Había cogido gusto a mi recién descubierta y estrenada condición de
bruja. Bueno, en realidad, me encantaba volar, la única de mis cualidades mágicas descubierta por el momento. Me encontraba planeando sobre el picado mar de tejados de la parte antigua de la ciudad, cuando al fondo de una angosta y profunda calle descubrí un cortejo repleto de color: cabildo, hermandades, munipas engalanados, maceros, clarines, arzobispo y timbaleros. Detrás unos señores de negro y chistera, los ediles de la ciudad. Y también... ¡parecía Fermín!, el que me había llamado bruja, dejándose conducir, serio y ceremonioso, a hombros de blancas melenas. Pensé que no podía ser él. Perdí altura. Era. Descendí, fui hasta él y le di un beso. ¡Ojo, brujita! El sexo los trae locos y siempre piensan mal; así que ahora no puedo volar contigo dijo y, con aire de resignación, agregó: Es la tradición. En realidad son tan pocos ritos a cambio de tal derroche de jolgorio y anarquía para tanta peña que... merece la pena, ¿no? Pensé que estaba en lo cierto, le dediqué un tímido adiós, tomé altura y fui contemplando el discurrir del cortejo. Fue entonces cuando tuvo lugar el descubrimiento de otra de mis capacidades, oculta hasta aquel momento. Iba meditando lo dicho por el santo a cerca del sexo, cuando... me dio por fijar la mirada, con cierta intensidad, en un buen mozo de ojos claros, concejal de la ciudad. De pronto, como llevadas por un tornado, volaron sus ropas y quedó como vino al mundo. Me hizo gracia y probé con una concejalita y el resultado fue idéntico. Me quedé un tanto perpleja, mas pronto me di cuenta de la deliciosa situación que podía regalar a los habitantes de tan acogedora ciudad. Empecé por los de chistera y fue chistosísimo. Nada más descolgar mi reojada, chisteras, fraks, sujes, pantalones, faldas, corpiños y calzones iniciaron un vuelo ascendente ante el choteo general. Sólo alcé la mirada y se propagó el evento. Volaron gorras de plato, melenas, libreas, albas, penachos de verde plumaje, sobrepellices, y más calzoncillos. El inicial choteo se convirtió en generalizado cachondeo. Cabildo, acólitos y canónigos, guardia engalanada, clarines, maceros y timbaleros, los de la Pamplonesa, txistularis y gaiteros y ediles de la ciudad, privados de su apolínea compostura y atrapados entre la doble muralla humana, corrían despavoridos hacia adelante y hacia atrás pretendiendo inútilmente esconder aristas, colgajos y redondeces. Los mirones, a uno y otro lado, se desternillaban y caían por el suelo, ahogados de risa. ¡El momentico! ¡El momentico! gritaba un canoso con rizos despepitándose. Vi a Fermín aterrado en su silla y corrí hacia él preocupada. Todo lo hacen rito me explicó angustiado, pero no van a permitir que este gozoso dislate forme parte permanente de la tradición. Suprimirán las fiestas. A mi me tirarán de la muralla al río y tú, si no andas ligera, acabarás en la hoguera. El terror se apoderó de mí. Traté de volar y no pudo ser. El carcajeo colectivo atronaba en mis oídos. Quise correr, pero mis piernas no avanzaban, se movían en el mismo lugar. Sentí morir y a velocidad de vértigo me precipité por un túnel con una intensa luz al fondo. Ha llegado mi momentico, pensé. Mas, cuál no sería mi sorpresa al comprobar que me precipitaba por un tobogán que me arrojó ante un altar presidido por el mismísimo Fermín que, tamizado por gladiolos, me dedicó un guiño.
Txana (8 de Julio) Publicado en Gara 8 de julio de 1999