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N
adie tiene las palabras para Sus ciento dos años le pesaban sobre su
desafiar las leyes de la físi- frágil cuerpo. La respiración del Láza-
ca. Nadie de este mundo tie- ro viejo era pesada y lenta. Sentía que
ne en su poder las palabras para ha- cada minuto de su vida era una agonía.
cer lo que se le antoje. Y eso Lázaro
lo tenía muy presente. Su hija mayor entró en la lujosa habi-
tación, decorada con cortinas de seda y
A inicios del siglo XX, los campesi- muebles de la más fina estirpe, elabo-
nos adinerados se sentían afortunados rados por artesanos de otras naciones,
o bendecidos por Dios, por haberles- traídos por capricho del mismo Lázaro.
dadotanta riqueza. Eran los prejuicios Isabel caminaba sigilosamente hacia la
que los hacendados y sacerdotes en- cama de su padre, seguidadel médico
señaban a los más incrédulos. Así re- que lo había estado asistiendo por los
cordabael mundo donde creció, donde últimos veinticinco años. El médico se
las hijas de los hacendados lo toma- situó al lado izquierdo de Lázaro.
ban como pasatiempo sexual, dados -¡Aléjate de aquí!- musitó con un hilo
sus dieciséis años. Con tal de llevar- de voz.
lo a la cama, lehacían propuestas que
jamás cumplieron. Y amenazaban al -¡Él viene a ayudarte, papá!- lo re-
pobre de acusarlo de robar dineros de prendió suavemente Isabel.
la habitación de los padres de las mu-
Lázaro miró al médico por un instante.
chachas, si no saciaba sus deseos. Las
Señoritas estaban sedientas de placer ¡El lado izquierdo es de él!– terminó
y lo obtenían. Eso recordaba Lázaro, añadiendo Bernal.
en su lecho de muerte. Rodeado por
todo ese lujo y riqueza, que en el pasa- El médico e Isabel se miraron por
do habían gozado los hacendados. un instante. No era la primera vez
-Mi consejo es que sigan con el -Él vendrá esta noche…así como lo ha
cuidado que ha recibido hasta el día hecho los últimos treinta años. Ya no
de hoy. Además, le brindarémedicinas quiero que venga.
diferentes, para ver cómo reacciona.
-¿Quién? ¿Quién no quieres que
El médico sacó dos frasquitos Uno venga? ¿El médico? Él movió la
contenía un jarabe; el otro, unas cabeza negando. Continuó:
-Fue hace más de ochenta años.-dijo -¿Qué debo hacer para que eso suceda?-
Lázaro, con la mirada fija y llena de murmuró Isabel, ansiosa por saber.
temor- Él me dijo que podía tener lo
que quisiera. -Acércate– le dijo Lázaro. Susurró
trece palabras al oído de su hija. Al
-Papá…dime lo que quieras. Yo no te principio Isabel pensó que su padre
culparé de nada- lo animó ella, con tenía problemas mentales por los
una voz suave y tenue. disparates que le susurraba.
Continuó hablando, sin que ella -No debes revelar esas palabras a nadie-
hubiese dicho nada. indicó Lázaro. Cuando sientas que no
puedes morir, haz lo que yo he hecho
-Él me dio trece palabras…para
para poder hacerlo. Nunca las olvides.
obtener lo que quisiese: la mujer más
De lo contrario jamás podrás morir.
bella, la casa más grande y lujosa,
las mejores cosechas, destruir a mis -¿Qué disparates son éstos, papá?
enemigos, alejar las sequias y los
vientos huracanados que pudieran -¡Gracias, hija mía! ¡Gracias
destruir mis cosechas. por permitirme morir en paz! Y
perdóname por darte una carga tan
-¿Quién te dijo esas palabas?-
pesada. ¡Gracias, gracias!
preguntó Isabel con prisa.
-¡Papá… me asustas!
Lázaro abrió su boca, pero no
logró decir nada, sentía vergüenza.
La ventana estaba abierta. Una brisa
Vergüenza de haber conseguido
suave hacía ondular las cortinas de la
toda su riqueza a base de palabras,
recámara. Isabel tiritó un poco.
palabras que a nadie le dijo, palabras
vacías y embusteras. -Él viene ya- dijo su padre con aire
triunfante- Vete, hija mía, vete y
-Él…-dijo Lázaro -viene cada noche a
déjame morir en paz.
burlarse de mí. La felicidad le invade
cuando me visita cada noche. Isabel contempló a su padre: en
-¿Quién te visita? Nadie entra en su rostro dibujaba una sonrisa de
tu habitación. ¡La enfermera vigila la felicidad y triunfo. Isabel caminaba
entrada todas las noches!- afirmaba Isabel. de espaladas a la puerta, siempre
observando al moribundo. Abrió la
-Ella dice que estoy loco, ¿cierto? pero puerta y la cerró suavemente, sin
no lo estoy. Lo que ella escucha son las dejar de pensar en lo que su padre
conversaciones que tengo con Él. Hija le había revelado. “Niño blanco,
mía… ¿Quieres que descanse en paz? torre del norte, rosa negra, viento