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Apuntes de Antropología Filosófica: “La Persona y sus notas”
Profesora: Katia Muñoz Wallis
1. La Persona
Habitualmente, los cursos de antropología se inician con la exposición de lo que es la naturaleza
humana. Sin embargo, una nueva tendencia en Filosofía da preeminencia al término “persona”
antes que el de “naturaleza humana”.

La diferencia está en que persona designa al singular. Digo “persona” y digo “Juan”, “María”,
“Fulano o Zutano”. Persona significa el ser concreto que tiene inteligencia y, por tanto, libertad.
Persona se refiere siempre a un individuo o ciudadano tal, con unas características específicas,
con una biografía que está siendo escrita mientras está viviendo.

Naturaleza humana se refiere a lo común de toda una especie, en este caso: la especie humana.
Es un término útil y no se dejará de usar, porque en todo momento debemos recurrir a aquello de
común que tienen las personas entre sí. Respecto de esto, no podemos dejar de repasar las
características que conforman la naturaleza humana:

Cuerpo y alma: unidos y compenetrados al punto de que no hay persona humana sin cuerpo (eso
es un ánima) ni tampoco sin alma (eso es un cadáver). La estructura corpóreo espiritual es
fundamental en la persona. Cada una de sus notas vienen dadas por ser alma encarnada o
cuerpo animado.

El cuerpo implica una vida vegetativa y sensitiva. Toda persona posee la capacidad de nutrirse,
desarrollarse y reproducirse. Además, tiene sentidos e impulsos sensitivos: tacto, olfato, gusto,
oído y vista; sensorio común, imaginación, memoria y cogitativa; sentimientos (amor - odio,
atracción - rechazo, miedo, vergüenza, alegría, entre otros); impulsos sensitivos (hambre, sed,
sueño, cansancio, agitación, etc.).

El alma (vida espiritual), porque es simple e inmaterial, es principio de dos facultades: inteligencia
y voluntad. Este salto, desde los conocimientos e impulsos sensitivos hacia las facultades
espirituales está muy bien descrito en el siguiente párrafo:
“Nuestro antepasado de frente huidiza y largos brazos caza al bisonte en el páramo. Atraviesa
corriendo un paisaje de olores y pistas. Arrastrado por el rastro, salta, corre, gira la cabeza,
explora, husmea. La presa es la luz al fondo del túnel. Sólo existe esa atracción feroz y una
sumisión sonámbula. Sólo sabe que la ansiedad se aplaca al seguir aquella dirección. No caza, se
desahoga. No persigue un bisonte: corre por unos corredores visuales y olfativos que le excitan
(...). No hay nada que pensar, porque aún no piensa. Su cerebro calcula y le impulsa. Está sujeto
la tiranía del “Si A.. entonces B”.

A continuación, un salto increíble. Sin saber cómo, la oscura caverna de los resortes instintivos es
iluminada desde dentro por la inteligencia. El bisonte ya no es luz irresistible al fondo del túnel,
porque ahora el túnel tiene luz propia. Y con esa luz, el frío, el hambre y la sed ya no reciben
respuestas forzadas por el estímulo externo, sino suavizadas por la libertad interna.


El presente apunte tiene como objetivo explicar del modo más didáctico posible quién es la persona y cuáles son sus notas

características. Se trata de un apunte que debe mucho a diversos autores, entre los que cabe destacar a Ricardo Yepes, J. R. Ayllon
y Jorge Peña.
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“La transfiguración ocurrió un misterioso día, cuando al ver el rastro detuvo la carrera, en vez de
acelerarla y miró la huella. Aguantó impávido el empujón del estímulo. De una vez para todas se
liberó del tiránico dinamismo del impulso. La huella era en cierto modo el bisonte: apareció el
signo. Ahora era capaz de pensar en el bisonte sin tener en su olfato el olor, ni en sus ojos la
imagen, ni siquiera era imprescindible tener el deseo del bisonte para pensar en él. Podía poseer
al bisonte sin haberlo cazado. Y, además, indicárselo a sus compañeros.” (José Marina, Teoría de
la Inteligencia Creadora).

La persona humana tiene capacidades que desbordan sus propias aspiraciones. Está inserta en
un espacio y en un tiempo (nace y muere), pero eso no implica que no pueda pensar en otros
tiempos y en otros lugares: todas las ciencias son posibles por la inteligencia. Trasciende sus
propios límites: se equivoca, pero puede rectificar; sufre dolores, pero puede darles un sentido.

La persona humana es un quien, un alguien. No es una pieza más de la Naturaleza ni del mundo
que la circunda. Es dueña de sí misma y se hace a sí misma, tomando del mundo y de la
naturaleza lo que le haga falta para llegar a ser quien quiera ser.

La persona humana, ya lo dijimos, escribe su biografía. Única, personal e irrepetible. No podrá


existir jamás otra persona como yo. Podrán haber parecidos o coincidencias, pero nunca
igualdades. Cada persona es única. Cada persona es cada persona. Por eso no caben los
esquemas, ni las tipologías absolutas.

Finalmente, podemos enumerar las notas características de la persona:


Intimidad
Manifestación
Diálogo
Libertad
Amor – donación de sí

2. La intimidad.
Desarrollo de la personalidad y de las facultades intelectuales y morales.

La intimidad no es fácil de definir. Es el dentro, el mundo interior que cada persona desarrolla
espontáneamente. Por su inteligencia libre, todo lo que hace y todo lo que ocurre a su alrededor
deja huellas en ella. Huellas más o menos profundas, positivas o negativas, pero que conforman
ese dentro. Es decir, la intimidad se constituye desde algo que viene dado (genes, temperamento,
medio ambiente, educación, etc.) y por aquello que nos sucede y de lo que somos actores, y no
meros actores: protagonistas.

Lo íntimo es lo que sólo conoce uno mismo: lo más propio. De hecho, todas las personas protegen
su intimidad naturalmente y cualquier intromisión ajena produce vergüenza. La virtud del
resguardo de la intimidad es el pudor.

La intimidad es algo vivo, crece o decrece, se desarrolla, cambia. Es natural ver a las personas
madurar, tener un modo de ver las cosas, desarrollar una personalidad definida. Surge de esta
intimidad toda la creación propia, las ilusiones, la innovación, la energía que lleva a vivir cada día
como si fuera único.

Las distintas intimidades pueden ser más ricas o más pobres y todo depende del cultivo personal.
Hay modos de compartir la intimidad con otros y dejar que otras intimidades enriquezcan la mía.
De hecho, además, debo lograr mi identidad personal: saber quién soy y cuáles son mis
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características propias. Cerrar la intimidad o enmascararla puede llevar a una frustración, porque
no estamos hechos para ser otros. La autenticidad con que vivimos es reflejo de la riqueza de
nuestra intimidad. La persona que imita, que se deja llevar por la masa, que no tiene una identidad
propia es una persona pobre en intimidad, porque carece de algo propio, de algo que la haga ser
tal persona y no un monigote de la moda o de las tendencias mundiales.

Enriquecer la propia intimidad implica desarrollar todas nuestras facultades. Desde el cuerpo
hasta lo más espiritual. Resulta importante, por ejemplo, estar sanos íntimamente y muchas veces
esto dependerá del cuerpo: un justo descanso, ejercicio físico, dominio de las propias debilidades,
etc. También debemos enriquecer nuestra sensibilidad, lo que no significa ser sensibleros. Es muy
importante saber apreciar la Belleza que es la Verdad y el Bien visibles. Apreciar la Naturaleza, las
obras de arte humanas, la belleza de otras personas. Desarrollar la imaginación y la memoria es
también enriquecer la intimidad: dominarlas y activarlas según sea preciso.

Ahora bien, es el alma el principio de vida y el principio supremo de nuestra intimidad. El alma nos
ha sido dada en blanco y cada cual debe imprimir en ella una biografía. Conocimientos y amores
hacen del alma un alma más grande. Por esto, es tan importante conocernos a nosotros mismos
en primer lugar. Saber cómo funcionamos.

El cultivo intelectual es imprescindible: saber acerca del mundo que nos rodea, en distintas
especialidades, pero saber. Desarrollar el lenguaje, vehículo del pensamiento, es clave para el
cultivo personal. Leer, conversar, informarse. Hoy, las comunicaciones nos permiten estar mucho
más cerca de este ideal de cultivo personal. Profundizar en las Bellas Artes, tener intereses
científicos y/o humanistas, desarrollar una actividad que me guste mucho... son todas piezas del
enriquecimiento de la intimidad.

Pero, principalmente, nuestra intimidad crece con el desarrollo moral. Esto es, con la adquisición
de virtudes. Hábitos que nos disponen a hacer las cosas de un modo bueno. Cada virtud va
calando en lo profundo de la intimidad y va transformando a la persona en un alguien mucho más
rico espiritualmente.

Las virtudes, dice Ayllon, son estrategia de repetición. Ponerse una vez y otra a actuar de un
modo hasta que se nos hace costumbre.

3. La manifestación.
Dignidad del cuerpo. Desarrollo de la expresión personal.

Manifestar la intimidad es la segunda nota de la persona. Cada persona se manifiesta


necesariamente a las demás. No manifestarse es signo de enfermedad (autismo, por ejemplo).
Nos manifestamos con el cuerpo a través de gestos, movimientos, actitudes, pero, sobre todo, con
el lenguaje.

Parte de este manifestarse es el vestido. El cuerpo tiene una dignidad infinita conferida por ser el
cuerpo de una persona. Sin embargo, nuestro cuerpo oculta en cierto modo al alma, deja nuestra
intimidad cubierta por la materialidad. Surge, entonces, espontáneamente la necesidad de cubrir
el cuerpo para manifestar el alma. Somos nuestro cuerpo y justamente por eso lo dominamos.
Nos vestimos también para proteger la intimidad que nuestro mismo cuerpo es. El vestido me
distingue, salgo del anonimato. Por esto, hablar de moda y estilo no es superfluo, porque son
temas ligados directamente con esta dimensión de la persona.
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Por su parte, es muy importante la expresión corporal y oral. El modo de actuar, de caminar, de
estar sentada una persona en un lugar indican la propia intimidad, manifiestan quién se es. Así es
como tenemos diferentes tácticas de manifestación: unas veces queremos atraer la atención y
manejamos el cuerpo y las manos de un modo específico. Otras, queremos pasar desapercibidos
y dejamos toda manifestación en el límite de lo mínimo indispensable.

El lenguaje, por su parte, es muestra radical de mi intimidad: al hablar manifiesto mi origen, mi


nación, mi cultura, mis aspiraciones, mis gustos. Hablar es dar lo que tengo dentro. De manera
que perfeccionar mi modo de hablar ayuda a perfeccionar el modo en que entrego lo que llevo
dentro.

4. EL diálogo y la comunicación.
Importancia de las relaciones interpersonales.

Hemos hablado del manifestarse, pero es imprescindible agregar el tú. No hay manifestación si no
hay espectador y por esto surge inmediatamente el tema del diálogo: hablar entre dos o más,
comunicarse, decir, preguntar y responder y saberse escuchado, comprendido y aceptado.

La comunicación es fundamento donde se erige la sociedad. Por la comunicación subsiste la


familia, los grupos sociales, los clubes, las empresas, las naciones. Comunicarse implica hablar o
manifestarse, en primer término, y, en segundo, escuchar y comprender lo que otros me
manifiestan. No hay comunicación sin comprensión. Y esto no sólo en el terreno del lenguaje,
donde surgen las dificultades de idioma y vocabulario, sino, mucho más allá, para comprender a
otro, debo ponerme en su lugar, asumir como propio lo que es suyo. No puedo comprender a
fondo el dolor si no me atrevo a sentir dolor. No puedo comunicar mi dolor si el tú hacia el cual me
comunico no sabe lo que es el dolor (independiente de que lo haya o no sentido alguna vez).

La comunicación exige lo que podemos llamar un “suelo común”: una base en la que estemos de
acuerdo (idioma, significado de las palabras o de los gestos, ciertos principios básicos). Sin suelo
común, se cae en el diálogo de sordos. La falta de comunicación destruye las relaciones y esto no
es una frase tipo, sino una realidad. El que no se comunica, porque no da o porque no recibe, se
aísla, rompe el lazo que lo ata a otros.

Las relaciones entre las personas implican la comunicación o el diálogo. La relación crece en la
medida en que hay mayor comunicación. Las relaciones interpersonales son fundamento de la
sociedad. Pero además son fundamento de nuestra propia vida. Nos hacemos a nosotros mismos
en la medida en que nos relacionamos con otros y además, hacemos la cultura, construimos el
mundo en que vivimos.

La persona (cada persona en su ámbito particular) está abierta a un afuera: el mundo y las
personas. Como ya se dijo, la persona no es una pieza más del mundo, sino que se distingue de
él. De manera que es necesario distinguir la relación que se establece entre persona y mundo y
las relaciones interpersonales.

Las relaciones interpersonales son el verdadero escenario de la existencia humana y por eso
constituyen uno de los núcleos fundamentales de la antropología. Lo propiamente humano es
manifestar la creatividad de nuestra intimidad, dialogar y dar. Surge la pregunta: ¿qué sucedería si
no hubiese otro alguien que nos reconociera, nos escuchara y aceptara el diálogo y el don que le
ofrecemos? La soledad completa lleva a la persona al fracaso más completo. Es una evidencia
histórica la necesidad que cada persona tiene de otras personas: necesita incorporarse a un
grupo, tomar esas costumbres, hablar como los demás y sentirse aceptada, sin deterioro de su
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propia personalidad. En efecto, si vemos a un hombre en la calle hablando incongruencias y


violando las leyes del tránsito, por ejemplo, no nos cabe duda de que se trata de un demente. Al
menos, no es una persona sana.

Para comprender mejor la naturaleza de las relaciones entre las personas, es necesario entender
muy bien primero qué es la libertad y qué es el amor.

5. La libertad
Qué es y cómo se ejerce.
Dar definiciones no es la especialidad de la filosofía, al menos en nuestros tiempos revueltos
donde una definición puede ser muy mal interpretada. Que la libertad es una capacidad humana,
no cabe duda. Facultad de elegir, porque somos inteligentes y tenemos voluntad, pero no se trata
de la mera elección, porque eso es el llamado libre albedrío, paso previo a la libertad en su
perfección.

Dentro de nuestros límites, la vida se va conformando por miles de elecciones entre una infinitud
de posibilidades y al escoger una, me quedo sin las demás, pero eso no me quita libertad, por el
contrario, me hace más libre, puesto que he ejecutado la elección.

Ejercer la libertad es ejercer la voluntad, de manera que nos detendremos primero en el uso de la
voluntad, para comprender mejor qué es esta misteriosa, mágica y superatractiva palabrita
“libertad”.
Ricardo Yepes nos habla de cinco modos de querer:
1) El deseo: tendencia o inclinación hacia un bien captado como tal por la inteligencia.
2) La elección voluntaria de rechazo o aprobación de un acto pasado.
3) La elección voluntaria de un acto futuro: dominio o poder.
4) La voluntad creadora que me impulsa a efectuar cosas materiales o actos inmateriales.
5) El amor o benevolencia: reconocimiento y afirmación de una realidad por lo que en sí
misma es y vale.

Estos usos no se dan por separado en la práctica, por el contrario se entrelazan y generalmente
se dan todos unidos. Pensar que el hombre actúa sólo por deseos (visión determinista del
psicoanálisis, por ejemplo) o únicamente por amor o por mera voluntad de poder (como lo pensara
Nietzsche) es pensar un hombre trunco, incompleto.

La libertad es una de las notas definitorias de la persona. Permite al hombre alcanzar su máxima
grandeza, pero también su mayor degradación. El hombre es libre desde lo más profundo de su
ser, no se puede ser realmente humano si no se es libre de verdad.

Podemos distinguir cuatro planos de la libertad:


1. Libertad constitutiva
2. Libertad de elección
3. Realización de la libertad
4. Libertad social

En primer lugar, se habla de libertad constitutiva (o fundamental) para designar el ser libre de toda
persona. Independiente de que se ejerza o no, toda persona humana es libre y esto se
fundamenta en las notas ya vistas de la persona: su intimidad, su apertura y su capacidad de
diálogo. Cada persona es libre, porque se autoposee, porque es dueña de su propio ser.
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No podemos hacer una abstracción ridícula de este plano y considerar que el hombre es
meramente libre, es decir, que no tiene barreras. Cada persona tiene condiciones que no quitan
libertad, sino que dan lugar a que la libertad pueda ejercitarse. De otro modo, ser libre de todo
sería como estar en el vacío: nada. Las condiciones propias de toda persona están dadas primero
por una síntesis pasiva de elementos biológicos, genéticos, cognitivos, afectivos, educacionales y
culturales. Además, tenemos condiciones de vida activa: lugar, tiempo, personas que nos rodean,
principios o normas asumidas libremente que son aquella verdad que fundamenta nuestro existir.

Respecto de la elección es importante distinguir que:


- No siempre podremos elegir lo que más nos gusta.
- Elegir implica el riesgo de la equivocación y también la pérdida de otras posibilidades.
- La repetición de ciertas elecciones nos habitúan a escoger de un modo determinado, nos
creamos un hábito que puede hacernos mejores o peores.

El libre albedrío es una parte de la libertad que nos permite realizar esta capacidad nuestra, pero
la realización no es plena si no se considera que no somos libres simplemente para escoger esto
o aquello, sino, mucho más allá, para realizar nuestra propia vida, para escribir la biografía de la
que ya hemos hablado, para configurar nuestra identidad personal. Cada decisión va diseñando
nuestra propia existencia. Llegamos así al tercer plano de la libertad: la realización de ésta a lo
largo de la propia vida. Al diseño y realización de ese conjunto de decisiones, preferencias y
postergaciones se le llama proyecto vital.

La persona está siempre mirando hacia delante, hacia el futuro. Siempre proyecta su vida, lo que
hará y lo que será de ella. Vivir es realizar la libertad minuto a minuto.

Es imprescindible plantearse el hacia dónde del proyecto: la finalidad. Siempre tendremos una
meta a largo y a corto plazo. Aspirar a lo verdaderamente importante es ser MAGNÁNIMO: tener
un alma grande, llena de ilusiones y de metas valiosísimas. La tercera dimensión de la libertad
consiste entonces en ejercer la capacidad de alcanzar la realización personal que nos hayamos
propuesto.

Finalmente, podemos hablar de la libertad social, en tanto un grupo de personas también puede
proponerse metas y buscar el modo de realizarlas: familias, sociedades, instituciones, etc. Dentro
de la sociedad, cada persona ejecuta un rol, desempeña un papel y de acuerdo a la efectividad
con que alcance tal realización individual, coopera a la ejecución de la libertad social y de su
propia libertad individual.

Muy ligado a la libertad, está el tema de la responsabilidad, es decir, la capacidad de responder


por mis propias acciones. Sólo aquel que se autoposee puede responder por lo que hace.
Solamente la persona que es dueña de sus actos será capaz de hacerse dueña de las
consecuencias de tales actos.

6. El amor
Se trata de una palabra quizá muy manoseada. Suena a novela rosa o a película de romances.
Pero hay que considerar con seriedad qué es el amor.

Acto de la voluntad. El acto más perfecto de la libertad humana, porque es el acto por el que
escogemos querer algo que vale por sí mismo y es por ese valor intrínseco por lo que lo amamos.

Amar no es sentir que se ama. Ya se dijo que el amor es un acto y el sentimiento es algo pasivo,
algo que nos pasa, pero que no determinamos desde nosotros mismos. El amor, propiamente
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hablando, es un acto que surge desde mi propia intimidad, es algo que puedo manejar, a
diferencia del sentimiento que no puede determinar cuándo viene y cuándo se va. Amar es querer
amar, es autodeterminarse al ser amado.

Respecto de los sentimientos, podemos decir que se trata de una tercera raíz del comportamiento
humano que no se identifica con el conocer, ni con el libre querer, sino con una difusa sensación
de agrado o desagrado que impregna todo lo que conocemos y hacemos. Es por los sentimientos
que nos sentimos alegres o tristes, deprimidos o animosos, y su tonalidad es definitiva para
nosotros. La interioridad humana no está deshabitada. Los deseos, una tropa difícil de gobernar,
ocupan el territorio sin pedir permiso. Nos mueven y conmueven desde dentro: por eso los
llamamos emociones (del latín motus: movimiento) o pasiones (del latín passio: padecer o ser
afectado). En todo momento nos acompañan, nos templan o destemplan. En forma de deseo,
esperanza o temor, están en el origen de muchas de nuestras acciones. Siempre soñamos con un
sentimiento lejano y perfecto: la felicidad.

Aunque no surgen de la nada, los sentimientos aparecen cuando y como quieren, disimulando su
origen. Cuando el deseo sentimental se ofusca y se concentra en un solo objetivo, nos
encontramos con una pasión hipertrofiada (y no son casos excepcionales).

Esa concentración de la atención se vive como ceguera para todo lo demás. Dejar la hegemonía
al puro sentimiento es realmente peligroso. Don Quijote, Macbeth, Calisto, Baltasar Bux.... son
personajes que se dejaron llevar por la pasión al punto de perder la cabeza.

Los sentimientos no son malos en sí. Por el contrario pueden ser nuestros mejores aliados. Una
mujer, un niño, un hombre de la calle nunca ven a los demás como cuerpos neutros, sino como
personas con una riqueza subjetiva que se capta mediante los afectos. El conocimiento de los
demás está siempre coloreado por los sentimientos: aprecio o desprecio, amistad o indiferencia,
admiración o envidia. Los sentimientos ponen la primera nota de cualquier relación interpersonal:
algo nos atrae de otra persona, cierta belleza en su caminar, en su modo de hablar, en su vestido,
en lo que me han dicho de ella... el corazón se inclina ante esa persona. Pero quedarse en este
primer escalón de mera inclinación sería quedarse en una ilusión pasajera. El que se entrega sólo
a la belleza sensible cae en una trampa. Desear no es amar; en rigor, no es amado quien es
deseado, sino aquél para quien se desea algo.

Resulta importante destacar que el amor se dirige siempre a personas, porque los objetos
inanimados o los seres vivos inconscientes no pueden responder al amor, no pueden ser amados
en sí mismos o por sí mismos. La persona es, en cambio, un fin en sí, alguien por quien vale la
pena darlo todo, porque su riqueza es infinita. Respecto de los seres no personales, podremos
sentir afecto, pero nunca nos autodeterminaremos a dar nuestra propia intimidad a esas cosas. Ya
se ha dicho que la intimidad sólo se entrega a otra intimidad y sólo en el caso de que haya un
diálogo, una cierta garantía de comprensión, recepción y acogida.

Puede resultar útil distinguir la tendencia hacia otro en un plano irracional o meramente natural, tal
como todo objeto tiende a su perfección (la piedra tiende a caer, la flor tiende a abrirse al sol, etc.),
de una tendencia racional que implica conocer aquello hacia lo que se tiende.
Dentro del modelo racional, podemos quedarnos en un nivel meramente sensible o elevarnos a lo
voluntario y, dentro de lo voluntario, podemos desear, aprobar o rechazar, dominar, crear o amar.

En el nivel voluntario, los tipos que se distinguen se dan simultáneamente, pero dentro del acto de
amar, podemos distinguir la elección, el deseo y la benevolencia. Primero, porque amar es elegir
al amado. Quizá no como se elige una blusa entre muchas blusas, sino como quien decide desde
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su interior dar a éste algo propio: mi amor. Luego, tal elección se puede ver motivada por un mero
deseo o concupiscencia, porque éste me da cierto placer, porque me hace un bien, porque me
acompaña. Pero el nivel más alto es la elección por benevolencia, porque deseo el bien del otro,
porque me doy al que amo, incluso si ese darme implica dolor y sacrificio. El amor más propio es,
entonces, la elección por benevolencia: la afirmación del otro en su valor único, porque vale en sí.
“Qué bueno que existas”, dice Piepper para graficar lo que significa el amor de benevolencia.

Dentro del amor, encontramos una clase de amor muy singular que es la amistad. Acto que
implica tres aspectos:
benevolencia
reciprocidad
diálogo

La amistad surge de algo común descubierto entre dos personas. No es raro que muchas veces
las amistades hayan comenzado con frases como: “¡Ah, tú también!”. Eso común lleva a compartir
todo lo demás que llevamos dentro y a comunicar lo que no hay de común para enriquecer al otro
y recibir, recíprocamente, un enriquecimiento desde el otro. En este querer el bien del otro y
saberse querido por el otro es central el diálogo. El amigo es como otro yo y la comunicación entre
ambos es casi perfecta, porque todo lo que él me dice yo lo capto en mis coordenadas y
viceversa.

La amistad, además, necesita tiempo. No surge inmediatamente, sino que crece poco a poco, día
a día, después de haber hecho muchas cosas juntos, después de haber compartido muchas
experiencias y de haber conversado acerca de muchos aspectos de nuestras vidas. La amistad no
puede forzarse. Pero esto no significa que se la deba esperar pasivamente. Podemos provocar
amistad, descubriendo lo que hay de común con otras personas y luego podemos trabajar la
amistad, otorgándole el tiempo oportuno y necesario. En todo trato de amistad, es imprescindible
la actividad, el estar atento a lo que el otro pueda requerir. Si no estamos activos, la amistad
decae y puede llegar a morir.

Así, el amor se manifiesta como amistad, como afecto, como eros, como familia. Pero siempre
significa la elección libre del bien para otro. Y con el amor tenemos ya las notas de la persona:
desde su dentro, la intimidad, hacia fuera, la manifestación, la persona es libre, capaz de dialogar
y amar.
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La Dignidad de la Persona

¿Qué significa el que el hombre posea una dignidad?

¿Cuál es el fundamento de esa dignidad humana?

¿Qué exigencias plantea la dignidad humana dentro de la vida social?

Estas son algunas de las preguntas que hemos de plantearnos al tratar el tema de la dignidad
humana. Además, hemos de considerar que no sólo es un “tema” sobre el cual reflexionar, sino
que es la verdad más profunda del hombre y de la sociedad. En el respeto y defensa que se haga
de la dignidad humana, se fragua la vivencia de una vida verdaderamente humana, indispensable
para el perfeccionamiento de las personas y por ende de la sociedad.

La dignidad consiste en la posición de superioridad que posee el hombre frente al resto de los
seres creados. Esta superioridad radica en la racionalidad del ser humano.

Lo que diferencia al hombre del resto del mundo corpóreo y dentro del reino animal, es su
racionalidad.

La persona humana ha sido definida por Boecio como: “Substancia individual de naturaleza
racional.” Lo específico del ser humano radica en el poseer una inteligencia que le posibilita el
conocer la verdad, y una voluntad que lo lleva a amar el bien, con ello el hombre es un ser libre.
Esta condición del ser humano, lo coloca por encima de los seres determinados e irracionales.

Todos los hombres de todos los tiempos, han sido, son y serán personas dignas, desde el
momento de su concepción hasta el de su muerte. Además esta dignidad es irrenunciable e
inviolable. El hombre no puede renunciar ni verse forzado a negar lo que es, el valor incalculable
que posee.

La dignidad del ser humano deriva del hecho de ser persona, por lo tanto todas las personas
tienen la misma dignidad, es una condición ONTOLÓGICA. No Es la raza, la posición económica,
el trabajo que se desarrolla, la belleza física, la edad, la salud, lo que determina la dignidad de la
persona y las consecuentes exigencias, sino el hecho mismo de ser una persona.

Este punto adquiere especial relevancia cuando constatamos situaciones en donde la persona se
ve anulada por no tener los atributos exigidos por la moda en una sociedad, cuando en el trabajo
se subordina a la persona frente al capital, cuando se niega la vida porque, al no tener salud, se
considera de poco valor o cuando no se reconoce la dignidad de la persona en estado fetal.

Todos estos ejemplos de la sociedad contemporánea nos muestran lo lejos que estamos de un
verdadero respeto y promoción de la dignidad humana.

“Hay que considerar íntegramente y hasta sus últimas consecuencias, al hombre como valor
particular y autónomo, como sujeto portador de la trascendencia de la persona. Hay que afirmar al
hombre por él mismo, y no, por ningún otro motivo o razón: únicamente por él mismo. Más aún,
hay que amar al hombre porque es hombre, hay que reivindicar el amor por el hombre en razón
de la particular dignidad que posee.”

Todos los seres humanos somos dignos ontológicamente, sin embargo, tenemos la tarea de
comportarnos como lo que somos, es decir, de ser dignos también en el plano operativo. Esta
congruencia está encuadrada por la ley natural y no por meros criterios subjetivos. Todas las
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personas somos dignas, pero no todas nos comportamos con dignidad. Este es el desafío y la
grandeza del hombre, comportarse como lo que está llamado a ser.

De la dignidad de la persona derivan unos derechos y unos deberes naturales. " Estos derechos y
deberes están inscritos en la naturaleza humana y como tales, son anteriores a las leyes civiles.
Se puede decir que son para la persona una exigencia y una responsabilidad y para la sociedad
también, ya que está formada por personas. Lo anterior implica que la dignidad de la persona
debe estar tutelada en los diversos terrenos de la existencia.

Todas las dimensiones de la existencia humana son dignas y exigen un respeto acorde con
esa dignidad

La vida, el trabajo, la economía, la religiosidad, el descanso, la información, la educación, la


cultura, la recreación, la política, la familia, los hijos, y todos los campos en donde se desarrolla la
vida de la persona, implican unos derechos y unos deberes esenciales, universales, irrenunciables
e inalienables.

Resulta especialmente el señalar que la dignidad de la persona dentro de la dignidad humana,


implica que el principio, la medida y el fin de la vida social, es la persona humana. La persona es
el agente de la vida social y el bien de las personas es lo que constituye propiamente el bien
común.

¿Qué es un principio?

En sentido ético o moral llamamos principio a aquel juicio práctico que deriva inmediatamente de
la aceptación de un valor. Del valor más básico (el valor de toda vida humana, de todo ser
humano, es decir, su dignidad humana), se deriva el principio primero y fundamental en el que se
basan todos los demás: la actitud de respeto que merece por el mero hecho de pertenecer a la
especie humana, es decir, por su dignidad humana.
Vamos a examinar a continuación este valor fundamental (la dignidad humana), el principio ético
primordial que de él deriva (el respeto a todo ser humano), y algunos otros principios básicos.

Principio de Respeto

«En toda acción e intención, en todo fin y en todo medio, trata siempre a cada uno - a ti mismo y
a los demás- con el respeto que le corresponde por su dignidad y valor como persona»
Todo ser humano tiene dignidad y valor inherentes, solo por su condición básica de ser humano.
El valor de los seres humanos difiere del que poseen los objetos que usamos. Las cosas tienen
un valor de intercambio. Son reemplazables. Los seres humanos, en cambio, tienen valor
ilimitado puesto que, como sujetos dotados de identidad y capaces de elegir, son únicos e
irreemplazables.

El respeto al que se refiere este principio no es la misma cosa que se significa cuando uno dice
“Ciertamente yo respeto a esta persona”, o “Tienes que hacerte merecedor de mi respeto”. Estas
son formas especiales de respeto, similares a la admiración. El principio de respeto supone un
respeto general que se debe a todas las personas.

Dado que los seres humanos son libres, en el sentido de que son capaces de efectuar
elecciones, deben ser tratados como fines, y no únicamente como meros medios. En otras
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palabras: los hombre no deben ser utilizados y tratados como objetos. Las cosas pueden
manipularse y usarse, pero la capacidad de elegir propia de un ser humano debe ser respetada.

Un criterio fácil que puede usarse para determinar si uno está tratando a alguien con respeto
consiste en considerar si la acción que va a realizar es reversible. Es decir: ¿querrías que
alguien te hiciera a ti la misma cosa que tu vas a hacer a otro? Esta es la idea fundamental
contenida en la Regla de Oro: «trata a los otros tal como querrías que ellos te trataran a ti

Principio de Solidaridad.

La solidaridad es un principio rector de la vida social.

Tiene como fundamento la igualdad de origen, naturaleza y fin de los seres humanos. Este
principio implica:

 El reconocimiento de las demás personas como seres humanos, siendo conscientes de la


igualdad de dignidad que a todos corresponde.

 La recíproca unión que deriva del ser personas.

 La recíproca responsabilidad y obligación que plantea la convivencia con las personas.

 Tener como fundamento la verdad de las personas, es decir, responder a los requerimientos
auténticos de la naturaleza humana.

La solidaridad supone, además de la cooperación, la unión moral de las personas y todo ello
enmarcado por la justicia. La acción solidaria no puede ser un mero activismo externo, ser
solidario significa reconocer en el otro a una persona igual que mí mismo. Tiene su origen en la
persona y no solo en la acción de la persona, de tal manera que si se “ayuda” mucho a los demás
pero no se les reconoce anticipadamente como personas, no existiría un elemento fundamental de
la acción solidaria. Además tampoco existiría un comportamiento que no va conforme con la
naturaleza humana. (De ser así, la mafia sería el mejor ejemplo de solidaridad que se pudiera
encontrar).

La solidaridad explica la acción conjunta de participar todos los miembros de la sociedad, en la


consecución del bien común. “El principio de solidaridad representa la unión de la acción humana
a través de la participación de todos los miembros de la sociedad en la tarea del conjunto que
será lo que alcance el fin de la sociedad, y, por tanto, el bien personal”.

Las relaciones sociales que se dan dentro del marco de la solidaridad tienen como punto de
partida a las personas ubicadas en un plano de igualdad (a diferencia de las relaciones conforme
al principio de subsidiariedad). Se trata en este caso de personas que cooperan con otras
personas, conforme a las aptitudes particulares, para la obtención del bien común.

Algunas personas piensan que la solidaridad es un “gusto” de “personas buenas”, para aquellas
que tienen un carácter especial de disposición en tareas asistenciales. Es importante señalar el
que la solidaridad es fundamentalmente una exigencia humana que no depende de:
personalidades, criterios altruistas, religiosos o políticos, sino que deriva de la dignidad de la
persona y de la exigencia humana de buscar el bien de todo el hombre y de cada hombre con
quien se convive.

Sin relaciones de solidaridad no es posible alcanzar el bien común dentro de la sociedad ni por lo
tanto, lograr una convivencia pacífica, ordenada y justa, acorde con la dignidad humana. La
oportunidad que significa para el hombre el vivir en sociedad, debe de ir acompañada del esfuerzo
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recto y serio de vivir la solidaridad, como una de las maneras de ser consecuente con la grandeza
de ser una persona y vivir en sociedad.

La solidaridad es una tarea y una responsabilidad para cada una de las personas que
vivimos en sociedad.

Principio del Bien Común

Las Personas vivimos en sociedad, y dentro de esa convivencia, aquello que nos unifica y orienta
es el bien común. El bien común es la causa final de la sociedad y por ello la persona se ordena al
bien común. A la vez, la sociedad se ordena a la persona porque no hay auténtico bien común si
no va conforme a las exigencias de la persona humana.

Este principio se puede definir como: “un conjunto de condiciones materiales y espirituales que
permitan a los ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección.” El bien común
consiste en todas aquellas condiciones que necesita la persona, y no sólo las materiales, que
permitan a todos y cada uno de los ciudadanos, el desarrollo expedito y pleno, esto es, el que las
personas tengan la oportunidad de ser íntegramente personas dentro de la vida social conforme a
las exigencias que plantea el hecho de que la sociedad esté formada por personas que tienen
unas exigencias intrínsecas.

Conviene señalar algunas consideraciones con respecto al bien común:

 El bien común es, antes que nada, un bien. Esto significa que no puede hacerse una separación
entre el verdadero bien común y el bien moral de las personas. El bien común no es sólo una
categoría cuantitativa, sino que es fundamentalmente una realidad moral. Si se pretende
imponer dentro de una sociedad, medidas aparentemente justificadas por un “bien común”, pero
que vayan en contra de la dignidad y exigencias de las personas, lo único que existirá será un
mal común.

 El bien común se distingue del bien particular porque se caracteriza por ser participable y
participado por todas las personas. No todos los bienes son participables por todas las
personas. Tener un alto coeficiente intelectual es un bien del que no todas las personas
participan, lo mismo podría decirse de la belleza física, de aptitudes y habilidades. Sin embargo,
el bien común hace referencia específica a aquellos bienes que son universales y más
esenciales para la persona humana. Estos bienes son tanto de carácter material como espiritual.
Todas las personas necesitamos comer, vestirnos, educarnos, practicar una religión, descansar.

En este sentido puede afirmarse que el bien común no es la suma de bienes individuales o
particulares porque la suma de estos bienes no implica:

 Que estos bienes son participables y participados por todos los hombres que forman una
sociedad.

 Que todas y cada una de las personas tengan lo que necesiten para satisfacer sus
necesidades.

 Que se abarque a todo el hombre y no sólo a una dimensión del mismo.

 Porque la suma de bienes no los hace comunes ni accesibles para todos los hombres.

 El bien común exige que todos los miembros de una sociedad participen en su obtención
según las condiciones y posibilidades con que cuente cada individuo.
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 Siendo el bien común la causa final de todas las sociedades, resulta que el contenido
histórico del bien común varía de sociedad en sociedad. Esto no quiere decir que se modifica su
esencia en tanto que bien común, sino que las exigencias de una sociedad son diferentes de la
otra en cuanto a contenidos concretos, no en cuanto a su moralidad.

“Tres principios fundamentan y salvaguardan la dignidad o superioridad de la persona frente a la


colectividad:

En primer lugar, sólo la persona individual es substancia (lo que existe por sí) mientras que la
sociedad es una unidad real, relación y de orden dependiendo de la persona. En otras palabras, la
sociedad se da en tanto en cuanto existe una unión moral o intencional entre las personas y no
antes.

En segundo lugar, la primacía del bien común sobre el bien particular vale sólo en la medida en
que el hombre es miembro de una determinada estructura social. En otras palabras, al hombre no
se le puede ver sólo como trabajador o determinado por su relación con la empresa como si fuera
única y exclusivamente miembro del equipo o empresa total o únicamente como ciudadano -
Estado total-, porque la persona humana es del Estado en todo lo que es y posee.

En tercer lugar, tenemos que decir que el principal sentido de toda sociabilidad es la plenitud de la
personalidad humana.

“En definitiva la sociedad sólo está y existe en servicio de la persona, ya que sólo el ser espiritual
ha sido querido en el plan del mundo por sí mismo y todo lo demás por él. En otras palabras, el
hombre es pináculo del cosmos corpóreo espiritual que debe ser dominado por el hombre y estar
al servicio del hombre. La sociedad es un medio natural del cual el hombre puede y debe servirse
para conseguir su fin...

La anterior afirmación está estrechamente relacionada con el señalamiento de que la sociedad


tiene su propio fin, que es el bien común, sin olvidar la primacía de la persona. El bien común
puede exigir que algunos bienes particulares se le subordinen. Y es pertinente el hacer énfasis en
el término subordinación, ya que, como se expuso anteriormente, no puede hablarse de
anulación ni destrucción de los bienes particulares. Un ejemplo de lo anterior puede ser el sistema
de impuestos vigentes en una sociedad. La propiedad privada se ve ordenada a una función
social. Si esa ordenación destruye a la propiedad privada, no puede hablarse de un legítimo bien
común, pero si se trata de un recto ordenamiento, que no anula sino regula subordinando un bien
particular al legítimo bien común, se trata de algo válido y deseable. La persona es capaz no sólo
de ver por sus intereses particulares sino también por los intereses y necesidades de los demás
hombres; cuando el hombre vive conforme a ello, no solo no se degrada sino que vive en plenitud.

El bien común exige el respeto a la dignidad de la persona, la existencia de relaciones de


solidaridad y la vivencia del principio de subsidiariedad. En otras palabras, el bien común requiere
de un orden en la convivencia que posibilite su plena y expedita obtención.

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