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GILBERT RYLE

Un elemento desconcertante
en la noción del pensar

Versión castellana
de CARMEN SILVA

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS UNIVERSIDAD NACIONAL


AUTÓNOMA DE MÉXICO
1984
El ensayo de Gilbert Ryle "A Puzzling Element in the Notion of Thinking", se publicó originalmente en Proceedings of the
British Academy. Esta revista cedió a Crítica los derechos de la versión castellana.

DR © 1984, Universidad Nacional Autónoma de México Ciudad Universitaria, Coyoacán 04510, México, D.F.
DIRECCIÓN GENERAL DE PUBLICACIONES Impreso y hecho en México
ISSN 0185-2604
UN ELEMENTO DESCONCERTANTE EN LA NOCIÓN DEL PENSAR

Normalmente, cuando los filósofos discutimos cuestiones acerca del


pensamiento nos concentramos, por muy buenas razones, en lo que la gente
piensa o puede pensar; esto es, en las opiniones que se forma, las creencias
que tiene, las teorías que construye, las conclusiones a las que llega y las
premisas a partir de las cuales las obtiene. En una palabra, las cuestiones
que solemos tratar versan sobre las verdades o falsedades que la gente
acepta o puede aceptar. Sus pensamientos, de los cuales discutimos sus
estructuras, sus implicaciones y sus apoyos en la evidencia, son los
resultados en los cuales terminan sus consideraciones y cálculos previos.
Pues cuando una persona sabe o cree que algo es el caso, su conocimiento o
creencia es algo que tiene o posee ahora y las consideraciones que lo
llevaron a esto pertenecen ya al pasado. Mientras esté aún considerando y
preguntándose, está todavía lejos de su destino. Cuando ha resuelto _el
problema, su tarea de tratar de resolverlo ha terminado. >
No debe olvidarse que algunos de los problemas que tenemos que tratar de
resolver, no son problemas teóricos sino prácticos. Debemos tratar de
decidir qué hacer, así como tratar de decidir qué es el caso. La solución a
un problema no siempre consiste en encontrar una verdad o una falsedad.
Tampoco debemos asumir que todo el pensamiento consista en tratar de
resolver problemas, ya sean teóricos o prácticos. Esto sería muy restrictivo.
Una persona indudablemente está pensando cuando repasa un poema que
conoce perfectamente, o reflexiona sobre los incidentes del partido de fút-
bol de ayer. No tiene, ni necesita tener, problemas por resolver o resultados
a los cuales llegar. No todos nuestros paseos son viajes.
Por último, no debemos asumir que todas, o incluso la mayoría, de nuestras
verdades o falsedades son los frutos de nuestras propias consideraciones.
Afortunada y desafortunadamente, gran parte de lo que creemos y sabemos
lo hemos tomado de otra gente. La mayoría de las cosas que sabemos no las
hemos descubierto por nosotros mismos, sino que nos las han enseñado. La
mayoría de las cosas que creemos las creemos simplemente porque nos las
han dicho. Así como ocurre con los bienes del mundo, lo mismo ocurre con
las verdades y las falsedades: mucho de lo que poseemos es heredado o
donado.
Es un hecho enfadoso de nuestro idioma el que usemos el verbo "pensar"
tanto para las creencias u opiniones que una persona tiene, como para la
consideración y la reflexión que hace; y que usemos el nombre
"pensamiento" lo mismo para la verdad o falsedad que acepta, que para la
actividad de reflexionar, la cual precede quizá su aceptación de ella. Pensar
en el sentido de "creer" no es pensar en el sentido de "considerar". Existe
sólo la apariencia verbal de una contradicción en decir que, mientras una
persona está todavía pensando, todavía no sabe qué pensar; y que cuando
sabe qué pensar, no tiene nada más que pensar.
Los problemas que desearía discutir no son problemas acerca de las
proposiciones que una persona cree o puede creer, sino acerca de sus
actividades de considerar, reflexionar, meditar, calcular y otras. Hablaré
acerca del pensamiento, que consiste en el viaje y no en el hallarse en el
punto de destino; el acto de cernir y no el grano; el regateo y no los bienes;
el trabajo y no el reposo.
Una persona no necesita edad o escolaridad avanzadas paraser capaz de dar
respuestas satisfactorias a un interrogatorio ordinario acerca de su
pensamiento. Un niño que jamás ha oído una palabra del discurso
psicológico o filosófico, no se apena para nada si se le pregunta qué cosa
estuvo pensando sentado en el columpio. De hecho, si no se le pregunta
mucho tiempo después, probablemente estará dispuesto a dar una ex-
plicación moderadamente detallada de los pensamientos que tuvo, y quizás
incluso de la secuencia aproximada en la cual los tuvo. No siente que esto
difiera enormemente de la tarea de relatar qué ha estado haciendo tan
callada o ruidosamente en su cuarto, o qué vio y a quién se encontró
durante su paseo de la tarde.
No obstante, aunque nos sea muy familiar la tarea de relatar nuestros
pensamientos, nos sentimos apenados frente a la tarea, del todo diferente,
que nos pone el psicólogo o el filósofo, a saber, la tarea de decir en qué ha
consistido tener estos pensamientos. Lo que quiero decir es lo siguiente. Si
durante cierto período de tiempo he estado, digamos, cantando, o
componiendo una puerta, o escribiendo un testimonio, entonces, cuando
relato después qué es lo que estuve haciendo, puedo, si se me requiere,
mencionar los ingredientes concretos de mi actividad, a saber, los ruidos
que he emitido, los golpes de martillo que he dado y las marcas de tinta que
he hecho sobre el papel. Desde luego, un mero catálogo de estos sucesos
concretos no constituye todavía una descripción de lo que estuve haciendo.
Cantar una canción no es únicamente emitir un sonido tras otro; la
secuencia de los ruidos debe de ser una secuencia dirigida. Sin embargo, si
no se produce ruido alguno, no se canta ninguna canción, y si no se hace
ninguna marca de tinta, no se escribe ningún testimonio. Si recuerdo el
cantar o escribir un testimonio, entonces recuerdo haber producido algunos
ruidos o algunos signos con tinta.
Pero cuando recuerdo, no importa qué tan claramente, una porción, no
importa qué tan reciente, de mi reflexión o mis consideraciones, no parezco
estar preparado, automáticamente con respuestas a preguntas acerca de los
ingredientes concretos de los pensamientos, respecto de los cuales no tengo
dificultad alguna en relatar el haberlos tenido. Te digo por ejemplo: "... y
entonces se me ocurrió la idea de que, siendo domingo, no podría encontrar
gasolina en el pueblo próximo." Si ahora tú me preguntas qué forma
concreta tomó la ocurrencia de esta idea un poco compleja, bien podría
sentirme pasmado frente al requerimiento de dar una respuesta, tan pasma-
do, aun, como para medio resentir el que se me haya hecho esta pregunta.
Tú podrías presionar tu molesta pregunta de esta manera. Dices: "Bueno,
acabas de relatarnos, en una docena o más de palabras en inglés, la idea que
se te ocurrió. La idea misma ¿se te ocurrió en palabras en inglés? Tu
recuerdo de la idea que se te ocurrió ¿incorpora el recuerdo de haberte
dicho algo a ti mismo en una docena o más de palabras en inglés, ya sea
mentalmente o sotto voce? ¿O acaso, habiendo regresado recientemente de
Francia te dijiste a ti mismo algo similar, pero usando una docena o más de
palabras en francés? A esta pregunta muy específica mi respuesta podría
ser: "Sí, ahora recuerdo que me dije mentalmente, en palabras en inglés,
algo parecido a que, como era domingo, no habría gasolina en el pueblo
siguiente." Pero mi respuesta podría ser: "No; no recuerdo haberme dicho
nada a mí mismo." O mi respuesta podría ser: "Bien, no estoy
absolutamente seguro de que no haya dicho sólo 'domingo' mentalmente,
pero estoy seguro de que no dije nada más."
Tu persistencia es irritante, pues quiero decir que realmente no importa si
me he dicho algo a mí mismo o no. El tener la idea en cuestión no requirió
el decirme algo a mí mismo, en la manera en que cantar sí requiere emitir
sonidos, y reparar una puerta requiere o martillar o atar con alambre o apre-
tar tornillos o algo del mismo tipo concreto.
Ignorando mi irritación, me presionas con otra tanda de preguntas
específicas. Dices: "Si cuando tuviste esa idea no te dijiste nada
mentalmente o sotto voce, entonces, ¿fue que, en lugar de eso, viste
algunas cosas en el ojo de tu mente? ¿Fue que tuviste imágenes mentales
confusas o claras, bien o mal coloreadas, quizá de provincianos entrando en
una iglesia del pueblo, y de un garaje con las puertas cerradas, de modo que
fue en esta forma concreta, u otra parecida, como se te ocurrió la idea de
que porque era domingo no podrías conseguir gasolina?" De nuevo podría
contestar: "Sí, visualicé escenas como éstas." Pero podría contestar: "No,
estoy seguro de no haber visualizado nada." O podría contestan "Bueno,
recuerdo haber visto en el ojo de mi mente el estanque de los patos del
pueblo en cuestión: usualmente lo hago cuando pienso en ese pueblo. Pero
esto no tiene nada que ver con la idea especial de que el garaje podría estar
cerrado el domingo." De nuevo podría irritarme el que la pregunta se
presionara. ¿Por qué hemos de vincular el que yo piense dicho pensamiento
ya sea con decirme algo a mí mismo, o con ver algo con el ojo de mi
mente, o con cualesquiera otros sucesos internos?
Existen, sin embargo, ciertas actividades especiales del pensamiento que
ciertamente parecen requerir el decirnos cosas en nuestra cabeza, o sotto
voce, o en voz alta; y necesitamos examinar qué hay en estas actividades
especiales que requiera la producción interna o externa de palabras y frases.
(4) Si he estado tratando de componer un poema o un discurso de
sobremesa, entonces, desde luego, he debido de haber estado produciendo
para mí mismo palabras y frases, examinándolas, cancelándolas o
mejorándolas, reuniéndolas, probándolas en distintas combinaciones. Esto
es, si ocurre que mi pensamiento es un pedazo de pensamiento, qué decir y
cómo decirlo, entonces debo incorporar la explicación tentativa, y el
decirme críticamente cosas a mí mismo; y entonces, si me piden que relate
en retrospectiva si es que estuve diciéndome cosas en inglés o en francés,
contestaré sin titubear. En este caso, no ocurre que primero haya pensado
mi poema o mi discurso, y sólo después, en respuesta a un interrogatorio
posterior, ponga mi composición en palabras. El pensamiento mismo
consistía en una cacería de palabras, frases mezcladas, y reparación de
oraciones. Consistía en inventar palabras, frases y oraciones.
(B) Si he estado haciendo, mentalmente o por escrito un cálculo
ligeramente complejo, como multiplicar £13. 12s. 4d. por 7, entonces mi
respuesta, si es que obtengo una, no sólo debe ser una fórmula numérica o
verbal, £ 95, 6s 4d., quizá, sino que también los resultados de las
operaciones intermedias —multiplicaciones, divisiones, sumas— serán
números. Lo que me diga a mí mismo mentalmente, si es que saco la cuen-
ta mentalmente, será paralelo a las cosas (números) que debo escribir una
tras otra, si es que hago la suma en el papel, y éstos serán los números de
libras, chelines, o peniques. Si después me preguntan si en cierta etapa me
dije: "Siete docenas son ochenta y cuatro, más dos, da ochenta y seis. . ." O
si bien fue con los ojos de mi mente como vi los guarismos co-
rrespondientes, o ambas cosas al mismo tiempo, podría recordar lo que
hice; y no me sentiría molesto con la sugerencia de que debí de haber
hecho o una u otra cosa. Ciertamente, multiplicar no consiste simplemente
en decir números en voz alta o mentalmente; pero estamos dispuestos a
admitir que requiere esto, o alguna otra alternativa, de la misma manera
que cantar una canción lo requiere, aunque no se reduce a emitir sonidos.
El tratar de obtener la respuesta correcta, a diferencia de sólo adivinarla,
requiere el tratar de establecer pasos intermedios comprobables, con el fin
de hacer los movimientos correctos desde aquellos pasos hasta la respuesta
correcta; y estos pasos, para ser comprobables, deben ser formulados.
(C) Algunos tipos de problemas, como aquellos de los defensores, los
polemistas y los filósofos, tienen algo en común con la tarea de componer,
y algo en común con la tarea de calcular. El pensamiento tiene, todo el
tiempo, tanto que tratar de encontrar qué decir y cómo decirlo, como tratar
de establecer como verdad lo que dice. Quiere que sus oyentes —
incluyéndose él mismo— no sólo entiendan lo que dice sino que también lo
acepten, y que lo acepten necesariamente, Como su tarea es en dos
dimensiones, una tarea usada en su pensamiento incluye el que produzca y
examine, aunque sea de forma muy esquemática, palabras, frases y
oraciones, conclusiones, razones, y refutaciones de objeciones.
Ahora bien, si descuidadamente escogemos un a de estas tres variedades
especiales del pensamiento como nuestro modelo universal, estaremos
tentados a decir, como dijo Platón, que "en el pensamiento, el alma está
conversando [o quizá "discutiendo"] consigo misma" y, así, a postular que
cualquier meditación o reflexión debe andar, por así decirlo, sobre las
ruedas de palabras, frases y oraciones.
O, si nuestras propias reminiscencias nos fuerzan a aceptar que algunas
veces tenemos pensamientos que no se formulan con palabras, podemos
entonces estar tentados simplemente a dar al modelo una sola extensión y
postular que en el pensamiento el alma está, o conversando consigo misma,
o haciendo algo equivalente y específico, como visualizar las cosas. En
ambos casos estamos suponiendo que el pensamiento, de cualquier tipo,
debe, por así decirlo, emplear un aparato concreto de uno u otro tipo
específico, lingüístico o pictórico o lo que sea. Esta suposición general se
formula algunas veces de la siguiente manera. Al igual que un inglés, que
se ha familiarizado perfectamente con el idioma francés, puede decirse
capaz de pensar en francés, así, y en el mismo sentido de "en", él siempre
debe pensar, o bien, "en" su lengua materna, el inglés, o bien "en" algún
aparato alternativo, como el francés, o en imaginaciones visuales, símbolos
algebraicos, gestos, o alguna otra cosa que él pueda producir, cuando se
requiere, a partir de sus propios recursos. El término genérico "símbolo" se
usa algunas veces para cubrir todos los vehículos postulados del
pensamiento. Es una necesidad psicológica, o quizás una parte del concepto
mismo de pensar, que al ocurrir el pensamiento ocurren, interna o
externamente, cosas o símbolos en los cuales el pensador piensa.
Si hacemos esta suposición, estaremos especialmente perturbados cuando
se nos pide decir, en retrospectiva, en qué símbolos (en este uso torpemente
ensanchado de la palabra) tuvimos, por ejemplo, la idea de que como era
domingo podría no haber gasolina disponible en el siguiente poblado. Pues
a menudo no podemos recordar que ninguno de dichos vehículos estuviera
presente en la ocasión en que, como claramente recordamos, tuvimos ese
pensamiento.
Quiero atacar esa suposición. Quiero negar que siquiera tiene sentido
preguntar, en el caso general, mediante qué tipo o tipos especiales de cosas
pensamos. La mera colocación de "pensar" con "en tal o cual cosa" me
parece artificial, salvo en nuestro caso muy especial del señor inglés que se
describe a sí mismo como capaz de pensar en francés. Quitemos entonces
su caso de en medio.
La primera cosa que él quiere decir cuando dice que ahora piensa en
francés es que, cuando tiene que hablar con franceses, ya no necesita
pensar cómo decir en francés lo que quiere decir. Ya no necesita, por
ejemplo, decirse en inglés lo que quiere decir, y después esforzarse para
traducir del inglés al francés para beneficio de su audiencia francesa. La
composición de las afirmaciones en francés ya no le es más difícil que la
composición de las afirmaciones en inglés, esto es, no le es para nada
difícil. Pero decir que él tiene que pensar cómo decir las cosas en francés,
no conlleva la mínima tendencia a mostrar que todos o la mayoría de los
pensamientos que él piensa están ahora acompañados o "conducidos" por la
producción de palabras en francés. Es solamente decir que, cuando él esta
conversando con franceses, no necesita pensar acerca de los vehículos de
esta conversación. Cuando necesita componer en francés, no necesita
reflexionar sobre palabras en francés. Pero la mayoría de las cosas sobre las
que piensa no son cuestiones sobre la composición en francés, al igual que
la mayoría de las cosas sobre las que pensamos no son cuestiones sobre la
composición en inglés. Aproximadamente, él piensa en francés cuando dice
en francés lo que quiere decir, sin andar a tientas ni torpemente.
En segundo lugar, cuando él dice que ahora piensa en francés, también
puede querer decir que, cuando discute asuntos consigo mismo, conduce
estos debates en francés sin preguntarse cómo poner sus ideas en francés; y
más generalmente, que cuando conversa consigo mismo en un monólogo
interno, lo hace en francés sin tener que considerar cómo decir en francés
lo que quiere decir. Aun así, describirlo como pensando en francés, porque
lo que se dice a sí mismo se lo dice sin esfuerzo en francés, es poner una
nueva presión sobre la frase "pensar en", bajo la cual no funcionaba nuestro
primer uso de la frase "pensar en francés". Uno nunca lo pregunta, pero
podría preguntarle a un amigo que ha estado deliberando qué hacer, si
acaso estuvo deliberando en inglés. Si le preguntamos esto, sospecho que
contestaría que aun cuando se dijo o medio dijo muchas cosas a sí mismo
en inglés, esto no tuvo parte de su deliberación. No deliberó mediante el
acto de decirse cosas a sí mismo, así como el corrector de pruebas no busca
errores de imprenta mediante el acto de poner marcas en los márgenes de
las galeras.
En cualquier caso, lo que es verdadero de sus debates y conversaciones, ya
sea con franceses o consigo mismo, no necesita ser verdadero de lo que
piensa cuando no está llevando a cabo una conversación o debate. Las
frases "en francés" y "en inglés" se aplican naturalmente a los verbos de
decir; no se sigue que se apliquen a los verbos del pensar, a menos que
suceda que el pensamiento sea un pensamiento sobre qué decir y cómo
decirlo.
Aunque resulta forzado, excepto en el contexto especial, hablar de una
persona como pensando en francés o en inglés, es más que forzado hablar
de ella como pensando en, digamos, imágenes mentales. Ciertamente es
verdad, no de toda la gente, pero sí de mucha, que cuando piensa sobre
ciertos tipos de cuestiones, aunque no todos, ve cosas con los ojos de su
mente; incluso que su habilidad para resolver algunos de sus problemas
está relacionada, de alguna manera, con su habilidad de visualizar
claramente. Sin duda, algunos jugadores de ajedrez pueden resolver
mentalmente problemas de ajedrez si y sólo si pueden visualizar las
situaciones del ajedrez de manera clara y continua.
Considérese este caso del presunto resolvedor de problemas de ajedrez.
Primero démosle un tablero de ajedrez y los trebejos necesarios. Acomoda
las piezas en los lugares apropiados y luego, con los ojos fijos en el tablero,
y los dedos moviendo una pieza tras otra, trata de pensar la solución de su
problema ¿Deberíamos decir que el pensamiento que está teniendo se lleva
a cabo "en" piezas de marfil, o "en" los movimientos experimentales que
hace con estas piezas de marfil? Claramente, no hay aquí lugar para la
palabra "en". Él está pensando acerca de las piezas; está pensando lo que
podrían o no podrían hacer o sufrir, si es que se mueven a otro lugar o se
mantienen donde están.
Empero, supongamos ahora que nos negamos a darle un tablero de ajedrez,
de modo que tiene que enfrentar su tarea enteramente en forma mental. En
sí, el problema de ajedrez que debe resolver es exactamente el mismo que
antes; pero él se enfrenta ahora con un conjunto extra de tareas, a las cuales
no había tenido que enfrentarse antes. Entre otras cosas, tiene que recordar,
en cada momento, exactamente dónde está cada una de las piezas, mientras
que en el caso anterior sólo miraba y veía dónde estaban. Es como la
anfitriona que puede ver cuál invitado está sentado junto a cuál, hasta que
la luz se va; entonces, debe recordar sus posiciones. Este recordar puede ir
precedido por el trabajo de tratar de recordar; o bien, la anfitriona puede no
tener que tratar. Puede simplemente recordar. Ahora bien, si el jugador de
ajedrez tiene que esforzarse para recordar las posiciones de sus piezas,
obviamente no puede decirse que este esfuerzo implica el uso de imágenes
mentales de sus posiciones. El jugador se esfuerza porque todavía no puede
recordar y, por lo tanto, no puede ver aún con el ojo de su mente cómo
estaban colocadas las piezas. Si durante este esfuerzo se imagina posiciones
alternativas, éstas, si acaso están equivocadas, deben borrarse. No son los
vehículos sino los tanteos del pensamiento. Al contrario, cuando, después
de esforzarse por recordar las posiciones de las piezas, el ajedrecista sí
recuerda, entonces, el verlas con los ojos de la mente, si es que lo hace, no
es algo por medio de lo cual logra recordar. Es la meta, y no un vehículo
para recordar. A for-tiori, si recuerda sin haber tratado de recordar,
entonces su imagen mental de las posiciones de las piezas no es algo en o
con o sobre lo cual pensó, pues no tuvo que pensar para nada.
Ciertamente este ajedrecista tiene que usar su memoria para tratar de
resolver mentalmente el problema de ajedrez, mientras que no había tenido
que usar su memoria cuando tuvo el tablero enfrente de él. Pero esto no es,
para nada, la misma cosa que decir que usa imágenes de su memoria para
tratar de resolver mentalmente el problema. Si deseamos reservar algún
sentido especial para la frase "usar imágenes", éste sería muy diferente del
sentido del verbo en el cual decimos que alguien usa tales y cuales palabras
en francés cuando habla con franceses. Que no podemos hablar francés sin
usar palabras en francés, es una perogrullada sosa; que algunas gentes no
puedan resolver mentalmente problemas de ajedrez sin usar, en algún
sentido, imágenes mentales, puede ser cierto, pero no es una perogrullada
de lógico.
Así que ahora parecemos estar más lejos que nunca de obtener lo que
pensamos que queríamos, a saber, designar algún material razonablemente
concreto que fuese el aparato peculiar de todos nuestros pensamientos.
No hay canto sin ruidos, no hay testimonio escrito sin marcas de tinta, no
hay pensamiento sin.. . , pero no podemos designar ninguna cosa o
conjunto de cosas internas para llenar este hueco. De hecho, según espero,
nos hemos vuelto suspicaces del intento mismo de asimilar así el
pensamiento a estas otras actividades especiales que poseen sus propios
implementos o materiales internos.
Quizá estemos tentados a posponer el mal día, sugiriendo que el
pensamiento difiere del cantar y del escribir testimonios simplemente
porque su material interno es muy peculiar, más transparente y más
informe que las medusas, más inodoro que los gases menos olorosos, y más
inapresable que los arco iris. Quizá su material es aquel del que están
hechos los sueños: un material mental o espiritual, y por ello se cuela a
través de nuestros tamices retrospectivos. Empero, rápidamente volvemos a
la sensatez si recordamos que los muy común y corrientes hijos de nuestros
vecinos, Tomás y Clara, no titubean más en relatar los pensamientos que
han tenido, que en relatar los juegos que han jugado o los incidentes que
han presenciado. No parecen necesitar ningunas instrucciones esotéricas
para ser capaces de decirnos las ideas que se les han presentado o el pensar
que han realizado. De cierta manera, éstas son el tipo de cosas más
familiares y cotidianas que pudiese haber. Lo aparentemente misterioso del
pensamiento deriva de algunas complejas suposiciones teóricas que nos in-
ducen, aunque sólo cuando teorizamos, a tratar de exprimir de nuestras
reminiscencias o nuestras introspecciones alguna gota, evasiva pero
penetrante, de algo; algún elemento indicador psíquico cuya presencia, en
dosis desconcertantemente mínimas, se requiere si el pensamiento ha de
ocurrir. Sin embargo, Tomás y Clara, a quienes nunca se les ha dicho nada
acerca del elemento indicador psíquico, describen sus pensamientos en
formas que entendemos perfectamente; y tampoco nosotros empleamos un
extraño vocabulario para químico al contarles los pensamientos que la
Cenicienta tenía mientras estaba sentada en las cenizas.
Ahora hagamos a un lado, por el momento, el intento de encontrar un
contenido o un conjunto de contenidos alternativos para el hueco en la
consigna "no hay pensamiento sin tal y cual", y consideremos un problema
distinto, aunque conectado.
Cuando a una persona, que ha estado deliberando o reflexionando por un
tiempo corto o largo, se le pregunta qué ha estado pensando, por lo común,
aunque no siempre, puede dar una respuesta aparentemente completa y
definitiva. Todo tipo de respuesta está permitida; por ejemplo, que ha
estado pensando acerca de su padre, o acerca de las próximas elecciones
generales, o acerca de la posibilidad de tomar sus vacaciones anuales antes,
o acerca del partido de fútbol de ayer, o cómo contestar una carta. Aquello
sobre lo cual ha estado pensando puede o no puede ser, o contener, un
problema. Podemos preguntarle si ha decidido cómo contestar la carta, y en
tal caso, cuál fue su decisión. Pero sus pensamientos acerca del partido de
fútbol de ayer podrían no haber contenido ninguna pregunta. Estaba
reflexionando sobre el partido, pero sin tratar de resolver nada. Su
pensamiento terminó sin ningún resultado; no estaba dirigido a ninguno.
Ahora bien, aunque normalmente el pensador puede dar una respuesta
aparentemente completa y definitiva a la pregunta de qué había estado
pensando, muy a menudo puede ser llevado a reconocer que había pensado
cosas que al principio no se le ocurrió mencionar. Demos un ejemplo
simple. Un entusiasta del canotaje dice que ha estado pensando en el
equipo de la Universidad de Oxford, y si se le pregunta de buenas a prime-
ras, negará que en ese momento estuviese pensando en el equipo de
Cambridge. Sin embargo, puede resultar que su pensamiento acerca del
equipo de Oxford era, o incluía, el pensamiento de que, aunque estaba
progresando, no estaba progresando lo bastante rápido. "¿Lo bastante
rápido para qué?" preguntamos. "Lo bastante rápido para vencer a Cam-
bridge el próximo sábado." De modo que sí había estado pensando en el
equipo de Cambridge, sólo que en una especie de segundo plano. O bien,
pregunto a un fatigado visitante londoniense qué ha estado pensando. Dice:
"Simplemente, acerca de la extraordinaria tranquilidad de su jardín." Si se
le pregunta: "¿En comparación a qué le parece tan tranquilo?", él contesta:
"Oh, a Londres, desde luego." Así es que, de algún modo, no estaba
pensando únicamente en mi jardín, sino también en Londres, aunque no
diría por sí mismo, sin ser especialmente incitado, que había pensado en
Londres. O bien, mi visitante dice: "Qué hermosas están sus rosas", y
entonces suspira. ¿Por qué suspira? ¿No podría, de manera marginal, estar
pensando en su difunta mujer, que era particularmente afecta a las rosas?
Aunque él mismo diría, si se le preguntara, que sólo estaba pensando en
mis rosas. No me dice ni se dice a sí mismo: "Rosas: la flor favorita de
Fulana." Pero las rosas son, para él, la flor favorita de su esposa. El
pensamiento en ellas es un incipiente pensamiento en ella.
Tómese un caso más. Le pregunto al niño de escuela qué está pensando, y
me dice que había estado tratando de pensar cuánto da 8 por 17. Si se le
interroga más, resulta que su tarea total es multiplicar s, 9. 17s. 4d por 8, y
que en ese momento particular había llegado a los 17s. Entonces le
pregunto si ha olvidado los 2s y los 8d que había obtenido cuando multipli-
có 4d por 8; y dice que no había olvidado esto; de hecho, estaba guardando
en su mente los 2s para añadirlos a su columna de chelines. Así es que, en
cierta forma, su pensamiento no estaba totalmente ocupado por el problema
de multiplicar 17 por 8. El pensamiento de la tarea total de multiplicar esta-
ba, de manera dominante pero como telón de fondo, incluido en este paso
intermedio, aunque primario, de multiplicar 17 por 8. Pues no eran sólo los
17, sino los 17 chelines de £ 9. 17s. 4d, que él estaba multiplicando por 8.
Habría pasado de los chelines a las libras si no lo hubiera interrumpido.
No es que mi visitante viudo simplemente olvidó y tuvo que ser incitado a
recordar que él había estado pensando en su esposa, así como también en
las rosas, sino que su tarea de decirnos simplemente era, en algunas formas
importantes, totalmente distinta a la tarea de recordar, digamos, exacta-
mente cuántas llamadas telefónicas hizo durante la mañana. La diferencia
entre meramente pensar qué hermosas son estas rosas, y pensar cómo las
admiraría ella, no es como la diferencia entre haber hecho once o doce
llamadas telefónicas, a saber, una diferencia en el número de sucesos por
registrar. Enumerar los pensamientos de alguien no es como regresar a una
página anterior y tratar de dar un inventario exhaustivo de las cuestiones
que uno redescubre allí. La pregunta de si el equipo de Cambridge había
estado o no en el pensamiento del aficionado al canotaje, no era una
pregunta que él pudiese resolver estrujando su cerebro para recordar un
algo efímero que pasó. En nuestro ejemplo fue resuelta de una manera muy
distinta, a saber, preguntándole con respecto a qué le parecía inadecuada la
velocidad con la que progresaba el equipo de Oxford. Cuando él reconoce
que había estado pensando, como en un segundo plano, en el equipo de
Cambridge, una cosa que no dice es: "Ah, sí, su pregunta me recuerda que
el equipo de Cambridge estaba en mis pensamientos después de todo." No
se le ha recordado una cuestión olvidada, sino mostrado cómo su
descripción de su pensamiento era incompleta. Él había prescindido de
indicar parte de su contenido interno.
Declarar los propios pensamientos no es una cuestión de hacer una crónica
de los elementos de un proceso de fenómenos internos evanescentes. Si
podemos seleccionar dichos fenómenos y registrarlos, nuestro registro de
ellos no es todavía un enunciado del rumbo o del contenido de un pensar.
El modo en el que el pensamiento del viudo sobre las rosas era, en cierta
forma, un pensamiento sobre su esposa, no consiste en que durante el
tiempo en que él estaba pensando sobre las rosas hayan ocurrido una o dos
ráfagas muy fugaces de recuerdos sobre su esposa. Dichas ráfagas ocurren,
pero no eran ellas las que reconocía al reconocer que al pensar sobre las
rosas había estado pensando incipientemente en su esposa. Más bien, había
pensado en las rosas como la flor favorita de ella; en el modo en que el
aficionado al canotaje había pensado en el progreso del equipo de Oxford
como insuficiente para vencer a Cambridge; o en la manera en que el niño
de escuela había pensado en el 17 que estaba multiplicando por 8 como los
17s que había que considerar después de los 4d y antes de las £ 9.
¿Cuál es, entonces, la eficacia del "como" que hace que el pensamiento de
una joven sobre el próximo jueves como su vigésimo primer cumpleaños
sea diferente del pensamiento de su madre sobre el próximo jueves como el
día en el que las tiendas de Oxford cierran temprano?
Podemos aproximarnos, por lo menos, a una parte de la respuesta de la
siguiente manera. Algunas veces deliberadamente aconsejamos a las
personas pensar en algo como tal y cual. Por ejemplo, cuando damos a un
niño su primera explicación de lo que es un mapa, podríamos decirle que
piense en el mapa de Berkshire como una fotografía tomada desde un avión
que está muy alto y a la mitad de Berkshire. Esto puede hacerlo esperar
encontrar en el mapa cosas grandes como pueblos, ríos, carreteras, líneas
ferroviarias, pero no cosas muy pequeñas como personas, automóviles o
arbustos. Un poco después, él pregunta, perplejo qué son las líneas que
circundan tan conspicuamente la altiplanicie de Berkshire. Le decimos que
piense en ellas como marcas de la marea dejadas por el mar, que subió tan
alto que cubrió las partes más altas del condado. Él debe suponer que esta
inundación bajó exactamente 50 pies cada noche, dejando cada vez una
marca. Así, una persona que camina sobre una marca de la marea perma-
necería todo el tiempo a la misma altura por encima del nivel normal del
mar; y todo el tiempo estará 50 pies más arriba que otra persona que
siguiese la siguiente marca de la marea, pero que estuviera más abajo que
él. Muy probablemente, el niño podría ahora entender por sí mismo por qué
las líneas de contorno están muy juntas del lado de la colina empinada y
muy separadas en la pendiente.
Hacer que el niño piense en un mapa como una fotografía tomada desde
muy alto, y en las líneas de contorno como marcas de la marea, le hace
natural, o por lo menos muy fácil, tener otros pensamientos por sí mismo.
Consiste en implantar los gérmenes de estos otros pensamientos en sus
pensamientos estériles acerca del mapa. Si no continuaran otros pensa-
mientos, sin importar qué tan embrionarios o qué tan bien orientados,
entonces el niño no tendría ningún pensamiento del mapa como una
fotografía, o de los contornos como marcas de la marea. Describir a alguien
como pensando en algo como tal y cual es decir de él, por lo menos ínter
alia, que le sería natural o fácil continuar este pensamiento en una
dirección particular. Su pensamiento tuvo esos prospectos, que se dirigían a
ella. Debe destacarse que el pensamiento de algo como tal y cual, lleva
natural o fácilmente tal vez a otros pensamientos subsecuentes, pero
igualmente puede llevar a actos subsecuentes. El golfista profesional que
me dice que piense en mi palo de golf, no como martillo con mango largo,
sino como una cuerda con un peso en un extremo, espera que cese de
golpear la pelota y que empiece a empujarla suavemente. El padre que hace
que su hijo piense en los policías, no como sus enemigos, sino como sus
amigos, no sólo lo hace tener ciertos pensamientos consecuentes sino
también buscar a un policía para que lo ayude cuando esté perdido.
Una persona que piensa en algo como siendo algo, es llevada, ipso facto, a
pensar y hacer ciertas cosas en particular; y este posible futuro particular
que le abre su pensamiento debe ser mencionado en la descripción del
contenido particular de ese pensamiento, de manera similar a como la
mención de a dónde llega el canal tiene que incorporarse a nuestra descrip-
ción de lo que es este canal adyacente. Aproximadamente, un pensamiento
incluye lo que es incipiente, a saber, aquello de lo cual es vanguardia
natural. Su meollo incorpora su secuencia natural o fácil.
Hay también otras cosas que son, de maneras particularmente similares,
constitucionalmente incipientes. Enjabonarse la barba es prepararse para
usar la rasuradora. Aquí el acto de vanguardia es una preparación
intencional, o por lo menos deliberada, para la acción futura. Tuvimos que
aprender a preparar así el terreno para rasurarnos. Tensar el cuerpo es
prepararse para saltar o resistir al siguiente momento; pero este movimiento
incipiente no suele ser intencional o resultado del entrenamiento: es
instintivo. Las tendencias que nuestros pensamientos poseen son algunas
veces los resultados del entrenamiento, pero no a menudo. En todos los
casos similares, sin embargo, la descripción de un acto incipiente requiere
la especificación prospectiva de su secuela propia o natural. Nótese que
esta secuela propia o natural puede no ocurrir. Habiendo enjabonado mi
barba, pueden llamarme por teléfono; el perro, ya tenso, puede
tranquilizarse o morir de un balazo. Debemos usar el tiempo futuro en
nuestra descripción del acto incipiente, pero debemos limitar este tiempo
futuro con algunos "a menos que".
A primera vista podemos sospechar la presencia de la circularidad en la
descripción de algo como si fuese esencialmente el anuncio de su propia
sucesión. Pero este rasgo, sin ninguna apariencia de circularidad, pertenece
también a nuestras descripciones de promesas, prevenciones, amenazas y
compromisos matrimoniales, e incluso a los atardeceres, los deshielos y las
germinaciones. No puede haber una descripción completa de tales cosas
que no sea proléptica. De cualquier modo, nuestro caso especial parece
estar en un apuro peor, ya que he dicho que un pensamiento de algo como
algo es nativamente incipiente, ínter alia, de pensamientos subsecuentes, de
la manera en que un deshielo no es el comienzo de otro deshielo, o un
atardecer el principio de otro atardecer.
Así es que aquí nos acordamos, si no de círculos, por lo menos del verso:
Las pulgas grandes tienen pulgas pequeñas que las pican, Las pulgas
pequeñas tienen pulgas menores y así ad infini-tum.
Pero ¿resulta desconcertante este recordatorio? ¿No estábamos ya
conscientes hasta la médula de este preciso rasgo del pensar, a saber, que
cualquier intento de atrapar un pensamiento particular tiende a convertirse
en un intento de alcanzar algo más?
Nuestra historia de un pensamiento particular parece, dada la naturaleza del
caso, no terminar en nada más fuerte que un punto y coma. N o es
incidental que los pensamientos pertenezcan a cadenas de pensamientos.
Ahora tal vez podemos comenzar a ver la forma que tendrían las respuestas
a nuestras dos preguntas dominantes. Podemos empezar a ver por qué la
narración de una parte de mi pensamiento no puede ser meramente la
crónica de sucesos reales que tienen lugar "en mi mente" y se transmiten
por monitor. Ya que el contenido del pensamiento incluía su tenor y des-
cribir su tenor particular es prospectivamente mencionar sus secuelas
naturales o fáciles.
Pero también podemos comenzar a ver por qué no podemos ni, en el fondo
de nuestro corazón, deseamos reservar para nuestros pensamientos
cualquier material concreto particular, aparatos o medios, un X tal que
podamos decir: "Así como no hay canto sin ruidos, tampoco hay
pensamiento sin A." Pues advertir cualquier cosa, sea la que sea, puede ser
lo que haga pensar a una persona, en un momento particular, en esto o
aquello. El automovilista en el penúltimo pueblo antes de su casa, puede
pensar en la gasolinería que está a su lado como posiblemente el último
lugar para comprar gasolina en domingo. El viudo piensa en mis rosas, al
mirarlas como del mismo tipo que a ella le gustaba tanto. El estudiante
piensa en el número 17, sobre el cual están puestos sus ojos, como los 17s,
dentro del total de £ 9. 17s. 4< ¿Que debe multiplicar por 8. El poeta piensa
en la palabra "aniquilar", que surge en una conversación, como candidato
para el hueco en su dístico a medio componer. El ama de casa piensa en el
siguiente jueves como el día en que no podrá ir de compras a Oxford
después del almuerzo, mientras su hija lo piensa como el día en que
adquirirá la mayoría de edad. Podríamos extender nuestra consigna, si es
que ansiamos tener una consigna, para que diga: "No hay pensamiento si
no hay referencia a algo, sea lo que sea", pero será tan vacía como las
consignas "no se come sin comida", "no se construye sin materiales" y "no
hay compra sin mercancía."
Sin embargo, la vacuidad misma de nuestra nueva consigna, "no hay
pensamiento sin referencia a algo, sea lo que sea" tiene cierto aspecto
tranquilizante. Desde el principio sentimos, espero, una molesta
incomodidad respecto al programa mismo de tratar al pensamiento como
una actividad especial: en verdad, como una actividad muy especial, de la
manera en que cantar es una actividad muy especial y la jardinería es un
conjunto de otras actividades especiales. Pues mientras que ciertamente hay
muchos tipos o clases especiales de pensamiento, tales como calcular,
componer sonetos, resolver anagramas, filosofar o traducir, sin embargo, el
pensamiento no es una actividad en la cual estamos sólo cuando no estamos
cantando, escribiendo testimonios, trabajando en el jardín, etc. Pensar no es
una ocupación rival de estas actividades especiales, en el sentido de que
nuestro tiempo deba parcelarse entre ellas y el pensar, de la forma en que
nuestro tiempo debe parcelarse entre el golf y la jardinería, entre el escribir
testimonios y el dar conferencias, entre resolver un anagrama y jugar al
ajedrez, etc. Pues debemos estar pensando si queremos cantar bien, escribir
un testimonio justo, o trabajar eficientemente en el jardín. Ciertamente, no
debemos hacer mentalmente sumas o anagramas mientras cantamos o pro-
nunciamos una conferencia, pero esto se debe a que es mejor pensar cómo
realizar nuestra presente tarea de cantar o dar una conferencia. Sin darnos
cuenta vendimos la fortaleza central desde el principio, al preguntarnos, en
efecto: "Dado que la producción de ruido, de cierto tipo, es lo que hace del
cantar la ocupación apropiada que es, ¿qué es lo que análogamente hace del
pensar la ocupación interna que es?" El nombre verbal "pensar" no denota,
como todo el tiempo sabemos en nuestro fuero interno, una propiedad o
actividad especial en la manera en la cual lo es el cantar. Pensar no es un
departamento en un almacén, tal que podamos preguntar: ¿Qué línea de
beneficios nos ofrece, y qué línea de beneficios, ex officio, no ofrece? Su
lugar propio está en todos los departamentos —esto es, no hay ningún lugar
particular que no sea propio lugar.
Si hubiéramos formulado nuestro programa original preguntando: "¿Qué
departamento y qué aparatos internos se reservan para el uso de nuestro
ingenio?", habríamos visto de inmediato la respuesta a esta cuestión.
Notoriamente no usamos nuestro ingenio dondequiera y cuandoquiera que
debamos usarlo, pero no hay lugar o departamento de la actividad o la
experiencia humanas del cual podamos decir: "Aquí la gente puede usar sus
dedos, narices, cuerdas vocales o palos de golf, pero no su ingenio."
"¿Dentro de qué medio especial, o con qué instrumentos especiales, se
conduce el uso de nuestro ingenio?" También habríamos visto de inmediato
la respuesta. Nadamos en el agua, cantamos con ruidos, martillamos con
martillos, pero usar nuestro ingenio no es una operación especial
coordinada con su contraparte en el medio, el material, o los instrumentos.
Pues uno puede usar su ingenio nadando, cantando, martillando, o dentro
de cualquier cosa, sea la que sea. No sugiero que la expresión usar el
ingenio sea un substituto puro para la expresión pensamiento. Hay un
elemento de congratulación cuando hablamos de que alguien ha usado su
ingenio; un elemento que estaría fuera de lugar, por ejemplo, al hablar del
pensamiento del viudo sobre las rosas como la flor favorita de su esposa.
No obstante, sí comprendemos por qué era absurdo tratar de aislar una
actividad apropiada del uso de nuestro ingenio, y un campo reservado para
él.
¿Por qué no requerimos que nuestras escuelas impartan lecciones separadas
de pensamiento, al igual que imparten lecciones separadas de cálculo,
traducción, natación y cricket"} La respuesta es obvia. Es porque todas las
lecciones que dan son lecciones de pensamiento. Con todo, no son
lecciones de dos materias al mismo tiempo.

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