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La mirada de los franceses: Colombia en los

libros de viaje durante el siglo XIX

Jorge Orlando Melo

Este texto es una presentación preliminar y descriptiva de


la forma como los viajeros franceses que visitaron a
Colombia1 en el siglo XIX, presentaron el país en sus
escritos. Para esta presentación, he destacado los más
conocidos y significativos. Otros autores cuyas obras han
sido menos divulgadas deberán tenerse en cuenta para
formar una imagen más completa. No todos los textos
analizados son, estrictamente, libros de viajeros: algunos
son memorias personales, y otros se acercan más al
informe científico.
Sin embargo, en todos ellos parece operarse ese
mecanismo que según Levi-Strauss (Tristes Tropiques,
1955, p. 27) constituye el atractivo de los libros de viajes
del pasado: el descubrimiento de la diferencia cultural, del
sentido de lo otro: "Je comprends alors la passion, la folie, la
duperie des récits de voyage. Ils apportent l'illusion de ce
qui n'existe plus et qui devrait etre encore, pour que nous
echappions a l'accablant évidence que 20.000 ans d'histoire
son joués".

1. Del relato de descubrimientos al libro de viajeros

Durante el siglo XIX el relato de viaje adquiere algunos


rasgos que lo diferencian, al menos en parte, de las
narraciones habituales durante la era de los
descubrimientos. Los viajeros del siglo XVI y XVII se
1
Para simplificar, uso la expresión Colombia, correcta para los períodos de 1819 a 1831 y para el
período posterior a 1861, para todo el siglo. Por supuesto, entre 1831 y 1861 el país se conoció ante
todo como Nueva Granada, aunque entre 1857 y 1861 el nombre legal era diferente. Los viajeros siguen
hablando de la Nueva Granada más allá de esta fecha.

1
dedican, para empezar con una generalización algo
arbitraria, ante todo a crónicas de aventura, historias
narradas por los protagonistas o sus acompañantes.
Muchas son expediciones marinas, mientras otras narran el
encuentro entre los conquistadores y los pueblos
conquistados. Básicamente son viajes de descubrimiento,
como los que se reúnen en las colecciones de Richard
Hakluyt y de otros editores desde el siglo XVI. Conforman
una primera forma literaria del contacto entre Europa y las
colonias, a la que se añade gradualmente, pero sobre todo
en el siglo XVII, la narrativa científica, la expedición que
quiere llenar los vacíos de nuestro conocimiento geográfico
o natural.
Estas narraciones sufren un cambio de perspectiva a finales
del siglo XVIII, aunque sin duda hay muchas continuidades
con los antiguos esquemas de los primeros exploradores.
Pero estas no pueden ocultar que la narración de viajes
adquiere una serie de rasgos diferentes. En cierto modo, la
aventura misma ha perdido algo de su audacia: el viajero
no acompaña a descubridores o conquistadores, no se trata
de travesías de piratas o hazañas en busca del Dorado. El
nuevo viajero emprende una empresa individual y con
menos sobresaltos. Normalmente recorre un territorio en
buena parte conocido, con extravíos ocasionales a zonas
desconocidas y misteriosas. A veces, es cierto, intenta
recorrer zonas inhóspitas, descubrir las fuentes de un gran
río, completar el conocimiento de un área geográfica
tropical. Pero aún en estos casos, el viajero pasa
rápidamente, toma notas y hace sus croquis; usualmente
acompañado de un nativo que lo guía y cuida. Es, o al
menos se pretende, un simple testigo.
Como no está ya, en la mayoría de los casos, enrolado en
una misión militar o de descubrimiento, y ni siquiera en
alguna ambiciosa expedición científica oficial, los motivos
del viaje están fundados en un interés individual. El viaje de
Humboldt y Bonpland es, en ciertos modos, un viaje
transicional y fundador. Transicional, porque mantiene, e
incluso acentúa y define mejor, las líneas del viaje científico
y de descubrimiento, sujeto cada día a un mayor control en
la documentación y la recopilación del saber, pero fundador
en su presentación de una naturaleza que se desdobla
como paisaje maravilloso y como espectáculo sublime, en

2
su representación del viajero como una figura al mismo
tiempo minúscula y orgullosa frente a la inmensidad de la
selva o los cielos. Es al mismo tiempo un viajero que intenta
ofrecer una visión integral de la sociedad, respetuoso de la
cultura y los hombres que encontraba a su paso.
Después de Humboldt, el viajero es ante todo un narrador,
que presenta al público el testimonio de una experiencia de
viaje de variadas motivaciones. Algunos vinieron a
Colombia por razones fundamentalmente científicas, como
Jean Baptiste Boussingault, contratado por el Estado junto
con Pierre Desirée Roulin, Alcides d'Orbigny, comisionado
por el Museo de Historia Natural de París y quien incorporó
en su narración las experiencias e ilustraciones de Roulin y
otros, Edouard André, botánico que quería estudiar los
trópicos y recolector de especímenes vegetales, y, a fines
de siglo, Henri Candelier, quien realizó descripciones
antropológicas de la Guajira. A otros los contrata el
gobierno para asuntos de vías de comunicación o minas,
como a Joseph de Brettes y Jorge Brisson. Otros vienen ante
todo por curiosidad y deseo de aventura, como Gaspard
Mollien. Elisée Réclus llegó a establecer un proceso de
colonización proyecto colonizador, aprovechando la
legislación que concedía tierras y buscaba estimular la
inmigración. Otros vinieron en desarrollo de un proyecto
comercial, como la apertura del canal de Panamá, que dejó
las narrativas de Armand Réclus, el hermano de Elisée, y de
Napoleon Bonaparte Wise. La Madre Marie Saint-Gauthier
vino a abrir un colegio de monjas. August Le Moyne, aunque
aficionado entusiasta de la entomología, llegó como un
joven representante diplomático, cuando Colombia buscaba
el reconocimiento de las principales naciones europeas.
Otros vinieron, parece, estimulados por el afán periodístico
de responder a una creciente demanda de información
sobre mundos exóticos, que daba público a revistas como
Le Magasin Pittoresque o La Tour du Monde, en el que se
publicaron narraciones científicas, como la de Edouard
André, y otras que combinan preocupaciones científicas con
un relato más literario y periodístico, como las de Jules
Creveaux, Jean Chaffanjon, Charles Saffray o Pierre
d'Espagnat.

3
2. La naturaleza salvaje, progreso y avance colonial

En todo caso, hay que recordar que estos viajeros escriben


ante todo para el público europeo, y que la excepcional
publicación de algunos de sus textos en los periódicos
colombianos no estaba en sus planes. Son, pues, ante todo
intermediarios entre un mundo todavía nuevo y en buena
parte exótico y unos lectores que se saben diferentes y
civilizados. Una diferencia fundamental se refiere a la
naturaleza, cuya fuerza primitiva caracteriza buena parte
del nuevo mundo, y que ha sido domesticada por la ciencia
y el trabajo en Europa. En el siglo XIX, en especial, la
civilización europea asumió en forma creciente una visión
de si misma como encarnación del destino humano, que
habría de extenderse desde los países industriales y
capitalistas hasta la periferia salvaje. El viajero
acompañaba entonces el proceso de conocimiento
científico, de búsqueda de nuevas realidades naturales,
inextricablemente unido a la perspectiva de explotación de
nuevos recursos naturales, de civilización y evangelización
de pueblos atrasados. Al mismo tiempo, el desarrollo
urbano europeo y la progresiva humanización del paisaje
rural generaron, en intelectuales y descontentos, la visión
de una naturaleza primitiva más cercana a la naturaleza
original del hombre, menos alterada por una civilización
que muchos de sus miembros veían como destructiva. El
mito del buen salvaje, constituido en buena parte a partir
de las descripciones del hombres americano y elaborado
inicialmente por pensadores como Montaigne, se
reactualiza débilmente en el momento mismo en el que el
progreso amenaza con destruir todos los restos del atraso.
El romanticismo expresa su nostalgia en la construcción de
paisajes salvajes en Europa, de jardines ingleses
desordenados y naturales, frente al paisaje racionalista de
los jardines versallescos, pero sobre todo en el elogio de
una naturaleza en la que el hombres se encuentra frente a
la obra original de Dios y reconoce en ella la mano divina.

A la mirada del viajero, que ve la naturaleza americana


como sublime y como destinada a ser transformada, se
suma sin duda la mirada que de ella asumen los pueblos en

4
camino de civilización, en especial en aquellos sitios en los
que coincidió este proceso con los esfuerzos de constitución
de una sociedad nacional. En América, la naturaleza
descrita por el viajero es retomada muchas veces por los
escritores locales, que al mismo tiempo que incorporan la
mirada europea del progreso -la idea de una naturaleza que
debe ser dominada y explotada- tratan de valorar su propia
tierra para conformar la comunidad imaginada de la nación.
El viajero europeo se mueve entonces en una ambigüedad
de juicio: caracteriza al nativo a la vez por la pereza de una
sociedad que no aprecia los valores del progreso, el trabajo
o el esfuerzo y por la bondad natural que quizá el desarrollo
destruirá y corromperá. La naturaleza es a veces la selva
primigenia que debe destruirse para dar campo a la
agricultura o la minería, o la majestuosa representación de
algo más poderoso que los hombres y cuya destrucción
será una pérdida.
La literatura reciente sobre viajeros del siglo XIX, además
de la sugerencia de que refleja un cambio en el proceso de
constitución de un yo romántico, que asume el papel de
autoridad del narrador, ha puesto su énfasis en el papel del
viaje dentro del proceso de definición de lo colonial, o
incluso, como en los conocidos trabajos de Mary Louise
Pratt, en el papel del viajero como agente y portavoz del
proceso imperial, de agente de un proceso expansionista,
de "vanguardia capitalista".2 El viajero escribe en buena
parte para instaurar la diferencia entre el mundo civilizado
y el mundo salvaje, y esbozar y anticipar el programa de
anexión del mundo salvaje por una cultura europea central.
El colonialismo está estrechamente vinculado a una visión
racista, en la cual se afirma la superioridad natural de los
blancos sobre negros o indios, o sobre las nuevas razas
surgidas de su mezcla. Y usualmente se acompaña del
machismo, revelado en las descripciones sugerentes de las
mujeres tropicales.

2
Mary Louise Pratt, Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation. London and New York:
Routledge, 1992, p. 154. Aunque este texto es bastante agudo, la selección de ejemplos es muy
selectiva y sus argumentos son bastante reductivos. La visión de los latinoamericanos como prontos
imitadores de la civilización europea es quizás más frecuente en los viajeros ingleses, que están en el
centro de su análisis, que la idea de que son un pueblo atrasado que debe sojuzgarse. Los franceses, por
su parte, muestran lógicamente una mentalidad menos imperial.

5
Una mirada global a los textos de los viajeros franceses del
siglo XIX confirma, al menos al nivel puramente descriptivo,
la tendencia a mirar a la Nueva Granada a la luz de la
contraposición entre civilización europea y barbarie y
salvajismo local, a ver su naturaleza como una selva
destinada a convertirse en plantación, así como la
existencia de una serie de representaciones más o menos
estereotipadas de los diferentes grupos locales. También es
fácil ver allí una peculiar representación de las mujeres de
Colombia, que define aquellas que pertenecen a ciertos
grupos en términos de sensualidad y a otros como
paradigmas de un tradicionalismo que representa una
forma de ignorancia más que de barbarie. Estos
estereotipos se reconocen también fácilmente en las
ilustraciones que acompañan los relatos de viaje, con sus
selvas plagadas de animales y fieras exóticas de gran
tamaño, sus imágenes de indios, negros y mestizos, sus
viajeros elegantemente vestidos, indiferentes al peligro del
que los defiende su asistente, con mujeres que a medida
que se popularizan los relatos de viajes están cada vez más
desnudas.

Estas simplificaciones son sin duda inadecuadas. No es


difícil advertir, desde las primeras lecturas, que los viajeros
franceses, que perciben el papel muy secundario- al menos
en términos económicos y políticos- de su patria en las
nuevas colonias, y que ven con desconfianza el predominio
inglés, tienden a subrayar las posibilidades de avance de
las nuevas naciones, a insistir en aquello que
eventualmente las acercará a Europa. 3 Al mismo tiempo, la
variedad de grupos étnicos locales da oportunidad para
asignar virtudes y defectos con cierta pretensión de
imparcialidad, para contraponer los rasgos positivos de
unos con los negativos de otros, y para construir un
continuo de niveles de progreso y cercanía a Europa en sus
caracterizaciones del mundo colombiano.
Por otro lado, a lo largo del siglo varían los temas de
atracción e interés. El entusiasmo, no por cauteloso menos
real, de los primeros viajeros, cercanos a la época de la
independencia, con una sociedad que se presenta como
3
Durante el siglo XIX el mayor número de relatos de viajes lo escriben los ingleses, seguidos de los
franceses y los norteamericanos.

6
republicana e igualitaria, cede rápidamente, y en la
segunda mitad del siglo predominan los proyectos prácticos
y las descripciones en las que domina lo científico y la
presentación cada vez más anecdótica y pintoresca del
presente, sin anticipos de futuro ni muchos juicios
generales sobre el mundo político: apenas la queja por una
guerra o la extorsión de un funcionario.
Vale también la pena recordar que las formas retóricas y las
convenciones y estereotipos de la descripción de viaje
tienden a repetirse, incluso cuando se trata de la visita a
sitios que están dentro de la misma Europa o en la misma
nación del viajero. La descripción de una naturaleza sublime
que abruma al espectador con su belleza y su
magnificencia usa el mismo vocabulario cuando se trata de
Italia o Sicilia que cuando se habla de América. El contraste
entre esta naturaleza y la pobreza, entre la riqueza natural
y la miseria de los hombres, las descripciones de suciedad y
enfermedad, de indolencia e ignorancia, aparecen también
cuando el viajero mira su periferia nacional o europea, la
Irlanda de los ingleses o los barrios pobres de las mismas
capitales europeas.

3. Observando una nueva sociedad: Boussingault y


Mollien

Uno de los primeros viajeros franceces 4 es Jean Baptiste


Boussingault, un graduado de l'Ecole de Mines de 20 años,
que viene como contratista del gobierno para realizar
estudios geológicos y colaborar en la fundación de una
escuela de ingeniería, y al final de su vida, con base en sus
cartas y apuntes, escribe sus Memorias, publicadas entre
1892 y 1903; había muerto en 1887. Llega a territorio de
Colombia en 1822 y permanece allí hasta 1830. Antes de
viajar se entrevistó con Humboldt, quien se interesó por el
viaje: "debíamos recorrer los sitios que el había visitado
hacia 20 años y residir allí para completar y aumentar
algunas de las observaciones que había hecho" (I, 106)

4
Antes de é, y además de Bonpland, habían venido Jean Baptiste Leblond, en el siglo XVIII y Julien
Mellet a comienzos del siglo XIX.

7
La narración de Boussingault mantiene cierta
espontaneidad inacabada, cierto desorden. Al no publicarse
en vida de su autor, probablemente no recibieron una
estructura final. La obra está formada por una
yuxtaposición de capítulos de descripción científica y de
narraciones anecdóticas en las que se presentan las
costumbres y los personajes neogranadinos. No sigue una
estricta secuencia cronológica, como la mayoría de los
viajeros, que simplemente siguen en su narración la ruta
del viaje: los textos científicos imponen a veces una
estructura temática, en la que se presenta de una vez todo
lo que se va a decir de una región, una mina.
La contraposición entre páginas de descripción geológica y
química y escenas muy vivaces y espontáneas invita a una
lectura a saltos: no era un libro de viajes orientado
claramente a satisfacer las demandas usuales del género.
Del mismo modo, su destino eventual a un circulo de
lectores reducido, de amigos, puede explicar la
espontaneidad tan fuerte de las anécdotas. Parecen
narraciones orales, en las que el autor trata de divertir al
oyente, de encontrar lo humorístico o lo picaresco.
Boussingault no sigue en general las convenciones del
género: no hay descripciones generales del carácter
nacional neogranadino, de las características de los negros
o los indios, de la pereza de los criollos: apenas unos breves
comentarios de paso. Los personajes que debió conocer
aparecen fugazmente: apenas unas líneas sobre Bolívar o
Santander. El juicio sobre las instituciones políticas, su
estabilidad o conveniencia está también ausente. La
emoción ante el paisaje, la descripción embelesada de
selvas o montañas está también ausente. Las maravillas del
Nuevo Mundo le sirven más bien para una breve parodia,
que hace recordar el texto de Evelyn Waugh sobre el Etna:
"Nunca podré olvidar... No creo que nunca llegue a olvidar
esa vista del Etna en el crepúsculo. Nada que haya visto en
Arte o Naturaleza ha sido nunca tan repulsivo...". En forma
similar Boussingault, con sus amigos, se entretiene creando
irónicas y imaginarias maravillas: "El río Cauca ofrece el
fenómeno de tener una de sus riberas plantada con caña de
azúcar y la opuesta con limoneros y naranjos; al venir la
maduración de las frutas botábamos al agua los limones,
las naranjas y la caña de azúcar y el Cauca se convertía en

8
un río de limonada.. Se confeccionan pasteles de hormigas,
echando harina en los hormigueros que son grandes como
casas....El árbol de la leche....este árbol milagroso permite
suprimir las nodrizas: libra de los penosos deberes de la
maternidad; de ahora en adelante el papel de la mujer se
limitara a hacer hijos; el árbol se encargara de nutrirlos con
su leche...".(III, 58-59)5

La estada de Boussingault, por otra parte, es larga: llega a


Venezuela en 1822 y a Colombia en 1823, y allí permanece
hasta 1832: son 10 años, en los que investigo y explotó
minas, fue comandante de una compañía militar, enseñó
química y mineralogía. Llega a conocer en detalle el país, y
probablemente esto lo lleva a renunciar al estereotipo y la
generalización y a privilegiar la anécdota ligera e
irreverente. Por supuesto, dice que en Bogotá, "la vida, aun
en las clases altas de la sociedad, era de una simplicidad
primitiva....En lo referente a la educación, costumbre y
vestido, todo era igual a la Edad Media: una religión
automática, obedecimiento absoluto a la clerecía
dominante, la pasión del juego llevada al extremo, como
sucede en toda sociedad ociosa o ignorante" (50-52). O que
"las damas importantes de Bogotá son generalmente
bellas, frágiles, delicadas y anémicas... Su débil
constitución contrasta con la robustez de las mujeres del
pueblo, con su tez rozagante...” (56) Pero el joven
Boussingault no se deja leer como el típico viajero europeo,
con su carga de prejuicios imperiales, con su afán de
establecer una distancia con el nativo. El lector acaba
interesado por los pasajes ocasionales que revelan su
erotismo, por el divertido e irónico disfrute de una
sexualidad fácil, poco complicada y quizás machista.
Boussingault narra, como no lo hará luego ningún viajero,
las rápidas conquistas que hace, la sexualidad más o menos
abierta que parece regir en una sociedad que acaba de
5
Saffray, hacia 1870 se quejó de la "fantástica imaginación" de los viajeros de gabinete, que habían
divulgado noticias fantásticas acerca del árbol de vaca o de la leche. Difícilmente podía pensar en
Boussingault, que no había publicado sus notas. Pero podría ser que Boussingault hubiera hecho su
broma pensando en algún texto anterior. Humboldt, en su Diario, que estuvo inédito hasta el siglo XX,
habla del árbol de la vaca: "hemos descrito un árbol, el palo de vaca, cuya leche aromática y espesa se
recoge en totumas, haciendo incisiones en el tronco. Los negros de esa zona beben una leche vegetal no
cáustica, agradable y ¡muy nutritiva! Esa leche, tratada con ácido nítrico, da caucho, y poniéndola al sol
deja caer una especie de queso carmelita muy espeso, que fermenta como queso animal. En esa forma
hemos enviado dos recipientes, mezclada con álcali, el señor Fourcroy. En el río Iscuandé, en el mar del
sur, existe un árbol Sande, cuya leche beben los nativos de esa zona. Así, también el palo de vaca."

9
pasar por una guerra y en la que los militares que han
reemplazado en la cúspide social a los españoles imponen
ciertas costumbres menos puritanas. Sus referencias a las
mujeres están casi siempre en este contexto. En el primer
banquete al que asiste, en Venezuela, debe permitir que se
siente en sus rodillas una abundante mulata. A donde va,
alguna extranjera se le mete por las ventanas durante la
noche, alguna negra se le desnuda para mostrarle sus
encantos. Incluso enfermo, el tratamiento que le
recomiendan es leche de mujer, que la nodriza prefiere
darle directamente, en una historieta que Boussingault
narra con evidente regocijo: "viendo que tenía dificultad
para comer porque mis labios estaban ulcerados, se le
ocurrió darme de mamar: era delicioso! Yo aprovechaba el
privilegio que tienen los bebes de apretar y palpar el seno
que los alimenta: que tetas!". Las mujeres de posición
social alta se describen siempre para sugerir su ligereza,
sus aventuras: apenas conoce a Francisco Antonio Zea en
París, quien lo contrata a nombre del gobierno colombiano,
lo describe como encorvado y envejecido, pero casado con
una joven de "rara belleza", una "mujer excelente", "llena
de salud, pero la atendía asiduamente un joven médico
mexicano". (I, 103) En Bogotá nos menciona a una dama
que hacia de alcahuete a la esposa del primer ministro. Las
páginas sobre Manuelita Sáenz, la amante de Bolívar, son
conocidas. Le sirven para recordar que alguna vez pagó,
con otros oficiales locales, para ver un espectáculo de amor
o sexo entre dos mujeres, y sobre todo para mostrarnos a
una Manuelita muy poco pudibunda: la narración culmina
en la descripción de cómo Manuelita, para mostrarle unos
bordados, se alzó sus faltas y le dejó ver sus bien torneadas
piernas...
Este desparpajo se extiende a sus juicios sobre políticos o
compatriotas: uno de sus colegas de contratación, sugiere,
era un médico que robaba a los moribundos, y terminó su
vida respetable y rico. Evoca en alguna medida la literatura
desinhibida del XVIII francés y al hacerlo describe, pero a
través de incidentes concretos más que de juicios
generales, una sociedad menos puritana de la que había
existido a fines del XVIII o de la que se establecería después
de unos años. En estos años de reciente independencia las
jóvenes parecen disfrutar la vida con naturalidad, y hasta el

10
clero es libertino e inmoral: "los sacerdotes y monjas tenían
concubinas descaradamente.." (III, 57)
La ironía de Boussingault, que subyace estas narraciones,
se encuentra también en sus descripciones de la iglesia y
de las creencias. En Riosucio, conspira con el cura local, del
que se hace buen amigo (y que le presenta sus hijas) para
hacer un milagro, en el que sus conocimientos de
meteorología le sirven para avisar al padre cuando puede
sacar la imagen de Santiago y rogar que llueva con
probabilidades de que el santo no se desacredite... Y la
misma ironía sirve para contraponer al lugar común (que ya
aparece en los viajeros ingleses de estos años, y en otros
franceses como Mollien) de la pereza y la incultura local
frente a la cultura europea su descripción de la vida en las
minas de Marmato: "Los trabajadores bajo mis ordenes eran
negros esclavos, negros libres, mulatos y mestizos, lo cual,
en mi aislamiento, me daba un gran sentido de seguridad:
gentes sobrias, sumisas y leales que mantenían en
respetuosa distancia a los 150 obreros europeos, hombres
turbulentos, aficionados al licor en su mayoría".
Mientras que en los llanos orientales Boussingault puede
dejarse llevar por unos segundos por la voluptuosidad del
paisaje -y probablemente mucho más por la voluptuosidad
de las mujeres- sus largas descripciones de Antioquia no
subrayan nada diferente a lo que constituye el objeto de su
misión: el conocimiento geológico. Por supuesto, puede,
desde su mirada de francés que observa con algo de
desdén burlón a los locales, quejarse de su ignorancia,
como cuando relata el banquete de Quiebralomo o Ríosucio,
donde el orgulloso cura local sirve la sopa en una bacinilla
de loza. Pero la naturaleza para él es ante todo objeto de
conocimiento y de dominio, de análisis científico y
explotación eventual económica, y quiere saber si los
nativos son capaces de progreso o revelan cualidades
redentoras. Esa naturaleza descrita en forma técnica, en
breve contraste con los relatos en primera persona, en los
que el joven francés, atractivo e inteligente, se mueve con
aplomo y superioridad entre los provincianos y prefiere a
veces los primitivos salvajes e inocentes a los corruptos
europeos. La narración personal es heroica en pequeña
escala, con algo de modestia autoproclamada, pero, lo
reitero, ante todo sexual: al lado de la conquista de la

11
naturaleza, expresada en su exitoso montaje de las minas
de Marmato, en el que narra como puso a producir de todo,
en forma planeada y eficiente, a una zona inhóspita, la
conquista que narra con mayor placer es la de la
sensualidad de las negras exuberantes. Su encuentro con
una mulata es ejemplar: “Luego, colocando en tierra la luz
que traía, me hizo una exhibición de si misma: era una bella
estatua. ¡Que músculos! ! Qué senos! y todo proporcionado
a su estatura, 1.58 metros.” Y en el viaje al Chocó, entre los
chamíes, narra con toda la picardía la escena de indias
desnudas que se arrodillaban a besar el suelo en la iglesia,
mientras el estaba cerca a la puerta, en el mejor sitio para
ver el espectáculo. El entusiasmo con el que describe las
nativas contrasta con la austeridad científica que quiere
darle a la descripción de la naturaleza. “La ciudad se halla a
la extremidad de una meseta formada por un granito
bastante raro de pequeños granos, convertido
probablemente en sienita... Tuve que dejar las delicias de
Rionegro...”
Como vemos, es una naturaleza geológica. Además, solo en
muy raras ocasiones es peligrosa: más bien es incómoda:
“Lo que mas nos hacía sufrir eran los ardores del sol y
teníamos que mojar frecuentemente nuestros sombreros
para aminorar el efecto de la insolación...” Uno o dos
adjetivos (espléndido, impresionante) le sirven para
comentar, muy de cuando en cuanto, una tempestad
tropical o un precipicio, pero la única vez que encuentra
algo bello es una naturaleza cultivada, como la de Santa Fe
de Antioquia, “en donde pudimos admirar la belleza de las
palmeras, de los cocoteros y de los platanales. Uno queda
maravillado al contemplar la vegetación espléndida que hay
en las orillas de un río majestuoso, cuando se sale de una
región selvática...”6
Sus intereses son sin duda claros, y no incluyen la política
(aunque sus juicios sobre Bolívar, más o menos críticos,
coinciden casi a la letra con los que publicó en los años
veinte Mollien) ni la religión: le atraen las minas, la ciencia y
las mujeres. El orden no es fácil de deducirlo, pues cuando
está en Cartago deja advertir cierta aburrición: “Si se
exceptúa la compañía agradable de las mujeres la ciudad

6
p. 70.

12
no ofrecía ningún recurso. Yo me ocupé en las
observaciones meteorológicas...”
Me he detenido un poco en estas descripciones para
subrayar la dificultad de reducir estas narraciones a unas
categorías relativamente simples, a convertir a los viajeros
en portavoces del imperio o el romanticismo.
Casi en forma simultánea a Boussingault, llega a la Nueva
Granada Gaspard Theodore Mollien. Es también un hombre
joven, de familia noble, de 26 años. Todavía más joven
había viajado al África y en 1820, de 24 años, publicó un
libro que narraba sus recorridos africanos. Su viaje a la
Nueva Granada está impulsado por esa difusa curiosidad
del aventurero, despertada probablemente por el impacto
que las narraciones de la independencia habían tenido en
Europa. Mollien quiere responderse ciertas inquietudes,
saber como podrán organizarse estas nuevas sociedades,
como podrán pasar desde una estructura rígidamente
jerárquica y monárquica a una vida republicana, como un
"pueblo que en gran parte habita en medio de soledades
tan espantosas como las de África había proclamado y
hecho suyos unos principios políticos que parecían serle del
todo extraños". (45) Quiere además, y esto lo reitera una y
otra vez, evaluar el papel de Francia en las nuevas
naciones, su presencia comercial, sus perspectivas, frente
al naciente pero ya firme predominio inglés. Viene, además,
a escribir para el público europeo, y en 1824 al poco tiempo
de su regreso a Europa (sale de Colombia en noviembre de
1823, casi al año exacto de su llegada) el libro está ya en
circulación, en ediciones casi simultáneas en inglés y
francés (1825), a las que siguen, en poco tiempo, ediciones
suecas (1826), alemana e italiana (1830). La traducción
española sólo se hará en el siglo XX, pero apartes de su
texto se publican en la Gaceta de Colombia en 1826, con
notas críticas que, aunque sin firma, son de Francisco de
Paula Santander, y que muestran la temprana preocupación
de los dirigentes criollos por la forma como los europeos
miran al país. 7
7
El mismo Mollien anticipó probablemente la inquietud que produciría su texto: " El orgullo,... constituye
la base del carácter nacional,. Es la fuente de donde dimana la prevención que muchas personas tienen
contra los extranjeros... No les gusta, por otra parte, que se establezcan paralelismos entre ellos y los
europeos...380. Y Bolívar comenta el texto, en una carta del 25 de mayo de 1825 a Santander que
podría tener algo ya de censura irónica hacia este: "He visto con infinito gusto lo que dice de Usted Mr.
Mollien... la alabanza de un godo servil, embustero, con respecto a un patriota que manda una república
no deja de ser muy lisonjera...Esto es de un europeo que presume de sabio, que le pagan para que

13
La perspectiva analítica de Mollien es relativamente simple,
pero en algunos aspectos inesperada. Su descripción de las
sociedades locales subraya el atraso y la pereza, que
atribuye en parte a razones naturales -la influencia del
clima, tema muy de la época, la misma abundancia del
trópico, pues "la misma naturaleza parece convidar al
reposo y a la molicie"- y en parte a las dificultades raciales,
que para el constituyen el mayor obstáculo para establecer
unas repúblicas viables. En menor grado, teme que el
catolicismo resulte hostil a la nueva organización política,
por su tradicional alianza con las monarquías.
El contraste entre la abundancia tropical y la pobreza hará
parte del arsenal retórico de todo el siglo XIX. Pero la
descripción del problema racial ofrece algunas perspectivas
inesperadas. En efecto, Mollien muestra mayor simpatía
ideológica y emocional por los indígenas y los negros que
por sus amos criollos, aunque describe sus rasgos de
barbarie. Desde las primeras páginas advierte el
"envilecimiento en que todavía yacen los indígenas y los
negros; los primeros, únicos dueños legítimos del país; los
segundos, víctimas inocentes deportadas para desmontar
regiones en las que no disfrutan ni siquiera de la libertad"...
Mollien hace una valoración muy positiva de la colonia
española, sus sorprendentes tres siglos de paz, y de las
medidas de protección a los indios -opiniones que reflejan
probablemente la visión de informantes no muy afectos al
liberalismo- y teme que la independencia está llevando a la
desposesión del indio. Al valorar a Bolívar, sin embargo,
señala su tendencia a concentrar y centralizar el poder, su
militarismo, y considera que solo una organización federal
haría posible la democracia en esta nueva sociedad.
Mientras tanto, sus temores por los conflictos entre
indígenas, gentes de color, y unos blancos que desprecian a
los demás, le hacen temer por la estabilidad de estos
gobiernos: a la muerte de Bolívar, cree, todo puede
deshacerse.
Las descripciones sociales de Mollien insisten en los temas
raciales. En Cartagena, advierte "el orgullo, que a veces
resulta molesto" de las gentes de color. "Su vehemencia y
su petulancia contrastan con la indolencia y con el buen

desacredite a los nuevos estados." Bolívar, además, muestra su inconformidad con que Mollien crea que
tuvo una educación descuidada...

14
carácter de los hombres que se llaman blancos, de modo
que, a pesar de su pereza, parecen activos y laboriosos"
(60) En el Magdalena, los negros le parecen "degenerados",
temerosos de una naturaleza que, en comparación con la
del África, le parece poco terrible. (68) Las viñetas
costumbristas nos muestran unas ciudades con una
sociedad ansiosa de aprender, con mujeres relativamente
libres, muy amigas del tabaco y del juego... y aldeas llenas
de "salvajes", de "población enclenque y enfermiza" (258)
La naturaleza que encuentra es a veces "magnifica",
"lujuriante", "desordenada", "asombrosa" "salvaje", y ofrece
"maravillosos" y " hermosos" espectáculos, como el
Tequendama que visita siguiendo las huellas de las
narraciones de Humboldt. (102) Pero a la naturaleza original
prefiere sin duda el sueño del progreso: " este remanso de
paz, en el que sin duda algún día una colonia trabajadora
reemplazará a las familias de aves que hoy lo habitan..."
(70) Por ahora, es una naturaleza que oprime y dificulta la
vida humana: "si la vida humana no corre peligro, en
cambio no tiene un instante de reposo: a lo largo del río una
multitud de insectos le tienen declarada una guerra
implacable; en el borde del mar son los mosquitos; mas allá
los jejenes...Nada hay más espantoso que un viaje por el
Magdalena; ni siquiera la vista se recrea, pues sus
márgenes fértiles que debían estar cubiertos de cacaotales,
de caña de azúcar, de cafetos, de algodoneros, de añil, de
tabaco, esas orillas que deberían ofrendar al viajero
sediento todas las frutas deliciosas del trópico... están, por
el contrario, llenas de malezas, de bejucos, de
espinas...."(92) En otra región, al ver la hacienda de un
propietario blanco, comenta que " se siente un poco de
amargura al considerar que estos campos fueron antaño
cultivados por un pueblo desgraciado que llora tal vez lejos
de estas tierras, de las que fue el único legítimo dueño.
Pero... al pensar en la barbarie en que debía vivir, agrada
poder pasearse sin temor alguno por estos bosques que
animan los mugidos de los ganados...se encuentran ahora
en ellos la civilización y las apacibles costumbres a las que
un europeo no es indiferente." (127)
En contraste con estas poblaciones de color y con este
atraso, la sabana de Bogotá le hace sentir en su tierra:
"volvía a encontrarme en Europa" (96). Una visita a

15
Somondoco le muestra una población trabajadora en medio
de una naturaleza pródiga, pero empobrecida: "el hombre
es pobre, la naturaleza lo enriquece y la sociedad lo arruina
con el sistema defectuoso de los impuestos con que lo
abruma". (114) En esta región los indios lo saludan aún con
el "mi amo" que le hace ver lo limitado de los avances
recientes. Sin embargo, si le desagrada el servilismo, se
inquieta también por cierta rebeldía permanente de la
población: "La soberanía no reside ya en una sola persona:
pertenece a todos. A los títulos han sucedido los derechos,
a las clases sociales, las diferencias de color y de castas
que solo el transcurso de los siglos podrá borrar; ... la
independencia ha realizado las aspiraciones de los
individuos, pero no ha satisfecho las esperanzas de las
razas: todas aspiran al poder. ¿Por qué razón una sola de
ellas habría de continuar ejerciendo este privilegio? Esa
pregunta, repetida a cada paso en un país donde cada
individuo tiene su opinión, sus prejuicios, sus títulos
impresos en los rasgos de su fisonomía, me invita a entrar
en consideración sobre el origen del carácter físico y moral
de los pueblos de aquellos partes del Nuevo mundo que he
recorrido" 353.
En resumen, ve progresos pero lentos. Y "el extranjero sigue
siendo considerado como si fuera un triptolemo, un Baco o
un Vulcano, por fuerza ... tiene que ser, en estas regiones
donde todo se ignora, un gran bienhechor. Considerado el
grado de adelanto que los europeos hemos alcanzado, la
América meridional está en relación con nosotros en el
mismo estado en que se hallaba en relación con España,
cuando esta la descubrió; entonces no se conocía nada, y
ahora solo se conocen de oídas o por algunos libros que las
personas que tienen alguna cultura empiezan a leer".
Mollien, lector como Boussingault de Humboldt, será a su
vez leído por muchos de los europeos que vistan a
Colombia en el siglo XIX. Su visión de un trópico hermoso
pero atrasado se reitera con cierta monotonía a lo largo del
siglo, así como el contraste entre la prodigalidad de la
naturaleza y la miseria de los hombres: "en medio de tantas
riquezas el hombre es pobre y desgraciado!"
La estructura cronológica de su narración, llena de paisajes
y de viñetas descriptivas, a las que añade al final una serie

16
de breves monografías con la descripción física, moral,
industrial y agrícola del país, contrasta con la de
Boussingault, tanto con sus descripciones científicas como
con sus anécdotas. Mollien omite en general jablar de las
personas, sean del pueblo o notables. De su año por
Colombia recuerda apenas los hábiles pilotos de las canoas
y alguno que otro funcionario que le ayudó a conseguir
alojamiento: más bien ofrece, en un capítulo sobre el
carácter colombiano, una descripción de los diferentes
grupos étnicos en la que combina sus presuntos rasgos
físicos, sus cualidades morales y hasta sus formas de
autopercepción.
4. Augusto Le Moyne: el mérito del color local

Augusto Le Moyne vino al país a finales de 1828 8 y aquí


permaneció hasta diciembre de 1839. Era el secretario de la
delegación de Francia y fue luego encargado de negocios.
Continuó su carrera diplomática en otros países americanos
y, ya retirado y anciano, escribió y publicó, en 1880, cuando
ya las narraciones ilustradas de Charles Saffray y Édouard
André habían sido publicadas, un libro de viajes sobre la
Nueva Granada.
Le Moyne narra, como se hizo ritual, la llegada a Santa
Marta -el desnudo cuarto de hotel le permite afirmar que
estuvo complacido con él, "pues tenía para mí el mérito del
color local, que he buscado siempre en mis viajes" (42)- . El
paisaje de la Sierra Nevada y el largo y desesperante viaje
por el Magdalena- casi dos meses de ascenso, en un
champán impulsado por doce bogas negros, la convivencia
con los cuales hostiga al francés- le dan la oportunidad para
el usual despliegue de literatura de lo sublime: la
vegetación "luxuriante", "insolite", la "majesté" de las
montañas. Pero es una naturaleza que aparece casi
siempre, después de los adjetivos del asombro, en su rostro
conquistable y comercial: "Estos bosques y sabanas, donde
se despliegan tantas posibilidades y magnificencias
productivas, apenas son hoy en buena parte, es verdad, un
dominio que se disputa a las bestias salvajes e inmundas
por parte de algunos restos de poblaciones salvajes y
errantes; pero ¡qué no prometen para más tarde, cuando el
8
Había nacido en 1800.

17
cultivo se apropie de ellos!."(4) O "inmensas llanuras
cubiertas de bosques... abundan en maderas de
construcción, de ebanistería, de tintura" (91). Le Moyne
confirma que ha hecho las lecturas adecuadas: cita a
Humboldt desde las primeras páginas ( "el encanto de las
noches hermosas de las regiones tropicales, donde, según
Alejandro de Humboldt, las estrellas brillan con una claridad
cuatro veces mayor que en las zonas templadas"(13), así
como a los demás viajeros franceses, como Saffray,9 Reclus
y Gabriac (1868)
Las obscenidades de los negros, el paisaje tropical, los
grandes daños del comejen, la novedad de la alimentación,
los pueblos bucólicos y adormecidos, los caimanes y tigres,
con la esperada pelea entre ellos, las tormentas, las
borracheras de los bogas, las órdenes intolerantes -
¡arrodillaos, judíos!- de un cura cuando se mantienen de pie
al paso de una procesión, un negro que toca un violín en
una playa perdida del Magdalena y al que le Moyne
sorprende con sus propias habilidades y su repertorio
brillante, se narran con toda la intensidad de quien quiere
trasmitir todo el color local. Después de relatar el ascenso
del río, y de una descripción desganada de la sabana, que
apenas le produjo un "mediocre entusiasmo" (164), Bogotá
retiene su atención. La descripción de la ciudad es prolija,
detallada, perceptiva: habla de las construcciones, los
vestidos, las comidas (empezaba a conocerse el pan
francés: la comida es en casi todos los viajeros una piedra
de toque de la diferencia entre Europa y América), los
espectáculos, las fiestas religiosas, los bailes, los
carnavales, esa "saturnal" de tres días que precedía a la
cuaresma, las costumbres de la población. Lo sorprenden
las bogotanas: las encuentra alegres, ingeniosas,
inteligentes pero incultas, tienen, según él "una excesiva
libertad de expresión" en las conversaciones que acaba
encontrando preferible a la gazmoñería europea. También le
llama la atención la frecuencia de relaciones
extramatrimoniales en la clase media, el elevado número
de hijos ilegítimos criados en la familia legal, así como que
las señoras fumen tabaco. En todos estos aspectos sin
duda, triunfó luego una actitud más restrictiva. Le aterra la
ineficiencia y la parcialidad de la justicia, lo mismo que el
9
Saffray hace el mismo comentario sobre la intensidad del brillo de las estrellas.

18
reclutamiento, la inestabilidad de los gobiernos, los
pronunciamientos militares.
Completa el libro el inevitable viaje al Salto de Tequendama,
siguiendo la ruta de Humboldt (y como no cruza el Quindío,
reproduce los textos del sabio alemán sobre esta
experiencia) y unas breves páginas sobre Turbaco (a visitar
los volcanes descritos por Humboldt) y Cartagena, de las
que vale la pena recordar su impresión sobre la actividad de
la gente bien: "las personas de la alta clase social, en
Cartagena lo mismo que en Santa Marta, permanecen en su
casa durante la mayor parte del día meciéndose en la
hamaca. "
Le Moyne escribió probablemente apoyado por un diario de
viaje: sus recuerdos son confiables y sus prejuicios
modestos. Al escribir casi 40 años después de su salida de
Colombia, puede apoyarse en viajeros y escritores
posteriores, y se beneficia al conocer los procesos
posteriores a su partida. Aunque, como lo he señalado,
reitera algunas convenciones sobre la naturaleza, su relato
se centra en los incidentes personales, en la narración de
los paseos y sus dificultades, y en la descripción de
costumbres y hábitos sociales, con una frecuente búsqueda
de los incidentes más pintorescos -una de las más extensas
narraciones se refiere, al final del libro, al comerciante de
Cartagena que pidió 2 o 3 micos a Honda, y recibió 203,
que se escaparon y casi desbaratan la ciudad- descritos sin
demasiado entusiasmo y en los que a veces surgen los
rasgos que debían verse como defectos de criollos o
indígenas. Son pocas, casi inexistentes, las
generalizaciones sobre los rasgos de los indígenas o los
criollos, aunque las críticas al ocio o a las pretensiones de
pureza de los más blancos no le impiden señalar sus
preferencias estéticas por estos grupos: "El europeo que
acaba de abandonar los bordes del Magdalena, donde se
había habituado a no ver casi sino mulatos y negros
indolentes que viven en miserables chozas, se sorprende
agradablemente al reencontrar en Guaduas habitaciones de
apariencia limpia y una población relativamente activa en la
que domina la raza blanca y que, en virtud de la ley de los
contrastes, las mujeres le parecen con sus formas delicadas
y flexibles distinguirse particularmente por cierta gracia en
su aire y sus arreglos..."

19
También reitera la opinión de Mollien, que puede tener algo
de respuesta anticipada a las críticas, en todo caso menos
probables por lo tardío de la publicación: no omite reiterar
la opinión de Mollien, de que los colombianos se ofenden
fácilmente con las opiniones de los extranjeros: "un gran
orgullo nacional herido con frecuencia por la superioridad
que sobre ellos asumen los hombres del viejo mundo, y que
en realidad tienen en muchos aspectos...II, 174
El libro incluye un muy extenso capítulo con la historia de la
Nueva Granada desde los tiempos indígenas, que muestra
la simpatía de Le Moyne con los políticos más moderados
de la Nueva Granada, y una discusión de las causas de la
inestabilidad política, puramente descriptivo: la intolerancia
política, el fanatismo de los curas, la pobreza de la
educación.

5. Escribiendo para las revistas de viaje: Charles


Saffray y Édouard André

Desde antes del medio siglo comienza a popularizarse un


tipo de periódico que se centra en la descripción del mundo
exótico, usualmente acompañado de grabados realizados
con base en algunos dibujantes y grabadores hábiles: Le
Magasin Pittoresque, aparece entre 1833 y 1909 y fue
dirigido durante muchos años por Édouard Charton. Allí se
publica en 1848 un breve texto sobre Colombia, de un
recolector de aves, De Lattre, quien estuvo por la Guajira,
acompañado de seis grabados, cinco de ellos sobre indios
del Putumayo10
En la Revue des Deux Mondes, fundada en 1829, aparece
en 1859-60 la narración de Elisée Réclus, quien también es
colaborador frecuente de La Tour du Monde¸ relativa a su
viaje de 1855 a la Sierra Nevada 11

10
A. De Lattre, “Voyage dans la Nouvelle Grenade”, Le Magasin Pittoresque, Paris, 1848.
11
La primera edición separada, como libro, es VoyaGe à la Sierra Nevada de Sainte-Marthe: Paysages
de la nature tropicale, Paris: Librairie Hachette et Cie. 1861. Un excelente comentario en Frédéric
Martínez, “Apogeo y decadencia del ideal de la inmigración europea en Colombia, siglo XIX”, BCB, No 44
(1997). Un breve texto sobre el viaje había sido publicado en el mismo año de 1855 en La Tour du
Monde. Réclus publica en otras revistas de corte más científico. En 1861 publicó una extensa reseña del
libro de José María Samper, Ensayo sobre las Revoluciones... en el Bulletin de la Societe de geographie
de Paris, y allí mismo comento en 1876 el "Atlas de la Colombie, publie par ordre du gouvernment
colombien" Su conocimiento de Colombia le permitió, además, escribir, en el volumen 18, la parte sobre
este país de la Nouvelle Geographie Universelle (1893)

20
Pero es La Tour du Monde: nouveau journal de voyages,
fundado en 1860 por el mismo Charton, la más exitosa de
estas revistas. Allí se publican los relatos del viaje de
Charles Saffray en 186112 (en 1872 y 1873, vols 24, 25 y
26) , de Edouard André de 1875-76 (en 1877, vol 34 y de
Jules Crevaux en 1881 (vols: 41, Iza y Yapura) y 1882 (vol
44: Magdalena y Orinoco). En 1888 publicó el viaje de Jean
Chaffanjon, L’Orénoque et le Caura, que serviría de
inspiración para el libro de Julio Verne. Allí también en 1876,
77, 78 y 80 se publico el relato de Armand Réclus sobre el
istmo de Panamá. Esta publicación, con sus excelentes
ilustradores, y la gran cantidad de autores que logró
publicar, constituye probablemente el más notable esfuerzo
editorial de su género en el siglo XIX: otras subrayaron el
valor científico de los estudios, mientras que La Tour du
Monde parece haber buscado un público ilustrado amplio.
Sobrevivió hacia 1914, cuando quedaba poco mundo por
explorar. Aunque los viajeros venían impulsados por
distintas razones y con el apoyo de diversas instituciones,
el escribir sus aventuras se dirigen a un publico que estas
revistas cultivan.
Los relatos de Saffray y André, a los que me referiré
exclusivamente, reflejan en diferente medida las exigencias
de una publicación de este género. Saffray, en cierto modo,
y para usar las palabras que el mismo empleó al entrar al
Nare, ha reemplazado lo grandioso por lo pintoresco.
Mantiene, por supuesto, ciertas convenciones científicas.
Cada planta que se menciona, en lo posible, va
acompañada de su nombre latino. Las descripciones del
paisaje, el comentario sobre las posibilidades económicas
de una actividad existen aún. Pero los incidentes peligrosos,
los personajes exóticos, los curanderos indígenas adquieren
una presencia mucho mayor, y la descripción intenta
hacerse más novelesca.
Saffray, quien publicó sus relatos con el nombre de Doctor
Saffray, llegó a Santa Marta en 1860 e hizo, después de una
breve visita a Cartagena, el consabido ascenso del
Magdalena, pero solo hasta Nare: iba a Antioquia, donde

12
Existe alguna confusión sobre la fecha del viaje. En el texto no aparece ninguna indicación precisa de
ésta, y en algunos índices de La Tour de Monde el viaje se fecha en 1869. Sin embargo, sus
descripciones de la guerra civil encabezada por Tomás Cipriano de Mosquera y sus relaciones con Julio
Arboleda permiten estar seguro de que estuvo en Colombia en 1861 y 1862.

21
permaneció la mayor parte del tiempo que estuvo en
Colombia.
Médico, muestra gran interés por las virtudes curativas de
las plantas nativas, utiliza el "cedrón" para curar las
picaduras de serpientes venenosas y afirma que todas las
personas a quienes administró la medicina se salvaron, y la
convalecencia fue relativamente corta. Pasa un buen
tiempo en Río Verde cerca de Frontino, entre los indios, y
logra obtener la confianza del curandero o hechicero, quien
le enseñó todo lo relativo a las plantas y productos usados,
sin temor a que pudiera emplear el saber, pues no quiso
trasmitirle los signos cabalísticos y las palabras inspiradas
sin las cuales, en su concepto, no podían curar las plantas.
Trató de encontrar las causas del carate, pero pese a varias
autopsias no logra avanzar; descubrió, sin embargo que
podía curarlo con mercurio. En Santa Marta el amplio
comercio de hojas de coca atrae su atención, procesa un
extracto de ellas y aísla un alcaloide "en forma de cristales
de agujas". En el Quindio advierte que la sal de Burila tiene
efectos sobre el coto, y termina convencido de que se debe
a su alto contenido de yodo. Todo esto muestra una
curiosidad científica amplia, que se refleja en un texto en el
que intercala continuamente pequeños trozos sobre
minerales, plantas y animales, con su nombre científico
cuando es posible. Es uno de los primeros viajeros en
interesarse por la cerámica y la orfebrería precolombinas,
que encuentra estética y técnicamente valiosas. Señala en
el texto como dibujó alguna especie o una obra de
arquitectura: sus esbozos conforman el primer gran
conjunto de grabados sobre la Nueva Granada, más de 60,
y representan un cambio fuerte en la calidad del grabado:
de los esbozos de líneas simples del libro de D'Orbigny,
hechos por Samson y Boilla con base en los excelentes
dibujos de Roulin, se pasa a unos dibujos que buscan la
representación adecuada de los matices del gris a través de
tramados muy detallados: se trata de grabados de
Alphonse de Neuville y Edouard Riou.
Las descripciones de costumbres son ágiles, a veces agudas
y a veces convencionales. Los antioqueños en su opinión,
solo atienden al dinero, y en Medellín no hay vida social de
ninguna clase: "ni bailes, ni conciertos ni teatros, ni
crónica". Las mujeres, incultas, son, sin embargo,

22
insuperables como esposas y madres. La descripción de los
antioqueños bordea lo que sería luego el lugar común: son
“laboriosos, inteligentes y sobrios. El amor a la propiedad
está muy desarrollado en ellos cada cual quiere tener un
rincón de tierra suyo, y casi todos lo consiguen". Orgullosos
de su región y exagerados, un modesto puente sobre el río
Medellín les parece una de las maravillas del mundo. Nada
vale en esa provincia sino el dinero: "El dinero es lo único
que da a cada cual su valor. El muletero enriquecido llega a
ser don Fulano de tal; y si pierde su fortuna no ha de
imponerse privaciones para conservar su rango adquirido
por casualidad;… vuelve a vestir su antiguo traje.... El único
término de comparación es el dinero: un hombre se
enriquece por la usura, los fraudes comerciales, la
fabricación de moneda falsa u otros medios por el estilo, y
se dice de él ¡es muy ingenioso!."(94) Considera muy
atrasada, muy poco europea la sociedad local, pues la
conversación no es posible: "donde no hay bailes, ni
conciertos, ni teatros, ni crónica...". "Pero seamos justos:
hay algunos salones escasos, amoblados a la europea,
donde se encuentran varias buenas tradiciones, y se forma
lentamente el núcleo de la verdadera sociedad " (95). Sin
embargo, el juicio negativo de lo local por su falta de
europeización no se mantiene consistentemente, y la
aceptación romántica de la vida primitiva surge a veces:
"los ribereños del Cauca son tan felices como puede serlo el
hombre; en medio de aquella hermosa naturaleza pueden
satisfacer fácilmente necesidades que nada tienen de
ficticio. Viven todas las afecciones dulces y no aspiran a las
luchas de nuestras grandes ciudades. El género de vida allí
parece el más conforme con la naturaleza (229)
De Antioquia sigue al Cauca, en medio de la revolución de
Mosquera. En Manizales, aunque está prohibido transitar sin
pasaporte, usa en varias ocasiones el mejor de todos:
sobornar a los guardias. En el valle del Cauca encuentra
una población más alegre y sociable que los antioqueños. Y
en la guerra, se horroriza con los "voluntarios" conducidos
en fila y con las manos atadas; y describe las "rabonas": las
mujeres que acompañan a los soldados y les prepararan su
comida. Encuentra una heroína feminista que todavía
espera su reivindicación: es Dolores, alistada en la guerra,

23
que "había ganado ya por su bravura el grado de sargento,
y figuraba en la lista con nombre femenino".
La guerra lo envuelve. Sirve de médico en las tropas de Julio
Arboleda, lo que nos indica que estuvo por allí en la primera
mitad de 1862. No logra seguir hacia el sur y decide
volverse a Bogotá, ciudad que describe muy
superficialmente, hasta el punto de hacer pensar que puede
estar hablando de oídas. En esa "nueva Atenas" (es la
primera utilización de la conocida comparición, que Réclus
precisó como “Atenas Suramericana” en 1864, en un
artículo publiado antes del libro de Saffray) la inmensa
mayoría no sabe nada o apenas sabe alguna cosa [...] y
todo está por hacer en cuanto a la educación elemental y
clásica y a la enseñanza de las artes liberales". Vuelve a
Cali y el gobernador le roba sus colecciones científicas y
tiene que pagar un rescate de seis mil pesos para que lo
suelten, por haber ayudado a los conservadores. Por último
va a Nóvita y a Quibdó, y para finales de 1862 está en
Panamá.
Los incidentes que animan una narración estrictamente
cronológica, con muy breves informes históricos, forman el
repertorio usual de los viajes que buscan general una
sensación de novedad y subrayar lo pintoresco: hormigas,
ranas y arañas venenosas; bailes de indígenas y negros,
prisiones y sobornos, pelea entre caimán y tigre, incidentes
semicómicos, como el paso obligado de una mula sobre
otra por la estrechez del camino, cargueros, mujeres
reiteradamente descritas como atractivas y que dejan ver
los brazos y el cuello desnudos o coqueteando en las
iglesias, plantas medicinales y curas sorprendentes, la
geofagia, serpientes venenosas y nativos con cotos
inmensos. El paisaje provoca ocasionales entusiasmos, pero
son más bien escasos y nunca demasiado ardientes. Los
juicios sobre los colombianos son escasos, pero a veces
reiteran esa mirada del europeo, seguro de si mismo, como
se representa Saffray y casi todos los demás viajeros,
siempre dueños del saber y el juicio certeros: "Los indios de
Boyacá son pesados de cuerpo y de espíritu e indolentes;
no tienen pasiones ni virtudes; son enemigos del trabajo y
muéstranse rebeldes a la civilización" Al final, manifiesta
sus esperanzas en el progreso de una nación llena de

24
riquezas, y a cuya población ha descrito con más frecuencia
como activa que como indolente.
Edouard André viajó "movido del vehemente deseo de
contemplar la naturaleza de los trópicos y el Ecuador, deseo
hijo de mis antiguos estudios de botánico y de redactor de
un periódico científico". Probablemente su viaje fue
subsidiado por J.J. Linden, el botánico y comerciante de
orquídeas. Logró un nombramiento, casi con seguridad ad
honorem del Ministerio de la Instrucción de Francia, y un
pasaporte diplomático que esgrimió en un intentó frustrado
de eximirse de los impuestos de aduana en Barranquilla.
Llegó en 1875 y su año en Colombia coincide, como el de
Saffray, con una guerra civil.
Fue ante todo un botánico y vino también, como casi todos,
bastante joven (había nacido en 1840). Después de sus
viajes de coleccionista y de publicaciones sobre botánica
dedico sus años maduros al paisajismo y la jardinería. Son
muchos los jardines de Francia que tienen su marca, por su
diseño o por la incorporación de muchas de las plantas,
como anturios y bromelias, que llevó de Colombia. Su
ciudad natal, Bourges, ha abierto un jardín con su nombre.
André es un viajero prepotente y seguro de su mismo.
Varios retratos, de Bayard y Riou, nos muestran a un
hombre elegante, que no pierde la compostura mientras se
aferra a un risco sobre el abismo. Encuentra un país con
una riqueza natural que lo abruma y atrae, y zonas de una
pobreza que encuentra casi despreciable. Sus juicios sobre
la pereza de ciertas poblaciones del país son quizás los más
duros del siglo. Al salir de Guataquí dice: "Me aleje lleno de
tristeza de aquella soledad salvaje, o por mejor decir
rebosando desprecio hacia una población tan poco
cuidadosa de si misma, dominada por la inmoralidad y la
pobreza, y apática a tentar el menor esfuerzo para salir de
una condición peor cien veces que la de los indios errantes
que precedieron a los tristes descendientes de los
conquistadores..." (653)
Por otra parte, trata de establecer continuamente su
credibilidad como científico, subraya su objetividad ("un
templo a la verdad, tal debe ser y no otro, en mi concepto,
el objeto de las publicaciones útiles referentes a los viajes
de exploración modernos". 479) y la importancia de una

25
precisa narración de los viajeros para promover el
conocimiento de estas regiones y la inmigración que la
salvará: "Tengo para mi que si alguna vez la emigración
europea se deja tentar por las seducciones de esta nueva
tierra de Canaan, esto será debido a las descripciones
exactas de los viajeros imparciales, no menos que a la
indicación precisa de los medios de producción que mejores
resultados han dado a los colonos que la habitan..." (563)
Reitera continuamente que los dibujos son suyos, que hizo
los croquis completos y precisos que luego Bayard o Riou
convertían en elegantes grabados. Muchos, son, en efecto,
bastante verosímiles, aunque no faltan las convenciones
que pueden atraer a los lectores: las mujeres de
Barranquilla o de Arbeláez, inesperadamente, llevan los
senos al aire.
La naturaleza se describe con entusiasmo, que en alguna
ocasión se vuelve religioso: "¡Cuan anonadado no debe
sentirse el hombre, ese pretendido rey de la creación, en
presencia de esta manifestación sublime del poderío divino!
¡ Y cuan digno de compasión no sería el ser humano que
sordo a la emoción ante ese prodigioso génesis de la vida
en su expresión mas alta, no sintiese brotar de lo mas
hondo de su pecho agradecido, un himno de alabanzas al
Autor de tantas y tantas magnificencias! (567
Pero ve en general la naturaleza que servirá a los europeos,
la productora de plantas útiles y hermosas. Y que podría
servir a los colombianos si sus instituciones marcharan, si
se cerrara "definitivamente la era de las perturbaciones que
labran la ruina de su hermoso país" (565) y que "oponen un
perenne obstáculo a la inmigración europea, la única capaz
de desenvolver las riquezas en ellas acumuladas" (648). Es
una naturaleza que espera el cultivo y la civilización.
Por lo demás, el viaje reitera los tópicos usuales: los
animales peligrosos, la suciedad y pobreza de ciertas
regiones, la cortesía engañosa de las clases altas, la
incompetencia de la administración o de los ingenieros, que
se empeñaron en hacer caminos siempre rectos en medio
de las montañas, las experiencias de amistades valiosas, de
empresarios audaces o científicos abnegados, los horrores
de la comida - "el solo aspecto de los guisos ya es infame.
No hay uno que no nade en esa detestable salsa de color de

26
azafrán, aderezada con achiote y pimiento"(496). No faltan
las aventuras, los sustos, los rápidos y los derrumbes,
aunque es una naturaleza más difícil que verdaderamente
peligrosa.
Es probablemente, el más acabado ejemplo de trabajo de
científico y narrador, acompañado de unas ilustraciones
eficaces, que debían hacer evocar a sus lectores el mundo
que paralelamente construían los mismos dibujantes
alrededor de los textos de viaje (dos de ellos con temas que
tocan con Colombia) de Julio Verne.

6. Pierre d'Espagnat: el triunfo de la retórica

El último viajero al que me referiré es Pierre d'Espagnat


quien parece haber pasado ocho meses en 1897-98 con el
encargo especial de escribir un libro de viajes. Es el más
literario de todos y el más lleno de prejuicios. De su estilo
es un buen ejemplo el texto siguiente:
"El vigor, la hermosa libertad tupida de los cafetales se
expande tras las tapias sucias que bordean el camino en el
que las ramas amarillentas de los cocoteros, deshilachadas
como las plumas de un pavo real, languidecen entre las
señales dejadas por la lluvia en el dintel de yeso negro en el
que las hojas de los bananos, que se han aventurado a
través del enrejado, simulan brazos trágicos extendidos
como una amenaza o una suplica a la caridad del
transeúnte.” Y de sus prejuicios: "eso es precisamente lo
que necesita este país tan maravillosamente dotado por la
naturaleza: un buen tirano...", o "difícilmente perfectible, la
raza de Caín se arrastra, sin progresar, por los continentes."
Sin embargo, se advierte un entusiasmo sincero por el
paisaje y por la gente, y esto da algo de verdad a la retórica
desmesurada. A veces los cuadros son vigorosos y claros y
las observaciones reveladoras. Visita a Bogotá, a la que
también llama, como Saffray, la Atenas del sur, pero ya sin
ironía. Y como aquel, describe los reclutas, ahora en el
clima que antecedía a la guerra civil de 1899: "Sus mujeres,
sin las que se morirían de hambre, porque el gobierno no
les mantiene, esperaban, acurrucadas por los alrededores,
la hora de comer. No era la primera vez que veía a esas

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desgraciadas siguiendo de lejos, retaguardia de miseria, al
batallón en marcha de sus maridos o de sus amantes. Me
considero incapaz de expresar el estremecimiento que a su
paso me sacudía. Pobres bestias de carga, admirables, que
llevan sobre sus sufridas espaldas las míseras ropas, el
incompleto menaje, sin contar, además, cabeza abajo,
coronando la carga, rorro que vino al mundo en la cuneta
del camino; y así siguen con constancia, ayudando,
abasteciendo, animando con su alegría y su sacrificio la
fatiga y el desamparo de la jornada, dando, con lo que les
queda de juventud, un poco de amor a su compañero, un
poco de leche a su hijo".
Recorre también a Antioquia. Su peón motiva casi un canto
épico. Mientras que a Saffray la mazamorra le parecía un
plato digno de disfrutar en la mesa "de mas lujo",
d'Espagnat rechaza la dieta más que André, no la resiste:
"Resulta divertido ver como sus frugales habitantes se
contentan con grandes raciones de plátano, de maíz, de
arroz al natural, como se hartan de arepas y de
pandequeso, y luego exclaman en tono convencido: ¡A esto
si que se llama comer! Es evidente que para ellos una
perdiz trufada no tendría aliciente de ningún genero". "Me
atrevería a confesar que experimento la necesidad de
volver a Francia para poder almorzar y comer?". La gente
de Medellín contrasta con la de Bogotá: "Los ciudadanos de
la capital tienen una parte mayor de herencia latina, son
alegres, amables y disertos, mientras que los burgueses de
Medellín tienen un espíritu mas áspero, mas yanqui, tienen
algo de positivo, de cruelmente práctico". La descripción de
las mujeres antioqueñas no podía haber sido mas
estereotipada, mientras que resalta la alusión a la puñalada
trapera; "cuando se ve de lejos una mano baja, en guardia,
envuelta en pañuelo, hay que decirse: cuidado con la
barbera".13
Cuando trata uno de dar una mirada de conjunto a todas
estas narraciones, debe reconocer ante todo su papel en el
proceso de introducción de la visión del otro en la sociedad
moderna. Muchos autores recientes han mostrado el papel
manipulador, el sentido de sojuzgamiento y de negación del
valor de otras culturas de los viajeros, los etnógrafos, los
fundadores de la antropología. Creo que, aunque algo de
13
Pierre d’Espagnat, Recuerdos de la Nueva Granada[1901], Bogotá, A.B.C:, 1942 235-236

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esto existe, lo que predomina es lo contrario: en el esfuerzo
por despertar el interés de los lectores por lo exótico,
incluso por lo salvaje, se va consolidando un conocimiento
creciente de la diferencia de las culturas y de sus lógicas
propias, incluso cuando están acompañados, como lo
hemos visto a lo largo de estas páginas, por arrogancia y
prepotencia, por prejuicios y por la confianza en que el
único camino del progreso viene de la civilización y la
inmigración europeas.
Tenemos hoy más que nunca una conciencia aguda, casi
dolorosa, del horror del prejuicio, del peligro de creer que la
propia religión, la propia cultura, el propio proyecto político
es el único verdadero. Poco puede hacerse frente a quienes
creen que la verdad genera un derecho contra el infiel, el
atrasado, el salvaje. Lo poco que puede hacerse es
promover el conocimiento más completo del otro. Estos
viajeros, víctimas en parte del prejuicio, acabaron sin
embargo trabajando ante todo para dar a conocer unos
países nuevos en Europa, para mostrar, en esa mezcla
difícil de simpatía y fastidio, como vivían otros pueblos.
Como lo dijo Isaiah Berlin, "la conquista, el esclavizamiento
de los pueblos, el imperialismo, no se alimentan solo de
afán de riquezas o el deseo de gloria, sino que tienen que
justificarse por una idea central: que Francia es la única
cultura, la carga del hombre blanco, el comunismo, y los
estereotipos del otro como inferior o malvado. Solo el
conocimiento, cuidadosamente adquirido y sin atajos o
simplificaciones, puede disolver esto: pero incluso eso no
podrá por si mismo disipar la agresividad humana o el
disgusto con el que tiene la piel, la cultura o la religión
diferente. Pero el conocimiento, la educación en historia, en
antropología, en leyes (especialmente si son comparativas)
algo ayuda.” 14

Simposio, Viajeros colombianos en Francia y franceses en Colombia


Paris, Embajada de Colombia, noviembre de 2001

14
I. Berlin, "Notes on Prejudice", The New York Review, XLVIII, 16 (October 2001).

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