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Cuando se emprende el estudio de una obra literaria, los epígrafes suelen ser
desaprensivamente olvidados. A lo sumo se llega a establecer una vaga relación entre
ellos y el texto que encabezan, pero rara vez se advierte el fenómeno de intertextualidad
que suponen, fenómeno más o menos notorio, en mayor o menor medida
voluntariamente buscado por el autor, pero siempre significativo.
Verdad es que en algunas ocasiones la función de los epígrafes es casi ornamental y
obedece, más que a una necesidad interna de la obra, a ciertos hábitos personales o de
época. No es ése el caso de los epígrafes que Esteban Echeverría ha incorporado a La
cautiva: tal como intentaremos mostrar en el presente trabajo, esos epígrafes
constituyen un ingrediente fundamentalísimo del poema. Sin embargo, dentro de la
copiosa bibliografía que existe sobre Esteban Echeverría y La cautiva, es
particularmente notable el escaso interés otorgado por la crítica a los epígrafes de la
obra1. Tan poco se los ha tenido en cuenta que las ediciones anotadas2 no aclaran su
procedencia: se limitan a ofrecer -y no siempre- una breve síntesis de la vida y obra del
autor de cada uno de ellos y a señalar la importancia de aquél dentro del movimiento
romántico o en relación con Echeverría. Por añadidura, los editores ni siquiera suelen
respetar la ubicación que los epígrafes tienen en la edición original3. Sucede que, en
líneas generales, los críticos no han advertido hasta qué punto, una vez integrados en La
cautiva, los epígrafes forman parte del poema como cualquiera de los versos escritos
por Echeverría.
I. Epígrafes y literatura nacional
En su totalidad los epígrafes provienen de obras europeas. Los autores son los
románticos del momento -Byron, Hugo, Manzoni, Lamartine-, los máximos poetas
del quattrocento italiano -Dante y Petrarca-, reivindicados como «románticos» ya desde
fines del siglo XVIII, y los igualmente prestigiosos Moreto y Calderón4 -no olvidemos
el interés que suscitó entre los románticos europeos el teatro español del siglo de oro.
Los epígrafes revelan no sólo que Echeverría conocía las obras de sus
contemporáneos europeos y se entusiasmaba con la nueva literatura, sino que compartía
las preferencias de aquéllos con respecto a poetas de siglos anteriores5.
La incorporación de estos epígrafes en una obra como La cautiva, que
pretende pintar algunos rasgos de la fisonomía poética del Desierto, considerado
como nuestro mas pingüe patrimonio y del que ha de sacarse poesía para nuestro
deleite moral y fomento de nuestra literatura nacional6, significa la búsqueda
consciente de una síntesis entre lo europeo -en sus aspectos más válidos- y lo
americano. Esa síntesis supone tanto una americanización de lo europeo como una
europeización de lo americano. No debe olvidarse que Echeverría propugnó la
elaboración de una literatura nacional de real jerarquía, tal como la habían logrado las
naciones evolucionadas de Europa. Proponía para ello beber en las fuentes europeas -
especialmente en Francia, piscina de regeneración7- y, a la vez, nutrirse de la realidad
del país:
preciso es, si se quiere conquistarla [...] se refiere a la
literatura nacional [...], que aparezca revestida de un carácter
propio y original, y que reflejando los colores de la naturaleza
física que nos rodea, sea a la vez el cuadro vivo de nuestras
costumbres, y la expresión más elevada de nuestras ideas
dominantes, de los sentimientos y pasiones que nacen del
choque inmediato de nuestros sociales intereses y en cuya
esfera se mueve nuestra cultura intelectual8.
Epígrafe general
Byron
En todo clima el corazón de la muger es tierra fértil en
afectos generosos: -ellas en cualquier circunstancia de la vida
saben, como la Samaritana, prodigar el óleo v el vino12.
El verso de Hugo se adecúa de modo estricto al canto que encabeza, por cuanto
Echeverría no sólo intenta mostrar en éste la inmensidad del desierto vacío, sino que
incluye la desenfrenada cabalgata de los indios después del malón16.
Pero el valor del epígrafe no se ciñe con exclusividad a esta parte de la obra, ya que
toda La cautiva presenta el desierto en su vastedad solitaria y el peregrinaje de los
protagonistas a través de ella. Se destaca así que el espacio sólo alcanza pleno
significado en relación con el hombre17, y se anticipa la travesía de la infeliz pareja.
Las dos aseveraciones que encierra el epígrafe se modulan en otros, cantos, a veces
de modo explícito: a) Ils vont: Ella va (III, v. 41); Ella marcha (III, v. 46); Ella va (III,
v. 51); Tristes van (III, v. 286); Ellos van (III, v. 303); [...] Con indiferente paso / Se
encamina al parecer (IX, vv. 70-71); Día y noche ella camina (IX, v. 137). b) L' espace
est grand: [...] El Desierto / Inconmensurable, abierto, / Y misterioso á sus pies / Se
extiende: [...] (I, vv. 3-6); Pronto sale de aquel monte / De paja, y mira delante /
Ilimitado horizonte, / Llanura y cielo brillante, / Desierto y campo do quier (IX, vv. 72-
76)18.
En ocasiones, ambos enunciados se asocian en un mismo fragmento: Ellos van. -
Vasto, profundo / Como el páramo del mundo / Misterioso es el que pisan; (III, vv.
311-313); Así, huyendo á la ventura, / Ambos á pie divagaron / Por la lóbrega
llanura, (V, vv. 1-3)19; Turbios, confusos y rojos / Se presentan á sus ojos / Cielo,
espacio, sol, verdura, / Quieta, insondable llanura / Donde sin brújula vaga (IX, vv.
222-226); Suelen en aquella altura / Dos luces aparecer; / Que salen, y habiendo
errado / Por el desierto tranquilo. / Juntas á su triste asilo / Vuelven al
amanecer. («Epílogo», vv. 93- 96).
Dante20
El solo nombre de Dante, unido a los versos transcriptos21, remite a la Divina
comedia y trae connotaciones infernales. La idea global de infierno que suscita el
epígrafe se desarrolla en «El festín» a través de dos factores primordiales: el claroscuro
de las hogueras en la noche y la tribu, presentada como un conjunto de seres
demoníacos. Los elementos de ese infierno se reducen en el epígrafe a imágenes
auditivas, que son también predominantes en los versos de Echeverría. Tal preferencia
del autor ha de atribuirse a la intención de lograr un clima de confuso misterio en esa
visión nocturna de la pampa. Por otra parte, como Echeverría no traduce el epígrafe,
cabe suponer que ha querido subrayar el aspecto auditivo de esos versos22.
Las imágenes auditivas abarcan una gama variada, que incluye desde los sonidos
más leves -De repente todos callan, / Y un sordo murmullo reina, / Semejante al de la
brisa / Cuando rebulle en la selva; (vv. 201-204) -hasta los más estruendosos -Y el
disonante alarido / Otra vez el campo atruena (vv. 207-208)-, pasando por múltiples
matices intermedios. Estas imágenes se pueden agrupar teniendo en cuenta la
enunciación del epígrafe: a) orríbili favelle: este aspecto del epígrafe se vincula con el
extraño modo de hablar del indio, que aparece fundamentalmente en el canto de guerra
(vv. 143-194)23. b) Parole di dolore: numerosas expresiones de dolor físico o espiritual
surgen tanto de los cautivos como de la tribu: Pronto un profundo silencio / Hace á los
lamentos tregua, / Interrumpido por ayes / De moribundos, ó quejas, (vv. 251-254)24.
Por otra parte, fiel a su visión romántica de la naturaleza, Echeverría atribuye un dolor
casi humano a los animales de la pampa; Los gemidos infantiles /Del ñacurutú se
mezclan; / Chillidos, aúllos tristes / Del lobo que anda á la presa, (vv. 259-262)25.
c) accenti d' ira: la ira, que nace en los indios al recordar la muerte de sus guerreros y se
acrecienta por la embriaguez, se manifiesta de modos diversos, entre los que se
encuentran acentos de ira: Se ultrajan, riñen, vocean (v. 218)26. d) Voci alte e fioche:
corresponden a los gritos o alaridos de los indios y a los chillidos y aúllos de los
animales. También: Oyense voces confusas, / Medio articuladas quejas, / baladros cuyo
son ronco / En la llanura resuena, (vv. 197-200)27. e)suon di man con elle: abarca tanto
el aplauso de las indias (v. 79) como el palmoteo del indio sobre la boca (v. 206).
f) Facévan un tumulto: todo el festín culmina en tumulto y matanza (v. 243)28.
Calderón29
Manzoni
Este epígrafe causa sorpresa y convoca la expectativa del lector, por cuanto en la
tercera parte Brian y María se han alejado de los indios, que permanecen dormidos, y
nada hace pensar en muertos y sangre. Echeverría empieza el canto con la palabra
inicial del último verso del epígrafe: Todo estaba silencioso (v. 1); establece así una
continuidad, pronto quebrada por la descripción del plácido amanecer.
El epígrafe ha dejado la expectativa de un episodio sangriento, que se concreta a
partir del verso 21: la venganza cristiana. Los versos de Manzoni anticipan el resultado
de la acción principal de este canto y han preparado el ánimo del lector para que la
matanza no lo sorprenda y le desagrade.
Después del «malón» cristiano -que tiene muchos puntos de contacto con la tercera
parte-, Echeverría recrea esos versos: Viese la yerba teñida / De sangre, hediondo y
sembrado / De cadáveres el prado / Donde resonó el festín, (vv. 91-94).
Parte quinta: El pajonal
DANTE
Sin embargo, el tema queda teñido por cierta indefinición que proviene del modo -
presumiblemente deliberado- de recortar el texto de Dante que, aislado de su contexto,
se torna plurisignificativo.
En efecto, los versos forman parte de una exhortación de Virgilio a Dante, y el
modo verbal es imperativo:
Unido al título, anticipa el desarrollo de este canto: María espera, á su lado [de
Brian], / Con corazón agitado, / Que amanecerá otra aurora / Mas bella y
consoladora; (vv. 21-24)38.
Brian está vencido, pero María, que se sobrepone a su debilidad, tiene aún
esperanza. El narrador exclama, parafraseando el verso de Moreto: [...] ¡Cuan larga /
Aquella noche y amarga / Sería á su corazón, (vv. 108-110). Hasta este momento, la
actitud de los personajes ha sido estática; a partir de los versos que acabamos de
consignar se reanuda la actividad: la cercanía de un tigre compele a María a la acción.
La sexta parte constituye una etapa de sosiego en el ritmo de la obra. Se crea, ya
desde el título, un tiempo psicológico que discurre con lentitud para los personajes y
relaja la tensión del lector hasta la aparición del tigre.
Antar
Esta parte es la única que lleva dos epígrafes. Existen relaciones mutuas entre ellos
y de ambos con respecto al texto que encabezan. La lectura de uno a continuación del
otro revela una gradación semejante a la de los acontecimientos presentados en el canto.
Anónimo
Petrarca
La muerte parecía
Bella en su rostro bello44.