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Las representaciones del otro mundo comparten algunas características.

Entre las tradiciones orientales encontramos elementos acuáticos que se

asocian con el ingreso al otro mundo (El Avesta habla del árbol Gaokerena,

entre otros elementos, que se encuentra en el mar Vouru-Kasha); en el

Gilgamesh, mesopotámico, “el héroe viaja a través de las aguas de la muerte,

que se dice quedan hacia el sureste, para llegar a los campos de los

bienaventurados” (1956, p. 17). Otro elemento que llegó hasta la literatura

grecolatina y medieval (reconocible en el Viaje de San Brandán) es encontrar

la entrada al otro mundo o el mismo sitio en una montaña: “entre los hebreos,

el monte Sión era un lugar sagrado donde se manifestaba la deidad y también

la entrada al mundo inferior, la morada de los muertos” (1956, p. 20). Para

los musulmanes, el paraíso se halla en la cima de la montaña del Jacinto, a

la cual ninguno de los humanos puede ascender” (1956, p. 21).

Para estos lugares, se encuentran siempre una especie de locus

amoenus, con árboles de frutos abundantes, campos aromáticos y aves que

cantan bellamente. En cambio, para las representaciones del inframundo,

también existe la barrera o canal acuático, donde, además, se lleva a cabo un

juicio, que es otra de las constantes, donde se decide el camino de las almas,

como se ejemplifica en el libro VI de la Eneida.

Entre los celtas, se asociaba el otro mundo con una ubicación

geográfica en occidente, generalmente, y eran ubicados en islas. El


historiador Procopio habla de la isla de “Brittia” relacionada con la morada

de los muertos. Los habitantes de la costa de enfrente transportan a las almas

hacia Brittia. En los imram o viajes a las islas dispersas, en cada isla se

encuentran con un elemento maravilloso.

En el caso del Viaje de San Brandán, se encuentran con el elemento

misterioso y que no es explicado en su totalidad en la obra, se trata del

capítulo XXIII, con la columna de cristal, ante la cual Brandán explica que

“no se debe insistir en buscar el secreto de Dios” (Benedeit, 1985, p. 40).

Isla del diablo herrero (XXIV)

“Humeaba una fétida humareda, más pestilente que carroña; y rodeada

estaba de una gran oscuridad” (p. 41).

“Cuanto más se aproximan, más horroroso espectáculo se les ofrece y más

tenebroso encuentran aquel valle” (p. 41)

La oscuridad es un elemento que, como todos los que adornan al Infierno, se

exageran en la descripción.

“De las simas profundas y de los precipicios vuelan disparadas inmensas

cuchillas de fuego” (p. 41)

“Colosal era aquel demonio que del infierno salió todo abrasado” (p. 41)
La idea del lugar de suplicios: “Con viento de popa se alejaron, pero sin

echar atrás la mirada a menudo, viendo aquella isla en llamas […]. Seguían

oyendo gritos de diablos a millares, y llantos de condenados” (p. 42).

La isla del diablo herrero significa una nueva prueba superada, la cual

acrecienta la fe y reduce los temores de los monjes, quienes se dirigen más

seguros a su destino: “aguantaron la prueba lo mejor posible y salieron de

ella airosos”

Asimismo, se observa el sentido didáctico de la obra, la cual es una

enseñanza para abrazar el bien:

“a medida que el hombre santo va resistiendo tormentos […] va creciendo

su divina felicidad; así les ocurre a los viajeros ahora que han visto a donde

son recibidos los condenados” (pp. 42-43).

Montaña envuelta en nubes (XXV)

Acceso difícil: “el acceso era muy escarpado. Entre todos los viajeros,

ninguno pudo apreciar qué altura tendría esta montaña: por encima de las

nubes se elevaba a más altura que lo que parecía desde la orilla, al pie de la

misma; y a tierra era negrísima” (p. 43).

Howard Rollin Patch, El otro mundo en la literatura medieval, México,

FCE, 1956

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