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De alemanes a
nazis
1914-1933
ePub r1.0
Titivillus 25.01.15
Título original: German into nazis
Peter Fritzsche, 1998
Traducción: Jorge Salvetti
La guerra de todos
La paz de la fortaleza
Tal como sugieren las entradas para
agosto de 1914 en el diario de Käthe
Kollwitz, los evidentes sacrificios de
tantos soldados provocaron una
impresión lo bastante contundente como
para trastornar las presunciones sociales
y políticas de los años de preguerra. La
conflagración reveló los logros
colectivos que el pueblo alemán era
capaz de alcanzar mediante sus propios
esfuerzos y fue transformando
gradualmente las ideas de la nación
alemana. Incluso los alemanes de la
clase trabajadora celebraron con júbilo
el sentido más abarcativo de nación que
surgió con la guerra. El hecho mismo de
que las viejas divisiones políticas que
separaban a socialistas y burgueses
hubiesen quedado al menos
provisoriamente superadas daba a la
cualidad de nación un valor aun mayor,
porque mostraba lo que los alemanes
tenían en común, en vez de aquello que
los dividía. A pesar del hecho de que
los alemanes discrepaban sobre el
significado exacto de la retórica del
interés público, dado que los
sindicalistas aplaudían el fin de la
política conservadora puesta al servicio
de los propios intereses, y los
conservadores, por su parte, recibían
con agrado el cese de la militancia de la
clase trabajadora, había un
reconocimiento general de que la vida
política de preguerra había sido
demasiado exclusivista desde el punto
de vista social, demasiado
condescendiente con los intereses de las
elites económicas, y demasiado
ignorante de los aportes realizados por
los ciudadanos comunes. La gran
oportunidad que ofrecía la guerra era la
de refundir la política alemana en un
molde socialmente más amplio y más
seguro de sus propias posibilidades.
Esto significaba que la Burgfrieden
proclamada por el káiser Guillermo II
sería mucho más que la mera suspensión
de las políticas vigentes hasta ese
momento por el tiempo que durase la
guerra. Posibilitaría una renovación
total del Reich. Eventualmente se
produjo una encarnizada división entre
los ciudadanos con respecto a la
naturaleza de la guerra, pero la mayoría
de las facciones reconoció al Volk, al
pueblo alemán, como la verdadera
fuente de legitimidad política. Por
consiguiente, el significado de la «Paz
de la Fortaleza» no es tanto el consenso
patriótico que estableció, porque este
consenso se desgastó bastante pronto,
sino más bien el activismo cívico que
legitimó.
La movilización provocada por la
guerra estuvo acompañada por una
efusiva retórica de armonía nacional y
una ola de entusiasmo público. En
especial, los activistas de la clase
trabajadora recibieron con agrado el
reconocimiento explícito que hizo la
Burgfrieden de la prioridad de los
intereses comunes de los consumidores
por encima de los intereses especiales
de la industria y la agricultura, y lo
consideraron como el primer paso hacia
la liberación total de los trabajadores en
la «nueva Alemania». El famoso dicho
del SPD (Sozialdemokratische Partei
Deutschlands), el Partido Social
Demócrata de Alemania, «ni un hombre
ni un centavo para este sistema», perdió
toda vigencia con el voto del 4 de
agosto de 1914, a favor del los créditos
de guerra. Los socialistas estuvieron de
acuerdo en proveer hombres y dinero a
la causa nacional, dado que tenían la
expectativa de que un gesto patriótico de
esa índole llevaría a la reforma
electoral, en especial en Prusia, donde
todavía existían tres clases de votantes,
y abriría la puerta a relaciones más
amistosas con los militares, los
patrones, el estado y los gobiernos
locales.[82]
Es muy probable que muchos
miembros del partido hayan quedado
muy sorprendidos por el fracaso de los
intentos socialistas por detener el
empuje de la ola belicista que
finalmente llevaría el país a la guerra,
en julio de 1914. Pero la falta de
entusiasmo por la guerra no inmunizó a
los socialistas contra sus propios
anhelos de una reforma social que creían
haber impuesto finalmente con sus
esfuerzos en el frente de batalla y en las
fábricas. De hecho, es probable que el
fracaso de la postura internacionalista
del partido, sostenida durante tanto
tiempo, haya impulsado a los
socialdemócratas a abrazar con tanto
mayor fervor la promesa del
reconocimiento social y la libertad
política en Alemania. Desde el ala
derecha del partido, Konrad Hänish
reflexionaba en 1916 que «nosotros los
socialdemócratas hemos aprendido a
considerarnos en esta guerra como una
parte, y ciertamente no la peor, de la
nación alemana. No queremos que nadie,
ni la derecha ni la izquierda, nos vuelva
a robar este sentimiento de pertenecer al
estado alemán». «Peor parte», «robar»,
«pertenecer»: estos términos
corresponden a una notable retórica
sentimental que muestra el poderoso
atractivo emocional que había adquirido
la idea de nación.[83] Tras la
movilización de Alemania, la guerra
quedó asociada con un «nuevo tiempo»
apocalíptico, que de un solo golpe había
vuelto obsoleta la encarnizada política
del período de preguerra y justificaba la
solidaridad nacional de la Burgfrieden.
La identificación con el estado
creció cuando los socialistas previeron
reformas inminentes y sintieron el
abrazo poco familiar de una sociedad
que los había perseguido y marginado
durante tanto tiempo. A la vez, ningún
lector de los diarios ni ningún
parroquiano de taberna podía evitar
quedar atrapado en una guerra europea
que estaba planteada invariablemente en
términos de «nosotros» contra «ellos».
Miles de hijos y padres de la clase
obrera fueron movilizados hacia el
frente (sólo más tarde los trabajadores
calificados volverían a ser enviados a
las fábricas de municiones en el frente
civil). Las bajas de Alemania —
hombres desaparecidos, heridos, o
muertos— alcanzaron un total de un
millón para la primera Navidad. «Para
fines de 1914 —calcula Modris Eksteins
— prácticamente todas las familias
habían sufrido alguna pérdida».[84]
Evidentemente, lazos personales al igual
que expectativas abstractas ligaban cada
vez más a los proletarios con las
vicisitudes de la nación y sus ejércitos.
No sorprende, por lo tanto, que los
periódicos socialistas proclamaran bien
alto la victoria de los ejércitos alemanes
en Bélgica y el este de Prusia. Bien
entrado el año 1915 los triunfantes
titulares proclamaban: «Victoria desde
el Mar del Norte hasta Suiza. El ejército
es invencible».[85] En la segunda y
tercera páginas aparecían artículos que
elogiaban a los «Sindicalistas como
soldados», y a los «socialdemócratas
como defensores del Reich», y «el
uniforme Bebel de Alemania» (August
Bebel fue el aclamado líder de los
socialistas hasta su muerte en 1913).[86]
Al principio, pareció como si el
apego sentimental a la nación en armas
fuese a esfumarse a medida que se
prolongase la guerra. El gran incremento
en el número de desempleados para la
Navidad de 1914 deprimió el ánimo
festivo. La predisposición inicial de los
industriales para contribuir a la
campaña de asistencia a los
damnificados por la guerra también
flaqueó a fines de ese año.[87] Para
febrero de 1915, el alza en los precios
de los alimentos provocó tanta
consternación que los oficiales de la
policía de Berlín temían la fractura total
de la ley y el orden: «la gente saqueará
los negocios y tomará lo que ahora le es
negado», predijo un oficial de policía.
[88] El alcalde de Nuremberg, Otto
Nuevos comienzos
Contrarrevolución
De Hindenburg a Hitler
(Coloco la bomba en la
Prefectura
En el Reichstag la dinamita
De la casa real hereditaria
Lleno de orgullo canto mi
canción
De Hugenberg tengo el
dinero,
De Hitler el arma
Ehrhart ha puesto el veneno
Y Ludendorff la la-a-a-nza).
La revolución nazi
A fines de los años veinte, los
barrios de clase media se hallaban en el
centro de una verdadera insurrección
popular. La extendida familia Haedicke-
Rauch-Gebensleben ilustra a la
perfección la politización que se había
producido. La preocupación de Bertha, a
fines de 1918, de que los burgueses no
tomasen las cosas en sus propias manos
había cedido, en 1924, a la exuberante
actividad de Eberhard, en nombre de los
nacionalistas alemanes y los Stahlhelm,
y finalmente, en 1931, al delirante
entusiasmo de Elisabeth por los nazis.
En esas circunstancias, la república y
los partidos democráticos que la
apoyaban gozaban de poca legitimidad.
Las luchas sobre qué bandera enarbolar,
si la roja, negra y blanca del imperio,
bajo la cual habían muerto tantos
hombres en la guerra, o los venerables
colores rojo, oro y negro, de 1848,
consumían la política cotidiana. Con el
paso del tiempo, estos conflictos fueron
tornándose cada vez más peligrosos. Los
movimientos políticos de todo tipo
hacían un uso efectivo de las calles,
creando una propaganda visual y
acústica cada vez más impactante. Los
socialdemócratas, organizados en el
Reichsbanner, y los Stahlhelm se
confrontaban como formaciones
paramilitares armadas. Tantos
ciudadanos se habían enrolado en
ejércitos políticos de izquierda o
derecha que el novelista Ernst Glaeser
pudo referirse a su héroe marginado de
la era Weimar como «el último civil».
[294] Al mismo tiempo, los partidos