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Cuando nuestro país aún no era independiente y se llamaba Nueva España, la expresión artística

estaba al servicio de la corona española y de la Iglesia católica, bajo el control de los


peninsulares y los criollos. Con la pintura española siempre como referente, a los artistas
novohispanos les correspondió la difícil tarea de plasmar las emociones de una sociedad en
discrepancia y fusionarla a través de su mano y su pincel.Gracias al magnífico desarrollo del arte
europeo, el Nuevo Mundo gozó de inspiración y se le convidó de las delicias estilísticas que se
hallaban del otro lado del Atlántico.

Dedicados principalmente a la pintura sobre madera, lienzo o lámina de cobre, los artistas
plásticos de la Nueva España en los siglos XVI y XVII eran manieristas (1) —al menos hasta
mediados de 1600, cuando, de manera directa, asimilaron la atmósfera del barroco—. Más
adelante, con la fundación de la Academia de San Carlos en 1783, los novohispanos pudieron
convertirse en artífices de una nueva forma de ver el mundo. Al crear su propia escuela y formar
a sus discípulos con gustos y preferencias específicas, los pintores de la Nueva España sentaron
las bases de una corriente que, sin prescindir del modelo europeo, encontró una expresión
particular que le daría personalidad propia.Demos, pues, un vistazo a la pintura novohispana y
revisemos los nombres de los pintores que le dieron vida a los retablos que, entre muchos otros
lugares, engalanan la Catedral Metropolitana, la iglesia de Santa María Tonantzintla en Puebla y
la de La Profesa, que tiene una gran pinacoteca.

Hoy todas estas obras constituyen una parte importante del acervo pictórico de nuestro
país.Sebastián López de Arteaga, Luis Lagarto, Alonso López de Herrera, Andrés de Concha, Juan
Cordero, Francisco Antonio Vallejo, José de Alcíbar y muchos otros son grandes artistas de la
época en los que no podremos ahondar en estas páginas, aunque no descartamos la posibilidad de
hacerlo en una futura edición.

Miguel Cabrera (1695-1768)Miguel Mateo Maldonado y Cabrera es el nombre completo de este


artista que define mejor que ningún otro el quehacer plástico de mediados del siglo XVIII. Fue
pintor de cámara del arzobispo de México y se le adjudican cerca de 300 obras. Su pintura
Nuestra Señora de Guadalupe llegó a la vista del papa Benedicto XIV quien, admirado, exclamó
que nunca antes en ninguna nación había ocurrido un milagro como el del cerro del Tepeyac, en
la Nueva España, lo que convirtió a Cabrera en el pintor de cabecera de la Guadalupana.También
destacó en el género del retrato, pues no se limitaba a la aplicación de fórmulas conocidas, sino
que, a pesar de ellas, proyectaba a los sujetos y pintaba su individualidad. Sus magníficos
retratos de las monjas Sor Juana Inés de la Cruz, Sor Francisca Ana de Neve y Sor Agustina
Arozqueta son tres homenajes a su intelecto, belleza y obra. Otros retratos importantes son:
Doña Bárbara de Ovando y Rivadeneira y su ángel de la guarda, Doña Luz de Padiña y Cervantes —
que se encuentra en el Museo de Brooklyn— y Fray Toribio de Nuestra Señora, entre otros.
Juan Correa (1645-1716)Originario de la ciudad de México, es uno de los pintores más destacados
de finales del siglo XVII y principios del XVIII. De ello da cuenta su obra en la sacristía de la
Catedral Metropolitana, que sería suficiente para acreditarlo como una figura indiscutible.Uno de
sus trabajos más asombrosos es el llamado Asunción y coronación de la Virgen; realizaba obras
tanto de temas religiosos como profanos, pero su trabajo pictórico es mucho más extenso: dos
colaterales en la iglesia de San Pedro y San Pablo y el Apocalipsis lo prueban. Correa fue un
novohispano que defendió siempre la figura del pintor para ser calificado como un artista.

La familia Echave

Baltasar de Echave Orio (1558-1623), vasco de nacimiento, llegó a México en 1573. Su formación
estética se cimentó en los rescoldos del renacimiento, por lo que pronto acusó la influencia del
manierismo florentino. Ejecutó muchas obras importantes en conventos e iglesias, entre las que
se encuentra el espléndido retablo de Santiago de Tlatelolco, pintado en 1609.

Baltasar de Echave Ibía (h. 1600-1644) fue el segundo de tres generaciones de pintores con el
mismo nombre. Cobijado siempre bajo la fama de su padre y su hijo es, sin embargo, el más
representativo de los tres, dado el momento histórico y la influencia manierista que ejerció en la
Nueva España. Tenía cierta predilección por las tonalidades azules, de lo que es una muestra
excepcional la Inmaculada Concepción.

Baltasar de Echave y Rioja (1632-1682) nació en la ciudad de México y fue una importante figura
del barroco en la Nueva España. Su producción artística se caracterizó por una pincelada suelta
que brindaba la sensación de movimiento a sus obras, como en El martirio de San Pedro Arbués y
El entierro de Cristo. Fue el último de la dinastía y supo mantener el prestigio, al tiempo que
acrecentó el acervo familiar de los tres prolíficos artistas.

José de Ibarra (1688-1756)Fue alumno de Juan Correa y tuvo influencia de algunos de los mejores
pintores de la época, lo que lo convirtió en uno de los más famosos y fecundos artistas del
virreinato. Se dice que era un pintor de dibujo fácil, aunque su Autorretrato muestra un trabajo
de mayor brío.Al igual que sus colegas contemporáneos, se dedicó a la pintura religiosa, en
particular en la Catedral de la ciudad de México, con el retablo de la capilla de la Purísima
Concepción. En la Catedral de Puebla realizó La Inmaculada, La Asunción, La invocación de María
por Jesús Niño y la Adoración del Santísimo Sacramento, obras que se encuentran situadas en
torno del coro. En la capilla de San José, del noviciado jesuita de Tepotzotlán, realizó el
Patrimonio de San José, el Tránsito de San José y La huida a Egipto.
Los hermanos Rodríguez Juárez

Nicolás Rodríguez Juárez (1667-1734) fue miembro de una importante dinastía de pintores
novohispanos, bisnieto de Luis Juárez, nieto de José Juárez, hijo de Antonio Rodríguez y hermano
de Juan Rodríguez Juárez (1675-1728). Su principal actividad era el sacerdocio, pues se inició en
las labores religiosas luego de quedar viudo, lo cual explica cabalmente la diferencia en la
calidad de las obras de su primera etapa y las que firmó al final de su vida, trabajos de mucho
menor cuidado y de hechura más débil. Su primera obra, firmada en 1690, es el Profeta Elías.
También destaca el Retrato del niño Joaquín Manuel Fernández de Santa Cruz.A su hermano Juan
se le considera un artista con conciencia nacionalista, pues si bien nunca descuidó los temas
religiosos, imprimió en sus obras un sentido de pertenencia. Como todo artista de la Nueva
España, dedicó algún tiempo a los retratos, entre los que destacan su Autorretrato y el del
Arzobispo José de Laciego. De suma importancia resulta también el lienzo que pintó para el
Retablo de los Reyes de la Catedral Metropolitana: Adoración de los Reyes —que es posible
apreciar en una escena de la cinta Enamorada (1946) de El Indio Fernández, dentro de la Capilla
Real de Cholula.

Cristóbal de Villalpando (h. 1649-1714)Se le considera uno de los pilares de la pintura colonial y
«el pintor por excelencia» de la etapa barroca en la Nueva España. Sumamente prolífico, nació
en la ciudad de México y se dedicó a expresar su arte principalmente en composiciones
monumentales, en las que es notoria su evolución: desde el uso de tonos oscuros y sombríos hasta
la aplicación de colores de enorme luminosidad, como en Apoteosis de la eucaristía, realizada en
1688 para la Catedral de Puebla.

Si bien la pintura de la Nueva España, según sus críticos, se dedica a la copia de grabados y no
goza de originalidad, debe enfatizarse que lo que se encuentra en los retablos no es la
personalidad del artista, sino la habilidad de un artesano. Además, es necesario recordar que el
ansia por ser original no era una finalidad en aquellos tiempos; el profundo respeto por las
tradiciones impedía a los pintores desviarse de los modelos consagrados. Aun así, el arte
novohispano es un fiel retrato de una sociedad que comenzaba a salir del cascarón.
Manierismo

La pintura manierista es un estilo artístico que predominó en Italia desde el final del Alto
Renacimiento (ca. 1530) y duró hasta alrededor del año 1580 en Italia, cuando comenzó a ser
reemplazado por un estilo más barroco, pero el manierismo nórdico persistió hasta principios
del siglo XVII por gran parte de Europa1hacia el año 1610. Se inició en la Roma de los Papas Julio
II y León X, y se difundió por el resto de Italia y de Europa.

El término «manierismo» proviene de maniera moderna (término que profiere de la Vite de Vasari),
en referencia a aquellas obras que se decían realizadas a la manera de los grandes maestros
del Alto Renacimiento. La imitación de las obras de Leonardo, Rafael y Miguel Ángel hace que se
produzcan imágenes artificiosas. En cierto sentido, la propia grandeza de esos maestras cerraba
las vías a la creatividad artística, y a las jóvenes generaciones no les quedaba sino la imitación. Es
un arte propio de la época de crisis, tanto económica como espiritual en el medio de la Reforma
protestante; los diversos problemas se ven simbolizados en el Saco de Roma en 1527. Los
comitentes no son burgueses, sino los aristócratas, mecenas que deseaban
complicadas alegorías cuyo sentido no siempre es claro. Resultaba un estilo inadecuado para el
tema religioso, por lo que en la Contrarreforma se optó por otras formas más apropiadas.

No se intenta representar la realidad de manera naturalista, sino que se hace extraña, un poco
deformada, como un capricho. Los cuadros ya no transmiten el sereno orden y equilibrio del Alto
Renacimiento sino que se inclinan por representaciones anticlásicas, intrincadas y complicadas en
cuanto a su sentido. Los modelos adoptan posturas complicadas. Se las representa de manera
desproporcionada, elásticas, alargadas. La perspectiva es infinita. El manierismo resulta refinado y
de difícil interpretación, debido tanto a su sofisticación intelectual como a las cualidades artificiales
de la representación. La luz no es natural sino fría y coloreada de manera antinatural, lo mismo que
los colores: son extraños, fríos, artificiales, violentamente enfrentados entre sí, en vez de apoyarse
en gamas.

Miguel Cabrera.
Miguel Cabrera (1695 Fue un artista muy prolífico, más preocupado por satisfacer la enorme
cantidad de encargos que llegaban a su taller, que por la calidad de los mismos. El tema mariano,
y más concretamente la Virgen de Guadalupe, ocupa gran parte de su obra; sobre esta materia
escribió Maravilla americana y conjunto de raras maravillas observadas con la dirección de las
reglas del arte de la pintura (1756).

Fue pintor de cámara del arzobispo José Manuel Rubio y Salinas y fundador en 1753 de la primera
academia de pintura de México.

De su vasta producción destaca el Retrato de sor Juana Inés de la Cruz (1751), el Vía Crucis de
la Catedral de Puebla y los cuatro lienzos ovalados del crucero de la catedral de México. También
es autor de multitud de imágenes de santos repartidas por numerosos museos, conventos e
iglesias, como el San Ignacio de Loyola y la Virgen del Apocalipsis de la Pinacoteca Virreinal de
México, [[Distrito Federal (México)|Ciudad de México],o el Martirio de san Sebastián de la iglesia
de Taxco (Guerrero), sitio del que además, es sobresaliente el conjunto de pinturas de su sacristía.
Su arte se muestra espléndido en las obras de pequeño y mediano formato, sobre todo en las
pinturas que tienen planchas de cobre como soporte. En ellas destacan sus cálidos y vivos colores,
sin parangón en la escuela novohispana del siglo XVIII, así como su firme dibujo y las poéticas
expresiones de los rostros de sus Vírgenes, Santos e incluso retratos de personajes de su tiempo.

Cabrera fue extraordinariamente prolífico. Hasta tal punto, que se supone que su taller debió estar
organizado de forma similar a una cadena de montaje, en el que cada miembro del mismo se
especializaba en una tarea concreta. Durante los últimos veinte años, un incompleto y apresurado
recuento nos da como resultado que más de una cincuentena de obras firmadas por el artista se
han vendido en lugares como Nueva York, Miami, Madrid o París. Pese a ello, la calidad media se
sus obras se mantiene habitualmente muy estable en niveles comparativamente elevados.

Cabrera fue el mayor colorista del continente americano durante el siglo XVIII. Naturalmente, sus
composiciones derivan (en ocasiones literalmente) de estampas de origen español o flamenco. El
fortísimo influjo murillesco sobre sus producciones nos hace pensar que debió trabajar en el taller
de los hermanos Rodríguez Juárez, entonces en la cima de su gloria, en la ciudad de México.
Desde luego, Cabrera parece beber en las fuentes del más joven de los Rodríguez Juárez, Juan,
sin duda el más importante de los seguidores novohispanos del pintor sevillano.

Contra lo habitual en su época, en la que la España peninsular desdeñaba la producción pictórica


novohispana salvo para los cuadros devocionales (destinados en su mayoría a oratorios privados y
a conventos de monjas, donde todavía quedan algunos), un alto número de obras suyas o de su
taller fueron enviadas a la península, incluso después de su muerte. Habían sido encargadas o
adquiridas post mortem por numerosos donantes, entre los que figuraban miembros de las más
importantes (y cultas) familias españolas con responsabilidades de gobierno en el continente
americano, como los marqueses de Altamira, los Gálvez y los Mayorga.

Miguel Cabrera está presente en numerosas colecciones públicas y privadas españolas (por
ejemplo la expléndida serie de castas del Museo de América de Madrid, quizás una de sus obras
maestras).Últimamente (diciembre 2008), este museo ha enriquecido su patrimonio con la
adquisición de otras dos obras del pintor. El aprecio y la cotización en el mercado del arte por las
obras de este artista ha crecido de forma vertiginosa durante el último cuarto del siglo XX. En
Madrid se ha llegado a pagar en subasta pública 150.000 euros por una obra suya (2004). Sin
embargo, últimamente se han comunicado precios notablemente superiores por algunos cuadros
de castas pintados sobre cobre.

Cristóbal de Villalpando
Aunque no se tiene la certeza, se puede inferir que el pintor nace en la Ciudad de México en el año
de 1649. Poco es lo que se conoce acerca de su infancia y adolescencia, siendo los primeros
datos conocidos la fecha de su boda en el año de 1669 (de donde se hace un cálculo de su fecha
de nacimiento de acuerdo a la edad que podría tener al momento de contraer nupcias). Se casa
con María de Mendoza con quien tendría cuatro hijos.

Los primeros trabajos localizados de Villalpando se remontan al año de 1675 en el retablo mayor
del convento franciscano de San Martín de Tours de Huaquechula donde se encuentran 17
pinturas suyas; sin embargo no debe tomarse esa fecha como el inicio de su trayectoria artística.
Sin lugar a dudas,Villalpando fue uno de los pintores de la ciudad de México más destacado
durante los últimos años del siglo XVII, prueba de ello es el ciclo de pinturas triunfalistas que le
fueron encargadas por el cabildo de la Catedral de México, para decorar los muros de la sacristía
de dicho templo. Los lienzos que ejecutó para esa ocasion fueron El triunfo de la Iglesia católica, El
triunfo de san Pedro, El triunfo de san Miguel (conocido como La mujer del Apocalipsis) y La
aparición de san Miguel en el Monte Gárgano. Lamentablemente y a causa quizá de fallas
tectónicas en las bóvedas del edificio, Villalpando no pudo concluir el ciclo de seis lienzos, mismos
que acompletó Juan Correa, pintor de origen mulato y contemporáneo suyo, quien asimismo gozó
de prestigio como pintor; a él se deben los lienzos La entrada triunfal de Cristo a Jerusalén y La
asunción de María.

Con motivo de la interrupción de los lienzos catedralicios mexicanos, Villalpando se trasladó a


Puebla de los ángeles, ciudad donde asimismo intervino en la Catedral. Allí realizó el óleo conocido
como Glorificación de la Virgen, en la bóveda de la Capilla de los reyes, ubicada en el testero del
templo metropolitano. Para diversos autores, como Rogelio Ruiz Gomar, Clara Bargellini, Juana
Gutiérrez Haces, Pedro Ángeles o Marcu Burke, la producción plástica de Villalpando durante este
periodo fue el de mayor originalidad, pese a sus contínuas referencias a Rubens.

También es digno de mención la cantidad de obra suya que se encuentra en el templo de la


Profesa en la ciudad de México. Muchos autores encuentran en su estilo, influencias de los
pintores españoles de la época, así como la del círculo artístico que le rodeaba en la capital de la
Nueva España y sin embargo aún conservó y desarrolló un estilo propio.

Fue reconocido por el gremio de pintores como un elemento importante, y en un par de ocasiones
encabezó la agrupación.

Llegó a la vejez siendo un personaje renombrado y aún realizó algunos encargos en la última
década de su vida. Se reconoce la influencia estilista en generaciones posteriores. Es considerado
uno de los últimos autores de la pintura barroca hispana, posterior a su muerte y a lo largo de todo
el s. XVII, toda la plástica novohispana tomaría un camino distinto.

JUAN CORREA
Juan Correa (ciudad de México, 1646 - 1716) pintor novohispano, estuvo activo entre 1676 y
1716. Su pintura abarca temas religiosos tanto como profanos. Se considera que una de sus
mejores obras es la Asunción de la Virgen de la Catedral de la Ciudad de México; varias de sus
obras de tema Guadalupano, llegaron aEspaña; también pintó temas Guadalupanos
en Roma (1669).

Juan Correa, Cristóbal de Villalpando y Miguel Cabrera son los tres grandes de la pintura barroca
mexicana del siglo XVIII.

Juan Correa, trabajó intensamente de 1671 a 1716 y alcanzó gran prestigio y fama por la
calidad de su dibujo y la dimensión de algunas de sus obras. Entre las más conocidos:
Apocalipsis en la Catedral de México, La conversión de Santa María Magdalena, hoy en la
Pinacoteca Virreinal y Santa Catarina y Adán y Eva arrojados del paraíso este último en
el Museo Nacional del Virreinato de Tepotzotlán.1
Juan Correa , activo 1674 – 1739
Se establece fecha de nacimiento en 1646 en la ciudad de México. Aunque otros estudiosos
fijan que trabajó de 1676 a 1739. Intervino como maestro en valuaciones de obras como las
Pedro de la Sierra, los de Juan Isidro, los de Mateo Martínez de la Colina, los del capitán
Antonio Xiraldo, y los de Juan Millán de Poblete. Fue maestro de José de Ibarra. Mucha de su
obra, sobre todo las de tema Guadalupano, llegaron a España. En 1669 pintó para la capilla de
los Santos Españoles, de la ciudad de Roma, una Virgen de Guadalupe con las cuatro
apariciones y San Juan Evangelista. Tiene obras de tema religioso y profano, con asuntos
humanísticos e históricos, que son dos biombos de cama. Dos de sus obras decoran, junto con
los de Cristóbal deVillalpando, la sacristía de la Catedral de la Ciudad de México, y representan
la Asunción de la Virgen y la Entrada de Jesús a Jerusalén. Firma en 1700 un San Sebastián
que se guarda en el templo de Analco en Puebla; en 1703 una Virgen de Guadalupe de
propiedad particular; en 1704 un Animas; en 1710, el Retrato del Príncipe Luis Fernando. En la
sacristía del templo de San Diego en Aguascalientes, se ve su obra más antigua; San Francisco
a quien se le aparece el Niño Jesús fechada en 1675, así como Escenas de la vida de San
Francisco, de 1681, que muestra todo el empuje de un pintor del siglo XVII. Otras obras se
encuentran en la Iglesia de la Profesa, un Santo Domingo y San Lucas retratando a la Virgen;
en el templo dominicano de Oaxtepec, Mor., una Santa Rosalía; en el antiguo seminario de
San Martín, en Tepotzotlán, Adán y Eva arrojados del Paraíso, La Mujer del Apocalipsis y San
Nicolás Obispo de Mira; en el ex-convento del Carmen en San Angel, una Santa Teresa. El
Museo de Arte de Filadelfia tiene dos arcángeles de Correa, San Gabriel y San Miguel de 1739.
Algunas otras obras de Correa se han localizado en Antigua, Guatemala.

La Familia Echave, de origen vasco, incluye tres generaciones de pintores mexicanos del siglo
XVII.

Los ambiciosos programas artísticos llevados a cabo en Nueva España durante el siglo XVI
iniciaron una demanda de artistas que sirvió a muchos españoles que cruzaron el Atlántico para
salir de un anonimato o de una posición de artista de segundo orden de haberse quedado en
España. A otros, en cambio, esta circunstancia les permitió disponer de unos medios para realizar
su obra de los que, en muchos casos, no habrían dispuesto en la Península. Todo ello explica el
«retraso» estilístico de algunas realizaciones y lo grandioso y renovador de otras.

El caso de la familia Echave, que jugó un papel decisivo en la pintura mexicana del s. XVII, es un
ejemplo claro de cómo unos artistas que habrían sido meros epígonos en España, se convirtieron
en orientadores y figuras de primer orden en México. Lo mismo que ocurría en la Edad Media el
oficio se transmitió por tradición familiar. Y, así, vemos cómo los sucesivos miembros de dicha
familia no dejaron de ocupar, durante varias generaciones, un papel relevante en la pintura
hispanoamericana del S. XVII.

El primer miembro de la familia fue Baltasar de Echave Orio, artista vasco nacido a mediados del
s. XVI que marcha a México en 1573. En su formación artística se advierte un cierto arcaísmo,
como es propio de los pintores mexicanos de entonces, lo cual no ha de atribuirse a una formación
provinciana de nuestro artista en la Península, sino a que, probablemente, su aprendizaje lo realizó
en México con Francisco de Gamboa e Ibía, pintor allí establecido, con cuya hija casó.

La formación de Baltasar de Echave Orio se produce en la estética del último Renacimiento -su
obra pertenece fundamentalmente al s. XVII-; por ello, es fácil de explicar la influencia
del manierismoflorentino a la que se suma, concretamente en la factura suelta y libre de algunas
de sus obras, la veneciana. Junto a estos elementos, que ya resultaban tradicionales para las
fechas que cierran su actividad, si la comparamos con lo que se estaba realizando entonces en
España, hay que advertir la presencia de algunos rasgos que nos hablan de cómo nuestro artista
se siente atraído por formas propias de las nuevas orientaciones de la pintura del s. XVII. Así, los
rompimientos de gloria de algunas de sus composiciones denotan cómo se siente atraído por la
nueva estética. En la Academia de Bellas Artes de México se conservan algunas obras suyas,
como el Martirio de San Aproniano (1612), en las que esto se destaca con toda evidencia.

La actividad de Baltasar de Echave Orio fue importante dentro del marco de la pintura mexicana de
su tiempo. Ejecutó importantes obras para iglesias y conventos. Entre éstas hay que mencionar el
retablo, de 1609, de Santiago de Tlatelolco, entre cuyas pinturas, por su novedad iconográfica,
merece citarse La Visitación. Baltasar de Echave Orio supone en la pintura mexicana de en torno a
1600 la pervivencia de las soluciones manieristas alteradas por la presencia de algunos rasgos que
denotan el conocimiento y la incorporación a las fórmulas seiscentistas.

Su hijo, Baltasar de Echave Ibía, supone una continuación, matizada con rasgos propios y
personales, de su obra. Baltasar de Echave Ibía nace en México a finales del s. XVI y muere a
mediados de la centuria siguiente. La formación artística inicial la realizó en el taller paterno. Se
trata, pues, no de un artista español que emigra a México, sino de un pintor nacido en Nueva
España. Por ello no extrañan algunos rasgos que hacen de su pintura, al margen de su relación
con las tendencias españolas, algo específicamente mexicano (Concepción del Museo de Bellas
Artes de México, ejecutada en 1622). Su estilo, sin embargo, sigue siendo una prolongación
arcaizante del manierismo. Otro aspecto lleno de interés de la obra de Baltasar de Echave Ibía es
su labor de paisajista, en la que se ha resaltado como rasgo personal su extraordinaria predilección
y su sensibilidad en el empleo de los azules. Estos paisajes, realizados en cobre, como ha
señalado Angulo, se deberán a la moda flamenca impuesta por este tipo de obras y a la gran
aceptación que tuvieron en España.

Sin la personalidad de Echave Ibía, su hermano, Manuel, fue también pintor de interés en el que a
las influencias manieristas se superponen otras, más modernas, tenebristas.

Los anteriores miembros de la familia Echave se movieron todos ellos en una órbita de
compromiso entre la tradición manierista y la nueva estética barroca. Baltasar de Echave
Rioja (1632 - 1682), hijo de Echave Ibía, supone un paso adelante en la incorporación de la pintura
mexicana a las fórmulas del pleno barroquismo. En su obra se destaca una presencia de
elementos tenebristas, procedentes de la influencia general que marcó la pintura de Zurbarán en
los mexicanos, junto con una libertad y ligereza en la factura, un movimiento en las composiciones
y un énfasis que conducen a la última etapa de la pintura barroca sexcentista. A diferencia de lo
que hemos visto en los miembros de la familia arriba citados, en los que la formación se realizaba
en el taller familiar, incluido Echave Orio que la realiza en el de su suegro, Echave Rioja se formó
en el estilo de José Juárez, otro de los más destacados pintores mexicanos de la época. La
personalidad artística de Echave Rioja se define por su desenfado, por la fuerza con que acomete
la ejecución de sus obras, por la soltura y disolución de la pasta que existe en sus cuadros y que le
convierten en el pintor de la familia más integrado en la estética pictórica del barroco. En algunas
composiciones como La Adoración de los Reyes (1659) nuestro pintor no es insensible a la
influencia de los modelos de Rubens, pintor que expresa plenamente esta tendencia. En otra
obras, como el Entierro de Cristo, del Museo de Bellas Artes de México (1665), nuestro pintor, junto
a las características personales aludidas se muestra aún tenebrista. Es por lo que Echave Rioja
juega un papel decisivo en la pintura mexicana como transición del tenebrismo al barroquismo que
desarrollará Cristóbal de Villalpando. Tal vez, de haberse formado con su padre, en lugar de con
Juárez, Echave Rioja no habría supuesto esta posición de tránsito y habría permanecido como un
artista de rasgos mucho más arcaizantes.

La actividad de la familia Echave tiene también una prolongación en la obra de Hipólito Rioja al que
pertenece la Santa Catalina salvada del martirio (Academia de Bellas Artes de México). Con las
tres generaciones de pintores de la familia Echave, la evolución experimentada por la pintura
mexicana desde finales del s. XVI hasta el último tercio del s. XVII queda perfectamente trazada,
con independencia de los otros pintores, no menos importantes, que trabajaron por esos años
en México.

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