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Navarrete Rubio Jesús Eduardo

Solares del margen

La imaginación, bañada de historia e imágenes, propende a imaginar un primitivo estadio


nómada del ser humano. El andar, el andar, el andar para encontrar sin que el hallazgo sea el
motivo o el impulso. Caminar allende las montañas porque donde me ha tocado orientarme
quema el semidesierto, ahoga la deshidratación. El movimiento quiere ser constitutivo,
condición del ser humano, y lo envía a la exploración del mundo virgen que pasará a ser el
tenebroso bosque de símbolos que Baudelaire convoca. Pero luego del movimiento viene a
escena el descanso, el reposo. El traslado toma asiento y observa a dónde se ha llegado. Si el
semidesierto ya no quema y hallo agua que me sacie y me mantenga me acomodo. A buen
puerto se ha arribado, un lugar donde quedarse y estar, tierra firme donde establecerse: un
solar.

La habitación del mundo ha brindado un cuarto. Habrá de ser una intuición de la idea
de voluntad la que haga diferenciarme de lo que no soy, lo que se mantiene estable y no
responde a mis mandatos impulsivos, y crear algo así como un yo, o un esto y lo otro. Lo
Otro, lo ajeno, lo que puedo manipular y al mismo tiempo infiere en mi estar. Aquello que
me brinda sustento y resguardo, esa habitación como la hospitalidad del mundo. Y en esa
hospitalidad un buen reposo.

Asentarse se halla bien emparentado con el apropiarse. Me es propio donde me


acomodo, ya me pertenece: mi solar donde edifico a imagen y semejanza de mí o de mis
deseos. Instauración de la propiedad a un nivel primero de utilización de lo otro y
configuración del mismo. La pausa y atención hacia lo externo lo regula con tentativas de
leyes, es decir reglas en el ámbito subjetivo. Es notorio que el movimiento irregular es
propenso al extravío, por lo tanto, y en búsqueda de la seguridad —la mínima seguridad que
se requiere es la de orientación—, este se regula. Ya asentado, aún hay paseos cotidianos,
mapeos, exploraciones que son seguros pues se sabe hay un sitio de regreso. La posibilidad
de retorno a un lugar establecido —y reconocido— impulsa ahora un movimiento de
alimentación, de ahorro, de acumulación para un futuro que puede sernos hostil.

Es ante la huida de la hostilidad como se configura el gusto. Me gusta mi hogar y mis


reglas pues me contentan y sacian, me prevengo de posibles intempestivas en ellos y pervivo.
Aquello que me afrenta lo repelo haciéndole ascos, en cambio aquello que me apoya y en
que me apoyo lo contengo. Identificación retoño del gusto que se con-figura en eso mismo:
una identidad. Ficción de la igualdad y semejanza que cohesionan, juicio de lo más arbitrario,
apetecente y endogámico. Es la fundación de lo familiar, lo que no es lo mismo y sin embargo
se asemeja y puede con-vivir, retroalimentarse y mantenerse.

Pero hemos llegado a este momento del ensayo basados en la relación romántica del
ser humano con las cosas y sólo con las cosas, en la edificación fetichista y narcisista
forjadora de símbolos que hace de sí. Un atrevimiento descalzo que pisa ceniza reciente y se
quema, pues resulta abrasivo el típico guión del hombre solo con el mundo ya. Tal mentado
hombre nació acompañado de demás seres humanos, que no sólo hombres sino niñas(os),
féminas, ancianas(os), y más; y por tanto, disculpando mi licencia de haber establecido la
ficción —una entre demasiadas— del nacimiento de la identidad, propiedad y gusto,
cuestiono la situación de un yo con lo Otro, ese espectro super abarcante que contiene al
mundo, en sus múltiples acepciones y exhalaciones: las cosas y los otros seres y los otros
humanos, (de)mostrándonos laxos.

El mito del espejo que se funda en el reflejo que brinda el río forja la imagen propia,
el rostro y el trazo entero que nos figura. La imagen, cualquiera, es un asidero que nos
recuerda que algo sigue siendo lo mismo, que esta es mi casa y este mi territorio. Mirar
familiariza, y mirarse reflejado identifica y mitifica rasgos. Qué es lo que me dice un rostro
extraño sino lo que yo me he narrado dice el mío. Es el efecto espejo que convierte a mi cara
en uno para leer a los demás, la comparación. El otro se vuelve de extraño interés por su
diferencia y semejanza a mí.

Pero esa captación de los rasgos […], una captación que nos cautiva, atrae y
rechaza a la vez: <<Soy al menos tan singular como él y por lo tanto me
gusta>>, se dice el observador, aunque también puede llegar a la conclusión
de que <<prefiero mi propia singularidad y por lo tanto le mato>>.1

Si se acepta, podríamos fraguar una ficción sobre el nacimiento de la familia, pero


para no llegar a esos límites quisiera que se sobreentendiera la cohabitación entre individuos,
a partir de compartimento e intereses en común que resulta de la aceptación del otro singular
fundador de sociedades; si se rehúye al otro, un estado de guerra —activo o pasivo,
dependiendo del encuentro— aflora.

Volvemos al asentamiento. El espacio donde se lleva a cabo la vida se habita


reguladamente. Hay normas de contención funcionales para los propósitos del conjunto. Se
maneja un lenguaje compartido, costumbres compartidas, tareas y pensamientos
compartidos. Se asienta y al mismo tiempo instaura un imperio de lo mismo. Pero es en ese
mismo espacio de lo mismo donde la extrañeza puede potenciarse: tanto de lo mismo,
siempre lo mismo, ¿no puede ser acaso diferente, ocurrir un extraño? El impulso pueril hacia
la cuestión dinamiza la estaticidad de lo incuestionable. Y tal impulso es apagado en el
refinamiento hacia los intereses de todos, sin posibilidad de pregunta, sola y única respuesta.

Y tal pregunta cuestiona “nuestros supuestos saberes, […] nuestras certezas, […]
nuestras legalidades, nos pregunta por ellas y así introduce la posibilidad de cierta separación
[…] de nosotros para con nosotros mismos”.2 La misma idea de separación implica otra de
distancia. Hay una toma de distancia de uno con uno mismo y con las cosas. Extrañeza que
puede equipararse al miedo, al asco o a la timidez. Alejamiento que nos muestra un panorama
más abierto, al paisaje casi entero: plano abierto que delata las fronteras, los límites de la
ciudad, del edificio donde siempre viví y fuera del cual hay otros más, calles de tránsito para
llegar a otro lugar habitable. La pregunta extraña y desplaza. El extranjerismo es un
movimiento no sólo espacialmente remarcable sino también íntimo. Un moverse del
horizonte de sentido en que significamos y nos significamos. La “pregunta como esencial del
extranjero”3 pareciera que arrebata del espacio a quien cuestiona, lo mantiene en una
situación que le permite ver en dónde estuvo pero sin ya estar del todo allí. La pregunta se

1
Kristeva, J. Extranjeros para nosotros mismos. p. 12
2
Segoviano, M. En Jaques Derrida, Dufourmantelle, A. La Hospitalidad. p. 7
3
Ibídem. p. 8
mueve en el mismo tiempo que lo cuestionado, pero en diferente espacio. Un espacio etéreo
y por lo tanto desenraizado. Espacio que “introduce cierta cantidad de muerte, de ausencia,
de inquietud allí donde tal vez nunca nos habíamos preguntado, o donde hemos dejado ya de
preguntarnos”.4

Esta pregunta interpela a quien instauró la ley, y además a quien la sostiene. Reto
abierto que puede ser aceptado o renegado. ¿Aceptaremos la cuestión como configuradora
de nuestra sociedad? Una sociedad basada en regularidades no debería hacerlo, pues se siente
atacada en sus fundamentos. Hay un régimen de la duda que decide cuáles extrañamientos le
son cómodos y cuáles no, que por lo tanto habría que expulsarlos o marginarlos. Es la duda
acogida, re-introducida en la institución. Ese “dogmatismo amenazante del logos paterno”5
mantiene esa amenaza en la idea de seguridad del territorio. Más allá del territorio conocido
está lo desconocido, el cementerio de elefantes, el gueto o barrio marginado que representan
el peligro, la insalubridad, la gente extraña que por extraña te ataca o que por atacarte —o
hacerte sentir atacado— es extraña. Estar o partir. Asumir la duda o reintegrarme. Asumirla
es entregarse al exilio, a la errancia sin fin: ni el sitio de partida ni el de llegada pertenecen.
Pisar distintos espacios ya que no lugares etéreos, donde la recepción no será necesariamente
benigna con el cuestionador: “Busca con desesperación y casi siempre en vano habitar de
algún modo en los márgenes, en los rincones inhabitables de donde siempre es arrojado a
vagar sin fin”.6

El trazo del margen está pensado para ser un compartimento repleto de extrañezas, de
manejos distintos de la lengua, de disidentes a los que hay que apaciguarles la duda
absorbiéndoles de a poco. Para el nuevo, para el exiliado a su arribo hacia las nuevas tierras,
el problema de la comunicación será central y habrá de encontrarle solución de inmediato.
La comunicación adopta su importancia pues como visitante ha de dar cuenta de las
situaciones que lo hicieron caminar. Explicar por qué su camino es impulsado hacia allí y
cómo quiere conciliarlo: el relato memorial donde la nostalgia predispone, es decir, que el

4
Ibídem. p. 7
5
Derrida, J. Op. cit. p. 13
6
Carretero, R. El indigente trashumante. p. 99
ánimo con que se narran los hechos de su infortunio delatarán su arribo como honesto pues
justo allí se quiso llegar, o como de paso, última opción. La aceptación del extranjero dada
por lo que pueda ofrecer al nuevo lugar, y más en este caso de la marginación, a cuál es su
actitud para con los demás, activa y con interés genuino, o interesada y frágil que en cualquier
momento buscará su regreso. Es la pregunta de quien hospeda por si la pregunta del
extranjero que lo exilió es asumida como modo de vida o un arrebato pueril con tendencias
a volver a casa de los padres.

Para ser más claros, dentro del trazo de la ciudad la centralidad denota el poder, la
instauración de la ley, la complicidad de los que se acomodan. Desde el centro hasta la
periferia, hacia los márgenes, existe una degradación estratégica. Que más lejos se hallen los
problemas, las problemáticas. La difuminación de los cuerpos evita la cohesión de un cuerpo
de la duda. Lxs homosexuales, los transgénero, los sin casa, en fin, quienes no aceptaron una
norma o los que son azotados por la misma, son marginados tanto espacial como socialmente.

La imagen del gueto figura esta fórmula. El gueto es un espacio brindado por la
ciudad para contener y flaquear a ciertos grupos que se salen de la norma, que cuestionan la
legislación y que exigen. Un lugar nada hospitalario para con los cuerpos, más bien hostil
que flaquea todo impulso. Tal espacio está pensado para ser inhabitable, para provocar la
fuga o la resignación y reintegración de disidentes con políticas unificadoras. El paisaje
proyectado es una pintura muy heterogénea y armónica: la unidad de lo diverso.

Estas espacialidades difíciles a las que son arrojados los exiliados de la legislación,
han de volverse habitables y este curso de habitación sugiere un nuevo proceso identitario
con el lugar, que está dado tanto por el lugar para con quien se comparte. La familia se
reconfigura, pues este tipo de exilios no suelen ser éxodos de conjuntos sino de singulares,
los más pocos. Un proyecto de cohabitación que se construye con vistas en tener seguridad.
Compañerismos de ayuda, hermanazgos no emparentados de apoyo, de construcción mutua
y de defensa del Otro, que es la ley que los margina, que los escupe de su centro y extranjeriza
por no adoptarla. Se entiende por qué la hostilidad y cerrazón de ciertos grupos para con los
que le son extraños. Extrañeza esta de la enemistad, de la memoria y del no olvido de la
perjuria. Parquedad pues la transformación de un no-espacio en un lugar habitable ha
implicado fatigas y sacrificios que sería lamentable que otra vez el extranjero se los
arrebatase.

“Su lengua nativa escasamente le sirve, tendrá que silenciarla, luego olvidarla, para
aprender aquella que le permita sobrevivir”7 ya no basta, pues ese medio comunicativo se ha
vuelto algo más material. Adoptar el argot, los conceptos, la vestimenta para congeniar tiene
la cara de la trampa, pero no se cierne a ella. El lenguaje puede ser un buen disfraz, la
narración una ficción no dimensionada, y los casos de espionaje dan noticia de ello. El exilio
por las convicciones que surgieron de la duda no es nada fácil, mucho menos la constitución
de un nuevo espacio, su apropiación para la supervivencia, por tanto las imágenes o las
superficies no bastan, es por eso que la pregunta del exiliado hacia el extranjero que lo
encuentra es la pregunta por la actitud, por la asimilación de su cuestión, la que pueden
compartir o los hace incompatibles.

Retornamos hacia la mirada. El exilio, el no tener lugar, pone acento en el detalle.


Conoció algunos rasgos y actitudes que delatan la hostilidad. Los vivió tan a viva piel que en
los rostros y corporalidades hospitalarias encontró gestos distintos, más honestos y orgánicos,
surgidos del compartir y ofrecer. “La diferencia de ese rostro revela en su grado máximo lo
que todo rostro debería mostrar ante una mirada atenta: que no existe la trivialidad en el
género humano”,8 y menos existe cuando la supervivencia está en juego, cuando se tiene
noticia del estado de guerra que la asimilación de la duda instauró contra uno mismo por
parte de los grandes otros.

Este camino de la identidad que propuse es un camino resistente, un preferencia por


la singularidad, un no volver a caer en las garras de “una sociedad que solo admitió la
diversidad al sometérsele a la peor uniformidad.9 Y es así como esos grupos marginados son
cautelosos y llegan a la hostilidad, pues no quieren perder lo suyo, tampoco quieren perderse
en la unidad que brinda la asimilación, el hacer a lo extraño partícipe bajo las propias reglas,
el volver a darle medios de supervivencia si se atiene a mis impuestos.

7
Loc. cit.
8
Kristeva, J. Op. cit. p. 11
9
Monsiváis, C. en Pedro Lemebel, La esquina es mi corazón, p. 10
“En la América Latina globalizada hasta donde es posible, los marginados, aisladamente o
en conjunto trazan otro mapa de lo real, ni opuesto ni complementario que surge del nuevo
gran proyecto: la unidad de lo diverso”.10 Y ese nuevo o esos nuevos mapas de lo real que se
resisten a la asimilación, que cuestionan al extraño por la autenticidad de su cuestión, que
quieren que la duda que los exilió sea una convicción de vida, pueden ser cuestionados pues
reproducen una idea de la hospitalidad estratégica, habitación bajo ciertas reglas que
mantienen vivos nuestros intereses. Se olvidan de que “la hospitalidad no es hospitalidad si
es estricto cumplimiento de un pacto o de un deber, si se da por deber, si no es un don ofrecido
graciosamente”.11 La hospitalidad sigue siendo estratégica y difícilmente ha de darse a quien
afrenta, no sólo a quien es distinto, sino a quien injurió por el mismo hecho de ser distinto.
Es una hospitalidad que se mantiene al margen del derecho hospitalario pero que no llega a
ser regulada por las leyes de la hospitalidad que es mero ofrecimiento, mero dar sin
retribuciones. Postidentidad que supera el territorio y las igualdades y mira por el gesto y el
compartir, por el olvido de uno como habitación y dotación del visitante de la capacidad de
sentirse como en casa por él mismo, casa a la que entramos y aceptamos como es. Una
fórmula del extranjero que hace partícipes de él a todo el conjunto de seres humanos y los
interpela a aceptarse como tal, como caminos recorridos, lugares fugados y mantenimiento
en un entre, la posibilidad constante del cambio.

Pero esos mismos mapas trazados por los nuevos grupos identitarios nacidos al
margen fungen como la pregunta constante, siempre estando allí, por la autenticidad de la
pregunta. Autenticidad enmarcada en los límites del surgimiento, cómo surgió y a qué
responde su surgimiento. ¿Esa duda se halla bajo el régimen de la duda establecido, que hace
dóciles a los agentes pues no hallan un asidero, todo hay que preguntarlo? Todo hay que
preguntarlo. Cómo la extrañeza y el distanciamiento para con la legislación puede
establecerse en la infertilidad. La infertilidad de la pregunta, la duda convenenciera. El exilio
a medias del que uno puede arrepentirse. La ideología que nos da permisos para actuar los
sábados distinto y la semana de otra forma reprobable. El decir comprendo mi equivocación

10
Monsiváis, C. Op. cit. p. 18
11
Segoviano, M. Op. cit,. p. 8
luego de haber cuestionado, el volver, volver, volver a la casa que me incomoda pues me
alimentan.

Esos mapas son la viva imagen de la pregunta como modo de vida, de convicciones
que generan que nos arrebaten nuestro espacio y quieran olvidarnos en el tiempo. Es por eso
que Bolaño, en Literatura y exilio, se pregunta, nos pregunta: “¿Se puede tener nostalgia por
la tierra en donde uno estuvo a punto de morir? ¿Se puede tener nostalgia de la pobreza, de
la intolerancia, de la prepotencia, de la injusticia?”.12 La nostalgia es un volver o una
esperanza de retorno. La pregunta, que constituye lo extranjero, es conciencia de no retorno,
convicción condenatoria.

Bibliografía

BOLAÑO, Roberto. Literatura y exilio. En www.letras.s5.com/rb070405.htm

CARRETERO, Reyna. El indigente trashumante. pp. 99-128 (copias otorgadas en clase)

DERRIDA, Jaques, Dufourmantelle, A. La hospitalidad. Buenos Aires, Ediciones de la Flor,


2000.

KRISTEVA, Julia. Extranjeros para nosotros mismos. Barcelona, Plaza & Janes, 1991.

LEMEBEL, Pedro. La esquina es mi corazón. México, Seix Barral, 2013.

12
Bolaño, R. Literatura y exilio [Recurso web]

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