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Pero si tú no fueras el incomprensible, estarías sometido a mí. Pero sería el mismo infierno
el destino de los condenados que yo, limitado, con mi ser comprendido, me perteneciera a
mí mismo, que me viera obligado a dar vueltas en la cárcel de mi finitud.
Yo puedo hablarte a ti, el incomprensible misterio de mi vida, con tuteo cariñoso, porque tú
eres el amor mismo.
Los que lo saben todo, rara veces son hombres amantes; los “todopoderosos” son
las más de las veces duros; de los más bellos se dice que son con frecuencia tontos.
Y debe ser así; ¿cómo podríamos ser nosotros, seres limitados todo a la vez?
Hay al menos alguien a quien debe uno atenerse sin reservas e infinitamente, sin orden,
y a quien se puede amar todo cuanto uno quiere. Y ése eres tú.
En tu “palabra abreviada” que no lo diga todo, pero sí algo inteligible para mí, volvería
yo a respirar. Debes hacer una palabra humana de tu palabra, y ésta decírmela a mí,
porque una palabra así yo la podría entender. No digas todo lo que tú eres en tu
infinitud, di solamente que me amas.
Pero precisamente
no puedo eso porque me soy extraño a mí mismo y no
estoy en mí, debido a la cotidiana superficialidad de
mi vida, a la cual soy empujado necesariamente .
Cuando huyo
de la oración, no quiero huir de ti, sino de mí, de mi
superficialidad. No quiero escaparme de tu infinitud
y santidad, sino de la desolación del mercado vacío de
mi alma
Orar : esperar en ti, el silencioso estar
preparado hasta que Tú, que siempre estás en el
centro más íntimo de mi ser, me abras por dentro del
portón, para que yo también entre en mí mismo, al
recóndito santuario de mi vida, y allí —al menos una
vez— vierta ante ti la copa que contiene la sangre de
mi corazón.
«La palabra del Señor permanece eternamente». Tú mismo eres mi conocimiento, el cual es
la luz y la vida. Tú mismo eres mi conocimiento y experiencia, Tú, Dios de aquel
conocimiento que es eterno y dicha sin fin.
DIOS DE
MIS
HERMANOS
Me gustaba amar y ser amado, ser buen amigo y tener buenos amigos. Estar así con los
hombres es una cosa fácil y agradable. Al fin y al cabo uno se dirige solamente a
aquellos que uno mismo eligió y permanece entre ellos todo el tiempo que quiere.
Pero ahora la cosa cambió: los hombres a los cuales he sido enviado los elegiste tu, no
yo. No debe ser amigo de ellos, sino siervo.
!Dios mío, qué hombres éstos hacia los que me empujaste!. La mayoría de las veces, ni
siquiera me reciben a mí, tu mensajero, y, no quieren los dones –tu gracia y tu
verdad- con que me mandaste a ellos. Y sin embargo, como, un casero molesto
debo una y otra vez tocar a su puertas. Si al menos yo supiera que de veras te
quieren rechazar cuando no me reciben, me serviría de consuelo, porque quizá
también yo, tranquila y naturalmente, mantendría cerrada la puerta de mi casa si
alguno parecido a mí llegara llamando a ella y afirmando haber sido enviado de por
ti.
Cuán raras veces dice alguno: Señor, ¿qué quiere que haga? Cuán raras veces quiere alguno
ori el mensaje admirable, íntegramente y sin enmienda, de que se te ama
apasionadamente por ti mismo.
Debo observar cómo cae sobre caminos y rocas y zarzales y es comida pro pájaros del cielo
y permanece infecunda, y cuando cae en buena tierra da la impresión de que al germinar
se transforma otra vez en aquello en cuyo corazón fue sembrada: en humanidad
pequeña.
Todo ministerio pastoral es, en su último y verdadero ser, únicamente posible en ti, en tu
amor que m e liga a ti, y así m e lleva allí donde sólo Tú puedes hallar el camino que
conduce a los corazones de los hombres
Si hubiera yo orado más estaría más cerca de las almas. Porque la oración que no sólo
mendiga tus dones, sino que m e hace vivir a m í m ismo dentro de ti, por el amor, no es
solamente una ayuda que acompaña al ministerio pastoral, sino su primera y última
acción. Señor, enséñame a orar y a am arte. Porque apoyado en ti olvidaré m i propia
pobreza. Introducir con paciencia la pobreza de mis hermanos en tu riqueza. Podré ser
verdaderamente un hermano para los hombres, uno que les puede ayudar en lo único
necesario: encontrarte.
DIOS DE MI
APOSTOLADO
Tu, Padre, eres el Dios de la gracia gratuita. Te apiadas de quien quieres, cuando y donde te
place.
En tu Iglesia visible, mediante signos visibles, agua, palabra, pan…incluso quieres venir por
medio de mi persona a los corazones humanos.
Esta luz debe buscar su camino a través de los vidrios sucios de mi pequeña ventana.
Tu misión misma se ha convertido en mi propia vida, atrae hacia sí todas mis fuerzas.
Mientras tanto seguiré dando vueltas en torno a “Jericó” de las almas hasta que tú derribes
sus murallas.
Al menos seré cada vez más parecido a tu Hijo.
DIOS, QUE HAS DE VENIR
!Ven!
Llega otra vez adviento
¿Podríamos pedirte algo más?, si penetraste tanto nuestra vulgaridad
¿Podríamos acercarte más a nosotros mediante tu venida? Y sin embargo, oramos: ven.
En las primeras páginas de la sagrada Escritura ya está prometida tu venida y, sin embargo,
en su última página, a la cual nunca debe ser agregada otra, se encuentra la oración: !
Ven, Señor Jesús!
La humanidad hace miles de años dispuso la marcha a su aventura más dulce y temible:
buscarte a ti?
Toda cercanía conquistada solamente la mayor amargura con que tu distancia embriaga mi
alma.
Comenzaste lo que según nuestra opinión debería terminar mediante tu venida: nuestra vida,
la cual es impotencia, finitud en lo íntimo y muerte.