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¿Para qué quieren los que no saben leer o no leen jamás libros y diarios,
ferrocarriles ni telégrafos?
Por eso, a la vez que debéis crear escuelas, necesitáis bibliotecas como
complemento de las primeras.
No basta aprender a leer, es también necesario cultivar el gusto por la lectura para
que ese pasatiempo venga a ayudarnos en la obra de nuestra educación propia.
El hombre recibe de la escuela los primeros rudimentos que contribuyen más tarde
a su engrandecimiento o que estacionarios se esterilizan por la inacción del espíritu
y son como la simiente de que nos habla Jesús en una de sus parábolas. Como el
Evangelio no es popular todavía entre nosotros, me tomaré la libertad de repetirla
aquí, porque el ejemplo de ésta como todas las palabras del Salvador, eran
dirigidas a los sencillos habitantes de los campos. Él decía:
"La palabra del Hijo del Hombre es como la semilla que siembra el labrador. Unas
veces cae sobre la tierra pegada a la roca que aunque brote no tiene consistencia en
la raíz; otra cae sobre la roca viva, vienen las aves del cielo y se la llevan en sus
picos; otras caen sobre tierra fértil y produce ciento por uno".
El primer hombre que encaró la vida desde este punto de vista, fue Horacio Mann,
otro humilde niño, hijo de un labrador y labrador él mismo, educado en los
campos, por el libro leído en los momentos de solaz. Sí, ese hombre, Horacio Mann,
fue el primero que una vez se fijó en esta gran cuestión: "el carácter progresivo de
la raza humana".
Un niño que nace en la ignorancia y en ella crece, cuando llega a ser hombre,
¿cómo habrá contribuido al progreso de esa especie ni de su raza?
Planta agreste, su fruto será amargo. La vida impone deberes y tiene un fin: Dios
la concede como un beneficio, no, como una tortura, como un bien inapreciable, no
como un castigo. No para sufrir y curvarse, sino para trabajar y avanzar por el
camino de la perfección desconocida que se llama inmortalidad.
Considerando el libro desde otro aspecto, cuando las miserias de nuestras pasiones,
traen al corazón el desencanto de los amores que creíamos eternos, de las
amistades que supusimos invariables, cuando la muerte en su cosecha incesante
nos roba los caros objetos de nuestras afecciones; ¿Qué amigo más fiel, qué
consolador más asiduo que el libro con quien nos hallamos frente a frente en la
hora del consuelo o la decepción?
Todos los días, a cada momento, se nos vienen a los labios los Estados Unidos;
Chivilcoy es conocido por el vulgar apodo de "el pueblo yankee". Mostremos
entonces que merecemos el honor de representar el carácter iniciador y
perseverante de los yankees, y más que todo, su respeto y gratitud para con sus
bienhechores.
Aquí Rivadavia creaba escuelas para las mujeres, y dijo: "La escuela es el secreto
de la prosperidad de los pueblos jóvenes". A la vez que en los Estados Unidos se
ensayaba el sistema de Lancaster, y allá como aquí el año 25 oyó el "sursuncorda"
que emprendían los estadistas norteamericanos y el estadista argentino.
¿Por qué fenómeno desconocido no estamos hoy nosotros a la altura de aquel
pueblo; si la misericordia divina nos deparó un guía tan sabio como el que tuvo
Norte América?
¿Por qué habiendo tenido un general Belgrano, corazón honrado y virtuoso al par
de Washington; por qué habiendo tenido un Rivadavia, genio colosal como
Webster, nos encontramos hoy rezagados a la retaguardia de los Estados Unidos
en vez de encontrarnos a la par?
Voy a la ciudad a pedir libros para la Biblioteca de Chivilcoy y a los vecinos de este
pueblo les confío, no mi pensamiento, sino su propio interés.
La mujer, pues, no tiene un amigo más leal que el libro; él será el compañero y el
consolador de sus males; él calmará su pesar de un modo más radical que los
banales consuelos que no llegan hasta su corazón dolorido. La mujer que lee y ama
la lectura luchará mejor contra el infortunio, contra esos dolores agudos que saben
quebrantar las fibras de los corazones más firmes.
El hombre iletrado, que nada sabe, nada puede producir tampoco; es menester
enseñarlo antes, educar sus facultades intelectuales, educar sus sentimientos para
que después, él a su vez también, eduque la tierra que produce mejor, eduque sus
animales para sacar de ellos mejor partido; del caballo, el manejo del arado; de la
vaca, la lechería modelo.
Pero lo repito: sin previa educación, no hay más que barbarie, progreso negativo y
los propios ferrocarriles y telégrafos se esterilizan por la falta de una buena
dirección dada al espíritu humano.
Sé que vuestros campos están bien cultivados, que poseéis ganadería numerosa,
máquinas también, de las que libertando el brazo del hombre del trabajo manual,
centuplican las fuerzas productoras del pensamiento; pero no hay otro elemento
creador indispensable. Usando de las palabras de Washbur, un inteligente
gobernador de alguno de los Estados del Oeste, os preguntaré: ¿Qué cantidad de
cerebros cultivados posee Chivilcoy? ¿Cuántos hombres saben leer en este partido?
¿Cuántos se educan? ¿Cuántos quedan por educarse? El progreso que anhelamos
no tiene otra solución que la cantidad de cerebro cultivado, en posesión de cada
país. La libertad, este bello ideal de las almas generosas, esa aspiración ingénita de
la humanidad, ¿cómo se alcanza?
Sin negar todas las desventajas de nuestro origen, tengo la certeza que la obra de
los padres peregrinos que fundaron la gran república americana, se habría
desvirtuado, si los ciudadanos hubiesen descuidado la obra de la educación
universal. Anoche, un aventajado niño, preludiando al orador de genio y cuyo
destino auguramos espléndido, si él sabe encaminar su espíritu y su estudio al
conocimiento de las verdades prácticas de la economía social, ese aventajado niño,
decía anoche, que la democracia es la reivindicación de la personalidad del hombre
individual y por consecuencia del hombre del pueblo. Sí, esto es la democracia en
la acepción filosófica del concepto.
Después la difusión de la lectura ha sido tal que se han dotado de bibliotecas las
escuelas, los hospitales, las cárceles; yo misma, visitando la penitenciaria de
Pensilvania, he estado en su biblioteca.
La universalidad de lectores y de personas que saben escribir, ha producido
ese consumo asombroso de libros, de papel, de tipos y ese ensanche fabuloso de
rentas de correo. Réstame ahora hablaros de la realización de la biblioteca pública,
que yo denominé ante de ayer: "Biblioteca Sarmiento"; fue un deseo aislado que
no viene con el carácter de imposición; el pueblo de Chivilcoy y su vecindario
resolverán como mejor encuentren.
Entremos al terreno de la realidad.
Todas las bibliotecas conocidas se han formado por donaciones especiales, o por
asociaciones.
Lo que yo propongo, tiene por primer plantel un libro que Sarmiento me encarga
ofrecer a Chivilcoy como óbolo de la inauguración de su vía férrea, y los volúmenes
de mi uso que he donado.
Yo propongo a mis amigos de Chivilcoy, que se forme primero una comisión que
tome desde ya el distintivo de sucursal de la Sociedad Franklin.
Es la sociedad que ha formado la Biblioteca Popular de San Juan y que aspira a
fundar una del mismo género en cada pueblo de la República Argentina. En
Gualeguay, provincia de Entre Ríos, ya se aglomeran elementos para una.
Decimos, pues, que se nombre una comisión de vecinos de Chivilcoy, que invite a
toda aquella parte de la población apta para ingresar en la Sociedad Franklin. El
dinero reunido esta noche puede servir a los primeros gastos.
Los filtros deberán franquearse no sólo a los socios efectivos, sino a suscriptores
mensuales y a suscriptores eventuales presumiéndose con las garantías necesarias
para evitar el extravío o destrozo de los libros. La Municipalidad puede, también,
aportar un fondo permanente o un dinero mensual para la biblioteca.
Estos son los medios que se me ocurren por lo pronto, y temiendo fatigar la
atención, voy a terminar revelando al vecindario de este pueblo, una conversación
habida delante de mí.
Ahora, mis amigos de Chivilcoy, réstame deciros que me separo de vosotros con el
corazón penetrado de un sentimiento indeleble de profunda gratitud, no sólo por
las demostraciones de simpatía de que he sido objeto, sino porque "Los Anales"
cuentan entre vosotros más patrocinadores que en la populosa ciudad de mi
nacimiento.
Buenos Aires me da 38 suscriptores; Chivilcoy 40, hecho significativo que abonará
en el porvenir por el buen criterio de este pueblo, sobre el que pido la bendición de
Dios para las mieses de sus campos, la unión de sus vecinos y el acierto de su
administración local.
Juana Manso