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Presentación
Parte 1
1. Conceptos previos
1.2. Prevalencia
1.3. Diagnóstico
1.4. Tratamiento
1.5. Prevención
Preguntas de autoevaluación
2.1.4. Emociones
2.2. Hostilidad
Preguntas de autoevaluación
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3. Factores psicosociales II: Características protectoras
3.2. Optimismo
Preguntas de autoevaluación
Parte II
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4.1.2. Ayudar al paciente teniendo en cuenta sus valores, necesidades y la manera en que
le está afectando el hecho de padecer hipertensión
Preguntas de autoevaluación
Preguntas de autoevaluación
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6. Intervención para el manejo del estrés
Preguntas de autoevaluación
Preguntas de autoevaluación
Epílogo
Claves de respuesta
Referencias bibliográficas
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En la primera parte de este libro vamos a centrarnos, en el capítulo inicial, en hacer una
introducción a la hipertensión arterial, una enfermedad crónica, de una gran relevancia en
sí misma, pero que además es también un importante factor de riesgo para el desarrollo
de otro tipo de enfermedades y problemas de salud, y especialmente para las
enfermedades cardiovasculares. Especificaremos su definición, características y
epidemiología, así como las opciones de prevención y tratamiento.
La totalidad de los capítulos que integran la segunda parte de este libro se dedicará a
la descripción de la intervención psicológica en los problemas de hipertensión,
comenzando con un capítulo en el que se presenta la manera más adecuada de
comunicarse con el paciente, que es una de las claves para que éste pueda comenzar y
mantener el tratamiento.
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herramienta más eficaz y adecuada para conseguir estos u otros cambios
comportamentales que se requieran en dicho tratamiento. Por ello, otro de los capítulos
se va a ocupar de la manera de lograr una mejor adherencia al tratamiento, que implica
tanto la toma de la medicación, como el logro de la abstinencia del tabaco, el
mantenimiento de una dieta equilibrada, la pérdida de peso en algunos casos, y la práctica
continuada de ejercicio físico.
El penúltimo capítulo presenta algunas de las técnicas más eficaces para conseguir
llegar a manejar el estrés, que como hemos expuesto es uno de los factores que puede
contribuir al inicio y mantenimiento de algunas enfermedades cardiovasculares como la
hipertensión. Por último, en el capítulo final se abordan diferentes estrategias para lograr
incrementar el bienestar y las emociones positivas, que son potentes protectores contra el
inicio y desarrollo de enfermedades en general y también de hipertensión.
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En la mayoría de los estados miembros de la Unión Europea se definen las características
de las personas que tienden a permanecer sanas como aquellas que no fuman, hacen una
actividad o ejercicio físico adecuado al menos 30 minutos cinco veces a la semana,
tienen hábitos de comida saludables, no tienen sobrepeso, su presión sanguínea está por
debajo de 140/90 mmHg, su colesterol por debajo de 190 mg/dl, tienen un metabolismo
normal de la glucosa y evitan el estrés extremo (European Society of Cardiology, 2012).
Todos estos factores en sentido negativo se asocian con peor salud y, de manera
particular, con una mayor presencia de problemas cardiovasculares.
Es cierto que la mortalidad por ECV está disminuyendo en la mayoría de los países
europeos (aunque permanece alta en los países del este de Europa). Esta disminución se
debe a que la prevención funciona; de hecho, en tomo al 50% de la reducción observada
en las muertes por ECV se atribuye a la reducción de los factores de riesgo, y alrededor
del 40% a mejoras en los tratamientos.
Pero no cabe duda de que el 80% de las muertes por enfermedades cardiovasculares
podría haberse prevenido con un estilo de vida saludable. Por eso, la prevención debe
extenderse a lo largo de toda la vida, desde el nacimiento (e incluso antes) hasta la
ancianidad. No sólo es importante prevenir en poblaciones de alto riesgo, sino también
educar a toda la sociedad en hábitos adecuados de vida. Mediante, por ejemplo,
campañas que dificulten el hábito del tabaco, o favorezcan la reducción de sal en las
comidas. Este tipo de intervenciones puede traer consigo numerosas ventajas para los
ciudadanos, además de una considerable reducción de gasto sanitario.
Entre los factores de riesgo cardiovascular hay algunos que no son susceptibles de
modificación, como la edad, el sexo, los antecedentes familiares o la raza, pero otros que
sí pueden cambiarse. Por ello es importante actuar sobre estos últimos, sobre los que
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podemos tener un cierto control, como son la hipertensión arterial, el colesterol, la
diabetes, el tabaquismo, el sobrepeso y la obesidad, el sedentarismo, el abuso de alcohol
y un afrontamiento inadecuado del estrés. De hecho, el consumo de tabaco, la
hipertensión y la hipercolesterolemia son los tres factores modificables más importantes
para disminuir el riesgo cardiovascular, o la probabilidad de padecer alguna de las
enfermedades antes mencionadas, en un determinado plazo de tiempo (Sociedad
Española de Hipertensión - Liga Española para la Lucha contra la Hipertensión Arterial;
SEH-LELHA, 2012).
Hay dos tipos de HTA. Por un lado, estaría la HTA esencial o primaria, que engloba
el 90-95% de los casos en los que la hipertensión no tiene una causa conocida, por lo que
su origen puede deberse a múltiples factores (herencia, raza, factores psicológicos, estilo
de vida y alimentación). No obstante, aunque en la mayoría de los casos no se
encuentren causas específicas, sí puede decirse que hay algunos factores que hacen que
aumente el riesgo de padecer HTA, como los antecedentes familiares, la obesidad, un
consumo elevado de sal, el alcohol, el tabaco, la falta de ejercicio y el estrés. Y, por otro
lado, estaría la HTA secundaria, que recoge el 5% de casos restantes, en los que sí existe
una causa responsable de la subida de la presión sanguínea, ya sea una enfermedad
subyacente o un factor externo (por ejemplo, anticonceptivos orales). Mientras la
primera, HTA esencial o primaria, se convierte en una enfermedad crónica que exige
cuidados y/o medicación, según los niveles de PSS y PSD, y riesgos asociados durante
toda la vida, la segunda, HTA secundaria, puede tratarse y desaparecer para siempre, o
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bien puede ser la señal de que existen otras enfermedades más graves, siendo la HTA una
manifestación clínica. Cuanto menor es la edad, mayor es la probabilidad de que la HTA
sea secundaria.
La HTA es una enfermedad sin síntomas, pero fácil de detectar con registros
preventivos de la presión arterial. En la mayoría de los casos se descubre de forma
casual, aunque a veces puede asociarse con dolor de cabeza, inquietud, nerviosismo o
hemorragia nasal espontánea.
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causas de muerte en todo el mundo y en los países industrializados (Mancia et al., 2007),
como veremos a continuación.
1.2. Prevalencia
La HTA se considera uno de los problemas más importantes para la salud pública,
especialmente en los países desarrollados, afecta a cerca de mil millones de personas en
todo el mundo. Para llamar la atención sobre su relevancia se celebra el 17 de mayo de
cada año el Día Mundial de la Hipertensión, con actos que buscan dar a conocer esta
enfermedad, así como su adecuada prevención y tratamiento. Esto es especialmente
importante dado que, salvo en niveles muy elevados, no presenta síntomas, por lo que
popularmente se conoce como "asesino silencioso" o "plaga silenciosa". La HTA afecta a
más del 20% de los adultos entre 40 y 65 años, y llega hasta el 50%, es decir, una de
cada dos personas, en los mayores de 65 años. El 90% de las personas normotensas a los
55 años serán hipertensas antes de su muerte.
Así, entre las personas obesas, la aparición de HTA es entre 2 y 3 veces mayor que
entre las personas que se encuentran dentro de su peso ideal. De la misma forma, entre
los hipertensos, la frecuencia de obesos es mucho mayor.
Por otra parte, hay una fuerte asociación entre HTA y diabetes, dado que existen
mecanismos comunes para ambas enfermedades crónicas, siendo dos de los principales
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riesgos de enfermedad cardiovascular. De hecho, entre el 40 y el 60% de los diabéticos
padecen HTA.
Finalmente, habría que señalar que también la HTA está presente en la infancia y
adolescencia, con una prevalencia entre el 1,5 y el 3%.
1.3. Diagnóstico
En el cuadro 1.1 se recogen los niveles de presión sanguínea considerados normales y los
que se identifican como HTA.
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Por otra parte, dentro de los normotensos, o personas que están por debajo de los
niveles de presión arterial sistólica y diastólica indicativas de HTA, debe diferenciarse
entre los que tienen una presión Óptima (por debajo de 120/80 mmHg), los que tienen un
nivel considerado Normal o los que tienen un nivel de presión Normal-Alta (PAS entre
130-139 y PAD entre 85 y 99 mmHg), que en algunas guías clínicas sobre diagnóstico y
tratamiento de hipertensión llegan a identificarlos como "prehipertensos".
De forma preventiva, se recomienda tomar la presión arterial al menos una vez antes
de los 14 años, cada 4 o 5 años desde los 14 a los 40 años, y a partir de esa edad cada 2
años, como forma de detección de problemas de hipertensión. La persona debe estar
sentada, con la espalda apoyada en un respaldo, sin cruzar las piernas, y con el brazo
apoyado en la mesa, con el antebrazo levantado a la altura del corazón. Tras unos
minutos de reposo se toma la medida. En la primera consulta se debe tomar en ambos
brazos y anotar en cuál es más alta, para utilizar siempre ese brazo en las posteriores
medidas. Si se hacen varias tomas seguidas, como se aconseja, se deben dejar unos
minutos entre toma y toma. Si la presión es elevada, debe seguir registrándose durante un
período de varios meses para conseguir una definición aceptable de la presión arterial
habitual de la persona y decidir si debe iniciarse o no un tratamiento farmacológico. Este
período sería más breve si presenta niveles muy elevados (HTA severa) u otros factores
de riesgo cardiovascular o enfermedad renal, en cuyo caso la decisión de iniciar un
tratamiento farmacológico se tomará de forma casi inmediata.
Muchos pacientes, cuando se les mide la presión arterial, experimentan una elevación
transitoria de la misma, que se conoce como una reacción de alerta o fenómeno de bata
blanca. Esta reacción ante el médico o el personal de enfermería tiende a disminuir con el
tiempo, incluso dentro de la misma visita, por lo que se aconseja hacer más de una
medida. A pesar de ello, un 20-25% de personas presentan hipertensión aislada en la
consulta cuando la presión medida en consulta es mayor a la que una persona tiene
normalmente en otros contextos, mostrando una discrepancia de más de 20/10 mmHg
entre ambas. En este caso, y para tener un diagnóstico fiable, es aconsejable usar otros
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procedimientos de registro fuera de la consulta.
Habría dos procedimientos para llevar a cabo estos registros fuera del entorno clínico
u hospitalario. El primero, denominado Monitorización ambulatoria de la presión arterial
(MAPA), consiste en un dispositivo que permite tomar al menos 2 medidas por hora
entre las 8 de la mañana y las 10 de la noche, es decir, durante el tiempo de vigilia,
utilizando para hacer un diagnóstico adecuado la media de, al menos, 14 medidas. En
este caso el aparato está programado para llevar a cabo estos registros.
1.4. Tratamiento
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grado de riesgo cardiovascular total, analizando la presencia de otros factores de riesgo
(antecedentes familiares, hipercolesterolemia, diabetes, enfermedad cardiovascular,
enfermedad renal, etc.).
Lo que sí es cierto es que todos los hipertensos deben cuidar la alimentación, hacer
ejercicio, reducir su consumo de alcohol y abandonar el tabaco. Tomar medicación no
significa que uno pueda comer las cantidades de sal que quiera, y beber o fumar como si
no tuviera ningún problema. Todo va unido para una buena salud cardiovascular. De
hecho, las recomendaciones de dieta y estilo de vida son también aconsejables para los
niveles normal y normal-alto que, como hemos comentado, en algunos protocolos estos
niveles se consideran como prehipertensión, indicando una categoría (entre 120/80
mmHg y 139/89 mmHg) que permite identificar a personas con riesgo de desarrollar
hipertensión.
a)Pérdida de peso en los pacientes con sobrepeso u obesidad, ya que, a medida que
aumenta el peso, se elevan las cifras de presión arterial. Para calcular si se tiene
sobrepeso se utiliza el índice de masa corporal (IMC), medida que relaciona el
peso y la estatura de una persona, con una fórmula igual al peso (en kilos)
dividido entre la estatura (en metros) elevada al cuadrado, considerando que la
persona tiene sobrepeso cuando este índice es igual o mayor de 25. Un IMC
elevado incrementa el riesgo de HTA. Cuando el IMC es >30, nivel en el que se
habla de obesidad, el porcentaje de hipertensos es el doble que entre los no
obesos. Una pérdida de 34 kg, aunque no se alcance el peso ideal, repercute de
forma importante en la presión arterial, en la regulación de los niveles de
colesterol y del ácido úrico, se facilita el trabajo cardiaco y la respiración, y se
responde mejor al tratamiento farmacológico de la HTA. Otro parámetro utilizado
para estimar el riesgo en este aspecto consiste en utilizar la medida del perímetro
de cintura, recomendándose que sea menor de 102 cm en los hombres y de 88
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cm en las mujeres, medidas que pueden prevenir la HTA en los normotensos y
disminuir las cifras de presión arterial en los hipertensos.
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menores de 200 mg/dl, con el llamado colesterol malo o LDL por debajo de 130 mg/dl y
el colesterol bueno o HDL por encima de 45 ml/gl. Valores de colesterol total superiores a
240 mg/dl, de LDL por encima de 160 mg/dl y del HDL por debajo de 35 mg/dl son
indicativos de alto riesgo de patología cardiovascular, ya que el exceso de colesterol malo
se deposita en las paredes de las arterias y provoca su estrechamiento e incluso
obstrucción, lo que puede dar lugar, según dónde ocurra, a un infarto de miocardio o a
un accidente cerebrovascular.
1.5. Prevención
Entre las medidas relacionadas con el estilo de vida están el abandono del tabaco, la
reducción del peso en obesos, la reducción del consumo de alcohol, la reducción del
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consumo de sal, el aumento del consumo de frutas y verduras y la disminución del
consumo de grasas totales saturadas, así como la práctica de ejercicio físico, que antes
hemos comentado.
Para llevar a cabo este tipo de prevención se requieren acciones en los colegios,
centros de trabajo, comunidades e, incluso, en las fábricas productoras de alimentos o en
centros de restauración. Un ejemplo sería conseguir reducir en un 50% la cantidad de sal
de los alimentos tanto en su fabricación como en su elaboración en las casas o
restaurantes (SEH, 2005).
Estos factores suelen concentrarse en las mismas personas y grupos. Así, personas
que pertenecen a un estatus socioeconómico bajo (definido como bajo nivel educativo,
bajos ingresos, trabajos de estatus más bajo, y vivir en una zona marginal) y/o tienen
estrés crónico, es más probable que estén deprimidas, socialmente aisladas o muestren
alta hostilidad. Este tipo de factores se asocian con un estilo de vida menos saludable
(más tabaco, menos dieta saludable y menos ejercicio físico), baja adherencia a los
tratamientos y mayor exposición al estrés.
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En los restantes capítulos de esta primera parte hablaremos, precisamente, de
factores psicosociales potencialmente protectores ante la enfermedad, como las
emociones positivas, la percepción de control, disponer de un adecuado apoyo social y
sentirse satisfecho con el mismo, ser optimista y afrontar adecuadamente el estrés y las
situaciones difíciles; y de factores que, por el contrario, hacen a la persona más
vulnerable ante la enfermedad, como la ansiedad, la depresión, la ira y la hostilidad, el
aislamiento social o el inadecuado afrontamiento del estrés. Todos estos factores son
relevantes no sólo antes de la enfermedad, en la fase de prevención, sino también una
vez diagnosticada la enfermedad, en el pronóstico de la misma, ya que pueden favorecer
o dificultar la adherencia al tratamiento, el cambio de los hábitos de vida nocivos y el
mantenimiento de un estilo de vida saludable. En este sentido, sería interesante disponer
de medidas estandarizadas de estas variables, o hacer una evaluación preliminar de las
mismas en la entrevista clínica, para conocer el perfil de riesgo psicosocial del paciente, y
poder intervenir sobre él para favorecer una mejor y más rápida recuperación.
En una de las guías recientes pensada para el paciente hipertenso, elaborada por la
Sociedad Española de Hipertensión - Liga Española para la Lucha contra la Hipertensión
Arterial, en un apartado específico que denominan como "club del hipertenso" (SEH-
LELHA, 2012) se destacan las siguientes recomendaciones:
2.Si tiene que tomar medicación, lo normal es que la tome de por vida, para mantener
sus niveles por debajo de 140/90 mmHg. Para no olvidar la toma diaria de la
medicación, lo mejor es planificar conveniente cómo, dónde y cuándo va a tomar
su(s) pastilla(s). De esta forma, se convertirá en una rutina y será difícil de olvidar
(por ejemplo, siempre en el desayuno). O incluso utilizar algún tipo de alarma que
le sirva de recordatorio.
3.Deben practicarse hábitos de vida saludables, como llevar una alimentación sana
(consumir más frutas y verduras, reducir el consumo de grasas saturadas y
colesterol), controlar el peso, reducir el consumo de sal (menos de 5 g al día) y
hacer ejercicio físico.
5.Dejar de fumar.
6.Vigilar la presión arterial regularmente. Aunque uno se encuentre bien, debe seguir
asistiendo a sus revisiones y no bajar en ningún momento la guardia. Es bueno
hacer uso de alguna hoja que facilite la anotación de los registros de presión
arterial que se haga, las citas con el médico, el tratamiento prescrito, etc.
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7.Finalmente, es conveniente mantener una actitud positiva ante la vida, que permita
afrontar mejor las situaciones difíciles o estresantes.
Por otra parte, no debemos olvidar la importancia del sexo en el abordaje de este tipo
de enfermedades crónicas y de riesgo cardiovascular, no sólo desde un punto de vista
meramente fisiológico, sino también desde un punto de vista sociocultural que, como
veremos en otras secciones, lleva a diferencias entre hombres y mujeres en el tratamiento
recibido y en la adherencia al mismo. Por ejemplo, según la Sociedad Española de
Cardiología (SEC), sólo el 15% de las mujeres con problemas cardiacos recibe el
tratamiento adecuado frente al 56% de los hombres. Distintos factores intervienen en
esta diferencia, como que los síntomas en las mujeres quedan ocultos por
interpretaciones más esperables en las mujeres, o que los problemas cardiovasculares
empiezan más tarde y con más factores de riesgo. Además, las mujeres acuden más tarde
al médico, cuando ya los síntomas son muy intensos, por lo que cuando sufren un
episodio agudo (como un infarto de miocardio), su pronóstico es peor que en el caso de
los hombres.
Preguntas de autoevaluación
1.Los tres factores modificables más importantes para reducir el riesgo cardiovascular
son la hipertensión y:
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2.La hipertensión esencial o primaria:
ob) Es una enfermedad sin síntomas, que se detecta con registros preventivos de la
presión arterial.
oc) Se caracteriza por tener siempre una causa responsable de la subida de la presión
sanguínea.
ob) Entre los mayores de 65 años es casi el doble en hombres que en mujeres.
oc) Está presente en uno de cada dos pacientes que sufren apnea del sueño.
4.Tener una tensión arterial de 135 (sistólica) / 85 (diastólica) mmHg sugiere que:
oa) No hay que llevar a cabo ninguna medida preventiva, por tener una tensión
normal.
ob) Al estar próxima a los niveles de hipertensión debe seguirse algún tratamiento
farmacológico.
oc) Cuidarse hasta que baje y recupere los niveles normales, y después sólo registrar
la presión una vez al año.
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Además de los determinantes biológicos o médicos, se han considerado diferentes
factores que hacen a la persona más vulnerable a la enfermedad. Nos referiremos, por un
lado, a factores de carácter estrictamente sociodemográfico, y por otro, y con mayor
profundidad, a factores psicológicos. Entre los primeros tenemos el estatus
socioeconómico, la raza y el sexo, factores en general menos estudiados en las
investigaciones realizadas en el campo de las enfermedades cardiovasculares (ver Gallo,
Ghaed y Bracken, 2004 para una revisión). Sin embargo, estos aspectos afectan o
moderan la forma en que los factores propiamente psicológicos, tanto emocionales como
cognitivos, se relacionan con la etiología y el pronóstico en estas enfermedades,
afectando, entre otros aspectos, al estilo de vida, la adopción de conductas preventivas o
a la adherencia a los tratamientos.
Los factores relacionados con la raza implican aspectos de carácter fisiológico pero
también diferencias culturales que conllevan estilos de vida diferentes, redes de apoyo
con mayor o menor relevancia en la vida de la persona, aspectos relacionados con los
hábitos de alimentación, conductas de consumo de alcohol o tabaco, y de exposición y
manejo del estrés. E incluso puede actuar en interacción con los otros factores, ya que
diferencias en función del sexo, la edad y características emocionales y cognitivas
podrían ser más relevantes para determinados grupos raciales que para otros.
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Esto se puede observar, aunque aún es necesaria mucha más investigación que
controle todos los factores, cuando se comparan personas originarias de un país con otras
recién llegadas a esa cultura, o personas que siendo de diferentes orígenes comparten la
misma cultura, aunque con mayor o menor integración, como los datos procedentes de
norteamericanos blancos, latinos, afro-americanos, o asiáticos. En el caso de España, los
movimientos migratorios de las últimas décadas están haciendo necesaria la introducción
de este factor y sus correlatos (estilo de vida, dieta) en los estudios e investigaciones
realizadas sobre las enfermedades cardiovasculares y sus principales factores de riesgo,
entre los que se encuentra la hipertensión, tanto en su etiología y pronóstico como en
factores relacionados con el tratamiento y la adherencia al mismo.
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pronóstico (ver Stanton, Revenson y Tennen, 2007, para una revisión). Algunos de estos
factores se consideran nocivos, como son el estrés excesivo o la experiencia reiterada de
emociones negativas, tales como hostilidad, ansiedad o depresión. Otros de estos factores
se consideran protectores de la salud, como el optimismo, la experiencia de emociones
positivas, las expectativas de control o el apoyo social. Uno de los factores que también
expondremos, el afrontamiento, puede ser nocivo o protector, dependiendo de las
estrategias concretas que se utilicen para hacer frente a las diferentes situaciones. Estos
factores serán abordados en los apartados siguientes. Los factores nocivos, junto con el
afrontamiento, serán abordados a continuación, dejando los factores protectores para un
capítulo posterior.
El término estrés se empleó originariamente por la física en el siglo XVII para hacer
referencia al proceso acontecido en una estructura cuando se ejercían diferentes
presiones sobre ella. Verdaderamente, el término estrés que utilizamos en la actualidad
recoge esta idea, ya que se refiere a los esfuerzos del organismo por recuperar su
equilibrio cuando las demandas externas o internas lo amenazan. Cannon y Selye, a
principios del siglo xx, fueron los primeros que estudiaron de forma sistemática el estrés
en los seres humanos, describiendo un patrón inespecífico de activación fisiológica ante
cualquier demanda o amenaza del entorno, consistente en una activación del sistema
nervioso simpático y endocrino (que, a su vez, produce incrementos de la frecuencia
cardiaca, presión sanguínea, catecolaminas, tasa respiratoria y azúcar en sangre, y
disminución de la circulación sanguínea periférica y aumento del flujo sanguíneo dirigido
a los músculos) cuyo objetivo sería preparar al organismo para hacer frente a las
demandas o, en su caso, huir.
Estas primeras aproximaciones al estudio del estrés, aunque son muy acertadas,
suponen sólo una visión parcial del complejo fenómeno del estrés, pues además de que
se centran sólo en la dimensión reactiva del mismo, no tienen en cuenta las diferencias
encontradas entre los individuos tanto en el tipo de situaciones que genera la respuesta de
estrés, como en el tipo de respuestas que se desencadenan. La existencia de estas
diferencias individuales sugiere que la respuesta de estrés es sólo una parte de la
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experiencia de estrés y que entre la aparición de la situación estresante y la respuesta de
estrés del organismo ocurren algunos procesos en el propio organismo, que es lo que nos
puede permitir explicar las diferencias existentes entre las personas.
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como la ansiedad o la depresión.
Por último, las manifestaciones conductuales se pueden agrupar en dos, las que van
dirigidas a hacer frente al problema y las que tienen como finalidad evitar o escapar de la
situación.
Existen gran cantidad de cuestionarios para medir los sucesos vitales, en los que se
presenta una lista con diversos acontecimientos (muerte del cónyuge, divorcio, contraer
matrimonio, ser despedido del trabajo, jubilación, embarazo, ascenso laboral...), y en la
que la persona tiene que señalar aquellos que le hayan ocurrido. En algunos de estos
cuestionarios se pueden añadir acontecimientos ocurridos que no queden recogidos en el
listado. Además, para cada uno de los acontecimientos ocurridos es usual pedir que la
persona indique si el suceso ha supuesto un cambio positivo o negativo en su vida, así
como la importancia que dicho cambio ha tenido.
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porque la idea de que los importantes sucesos vitales tienen un efecto negativo no ha sido
totalmente apoyada por los resultados de investigación. De hecho, los diferentes estudios
llevados a cabo concluyen que los contratiempos diarios predicen mejor el malestar de
los individuos que los sucesos vitales.
Los procesos de valoración cognitiva son aquellos mediante los cuales las personas
evalúan la situación. Las personas están constantemente valorando, es decir, dando
significado a las situaciones que les ocurren, en las que se incluye no sólo el ambiente
físico, sino las continuas y cambiantes relaciones con los demás (Lazarus, 2006). Es
importante resaltar que la valoración como proceso que es se refiere a algo que está en
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continuo cambio, y que se fundamenta en distintas variables del ambiente físico y social,
pero sobre todo en diversos intereses personales, como creencias, metas o valores. La
valoración, por tanto, es uno de los procesos que nos permiten explicar las diferencias
individuales en las reacciones de estrés.
Hay que destacar que el hecho de que una situación sea valorada positivamente no
significa que no pueda desencadenar reacciones de estrés en el individuo. Por ejemplo, la
entrada en la universidad, un ascenso en el trabajo, el inicio de la vida en pareja, la
llegada de un hijo o el traslado a otra ciudad, aunque sean valorados como situaciones
positivas por la persona, pueden desencadenar reacciones de estrés, siempre que
supongan cambios en los hábitos y rutinas a los que la persona tiene que adaptarse.
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motivacional (Lazarus, 2006; Lazarus y Folkman, 1984/1986).
Como ya hemos indicado, junto con los procesos de valoración, los procesos de
afrontamiento, median el ajuste ante los problemas. Lazarus y Folkman definen el
afrontamiento como "los esfuerzos cognitivos y conductuales constantemente cambiantes
que se desarrollan para manejar las demandas específicas externas o internas que son
evaluadas como excedentes o desbordantes de los recursos del individuo" (Lazarus y
Folkman, 1984/1986, pág. 164). Estos procesos entrarían en funcionamiento cuando el
individuo se siente amenazado, bien por la valoración que hace de las características de la
situación, bien por la valoración que hace de los recursos disponibles para hacerle frente
con éxito. Dado que el estrés es una característica natural y esperable de la vida, el
proceso de afrontamiento es necesario y consustancial a la propia existencia. Si éste es
inefectivo, la experiencia de estrés puede tener graves problemas para la persona (en su
salud, su funcionamiento social, etc.), mientras que si el afrontamiento es efectivo la
experiencia de estrés se puede mantener bajo control (Lazarus, 2006).
Existen multitud de formas de afrontar una situación, que pueden ser clasificadas en
categorías más o menos amplias. Una de las clasificaciones generales distingue entre las
estrategias que se centran en la solución del problema y las que lo hacen en el manejo de
la respuesta emocional que se deriva del mismo (Lazarus y Folkman, 1984/1986). Sin
embargo, hay que tener en cuenta que esta clasificación no es totalmente excluyente, ya
que las estrategias centradas en el problema pueden conseguir solucionarlo o no, lo que,
en cualquier caso, derivará en una respuesta emocional del individuo, que puede ser
positiva o negativa, dependiendo de que el problema se solucione o esté en trámite de
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solución o no. En apoyo de esta idea, algunos estudios han mostrado que los dos tipos de
estrategias no tienen un impacto diferencial en los problemas y las emociones. Por otra
parte, el grupo de las estrategias centradas en la emoción es muy heterogéneo, y mientras
algunas estrategias consiguen paliar el malestar emocional otras, sin embargo, lo pueden
intensificar. El propio Lazarus ha señalado en un escrito posterior (Lazarus, 2006) que
sería aconsejable abandonar la idea de que el afrontamiento centrado en el problema y el
centrado en la emoción son dos tipos independientes de afrontamiento, y que tratarlos
como entidades separadas es un error epistemológico serio, ya que en la mayoría de las
situaciones de estrés ambos tipos de afrontamiento actúan complementariamente.
También añade que el afrontamiento siempre se refiere a los esfuerzos para manejar las
demandas adaptativas y las emociones que se generan, y, por tanto, el afrontamiento se
puede considerar como una característica integral del proceso emocional.
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situación, tomarla con cierto humor, aceptarla o centrarse en los cambios positivos
producidos en uno mismo derivados de la propia situación problemática son
algunos ejemplos de este tipo de estrategias. Se estarían empleando este tipo de
estrategias cuando la persona haga una lectura positiva del hecho de tener que
afrontar una enfermedad grave, lo que puede llevarla a sentirse más fuerte y
capaz de lo que en principio creía, a darse cuenta de quiénes son sus verdade ros
amigos o verla como la oportunidad para cambiar sus hábitos por otros más
saludables. Estas estrategias están claramente encaminadas a paliar el malestar
emocional derivado de las situaciones problemáticas o estresantes, y de hecho se
suelen asociar directamente con bienestar psicológico, sin embargo, aunque no
solucionan el problema directamente, tampoco se puede decir que lo eviten.
Por otra parte, dentro de esta categoría también están las estrategias de apoyo
emocional que se dirigen a conseguir la ayuda de los demás, pero no para que nos
solucionen el problema, sino para que nos den consuelo y cariño, nos aporten
juicios sobre nuestra valía o nos refuercen la posición tomada. Lazarus y
Folkman (1984/1986) consideran la búsqueda de apoyo social como un tipo de
estrategia de afrontamiento dirigido a la solución del problema, o de
aproximación, lo que parece bastante claro en el caso del apoyo instrumental.
Otros autores (Carver et al., 1989), sin embargo, muestran sus dudas, ya que,
sobre todo el apoyo emocional, puede acabar siendo un simple desahogo de
emociones. De hecho, aunque el apoyo instrumental se suele asociar con
bienestar psicológico, las relaciones entre apoyo emocional y bienestar son más
inconsistentes.
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5.Estrategias de distracción y diversión. Todas aquellas acciones dirigidas a tener la
mente ocupada en otra cosa, como ver la tele, ir al cine o leer un libro se
incluirían en este tipo de estrategias. Algunos autores las consideran como parte
de las estrategias de evitación, pero puesto que algunos estudios han mostrado
que no siempre se relacionan con el malestar, sino que incluso se relacionan con
bienestar psicológico, es preferible clasificarlas por separado. Algunas de las
estrategias de distracción y diversión pueden consistir en interacciones y
realización de actividades con otras personas como amigos o familiares, por lo
que también estarían recogiendo un componente de apoyo social.
En el cuadro 2.1 podemos ver algunos de los ítems para medir las estrategias de
afrontamiento que se incluyen en el cuestionario conocido con el acrónimo COPE
(Coping Operations Preference Enquiry; Carver et al., 1989), que es uno de los más
empleados para evaluar el afrontamiento.
Cuadro 2.1. Ejemplos de ítems para medir diferentes estrategias de afrontamiento del
COPE (adaptado de Carver et al., 1989)
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Es necesario mencionar que las estrategias de afrontamiento que las personas
emplean van a depender, en parte, de los requerimientos de la propia situación a la que se
enfrentan (por ejemplo, el grado de control sobre la misma) y que, por tanto, las
estrategias que se pongan en marcha serán distintas en función de las características y
demandas de las situaciones. Las estrategias empleadas están en continuo cambio en
función de las circunstancias y demandas concretas, y por ello se hace hincapié en que el
afrontamiento es un proceso. Sin embargo, también es cierto que las personas pueden
presentar cierta tendencia a emplear de forma predominante algunas estrategias sobre
otras en situaciones con unas determinadas características. Cuando se estudian estas
tendencias o predisposiciones a usar unas estrategias concretas se habla de estilos de
afrontamiento. Así, por ejemplo, ante situaciones que escapan al propio control, una
persona puede tender a emplear de forma predominante la aceptación o el humor,
mientras que otra puede utilizar la evitación.
También es aconsejable señalar que cuando se dice que las estrategias serán distintas
en función de las características y demandas de las situaciones, sería mucho más
correcto decir que las estrategias serán distintas en función de la percepción personal que
tiene el individuo de las características y demandas de las situaciones. Lo
verdaderamente determinante de las reacciones del individuo son sus propias
percepciones de la situación más que las características objetivas de la misma. De forma
más precisa, las características personales, como expectativas, metas y recursos, en
interacción con las características de la situación, son las que determinarán la percepción
de la misma, y por tanto, el comportamiento posterior. Por ejemplo, una persona con una
alta percepción de autoeficacia es probable que perciba un amplio rango de situaciones
47
como controlables, por lo que también será más probable que emplee estrategias de
solución de problemas, mientras que una persona con una baja percepción de
autoeficacia percibirá muchas situaciones como fuera de control y por tanto actuará en
consecuencia. Incluso en situaciones de incontrolabilidad evidente, aunque las personas
perciban claramente esa falta de control, puede que no lo atribuyan a la misma causa, y
así mientras que una puede creer que esa falta de control se debe a circunstancias
totalmente ajenas a ella misma, otra puede pensar que se debe a algo personal, y por
tanto, las respuestas a esta ausencia de control serán totalmente diferentes.
Distintos estudios han probado que la manera en que las personas afrontan el estrés
puede reducir o incrementar las reacciones (fisiológicas, emocionales, etc.) que las
situaciones adversas tienen en el individuo tanto a corto como a largo plazo. El
afrontamiento, como la valoración, es un proceso que nos permite explicar las diferencias
individuales encontradas en la experiencia de estrés.
48
Las estrategias de distracción pueden resultar eficaces o no dependiendo del tipo de
situación y de la duración de la misma. Por ejemplo, en una situación en que se requieran
respuestas inmediatas, salir a distraerse puede resultar negativo, porque impide el
afrontamiento, mientras que una situación estresante de larga duración requiere de
intervalos en los que la persona pueda distraerse para que se produzca un adecuado
ajuste. Alguien que tiene que estudiar continuadamente durante más de un año para
preparar unas oposiciones rendirá más si se distrae y disfruta en determinados
momentos, que si ocupa todo su tiempo en estudiar. De la misma manera, en el caso de
una persona que se ocupa de un familiar incapacitado, también sería apropiado que se
distrajese del problema de vez en cuando, lo que le permitiría reponer fuerzas para
afrontarlo.
2.1.4. Emociones
Las emociones son complejos eventos neuropsicológicos que tienen como objetivo
fundamental motivar o permitir el desarrollo de conductas adaptativas (Lovallo, 2005).
Todo aquello que sentimos nos aporta información sobre si estamos bien o mal, sobre si
los acontecimientos se desarrollan como esperábamos, y por tanto sobre si tenemos que
actuar en consecuencia (Lazarus, 2006).
49
reacciones, como es la experiencia subjetiva de la emoción misma (alegría, tristeza,
ira...), una reactividad fisiológica, una expresión facial y, en su caso, la conducta. Por
ejemplo, ante un comportamiento de alguien, la persona puede interpretar malas
intenciones en el otro (lo que se suele denominar cinismo, como veremos más adelante),
por lo que sentiría ira, que se acompañaría de una reactividad fisiológica (que incluiría
entre otros el incremento de la frecuencia cardiaca y la presión sanguínea), una expresión
facial e incluso un comportamiento dirigido al ataque ya sea verbal o físico (que se
denomina agresión, tal como veremos). Didácticamente se podría decir que en los
procesos emocionales se pueden distinguir cuatro componentes: cognitivo, afectivo,
fisiológico y conductual o motor.
Las emociones, tal como acabamos de exponer, tienen como objetivo motivar el
desarrollo de conductas adaptativas. En este sentido, la experiencia de emociones
negativas no sólo es inevitable, sino que resulta generalmente útil. En una cantidad
importante de ocasiones, el valor adaptativo de las emociones negativas se debe a su
capacidad para desencadenar tendencias de acción específicas. Por ejemplo, el miedo se
asocia con la acción de escapar, la ira con la de atacar y el asco con el impulso de
expulsar. En otros casos, el valor adaptativo de las emociones negativas se deriva de la
información que nos aportan sobre nuestros estados internos, poniendo de relieve que
50
para dejar de sentirnos mal tenemos que introducir cambios (Fredrickson, 2008; King,
2008).
La mayoría de los estudios que han analizado los efectos del estrés en la elevación de
la presión sanguínea se han centrado en el estrés diario o, como lo hemos denominado
previamente, en los contratiempos diarios, que tienen capacidad estresante debido a su
carácter repetitivo. En estos estudios se ha podido mostrar que la exposición a estrés
psicosocial se asocia con elevaciones de la presión sanguínea.
Por lo que respecta al segundo punto, algunos estudios longitudinales han mostrado
también que la elevación de la presión sanguínea ante situaciones de estrés psicosocial
podía predecir el desarrollo de hipertensión posterior. En el estudio de Ming y
colaboradores (2004) se midió la presión sanguínea de un grupo de controladores aéreos,
trabajo que se considera muy estresante, en cinco días diferentes cuando tenían gran
51
carga de trabajo (elevado número de aviones en tránsito en la pantalla de control del
tráfico aéreo). Veinte años después comprobaron cuántos de ellos habían desarrollado
hipertensión. En los análisis realizados, en los que se controló la edad, el nivel de
educación y el índice de masa corporal, se comprobó que la elevación de la presión
sanguínea sistólica presentada ante la sobrecarga de trabajo podía predecir el desarrollo
de hipertensión 20 años después. Los investigadores estimaron que aquellos que
incrementaron más su presión sanguínea ante la sobrecarga de trabajo tenían 3,5 veces
más probabilidad de desarrollar hipertensión que aquellos que la incrementaron menos.
Por tanto sabemos que los estresores de tipo psicosocial pueden producir elevación
de la presión sanguínea, y también que si esta reactividad se presenta de forma reiterada
en el tiempo puede llegar a producirse hipertensión. Pero, tal como hemos indicado
previamente, la manera en que las personas afrontan el estrés puede reducir o
incrementar las reacciones, incluidas las fisiológicas, que las situaciones estresantes
producen en el individuo. No obstante, igual que algunas estrategias de afrontamiento son
más adecuadas que otras para minimizar las reacciones emocionales adversas producidas
por los diferentes estresores, tal como ya hemos visto, la capacidad de los distintos tipos
de estrategias de afrontamiento para contrarrestar la reactividad cardiovascular también
es diferencial.
52
sabe pueden tener una influencia en la elevación de la presión sanguínea como la edad, el
estatus como trabajador, así como el marital y el socioeconómico, el índice de masa
corporal, la historia parental de hipertensión, la realización de ejercicio físico, y el
consumo de café, alcohol y tabaco, y en mujeres también el uso de contraceptivos
orales. Por el contrario, se ha encontrado que el uso del afrontamiento de evitación ante
un problema laboral se asociaba con mayor prevalencia de hipertensión (Theorell,
Alfredsson, Westerholm y Falck, 2000).
Algunos estudios han encontrado que entre las personas que emplean un tipo de
afrontamiento, al que algunos autores denominan represivo, que se caracteriza por la
negación de los sentimientos negativos, el riesgo de tener la presión sanguínea elevada, o
incluso de padecer hipertensión, es mucho más elevada (Mund y Mitte, 2012).
Aunque estamos exponiendo estudios que muestran que el estrés psicosocial puede
contribuir al desarrollo de hipertensión, así como que las estrategias de afrontamiento
empleadas para superar esas situaciones de estrés pueden reducir o incrementar el riesgo
de desarrollo de hipertensión, es necesario recordar que la etiología de la hipertensión es
multifactorial, y por ello, la explicación de su aparición y desarrollo se entiende mejor
considerando las interacciones entre factores genéticos, ambientales y psicosociales. Ni
los factores genéticos, ni los ambientales, ni los psicosociales por separado son suficientes
para explicar la reactividad cardiovascular y el desarrollo de enfermedades
cardiovasculares, como la hipertensión (Schwerdtfeger, Schmukle y Egloff, 2005).
53
indirecto y que además son fáciles de valorar. Como factores ambientales dispusieron de
una serie de tareas capaces de dar información sobre reactividad, algunas con marcado
carácter autorrelevante, por su capacidad para amenazar la autoestima, como hablar en
público, y otras sin este componente, como meter la mano en agua helada. Entre los
factores psicosociales se centraron en la tendencia a usar las estrategias de afrontamiento
evitativo, que como hemos visto previa mente se asocia con mayor prevalencia de
hipertensión (Theorell et al., 2000). Después de controlar la edad, el índice de masa
corporal, el consumo de tabaco y alcohol, la realización de ejercicio físico y el
tratamiento con contraceptivos orales, el análisis de los resultados, obtenidos a partir de
una muestra que estuvo compuesta por mujeres estudiantes sanas, mostró que sólo la
interacción entre los antecedentes de hipertensión parental y el uso de estrategias de
evitación podía predecir el incremento de la presión sanguínea durante la realización de
las tareas autorrelevantes. Así, los análisis revelaron que entre las participantes con
padres hipertensos, las correlaciones entre el uso del afrontamiento evitativo y la
reactividad cardiovascular fueron muy elevadas (superiores a 0,60) cuando trabajaban en
tareas autorrelevantes, mientras que entre las que no tenían padres hipertensos estas
correlaciones eran inapreciables (menores de 0,1). Esto significa que entre aquellas con
predisposición genética a la hipertensión (con padres hipertensos), cuanto más
afrontamiento evitativo empleaban, más reactividad cardiovascular mostraban mientras
que trabajaban en tareas autorrelevantes, hecho que no ocurría entre las que no tenían
esta predisposición.
2.2. Hostilidad
Además, se han hecho varias distinciones con respecto a la forma de expresar la ira.
54
Así, se habla de ira interiorizada (o ira-in), para referirse a la inhibición o represión de la
expresión de ira, y de ira exteriorizada (o ira-out), referida a la tendencia a responder con
agresión física o verbal. Reservando el término de control de la ira (o ira-control) para
referirse a la tendencia a reducir con éxito la ocurrencia de sentimientos de ira
(Spielberger et al., 1985).
Por una parte, se propone que las personas hostiles cuando se enfrentan a las
distintas situaciones estresantes responden con una excesiva y prolongada reactividad
fisiológica (cardiovascular y neuroendocrina). Los estudios que se han llevado a cabo
para probar esta hipótesis son numerosos y, en general, parecen apoyar el modelo: los
sujetos más hostiles son fisiológicamente más reactivos que los no hostiles.
55
neuroendocrina.
Por otra parte, se sugiere que, dada la relación entre hostilidad y la práctica de
hábitos que son factores de riesgo para la salud, la hostilidad podría tener un efecto
indirecto sobre las enfermedades cardiovasculares a través de la potenciación de estos
hábitos insanos. En este sentido, se han encontrado relaciones entre hostilidad y consumo
de tabaco, excesiva ingesta de alcohol, conducir bajo los efectos del alcohol, alto
consumo de cafeína, mayor ingesta de grasas y calorías, menor actividad física, mayor
masa corporal y problemas de sueño. Junto a estos hábitos, también se ha encontrado
relación entre hostilidad y otros factores de riesgo para la salud física como presión
arterial alta, no adherencia a los tratamientos médicos y estatus social más bajo (Miller et
al., 1996).
56
Todos estos mecanismos permiten explicar la vinculación entre una característica de
personalidad, como en este caso la hostilidad, y la enfermedad física. Por un lado, la
relación entre hostilidad y enfermedad cardiovascular viene explicada por la excesiva
reactividad fisiológica ante el estrés, siendo así que las personas altamente hostiles van a
enfrentarse, por su forma de ser, a muchos más escenarios de esta naturaleza. De alguna
manera, estas personas crean y buscan este tipo de situaciones. Además, las personas
que experimentan hostilidad se implican en conductas agresivas que producen conflictos
interpersonales, provocando a la vez hostilidad en los demás, lo que trae como
consecuencia la reducción del apoyo social y el aumento de emociones negativas, que se
acompañan de una mayor reactividad fisiológica. Unido a ello, se implican en mayor
medida en la práctica de conductas y hábitos poco saludables que, en sí mismos, van a
tener importantes consecuencias para la salud física y psicológica. Y, dado que las
personas hostiles funcionan en un permanente estado de vigilancia con respecto al
entorno, estos cambios fisiológicos pueden llegar a convertirse en crónicos, generando
problemas físicos a medio/largo plazo, como elevaciones de la presión sanguínea sistólica
y diastólica (hipertensión), o reducción de la eficacia inmunológica, entre otras
consecuencias negativas para la salud. Por ello se sugiere que el papel de la hostilidad es
importante sobre todo en el origen de las enfermedades cardiovasculares, aunque es algo
menos convincente cuando ya se analizan los resultados relativos al pronóstico de las
mismas (Gallo et al., 2004).
57
emociones más estables y duraderas las que tendrían una mayor relación o impacto en la
salud cardiovascular; aunque también es verdad que experiencias emocionales muy
intensas podrían informar de acontecimientos agudos en personas con una enfermedad
cardiovascular ya establecida.
58
una gran tristeza, melancolía, sentimientos de soledad e incapacidad, culpa, falta de
motivación, cansancio y fatiga extremos, y alteraciones cognitivas (como rumiaciones
negativas acerca de la valía personal).
Para evaluar síntomas depresivos se utilizan preguntas como en qué medida ahora o
recientemente "sigo disfrutando con lo que antes me gustaba", "siento que cada día estoy
más lento", o "he perdido interés por mi aspecto personal". Para evaluar la depresión,
además de alcanzar puntuaciones elevadas en escalas que incluyen ítems como los
anteriores, se puntúa que la persona elija con mayor frecuencia dentro de cada cuestión
respuestas como las siguientes: `°' me siento tan triste o tan desgraciado que no puedo
soportarlo", "me siento una persona totalmente fracasada", "me sien to culpable
constantemente", "siento que el futuro es desesperanzador y las cosas no mejorarán", o
"estoy demasiado cansado para hacer nada".
Por otra parte, hay que tener en cuenta que las enfermedades pueden traer consigo
malestar emocional. En el caso de las enfermedades cardiovasculares, los datos parecen
indicar que entre el 16 y el 34% de los pacientes presentan depresión clínica, mientras
que esta cifra se eleva hasta dos terceras partes si hablamos de la experiencia de
sintomatología depresiva elevada (Frasure-Smith, Lesperance y Talajic, 1995).
59
este caso, no habría tanta evidencia en relación con el origen de dichas enfermedades,
pero sí con un peor pronóstico una vez que la persona ya las padece (ver Gallo et al.,
2004).
Estudios realizados con pacientes hipertensos muestran que los síntomas depresivos,
y la afectividad negativa en general, no sólo es un factor importante para el desarrollo de
esta patología, sino también un estado de ánimo que puede interferir con la calidad de
vida de los pacientes, informando menos satisfacción vital, percibiendo niveles más bajos
de apoyo social y un peor ajuste a esta enfermedad crónica (Rueda y Pérez-García,
2006b). Los niveles de depresión y de estrés percibido se incrementan si además la
hipertensión no está bien controlada (Sanz, García-Vera, Espinosa, Fortún y Magán,
2010). Ello hace que detectar los síntomas depresivos en los pacientes hipertensos sea
importante para reducir su impacto negativo en la calidad de vida.
De hecho, los síntomas depresivos parece que median las relaciones entre las
estrategias de afrontamiento, especialmente de carácter desadaptativo, y sus
consecuencias en la calidad de vida de los pacientes hiperten sos. Esto convierte a los
síntomas depresivos en un mecanismo que enlaza el afrontamiento con la satisfacción y
el bienestar en estos pacientes. Es posible que los pacientes hipertensos que utilizan
habitualmente estrategias desadaptativas (como ventilar las emociones, negación,
autoculpa, pensamiento ilusorio) tengan más dificultades para adaptarse a las demandas
de la enfermedad, teniendo menos percepción de control sobre la misma, con lo que
llevan a cabo menos acciones directas para hacerle frente, experimentando como
consecuencia más síntomas depresivos (Rueda y Pérez-García, 2013).
Por otra parte, no hay que olvidar que la presencia de depresión o de síntomas
depresivos en pacientes con enfermedades crónicas lleva a que se amplifiquen las quejas
físicas, disminuya la energía y el compromiso con las actividades de ocio, y se deteriore
la autoestima, factores todos ellos que contribuyen a disminuir la satisfacción con la vida,
el apoyo social y, en definitiva, la calidad de vida del paciente (Rueda y PérezGarcía,
2013).
60
psicosocial del paciente. En el cuadro 2.2 se recogen algunas preguntas sugeridas con
este fin por la Sociedad Europea de Cardiología (European Society of Cardiology, 2012,
pág. 20).
Cuadro 2.2. Breves cuestiones para evaluar factores de riesgo psicosocial en la práctica
clínica
Preguntas de autoevaluación
oc) Se asocia con un peor pronóstico, pero no con una mayor presencia de
enfermedades cardiovasculares.
61
oc) Tanto en personas sanas como en pacientes cardiovasculares.
3.Los datos que relacionan ansiedad y depresión con enfermedad cardiovascular indican
que:
oc) Sólo la depresión clínica es relevante, mientras que no lo serían los síntomas
depresivos.
ob) Sobre todo en diversos intereses personales, como creencias, metas o valores.
5.En relación con su adecuación y efectividad se puede afirmar que las estrategias de
afrontamiento:
oc) De reestructuración cognitiva positiva suelen ser las más adecuadas cuando las
situaciones son incontrolables o han ocurrido ya.
62
63
En el capítulo anterior analizamos características psicosociales que hacen a la persona
más vulnerable ante la enfermedad, resaltando, asimismo, la importancia del tipo de
afrontamiento que se pone en marcha para hacer frente al estrés.
Percibir control sobre nuestras vidas tiene importantes efectos adaptativos, por una parte,
porque proporciona seguridad sobre las consecuencias futuras, lo que lleva a invertir
esfuerzo para obtener los resultados deseados; y por otra, porque favorece la creencia de
que uno es eficaz y puede cambiar el entorno y sus circunstancias.
64
En este apartado analizaremos dos de las principales expectativas relacionadas con
esta necesidad de control: la percepción de control sobre los refuerzos o locus de control,
o dónde creemos que está el control, en nosotros mismos o en otras personas o
elementos, y la expectativa de autoeficacia, o la creencia de que tenemos los recursos
para hacer frente a las situaciones que debemos afrontar. Unidas a estas dos expectativas
quedaría por mencionar la percepción de que la conducta que realicemos lleve a los
resultados deseados, o expectativa de resultados, que será importante a la hora de invertir
el esfuerzo necesario para conseguir nuestros objetivos.
El locus de control se define como la creencia que tiene una persona de que su respuesta
influirá, o no, en la consecución de un refuerzo (Rotter, 1966). Se entiende como una
dimensión de personalidad en uno de cuyos extremos o polos estaría el externalismo (o
creencia de la persona de que la obtención del refuerzo está más allá de su control,
dependiendo de la suerte, el contexto, o la intervención de otras personas); y, en el
extremo opuesto, el internalismo (o creencia en que los refuerzos o consecuencias
dependen de las conductas que uno realiza). Una persona obtendría una alta puntuación
en internalidad si elige en sus respuestas alternativas como las siguientes, o indica que
tiene estas creencias con frecuencia: "alcanzar el éxito es cuestión de trabajo duro; la
suerte tiene poco, o nada, que ver en ello", "en el caso del estudiante bien preparado
raras veces se da, si es que se da, lo del `examen injusto"', "mi salud depende de mí", "si
me pongo enfermo, el tiempo que tarde en recuperarme dependerá de lo que yo haga".
Mientras que, por el contrario, una persona externa elegiría respuestas como las
siguientes: "conseguir un buen trabajo depende principalmente de estar en el lugar exacto
en el momento preciso", "por desgracia, los méritos de un individuo pasan a menudo
inadvertidos, por mucho que se esfuerce", "tener buena salud es, en gran medida, una
cuestión de suerte" o "no importa lo que haga, si tengo que ponerme enfermo, me pondré
de todos modos".
Las creencias internas se han asociado con mayor prevención, mayor adherencia a
los tratamientos, y por tanto, mejor salud, más pronta recuperación y mayor
supervivencia, además de mayor bienestar y calidad de vida y menor depresión o
afectividad negativa (ver Pérez-García, 2011, para una revisión de estudios sobre el
tema).
65
de inteligencia, el nivel educativo, los ingresos y el estatus socioeconómico. Los hombres
y mujeres con una puntuación más interna en la infancia tenían un riesgo reducido de
obesidad, sobrepeso, pobre salud o malestar psicológico. En el caso de las mujeres
internas, además tenían menor riesgo de hipertensión. Los resultados de este estudio
apoyan que tener un fuerte sentido de control sobre la propia vida en la infancia parece
ser un factor protector importante para algunos aspectos de la salud en la edad adulta. Un
mecanismo mediador podría ser la práctica de hábitos más saludables por parte de los
internos, que en este estudio se comprueba al informar que realizaban más ejercicio
físico y fumaban menos a los 30, aunque estos resultados estaban en parte determinados
por factores socioeconómicos.
Otra explicación puede venir de una respuesta más adaptativa ante el estrés, ya que
los internos perciben las situaciones más como retos o desafíos que como amenazas (lo
que podría paralizar a la persona o reaccionar peor), y además, tienden a percibir que
tienen más recursos para hacer frente a las situaciones problemáticas. Ambos aspectos
favorecen que pongan en marcha un afrontamiento más adaptativo ante los problemas,
solucionando antes los mismos, si ello es posible, o recurriendo a estrategias más
favorables (por ejemplo, la reevaluación positiva, la aceptación) cuando las situaciones
son imposibles de cambiar (por ejemplo, la muerte de un ser querido). En la medida en
que los externos parecen ser más propensos a experimentar reacciones emocionales
negativas ante el estrés, y también a su mayor utilización de estrategias centradas
precisamente en el manejo de estas consecuencias emocionales, llevarán a cabo menos
acciones directas que introduzcan cambios en la situación, por lo que es de suponer que
el impacto y duración del estresor y sus repercusiones serán mayores que en los internos.
En términos generales, aquellos que creen que tienen poco control presentan hábitos de
salud más pobres, contraen más enfermedades y llevan a cabo menos acciones de
prevención o recuperación (ver Pérez-García, 2011 para una revisión).
Se entiende como el juicio que la persona hace en relación con su capacidad para
afrontar situaciones específicas (Bandura, 1977). Esta capacidad percibida influye en las
actividades en las que uno se comprometerá, en el esfuerzo que hará en la situación, en
cuanto persistirá en la tarea, y en las reacciones emocionales que se experimentarán
mientras se anticipa una situación o se está inmerso en ella. Sentimos, pensamos y nos
comportamos de forma diferente en las situaciones en las que confiamos en nuestras
habilidades frente a aquellas en las que nos vemos inseguros o incompetentes. Es decir, la
percepción de autoeficacia influye en patrones de pensamiento, motivación, rendimiento
y activación emocional. Todo ello queda recogido en la naturaleza prospectiva y
operativa de la autoeficacia: prospectiva porque se siente ya antes de empezar la acción
66
(por ejemplo, estoy seguro de que puedo dejar de fumar...) y operativa porque se
relaciona con la acción y su contextualización (... aunque mi compañero continúe
haciéndolo).
3.Se aproximan a las tareas con estados de ánimo más favorables (por ejemplo,
menos ansiedad y depresión).
67
dieta más sana o hacer ejercicio físico de forma regular, o el cambio de conductas o
hábitos insanos, como abandonar el consumo de tabaco o de alcohol.
Cuadro 3.1. Ejemplos de ítems para evaluar Autoeficacia general (tomados de Baessler y
Schwarcer, 1996) y Autoeficacia específica (en este caso, para abandonar el consumo de
tabaco)
68
depresión, ira y afecto negativo. Se ha asociado positivamente con mejor salud, desde el
momento en que se relaciona, por ejemplo, con una menor valoración de estrés en las
situaciones difíciles o especialmente demandantes al interpretarlas más como retos
interesantes de superar que como amenazas imposibles, para los que la persona además
percibe que tiene más recursos para hacerles frente. Todo ello lleva a los altos en
autoeficacia a utilizar más el afrontamiento centrado en la resolución de problemas y en
estrategias cognitivas y emocionales adaptativas y menos el afrontamiento considerado
menos adaptativo (Sanjuán, Pérez-García y Bermúdez, 2000).
Combinando lo dicho hasta ahora, uno percibe cierto control sobre las cosas que le
suceden desde el momento en que cree que una conducta producirá un determinado
resultado (expectativa de resultado), se siente capaz de superar los problemas y realizar
con éxito las actividades que tiene entre manos (expectativa de autoeficacia), o piensa
que los resultados que obtiene son consecuencia de las conductas que realiza (expectativa
de control internas). Todas estas expectativas son importantes en la adaptación de la
conducta, favoreciendo un manejo del estrés más adecuado y la puesta en marcha de
conductas que previenen la enfermedad.
Pensar que uno tiene control sobre aspectos relevantes de su vida tiene importantes
beneficios, pero es verdad que el control personal puede ser un arma de doble filo, ya
que a veces es preferible delegar el control en otra(s) persona(s) o en determinadas
creencias. Habría al menos tres aspectos que pueden hacer más deseable que uno no
tenga control (Burger, 1999). En primer lugar, cuando tenemos control nos sentimos más
responsables, lo que puede llevar a incrementar la preocupación por lo que otros piensen,
a sentirse presionados y, de ahí, a experimentar más reacciones de ansiedad. En segundo
lugar, cuando tenemos control sobre algo aumenta la posibilidad de predecir cuándo
ocurrirá. Si bien es verdad que, en general, uno prefiere saber cuándo van a ocurrir las
cosas, a veces es preferible no tener una certeza absoluta sobre ello. Y finalmente, en
ocasiones no nos sentimos lo suficientemente competentes para solucionar un problema
del que, sin embargo, tenemos control sobre él, prefiriendo delegar en otros, sobre todo
si entendemos que son más capaces o están más preparados que nosotros para esta
cuestión. De esta forma se evitan las posibles consecuencias negativas de un fracaso del
que nos sentiríamos responsables en caso de no delegar.
Pero a pesar de estas excepciones, la mayoría de las personas prefiere controlar los
acontecimientos en sus vidas e incluso, en situaciones claramente incontrolables, intenta
retener ese sentido de control. Para ello, se puede recurrir a lo que se conoce como
contar con un control secundario (Rothbaum, Weisz y Snyder, 1982) que supone que
cuando uno reconoce que no puede controlar acontecimientos importantes en su vida
69
(por ejemplo, una enfermedad), en lugar de caer en indefensión, la persona puede retener
un cierto sentido de control aceptando la situación pero confiando en el destino, en
profesionales competentes, en Dios, o simplemente interpretando de forma positiva los
acontecimientos. Otra forma de retener control cuando uno se enfrenta a algo
incontrolable consiste en focalizarse en aquellas cosas que uno sí puede hacer en relación
con ese tema. Por ejemplo, uno no puede controlar una enfermedad pero sí puede hacer
algo en relación con las reacciones emocionales que experimenta o en su forma de
relacionarse con los demás, aspectos que, si los controla, le permiten un ajuste mejor a
pesar de la situación negativa o incontrolable.
De las dos expectativas, la de control sobre los refuerzos suele tomarse como medida
más general, mientras que la autoeficacia suele medirse de forma más específica y
vinculada a la conducta concreta analizada, con lo que su valor predictivo es mayor. Así,
el locus de control se refiere a la creencia general de que nuestra conducta puede tener o
no un impacto en el entorno, siendo los internos los que piensan que sus conductas
controlan los resultados obtenidos y que el entorno responde a sus conductas; y los
externos los que creen que los resultados están determinados por factores ajenos a su
control (la suerte, la intervención de otras personas) y que el entorno no responde a sus
esfuerzos (Rotter, 1966). Mientras el locus de control analiza si la conducta controla los
resultados, la autoeficacia se refiere a si uno puede o no llevar a cabo ciertas conductas.
Pongamos un ejemplo final. Una persona cree que dejar de fumar depende de ella y
de las conductas que realiza (expectativa de control interno), y además sabe que si deja
de fumar mejorará su salud (cierta fatiga, tos crónica o riesgos a medio-largo plazo como
problemas cardiovasculares, respiratorios) (expectativa de resultado), pero sin embargo,
puede no sen tirse capaz de poner en marcha las conductas necesarias para dejar de
fumar (baja expectativa de autoeficacia). Podríamos decir que su percepción de control
sobre esta conducta dependería del balance entre estos tres elementos considerados,
además de otras variables próximas como experiencias pasadas dejando de fumar,
explicaciones del fracaso o éxito en conseguirlo, etc.
Los datos disponibles sobre hipertensión muestran que los pacientes que creen que
tienen control sobre su enfermedad informan mejor ajuste a la misma, con menos
síntomas de ansiedad y de depresión, y la utilización de un afrontamiento más adaptativo
(Rueda y Pérez-García, 2006b).
70
estilo de vida, sino también en el registro de su presión sanguínea según se le haya
indicado, la toma de medicación si ha sido prescrita por el equipo médico que le atiende,
la asistencia a las revisiones, etc. Todo ello favorece un afrontamiento más activo de la
enfermedad, con un mejor pronóstico de la misma, reduciendo también las posibles
consecuencias emocionales que pueden asociarse con el diagnóstico de una enfermedad
crónica, como son las manifestaciones de ansiedad y depresión.
Otro aspecto importante vinculado con el control es cómo explicamos las enfermedades
que padecemos, lo que hacemos, o lo que nos ocurre, en general. Según a qué factores
demos más peso a la hora de explicar un hecho, será más o menos probable que
llevemos a cabo unas u otras conductas. Si a una persona le diagnostican hipertensión y
se centra sobre todo a la hora de explicar la enfermedad en el hecho de que su padre
también es hipertenso, es decir, en un factor genético que escapa al control personal,
puede ser más difícil que lleve a cabo acciones directas que le permitan tratar y mantener
su enfermedad dentro de unos parámetros de normalidad. Sin embargo, si además de esa
causa poco controlable, es consciente de que come muchos alimentos grasos, fuma su
cajetilla diaria, lleva una vida muy sedentaria, se implica en su trabajo y en todas sus
acciones con tal intensidad, dedicación e incluso desasosiego, que llega a experimentar
niveles altos y sostenidos de estrés, o que no dedica el tiempo necesario al descanso o a
las relaciones sociales, podrá llevar a cabo una serie de cambios en su vida que
favorecerán su bienestar físico y psicológico, consiguiendo poner también su presión
arterial bajo control.
Así, aunque estemos ante una enfermedad multideterminada, en cuyo origen pueden
intervenir tanto factores no controlables por la persona, como otros sobre los que sí se
puede ejercer mayor control, es importante destacar estos últimos para favorecer las
conductas de prevención y, en caso de padecer la enfermedad, una mejor recuperación y
ajuste a la misma.
De esta forma, creer que nuestra manera de pensar, sentir y actuar afecta a nuestra
salud favorece un afrontamiento más activo encaminado tanto a la prevención de la
hipertensión como también a la recuperación en caso de padecerla, al promover la
adherencia al tratamiento, no sólo farmacológico sino relacionado con los cambios en el
estilo de vida, necesarios para controlar este factor de riesgo tan importante para otras
enfermedades cardiovasculares más dramáticas en sus consecuencias.
3.2. Optimismo
71
obtener buenos resultados en la vida (Scheier, Carver y Bridges, 1994), es decir, las
personas con altas puntuaciones en optimismo disposicional esperan, en general, que las
cosas les vayan bien. El optimismo disposicional se diferencia del optimismo situacional
en que este último se refiere a la expectativa de que las cosas van a ir bien en una
situación particular. En este apartado nosotros nos vamos a centrar en el optimismo
disposicional, ya que es el que más investigación ha generado, aunque para abreviar nos
referiremos a optimismo sin más.
La escala que más se utiliza para la medida del optimismo es el LOT-R, acrónimo de
Life Orientation Test-Revised, que fue desarrollada por Scheier y colaboradores en 1994.
Consta de 10 ítems, 6 que miden optimismo verdaderamente (por ejemplo, "en
momentos de incertidumbre suelo esperar que ocurra lo mejor", "siempre soy optimista
acerca de mi futuro" o "en general, espero que ocurran más cosas buenas que malas") y
4 de control que se incluyen para despistar sobre el objeto de la medida.
Los estudios realizados indican que los optimistas, con respecto a los pesimistas, tienen
mejor salud tanto en el plano psicológico como en el físico. En relación con el bienestar
psicológico, los estudios encuentran que los optimistas informan de más emociones
positivas y menos negativas que los pesimistas incluso en situaciones difíciles o de
elevado estrés, cuando es esperable que las emociones negativas se incrementen (Carver,
Scheier, Miller y Fulford, 2009; Carver, Scheier y Segerstrom, 2010). Este hecho se ha
constatado en distintos estudios con muestras muy diversas, como mujeres que han
sufrido un aborto o una fertilización in vitro fallida, con cáncer de mama, varones con
cáncer de próstata o sometidos a una intervención de bypass de arterias coronarias o
personas con VIH (virus de inmunodeficiencia humana) o SIDA (síndrome de
inmunodeficiencia adquirida). En todos los estudios realizados los resultados obtenidos
son sistemáticos, mostrando que las personas optimistas, respecto a las pesimistas,
informan de menos emociones y cogniciones negativas (como hostilidad, ansiedad y
72
depresión) y de más positivas (como felicidad o satisfacción vital).
La gran mayoría de los estudios sobre el bienestar psicológico informado por los
optimistas se ha realizado en el contexto de la salud, es decir, con muestras de personas
que en el momento de la recogida de datos tenían algún problema de salud o alguna
enfermedad crónica, sin embargo, en los estudios realizados en el contexto educativo en
etapas consideradas muy estresantes, como el inicio del bachillerato o la universidad,
también se han obtenido resultados en la misma línea. Así, se ha encontrado que los
estudiantes optimistas durante y al final del primer semestre del primer año de
bachillerato informaban de menores niveles de estrés, depresión y soledad. De la misma
manera, estudiantes universitarios optimistas en el comienzo de sus carreras
desarrollaban menos síntomas de ansiedad y depresión (ver Sanjuán y Pérez-García,
2003, para una revisión).
Pero el optimismo no sólo se relaciona con bienestar psicológico, sino que también se
vincula con una mejor salud física, tal como hemos indicado. Diferentes estudios han
mostrado que los optimistas informan de menos síntomas físicos incluso en períodos de
gran estrés, cuando es habitual que estos síntomas aparezcan (Sanjuán y Magallares,
2006a). Dado que los datos sobre síntomas informados pueden estar sesgados, debido a
que la propia positividad de los optimistas les puede llevar a informar de menos síntomas
de los que objetivamente padecen, se han realizado otras investigaciones que han
analizado índices objetivos y que han encontrado igualmente que el optimismo es un
predictor significativo de distintos índices objetivos de salud después de controlar el
efecto de diferentes factores sociodemográficos y psicosociales de riesgo (Rasmussen,
Scheier y Greenhouse, 2009). En uno de los estudios más emblemáticos, llevado a cabo
por Scheier y colaboradores (1989), los varones optimistas que fueron sometidos a una
cirugía de bypass de arterias coronarias, con respecto a los pesimistas, presentaron
menos ondas Q, registradas mediante electrocardiograma, y menos enzimas AST y CPK
en sangre, que se consideran indicios objetivos de menor probabilidad de presentar un
infarto de miocardio durante la intervención. Inmediatamente después de la intervención,
los optimistas mostraron más rápidos signos de recuperación que los pesimistas, pues,
por ejemplo, comenzaron a caminar solos mucho antes que los pesimistas.
Los diferentes estudios realizados han puesto de manifiesto que el hecho de que los
optimistas consigan mejores resultados, como mejor bienestar psicológico y salud, no se
debe simplemente a que son personas positivas y alegres, sino a que afrontan de manera
más efectiva los problemas con los que se van encontrando. Cuando surgen los
inevitables impedimentos en el proceso de consecución de las metas que persiguen, los
optimistas siguen considerando que las metas pueden llegar a ser logradas, mientras que
73
los pesimistas creen que el alcance de las metas deja de ser posible. Debido a esta
creencia los optimistas continúan esforzándose por conseguir la meta que desean,
mientras que los pesimistas no lo hacen. Este hecho se traduce en que los optimistas
utilizan, en mayor medida que los pesimistas, estrategias dirigidas a la solución directa de
los problemas, sobre todo cuando valoran la situación como controlable, es decir, cuando
creen que pueden hacer algo por cambiar la situación problemática. Cuando las
situaciones son incontrolables, los optimistas emplean más las estrategias de
afrontamiento consideradas más adaptativas, lo que les permite tener ventaja en las
situaciones que no se pueden cambiar. Tal como hemos expuesto previamente, las
estrategias más adaptativas cuando la situación es incontrolable o irresoluble, puesto que
protegen en mayor medida del malestar emocional producido por la situación
problemática, son la reevaluación positiva, la aceptación de la realidad, la búsqueda del
lado positivo de la situación o el uso del humor, que son precisamente las que emplean
predominantemente los optimistas. Por el contrario, los pesimistas tienden a emplear
estrategias de escape o evitación, a desimplicarse de las metas que son interferidas por el
estresor, o las que se centran en la negación del problema, que tal como se ha expuesto,
son las que más se asocian con el malestar psicológico. Estos resultados son bastante
consistentes, puesto que se han encontrado empleando diferentes medidas de optimismo
y afrontamiento, en distintas poblaciones y ante diversas situaciones problemáticas,
fundamentalmente padecer enfermedades como cáncer o SIDA, o someterse a cirugía,
pero también ante situaciones estresantes en el contexto educativo (Carver et al., 2009,
2010; Solberg Nes y Segerstrom, 2006).
El patrón de afrontamiento que emplean los optimistas tiene también otras ventajas.
Por una parte, minimiza las posibilidades de sentir malestar y maximiza las de sentirse
74
bien. Por otra parte, promueve el desarrollo de conocimiento procedural tanto del
afrontamiento como de la resolución de problemas. Uno de los beneficios de enfrentarse
al problema activamente y no evitarlo, es que se obtiene información sobre el problema o
situación, aunque el resultado no sea exitoso. Si un problema no responde a los esfuerzos
realizados, se aprende que ciertos tipos de soluciones no son adecuados para el tipo de
problema en particular. Por último, habría que señalar que se podría hablar de la profecía
autocumplida, ya que el hecho de esforzarse para solucionar los problemas hace que los
resuelvan en muchas ocasiones, lo que mantiene su creencia en los buenos resultados
futuros.
Algunos estudios también han comprobado que los optimistas no sólo se limitan a
responder ante la adversidad o a enfrentarse a los problemas que se les plantean, sino
que emplean un afrontamiento proactivo con el fin de promover el bienestar, es decir,
dan pasos para asegurarse buenos resultados en el futuro, para adelantarse a las posibles
situaciones problemáticas. Algunas de las maneras en que lo hacen es incrementando sus
conocimientos (por ejemplo, sobre los riesgos coronarios) o realizando conductas de
promoción del bienestar y la salud (como comer de forma saludable, hacer ejercicio
físico o practicar sexo seguro). No obstante, también hay que aclarar que los optimistas
atienden a los riesgos, pero lo hacen de forma selectiva, pues sólo se focalizan en
aquellos riesgos o amenazas que les son aplicables. De esta manera, si el riesgo potencial
es bajo o es muy improbable que les pueda ocurrir a ellos, su vigilancia no es elevada
(Carver et al., 2009, 2010; Solberg Nes y Segerstrom, 2006). Cuando existe una
amenaza real o relevante para el self, el hecho de ser optimista facilita el procesamiento
de la información negativa o de riesgo para la salud. Aspinwall y colaboradores
(Aspinwall, Richter y Hoffman, 2001) describen un estudio realizado con la finalidad de
comprobar esta idea, en el que se daba información sobre los riesgos y beneficios, tanto
médicos como estéticos, de exponerse a los efectos de los rayos UV (ultravioleta). Esta
información la exponían en dos condiciones, la de amenaza próxima y la de amenaza
lejana. En la condición de amenaza próxima, junto con la información sobre riesgos y
beneficios, se les decía que la edad media de las pacientes con melanoma era de 25 años,
mientras que en la condición de amenaza lejana, se indicaba que esta edad era de 55
años. La edad marcó la diferencia de las amenazas, puesto que la muestra estaba
compuesta por mujeres jóvenes que tenían en tomo a 25 años. Lo que encontraron es
que en la condición de amenaza próxima las mujeres optimistas, con respecto a las
pesimistas, presentaron más pensamientos consistentes con la información de riesgo (y
no pensamientos con argumentos en contra) y cómo esta información se relacionaba con
ellas, mientras que en la otra condición, los resultados fueron en la dirección opuesta.
75
Algunos autores han centrado el estudio del optimismo en términos de estilo explicativo,
denominándolo como estilo explicativo optimista. Optimismo y estilo explicativo
optimista son conceptualmente diferentes. Tal como hemos visto, el optimismo es una
expectativa generalizada de obtener buenos resultados en la vida, y como expectativa que
es, se refiere a sucesos no ocurridos todavía, aunque sí esperados. El estilo explicativo
optimista hace alusión a una tendencia a explicar los sucesos negativos mediante causas
externas (algo ajeno al individuo), inestables (que no perduran en el tiempo) y específicas
(aplicables sólo a la situación concreta). Por tanto, se refiere a la manera en que se
explican los sucesos negativos ya ocurridos. El polo opuesto del estilo explicativo
optimista es el estilo pesimista, que se refiere a la tendencia a explicar los sucesos
negativos mediante causas internas (del propio individuo), estables (que perduran en el
tiempo) y globales (que afectan a diferentes áreas y situaciones distintas). Ya que las
personas con un estilo explicativo optimista consideran que los sucesos negativos que les
ocurren se deben a causas ajenas a ellos mismos, que no perduran en el tiempo y que
sólo tienen efecto en una situación concreta es de esperar, y así se ha encontrado, tal
como veremos posteriormente, que estas personas muestren mayor bienestar que
aquellas que tienen un estilo explicativo pesimista, que creen que la ocurrencia de sucesos
negativos se debe a ellos mismos y que aquello que está produciendo el suceso negativo
se va a mantener en el tiempo y en distintas situaciones.
Las relaciones entre optimismo y estilo explicativo optimista se han analizado muy
escasamente, y además, con resultados discrepantes, pues algunos estudios muestran
correlaciones muy bajas entre ambos constructos (en tomo a 0,2), mientras que otros
obtienen correlaciones considerables (en tomo a 0,8) (Sanjuán y Magallares, 2006b). Las
altas correlaciones entre ambos constructos indicarían que cuanto más optimista es una
persona, más estilo explicativo optimista presentaría y al revés. Sin embargo, dada la
inconsistencia encontrada en los distintos estudios en este patrón de correlaciones no se
puede asegurar que esto sea así.
76
A pesar de que son constructos diferentes y las bajas correlaciones encontradas entre
ellos en algunos estudios, las predicciones que se desprenden de ambos son muy
similares. En este sentido, centrándonos en el bienestar psicológico, estudios tanto
transversales como longitudinales, realizados con muestras de niños, adolescentes o
adultos, han encontrado que las personas con un estilo explicativo optimista presentan
menos síntomas depresivos que los individuos con estilo explicativo pesimista,
acentuándose esta tendencia cuando las personas están sometidas a situaciones
estresantes.
Cuadro 3.2. Algunas situaciones y tipo de escalas del ASQ (adaptado de la versión
española de Sanjuán y Magallares, 2006b)
77
encontrado que las personas con un estilo optimista informaban de menos síntomas de
ansiedad y otras emociones negativas, como hostilidad o afecto negativo en general, que
los pesimistas (ver Sanjuán, 2007 para una revisión).
Uno de los mecanismos que se han propuesto para explicar que los optimistas tengan
mejor salud es que presenten una menor reactividad cardiovascular ante el estrés. Tal
como hemos expuesto previamente, una mayor reactividad crónica ante el estrés puede
producir problemas en el sistema cardiovascular, por lo que se ha sugerido que lo
contrario podría también ser verdad, es decir, que una reactividad menor, mantenida
durante años, tendría efectos protectores sobre la salud (Carver et al., 2010).
78
realización de una tarea, que se conoce que es estresante y produce reactividad
cardiovascular, y que consistía en restar consecutivamente 7 unidades desde 1.500
(Kennedy y Hughes, 2004). En otro estudio participó una muestra de empleados
universitarios sanos (no eran fumadores, no tenían enfermedades crónicas, incluida la
hipertensión arterial, no tenían sobrepeso y no tomaban medicación con efectos
metabólicos o cardiovasculares), de mediana edad y con igual número de varones y
mujeres, a los que se midió de forma ambulatoria su presión sanguínea sistólica y
diastólica durante tres días (dos de ellos laborables y uno no laborable). Con todos los
registros se calcularon promedios y se comprobó que tanto la presión sanguínea sistólica
como la diastólica de los optimistas eran significativamente más bajas que las de los
pesimistas. Además las pocas veces que los más optimistas informaban ánimo negativo,
sus niveles de presión sanguínea ambulatoria eran tan altos como aquellos observados en
los menos optimistas (Ráikk¿jnen, Matthews, Flory, Owens y Gump, 1999).
79
Zitman, Hoekstra y Schouten, 2004).
Aunque los modelos sobre emociones intentan explicarlas en general, la realidad es que la
mayoría se han construido con diferentes emociones negativas como referentes, y por
ello no son totalmente aplicables cuando se trata de entender cómo funcionan las
emociones positivas. De hecho, algunos autores defienden que las emociones negativas y
positivas no son isomórficas, debido fundamentalmente a las discrepancias en lo que
hemos denominado los componentes conductual o motor (la acción o conducta
desencadenada) y fisiológico (la reactividad), que la mayoría de las emociones negativas
llevan asociados, y que sin embargo no se presentan en la mayoría de las emociones
positivas.
La teoría más actual, comprensiva y explicativa sobre las emociones positivas, y que
además está recibiendo gran cantidad de apoyo empírico, es la defendida por Barbara
Fredrickson (2000, 2001). Esta autora, en relación con el componente conductual o
motor, hace notar que las acciones asociadas con las emociones positivas son más vagas
e inespecíficas que aquellas que se asocian con una gran parte de las emociones
negativas. Verdaderamente, las acciones desencadenadas por las emociones positivas no
son físicas, sino que serían más bien tendencias de pensamientos-acción. Por ejemplo, la
alegría se vincula con una activación libre o no dirigida, la serenidad con inactividad y el
interés o curiosidad con atención.
A diferencia de una gran parte de las emociones negativas que, como hemos
expuesto, se asocian con amenazas, y que requieren por ello de acciones rápidas y muy
específicas, las positivas no están asociadas a situaciones amenazantes. Pueden ocurrir
en situaciones adversas, pero el contexto típico de este tipo de emociones no es el de una
situación amenazante, y por tanto no restringen el repertorio de acciones, sino que
amplían momentáneamente el repertorio de pensamientos-acción. A su vez, esta
ampliación permite la construcción de una gran variedad de recursos personales de
carácter más duradero. Por ejemplo, el interés es una emoción positiva que lleva a
explorar el ambiente, que a largo plazo puede facilitar la adquisición de conocimientos y
habilidades cognitivas. Por ello, el carácter adaptativo de las emociones positivas se
80
puede apreciar más a largo plazo, cuando los recursos personales que han permitido
desarrollar se empleen en el momento y situación en que sean necesarios.
Las hipótesis propuestas por Barbara Fredrickson (2001) sobre el hecho de que las
emociones positivas permiten ampliar el repertorio de pensamientos y acción, y la
creación y desarrollo de recursos personales han recibido bastante apoyo empírico. Por
ejemplo, en el laboratorio se ha mostrado que las emociones positivas inducidas, en
comparación con las neutras y negativas, ampliaban más el campo de atención visual, el
repertorio de acciones propuestas, así como los pensamientos y acciones creativos. De la
misma manera, incrementaban la apertura a nuevas experiencias, y se asociaban con
metas más flexibles y la tendencia a estar abierto a nuevas amistades. En relación con la
construcción de recursos, se ha encontrado que la experiencia de emociones positivas
también se asocia con mejores relaciones interpersonales y empleo de estrategias de
afrontamiento más efectivas (Lyubomirsky, King y Diener, 2005). En estudios de
laboratorio también se ha probado que las emociones positivas, inducidas a través de
actividades e intervenciones apropiadas, incrementan las relaciones interpersonales
positivas, el sentido de competencia personal y la resiliencia, entendida como la
capacidad para afrontar de forma efectiva las situaciones difíciles y de mostrar
flexibilidad en la adaptación a las demandas externas (Cohn, Fredrickson, Brown, Mikels
y Conway, 2009; Fredrickson, Cohn, Coffey, Pek y Finkel, 2008).
Por otra parte, y en relación con el componente fisiológico, las emociones positivas
se caracterizan por una falta de reactividad autonómica. Estas dos características serían
implicación una de la otra, es decir, como no preparan para acciones específicas,
tampoco tiene que desarrollarse ningún patrón particular de reactividad autonómica.
81
contrarrestar la exagerada reactividad fisiológica producida por las emociones negativas.
En la actualidad existen diversos estudios que han permitido comprobar que las
emociones positivas pueden contrarrestar los efectos nocivos de las emociones negativas.
En concreto, se ha encontrado que las emociones positivas facilitan la recuperación de
los niveles cardiovasculares de línea base después de la activación provocada por las
emociones negativas (Fredrickson, Mancuso, Branigan y Tugade, 2000). Este hecho es
muy importante, puesto que, tal como hemos expuesto, la duración de las respuestas de
estrés cardiovascular desempeña un rol central en el deterioro de la salud. En el estudio
de Frederickson y colaboradores (2000) se comenzaba con un período de preparación,
que duraba 60 segundos, para una tarea consistente en una exposición oral en público de
3 minutos de duración. Esta tarea se sabe que induce ansiedad y, por tanto, incrementa la
frecuencia cardiaca así como la presión sanguínea. En este contexto, asignaron a los
participantes, de forma aleatoria, a ver una de 4 películas, que inducían diferentes
emociones positivas (como disfrute y satisfacción), negativas (como tristeza) o estados
neutros. Estas emociones concretas se eligieron porque se conoce que no se asocian con
reactividad cardiovascular. Además del registro de las medidas fisiológicas, los parti
cipantes también informaban de las emociones que sentían durante la tarea.
Los resultados de este estudio y otros similares permiten sugerir que las emociones
positivas pueden tener un rol protector, ya que la reactividad prolongada de forma
82
continuada puede llevar a problemas cardiovasculares.
83
que constituye la primera línea de defensa contra las enfermedades (ver Sanjuán y
Pérez-García, 2003 para una revisión). Esta asociación entre emociones positivas y
refuerzo del sistema inmunológico sería otro de los mecanismos que permitiría explicar la
relación de estas emociones con una buena salud.
Por otra parte, el efecto beneficioso sobre la salud de las emociones positivas podría
deberse a que amplían el repertorio de pensamientos y acciones del individuo, lo que, a
su vez, permite conseguir o incrementar diferentes recursos personales, más duraderos
que las emociones, y que son necesarios para poder lograr diferentes objetivos, incluido
el mantenimiento de la salud (Fredrickson, 2001). Tal como hemos señalado, la
experiencia de emociones positivas se asocia con mejores relaciones interpersonales, el
empleo de estrategias de afrontamiento más efectivas e incrementos del sentido de
competencia personal (Cohn et al., 2009; Fredrickson et al., 2008; Lyubomirsky et al.,
2005). Es preciso destacar que todos estos recursos que son propiciados por la
experiencia de emociones positivas tienen, a su vez, efectos positivos sobre la salud. En
este sentido, el apoyo social tiene un rol importante tanto en el mantenimiento de la salud
como en la recuperación, las estrategias de afrontamiento también desempeñan un papel
esencial en el control de las consecuencias emocionales negativas derivadas del ajuste a la
enfermedad y el sentido de competencia es un factor relevante tanto para un adecuado
ajuste a la enfermedad como para la recuperación de la misma (Pérez-García, 2011).
Los estudios que se centran en personas sanas son muy consistentes en mostrar que
las emociones positivas pueden predecir la longevidad (Xu y Roberts, 2010). Sin
embargo, y aunque los resultados obtenidos a partir de muestras de personas enfermas
no son tan consistentes, algunos estudios también han mostrado que estas emociones
positivas se asocian con disminución de la tasa de mortalidad en distintos colectivos de
enfermos. Por ejemplo, se ha encontrado que el afecto positivo se asocia con menor
riesgo de mortalidad entre personas con SIDA después de controlar otras medidas de
progresión de la enfermedad (como células CD4, microglobulina R2, antígeno P24 o el
uso de antiretrovirales) (Moskowitz, 2003).
84
En el estudio de Wiest y colaboradores (2011) se encontró que el efecto beneficioso
de las emociones positivas sobre la tasa de mortalidad se mantenía después de controlar
el efecto de la propia salud física. Además, los participantes más mayores (65 años o
más) con altos niveles de afecto positivo vivían por más tiempo; sin embargo, entre los
participantes más jóvenes (entre 40 y 64 años) el afecto positivo no tenía efecto en la
tasa de mortalidad. Los autores sugieren que las emociones positivas son especialmente
importantes en edades avanzadas, cuando el riesgo de enfermedad y mortalidad se
incrementan y el funcionamiento endocrino e inmunológico es más deficiente.
Uno de los estudios llevados a cabo partió de una muestra de más de 2.500 personas,
que tenían una edad media de 72 años, y de las cuales el 52% eran mujeres y el 33%
estaba en tratamiento para la hipertensión (Ostir, Berges, Markides y Ottenbacher, 2006).
Además de evaluar las emociones positivas que experimentaban los participantes,
también se les midió la presión sanguínea después de permanecer sentados durante 5
minutos. Se emplearon como covariables medidas sociodemográficas (como edad, sexo,
estatus marital y años de educación), conductas de salud (como consumo de alcohol y
tabaco) y algunas medidas clínicas (como índice de masa corporal, síntomas depresivos y
autoinforme de diabetes).
Los resultados mostraron que, después de controlar todos los covariantes, entre los
participantes que no seguían tratamiento hipertensivo (67%), cuantas más emociones
positivas informaban tenían menor probabilidad de mostrar alta presión sanguínea
sistólica y diastólica. Entre aquellos que estaban en tratamiento el efecto sólo se encontró
para la presión diastólica. Cálculos adicionales permitieron estimar que entre los
individuos que no seguían tratamiento hipertensivo, por cada unidad de incremento en
85
emociones positivas, la probabilidad de tener alta presión sanguínea se reducía en un 9%
después de controlar todos los covariantes, mientras que entre aquellos que tomaban
medicación esta probabilidad era del 3%. A partir de estos resultados los autores sugieren
que los tratamientos no farmacológicos deberían incluir componentes dirigidos a
incrementar las emociones positivas.
86
4.Valorativo (información relevante para la autoevaluación o las comparaciones
sociales, excluyendo cualquier aspecto afectivo que pudiera acompañar a esta
información, en cuyo caso se trataría de apoyo emocional).
Cuando hablamos de la función del apoyo aún podemos distinguir entre el apoyo
recibido y la satisfacción con dicho apoyo, porque en definitiva, un aspecto
especialmente relevante es la percepción que la persona tiene del mismo.
Así, el apoyo percibido se entiende como la valoración subjetiva del grado de ajuste
entre la cantidad y tipo de apoyo necesitado y la cantidad y tipo de apoyo disponible, así
como del grado en que uno cree que el apoyo estaría disponible si lo necesitara (Lett et
al., 2005).
Hay muy diversos instrumentos para medir el apoyo social, aunque aquí nos
referiremos como ejemplo a la subescala de Apoyo Social del Cuestionario de Calidad de
Vida (Ruiz y Baca, 1993), con 8 ítems dirigidos a medir el tipo de relaciones establecidas
con la familia y los amigos, así como el nivel de satisfacción con el apoyo recibido (ver
cuadro 3.4).
Cuadro 3.4. Subescala de Apoyo Social de la Escala de Calidad de Vida (Ruiz y Baca,
1993)
87
En definitiva se trata de conocer si la persona tiene una red de apoyo (estructura), si
esta red le cubre sus necesidades (función) y si está realmente satisfecho con el apoyo
que recibe (percepción). No tener personas a las que recurrir en caso de necesidad se
identifica como aislamiento social y se considera un factor de riesgo para la salud. Por
ejemplo, las personas que están aisladas o desconectadas de los demás están en un riesgo
mayor de morir de forma prematura por enfermedades cardiovasculares. Además, la falta
de apoyo social lleva a un peor pronóstico en las personas con manifestaciones clínicas
de enfermedad cardiovascular (Barth et al., 2010).
1.El apoyo social disminuye las influencias negativas del estrés, lo que afectaría a la
reactividad fisiológica que se produce ante el mismo.
88
tema controvertido con otra persona que mantenía posturas contrarias) estando también
presente una persona desconocida que apoyaba (miraba a los ojos al sujeto y ratificaba
con la cabeza sus opiniones), que cuando esa tarea se realizaba sin el apoyo de esta
persona (en estos ensayos, esa tercera persona se sentaba pasivamente). Estos resultados
apoyan el papel beneficioso del apoyo en situaciones sociales de conflicto interpersonal.
No obstante, se ha encontrado también en otro estudio de laboratorio que contar con el
apoyo durante la tarea de un amigo ambivalente o poco claro llevaba a mayor presión
sanguínea sistólica que cuando se percibía que el amigo apoyaba sin reservas (Reblin,
Uchino y Smith, 2010), lo que nos lleva a confirmar la importancia de la calidad de las
relaciones interpersonales, que pueden, en caso de ser malas, tener peores
consecuencias.
Por otra parte, el efecto positivo del apoyo social encontrado en el laboratorio
también se ha obtenido en estudios con más validez ecológica o proximidad a las
situaciones de la vida real, como los que realizan registros ambulatorios de presión
sanguínea cuando la persona se encuentra realizando sus actividades cotidianas. O, por
ejemplo, cuando se ha analizado el efecto de un estresor real, como el desempleo, donde
los altos niveles de apoyo parecen proteger a las personas de ciertas consecuencias
fisiológicas que sí se producen en desempleados con bajo apoyo.
Por lo que respecta a la segunda vía indicada, las redes sociales (familia, amigos,
grupos de apoyo) proporcionan experiencias positivas de forma regular, recompensas
sociales, información adecuada, lo que da a la persona afecto positivo, sentido de
estabilidad y reconocimiento de valía personal. Todos estos aspectos son especialmente
relevantes en el cambio de hábitos de conducta. Así, en el caso de la conducta de fumar
se ha encontrado un mayor cambio y mantenimiento del mismo cuando se consigue
animar a un gran número de personas a abandonar simultáneamente, de forma que el
medio social del sujeto se convierte en fuente de apoyo, o contar con el apoyo de la
pareja, moverse entre amigos no fumadores, etc. Asimismo, se ha comprobado la
importancia del apoyo social en el mantenimiento de la reducción de peso, por lo que los
participantes en programas con este objetivo son entrenados en métodos para inducir
apoyo efectivo de sus familiares, amigos y compañeros de trabajo. En general, el apoyo
favorece la adherencia al tratamiento (en dieta, medicación y ejercicio físico) necesario
para la recuperación y la prevención de consecuencias futuras derivadas de factores de
89
riesgo no debidamente controlados.
Por un lado, podemos hablar de los estudios que analizan el efecto de la fuente de apoyo,
y por otro, de los que se centran específicamente en la enfermedad (ver Pérez-García,
2011, para una revisión).
También hay servicios de apoyo que ayudan a los pacientes a tratar con problemas
específicos (por ejemplo, asociaciones de enfermos de cáncer, de postinfartados, de
alcohólicos anónimos, de padres de niños discapacitados...). El balance en términos
generales parece positivo aunque depende, entre otros factores, del tipo de problema, de
las características personales de los implicados en el problema o del apoyo de la familia y
amigos.
90
El apoyo social se ha estudiado especialmente en la etiología y pronóstico de las
enfermedades cardiovasculares. En cuanto a la etiología, hay algunos estudios que
relacionan la baja percepción de apoyo social con el padecimiento a medio-largo plazo de
ECV en muestras inicialmente sanas, aunque la evidencia en este caso es menor que en
el caso del peor pronóstico en personas que ya tienen la enfermedad (Barth et al., 2010).
Así, la falta de apoyo se ha asociado con un pronóstico más adverso en estos pacientes,
y presentan mayor malestar psicológico, más sínto mas cardiacos, menos satisfacción
vital, mayor número de acontecimientos vitales negativos, menos supervivencia a largo
plazo, índices de mortalidad más altos y un afrontamiento menos adaptativo.
En el caso del sexo, hay resultados que informan de que, aunque las mujeres
generalmente informan más contactos sociales y una mayor satisfacción con las
relaciones que los hombres, éstos, sin embargo, se benefician más del apoyo social. Así,
algunos estudios muestran que las mujeres, después de sufrir una enfermedad
cardiovascular, asumen antes sus responsabilidades y actividades en el hogar, mientras
que en el caso de los hombres tardan más en retomar esa carga que es llevada por sus
parejas, lo mismo que su cuidado y atención hasta que se recuperan. De la misma forma,
parece que la mujer se ve más afectada por la calidad de las relaciones, y muestra más
beneficios si se siente realmente querida y cuidada, pero también más consecuencias
negativas si el apoyo no es el que necesita y valora satisfactoriamente.
91
un ajuste más adaptativo y esto contribuía a una mayor satisfacción (Pérez-García, Ruiz,
Sanjuán y Rueda, 2011). El sexo, junto con el apoyo social, son dos factores fundamen
tales a tener en cuenta en el pronóstico de los pacientes con enfermedades crónicas,
como es el caso de las enfermedades cardiovasculares.
Por lo que respecta a la personalidad, habría que decir que no todas las personas
quieren o se benefician de ciertos tipos de apoyo, ni todas las personas van a sentir
malestar si no tienen un buen apoyo. Aunque la visión tradicional de apoyo es el de una
característica más propia del entorno social, evidencias más recientes sugieren que puede
ser considerado también como una característica de la persona, dado que las
percepciones de apoyo social son estables a lo largo del tiempo y consistentes a lo largo
de las situaciones, y de que, además, las personas difieren en la búsqueda que hacen del
mismo y en la percepción de satisfacción con el mismo (Lett y col., 2005). De la misma
manera, el apoyo puede verse afectado por las características de las personas. Así, por
ejemplo, la hostilidad, tanto del donante como del receptor del apoyo, puede aminorar los
efectos beneficiosos de las transacciones de ayuda en momentos de estrés
(HoltLundstad, Smith y Uchino, 2008).
Preguntas de autoevaluación
1.Los estudios realizados muestran que los optimistas, con respecto a los pesimistas:
92
oa) Muestran una reactividad cardiovascular ante el estrés menor.
2.De los estudios realizados hasta la fecha se desprende que el estilo explicativo
optimista:
oa) No sirven para reducir la activación fisiológica cuando las personas interactúan
unas con otras.
4.Pensar que uno tiene control sobre aspectos modificables relacionados con su
enfermedad:
5.Las investigaciones que muestran el papel beneficioso del apoyo social en relación con
las enfermedades cardiovasculares son especialmente significativas cuando:
93
94
95
96
97
Un aspecto que resulta fundamental para conseguir un ajuste adecuado, tanto de la
enfermedad crónica en general como de la hipertensión en particular, es que el paciente
aprenda a manejar su enfermedad de la forma más autónoma posible. Para poder
fomentar este tipo de cuidado es necesario, por un lado, que el paciente hipertenso
disponga de una mayor información acerca de su enfermedad, asuma un rol más activo
en el planteamiento de objetivos y en la toma de decisiones, y se responsabilice de llevar
a cabo los cambios necesarios en su estilo de vida y la adherencia al tratamiento
farmacológico. Por otro lado, es preciso que se establezca una relación de colaboración y
una adecuada comunicación entre el paciente (y si fuera necesario también su familia) y
los distintos miembros del equipo de profesionales de la salud que le atienden, ya sea el
médico, el personal de enfermería, el psicólogo, el trabajador social, etc.
Para poder trabajar de forma cooperativa con el paciente, con el fin de facilitarle la
información, las habilidades y la confianza necesarias para que pueda hacerse cargo por
sí mismo de su hipertensión, se requiere que todo el equipo de profesionales que le
atiende conozca y sepa poner en marcha las pautas que esta forma de cuidado requiere.
No obstante es conveniente indicar que para abordar de una forma más sistemática y
completa los diferentes aspectos psicológicos que de manera ineludible entran en juego a
la hora de manejar la hipertensión, es necesario llevar a cabo una intervención psicológica
especializada en el tratamiento de la enfermedad crónica y en la modificación de los
estilos de vida de estos pacientes.
98
proporcionar una buena atención médica, debe cubrir también otra serie de aspectos
como son: la creación de un vínculo de confianza entre el paciente y el profesional que le
atiende; la consideración de los valores, las necesidades y las preferencias del paciente; y
el interés por trabajar con él de una forma más colaboradora motivándole a que participe
y asuma un mayor compromiso en los objetivos y en la realización de acciones dirigidas
al tratamiento de su hipertensión.
El foco de atención desde un punto de vista relacional, por tanto, no ha de ser sólo la
hipertensión, sino la persona que tiene hipertensión y que entra en contacto con un
equipo de profesionales de la salud para que la ayuden. En este sentido se podría decir
que la relación entre el paciente y el profesional de la salud habría de estar dirigida a
conseguir los siguientes objetivos:
99
La relación de colaboración implica también definir una posición de mayor simetría
entre el paciente y el profesional de la salud, asumiendo que los roles de ambos son
diferentes. La intervención del profesional habrá de estar orientada a: guiar, acompañar y
motivar al paciente; promover que éste adopte un papel más activo en la toma de
decisiones; y negociar con él qué opciones relacionadas con el tratamiento, la medicación
o las posibles conductas de salud son las más convenientes para poner en marcha,
teniendo en cuenta que dichas opciones sean válidas y relevantes para el paciente y se
crea capaz de llevarlas a cabo.
-Si le parece, vamos a llevar a cabo una evaluación más completa de su estado de
salud para poder valorar si tiene algún otro problema de salud o no, y así saber
mejor por dónde empezar.
4.1.2. Ayudar al paciente teniendo en cuenta sus valores, necesidades y la manera en que
le está afectando el hecho de padecer hipertensión
Otro de los objetivos que debe alcanzar la relación que se establezca entre el paciente
hipertenso y los profesionales de la salud que le atienden es el de conocer y explorar con
mayor profundidad otra serie de elementos asociados con la forma de pensar, sentir y
actuar del paciente, con sus valores y con el entorno familiar y social que le rodea. Estos
factores van a influir en gran medida en la manera en que el paciente afronte su
hipertensión y en el grado de ajuste que consiga tener.
100
a que exprese cuáles son sus necesidades (por ejemplo, "disponer de más tiempo
diariamente para hacer ejercicio", "discutir menos con mi hijo y poder estar más
tranquilo"); sus sentimientos y emociones ("me siento un poco desorientado porque veo
que el medicamento que tomo para la tensión no me hace nada"), y los aspectos de su
vida que en ese momento son para él importantes (por ejemplo, "ver a mis nietos
crecer") o problemáticos (por ejemplo, "mi marido está en paro y no dispongo de mucho
dinero para hacer la compra"). Es preciso también que el profesional de la salud valore
qué sabe el paciente sobre la hipertensión y su tratamiento, y qué le puede preocupar
acerca del hecho de padecerla (por ejemplo, "me preocupa el llegar a tener un infarto
cerebral debido a la hipertensión").
101
Paciente: Me está costando mucho dejar de fumar. Llevo fumando desde que
tenía 20 años.
Profesional de la salud: Sí, tiene que ser duro para usted dejar de fumar
cuando ha estado tanto tiempo haciéndolo.
O bien:
Paciente: Comer con tan poca sal, la verdad es que no me gusta. Tengo que
hacer un esfuerzo para hacerlo.
102
El hecho de promover la responsabilidad y la autonomía del paciente en el manejo de su
hipertensión, a través de una relación de colaboración con el profesional de la salud,
significa considerar al paciente como una persona capaz de elegir y de actuar en función
de sus preferencias, sus valores, sus creencias personales y sus intereses; y capaz
también de implicarse y responsabilizarse de las acciones y de los cambios que tenga que
llevar a cabo para conseguir un buen manejo de su enfermedad. Se reconoce de esta
manera el papel central y el control que el paciente puede tener sobre el cuidado de su
hipertensión, considerándole al mismo tiempo como un interlocutor válido con el cual el
equipo de profesionales va a poder cooperar y negociar.
-"Le estoy sugiriendo que podría intentar comer un poco más de legumbres, verdura
o pescado cuando come fuera de casa, porque esos alimentos le van a ayudar a
controlar mejor su hipertensión y van a hacer que su alimentación sea más sana.
¿Cómo lo ve? Realmente es usted quien tiene que valorar si esto le compensa y
decidir si lo quiere hacer o no."
-"No podemos decir que exista una manera única de comenzar a hacer ejercicio que
le vaya bien a todo el mundo. Le puedo comentar algunas estrategias que han
utilizado otras personas y que les han sido útiles. Mire a ver cuál de estas
opciones podría ser de más ayuda para usted."
-"Creo que hay diferentes cosas que podemos plantear y que pueden sernos de ayuda
para intentar controlar su tensión. Si le parece, primero se las voy a comentar
diciéndole de qué manera creo que le pueden beneficiar. A continuación me
gustaría que me dijera su opinión y si piensa que puede intentar hacer alguna de
ellas. O si por el contrario cree que esas alternativas realmente no le van a ser de
ayuda, o no se siente capaz de llevarlas a cabo."
Una buena comunicación con el paciente hipertenso constituye un elemento esencial para
potenciar su nivel de bienestar psicológico. Diferentes estudios (Charles, Gafni y Whelan,
103
2000; Denham et al., 2008; Thorne, Harris, Mahoney, Con y McGuinness, 2004) han
puesto de manifiesto que la habilidad del profesional de la salud para comunicarse
adecuadamente con el paciente favorece el proceso de toma de decisiones de forma
conjunta, la realización de conductas de autocuidado y la efectividad de las medidas
terapéuticas. Estos elementos van a contribuir a que el paciente, por una parte, se sienta
más satisfecho con la relación y la atención recibida por el profesional de la salud, y por
otra, pueda adaptarse mejor al hecho de tener hipertensión.
Una buena comunicación (ver cuadro 4.1) facilita también que el paciente pueda
entender mejor qué es lo que le sucede y disminuye la probabilidad de que se produzcan
equívocos o fallos en la comprensión entre el profesional de la salud y el paciente.
104
Tres habilidades básicas con las que el profesional de la salud tiene que contar para
poder conseguir comunicarse de forma adecuada con el paciente son: saber escuchar,
saber preguntar y saber informar.
Un componente básico en este tipo de escucha es, por tanto, darse cuenta de lo que
el paciente está realmente comunicando tanto a nivel verbal como no verbal (por
ejemplo, qué tono emplea cuando habla, cómo es su expresión facial o corporal, hacia
105
dónde dirige la mirada, etc.), y validar con calidez lo que haya dicho y la emoción que
haya sentido.
Una forma de validar lo que el paciente exprese, contrastando al mismo tiempo con él
si lo que quería decir es lo que el profesional de la salud ha entendido, es mediante la
utilización del reflejo. El reflejo consiste en repetir al paciente aquello que haya
comunicado teniendo en cuenta el contenido verbal y el emocional. A partir de esta
devolución el paciente podrá confirmar si el mensaje que ha entendido el profesional de
la salud es correcto o no, o si habría que matizarlo de alguna manera. Por ejemplo:
Paciente: ¡Cómo voy a estar! Tengo hipertensión, mi hijo se ha separado hace nada,
está en paro y tiene un niño pequeño. Para mí es demasiado.
Profesional de la salud: Se siente agobiado. Por un lado tiene hipertensión y por otro
lado está lo de su hijo: está en paro, se acaba de separar y tiene un niño pequeño.
Es como si ya no pudiera más.
Mediante el uso del reflejo se evita dar por hecho o imaginar que se sabe lo que le
pasa al paciente sin haberlo confirmado con él. Asimismo se previene interpretar lo que
haya dicho el paciente utilizando la perspectiva del profesional de la salud en lugar del
punto de vista del propio paciente. Por ejemplo:
Paciente: ¡Cómo voy a estar! Tengo hipertensión, mi hijo se ha separado hace nada,
está en paro y tiene un hijo pequeño. Para mí es demasiado.
Profesional de la salud: Es lógico que se sienta tan enfadado. Si su hijo está en paro y
además se ha separado seguro que va a ser una carga más para usted.
Paciente: En fin, y esto de dejar de fumar y de beber menos para controlar la tensión,
no sé muy bien por qué tengo que hacerlo.
106
ejemplo:
También es posible resumir aquello que haya dicho el paciente resaltando los puntos
más importantes y tratando de utilizar sus mismas palabras. El resumen da la oportunidad
al paciente de añadir alguna información nueva, o de corregir algún aspecto que no sea
del todo correcto 0 exacto. Por ejemplo:
Paciente: Sí, pienso que estas cosas me impiden empezar a hacer ejercicio. Pero lo
que no creo es que afecten tanto a la alimentación que llevo.
Estas preguntas, que no pueden ser respondidas de manera breve, permiten que el
paciente pueda expresar su opinión, el conocimiento que tenga sobre los aspectos que
esté tratando con el profesional de la salud o alguna cuestión que sea verdaderamente
importante para él. Constituyen una vía con la que el paciente puede identificar y
explorar mejor qué problemas puede estar teniendo en relación con su hipertensión o
cómo otras facetas de su vida pueden estar incidiendo en la manera con la que está
haciendo frente a su enfermedad. Con estas preguntas además el paciente siente que el
profesional de la salud se interesa por él y le dedica tiempo, fortaleciéndose así la relación
entre ambos.
107
contacto con la forma en que le hace sentir aquello sobre lo cual le estén preguntando,
disminuyendo también la probabilidad de que formule sus propias preguntas o sienta
ganas de hablar.
-¿De qué manera cree que el llevar este tratamiento puede interferirle en el trabajo?
-¿Qué cosas de su vida son las que usted más valora en este momento?
Una vez que el paciente ha respondido a una pregunta abierta, una reacción adecuada
por parte del profesional de la salud es la de aceptar aquello que el paciente haya
manifestado aunque no esté de acuerdo con ello. Si el profesional de la salud interviene
haciendo un comentario que transmita empatía (por ejemplo, "entiendo que comenzar a
hacer dieta en este momento le va a costar trabajo") o le devuelve al paciente el
significado último que puede tener lo que acaba de responder ("quiere decir que
realmente, aun tomando estos medicamentos y comiendo menos, piensa que su tensión
va a continuar estando alta"), está guiando de alguna manera al paciente a que continúe
reflexionando sobre su problema, a que pueda comenzar a tener una mayor motivación
para cambiar determinados comportamientos nocivos y a que sienta que el proceso de
comunicación que está ocurriendo no es algo unidireccional en el que el profesional de la
salud interviene únicamente para obtener la información que necesita para hacer bien su
trabajo.
108
Para facilitar que el paciente tenga una mayor capacidad de decisión en los asuntos
que vaya a tratar con el profesional de la salud durante la consulta, y en especial si dichos
asuntos están relacionados con el cambio en su estilo de vida, ambos pueden establecer
al inicio de la consulta una agenda con los temas que les resulten importantes y que les
gustaría tratar. El profesional de la salud puede proponer diferentes temas para que el
paciente escoja entre ellos; o bien le puede preguntar al paciente sobre qué cuestiones
relativas a su hipertensión o a otro problema que le esté preocupando le gustaría recibir
más orientación o poder manejar mejor.
Un ejemplo de cómo se podría establecer la agenda con los temas podría ser el
siguiente:
-¿Para qué sirve la prueba que tengo que hacerme?, ¿para qué sirve el medicamento
que me tengo que tomar?, ¿tiene algún efecto secundario?
-¿Qué cosas piensa que puedo hacer para manejar mejor mi hipertensión?
109
Teniendo en cuenta que tanto el profesional de la salud como el paciente van a
intercambiar diferentes preguntas, es importante destacar la función que cumplen los
profesionales de la salud en cuanto a proporcionar al paciente la información que precise
en torno al manejo de la hipertensión y del cuidado de su salud física y psicológica.
Hay que tener en cuenta, no obstante, que no todos los pacientes van a desear recibir
la misma cantidad de información con respecto a su hipertensión o a su estado de salud.
El profesional sanitario debe, por tanto, respetar el derecho del paciente a ser informado,
y hacerlo en la medida en que éste desee.
-Hay diferentes cosas que creo que podemos hacer para lograr disminuir su
sobrepeso, ¿quiere que las veamos y hablemos de ellas?
110
sentir que está siendo aceptado y percibir una mayor percepción de control sobre el
asunto que le esté planteando el profesional de la salud.
Por otra parte, teniendo en cuenta que se ha estimado que algunos pacientes vienen a
recordar menos de la mitad de lo que el profesional de la salud les ha explicado (Kessels,
2003), una vez que se haya terminado de dar la información necesaria sobre un asunto o
antes de añadir otra nueva, es conveniente asegurarse de que el paciente hipertenso ha
escuchado y comprendido el contenido del mensaje que se le ha transmitido. Para ello
puede emplearse la técnica denominada "devolver lo enseñado" (teachback). Esta técnica
consiste en pedir al paciente que, con sus propias palabras, explique al profesional de la
salud la información que éste previamente le ha dado (Schillinger et al., 2003). En
particular se le pide al paciente que repita al profesional qué es lo que tiene que saber y
hacer en relación con el tema tratado. De esta forma se comprueba lo que el paciente ha
comprendido y recuerda de la información que se le ha proporcionado.
En el caso de que lo que el paciente indique sea incorrecto o insuficiente, hay que
repetirle de nuevo la información asumiendo el profesional de la salud la responsabilidad
de no haber explicado suficientemente bien el tema o de no haber dado correctamente la
información.
Profesional de la salud: Estamos hablando de los cambios que tiene que hacer en sus
comidas para que pueda ponerse a dieta. Antes de que pasemos a ver el número
de comidas que tiene que hacer al día, ¿podría decirme exactamente qué
alimentos hemos acordado que va a incorporar en sus comidas la próxima semana
y cuáles no puede comer?
Profesional de la salud: Me gustaría que me dijera con sus propias palabras qué cosas
tiene que hacer para tomarse la tensión en su casa y saber si la tiene alta o no. Así
yo puedo valorar si le he explicado bien las recomendaciones que le acabo de dar.
111
apenas prolonga la duración de la misma.
Profesional de la salud: ¿Qué es lo que más le interesa acerca del tipo de alimentación
que tiene que llevar ahora?
Con esta primera pregunta el profesional de la salud puede evaluar qué es lo que el
paciente sabe acerca de su hipertensión, corregir ideas que pueden ser inexactas o
insuficientes y evitar proporcionarle información redundante.
Preguntas de autoevaluación
112
oa) Formular inmediatamente otra pregunta.
oa) No ofrecer ninguna recomendación para que el paciente decida por sí solo los
objetivos que quiere alcanzar.
oc) Consiste en que el paciente repita al profesional de la salud lo que éste acaba de
decir.
113
114
115
Un manejo efectivo de la hipertensión requiere que el paciente asuma la responsabilidad
de su propio cuidado, realizando los cambios pertinentes en su estilo de vida, tomando la
medicación que sea necesaria y colaborando de forma activa con el profesional de la
salud en el planteamiento de los objetivos y el proceso de decisiones relativas a su
hipertensión, su estado de salud y su calidad de vida.
116
Un primer paso para fomentar que el paciente hipertenso comience a plantearse la
necesidad de realizar cambios en su estilo de vida y tomar la medicación es que cuente
con la información necesaria acerca de su enfermedad y la manera de tratarla. Pero la
información y la educación del paciente, si bien son dos aspectos que hay que tratar, no
son suficientes para garantizar que el paciente se plantee y decida cambiar sus
comportamientos de riesgo por otros más saludables o persista en la adherencia al
tratamiento.
Para lograr estos cambios es preciso que el propio paciente genere, en primer lugar, la
motivación suficiente para querer revisar determinadas ideas y comportamientos con el
objeto de que pueda afrontar mejor su hipertensión. Y, en segundo lugar, adquiera la
expectativa de que es posible modificar sus conductas de riesgo y de que él es capaz de
hacerlo, instaurando así una sensación de control y esperanza.
Un factor de primer orden que puede afectar a la motivación del paciente por
cambiar sus hábitos de comportamiento no saludables y mante ner el nivel de adherencia
es el tipo de interacción que se establezca entre el profesional de la salud y el paciente. A
través de una relación adecuada cualquiera de los profesionales que atiende al paciente
puede intervenir para conocer cuál es su disposición hacia los cambios que tiene que
realizar, cuáles son sus preferencias, qué es lo que quiere hacer y lo que no en relación
con su hipertensión, cómo es el estilo de vida que lleva o qué nivel de adherencia al
tratamiento es el que tiene. A partir de toda esta información resultará más fácil y más
efectivo comenzar a promover en él una mayor motivación para que quiera cambiar.
Para poder evaluar cuál es la actitud y la motivación que tiene el paciente hacia el
cambio, y poder intervenir de manera acorde, se pueden utilizar las fases de cambio
especificadas en el modelo transteórico de los estadios de cambio (Prochaska y
DiClemente, 1983). Este modelo propone que el cambio de conducta constituye un
proceso dinámico que varía en cada persona, que puede ser tanto autoinducido como
promovido por un profesional de la salud o por un terapeuta, y que se desarrolla a lo
largo de diferentes etapas. Estas etapas son las siguientes:
117
-Precontemplación. En esta fase el paciente no tiene ninguna intención de modificar
su conducta de riesgo en los próximos seis meses. Ello puede ser debido a que no
disponga de la información suficiente sobre las posibles consecuencias que puede
tener su conducta de riesgo, o a que haya realizado varios intentos para cambiar
su comportamiento sin haberlo logrado. En esta etapa el paciente por lo general se
muestra resistente y sin motivación para entrar en terapia o en algún programa o
intervención de promoción de la salud.
118
comportamiento anterior aun cuando se encuentre en situaciones de riesgo tales
como sentirse aburrido, deprimido, cansado, estresado, enfadado, etc. Se puede
decir que la nueva conducta saludable se encuentra ya plenamente automatizada.
Una técnica que está siendo ampliamente utilizada en contextos clínicos y sanitarios, y
que ha demostrado ser eficaz para que el paciente en fase de contemplación resuelva su
ambivalencia y genere la motivación suficiente para decantarse a favor del inicio de una
conducta saludable, es la entrevista motivacional (EM; Miller y Rollnick, 1999; Rollnick
et al., 2008). De hecho, el Séptimo Informe del Joint National Committee on Prevention,
Detection, Evaluation and Treatment of High Blood Pressure (JNC 7; Chobanian et al.,
2003) recomienda que el médico, antes que aplicar una intervención estándar, considere
tanto las fases del cambio como la EM para promover de una forma más individualizada
en el paciente el deseo de modificar sus comportamientos de riesgo.
119
probabilidad, es decir, motivar al paciente para que cambie sus conductas de riesgo o se
adhiera a un programa de tratamiento. El paciente, por su parte, asumirá la
responsabilidad de llevar a cabo las acciones pertinentes para que ese cambio tenga lugar
y poder afrontar mejor su hipertensión.
-Resistir la tendencia a decir al paciente lo que tiene que hacer para manejar su
enfermedad o promover su bienestar. Si bien es esperable que el profesional de la
salud desee que el paciente hipertenso al cual está atendiendo comience a hacer
cambios en su estilo de vida, si este deseo es demasiado dominante puede generar
consecuencias negativas. Por un lado puede aumentar la resistencia del paciente a
cambiar haciendo que defienda con mayor firmeza sus argumentos para no
cambiar, y por otro puede soslayar el derecho del paciente a ser el dueño de sus
propias decisiones y a elegir hacer aquello que desee hacer en relación con el
tratamiento de su hipertensión y con el cuidado de su salud.
120
que el profesional de la salud, a través de la EM, explore qué aspectos relativos a
su enfermedad pueden estar preocupando al paciente y qué cosas de su vida son
realmente importantes y tienen valor para él.
121
ejercicio porque así es muy probable que pierda peso y mi tensión arterial baje.
Además creo que me voy a sentir menos estresado, y voy a poder estar más
tranquilo cuando esté con mi familia").
Para lograr generar esta discrepancia el profesional de la salud puede utilizar durante
la entrevista "la conversación sobre el cambio", así como diferentes estrategias dirigidas a
la motivación y la comunicación.
Una herramienta que la EM propone para facilitar que el paciente llegue por sí mismo
a darse cuenta de por qué quiere cambiar y a elaborar sus propios argumentos es la
llamada "conversación sobre el cambio". Durante esta conversación el paciente puede
hacer referencia a una serie de aspectos que es conveniente que el profesional de la salud
identifique con el fin de reconocerlos, resaltarlos y reflejárselos de nuevo al paciente para
que así éste se vaya orientando paulatinamente hacia el cambio. Estos aspectos son los
siguientes:
-Las preferencias y deseos que tenga el paciente y que estén relacionados con el
cambio (por ejemplo, "no quisiera llegar a tener que tomar un medicamento para
la tensión"; "prefiero comenzar a hacer ejercicio antes que ponerme a dieta") o
con el mantenimiento de su estado actual ("no quiero dejar de fumar").
-Las razones que esgrime el paciente para considerar que es bueno o sería bueno
realizar el cambio ("si reduzco la sal de las comidas voy a controlar mejor la
tensión"; "me gusta mucho viajar de vez en cuando con mi marido, estar con mis
hijos y mis nietos, e irme los fines de semana a la casa del pueblo a cuidar la
huerta que tenemos. No quiero que me dé un infarto y no poder hacer todas estas
cosas").
-Las necesidades o los deberes que son importantes para el paciente, y que de alguna
forma le obligan a modificar su conducta al considerar que dicho cambio es
beneficioso para él ("tengo que tomarme periódicamente la tensión para saber
cómo la tengo. Si me sube mucho tengo que ir inmediatamente a que me vea el
médico"; "debo tomar en las comidas más verdura y pescado porque quiero que
mi alimentación sea más saludable").
122
-El compromiso que manifieste el paciente hacia el cambio de la conducta ("hoy
comienzo la dieta"; "he decidido apuntarme a un gimnasio"; "tengo la intención de
poner menos sal a las comidas"
-Los pasos que esté comenzando a dar el paciente hacia el cambio ("llevo dos días sin
fumar"; "llevo dos semanas yendo a nadar los fines de semana").
Por otra parte, la formulación de preguntas abiertas para explorar las preferencias que
tenga el paciente, los motivos que le pueden llevar a cambiar, sus necesidades o su
sensación de autoeficacia respecto a los cambios que vaya a realizar, junto con el uso del
reflejo van a contribuir a que el paciente vaya generando y utilizando su propia
motivación para tratar de variar aquellas conductas que sean discrepantes con sus valores
o sus metas.
Para poder saber en qué medida el paciente hipertenso está dispuesto a cambiar
su conducta es necesario que el profesional de la salud evalúe por una parte la
importancia que el paciente atribuye a dicho cambio y por otra en qué medida se
siente seguro de poder llevar a cabo el cambio.
123
realizar la nueva conducta, el profesional de la salud le haría la siguiente pregunta:
¿en qué medida se siente seguro de comenzar a hacer...? De nuevo, a través de
una escala de 0 a 10 puntos, el paciente valoraría su nivel de seguridad con
respecto a cambiar su comportamiento.
Paciente: Llevo una vida bastante sedentaria: apenas me muevo, voy en coche
al trabajo y siempre subo en ascensor. Y además, cuanto menos me
muevo, menos ganas tengo de hacerlo.
Profesional de la salud: Sí, es cierto: cuanto menos nos movemos, más nos
cuesta tratar de hacerlo. ¿Le gustaría hacer algo en este sentido?
Paciente: Creo que comenzar a hacer algo de ejercicio podría venirme bien
para estar más ágil y más activo.
Profesional de la salud: ¿En qué medida cree que es importante para usted
comenzar a hacer algo de ejercicio? Imaginemos una escala de 0 a 10,
donde 0 significa "nada importante" y 10 "muy importante", ¿dónde
situaría usted la importancia que para usted tiene comenzar en este
momento a hacer algo de ejercicio?
Esta última pregunta es interesante realizarla, ya que de esta forma el paciente puede
exponer las razones que para él son significativas y por las que desea realizar el cambio
de conducta (en este caso empezar a hacer ejercicio), promoviendo así el comienzo de la
124
conversación para el cambio.
Sigamos con este ejemplo para ver cómo es posible evaluar la seguridad que tiene el
paciente con respecto al cambio de su conducta:
Profesional de la salud: Cree que tal vez un tres. ¿Por qué piensa que la
seguridad que tiene en este momento es de tres y no de uno?
Con esta última pregunta, tanto el profesional de la salud como el paciente pueden
explorar qué factores están contribuyendo a que el paciente tenga el nivel de seguridad
que ha indicado. Esta exploración podría verse complementada por otras preguntas que
podría formular el profesional de la salud, y que facilitarían que el paciente comenzara a
pensar en diferentes acciones o recursos que podría utilizar para sentirse más seguro.
Estas preguntas podrían ser las siguientes:
-¿De qué manera cree que yo le podría ayudar para intentar subir un poco
más en la valoración de la seguridad que acaba de hacer?
-En relación con este tema, ¿qué es lo que le ha ayudado a sentirse más
seguro en ocasiones anteriores?
Algunas preguntas que el profesional de la salud puede hacer para que el paciente se
vaya orientando hacia un cambio en su estilo de vida o hacia la necesidad de
comenzar a tomar medicación pueden abordar los aspectos comentados
anteriormente:
-Preguntas sobre las preferencias: ¿qué alimentos son los que más le gusta comer, y
cuáles otros le gustan menos?; ¿qué aspectos de su vida son importantes para
usted en este momento?; sobre el tema del ejercicio del que estamos hablando, dí
game,¿qué tipo de ejercicio le gusta más y cuándo cree que le vendría mejor
realizarlo?
125
-Preguntas sobre la capacidad y la autoeficacia percibidas: ¿Qué cambios cree que
podría hacer en su estilo de vida para conseguir controlar mejor su presión
arterial?; si está en casa aburrido, ¿qué otras cosas podría hacer que no fuera
fumar?; ¿cómo podría hacer para beber menos alcohol diariamente?
-Preguntas sobre las razones: ¿por qué es importante para usted fumar?; ¿por qué
cree que esta medicación no le va a ayudar a controlar la tensión?; ¿por qué
quiere seguir comiendo a deshoras tanto dulce?
-Preguntas sobre las necesidades o los deberes: ¿de qué manera cree que le podrían
ayudar su mujer y sus hijos para que usted pudiera comenzar a hacer una dieta?;
entonces, ¿qué es lo que tiene que hacer para poder controlar su tensión arterial y
no llegar a tener que tomar medicación, que es algo que usted no desea?; ¿qué es
lo que realmente necesita para que su calidad de vida mejore?
-Preguntas sobre los pasos iniciales: ¿qué comidas, de las que hablamos en la consulta
anterior, ha preparado en estas dos últimas semanas?; puesto que ha comenzado a
tomarse el medicamento para la tensión, ¿cómo ha hecho para acordarse de
tomárselo todos los días?
126
en términos globales, es recomendable pedirle que lo describa en términos más
específicos. Para ello se le puede preguntar qué es exactamente lo que quiere hacer,
cuándo lo va a hacer y cómo.
El proceso siguiente en la intervención sería entonces definir con él, de una forma
clara y operativa, cuáles son los objetivos que quiere alcanzar y qué plan de acción va a
poner en marcha para ello.
Tanto el diseño de objetivos como la elaboración del plan de acción subsiguiente son
dos procesos que pueden realizarse de forma individualizada durante la consulta con el
profesional de la salud, o más concretamente en la consulta con el terapeuta, o mediante
grupos dirigidos a la autoayuda o a la educación del paciente.
Sin una definición clara y sin un acuerdo acerca de qué objetivos se pretenden
alcanzar, se corre el riesgo de que el profesional de la salud actúe de una forma más
azarosa, sin llegar a tener un conocimiento claro de si las pautas de tratamiento o los
cambios en el estilo de vida que le está proponiendo al paciente son realmente
interesantes para él, y si los considera lo suficientemente relevantes como para implicarse
en ellos. Por otra parte se contribuye a que el paciente adopte un rol más pasivo en su
interacción con el profesional de la salud, haciendo que delegue en él la responsabilidad
de decidir y adopte una serie de recomendaciones sin llegar a saber realmente por qué ha
de hacerlo.
127
Para llevar a cabo un planteamiento adecuado de los objetivos y facilitar su
consecución es preciso evaluar la situación actual en la que se encuentre el paciente;
determinar qué metas desea alcanzar y si éstas son posibles; definir los pasos necesarios
para poder llegar hasta ellas; identificar los posibles obstáculos que pueden surgir a lo
largo de este proceso, y valorar los resultados que se van consiguiendo.
Asimismo, los objetivos que se planteen deben poseer una serie de características que
hagan más probable su consecución. Estas características son las siguientes:
Por ejemplo, aconsejar al paciente que "haga todo lo que pueda para
adelgazar" es un objetivo global que no se puede cuantificar, y el cual no incluye
ni las acciones concretas que estaría bien que hiciera el paciente para poder
adelgazar, ni los criterios que van a utilizar el paciente y el profesional de la salud
para saber si el objetivo se ha conseguido con éxito o no. Sin embargo, si el ob
jetivo que se establece es que el paciente realice una dieta todos los días durante
dos meses, con el fin de reducir su peso de 81 a 77 kilos, sí queda definido de un
modo más preciso, proporcionando, por un lado, información sobre la acción que
debe realizar el paciente para adelgazar, y por otro especificando el peso que ha
de lograr el paciente para considerar que el objetivo se ha alcanzado
adecuadamente. A veces el progreso en el logro de un objetivo puede evaluarse
utilizando una medida temporal (por ejemplo, caminar media hora al día).
Asimismo es preciso que las expectativas de éxito que pueda tener el paciente
en relación con los objetivos que se planteen se encuentren, en la medida de lo
posible, ajustadas a la realidad, sin ser ni excesivamente altas ni demasiado bajas.
Si las expectativas son muy altas o muy bajas, cualquier contratiempo que surja
en el proceso de consecución de los objetivos, o cualquier recaída que se
produzca una vez que el objetivo se haya logrado, puede ser interpretado por el
paciente en términos de fracaso ("esto no sirve para nada"), autocrítica ("soy un
128
desastre: ni siquiera soy capaz de hacer lo que me ha recomendado el médico:
que ande un poco más al día") o culpabilidad ("es culpa mía el que no pueda
controlar mi tensión. No hago lo suficiente para tenerla mejor"). Sin embargo, si
las expectativas del paciente son más realistas, las dificultades y recaídas podrá
verlas como situaciones incómodas pero manejables, de las cuales puede aprender
cómo actuar de manera diferente si éstas vuelven a producirse.
129
Además de tener en cuenta todas estas características, cuando se definan los
objetivos en colaboración con el paciente resulta más apropiado preguntarle qué es lo que
quiere hacer (por ejemplo, "quiero que mi tensión arterial esté controlada en la medida de
lo posible") o cómo le gusta ría sentirse ("me gustaría estar más activa por las tardes"),
antes de que indique qué es lo que no quiere que le pase ("no quiero tener la tensión
arterial por las nubes", "no quiero sentirme tan cansada por las tardes", etc.).
De igual modo, a la hora de poner en marcha nuevas opciones o intentos para tratar
de alcanzar el objetivo o poder evaluar su impacto, es preciso trabajar sobre ese mismo
objetivo en diferentes ocasiones y durante un plazo temporal adecuado. Por ejemplo, a la
hora de planificar comenzar a hacer ejercicio habrá que tener en cuenta que el paciente,
dependiendo de sus gustos o de la capacidad física que tenga, puede necesitar probar
diferentes tipos de ejercicio antes de decantarse por uno; o puede que necesite un
período de tiempo determinado para ir habituándose a hacerlo de forma diaria.
Por último, es recomendable que los objetivos queden reflejados por escrito, fijando
los plazos temporales y las estrategias que se hayan acordado para su consecución, el
compromiso del paciente para tratar de lograrlos y las funciones que vaya a desempeñar
el profesional de la salud en este contexto. El hecho de escribir los objetivos elegidos
permite que el paciente y el profesional de la salud se orienten de una forma más clara
hacia dónde han de trabajar conjuntamente.
Una vez definidos los objetivos, el paso siguiente consiste en diseñar y llevar a cabo el
plan de acción. Este plan ha de recoger tanto la definición de subobjetivos más pequeños
como los diferentes pasos que el paciente hipertenso va a dar para ir acercándose
progresivamente a las metas propuestas, ya sean éstas la realización de conductas de
salud o el inicio y mantenimiento de la adherencia al tratamiento farmacológico.
130
hipertenso una mayor percepción de control sobre su enfermedad o sobre el cambio en
su estilo de vida es dividiendo los objetivos planteados en otros más pequeños y
asumibles. Por ejemplo, si el objetivo más general es que el paciente aumente su nivel de
bienestar, éste se puede dividir en otros más pequeños, como dormir al menos siete horas
y media al día, hacer ejercicio tres días a la semana e interesarse en realizar otra
actividad diferente al trabajo.
Para sugerir al paciente que trate de definir otros objetivos más pequeños, el
profesional de la salud podría hacer alguna de estas dos preguntas:
-¿Cuál cree que sería la primera señal que le podría indicar que está avanzando en
este proceso?
Estos subobjetivos deben contar con las mismas características que se han señalado
con respecto a los objetivos (ser concretos, cuantificables, realistas, alcanzables,
relevantes para el paciente y adecuados al momento).
-Los subobjetivos se definen sin establecer entre ellos ningún orden, dado que resulta
irrelevante el que un subobjetivo se consiga antes que otro (por ejemplo, si el
paciente no muestra ninguna resistencia a disminuir el consumo de sal en las
comidas y a tomar más fruta al día, estos subojetivos se podrían plantear sin
necesidad de considerar uno antes que otro).
-Los subobjetivos se definen siguiendo una secuencia en la que el logro de cada uno
de ellos va a ser condición necesaria para poder alcanzar el siguiente (por
ejemplo, si el paciente se ha comprometido a comenzar a hacer ejercicio, se
puede definir primero qué tipo de ejercicio quiere hacer, en segundo lugar cuánto
tiempo puede dedicar semanalmente a realizarlo, después valorar cuánto dinero
puede destinar mensualmente a esta actividad, a continuación buscar información
sobre los sitios donde puede realizarlo y por último apuntarse a uno de ellos).
131
modificar aquel comportamiento que al paciente le resulte más fácil, en lugar de
tratar de cambiar los dos comportamientos a la vez.
Por otro lado es conveniente que el paciente registre y evalúe los pasos y las acciones
que está llevando a cabo, ya que de esta manera el profesional de la salud y el paciente
reciben información acerca de cuál es la evolución y el nivel de progreso del paciente. En
el caso de que el paciente considerara que algunos de los subobjetivos planteados son
demasiados complejos o muy difíciles de conseguir, o que su obtención no fuera lo
suficientemente satisfactoria, sería necesario continuar dividiendo los subobjetivos en
otros más pequeños, o bien fijar algunas submetas cuya consecución fuera lo suficiente
gratificante para el paciente como para querer continuar con este proceso.
-Definir con exactitud y con pocas palabras cuál es el problema. Por ejemplo,
acordarme de tomar la medicación todos los días.
-Generar todas las alternativas que se le ocurran para solucionar el problema, aunque
resulten aparentemente inviables o ilógicas.
-Señalar, para cada una de las alternativas, las ventajas y desventajas que tienen a
corto, medio y largo plazo.
-Elegir cuál es la mejor alternativa evaluando cada una de ellas en una escala de 0 a
10 puntos.
Por último, la opción elegida se dividiría de nuevo en pasos y acciones que fueran
132
manejables para el paciente. En el caso de que el paciente se encontrara demasiado
pasivo para poner en marcha la solución elegida, o indicara algún temor por las posibles
consecuencias de iniciarla ("si dedico menos tiempo a trabajar para hacer ejercicio, al
final se me va a amontonar y a ver qué hago"), se podría utilizar la técnica de
reestructuración cognitiva (ver capítulo 6) para modificar los posibles pensamientos
negativos que podrían estar subyacentes y movilizar al paciente hacia la acción.
Hay que tener en cuenta que, puesto que el mantenimiento a largo plazo por parte del
paciente de los cambios en su estilo de vida o de la adherencia al tratamiento constituye
un obstáculo importante en el manejo de la hipertensión, es importante diseñar junto con
el paciente un plan de prevención de recaídas.
Este plan ha de incluir la educación del paciente respecto a la distinción entre lo que
es una caída y una recaída. Mientras que una caída consiste en volver a realizar la
conducta de riesgo anterior durante un período de tiempo breve (algunas horas, días o
durante determinados episodios), la recaída implica una vuelta a la conducta anterior por
un período de tiempo más prolongado. El manejo adecuado de una caída por parte del
paciente (por ejemplo, olvidarse de la medicación algunos días; hacer menos ejercicio del
establecido durante una semana; no seguir la dieta en un momento de estrés, etc.)
previene la ocurrencia de una recaída. Por tanto es necesario que el paciente valore la
caída como algo que suele ocurrir durante la adquisición de una nueva conducta, y de lo
cual puede aprender sin necesidad de exagerar su gravedad o la de sus consecuencias, y
sin tener que sentirse culpable por ello.
133
Asimismo es importante identificar las circunstancias que en el pasado hicieron que el
paciente volviera a recaer, y anticipar qué otro tipo de situaciones (por ejemplo, las
vacaciones, circunstancias familiares difíciles, presión social, etc.), pensamientos ("me
merezco comer hoy lo que me apetezca", "por mucho ejercicio que haga no creo que
vaya a adelgazar", etc.) o estados emocionales (sentirse aburrido, ansioso, etc.) podrían
llevar al paciente a realizar la conducta de riesgo anterior, y de qué manera podría
hacerles frente con el fin de mantener el mayor tiempo posible la nueva conducta de
salud. Para ello el terapeuta puede utilizar con el paciente técnicas como el roleplaying, la
exposición en imaginación de la situación de riesgo o el modelado de la conducta más
apropiada para afrontar todos estos factores. Asimismo, si el paciente no se viera capaz
de manejar alguna de las situaciones de riesgo anticipadas, se podría trabajar con él la
estrategia de solución de problemas.
Como se ha ido sosteniendo a lo largo de todo este apartado, un factor clave para lograr
un buen control de la presión arterial y prevenir la aparición o agravamiento de otras
enfermedades cardiovasculares es que el paciente mantenga un estilo de vida sano y se
adhiera adecuadamente al tratamiento farmacológico propuesto. El JNC-7 (Chobanian et
al., 2003) enfatiza la importancia de estos dos aspectos sugiriendo la necesidad de
educar, motivar e intervenir para conseguir que el paciente pueda modificar su estilo de
vida y lograr una mejor adherencia.
Los cambios más importantes que es preciso que el paciente hipertenso lleve a cabo
para tratar de mantener controlada su presión arterial son los relativos al mantenimiento
de una dieta sana baja en sal, la realización de ejercicio, la reducción de peso en el caso
de que haya obesidad o sobrepeso, el abandono del tabaco y la adherencia al tratamiento
farmacológico.
Se ha constatado que las intervenciones más efectivas para modificar el estilo de vida
en pacientes hipertensos son las intervenciones multifactoriales dirigidas a alterar de
forma simultánea diferentes conductas de riesgo (Bosworth et al., 2007; Rocha-Goldberg
et al., 2010). En este tipo de intervenciones se emplea fundamentalmente la educación
sobre qué es la hipertensión y su forma de manejarla, así como diferentes estrategias
conductuales para que el paciente aprenda a cambiar sus comportamientos de riesgo. Es
preciso señalar que en la mayoría de estas investigaciones no se especifica el marco
teórico en el que se encuadra la intervención y apenas se detalla el programa de
tratamiento realizado.
134
una duración de entre dos y tres meses, e incluyen medidas de seguimiento al cabo de los
tres, seis o dieciocho meses. Por otra parte se ha observado, en pacientes con factores de
riesgo cardiovascular, que las intervenciones conductuales que constan de 4 a 20 sesiones
grupales y están dirigidas a la promoción de una dieta sana y a la realización de ejercicio
son las más recomendables, ya que permiten mantener los beneficios alcanzados por un
período superior al año (US Preventive Services Task Force, 2012).
Las estrategias que se van a exponer a continuación han sido utilizadas en programas
de intervención para modificar las conductas de riesgo y facilitar la adherencia en
pacientes hipertensos y en pacientes crónicos en general (Meichenbaum y Turk, 1987).
Si bien en su implementación pueden colaborar los diferentes profesionales de la salud
que atienden al paciente, dado el nivel de especialización y de competencia profesional
que requieren en el ámbito del tratamiento psicológico, lo más adecuado es que estas
intervenciones sean llevadas a cabo por psicólogos y terapeutas. La mayoría de estas
estrategias se encuadran dentro de la teoría cognitivosocial y del modelo cognitivo-
conductual. Asimismo, la determinación de la fase de cambio donde se encuentre el
paciente siguiendo el modelo de Prochaska y el uso de la entrevista motivacional
representan otras dos herramientas sugeridas y utilizadas por gran parte de las
intervenciones llevadas a cabo para promover en el paciente la motivación y el cambio de
las conductas de riesgo y la promoción de la adherencia.
-Planificar por adelantado las comidas que va a llevar a cabo, así como el tipo de
actividad física que va a hacer y el tiempo que va a dedicar a ello. En relación con
el tipo, la frecuencia y la intensidad de la actividad física que es recomendable que
los pacientes con hipertensión lleven a cabo, parece que el ejercicio aeróbico,
como andar o correr, realizado durante treinta o cuarenta y cinco minutos al día
de tres a cinco veces por semana, es beneficioso para la disminución de la presión
arterial.
135
-Proporcionar información al paciente sobre el progreso que esté teniendo con
respecto a la conducta que esté modificando: el terapeuta puede, por ejemplo,
informar al paciente acerca de las nuevas habilidades que esté adquiriendo
relacionadas con el hecho de hacer dieta o ejercicio, y de cómo las está poniendo
en marcha. Con esta información el paciente dispone de un mayor conocimiento
para valorar si se está acercando al objetivo de mantener una dieta más sana y
realizar adecuadamente el ejercicio.
-Controlar ciertos estímulos para favorecer que el paciente los asocie con la conducta
saludable (por ejemplo, comer la pieza de fruta en el mismo sitio o a la misma
hora; o quedar con algún amigo o familiar para hacer el ejercicio) y modificar
aquellos otros que estén relacionados con la conducta de riesgo (hacer menos
visibles los alimentos que el paciente no puede comer; no sentarse a ver la
televisióncuando llegue el momento de prepararse para hacer ejercicio, etc.).
-Promover que el paciente se autorrefuerce por los logros que va consiguiendo con
respecto al cambio de su conducta, atribuyendo el éxito conseguido a su
capacidad, esfuerzo o perseverancia, tal y como se ha señalado en el capítulo
relativo a los factores psicosociales protectores. Con respecto a la realización del
ejercicio se ha constatado que la presencia de apoyo social facilitado a través del
cónyuge o de otros miembros de la familia, o mediante la participación en grupos,
favorece el mantenimiento de esta actividad.
136
resolver las barreras, así como la posible falta de habilidades o recursos que
pueden hacer que su adherencia a la conducta de salud disminuya (por ejemplo,
desconocer cuál es la actividad física que puede ser más adecuada para su
condición física; carecer de la habilidad para rechazar determinados alimentos
cuando esté fuera de casa, etc.).
La intervención con el paciente hipertenso para que abandone el tabaco supone tener en
cuenta una serie de aspectos generales. Por un lado es preciso considerar que la conducta
de fumar representa una condición crónica en la que por lo general el fumador logra
abandonar esta conducta después de una serie de intentos y recaídas. De ahí que sea
preciso que la intervención se mantenga de forma circular a lo largo de todo este proceso.
Por otro lado, la intervención que se lleve a cabo debe estar ajustada a la motivación que
tenga el paciente con respecto al hecho de dejar de fumar. Por ejemplo, aconsejar al
paciente que sería beneficioso para él que dejara de fumar puede que no le lleve de
forma inmediata a abandonar el tabaco, pero sí puede facilitar que se plantee la decisión
de dejarlo.
Durante los primeros contactos que tenga el paciente con el terapeuta es necesario
identificar y definir cuál es su patrón actual de consumo de tabaco, preguntando para ello
sobre aspectos tales como: ¿en qué situaciones es más probable que fume?, ¿con qué
frecuencia lo hace?, ¿qué sucede antes y después de que fume?, ¿qué beneficios le
reporta el tabaco?, ¿qué podría estar impidiendo que lo abandonara?, etc. Asimismo es
137
necesario evaluar cómo es la historia de los intentos de abandono del tabaco que ha
realizado el paciente, y qué cosas ha hecho en el pasado para tratar de dejarlo sin que le
hayan funcionado.
Algunas de las preguntas que se podrían formular en esta fase serían las siguientes:
-¿En qué situaciones, por ejemplo, cuando está en casa, con otras personas o en el
trabajo, es más probable que fume?
-¿Qué es lo que suele suceder justamente antes de que usted deje lo que está
haciendo para fumarse un cigarro?
-¿Cómo se siente antes de fumar?, ¿y después?, ¿hay algún tipo de pensamiento que
tenga antes de fumar?, ¿y después?
-¿Cuándo fue la última vez que intentó dejar de fumar?, ¿durante cuánto tiempo
estuvo sin fumar?, ¿qué cosas hizo durante ese tiempo para aguantar sin fumar?
138
barreras que podrían estar impidiendo que dejara de fumar.
Si el paciente expresa que está dispuesto a dejar de fumar, se puede pasar a la fase
siguiente de la intervención, aunque también se pueden valorar otras posibilidades como
pueden ser iniciar un tratamiento individual más intenso o hacer terapia grupal.
Para que el paciente que quiere dejar de fumar pueda hacerlo es necesario definir con
él un plan de acción que consta de tres pasos:
Para ayudar al paciente a que establezca ese día, una intervención que podría
hacer el terapeuta sería la siguiente: "Es importante que fijemos un día y un
momento exacto en el cual dejes de fumar. Teniendo en cuenta tus planes y tu
agenda, ¿cuándo crees que es el mejor momento para dejar de fumar?"
3.Mantenerse sin fumar. Una vez que el paciente se haya fumado el último cigarro, el
objetivo es la abstinencia total. En este momento el paciente, junto con el
139
terapeuta, debe aprender a afrontar la presencia de los síntomas de abstinencia, el
estado de ánimo negativo y las ganas de volver a fumar.
Para ello el paciente tendrá que evitar o cambiar aquellas situaciones que le
puedan incitar a fumar (por ejemplo, evitar acercarse a otras personas que estén
fumando; no permanecer después de comer en el mismo sitio donde solía
fumarse el cigarro, etc.) y poner en marcha conductas alternativas (salir a
caminar, mantenerse ocupado o tomar caramelos o chicles cuando sienta la
necesidad de tener algo en la boca). Asimismo se puede debatir y reestructurar
con él los pensamientos irracionales que tenga en relación con el abandono del
tabaco ("necesito fumarme un cigarro", "por una calada que dé no pasa nada",
"esto no lo puedo soportar", etc.) y enseñarle estrategias para que pueda manejar
el impulso o las emociones negativas asociadas con el abandono del tabaco. Se
puede utilizar, por ejemplo, la relajación, la respiración, o la exposición a la
sensación de malestar observando que es un estado desagradable pero que
termina por disminuir.
Por otra parte hay que tener en cuenta que muchas de las caídas se producen entre el
quinto y el décimo día después de haber dejado de fumar. Por ello es importante también
disponer de un plan de acción para afrontar y solventar las posibles caídas que pueda
tener el paciente, asumiendo que es muy fre cuente que ocurran durante el proceso de
abandono del tabaco, pero que es preciso abordar para que no conduzcan a una recaída
más prolongada.
140
hipertensos tratados se adhieren a la medicación prescrita. Y de los pacientes que inician
el tratamiento, sólo la mitad de ellos continua manteniéndolo después de un año.
Cuadro 5.1. Motivos por los cuales se puede producir una baja adherencia al tratamiento
farmacológico en la hipertensión
141
teóricos que hemos desarrollado en los diferentes capítulos, es posible definir una serie
de intervenciones que han demostrado una mayor eficacia a la hora de favorecer en el
paciente hipertenso la adherencia a la medicación. Estas intervenciones son las siguientes:
-Motivar al paciente a que exprese cuáles son sus creencias o sus miedos en torno a
la medicación. Es preciso trabajar con él su temor a los posibles efectos
secundarios, si bien es preferible que este punto sea abordado una vez que se
hayan tratado los beneficios que le va a reportar o que ya le esté proporcionando
el tratamiento farmacológico que esté siguiendo. Asimismo es necesario valorar,
en relación con la adherencia a la medicación, el conocimiento y las habilidades
con las que cuente el paciente.
-Simplificar la dosis de medicamentos prescrita, tratando de que haya una única dosis
o como mucho dos diarias. Resulta especialmente útil el uso de pastilleros en los
que se indique la dosis diaria o semanal del medicamento. Se ha de facilitar
también que la toma de la medicación entorpezca lo menos posible la rutina diaria
del paciente.
-Evaluar el nivel de adherencia del paciente en cada uno de los contactos que tenga
con el equipo de profesionales de la salud, llevando a cabo frecuentes sesiones de
seguimiento.
-En el caso de que se detecte una baja adherencia es preciso examinar qué es lo que
puede estar contribuyendo a ello, examinando las posibles dificultades que pueda
estar teniendo el paciente para seguir el tratamiento.
Preguntas de autoevaluación
142
1.Cuando un paciente hipertenso haya decidido dejar de fumar:
oa) Es importante prever cómo va a afrontar situaciones futuras en las que le pueda
apetecer fumar.
ob) Lo más aconsejable es decirle que lo deje cuando quiera sin realizar ninguna
intervención.
oc) Hay que propiciar que conserve un recuerdo lo más placentero posible del último
cigarro que se fume.
2. En la entrevista motivacional:
oa) El profesional de la salud le indica al paciente lo que tiene que hacer de forma
obligatoria para cambiar.
ob) No es necesario contemplar los pasos que vaya a dar el paciente para el cambio.
oa) Es suficiente con que se sienta motivado para ello, aunque no se vea capaz de
cambiarlo.
143
ob) De tres a cinco días a la semana durante al menos treinta minutos.
144
145
En la actualidad, la intervención psicológica, y en particular la terapia cognitivo-
conductual, está recomendada para el tratamiento de pacientes hipertensos, y en general
para pacientes con enfermedad cardiovascular, con el fin de que puedan adaptarse mejor
a su enfermedad.
En la intervención con pacientes hipertensos los dos objetivos principales que aborda
la terapia cognitivo-conductual son, por un lado y tal y como hemos visto en el capítulo
4, enseñarles y ayudarles a que modifiquen sus comportamientos de riesgo
cardiovascular y a que manejen por sí mismos su enfermedad; y por otro facilitarles el
aprendizaje de las habilidades necesarias para que puedan afrontar de manera adecuada
el estrés (Dickinson et al., 2008; Linden y Moseley, 2006).
En relación con este segundo objetivo, una parte de los tratamientos se ha dirigido a
que el paciente adquiera habilidades de autorregulación y controle de forma voluntaria su
respuesta fisiológica, con el fin de que así pueda lograr un estado de relajación o de
calma mental (Brook et al., 2013; Rainforth et al., 2007). Los resultados obtenidos en
este sentido apoyan y recomiendan el uso de la meditación trascendental, incluyendo
técnicas contemplativas o de mindfulness, la respiración profunda y el biofeedbak termal
como estrategias efectivas para la reducción de la respuesta de estrés y la presión arterial.
146
duración de cada una de ellas es de entre hora y media y dos horas. Además de estos
tratamientos estandarizados, la terapia cognitivo-conductual individualizada también
resulta efectiva como forma de intervención para reducir el estrés psicológico,
especialmente en los pacientes hipertensos en los que el estrés constituye un aspecto
importante en su funcionamiento diario.
147
siguientes pasos o instrucciones:
-Encuentra un sitio tranquilo para comenzar a practicar. Puedes estar sentado con la
espalda recta o tumbado boca arriba. Pon una mano encima del abdomen y la
otra sobre el pecho.
-Inhala el aire por la nariz y nota cómo, al hacerlo, se eleva primero tu abdomen
expandiéndose suavemente; después lo hace la parte media del pecho y por último
la parte más alta del pecho. Al inhalar sentirás que la mano que tienes sobre el
abdomen se mueve, mientras que la mano que tienes sobre el pecho apenas lo
hará.
-Una vez que termines de hacer la práctica, observa cómo te sientes en ese momento.
148
y desaparezca pero sin implicarse en ello.
-Siéntate cómodamente en una silla sin cruzar las piernas, o en el suelo encima de un
cojín con las piernas cruzadas. Tu espalda ha de estar erguida y tu cuerpo
suavemente apoyado en las dos caderas. La barbilla debe estar ligeramente metida
hacia dentro y la boca cerrada. Los ojos pueden estar abiertos o cerrados. Las
manos puedes ponerlas sobre el regazo, una encima de la otra con las palmas
hacia arriba y los dedos pulgares tocándose; o bien encima de cada rodilla con las
palmas hacia abajo. Respira por la nariz.
-Practica la meditación durante 10 o 20 minutos una o dos veces al día, sin convertir
la práctica en una obligación. Cualquier momento que elijas para practicar es
mejor que no dedicarle ninguno. Conforme tengas más práctica intenta aumentar
de forma progresiva el tiempo de meditación, hasta llegar a 30 o 45 minutos
diarios.
149
En la meditación contemplativa o mindfulness la persona se hace consciente de la
experiencia que esté teniendo en ese momento dirigiendo su atención a aquello que esté
notando, sean estímulos externos, pensamientos, recuerdos, imágenes, sensaciones
físicas, emociones, etc. La atención a toda esta experiencia se acompaña de una actitud
receptiva, compasiva y carente de juicio, observándola en cada momento tal como es
(Abramowitz, 2012; Davis et al., 2008).
A continuación se describen algunos pasos que el paciente puede seguir para practicar
la contemplación de los pensamientos:
-Comienza por hacer algunas respiraciones diafragmáticas, notando cómo el aire llega
hasta tu abdomen y sale por la boca.
150
su contenido, simplemente observa que te has enredado con ellos y déjalos pasar.
-Cuando termines la práctica del mindfulness, haz una respiración inhalando el aire
profundamente y exhalándolo de forma prolongada. Puedes comenzar a realizar la
meditación durante 10 minutos diarios a lo largo de 2 semanas. Conforme
adquieras más práctica trata de prolongar el mindfulness durante 20 o 30 minutos.
A) El modelo cognitivo-conductual
Una forma sencilla de explicar al paciente por qué no son los acontecimientos los que
hacen que nos sintamos mal, sino lo que pensamos y nos decimos cuando nos
enfrentamos a ellos es a través del modelo ABC.
Según este modelo ante los acontecimientos y situaciones que ocurren en nuestra
vida (A) las personas hacemos interpretaciones y generamos diferentes pensamientos (B)
los cuales, pudiendo ser ciertos o no, van más allá de los datos objetivos que nos ofrece
la situación. En función de cuáles sean estas interpretaciones y pensamientos, es decir,
dependiendo del significado que demos al acontecimiento ante el cual nos encontramos,
nuestra forma de actuar y de responder física y emocionalmente (C) va a ser también
distinta (Dryden y Branch, 2008; Ellis, 2000). Expresándolo de una forma gráfica
podríamos decir entonces que:
Veamos con dos ejemplos cómo funciona este modelo: a Teresa su doctora le acaba
de diagnosticar hipertensión esencial. Lo primero que piensa al recibir el diagnóstico es:
"la verdad es que no me gusta lo que me acaba de decir"; "bueno, tengo este problema,
pero vamos a ver qué puedo hacer"; "conozco gente que tiene hipertensión y que,
siguiendo el tratamiento, lleva una vida bastante normal". Cuando Teresa piensa esto se
siente un poco disgustada, algo tensa pero capaz de mantener la atención. Comienza a
151
hacer preguntas a la doctora para ver cómo es el tratamiento de la hipertensión. No está
sonriente, pero tampoco nota una excesiva tensión en la cara o en el resto del cuerpo.
Cuando se marcha de la consulta se siente más tranquila porque sabe qué pasos puede ir
dando.
Javier también acaba de recibir el diagnóstico de que tiene hipertensión esencial. Los
primeros pensamientos que ha tenido después de escuchar el diagnóstico han sido: % por
qué me tiene que pasar a mí esto?"; "puedo tener un infarto cerebral en cualquier
momento. Mi tío Juan tuvo hipertensión y le dio un infarto cerebral"; "esto es horrible".
Como consecuencia de estos pensamientos, Javier siente bastante enfado y miedo. Nota
que su corazón se está acelerando, que hay tensión en su cara y en sus hombros y que
tiene la boca seca. Evita mirar a la doctora, apenas la escucha cuando ésta le explica las
posibles opciones de tratamiento y decide marcharse de la consulta cuanto antes. Cuando
Javier se va se siente menos nervioso, pero sigue dando vueltas a los mismos
pensamientos.
Estos dos ejemplos ponen de manifiesto cómo la forma con la que cada paciente
piensa acerca del hecho de tener hipertensión hace que su conducta, sus emociones y su
respuesta corporal sean diferentes. Si nos detuviéramos a analizar cómo son los
pensamientos de Teresa y los de Javier, podríamos decir que los pensamientos de Teresa
son más realistas, esto es, tienen en cuenta más datos de la realidad y por tanto son más
objetivos; son más racionales, en el sentido de ser más flexibles y más lógicos, y más
funcionales, ya que ayudan a Teresa a actuar de una forma más constructiva y a sentir
unas emociones que, aun siendo negativas, son acordes con la situación y no le van a
generar una gran perturbación emocional. Los pensamientos de Javier, sin embargo,
resultan menos ajustados a la realidad; son más irracionales, es decir, más rígidos, más
extremos y más disfuncionales, ya que están propiciando que Javier se comporte de una
forma perjudicial para él y le provocan un alto malestar emocional.
-No son los acontecimientos en sí mismos los que están provocando en el paciente el
malestar emocional o el estrés que siente sino que, en gran medida, son sus
propios pensamientos irracionales los que le están causando dicho malestar y los
que están haciendo que se comporte de la manera en que lo está haciendo. Tal y
como se ha expuesto en el capítulo 2, la forma de valorar los sucesos constituye
un aspecto básico para entender la aparición del proceso de estrés (Lazarus y
Folkman, 1984/1986).
-Puesto que los pensamientos y las ideas que tenemos son aprendidas, ante las
152
situaciones problemáticas el paciente puede aprender a cuestionar sus
pensamientos irracionales cambiándolos por otros alternativos más flexibles y
realistas, los cuales van a hacer que se sienta mejor y pueda comportarse de una
forma más constructiva y beneficiosa para él.
El que el paciente aprenda a cambiar sus pensamientos irracionales por otros más
adaptativos no significa que estos últimos vayan a ser pensamientos positivos que le
lleven a ver su vida de color de rosa, negando aspectos de la misma que son
objetivamente indeseables, difíciles o dolorosos. Así, por ejemplo, el paciente hipertenso
tiene que asumir, y es deseable que lo haga, que tiene una enfermedad crónica; que para
poder controlar la tensión es necesario que lleve un estilo de vida sano, y que es muy
probable que tenga que comenzar a tomar medicación si no se puede controlar su tensión
modificando el estilo de vida.
De lo que se trata, por tanto, es de que el paciente, ante las características negativas
de su enfermedad o ante las diferentes situaciones conflictivas que se le planteen en su
vida, pueda generar una visión más realista y equilibrada de las mismas para así sentirse
mejor y actuar de una forma más funcional (por ejemplo, "preferiría no tener
hipertensión, pero la realidad es que tengo esta enfermedad aunque me moleste.
Enfadarme con los demás o conmigo por esto, o demorar el inicio del tratamiento no me
sirve de nada. Así es que voy a ver qué opciones de tratamiento tengo y cuál me
conviene más").
Por otra parte, a la hora de tratar los problemas emocionales, la orientación cognitivo-
conductual parte del supuesto de que la forma de relacionarse de los pensamientos, las
emociones, las conductas y las respuestas fisiológicas es bidireccional, todos estos
elementos interactúan con el entorno y entre sí (ver figura 6.1). Como consecuencia de
las relaciones recíprocas, entre estos factores se pueden establecer círculos viciosos cuyo
efecto último es el mantenimiento o agravamiento del problema que tenga el paciente.
Por este motivo, antes de realizar la intervención es preciso evaluar e identificar, en el
caso particular de cada paciente, cómo se relacionan estos elementos, qué factores han
desencadenado el problema y cuáles lo están manteniendo o agravando. De este modo, la
intervención sobre cualquiera de estos componentes puede originar un cambio en el
resto, rompiéndose así los posibles círculos viciosos establecidos y pudiéndose instaurar
otros más adaptativos (Westbrook, Kennerley y Kirk, 2011).
153
Figura 6.1. Interacción entre los componentes del modelo cognitivo-conductual (adaptada
de Padesky y Money, 1990)
B) La reestructuración cognitiva
154
situaciones en las que se encuentra el paciente y tienen un impacto directo sobre sus
emociones, es importante que el paciente comience por identificarlos. Por otra parte,
puesto que llevan mucho tiempo en la cabeza del paciente y se los ha repetido muchas
veces, le resultan totalmente ciertos y creíbles. En este punto el objetivo de la
reestructuración cognitiva consiste en enseñar al paciente a que, de una forma
estructurada, cuestione la veracidad y la utilidad de esos pensamientos negativos,
haciéndole ver como punto de partida que sus pensamientos no son hechos reales; y que
porque tenga esos pensamientos y los crea no necesariamente significa que sean verdad.
Para saber si realmente son ciertos es necesario examinarlos críticamente (Beck, 2011).
Para ello es preciso que el paciente se dé cuenta de qué es lo que piensa cuando se
encuentra ante una situación que le resulta estresante, cuando se siente mal
emocionalmente (ansioso, deprimido, excesivamente enfadado, apático, etc.) o cuando se
está comportando de una manera perjudicial para él (por ejemplo, dormir menos, no
afrontar un problema porque siente miedo y no lo tolera, discutir con las personas más
cercanas, dejar de hacer algo que le agradaba, etc.). Una pregunta que puede hacerse el
paciente en estas circunstancias es la siguiente: ¿Qué es lo que estoy pensando en este
momento? (o "¿qué es lo que estaba pensando en ese momento?" si está recordando una
situación que ya ha sucedido). El terapeuta en la consulta puede formular esta pregunta
("¿qué es lo que estabas pensando en ese momento?") para ayudar al paciente a que
identifique sus pensamientos negativos.
Una vez que el paciente ha detectado cuáles son los pensamientos negativos que ha
tenido durante la situación de estrés, el paso siguiente que hay que dar es trabajar con él
para que los evalúe y comience a poner en duda su posible veracidad y funcionalidad. No
se trata tanto de que el paciente elimine los pensamientos negativos, sino de que vaya
restándoles credibilidad a través de su cuestionamiento. Para poder debatirlos el paciente
puede escoger algunas de las preguntas que se muestran en el cuadro 6.1, o elaborar él
mismo otras que le ayuden a cuestionarlos y rebatirlos.
Durante este proceso el paciente debe examinar también los posibles errores
cognitivos que tengan estos pensamientos (Beck, 2011; Westbrook et al., 2011). Los
errores o distorsiones cognitivas hacen que los pensa mientos resulten extremos,
irrealistas e ilógicos, y que generen malestar emocional. En el cuadro 6.2 se recoge un
listado con algunas de las distorsiones más comunes. Puede suceder que un mismo
pensamiento contenga a la vez varias distorsiones.
155
persona podría llegar a la siguiente conclusión: "Realmente no me puedo considerar como
una persona torpe ya que soy capaz de hacer otras cosas bastante bien, como cocinar,
planificar bien el tiempo que dedico a las cosas que hago o resolver adecuadamente las
averías que tengo en casa. Por tanto, el hecho de no ser capaz de organizar los recibos
en un momento dado no significa que sea torpe. Lo único que demuestra es que soy una
persona que, como todo el mundo, a veces comete errores porque no soy perfecto".
El paciente ha de discutir sus pensamientos negativos de forma repetida para que así
éstos vayan perdiendo credibilidad, al mismo tiempo que va aumentando la que va dando
a los pensamientos alternativos.
Una forma muy útil de conducir este debate es escribiéndolo, ya que el paciente
organiza mejor sus pensamientos, sabe cuáles son las distorsiones más frecuentes que
comete y cómo puede responderlos (Beck, 2011).
156
157
Para ello puede utilizar un autorregistro (ver cuadro 6.3) en el cual recoja cuál ha sido
la situación que le ha generado malestar, cuáles han sido sus pensamientos negativos y las
emociones que ha tenido, qué grado de credibilidad tenían sus pensamientos antes del
debate, qué preguntas se hace para cuestionarlos y cuáles son las respuestas que da a las
mismas, qué grado de credibilidad tienen para él las respuestas alternativas y cómo se
siente en ese momento.
158
adquirido más entrenamiento, poder identificar y cuestionar los pensamientos negativos
cuando comience a sentirse mal emocionalmente en la misma situación estresante.
Cuadro 6.3. Autorregistro para cuestionar los pensamientos negativos (adaptado de Beck,
2011)
Como hemos visto en capítulos anteriores, el hecho de disponer de una buena red social
y de estrategias de afrontamiento adecuadas, son dos elementos que favorecen un mejor
ajuste y pronóstico en la hipertensión.
159
Una forma de pensar y de actuar que va a ayudar al paciente hipertenso a mantener
unas relaciones sociales más satisfactorias, y saber cómo manejar y resolver los
conflictos que pueda tener con otras personas (por ejemplo, con su pareja, su familia, el
equipo médico, sus jefes, los vecinos, etc.) es la asertividad.
En las interacciones con los demás, además del comportamiento asertivo, podemos
encontrar otros dos estilos de comportamiento, el inhibido y el agresivo. Cuando estas
dos formas de comportamiento se utilizan de forma sistemática o en grado extremo, la
dificultad para establecer y mantener relaciones sociales satisfactorias va a ser mayor.
160
demás.
Por otra parte, es necesario identificar claramente en qué situaciones y ante quiénes
el paciente no se comporta de forma asertiva (por ejemplo, cuando quiero decir que no,
cuando quiero decir a otra persona que ha hecho algo que me ha molestado, cuando
quiero expresar amor y ternura, con una persona del otro sexo, con los empleados, con
mis hijos, etc.); qué es lo que el paciente querría conseguir en esas situaciones (por
ejemplo, no hacer aquello que no quiero hacer, defender mi punto de vista, no sentirme
enfadado todo el tiempo, expresar mi disconformidad sobre algún punto, etc.), y qué le
puede estar impidiendo comportarse con asertividad (por ejemplo, consideré que no era
un buen momento; no supe qué es lo que tenía que decir; me sentí amenazado o
intimidado; pensé que si lo decía los demás no me iban a hacer caso, etc.).
Puesto que a la hora de tratar de actuar de forma asertiva es probable que el paciente
tenga pensamientos irracionales que bloqueen su comportamiento y le provoquen
emociones perturbadoras (por ejemplo, miedo, culpa, inseguridad, agresividad, etc.), es
conveniente que, siguiendo el modelo ABC, trate de detectar qué posibles ideas
irracionales pueden estar impidiendo que se comporte asertivamente y las debata
formulando otros pensamientos alternativos más racionales que propicien la conducta
asertiva.
161
-Asertividad básica. Consiste en expresar nuestro derecho a algo de forma directa y
simple, sin utilizar ninguna otra estrategia para persuadir, empatizar o negociar con
el otro. Por ejemplo, esperando a que el médico vea al paciente, otra persona se
pone delante para pasar antes. El paciente podría decir: "disculpe, estaba yo
primero".
-Mensajes "Yo". Este tipo de mensajes permiten que nos expresemos de manera
objetiva responsabilizándonos de aquello que decimos o pensamos sin devaluar,
juzgar o responsabilizar a los demás de cómo nos sentimos (por ejemplo, "pienso
que tendrías que descansar más"; "estoy en desacuerdo con lo que has dicho";
"me siento mal cuando no me dices qué te pasa").
-Pedir un cambio de conducta. Los mensajes "Yo" son útiles para expresar nuestros
sentimientos negativos, o para comunicar a otra persona algún problema o
conflicto que tengamos con ella yqueramos resolver. Para ello es preciso seguir
los siguientes pasos:
d)Enfatizar las consecuencias positivas que tendrá para la otra persona (o para
ambas partes) el cambio, o las consecuencias negativas que habrá para la
162
otra persona si no quiere cambiar su comportamiento y continúa violando
alguno de nuestros derechos. Por ejemplo, "cuando te presto los libros y
me los devuelves con las hojas arrugadas, me siento bastante molesto. Me
gustaría que los trataras mejor y me los devolvieras en el mismo estado en
el que yo te los he dejado. De esta forma a mí no me importará seguir
prestándotelos y tú podrás continuar leyendo libros que te interesan".
Preguntas de autoevaluación
2.En la reestructuración cognitiva, los pensamientos que genera el paciente después del
debate son:
163
3.Uno de los supuestos en los que se basa el modelo cognitivoconductual es que:
ob) Las relaciones entre los pensamientos, las emociones y las conductas son
unidireccionales.
oc) Las situaciones son las responsables de la forma de reaccionar del paciente.
4.Si un paciente hipertenso que esté haciendo dieta piensa "no soporto comer tan poco;
esto es horrible", dicho pensamiento reflejaría:
5.La asertividad:
164
165
En el capítulo 3 hemos expuesto el papel protector que las emociones positivas tienen
sobre la salud, y en concreto sobre el desarrollo de la hipertensión, fundamentalmente
debido a su capacidad para reducir la reactividad cardiovascular. Por ello, algunos autores
recomiendan que los tratamientos no farmacológicos de la hipertensión incluyan
componentes dirigidos a incrementar las emociones positivas (Ostir et al., 2006). Por otra
parte, la experiencia de emociones positivas también se asocia con incrementos de
recursos personales, que son más duraderos que las emociones, y que son esenciales
para el logro de diferentes objetivos, incluido el mantenimiento de la salud, tales como las
estrategias de afrontamiento efectivas, el apoyo social o la percepción de competencia
(Cohn et al., 2009; Fredrickson et al., 2008; Lyubomirsky et al., 2005).
166
interacciones (ver Sanjuán, 201la, para una revisión). Por ejemplo, teniendo en cuenta
las circunstancias se ha comprobado que la contribución genética a la satisfacción vital
decrece a medida que se incrementa el nivel de ingresos.
También se estima que hay un 10% de la varianza del afecto positivo que se debe a
las circunstancias (que pueden estar más o menos bajo nuestro control), mientras que el
40% restante se explicaría por la actividad intencional, y por tanto estaría totalmente bajo
nuestro control (Lyubomirsky, Sheldon y Schkade, 2005).
1.Se requiere realizar alguna actividad. Estar bien no se puede conseguir simplemente
proponiéndoselo como objetivo. Estar bien no se puede perseguir como un fin
último, sino como la consecuencia de un proceso que culmina con un sentimiento
de satisfacción. Es decir, hay que hacer algo. Uno no puede simplemente decir
"quiero experimentar más emociones positivas", porque esto no funciona, es
imprescindible "hacer algo", y ese algo tiene que ser bastante específico.
Podríamos adelantar que es imprescindible que las personas cambien su manera
de pensar y actuar.
2.Hay que hacer algo, pero no cualquier cosa. Tal como veremos más adelante, se
podría decir que se requiere la realización de acciones en las que las personas
deciden implicarse.
3.Por otra parte, también implica que la persona tiene que realizar algún esfuerzo, es
decir, tiene que intentar realizar la actividad, no que ocurra por sí misma. Esto es
lo que diferencia una actividad de una circunstancia vital, es decir, las
circunstancias ocurren, mientras que las actividades son maneras de actuar sobre
las circunstancias. Esta diferencia es lo que provoca que la adaptación hedónica
afecte más a las circunstancias y mucho menos a las actividades. Las actividades,
al ser diversas e intencionales, nos permiten que podamos cambiar y que, por
tanto, se vean menos afectadas por la rutina o adaptación hedónica. En este
sentido se ha comprobado que las circunstancias afectan al bienestar, pero sólo a
corto plazo, mientras que las actividades pueden predecir el bienestar a largo
plazo. Aunque las personas normalmente se esfuerzan por mejorar sus
167
circunstancias vitales (casa, coche, ingresos, etc.), sus efectos en el afecto
positivo son transitorios, dado que las personas se adaptan a la configuración
estática de sus circunstancias vitales. En contraste, adoptando nuevas actividades
vitales (aficiones, metas, carrera profesional, relaciones interpersonales) las
personas obtienen potencial para generar experiencias positivas.
Desde Buda, y pasando por el movimiento de potencial humano de los años 60 del siglo
pasado, se han propuesto gran cantidad de actividades o intervenciones para incrementar
el bienestar. En la actualidad la investigación, realizada desde la perspectiva de la
Psicología Positiva, se ha dirigido a probar empíricamente la eficacia tanto de algunas de
las estrategias previamente propuestas, como de otras de nuevo desarrollo.
Las actividades que se van a exponer en este apartado son algunas de las que han
mostrado su eficacia para incrementar las emociones positivas en distintos estudios. El
objetivo final de todas ellas es incrementar las emociones positivas, pero puesto que, tal
como hemos expuesto anteriormente, este incremento no se puede conseguir
directamente, sino sólo de forma indirecta, se podría decir que estas actividades se
orientan a:
168
a)Tres cosas buenas del día. Este ejercicio consiste en identificar tres cosas en el día
que hayan ido bien. Se recomienda hacerlo al final del día, antes de acostarse,
para que se pueda tener en cuenta todo lo experimentado a lo largo del día. Se
requiere, por supuesto, la realización reiterada para que pueda llegar a tener
efecto. Con este sencillo ejercicio se promueve la toma de conciencia de que
ocurren cosas buenas, de que verdaderamente existen cosas positivas en nuestra
vida, potenciando la focalización de la atención sobre los aspectos positivos, de tal
manera que se favorece el desarrollo de emociones positivas (Seligman, Rashid y
Parks, 2006; Seligman, Steen, Park y Peterson, 2005).
Por otra parte, la forma de afrontar las situaciones también desempeña un rol
decisivo en el desarrollo de emociones positivas, tal como hemos visto en el capítulo 3.
Las estrategias de afrontamiento que se asocian con la generación de afecto positivo,
además del afrontamiento activo, son la reevaluación positiva de la situación y el aporte
de significado positivo a los eventos ordinarios:
169
hábitos de vida por otros más saludables, o para descubrir quiénes son los
verdaderos amigos. Cuando las personas reevalúan una situación negativa de una
manera positiva incrementan las emociones positivas como la esperanza, la
compasión o la gratitud.
170
después de recibir un beneficio por parte de alguien, se incrementa la conducta
prosocial.
Este ejercicio toma diferentes formas, que van desde el simple reconocimiento
de que alguien ha hecho algo por nosotros, a la escritura del agradecimiento, o el
propio y directo agradecimiento a la persona en cuestión.
Por último, otro grupo de propuestas tiene que ver con la persecución de metas. Es
un hecho muy comprobado que contar con metas y hacer progresos hacia su
consecución se asocia con el incremento de bienestar. Sin embargo, hay que tener en
cuenta que las metas que más favorecen el desarrollo de afecto positivo y satisfacción
son aquellas que:
171
b)Tienen un moderado nivel de reto, es decir, no son ni muy fáciles ni muy difíciles,
en concreto, aquellas que están ligeramente por encima de la competencia del
propio individuo.
Una ventaja de las metas es que nos permiten disfrutar de bienestar sin perseguirlo
explícitamente. Es decir, las metas nos posibilitan lograr estar bien mientras que estamos
persiguiendo otras cosas. Como hemos indicado previamente, uno de los retos de un
programa de incremento del bienestar es evitar la rutina hedónica o rápida adaptación
ante cualquier cambio positivo de tal manera que deja de tener efecto. Las metas
permiten luchar contra la rutina hedónica, ya que son dinámicas, y cambian y son
modificadas por las circunstancias de la vida. Por ello, la persecución de metas es menos
susceptible de producir adaptación sobre el tiempo.
En los estudios sobre amabilidad, ya sea como toma de conciencia de los actos
realizados, la realización de un determinado número de actos de amabilidad en un
período de tiempo determinado o el entrenamiento en meditación en amabilidad se ha
encontrado también que se asocia con el incremento de las emociones positivas
(Fredrickson et al., 2008; Otake et al., 2006). Como ejemplo nos detendremos en el
estudio de Otake y colaboradores (2006), en el que se instó a los participantes, que eran
estudiantes, a que tomaran conciencia de los actos de amabilidad que realizaban hacia
otras personas cada día durante una semana. Midieron las emociones positivas un mes
172
antes de la realización de la actividad (lo que constituyó la línea base) y un mes después
de acabar la misma (seguimiento). El grupo control sólo informó de las emociones
sentidas. Como podemos ver en el cuadro 7.1, la realización de la actividad tuvo el
efecto esperado, puesto que encontraron una interacción significativa que se debía a la
diferencia existente en las emociones positivas, informadas en el momento del
seguimiento, entre el grupo control y el que tomó conciencia de los actos de amabilidad
realizados.
La amabilidad, al igual que la gratitud, es una importante fortaleza humana que tiene
gran influencia en el bienestar. La amabilidad contribuye al desarrollo de buenas
relaciones sociales y, por tanto, puede entenderse como adaptativa.
Con respecto a las actividades que pretenden la visualización del mejor yo posible,
los distintos estudios también han comprobado que incrementan las emociones positivas
(Lyúbomirsky et al., 2011; Seligman et al., 2005; Sheldon y Lyúbomirsky, 2006). A título
de ejemplo nos detendremos en el estudio de Sheldon y Lyubomirsky (2006), en el que
los participantes tenían que escribir sobre su mejor yo posible en la condición de
tratamiento, o sobre los detalles de un día cualquiera en la condición de control. Se les
instaba a que hicieran el ejercicio en las dos semanas siguientes, al menos dos veces. Se
medían las emociones positivas antes de hacer el ejercicio, inmediatamente después de
realizarlo, y 2 y 4 semanas después. En estas dos últimas ocasiones además también
informaban del grado en que continuaban haciendo el ejercicio.
En el cuadro 7.2 podemos ver los resultados obtenidos, que recogen una interacción
significativa, pues entre los participantes de la condición control no había diferencias en
las emociones positivas antes y después del entrenamiento, mientras que los participantes
que escribieron sobre su mejor yo posible sí incrementaron sus emociones positivas
después de la práctica del ejercicio.
173
A modo de resumen podríamos decir que los estudios realizados hasta la fecha son
bastante consistentes y muestran que la realización de las actividades que hemos
expuesto incrementa la experiencia de emociones positivas. No obstante, y dado que la
Psicología Positiva se encuentra todavía en sus inicios, los estudios sobre la eficacia de
este tipo de intervenciones aún están en su estado embrionario. Por una parte, se
requieren estudios que demuestren que las intervenciones tienen efectividad a largo
plazo. Por otra parte, son necesarios estudios concretos sobre los componentes activos
de estas actividades o intervenciones. Algunos autores han sugerido que actúan
facilitando que la atención y la memoria se vuelquen hacia aspectos más positivos
(Seligman et al., 2006), lo que, a su vez, produciría la inducción de emociones positivas.
Verdaderamente, con estos ejercicios se propicia que la persona se dé cuenta o tome
conciencia de los aspectos positivos de su experiencia vital, como la ocurrencia de
sucesos cotidianos positivos en el caso de los ejercicios de "tres cosas buenas", o "dar un
significado positivo a las situaciones cotidianas" o que tiene personas con las que contar
en el caso del ejercicio de "gratitud", o que posee capacidades positivas que se pueden
potenciar en el caso del ejercicio de "amabilidad". En el caso de los ejercicios sobre
gratitud y amabilidad también se producirían incrementos de las relaciones personales de
calidad, lo que, a su vez, también produciría emociones positivas.
Para terminar, queremos apuntar que las estrategias que se han expuesto han
resultados eficaces, no sólo para incrementar las emociones positivas, sino también para
disminuir los síntomas de depresión y la depresión clínica (Seligman et al., 2005, 2006).
Estos hallazgos son relevantes; recordemos, tal como se ha expuesto en el capítulo 3, que
la depresión puede ser tanto una causa que contribuye al desarrollo de las enfermedades
cardiovasculares, como una consecuencia de las mismas.
174
(sin autoselección). En cualquier caso, en ambas condiciones los participantes seguían un
programa idéntico. Lo importante es que los participantes creían que lo que hacían servía
para incrementar el bienestar o para incrementar sus recursos cognitivos.
Como podemos ver en este cuadro, los mayores incrementos de bienestar se daban
entre los participantes que se autoseleccionaron, es decir, los que estaban motivados para
incrementar su bienestar, y, a su vez, entre los que seguían el programa con respecto al
grupo control.
175
también seguir una estrategia adecuada (el programa de intervención). Se podría decir
que la motivación es una condición necesaria, pero no suficiente, ya que tiene que ir
acompañada de la realización de alguna actividad efectiva para el incremento del
bienestar. De la misma manera, el esfuerzo es importante, pero sólo cuando se emplea
para hacer las actividades pertinentes.
Preguntas de autoevaluación
oc) En su gran mayoría a las circunstancias ambientales que quedan fuera del control
personal.
ob) Se ve mucho más afectada por la rutina hedónica que cualquier otro aspecto.
3.Las metas personales que más se asocian con el desarrollo de bienestar son aquellas
que:
176
5.Los estudios realizados al respecto muestran que:
oa) Sólo con estar motivado, las personas pueden incrementar sus emociones
positivas.
177
178
Como hemos visto en las páginas anteriores, la hipertensión arterial no sólo es una
importante enfermedad cardiovascular de carácter crónico que afecta a un significativo
número de personas (aproximadamente, al 20% de los adultos entre los 40 y los 65 años,
elevándose su prevalencia al 50% a partir de esa edad), sino que, en sí misma, es un
factor de riesgo de enfermedades, no sólo cardiovasculares, sino también oculares y
renales, entre otras.
Si bien hay factores que contribuyen a su etiología que están fuera del control de la
persona (como la edad, el sexo, los antecedentes familiares o características étnicas), hay
otros factores, como hemos visto a lo largo del texto, que sí dependen de nosotros, de
nuestra forma de ser, sentir y actuar, y que contribuyen al inicio y desarrollo de una parte
importante de los casos de hipertensión. Son factores que influyen en nuestra dieta, en el
ejercicio físico que realizamos, en el consumo que hacemos de alcohol y de tabaco, y en
las situaciones en las que nos vamos implicando y en la forma en que las afrontamos,
que pueden convertirse en importantes fuentes de estrés con consecuencias para nuestra
salud física y psicológica.
Pero también hay otros factores nocivos o de riesgo psicosocial, como la ansiedad y
la depresión, la hostilidad, la falta de control, el afrontamiento poco eficaz, las malas
relaciones sociales que conllevan aislamiento y falta de apoyo social, o una actitud
pesimista que, por el contrario, no sólo hacen más vulnerable a la persona ante el
padecimiento de una enfermedad como la hipertensión, sino que además dificultan su
tratamiento una vez diagnosticada.
179
apropiado del estrés y de las emociones y cogniciones negativas, y al establecimiento de
adecuadas redes sociales. Para ello puede recurrirse a la puesta en marcha de programas
en centros escolares, laborales o en ámbitos comunitarios, mediante campañas
ciudadanas y apoyando que se desarrolle una legislación pertinente en este sentido.
Pero además, y a ello hemos dedicado la segunda parte de este texto, desde la
psicología puede intervenirse para que el paciente hipertenso, una vez diagnosticado,
pueda adaptarse a su enfermedad, afronte eficazmente las situaciones difíciles o maneje
adecuadamente sus emociones, canalizando sus afectos negativos y experimentando y
promoviendo sus emociones positivas.
180
181
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
182
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
183
184
185
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197
Índice
Presentación 13
1. Conceptos previos 18
1.1. Definición de hipertensión arterial 20
1.2. Prevalencia 22
1.3. Diagnóstico 24
1.4. Tratamiento 26
1.5. Prevención 29
1.6. Aspectos psicosociales relevantes en la prevención y el
30
tratamiento
Preguntas de autoevaluación 32
2. Factores psicosociales I.• Estrés, afrontamiento y emociones
33
negativas
2.1. Estrés y afrontamiento 37
2.1.1. El estrés como respuesta 39
2. 1.2. El estrés como estímulo 40
2. 1.3. El estrés como proceso interactivo: los procesos de
40
valoración y afrontamiento
2.1.4. Emociones 49
2.1.5. Estrés, afrontamiento e hipertensión 50
2.2. Hostilidad 54
2.3. Afectividad negativa: ansiedad y depresión 57
3. Factores psicosociales II: Características protectoras 62
3. 1.1. Locus de control o control interno-externo 64
3. 1.2. Autoeficacia percibida 66
3. 1.3. Implicaciones de la percepción de control para la salud y la
69
enfermedad
3.1.4. Las explicaciones de la enfermedad 70
3.2. Optimismo 71
198
3.2. 1. Optimismo y salud 72
3.2.2. Optimismo y afrontamiento 73
3.2.3. Estilo explicativo optimista y salud 75
3.2.4 Optimismo e hipertensión 78
3.3. Emociones positivas 80
3.3. 1. Emociones positivas y salud 81
3.3.2. Emociones positivas e hipertensión 85
3.4. Apoyo social 85
3.41. Mecanismos explicativos de su relación con la salud 88
3.42. Evidencia en relación con la salud y la enfermedad 89
4 . Relación y comunicación entre el paciente hipertenso y el
96
profesional de la salud
4.1. La relación entre el paciente hipertenso y el equipo de
98
profesionales de la salud
4.1.1. Establecer y fomentar la colaboración entre el paciente y el
99
profesional de la salud
4.1.2. Ayudar al paciente teniendo en cuenta sus valores,
100
necesidades y la manera en que le está afe
4.1.3. Promover la responsabilidad y la autonomía del paciente en
102
el manejo de su hipertensión
4.2. La comunicación con el paciente hipertenso 103
4.2. 1. Cómo escuchar al paciente 104
4.2.2. Cómo preguntar al paciente 107
4.2.3. Cómo informar al paciente 109
5 . Intervención para la motivación y el cambio en el estido de vida
113
y la aherencia al tratamiento
5.1. La motivación para el cambio 116
5.1.1. El modelo transteórico de los estadios de cambio 117
5.1.2. La entrevista motivacional 119
5.2. El planteamiento de los objetivos a través de la colaboración 126
199
5.3. E plan de acción 130
5.3.1. El proceso de ir paso a paso 130
200