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cuerpo energético
Entender que los seres vivos –por supuesto también el ser humano– generamos
campos de energía, permite que consideraremos nuevas respuestas a las preguntas de
siempre. ¿Por qué a veces me siento bien o me siento mal al lado de una
persona? ¿Por qué a veces entro en un lugar y me siento agredida aunque nadie me
haya dicho nada? ¿Cómo puede ser que yo sepa que mi hijo está teniendo problemas
antes de que me lo diga? ¿Por qué algunas personas me agotan tanto?
Por supuesto, entender que la imagen del campo energético de una persona puede dar
información de su estado de salud solo es compatible con la comprensión de otro
concepto fundamental: el ser humano (vinculado a su salud) es algo más que una
máquina perfecta de absoluta precisión.
Al igual que hemos ido determinando unos rangos fisiológicos o de normalidad para
parámetros físicos y químicos (temperatura corporal, presión arterial…), deberíamos
tener definidos –a nivel energético- parámetros y rangos igualmente
interpretables como signos de salud (por ej. sabemos qué significa a nivel celular
un potencial transmembrana bajo o una alteración en la frecuencia de resonancia de
determinadas células).
Es cierto que mi influencia se va haciendo cada vez menor cuanto más lejos de mí,
pero no termina. Todo está totalmente conectado por estos campos de
energía. Mi energía conecta con la de las personas físicamente cercanas, y también
(por otros procesos) con las emocionalmente cercanas.
Pero de entre todos los factores que he podido analizar, desde luego el de mayor
potencia sobre la variación de nuestro campo energético es nuestro propio
pensamiento.
Un pensamiento es un “paquete de energía”.
Cuando nos preocupamos con una idea que se instala en nuestra mente, y la repetimos
a lo largo de horas, de días, de semanas incluso, ese paquete de energía que llamamos
pensamiento empieza a desarmonizar todo nuestro campo de energía. Nos volvemos
más débiles, más frágiles, más reactivos.
No en vano la componente magnética del campo de energía del corazón es 5000 veces
más fuerte que la de nuestro cerebro. Eso significa que a través del corazón y de los
sentimientos de gratitud y benevolencia podemos conseguir revertir la mayor
parte de situaciones que nos desestabilizarían. Nuestro campo energético nutre y
protege nuestra estructura física. Por tanto, mantenerlo fuerte y armónico puede ser
una clave importante para nuestro bienestar.
2. El sol es tu aliado
Intenta estar al menos algunos ratos al sol (toma las precauciones adecuadas para
protegerte de la radiación UV). Es nuestra principal fuente de radiación
electromagnética, como un gran surtidor del que nos nutrimos y con el que nos
recargamos.
3. Camina descalza
Camina descalza por la tierra siempre que puedas. El intercambio de iones entre tu
cuerpo y la tierra favorecerá la descarga electrostática y producirá grandes beneficios
en tu salud.
Come alimentos poco (o nada) procesados. Los alimentos también tienen su propio
campo de energía. Si son de cultivo ecológico, no solo te están aportando los
nutrientes bioquímicos sino también los energéticos. Los alimentos procesados tienen
muy pocos nutrientes energéticos (y muchos posibles tóxicos bioquímicos).
5. Piensa en positivo
Intenta dedicar un tiempo cada día a entrenar tu mente para que se pueda enfocar en
tus sueños y proyectos. Recuerda que los pensamientos pueden tener un efecto
devastador o mágicamente reconstructor de tu propio campo de energía.
Canta, baila, ríe, que no pase un solo día en tu vida sin que hayas recordado que vivir
puede ser una experiencia maravillosa. Ánclate en tu pasión. Sigue siempre a tu
corazón.
Observa tu propio cuerpo cada vez que entras en un espacio, o que se te acerca una
persona. Probablemente te darás cuenta de forma instintiva si ello es armonizador o
desarmonizador para ti.