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RULFO
Adriana Massa
Universidad nacional de Córdoba
Desde épocas arcaicas la figura del padre ocupa un lugar central en la literatura y, salvo
pocas excepciones, es siempre el hijo –no la hija- el que, de distintas maneras, aparece
A partir de la segunda mitad del siglo XIX la lucha entre el padre y el hijo y el motivo
interpretación freudiana del complejo de Edipo, la lucha contra la autoridad del padre y
1910 y 1920 para expresar con extrema crudeza no solo su protesta y rebelión contra la
generación de los padres, sino también la negación del orden existente, la crítica y el
hijo que mata al padre. En una variante más moderada, más próxima a la producción
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Para Frenzel, el conflicto con el padre no responde, en las sociedades de carácter patriarcal, a una ley
natural, sino que, por el contrario, lo natural es la obediencia y el respeto al padre; el conflicto depende
más bien de los temperamentos intervinientes, de la ley moral vigente y de las características de la
sociedad. En la literatura antigua la relación conflictiva entre el padre y el hijo se reflejó “sobre todo
como lucha por el poder, por la sucesión del trono” (1980: 58). En la literatura posterior, según Frenzel, la
lucha entre padres e hijos no se produce solo como resultado del complejo de Edipo, sino que surge
“cuando la joven generación ha madurado lo suficiente para independizarse pero la antigua sigue
manteniendo su dominio y también posee todavía la aptitud para ejercerlo” (1980: 58). Si, además, “entre
las generaciones aparecen revoluciones histórico-culturales, en las que el joven por regla general se
adhiere a lo nuevo, se abre más el abismo y se extiende hasta llegar a un antagonismo ideológico y
político” (1980: 58).
literaria de Franz Kafka, el hijo capitula ante el padre dominante y autoritario o se siente
conflicto padre-hijo aparece en toda su intensidad, si bien la figura del padre ya había
sido prefigurada en un fragmento titulado “El mundo urbano” incluido en una anotación
del diario de marzo de 1911. Característico de Kafka aparece aquí el narrador en tercera
persona que, salvo unos pocos pasajes, se introduce en la subjetividad del personaje y
relaciona con la carta que el protagonista, Georg Bendemann, piensa escribirle al amigo
impresión del hijo al entrar a la habitación del padre es verlo como “un gigante”
le presenta como una figura imponente. Esta percepción de Georg se contradice con las
acciones que realiza en las que más bien se produce un intercambio de roles y el hijo se
cambia la ropa interior, y se preocupa por su bienestar. El padre, que parecía débil, viejo
y enfermo, de pronto se trasforma en todo lo contrario y pasa a tener todo el poder. Este
cambio abrupto se produce en el pasaje en que el padre le pregunta si está bien tapado y
el hijo responde que sí (20). De acuerdo con Ingeborg Henel la reacción del padre surge
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Desde el punto de vista histórico-literario, la ubicación de Kafka en relación con el expresionismo ha
oscilado desde considerarlo el “más exitoso de todos los expresionistas” (Sokel, 1959:282) hasta excluirlo
por completo (Raabe, 1967: 171). En realidad, si bien su escritura presenta características particulares
que la singularizan, por su contemporaneidad con los expresionistas es posible encontrar en su obra
rasgos comunes. Precisamente la relación con el padre, que ocupa un papel central tanto en su biografía
como en su expresión literaria, es un motivo que comparte con la generación expresionista.
de la ambigüedad del verbo “tapado” (“zugedeckt”) que, por un lado, remite a la acción
de Georg que lo ha tapado con una frazada, pero, por otro lado, y es como lo entiende
el padre, estar tapado (“zugedeckt”) significa estar vencido, aplastado, en este caso,
haber sido aplastado por el hijo. Todo lo que hasta ese momento había significado
protección se convierte en una amenaza y el padre necesita demostrar que sigue siendo
Georg, que al comienzo se presenta como un personaje activo -quiere escribir una carta,
se quiere casar, parece que va a hacerse cargo de un padre viejo y enfermo-, a medida
que crece la reacción del padre pierde su capacidad de acción, se paraliza y acaba en la
muerte. A partir del momento en que el padre lo acusa hay una evolución interna en el
hijo que desea que el padre se caiga o se golpeé y que el propio padre expresa en la
antítesis: “Es cierto que eras un niño inocente, pero mucho más cierto es que también
fuiste un ser diabólico” (23). Se alude así a la culpa que lleva a la condena a muerte del
hijo que pronuncia el padre y que Georg cumple al arrojarse del puente. La relación
padre-hijo se plantea como una lucha en la que el padre-juez condena a muerte al hijo
“culpable”. Lo que se presenta como absurdo, inverosímil –la muerte real del hijo–
remite sin duda a una interpretación simbólica que el propio Kafka, en una anotación de
su diario del 23 de septiembre de 1912, vincula con Freud, con ese mundo interior que
La Carta al padre, escrita en noviembre de 1919, marca la línea divisoria con el tercer
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Al publicarla en 1953 en el marco de las obras completas, Max Brod anota que no la ha incluido en el
tomo correspondiente de las cartas porque la considera un intento de autobiografía y que en ese sentido es
una elaboración literaria y la relaciona con el psicoanálisis. De hecho, gran parte de los estudios críticos
sobre la obra de Kafka consideran los diarios, las cartas, las narraciones y novelas como un todo estético-
comienzo, Kafka menciona el tema central de la carta que se va a mantener hasta el
final: el miedo al padre, un miedo que ha sentido el niño y que continúa sintiendo el
Motivado por la búsqueda del porqué del miedo, expone, siguiendo su línea vital,
carta contiene una serie interminable de reproches mutuos a través de los cuales se
explicitan los reclamos del padre por el modo de vida elegido por el hijo –la escritura- y
que no responde a las aspiraciones puestas en él como primogénito del cual se espera
que continúe el estilo de vida del padre –típico representante de una familia judía
mientras el padre –judío asimilado– permanece indiferente a lo religioso y exige del hijo
viva. Otros temas de confrontación son el del matrimonio –ya había aparecido en La
condena– que era una exigencia paterna fundamental que el hijo no satisfacía, el
rechazo a los amigos del hijo, la estricta educación recibida que el hijo percibe como
punto de vista, sino también el del padre y en la respuesta del padre se plantea la
cuestión de la lucha. Hacia el final, en las palabras que el hijo le atribuye al padre, este
distingue entre dos clases de luchas: la caballeresca, la suya, y la “del insecto que, al
literario. Por otra parte, esta “carta gigantesca”, como la llama Kafka (1983: 73), nunca llega a manos del
padre.
mismo tiempo que pica, chupa la sangre para alimentarse” (1965: 50), la del hijo. En la
sino que también se concentra todo el desprecio que el padre siente por el hijo a quien
carta. Por otra parte, observa que Kafka ha hecho un análisis y un diagnóstico de la
atadura edípica, por un lado y, por otro, ha elaborado una mitografía del padre al
observó que “en ese tiempo se creyó equivocadamente que Rulfo era realista cuando en
realidad era fantástico. En un momento dado Kafka y Rulfo se estrechaban la mano sin
que nosotros, perdidos en otros laberintos, nos diéramos cuenta” (1985: 172). De igual
“Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la
noche tremenda en que leí la Metamorfosis de Kafka […] había sufrido una conmoción
latinoamericanos refleja la percepción, más bien intuitiva, de una afinidad entre los
lingüísticas y culturas muy disímiles; afinidad que Monterroso trata de definir a partir
los dos el motivo universal de la relación padre-hijo configura un eje importante en sus
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“Naturalmente las cosas no pueden encajar en la realidad como los argumentos de mi carta; la vida es
algo más que un rompecabezas; pero […] hemos llegado, a mi parecer, a algo tan cercano a la verdad, que
puede tranquilizarnos un poco a los dos y hacernos más fácil la vida y la muerte” (1965:51).
El Llano en llamas es el título de la recopilación de cuentos que el escritor mexicano
“Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba
muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para
enraizar está muerta” (1997: 98). Esta afirmación del protagonista de ¡Diles que no me
nostalgia por ese vínculo ausente. La referencia al padre como “cosa” implica una total
amor, protección, apoyo. Sin embargo, la presencia del padre no es siempre una garantía
de afecto y protección. En la primera parte del relato Paso del Norte se plantea un
diálogo entre padre e hijo.5 El cuento comienza abruptamente con el anuncio del hijo de
sus oficios por temor a que le hiciera competencia, que no aceptó a la mujer con la que
se casó; le echa en cara que solo “los crió y los corrió” y lo culpa de que, a causa de ese
abandono, no sabe hacer nada y sufre la miseria. En la demanda del hijo se refleja en
mundo: “—Pero usté me nació. Y usté tenía que haberme encaminado, no nomás
soltarme como caballo entre las milpas” (1997: 122). Por su parte, el padre acusa al hijo
de haberlo dejado abandonado al casarse y buscarlo ahora por conveniencia para que le
cuide la familia. A los ruegos del hijo, el padre reacciona con egoísmo, fríamente, sin
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En general los estudios críticos se refieren particularmente a la segunda parte del cuento para abordar los
temas relacionados con la miseria del campesinado mexicano tras el fracaso de la Revolución, la
emigración de los campesinos y las consecuencias de la reforma agraria y no toman en cuenta este
motivo.
compasión. Actitud que se revela por completo en el desenlace: el hijo regresa sin haber
de un destino inevitable, se refleja en su reacción resignada, sin ira, ante una figura
paterna que una vez más, con su acción y desprotección, se revela como ausente. Por
otra parte, él también –en su papel de padre– abandona a sus hijos y va en búsqueda de
su mujer.
No oyes ladrar los perros, que suele ser considerado el cuento más perfecto de Rulfo,
comienza de manera similar a Paso del Norte, sin embargo aquí es el padre el que inicia
el diálogo mientras lleva cargado a sus espaldas al hijo herido. La imagen de “la sombra
larga y negra de los dos hombres” que en realidad “era una sola sombra, tambaleante”
(1997: 134) remite a una identidad entre padre e hijo al comienzo del relato, sin
embargo la distancia entre ambos irá creciendo a lo largo de la narración a medida que
aflora la ira en el padre. Además, los dos comparten la esperanza de llegar al pueblo y
encontrar curación para el hijo. El narrador destaca el esfuerzo del padre, su cansancio,
el dolor por la presión de las manos del hijo en el cuello. A las preguntas del padre,
Ignacio responde con breves frases o monosílabos de modo que gradualmente el diálogo
se va transformando en un monólogo del padre que ignora los pedidos de hijo de que lo
baje, de que le dé agua, que lo deje dormir –todos indicios de que se está muriendo– y,
por el contrario, insiste en lo que parece un esfuerzo sobrehumano por salvar al hijo. En
el discurso del padre se alterna el uso del tú y del usted para dirigirse al hijo. Si al
comienzo utiliza el tú para preguntarle sobre su estado, luego sólo lo emplea para saber
si Ignacio, desde arriba, puede ver u oír algo que le indique la cercanía del pueblo. El
usted es la voz del reproche, de la decepción porque el hijo ha elegido otra forma de
la que, en la evocación del padre, aparece como fundamental en la relación con el hijo:
hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que a mí me tocaba la he
la potestad paterna, equivale aquí a negar lo que en el hijo hay del padre, en otras
palabras, negar su existencia. Las luces del pueblo y el ladrido de los perros le indican
que ha llegado a su destino, sin embargo, ignorando que el hijo ya ha muerto, le dirige
un último reproche: “¿Y tú no los oías, Ignacio? […] No me ayudaste ni siquiera con
ironía y el absurdo condensados en estas palabras finales, evocan, sin duda, el efecto
Al considerar este cuento algunos críticos destacan la bondad, el amor sacrificado del
padre, que viejo y sin fuerzas, hace lo imposible para llevar a su hijo al médico y lo
(Katra, 1990: 182) frente a un hijo que ha elegido el camino del mal. Sin embargo,
como ya se ha señalado, las acciones del padre están motivadas por un fin egoísta que
tiene como referencia a la madre, no al hijo. Incluso sus últimas palabras remiten a su
propia imposibilidad de cumplir su objetivo, sin advertir que el hijo ya está muerto. Por
otra parte, la falta de la perspectiva del hijo acentúa la ambigüedad del relato.
padre desconocido que, según las palabras de la madre moribunda, los ha tenido en el
corpórea. Por otra parte, la desolación y el desamparo no sólo es atributo de los hijos,
Referencias bibliográficas
García Márquez, G. (1986) “Nostalgia de Juan Rulfo”, en Araucaria de Chile, nro. 33,
Raabe, P. (1967) “Franz Kafka und der Expressionismus”, en: Zeitschrift für deutsche