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Infancia y Discursos Sobre La Niñez - Carlos Skliar PDF
Infancia y Discursos Sobre La Niñez - Carlos Skliar PDF
Introducción.
Tal vez esta idea pueda ser formulada, sin más, del siguiente modo: la
educación y la escuela están allí pues algo necesita, debe, puede, tiene y,
sobre todo, merece ser completado. La educación es la (tentación de)
completud del otro, la (intención de) completamiento de los otros, la (necesidad
de) hacer del otro aquello que el otro no está siendo, no estuvo siendo y, tal
vez, nunca podrá estar siéndolo.
Pensemos en algunos de los ejemplos quizás más emblemáticos del
argumento de la incompletud: ciertas ideas y/o imágenes que se ponen en
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Y un poco más adelante, hace una referencia sobre los cuidados necesarios
que habría que tomar en relación a los relatos que se les debe contar a los
niños:
No se permitirá que los niños escuchen cualquier relato. No se
permitirá que se les narren, por ejemplo, las principales fábulas por
medio de las cuales han sido educados todos los griegos, los poemas
de Homero y Hesíodo, en la medida en que afirman valores contrarios
a aquellos que se pretende que dominen la nueva pólis. Esos relatos
no representan a los dioses y héroes tal como son y están poblados
de personajes que afirman valores contrarios a aquellos con los que
se pretende educar 2
1
Ibídem, pág. 38.
2
Ibídem.
3
Ibídem, pág. 39.
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Aquello que esta cita parece querernos decir es que la infancia debe ser objeto
de educación, no para el tiempo y el espacio de la infancia, sino “bien
educados” para que, después, en el ser-adultos, en el ser adultos como estado
de completud, los hombres sean capaces de distinguir, de diferenciar con
claridad el bien y el mal.
4
Ibídem, pág 42.
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Son varias y múltiples las cuestiones que este párrafo nos ofrece a simple
vista. En primer lugar, ese juego complejo y engañoso de temporalidades
disyuntivas que anuncian una suerte de desdoblamiento de la infancia en un
presente (presente de esclavo, de rebaño) y un futuro (futuro de adulto, donde
ya no hay infancia). En segundo lugar, la caracterización de la infancia
fundamentada en la agitación y su oposición, a través del acto de educar, en
las virtudes (desde ya virtudes que son del adulto) del orden y la armonía. Por
último, podríamos poner en consideración esa imagen de la línea recta sobre la
cual descansa la imagen de la educación, frente a una figura más bien sinuosa
o azarosa en la que reposa la idea misma de infancia.
En el texto mencionado anteriormente Platón recurre varias veces a la idea de
infancia como inferioridad en sí misma pero, también, como un tipo de
inferioridad que puede asociarse, relacionarse, a otros estados pensados como
“inferiores” (la embriaguez, por ejemplo, porque allí, en ese estado,
desaparecen en el hombre sus opiniones y sus pensamientos: casi es esa la
imagen de un niño ¿no es verdad?).
Sin embargo, tal vez donde se vuelve más estridente la imagen de la infancia
como inferioridad es cuando en un pasaje de Las leyes se describe un diálogo
entre Sócrates y Alcibíades, que vale la pena que transcribamos y comentemos
en parte aquí:
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Ibídem, pág. 45.
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saber, nada se puede decir, nada se puede pensar. Habría que dejar de ser
infancia, entonces, para decir, para pensar, para saber y para ser.
La educación parte de una idea fundamental, tan firme como estúpida: que
se sabe lo que es un niño. Lo saben porque saben el futuro de ese niño,
porque ellos van a formarlo y conformarlo y todo eso por su pretendido
bien… Se pretende conocer ese misterio siempre imprevisto y escurridizo
de un niño. Porque no se sabe lo que es un niño; y ese no saber del niño
está enseñando al maestro: se aprende de los niños. Pero en vez de
aprender de ellos, a cada momento se les enseña lo ya sabido… Un
maestro ha tenido primero que sufrir muchas pedagogías, muchas malas
creencias que le convenzan de que es eso lo que tiene que transmitir a los
niños, sin permitirse cuestionar la pertinencia de esos saberes y esas ideas.
Pero ahí están los niños: están para escucharlos y aprender de ellos, y esa
debería ser la primera y más honesta tarea de un maestro: saber oír —cosa
que nunca hacemos—. (García Calvo, 1993)
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Esta imagen benjaminiana es equivalente a aquella otra que traza respecto al caminante de
la ciudad, su peculiar modo de recorrer sus calles, de dejarse llevar por la improvisación y el
azar para descubrir lo significativo. Es emblemático, en este aspecto, el comienzo de Infancia
en Berlín alrededor de 1900: “Importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en
cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje. Los rótulos de
las calles deben entonces hablar al que va errando como el crujir de las ramas secas, y las
callejuelas de los barrios céntricos reflejarle las horas del día tan claramente como las
hondanadas del monte. Este arte lo aprendí tarde, cumpliéndose así el sueño del que los
laberintos sobre el papel secante de mis cuadernos fueron los primeros rastros.” (p. 15) Sin
dudas que este caminar desprovisto de intencionalidad, que se deja llevar por lo azaroso
constituye una referencia directa a la idea benjaminiana de experiencia en la medida en que
ésta remite, como el errar urbano, no hacia lo necesario, lo objetivo, lo racionalizable en
términos de una legislación universal, si no a lo que aparece de improviso, a lo inesperado, a
aquello que se muestra en su especificidad pero que permite iluminar la trama de una
existencia. Quien busca no encuentra, está podría ser la máxima del caminante; quien se deja
llevar por sus pasos tal vez alcance aquello que se esconde entre los vericuetos de la ciudad.
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Referencias bibliográficas.
Skliar, Carlos. La educación (que es) del otro. Buenos Aires, Noveduc, 2007.