Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Gérard Imbert
El zoo visual
De la televisión espectacular
a la televisión especular
editorial
Gérard Imbert
El zoo visual
18
E S T U D I O S D E T E L E V I S I O´ N
E S T U D I O S D E T E L E V I S I O´ N
Colección dirigida por Lorenzo Vilches
GLORIA SALÓ
¿QUÉ ES ESO DEL FORMATO?
Cómo nace y se desarrolla un programa de televisión
MARIO GARCÍA DE CASTRO
LA FICCIÓN TELEVISIVA POPULAR
Una evolución de las series de televisión en España
CARLOS ARNANZ
NEGOCIOS DE TELEVISIÓN
GUILLERMO OROZCO (coord.)
HISTORIAS DE LA TELEVISIÓN EN AMÉRICA LATINA
LORENZO VILCHES
LA MIGRACIÓN DIGITAL
MANUEL PALACIO
HISTORIA DE LA TELEVISIÓN EN ESPAÑA
GUSTAVO BUENO
TELEVISIÓN: APARIENCIA Y VERDAD
JAVIER PÉREZ DE SILVA
LA TELEVISIÓN HA MUERTO
La nueva producción audiovisual en la era de Internet:
La tercera revolución industrial
Mª DEL CARMEN GARCÍA GALERA
TELEVISIÓN, VIOLENCIA E INFANCIA
El impacto de los medios
JOHN SINCLAIR
TELEVISIÓN: COMUNICACIÓN GLOBAL Y REGIONALIZACIÓN
PEDRO L. CANO
DE ARISTÓTELES A WOODY ALLEN
Poética y retórica para cine y televisión
ROSA ÁLVAREZ BERCIANO
LA COMEDIA ENLATADA
De Lucille Ball a los Simpson
ENRIQUE BUSTAMANTE
LA TELEVISIÓN ECONÓMICA
Financiación, estrategias y mercados
JESÚS MARTÍN-BARBERO Y GERMÁN REY
LOS EJERCICIOS DEL VER
Hegemonía audiovisual y ficción televisiva
MILLY BUONANNO
EL DRAMA TELEVISIVO
Identidad y contenidos sociales
CHARO LACALLE
EL ESPECTADOR TELEVISIVO
Los programas de entretenimiento
AMPARO HUERTAS BAILÉN
LA AUDIENCIA INVESTIGADA
Gérard Imbert
El zoo visual
De la televisión espectacular
a la televisión especular
© Gérard Imbert
© Editorial Gedisa, S.A.
Paseo Bonanova, 9 1º-1ª
08022 Barcelona
Tel. 93 253 09 04
Fax 93 253 09 05
correo electrónico: gedisa@gedisa.com
http://www.gedisa.com
Diseño de la colección
Sebastián Puiggrós
ISBN: 978-84-7432-797-7
Depósito legal: B-13873-2010
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano y cualquier otro idioma.
Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión,
en forma idéntica, extractada o modificada de cualquier versión de esta obra.
Impreso en España
Printed in Spain
Índice
1. Entretenimiento y diversión . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
© Editorial Gedisa
8. De la espectacularización del debate a los
rituales circenses . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181
© Editorial Gedisa
La televisión es el Evangelio, la última revolución […].
La televisión no es la verdad. La televisión es un maldito
parque de atracciones, la televisión es un circo, un carna-
val, una troupe de acróbatas, narradores de cuentos, baila-
rinas, cantantes, malabaristas, fenómenos, domadores de
animales y jugadores de fútbol. Es una fábrica para matar
el aburrimiento.
Si quieren saber la verdad, diríjanse a Dios, diríjanse
a su gurú, a ustedes mismos, porque es la única manera
de hallar la auténtica verdad. Ustedes no van a enterar-
se de la verdad por nosotros. Les diremos cuanto quieran
oír […].
Howard Beale, «el profeta iracundo de las Antenas», en
Network (Un mundo implacable) de Sidney Lumet, 1976
Presentación:
El enfoque metodológico
© Editorial Gedisa
televisión como fenómeno comunicativo: ¿cómo funciona en
cuanto dispositivo discursivo, qué efectos produce en el destina-
tario –a partir de qué demanda más o menos consciente–, y cómo
se articula simbólicamente?
Consideramos aquí el discurso televisivo como un dispositi-
vo de producción social del sentido que tiene su coherencia y se
puede analizar como tal, pero cuyos efectos no son forzosamente
dominados por sus productores, siendo la finalidad de un análisis
de corte semiosimbólico reconstruir los efectos derivados y desen-
trañar el sentido oculto de los mensajes.
Como discurso que condensa el imaginario colectivo, la televi-
sión nos informa sobre el sentir social; de ahí, en este trabajo, una
serie de temas recurrentes que encontraremos a lo largo del mis-
mo, tratados desde diferentes perspectivas y objetos de estudio:
en especial todo cuanto gira en torno a la construcción de realidad
por el medio, la emergencia de lo privado en el discurso público,
la fascinación por el desorden, la hibridación de los géneros y la
creación por el medio de mundos posibles con la subsiguiente di-
fuminación de la frontera entre realidad y ficción.
Resultado de un hacer inductivo, esta reflexión parte siempre
de la realidad comunicativa (de los mensajes producidos por el
medio) para remontarse a las estructuras simbólicas, al sentido
producido por estos discursos mediante una cierta representación
de la realidad. Como tal, es una reflexión aplicada y no abstracta,
aunque con un cierto grado de teorización.
© Editorial Gedisa
Contenido temático
Aplicaciones
© Editorial Gedisa
rios, constreñidos por la división en áreas y disciplinas, y poco da-
dos a la multidisciplinariedad.
Por eso, de acuerdo con una reflexión sintética sobre el «mo-
delo» televisivo, hemos preferido centrarnos en determinados for-
matos y programas representativos de esta evolución y orientar
la reflexión teórica hacia una serie de puntos clave; éstos aparecen
reflejados en los títulos de los respectivos capítulos, donde no he-
mos dudado en utilizar la metáfora para volver más gráfica la de-
mostración.
Hemos querido ofrecer aquí una lectura interpretativa del dis-
curso televisivo que, sin renunciar al rigor analítico, no reniegue
del calor de una mirada que no puede ser desapasionada.
Introducción:
La televisión como deseo de presente
(El como si televisivo)
© Editorial Gedisa
La hipótesis que queremos desarrollar aquí es que el aleja-
miento que se ha producido entre el ciudadano y los asuntos
públicos –la res pública que ocupa el centro del discurso político–,
traduce un distanciamiento de lo público en general y de la reali-
dad reflejada por los medios de comunicación. Dicho distancia-
miento se plasma, por ejemplo, en una pérdida de credibilidad de
la información referida a la realidad político-económica, lo cual
obliga a una adaptación constante del discurso informativo. Lla-
maré pérdida de realidad a ese déficit de realidad que afecta no sólo
al discurso político –traduciéndose en despolitización de la socie-
dad civil y desconfianza hacia la clase política–, sino también al
discurso informativo (E. Bustamante, 1990).
Si bien pierde credibilidad –y no despierta el mismo interés–
toda la información relacionada con la actualidad seria, recrudece
en cambio el interés por otro tipo de actualidad: actualidad rosa
(cotilleo), actualidad negra (vinculada a los sucesos), actualidad
amarilla (escándalos, noticias sensacionalistas) y, más general-
mente, interés por todo aquello que refleje el cariz humano de la
actualidad en su dimensión individual y emotiva, por todo cuan-
to remita a lo microinformativo y produzca microdiscursos, den-
tro de una cultura de la fragmentación tan representativa de la
modernidad (V. Sánchez Biosca, 1995).
© Editorial Gedisa
continuamente en los formatos y la parrilla de programas–, sino
que pensamos en una crisis de las formas discursivas que entraña
una nueva representación de la realidad y augura otro modo de
relacionarse con el presente, de ver y de percibir al otro, propios
de una mutación profunda en la sensibilidad colectiva (J. Martín
Barbero; G. Rey, 1999), que es de índole simbólica.
2. El deseo de presente
¿En qué medida estas mutaciones reflejan la querencia de un pre-
sente más cercano, más emotivo, más eufórico, de un presente
«alternativo» que no sea el permanentemente escenificado por un
discurso informativo que aparece cada día más mediado, debilita-
do a fuerza de repeticiones, impersonal, lejano, continuamente
alimentado por el conflicto, la violencia, y encaminado hacia lo
anómico, lo disfórico, a todo cuanto hace peligrar el equilibrio so-
cial (G. Imbert, 1999).
Pero esta querencia, patente en la fascinación por el directo, sin
dejar de alejarse del presente ofrecido por los medios informativos,
tampoco es ajena a la actualidad, ni se desenvuelve a espaldas del
mundo social. Traduce la querencia de otro presente: ya no el presen-
te hipotecado por el discurso público, controlado por los expertos,
mediado por los aparatos masivos de comunicación o generado por
las grandes ficciones cinematográficas, sino un presente balbucean-
te, más asequible, más ordinario, más in-mediato. Más adelante (vé-
ase el capítulo 3), hablaremos de la «vuelta del suceso» para referir-
nos al interés creciente por la dimensión microsocial de la
actualidad en detrimento de los grandes discursos interpretativos.
Revancha de lo privado sobre lo público, del suceso sobre la
Historia, de lo pragmático sobre lo programático, de lo viven-
cial sobre lo ideológico, esta evolución traduce un doble cuestio-
namiento: de la actualidad por una parte –del discurso de la ac-
tualidad como modo de informar–, y del relato por otra, de los
Introducción
© Editorial Gedisa 23
© Editorial Gedisa
III. La saturación de presente:
el espectáculo televisivo
© Editorial Gedisa
ahí la facilidad que tiene el medio para alcanzar grandes audien-
cias.
La evolución de este dispositivo está produciendo una cierta
dilución de la figura del presentador: ésta es llevada hasta su paro-
dia en un programa como Crónicas marcianas o casi desaparece en
los programas de realidad, relegado el presentador al papel de co-
mentarista de la realidad producida por los propios participantes
en el programa, como si de una realidad informativa se tratara
(véase capítulo 8). Dicha dilución –o relegación/marginación– se
hace en beneficio de un mayor protagonismo del espectador, más
integrado en el juego televisivo. Con esto, el discurso televisivo
pierde el control de la producción de realidad –aunque de manera
simulada, cuando no manipulada–, facilitando una cierta espon-
taneidad y la creación de un presente más anclado en la realidad
vivencial, más «humano» en una palabra, sin (aparente) media-
ción.
© Editorial Gedisa
IV. Más allá de la realidad: los nuevos
imaginarios televisivos
© Editorial Gedisa
manda? Lo hace mediante la puesta en relato de la actualidad, apo-
yándose en la verbalización de sus vivencias por los propios espec-
tadores, utilizando el modo narrativo, dándole al sujeto una
«identidad narrativa» (Ricoeur).
© Editorial Gedisa
creación de un presente autónomo, utilizando todos los recursos
formales, técnicos y narrativos que ofrece el medio –y son mu-
chos– para acentuar la ilusión.
Es lo que ocurre en las filmaciones cámara al hombro, donde
ésta se transforma en personaje, donde el instrumento técnico se
vuelve narrador, cobra autonomía, dando una impresión de trans-
parencia, la ilusión de «lo vivido». Como reza el eslogan publici-
tario de la CNN: «Está pasando, lo estás viendo», y se ve a un ata-
cante barbudo cometiendo un supuesto asalto, seguido de cerca
por una cámara que nos hace partícipes de la acción, filmando en
directo; eslogan que podríamos reinterpretar así: «Está pasando
porque lo estás viendo».
Sin ser ficción (sin tener la arbitrariedad del relato literario),
este relato explora todos los recursos ficcionales –en particular na-
rrativos– para producir efectos de realidad. En ello reside la ambi-
valencia televisiva (capítulo 10), en su particular modo de narrar,
donde el relato está íntimamente ligado al mostrar, donde la me-
diación desaparece ante la inmediatez de la imagen, donde la
frontera entre realidad y ficción se diluye con tanta facilidad, per-
mitiendo todas las identificaciones imaginarias.
¿En qué medida esto no diluye también la función didáctica
del discurso televisivo, su capacidad de informarnos objetivamen-
te del mundo, de transmitirnos objetos de saber? Lo veremos en el
capítulo siguiente.
Bibliografía
Barroso, Jaime, Realización de los géneros televisivos, Síntesis, Madrid, 1996.
Barthes, Roland, «El efecto de realidad», en VV.AA.: Lo verosímil, Tiempo Con-
temporáneo, Buenos Aires, 1972.
Baudrillard, Jean, Cultura y simulacro, Kairós, Barcelona, 1978.
—, Simulacres et simulation, Galilée, París, 1981.
Introducción
© Editorial Gedisa 33
© Editorial Gedisa
ser un formidable instrumento de visibilización (para bien y
para mal). Por una parte, ha desaparecido la distancia entre el
sujeto y el mundo: los medios de comunicación ponen al al-
cance del ciudadano una serie de temas y conocimientos antes
reservados a determinadas esferas (escuela, élites intelectuales,
expertos). Pero, por otro lado, la televisión llega a entrometer-
se en lo más íntimo, especialmente a través de lo que podría-
mos llamar «la televisión de la proximidad», y el individuo es
objeto de continuas escenificaciones por parte del medio, sin
poder protegerse de esta mirada indiscreta que ha llegado a
hacer de la intimidad un espectáculo; lo que ha cambiado aquí
es, pues, el régimen de visibilidad en sus aplicaciones tanto a
los sujetos como a los objetos sociales.
– La segunda mutación opera dentro del discurso mismo: la te-
levisión como medio aparece no sólo como instrumento para
comunicar, sino también como vehículo de transmisión de
modelos, pautas de comportamiento y de saber. Pero se trata
de saberes dispersos, sin unidad, sin que exista un «sujeto de
saber», una instancia que oriente el aprendizaje. Si la plurali-
dad que establece el discurso televisivo es positiva, y puede ser
enriquecedora, lo es menos, en cambio, la falta de coherencia
general, la carencia de un discurso unificador que opere rela-
ciones y cree vínculos entre saberes. Como declaraba el soció-
logo Edgar Morin criticando la «fragmentación de la enseñan-
za» en el mundo de hoy y proponiendo un modelo alternativo,
«se trata de reemplazar un pensamiento que separa y reduce
por otro que distingue y enlaza» (El País, 24-10-2000).
© Editorial Gedisa
contenidos inconexos, sin articulación. Aunque cabría aquí una
interpretación positiva consistente en preguntarse, por retomar
un tema trillado de las nuevas pedagogías, ¿hasta qué punto esta
estructura «a la carta» no puede facilitar el «autoaprendizaje»? y
¿en qué medida no «libera» al sujeto de tutores y maestros?, el de-
bate, en realidad, va mucho más allá del medio televisivo, pues
tiene una dimensión antropológica: equivale a preguntarse en qué
medida se puede prescindir de la figura humana en el aprendizaje.
El problema es bastante complejo en lo referente a la televi-
sión ya que la figura humana, en este medio, está omnipresente,
encarnada en los presentadores o conductores de programas; pero
es, al mismo tiempo, una instancia múltiple, heterogénea, como
evanescente, porque no tiene personalidad propia. No constituye
un sujeto en el sentido simbólico de la palabra: esto es, un agente
unificador de saber. Internet, hoy, plantea este debate con más
agudeza todavía: ¿Quién domina, controla y coordina los conteni-
dos? ¿Hasta qué punto la sobreinformación –el exceso de infor-
mación– no es nefasta, creando una impresión de dispersión, de
pozo sin fondo?
Terminaremos esta parte con una reflexión sobre las diferen-
cias entre el discurso del entretenimiento y el discurso del saber.
© Editorial Gedisa
cercanía que impide lo re-flexivo: si lo reflexivo es un volver sobre
lo enunciado, lo «inmediático» es un recrearse en lo impactante,
en el efecto inmediato. En la televisión, como denunció P. Bour-
dieu (1997), no hay tiempo para desarrollar ideas, para articular
un pensamiento; el tiempo es lo que manda, con el imperativo de
«no cansar». La relación cognoscitiva (basada en el aprender) deja
paso a una relación emotiva (basada en el sentir).
© Editorial Gedisa
sentido de variar los productos, sin que sean muy diferentes, pa-
ra responder a la competencia. Variedad, por último, en el senti-
do de discursos «variados», fácilmente digeribles, que alternan
lo serio con lo entretenido o que lo muestran todo en clave lige-
ra, de diversión. Esto provoca una dilución inevitable de los con-
tenidos: ya no hay objeto específico, cuyo acceso exige un saber
exclusivo, sino que todos los objetos son para todos los públicos.
Sin duda, una pésima aplicación del principio de democratiza-
ción de la cultura.
De ahí la trivialización del debate y la banalización de la refle-
xión. La variedad responde a la imagen del caleidoscopio, cuya
metáfora sería la simultaneidad de ofertas en la televisión privada
como una manera de sustituir a la pluralidad de opiniones en el
debate público (la confrontación dialéctica de ideas y puntos de
vista, que hacen avanzar). La variedad también trae consigo una
multiplicación de los productos de «acompañamiento» que se
crean a partir de películas de éxito, series, cantantes o produccio-
nes del propio medio: véase la cantidad de informaciones colate-
rales que ha generado, entre otros, Gran Hermano, la inflación de
productos falsamente didácticos, de informaciones triviales que
rodean a los famosos, lo cual redunda en una ocupación del espa-
cio comunicativo en detrimento de otros conocimientos. Genera
también un metadiscurso del medio sobre sus propias produccio-
nes, como ha ocurrido con Gran Hermano y luego Operación Triun-
fo, con una inflación de «programas derivados»: resúmenes dia-
rios, citas semanales, pero también permanentes alusiones en
espacios del corazón o de zapeo, e incluso programas reflexivos
donde el medio vuelve sobre el programa original (Triunfomanía),
como en una especie de «mise en abyme» enunciativa.
Tele 5 ha sido sin duda la cadena más propensa a esta forma de
narcisismo televisivo con Crónicas marcianas y su constante glosa
de Gran Hermano, creando así sus «personajes», pronto erigidos
en referentes casi exclusivos –en todo caso ineludibles– de la ac-
Entretenimiento y diversión
© Editorial Gedisa 43
© Editorial Gedisa
humor (ni siquiera negro, lo que podría resultar subversivo) o la
irrisión: como ejemplo de ello, véase la parodia del dolor en los ví-
deos domésticos o la trivialización del horror en los reality shows.
El medio televisivo tiende «naturalmente» a banalizar, a bo-
rrar/diluir lo irreductible, hasta el punto de quitar a los objetos
anómicos su carga extraña y así integrarlos en su propio sistema
de representación, o sea, en una visión trivial, espectacular o hu-
morística de la realidad. Pero, más que otra cosa, lo que desvirtúa
es la espectacularización del hecho y su posterior consumo como
objeto de entretenimiento. Éste es hoy una verdadera industria
cultural (E. Bustamante y R. Zallo, 1988; A. y M. Mattelard,
1989).
© Editorial Gedisa
Esto se traduce, en el discurso televisivo, en una misma fasci-
nación hacia objetos antitéticos, ya sea fascinación hacia objetos
«supereufóricos» (la vida color de rosa en las tertulias de tarde), o,
al contrario, hacia objetos problemáticos y manifestaciones anó-
micas (violencia, muerte, dolor). La seducción es profundamente
ambivalente porque reúne en una misma relación de fascinación
tanto la belleza como la monstruosidad, lo positivo como lo nega-
tivo.
La televisión como agente socializador cumple así una función
de refuerzo más que de aprendizaje social; contribuye a consolidar
el imaginario colectivo más que a activar mecanismos de distan-
ciación con lo emotivo. Sin llegar a ser un instrumento de aliena-
ción (hoy la seducción sustituye a la alienación), no deja de crear
una dependencia (más o menos consentida) de la que uno difícil-
mente se puede deshacer. Pero, sobre todo, crea una cierta familia-
ridad con las representaciones mediáticas. En esta tarea sustituye
a la propia estructura familiar creando sus propios ídolos, aque-
llos «íntimos extraños» que constituyen los personajes de las fic-
ciones televisivas, los famosos que aparecen en ella y le dan valor
emblemático. Es confortadora, en todo caso, de identidades esta-
blecidas: ratifica la vuelta, siempre, de lo idéntico y se desenvuel-
ve en la repetición: cumple una función ritual.
© Editorial Gedisa
hace un striptease. O finalmente, en un alarde más de imaginación,
a los presentadores y presentadoras del tiempo de TV nova, en la
República Checa, que empiezan el programa de madrugada des-
nudos y poco a poco van poniéndose prendas acordes al tiempo
que anuncian.
Estos fenómenos de mezcla de lo presuntamente entretenido
con lo aparentemente aburrido se dan en contextos tan diferentes
como pueden serlo Estados Unidos o Rusia. Ya se trate de la ame-
nización-vulgarización del mensaje o, al contrario, de su dramati-
zación, en ambos casos se diluyen las fronteras entre lo serio y lo
trivial, a veces hasta entre lo público y lo privado. Se difuminan,
en todo caso, las fronteras entre géneros, consagrando así como
nuevo modelo el infotainment (mezcla de información y entreteni-
miento) en el orden informativo o el talk show (mezcla de entre-
vistas y espectáculo) en el ámbito de la variedad. Se diluyen así las
funciones del discurso televisivo, con una extensión del modelo
del entretenimiento al conjunto de las producciones televisivas.
Ejemplo de ello es, en Estados Unidos, el que uno de cada dos
ciudadanos entre 18 y 30 años siga las campañas electorales a tra-
vés de los programas nocturnos de humor, programas que, lejos
de ser informativos, distorsionan la realidad para convertirla en
comedia vulgar, como ocurre en The Tonight Show en la NBC o
Late Show en la CBS.
Otro factor que contribuye a limitar la función educadora de
la televisión, alejándola de la reflexión, del análisis, es el imperia-
lismo de la actualidad y la presión del directo. Hoy todo «cabe»
en la televisión con tal de que sea de actualidad, y a veces hasta lo
más insignificante; y más si es en directo, en live como se dice
ahora. Caricatura de la perfecta actualidad y del eterno directo se-
rían las webcams en Internet (esa retransmisión durante las 24 ho-
ras de lo que pasa –o no pasa– en una habitación, una sala de estar,
etcétera); aunque aquí la caricatura se ha hecho realidad con el
modelo Big Brother.
Entretenimiento y diversión
© Editorial Gedisa 49
© Editorial Gedisa
programas que dificultan la misión educativa, formativa e incluso
informativa que podría tener el medio, trivializando en todo caso
esta misión. Es especialmente visible en la evolución de los for-
matos televisivos, de los que veremos algunos ejemplos más ade-
lante, sin pretender aquí ser exhaustivos.
© Editorial Gedisa
una ilusión de presente, basada en un mito de la transparencia
que invierte la relación entre actores y presentadores-narradores:
el programa lo hacen aquí los propios actores; el relato lo constru-
yen ellos mismos dando una impresión de libertad (la que se tiene
en los juegos de rol), lo cual explica la fascinación que ejercen es-
tos programas.
Es ésta una televisión-juego de rol, que no es sino la parodia
de ese ideal de televisión que podría ser una televisión a la car-
ta, una televisión realmente interactiva: televisión populista,
parodia de una televisión popular –de todos y para todos– que
consagra al «hombre común» frente al famoso, que santifica la
experiencia trivial, lo minúsculo, frente a la hazaña heroica y
los hechos relevantes, mayúsculos; pero se trata aquí de un falso
igualitarismo que nos hace creer que todos podemos saber (así,
sin más) y ganar (sin más esfuerzo que el de resistir a la fuerza
del medio), sin más mediación que la del espectáculo. La fama
fácil es como el dinero fácil: es antiesfuerzo, antididáctica y, so-
bre todo, poco ejemplar.
Estética del mal gusto, han dicho los más pesimistas, «estética
del hombre común» han escrito otros (M. P. Pozzato, 1995), que
no fomenta el descubrimiento de la diferencia, sino la aceptación
de lo tópico, la consolidación de lo estándar.
© Editorial Gedisa
entorno social. La realidad de orden colectivo, público, es susti-
tuida por una realidad de otro tipo: genuina (creada para este co-
metido), «arbitraria» (regida por sus propias reglas), «microcós-
mica» (relativa, cortada del mundo real), simbólicamente a mitad
de camino entre lo privado (como espacio de intimidad) y lo pú-
blico (por la presencia de cámaras).
Se produce así una desrrealización del espacio-tiempo televisi-
vo que crea un universo acrónico, al margen del tiempo social, de
sus ritmos y obligaciones, que tampoco es el espacio-tiempo de la
ficción, liberado de estas reglas y percibido como espacio utópico
(espacio otro, de una libertad imaginaria). Consagra un universo
basado en lo que F. Jost (2001) llama –recogiendo la expresión de
Käte Hamburger– la «feintise» (simulación, engañifa): un régi-
men narrativo intermedio entre el dispositivo de mostración (ba-
sado en relatos «factuales»: sobre hechos) y el dispositivo ficticio
(basado en el imaginario).
Ni que decir tiene que la imposición de tales universos narra-
tivos es un factor de evasión total de la realidad, pero fuera de to-
do contrato ficticio, mezclando de manera ambivalente lo real y
lo simulado, lo verdadero y lo imaginario. Esto puede representar
un obstáculo para una labor didáctica –de conocimiento del mun-
do y de dominio de la realidad–, aunque también cumplir una la-
bor de aprendizaje de modelos existenciales e iniciación a la vida
comunitaria.
Tras todo ello, nos podemos preguntar: ¿no habrá un imagi-
nario regresivo, una nostalgia del «buen salvaje», del hombre sin
atributos, hombre del saber práctico, de un estadio precultural
que empieza a existir con y a través del medio, que logra recono-
cimiento y fama gracias al espectáculo televisivo? Sueño, en fin,
de una televisión mágica que construye sus mundos, instituye a
los sujetos, crea héroes y encuentra sus soluciones en el medio
mismo. Sueño de un mundo autárquico, autosuficiente, cuasi
autista, de un mundo virtualmente posible, donde la realidad
Entretenimiento y diversión
© Editorial Gedisa 55
Bibliografía
Bettetini, Gianfranco, La conversación audiovisual, Cátedra, Madrid, 1986.
Bataille, Georges, La parte maldita. Precedido de «La noción de gasto», Icaria,
Barcelona, 1987.
Baudrillard, Jean, «Videosfera y Sujeto Fractal», en VV.AA.: Videoculturas de fin
de siglo, Cátedra, Madrid, 1990.
Bourdieu, Pierre, Sobre la televisión, Anagrama, Barcelona, 1997.
Bustamante, Enrique y Zallo, Ramón (comp.), Las industrias culturales en Espa-
ña, Akal, Madrid, 1988.
Calabrese, Omar, La era neobarroca, Cátedra, Madrid, 1989.
Debray, Regis, Vida y muerte de la imagen. Historia de la mirada en Occidente, Pai-
dós, Barcelona, 1994.
Eco, Umberto, «TV: la transparence perdue», en La Guerre du faux, Grasset,
París, 1985. Ed. española: «La transparencia perdida», en La estrategia de la
ilusión, Lumen, Barcelona, 1986.
Casetti, F. y Odin, R., «De la paléo- à la néo-télévision. Approche sémio-prag-
matique», Communications 51, Télévisions/Mutations, París, 1990.
Ferrés, Joan, Televisión subliminal. Socialización mediante comunicaciones inadverti-
das, Paidós, Barcelona, 1996.
Jost, François, La télévision au quotidien. Entre réalité et fiction, Ina-De Boeck Uni-
versité, Bruselas, 2001.
Lacalle, Charo, El espectador televisivo. Los programas de entretenimiento, Gedisa,
Barcelona, 2001.
Lyotard, Jean-François, La condición postmoderna. Informe sobre el saber, Cátedra,
Madrid, 1984.
El zoo visual
56
© Editorial Gedisa
Martín Barbero, Jesús, «Entre lo local y lo global», en: Nuevos mitos y ritos televi-
sivos (modos de ver / modos de seducir), G. Imbert y (coord.), Revista electrónica,
http:/www.uc3m.es/uc3m/inst/MU/dpmu.html. Instituto de Cultura y
Tecnología, Universidad Carlos III de Madrid, 2000.
Mattelard, Armand y Michelle, El carnaval de las imágenes, Akal, Madrid, 1989.
Pérez Tornero, José Manuel (comp.), Comunicación y educación. Nuevos lenguajes y
conciencia crítica, Paidós, Barcelona, 2000.
Pozzato, Maria Pia (comp.), Estética e vita quotidiana, Lupetti, Milano, 1995.
Wolf, Mauro, Los efectos sociales de los medios, Paidós, Barcelona, 1994.
2
La hipervisibilidad televisiva:
los nuevos rituales comunicativos
© Editorial Gedisa
La ficción televisiva nos ofrece una transcripción simbólica de nues-
tras vidas: retoma los elementos típicos y los reorganiza con la forma
de la historia; enfoca los momentos esenciales y pone en evidencia
los nexos que los mantienen juntos. Pero el resultado es también el
de ofrecer claves de lectura de nuestras existencias: representar una
realidad significa también proponer y difundir una interpretación
[…]. Por lo tanto, el cuento de ficción en la televisión propone mode-
los de realidad, reorganizando de manera simbólica nuestra cotidiani-
dad. A su vez estos modelos se desempeñan como claves interpretati-
vas de la realidad que nos rodea, señalando los rasgos esenciales y las
modalidades fundamentales del desarrollo. Tal recorrido nos permi-
te mirar la ficción televisiva como un archivo de imágenes del mun-
do y, al mismo tiempo, como un depósito de potenciales propuestas
exegéticas; si queremos como una transcripción de nuestras vidas,
ofrecida a la comunidad para que se haga consciente de sí misma.
con los que nos identificamos y que nos identifican, que funcio-
nan como marcas, con sus ídolos, sus iconos, sus recurrencias, sus
efectos de connivencia.
La televisión se presenta así como uno más de los espacios pú-
blicos que moldean nuestra vida de sujetos del ver y hacen de no-
sotros sujetos arrancados de nuestro lugar propio, proyectados en
un lugar tópico –de todos (de todos en general y a la vez de nadie
en particular)–, un no man’s land moderno en el que nos transporta
la ilusión (la ilusión de ver y de ser) que nos proyecta en otros
mundos, mundos posibles, mundos de ficción, de lo virtual, del
poder-ser. En ello estriba el poder de seducción del medio (en atraer
al otro a su propio lugar, en encerrarlo en sus representaciones, sus
ilusiones): seducir pues –seducere es apartar del camino habitual–,
más que persuadir.
Creando espacios comunes –lugares comunes, también: tópi-
cos, clisés–, la televisión se impone como gran casa de citas en la
que todo/todos cabe(mos) y converge(mos). En este sentido, une
en un mismo espectáculo masivo, produce adhesión y proporcio-
na una identidad, aunque sea momentánea o de prestado. Al
igual que la publicidad, crea un hilo visual que, a semejanza de los
hilos musicales de hoteles, trenes, aeropuertos y otros «no luga-
res» (M. Augé, 1995), nos acompaña a todas partes, en todos los
continentes, nos envuelve sin imponerse como género musical,
siendo lo suficientemente edulcorado como para no marcarnos y
evitar así identificaciones excesivas. La televisión toda es hoy una
Operación Triunfo en acción.
© Editorial Gedisa
festivas o los rituales rurales y gremiales; y lo hace con la misma
fuerza, aunque de manera todavía más global, superando fron-
teras geográficas, culturales y de clase y raza. Ritual profano, la
televisión recoge fobias y anhelos dispersos, variopintos, inco-
nexos e incluso contradictorios (deseo de ilusión, sueño de feli-
cidad, pero también fascinación por la violencia, por el riesgo,
atracción de la muerte); y los va integrando en su discurso sin-
crético, les da forma, los convierte en narraciones accesibles a
todos, los vuelve visuales, gráficos desde todos los puntos de
vista (representativo e intelectivo), creando nuevos rituales co-
municativos que articulan lo ordinario y lo extraordinario (G.
Abril, 1997).
¿Qué se entiende por rito? Por rito entiendo un dispositivo
formal de prácticas recurrentes que transmite una determinada
representación de la realidad y cumple una función social: la de
crear/reforzar el vínculo con el medio compartiendo el mismo es-
pectáculo, creando así un consenso formal en torno al ver. Como
dispositivo formal el rito se podría definir como sigue:
– Tiene un carácter repetitivo que se refleja, en el mensaje tele-
visivo, en la ordenación y regularidad de la rejilla de progra-
mación con, todas las semanas, la vuelta de lo mismo. La recu-
rrencia es un factor de familiaridad y facilita la imposición y
reproducción de los mismos modelos. Tiene una función re-
productora. Sirve por otra parte de vínculo entre lo cotidiano
trivial y lo mítico atemporal.
– El rito tiene sus soportes físicos (verbales y paraverbales: visua-
les, gestuales) que le dan una cierta plasticidad y visibilidad
social: en ello estriba su función mostrativa (véase la utiliza-
ción del estudio de televisión como marco de enunciación y del
presentador como instancia enunciativa).
– Es una forma fuertemente codificada, con su «lenguaje de la
tribu» (rigidez de los protocolos de presentación y animación,
La hipervisibilidad televisiva: los nuevos rituales comunicativos
© Editorial Gedisa 61
© Editorial Gedisa
código, sus específicos modos de representación de la realidad. Si-
guiendo la vía abierta por Roland Barthes, Gilbert Durand y la
sociología de lo cotidiano de la mano de Michel Maffesoli, pode-
mos decir que el mito es la formalización del imaginario colecti-
vo. Las pequeñas mitologías televisivas se ocupan de recoger una
serie de representaciones flotantes, dándoles una cierta figurativi-
dad.
En este sentido, si el rito es lo que da forma a lo informe, el
mito sería lo que visibiliza lo invisible hasta fundar su propia rea-
lidad (o su ilusión de realidad), empezando por la ilusión referen-
cial. El rebatido «Lo he visto en la tele» acentúa la identificación
del sujeto con el medio dando a la representación cartas de reali-
dad, acentuando de esta manera el contrato que le une al medio;
pero, en este caso, el contrato ya no se funda en el creer o en el en-
tender, sino en el ver (el modo de ver como autolegitimación de la
realidad producida por el propio medio).
Esta primacía del ver sobre el saber es fundamental porque
otorga a la realidad representada un modo de existencia propio y
establece con el espectador una relación de adhesión in-mediata (sin
mediación). Es como en la publicidad española para la CNN +,
medio que prefigura una información «on line»: «¿Han atacado,
o están atacando? Una nueva forma de ver España y el mundo»;
es como si uno estuviera en el mismo campo de batalla, pero con
la comodidad del sillón familiar.
© Editorial Gedisa
que se mira así como en un espejo, tal cual ha venido al mundo, o
tal cual se comporta en la intimidad de su cuarto de baño, porque
no tiene otra cosa que ofrecer. Como dice Vicente Verdú (2002),
«el reality show no es otra cosa que pornografía de la vida corriente
y sus protagonistas, continuadores de la prostitución por otras ví-
as. […] El mundo que se autorreclama transparente ha desvelado
a uno y otro sexo por completo y, en la absoluta contemplación re-
cíproca, las miradas no encuentran nada de interés. Sucede como
con el reality show que representa el programa Gran Hermano: a
partir de un primer momento se ve que no hay nada que ver. Es la
misma ley de la pornografía más dura: hacer todo explícito, no
ocultar nada, deshacer los pliegues, explorar las concavidades para
que la experiencia, como en el caso de las drogas, agote el deseo.
¿Volver al pudor? Probablemente. Porque si no poseemos nada
no tenemos nada que ganar.»
Pero en la realidad de todos los días ocurre todo lo contrario: el
exceso de visibilidad puede provocar saturación y conducir a una
cierta insensibilidad. La hipertrofia informativa puede diluir los
referentes y hacer perder el sentido de la realidad. El directo pue-
de acentuar la dramatización de los hechos en detrimento de su
intelección. Son suficientemente patentes los efectos de la satura-
ción sígnica en temas como el cuerpo, la violencia o la muerte, co-
mo para no tener que volver sobre ellos.
El discurso televisivo, sin embargo, se construye a contrario de
esta realidad sociológica, pero sin darle la espalda, ni mucho me-
nos; la televisión, como agente socializador, es hoy por hoy el dis-
positivo más eficaz de reproducción de ritos y mitos, y lo hace
desde distintos ángulos:
1) A nivel simbólico, es un dispositivo productor de realidad. No
se trata aquí de una simple reproducción de la realidad objeti-
va (la de los «hechos»), sino de una realidad que el mismo me-
dio contribuye a construir, dándole forma mediante unos mo-
La hipervisibilidad televisiva: los nuevos rituales comunicativos
© Editorial Gedisa 65
© Editorial Gedisa
najes y roles funda una «comunidad virtual» de espectadores,
crea una estética común basada en el ver y el sentir juntos. Nadie
se lo cree (en el fondo), pero todos lo ven..., y lo importante es
que lo ven juntos. Esto posibilita una reconstrucción de sociali-
dad desde –y en– el propio medio.
Pero esta apertura del medio a lo social, esta porosidad tanto re-
ferencial como sensible, es sólo aparente. Tras todo ello, se produ-
El zoo visual
68
© Editorial Gedisa
ce una especie de cierre simbólico que estriba en la enorme capa-
cidad del medio para absorberlo todo, apropiarse del hacer ajeno,
fagocitar los decires y anular toda alteridad. En el discurso televi-
sivo ya nada es indecible; hasta lo más invisible se vuelve visible.
© Editorial Gedisa
consigo una estética del lugar común (Mª Pia Pozzato, 1995). Lo
hace siguiendo el modelo de la conversación (G. Bettetini, 1986):
la televisión se convierte en una forma conversacional basada en
un pacto comunicativo, con sus componentes rituales (su gestua-
lidad, su proxemia) y bajo el signo de la «variedad» (programas
«envase» capaces de encerrar todas las formas del espectáculo te-
levisivo).
Esta evolución marca al mismo tiempo una vuelta de la so-
ciedad civil frente al poder político, la afirmación de una plura-
lidad de decires y sentires frente a un concepto unitario de la
opinión pública, y también la revancha de lo privado sobre
la hegemonía de una cierta representación pública. Pero, obvia-
mente, esta evolución tiene asimismo un componente mitológi-
co importante. Revela lo que he llamado los imaginarios del ver.
La televisión revela así su eficacia ritual al transformar objetos y
valores abstractos en formas sensibles, al proyectar los imagina-
rios colectivos en situaciones e imágenes dramáticas y traducir
los símbolos en relatos, dándoles forma narrativa y estableciendo
una participación directa en el espectáculo. Esta participación es
escópica, se desarrolla dentro de una ceremonia del ver y del sentir
juntos. Se basa en un modo de ver caracterizado por su hipervisi-
bilidad.
V. La hipervisibilidad moderna
© Editorial Gedisa
mostrar todo, de manera recurrente y al modo espectacular, con
una tendencia a la dramatización. En el medio televisivo, la hi-
pervisibilidad se manifiesta de distintas maneras:
1) Es referencial, afecta a los objetos: es una mostración im-
púdica que no deja espacio para el silencio, para lo no-dicho, para
el secreto, un mostrar que cae a menudo en una cierta obscenidad
(en el sentido que le da Baudrillard a la palabra: un mostrar exce-
sivo que está «fuera de lugar»). Esto vale tanto en el terreno infor-
mativo como en la ficción, con la omnipresencia, por ejemplo, de
una imaginería en torno a la violencia, a lo anómico (de todo
cuanto está al margen de la ley), pero también con la intimidad,
como ocurre en los múltiples programas de cotilleo.
A corazón abierto, el último y efímero engendro de Tele 5, es re-
velador a este respecto por la utilización de la cámara oculta para
acosar la intimidad de los famosos, en particular de los mercade-
res de la intimidad propia y ajena. Reabre, si se puede decir, la vía
inaugurada por Tómbola con un grado más de morbidez basado
precisamente en su hipervisibilidad, en un grado exacerbado de vo-
yeurismo. Ha sido antológico el programa del 30-1-2003, con la
intervención de Alessandro Lecquio y la emisión de escenas fil-
madas con cámara oculta sobre presuntas conversaciones privadas
que mantuvo con un fantasmático equipo de televisión contrata-
do para entrevistarle y preparar un no menos supuesto programa
sobre las «aristocracias europeas».
La parte central del programa estuvo dedicada a ver al conde
viendo (y negando) sus anteriores declaraciones, en un alarde de
voyeurismo: en ello estriba la reflexividad de la televisión –una
televisión que se muestra enunciándose a sí misma–, en el autovo-
yeurismo de sus protagonistas y el hipervoyeurismo del telespectador
que ve a alguien que a su vez se está viendo.
La violencia simbólica está aquí en este juego de miradas, en
esta clara incitación a la contemplación morbosa de lo prohibido,
La hipervisibilidad televisiva: los nuevos rituales comunicativos
© Editorial Gedisa 73
© Editorial Gedisa
«modelos juveniles», se escenificaban a sí mismos como estereo-
tipos de lo joven, dentro de una ambientación también totalmen-
te estereotipada: eran «jóvenes» (se supone que auténticos), pero
al mismo tiempo el medio había escogido a actores profesiona-
les… que se representaban a sí mismos como jóvenes. Todo esto
en un universo repleto de «signos juveniles» (ropa, objetos utili-
tarios y «decorativos», con la subsiguiente hipervisibilización de
las marcas comerciales). En fin, todo, aquí, era demasiado, dema-
siado «real» para ser verdad.
No está tan alejado este modo de representar de otros, exacer-
bados, llevados a su extremo, como pueden ser el cómic (en parti-
cular el manga) o, en versión cruenta, los videojuegos o incluso el
cine gore. Proceden todos mediante una saturación de signos.
© Editorial Gedisa
Este particular modo de representar funda una realidad que no
es ni real ni no-real; es una imagen de la realidad, funciona al mo-
do del simulacro. Como en una simulación de laboratorio o ciber-
nética, se recrea un simulacro de realidad; se crea, reuniendo las
«condiciones objetivas», una realidad virtual. Esta realidad ya no
se basa en un contrato fiduciario de tipo verificativo (la fe en la
«realidad» objetiva de los hechos), sino más bien en un contrato
de tipo sensitivo fundado en la percepción subjetiva de los he-
chos. Lo que importa aquí es la representación –con todas las pro-
yecciones que permite (positivas y negativas, identificatorias y re-
pulsivas)– más que el referente en sí. Marca el paso de lo
verdadero a lo verosímil, a una ilusión de realidad creada por el
propio medio (la película El show de Truman de Peter Weir, ya ci-
tada, ilustra magníficamente esta ilusión de realidad).
© Editorial Gedisa
vídeos domésticos serían la otra cara del discurso informativo,
su reverso irrisorio, la conversión del accidente en figura cómi-
ca. Lo mismo pasa con los juegos-concurso: serían la cara ri-
sueña del Azar, la versión amena de la Fatalidad, con su ver-
sión cruel –tipo «humor amarillo»– que juega con los límites
de lo tolerable.
– Es fuertemente redundante; obedece a lo que he llamado las
figuras de lo mismo: la tendencia, de acuerdo con una lógica mi-
mética, a reenviar constantemente al espectador imágenes de
sí mismo como clase o arquetipo (joven, mujer en todas sus
variantes, en particular ama de casa, héroe, etcétera), fomen-
tando así «modelos de identidad» (F. Casetti y A. Fumagalli,
2001). Tendencia hipervisible en muchas teleseries que no
aportan nada nuevo en cuanto a contenidos (no informan sino
sobre lo que ya sabemos que somos), pero que producen un
«efecto representativo», dan un plus de existencia al sujeto re-
presentado. Aunque aquí, como ocurre en la representación
hiperrealista en pintura, hay siempre un «décalage», peque-
ños desfases representativos que pueden producir grandes fi-
suras simbólicas: demasiada «perfección» o plenitud en estos
modelos (como le ocurre a Truman), de donde procede segura-
mente la fascinación que ejercen sobre el espectador común.
Es un universo donde todo es demasiado.
– Responden finalmente, como hemos visto, a una lógica de la
simulación. Lógica que programas de la calaña de Big Brother
han llevado a su extremo (véase capítulo 9).
© Editorial Gedisa
dimensión comunicativa en un espacio –el espacio social– cada
vez más despersonalizado.
Pero más allá de la visibilización del contacto, del intercambio
–en la sociedad posmoderna todo/todos comunica(mos)–, se vislum-
bra un imaginario del miedo que se plasma en el resurgimiento
de figuras arcaicas: un imaginario del accidente, de la catástrofe,
del sufrimiento, del horror, que los programas basados en vídeos
domésticos o los reportajes «en caliente» sobre sucesos, por ejem-
plo, intentan domesticar. Se establece así un verdadero ritual de
violencia que reintroduce la figura arcaica del destino (como figu-
ra feliz en los juegos-concurso, como figura fatal en los programas
antes mencionados). Figuras reversibles, en fin, a imagen de mu-
chas producciones mediáticas que juegan con el azar, rozan la
muerte, juguetean con los límites; imaginarios del fin, como los he
llamado, que escenifican grandes obsesiones: el fin de la historia,
el fin de lo social.., pero también, de manera simbólica, los lími-
tes del poder-ver y del poder-hacer; esto es, los límites de la ley en su
vertiente tanto social como simbólica.
Cuestionamiento, por último, de los límites mismos entre lo
público y lo privado: ¿hasta dónde puede llegar el poder-ver del
medio en la exploración de lo íntimo, hasta dónde, también, en la
visibilización del horror?
La hipervisibilidad televisiva y cinematográfica plantea los lí-
mites del ver en términos deontológicos. Diremos, perdón por el
juego verbal, ¡que la televisión de la intimidad se ha erigido en
modalidad catódica de la confesión católica! A la par que rehabili-
ta lo subjetivo (lo sensible, el decir íntimo) frente a la objetiva-
ción excesiva de otros discursos públicos, no deja por otra parte de
hacer peligrar gravemente la dignidad del sujeto y el equilibrio
difícil, complejo, entre publicidad y secreto, entre el reino de lo
visible y la parte invisible, entre la parte «divina» (eufórica) del
mito comunicativo y su parte maldita.
La hipervisibilidad televisiva: los nuevos rituales comunicativos
© Editorial Gedisa 81
Bibliografía
Abril, Gonzalo, Teoría general de la información. Datos, relatos y mitos, Cátedra,
Madrid, 1997.
Abril, Gonzalo, «Tertulias y cotilleo. La conversación reconstruida», en Nuevos
mitos y ritos televisivos (modos de ver/modos de seducir) y G. Imbert (coord.), Re-
vista electrónica, http:/www.uc3m.es/uc3m/inst/MU/dpmu.html. Instituto
de Cultura y Tecnología. Universidad Carlos III de Madrid, 2000.
Augé, Marc, Los no lugares. Una antropología de la sobremodernidad, Gedisa, Barce-
lona, 1995.
Barthes, Roland, Mitologías, Siglo XXI, México [1956], 1980.
Baudrillard, Jean, El sistema de los objetos, Siglo XXI, Madrid, 1969.
—, L’échange symbolique et la mort, Gallimard, París, 1976. Ed. esp.: El intercam-
bio simbólico y la muerte, Monte Ávila, Caracas, 1980.
—, La transparencia del mal, Anagrama, Barcelona, 1991. Sobre esta «mirada
profanadora», véase también el trabajo de Jesús González Requena: El dis-
curso televisivo: espectáculo de la postmodernidad, Cátedra, Madrid, 1988.
Bettetini, Gianfranco, La conversación audiovisual, Cátedra, Madrid, 1986.
Casetti, Francesco y Villa, Federica, La storia comune: funzioni, forma e generi della
fictione televisiva, Nuova Eri-Rai, Turin, 1992.
Casetti, Francesco y Fumagalli, Armando, Lo que queda de los medios, La Crujía,
Buenos Aires, 2001.
Casetti, Francesco y Odin, Roger, «De la paléo- a la néo-télévision», Communi-
cations 51, París, 1990.
Eco, Umberto, «TV: la transparence perdue», en La guerre du faux, París, Gras-
set, 1985. Ed. esp.: «La transparencia perdida», en La estrategia de la ilusión,
Lumen, Barcelona, 1986.
Imbert, Gérard, Los escenarios de la violencia, Icaria, Barcelona, 1992.
Lacalle, Charo, El espectador televisivo, Gedisa, Barcelona, 2001.
Maffesoli, Michel, La transfiguration du politique, Le Livre de Poche, París, 1992.
Martín-Barbero, Jesús, «Entre lo local y lo global», en VV.AA.: «Nuevos mitos
y ritos televisivos (modos de ver/modos de seducir)». G. Imbert (comp.),
Revista electrónica, http:/www.uc3m.es/uc3m/inst/MU/dpmu.html. Institu-
to de Cultura y Tecnología. Universidad Carlos III de Madrid, 1999.
Mehl, Dominique, «La parole profane», en Bourdon, Jerôme y François Jost
(comp.), Penser la télévision, Nathan-INA. París, 1998.
Pozzato, Maria Pia, Estetica e vita quotidiana, Lupetti, Milano, 1995.
Verdú, Vicente, Elogio del pudor, El País, 27-9-02.
3
Información y suceso: crisis de lo
real y discurso de la actualidad
© Editorial Gedisa
acentúa y el exceso de acontecimientos anula la posibilidad mis-
ma de la acción histórica. En la inflación de presente que ha llega-
do a ser la actualidad, no hay tiempo para la re-flexión –el volver
sobre lo dicho a partir de una reflexión sobre lo realizado–, ni pa-
ra la distancia crítica. Todo es in-mediato: aparentemente historia-
do –integrado en un relato de los hechos– sin que nada sea real-
mente histórico.
Como escribe Baudrillard (1997), la dilución de la Historia co-
mo categoría facilita su retorno como revival («espectro de la histo-
ria») en forma de rememoraciones –conmemoraciones históricas,
remakes cinematográficos– en las que el relato (la vuelta narrativa
sobre lo acontecido) suple la carencia del acontecer, la ausencia de
acontecimientos nuevos; donde la dimensión espectacular prevale-
ce sobre la autenticidad histórica; donde el dramatismo hace de
«efecto histórico» y el ver hace las veces de saber.
Se asienta de esta manera una verdadera cultura televisiva, con
su código particular de representación, sus peculiares modos de
mostrar, que fomenta una suerte de «memoria del presente» basa-
da en la simultaneidad con el acontecimiento y su constante rebro-
te en relato. Esto se plasma –como escribía Arnheim (1935)– en
una «experiencia de la simultaneidad» que asienta una cultura del
mostrar que sustituye el tiempo del directo (la narración simultá-
nea) por un tiempo real (el tiempo del acontecer) y transforma el
tiempo diferido de la narración histórica en tiempo inmediato
–tiempo en vivo, en live–, consagrando así la hegemonía de lo visi-
ble, de lo descriptivo, sobre el entender, el analizar y el debatir.
Tras todo ello, hay sin duda una crisis más profunda que es la de
la representación en Occidente, una crisis que oculta la del realis-
mo mismo y que cuestiona la credibilidad del discurso informati-
vo. «La representación –escribe Wenceslao Castañares (1995)– ha
entrado en crisis al haber perdido lo único que podía sustentarla: la
credibilidad de las instituciones a las que se concedió el derecho a
la información».
Información y suceso: crisis de lo real y discurso de la actualidad
© Editorial Gedisa 85
I. El imperialismo de la actualidad
© Editorial Gedisa
historia (el acontecer) y el de la narración, estableciendo una «co-
temporalidad» (P. Charaudeau, 1997) donde se yuxtaponen pre-
sente histórico y presente narrativo. Este re-presentar o re-actuali-
zar lo actualizado (lo «ya ocurrido») se manifiesta de manera
paradójica en el lenguaje fotográfico como bien ha mostrado
Barthes en La cámara lúcida (1982): como un momento a la vez
efímero (no se volverá a repetir) y eternizado (vuelto presente in-
definido); de ahí la relación morbosa a la que puede inducir una
contemplación voyeurista en la que interviene la pulsión escópica
(Lacan), el deseo de ver.
El fotoperiodismo, que arranca con el ideal periodístico del re-
portero-testigo contemporáneo de los hechos y se consagra en las
coberturas de hechos bélicos, se prolonga últimamente en progra-
mas de televerdad en los que los reporteros acompañan a la policía
al lugar de los «hechos» y filman en directo. Del «como si usted
hubiera estado ahí» hemos pasado al «está usted presenciando los
hechos en su acontecer mismo».
El aquí y ahora es lo que impera hoy en la relación con el mun-
do, la actualidad es lo que ordena la visión de éste: el hoy, con todo
lo que tiene de relativo, frágil, fugitivo y mutable, es lo que de-
termina todas las categorías. Hay un imperialismo del presente
que tiene su reflejo en el medio mismo, en su estructura narrati-
va, en la fragmentación del discurso televisivo, en el imagen-a-
imagen que es la información hoy día: el flash informativo (al igual
que el spot publicitario), la estructura secuencial del telediario con
su timing recortado, las entrevistas en la calle o en plan «aquí te
pillo, aquí te mato».
Nos encaminamos hacia una información-videoclip. Incluso
el debate se transforma en secuencias cortas de enfrentamientos
de posturas estáticas más que en una dialéctica del intercambio;
lo que prima es la performance visual –puntual–, más que la pro-
fundización de los contenidos (véase capítulo 8). Como decía
Bourdieu (1996) en su crítica de la televisión, este medio impide
Información y suceso: crisis de lo real y discurso de la actualidad
© Editorial Gedisa 87
© Editorial Gedisa
natario: requieren una adhesión, buscan el efecto, apelan a la
emotividad y eventualmente permiten identificaciones sensibles;
todo ello encaminado a un hacer-creer basado en el ver, en la figura-
tividad del mensaje (mediante su puesta en imagen) y en la pre-
sencia física de la figura del presentador/mediador/narrador.
Intervienen dos instancias en esta escenificación de la reali-
dad: el aparato enunciativo, con su función mediadora, y la utili-
zación del directo con su función autentificadora. Ambas refuer-
zan la credibilidad del mensaje inscribiéndolo en un doble modo
de enunciación (directo e indirecto), y contribuyen a crear efec-
tos de realidad que instituyen la realidad, mediante su enun-
ciación, en un acto performativo que produce realidad ante nuestra
mirada, creando así un espacio de interacción y reforzando el con-
trato comunicativo que une espectador y dispositivo televisivo.
Esta inflación narrativa puede alcanzar una cierta redundan-
cia, patente por ejemplo en algunos canales sensacionalistas ar-
gentinos que, a la hora del desayuno, sirven noticiarios que se
limitan a retransmitir una y otra vez el secuestro del día, o re-
cordatorios de los más recientes, con el rótulo: «En vivo, reite-
ramos (sic), urgente».
Eliseo Verón (1983), en un artículo antiguo, ha destacado la
importancia del «espacio enunciativo» en la comunicación visual
y el «privilegio creciente de la enunciación sobre el enunciado».
Espacio en el sentido físico –el estudio de televisión como marco
enunciativo, dentro de una ritualización del habla, espacio donde
se «cuece» la realidad– y espacio en el sentido estrictamente lin-
güístico, como performance oral, garante de la autenticidad del ac-
to de habla.
Verón definía este espacio como lugar de contacto y condición
de la interacción entre actores de la comunicación, de acuerdo con
un contrato comunicativo fundado en el directo, en la co-presen-
cia, en el compartir el espacio visual, y encaminado a eliminar la
distancia con la realidad. Un contrato enunciativo que produce
Información y suceso: crisis de lo real y discurso de la actualidad
© Editorial Gedisa 89
© Editorial Gedisa
cie de juego de cajas chinas: crea una comunicación específica, in-
tensa, espectacular; una comunicación privilegiada que establece
una relación fluida con el público que asiste al acontecimiento,
instituyendo al espectador como sujeto que participa más o menos
directamente en el juego comunicativo (eventualmente a través de
otro), constituyéndolo como co-espectador. Permite una adhesión
al acontecimiento, una fusión, con un fuerte componente emoti-
vo; facilita una identificación con un nosotros. Es implicativo, y se
caracteriza por la existencia de un guión; de ahí un componente
narrativo que le da un cierto ritmo, una dinámica que orienta el
programa. Es lo que ocurre en los talk shows, programas de varie-
dades, juegos, concursos o programas propagandísticos.
En la neotelevisión, el segundo dispositivo es el que tiende a
primar, hasta el punto de contaminar también los programas tra-
dicionalmente informativos o documentales. En ello reside la cre-
dibilidad del mensaje, en su visibilidad y su grado de emotividad:
la visibilidad del mensaje es garante de la realidad.
También se dan fenómenos de hibridación en los que se mez-
clan los dos dispositivos, como en la serie americana Cops, donde
se producía una constante dramatización de las actuaciones coti-
dianas de los agentes de policía empleando técnicas de reportaje
en directo, imágenes sin montar (hard copy), sonido directo y vi-
sualización de los lugares y situaciones, con voz en off o mediante
testimonios directos, dando así una ilusión de realidad a un pro-
grama por otra parte fuertemente narrativizado y con un cariz cla-
ramente espectacular.
Es frecuente hoy en día, en los telediarios, la imbricación de
noticias y espectáculo, con la subsiguiente narrativización de la
información: anécdotas y sucesos que vienen a romper la lineali-
dad de la actualidad, testimonios en 1ª persona, historias indivi-
duales que atenúan su frialdad y nos acercan al modelo del talk
show; o la presencia del fútbol al final del telediario como pretexto
narrativo para presentar un relato accidentado marcado por las
Información y suceso: crisis de lo real y discurso de la actualidad
© Editorial Gedisa 91
faltas, los escándalos, las lesiones de los héroes del «deporte rey».
Sólo la Bolsa, en su invariabilidad a la vez formal y de contenido,
nos reenvía a la actualidad dura e impersonal: sirve de coartada de
realidad.
Y todo esto sin hablar del redoble de la información en meta-
rrelato, tanto en forma de parodia (El Informal) como en versión
carnavalesca (los Guignols) o juego con sus protagonistas (Caiga
quien caiga).
© Editorial Gedisa
Con la multiplicación de las fuentes de información y el en-
sanchamiento de los centros de interés y de los campos de sa-
ber, las categorías informativas se van ampliando, diluyéndose
al mismo tiempo la frontera entre información seria e infor-
mación trivial, perdiendo la primera gran parte de su credibi-
lidad, y adquiriendo la segunda un mayor grado de aceptabili-
dad.
De ahí que esta crisis sea también una crisis formal de orden
simbólico: relativa al modo de representación de la realidad. Los
grandes hechos se desgastan por su desmultiplicación espacial y
por la competencia de los medios audiovisuales, que ganan en
tiempo y espectacularidad a los medios escritos. Lo mayúsculo se
diluye, los grandes relatos ya no son tan creíbles y se afianza en
cambio el interés por lo minúsculo, lo cotidiano. Si el suceso –ta-
chado durante tantas décadas de forma trivial o degradada de in-
formación– desapareció como sección de la mayoría de los diarios
de referencia, hoy reaparece, ya no como tal –unidad redaccional o
sección–, sino como categoría difusa que invade el espacio comu-
nicativo (escrito y audiovisual) y emerge en portada en forma de
fotonoticia (véase, por ejemplo, en un periódico «serio» como El
País la presencia en primera plana de noticias anecdóticas, de pu-
ra actualidad, sin trascendencia política, de tipo mundano, futbo-
lístico, relacionadas con la vida cotidiana, que se alejan en todo
caso de la información política).
Frente a la recurrencia y desgaste de lo político –que es siem-
pre lo mismo serializado ad infinitum, y en lo cual ya nadie cree mu-
cho en el fondo–, el suceso polariza la atención y ocupa a veces un
lugar central, aunque superficial o anecdótico. El suceso –el suce-
dió– sustituye a menudo al hecho periodístico. El acontecer interesa
más a veces que el acontecimiento. La información de actualidad
puede redundar en colección de aconteceres, sin vínculo entre sí,
efímeros, sin relevancia (por ejemplo, en espacios como Sucedió en
Madrid de Telemadrid).
Información y suceso: crisis de lo real y discurso de la actualidad
© Editorial Gedisa 93
© Editorial Gedisa
Dentro de la tendencia al desorden mencionada antes, esta
omnipresencia del suceso tiene que ver con una fascinación por el
accidente, y si bien remite a menudo a un imaginario de la catás-
trofe, también refleja un interés por lo microsocial, por hechos
humanos intrascendentes, pero reveladores del sentir colectivo.
Más profundamente, el suceso, considerado como extracto de una
realidad bruta, sin afinar, no pasada por el filtro de la categoriza-
ción periodística, remite a una demanda de autenticidad frente al
simulacro y la representación.
Al amparo del reportaje en vivo, de la reconstrucción de he-
chos al modo del reality show, de la exclusiva informativa, de las
imágenes «impactantes», del directo, se reinyecta realidad en un
discurso informativo por otra parte cada día más estereotipado,
menos creíble y cuyos contenidos se están agotando. Llamaremos
«efecto de directo» a ese subterfugio temporal consistente en cre-
ar una ilusión de realidad.
¿Cómo explicar este retorno de una categoría durante tanto
tiempo menospreciada en el discurso? Sin duda, como una vuelta
de la subjetividad en el discurso social. Después de la era de las
ideologías (se da la palabra al sujeto colectivo), después de la del
psicoanálisis (habla el sujeto inconsciente), ¡por fin! estamos ante
un sujeto que habla sin complejos, largo y tendido..., un sujeto
algo ingenuo, que expresa así su fascinación por objetos que, eso
sí, son complejos: la violencia, el incesto, el amor, la muerte.
© Editorial Gedisa
do más allá del contexto de producción del acontecimiento. Tiene
una dimensión trascendente que remite a una cierta alteridad
contenida en el relato trivial de lo cotidiano. A partir de la anéc-
dota, de la vivencia, de lo microsocial, reenvía a valores atempora-
les, a objetos fundamentales a partir de los cuales se construyen
los grandes paradigmas del hombre contemporáneo: el amor, el
sexo, la muerte, el azar, el tiempo, la finalidad...
Podríamos incluso, como hace Baudrillard, considerar el suce-
so («le fait divers») como una nueva categoría, no sólo informati-
va sino también cognoscitiva: «Toda la información, histórica,
política, cultural, es recibida bajo la misma forma, a la vez anodi-
na y milagrosa, del suceso, toda la información es actualizada, es
decir, dramatizada al modo espectacular. El suceso no es pues una
categoría entre otras sino la categoría cardinal de nuestro pensa-
miento mágico, de nuestra mitología».
El éxito de un diario como Libération en Francia, al margen de
su oportunidad política en el contexto de Mayo del 68, se debe al
hecho de haberle otorgado al suceso un reconocimiento periodís-
tico desde dos ángulos: 1) por haberlo sabido tratar con dignidad
y profundidad, tanto en el fondo (asumiéndolo como hecho socio-
lógico) como en la forma (dedicándole a veces una página entera
cuando se le considera «representativo»), y 2) por haber también
–y de manera formalmente audaz– considerado el conjunto de la
actualidad bajo el ángulo del suceso, subrayando sus aspectos
anecdóticos (sin caer en el cotilleo) y dando a ver su lado invisible
(procurando evitar el sensacionalismo), permitiendo así un acer-
camiento sensible a la realidad social.
© Editorial Gedisa
densada como ocurre en lo que podemos llamar «programas pa-
rainformativos», programas que utilizan la función informativa
como pretexto para construir relatos dramatizados. Hemos citado
los programas de información local (tipo Sucedió en Madrid de Te-
lemadrid), podríamos añadir los reality shows y, en versión trivial,
los programas de vídeos domésticos. Ambos formatos reflejan
una deriva hacia lo anecdótico, e inclusive lo lúdico en el segundo
caso, culminando en dramatismo y recreación de la realidad en los
reality shows.
Todas estas derivas –anecdóticas, lúdicas, dramatizadas– po-
nen de relieve la crisis de credibilidad de la información estándar,
objetiva, dominada por la función referencial y un código que se
está desgastando. Reinyectan realidad en un medio y un género,
el informativo, cuyos contenidos se están agotando, delatando
una vez más la crisis del realismo y la búsqueda de otros modos de
representación: cuanto más decrece la credibilidad informativa
hacia las noticias duras (políticas, económicas), más se despierta el
interés por otro tipo de noticias (atípicas, escabrosas, sensaciona-
listas) y más se desarrolla una modalidad hiperrealista que carga
las tintas, dramatiza o ironiza.
Para no dispersar la reflexión, nos centraremos en dos fenóme-
nos comunicativos que contribuyen a alimentar el imaginario de
la violencia: primero la omnipresencia de noticias relacionadas
con hechos de violencia, la fascinación que ejercen y su proyección
en el centro mismo del discurso informativo, tanto escrito como
audiovisual, lo cual marca una vuelta del suceso como modalidad
difusa; el segundo fenómeno es la consagración y multiplicación
de un nuevo formato de programas televisivos: los llamados rea-
lity shows y su espectacularización de la realidad, en sus distintas
versiones (anecdóticas, criminales, sentimentales).
Ambos fenómenos tienen un fuerte componente narrativo,
con una clara tendencia a la dramatización, es decir, encierran
una doble violencia: de contenidos y simbólica, esto es, formal,
Información y suceso: crisis de lo real y discurso de la actualidad
© Editorial Gedisa 99
© Editorial Gedisa
De ahí la responsabilidad de los medios en la construcción de
estos escenarios de la violencia; de ahí también la dificultad en
encontrar un tono justo, a la hora de elaborar discursos sobre la
violencia y la seguridad (véanse, por ejemplo, los bandazos en las
campañas de prevención de accidentes automovilísticos), discur-
sos que no sean ni desmesuradamente apocalípticos, ni excesiva-
mente integrados.
© Editorial Gedisa
escapa, cuyo poder-ver puede incluso rivalizar con el de los pode-
res públicos: la televisión deviene así policía del alma, juez de
las conductas, mirada extra-ordinaria, extra-temporal, garante
de la verdad, que sustituye a la figura del intelectual –construc-
tor de ideas–, y se torna instancia desfacedora de entuertos que
deja de lado las grandes causas para interesarse por las pequeñas
polémicas de todos los días. Una instancia que cultiva, en fin,
una cierta mala conciencia ligada a las grandes prohibiciones del
orden de lo no dicho (violaciones, incestos, monstruosidades,
amores contranatura, perversiones).
El título de uno de los grandes reality shows franceses –Mea cul-
pa (TF1)– traducía bien esta inclinación. En España, La máquina
de la verdad de Julián Lagos (Tele 5, 1993), con su utilización po-
lémica del detector de mentiras aplicado a hechos y personajes de
actualidad, ilustra bien esta tendencia de la neotelevisión a erigir-
se no sólo en instancia atestiguadora de la realidad, sino también
en juez, en tribunal paralelo, oscilando entre remedo de servicio
público (¿Quién sabe dónde? de Paco Lobatón), instrumento de de-
lación (La máquina de la verdad) o perseguidor (Se busca, de Antena
3 en 1995, programa parecido al francés Perdu de vue de TF1, emi-
tido entre 1990 y 1997, producido por Pascale Breugnot y pre-
sentado por Pradel).
Como ocurre a menudo, se pueden ver antecedentes en Esta-
dos Unidos, concretamente en la tradición de los programas (y
producciones cinematográficas) centrados en la filmación de jui-
cios y en la figura arquetípica (por lo menos en Estados Unidos)
de la justicia popular: la creación y el éxito de Court TV (1991)
son ejemplo de ello; sin hablar, recientemente, de los intentos de
filmar ejecuciones capitales o, en su defecto, las circunstancias
que rodean a tan espeluznantes hechos.
Es ésta una televisión guiada por un hacer «pesquisidor» –en
expresión de Dominique Mehl (1996)– que sabe jugar con el
miedo a la ruptura, al accidente (y al mismo tiempo cultivar la
Información y suceso: crisis de lo real y discurso de la actualidad
© Editorial Gedisa 103
fascinación que ejercen), en un juego con los límites del hacer (el
tabú) y del decir (el secreto). Diremos que este discurso informati-
vo funciona como discurso instituyente a varios niveles:
– Instituye una realidad atravesada por lo no dicho, una realidad
muy sui géneris autoproducida por el propio medio.
– Se instituye él mismo como institución dentro de la persecu-
ción de un «habla verdadera» (que pretenden también emular
los políticos modernos).
– Ese «habla auténtica» puede transformarse en habla policíaca,
con su búsqueda de culpables, y convertirse en discurso inqui-
sidor que, en ocasiones, ha podido erigirse en juez y censor de
otros medios de comunicación.
Este rasgo, poco presente en los reality shows españoles, donde pre-
domina una visión eufórica e incluso humanitaria (véase ¿Quién
sabe dónde?), es patente en la televisión francesa, donde un progra-
ma como Mea culpa dio lugar a violentos enfrentamientos verba-
les con los medios de comunicación a causa del despido de un jo-
ven homosexual después de su paso por el programa.
En 1996, Témoin nº 1, de Jacques Pradel (TF1), a raíz de la
profanación de un cementerio judío en Carpentras, lleva a cabo
una alucinante intoxicación mediática, dando a entender que los
culpables eran hijos de personalidades de la región, y aficionados
a los juegos de rol. Estas personas fueron objeto de acusaciones di-
famatorias durante un año, cuando en realidad los autores eran
neonazis implicados anteriormente en hechos similares; el asunto
fue aprovechado por la extrema derecha de Le Pen para denunciar
una vez más el «complot» del que presuntamente era víctima.
Todavía más grave es el caso, en Estados Unidos, del asesinato
de un homosexual por su vecino, a quien había declarado pública-
mente su amor en el programa The Jenny Jones Show en 1999. Sin
hablar del talk show de Jerry Springer, donde se crean verdaderos
El zoo visual
104
© Editorial Gedisa
psicodramas a partir de situaciones escabrosas que provocan los
más espectaculares enfrentamientos entre participantes, con pata-
das, arañazos y arranques de pelo incluidos.
Bajo la aparente trivialidad del suceso, más allá de las posibili-
dades del directo, de la rehabilitación del sentimiento, es un ha-
bla evanescente lo que se instala: más que expresarlo, manipula el
imaginario social y espectaculariza el mal.
Bibliografía
Abril, Gonzalo, Teoría General de la Información. Datos, relatos y mitos, Cátedra,
Madrid, 1997.
Aran, Sue; Barata, Francesc; Busquet, Jordi; Medina, Pilar, La violència en
la mirada. L’anàlisi de la violència a la televisió, Trípodos, Barcelona,
2001.
Arnheim, Rudolph, «Prospectives pour la télévision», en Le Cinéma est un art,
L’Arche, París [1935], 1989.
Barata, Francesc, «El drama del delito en los mass media», Delito y Sociedad, nº
11-12, La Colmena, Buenos Aires, 1998.
Barthes, Roland, «Structure du fait divers», en Essais critiques, Seuil, París,
1964. Ed. española: «La escritura del suceso», en: El susurro del lenguaje,
Paidós, Barcelona, 1987.
—, La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía, Gustavo Gili, Barcelona, 1982.
Baudrillard, Jean, La transparencia del mal, Anagrama, Barcelona, 1991.
—, Le paroxyste indifférent. Entretiens avec Philippe Petit, Grasset, París, 1997.
Bourdieu, Pierre, Sobre la televisión, Anagrama, Barcelona, 1997.
Castañares, Wenceslao, «Nuevas formas de ver, nuevas formas de ser. El hi-
perrealismo televisivo», Revista de Occidente, nº 170-171, Madrid,
1995.
Charaudeau, Patrick, Le discours d’information médiatique, Ina-Nathan, París,
1997. Ed. esp.: El discurso de la información mediática. La construcción del espejo
social, Gedisa, Barcelona, 2003.
De la Serna, Jesús, «La credibilidad de los medios de comunicación en España»,
Universidad de Verano de la Universidad Complutense de Madrid, El Esco-
rial, julio de 1998.
Información y suceso: crisis de lo real y discurso de la actualidad
© Editorial Gedisa 105
© Editorial Gedisa
Hay una proximidad –casi se podría hablar de promiscuidad–
de las imágenes que nos impide escapar del espectáculo. Es un es-
pectáculo de sesión continua, donde impera lo inmediato, lo pal-
pable, donde la reflexión (como proceso de distanciación crítica)
deja paso a la refracción (la reproducción literal), la intelección es
sustituida por la figuración y la mostración se vuelve exhibición.
El ver como proceso activo deja paso a un ser visto o un dejarse ver
que conducen al voyeurismo y alimentan el imaginario. Obede-
cen a una lógica escópica que funciona mediante saturación: ésta
responde a la carencia (de ideología, de Historia, de sentido) con
el exceso, el desbordamiento, y se plasma en un imperialismo del
ver todo consistente en la extensión inconsiderada del ámbito de lo
público: ya no hay secreto, sólo hay escenarios en los que la ima-
gen tiene un papel preponderante.
Por eso es por lo que se puede llegar a una cierta obscenidad: al
saturar el espacio de la representación, al imponer una presencia
demasiado visible, la imagen descoloca, desplaza de alguna manera
al objeto. La representación, entonces, se vuelve omnipresente,
excluye la memoria y diluye el presente, imponiendo una imagen
fija de la realidad y consagrando así una estética de la fascinación.
La imagen fascina, cual Medusa, porque representa una inmo-
lación de la realidad, su colocación en un segundo plano, siendo la
fascinación, como escribe Baudrillard, «la seducción por un obje-
to muerto», esto es, «la magia de la desaparición». Se instala así
una relación voyeurista con el objeto asentada en una hipertrofia
del ver que es una forma de violencia simbólica, una violencia
ejercida mediante las formas mismas del discurso.
I. El voyeurismo televisivo
© Editorial Gedisa
reconocer. Huelga decir que, más que de identidad, estamos ha-
blando de identificación, que es como un estadio virtual, una ope-
ración efímera y redundante donde el conocer deja paso al recono-
cer, el saber al ver.
Pero en esta demanda –más o menos consciente, más o menos
formulada– de reconocimiento del mundo interior, la paradoja es
completa: el pathos (el sentir íntimo) no es tal si no se publicita. La
carencia de intimidad se subsume en espectacularización del yo y
de mis sentimientos. El yo del individuo se transforma en espec-
táculo bajo los ropajes de la autenticidad.
En una especie de ecuación absurda, lo auténtico sólo puede
ser tal si es visible. El «efecto de realidad» (R. Barthes, 1972),
que se impone mediante una parafernalia de signos de autentifi-
cación, ha dejado paso al «efecto de presencia», consagrando lo
que Alain Ehrenberg (1993) ha calificado como «televisión de la
autenticidad», siendo el garante de realidad el grado de visibili-
dad del mensaje.
No obstante, para llegar a esta visibilidad hay que pasar por
una serie de etapas de desvelamiento –de destape literal y simbóli-
co– recurriendo a varias figuras que van en contra de la integri-
dad, por no decir de la dignidad, del sujeto y que entrañan una
gran violencia simbólica. La confesión es una de ellas. Profunda-
mente anclada en la cultura judeocristiana, permite, mediante el
relato de las «faltas» (ajenas o propias), ganarse el perdón de la au-
diencia, expiar en público los errores y expulsar la mala concien-
cia. Recuérdese, en la década de los noventa, el programa Confesio-
nes, con su ambiente azulado, donde un invitado venía a confesarse
en la oscuridad ante una especie de tribunal popular que dictami-
naba su caso. Sólo entonces podía salir del anonimato y «destapar-
se», aparecer a la luz pública.
La figura del perdón es explícita en otros programas como Het
spitj me, de la televisión holandesa, o su versión española Nunca es
tarde, donde los invitados acuden a contar historias inconfesables
La intimidad como espectáculo: de la televerdad a la telebasura
© Editorial Gedisa 111
© Editorial Gedisa
Por eso este formato televisivo tiene que ver tanto con los in-
formativos como con los géneros de ficción, en una confusión de
lo real con su representación que no deja de incrementar la fasci-
nación. Veamos estas dos influencias.
De los informativos toma prestado un aparente hacer referen-
cial, pero con un cariz enfático: una búsqueda de los hechos en
forma inquisitorial que pretende restablecer una verdad presunta-
mente objetiva, casi trascendente, encubierta por el pasar del
tiempo, las premuras de las leyes humanas, la fuerza de los tabúes
o el olvido de las rutinas comunitarias (Bas les masques [Que cai-
gan las máscaras], se titulaba este programa de Mireille Dumas
en France 2).
El presentador de reality shows se vuelve protagonista de una
misión justiciera, restablecedora de un cierto orden, aunque sacu-
da prejuicios e introduzca alteraciones en el confort de las relacio-
nes familiares. Así, se ve dotado de un poder que no tiene el sim-
ple presentador del telediario: una capacidad hermenéutica de
sacar a la luz el secreto, hacer estallar el conflicto latente y descu-
brir nudos insospechados. También la de actuar al mismo tiempo
como animador que orquesta las actuaciones, reparte los turnos
de palabra y distribuye los roles, como activador de un pequeño
theatrum mundi, de un microcosmos mediático del gran teatro del
mundo.
Al hacer informativo contribuye también un recurso perma-
nente en el reality show: el «efecto de directo», el ver la realidad
representada «como si uno hubiera estado ahí». La utilización co-
mo actores de los propios protagonistas de los hechos, el rodaje in
situ, la técnica de la cámara-testigo y de recursos propios del re-
portaje –cámara al hombro– refuerzan el cariz realista del mensa-
je. El efecto de directo es partícipe de una inflación del presente,
un rasgo dominante del discurso informativo actual (el totalita-
rismo de la actualidad, el imperativo de la novedad...), y revela
una mirada a la que nada escapa: un ojo omnipresente, omni-
La intimidad como espectáculo: de la televerdad a la telebasura
© Editorial Gedisa 113
© Editorial Gedisa
Cabe sin duda una lectura más en profundidad que la que al-
gunos analistas del fenómeno han dado: más allá de la rehabilita-
ción de los sentimientos a través de una publicitación de lo priva-
do, el reality show revela la atracción ejercida por lo monstruoso, lo
aberrante, lo informe (y deforme), por todo cuanto viene a pertur-
bar el orden imperante, haciendo de lo escandaloso la materia
misma con la que se alimenta el discurso televisivo.
Por eso su parentesco con algunas prácticas periodísticas re-
cientes es grande. Sobre todo con una cierta prensa amarilla difu-
sora de escándalos privados (revistas del corazón) y públicos (pe-
riódicos de contenidos polémicos). Lo monstruoso está aquí no
sólo en los contenidos, sino en la forma misma del relato, en su
enunciación y protocolos de presentación: en la producción de la
«noticia» y la relación voyeurista que fomenta en el espectador,
basado todo en la ilusión del «directo», en la impresión de estar
en el corazón de los hechos, de ser partícipe de su acontecer.
El colmo de ese prurito de directo estaría en la reutilización de
vídeos domésticos o secuencias documentales que, sacadas de su
contexto, cultivan lo intrínsecamente accidental, aberrante, inau-
dito o sorprendente, en una modalidad híbrida de relato que en-
tremezcla lo humorístico con lo dramático (Real TV en Estados
Unidos, o Impacto TV de Antena 3, su versión blanda en España,
son harto representativas a este respecto).
Se asienta así una televisión de lo hipervisible donde nada es-
capa al ojo omnisciente de la máquina de visión, pues rehabilita
una forma decimonónica de relato en la que impera un narrador
todopoderoso, si bien añadiéndole una dimensión morbosa que
establece una relación turbia con la realidad y su reverso, lo invi-
sible, el secreto.
En un efecto de aumento (Eva Aladro, 1995), el reality show, al
rehabilitar lo monstruoso, reactiva el contrato de comunicación
con el sujeto (reaviva sentimientos olvidados, despierta sensacio-
nes impensables, la mayoría de las veces de horror), reanimando la
La intimidad como espectáculo: de la televerdad a la telebasura
© Editorial Gedisa 115
© Editorial Gedisa
visivo, y, al mismo tiempo, hace que vendan su alma al conductor
del programa, a ese gran sacerdote que, en una ceremonia de la
manipulación, les roba su intimidad.
Los antecedentes anglosajones son claros: ahí está el Jerry
Springer show, en Estados Unidos, donde, ante un público enfervo-
rizado y más de ocho millones de telespectadores, los concursan-
tes se prestan a toda clase de confidencias escandalosas o increí-
bles revelaciones sobre su vida privada: «Querido, he hecho la
calle», «Estoy embarazada de su marido», «Mi hermana pequeña
se prostituye», o «Mamá, ¿quieres casarte conmigo?», todo ello
en presencia de cónyuge y familiares, y terminando a menudo en
insultos, riñas y agresiones. En 2001, el odio acumulado durante
uno de los programas llevó a una pareja a asesinar a la ex mujer
del marido.
Llaman también la atención las producciones de la cadena pri-
vada por cable Court TV sobre confesiones de criminales, con his-
torias de cadáveres descuartizados y posteriormente pasados a la
olla, y otras lindezas. Sin llegar a tal tremendismo, existen en Eu-
ropa varias versiones light de estos programas.
En España, el caso Alcàsser (tres adolescentes sádicamente ase-
sinadas cerca de Valencia cuyos cadáveres fueron encontrados en
enero de 1993) ha dado pie para, en un alarde de visibilización
pocas veces alcanzado en la historia de la televisión, ventilar los
aspectos más íntimos del asunto, en una formidable revancha de
lo privado sobre lo público (agotado sin duda por la degradación
de lo político) que, al consagrar la intimidad como espectáculo,
ejerce una verdadera violencia simbólica.
Primero Nieves Herrero, enviada especial de Antena 3, pre-
sentó en las calles de Alcàsser su talk show De tú a tú, adelantando
la salida del programa una hora para coincidir con el especial de
Paco Lobatón ¿Quién sabe dónde? de TVE-1. En la mejor tradición
del género, las preguntas hurgaban en la intimidad de los familia-
res, en una demostración de incontinencia emocional: «¿Qué es lo
La intimidad como espectáculo: de la televerdad a la telebasura
© Editorial Gedisa 117
© Editorial Gedisa
más sórdidos: años más tarde, el 3 del 6 de 1997, Fernando Gar-
cía, el padre de Miriam, declaraba que iba a asistir a la autopsia
de su hija, y Pepe Navarro, el conductor del programa, añadía
que se iba a «ver todo, o casi». Al día siguiente, se producía un
«debate» en torno a si una de las víctimas había dejado pelos
púbicos en la ropa de su asesino, todo ello ante la mirada –ob-
viamente tomada en primer plano– del padre de una de las víc-
timas.
En la televerdad «todo es intimidad» o, más bien, ya nada lo
es; nada escapa al ojo todopoderoso de la cámara. Es una televi-
sión maximalista, del ver todo o nada, que contesta a una triviali-
zación total de lo político con una politización de lo trivial, una
televisión que se erige no sólo en instancia policial (con la figura
del periodista-detective o el «criminólogo» de turno), sino que
además se atribuye el papel de justiciero, en un discurso arrogan-
te que desafía los poderes públicos (justicia, policía, clase política)
o los sustituye.
Discurso excesivo en todo, tanto en lo «bueno» como en lo
«malo». Primero en la visibilización de los afectos, con esa falsa
intimidad creada mediante la ilusión de directo: esos desenlaces
felices, reencuentros emotivos, reconciliaciones espectaculares e
instantáneas de la mano del presentador, moderno y moralizante
alcahuete, deus ex máchina que tira de los hilos invisibles del des-
tino (aquí también ilusión de destino). Pero es igualmente un
discurso excesivo en la visibilización de la desdicha (dramas, cul-
pas expulsadas, llantos explosivos), del horror, del sadismo y de la
violencia.
Lo obsceno, aquí, está en ese ver abusivo que transforma la in-
formación en inquisición y que reduce la demostración a una pura
visibilización donde el discurso televisivo cobra legitimidad de su
propia enunciación; donde, en un acto performativo, el trivial «lo
he visto en la tele» se erige en ley y consagra al medio como habla
instituyente de realidad.
La intimidad como espectáculo: de la televerdad a la telebasura
© Editorial Gedisa 119
© Editorial Gedisa
de una pérdida de sentido: el «coeur à coeur», la profusión senti-
mental, colma entonces la vacuidad del diálogo; el «corps à
corps» (el enfrentamiento de personas) simula el de las ideas. Si el
padre Apeles fue quien encarnó mejor ese cuerpo a cuerpo, ese re-
medo de diálogo con el otro, hubo programas íntegramente basa-
dos en la idea del enfrentamiento, aunque en clave lúdica: Moros y
cristianos (Tele 5) fue uno de ellos. Esta categoría es difusa y cada
vez más frecuente en el nuevo circo televisivo. Amor y dolor son
sin duda lo que necesitan las audiencias.
Mucho tiene que ver esta actoralización del debate con la dra-
matización de contenidos y discursos que se impone en los géne-
ros informativos como una nueva modalidad del relato moderno,
y la rehabilitación de la narratividad, en un universo en el que es-
tá en crisis, o ausente.
Desde esta perspectiva, el reality show bien podría representar
un compendio y una exacerbación de la comunicación en la posmo-
dernidad, de acuerdo con un modelo según el cual la realidad está
más en las formas de la representación (sus condiciones de visibili-
dad, su proyección en «escenarios») que en los contenidos (por otra
parte redundantes), con una hipertrofia de signos que puede llegar
hasta lo monstruoso. El realismo alcanza de esta manera un punto
de no retorno transformando lo real en hiperreal. ¿Qué estamos
viendo entonces? ¿Un documental o una ficción? ¿Qué es más rea-
lista, pues: los reportajes crudos de la televisión rusa donde se vive
en tiempo casi real los sucesos más sangrientos, o las películas de
Tarantino o John Woo? ¿Qué es más «auténtico»: el abrazo de re-
conciliación pública de la pareja de Lo que necesitas es amor (Antena
3) o la expresión de unos sentimientos que a lo mejor nunca se dará
en la intimidad del gineceo?
Todo ello conduce a una violencia simbólica: cualquier tema
es válido con tal de que permita una visibilización del conflicto,
la construcción de una forma violenta. Contesta a la representa-
ción de la violencia, omnipresente en los medios, con una violen-
La intimidad como espectáculo: de la televerdad a la telebasura
© Editorial Gedisa 121
Bibliografía
Aladro, Eva, «Proyecciones emocionales en los espéctaculos de realidad», en In-
formación y drama en televisión, CIC (Cuadernos de Información y Comunica-
ción), nº1, 1995, Universidad Complutense de Madrid.
Barthes, Roland, «El efecto de realidad», en VV.AA.: Lo verosímil, Tiempo Con-
temporáneo, Buenos Aires, 1972.
Bataille, Georges, La parte maldita. Precedida de «La noción de gasto», Icaria,
Barcelona, 1987.
Ehrenberg, Alain, «La vie en direct ou les shows de l’authentiticité», Esprit,
enero de 1993, París.
Mouseler, Virginia, «La violence psychologique dans les divertissements sur les
télévisions étrangères», en Image et violence, Bibliothèque Publique d’Infor-
mation, Centre Georges Pompidou, París, 1997.
Pastoriza, Francisco R., Perversiones televisivas. Una aproximación a los nuevos géne-
ros audiovisuales, Instituto Oficial de Radio y Televisión Española, Madrid,
1997.
5
El talk show o la verbalización del dolor
(El retorno de la oralidad)
El talk show, como su nombre indica, es antes que nada una espec-
tacularización del habla. Sus características, según Jane Shattuc
(1997, citada por Charo Lacalle), son las siguientes:
a) suele tratar casi siempre de cuestiones sociales («Mujeres maltra-
tadas», «Desaparecidos») o personales («Mi marido me abando-
nó», «He sido infiel»);
b) se requiere la participación del público y/o del espectador (me-
diante su presencia en el estudio o por teléfono);
c) se estructura en torno a la «autoridad moral» de un conductor
(«No. No te vas a suicidar», le dice tajantemente Ana Rosa
Quintana en Sabor a ti a un travestí que ya no puede soportar
más la prostitución);
d) su audiencia es mayoritariamente femenina (hasta un 70% de
mujeres en España);
e) se emiten en franjas diurnas (mañana o tarde).
© Editorial Gedisa
tuaciones que tienen que ver con la interioridad de la mujer –y
que entroncan con el mundo del sentir, de las emociones, del
pathos en general y de lo subjetivo en particular– hasta situa-
ciones objetivas que la sitúan dentro de un contexto social (pa-
reja, familia, entorno laboral), estos programas definen roles
actanciales (ama de casa, pareja, madre) y temáticos (general-
mente negativos: ignorada, traicionada, maltratada, etcétera).
– La mujer entra a formar parte también del dispositivo narrati-
vo como protagonista de una serie de acontecimientos recu-
rrentes que alimentan la cadena de sucesos sobre los que se ba-
san los RS: desapariciones, violaciones, incestos, rupturas
matrimoniales, etcétera, sucesos en los que aparece general-
mente como víctima, como sujeto que padece una acción ne-
gativa protagonizada por un antisujeto, masculino en la ma-
yoría de los casos.
– Es parte, finalmente, de un dispositivo enunciativo en la me-
dida en que verbaliza o exterioriza mediante el habla –dentro
del discurso público– estas vivencias personales a menudo ín-
timas y en muchas ocasiones secretas, objeto de tabú o del si-
lencio social. Este rasgo es especialmente visible en el TS, un
género que consiste precisamente en ventilar la experiencia
dolorosa, convirtiendo el decir privado en decir público, la vi-
vencia íntima en experiencia compartida.
I. La ventilación de lo íntimo
© Editorial Gedisa
ber transparente, abierto, con múltiples canales de transmisión,
no exclusivo de algunos ni privilegio de una casta; el paso de un
saber mediado –en el tiempo, como herencia, o en el espacio, co-
mo algo inaccesible para los que no poseen las claves para asimi-
larlo e interpretarlo o no están capacitados, o no son dignos para
recibirlo desde un punto de vista ético– a un saber in-mediato (sin
mediación) que los medios de comunicación y las nuevas tecnolo-
gías ponen al alcance de todos sin prejuicio de su edad o madurez
psicológica.
Pero esta evolución de las formas comunicativas y de los regí-
menes del saber está ligada también a las mutaciones producidas
en los regímenes del ver, a la modificación profunda del estatus
del Ser, tanto en su relación con su propia privacidad como en su
producción social. La mujer está en el centro de este dispositivo
de visibilización de lo privado, pero no de modo aislado sino co-
mo objeto relacionado con «referentes fuertes», con otros objetos
o temas recientemente introducidos en el discurso público que
han alterado la relación entre lo público y lo privado y, en térmi-
nos simbólicos, entre lo visible y lo invisible (lo publicitable y lo
secreto) o, en términos morales, entre lo lícito y lo ilícito.
Tema colateral a la mujer ha sido el sexo, en los años sesenta, y,
extensible al hombre en el sentido genérico, la violencia y la
muerte, en las últimas décadas, estos últimos objeto de una visi-
bilidad cada vez más creciente que aleja los límites de lo decible y
pone a raya el tabú que pesaba sobre lo invisible. Son objetos sen-
sibles porque tienen que ver con el sentir, pero también son obje-
tos sociales problemáticos, complejos como el sexo, irreductibles
como la muerte, inasimilables a una lógica racional como es la
violencia.
Todos estos objetos coexisten, se interrelacionan en el TS,
marcando indudablemente un retorno de las pasiones a la vida so-
cial y una nueva teatralización de las tensiones que producen,
contribuyendo tal vez a una nueva forma de catarsis social.
El talk show o la verbalización del dolor
© Editorial Gedisa 127
© Editorial Gedisa
ciológico y del bienestar social–, los RS y TS incluyen un compo-
nente dramatúrgico fuerte, consistente precisamente en visibili-
zar lo no-dicho (secretos, tabúes, prohibiciones), en mostrar públi-
camente las pasiones, en exhibir lo inconfesable (lo que está
reservado al espacio privado, íntimo) y en hacer emerger lo in-
consciente, lo vetado en el debate público (lo no asumido por la
conciencia colectiva).
La dramaturgia está, obviamente, en la secuencialización del
programa: el componente narrativo, con su gradación y momen-
tos de clímax, los efectos de dramatización mediante la recons-
trucción simulada de los hechos o su relato por los que los han
protagonizado. Pero reside también en la esencia del programa
–el dar a ver las pasiones privadas– que, desde el teatro clásico
griego hasta el happening moderno, está en el centro del dispositi-
vo dramático. Incluso en el teatro clásico francés, en un período
de auge de la razón y del cartesianismo, está presente.
Decía Boileau al respecto en su Arte poética (1694), haciendo
hincapié en el lugar de la pasión en el arte teatral:
Que en todos vuestros discursos la pasión conmovida
apunte al corazón, le dé calor y emoción.
Y si de un bello ademán el agradable furor
a menudo no nos depara un dulce temor
o no despunta en nuestra alma una dulce conmoción
en vano desarrollaréis una escena con razón…
El secreto es antes que nada gustar y conmover.
Inventad recursos que me puedan cautivar.
© Editorial Gedisa
nación por lo negativo, lo anómico –el «morbo», como se dice
trivialmente–, o positivas, al contrario, si se considera que estos
programas liberan al sujeto de sus nudos mediante el uso de la pa-
labra y su publicitación. En todo caso, se produce conmoción, es-
to es, una «emoción fuerte y repentina», «un movimiento o agi-
tación violenta» (Diccionario Casares), para bien y para mal, y se
plantea el conflicto entre pasión y razón.
La pregunta es si esta promoción/propulsión de las pasiones
tiene carácter de catarsis o no, si puede ser terapéutica (dominar/so-
brepasar las pasiones: los impulsos, el sufrimiento), simplemente
mayéutica (tomar conciencia de ellas: hacer que el sujeto las vea, las
objetive), o meramente redundante, esto es, que mediante el simu-
lacro de realidad no produzca nada más que una espectaculariza-
ción de lo real, creando una hiperrealidad propia del medio, con-
dición de lo que he llamado la hipervisibilidad televisiva: una
saturación de signos de lo real que no aporta más en términos se-
mánticos, que no nos ayuda a darle sentido. Respondería a lo que
Charaudeau y Ghiglione (1997) llaman una lógica catódica «ba-
sada en la construcción de imágenes, resultado de una puesta en
escena de lo visual» que da a ver, y que «apunta al afecto del teles-
pectador más que a su razón».
Efecto de la fuerza de lo que Virilio llama la «tele-presencia»,
la mostración apabullante de lo visible puede anular toda distan-
cia racional, crítica, o simplemente toda conciencia constructora
de sentido. La representación de lo visible se vuelve fin en sí, ya
no medio de concienciación sino pura presentificación, un «estar-
ahí» sin más; mostración redundante del momento, emoción pu-
ra, sensación intrínseca de la que somos copartícipes en su efime-
ridad.
En este aquí-y-ahora del presente, hasta el aquí, nos dice Viri-
lio, ha desaparecido. Aquí ya no importa, todo es ahora: imagen
pura, icono.
El talk show o la verbalización del dolor
© Editorial Gedisa 131
© Editorial Gedisa
tivo comunicativo. Es ahora el sujeto el que alimenta motu proprio
el discurso televisivo con el destape de sus intimidades, y lo hace
de manera consciente y deliberada, instaurando así un «espacio de
habla», una oralidad que ya no es sólo vehículo de un mensaje, si-
no que es un fin en sí.
Llamaré «toma de palabra» a esta performance del sujeto
mediante la cual libera sus tensiones privadas dentro de una
actuación pública, en un marco de omnivisibilidad. ¿En qué
medida esta toma de palabra es liberadora o alienante? La pre-
gunta es compleja, en parte porque remite a esquemas ideoló-
gicos que a lo mejor ya no tienen hoy curso en el mundo de la
representación mediática, donde el ver (la mostración) se im-
pone a menudo al saber (la demostración), las formas (el có-
mo) a los contenidos (el qué), la actuación puntual a la articu-
lación lógica y el tempo (el tiempo corto y entrecortado) al
tiempo (histórico).
Caben aquí, sin embargo, dos lecturas interpretativas de
esta «toma de palabra». Una lectura positiva: esta iniciativa,
por parte del público femenino, rompe con una prohibición,
levanta el tabú que pesa sobre el secreto, ya sea éste familiar
(el incesto), personal (la violencia doméstica) o social (la pri-
vación de derechos sociales de la que es víctima la mujer mal-
tratada); en todos los casos, una privación de los derechos de
la persona y la reinvindicación del derecho a la integridad
tanto moral como física.
Pero hay también una lectura negativa: ¿hasta qué punto el
dispositivo comunicativo, enunciativo, no fagocita la toma de pa-
labra, diluyendo sus contenidos, poniendo el acento en la perfor-
mance oral, en su dimensión emotiva, en el sentir íntimo, más que
en la resolución social, racional, del conflicto? La actuación públi-
ca convierte la intimidad, el dolor, en espectáculo intrínseco, y la
toma de palabra en violación mediática; esto es, consentida e in-
cluso reivindicada.
El talk show o la verbalización del dolor
© Editorial Gedisa 133
© Editorial Gedisa
IV. De la espectacularización del conflicto
al ritual sacrificial
de estas dos formas de desorden humano que son los conflictos entre
individuos y los dramas íntimos de la persona, y que lo hace en pro
de la «revelación de los individuos».
© Editorial Gedisa
Este análisis ha sido también aplicado a la espectaculariza-
ción de la violencia en los medios de comunicación en otro tra-
bajo, mediante lo que he llamado «los escenarios de la violen-
cia» (G. Imbert, 1992): un ritual de inmolación de imágenes de
violencia –al modo del potlach (G. Bataille), del exceso, de la sa-
turación de signos– que permite objetivar el mal, mantenerlo a
raya a través de la representación. Conductas que no dejan de
recordar los rituales arcaicos de conjuración, inmolación o feti-
chismo.
Esta prácticas tienen como blanco a la mujer, participante pri-
vilegiado del RS. Escriben al respecto Charaudeau y Ghiglione:
Construido por lo que algunos llaman la neotelevisión, este blanco
corresponde a la actitud del participante en un rito sacrificial.
Un rito sacrificial está siempre construido en torno a una ofrenda
hecha a las fuerzas del más allá que nos amenazan con un castigo.
Para calmarles hay que celebrarles y ofrecerles una víctima expiato-
ria. Así, pues, la neotelevisión celebra una tercera instancia mítica
ausente, el «desorden social», bajo diferentes figuras abstractas (la
enfermedad, el desencanto, el paro, el abandono de niños, las separa-
ciones matrimoniales, etcétera), y ofrece como víctimas expiatorias a
los invitados –o los sucesos de la actualidad– que representan estas
miserias del mundo.
© Editorial Gedisa
la mujer, y que traduce una doble alienación: la pertenencia
exclusiva a este espacio, sin otra alternativa, por una especie de
fatalidad social, familiar o individual, y el ser infeliz en él.
2) Este espacio funciona también como espacio temático porque
define unos «roles temáticos», en particular femeninos, que
refuerzan una imagen negativa de la mujer, pues traduce su
dependencia y su carencia de estatus (mujer de, madre de, víc-
tima de…) e incurre en una victimización de la mujer: lo que
une es el espectáculo del dolor, el compartir una misma desdi-
cha.
3) Este espacio cumple, finalmente, una función simbólica que
consagra a la mujer como «conciencia infeliz» (conscience mal-
heureuse, decía Sartre). Ello le confiere un estatus por defecto
–definido por la carencia– en el cual la mujer sólo puede exis-
tir mediante la verbalización de sus desdichas: lo que le da es-
tatus público es la ventilación de sus intimidades ante la mira-
da impúdica de la televisión, legitimada aquí como instancia
voyeurista, como poder-ver todopoderoso, que le da derecho de
existencia social.
¿Hasta qué punto no se produce aquí –en esta ventilación del ho-
rror– lo que llamaremos un acoso simbólico en forma de atentado a
la integridad del sujeto; integridad ya no literal, como en el acoso
físico, sino simbólica, como un ataque a su dignidad, a su imagen
pública? Obviamente, existen otros modos de narrar la infelici-
dad y de expresar el horror, más distanciados, más informativos o
documentales, que no sean forzosamente la verbalización directa
por el propio sujeto que ha sufrido la infamia. Convertido en ob-
jeto de contemplación ajena, para consumo de otros, la ventila-
ción del dolor se transforma en un espectáculo como otro cual-
El zoo visual
140
© Editorial Gedisa
quiera, dentro de la cultura de la imagen, que nos satura con imá-
genes de violencia; éstas se pueden considerar, pues, como una
forma extrema de la violencia formal, la violencia ligada a las for-
mas (enunciativas, narrativas).
Este mostrar obsceno (la obscenidad es un ver excesivo) tiene sus
avatares en otros programas o manifestaciones de la cultura del
ver. En el mundo televisivo, los más evidentes son indudable-
mente los programas que erigen el acoso simbólico en clave del
espectáculo: Tómbola (Telemadrid, Canal 9) sería el buque insig-
nia de estos programas que, basados en el acoso sistemático (ob-
viamente negociado) a un famoso –generalmente masculino– has-
ta sacarle los detalles más escabrosos de su intimidad (desde un
punto de vista por supuesto machista), elevan a categoría de mo-
delo comunicativo el acoso a la intimidad.
El otro avatar, donde también se va a exacerbar esta tendencia,
son los llamados programas de realidad tipo Gran Hermano, pero
lo hacen en clave más trivial, más ligera, más lúdica, aunque con
el mismo destape de intimidad, con incluso un grado más en la
mostración, ya que no se trata de una mostración pasada por el fil-
tro de la palabra (TS) ni mediatizada por la reconstrucción (RS),
sino en live, en retransmisión simultánea y continua gracias a la
intervención de los canales satélites e Internet.
Por último, saliendo del medio televisivo, pero siempre den-
tro de una visibilización a ultranza, las webcams –o transmisión en
live por un particular de sus vivencias cotidianas a través de la
Red– serían el encefalograma plano, aunque con sus momentos
álgidos cuando la cámara está instalada en un dormitorio (y para
más inri femenino), de esta reconstrucción de lo cotidiano al mo-
do Big Brother.
Sea como sea, todos estos modos de ver tienen en común el ju-
gar con los límites de la representación, con la línea cada vez más
tenue, hoy día, que separa lo público de lo privado. Ahí está lo
que comúnmente se llama el morbo, en este poder-ver, esta inmi-
El talk show o la verbalización del dolor
© Editorial Gedisa 141
© Editorial Gedisa
Bibliografía
Bengoechea, Mercedes, «En el umbral de un nuevo discurso periodístico sobre
violencia y agencia femenina: de la crónica de sucesos a la reseña literaria»,
CIC, Cuadernos de Información y Comunicación, núm. 5, 2000, Universidad
Complutense de Madrid.
Charaudeau, Patrick y Ghiglione, Rodolphe, La parole confisquée. Un genre télévi-
suel: le talk show, Dunod, París,1997.
Imbert, Gérard, Elena Francis, un consultorio para la Transición. Contribución al es-
tudio de los simulacros de masas, Península, Barcelona, 1982.
—, Los escenarios de la violencia, Icaria, Barcelona, 1992.
Lochard, Guy y Boyer, Henri, Notre écran quotidien. Une radiographie du télévisuel,
Dunod, París, 1995.
Shattuc, J. M., The talking cure. TV talkshows and women, Routledge, Londres-
Nueva York, 1997.
6
Azar y fatalidad en juegos-concurso
y programas lúdicos
© Editorial Gedisa
miento y aparentemente tan distantes de un imaginario violento
como pueden ser los juegos-concurso.
Más genéricamente, está presente también en cuantos progra-
mas persiguen una finalidad lúdica y escenifican un componente
azaroso mediante el cual la suerte circula, pasa de uno a otro, santi-
fica a algunos, elimina a otros y, en todo caso, introduce un ele-
mento aleatorio en el espacio de la representación; como tal, puede
ser fuente de inquietud y producir reacciones de rechazo, identifi-
caciones negativas e incluso angustia (como ocurre en algunos pro-
gramas de pruebas negativas, tanto físicas como psicológicas: Flash
back, en Telemadrid, ha sido uno de ellos).
En estos programas, el alea –la suerte– es lo que guía (orienta,
sanciona) el hacer de los participantes y otorga narratividad al
juego: permite que las situaciones y los personajes se transformen,
adquieran fama, notoriedad pública, y se alcance un momento de
clímax y la glorificación de los «héroes». Pero esto es también re-
versible y puede hacer peligrar lo recién conquistado, darle la
vuelta al destino y, al mismo tiempo, a la experiencia vivida;
la tensión positiva, entonces, se puede convertir en negativa y el
azar, figura positiva, en su contrario: fatalidad, figura reversible
que trae «mala suerte».
Cabe aquí, más allá de la lectura amena, eufórica, color de ro-
sa, a la que nos tiene acostumbrados el discurso televisivo, una
lectura simbólica de tipo homeopático: el admitir un factor de
riesgo sirve para santificar el azar, para subsumirlo en «buena
suerte». Si la celebración de la vida –en clave lúdica, eufórica– pa-
rece dominar estos juegos, no por ello está ausente el riesgo, ni ex-
cluida la muerte, aunque no aparezca explícitamente ni sea objeto
de una representación realista.
No por nada en uno de los mayores juegos-concurso de TVE-1,
El juego de la oca, se jugaba sobre un gran tablero pintado en el que
predominaban los colores chillones, el rosa en particular, pero don-
de también aparecían casillas negras, con sus peligros y sus trampas
Azar y fatalidad en juegos-concurso y programas lúdicos
© Editorial Gedisa 145
© Editorial Gedisa
– Separación: circunscrito a límites de espacio y tiempo precisos
y fijados de antemano, el juego tiene una estructura: un co-
mienzo, un nudo y un desenlace, siendo una acción que se
consume en sí misma. Podríamos añadir un rasgo más: clausu-
ra y narratividad son rasgos que pueden aplicarse al juego
también, lo mismo que al relato; como éste, el juego es un sis-
tema autorreferente.
– Incertidumbre: su desarrollo no puede determinarse ni su resul-
tado fijarse previamente, dejándose obligatoriamente (por lo
menos aparentemente) a la iniciativa del jugador cierto mar-
gen en la necesidad de inventar. Esta incertidumbre provoca
una sensación de tensión que mantiene vivo el juego y empuja
a seguir para llegar hasta el final.
– Improductividad: no crea bienes, ni riquezas, ni elemento nuevo
alguno.
– Reglamentación: sometido a unas reglas convencionales que
suspenden las leyes ordinarias, el juego instaura momentánea-
mente una legislación nueva, única y efímera. Cada juego tie-
ne sus leyes propias dentro de ese mundo provisional, y esas
leyes son obligatorias; si no se cumplen, se acaba el juego.
– Ficción: hay una conciencia de realidad segunda o de irrealidad
en relación con la vida corriente u ordinaria. «Somos otra co-
sa», «hacemos otra cosa», como ocurre en la ficción. Rodeado
todo de misterio, de secreto que sólo los que juegan comparti-
rán, el juego se caracteriza por su intensidad, el aislamiento
que supone de la realidad, su poder de evasión temporal y, so-
bre todo, la sensación de que es un fin en sí, elegido libremen-
te por el jugador, que produce un placer intrínseco.
seguridad– el hacer del sujeto. Sin duda, esta dualidad está, desde
una perspectiva antropológica, cargada de sentido simbólico,
pues remite paradigmáticamente a la tensión que hay en toda so-
ciedad entre orden y desorden o, dicho en términos psicoanalí-
ticos, entre pulsión de vida y pulsión de muerte.
En un entorno de riesgo como es el de la sociedad occiden-
tal, la omnipresencia del juego –patente en televisión con la
multiplicación de juegos-concurso y «programas de realidad»–
cumple una función tranquilizadora, de domesticación del azar,
aunque no deja de ser ambivalente, en la medida en que se basa
en lo que Caillois llama «la incertidumbre».
Pero dentro de esta tensión entre incertidumbre y seguridad,
el juego televisivo opta deliberadamente por una visión eufórica,
obvia en los juegos-concurso. Sin embargo, últimamente están
apareciendo juegos y concursos que cultivan esta tensión, llevan-
do a veces el juego hasta lo disfórico. Son juegos en los que ya no
importan tanto los conocimientos o la habilidad física como la ca-
pacidad de aguante, la templanza para superar situaciones o prue-
bas desagradables e incluso espeluznantes.
El azar, categoría dominante en todos estos programas, y pre-
sente también en los de realidad (por el grado de imprevisibilidad
que contienen) y «artísticos» tipo Operación Triunfo (aunque aquí
parcialmente matizado por la moral del esfuerzo), funciona así co-
mo una doble figura:
– El azar como figura benéfica (factor de suerte) en los juegos-
concurso de corte eufórico, donde el recorrido narrativo es
acumulativo y a base de pruebas gratificantes: la superación de
la primera permite el acceso a la segunda y así, ad infinítum,
hasta ganar el premio y salir glorificado (ante la mirada so-
cial). Así funcionan los concursos de preguntas y respuestas.
– Pero el azar puede funcionar también de manera negativa, es-
tar asociado al peligro, ser factor de riesgo, dentro de un reco-
El zoo visual
148
© Editorial Gedisa
rrido repulsivo, que redunda más en una superación subjetiva
de sus propios límites que en la superación de pruebas objeti-
vas: menos que un recorrido mítico (de glorificación social), es
aquí un recorrido personal, casi íntimo, de superación de las
propias inhibiciones y repulsiones. El riesgo es, pues, aquí, lo
que hace peligrar la integridad del sujeto, pudiendo hacerle
perder la compostura o humillarlo ante la mirada pública,
hundiéndolo psicológicamente hablando.
© Editorial Gedisa
Lacalle (2001) al respecto: «Más que un concurso propiamente
dicho, El precio justo (TVE-1) es una fiesta, cuyo invitado de honor
es el espectador».
Y sigue esta autora: «En la interpretación “crítica” que hace
Fiske de The new price is Right, el carácter carnavalesco, que distin-
gue a todo espectáculo televisivo, se manifiesta de un modo aún
más específico en este programa, mediante la inversión de las nor-
males relaciones de poder entre consumidores y productores […].
El señuelo del programa consiste en liberar al concursante-consu-
midor de las constricciones cotidianas, introduciéndolo en un
mundo al revés donde no se accede al consumo mediante el traba-
jo sino a través del juego. A diferencia de la Alicia de Caroll, ma-
ravillada ante un país al que accedía improvisadamente y que no
acertaba a comprender, el espectador de El precio justo ha sido pre-
parado durante casi cuarenta años de enseñanzas televisivas para
integrar la representación en su realidad cotidiana, mediante su
participación virtual en los programas de la neotelevisión».
Se acabaron, pues, los concursos de los años sesenta para ni-
ños prodigio, los alardes de sabiduría, los conocimientos enci-
clopédicos. Hoy todo se remite al azar. En un inmenso juego
de la oca donde, como en el cuento de Borges, el mapa acaba
superponiéndose al territorio real, la representación termina
sustituyendo a la realidad, expulsándola del espacio televisivo
e imponiendo sus propias leyes. En un recorrido hiperreal, uno
es una marioneta entregada a las artes habilidosas de los pre-
sentadores, a las manos solícitas de las azafatas de turno (cuan-
do no a sus apetecibles carnes, que figuran aquí como puro
reclamo, demasiado perfectas para ser reales): juguete del azar,
uno se desenvuelve dentro de una metáfora de la vida, pero
despojada de todo dramatismo, y aunque hay tensión –la del
relato televisivo– aquí todo es color de rosa, hasta las casillas
negras, en un juego infantil, doblemente regresivo, tanto para
el que actúa como para el que lo ve.
Azar y fatalidad en juegos-concurso y programas lúdicos
© Editorial Gedisa 151
© Editorial Gedisa
Son juegos que mediante pruebas –que no dejan de recordar
los ritos iniciáticos, pero aquí con una dimensión pública y a me-
nudo en clave cómica– llegan a escenificar situaciones verdadera-
mente violentas para el concursante, a veces incluso vejatorias,
siempre basadas en el consentimiento del sujeto y a menudo en la
autohumillación.
Llama la atención, en pleno auge de los programas de realidad,
la aparición a principios del nuevo milenio, seguramente bajo in-
fluencia norteamericana, de varios programas de corte lúdico-sá-
dico.
En abril del 2000, Antena 3 emitía ¿Quién dijo miedo?, un jue-
go-concurso derivado de Fear factor [El factor miedo] de la norte-
americana NBC, una de las grandes cadenas generalistas estado-
unidenses, donde seis personas competían para superar pruebas
grotescas del siguiente calibre: ¡comer cucarachas, tomar sopa de
rata o meterse en un ataúd infestado de serpientes! En la versión
española se trataba, por ejemplo, de aguantar el tipo sobre una
parrilla al fuego, sumergido en una bañera con bloques de hielo o
envuelto en una nube de insectos.
La silla, programa emitido por Telemadrid, Canal Sur y
ETB2, tenía su antecedente en un programa de la norteamericana
ABC adaptado en España por Globi Media, y en The Chamber [La
Cámara], puesto en antena en Estados Unidos por la Fox, donde
los osados aspirantes eran sometidos a retos para comprobar su re-
sistencia a dar vueltas a toda velocidad o a recibir sobre la cara ai-
re disparado a cien kilómetros por hora.
En El rival más débil (TVE) –programa producido por el ex
portavoz del Gobierno Miguel Ángel Rodríguez, importado de la
cadena británica BBC, The Weakest Link en 2000 y luego exporta-
do a Estados Unidos–, el concursante perdedor era vapuleado ver-
balmente por sus compañeros.
En Decisión final, emitido por Tele 5, aunque de corta vida, se
echaba mano de prácticas vejatorias y degradantes, y los elimina-
Azar y fatalidad en juegos-concurso y programas lúdicos
© Editorial Gedisa 153
© Editorial Gedisa
Lo que en otras secciones –las informativas por ejemplo– se-
rían accidentes domésticos, técnicos o automovilísticos, son aquí
gags, sainetes convertidos en cuentos cortos e irremediablemente
divertidos gracias a la repetición, la aceleración o la inmoviliza-
ción de las secuencias más accidentadas. Son sucesos despojados,
de alguna manera, de su parte dramática, de su carga negativa,
desaccidentados; hasta la muerte, que puede ser el final trágico de
estas escenas, desaparece, así como cualquier signo de violencia fi-
siológica. Como en el universo de los cómics, los héroes no mue-
ren y si parece que pudieran estar muertos, se levantan como si
nada; o, si el final puede no ser feliz, la cámara aparta púdicamen-
te la mirada.
Sin duda hay aquí una forma light, edulcorada, simulada, de
realidad, como una manera de preservar la Realidad, al margen
de ésta, como si la Realidad fuera demasiado seria como para es-
cenificarla realmente. Pero lo reprimido siempre vuelve, ya sea
en forma de realidad bruta –hipervisible–, «lo real» como lo lla-
ma Jesús González Requena (1988), o en forma de realidad pro-
ducida, inventada como simulacro por el propio medio; son los
bien llamados «programas de realidad». Como en un experi-
mento de laboratorio, la televisión produce su propia realidad,
ni por conducto de la ficción, ni apoyándose en la realidad obje-
tiva; pero esto es otro cuento.
© Editorial Gedisa
1.000 florines, pero también quiere decir «al límite»: en este ca-
so, el ir más allá del límite del pudor o de la decencia, hasta llevar
a la humillación al concursante.
La pérdida simbólica –pérdida de imagen, pérdida de la dig-
nidad– se subsume en ganancia económica. El dinero tiene valor
de cambio, no sólo material, sino simbólico: es el operador que
permite transformar la pérdida de dignidad (la imagen íntima del
sujeto) en ganancia simbólica (en imagen pública, notoriedad, fa-
ma). Describe así el programa Valérie Mouseler: «La presentadora
de Over de Rooie busca en la calle a tres candidatos para la prueba
siguiente: tendrán que desnudarse enteramente, colocar un bi-
llete de 1.000 florines, objetivo de la prueba, entre las nalgas (se
trata de un billete falso, de tamaño mayor que el auténtico), y ha-
cer una carrera de velocidad en un trayecto sembrado de obstácu-
los, sin perder el billete. El concursante que pasa el primero la lí-
nea de llegada, en pelotas, con su billete en el trasero, gana los
1.000 florines que la presentadora le regala inmediatamente ante
la cámara. Otro ejemplo, dentro de las pruebas de este programa:
se le pide a una señora que vaya a un parque y recoja en un tiempo
limitado seis kilos de excrementos de perro. Una vez realizada la
prueba, recibe su billete de 1.000 florines».
El papel del dinero, y su visibilización, es fundamental en esta
transubstanciación; de ahí que sea objeto de mostración, en forma
de talón ampliado o anuncio estrepitoso, al modo circense, o sim-
plemente como papel manipulado ante el espectador. Y no se ha-
ce sin violencia –violencia sobre el espíritu, sobre la integridad
del sujeto– que la irrisión permite sobrepasar, aunque no deja de
ser un sacrifico para el sujeto, una pérdida de su dignidad íntima
para ganar otra de orden espectacular. En Francia existió un pro-
grama similar, animado por Nagui, La brosse à dents, aunque en
versión edulcorada, en el que incluso tuvo que eliminarse una
prueba donde se exhibía un billete a cambio de una acción degra-
dante.
Azar y fatalidad en juegos-concurso y programas lúdicos
© Editorial Gedisa 157
© Editorial Gedisa
bilizando los valores vinculados al código relacional habitual; es-
tamos en otro mundo de valores, genuinamente televisivos, que
no afectan para nada a la integridad del sujeto, por lo menos en
apariencia.
© Editorial Gedisa
ficial (televisivo) y la realidad profunda (el equilibrio mental).
Consistente en hipnotizar a los participantes (generalmente mu-
jeres), el programa pretendía excarvar en la historia íntima del su-
jeto, revelando episodios traumáticos de su vida interior.
Estamos aquí, sin duda, ante el máximo ataque a la integridad
del sujeto: la exploración de su inconsciente, esto es, de su parte
oculta, secreta, más íntima, que él mismo ni siquiera domina, pe-
ro que es profundamente suya y determina su personalidad, su ser
social. Lo más íntimo del individuo se convierte en objeto de con-
templación pública, lo más soterrado en objeto de ventilación.
Hasta con los secretos de la personalidad humana se puede jugar.
En la transparencia moderna, ya no hay secreto posible, ni po-
sibilidad de escapar a la mirada pública. El discurso televisivo se
erige en mirada omnipresente a la que nada/nadie puede escapar.
Pero esto no es vivido como imposición, ni siquiera como abuso
de poder; esta omnivisibilidad es compartida por todos los suje-
tos. El ojo de Dios ha cedido ante un mirar difuso que nos envuel-
ve en su red, un mirar que absorbe todas las miradas posibles.
Bibliografía
Caillois, Roger, Les Jeux et les Hommes, Gallimard, París, 1967.
González Requena, Jesús, El discurso televisivo: espectáculo de la posmodernidad, Cá-
tedra, Madrid, 1988.
Greimas, A. J., Semántica estructural, Gredos, Madrid, 1973.
Lacalle, Charo, El espectador televisivo. Los programas de entretenimiento, Gedisa,
Barcelona, 2001.
Mouseler, Valérie, «La violence psychologique dans les divertissements sur les
télévisions étrangères», en Image et violence, Bibliothèque Publique d’Infor-
mation, Centre Georges Pompidou, París, 1997.
7
La fascinación por el accidente:
la tentación del desorden
I. Representación de la violencia/violencia
de la representación
© Editorial Gedisa
y, además de generar angustia, ejercen una fascinación morbosa.
Todo ello en una sociedad donde el miedo y la angustia se con-
vierten en elementos fundadores de los relatos y las mitologías
posmodernas.
Es decir, que la relación que se establece con la violencia es
fundamentalmente ambivalente –la ambivalencia es la coexisten-
cia de pulsiones contradictorias–, tanto porque es a la vez de
atracción y repulsión como porque intenta conciliar lo irreconci-
liable: lo previsible (el Orden informativo) con lo imprevisible (el
Desorden en forma de accidente). Por una parte, se intenta hacer
del accidente algo cada vez más previsible mediante políticas de
permanente prevención del riesgo, contradiciendo así la noción
misma de azar. Pero, al mismo tiempo, la catástrofe es inminente
y objeto de continuas escenificaciones mediáticas… hasta que se
produce realmente, convirtiéndose en destino posible de Occi-
dente. El derrumbamiento de las Torres Gemelas marca la defini-
tiva consagración de la catástrofe como destino fatal, como «nor-
malización» de la catástrofe.
¿Cuál es la función de los medios de comunicación frente a es-
ta amenaza del riesgo, a esta inminencia del peligro? La televisión
y el cine instauran verdaderos rituales de violencia como una ma-
nera simbólica de conjurar estos miedos, de domesticar el Desor-
den, pero este ejercicio de aparente exorcismo se hace al modo es-
pectacular: como hemos visto, en vez de eliminar el mal, lo dan a
ver, visibilizando sus fuentes y transformándolas en ceremonia del
horror, en ventilación del dolor, en espectacularización de la inti-
midad, todo ello con sus peculiares modos de narrar, que alimen-
tan el imaginario colectivo.
Se impone de esta manera, en la cultura mediática, una nueva
forma de poder vinculada ya no tanto a la transmisión de ideas, de
«contenidos ideológicos», como a la imposición de modos de re-
presentación –imágenes, formas narrativas– que transforman la
reproducción del mundo real en espectáculo de sesión continua.
La fascinación por el accidente: la tentación del desorden
© Editorial Gedisa 163
© Editorial Gedisa
ción sobre el mundo, o sea, del mundo, poder casi mágico que
permite obtener lo equivalente a lo que se obtiene mediante la
fuerza (física o económica)».
© Editorial Gedisa
textualidad y no sólo medios técnicos–, reflejo de una visión frag-
mentada, simultánea, caleidoscópica, del mundo. Es, por último,
«transmoderna» porque, según Hartley, «abarca, trasciende y
unifica aspectos modernos, premodernos y posmodernos de la vi-
da contemporánea».
Una de las capacidades que destacaremos es la de superar con-
tradicciones, haciendo coexistir en su seno discursos contrarios o
integrándolos en discursos híbridos. Retomando una categoría
semiótica, diremos que su máxima peculiaridad, en términos
simbólicos, es una copresencia continua de lo eufórico y lo disfórico:
la coexistencia de géneros, programas festivos, lúdicos, rosas, que
celebran eufóricamente el estar-juntos con géneros y programas
que muestran la violencia y el mal en sus aspectos más o menos
espectaculares, y que son agentes de ruptura, pues introducen de-
sorden e inquietud.
Es revelador a este respecto la existencia de realizadores, en
Japón en particular, que han podido cultivar las dos modalida-
des: Takeshi Kitano es ejemplo de ello al haber compaginado en
sus inicios programas de variedades y concursos de gran au-
diencia en la televisión nipona con películas sobre el tema de la
violencia (Hanna Bi y Sonatine, entre otras), películas que esce-
nifican ésta de manera deliberadamente realista, a la par que
desarrollan una reflexión distanciada sobre el tema.
Estas dos tendencias reflejan en todo caso el mismo exceso,
una misma exacerbación, tanto de la figura del Orden como de
la del Desorden, e instauran una hiperrealidad donde estos dos
principios pueden alcanzar su realización extrema. Dos ejem-
plos opuestos: por una parte el juego-concurso, lo hemos visto,
donde todo se resuelve mágicamente, más allá de los conteni-
dos y a menudo de las habilidades reales de los concursantes;
por otra, los reportajes dramatizados, donde los periodistas
acompañan a la policía a los lugares del crimen para levantar
acta de la realidad en su máxima brutalidad (entiéndase en su
La fascinación por el accidente: la tentación del desorden
© Editorial Gedisa 167
© Editorial Gedisa
III. La fascinación por el accidente
© Editorial Gedisa
Estas formas de Desorden –accidentes y violencias– estaban ya
omnipresentes en el relato cinematográfico, por ejemplo en las
películas bélicas y en las series de acción televisivas, pero hoy asis-
timos a una «naturalización» del mal (O. Mongin, 1999) con la
presencia cada vez más difusa de figuras violentas: una violencia
sin rostro, que no dice su nombre, invisible o difícil de identifi-
car, que diluye las figuras del enemigo y remite a fenómenos irra-
cionales (véase el éxito de X-Files, Al filo de lo imposible) o proce-
dentes de otro mundo: el más allá (el mal es extraterrestre) o el
más acá (el mal está entre nosotros).
Las figuras del mal están sin duda vinculadas a figuras arcaicas
profundamente enraizadas en el inconsciente colectivo, en el mie-
do a la invasión, al contagio, a figuras prometeicas o imaginarios
de corte apocalíptico, pero también a figuras posmodernas. El ac-
cidente podría representar simbólicamente la ruptura del orden
social y reflejar un miedo al «fin de lo social», como dice Baudri-
llard, o al fin de la Historia, como escribe Fukuyama. Entronca
con un imaginario de la catástrofe (Virilio) o un «imaginario del
fin», como lo llamo, un miedo a que «esto acabe», a que el mode-
lo dominante, etnocéntrico, occidental, se tambalee. El derribo
de las Torres Gemelas viene a revivificar este imaginario.
El mal aparece entonces como proceso viral, sin principio ni
fin, desidentificado (el enemigo ya no es exterior: es interior, es-
tá entre nosotros), más anónimo, menos visible que en las gran-
des cosmogonías y religiones, lo que no excluye el fenómeno
del chivo expiatorio. Por ejemplo Bin Laden, al que la televi-
sión norteamericana no quería mostrar porque, a pesar de las
diferencias, se parece demasiado a nosotros en su frialdad, de-
terminación y su poder económico: no corresponde al estereoti-
po del fanático; en cambio, sí se muestran las imágenes de gru-
pos violentos inmolando efigies de Bush ante las cámaras de
televisión, convirtiendo naturalmente aquello en representa-
ción de la violencia.
La fascinación por el accidente: la tentación del desorden
© Editorial Gedisa 171
© Editorial Gedisa
un miedo a la ruptura de todo orden, una angustia a que lo inde-
terminado venga a romper la cadena de los hechos, la continuidad
de la Historia.
Accidente y azar están íntimamente unidos, como el anverso
y el reverso de una misma moneda, en una figura reversible que
podría ser la de la Fatalidad y, tras ella, la de la Felicidad (una
historia fijada para siempre, en términos irreversiblemente po-
sitivos, que no a todos les toca). La vieja figura del destino ron-
da por ahí, pero como ya no se cree en el fatum romano ni en el
destino judeocristiano, la figura se reencarna, se desarticula y
trivializa en mil pequeñas plasmaciones: de manera más o me-
nos feliz, en juegos de azar, lotería o concursos televisivos; de
manera más azarosa, a menudo dramática, en rutas del bakalao,
consumo de drogas o conductores-kamikazes, por citar sólo los
ejemplos más llamativos donde se juega con el azar y la fatali-
dad.
Los juegos-concurso podrían ser la cara risueña del accidente,
«milagros» al pie de la letra, por retomar el símil de Virilio,
quien decía que el accidente es un milagro al revés. «Enderezan»
el accidente, rectifican, ponen en su sitio al destino, volviéndolo
feliz, restableciendo mágicamente la fe en el milagro. Pero son
milagros de este mundo porque no necesitan intervención de ele-
mentos trascendentales (ni siquiera inteligencia fuera de lo co-
mún, ni habilidades extraordinarias); son de dominio público,
asequibles al hombre común, como una manera trivial de domes-
ticar el azar, de jugar con el accidente.
El juego-concurso es el reverso eufórico –aunque también
accidentado– de la figura del accidente: cara y cruz de una mis-
ma lógica donde el azar amenaza –para bien y para mal– la inte-
gridad de lo real, los valores plenos. El concurso lo supera me-
diante el juego y la risa, como una huida hacia delante, siendo
un remedio homeopático contra el pánico (Jesús Ibañez, (1994).
Es una manera de prevenir el mal, y la televisión es el deus ex
La fascinación por el accidente: la tentación del desorden
© Editorial Gedisa 173
© Editorial Gedisa
V. Vídeos domésticos: de los rituales de riesgo a
la domesticación de la muerte
© Editorial Gedisa
tiva consagrada por la repetición de la escena violenta. Hasta la
muerte, que es el colmo del accidente, el fin último del relato, lle-
ga de pura casualidad; es la gran desconocida (no se la reconoce
como tal): está ahí, ante nuestra mirada incrédula, sin ser realmen-
te ella («No puede ser», «Es increíble»). La violencia como acci-
dente consagra aquí la muerte por casualidad como figura ahistó-
rica (sin causalidad), una muerte que no se inscribe en ninguna
continuidad, que es totalmente inesperada.
De acuerdo con una estrategia repulsiva, se procede median-
te desplazamiento del mal: un sentirse bien uno «gracias» al
sentirse mal del otro, es decir, un no sentir el mal ajeno como
dolor, un objetivarlo hasta integrarlo en una mecánica especta-
cular, o incluso de risa (la repetición contribuye a ello, como
fuente elemental de humor). Tras todo ello, hay una lógica per-
versa vinculada a la hipervisibilidad del hecho: «Si (tanto) ocu-
rre a otros (a todos), es que no me va a ocurrir/no me ocurre a
mí...». Estamos ante lo que Barthes llamaba una «figura homeo-
pática»: con una buena inoculación de mal, uno se cura en salud
y previene el mal futuro.
La visibilización de lo inminente (el accidente, el desenlace fa-
tal) es asociada al otro, a lo otro (a un telos que me deja indemne),
funcionando el/lo otro (lo ajeno, lo lejano) como sustituto mágico
del objeto, del mal. Mediante un ejercicio de exorcismo, la ima-
gen objetiva devuelve la inocencia. Es el colmo de la visibiliza-
ción: si es visible, es expulsado de la realidad: es otra realidad, la
de la representación mediática, esto es, un puro espectáculo, algo
que todos sabemos que no es la realidad, pero que tiene tanta rea-
lidad (como representación) como la realidad objetiva.
Con esto, la violencia de los hechos representados se ve virtua-
lizada y la muerte misma domesticada. Gracias a la magia del es-
pectáculo, la representación invalida la realidad de los hechos: si
tanto ocurre en la ficción mediática, es que ya no puede ocurrir
realmente; la muerte «chupa cámara», la imagen absorbe su reali-
La fascinación por el accidente: la tentación del desorden
© Editorial Gedisa 177
© Editorial Gedisa
desgracia ajena deviene gracia para el que la contempla y el dolor
espectáculo humorístico en los vídeos domésticos, la infelicidad
se torna razón de ser en las series, y la ficción –el juntar a diez per-
sonas que no tienen nada que ver entre sí– se convierte en realidad
humana (tribu, «peña», pareja, o lo que sea) en los programas de
realidad.
A esta reversibilidad de los contrarios hay que añadir los cru-
ces, la combinación de componentes en diferentes géneros y pro-
gramas, especialmente en las series y sitcoms, cuya función social
es sin duda la aceptación de la heterogeneidad de lo humano. Pe-
ro, dentro de estos procesos, hay derivas peligrosas y fenómenos
de reversibilidad en segundo grado: la primera es la producida
por los programas de realidad, donde la ficción se hace realidad,
además de crear a su vez una identificación real con estos persona-
jes construidos por la ficción televisiva. Producto del simulacro
de realidad que genera el medio, los ex participantes de estos pro-
gramas se erigen en referentes de otros discursos de entreteni-
miento, instaurando una especie de actualidad sui géneris, autár-
quica, reflexiva, autorreferencial, centrada en cultivar el conflicto
a posteriori (véase, dentro del «efecto Gran Hermano», el papel de
Crónicas marcianas en la consagración de un universo de referen-
cias mítico en torno a los personajes del programa, incluso un año
después de terminar).
Más preocupante es otra deriva, concretamente la de algunos
talk shows donde el acoso simbólico a la intimidad se convierte
en centro del temario; o los programas de debate donde el con-
flicto se erige en estructura comunicativa (Tómbola, Moros y cris-
tianos: véase siguiente capítulo). En estos programas, la polémi-
ca se vuelve fin en sí y el enfrentamiento de personas sustituye a
la confrontación de ideas y enmascara el debate público; o, toda-
vía más grave, las confesiones de «grandes» asesinos en algunas
series televisivas en Estados Unidos (¿lo harán un día con Bin
Laden?).
La fascinación por el accidente: la tentación del desorden
© Editorial Gedisa 179
© Editorial Gedisa
Bibliografía
Baudrillard, Jean, La transparencia del mal, Anagrama, Barcelona, 1991.
—, La guerra del Golfo no ha tenido lugar, Anagrama, Barcelona, 1992.
Bourdieu, Pierre, «Sur le pouvoir symbolique», Annales, nº 3, París, 1977.
Hartley, John, Los usos de la televisión, Paidós, Barcelona, 2000.
Ibañez, Jesús, Sociología de la vida cotidiana, Introducción y edición de G. Im-
bert, Siglo XXI, Madrid, 1994.
Imbert, Gérard, Los escenarios de la violencia. Conductas anómicas y orden social en la
España actual, Icaria, Barcelona, 1992.
—, «Violencia y representación. De la crisis del valor al valor de la crisis en el
cine actual», Semiosfera, nº 6/7, Instituto de Humanidades y Comunicación
«Miguel de Unamuno», Universidad Carlos III, Madrid, 1997.
—, «Violencia y representación: nuevos modos de ver y de sentir», Comunicación
y Cultura, nº 7-8/1999, Universidad de Salamanca, Fundación Infancia y
Aprendizaje.
Jeudy, Henri-Pierre, Le désir de catastrophe, Aubier, París, 1990.
Martín-Barbero, Jesús, «Televisión: entre lo global y lo local», en VV.AA: Nue-
vos mitos y ritos televisivos (modos de ver / modos de seducir). G. Imbert (coord.),
Revista electrónica, http:/www.uc3m.es/uc3m/inst/MU/dpmu.html. Institu-
to de Cultura y Tecnología «Miguel de Unamuno», Universidad Carlos III
de Madrid, 2000.
Mongin, Olivier, Violencia y cine contemporáneo, Paidós, Barcelona, 1999.
Peña-Marín, Cristina, «Ficción televisiva y pensamiento narrativo», en VV.AA:
Nuevos mitos y ritos televisivos (modos de ver / modos de seducir). G. Imbert (coord.),
Revista electrónica, http:/www.uc3m.es/uc3m/inst/MU/dpmu.html. Institu-
to de Cultura y Tecnología «Miguel de Unamuno», Universidad Carlos III
de Madrid, 2000.
8
De la espectacularización del
debate a los rituales circenses
© Editorial Gedisa
versal. Esta permanente mesa redonda, en la que expertos sobre mo-
da o sobre Dios dan su opinión sobre todo, se transforma en una pa-
rodia de la gran tolerancia democrática y liberal que había en sus le-
janos orígenes.
© Editorial Gedisa
esta toma del discurso como si de una toma de posesión física, ¡bé-
lica incluso!, se tratase). Se da obviamente aquí un abuso de visibi-
lidad: no por estar físicamente presente y dominar mediante la ora-
lidad, uno es más contundente en las ideas.
Por otra parte, lo mismo que hay una visibilidad excesiva,
también existe una invisibilidad abusiva, tan estereotipada ésta
como aquélla, como ocurre en los disfraces de los testigos que no
quieren ser reconocidos. Llamaba la atención, en un reciente de-
bate sobre el incesto, las intervenciones de unas esposas cuyos hi-
jos habían sido víctimas de abusos sexuales por parte de sus pa-
dres. En una verdadera visibilización de lo invisible, se asistía ahí
a una escenificación del anonimato: unas señoras que, para no ser
vistas, llevaban todas las mismas enormes gafas negras, como las
que son de recibo llevar en los entierros, pelucas desbordantes y
llamativas (que no paraban de manosear como si de un cuerpo ex-
traño se tratase), más propias de artistas de revista de cabaré en
busca de contrato que de madres compungidas; y, finalmente,
unos aires de anonimato, una manera de estar ahí sin darle mayor
importancia continuamente corroborada por el decir y el actuar
del conductor del programa. Podrían haber aparecido en la pe-
numbra, de espaldas o con la cara oculta. Pero no, hasta en el ano-
nimato se daban a conocer mientras procuraban no ser reconoci-
das. Y, para mayor efecto, todas iguales, conforme a un código del
aparecer, una idéntica manera de ostentar como panoplia los sig-
nos de pertenencia al grupo.
© Editorial Gedisa
El espacio comunicativo se transforma en espacio pasional, de
corte patémico, donde el pathos –la expresión inmediata, salvaje,
de las pasiones–, lejos de ser un lenguaje, como puede ocurrir en
el talk show, o incluso una liberación personal que permita acer-
car posturas, posibilitar reencuentros o fomentar reconciliacio-
nes, es aquí una exacerbación de lo irreconciliable que agudiza
las oposiciones, y vuelve imposible, las más de las veces, el en-
tendimiento (la conciliación de posturas).
Se imponen así verdaderos rituales de combate a partir de una
espectacularización del habla y de su puesta en escena. Quedó
patente, en la década de los noventa, en programas como Moros y
cristianos (primera y segunda época en 1993, con un revival al final
de la década) y, en otro ámbito, en Los comunes (programa efímero
de Jesús Hermida en 1999). También en determinados talk shows
donde tiene su lugar el debate en forma de tertulia o entrevista
dramatizada y cotilleo: programas de Pepe Navarro (Esta noche
cruzamos el Mississippi en Tele 5 y La sonrisa del pelícano en Antena
3 a finales de 1997) o Tómbola y, en clave entre paródica y lúdica,
Crónicas marcianas de Javier Sardá.
© Editorial Gedisa
ción de la prestación oral como acto físico, performativo, que le da
realidad y precio a la producción del sujeto en el espacio público.
Como en el juego-concurso se produce una espectaculariza-
ción del intercambio que afecta a todos los componentes de la es-
tructura comunicativa: el producirse en el escenario televisivo
acaba siendo el objetivo principal del acto comunicativo –«Lo
importante es participar»– como si la producción en sí ya fuera
una prestación, al margen de la ganancia. Estamos aquí ante una
inflación de las formas (de la estructura comunicativa) que nos si-
túa más allá de los contenidos; al margen de la finalidad lucrativa,
de la idea de ganancia, hay un capital simbólico consistente en el
acto mismo de mostrar.
Lo que «vende» la televisión es tanto la comunicación misma
como lo que se comunica; de ahí, en los concursos de respuesta por
lista cerrada, la importancia del factor suerte en la consecución de
la buena respuesta. Importa menos, al fin y al cabo, la cultura del
concursante –su bagaje de saber, su «preparación»– que la habili-
dad en elegir, las más de las veces al azar, la respuesta adecuada.
Tal vez este parámetro –la gratuidad del acto– sea tan impor-
tante como la ganancia económica y la clave de la fascinación que
ejerce sobre el telespectador. Hay aquí una ganancia simbólica: el
seguir ahí, el seguir «chupando cámara», el ser visto por amigos y
familiares. Esto se ve acentuado en los recientes programas donde
se pone precisamente a prueba la capacidad de aguante del con-
cursante, como ocurre, por ejemplo, en La silla.
shows de prime time, que han ido desplazando a las tradicionales va-
riedades de la paleotelevisión.
Formato-ómnibus, este nuevo tipo de programa se caracteriza
por la heterogeneidad de contenidos y tratamientos y por su larga
duración. Aunque entra dentro de los programas de variedades (J.
Barroso, 1996), los cuales combinan el humor y la música princi-
palmente, adopta una perspectiva más amplia incluyendo entre-
vistas, parodias de ficción, bailes, malabarismos y espectáculos. Es
un tipo de «programa-global» que corresponde perfectamente al
modelo de la neotelevisión formulado por Cassetti y Odin (1990)
como «flujo continuo, aunque microsegmentado y sometido a rá-
pidas variaciones de intensidad, indeterminación y polivalencia».
Estos formatos, a la par que mantienen una línea de diversión
fiel a los programas-contenedores, con su heterogeneidad de con-
tenidos de entretenimiento –música, habilidades, chistes y demás
payasadas de la televisión comercial–, han sabido integrar temas
de debate tratados al modo conversacional y ameno, en particular
en temas «sensibles» y morbosos como pudieron ser todos los re-
lacionados con la intimidad de los famosos, escándalos y actuali-
dad negra. Sin duda, con esto recogían la demanda difusa de un
público popular cansado de la política, amenazado por la crisis
económica y deseoso de evadirse.
Con el auge de la televisión privada, se acentuó esta línea hí-
brida y se asentó un modelo de talk show representado en sus ini-
cios por los programas de Pepe Navarro (Esta noche cruzamos el
Mississippi y La sonrisa del pelícano). El año 1997 fue la culmina-
ción de lo que se dió en llamar la «telebasura». La sonrisa del pelí-
cano, con su peculiar corte de los milagros, creó una esperpéntica
galería de personajes, cultivando una habilidosa mezcla de hu-
mor, sexo y truculencias.
Tuvo sus momentos estelares y puntas de audiencia con las
fanfarronas declaraciones de Mario Conde sobre la poca importan-
cia que tenía para él ir a la cárcel, las confesiones del travestí Cris-
El zoo visual
190
© Editorial Gedisa
tina La Veneno y, sobre todo, las presuntas revelaciones sobre el ca-
so Alcàsser en forma de culebrón.
Entre insultos y polémicas activadas –cuando no inventadas–
por Pepe Navarro y sus carnavalescos detectives, se desgranaron
con todo lujo de detalles escabrosos los pormenores de las viola-
ciones de las cuatro chicas, todo ello entremezclado con largas se-
cuencias sobre el coito de las tortugas y de las nutrias; no faltaba
un reportaje «guarro» sobre un músico roquero que declaraba:
«Me voy a cagar en todo lo cagable», detallando su afición a ensu-
ciar las paredes cuando sufría descomposición intestinal, o las in-
terminables disquisiciones sobre el tamaño del cipote del conde
Lecquio, propenso siempre a promocionarse a sí mismo y a la dis-
coteca que «representaba».
Todos los «demonios familiares» de la España cañí (negra, ro-
sa, amarilla) están presentes en este combinado de lo morboso y
de lo kitsch: las fantasías sexuales masculinas, con demostración in
situ, los caprichos del caniche Trotski que su dueña Sara ha adies-
trado para que tome parte en los actos sexuales de sus clientes, el
intento de exorcismo sobre una endemoniada burgalesa o, a ins-
tancia de Pepe Navarro, la llamada telefónica del anticristo que
aparece acto seguido en pantalla, sin olvidar los numeritos de tra-
vestidos y demás mariconadas, todo ello bajo el sello de la moder-
nidad y la liberalización.
Los directivos de Antena 3 no paran de congratularse. Anun-
ciada a bombo y platillo por el presidente del grupo como «una
programación de calidad que fomenta los valores éticos y huma-
nos», la nueva rejilla de Antena 3 va a consagrar a Pepe Navarro
como la estrella del momento, presentada por el entonces director
de la cadena como «un símbolo de modernidad y de espíritu revo-
lucionario» (sic). El pelícano sonríe como nunca, el ranking au-
menta y todo va bien en el país.
Más allá de la degradación de los contenidos y de la trivializa-
ción del debate, se legitima aquí un modelo televisivo centrado
De la espectacularización del debate a los rituales circenses
© Editorial Gedisa 191
© Editorial Gedisa
¿Cuál es la clave de tal éxito? Primero la estructura formal del
programa que, fiel a la ley de la variedad, mantiene una diversi-
dad de espacios y heterogeneidad de contenidos que evita aburrir-
se. De esta manera se crea una dinámica que elimina la necesidad
de hacer zapping, manteniendo además la expectación con el
anuncio de espacios estelares dentro del propio programa. En esto
es un programa que ha integrado a su forma narrativa el fenóme-
no del zapping: es en sí un programa-zapping.
El tono, también, es lo suficientemente ligero, insolente e irre-
verente como para alcanzar un cierto nivel paródico con respecto
al propio discurso televisivo. En Crónicas marcianas todo es posi-
ble, llegando incluso a ser a veces impensable, como en la ficción;
el programa juega continuamente con este efecto de sorpresa. Al
situarse en el antimodelo, se puede permitir todos los excesos: gri-
tos, peleas (siempre simuladas), palabrotas (deliberadamente em-
pleadas pero controladas); hasta la violencia verbal e incluso física
son espectaculares y se inscriben en el código circense: estamos en
el esperpento, donde todo se amplía, sale de lo habitual, cobra di-
mensiones casi surrealistas, alcanza una cierta locura y juega con
situaciones inverosímiles, siempre al límite de lo grotesco.
De ahí la presencia de personajes esperpénticos, incluso física-
mente, como el enano Galindo, o extravagantes, como Boris, ca-
paces de subirse literalmente a una mesa y parodiarse a sí mismos.
Son caricaturas –perfiles-límite–, lo saben y juegan con ello, con
las identificaciones y las identidades.
Crónicas marcianas es el fiel reflejo de una cultura del exceso
como es la mediática, tanto en los contenidos como en las for-
mas. Aquí no hay límites ni en los temas de los que se habla ni
en la manera de tratarlos: se puede hablar frívolamente de temas
graves o gravemente de temas frívolos; por eso hay una galería
de contertulios tan heterogénea. En ello reside su función carna-
lavesca (Bajtin): en invertir/perturbar papeles y liberar las inhi-
biciones.
De la espectacularización del debate a los rituales circenses
© Editorial Gedisa 193
© Editorial Gedisa
timidez con un falso morbo. Ambivalencia, también, en su situa-
ción como enunciador, a la vez dentro y fuera de la estructura co-
municativa, que puede estar muy presente y retirarse de repente
del juego, delegar la palabra a otros coanimadores, que sabe ser
discreto pero que interviene en el momento oportuno, volviendo
cuando los otros se pasan, que sabe escuchar y cortar.
Ese estar al mismo tiempo dentro y fuera del dispositivo es-
pectacular crea a su vez un doble régimen de realidad y de recep-
ción del mensaje que juega con la enunciación y los papeles esta-
blecidos, diluyendo la frontera entre presentador y animador,
narrador y actor. Esta reversibilidad de los papeles condensa y
prefigura una evolución de la neotelevisión hacia productos cada
vez más híbridos que establecen una relación lúdica con la repre-
sentación misma, llegando incluso a ubicarse en una situación
metadiscursiva (véase, más adelante, el capítulo 10): una televi-
sión que evoluciona hacia una cierta reflexividad, que se escenifi-
ca a sí misma y es capaz de hablar de otros programas o de auto-
parodiarse.
Hay en Sardá todo un arte y un código de la gestualidad, de
los guiños de ojo, de la sonrisa o del levantamiento de cejas, que,
de súbito, da otra lectura –distanciada, autorreflexiva o metadis-
cursiva– a cualquier situación. Sardá puede hacer de presentador
serio y animador pillo, de intelectual y de pasota, pero siempre
dotado de un poder absoluto sobre su creación: como Kristof, el
«Creador» de El show de Truman, está presente hasta en sus silen-
cios y la cámara no deja de enfocarle.
Es como una parodia del deus ex máchina, del narrador om-
nisciente de la novela realista del siglo XIX. Figura amena pero
paternal, es la encarnación de la cordura dentro del (supuesto) ca-
os, un representante de la razón dentro de la (aparente) sinrazón.
Es padre y colega a la vez que recrimina suavemente, que llama al
orden cuando ya se ha instalado el desorden, que invoca el buen
decir después de dichas las palabras malsonantes.
De la espectacularización del debate a los rituales circenses
© Editorial Gedisa 195
© Editorial Gedisa
ción televisiva, y hace las veces de moderador de los otros copre-
sentadores.
Contrastando con el egocentrismo de Pepe Navarro, Javier
Sardá es todo sobriedad (por lo menos aparente), intervencionis-
mo comedido, al servicio de un equipo, como a la escucha del
rumor del mundo y de las voces de sus habitantes, como dejando
hablar a la realidad misma. Con esto refuerza la ilusión de trans-
parencia y el hiperrealismo televisivo, aunque aquí se trate de
una realidad autorreferente, reflexiva, que no está tan alejada
de la realidad creada por los reality soaps (programas de reali-
dad y concursos).
© Editorial Gedisa
blicamente). Como en el talk show, la televerdad proporciona
estatus, produce modos de vida en las series, reafirma la digni-
dad personal frente a los abusos en el reality show, cumple una
función de refuerzo integrando al yo en una tipología de carac-
teres.
Hoy esta mirada ya no se aplica exclusivamente a los sujetos
lejanos, exóticos, salvajes, sino que, dentro de la evolución de la
mirada televisiva hacia la reflexividad, se aplica al sujeto social
estándar, al hombre anónimo, al ciudadano de a pie. De exóge-
na, esta mirada se ha tornado endógena, de exótica se ha hecho
endótica.
El sujeto exótico –ese «gran Otro» que era el salvaje–, nos di-
ce Razac, ha dejado paso a los sujetos idénticos y anónimos que
somos todos. Los objetos-otros que eran el sexo, la violencia, la
muerte, el horror, lo monstruoso (el extraterrestre, el androide, el
zombi), se han banalizado, han sido domesticados, digeridos por
los medios de comunicación, desrealizados por la hipervisibilidad
del discurso sobre la alteridad; del zoo humano a los programas de
realidad, no hay más que un trecho.
«En los zoológicos humanos –prosigue Razac– se consume lo
salvaje digiriéndolo. No es el gran Otro, el salvaje que se ve en la
selva y del que no se sabe si va a ser bueno o malo, pero es igual.
El zoo humano colonial era un dispositivo que procuraba digerir
la alteridad. Ahora se digiere una imagen de lo mismo. Se reto-
ma la domesticación social de gente ya domesticada. Estos es-
pectáculos siempre tienen vocación de digerir la alteridad, pero
como la alteridad en el sentido que tenía cuando había salvajes y
continentes casi inexplorados en el siglo XIX ya no existe, se de-
senvuelven en lo mismo.»
Y cuando ya no hay alteridad, no queda más que lo idéntico;
cuando ya no cabe nada inesperado, imprevisible, sólo queda la
rutina, el ritual cotidiano, la repetición de lo trivial (Gran Herma-
no), la serialización de lo mismo (sitcoms), la consagración de un
De la espectacularización del debate a los rituales circenses
© Editorial Gedisa 199
© Editorial Gedisa
Bibliografía
La intimidad es uno de los objetos que, desde hace poco, más pro-
yección tiene en los medios audiovisuales, una intimidad vuelta
espectáculo, como un objeto más de consumo. Bien simbólico
–y bien escaso, privado, objeto durante siglos de cuidadosa pro-
tección–, la intimidad se ha convertido hoy en un objeto de inter-
cambio al igual que los bienes materiales y otros bienes simbóli-
cos del mismo modo que hace un par de décadas lo fue el sexo,
más recientemente la violencia y últimamente la muerte.
Más allá de la manipulación que puede haber en el tratamien-
to del tema, más allá de la obvia y a menudo vergonzante mercan-
El zoo visual
202
© Editorial Gedisa
tilización del objeto, esta ventilación de la intimidad responde
indudablemente a una demanda colectiva, más o menos clara-
mente expresada por los actores y tergiversada por el medio. Se
refleja en la aparición y desarrollo de nuevos programas que mar-
can una evolución de los formatos y lenguajes televisivos: sitcom (o
comedia de situación en forma de serie), reality show, hoy en de-
cadencia porque hay productos más exitosos, y talk show, ese su-
performato, síntesis de lo informativo y lo recreativo, consistente
en hacer de la comunicación misma un espectáculo, bajo la gran
ley de la Variedad, y que tantos estragos está causando en la pro-
gramación nocturna de muchas cadenas.
Estos programas traen consigo la introducción de nuevas
formas narrativas basadas en el habla y la visibilización de lo
privado. Remanente de la arcaica confesión, sucedáneo degra-
dado del psicoanálisis, el talk show moderno consagra la ventila-
ción de lo íntimo como una forma más del espectáculo televi-
sual y con ello el imperio de lo visual sobre lo vivido. Instaura
así el ojo de la cámara –instancia voyeurista donde las haya– co-
mo una instancia narrativa (como un actante dotado de una
cierta competencia, aunque invisible): la cámara es ese ojo om-
nímodo, dotado de un poder-ver ilimitado, panóptico al que na-
da escapa, dentro de un régimen escópico que se va ampliando
cada día más.
Culminación de esta omnivisibilidad es Internet, la Red de re-
des, que marca la abolición de barreras (geográficas, políticas) y de
límites (temáticos, simbólicos), con el subsiguiente problema
ético que esto no deja de plantear: todo es representable (mostra-
ble, decible) hasta diluir la frágil frontera simbólica entre lo vi-
sible (lo aceptable) y lo invisible (lo inconfesable: el secreto, el
tabú), lo bello y lo monstruoso, la vida y la muerte, lo legítimo y
lo (éticamente) ilegítimo. La caricatura de esta visibilización en
live serían las webcams en Internet. Gran Hermano nace al amparo
de este modelo.
Gran Hermano: el Gran Relato
© Editorial Gedisa 203
© Editorial Gedisa
CONSTRUCCIÓN DE LA REALIDAD EN LOS GÉNEROS TELEVISIVOS
(Gran Hermano como programa englobante)
LO INFORMATIVO LO FICTICIO
Lo Lo
Documental Teatral
(Efecto de (Efecto de
directo) dramatización)
Verdad Verosimilitud
N A R R A T I V I D A D
© Editorial Gedisa
hacer creíble una virtual intimidad y acercarnos a ella: esta inti-
midad es al fin y al cabo la del propio espacio televisivo en el que
nos invitan a penetrar.
© Editorial Gedisa
blico disimula una elemental ley del juego (ley de la selva, dirán
otros) consistente en eliminar con toda buena conciencia al otro
(al amparo de la regla), eliminar a esos «vecinos» que van a ser
durante tres meses los participantes. Es una ley basada en el con-
trol y en la delación más o menos disfrazados de ritos participati-
vos. El título del programa no es inocente: «Big Brother», en la
fábula de Orwell, lejos de ser una instancia protectora, es una fi-
gura omnímoda del poder, un ojo-panóptico al que nada escapa,
ni tan siquiera el más mínimo detalle de la intimidad de los hoga-
res de sus súbditos.
Esta figura del poder se plasma en dos submodelos en los que
–como a menudo sucede en el relato mediático– coexisten rasgos
pertenecientes a lo arcaico con rasgos más específicamente mo-
dernos. Es esta mezcla, precisamente, la que configura un imagi-
nario propiamente audiovisual. Estos dos submodelos expresan
sueños de corte claramente regresivos:
1) el teatro de marionetas que, combinado con la casa de muñe-
cas, traduce el eterno sueño infantil de dominar/manipular el
mundo (expresando al mismo tiempo un miedo fantasmático
a no poder hacerlo, a no llegar a ser adulto); y
2) lo que podríamos llamar «la ventana indiscreta», de corte cla-
ramente voyeurista, consistente en levantar el velo que cubre
al otro, en conocer la vida del vecino (ese vecino que es una fi-
gura lejana, casi inalcanzable, aunque cuán humana, en las
tertulias rosas: el famoso; y que es aquí cercano: el hombre co-
rriente, «sin atributos»). Y lo hace convirtiendo la televisión
en un gran patio de vecindad, erigiendo al mismo tiempo el
espacio «familiar» (la casa) en estudio televisivo, en cámara
experimental (nupcial, familiar, íntima).
© Editorial Gedisa
Gran parte de la polémica sobre Gran Hermano ha girado en torno
a una valoración del programa basada en criterios de tipo verídi-
co, lo que no ha dejado de crear un permanente malentendido en-
tre defensores y adversarios, y ha contribuido a falsear el debate en
los siguientes términos: ¿Es real o es puro montaje? ¿Son candi-
datos espontáneos o verdaderos actores? ¿Son auténticos sus senti-
mientos? ¿Es cierta la intimidad que ahí se manifiesta?, etcétera.
El envite semiosimbólico se sitúa en otro nivel: no se puede
plantear en términos de sinceridad (del emisor) ni de alienación
(del receptor), sino de contrato comunicativo, es decir, de algo co-
mún, de un pacto que establece un vínculo en torno al ver, en tor-
no a lo que se va a compartir. Por lo tanto, no estamos aquí ante
un pacto de tipo veritativo (basado en la verdad objetiva de los he-
chos y de las personas, como si fueran instancias externas), sino
que estamos ante un pacto fiduciario, basado en la credibilidad de
los objetos, fundado en la subjetividad de los sujetos y en su (bue-
na) fe.
La lógica de los medios, en particular la de la televisión, hace
tiempo que ya no obedece a la verdad, pues se desenvuelve en lo
verosímil, exigiendo por tanto otros planteamientos: ha pasado
de una lógica reproductiva (que pretendía imitar la realidad)
–una «lógica del espejo», como dice Baudrillard– a una lógica del
simulacro (que pretende rivalizar con la realidad). Después de la
publicidad que siempre «lava más blanco», de la fotocopiadora
«que fotocopia mejor que el original», nos invaden los productos
«más reales que la vida misma», productos que se inspiran en ella
pero que alcanzan lo que he llamado un «grado plus» de realidad.
Lo que hace creíble el mensaje es menos su verdad objetiva que el
«efecto de realidad» que produce.
Es en la televisión donde esta verosimilitud es más patente. Se
manifiesta mediante una saturación sígnica que funda una hiper-
realidad. Aquí todo es demasiado: demasiado en cuanto a valores
(demasiado eficaz como ocurre en la publicidad, demasiado exito-
Gran Hermano: el Gran Relato
© Editorial Gedisa 211
© Editorial Gedisa
perrealista como estos decorados de hogar «familiar», redacción
ejemplar, comisaría-modelo u hospital moderno; nada más este-
reotipado como estos personajes de serie, quintaesencia de roles y
tipos, con los que cada uno se puede identificar idealmente. La
realidad es aquí –antes que nada– su propia representación: jóve-
nes que juegan a ser superjóvenes, mujeres a ser «más mujeres»,
inspectores a ser más que policías, etcétera. La representación se
constituye de hecho en modelo de realidad.
El malentendido en torno a Gran Hermano ha sido sin duda
creer que aquello era real o, al contrario, pensar que todo no era
más que manipulación, obra de no se sabe bien qué deus ex má-
china (por cierto, no la sosa Mercedes Milá).
Ni verdadero, ni falso: virtual. Como lo son los reality shows: re-
construcción simulada de hechos reales, o las series: la vida y algo
más. La Casa no es en efecto la vida misma: es el relato de la vida,
un objeto semiótico por excelencia (¡en permanente construc-
ción!); es el Gran Relato como lo he llamado, un relato paradig-
mático, arquetípico, que encierra todos los relatos televisivos, es la
síntesis de todos los géneros, un metamito, un mito de mitos.
Es el mito de la creación hecho realidad de manera redundante
porque es «Casa» y no lo es: es estudio y «el estudio es el mensaje»
–podríamos decir ¡parodiando a Mac Luhan!–, y la televisión es su
principio y su fin dentro de una reflexividad infinita. De ahí un
décalage permanente ligado al poder del medio de generar su pro-
pia realidad: porque es una realidad sui géneris, de generación es-
pontánea (en el sentido psicológico y generativo de la palabra). Es
otra intimidad, un privacy show (un espectáculo de intimidad), una
privacidad exhibicionista (no puede no serlo), «extimidad» la lla-
ma Serge Tisseron, intimidad producida, exhibida por/en el me-
dio. Es la realidad (aparente) y su reverso (profundo): el imagina-
rio colectivo con sus deseos más inconscientes.
Todo descansa aquí en esta ambivalencia (en este doble régi-
men de realidad) y ahí está la clave de la fascinación que ejerce: es
Gran Hermano: el Gran Relato
© Editorial Gedisa 213
© Editorial Gedisa
Conclusión: El poder simbólico del medio
© Editorial Gedisa
con los programas de contenido violento (las series de acción) o
violento-lúdico (como los vídeos domésticos): se están impo-
niendo productos que trascienden las fronteras geográficas y
culturales, productos transculturales, sin contenidos temáticos
precisos ni orientaciones marcadas, y menos guiones preestable-
cidos; programas simplemente regidos por un principio general
que facilita identificaciones universales (por lo menos dentro de
la cultura occidental).
Son programas sobre intimidad (Gran Hermano), superviven-
cia (Supervivientes) o superación (Operación Triunfo), con un compo-
nente lúdico, que manejan valores lo suficientemente fuertes e hí-
bridos como para permitir todas las identificaciones posibles
desde contextos políticos, sociales y culturales diferentes. Obvia-
mente contribuyen a una nivelación cultural, a una nueva forma
de aculturación mediática, pero sobre todo propician un tipo de
producto cultural eminentemente redundante.
Desde esta perspectiva, la televisión funciona cada vez menos
como reflejo del mundo –de la diversidad geopolítica de los obje-
tos sociales– y más como espejo del sujeto, pero no de un sujeto
socialmente identificable ni culturalmente marcado, sino de un
sujeto amorfo (sin forma ni marca que lo identifique previamente),
anónimo (sin nombre), no identificado (sin otra identidad que no
sea la que le da el medio).
El prototipo de este nuevo Homo spectator sería el participante
en concursos y programas de realidad, un hombre común, «de la
calle» –que puede ser cualquiera de nosotros–, un hombre sin atri-
butos que parte de cero y que el medio va a promocionar como ani-
mal televisivo, técnica y socialmente hablando, que lo consagrará
a posteriori como famoso dotado de un estatus y prestigio social,
transformándolo física y narrativamente en «personaje» (recuér-
dese la transformación de Rosa en Operación Triunfo).
Pero esta dinámica va más allá de estos programas y afecta al
conjunto del discurso televisivo. Participa en la producción de
La dilución de las fronteras: hacia una televisión «sin fronteras»
© Editorial Gedisa 219
© Editorial Gedisa
Es decir, que esta evolución de los productos televisivos no
sería exclusivamente el resultado de una política de marketing
(vinculada a la existencia de grupos multimedia productores de
programas), sino que se debería a la mutación misma del discur-
so televisivo –en su doble función: especular y espectacular– que
fomenta nuevos imaginarios propiamente audiovisuales, transna-
cionales, que se imponen sobre lo político, creando nuevos sabe-
res simbólicos, desterritorializados, al margen de la esfera públi-
ca institucional.
© Editorial Gedisa
– entre la dimensión colectiva e individual, con una vertiente
social pero también una propensión a bucear en la intimidad;
– que oscila permanentemente entre un sentir positivo (emo-
ción, sentimiento, amor) y un sentir negativo (violencia, ho-
rror, muerte);
– entre la distancia enunciativa y la cercanía, hasta eludir sus
propias marcas enunciativas;
– entre una narración objetiva (con una función referencial) y
una narración subjetiva (un «enunciador con»);
– entre un discurso sobre el mundo y un discurso sobre sí mis-
ma, con una reflexividad en la que la televisión se enuncia –y
anuncia– a sí misma, haciendo constante hincapié en su poder-
ver, en su capacidad de instituir su propia realidad.
© Editorial Gedisa
vidad accidentada tan característica de muchas series que culmina
en las producciones sobre policías u hospitales donde, a la inversa,
es el sentir positivo (emoción, sentimiento) lo que viene a pun-
tuar –para suavizarlo– el relato. Lo mismo se podría decir, en cla-
ve esperpéntica, de la última producción de «televerdad» de Tele
5, Hotel Glamour, a principios de 2003, cuya dinámica narrativa
ha derivado sistemáticamente hacia el conflicto, con su prolonga-
ción circense en Crónicas marcianas mediante una exacerbación de
la violencia. El glamour –que tendría que ser una estética del con-
trol de las formas, de la distanciación– deja paso entonces al me-
lodrama, dando rienda suelta a las reacciones más primarias, a las
rivalidades feroces y a los instintos de dominación dentro de la
tribu de los famosos.
Pero aquí, también, las categorías se diluyen, e incluso den-
tro de los subgéneros tensivos es relevante la tendencia a la des-
dramatización por un lado y, por otro, la contaminación de lo in-
formativo por lo lúdico/espectacular, como ocurre al final de los
telediarios o en la crónica del tiempo, y que alcanza su grado
máximo en los Guignols.
Es sintomática, en Francia, la participación creciente de políti-
cos y hombres públicos en programas de variedades y talk shows, sin
alcanzar sin embargo el grado de espectacularización de la televi-
sión norteamericana donde, en período electoral, los políticos parti-
cipan más en los programas de entretenimiento que en los debates
directamente políticos, reflejándose esto en un seguimiento de es-
tos programas que supera con creces el de los espacios electorales.
Esta contaminación de categorías también afecta a formatos
que por su propia naturaleza tienden a lo disfórico, como son los
reality shows o algunas modalidades de talk shows donde el final fe-
liz (reencuentros, reconciliaciones, arrepentimientos) resuelve
mágicamente las tensiones.
¿Cómo interpretar, en términos simbólicos, estos fenómenos?
La dilución de las fronteras entre géneros, la contaminación entre
La dilución de las fronteras: hacia una televisión «sin fronteras»
© Editorial Gedisa 225
1. La distorsión tenue
Se produce en programas que juegan con los límites de los géne-
ros lúdicos. Es patente, por ejemplo, en los juegos-concurso con
un componente de riesgo, con pruebas de índole repelente (Gente
con chispas de Jesús Vázquez, en versión edulcorada, con su invisi-
bilización del peligro; Fort Boyard, en Francia, con sus pruebas fí-
sicas, o los programas de «humor amarillo»).
Aquí la frontera es tenue, entre lo lúdico y lo sádico, estable-
ciendo a veces un juego perverso con la paciencia y la capacidad
de aguante del espectador, pero sin caer en lo perverso. En todo
El zoo visual
226
© Editorial Gedisa
caso, el juego se mantiene más acá de lo sádico, que figura siem-
pre como virtualidad: hay como una puesta a distancia del horror,
mantenido a raya por el presentador y la tonalidad fuertemente
amena de dichos programas. En una regresión bastante infantil,
se juega, al fin y al cabo, con el darse miedo, con la posibilidad de
caer en el horror, de la que salva siempre, como una especie de deus
ex máchina, la intervención de la televisión.
La televisión reparte suerte y ánimo, es la garante del orden y
evita que el espectador caiga en un sentir negativo. Son revelado-
res, a este respecto, los programas en los que los concursantes no
ven el peligro (ojos vendados, oscuridad, etcétera) y que sólo lo vea
como peligro ajeno –del orden de lo posible– el espectador. La
distorsión llega a su punto máximo en programas como ¿Quién
dijo miedo? (Antena 3) en 2000.
2. La reversión lúdica
Dentro también de un juego con lo invisible/lo posible/lo inmi-
nente, los programas de cámara oculta juegan con la convención
de realidad: lo que es realidad desagradable o generadora de de-
sorden para la «víctima» resulta ser fuente de placer voyeurista
para el espectador. Lo que podría caer en lo disfórico se ve lúdica-
mente convertido en eufórico cuando se desvela la presencia de la
cámara, revelando doblemente la competencia del medio, su po-
der-ver: tanto su poder de mostrar lo invisible, de revelar lo sus-
traido a la mirada pública, de mostrar la otra cara de la realidad
social, como su capacidad de producir «revelaciones» al final, de
darle la vuelta a la realidad representada y al contrato fiduciario
entre víctima y mediador televisivo.
3. La reversión mágica
Retomando el esquema narrativo de Greimas (1973) y su termi-
nología, podríamos decir que es de índole mítica: podría analizar-
La dilución de las fronteras: hacia una televisión «sin fronteras»
© Editorial Gedisa 227
5. La reversión paródica
Aparece en los programas que exploran los límites del género al
que pertenecen, alcanzando un grado plus de realismo, de hiperrea-
lidad, sin caer del todo en la parodia (como ocurrió, por ejemplo,
El zoo visual
228
© Editorial Gedisa
en la serie Betty la fea de Antena 3). En los programas de varieda-
des, donde más se manifiesta esta tendencia, refleja la capacidad
que tiene la instancia televisiva de autoparodiarse, de convertir su
discurso narrativo en metadiscurso (discurso sobre sí misma o dis-
curso intertextual, intratelevisivo). Es patente en programas en
los que la figura del presentador se convierte en animador (más o
menos activo, más o menos amigo), caso de Crónicas marcianas,
que consagra una «cultura del cachondeo».
© Editorial Gedisa
ma, consagrando así el mito de la transparencia, tan omnipresen-
te en la neotelevisión.
Fundamentalmente disfóricos, estos programas marcan el re-
greso de lo que Jesús González Requena (1988) llama «lo real»,
una forma de realidad irreductible, no socializada, que produce
identificaciones negativas y establece una relación ambivalente
con el espectador: de atracción (aunque sea en forma de identifi-
cación negativa) y de repulsión. Despierta, en todo caso, un modo
de ver basado en la fascinación hacia lo inaudito, lo no visto, hacia
lo que el ojo de la cámara ha podido captar en su efimeridad, al
margen de las prohibiciones o limitaciones impuestas por el dis-
curso público, incitando al voyeurismo, a lo que comúnmente se
llama «morbo».
Televisión de la «autenticidad», de la cercanía –de lo in-mediá-
tico, hemos dicho–, la telerrealidad abona el terreno de lo que van a
ser los reality shows: la recreación, por el medio televisivo, de una
realidad única, del suceso en su mismo acontecer, más allá de la re-
construcción de los hechos al modo policial, y de la relación mor-
bosa que establece con lo no-dicho/no visto.
Se diluyen así completamente las fronteras entre la historici-
dad de los hechos y su recreación, entre realidad y simulación, di-
lución acentuada por la utilización de los propios protagonistas
de los hechos como actores de su historia. De esta manera se im-
pone un contrato comunicativo basado ya no en la verdad, sino en
la verosimilitud, en un como si representativo.
Los llamados programas de realidad van a dar un salto más en
esta creación de realidad televisiva y en la dilución de las fronte-
ras entre realidad auténtica y realidad representada, explorando
espacios liminares, cercanos a lo real objetivo pero, al mismo
tiempo, contaminados por el modelo ficticio. Es difícil entonces
desentrañar lo que es sinceridad de lo que es actuación, debido
precisamente a la teatralidad de la realidad ahí representada (lo
que cuestiona, dicho sea de paso, los análisis en términos de ma-
La dilución de las fronteras: hacia una televisión «sin fronteras»
© Editorial Gedisa 231
© Editorial Gedisa
su propio espejo y remite a su propio poder-ver, a su poder de en-
trometerse en la intimidad, a su poder de construir una realidad
sui géneris que permite identificaciones indiferenciadas.
A la hipervisibilización de lo idéntico, a la repetición de las fi-
guras de lo mismo, dentro de una redundancia de estos discursos,
responde la invisibilización de lo otro, la imposibilidad de abrir el
discurso a otras formas de cultura que no sean la televisiva, la difi-
cultad en construir, dentro del medio televisivo, un discurso so-
bre lo heterogéneo.
Bibliografía
Baudrillard, Jean, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos,
Anagrama, Barcelona, 1991.
Eco, Umberto, «TV, la transparencia perdida», en: La estrategia de la ilusión, Lu-
men, Barcelona, 1996.
González Requena, Jesús, El discurso televisivo, espectáculo de la posmodernidad, Cá-
tedra, Madrid, 1988.
Greimas, A. J., Semántica estructural, Gredos, Madrid, 1973.
Mehl, Dominique, La télévision de l’intimité, Seuil, París, 1996.
Conclusión:
Después de comunicar, ¿qué?
La hipervisibilidad como aporía
de la comunicación posmoderna
© Editorial Gedisa
Afectan, finalmente, a la representación misma de la realidad,
que se sitúa cada vez más en un espacio ambivalente –un «entre-
deux» (D. Sibony, 1991)– a mitad de camino entre lo referencial
y lo ficticio.
La hipervisibilidad, este régimen de saturación, de sobrepuja
sígnica que hemos caracterizado como constante del discurso te-
levisivo, desemboca en una hipertrofia de todo el dispositivo co-
municativo; de aquello que –retomando la expresión de Benve-
niste relativa al «aparato formal de la enunciación»– podríamos
llamar el aparato formal de la comunicación: todos los medios y re-
cursos formales (enunciativos, narrativos, discursivos) que contri-
buyen a crear una realidad semiodiscursiva caracterizada por esta
hiperrealidad.
Con esto nos situamos más allá de una lógica referencial, con-
sistente en representar/ocultar los objetos del mundo, para desen-
volvernos en una lógica espectacular de la mostración, de lo hi-
pervisible. Es ésta una lógica basada en una «ilusión de realidad»
donde ya no es sólo la realidad la que es espectacular, sino que el
espectáculo –el espectáculo como categoría semiótica, peculiar
modo de ver– es la realidad de acuerdo con una estrategia del «re-
doble», como dice Baudrillard. Esta estrategia se basa en la dupli-
cación, en ella todo es «más real que lo real», conduce al «éxta-
sis», a lo hiperreal, y redunda en la incapacidad de distanciarse de
la representación, alterando también la relación con el sujeto es-
pectador: más allá de la seducción, está la fascinación (lo que im-
pide re-accionar: actuar); más allá de lo visible, está lo obsceno (el
mostrar demasiado hasta ya no ver el objeto, sino su representa-
ción hipervisible).
De acuerdo con esta lógica espectacular, lo que prima es el
modo de ver y de mostrar; por ello, remitir esta representación a
la realidad objetiva pierde sentido. El espectáculo llega a ser un
fin en sí, apartándonos del referente. Lo importante ya no es lo
que se comunica sino el cómo, y de qué manera esto funda una rea-
Conclusión
© Editorial Gedisa 235
© Editorial Gedisa
cribe en un «espacio enunciativo» propio del medio en el que la
enunciación prima sobre el enunciado, y la escenificación, la pre-
sentación, el modo de narrar y el «envolvimiento» de la noticia
son más importantes que la materia del relato.
La otra gran ilusión es la cercanía, la impresión de estar ahí, de
compartir espacio. Ya no hay relación de exterioridad, ni con lo
real ni con la representación. Le sustituye una impresión de fami-
liaridad (con los famosos, con los temas recurrentemente tratados,
con los presentadores y los entornos creados), una impresión de
proximidad, casi se podría decir de «palpabilidad», donde se pro-
duce una fusión entre el fuera y el dentro, entre el estar delante (de
la pantalla) y el estar dentro (de la ficción); fusión que puede llegar
a la confusión en el imaginario y que la película El show de Truman
de Peter Weir ha tratado magníficamente. Fusión que permite
todas las proyecciones hasta llegar a lo que el psicoanalista Gérard
Miller tilda de «televisión pulsional»: una televisión que logra
una relación más inmediata con la pulsión y hasta la identifica-
ción con objetos negativos, dolorosos o anómicos (muerte, sadis-
mo, etcétera).
Ya no hay entonces distancia entre sujeto y objeto de deseo (o,
lo que es lo mismo, pero invertido, objeto de repulsión). Ya no
hay relación de «diferencia» con el modelo, sino de similitud con
lo representado: no sólo me puedo identificar (tanto con lo positi-
vo como con lo negativo), sino que el sujeto representado puedo
ser yo, usted o cualquiera, como ocurre en el reality show, donde
sujeto espectador y sujeto representado se confunden facilitando
voyeurismo y narcisismo, donde todos somos, potencial y virtual-
mente, sujetos de un posible espectáculo. Y aunque no seamos
nosotros, es lo mismo.
Esta relación, al mismo tiempo que fomenta un «imaginario
igualitario» (Alain Ehrenberg) basado en la ilusión de que todos
podemos salir en la pantalla (de que ya no hay unos sujetos ni ob-
jetos más interesantes que otros), produce una dilución o reduc-
Conclusión
© Editorial Gedisa 237
© Editorial Gedisa
III. La aporía comunicativa: el fin del medio
2. De la comunicación a la simulación
Los sistemas comunicativos (productores de saber) se han trans-
formado en sistemas performativos (productores de realidades
virtuales), en agentes de seducción. El modo comunicativo (basa-
do en la representación realista, que apela a reacciones miméticas,
con identificaciones positivas) deja paso a un modo simulativo,
creador de «escenarios», con su lógica interna, sus aparatos for-
males de representación, sus peculiares códigos y estéticas.
Estos escenarios funcionan como verdaderos agujeros negros
de la comunicación; lo absorben todo, nos envuelven, aspiran,
impiden ver más allá de los objetos de la representación, más allá
de una realidad virtual, dentro de un «show» cuya convención
aceptamos todos (¡menos las rara avis como Truman!), y que está
basado en la hipervisibilidad que afecta a todas las formas del dis-
curso (tanto enunciativas como narrativas).
Los talk shows, reality shows y docudramas se sitúan dentro de
esta lógica de la simulación: de la recreación de realidad dentro
de un contexto semiodiscursivo que se utiliza como laboratorio
donde se cuece una realidad virtual que mezcla realidad y fic-
ción, las confunde y cofunda. Esta realidad, como en las simula-
ciones cibernéticas o informáticas, es una creación ex nihilo, lo
El zoo visual
240
© Editorial Gedisa
que no quiere decir que esté alejada de la realidad social; todo lo
contrario, pretende recrearla, competir con ella, crear un escena-
rio «más real que la realidad», a no ser que sea simplemente (en
una versión posmoderna del naturalismo decimonónico) «como
la vida misma».
© Editorial Gedisa
blicita lo privado y hace del acto de comunicar un acto que insti-
tuye una metarrealidad: el medio se hace instrumento del narci-
sismo colectivo, apoyándose en un enunciador difuso, virtual, un
«estamos comunicando» dentro de un contexto interlocutivo co-
mún, fundado performativamente.
»Comunico, luego existo» o, para contestar a la pregunta que
daba título a esta conclusión, «Después de comunicar, ¿qué?»:
verse comunicar... pues, transfigurar esta realidad en imágenes en
las que el sujeto individual (sujeto personal, social, actor, especta-
dor) se diluye y confunde dentro de un sujeto anónimo (sin nom-
bre), indefinido, al margen de cualquier lógica de la distinción.
Realidad que consagra un escenario hipersaturado de signos,
imágenes e hiperrepresentaciones: un mundo de lo «imaginal»,
como lo llama Maffesoli, donde la imagen se confunde con lo
imaginario, donde la potencia del medio, su capacidad para gene-
rar realidad y rivalizar con lo real objetivo, acaba expulsando el
sentido. La lógica de las formas ocupa entonces el espacio vacío
dejado por la lógica de la representación.
¿Barroquismo posmoderno? ¿Barroquismo de las formas? La
transfiguración favorece una comunicación más allá de lo verbal
que se desenvuelve en lo emotivo, en los afectos, las pasiones, en
una sensación de realidad más fuerte muchas veces que la reali-
dad trivialmente vivida: un mundo donde ya no hay responsabi-
lidad (ni histórica, ni ideológica) porque ya no hay sujeto res-
ponsable, sujeto de poder, ni discurso claramente delimitado, con
sus instancias de producción, su homogeneidad y sus destinatarios
habituales. El logos cede aquí ante el pathos, y habla más en nombre
de lo emotivo que de lo intelectivo; la imaginación cede a la ima-
gen, y lo simbólico a lo imaginario, fomentando un nuevo imagi-
nario visual basado en la hipervisibilidad de todo: sujetos, objetos
y acto mismo de comunicar, paliando así el déficit de lo simbólico
en las sociedades de hoy, colmando el vacío de la vida cotidiana,
ocultando los silencios de la comunicación de tú a tú.
Conclusión
© Editorial Gedisa 243
Bibliografía
Ehrenberg, Alain, «La vie en direct ou les shows de l’authenticité», Esprit, nº
188, París, 1993.
Maffesoli, Michel, La transfiguration du politique, Le Livre de Poche, París, 1992.
—, La contemplation du monde. Figures du style communautaire, Grasset, París,
1993.
Sibony, Daniel, Entre-deux. L’origine en partage, Seuil, París, 1991.
Verón, Eliseo, «Il est là, je le vois, il me parle», Communications, n.° 38, Seuil,
París, 1983.
Apostilla:
La reflexividad televisiva:
una televisión que se anuncia a sí misma
© Editorial Gedisa
identidad –identificándonos con sus héroes como iconos–, y
la seguridad de que, por lo menos, algunos nos «representan»:
son como una marca a la que somos fieles. La marca nos une en
un mismo grupo de consumidores, nos conforta en nuestro gus-
to –que es el gusto de todos, el gusto común, nivelado, descafei-
nado, homogeneizado por el medio– y al mismo tiempo nos da,
de prestado y como soñando, un cierto estatus.
Pasa lo mismo con la televisión: consumimos sus productos
como si fueran bienes materiales, como productos de marketing
que han llegado a ser. Ha pasado con Gran Hermano, y también ha
ocurrido con Operación Triunfo. No importa aquí que los concur-
santes sean buenos o malos –cantantes, hombres, mujeres o lo que
sea–, sino que sean creíbles y permitan identificaciones primarias.
Es más, al comienzo del programa no son nadie; son incluso pato-
sos, feos(as), tremendamente ordinarios (¿Por qué, si no, tiene tan-
to éxito la serie Betty la fea?). Tiene que ser así para, como en las
sitcoms, permitir todas las identificaciones posibles.
Como analizaba Edgar Morin (1972), con la aparición, en los
años sesenta, del star system, nacen héroes que son a la vez huma-
nos, tremendamente humanos –nos son cercanos, familiares–, y
que, al mismo tiempo, tienen un carácter especial que les hace ex-
tra-ordinarios y crea fascinación: son las stars, los famosos. Hoy los
famosos ya no son los personajes habituales de las revistas del co-
razón. Los famosos son el hombre de la calle promocionado por la
televisión, es el hombre común, que podría ser usted o yo, en fin,
cualquiera de nosotros; y lo que le caracteriza es la indistinción, el
anonimato, hasta que el medio hace de él un icono, elevándolo a
categoría de marca.
Pero más allá de su valor emblemático y su inscripción en una
identidad territorial –véanse las peñas que se organizan en torno a
los concursantes en sus respectivas comarcas y la movilización de
las «fuerzas vivas», que los utilizan como reclamo turístico–, su
éxito es producto íntegro del medio televisivo: son, como perso-
Apostilla
© Editorial Gedisa 247
© Editorial Gedisa
identifica –e identifica a millones de espectadores– con la estética
del medio: ritmos insípidos, maneras estereotipadas de moverse
(erotismo enlatado del mover el culo), forma de vestirse, de pei-
narse y por supuesto cantar.
Como en los juegos de recorte de la infancia (no por nada, en
estas mismas páginas, hemos comparado Gran Hermano con una
casita de muñecas), hemos visto a los concursantes transformarse
progresivamente, ante nuestros ojos, en productos de televisión, y
cómo nos han identificado con esta estética de medio pelo. Más
allá de los contenidos, del presunto valor artístico, lo que importa
es el espectáculo de esta promoción, el hecho de que la televisión
«nos abra sus puertas» y se muestre mostrando, fabricando sus pro-
pios productos, fomentando un voyeurismo de la marca. Lo decla-
raba (¿ingenuamente?) el propio director de RTVE, después de la
selección de Rosa: «No hay un ganador, hay dieciséis», para aña-
dir tras una pausa (recordando tal vez a Eco): «Hay un ganador, es
Televisión Española».
Operación Triunfo es la televisión con las tripas al aire: a la visi-
bilidad (la «televisión de la intimidad») le sucede la hipervisibili-
dad televisiva, una televisión que ha explorado tanto el mundo
que ya no se conforma con reproducir lo visible, sino que hace vi-
sible la parte invisible del individuo, del éxito y de sí misma, des-
cubriéndonos sus intimidades. «Los productos, en realidad, no
existen», sólo existe la Televisión.
Tras esta reflexividad está sin duda un narcisismo del medio
–lo mismo que en su función especular la televisión cultiva el
narcisismo del espectador–, pero también indica, por otra parte,
un desgaste del discurso y puede que también una crisis de lo re-
ferencial, de los grandes relatos, de las visiones globales de la rea-
lidad, de lo ideo-lógico en fin (del discurso sobre lo real), con la
subsiguiente fragmentación de los discursos.
La televisión ha cortado el cordón umbilical que la unía al
mundo para crear su propia realidad, para elevarse a categoría de
Apostilla
© Editorial Gedisa 249
© Editorial Gedisa
do objetivo, un tempo al margen del tiempo social, un presente ex-
temporáneo; es una suspensión del tiempo, la consagración de
lo efímero, eternamente reproducido por la redundancia, la repe-
tición, la serialización (la serie, decía Violette Morin, es «una eter-
nidad de bolsillo»). En la vuelta de lo mismo está la fuerza ritual
de la narración televisiva, en este eterno volver a empezar de la
programación que crea familiaridad y proxemia.
Esta santificación del presente no sería, escribe Michel Maffe-
soli (2000), «sino otra manera de expresar la aceptación de la
muerte», que está en el centro de muchos fenómenos contempo-
ráneos. El ritual sería como una manera homeopática de vivir la
muerte todos los días; y el tiempo suspendido, una «anamnesis de
la muerte» que permite sortear el peligro y convivir con la muer-
te simulándola, integrando algunos elementos en el discurso coti-
diano, como cuando los niños se dan pequeños sustos o escenifi-
can grandes temores para luego reírse más y disfrutar mejor del
momento.
Por eso epifanía y tentación de violencia, celebración de la vi-
da y espectro de la muerte coexisten en el discurso televisivo, no
son incompatibles. En el estadio de seudovigilia, o medio sueño,
que es lo espectral, todo es posible.
Ocaso de los grandes discursos, decadencia de lo informativo,
crisis de la representación misma, en su expresión política y sim-
bólica, todo ello conduce a una virtualización de lo real, a crear
mundos híbridos, en la frontera de lo real y de lo ficticio, en el
cruce de lo realizable y de lo irrepresentable, además de fomentar
un estado de indecisión frente al espectáculo mediático, lo cual
lleva a la televisión a contemplarse como una enorme máquina de
representación, solitaria pero omnipresente.
La televisión, entonces, rebota sobre su propio discurso, se
contempla a sí misma, en lo que la semiótica llama una «enun-
ciación enunciada», una representación de representaciones, imá-
genes de las imágenes de la realidad, como pasa en los programas
Apostilla
© Editorial Gedisa 251
© Editorial Gedisa
resplandor de su simulacro, y que tiene «el peso de lo real pero la
irrealidad del cuento» (Marc Augé, 2002), como un grado más en
la exploración de los intersticios entre realidad y ficción?
Bibliografía
Augé, Marc, «Le stade de l’écran», en L’Empire des médias, Manières de voir 63, Le
Monde Diplomatique, mayo-junio 2002.
Derrida, Jacques, Entrevista en Cahiers du Cinéma, nº 556, abril 2001. Repro-
ducido en Desobra, nº 1, Madrid, primavera-verano 2002.
Ibañez, Jesús, Por una sociología de la vida cotidiana, Siglo XXI, Madrid, 1992.
Maffesoli, Michel, L’Instant éternel. Le retour du tragique dans les sociétés postmoder-
nes, Denoël, París, 2000.
Morin, Edgar, Les stars, Seuil, París, 1972 .
Rodríguez Ferrándiz, Raúl, Apocalipsis Show. Intelectuales, televisión y fin de mile-
nio, Biblioteca Nueva, Universidad de Alicante, 2001.