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Sesion 27.1 La Politica - Indigenista - Stavenhagen PDF
Sesion 27.1 La Politica - Indigenista - Stavenhagen PDF
Rodolfo Stavenhagen
Durante la mayor parte del siglo xx, cuando dirigían el país los gobernantes
que se reclamaban herederos de la Revolución Mexicana, los pueblos indígenas
aparecían y desaparecían del debate público según las circunstancias políticas
y sociales del momento. La participación de los indígenas en las luchas revolu-
cionarias fue indudable, sobre todo en el Centro-Sur del país y en particular la
de aquellos vinculados con el movimiento agrarista encabezado por Emiliano
Zapata. Es comprensible esta participación, ya que durante el siglo anterior, el
de la República Independiente, los indígenas sufrieron despojos, explotación y
discriminación, que los transformaría en verdaderos parias de la nación mexi-
cana (Stavenhagen, 2010).1 Por ello, muchos indígenas se sumaron a las gestas
reivindicatorias de “tierra y libertad,” y apoyaron al movimiento que culminó
en la adopción del Artículo 27 constitucional en 1917. Durante el movimiento
armado, algunos jefes revolucionarios, por cuenta propia, entregaron tierras a
1
Este trabajo está basado en buena medida en la obra citada.
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Desde finales del porfiriato fue discutido por políticos e intelectuales el mal-
llamado “problema indígena.” Para la mayoría de estos hombres públicos los
indígenas habrían de desaparecer como tales, porque su existencia era con-
siderada como un lastre para el país y un obstáculo para su modernización y
progreso. La respuesta que se daba era que los indios debían integrarse lo más
rápidamente posible a la sociedad dominante. En términos étnicos, eso signi-
ficaba que se transformarían en mestizos, y el ejemplo emblemático era, por
supuesto, la figura del presidente Benito Juárez, Benemérito de las Américas,
de origen indígena zapoteco. A lo largo del siglo xix, poco hizo el Estado para
mejorar la condición de los pueblos indígenas.
Hacia finales del siglo xix, algunas voces sensatas aconsejaban ampliar
la responsabilidad del Estado en materia de educación, con el objeto de pro-
porcionar a la niñez indígena la posibilidad de asistir a la escuela para poder
integrarse mejor a la sociedad nacional. Nació así la política indigenista que
durante el siglo xx sería la tónica dominante en el discurso oficial. A los es-
tudiosos que participaban en los asuntos públicos les animaba generalmente
un fuerte sentimiento nacionalista y estaban convencidos de que solamente
una población culturalmente unificada podía terminar de construir una nación
fuerte, capaz de enfrentarse a las potencias extranjeras y de erigir las institucio-
nes que el país necesitaba.
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Cifra probablemente subestimada por las dificultades de levantar censos en las regiones
indígenas aisladas.
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hacia los habitantes de las ciudades. Su éxito fue tal, que ya nadie se atrevería a
afirmar que los indios eran incapaces de acceder a “la civilización,” y los egre-
sados de la Casa decidieron buscar fortuna en la capital en vez de volver a sus
comunidades para ayudar a sus congéneres. En 1933 fue clausurada la Casa del
Estudiante Indígena, y en su lugar fueron creados en distintas regiones varios
internados indígenas (Loyo, 1996; Aguirre Beltrán, 1973).
Problemas de definición
La visión alternativa
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La bibliografía sobre este movimiento es considerable. Baste citar, entre muchas otras
valiosas contribuciones, a Mattiace, Hernández y Rus (2002). Para una visión de conjunto de la
rebelión zapatista, véase Harvey (2000).
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Éste era el tema de la primera mesa de negociaciones. Las siguientes mesas no se reali-
zaron, por lo que los acuerdos firmados cubrieron nada más esta temática.
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Eso no significa que no haya sido posible lograr avances y progresos para sus
comunidades y bases sociales, sin lo cual no habrían podido alcanzar los éxitos
individuales que muchos de sus integrantes lograron en ese periodo. El apoyo
rural e indígena al pri explica la persistencia de los cuadros de ese partido en
el poder estatal en varias entidades de alta población indígena en México hasta
la fecha. Tampoco se puede minimizar la influencia que durante muchos años
mantuvo la Confederación Nacional Campesina (cnc) en el régimen corpora-
tivista que caracterizó al sistema político mexicano.
Como consecuencia de la organización de la sociedad civil, y aprovechan-
do un lenguaje populista, distinto al del indigenismo clásico, que imperaba en
algunos círculos gubernamentales en los años setenta, fue incorporado en el
discurso hegemónico un giro etnicista, en el cual los indígenas aparecían como
víctimas históricas de un largo proceso de opresión y explotación, cuya hora
de liberación colectiva habría de llegar pronto mediante una lucha tenaz, un
objetivo claro y la anhelada auto-organización de la sociedad. Esto había sido
prefigurado en los discursos anticolonialistas y de liberación nacional que eran
corrientes en el entonces llamado Tercer Mundo (Stavenhagen, 1997), y que fue
adoptado en diversos sectores de la población (estudiantes, sindicalistas, movi-
mientos de pobladores urbanos, partidos nacionalistas y de izquierda).
La idea de la multiculturalidad como característica del pueblo mexicano
en su conjunto y el multiculturalismo como respuesta de política pública a
esta diversidad a través de programas y proyectos coherentes en beneficio de
la población indígena tardó en ser aceptada, y es cuestionada y criticada por
muchos actores sociales. Se dice, por ejemplo, que “encerrar” a los indígenas en
sus comunidades con identidades culturales propias sería negarles el camino
al progreso y el desarrollo. Reconocer legalmente sus usos y costumbres sería
negar derechos humanos individuales a sus miembros, sobre todo a las muje-
res indígenas. Desarrollar el plurilingüismo contribuiría a mermar la unidad
nacional y a incitar al odio interracial entre los mexicanos. Por otra parte, hay
quienes se preguntan si el multiculturalismo no es una mera distracción que
sirve a las clases dominantes para mantener una estructura altamente desigual
en lo económico y social.
Una de las controversias más agudas ha tenido lugar en torno a la cues-
tión de los derechos individuales y colectivos, como si éstos fueran mutuamente
excluyentes. Ante la demanda indígena por el reconocimiento de los pueblos
como sujetos de derecho y por la autonomía como una forma de ejercicio de sus
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los propios indígenas. Por ello, y porque está fundamentada en perspectivas filo-
sóficas divergentes, no será resuelta en lapso breve.
Con frecuencia se afirma que el derecho indígena discrimina contra las
mujeres y se citan ejemplos de la discriminación que sufren las mujeres en sus
propias comunidades a mano de los varones indígenas. Respondiendo a estas
preocupaciones y a esta realidad, una de las primeras medidas adoptabas por
el ezln en las áreas bajo su control en 1994 fue la adopción de una Ley de
Derechos de las Mujeres. Esta apertura estimuló la creciente participación de
las mujeres en la vida política y social de las comunidades zapatistas y tuvo un
efecto indirecto en numerosas organizaciones de la sociedad civil con crecien-
te participación de mujeres indígenas. Los derechos de las mujeres indígenas
figuran ahora de manera prominente en las diversas leyes estatales y en los
programas de gobierno para los pueblos indígenas.
Si bien a principios del siglo xx se hablaba en México todavía de razas
indígenas, este término de connotaciones biológicas que ha sido usado a lo
largo del siglo pasado como un instrumento para discriminar en contra de los
pueblos así denominados fue sustituido en el lenguaje oficial por el concepto
de comunidad. Los indígenas, se decía, son aquellos mexicanos que viven en
comunidades indígenas, y éstas tienen determinadas características lingüísticas,
culturales y sociales que comparten en común, tales como un territorio, un
ambiente, una historia compartida. A los criterios culturales se agrega ahora la
autodefinición, que ha sido recogida en el derecho internacional. En el futuro
será necesario precisar el término de pueblo indígena y comunidad indígena
para definir a los sujetos de los derechos de libre determinación y autonomía
incluidos en la Constitución.
Como la sociedad civil en general, las organizaciones indígenas represen-
tan un conjunto de intereses y tendencias diversas que no han logrado consti-
tuir un movimiento indígena unificado y bien estructurado. Aún cuando una
parte del liderazgo indígena proviene efectivamente de las bases comunitarias
y se encuentra vinculado con la problemática local y regional, más que con las
preocupaciones políticas nacionales, también es cierto que con frecuencia las
estructuras políticas partidistas y las instituciones oficiales han contribuido a
captar y cooptar a los líderes indígenas, debilitando así la capacidad de acción
independiente y autónoma de los conjuntos indígenas. El movimiento indíge-
na ha contado con la simpatía y frecuentemente con el apoyo activo de sectores
de la sociedad civil, sobre todo de aquellos vinculados con la defensa de los de-
la política indigenista del estado mexicano 43
rechos humanos, pero las alianzas efectivas entre las organizaciones indígenas y
otras organizaciones populares, gremiales, sindicales, campesinas, estudiantiles
han sido frágiles y pasajeras en el mejor de los casos. El activismo indígena
tuvo un impacto importante durante las negociaciones de paz entre el gobierno
y el ezln a mediados y fines de los noventa, pero no tuvo la fuerza suficiente
para intervenir de manera efectiva en el debate sobre la reforma indígena en
el Congreso de la Unión. Desde entonces, este movimiento se ha debilitado y
fragmentado aún más, por lo cual no está bien estructurado el actor social y
político que más interés y capacidad tendría para hacer efectiva la legislación
nacional y los nuevos instrumentos internacionales de derechos humanos.5
5
La ONU promulgó la Declaración de la ONU sobre los derechos de los pueblos indí-
genas en 2007.
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satisfacción de las necesidades de los muchos, en vez de los beneficios para unos
cuantos. Uno de los derechos internacionales en los que más están insistiendo
los pueblos indígenas es en el derecho al consentimiento previo, libre e infor-
mado, que poco a poco se va insertando en los regímenes jurídicos domésticos
(legislación especial, fallos de los tribunales). No siendo una característica in-
mutable y eterna, la identidad indígena se ha ido acoplando a los vaivenes de
la economía globalizada. El mismo espacio que permite la existencia de una
ciudadanía multicultural también presiona para que las identidades sean con-
sideradas como una mercancía más de la globalidad, que puede ser construida
voluntariamente, negociada con el poder, vendida al mejor postor y consumida
por una ávida clientela.6 Un futuro poco alentador para los pueblos indígenas
de México, quienes merecen un elenco más amplio de posibilidades en un país
multicultural, al iniciar el camino hacia el tricentenario. Construir una ciuda-
danía indígena multicultural es tener otra visión de país, un país más justo, más
equitativo, respetuoso del medio ambiente, protector de los bienes colectivos,
constructivo y no destructivo, pacífico y no violento, en el cual puedan convivir
los individuos, los pueblos y las culturas.
No cabe duda que en el plazo de un siglo ha cambiado la relación entre
el Estado mexicano y los pueblos indígenas. Pero a pesar de la retórica política,
el discurso de los derechos humanos, la legislación nacional e internacional, así
como los considerables cambios socioeconómicos y demográficos, esa relación
aún denota una problemática no resuelta de la sociedad mexicana. En términos
generales, debemos reconocer que los ideales progresistas de algunos sectores
involucrados en el movimiento revolucionario mexicano de principios del siglo
xx, que se cristalizaron en torno a la reforma agraria y la escuela rural, impri-
mieron una línea ideológica a la acción indigenista de la primera mitad del si-
glo, que se cristalizó en la primera etapa del indigenismo oficial. No solamente
se trataba de “mexicanizar al indio”, mediante medidas de asimilación y moder-
nización dirigidas por el Estado benefactor hacia las comunidades marginadas
y tradicionales, sino también se pensó llegar así a la integración de una nación
más igualitaria, equilibrada y fuerte frente a las presiones del exterior. En un
proceso de aculturación dirigido desde el Estado, los pueblos indígenas estaban
destinados a desaparecer como tales. Quedarían, como recuerdo de un glorioso
6
El Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart) de la Secretaría de Des-
arrollo Social, ha tenido un importante papel en este proceso desde su creación en 1974.
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Bibliografía