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Calacas

ADELANTA la pantomima:
igual que las torres de los reyes
y a los jacales de los pobres,
con equitativo pie a mi puerta,
tin tin, está llamando ahora;
sé quién es, tin tin, y me resisto
a abrirle. Y estoy, tin tin, abriéndole.
II

EN TU frente de azúcar llevas


un letrero: mi nombre. Muerdes
un regusto hipócrita a tristeza
con tu risa inmóvil y ostentosa.

Hospitalaria, así, te ofrendan


con los huesos de tu pan, el gualda
de tu cempasúchil importado.

Pero en traje de vejez, chocheando,


contagiosa de males, cuánto
fastidias, cómo te aposentas.

Encajonado, oigo mi nombre,


de cuerpo presente, en esta misa
de difuntos; muertos ya, me velan.

Y no hay recurso a la memoria,


pues son tristes todos los recuerdos.

No de azúcar, pesas, fatigosa


como una dieta balanceada.
III

YA NI la amuelas, Flaca; embistes


en guerra contra un montón de harapos.

La armazón me cariaste, entumes,


por ti apolilladas, mis bisagras;
tapiaste mis vidrieras, sordos.
taponas mis abrevaderos.
paralizas mis malas pulgas.

Me alegro empero, propulsado


por las hélices del a.d.n.
al taco me acojo, a las quincenas.
O ellas pasan: da su olor su nardo.

Que en habiendo viejas y dinero,


pinche Pelona, me das risa.
IV

TAMBIÉN a veces te estás quieta


como haciéndote disimulada;
allí voy entonces, buey, corriendo
sin tropezarme. Puerca suerte:
que por querer vivir mañana
o que el corazón papalotee,
ya te estoy, pelona, procurando.
V

PARA nada te escondes; vienes


pisando fuerte en mí; te siento
venir, sin ningún placer de adorno.

Sin adornos, a talonazos


sonantes de huesos, a insidia y fuerza,
tomas posesión de este armatoste.

Mi casa ulceras de fantasmas,


mis paredes raes, complacientes
a tus carcomas habituales.

Vienes, así, sin esconderte;


tan molesta, de tan perceptible,
que aunque aprendí lo que es ser joven,
aburrido de morir, quisiera
que algo me tornara a dar la vida.
VI

YA NI esperanzas de esperanza
ni amor ni amores; ya no crees
en iluminadas salvaciones.

Desacompasado y presuroso
la Flaca te puso, sin permiso;
mira, corazón, por dónde andas.

Tus pasos, que se fatigaban


con sólo un danzón, con un paseo,
caricatura de un reflejo,
hoy al rap y al maratón transporta.

Hoy en bata blanca, persuasiva,


ay corazón, mira dónde andas,
fingiéndose seria, payasea:
Arritmias son y taquicardias.

Y su osamenta de narices,
estetoscopio en mano, empuja
por la puerta grande del infarto.
VII

NO VIENES airada; no, de claro,


me pasas con tu flecha; en calma,
o con tu mano de metate
o tu paulatino tejolote
de molcajete, me apaciguas;
para esta graveza no hay reparo
ni profunda cava que aproveche.
VIII

Y AQUÍ estás, vida, con tu traza


de mujer dolida y poderosa;
con tus ojos que compadecen,
tu deleite fácil al principio.

Flotan tus pechos; abundando,


floreces en torno de tu ombligo;
central, te juntas; dividida,
hasta tus grandes pies desciendes.

No sé cómo te voy perdiendo,


pero echo de menos tus espejos,
tu lumbre solar, tus lunas plenas,
tu pesado olor de mar y establo.

Ya no me concibes cada día;


ya no te estoy embarazando.

Pero aquí estás, vida; aquí me mientes,


la ilusión de tus poderes, magnos
para tentación de la dientona.
IX

QUÉ ganas de ponerte freno,


de estarse un día sin tu abuso;
de mandarte, y de que hicieras caso:
Engarróteseme ahí, Pelona.
Pero como el heno, a la mañana,
verse, seco a la tarde, es este
camino en tranvía sin paradas.
X

LOS HOMBROS nunca me dolieron;


amanecieron, hoy, doliéndome.
Regalo tuyo, Flaca, en algo
se me murieron hoy en los hombros.

De hoy más, ha de hacerme compañía,


junto con otros muertos míos,
amigos y parientes, este
novedoso dolor de muerte.

Porque no entre vivos, entre muertos,


como ellos, más me estoy quedando.

Hoy, en los hombros; no sé a dónde,


al amanecer otras mañanas,
me irás mordiendo; hasta que inútil,
pobre chimuela, paralítica,
ya no encontrarás dónde dolerme.
XI

EL VACILÓN de tus bacilos,


la virulencia de tus virus,
tus reumas, tus arterioesclerosis,
el resbalón y la caída
en el baño, pones en alerta
ante mí, malévola, Dientona.

No me tocó que me encontraras


en Chapultepec, con la bandera,
ni en las Hibueras, torturado;
no el 5 de mayo; ni siquiera
en alta mar, de cara al cielo.

Ya ciego, ya sordo, ya afligido


del espinazo, a tu conquista,
miseria a miseria, me acostumbras.

Y lo peor: no idiota yo del todo,


con el no dormir me desconsuelas
para obligarme a resistirte.
XII

MIRO, Pelona, sí, mis muros


vencidos de la edad, cayendo,
como la patria, agujerados.
Salirme al campo me prohíben
mis muletas sin acrobacia,
cojo mi bastón y menos fuerte.
Mas, con todo, no te miro en todo.
XIII

APENAS saco la cabeza


por debajo de tu zapato;
mi epitafio, Flaca, ya legible,
escrito en tu suela me acongoja.

Pero ellas pasan, minuciosas


de las minucias que despiertan
el secreto de los sostenes,
el restiramento de las faldas.

Esas minucias, en su número,


mínimas; máximas, sin número,
en sus variedades convincentes;
enrejadas por los imanes
de las cárceles donde se acendran,
hoy, encandilado, me convocan.

Como fe de bautismo nueva,


ellas mi salvación escriben:
que meta, a fondo, la cabeza
por debajo de tu zapato.
XIV

ME PELAS los dientes, Calavera;


te vuelves, otra vez, de azúcar.
Cosas del tiempo; como el mío,
de instantes contados es el tuyo.

Fija una raya inamovible,


me está; retirármela no puedo;
por más prisa que quieras darme,
estás impedida a acercármela.

Un entonces tengo destinado;


en la aurora o en el crepúsculo
o en el mediodía de ese entonces,
me abatirán la fiebre, el asma
o la fractura que dispongas.

Por lo pronto, me reconforta


lo que todavía me da gusto,
por mucho que lo hayas tú roído.

Calaverilla, te lo digo;
te lo estoy firmando, Dientoncilla;
antes de eso, lo que el aire a Juárez;
no podrás, la víspera, abolirme.
XV

¿Y HEMOS de llorar porque las cosas


están así sobre la tierra?
Hay una mujer, quedan amigos
y el desprecio, Flaca, a lo que dueles.
No sé si habré de morir todo;
no todo he muerto; mientras vivo,
me vienes guanga, compañera.
Murió también Patrolco, quien mejor que tú
era con mucho.
Ilíada, XXI, 107
POEMA

VIEJO en su prisión de viejos huesos,


me encontraste el corazón. Un punto,
al amor se abrieron sus ventanas.
Me has dado, ciego, contemplarte;
sordo, en el silencio oír tu risa;
sin piernas ya, seguir tus pasos.
Desaparecida la memoria,
relumbras, presente, como eterna;
y recién nacido, por cantarte,
inventa el mundo las palabras.

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