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1 ORTEGA VALCARCEL Los Horizontes de La Geografia PDF
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240 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
terminar el primer tercio del siglo actual y que adquiere especial resonan-
cia después de la segunda guerra mundial, los que primero definen el mar-
co de la crítica. Representa un movimiento de reacción frente al predomi-
nio de una cultura que se construye sobre la primacía de lo económico. Lo
que explica la orientación de sus autores, en la primera y segunda genera-
ción de dicha «Escuela», desde T. W. Adorno (1903-1969), H. Marcuse
(1898-1979) y W. Benjamin (1892-1940), hasta E. Fromm, hacia campos
como la psicología, la política, las cuestiones sociales y culturales.
Se trata de un movimiento intelectual que utiliza la herencia marxista,
que recurre a los postulados freudianos y que maneja la filosofía kantiana.
El común denominador de estos autores es la crítica del capitalismo mo-
derno y de sus soportes teóricos y epistemológicos. Aborda, en particular, el
racionalismo científico o positivo. Desde los presupuestos marxistas inicia-
les, los autores evolucionan hacia un pensamiento crítico respecto del ca-
pitalismo, pero alternativo al marxista. La formulación histórica marxista
del capitalismo, vinculada con el conflicto de clases como motor de la his-
toria, es sustituida por la interpretación del capitalismo en el marco del
conflicto entre Sociedad y Naturaleza.
Estos autores abordan la crítica del capitalismo como un sistema so-
cial de dominio, impuesto sobre la naturaleza y sobre el conjunto social,
apoyado en el uso de la razón positiva. La interpretación del capitalismo
desde la perspectiva del dominio constituye un rasgo fundamental de la con-
cepción crítica de esta escuela. De acuerdo con ella, la ciencia y la técnica
constituyen el eje y el soporte de ese dominio.
La crítica sistemática a la modernidad, identificada con la cultura del
capitalismo, se dirige a sus diversos componentes. Contempla la relación
con la naturaleza, la configuración del individuo -el hombre unidimensio-
nal de Marcuse-, y sustenta una visión de la razón científica como simple
instrumento de control y dominio de la naturaleza y del ser humano, al ser-
vicio del capitalismo. La denuncia del dominio tecnocrático como instru-
mento para «justificar o aplazar» los cambios sociales surge desde esta Es-
cuela, frente al racionalismo positivo en que se sustenta el capitalismo. Se
trata, por tanto, de una crítica anticapitalista.
La idea marxiana de que las formas de conocimiento se insertan en el
proceso de transformación de la Naturaleza por obra del trabajo humano,
y que de él surge el criterio de validez objetiva de dicho conocimiento, son
invertidas por Adorno y la escuela de Frankfurt. Convierten la transforma-
ción de la naturaleza en simple dominio de la misma por el trabajo huma-
no, impulsado por una racionalidad técnica, de orden instrumental (Well-
mer, 1992). La razón, para el capitalismo, tiene un carácter instrumental, es
una razón práctica, como dice Horkheimer, autor perteneciente, también, a
la segunda generación de dicha Escuela.
Desde postulados próximos a este movimiento intelectual arrancan
otros autores relacionados, en el ámbito personal y político, con la iz-
quierda europea de la segunda mitad del siglo XX. Forman parte del am-
plio grupo intelectual francés que se manifiesta a partir de 1960, en cam-
pos relacionados con la cultura y las ciencias sociales. M. Foucault, J. De-
como una relación de signos o semiótica, con sus propias reglas. Éstas afec-
tan o involucran tanto al significante -el signo- como al significado - la
cosa-. Derrida, como Foucault, pone el acento en la importancia esencial
del lenguaje, hasta hacer de éste la clave de las categorías que modelan la
sociedad. La idea fundamental es que el lenguaje modela la realidad; más
aún, para Derrida, el lenguaje es la realidad.
Representa la crítica de la teoría social basada en el análisis económi-
co o en las estructuras políticas. La comprensión de la realidad se sustenta
en el lenguaje.Una condición del lenguaje y del texto que hace de éste un
producto a de-construir, de acuerdo con la terminología que el mismo De-
rrida introduce. El texto, cada texto, cada discurso, debe ser sometido a un
proceso de de-construcción que permita descubrir las condiciones de su
producción. El posmodernismo se identifica con la «de-construcción», según
la expresión de Derrida.
«De-construir» significa descubrir los presupuestos no explícitos que
subyacen en los códigos aceptados, las teorías, el pensamiento formulado,
los sistemas de valores y de conocimiento que han prevalecido durante si-
glos asociados a la sociedad industrial capitalista. Constituye un postulado
de la nueva cultura que se aplica también a la ciencia. Ésta queda reduci-
da a la condición de simple relato, uno más.
Lyotard resalta que «el saber no se reduce a la ciencia, ni siquiera al co-
nocimiento». Convierte la ciencia en un «subconjunto de conocimientos». Rei-
vindica, en definitiva, el saber narrativo. La postura anticientífica forma par-
te de la filosofía del posmodernismo, acompaña su radical oposición al racio-
nalismo moderno. Para Lyotard, «el saber científico es una clase de discurso».
Resaltan la importancia del lenguaje en la orientación del desarrollo
científico y la transmisión del conocimiento, en la medida en que «las cien-
cias y las técnicas llamadas de punta se apoyan en el lenguaje». Para Lyo-
tard, el lenguaje condiciona la propia investigación y por tanto orienta ésta
de acuerdo con sus exigencias. Sólo el saber que se pueda expresar en el
lenguaje dominante -en este caso el lenguaje de máquina- se desarrolla-
rá, mientras que el que no se adapte o no pueda ser traducido se dejará a
un lado (Lyotard, 1992).
El uso ha conducido la práctica posmoderna a una creciente y exclu-
yente ocupación en el texto y en el lenguaje, incluso en la geografía, como
ejemplifica la obra Postmodern Cities and Spaces (Watson y Gibson, 1995).
Una concepción reivindicada también como el soporte de la geografía (Bar-
nes y Duncan, 1992).
El desplazamiento desde las estructuras económicas o sociales hacia el
ámbito del discurso, del texto -del lenguaje en definitiva- y de la cultura
caracteriza uno de los rumbos más significativos en el cambio teórico de
los años sesenta. El texto, concebido como una categoría reflexiva, con sus
reglas, que puede ser analizado. De-construir significa descubrir que toda
obra está «envuelta en un sistema de citas de otros libros, de otros textos,
de otras frases, como un nudo en una red» (Foucault, 1976).
Desde una perspectiva teórica significa que la cultura y el lenguaje se
convierten en el único o primer nivel de explicación de la realidad. Consi-
deran que son la cultura y el lenguaje los que modelan la realidad. Entien-
den que la mayor parte de los caracteres o fenómenos de la realidad que
contemplamos como naturales son meras construcciones sociales. Desde la
diferenciación sexual a la propia naturaleza.
El postestructuralismo se perfila como una crítica a la racionalidad
de la Ilustración. Alimenta una corriente intelectual en la que destacan au-
tores como J. Baudrillard y J. F. Lyotard, de acentuado antirracionalismo.
Se distinguen por la denuncia del discurso científico. Rechazan las teo-
rías estructurales, las concepciones de carácter universal. Denuncian los
presupuestos sobre los que se ha construido el mundo moderno, es decir,
el sujeto racional, la razón y el conocimiento científico, identificado con
la verdad.
Esta cultura, surgida en la proximidad o dentro de los círculos ideoló-
gicos de izquierda, como una crítica al capitalismo y al racionalismo posi-
tivo y tecnocrático en que se apoya el sistema social capitalista se transfor-
ma, de forma progresiva, en una crítica ideológica y política, a las filoso-
fías, ideologías y prácticas de los movimientos de izquierda. Se convierte en
una crítica a la izquierda, a sus discursos y a sus fundamentos teóricos,
en particular al marxismo, identificados con la modernidad. La crítica de-
riva hacia la modernidad como cultura racionalista y científica. Por extensión,
hacia el racionalismo y la ciencia.
La historia de los dos últimos siglos aparece como una experiencia dra-
mática que ha roto la esperanza en la ciencia y la razón y ha generado des-
confianza y angustia ante el futuro. Resaltar las contradicciones del desa-
rrollo moderno y del discurso de la modernidad constituye una constante
de una parte del pensamiento occidental desde finales del siglo pasado. Se
convierte en una crítica global a las concepciones históricas progresistas, al
primado de la ciencia y de la razón: «Hemos podido comprobar -nuestro
siglo ha sido pródigo en demostraciones- que la Historia progresiva en la
que tantas veces se ha confiado no es más que una superstición que arras-
tra consigo un número elevado de equívocos y desatinos; entre éstos se en-
cuentran los que se refieren al indiscutible primado de la ciencia -con sus
consabidos y extremosos apremios teóricos y metodológicos- y la bene-
factora mediación de la técnica, al rendido tributo reclamado para el cam-
bio y el futuro y a la indisimulada exaltación del profetismo revoluciona-
rio» (Ortega Cantero, 1987).
De acuerdo con esta perspectiva crítica, la modernidad descansa, bajo
el discurso progresista y optimista ilustrado, sobre un dinámico tigre que
utiliza ciencia y razón para su propio desenvolvimiento. Es el capitalismo
industrial. La razón deviene instrumental como la ciencia, al servicio de un
sistema social cuyo eje es la producción de mercancías y beneficio, en el
marco de una competencia feroz entre sus agentes.
Se presentaron como necesarias y obligadas servidumbres del pro-
greso, como la franquicia a pagar en la vía de la liberación. Eran el lado
oscuro de la modernidad que acompañaba la instauración de la sociedad
moderna. Es lo que se ha denominado destrucción creativa. Sin embargo,
para estos críticos, la explotación, la opresión, la desigualdad, la miseria,
la violencia, la guerra, acompañan el excepcional proceso de construc-
ción de las sociedades capitalistas, como una necesidad, no como un ac-
cidente.
El dominio de la naturaleza por el Hombre ha adquirido dimensiones
totales, en el ámbito del conocimiento y de la técnica. El avance científico
no se ha detenido. No obstante, sus beneficios, ni alcanzan a todos ni ase-
guran el bienestar general, ni han roto las cadenas del sufrimiento huma-
no. Por el contrario, han supuesto la aparición de nuevos riesgos derivados
de ese mismo dominio técnico sobre la naturaleza, cuyo equilibrio se ve
amenazado, cuyos recursos desaparecen. Las desgarraduras derivadas del
proyecto modernista en su encarnación capitalista se traducen en aliena-
ción, individualismo, fragmentación, contradicciones entre producción y
consumo. Acompañan el desarrollo capitalista como criatura suya. Argu-
mentos que forman parte del pensamiento crítico desde la Escuela de
Frankfurt.
El postestructuralismo viene a retomar o impulsar una vieja corriente
crítica y reacción social frente a las desmesuras del desarrollo capitalista.
Los nuevos brotes de una vieja corriente se asientan, no obstante, en un
nuevo contexto social.
5. Posmodernidad y capitalismo
y Bricmont, 1997).
esta creciente reacción y distanciamiento frente al posmodernismo (Sokal