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DICCIONARIO DE TÉRMINOS LITERARIOS, Demetrio Estébanez Calderón.

Realismo.
[…]
Esta nueva estética es asumida también en España por un grupo de novelistas integrantes de la llamada
Generación de 1868, a la que pertenecen J. M. de Pereda, B. Pérez Galdós, Valera, E. Pardo Bazán, Clarín,
A. Palacio Valdés y, en menor medida, P. A. de Alarcón, en quien prevalece todavía la estética del
romanticismo. Aunque ciertas técnicas de observación y descripción realista, procedentes de la narrativa
española del siglo XVII (Cervantes y la Picaresca, sobre todo), eran practicadas por los costumbristas, que
influyen en los nuevos escritores (S. Estébanez Calderón, en Alarcón y Valera; R. de Mesonero Romanos,
en Galdós y Pereda), es indudable que el conocimiento de la obra de Balzac, primero, y de Zola, después,
contribuyen poderosamente al surgimiento del. realismo español. Galdós mismo (pionero y máximo creador
de dicho movimiento) reconoce esta deuda con Balzac, cuya Comedia humana confiesa haber “devorado”
en su mocedad antes de aplicarse a la lectura de otro realista, el inglés Dickens, según cuenta en Memorias
de un desmemoriado. Balzac recogerá, entre otras técnicas, la de1 retorno de personajes a lo largo de sus
novelas, lo que contribuye a producir la impresión «de mundo propio y autosuficiente» (R. Gullón, 1969).
Sin embargo, tanto Galdós como Pardo Bazán insistirán en la originalidad y autonomía del «Realismo
nacional» y del Naturalismo. El primero considera a Pereda como portaestandarte del realismo literario en
España, del que habría dado prodigiosas muestras «cuando aún no habían dado señales de existencia otras
maneras de realismo exóticas … » (Prólogo a El sabor de la tierruca, de Pereda.

Las primeras manifestaciones del Realismo español del siglo XIX son las obras iniciales de Galdós (La
Fontana de Oro, 1870; El audaz, de 1871; Doña Perfecta, 1876, etc.) y de Valera Pepita Jiménez, 1874).
Para 1875 la estética de la nueva escuela parece consolidada, a juzgar por un artículo de E. Nieto en la
Revista Europea (1875), que señala «el creciente imperio del realismo artístico» en periódicos y revistas.
Por estas fechas se constata la publicación en la Revista de España de relatos de Pereda, Galdós, Valera y,
posteriormente, de L.Alas, Pardo Bazán, Picón, etc., acompañados de la crítica literaria correspondiente.

Las características fundamentales de la estética realista en estos escritores son las siguientes: 1. La categoría
esencial que condiciona el desarrollo del relato, la configuración de personajes, la estructura, técnicas
narrativas y pecularidades del lenguaje, es la verosimilitud. La novela (género especialmente cultivado por
los escritores realistas) es considerado como una «imagen de la vida», como una “representación” de la
realidad (Galdós), como un «espejo clarísimo, expresión cabal de sociedades» (Pardo Bazán), «espejo y
representación artística de la sociedad toda» (Valera), como una «copia artística de la realidad» (L. Alas). 2.
Requisito, para lograr esta verosimilitud es la mimesis de esa realidad, imitación o “copia”, fruto de una
observación obtenida del «estudio directo y al natural» (Galdós): personajes como Almudena e
Misericordia; Guillermina Pacheco en Fortunata Jacinta, habrían sido extraídos de la realidad viva de la
calle. 3. Junto a las dotes de observación, el novelista precisa de una capacidad de descripción de los
«caracteres humanos, las pasiones, las debilidades, lo grande y lo pequeño, las almas y las fisonomías, todo
lo espiritual y lo físico que nos rodea, y el lenguaje, que es la marca de la raza y las viviendas, que son el
signo de la familia y la vestidura, que diseña los últimos trazos de la personalidad» (Galdós). Recuérdense
las técnicas de observación y descripción minuciosa de los objetos, la importancia concedida al vestido,
mobiliario, arquitectura, etc., por Galdós y Pereda, como medio de recreación del ambiente sociológico de
los personajes. A esta técnica minuciosa y detallista» alude M. Meléndez Pelayo como uno de los rasgos
sobresalientes del realismo. 4. La observación y descripción mimética de los caracteres implica el
conocimiento profundo de los móviles de conducta de los personajes y de su mundo interior. Ello explica la
presencia de un narrador omnisciente (un sujeto perfectamente enterado de todo, según Valera). 5. Otra
característica del realismo español del XIX es el compromiso del autor, que se inmiscuye, a veces estos
relatos por la toma de posición frente a situaciones y problemas ideológicos planteados. De hecho, en gran
parte de las novelas realistas de 1870 a 1880 (Doña Perfecta, Gloría y La Familia de León Roch, de Galdós;
Don Gonzalo y De tal palo tal astilla, de Pereda; El escándalo, de Alarcón, etc.) se aborda una temática
religiosa y política, en la que están comprometidos los escritores mencionados. Este compromiso condiciona
la calidad estética de dichas obras, en las que los personajes corren el riesgo de convertirse en estereotipos y
portavoces del pensamiento de su autor. Otro rasgo común de estos relatos es la mutua imbricación de
historia y ficción (p. e., personajes ficticios que conviven con personajes históricos, en los Episodios
nacionles de Galdós) y la coetaneidad de los sucesos narrados en la historia de ficción con los de la historia
real del lector: p. e., Pepe Rey vive una existencia de ficción que termina en 1875, y el lector tiene en sus
manos la novela (Doña Perfecta) a partir de 1876. 7. Otros rasgos apuntados por Menéndez Pelayo a
propósito de la obra de Pereda, son el «sabor local», la naturalidad de la expresión» y la lucha contra «el
convencionalismo», la «falsa retórica» y el «arte docente y conservador, y todo esto en nombre y provecho
de la verdad humana … » (1941).

Es difícil señalar una frontera entre realismo y naturalismo y también entre romanticismo y realismo. En
este último aspecto se ha advertido la pervivencia de la estética romántica en Alarcón, en Pereda (su
costumbrismo permanente; el estrato fantástico subrayado en algunos de sus relatos: Las brujas, p. e.), en
Pardo Bazán (presencia de folletín social prevista en La Tribuna), etc. Por otra parte, el mismo concepto de
realismo no deja de ser equívoco cuando se considera como su característica esencial la reproducción o
copia de la realidad. ¿De qué realidad se trata? ¿Qué se entiende por realidad en el plano del arte? Como ha
sido apuntado certeramente, la realidad observada pasa «por el doble filtro del lenguaje y de la
imaginación». En las obras de Galdós y de Clarín (p. e., en Fortunata y Jacinta, Misericordia o La Regenta),
junto al objetivismo de la observación aparecen incursiones por el mundo de la fantasía (los «lindos cuentos
de Almudena, o las ensoñaciones de realidades exóticas de Obdulia y Ponte), del sueño y de lo mágico,
momentos de expresión lírica, transmutaciones metafóricas y de; deformaciones grotescas de la reaslidad
operadas por la creación poética de estos escritores. Y es que en la retórica del realismo «no sólo es
fundamental la mimesis, sino también la creación.

El Realismo español de los años 1870 y I 880 supera la etapa de la llamada novela de tesis o de tendencia,
gracias a los nuevos planteamientos estéticos y técnicas narrativas del Naturalismo francés. La Desheredada
(1881), de Galdós, significa el punto de partida de la nueva fase del Realismo. Dadas las peculiaridades del
Naturalismo español y sus marcadas diferencias con el francés (el de Zola), se ha sugerido la idea de
englobar ambas fases con el mismo término (“realismo”), como «el más adecuado al contexto peninsular»
lt artículo de Castagnary sobre la pintura de Durbet, publicado en la Revue Moderne, en 357. La atribución
del término a esta pintu-a se debe, según el mencionado crítico, a que n ella se trata <<la naturaleza con
realismo». 1 artículo de Castagnary sobre la pintura de ourbet, publicado en la Revue Moderne, en lBS 7. La
atribución del término a esta pintu· se debe, según el mencionado crítico, a que J. ella se trata <<la
naturaleza con realism~».

Naturalismo.

Movimiento literario surgido en Francia en la segunda mitad del siglo XIX extendido por varios países de
Europa, entre ellos España, donde se desarrolla en la década de los años ochenta de dicho siglo. El término
“naturalismo” aparece inicialmente aplicado a crítica de obras de arte y, en concreto, en un artículo de
Castagnary sobre la pintura de Courbet, publicado en la Revue Moderne, en 1857. La atribución del término
a esta pintuse debe, según el mencionado crítico, a que en ella se trata “la naturaleza con realismo”.

En 1867 E. Zola, en el prólogo de Thérese Raquin, afrrma su pertenencia a un «grupo de critores


naturalistas» (ya H. de Balzac en 1845 hablaba de «naturalistas de la novela»), Ido a dicho término un
significado nuevo, )cedente del campo de las ciencias “natu- l res”, que entonces gozaban de gran prestigio
por el uso de métodos rigurosos de observación, documentación y experimentación.”
En la formación del Naturalismo de Zola, entendido como estética literaria y como doctrina, se advierte una
serie de influencias, algunas de ellas señaladas por él mismo. En cuanto a las técnicas narrativas, reconoce
su deuda con los grandes maestros del Realismo francés, H. de Balzac, Stendhal y G. Flaubert, cuya obra
Madame Bovary (18S7) es considerada por Zola como modelo de novela natalista.

Entre los creadores del realismo y Zola median los hermanos Goncourt, que en su novela Germinie
Lacerteux (1865) se adelantan a uno de los presupuestos de la novela experimental, al considerar la obra
narrativa a una forma «viva de estudio literario y encuesta social» y un verdadero «documento humano».
La crítica ha apuntado el influjo de esta novela en la primera gran obra novela de Zola, Thérese Raquin.

Pero el Naturalismo, además de estética literaria, implica una concepción del hombre y la vida. En la
génesis del pensamiento antrpológico y social de Zola ejercen una influencia decisiva las obras del Dr.
Lucas “Traité de l’hérédité naturelle, 1850), de H. Taine (Essais de critique et d’histoire, 1857); Ch. Darwin
(El origen de las especies, 1859) Y de C. Bernard (Introduction a l’étude de la médicine expérimentale,
1865).

El principio de que las leyes fisiológicas de la herencia condicionan la conducta del ser humano (Dr. Lucas)
formará parte de la concepción determinista de la vida que late en la obra de Zola, principio reforzado por la
acepción de otros condicionantes formulados .por Taine: los de raza, medio y momento. Este determinismo
se consolida con el magisterio de C. Bernard, cuya metodología científica de observación, experimentaci6n
y documentación, aplicadas por él al campo de la medicina y de la fisiología, intentará Zola trasladar al de
la literatura. En este sentido el escritor francés parte de la hipótesis de que los personajes novelescos han de
ser producto y trabajo de la observación y documentación de la realidad social y que pueden ser sometidos,
a lo largo del relato, a un proceso de experimentación, teniendo en cuenta los condicionamientos de la
herencia y del medio. El determinismo que rige los comportamientos humanos justificaría la aplicación de la
metodología de la medicina a la «novela experintal”. Un texto clave de Zola confirma este planteamiento:
«La ciencia prueba que las condiciones de existencia de todo fenómeno son las mismas en los cuerpos vivos
que en los inertes, por donde la filosofía adquiere igual certidumbre que la química y la física ( … ). puesto
que sabios como C. Bernard demuestran ahora que al cuerpo humano lo rigen leyes fijas, podemos calcular,
sin que quepa error, la hora en que serán formuladas a su vez las leyes del pensamiento y de las pasiones.
Igual determinismo debe regir la piedra del camino que el cerebro humano» (trad. E. Pardo Bazan, en J. M.
González Herrán, 1989). ,

El encuentro de Zola con la obra de Darwin completa el pensamiento del escritor con un concepto clave: el
de la lucha por la vida, como móvil de conducta de los individuos y grupos sociales. Para Darwin esta lucha
es fruto de la competición natural de las especies entre sí y de los individuos dentro de las especies se
origina una selección natural de los más dotados. El hombre en la esfera animal actúa por los mismos
móviles, pero a la selección biológica ha sucedido la selección social. Zola aplica estos principios a la
observación las instituciones sociales y a las relaciones los individuos y grupos humanos. La lucha por la
vida prescribe el puesto que el hombre ha de tener en la sociedad. La actual organización de la sociedad ha
depravado el principio de la selección natural de los mejor dotados (por su vigor, inteligencia, cualidades y
creatividad) por el privilegio de unos pocos sobre mayoría. La selección ya no es natural, sino fruto de un
artificio de las condiciones económicas y sociales por las que una minoría le ha concentrado los resortes del
poder, explota al resto y la reduce a condiciones de existencia embrutecedoras. El novelista ha de escribir en
sus obras estas formas sociales y circunstancias (trabajo, vivienda, etc.) degradadoras de la vida de los
individuos, sin marginar las realidades más repulsivas. Por otra parte, ha de dejar constancia de la ruptura
existente entre determinados grupos sociales y las instituciones de esa sociedad degradada, contra la que se
manifiestan las fuerzas de los instintos sin freno ni miramiento, a través de la violencia y los excesos, de la
transgresión de todo tipo de prohibiciones y de la brutalidad animal destructora.:De estos presupuestos
estéticos e ideológicos derivan los rasgos básicos del Naturalismo: concepción determinista de la vida
(herencia, selección natural, medio), antropología materialista, en la que se concede especial relevancia a los
instintos (sexual, de posesión, poder) que condicionan la conducta del hombre, y un pesimismo fatalista
respecto al destino del ser humano en la actual organización social. En cuanto a técnicas narrativas:
objetivismo basado en la observación y documentación, preponderancia de descripciones minuciosas de
ambientes, espacios y personajes con prevalente atención a los grupos humanos (personaje colectivo: la
mina, la fábrica, masas ciudadanas de París, etc.); presentación de tipos individuales dominados por el
temperamento y el medio, y en muchos casos degradados y embrutecidos. La acción de estas novelas, muy
extensas, es de escasa complejidad. En el lenguaje y estilo destacan la sencillez y vigor expresivos, la
abundancia de diferentes jergas, la utilización del estilo indirecto libre (herencia de Flaubert), etc. En el
aspecto ideológico se percibe en estas novelas una clara voluntad de denuncia de ciertos valores e
instituciones de una sociedad degradada y degradante. El determinismo fatalista y el pesimismo del escritor
responden, circunstancialmente, a esas condiciones sociales mencionadas.
[…]
En España, el Naturalismo, que comienza a conocerse desde finales de los setenta provoca una agria
polémica en la que participan escritores y críticos, unos a favor (J. Ortega Munilla, «Clarín», E. Pardo
Bazán, B. P Galdós y A. Palacio Valdés) y otros en contra: P. Antonio de A!arcón, G. Núñez de Arce, J. M ,
Pereda, M. Menéndez y Pelayo y J. Valera. El conocimiento directo de la obra de Zola es posible gracias a
la pronta traducción de sus principales novelas, algunas el mismo año de su publicación en Francia.

La aparición de estas obras promueve en España, además de la reacción crítica mencionada, la creación de
una serie de novelas de influjo naturalista, algunas de gran calidad, comoo La desheredada (188l) de Galdós.
A raíz su aparición, los críticos constatan que ha irrumpido la estética de Zola en España. En el año 1881-
1882 se celebran en el Ateneo de Madrid unas sesiones sobre el Naturalismo en que participa, entre otros,
«Clarín». Entre 1882 Y 1883 publica E. Pardo Bazán en La Época sus artículos sobre naturalismo que
aparecen en 1883 reunidos en libro: La cuestión palpitante (J. M. González Herrán, 1989).

A pesar de que ya en algunas obras de J. Ortega Munilla (Lucio Tréllez, 1879), J. O. Picón (Lázaro, 1882)
y A. Palacio Valdés (El señorito Octavio, l881) surgen algunos atisbos cercanos a la novela experimental, va
a ser Galdós el verdadero .iniciador de la estética naturalista y quien mejor asimila las innovaciones técnicas
de Zola, evidentes en La desheredada : descripciones del manicomio de Leganés, fábrica de sogas, cárcel,
arrabales de Madrid; estudio de la tara familiar de los Rufete: psicopatía del padre de Isidora,
embrutecimiento de Mariano, macrocefalia del niño “monstruoso”, como consecuencias del determinismo
hereditario. El lenguaje y la técnica narrativa naturalistas continúan en obras posteriores como El doctor
Centeno (1883) y Lo prohibido (1885) y, en el plano de la observación y “documentación”, en otras novelas
como Fortunata y Jacinta (1887) y Misericordia (1897), en las que, sin embargo, al margen de cualquier
determinismo reduccionista (en Fortunata y Jacinta se habla de «naturalismo espiritual»,- se afirma la fuerza
regeneradora de lo “natural”, de lo instintivo, en pugna con los convencionalismos represivos de la sociedad
(“Cuando lo natural habla, los hombres se tienen que callan” subraya Fortunata) una sublimación de esa
«Naturaleza», la “verdadera ley”, como fuente de regeneración moral y de valores humanos (D. Estébanez :
Calderón, 1994). En cuanto a las novelas de E. P. Bazán, su naturalismo es más aparente que real, al menos
en La Tribuna (1883), obra cuyo «documentalismo experimental» ha sido interpretado como
«pintoresquismo costumbrista, carente de imparcialidad y objetividad y cercano al «folletín social», en
menoscabo de la estética naturalista (J. M. González Herrán ,1988). En Los Pazos de Ulloa, 1886 y en La
Madre Naturaleza, el influjo de la herencia, la degradación bestial de ciertos personajes (Primitivo y Sabel),
la presión de los instintos y del medio en la tracción sexual de los dos adolescentes, etc., responderían a los
tópicos de la temática naturalista.

En contraposición a este naturalismo aparente surge otro “radical” representado por las obras de E. López
Bago, La prostituta, 1884, Alejandro Sawa La mujer de todo el mundo, 1885.
A comienzos de la década de los noventa se produce un cambio en los gustos de escritores y público en
España, similar al que ocurre en resto de Europa. En España, a excepción de V. Blasco Ibañez (que se
autoproclama discípulo de ZoIa y cuyo influjo es evidente en algunas de sus obras, como Cañas y barro,
1902, los grandes novelistas como «Clarín» (Su único hijo, 1891), Galdós (sobre todo desde Ángel Guerra
1890-1891, aunque ya en Fortunata y Jacinta se habla de «naturalismo espiritual», Pardo Bazán (Una
cristiana, La prueba, 1890), etc., han abandonado métodos y temática naturalistas. Un Neoidealismo de ins-
piración tolstoiana, el Psicologismo y el Simbolismo son las líneas perceptibles en la nueva narrativa.

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