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La Maravilla Del Evangelio PDF
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DELEVANGELIO
Martyn Lloyd-Jones
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“Porque nada hay imposible para Dios.” —Lucas 1:37
O canta con el salmista: «Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser
su santo nombre» (Salmo 103:1).
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Y si esto queda claro a partir del Antiguo Testamento, ¡cuánto más brilla en
el Nuevo Testamento! Consideremos el capítulo 1 del evangelio según Lucas.
¿Quién habló a Zacarías y preparó a Juan el Bautista como precursor? ¿Cómo
vino Jesucristo al mundo? ¿Cómo fue capaz de hablar como lo hizo y de llevar
a cabo esos milagros? ¡Mira la historia! Considera los hechos y, por encima
de todo, considera las respuestas de nuestro Señor a las preguntas. Todo es
de Dios. ¡Vamos! Juan el Bautista no puede explicarse en simples términos
humanos, y eso sin contar al propio Señor Jesucristo. Justo cuando este viejo
mundo había alcanzado sus mayores cotas de pecado y decadencia, cuando
todo parecía estar perdido, un ángel se apareció a Zacarías en el Templo y le
habló. Y eso marca un punto de inflexión en toda la historia del mundo y de
la raza humana. Ese fue el comienzo y fue Dios quien lo inauguró todo.
Escuchemos las palabras de Jesucristo al repetir una y otra vez que el Padre
le ha enviado y que todo lo que hace y dice no es sino resultado de la voluntad
del Padre y del deseo del Padre. No hay nada más asombroso que la forma
en que atribuye todo insistentemente a Dios. Fue Dios quien envió a su Hijo
para que obrara la gran salvación. Fue Dios quien le mantuvo, fue Dios quien
le resucitó de entre los muertos, fue Dios quien puso a todo el mundo bajo
su cuidado y quien dio el don del Espíritu Santo.
¡Sí!, «de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito»
(Juan 3:16). ¡Sí! «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo
aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8). Comprender lo
que eso significa, en la medida que podemos comprenderlo, es ser cristiano.
Es también alabar a Dios con todo tu ser. Porque piensa en ello: el Dios a
quien has desafiado, el Dios al que has dejado de lado y desobedecido, no
solo no te ha condenado y destruido, sino que de hecho ha enviado a su Hijo
unigénito para morir por ti y redimirte. El camino de la salvación, el camino
al Cielo, está abierto esta noche y, maravilla de maravillas, fue creado por
Dios mismo. Sí, unámonos a Zacarías diciendo: «Bendito el Señor Dios de
Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo».
La segunda verdad que se nos recuerda aquí con respecto a esta gran
salvación es que es esencialmente sobrenatural y milagrosa. Aquellos que no
son conscientes de ello o que se niegan a creer lo que ya hemos dicho,
obviamente no comprenden tampoco este punto y en general suelen
oponerse a él con violencia. Y, sin embargo, no hay nada que sea tan glorioso
en todo el plan, nada que haya llevado de tal forma a los santos a cantar las
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alabanzas de Dios. No importa cómo lo miremos o desde qué ángulo; la
maravilla y el prodigio de todo ello brilla cada vez más gloriosamente. La
salvación que se nos ofrece en el evangelio, lejos de ser el resultado de los
esfuerzos e intentos del hombre, lejos de ser un producto humano y terrenal,
es esencialmente sobrenatural y divino. Considerémoslo de dos formas
distintas:
Pero probablemente haya muchos que, cara a cara ante esto, se están
diciendo a sí mismos como dijo María en la antigüedad: «¿Cómo será esto?»,
lo que nos recuerda el tercer principio, esto es, que la salvación, al ser de
Dios es, por tanto, sobrenatural; el hombre no solo no puede conseguirlo,
sino que tampoco puede entender completamente. Ciertamente podría
haber ido más lejos y haber dicho de manera bastante categórica que esta
gran salvación que nos ofrece Dios es intrínsecamente increíble para el
hombre natural. Nuestros patrones de juicio son terrenales y humanos.
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Estamos acostumbrados a las cosas de la carne y de los sentidos. Nuestras
categorías son limitadas y finitas. Nacemos en cierto orden de sucesos y en
un mundo que cree incondicionalmente en sí mismo y en sus propias fuerzas.
La salvación, tal como podemos verla en cada área de la vida, depende de la
fuerza de voluntad, del coraje, la determinación y el trabajo duro. Es el
realista quien tiene éxito, el hombre que, como decimos, «afronta los
hechos» y no se hace ilusiones. Sorprende, pues, que al enfrentarnos a todo
el plan de salvación del evangelio, preguntemos como María al principio:
«¿Cómo será esto?». ¡Ay!, no solo es María, sino también el erudito
Nicodemo quien, cuando nuestro Señor le habló acerca de nacer de nuevo,
dijo precisamente lo mismo; también los griegos, que lo expresaban en
términos más drásticos al decir que la predicación del evangelio era una
locura. Sigue habiendo miles esta noche que afirman que no creerán nada a
menos que lo entiendan y que inevitablemente no pueden entender el
evangelio. ¿Porque quién puede entenderlo? ¿Quién puede entender el
nacimiento virginal y la encarnación? ¿Quién puede entender los milagros y
las tremendas obras? ¿Quién puede entender la cruz, la muerte y toda la
cuestión de la expiación? ¿Quién puede sondear el poder y el misterio de la
resurrección y la persona del Espíritu Santo? ¿Quién puede explicar el
mecanismo del nuevo nacimiento y de la nueva vida con toda la promesa de
un nuevo comienzo y de que todas las cosas son hechas nuevas? Es
asombroso. Es pasmoso. Es muy distinto de todo lo que hemos conocido,
pensado y sentido. «¿Cómo será esto?», «¿es verdaderamente posible?»,
«¿puede realmente suceder?». Esas son nuestras reacciones. Esos son
nuestros sentimientos. Somos confrontados por algo que nuestras mentes
no pueden asimilar, que ni tan siquiera los intelectuales pueden abarcar.
Estamos cara a cara ante lo infinito y lo eterno. Y tenemos únicamente dos
alternativas. Podemos o bien negarnos a creerlo porque no lo entendemos y
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rechazarlo porque no podemos explicarlo, o bien imitar el ejemplo de María,
quien a pesar de no poder entenderlo ni verlo, cuando se le dijo que era de
Dios y que para él no hay nada imposible se sometió y aceptó raudamente y
con obediencia diciendo: «He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo
conforme a tu palabra» (Lucas 1:38). Esa es, pues, para ti la pregunta esta
noche. No te pido que intentes entender estas cosas. Nadie puede.
Simplemente te pido que las aceptes y te sometas a ellas. En primera
instancia el evangelio no te pide que hagas nada. Ni siquiera te exige que lo
comprendas o un gran intelecto.
Permítaseme decir una palabra más con respecto a esta cuestión, porque
ciertamente es la más gloriosa de todas. En nuestra secuencia lógica lo
expresaríamos así: En vista del hecho de que la salvación es de Dios y, por
tanto, sobrenatural (aunque no podemos entenderlo), nos ofrece una
esperanza a todos. «Porque nada hay imposible para Dios». Es nuestra única
esperanza. Es el único camino. Es el único evangelio, las únicas nuevas
verdaderamente buenas. Es la única cosa que me capacita para presentarme
en este púlpito y predicar con confianza y seguridad. ¡El evangelio es el
«poder de Dios para salvación» (Romanos 1:16) y no meramente una
indicación de cómo pueden salvarse los hombres a sí mismos! Es la obra de
Dios; y debido a que es su obra, es posible para todos y puede ser ofrecida a
todos. De ser la salvación algo humano y natural sería imposible para todos,
sí, aun para los que hablan de ella en esos términos. ¡Porque una cosa es
hablar y otra muy distinta vivir y actuar! Está muy bien utilizar frases
idealistas, hablar hermosamente del amor, considerar exaltados patrones
éticos y hablar a la ligera de la aplicación de los principios del evangelio a los
problemas de la vida. Pero la pregunta es: ¿Pueden aplicarse? ¿Los aplican
en sus vidas aquellos que así hablan? ¿Pueden hacerlo? ¿Y puede «aplicarse»
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al mundo toda esta enseñanza? Consideremos el mundo en la actualidad a
pesar de toda su enseñanza. ¿Y qué ofrece esa enseñanza a los fracasados, a
los quebrantados y tullidos en la vida, a aquellos que han perdido su carácter
así como su fuerza de voluntad? ¡Oh!, gracias a Dios porque la salvación nos
la da él, porque todos podemos recibir ese don, tanto los más débiles como
los más fuertes. Hay literalmente esperanza para todos. «¿Cómo será esto?»,
preguntó María. «Nada hay imposible para Dios», fue la respuesta. Y a su
debido tiempo nació Jesucristo en Belén. Lo imposible sucedió. ¡Y, oh!, ¡en
miles de casos eso se repitió durante su ministerio terrenal! ¿Cuáles son las
situaciones que le llevaban el pueblo y los discípulos? ¡Ay!, siempre los más
desesperados, siempre los que habían abrumado y derrotado a todos los
demás y acabado con sus fuerzas: los ciegos de nacimiento, los sordos, los
paralíticos; sí, hasta los muertos. Los desesperados de los desesperados, los
más impotentes de los impotentes. ¿Puede hacer Jesús algo por ellos?
«¿Cómo puede hacerse esto?». ¿Puede realmente suceder? «Id, y haced
saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los
leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los
pobres es anunciado el evangelio» (Mateo 11:4–5). Sí, sucedió. Su poder no
tenía límites. El caso más desesperado no era más difícil que cualquier otro,
porque «nada hay imposible para Dios». ¿Es así? ¿Es verdaderamente cierto?
¡Sin duda debe de haber un error! Porque una tarde se le ve colgando en la
cruz completamente impotente, y con las personas en las inmediaciones
diciendo: «A otros salvó, sálvese a sí mismo» (Lucas 23:35). ¡Tan poderoso
en vida y aparentemente vencido por la muerte! ¿«Nada hay imposible»? ¡Y
él ahí muriendo, sí, muerto y sepultado en un sepulcro! ¡Pero espera! Sueltos
los dolores de la muerte, se levanta del sepulcro. Ni siquiera la muerte pudo
retenerle. Venció a todo; sí, nuevamente afirmo: «Nada hay imposible para
Dios».
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«¿Pero cómo nos afecta eso a nosotros?», pregunta alguien. Bien, estoy aquí
para decirte que, cualquiera que sea tu problema, por grande que sea tu
necesidad, sigue siendo válido para todo el que pide. El evangelio solo te pide
que permitas a Dios que te perdone, que te limpie, que te llene de una nueva
vida creyendo que envió a su Hijo unigénito al mundo para vivir, morir y
resucitar a fin de hacer posible todo eso. «¿Cómo puede hacerse esto?».
«Nada hay imposible para Dios».
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