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Análisis de la

lectura
“Enigmas y
dilemas de la
práctica
docente”
Curso: proyectos de intervención
socioeducativa
Profesora: Lic. Evelyn Cortés
Hernández
Estudiante: Guillermina López Mejía
5to semestre grupo: “C”
La práctica es un crisol donde se forja la vocación de maestro. Vocación en el
sentido que le da María Zambrano (2007), como una ofrenda de lo que se hace y
de lo que se es, donde la persona se juega toda entera para seguir esa llamada
ineludible que la conduce a su destino. Aldo y Juan no querían ser profesores, y sin
embargo, circunstancias y condiciones los llevaron por la senda del magisterio; en
las aulas, como estudiantes, encontraron una pasión y un sentido a su quehacer.
Pasión por el aprendizaje de los niños y las niñas, por verlos crecer “como plantitas
de maíz”, por conocer sus problemas y apoyarlos para salir adelante. También, es
cierto, encontraron “vicios y excesos” de la escuela, pero en vez de atraparlos, los
incentivaron a buscar formas distintas de hacer las cosas, de ser maestro. Los
motivos y razones que los llevaron al magisterio son comunes, no difieren de los
que han encontrado otros estudios sobre la elección profesional de estudiantes
normalistas, con la salvedad, quizá, de que Aldo y Juan tenían otros sueños
alejados de la docencia. El contexto familiar fue determinante; ambos crecieron en
un ambiente magisterial que abrió el camino hacia la docencia. El padre de Aldo fue
maestro rural y después de una larga trayectoria por escuelas de educación básica,
llegó a laborar en una escuela normal de la ciudad capital, donde era muy
reconocido. Aldo admiraba la entrega de su padre, lo había visto trabajar duro toda
su vida y consideraba que, frente a ese perdurable esfuerzo, él no era consistente.
Los estudiantes pusieron en juego su interés y sus saberes incipientes para llevar
adelante a un grupo de niños y de personas adultas; sin mucha conciencia de lo
que hacían, aportaron algo de sí para que otros crecieran. Estas tempranas
experiencias constituyeron un referente importante en su camino hacia el
magisterio.

Esa experiencia también marcó decisiones y actuaciones para trabajar con niños y
niñas de la escuela primaria, años después, como aprendiz de maestro; y no sólo
en el área metodológica, sino en otros aspectos más delicados como son la relación
y la forma de trato a los alumnos. Durante su práctica intensiva, Aldo buscó retomar
los aprendizajes adquiridos en esa aventura de alfabetización. Para los dos
estudiantes los niños y niñas eran el centro del trabajo docente. Era una certeza
que habían adquirido antes de su ingreso a la escuela normal, alimentada en parte
por las incipientes experiencias que habían tenido con ellos, y seguramente, por lo
que habían escuchado y visto hacer a sus progenitores, a lo largo de su vida como
maestros. La práctica intensiva significó para ellos un reto mayúsculo. Las
vicisitudes, escollos y dilemas que enfrentaron en las aulas, no siempre con buenos
resultados, los hicieron flaquear e incluso pensar en abandonar la carrera. Pero en
medio de los conflictos personales ellos se mantuvieron, atravesaron “el terreno bajo
y pantanoso de la práctica” (Schön, 1998) y hasta llegaron a desafiar el engranaje
institucional para buscar salidas a problemas corrosivos que parecían no tener
solución, como la repetición en los primeros grados. La relación con los niños
representó al fin el horizonte donde ellos encontraron motivos importantes para
avanzar en la profesión. Al paso del tiempo, ya como profesores, después de seis
años de trabajo en las aulas, Aldo y Juan tenían valoraciones distintas respecto a
su decisión de ser maestros. Aldo consideraba que el magisterio había sido una
equivocación en su camino; inconforme sobre todo con el salario docente, estaba
empeñado en empresas comerciales que le restaban tiempo y compromiso para la
enseñanza. Con mayores responsabilidades familiares, pues tenía ya dos hijos,
pensaba seriamente en dejar la docencia para montar un negocio redituable,
enfrentando el descuerdo y el enojo de su padre. En experiencias y episodios de su
vida, en los contextos familiares y sociales, Aldo y Juan fueron construyendo una
visión de la docencia y de los significados de la profesión. Una visión que -entre
otras cosas- impregnó de tensión la elección de la carrera, su paso por la escuela
normal y su desempeño durante las prácticas de enseñanza; en ella coexistían
ideas contradictorias acerca del trabajo docente: se veía como patrimonio familiar,
labor mal retribuida y profesión que merece respeto; como quehacer noble que
exige entrega, pasión y dedicación; y como oficio que deja grandes satisfacciones
personales pero no es socialmente reconocido.

El respeto y el orgullo que sentían por la profesión también contaron y fueron


aspectos importantes en su inclinación inicial por la docencia. De alguna forma estos
sentimientos hicieron contrapeso para dejar atrás su sueño de estudiar carreras que
los llevaran al océano o a la tribuna; y, aunque años después Aldo consideró
abandonar la docencia por otro oficio más redituable, siempre manifestó sentir
aprecio por la profesión. De los cursos recibidos en la escuela normal, el de
Problemas y políticas dela educación básica, ubicado en el primer semestre de la
carrera, tuvo un fuerte impacto en la formación de Aldo, porque lo aproximó a una
realidad que él no conocía y ni siquiera imaginaba: los elevados índices de
repetición y deserción escolar en nuestro país, sobre todo en los primeros grados
de la educación primaria.

Él recuerda que la lectura de los textos lo “arrojó” a la “cruda realidad” y desde


entonces comprendió tres cuestiones que nunca olvidaría: la repetición es un
fenómeno que lastima a todos porque es un trauma para los niños, una frustración
para el maestro y una tragedia para los padres de familia; es además un indicador
claro de la ineficiencia interna del sistema escolar; y constituye una gran nebulosa
donde la escuela y los maestros tienen absoluta responsabilidad. En la escuela
Benito Juárez se colocaron tres estudiantes normalistas en diferentes grados
escolares. Aldo llegó a un grupo de 2° grado con 23 alumnos; 15 niños y 8 niñas.
La maestra Rosa, titular del grupo, fue la tutora de Aldo. Desde la perspectiva de la
maestra, el director había conformado el grupo con “lo peorcito de la escuela”.

Había escogido a los “peores” alumnos de los tres primeros grados y se los había
asignado a ella porque, según él, tenía mucha confianza en su trabajo y lo valoraba.
Razón insuficiente para Rosa que interpretó la decisión como un castigo y una
injusticia. Las tres maestras de primer grado habían pasado a segundo grado con
su mismo grupo, pero “escogidito”; es decir, sin los niños “repetidores”. A finales del
mes de junio Aldo concluyó formalmente su estancia de trabajo en la escuela
primaria y partió.

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