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EDIFICANDO UN ALTAR PARA DIOS

“Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido”


Génesis 12:7

La relación adecuada entre el ser humano y la Divinidad es la adoración.


Sabremos que hemos dado un paso significativo en nuestra vida de fe cuando nos
encontremos con el hecho de que hemos aprendido a adorar a Dios. Pero la adoración
conlleva el reconocimiento de que Dios está en lo alto y nosotros estamos en lo bajo;
de que Dios es santo y nosotros pecadores; de que Dios es inmensamente grande y
sublime y que nosotros somos pequeños, casi insignificantes, un minúsculo grano en la
inmensidad de la creación; de que Dios es todo sabiduría y nosotros, la mayoría de las
veces, necedad y vanidad; y ya sea por estas u otras razones estamos inhabilitados de
adorar a Dios directamente; es como si necesitásemos de un medio o algo que nos
permita presentarnos ante Dios para ofrecer tan siquiera un humilde y tosco tributo. Si
alguno piensa que solo basta una actitud dispuesta y un buen deseo para acercarse a
Dios, no conoce en absoluto la realidad del mal presente el corazón humano, e ignora
cómo este mal le inhabilita por completo para presentarse ante el Dios que es Santo,
Santo, Santo.

Jamás hombre alguno ha podido acercarse a Dios basado y amparado en su


propia virtud, sino que, desde los inicios mismos de la historia humana, el que en
verdad se ha acercado a él, lo ha hecho apoyándose en una ofrenda por sus pecados,
o un sacrificio sustitutivo a su favor, o en una promesa de perdón recibida de parte de
Dios mismo. Y en este acercarse a Dios por parte de los hombres de la antigüedad, un
elemento pleno de significados es el altar: una especie de estructura sobre la que se
ofrecían a Dios ofrendas, generalmente de animales sacrificados, como un acto de
adoración.

La vida de los patriarcas se caracterizó entre otras cosas por la continua


edificación de altares al Señor: Abraham, por ejemplo, edificó altares a Dios en
Siquem, entre Betel y Hai, en Hebrón, y en Moriah (Gn.12:6-8; 13:18; 22:9); Isaac,
por su parte, edificó un altar al Señor en Beerseba (Gn.26:25); Jacob, edificó altares
en Siquem y Bet-el (Gn.33:20; 35:1-7). Pero no solo los patriarcas edificaron altares al
Señor; Moisés edificó un altar en Refidin, antes de la construcción del tabernáculo y
todo su mobiliario, cuando el pueblo de Israel obtuvo la victoria ante los amalecitas
(Ex.17:15). Una vez construido el tabernáculo pensaríamos que ya nadie más
edificaría altares al Señor, puesto que el tabernáculo tenía un altar en permanente
uso, pero no es así: Josué edificó un altar en el monte Ebal (Jos.8:30-31); Gedeón
edificó un altar al Señor en Ofra (Jue.6:24-26); el rey David edificó un altar en la era
de Arauna (2Sam.24: 18-25); el profeta Elías edificó un altar al Señor en el monte
Carmelo (1Re.18).

Quiero invitarle a que consideremos algunas de las circunstancias y razones por


las que aquellos hombres que nos precedieron edificaron un altar al Señor. He decidido
tomar aquellos casos en que el altar fue constituido al margen del sistema instituido en
el pacto mosaico.

Podemos notar que los creyentes de la antigua era edificaron un altar para Dios
en las siguientes circunstancias:
- Para adorar a Dios (Gn.8:20-21): es significativo que en esta oportunidad, que es la
primera vez en la Biblia en que se hace mención de la edificación de un altar, el motivo
principal del mismo sea, a mi modo de ver, la adoración.

- Al establecerse con cierta permanencia en algún lugar: como demarcando un


sitio para invocar el Nombre de Dios además de reconocer su vulnerabilidad y
necesidad de la bendición divina (Ge.12:6-8; 13:18; 26:25).

- En cada sitio donde tuvo lugar un encuentro especial con Dios (Gn.28:18;
35:1,6-7,9-15)

- Para testificar de la victoria concedida por Dios (Ex.17:15-16)

- Como instrumento de clamor a Dios en medio de una emergencia (2Sam.24:


18-25)

- Para levantar una señal visible que recordase una obra de Dios o
perpetuase una concesión divina (Jos. 4: 1-3,5-7; 22:10-11,26-27)

Edificando un altar para el Señor en nuestras vidas

Un altar es una señal o recordatorio de lo que Dios nos ha dicho, perdonado,


prometido o entregado. El altar no es el sacrificio o la ofrenda, pero nos permite
presentar el sacrificio y la ofrenda con entendimiento y conciencia de lo que hacemos.

El altar hablaba constantemente de la relación del hombre con Dios, tuviese o


no tuviese ofrenda sobre sí. El altar de por sí ya era una señal que proclamaba
poderosamente todo un mensaje de parte de Dios para las personas. El altar era una
forma de recordatorio para aquellos que estaban llamados a relacionarse con el Dios
Eterno: recordaba constantemente que Dios se había manifestado a ellos, que les
había dado sus palabras, que en momentos especiales se reveló a ellos
comprometiéndoles para con él. Era una especie de testimonio perenne de que Dios
había venido manifestándose a ellos desde hacía tiempo con fiel y santo amor.

Hay momentos puntuales en nuestras vidas en los que Dios se manifiesta a


nosotros de una forma especial. En esos momentos Dios viene a nuestras vidas y nos
da una palabra que nos confirma en sus caminos, o nos regala una promesa específica
para nuestra vida personal, o se revela a nosotros para que le conozcamos de una
manera como hasta entonces nos le conocíamos; esos encuentros con Dios no son
cotidianos, no son cosas que suceden a menudo en nuestro caminar con Dios (casi me
atrevería a decir que suceden pocas veces en la vida) pero cuando suceden, nos
cambian profundamente; recuerde usted por ejemplo a Abraham y su llamado; a Isaac
en Beerseba; a Jacob y su experiencia en Peniel; a Salomón en Gabaón; y muchos
otros. Aunque todos los días de nuestro caminar con el Señor deben ser días buenos y
llenos de gratitud por la misericordia y el amor de Dios, hay momentos puntuales en
los que Dios cambia la dirección de nuestra vida, en los que Dios trae una mayor luz
de sus propósitos para con nosotros, en los que somos invitados a entrar en una
dimensión superior en nuestro caminar con Dios. Esos encuentros debemos
perpetuarlos en nuestra memoria e incorporarlos a nuestra vida a través de un altar
conmemorativo. Un altar conmemorativo nos ayuda a mantenernos enfocados en lo
que Dios ha hecho en el pasado y en lo que está haciendo hoy en nuestras vidas
(Gn.28: 18-22); nos ayuda para que recibamos aliento en tiempos de dificultad y
adversidad (Jacob en Mahanaim antes de encontrarse con Esaú Gn.32:9-12); nos
ayuda para entender cómo todo obra para el cumplimiento de los propósitos de Dios
en nuestra vida al contemplar el pasado, el presente y el futuro (Gn.31:13)

Pero el altar habla, sobre todas las cosas, de “victimas y sacrificios”. La


palabra hebrea para altar significa “lugar de sacrificio” y está relacionada con otra que
traduce “matar para el sacrificio”. La mayoría de las veces que se hace mención en las
Escrituras del altar, se hace en conexión con un sacrificio sangriento. Dios mismo
estableció las ordenanzas con relación a estos sacrificios, los cuales actuaban como un
paliativo temporal mientras llegaba la solución definitiva para el pecado del hombre.
Todos los sacrificios que se presentaban sobre el altar, ese continuo derramar de la
sangre de las victimas, ese continuo holocausto que Dios había ordenado que se
llevara a cabo al comenzar el día y al atardecer del mismo, todo ello presagiaba y
señalaba hacia un altar mayor, y hacia una victima más excelente; muchos altares
fueron levantados por los hombres pero el mejor de todos los altares, el más
elevado, el que habría de dejar a todos los demás en el olvido y hacer que caducaran
por siempre, fue levantado y edificado por Dios mismo; fue edificado en las afueras de
Jerusalén, establecido sobre una colina llamada “Monte Calvario”, y coronado con una
cruz de madera, donde el Cordero de Dios, cual perfecta victima, y como ofrenda
definitiva y eterna por el pecado de la humanidad fue inmolado. El autor de la carta a
los Hebreos lo expresa con las siguientes palabras:

“Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las
cosas, nunca puede por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año,
hacer perfectos a los que se acercan…Pero en estos sacrificios cada año se hace
memoria de los pecados; porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no
puede quitar los pecados…Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y
ofreciendo muchas veces los mismo sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados;
pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados,
se ha sentado a la diestra de Dios…porque con una sola ofrenda hizo perfectos para
siempre a los santificados”
(He.10: 1-14)

¿Tenemos necesidad de demarcar un espacio para invocar el Nombre del Señor


en nuestra vida cotidiana? ¿Necesitamos reconocer nuestra vulnerabilidad y necesidad
de Dios? ¿Necesitamos aprender a cultivar una relación con Dios hasta hacer de ella el
elemento de mayor importancia de nuestro vivir? ¿Será útil para nosotros establecer
pautas, señales, recordatorios de aquellas cosas que Dios nos ha enseñado y
mostrado?

Entonces, necesitamos edificar un altar (o varios altares) para Dios en nuestras


vidas

Dios nos llama a edificar un altar para él en nuestras vidas. Es un llamado a


invocar su nombre en la vida diaria, en nuestro lugar de permanencia (casa, sitio de
trabajo, lugar de estudio). Es un llamado a reconocer nuestra vulnerabilidad y
necesidad de su bendición. Es un llamado a establecer señales que tengan un real
significado para las decisiones que tomamos en nuestro diario andar. Es un llamado a
la fe, a la consagración, a reconocer su santidad y la necesidad de que nosotros
también lo seamos, es un llamado a la esperanza y a la adoración. El primer altar que
el hombre edificó fue levantado para adorar a Dios y esa es la principal razón por la
que nosotros también debemos edificar un altar al Señor en nuestra vida diaria.
El mundo que no conoce a Dios también tiene sus altares dispuestos y
preparados; tiene sus oficiantes, su lógica, su ritual y mística que justifican sus
“sacrificios”; ante sus lugares altos se congregan multitudes; el incienso de su vacío y
embriagador ritual se esparce continuamente en los distintos estratos de nuestra
sociedad; sus celebraciones impactan, entretienen y mantienen alejados del
conocimiento de Dios a todos sus espectadores, y sabe qué es triste: que entre ellos
hay mucho pueblo de Dios; pueblo de Dios que acude a sentarse a las mesas de los
sacrificios de los altares mundanos; pueblo de Dios que no comprende que su llamado
es a participar del santo altar de la consagración al Señor; pueblo de Dios que piensa
que puede participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios; pueblo de
Dios que sabe cantar pero que no sabe adorar; que sabe participar de la dinámica de
su iglesia local pero que ignora como participar dignamente de la dinámica de la
Iglesia del Señor; pueblo que no termina de aprender cuál es la diferencia entre lo
santo y lo profano, entre aquello que es promovido por Dios y aquello que es
promovido por el pecado, entre aquello que honra al Señor y aquello que le deshonra.

Hermanos, en este nuevo año que inicia, decidámonos a edificar un altar al


Señor; un altar que sirva de señal para nosotros y para aquellos que nos ven desde
afuera; un altar desde el que se eleve aroma grato al Señor y en el que no tengan
cabida sacrificios impuros, ni dudosas ofrendas; un altar que proclame la majestad de
nuestro Señor y Dios, y proclame con su fuego, la autoridad y poder de aquel que nos
amó y se entregó por nosotros; levantemos un altar que perdure como legado para las
generaciones venideras y les transmita el mensaje de amor de nuestro Dios y salvador
así como les hable de su poder y dignidad regia.

Que en este año 2011 nuestro Señor nos conceda el ver cómo los falsos altares
que hasta ahora han permanecido levantados en nuestras vidas, siendo causa de
tropiezo y pecado, son derribados para nunca más ser levantados. Que veamos bajo su
bendición y aprobación el establecimiento de su Reino en nuestras vidas y familias, y
que bendiga el Dios Altísimo con su santo fuego cada uno de los altares que para él
edifiquemos y consagremos en nuestro peregrinar de fe.

En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.

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