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Noemí Allidière.
e-mail. allidiere@ mail.com.
Al indagar sobre el lugar histórico y social que el niño ha ocupado en las diferentes épocas y
culturas, los historiadores dan cuenta acerca de la modernidad del concepto de infancia.
En las sociedades antiguas y medievales el niño carecía de un status propio, siendo sólo
considerado en tanto posesión de un adulto; como objeto del que se podía disponer sin
miramientos.
A lo largo de los siglos, si bien se alcanza a reconocer en diferentes períodos históricos el
predominio de estilos de crianza diferenciados, la humanidad se ha visto sistemáticamente
signada por la vigencia de sistemas de crianza y prácticas educativas cuyo común
denominador ha sido, en primer lugar, la descarga de la agresión del adulto sobre el niño y,
en segundo lugar, la inversión del vínculo adulto-niño, modalidad de relación en la que el
niño pasa a “sostener” emocional y/o materialmente al adulto.
Aplacados los dioses, el sacrificio expiatorio cedió su supremacía al infanticidio como forma
habitual de relación con los niños. (1)
Bajo el mandato de la necesidad económica, en sociedades cuyos recursos eran, sin duda,
insuficientes, el infanticidio se constituyó en un método sistemático de regulación
demográfica.
En la antigüedad, en Grecia y Roma, por ejemplo, culturas que tanta influencia tuvieron en el
desarrollo de la sociedad occidental, el infanticidio fue una práctica común.
Mientras que en Atenas el ciudadano era dueño absoluto de su hijo, en Esparta, la Asamblea
de Ancianos se encargaba de resolver acerca de la “utilidad” de conservar o no la vida del
recién nacido. En caso negativo, las laderas del monte Taijeto resultaban el destino final del
niño.
En Roma, el asesinato de un niño comenzó a sancionarse como delito en el año 374, pero la
práctica del infanticidio (en particular de los recién nacidos enfermos o malformados) continuó
ejerciéndose, siendo avalada incluso por pensadores y filósofos.Séneca, quién refleja en su
obra la moral de la época, dice al respecto: “A los perros locos les damos un golpe en la
cabeza; al buey fiero y salvaje lo sacrificamos; a la oveja enferma la degollamos para que no
contagie al rebaño; matamos a los engendros; ahogamos a los niños que nacen débiles y
anormales. Pero no es la ira, sino la razón la que separa lo malo de los bueno”. (2)
(3) “Accidentes” frecuentemente descriptos por los historiadores de la Edad Media concluían con la muerte por asfixia
del bebé dormido entre los cuerpos de los adultos; o la muerte de niños muy pequeños (no deambuladores) a causa de
las quemaduras con agua caliente.
(1) Para Arnaldo Ravscosky el término adecuado que debe aplicarse es filicidio (del latín filius= hijo y cidium-cide=
matar). Según este autor la sustitución de la palabra infanticidio por la de filicidio hace a la negación, históricamente
sostenida, de las actitudes agresivas de los padres hacia sus propios hijos.
(Cfr. Rascovsky, A. La matanza de los hijos y otros ensayos. Ed. Kagieman, Bs. As., 1970, pág. 18).
Por un lado, el abandono real y concreto del niño, y en particular de los bebés de pocos días,
se volvió un hecho tan cotidiano que, a partir del siglo XVII y como un intento de paliarlo, se
hizo necesaria la fundación de asilos para huérfanos. (5)
(5) San Vicente de Paul, funda en París, en 1638, la primera Casa de Niños Expósitos.
El abandono real resultó característico de las familias de las clases más paupérrimas y era
realizado por mujeres en situaciones de riesgo (pobreza, exceso de hijos, enfermedad) o, en
las otras clases sociales, por presiones sociales (soltería, “deshonra”).
(6) Como dato interesante se registra la primera “agencia de nodrizas” en París, en el siglo XIII.
Las primeras nodrizas fueron contratadas sólo por familias ricas. La mujer elegida se mudaba
a la casa del niño para darle su leche (abandonando, en la mayoría de los casos a su propio
hijo aún lactante).
Con el correr del tiempo la institución de la nodriza se extiende, primero, a las clases medias
(la burguesía) y luego, al resto de la sociedad, pero adquiriendo además, una característica
que terminó siendo paradigmática del abandono moral al que sucumbió la crianza de los niños
durante este período de la historia. Esta característica consistió en que a partir de la costumbre
de delegar la lactancia y el cuidado del niño en un ama de leche, se invierte el
desplazamiento geográfico: ahora son los propios niños los que resultan desplazados,
lejos de su familia biológica, a la casa de nodriza, la que frecuentemente vive en comarcas
alejadas y en condiciones socioeconómicas inferiores.
La recopilación de historiales de la época da cuenta de una suerte de “cadenas de crianza” en
las que cada madre delegaba en una nodriza, a cambio de un pago, el cuidado de su hijo;
mientras la nodriza elegida delegaba en otra mujer, por un pago algo inferior, a su propio bebé
y así sucesivamente. La escasa diferencia de dinero significaba, en muchos casos, la
posibilidad de supervivencia de una familia.
Sin embargo no parece ser el económico el determinante más importante de esta costumbre.
Prueba de ésto es que las familias adineradas fueron las primeras en desembarazarse de sus
hijos (o de algunos de ellos) por este método; y prueba de ésto, también, es que las mujeres
campesinas y más modernamente las obreras recurrieron menos a este método de crianza.(7)
El dificultoso viaje de los bebés (a veces de sólo pocos días de vida) a comarcas lejanas; la
escasa o nula conexión con sus padres biológicos a partir de ese momento; el hacinamiento
(ya que muchas veces, una nodriza se hacía cargo de varios niños), junto con las epidemias y
enfermedades asociadas al nulo desarrollo de la medicina infantil, hicieron que la mortalidad
de los primeros años se mantuviera altísima.
Pensamos, a la luz de todas estas razones, que la institución de la nodriza puede inscribirse
también, entre las prácticas del “infanticidio disimulado”.
Cuando, y a pesar de las condiciones de existencia deplorables, los niños lograban sobrevivir,
eran buscados por sus padres biológicos, varios años más tarde, para ser incorporados como
mano de obra al trabajo familiar, pasando a constituirse al decir de Brown en “patrimonios
económicos”. (8)
(8) Brown, J.A.C. La psicología social en la industria. Fondo de Cultura Económica, México, 1964.
(9) Cfr.Cichercia, Ricardo. “Historia de la vida privada en la Argentina”. Editorial Troquel, Bs. As.,1958, pág. 68.
(7) Las obreras de las primeras fábricas ubicaban a sus niños durante la larga jornada de trabajo en casas de otras
mujeres, pero los iban a buscar por las noches.
Asociada sistemáticamente con las formas de relación entre adultos y niños anteriormente
descriptas, la “familiaridad sexual” con los chicos y púberes se mantuvo a lo largo de los
siglos.
Tal costumbre sólo muy tardíamente comenzó a categorizarse como abuso y, por ende, a
percibirse entre las conductas connotadas como prohibidas.
Resultado de considerar al niño como un objeto, el “uso” de su cuerpo fue una actitud
habitual y constante a lo largo de toda la historia de la humanidad.
Las prácticas sexuales directas (como el incesto, la violación y la sodomía) y las prácticas
incriminatorias y ejemplificadoras (como las mutilaciones genitales: infibulación, clirectomía,
circuncisión y, en ocasiones, castración) signaron la vida de muchos niños desde la
antigüedad, subsistiendo actualmente, de modo alarmante, entre diversos grupos culturales.
Recapitulando entonces:
El reconocimiento de la infancia.
Es muy lenta y gradualmente que la idea de niño, como alguien diferente del adulto, como un
ser inmaduro, más vulnerable y dependiente, con particularidades evolutivas propias y con
necesidades específicas, va a ir surgiendo en la historia de la humanidad.
Posteriormente, hacia fines del siglo XIX, rescatando a la sexualidad de la idea de pecado,
Freud reconoce, describe y jerarquiza la organización sexual infantil y al poner además en
evidencia la importancia de los vínculo tempranos en la constitución del psiquismo, inaugura
un capítulo fundamental en la comprensión de la infancia.
Ha nacido finalmente “su majestad el bebé”.
(11) El tratado de pedagogía “Emilio” de Juan J. Rousseau, publicado en 1762, es considerado como un hito
fundamental en el cambio de la cosmovisión acerca de la infancia.
(12) Sabemos que la maternidad es un concepto que se construye socialmente. La postulación de un sacrosanto
“instinto materno” a través del cual (únicamente) podría “realizarse” la mujer ha sido uno de los pilares de la dominación
patriarcal.
(13) Una de las explicaciones psicológicas “benignas”que circulan entre los historiadores de la infancia es que el
desapego emocional hacia los hijos tuvo una función defensiva: la de evitar (o disiminuir) el sufrimiento ante la
posibilidad, tan frecuente por otra parte, de muerte del infante.
Cfr. Ariès, Ph.-Foucault, M. y otros. Sexualidades Occidentales. Paidós, Bs.As. 1 ed. argentina, 1987.
Por uno de ellos (y de modo harto dramático en los sectores económica y socialmente
marginados) por lo que sintéticamente podemos denominar el “infanticidio de la pobreza”; y
por otro, (aunque de modo mucho más sutil, en los sectores de medianos y altos recursos
socioeconómicos), por la dificultad que se observa, por parte de los adultos de sostener,
durante el tiempo necesario, las demandas de dependencia afectiva de los niños.
(14) Esta modalidad se expresó, históricamente, a través de un irreconciliable divorcio entre clases ricas y pobres
primero; entre países desarrollados y subdesarrollados, luego y, a partir de la “globalización” de la economía y los
mercados, entre el poder económico, político e ideológico de la Organizaciones Corporativas versus “el resto”.
Por el extremo de la pobreza, en las sociedades del llamado “tercer mundo”, la muerte o
invalidez por desnutrición o por enfermedades evitables, causadas por la ausencia o por la
falencia de los sistemas sanitarios y educativos; el abandono y la falta de hogar; el abuso
sexual y la prostitución; el trabajo a edades prematuras, que en muchos casos adquiere ribetes
de esclavitud, es el destino de millones de niños.
Sin pretensiones de rigor metodológico citaremos solamente algunos datos extraídos de los
periódicos locales (Clarín, La Nación, Página 12, años 1997/99):
. El último informe sobre la infancia (UNICEF, 1997) indica que hay en el mundo 250.000.000
de chicos trabajando. Se estima que si a esta cifra se agrega la de los niños que realizan
trabajo familiar, se eleva a 400.000.000.
Este “dato” se inscribe además, dentro de una terrible paradoja: muchos países
subdesarrollados se oponen a la restricción del trabajo infantil, argumentando (con dramática
razón) que “ el niño puede ser el único que gana dinero en una familia desesperadamente
pobre”. (Negociaciones del Acuerdo General del Gatt).
. Según datos de la OMS (1994) en América Latina viven en las calles 40.000.000 de chicos.
En Brasil, que presenta el “record”de 15.000.000, fueron asesinados 4.600 niños entre 1990 y
1994.
. Las detecciones (y denuncias) de abuso sexual (que se dan en todas las clases sociales),
han aumentado en los últimos años. Según Susan Brownmiller, que investigó el tema en los
E.E.U.U., el abuso comienza alrededor de los 6 años y continúa hasta entrada la
adolescencia. El 97 % de los abusadores son hombres y el 92% de las víctimas son nenas.
En el 75% de los casos el abusador es familiar (o conocido) de la víctima. Alrededor del 75%
de los niños no cuentan lo que les sucede por estar amedrentados por el abusador (“pacto de
silencio”). La fuerza es usada en el 60% de los casos.
. En la Argentina mueren al año 700.000 bebés. El 60% menores de 28 días. Estas muertes
serían evitables con el seguimiento médicoasistencial de las mujeres durante la gestación, el
parto y el puerperio.
. Según el Ministerio de Salud y Acción Social en las provincias del norte argentino las
tasas de mortalidad infantil registradas para el año 1995 fueron: Chaco, 32,8 por mil; Formosa,
30,5 por mil; Tucumán, 28,9 por mil.
Canadá, que tiene la tasa más baja del continente americano, registra 8 por mil.
. Se estima que, en 1997, hay en Buenos Aires (Capital Federal), 25.000 chicos (menores de
14 años), que sufren déficit alimentario y, consecuentemente, algún grado de desnutrición.
. En el Hospital Pedro de Elizalde, las estadísticas de niños atendidos por maltrato infantil
(muchos de los cuales quedaron internados), registran para los años 1988 a 1991, 250 casos;
para el año 1992, 220 casos y para el año 1993, 240 casos.
En el Hospital Ricardo Gutierrez y en los hospitales de provincias los datos son parecidos.
(15)
(15) La semiología del niño maltratado fue reconocida y descripta por primera vez por Ambroise Tardieu, médico de
La Salpertrière, en 1868. Sin embargo (y significativamente) sus apreciaciones “se omitieron” hasta 1962, año en que
Henry Kempe describe en E.E.U.U. el “sindrome del niño apaleado”.
En el otro extremo, están los niños de los sectores de buenos y altos recursos económicos,
afianzados en el estilo de vida de la sociedad de consumo y que tienen las necesidades que
hacen a la supervivencia satisfechas (e incluso “exageradamente” satisfechas).
En estos grupos, sin embargo, se puede observar como tendencia, y en particular en esta
última década, la dificultad por parte de padres y adultos en general, de cubrir las necesidades
de sostenimiento afectivo de los niños.
Este sostenimiento, imprescindible para el logro de un desarrollo sano, implica
indefectiblemente una disponibilidad por parte de los adultos que no siempre pueden (o
quieren) brindar. Disponibilidad que incluye tiempo, presencia, dedicación, paciencia,
compromiso, contacto y muchas otras emociones que el hombre y la mujer modernos,
acuciados por múltiples exigencias (económicas, laborales, estéticas, intelectuales, afectivas,
etc.) no están en condiciones de sostener.
Al unísono de la aceleración del tiempo social, el ritmo que se impone en la actualidad a la
crianza de los niños, no suele compadecerse con las necesidades singulares de los mismos y
con las pautas evolutivas de cada etapa.
. La reacción proyectiva.
. La reacción de inversión.
. La reacción empática.
. En la reacción de inversión, el padre (o la madre) trata al niño como si fuese más grande y,
en ocasiones, como si fuese un adulto, sustituyendo inconcientemente con él, a una figura
importante de su propia infancia.
La infancia en crisis.
Por todo lo expuesto en este trabajo, y siguiendo la tipificación de modelos vinculares adulto-
niño precedentemente descripta concluiré que:
Ariès, Ph.- Béjin, A.-Foucault, M. y otros. Sexualidades Occidentales. Paidós, Bs. As., 1
ed. argentina 1987.
Badinter, Elizabeth. ¿Existe el amor maternal? Paidós-Pomaire, Barcelona,1 ed. castellana
1981.
Brown, J.A.C. La psicología social en la industria. Fondo de Cultura Económica, México,
1964.
Mause, Lloyd de, y otros. Historia de la infancia. Alianza ed., Madrid, 1982.
San Agustín. Confesiones. Austral, Bs. As, 1958.
Séneca. Moral Essays. (Traducción de John Basore)- Cambridge, Massachusetts, 1963
Rascovsky, Arnaldo. La matanza de los hijos y otros ensayos. Ed. Kargieman, Bs. As.
1970.