Está en la página 1de 4

CORNELIO

TÁCITO

Vida

Se sabe poco de la biografía de Cornelio Tácito; ni siquiera se conocen las fechas y
lugares de su nacimiento y muerte o su primer nombre o praenomen. La mayoría de las
referencias sobre su vida que se poseen se han extraído de su correspondencia con Plinio el
Joven o de sus propias obras.

Su dedicación a la oratoria le ganó muy pronto un alto renombre gracias a su
elocuencia. No se dedicó a la historia hasta después del año 97, cuando la muerte de
Domiciano le permitió expresarse sin temor.


Estilo

La obra de Tácito es importante porque nos da un retrato muy vivo de la época que
describe y un buen estudio psicológico de los personajes. Toma como fuentes los
testimonios de la clase política, las actas del Senado y crónicas de sus predecesores.

En cuanto al método histórico, sigue a Tucídides (no se limita a contar los hechos,
sino que investiga las causas que los han provocado y extrae consecuencias); trata de ser
imparcial, escribe sine ira et studio (sin rencor ni parcialidad); no inventa ni falsifica nada.

La obra de Tácito se caracteriza por el predominio de los personajes individuales
como motores de la historia. Otro rasgo muy acusado de su obra es el pesimismo y su falta
de confianza en la condición humana pintándonos uno de los cuadros más negros que se
tiene de la historia de los primeros emperadores. Su estilo es difícil, caracterizado por la
variedad y la concisión, con muchísimas elipsis.


Obra

• Agricola: biografía de su suegro Julio Agrícola y un violento ataque contra la tiranía
de Domiciano, a quien acusa de su asesinato.

• Germania: estudio geográfico y etnográfico de los pueblos germanos en los que
descubre los elementos que dieron a Roma su poder y grandeza.

• Historiae: el término historiæ designa la obra historiográfica que relata
acontecimientos de una época más o menos dilatada que acaba en los tiempos en
que vive el propio autor. Narran los hechos acaecidos en el periodo que va desde el
inicio del segundo consulado de Galba (69) hasta la muerte de Domiciano en el 96.
Probablemente constaban de catorce libros. Se han conservado los cuatro primeros
y aproximadamente la mitad del quinto.

• Anales: tienen como título completo Ab Excessu divi Augusti Historiarum
Libri (Libros de historias desde la muerte del divino Augusto). Como género
historiográfico los Anales se caracterizaban por referirse a hechos alejados del
tiempo vivido por su autor.

Si las Historiæ cubrían desde Galba a Domiciano, los 16 libros de
los Annales recogen la historia inmediatamente anterior, desde la muerte de
Augusto a la de Nerón. San Jerónimo escribe de Tácito que refirió la vida de los
césares en treinta libros desde Augusto a Domiciano. De ello se desprende que las dos
obras fundamentales, Annales e Historiæ, formaron una secuencia sin solución de
continuidad.

Pero no ha de olvidarse que se trata de dos obras distintas en su planificación
y desarrollo. De los Anales se conservan los cuatro primeros libros, el principio del
quinto, el sexto, con excepción de su comienzo, y luego los libros XI a XVI con
lagunas a principio y fin.








































Texto: Hist I, 1-3


[1] Comenzaré mi trabajo con el consulado de Servio Galba –que era cónsul por segunda vez– y Tito
Vinio, porque muchos autores ya han escrito sobre los tiempos pasados hasta el 820 después de la
fundación de Roma, cuando podía escribirse con igual elocuencia que libertad sobre los hechos del
Pueblo Romano. Pero después de la batalla de Accio, y con la paz subsiguiente, se concentró el
poder en una sola persona y desaparecieron aquellos preclaros ingenios, al tiempo que la verdad
era pisoteada de mil formas: primero por desconocimiento de la realidad de la República, como si
fuera asunto ajeno a los ciudadanos, después por el vicio de la adulación así como por el odio hacia
los gobernantes. De modo que, sintiéndose obligados los unos y ofendidos los otros, nadie se
preocupaba por el futuro. Pero es fácil tachar de ambicioso a un escritor: la crítica y la
murmuración siempre encuentran dispuestos los oídos de todos, ya que la adulación conlleva un
rebajarse a un servilismo rastrero y la difamación una falsa apariencia de libertad. Por lo que toca a
mi relación con Galba, Otón y Vitelio, no he recibido de ellos beneficio o perjuicio alguno. Y no
negaré que mi privilegiada situación comenzó con Vespasiano, la aumentó Tito y llegó al máximo
con Domiciano. Pero quien hace profesión de imparcialidad no debe escribir movido ni por la
afición ni por la inquina. Y, si la vida me lo permite, he dejado para mi vejez, como materia más
fértil y segura, tratar del principado del divino Nerva y del imperio de Trajano, rara época de
libertad en que se podía pensar lo que querías y decir lo que sentías. [2] Empiezo mi tarea tratando
una época repleta de acontecimientos. Atroz por las guerras, desgarrada por las sediciones, violenta
en los mismos tiempos de paz. Cuatro emperadores asesinados por la espada, tres guerras civiles,
cuatro guerras exteriores, y muchas en que se entremezclaban ambas. La marcha de los
acontecimientos fue favorable en Oriente y adversa en Occidente: revueltas en el Ilírico,
sublevaciones en la Galia, sometida la Britania y, poco después, perdida; los pueblos suevos y
sármatas alzados en armas contra nosotros; la Dacia, cuya gloria ha consistido en desastres tan
suyos como nuestros; los partos casi levantados en armas contra nosotros por las intrigas de un
falso Nerón. Italia azotada por calamidades nunca vistas hasta ahora, o sucedidas de nuevo tras una
larga serie de siglos sin sufrirlas. Esquilmadas y arruinadas las ciudades, incluso la fértil y fecunda
región de la Campania. La misma Roma devastada por los incendios; templos arruinados; el mismo
Capitolio incendiado por mano de los propios ciudadanos. Violado el culto; graves y públicos
adulterios; el mar lleno de exiliados; los escollos bañados en sangre con las matanzas. Y crueldades
más atroces aún en Roma, hasta considerarse delito tanto aceptar como rechazar la nobleza, las
riquezas y los honores, y convertirse la honradez en ocasión de ruina. No causaba menos rabia ver
las recompensas dadas a los delatores que los crímenes cometidos para alcanzarlas, consiguiendo
unos el sacerdocio y el consulado como botín, y ejerciendo otros la administración y el poder en el
interior de forma que sembraban el odio y el terror por doquier. Los esclavos sobornados en contra
de sus señores, los libertos en contra de sus patronos, y quien carecía de enemigos traicionado por
sus propios amigos. [3] Pero no ha sido un siglo tan estéril de virtudes que no haya registrado casos
de comportamiento ejemplar: madres acompañando a sus hijos prófugos, esposas acompañando a
sus maridos al destierro, parientes que se atrevían a dar la cara por los suyos, yernos constantes en
las adversidades, fidelidad a toda prueba de esclavos, incluso en medio de las torturas. Se ha visto a
ilustres varones que, llegada su hora, la han afrontado con el valor por el que fueron alabados los
antiguos. Y, aparte los muchos y variados casos sucedidos a las personas, han aparecido prodigios
en cielo y tierra, avisos por medio de rayos, y presagios sobre el futuro, unos favorables y otros
infaustos, unos ambiguos y otros manifiestos. Nunca, por otra parte, se ha visto tan claro, por tan
pavorosas desgracias del Pueblo Romano y por señales tan precisas, que los dioses no se preocupan
tanto de nuestra seguridad como de nuestro justo castigo.


CUESTIÓN: Según el texto, ¿Cuáles son los motivos que mueven a Tácito para escribir
historia? Comparar con los de Livio UrCond I, 1,1-1,13.



Texto: An XV, 38-39


XXXVIII. Siguióse después en la ciudad un estrago, no se sabe hasta ahora si por desgracia o por
maldad del príncipe, porque los autores lo cuentan de entrambas maneras, el más grave y el más
atroz de cuantos han sucedido en Roma por violencia de fuego. Salió de aquella parte del Circo que
está pegada a los montes Palatino y Celio, donde comenzó a prender en las tiendas en que se
venden aquellas cosas capaces de alimentarle. Hízose con esto tan fuerte y poderoso, que con
mayor presteza que el viento que le ayudaba, arrebató todo lo largo del Circo, porque no había allí
casas con reparos contra este elemento, ni templos cercados de murallas, ni espacios de cielo
abierto que se opusiesen al ímpetu de las llamas; las cuales, discurriendo por varias partes,
abrasaron primero las casas puestas en lo llano, y subieron después a los altos, y de nuevo se
dejaron caer a lo bajo con tanta furia, que del todo prevenía su velocidad a los remedios que se le
aplicaban. Ayudóle al fuego el ser la ciudad en aquel tiempo de calles muy angostas y torcidas a una
parte y a otra, todo sin orden ni medida, cual fue el antiguo edificio de la vieja Roma. A más de esto,
las voces confusas de las mujeres medrosas, de los viejos y niños, y de los que, temerosos de su
peligro o del ajeno, éstos se apresuran para librar del incendio a los débiles y aquéllos se detienen
para ser librados, lo impiden y embarazan todo; y muchas veces, volviéndose unos y otros a mirar
si los seguía el fuego por las espaldas, eran acometidos de él por los lados o por el frente. Y cuando
pensaban ya estar en salvo con retirarse a los barrios vecinos, a los que antes habían juzgado por
seguros, los hallaban sujetos al mismo trabajo. Al fin, ignorando igualmente lo que habían de huir y
lo que habían de buscar, henchían las calles y se echaban por aquellos campos. Algunos, perdidos
todos sus bienes y hasta el triste sustento de cada día, y otros por el dolor que les causaba el no
haber podido librar de aquel furor a sus caras prendas, se dejaban alcanzar de las hambrientas
llamas voluntariamente. Ninguno se atrevía a remediar el fuego, habiendo por todas partes muchos
que, no sólo prohibían con amenazas el apagarle, pero arrojaban públicamente tizones y otras cosas
encendidas sobre las casas, diciendo a voces que no hacían aquello sin orden; o que fuese ello así, o
que lo hiciesen para poder robar con mayor libertad. XXXIX. Hallábase Nerón entonces en Ancio, y
no volvió a la ciudad hasta que supo que el fuego se acercaba a sus casas por la parte que se
juntaban con el palacio y con los huertos de Mecenas; y con todo eso no fue posible librar del
incendio al mismo palacio, a las casas, y a todo cuanto estaba alrededor. Mas él, para dar algún
alivio al pueblo turbado y fugitivo, hizo abrir el campo Marcio, las memorias de Agripa, y sus
propios huertos, y fabricar de presto en ellos muchas casas donde se recogiese la pobre
muchedumbre. Trajéronse de Ostia y de las tierras cercanas muebles y alhajas de casa, y bajó el
precio del trigo hasta tres nummos. Todo lo cual, aunque provechoso y deseado del pueblo, le era
con todo eso muy poco acepto, por haberse divulgado por toda la ciudad y corrido voz de que en el
mismo tiempo que se estaba abrasando Roma, había subido Nerón en un tablado que tenía en su
casa, y cantado en él el incendio y la destrucción de Troya, comparando los males presentes con
aquellas antiguas calamidades.


CUESTIÓN: ¿Cuáles son las causas del incendio de Roma?

También podría gustarte