...es imposible representar fenómenos de
este tipo en términos visuales”.223
No podemos, como ya lo indicamos antes, cuantificar los observables del dominio
de la conciencia. Aquí no hay reglas de correspondencia posibles que nos permitan
cuantificar nuestros sentimientos. Podemos formular enunciaciones de la relativa
intensidad de los sentimientos, pero no podemos ir más allá. Puedo decir: “Hoy estoy más
enojado con él que ayer”. Pero no podemos hacer manifestaciones tan carentes de sentido
como ésta: “Hoy estoy tres veces y media más enojado con él que ayer”.
Debido a esta falta de reglas de correspondencia, no podemos comparar realmente
la intensidad de los sentimientos de una persona con la intensidad de los sentimientos de
otra. Decir: “Mi alegría es mayor que la tuya” tiene tan poco sentido como decir (para
emplear las palabras de Wittgenstein): “Me duele tu pierna”. Un episodio contado por el
psiquiatra Víctor Frankl ilustra esta idea. Por casualidad, un oficial prusiano y un soldado
raso austríaco se encontraban en el mismo foso hecho por una granada durante un
bombardeo de la primera guerra mundial. El oficial prusiano preguntó: “¿Tiene miedo?” y
el soldado respondió “Sí, tengo mucho miedo”. El prusiano observó: “Esto ilustra la
superioridad de casta y de formación. Yo no tengo miedo”. El soldado raso austríaco
replicó: “Ilustra la diferencia pero no la superioridad; si usted tuviera la mitad del miedo
que yo tengo, ya hace rato que habría salido corriendo de aquí”.
Ya en 1926, el físico A.S. Eddington señalaba que la conciencia tiene dos aspectos.
El primero es un componente en la organización de la realidad tal como es percibida. (“El
hombre es el ser cuya aparición hace que el mundo exista”, escribió Sartre.)224 El segundo
aspecto, decía Eddington, es la autoconciencia. Creía Eddington que la primera función es
cuantitativa (por lo menos teóricamente) y que la segunda función no es cuantitativa (ni
siquiera teóricamente). En esto consiste la importante diferencia de los dos aspectos de la
conciencia, según decía Eddington.

...la división del mundo en un mundo material y un mundo espiritual es superficial;


la línea divisoria profunda separa los aspectos métricos y los aspectos no métricos del
mundo... Las “aficiones” de un determinado elefante no son métricas; su peso y volumen
son métricos.225

Creemos que esta idea representa una importante intuición aunque los hechos se
manifiestan ahora más complejos de lo que indicarían las declaraciones de Eddington. Por
ejemplo, podríamos señalar que cuando los seres humanos adquieren conciencia del
segundo aspecto, la autoconciencia, pueden idear procedimientos para modificar el yo.
Entre esos medios estaría la educación, la meditación, la psicoterapia, etc. Cuando
adquirimos conciencia del primer aspecto o función (la construcción y organización de la
realidad), podemos examinar los métodos en virtud de los cuales intentamos esa
organización, podemos hallar deficiencias en nuestras metodologías e idear otras nuevas.
Creemos que hasta el momento actual, esa opción de cambio no fue posible porque no nos
dábamos cuenta de hasta qué punto construíamos la realidad. El motor de la rápida
evolución de la ciencia y de la “era de transición” en que vivimos es la creciente conciencia
de que tanto inventamos como descubrimos la realidad.
Como indicamos en el capítulo 12, los científicos sociales modelaron en gran
medida su obra de conformidad con la ciencia de los siglos XVIII y XIX. Ilustrando la
declaración del físico Max Born (“La física de un período es la metafísica del siguiente”),
los científicos sociales proyectaron a todas las esferas de experiencia el esquema del ser que
daba buenos resultados en la esfera sensorial y decidieron de antemano que los datos que
debían buscar y aceptar como válidos eran los datos que podían ajustarse al modelo de
máquina de la esfera sensorial. Y, como también hicimos notar antes, el dualismo cartesiano
(la formulación de la realidad empleada en la física de los siglos XVIII y XIX) es apto para
el estudio de sólo una mitad del dualismo, “el mundo exterior”, la res extensa, y no lo es
para el estudio de la conciencia, la otra mitad, la res cogítans. En cuanto a aumentar nuestra
comprensión de la conciencia, ese dualismo resultó en general infructuoso.
El esquema de los físicos, tan fielmente emulado por generaciones de psicólogos,
epistemólogos y estéticos, probablemente esté poniendo obstáculos a sus progresos,
anulando posibles intuiciones por la fuerza del prejuicio físico. El esquema no es falso —es
perfectamente razonable—, pero resulta inútil en el estudio de los fenómenos mentales.226

Sin reglas de correspondencia posibles y sin la posibilidad de cuantificar los datos,


¿qué podemos decir sobre los observables del dominio de la conciencia? Podemos formular
algunas enunciaciones generales:
1. Los observables serán diferentes en agudeza y naturaleza de los observables de la
esfera sensorial. Aquí no hay “cosas”, sólo se dan “procesos”. (Este hecho bien conocido se
debe tanto a la experiencia como a los intentos hechos para analizar estos observables. No
está empero universalmente aceptado a causa de la creencia predominante de que nuestra
incapacidad para descubrir “cosas” en esta esfera se debe a nuestra ignorancia y de que si
lográramos analizar correctamente los datos, los observables resultarían análogos a los que
encontramos en la esfera visual y táctil. Aquí sencillamente los datos no se tomaron en sus
propios términos.)227
2. Los observables son de un “acceso limitado” —es decir, sólo pueden ser
observados por una persona— a diferencia del “acceso público” de los observables de
muchas otras esferas.
3. Los observables no pueden cuantificarse de una manera absoluta. En esta esfera
no hay reglas de correspondencia: un principio no podemos decir “Juan sentirá tres accesos
de alegría cuando se entere de la noticia”.
4. Como los observables no pueden verse ni tocarse no tienen muchas de las
características de los observables de la esfera sensorial. No tienen tamaño (“¿Cuánto mide
un miedo?”). No pueden localizarse en el espacio (“¿Dónde siento amor?”). No tienen
forma, ni superficie, ni color.
5. Puesto que los observables no pueden cuantificarse ni pueden localizarse en el
espacio, su interacción será diferente de la interacción de los observables de la esfera
sensorial. Los principios algebraicos fundamentalmente simples que rigen la interacción de
los observables de la esfera sensorial sencillamente no pueden aplicarse en el dominio de la
conciencia.
6. Los principios guías de espacio y tiempo en esta esfera son diferentes de los
principios de la esfera sensorial. Aquí el espacio es espacio personal y el tiempo es tiempo
personal. Estas definiciones, necesarias para que los datos resulten legítimos, no son las
mismas del espacio euclidiano (métrico) o del tiempo newtoniano (del reloj). No hay razón
para suponer que esas definiciones sean las mismas definiciones del espacio-tiempo del
macrocosmo. Hasta ahora ningún sistema matemático mostró que fueran aplicables al
espacio personal y al tiempo personal.228
7. Aquí no hay principios de conservación (como el principio de que “la materia y la
energía ni se crean ni se destruyen”)- Esperamos milagros de creación cuando un genio
concibe nuevas ideas. Esas ideas no violan las leyes de conservación que hallamos en
muchos otros dominios ni obedecen a ellas; sencillamente “se dan”.229
8. La segunda ley de la termodinámica no se aplica a esta esfera. La actividad
mental puede aumentar el orden en su propio dominio (por ejemplo, extrayendo nuevas
conclusiones de hechos anteriormente conocidos), y esto no se lleva a cabo a expensas de
un ambiente mayor.
9. Los modelos mecánicos no son válidos. La existencia e interacción de los
observables no pueden visualizarse de conformidad con los principios de empuje y tracción
de una máquina.
10. Causas y finalidades existen ambas como observables. El libre albedrío es un
observable que no reconoce réplica alguna entre los observables de la esfera sensorial. La
voluntad está orientada al futuro. Bien puede ocurrir que la acción futura determine que la
libre voluntad —un observable del dominio de la conciencia y de la conducta molar del ser
humano individual— no sea un observable en el dominio de la conducta molar de muchos
seres humanos. Podemos predecir con seguridad que, salvo que se produzca un terremoto,
una gran cantidad de gente se encontrará cruzando el puente George Washington para salir
de Nueva York el viernes próximo a las cinco y media de la tarde. Pero el lector y yo
podemos decidir quedamos en la ciudad aquella noche e ir al teatro. La conducta de las
masas puede predecirse, aunque esto dista mucho de estar probado. La conducta del
individuo no puede predecirse. Desde luego, ésta no es ninguna idea nueva. Vemos, por
ejemplo, la misma diferencia entre el microcosmo y la esfera sensorial. El carácter
impredecible y la “causalidad estadística” de la esfera de los onta se convierten en hechos
específicamente predecibles cuando entran en juego números tan grandes de onta que ya
nos encontramos en la esfera sensorial. Aquí no hay ninguna paradoja. Análogamente la
“libre voluntad” en la esfera de un ser humano puede muy bien convertirse en algo
“estadísticamente predecible” y hasta “específicamente predecible” en la esfera de grandes
masas de seres humanos. Aunque todo esto es especulación en el estado actual de nuestros
conocimientos, parece probable que los dominios de la conciencia y de la conducta del ser
humano individual están en diferentes esferas cuando se trata de la conducta de grandes
masas de seres humanos.
La predicción absoluta de sucesos específicos futuros no es posible, pero la
predicción estadística —en un sentido relativo— es posible. Podemos decir: “Es más
probable que E, sienta más alegría que pena cuando se entere de esta noticia”. No podemos
decir: “Sentirá alegría” o “hay un treinta y tres por ciento de probabilidades de que sienta
alegría”.
La causalidad (en el sentido de la posibilidad de predecir sucesos específicos) opera
sólo en sistemas aislados. En el mundo físico a menudo puede provocarse este aislamiento.
En el dominio de la conciencia no es posible hacer semejante cosa. Si uno instituye
rigurosos procedimientos con el fin de aislar una mente (procedimientos que provoquen
privación sensorial), infligirá daños a esa mente y terminará por destruirla. La mente se
resiste a los intentos de aislamiento. La conciencia llega constantemente al pasado y al
futuro, a otros lugares y a otras posibilidades de lugares.
11. En principio, no es posible predecir sucesos conscientes futuros. Empero puede
mostrarse que sucesos pasados estuvieron determinados. Desde un punto de vista científico,
pues, el pasado de una conciencia individual está determinado y el futuro es libre.

Durante los pasados dos siglos se fue aceptando cada vez más la concepción
mecánica del hombre. Ni las ciencias sociales ni la filosofía académica se opusieron a ese
proceso. Como ya lo hicimos notar, sólo la física moderna ofreció la posibilidad de una
salida. Primero, la física mostró la necesidad del concepto de diferentes esferas de
experiencia que necesitan diferentes (pero compatibles) sistemas metafísicos para hacer que
sus datos sean legítimos; segundo, la física moderna suministró una base científica al libre
albedrío. A este último punto dedicaremos ahora nuestra exposición sobre el dominio de la
conciencia.
En los capítulos 7, 8 y 10 consideramos la falacia de todo reduccionismo que intente
explicar cualquier aspecto de la física y de otras ciencias desde un punto de vista de la
materia según la concepción precuántica.230 Con un sentido más amplio expusimos la
necesidad del principio de trascendencia con compatibilidad, la necesidad de invocar
agentes cuya esencia no pueda preverse y que a menudo carecen de sentido en otros
dominios científicos. Demostramos que el problema de cuerpo y espíritu no puede
resolverse por ninguna operación reductiva y entonces hicimos a un lado teorías de
identidad y de epifenomenalismo, monismo, dualismo, biperspectivismo y otras de esta
índole. Llegamos a la conclusión de que el espíritu es algo sui generis, que trasciende el
cuerpo pero que, ello no obstante, está en interacción con él.
Nuestra concepción del espíritu difiere en un importante punto de otras
concepciones propuestas principalmente por parapsicólogos y vitalistas.231 No asignamos al
espíritu atributos tales como la fuerza —con lo cual negamos el vitalismo- o la energía; el
espíritu no es un agente físico de manera que atributos como la energía no habrán de
encontrarse entre sus observables. Suponemos que hay interacciones entre el espíritu y el
cerebro, pero que ninguna de esas interacciones implica una transferencia de energía.
Nadie negará que una interacción entre cuerpo y espíritu se lleva a cabo cuando
hacemos conscientemente un movimiento. Además, afirmamos que nuestra voluntad —el
núcleo de la conciencia, en el que el sí mismo proclama su ser del modo más enfático—
está en interacción con el cuerpo de una manera especial cuando toma una decisión y activa
deliberadamente el cuerpo. En los días precuánticos, cuando la filosofía estaba dominada
por el determinismo de Laplace (en los que clásicamente se definía un estado sin recurrir a
las probabilidades y se sostenía que él determinaba todos los estados futuros —de un
sistema aislado—), la libre voluntad era una paradoja y una ilusión. Es decir, no podía ser
explicada, a pesar de las pruebas empíricamente precisas que la afirmaban o bien su
afirmación era falsa. Esta situación ha cambiado en virtud del descubrimiento de la
mecánica cuántica. La nueva disciplina ofrece la posibilidad de una solución al apartar el
obstáculo del determinismo de viejo cuño.
Nuestra tesis es la de que la mecánica cuántica deja en cualquier momento a nuestro
cuerpo, a nuestro cerebro, en un estado con numerosos futuros posibles (a causa de su
complejidad podríamos decir innumerables, cada cual con una probabilidad
predeterminada. La libertad supone dos elementos: posibilidad (la existencia de una
genuina serie de posibilidades) y elección. La mecánica cuántica suministra la posibilidad,
y nosotros hemos de sostener que únicamente el espíritu puede llevar a cabo la elección
eligiendo (no energéticamente forzado) entre los futuros cursos posibles.
Pero primero debemos apartar un obstáculo. Se recordará que probabilidades de
diferentes cursos de sucesos rigen el microcosmo y que las probabilidades cuajan en
certezas en el mundo molar a que corresponde el cuerpo humano. Por eso, podría parecer
que los procesos neurológicos están sujetos a un estricto determinismo o a un determinismo
casi estricto. El criterio para determinar si prevalece la posibilidad es la relación de
incertidumbres de Heisenberg que volveremos a considerar brevemente en la forma

Aquí y son campos de posición y velocidad de un on de masa m, campos en


los que las probabilidades ejercen control. Generalmente se los llama, de manera algún
tanto vaga, errores de observación, evidentemente el valor de m es crítico. El símbolo h es
la constante de Planck dividida por 2π.232
Consideremos pues qué masas entran en juego en procesos cerebrales y en la
excitación de nuestros órganos sensoriales. Comencemos por aplicar la relación de
incertidumbre de Heisenberg al electrón del átomo de hidrógeno, del que ya nos hemos

ocupado. Su masa es tal que es alrededor de 1 (en unidades de centímetro, gramo,


segundo).
Ya consignamos que la velocidad del electrón alrededor de su órbita más pequeña es
aproximadamente de ±108 centímetros por segundo (los signos ± indican que a veces está a
la derecha, a veces a la izquierda).233 Esto da como resultado que sea aproximadamente
-8
de 10 centímetros, que es más o menos la dimensión del átomo, es decir, la distancia
dentro de la cual su posición es incierta. En el caso de una célula cerebral íntegra la masa es
por lo menos un trillón de veces mayor que la de un electrón, si asignamos a una
incertidumbre de tamaño mensurable —digamos, 1 milímetro— viene a ser 10-11
centímetros por segundo, una velocidad tan pequeña que difícilmente podría determinar una
acción fisiológica. La masa de una protuberancia sináptica en el interior de la corteza
cerebral es aún mayor y por lo tanto excluye toda incertidumbre, toda preocupación por la
probabilidad, de manera aún más efectiva. Aquí prevalece pues el determinismo.234
Pero esto no es pertinente en el presente contexto, pues ¿a quién le interesa el
movimiento de las células cerebrales o de una neurona como todo? Es más probable que lo
que desencadene impulsos neurales sea un solo átomo o una sola molécula, o tal vez varios
átomos o moléculas. Sus masas son alrededor de 100.000 veces las de un electrón y si la
incertidumbre intrínseca de su posición fuera del calibre de una célula cerebral, la
incertidumbre en lo tocante a sus velocidades podía ser de centímetros por segundo.
El distinguido neurofisiólogo y filósofo J.C. Ecclés235 consideró la posibilidad de
que el espíritu pueda influir en el comportamiento de onta contenidos en células y en
protuberancias sinápticas y también acaso en el comportamiento de electrones que están
libres por su indeterminación física. Y si un electrón está confinado en una célula cerebral»
su velocidad se extendería de 0 a 106 centímetros por segundo, que es aproximadamente la
velocidad de un misil balístico intercontinental. Si el espíritu puede elegir dentro de esta
enorme gama de velocidades para provocar algún proceso fisiológico que lleve a una
acción corporal» la libertad de la voluntad ya no es una paradoja.
Una relación análoga a la anterior es válida en el caso de energía y tiempo; la

relación es , fórmula en la cual E significa

energía, t tiempo y , lo mismo que antes, “incertidumbre”. Precisamente lo que

significa aquí , la “incertidumbre” en el tiempo que requiere un proceso físico en


el que entran en juego una masa m resulta algún tanto oscuro en este contexto (y en muchos
problemas físicos a los que se aplica esta desigualdad), pero cualquiera que sea el valor
razonable que elijamos para en conexión con los movimientos del electrón o del
ión dentro de una célula, obtendremos un valor para E —la incertidumbre de energía de la
cual el espíritu puede escoger— que es mucho mayor que la energía que puede estimular al
espíritu para adquirir conciencia de sí mismo. Esta energía es sólo de alrededor de 10-11
ergios en el caso de la sensación auditiva. En el caso de la visión, la energía de un solo
fotón (10-12 ergios, una cienbillonésima de la habitual unidad pequeña de energía) puede
provocar una respuesta.
La vista suministra otro ejemplo convincente. Nuestra retina es sensible a fotones
individuales. Aquí no necesitamos recurrir al principio de la incertidumbre en busca de
pruebas numéricas pues sabemos que un fotón está sujeto a las leyes de los onta cuánticos y
que exhibe un comportamiento probabilista.
Las anteriores consideraciones ofrecen una solución al problema de la libre
voluntad: la física suministra genuinas posibilidades de elección y el espíritu elige.
Continuamente nos hemos visto obligados a suponer que el espíritu, como entidad
independiente, puede llevar a cabo esa elección; en otras palabras, que pueda influir en el
cuerpo. Debemos pues aceptar esto como un postulado. Para resumir nuestras conclusiones
con respecto a la libertad de la voluntad repetimos aquí lo expuesto en un artículo anterior
en el que se proponía esta solución al problema del libre albedrío.236
El determinismo clásico hacía intrínsecamente imposible la libertad a menos que se
excluyera arbitrariamente su aplicación a fenómenos psicofísicos.
Los argumentos históricos ideados para conciliar la libertad con la causalidad
clásica lograron tan sólo establecer una ilusión subjetiva, una sensación personal de
libertad.
La física moderna, por obra del principio de la indeterminación de Heisenberg,
flexibilizó el determinismo laplaciano suficientemente para admitir sucesos atómicos no
causados, lo cual permite en ciertas situaciones especificables la incidencia del genuino
azar.
Las consecuencias de esas indeterminaciones microcósmicas, si bien son
generalmente insignificantes en el mundo molar, entran en el macrocosmo (por lo menos en
varios casos conocidos) y hasta desempeñan cierto papel en delicados procesos químicos y
neurofísicos que tienen importantes efectos en la conducta.
La física hace así comprensible el concepto de posibilidad, de verdaderas
posibilidades que pueden ser aprovechadas por el curso de los sucesos. En su estado actual,
la física por sí sola puede dar cuenta de una conducta humana impredecible, errática.
La libertad humana supone algo más que la posibilidad, supone la elección
deliberada. Pero necesita la posibilidad. Mientras la ciencia no pueda decir nada sobre este
elemento activo, creativo de decisión, llamado la elección, no habrá resuelto plenamente el
problema de la libertad. La solución que nosotros proponemos es simple. Consideramos el
espíritu o la conciencia como el agente independiente que lleva a cabo la elección. Si
miramos retrospectivamente, comprobamos que así cumplimos la prescripción de san
Agustín contenida en De Libero Arbitrio. San Agustín entendía que la libertad humana
supone dos elementos: posibilidad y elección. El logró identificar la elección, pero no la
posibilidad. Ahora la teoría cuántica acude en su ayuda.
Y ahora se nos ocurre un último pensamiento. Dijimos que un agente no físico elige
entre posibilidades físicas. ¿No restaurará el determinismo esta concepción más amplia? Si
podemos explicar la manera en que el agente lleva a cabo sus elecciones entre las diferentes
posibilidades que le presenta la física, ¿no nos dejará la inclusión de ese agente en el
esquema de cosas en el mismo punto de que hemos partido, es decir, una fórmula laplaciana
amplificada?
La respuesta es negativa pues este agente es la mente y sabemos que en su función
la mente es ideológica. Mira hacia el futuro antes que al pasado. Es atraída por finalidades
así como es empujada por pulsiones, participa del carácter vivo del espíritu humano
incalculable, y así la libertad sobrevive en un sentido único.
Notas
[←1] A. Koestler, The Act of Creation, Londres; PAN, 1970, pág. 253.
[←2] Giordano Bruno escribió: “Dios no es una inteligencia externa, que flote por todas
partes y lo dirija todo desde afuera; más digno de él es considerarlo el principio interno de
movimiento que es su propia naturaleza, su propia manifestación, su propia alma.. Citado
en E. Cassirer, The Philosophy of the Engtightenment. Princeton, N. J.; Princeton
University Press, 1951, pág. 41. “Las leyes generales de la naturaleza que gobiernan y
determinan todos los fenómenos no son otra cosa que los eternos decretos de Dios que
siempre implican necesidad y verdad eterna”. Spinoza, Tractatus Theologicus. Politicus,
III, 7.

[←3] “La aspiración a demostrar que el universo marchaba como un mecanismo de


relojería ... era inicialmente una aspiración religiosa. Se sentía que debería haber algo
defectuoso en la creación misma -algo que no sería digno de Dios- si no se podía mostrar
que toda la estructura del universo estaba interrelacionada de suerte que respondiera a un
esquema de racionalidad y orden”. H. Butterfield, The Origins of Modern Science. Londres:
G. Bell, 1949, pág. 105.
A causa de este concepto de una racionalidad que regía todo el universo, el mundo
occidental rechazó lo irracional como medio de llegar a la verdad. El pensamiento
intelectual del Occidente rechazó la fuerte y clara corriente del misticismo occidental y por
fin llegó a la conclusión de que esta corriente lejos de encaminar a la verdad apartaba de
ella.
“La suprema energía y la más profunda verdad del espíritu (según esta concepción)
no consiste en llegar al infinito, sino que consiste en que el espíritu se mantenga frente al
infinito y aporte su unidad pura igual a la infinitud de ser. Giordano Bruno, en quien se
manifiesta primero este clima de opinión, define la relación entre el yo y el mundo, entre
sujeto y objeto en este sentido... El poder de la razón es nuestro único medio de acceso al
infinito; la razón nos asegura de la presencia del infinito y nos enseña a colocarlo dentro de
la medida y de ciertas fronteras, no para limitar su ámbito sino para conocerlo en la
plenitud de su ley que todo lo abarca y todo lo penetra”. Cassirier, Op. cit., pág. 38.
Antes de Bruno, en el Occidente nunca se percibió un conflicto en lo tocante a los
resultados de diferentes enfoques de la verdad. Santo Tomás de Aquino creía que si los dos
enfoques, el de la revelación y la fe, por un lado, y el de la observación y la razón, por el
otro, se aplicaran al mismo problema y se los empleara correctamente, ambos llegarían a la
misma conclusión. Las grandes escuelas escolásticas consideraban que su principal misión
era la de armonizar y conciliar la fe y la razón, la creencia y el conocimiento. Desde el
punto de vista de dichas escuelas, nunca podía haber una verdadera contradicción entre fe y
razón.
En el oriente la situación era completamente diferente de la del Occidente después
de Bruno. El pensamiento intelectual y el pensamiento místico orientales estaban integrados
y eran considerados una síntesis válida. Esta circunstancia, desde luego, tenía desventajas,
así como ventajas. Jung lo expresó así: “Los hindúes son notoriamente débiles en su
exposición racional. Piensan principalmente valiéndose de parábolas o imágenes. No les
interesa la razón. Por supuesto, ésta es una condición fundamental del Oriente en general”.
C. Serrano, G.G. Jung and Hermann Hesse: A Record of Two Friendships, Nueva York,
Schocken, 1916, pág. 50.
[←4] En un fascinante poema The Masque of Reason, el poeta Robert Frost explica la
manera en que fue tratado Job como un intento de Dios ”... para invalidar el Deuteronomio:
liberarse de las inexorables leyes de la acción y de la respuesta que Dios había creado y por
las cuales se veía ahora atrapado”.
[←5] “Galileo, Descartes y Newton consideraban a Dios como una especie de
'matemático maestro’ del universo. 'La geometría existía antes que la creación, la geometría
es eterna con el espíritu de Dios, es Dios mismo', escribió Kepler, y otros gigantes del
pensamiento se hicieron eco de su convicción". Koestler, Op. cit., pág. 262.
“El hombre de ciencia sabe que hay todavía amplios campos de fenómenos que no
ha sido posible aún reducir a leyes estrictas ni a reglas numéricas exactas. Sin embargo el
científico permanece fiel al credo pitagórico general: piensa que la naturaleza en su
conjunto y en todos sus campos específicos es 'número y armonía"'. E. Cassirer, An Essay
on Man, Nueva York, Anchor Books, 1954, pág. 277.
[←6] Dejando de lado las ocasionales singularidades como la de dos gotas de lluvia que
se juntan y forman una sola gota. Pero aun en esos casos, la cantidad de líquido doble de la
nueva gota salvaba y hacía viable la concepción cuantitativa. Por ejemplo, si en el primer
momento uno no puede ver adónde va a parar la energía de un resorte espiral tenso cuando
se lo disuelve en un ácido, luego comprueba que esa energía calentó el ácido más de lo que
lo hubiera calentado el resorte suelto. Podía considerarse que materia y energía
permanecían constantes si uno ponía suficiente atención; materia y energía no aparecían ni
desaparecían.
[←7] Aun ataque dirigido contra este concepto por la mecánica de los cuantos, Einstein
replicó: “No puedo creer que Dios juegue a los dados con el universo”.
[←8] “Cuando se hace una observación de un sistema atómico preparado de una
determinada manera y al que se le ha dado así un estado dado, el resultado no será por lo
general uniforme; es decir, si el experimento se repite varias veces en idénticas condiciones,
pueden obtenerse resultados diferentes”. P.A.M. Dirac. Citado en J. Jeans, The New
Background of Science, 1934, pág. 47. A mayor abundamiento, véase el capítulo 11 de este
libro.
[←9] Para decirlo con los términos de William James: La proposición “Todos los cuervos
son negros” se convierte en falsa tan pronto como uno ve un cuervo blanco.
[←10] “Si se desea dar una descripción exacta de la partícula elemental —y aquí el
énfasis está en la palabra 'exacta'— lo único que puede darse como descripción es una
función de probabilidad. Pero luego se da uno cuenta de que ni siquiera la cualidad de ser
(si es lícito llamarla 'cualidad') corresponde a lo que se describe. Se trata de una posibilidad
de ser o de una tendencia a ser". W. Heisenberg, Physics and Philosophy, Nueva York;
Harper, 1958, pág. 70.
[←11] H. Margenau, Open Vistas: Philosophical Perspectives of Moder Science,
Nueva Haven; Yale University Press, 1961.
El uso que hacemos de la palabra on requiere una explicación... y acaso una excusa.
La introdujo uno de los autores en una ocasión anterior, pero esto tuvo poco eco. Se trata
del participio presente del verbo griego ειναι, “ser”. De ahí que on signifique ser en su
sentido más amplio. El motivo de esta elección es el siguiente: en la teoría cuántica
encontramos numerosas “partículas elementales”. Pero hoy se sabe que en modo alguno se
trata de partículas ni de ondas ni de vórtices ni de cargas eléctricas ni de nada que pueda
definirse atendiendo a características visuales. Esos fenómenos sencillamente trascienden
todo lo relativo a la masa, a la esfera visual y táctil. La mayor parte de sus nombres termina
en on, que es el sufijo de muchos nombres griegos. Por esta razón deseamos emplear la
forma más abstracta, la expresión más breve, y elegimos on. Su significación literal es la
misma que tiene el vocablo latino ens, de que deriva el término “entidad”. De ahí que on y
entidad sean sinónimos; elegimos el primero porque su novedad corre pareja con la
novedad que ha de reconocerse en las “partículas” elementales. El plural de on es onta.
Se sabe que los físicos son exigentes y acaso hasta remilgados en la elección de
términos. Recordamos un episodio que ocurrió en la época en que se descubrió el positrón,
el electrón positivo. El secretario de la Sociedad Física Norteamericana, Karl Darrow, un
estudioso de la literatura griega, propuso el término “orestón” de Qrestes, el medio
hermano de Electra. Según una comunicación personal de Darrow, algunos miembros
gazmoños de la sociedad rechazaron la sugestión pues habían oído hablar del incesto
clásico de Electra y Orestes. Si se lo piensa bien, la interacción entre electrones y
positrones parecería justificar aquellos antiguos rumores cuando se considera lo que ocurre
al encontrarse. Se destruyen recíprocamente y dan nacimiento a fotones.
[←12] Para decirlo con las palabras de Einstein: “Antes de Clerk Maxwell, la gente
concebía la realidad física —en la medida en que se suponía que representaba ios hechos de
la naturaleza— como puntos materiales, cuyos cambios consistían exclusivamente en
movimientos...; después de Maxwell, se concibió la realidad física como algo representado
por campos contiguos que no se explican mecánicamente… Este cambio producido en el
concepto de realidad es. el más profundo y fructífero que experimentó la física de Newton”,
citado en H. Margenau, “Einstein's Conception of Reality”. En P. A. Schilpp, ed. Albert
Einstein: Philosopher Scientist. Nufeva York; Harper, 1959, pág. 253.
[←13] Estos fueron intentos de realizar modelos visuales o mecánicos de los
parámetros de nuestra experiencia del gusto y el olfato. Ninguno de ellos resultó
particularmente útil; ninguno pareció correcto.
[←14] Los últimos dos párrafos son una paráfrasis de algunas observaciones de
Peter Berger contenidas en su Rumor of Angels, Nueva York, Doubleday, 1961, págs. 71 y
siguientes.
[←15] Por cierto que hay excepciones importantes en todos estos campos —como
Peter Berger en sociología, Jacob Needelman en filosofía y Karl Rogers en psicología—
pero distan muchos de ser la regla. Otra excepción importante es Ernest Cassirer. En su
Language and Myth Cassirer trata los dos tipos de pensamiento que veía en la estructura del
lenguaje y afirma que cada uno de ellos es idealmente apropiado a su fin. Ciertamente no
tiene sentido decir que uno sea superior a otro.
[←16] “Donde estuvo el ello, estará el yo. Se trata de un trabajo de restauración,
como el drenaje de Zuyder Zee” S. Freud, New Introductory Lectures, Nueva York, Norton,
1933, pág. 112.
[←17] La fuerza sobrenatural impersonal a la cual algunos pueblos primitivos le
atribuyen buena suerte, poderes magníficos, etc. Ter. de la Polinesia [S.].
[←18] En su trabajo con niños pequeños Piaget desarrolló estos métodos en muy
alto grado.
[←19] ¿Qué decir, por ejemplo, de la descripción que hace Carlos Casteneda de
una construcción de la realidad? (A Separate Reality, Nueva York, Pocket Books, 1972, y
en sus otros libros sobre este tema.) ¿Es una construcción válida o es una construcción
esquizofrénica? Personalmente creemos que se trata de esta última aunque nos veríamos en
figurillas para probarlo.
[←20] A. Eddington, The Philosophy of Physical Science. Ann Arbor; Michigan
University Press, 1959, pág. 31.
[←21] En ajedrez el movimiento del caballo de rey a reina 3 nos da cuenta
solamente de dos posiciones del caballo. Nada nos dice sobre lo que ocurrió entre el
momento en que estaba en una casilla y el momento en que estuvo en la otra. No podemos
tener idea de la “ruta” que siguió desde una posición a la otra. Las reglas del juego no
hacen ninguna referencia a que el caballo se encuentre entre dos posiciones ni
espacialmente ni temporalmente. Estuvo en un lugar y ahora está en otro; nada lo afectó y
él nada afecta en el entretanto. Además no transcurre el tiempo, su “movimiento”
sencillamente no tarda ningún tiempo en cumplirse. Literalmente el caballo nunca está en
un “ínterin”.
El universo del ajedrez es un mundo limitado pero perfectamente coherente. Tiene
un sistema metafísico bien organizado que está en interacción con su “realidad”, la cual
comprende el tablero bidimensional, el número limitado de piezas, etc. También están aquí
incluidos principios limitantes básicos tales como la imposibilidad de que dos piezas
ocupen el mismo lugar al mismo tiempo, el hecho de que la pieza en movimiento es
siempre superior a la pieza que está en reposo, etc.
[←22] En la teoría del efecto Compton (colisión entre un electrón y un fotón) el
tratamiento elemental aplica las leyes de la conservación de la energía y de la cantidad de
movimiento como si estos onta fueran bolas de billar. Se obtienen resultados satisfactorios,
sólo que no pueden predecirse las direcciones después del impacto.
[←23] A. Einstein y L. Infels, The Evolution of Physics, Nueva York; Simon y
Schuster, 1961,
…una física realmente relativa no puede basarse en la geometría euclidiana” (pág.
266). “... si deseamos rechazar el movimiento absoluto y atenemos a la idea de la teoría de
la relatividad, la física debe construirse sobre la base de una geometría más general que la
euclidiana” (pág. 228).
[←24] En la esfera visual y táctil, por ejemplo, masa, velocidad y tiempo se
consideran separadamente. Así, decimos que una flecha con cierta velocidad y cierta masa
recorrerá cierta distancia en cierta cantidad de tiempo. Velocidad, masa y tiempo están
relacionados pero son independientes. En la esfera de las cosas muy grandes o demasiado
rápidas empero, se da una situación completamente diferente. Cuanto más velocidad tenga
nuestra flecha, mayor se hace su masa y más lentamente transcurre el tiempo para cualquier
bacteria que viaje en la flecha (también se vuelve más breve).
Las dos maneras de organizar la realidad en estas dos esferas son completamente
compatibles. Si bien son muy diferentes, no son contradictorias. Es lícito decir que la
construcción usada en el mundo visual y táctil es un ‘‘caso especial” de la construcción de
la realidad usada en el mundo de las cosas demasiado grandes o demasiado rápidas. Ello no
obstante son construcciones de la realidad muy diferentes.
[←25] R. Abel, Man is the Measure, Nueva York; Free Press, 1976, pag. 270.
[←26] W. Heisenberg, Philosophical Problems of Nuclear Science, Nueva York,
Fawcett, 1966, pág. 15.
[←27] Abel, Man Is the Measure.
[←28] N. RashevsI'y, “Is the concept of the organism as a machine a useful one?”
In G Frank, ed. The Validation of Scientific Theories, Boston: Beacon, 1954.
[←29] E. Underhill, Practical Mysticism. Londres, J.M. Dent, 1964, pág. 27.
[←30] “El hecho de que nunca podamos conocer lo que es la realidad se ve claramente en
lo siguiente. Se hace una conjetura sobre cómo son y cómo funcionan las cosas. Entonces
deseamos compararla con la ’verdad’ ¿Qué significa esto? Ni siquiera podemos
conjeturarlo. Lo que signifique una comparación es algo completamente incierto’’. Einstein
y L. Infeld, The Evolution of Physicst Nueva York, Simon y Schuster, 1938, pág. 35.
[←31] E. Schródinger, Mind and Matter, Londres, Cambridge University Press,
1959, pág. 52.
[←32] H. Smith, Condemned to Meaning. Nueva York; Harper, 1956, pág. 43.
[←33] “Si es cierto que la teoría debe basarse en hechos observados, es igualmente
cierto que los hechos no pueden observarse sin la guía de alguna teoría. Sin una guía
nuestros hecos no tendrían ilación y serían infructuosos; no podríamos retenerlos pues en su
mayor parte ni siquiera podríamos percibirlos”. (La bastardilla es nuestra.) A. Comte, “The
Positive Philosophy”. En S. Commins and R. Linscott, eds., Man and the Universe: The
Philosophers of Science, Nueva York; Washington Square Press, 1954, pág. 225.
[←34] B. Russell, citado en A. Korzybski, Science and Sanity, 3er. ed. Lancaster, Penn.:
Non-Aristotelian Publishing Co., 1933, pág. 263.
[←35] S. Langer, “On Cassirer’s theory of language and myth.” En P. A. Schilpp. ed., The
Philosophy of Ernst Cassiter. Evanston, 111.: Library of Living Philosophers, 1949, pág.
381.
[←36] K.R. Popper y J.C. Eccles, The Self and Its Brain, Berlin: Springer International,
1977, pág. 61.
[←37] “Por convención coloreado, por convención dulce, por convención amargo. En
realidad, sólo hay ¿tomos y el vacío” (Demócrito). Estos ejemplos han sido tomados de
Abel, op. cit.
[←38] Abel, op. cit., pág. 215.
[←39] Varios de estos ejemplos están tomados de Abel, op. cit.. pág. 106.
[←40] Refiriéndose al período medieval Jung dice: 'Los hombres eran todos hijos de Dios
y se hallaban al amoroso cuidado del ser Supremo que los preparaba para la eterna
bienaventuranza’". Hay una diferencia muy grande entre estar formado en una cultura en la
que esto se considera como sentido común y estar formado en una cultura en la que el
sentido común indica más bien que cada individuo es un engranaje completamente
reemplazable de una gran máquina que sencillamente funciona mecánicamente. C. G. Jung,
Modem Man in Search of a Soul, London; Methuen, 1953, pág. 233.
[←41] “Cuando Descartes trazó una firme línea entre materia y espíritu, al mismo tiempo
trazó una línea entre hombres de ciencia y filósofos. En adelante, los hombres de ciencia se
hicieron cargo de la materia y los filósofos abordaron lo mejor que pudieron el espíritu”. T.
Walker, The Diagnosis of Man, Baltimore: Penguin, 1962, pág. 152.
Nunca se había hecho nada semejante. En él pasado no había ninguna separación
entre hombres de ciencia y filósofos. Esa división, cuya última prueba es la separación de
psicología académica y departamentos de filosofía, debe remediarse si pretendemos hacer
verdaderos progresos. Antes, los físicos que en el pasado promovieron grandes progresos en
la esfera visual y táctil eran tanto filósofos como hombres de ciencia y no es posible separar
su física de su metafísica.
[←42] L. Le Shan, Alternate Realities, Nueva York, Evans, 1975.
[←43] En los capítulos 7, 8 y 10 trataremos este punto más detalladamente.
[←44] Nos parece que es ilusoria la esperanza de establecer una conexión única entre
todos los estados de depresión y los estados cerebrales cuando recordamos la frustrada
búsqueda del físico para encontrar variables ocultas en la mecánica de los cuantos.
[←45] En español se ha traducido por vivencia. [T.]
[←46] William James se refería a este conjunto incoherente de sensaciones, llamándolo
“floreciente, zumbadora confusión”. Como partes de la conciencia, ni siquiera las
sensaciones experimentadas en sueños, en la hipnosis, etc. se distinguen de otras
sensaciones diferentes.
[←47] Apelar a la casualidad, como hacen a menudo hombres de ciencia ceñidos a la
epistemología de la realidad física, es un procedimiento que presenta esta desventaja: no
poseemos ninguna definición clara ni generalmente aceptada del término, ni un criterio
absoluto para decidir cuándo un suceso es fortuito.
[←48] La teoría calórica concebía el calor como un fluido imponderable. La teoría cinética
lo concebía como la energía dinámica de las moléculas que componían el cuerpo.
[←49] En 1798 el conde Rumford (un tory norteamericano que huyó a Europa durante la
revolución) horadaba cañones para el elector de Bohemia. Al advertir las grandes
cantidades de calor engendradas en la operación de barrenar, Rumford decidió que el calor
debía de ser una forma de movimiento.
[←50] Es decir, si se comprime lentamente un gas en un recipiente provisto de un
manómetro y un aparato destinado a medir el volumen.
[←51] Sobre la definición de “error probable”, veasé, R. B.. Lindsay y H. Margenau.
Foundation of Physics, Nueva York: Dover 1939. o cualquier manual sobre la teoría de la
medición.
[←52] Esto es algo riesgoso porque implica un número llamado la probabilidad a priori de
éxito. Ese número es difícil de determinar y sin embargo tiene efectos decisivos en los
resultados. La fórmula misma está dada, por ejemplo, en H, Margenau y G. M. Murphy,
The Mathematics of Physics and Chemistry, Nueva York, D. Van Nostrand, 1943.
[←53] En ocasiones la señora Garret invito a uno de los autores a reuniones con
parapsicólogos en su hermosa casa de Le Piol, con la esperanza de que pudiera llegar a esa
coordinación. Desgraciadamente no lo logró, pero el autor atribuye su fracaso al hecho de
estar enfrascado en otras tareas. En el capítulo 15 hacemos algunas sugestiones que podrían
conducir a la deseada coordinación.
[←54] A. Coleman, Tram. Royaí Astr. Soc., Vol. 1,1930.
[←55] Este podría considerarse aproximadamente el primer intento de llegar a una teoría
unificada.
[←56] Se encontrará un análisis más detallado en H. Margenau, The Nature of Physical
Reality. Nueva York;McGraw, 1950.
[←57] Capítulo 4.
[←58] Véase E. Laszlo, Introduction to Systems Philosophy. Nueva York: Gordon y
Breach, 1972.
[←59] Análogos augumentos se encontrarán en M. Bunge, “The Metaphysics,
Epistemology and Methodology of Levels”. En White, Wilson, eds. Hierarchical
Structures, Nueva York, Elsevier, 1969. Los puntos de vista que aquí presentamos están
expuestos también en H. Margenau, Main Principles of Modem Thought, cap. 2, Nueva
York, Gordon and Breach, 1974, y Laszlo, op. cit.
[←60] A mayor abundamiento, véase Margenau, op. cit.
[←61] La anterior exposición representa el punto de vista corriente. Una interesante
objeción a este punto de vista, que aparentemente no encontró eco en la bibliografía, fue
expresada por Maw Bron, el famoso teórico cuántico, en una conversación privada. Hace
notar Bom que el conocimiento perfectamente exacto de la posición y de la velocidad de
cada molécula de gas o hasta de una sola partícula es en principio imposible de alcanzar.
(Después volveremos a considerar este punto cuando tratemos el tema de la retroacción
epistémica.) El espíritu humano debe contar siempre con errores de observación. Ahora
bien, una computación muestra lo siguiente. Si un error muy pequeño en nuestro
conocimiento de la posición de las moléculas de aire en una habitación normal fuera
admitido y tenido en cuenta en el cálculo, la aplicación de las leyes de Newton no
preservaría la exactitud del conocimiento inicial. Lo que ocurre es que cada colisión de dos
moléculas aumenta el error. Por ejemplo, si el error inicial equivaliera sólo a un 0,005 % se
incrementaría a un 100 % en menos de un microsegundo; el conocimiento original se habría
convertido en ignorancia total.
Esta consideración, por interesante que sea, no altera, por supuesto, lo que dijimos
sobre la imposibilidad de una reducción recíproca entre la mecánica newtoniana y la
mecánica estadística.
[←62] Se encontrarán más detalles en R.B. Lindsay y H. Margenau, Foundations of
Physic, New Haven, Conn.: Oxbow Press, 1980.
[←63] Para ser precisos digamos que hay, además de cuatro campos fundamentales
distintos, una confusa multitud de llamadas partículas elementales que presentan
observables tales como masa, carga, espín, isoespín y hasta encanto, color y sabor (en un
sentido en alto grado metafórico).
[←64] Ciertamente esto tiene significación sólo si se ponen ciertas restricciones a los
observables A (distribución maxwelliana), pero en breve tiempo estas restricciones se
realizan automáticamente por sí mismas.
[←65] Este argumento fue también expuesto en H. Margenau. Bunge Festschrift.
[←66] El término surgir, frecuentemente usado por los abogados del reduccionismo, no se
ajusta exactamente a nuestros ejemplos ni a nuestro punto de vista, pues lo que “surge”
estaba antes presente aunque era invisible, en tanto que nosotros deseamos poner énfasis en
la novedad de las nuevas construcciones y de los nuevos observables, los cuales se crean al
pasar a otro modo de explicación.
[←67] Empleamos el término “molar” en su sentido habitual, diferente de atómico y
molecular, y también diferente de lo astronómicamente grande. También podrían usarse en
su lugar “ordinario” o “accesible a los sentidos”.
[←68] Se lo podría caracterizar del modo más sencillo diciendo que es el espacio en que
resulta verdadero el teorema de Pitágoras de que la suma de los cuadrados de los dos lados
de un triángulo rectángulo es igual al del cuadrado de la hipotenusa.
[←69] Véase por ejemplo, C.W. Misner, K.S. Thorne and J.A. Wheeler, Gravitation. San
Francisco: Freeman Press, 1973.
[←70] P. Jordan, Die Herkunft der Steme, Wiss. Veri. Gesellschaft, 1947.
[←71] Margenau, Open Vistas.
Agregamos lo siguiente para el lector interesado en mayores detalles. Tracemos una
serie (rectangular) de coordenadas cartesianas en un plano y designémoslas x e y. Cualquier
punto p del plano tiene una distancia s del origen que, de acuerdo con Pitágoras, responde a
la relación s2 = x2 + y2. En el espacio de tres dimensiones cuando agregamos un eje z, esto
se resolvería así: s2 = x2 + y2 + z2. Consideremos ahora en este espacio tridimensional dos
puntos diferentes pero muy cercanos el uno del otro. Cuando estos puntos se proyectan al
eje x, la distancia entre estas proyecciones es dx, y de manera análoga construimos y
definimos dy y dz. Luego, otra vez de conformidad con Pitágoras, la distancia entre los dos
puntos vecinos, designada por ds, responde a ds2 = dx2 + dy2 + dz2.
Esta ecuación, llamada ecuación métrica, es característica de la geometría
euclidiana. En la geometría no euclidiana es reemplazada por ds2 = adx2 + bdy2 + cdz2, en la
cual a, b, c, son números diferentes de 1, pero en todas las actuales aplicaciones físicas
están muy cerca de 1. Estas geometrías no euclidianas describen espacios que son curvos,
lo cual es una manera de decir que la distancia más corta entre dos puntos puede ser una
curva y no en línea recta. Por último, hallamos el siguiente resultado notable. Si en lugar de
considerar dos puntos en un espacio tridimensional, consideramos dos sucesos muy
cercanos tanto en el espacio como en el tiempo, sus coordenadas espaciales son dx, dy y dz
como antes, pero el pequeño intervalo de tiempo que los separan es dt; de manera que,
según Einstein, introducimos aquí un cuarto intervalo cuatridimensional ds, que obedece a
la ecuación: ds2 = dx2 +dy2 - c2 dt2.
Esta ecuación define el sentido en que el tiempo se considera una cuarta
coordenada, una cuarta dimensión del espacio. Este concepto es fundamental en la teoría de
la relatividad espacial. La constante c es la velocidad de la luz.
[←72] Con todo, estas características guardan relación con el plano P en virtud de reglas
indirectas y complejas de correspondencia.
[←73] Margenau, Philosophy of Science, 1949, págs. 16, 287.
[←74] Schrödinger, en una comunicación privada, declaró que la noción de latencia
debería aplicarse a la identidad de partículas elementales y, es más aún, hasta a su
existencia. Schrödinger conjeturaba que tales partículas podrían cobrar existencia por obra
del acto de medición. Esto ha sido luego confirmado.
[←75] Eigen: “propio”, en alemán [T.]
[←76] Las varias Ei pueden formar una secuencia de valores, en parte, discreta y, en parte,
continua.
[←77] Entre algunos físicos nucleares ya se advierte la tendencia a interpretar partículas
elementales de masa excepcionalmente grandes, recientemente descubiertas, como estados
cuánticos superiores de partículas más ligeras.
[←78] Este término es usado por E. Laszlo para caracterizar la relación de espíritu y
cerebro. Véase su introducción a Systems Philosophy, Nueva York, Gordon y Breach, 1972.
[←79] En este contexto el sentido que los físicos dan a la palabra “clásico" es peculiar;
mientras para el humanista significa excelente, respetado por el tiempo, digno de
admiración, el físico aplica esta voz a una teoría que ha perdido su validez.
[←80] El biólogo Theodore von Uexkull ha investigado esta cuestión y —sobre la base de
sus conocimientos de anatomía comparada— ha trazado cuadros del modo en que una
misma escena se manifestaría a una variedad de diferentes especies. Véase por ejemplo su
“A Walk in the World of Animals and Men”. En C.H. Shilier, traducción y edición,
Instinctive Behavior, Nueva York: International University Press, 1957.
[←81] Whyte, Wilson y Wilson, Hierarchical Structures.
[←82] M. Bunge, American Journal of Physiology, 233, 75.
[←83] H, Margenau, The Nature of Physical Reality.
[←84] Le Shan, A Itemate Realities.
[←85] K. Popper y J. Eccles, The Self and Its Brain. Nueva York: Springer, 1977.
[←86] Los gij son coeficientes de la métrica del espacio riemanniano; ds se llama el
elemento línea; R es el radio de la curvatura del espacio.
[←87] Véase Margenau, The Nature of Physical Reality.
[←88] Se encontrará un tratamiento más técnico en Bom, Natural Philosophy of Cause
and Chance, 1951.
[←89] Ejemplo: No poseemos una teoría exacta sobre el fenómeno económico de la
inflación. Ello no obstante, los economistas lo refieren a observables tales como producto
nacional bruto, tasas de importación y exportación y desequilibrio del presupuesto nacional.
Sobre la base de estos observables y de algunas “leyes” bastante vagas que relacionan la
inflación con estos observables, los economistas intentan hacer predicciones causales.
[←90] A los efectos de la simplicidad, hemos de suponer que son perfectamente elásticas.
[←91] Los detalles que siguen son complementarios del ejemplo 7 contenido en el
capítulo 8
[←92] Esta observación tiene una implicación interesante para el estudio del espíritu, pues
existen puntos de vista místicos que afirman la identidad de todos los espíritus.
[←93] Se encontrarán detalles en Margenau, op. cit. Nuestra reseña es abreviada. Para
determinar lo que los físicos llaman la fase de p son necesarias también análogas
mediciones de la cantidad de movimiento del electrón.
[←94] Algunas observaciones sobre aspectos matemáticos de causa y finalidad:
En un sentido técnico, la cuestión de la finalidad apareció algún tanto disfrazada en
dos lugares de la teoría física. El primero en la descripción del campo electromagnético.
Sus leyes asumen la forma de una serie de ecuaciones diferenciales conocidas como
ecuaciones de Maxwell, que permiten dos soluciones del potencial eléctrico V. Ambas
soluciones dependen de la densidad de la carga p, que es una función del tiempo t, en el
cual el potencial ha de evaluarse. Se encontrará una exposición simple del aspecto
matemático implicado aquí en Lindsay y Margenau, Foundations of Physics, Oxbow Press,

1981. Pero en una solución, t aparece en forma de t - en otras palabras, p es la

función p (t - ). Ahora bien r es la distancia a que está la carga del punto en el que V
ha de ser evaluado, y c es la velocidad de radiación, la velocidad con que se propaga el

campo electromagnético. De ahí que sea el tiempo que tardó la radiación en pasar

desde el punto designado por r al punto donde p ha de ser evaluado y que t - sea
anterior a t en ese intervalo. Resumiendo todo esto, podríamos decir que V(t) depende del
campo que existía en los puntos de contribución de momentos del pasado, de tal manera
que una perturbación pudo alcanzar el punto por el cual se calcula V:V presente depende de

las distribuciones de carga en todos los momentos anteriores . La afirmación es


claramente razonable pues implica que el pasado determina el futuro. En otras palabras la
teoría responde al principio de la causalidad.

En la otra solución, p (t - ) es reemplazado por po(t + ).


El último, cuando se lo usa en el cálculo de V, da lugar a lo que se llama el potencial
avanzado, el primero da el potencial retrasado. El potencial avanzado hace que V dependa
de momentos posteriores a t en el intervalo necesario para que la luz viaje y hace que V
presente dependa de futuras distribuciones de carga. Sin embargo, generalmente sé sostiene
—y de manera razonable— que toda teoría que hace depender el presente del futuro es, no
causal, sitio teleológica, que es una teoría que implica que las cargas del presente están
dirigidas (controladas) por metas futuras.
Los físicos, acostumbrados al razonamiento causal, generalmente ignoraron los
potenciales avanzados al sostener que una de las soluciones sencillamente no se realiza en
la naturaleza. Por otro lado, algunos parapsicólogos echaron mano de esos potenciales
avanzados para establecer un aspecto teléológico en la naturaleza y también ocasionalmente
para explicar la clarividencia y la precognición. Esto último parece ilusorio a los autores de
este libro, pues limitaría la precognición de sucesos a intervalos iguales a los que
necesitaría la luz para pasar del suceso al sujeto que tiene la precognición.
En conclusión dinamos, en lo tocante a los potenciales avanzados, que son
desconcertantes aun para los físicos. En efecto, si una serie básica de ecuaciones admite dos
soluciones de igual probabilidad a priori, uno se pregunta (teniendo en cuenta el general y
generoso despliegue de simetría e imparcialidad que exhibe la naturaleza) por qué la
naturaleza no concreta una posibilidad matemáticamente impecable: la finalidad.
Así y todo, hay otros casos de falta de simetría, fenómenos en cuya descripción t
puede no ser reemplazada por -t. Se los llama fenómenos irreversibles de los cuales no nos
ocuparemos.
El segundo lugar en que la idea de finalidad apareció en la ciencia física es la
mecánica clásica. Aquí las leyes fundamentales pueden enunciarse de dos maneras: en la
forma de ecuaciones diferenciales y en los llamados principios integrales o de variación.
Una ecuación diferencial, como la segunda ley del movimiento de Newton, asume la forma

m + f(x)

en la que m es la masa, su aceleración y F(x) la fuerza que obra sobre m.


Que nosotros sepamos, lo que vamos a decir seguidamente no apareció publicado pero
constituyó el tema de discusión de varios seminarios de física teórica desarrollados en
Europa durante la década de 1930. Se trata de lo siguiente:

Un derivado como se puede determinar únicamente si se conoce el pasado

reciente de la masa m; en cuanto a la velocidad presente se puede determinar solo si


se conocen la posición presente x y la posición x - dx en el tiempo t - dt. Esto supone dar un
paso infinitesimal al pasado.

Análogamente, contiene v - dv y t - dt, que exige a su vez un segundo paso


infinitesimal al pasado.
De ahí que, si resolvemos la ecuación, determinamos el futuro en virtud del
conocimiento del pasado; nos valemos pues del razonamiento causal.
Aproximadamente un siglo y medio después de Newton, Hamilton descubrió que
las leyes fundamentales de la dinámica también pueden enunciarse en forma integral. Este
principio establece que cierta integral que implica energía cinética T y energía potencial V
es estacionaria, es decir, tiene los valores mínimos posibles (o, en casos raros, los
máximos). Para decirlo más simplemente, el cuerpo se mueve hacia el futuro de una manera
que hace que la integral arriba mencionada sea un mínimo (podría uno decir “para”
conservar (T - V). El movimiento implica una selección de una senda entre el número
infinito de posibles sendas futuras. Esto tiene la apariencia de algo teleológico. Y en
verdad, un hombre tan importante como Max Planck consideraba los principios integrales,
lo mismo que los de Hamilton, como algo que implicaba finalidad en la naturaleza.
[←95] W. Worringer,Form in Gothic. H. Reed ed., Nueva York, Schocken, 1967, pág. 13.
[←96] P. Bridgman, The Logic od Modem Physics, p 46.
[←97] Sobre las razones por las cuales estamos entregados a estos principios y sobre los
medios que empleamos para establecer la existencia de observables véase el capítulo 6.
[←98] F.F. Hoveyda, “The Image of Science in our Society”. Biosciences
Communications, III, n° 3, 1977, 5-51, pág. 28.
[←99] W. James, A pluralistic Universe, Nueva York; Longmans, Green, 1909, fig 32 (y
de la misma obra pág. 319): “No importa cuál pueda ser el contenido del universo si uno
admite que el universo es múltiple siempre y en todas partes, que nada real deja de tener un
ambiente; así lejos de invalidar su racionalidad como pretenden tan unánimemente los
absolutistas, uno lo deja en posesión de la máxima racionalidad accesible prácticamente a
nuestras mentes. Nuestras relaciones con el universo, relaciones intelectuales, emocionales
y activas, son fluidas y resultan congruentes con las exigencias importantes de nuestra
propia naturaleza”.
Nuestro libro tiende en gran medida a demostrar que muchos problemas
fundamentales no pueden resolverse con el empleo de sólo una racionalidad.
[←100] A. Koestler, Janus, Nueva York: Random House, 1978, págs. 24 y
siguientes.
[←101] L. W. Bertalanffy, Robots, Men and Minds, Nueva York: Braziller, 1967.
[←102] J.W. Krutch, The Measure of Man, Nueva York: Grosset y Dunlap, 1955,
pág. 105.
[←103] Ibid, pág. 107.
[←104] Ibid, pág. 118.
[←105] A. Koestter, The Act of Creation, Londres, Pan, 1970, pág. 251.
[←106] E. Cassirer, Essay on Man, Nueva York, Anchor. 1954, pig. 20.
[←107] Nichomaehean Ethics. 1,3.
[←108] K. Walker, Diagnosis of Man, Baltimore: Penguin, 1962, pág. 20.
[←109] W. Mischel, “On the Interface of Cognition and Personality”, American
Psicholo- gistI vol. H n° I 1979, pág. 741.
[←110] J. Kohl, The Age of Complexity. Nueva York: Mentor, 1965, pág. 36.
[←111] Ibid., pág. 11.
[←112] K. Koffka, Principles of Gestalt Psychology, Nueva Yoik: Harcourt Brace,
1963, págs. 35 y siguientes.
[←113] La predicción estadística lleva a la predicción causal cuando se trata de
números elevados, Lleva inexorablemente y con completa compatibilidad a esa predicción
de causa y efecto. De la misma manera, unidades de conducta refleja (que responden a las
reglas del mundo visual y táctil), cuando se las trata en grandes números, llevan
inexorablemente a una esfera diferente de experiencia: a la esfera de unidades molares de
conducta.
[←114] N.Wiener, The Human Use of Human Beigs, Boston: Houghton Mifflin,
1950, pág. 129. “...la cantidad de información es una cantidad que difiere de la entropía
meramente por su signo algebraico”.
[←115] Leibniz: “Los espíritus obran de conformidad con las leyes de las causas
finales; los cuerpos obran de conformidad con las leyes de las causas eficientes”.
[←116] LeShan, "Time Orientation and Social Class", J. Abn. Soc. Psychol., 47,
págs. 589-592,1942.
[←117] Los sociólogos miembros de la “Escuela de Chicago” como Warner, Davis,
Havighurst y otros, escribieron extensamente en estos términos.
[←118] Koffka, op. cit.
[←119] E.W. Sinnott, Cell and Psyche: The Biology of Purpose, Nueva York:
Harper, 1950, pág. 6.
[←120] R. Benedict. Patterns of Culture, Nueva York, Mentor, 1934.
[←121] Véase también LeShan, Alternate Realities.
[←122] Citado en Sulzberger,C.L. Go Gentle into the Good Night. Englewood
Cliffs. N.J.: Prentice-Hall, 1976, pág. 24.
[←123] M. Bom, The Natural Philosophy of Cause and Chance. Oxford: Clarendon
Press, 1948, pág. 122.
[←124] Worringer, From in Gothic, págs. 1-11.
[←125] R. LeBrun, Darwings, Berkeley: University of California Press, 1941, pág.
24.
[←126] H.B. Chipp, Theories of Modern Art, Berkeley: University of California
Press, 1956, pág. 182.
[←127] Reed, Art Now, Londres: Faber A Faber, 1968, pág. 87.
[←128] R. Dowson, ed., Fairfield Porter: Art in Its Own Terms, Nueva York;
Taplinger, 1979, pág. 26.
[←129] C. Kubler, The Shape of Time, New Haven, Conn.: Yale University Press,
pág. 65.
[←130] S. Langer, Form and Feeling, Nueva York: Scribner’s, 1953, pág. 22.
[←131] E.H. Gombrich, Art and Illusion, pág. 49.
[←132] W. James, A Pluralistic Universe, Nueva York: Longmans Green, 1903,
pág. 319.
[←133] Esta pintura puede encontrarse en The World of Vincent van Gogh, de
Robert Wallance, Time-Life Books, pág. 177.
[←134] L. LeShan, Notebooks, 1977.
[←135] A. Malraux, The Voices of Silence, Nueva York: Doubleday, 1951, pág. 14.
[←136] E. Cassirer, Essay on Man, pág. 188.
[←137] J. Bronowski, The Common Sense of Science, Cambridge, Mass.: Harvard
University Press, 1959, pág. 94.
[←138] J.W. Krutch, The Measure of Man, pág. 237.
[←139] Langer, op. cit., pág. 27.
[←140] Worrmger, op. cit., pág. 159.
[←141] Ibid. pág. 89.
[←142] Kubler, op. cit., pág. 5.
[←143] A. Mairaux, Picasso's Mask, Nueva York, Holt. 1974, pág. 182.
[←144] Langer, op. cit., pág, 71 y siguientes.
[←145] A. Hildebrand, The Problem of Form in Painting and Sculpture, Nueva
York. Longman’s Green, 1903, pig. 53 y siguientes.
[←146] Hans Hofman, Nueva York: Abrams, 2da. ed., sin fecha, pág. 40.
[←147] Malraux, op. cit., 1974, pág. 231.
[←148] Langer, op. cit., pág. 17.
[←149] Malraux, op. cit., 1951, pág. 368.
[←150] I.A. Richards, Poetries and Sciences, Nueva York, Norton, 1970, pág. 83.
[←151] Worringer, op. cit., pág. 109 (paráfrasis).
[←152] Reed, op. cit., pág. 45.
[←153] Gombrich, op. cit., pág. 86.
[←154] K. Tomito, “Art” Enciclopedia Britannica, 18th. ed. voL 2, pág. 441.
[←155] Krutch, op. cit., pág. 242.
[←156] Reed., op. cit., pág. 47.
[←157] Gombrich, op. cit., pág. 175.
[←158] Malraux, op. cit.,1951, pág. 38.
[←159] Ibid., pág. 70.
[←160] Reed, op. cit.
[←161] B. Thouless, “Regression to the Real Object”, Brit. J. Psychol, 21, parte
4,1931, y 22, 1932, partes 3 y 4.
[←162] Santayana, G.: My Host the Worlds vol, 3, Nueva York: Scribner’s, pág. 30.
El psicólogo E. G. Boring escribió: “Estrictamente hablando, el concepto de ilusión no
tiene lugar en psicología porque ninguna experiencia copia verdaderamente la realidad”.
[←163] Gombrich, op. cit., pág. 27.
[←164] Kubler, op. cit., pág. 13.
[←165] LeBrun, op. cit.
[←166] Porter, F. (Dowson, op. cit.), pág. 86.
[←167] Kubler, op. cit., pág. 65.
[←168] Ibid, pág. 66.
[←169] “Feliz aquel que sabe que después de haberse dicho todo, aún queda lo
inexpresable”, dijo Rilke. O como observó una vez el psicólogo R. S. Woodworth, “A veces
uno debe desembarazarse de la palabra para pensar claramente”. Citado en Koestler, Janus.
[←170] Langer, op. cit., pág. 2.
[←171] “La teología es un poema que tiene a Dios por tema”, Petrarch.
[←172] B. Berenson, Aesthetics and History in the Visual Arts, Nueva York:
Pantheon, 1955, pág. 137.
[←173] W. Heisenberg, Wanderungen in den Grundlagen der Naturwissenschaft,
Leisig. Hirzel, 1945.
[←174] Unnatur es el término que aplica Goethe a la concepción de la luz de
Newton.
[←175] Esta frase es difícil de traducir. Aproximadamente significa “el efecto de los
colores en los sentidos y en las actividades del hombre”.
[←176] Heisenberg, op. cit.
[←177] C.D. Broad, Lectures in Psychical Research. Londres, Reutiedge y Regan
Paul, 1962, pág. 6.
[←178] R. Gerard, "Units and Concepts of Biology”, Science, 125 (1957), 429-433,
pagina 420.
En esta vida las cinco ventanas del alma
Deforman los cielos de polo a polo
Y nos enseñan a creer en una mentira
Cuando miramos con los ojos, no a través de los ojos
William Blake
[←179] P. Sorokin, The Crisis of our Age, Nueva York: Dutton, 1941. Esta es la
razón de que William James llamara a la investigación psíquica “la fiera del desierto
filosófico”. A Plurilistic Universe, Nueva York: Longmans Green, 1907, pág. 330.
[←180] W. Weaver, Lady Luck: The Theory of Probability, Nueva York: Doubleday,
1963, págs. 360 y siguientes.
[←181] R. Haywood. The Sixth Sense, Londres: Pan, 1971, pág. 10.
[←182] E. Jones. The Life and Work of Sigmund Freud. Londres; Hogarth, 1957,
vol. 3, pág. 408.
[←183] G.N.M. Tyrrell, The Nature of Human Personality, Londres; G. Allen and
Unwin, 1954, pág. 74. La declaración “p. igual a menos que .0001” significa que las
posibilidades de que los resultados se debieran a variación accidental eran menos que una
en diez mil. Esta es una prueba científica, en alto grado aceptable, de que los resultados no
se debían al “azar”.
[←184] Tyrrell, op. cit., págs. 71 y siguiente: “En 1894 el primer Lord Balfour
escribió que cualquier acontecimiento que encuentre su lugar en la estructura de las
ciencias físicas, y hasta uno tan notable como la destrucción de la tierra por algún
desconocido cuerpo celeste, debería despertar la mitad de la curiosidad intelectual que
debería suscitar el hecho de que el señor A. puede comunicarse con el señor B. por medios
“extrasensoriales”. (Heywood, op. cit., pág. 9.)
[←185] Hay numerosas razones psicológicas y sociológicas del rechazo de estos
testimonios científicos, razones que tienen sus raíces en la estructira psicológica de los
individuos educados en la cultura occidental en esta época. Esas razones han sido tratadas
detalladamente en otros lugares y no nos proponemos ocuparnos de ellas aquí. Véase por
ejemplo: J. Eisenbud, Psi and the Nature of Things. Inti. J., Parps. 5, 1963, págs. 245-268.
Véase por ejemplo: L. LeShan, On the Non-Acceptance of the Paranormal, International
Journal os Parapsychology, Vol. 8, n° 3 (Verano 1966), págs. 367-386.
Hay, desde luego, charlatanes que actúan en las fronteras de este campo. Sus
víctimas son los crédulos, aquellos descritos por las agrias palabras de Carlyle
“hambrientos y sedientos de ser embaucados”. Pero el hecho de que existan esos
charlatanes nada tiene que ver con la existencia o no existencia de los fenómenos de la
parapsicología. La existencia de moneda falsificada no significa que no existe la moneda
genuina. (Y hasta podría uno preguntarse si está comparación no es aun mejor de lo que
parece. No se haría moneda falsa si no hubiera moneda genuina que imitar.)
[←186] W.F. Prince, The Enchanted Boudary, Boston: Boston Society for Psychal
Research, 1930.
[←187] Este es el texto de la carta enviada a Science:
22 de enero de 1979

A toda persona de formación científica le parecerá hoy que los fenómenos de


percepción extrasensorial (telepatía, clarividencia, precognición) son imposibles puesto que
tales fenómenos —si existieran- violarían bien conocidas y probadas leyes científicas.
Sobre esta base podemos afirmar con seguridad que los informes sobre sucesos de este tipo
se deben a pobre observación, mala disposición experimental o a franco fraude. Las
consejas de viejas y los presuntos ocultismos, aun cuando revistan el ropaje
seudoexperimental, no tienen cabida en las publicaciones científicas a menos que se los
estudie como fenómenos psicológicos y antropológicos.
Esta es la actitud de muchos hombres de ciencia modernos y a la mayor parte de
nosotros nos parece que es una actitud completamente razonable. Además, no cabe dudar
de que buen número de informes sobre percepción extrasensorial se deben a las
desdichadas causas arriba mencionadas.
Sin embargo, se puede plantear la cuestión de saber exactamente qué leyes
científicas serían violadas por los fenómenos de percepción extrasensorial. Hemos supuesto
que se trata de leyes de la estatura de la ley de la conservación de la energía, de la segunda
ley de la termodinámica, del principio de causalidad y del principio de exclusión de la
mecánica cuántica. Pero cuando examinamos leyes científicas de este calibre comprobamos
que ellas no tienen relación alguna con la existencia o la no existencia de fenómenos de
percepción extrasensorial.
Por otro lado, en lo que se refiere a la conservación de la energía, la propia física
tolera curiosas excepciones o en todo caso considera la posibilidad de fenómenos que
alteran la habitual concepción de este principio básico. La equivalencia de masa y energía
modifica la significación clásica de este principio; la necesidad de introducir Estados de
energía cinética negativa”, junto con huecos o cavidades en la distribución de las partículas,
extiende inmensamente el alcance del principio y diluye su significación. Los electrones
pueden pasar a través de barreras de maneras que no consentiría el principio de la
conservación de la energía en la física de viejo cuño, y en la teoría cuántica de la dispersión
se ve uno obligado a introducir Estados virtuales” que violan el principio.
En verdad, es cuestionable que la percepción extrasensorial lesione el principio de
conservación de la energía tanto como lo hacen estas innovaciones, pues en modo alguno es
seguro que la transmisión de información pueda identificarse con la transmisión de energía
o masa.
¿Viola la percepción extrasensorial el canon de la “acción a distancia”? Tal vez lo
violaría si existiera tal principio universal. Actualmente son corrientes respetables
conjeturas de los físicos; se presentan campos sin masa en los cuales los fenómenos pueden
transmitirse instantáneamente. En la mecánica cuántica se está desarrollando un debate de
no localización de interacciones: esta expresión es una versión alambicada del concepto de
acción a distancia que, según creen algunos serios teóricos, es necesario para resolver la
paradoja EPR. Las percepciones extrasensoriales no son más extrañas que algunos de los
fenómenos discutidos en este campo.
El carácter limitante de la velocidad de la luz queda violado por nuevas entidades
especulativas (taquiones), cuya existencia parece sugerida por una razonable interpretación
de la teoría de la relatividad.
Por extraño que parezca, no es posible hallar las leyes o principios científicos
violados por la existencia de fenómenos de percepción extrasensorial. Podemos encontrar
contradicciones entre esos fenómenos y nuestra concepción de la realidad culturalmente
aceptada pero no contradicciones —como muchos han creído- entre fenómenos de
percepción extrasensorial y las leyes científicas desarrolladas tan laboriosamente. A menos
que encontremos semejantes contradicciones, podría ser aconsejable considerar más
cuidadosamente los informes sobre estos extraños e incómodos fenómenos, informes que
nos llegan de parte de hombres de ciencia bien formados y que responden a las normas
fundamentales de la investigación científica. Creemos que el número de estos informes de
alta calidad es ya considerable y continúa aumentando.
Henry Margenau Lawrence LeShan
Dept. Of Physics The McDonnell Foundation
Yale University 29 W. 75th St.
New Haven, Conn. 06520 Nueva York, N.Y. 10023
[←188] J. Beloff, Could There be a Physical Explanation forPsi? J. Soc. Psychical
Research, vol 50, n° 783 (Marzo 1980), pág. 263.
[←189] K. Osis, Comunicación personal, Mayo 1980.
[←190] C.D. Broad, op. cit. y J. Beloff, The Existence of Mindy Nut/a York,
Citadel, 1964.
[←191] L. Rhine, “Parapsychology Then and Now”, Journal of Parapsychology, 31
(1967), pág. 242.
[←192] R. Stanford, “Are Parapsychologists Paradigmless in Psiland?” En B.
Shapin y L. Coly, eds. The Philosophy of Parapsychology. Nueva York, Parapsychology
Foundation, 1977, pág. 1-18.
[←193] J. Rush, New Directions in Parapsychological Research, Nueva York
Parapsychology Foundation, 1964, pág. 11. Cuando Sir William Crookes era criticado por
su declaración sobre fenómenos psíquicos, dijo: “Se me ocurre una cita: ‘Nunca dije que
fuera posible... sólo dije que era cierto”'.
[←194] Uno de nosotros, Henry Margenau, se interesó por este campo durante
veinte años y leyó, publicó artículos y asistió a congresos durante ese tiempo. El otro
(Lawrence LeShan) trabajó exclusivamente en este campo durante dieciséis años.
[←195] Los autores desean expresar su sincera gratitud a Jan Ehrenwaid, Renée
Haynes, Rosalind Heywood, Karlis Osis, Humphrey Osmund, Gertrude Schmeidier y
Arthur Twitchell por sus valiosas críticas a la presente sección de este ensayo que
originalmente se publicó en el Journal of The Society for Psychical Research, 50 (marzo
1980).
[←196] J.G. Fuller, The Airman Who Would Not Die, Nueva York, Putnam, 1979.
Como no hay ninguna teoría sobre estos sucesos muchos dudan de que realmente se
produzcan. Todavía no se ha desarrollado una teoría del tipo científico aceptado. En este
capítulo esbozamos las bases de una teoría de esa índole.
[←197] J. Ehrenwald, Psi Phenomena, “Hemispheric Dominance and the
Existential Shift.” En Shapin y Coly.
[←198] Véanse, por ejemplo, los volúmenes recientes del Journal of
Parapsychology.
[←199] Por supuesto, se han realizado muchos esfuerzos serios para hacer científico
el estudio de este tipo de hechos. Estos esfuerzos comprenden las encuestas sobre la
frecuencia de tales fenómenos realizadas a principios de este siglo, el sistema de
clasificación de Louise Rhine de estos fenómenos, la cuantificación de material producido
por el médium, llevada a cabo por G. Pratt, la investigación de G. Schmeidler sobre la
dinámica de la personalidad y fenómenos psi, la obra de R. White sobre los métodos de lo
psíquico, la obra de W. Roll sobre fenómenos psi y muchos otros. Sin embargo no pareció
posible una manera de seguir consecuentemente el modelo científico.
[←200] Por ejemplo, el hecho de que el aislamiento percibido por un individuo
determine un colapso de la habitual percepción de uno mismo que lleva hacia el caos ó
hacia una orientación extremadamente penosa del yo es un fenómeno ampliamente
conocido. Véase, por ejemplo, la reseña de W. Lindner, Psychological Dimensions of
Social Interactions, Reading. Mass: Addison-Wesley, 1973, págs. 9 y siguientes.
[←201] M.S. Olmstead, The Small Group, Nueva York: Random House, 1950, pág.
112. En otro lugar (véase la nota 10) “...la cohesion grupal se refiere al grado en que los
miembros desean permanecer en el grupo”. En las ciencias sociales expresiones como
“fuerza” y “campo de fuerza” se usan en un sentido más amplio que en la física.
[←202] D. Cartright, ‘The Nature of Group Cohesiveness”. En D. Cartright y A.
Zander, eds., Group Dynamics, 3rd. ed. Nueva York: Harper, 1968, págs. 91-101.
[←203] C. Sargent, Personal Communication, abril de 1978. Esta hipótesis de que
los fenómenos psi son más frecuentes entre personas que se gustan que entre personas que
no se gustan dista mucho de ser nueva en el campo. A nosotros nos interesa más un sistema
general para desarrollar hipótesis comprobables que el hecho de que estas hipótesis sean
viejas o nuevas.
[←204] D.R. Smith y L.K. Williamson, Interpersonal Communication, Dubuque,
la.: William C. Brown, 1977, págs. 14 y siguientes,
[←205] R.F. Bayles, Interaction Process Analysis. Reading. Mass.: Addison-Wesiey,
1950.
[←206] “...hay un terreno en el que las conclusiones-sacadas de los estudios de
fenómenos de percepción extrasensorial son en gran medida compatibles con lo que hemos
aprendido de otros ámbitos. Ese terreno común se refiere a la dinámica de la personalidad
de éxito y fracaso en la percepción extrasensorial’’. G.R. Schmeidle y R.A. McConnel, ESP
and Personality Patterns, New Haven, Conn,: Yale University Pr ,ss, 1958, pág. 4.
[←207] Es necesario señalar que niños criados con adultos parisienses adquieren el
sentido de identidad y la conciencia de ser habitantes de la ciudad francesa y que la misma
relación se establece en el caso de hogares esquimales y de YoiKshire. “...una sociedad sin
miembros o individuos sin socialización no puede existir. Aunque ambas cosas puedan
analizarse separadamente son indistinguibles por naturaleza”. R. McGee, Points of
Departure: Basic Concepts in Sociology, Hindsdale, 111, Dry den Press, 1973, pág. 99.
[←208] Sin identidad no puedo relacionarme. No puede haber un verdadero sí si no
hay también la posibilidad de un no.
[←209] Omstead, op. cit.
[←210] E. Erikson. “Identity and uprootedness in our Time”. En H. M. Ruitenbeek,
Varieties of Modem Social Theory, Nueva York; Dutton, 1963, págs. 55-68.
[←211] En el lenguaje que empleamos aquí una Gestalt es una serie de observables
en el mismo sentido en que un “estado” de un sistema físico se define como una
combinación de observables.
[←212] E. Cassirer, The Philosophy of Symbolic Forms, New Haven, Conn.: Yale
University Press, 1955; Language and Myth, Harper, 1940.
[←213] La expresión “determinado por la necesidad” puede hacer recordar al lector
el viejo cuento en el cual el padre narra a su hijo una historieta a la hora de acostarse. Un
oso perseguía a un perro. El perro desesperado trepó a un árbol y así salvó la vida. El chico
miró con aire de duda a su padre y le dijo: “Pero, papá, los perros no pueden trepar a los
árboles”. Entonces el padre dando firmes golpes en la cama replicó: “Ese lo hizo. ¡Tenía
que hacerlo!” Aquí termina el cuento.
[←214] M. Margenau, Ethics and Science, Huntington, N. Y.: R. Kieger, 1979.
[←215] Como diremos luego, el grupo debe ser homogéneo; una nación occidental
podría no ser un buen ejemplo tomada en su conjunto.
[←216] Ciertos lectores expresaron una preocupación bastante interesante en sus
reacciones a lo expuesto en la nota 1 que desarrolla el punto de vista expuesto en este
capítulo. Les parecía que, mientras las naciones comunistas ponen excesivo énfasis en los
imperativos de su sistema, descuidan los valores ideales que son esencialmente nuestros
“derechos humanos”. Nosotros, por otro lado, nos situamos en el extremo opuesto, pues
descuidamos la importancia de nuestros imperativos de nuestros deberes que no
observamos adecuadamente. Nuestra constitución no contiene la palabra deber. La palabra
“derechos” y sus sinónimos “privilegio”, “libertad”, “inmunidad” aparecen muchas veces,
especialmente en las Enmiendas. H. V. F. Frankl, Man's Search for Meaning, Simon and
Schuster, 1959.
[←217] V.F. Frankl, Mans Search for Meaning, Nueva York, Simon and Schister,
1959.
[←218] “Decir, por ejemplo, que un hombre está hecho de ciertos elementos
químicos es una caracterización satisfactoria sólo para quienes se proponen utilizarlo como
fertilizante.” H. S. Muller, Science and Criticism. New Haven, Conn.: Yale Univertity
Press, 1943, pág. 107.
[←219] O explicar la aceptación de la idea de Dios como un desplazamiento de una
perdida figura paterna no es filosóficamente más válido que explicar la aceptación de la
autoridad parenteral como una concepción del conocimiento de la existencia de Dios.
Krutch, The Measure of Man, pág. 207.
[←220] O, como dijo Robert Oppenheimer: “La ciencia necesita sentido no común”.
La ciencia es una busca de nuevas definiciones y nuevas concepciones.
[←221] L.V. Bertalanffy, Robots, Men and Minds: Psychology in the Modem World,
Nueva York, Braziller, 1967, pág. 98.
[←222] S. Freud, Civilization and Its Discontents, J. Riviere, traducción de,
Londres; Hogarth Press, 1949, pág. 18.
[←223] Ibid., pág. 20.
[←224] Abel, Man is the Measure, pág. 10.
[←225] A.C. Eddington, “The Domain of Physical Science”. In Needham, J. ed.
Science, Religion and Reality. Londres: Sheldon Press, 1926, pág. 200.
[←226] S. Langer, Philosophy in a New Key, Nueva Yorlc: Menton, 1948, pág. 32.
[←227] No es posible exagerar el grado en que tradicionalmente los científicos
sociales estaban predispuestos de antemano a considerar lo que constituyen los datos y qué
debían implicar éstos. Podríamos dar aquí como ejemplo algún tanto chocante (¿o no lo
es?) el hecho de que el origen del sentido de Dios fue considerado por Taylor, Durkheim,
Freud, una serie de modernos psiquiatras, psicólogos, sociólogos, antropólogos y otros. De
antemano era para todos ellos inaceptable la posibilidad de que el origen del sentido de
Dios fuera Dios. (Paráfrasis de I. Hammett, “Sociology of Religion and Sociology of
Error”, citado en E. Robinson, Tolerating the Paradoxical, Manchester College, Oxford,
Religious Experience Research Unit., 1978, pág. 10.)
[←228] Kurt Lewin hizo algunos interesantes intentos de aplicar el sistema
matemático conocido como topología al espacio personal. Falta ver si las futuras
investigaciones revelan que esos intentos son fructíferos. L. Le win, Principies of
Topological Psichohgy, Nueva York: McGraw-Hill, 1930.
[←229] Compárese esta idea con la de William James: “La filosofía es el dominio
de la humanidad sobre la totalidad”. W. James, A pluralistic Universe, Nueva York;
Langmans, Green, 1909, pág. 50.
[←230] Krutch, op. cit., pág. 32.
[←231] El vitalismo es la doctrina (ya no muy ampliamente sostenida) que explica
todos los fenómenos mentales postulando una fuerza especial, no física, llamada “Fuerza
vital".
[←232] La constante de Planck es el cuanto de acción introducido por Max Planck a
principios de la década de 1900.
[←233] Por razones de simplicidad estamos considerando sólo el componente x de
su movimiento.
[←234] Existe un riesgo, raramente reconocido por los expertos, en aplicar la
ingenua interpretación del principio de incertidumbre a cuerpos compuestos, masivos. Si,
como nos lo permitiría la física macroscópica, suponemos que es conocida con absoluta
precisión la posición del cuerpo visible, sería cero, el lado derecho de la relación de
incertidumbre continuaría siendo finito mientras m no es infinita; esto arrojaría = ∞, un
resultado que es evidentemente absurdo. Entré otras cosas, implicaría que un cuerpo cuya
posición fuera conocida precisamente no podría estar en reposo.
Hay tres maneras de evitar esta dificultad. Una, que no resulta enteramente
satisfactoria por motivos más profundos, consiste en suponer para las dimensiones
lineales del cuerpo. La segunda es recordar un hecho universal: ni siquiera en la física
clásica los observables pueden ser conocidos, es decir, medidos con perfecta precisión;
nunca puede evitarse un error finito de medición por pequeño que sea. La ciencia debe
tener en cuenta esta limitación elemental y universal del conocimiento empírico. Tercera,
uno podría dudar de que el paso de la mecánica cuántica a la física clásica tenga la
simplicidad de un paso a un límite asintótico, como antes supusimos. Adviértase empero
que ninguna de estas consideraciones invalida la conclusión del párrafo anterior.
[←235] The Neurophysiological Basis of the Mind, Nueva York: Oxford University
Press, 1953.
[←236] Se encontrarán más detalles sobre esta solución al problema de la libre
voluntad en H. Margeñau, Wimmer Lecture XX, Latrobe, Pa.: Arehaby Press, 1968.

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