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Las trece palabras

Hiram Castro Carvajal

N
adie tiene las palabras para Sus ciento dos años le pesaban sobre su
desafiar las leyes de la físi- frágil cuerpo. La respiración del Láza-
ca. Nadie de este mundo tie- ro viejo era pesada y lenta. Sentía que
ne en su poder las palabras para ha- cada minuto de su vida era una agonía.
cer lo que se le antoje. Y eso Lázaro
lo tenía muy presente. Su hija mayor entró en la lujosa habi-
tación, decorada con cortinas de seda y
A inicios del siglo XX, los campesi- muebles de la más fina estirpe, elabo-
nos adinerados se sentían afortunados rados por artesanos de otras naciones,
o bendecidos por Dios, por haberles- traídos por capricho del mismo Lázaro.
dadotanta riqueza. Eran los prejuicios Isabel caminaba sigilosamente hacia la
que los hacendados y sacerdotes en- cama de su padre, seguidadel médico
señaban a los más incrédulos. Así re- que lo había estado asistiendo por los
cordabael mundo donde creció, donde últimos veinticinco años. El médico se
las hijas de los hacendados lo toma- situó al lado izquierdo de Lázaro.
ban como pasatiempo sexual, dados -¡Aléjate de aquí!- musitó con un hilo
sus dieciséis años. Con tal de llevar- de voz.
lo a la cama, lehacían propuestas que
jamás cumplieron. Y amenazaban al -¡Él viene a ayudarte, papá!- lo re-
pobre de acusarlo de robar dineros de prendió suavemente Isabel.
la habitación de los padres de las mu-
Lázaro miró al médico por un instante.
chachas, si no saciaba sus deseos. Las
Señoritas estaban sedientas de placer ¡El lado izquierdo es de él!– terminó
y lo obtenían. Eso recordaba Lázaro, añadiendo Bernal.
en su lecho de muerte. Rodeado por
todo ese lujo y riqueza, que en el pasa- El médico e Isabel se miraron por
do habían gozado los hacendados. un instante. No era la primera vez

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que Lázaro ordenaba a una persona pastillas diminutas. Tomó un trozo


quitarse de su lado izquierdo, de papel y escribió las dosis en que
aludiendo que ése era el lugar de “Él”. debían ser suministradas a Lázaro.

-Nadie debe permanecer a mi Isabel tomó los frasquitos y la nota y


izquierda- añadió el viejo. los colocó en la mesita de noche, al
costado derecho de la cama de su padre.
El doctor examinó sus signos vitales.
Su pulso era lento y su temperatura -¡Muchas gracias por venir, Señor
superaba los cuarenta grados. Cristóbal!- agradeció Isabel al
médico- El mayordomo cancelará sus
-¿Ha estado tomando los medicamentos?- servicios y las medicinas.
-¡Claro que sí, Doctor!- aseguró
-Isabel… necesito hablar contigo un
Isabel con tono serio y voz baja-
momento- le dijo Lázaro.
Los tengo bajo supervisión estricta a
ambos: a él y a su enfermera.
Ella asintió con un leve movimiento de su
-Entonces, no comprendo por qué cabeza. Cerró la puerta de la habitación.
empeora. Lázaro ha sufrido varios
-Ponle llave a la puerta. No quiero
paros cardiacos, se ha enfermado
que nadie nos interrumpa- indicó
varias veces de cólera, se ha intoxicado
Lázaro. Isabel se sentó sobre el lado
siete veces…- resumió con asombro-.
derecho de la cama.
Y todo esto, durante los últimos
veinticinco años. La verdad, estoy
-Mi hora ha llegado. Hace muchos
desconcertado, Señorita Isabel.
años debí morir…pero hay algo que
-¿Puede imaginar cómo nos me lo impide. No podré hacerlohasta
encontramos nosotros? Mi padre parece que yo mismo destruya esta enorme
enfermarse de nuevo. Cada día está más muralla que me separa de la muerte.
delgado, débil y pálido- concluyó Isabel
mirando a su padre, quien prestaba -¡Pero Papá!- exclamó su hija-¿De
mucha atención a lo que decían. qué hablas?

-Mi consejo es que sigan con el -Él vendrá esta noche…así como lo ha
cuidado que ha recibido hasta el día hecho los últimos treinta años. Ya no
de hoy. Además, le brindarémedicinas quiero que venga.
diferentes, para ver cómo reacciona.
-¿Quién? ¿Quién no quieres que
El médico sacó dos frasquitos Uno venga? ¿El médico? Él movió la
contenía un jarabe; el otro, unas cabeza negando. Continuó:

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-Fue hace más de ochenta años.-dijo -¿Qué debo hacer para que eso suceda?-
Lázaro, con la mirada fija y llena de murmuró Isabel, ansiosa por saber.
temor- Él me dijo que podía tener lo
que quisiera. -Acércate– le dijo Lázaro. Susurró
trece palabras al oído de su hija. Al
-Papá…dime lo que quieras. Yo no te principio Isabel pensó que su padre
culparé de nada- lo animó ella, con tenía problemas mentales por los
una voz suave y tenue. disparates que le susurraba.
Continuó hablando, sin que ella -No debes revelar esas palabras a nadie-
hubiese dicho nada. indicó Lázaro. Cuando sientas que no
puedes morir, haz lo que yo he hecho
-Él me dio trece palabras…para
para poder hacerlo. Nunca las olvides.
obtener lo que quisiese: la mujer más
De lo contrario jamás podrás morir.
bella, la casa más grande y lujosa,
las mejores cosechas, destruir a mis -¿Qué disparates son éstos, papá?
enemigos, alejar las sequias y los
vientos huracanados que pudieran -¡Gracias, hija mía! ¡Gracias
destruir mis cosechas. por permitirme morir en paz! Y
perdóname por darte una carga tan
-¿Quién te dijo esas palabas?-
pesada. ¡Gracias, gracias!
preguntó Isabel con prisa.
-¡Papá… me asustas!
Lázaro abrió su boca, pero no
logró decir nada, sentía vergüenza.
La ventana estaba abierta. Una brisa
Vergüenza de haber conseguido
suave hacía ondular las cortinas de la
toda su riqueza a base de palabras,
recámara. Isabel tiritó un poco.
palabras que a nadie le dijo, palabras
vacías y embusteras. -Él viene ya- dijo su padre con aire
triunfante- Vete, hija mía, vete y
-Él…-dijo Lázaro -viene cada noche a
déjame morir en paz.
burlarse de mí. La felicidad le invade
cuando me visita cada noche. Isabel contempló a su padre: en
-¿Quién te visita? Nadie entra en su rostro dibujaba una sonrisa de
tu habitación. ¡La enfermera vigila la felicidad y triunfo. Isabel caminaba
entrada todas las noches!- afirmaba Isabel. de espaladas a la puerta, siempre
observando al moribundo. Abrió la
-Ella dice que estoy loco, ¿cierto? pero puerta y la cerró suavemente, sin
no lo estoy. Lo que ella escucha son las dejar de pensar en lo que su padre
conversaciones que tengo con Él. Hija le había revelado. “Niño blanco,
mía… ¿Quieres que descanse en paz? torre del norte, rosa negra, viento

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del suelo…” esas palabras le hacían negro, de ojos completamente negros,


pensar que su padre deliraba debido su piel estaba adherida a sus huesos.
a la alta fiebre.
Isabel se sobresaltó y apoyó su cuerpo en
-Rosa negra…- repitió suavemente, una de las paredes. La respiración se le
sin darse cuenta de que la enfermera hizo pesada y las palpitaciones eran tan
estaba sentada al lado de la puerta. fuertes que sintió golpear con brutalidad
su pecho.
-¡Rosa negra!- repitió la enfermera,
frunciendo el entrecejo- Tal cosa no -Él ya se fue, yo te haré compañía
existe, señorita Isabel. todas las noches por el resto de tu
vida- dijo el niño.
-¡No me hagas caso, Alma! Solo
pensaba en voz alta. A partir de esa noche y hasta su
muerte, el niño blanco acompañó a
Isabel torció a la izquierda, tomando Isabel. Le dio consejos de cómo usar
el pasillo que la llevaría al gran salón las 13 palabras en su beneficio.
donde todos los hijos, nietos, nueras,
cuñados, bisnietos y tataranietos de Años después, Isabel no podía morir.
Lázaro aguardaban su llegada. Isabel llamó a uno de los limosneros
del pueblo, alegando ser su última
Ella caminaba con sus brazos cruzados, voluntad.
pensando, una y otra vez, en todas las
cosas sin sentido que le dijo su padre. Cuando el vagabundo salió de la
habitación en la cual Isabel convalecía,
-¿Niño blanco?- preguntó Isabel, estaba perplejo.
susurrándose a sí misma.
-¡Doña Isabel está loca! Delira con
-Él me contó lo que te lo dijo- oyó palabras sin sentido. Ha de ser por la
Isabel a sus espaldas. fiebre que sufre–concluyó,con cierto
desdén por lo revelado.
Isabel se dio media vuelta. Sus ojos
apreciaron a un niño blanco como Aquel vagabundo se convertía en el
la leche, desnudo, de cabello lacio y loco del pueblo.

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