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La reorientación de los
estudios literarios en el Perú
Dorian Espezúa Salmón
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Resumen
Sostendré aquí que la Literatura, como disciplina científica, sufre, por un lado, una
especie de Parkinson debido a la decadencia o degeneración de sus investigaciones
y a la pérdida del equilibrio disciplinario que permite el descontrol de sus
movimientos; y, por otro lado, siendo una disciplina joven, sufre de una
enfermedad senil debido a que ha olvidado su función, su lugar y hasta su nombre.
Así, la Literatura, entendida como disciplina que forma parte de las llamadas
“ciencias humanas”, se fue enfermando gradual y silenciosamente en los últimos
treinta años en el Perú, no solo porque involucionó disciplinariamente, sino, y
sobre todo, porque perdió de vista su razón de ser hasta llegar al grado de la
acinesia cuando no al estado de coma. En el momento actual no es exagerado
afirmar que la Literatura ha olvidado su origen y el quehacer que le da sentido a su
existencia como disciplina científica. Sin embargo, a diferencia del Parkinson y
del Alzheimer, es posible rastrear el derrotero y las causas de la degeneración
literaria y eso es lo que intentaremos hacer a lo largo de este texto.
Charles Darwin
Sería posible describir todo científicamente, pero no tendría ningún sentido; carecería
de significado el que usted describiera a la sinfonía de Beethoven como una variación
de la presión de la onda auditiva.
Albert Einstein
Por otro lado, intentaré dialogar con la postura escéptica de aquellos que
defienden el subjetivismo, el relativismo o el fenomenalismo y se arrogan la
representación de las actuales, modernas, innovadoras, nuevas, etc.,
perspectivas sobre las “ciencias humanas” en general y sobre la Literatura en
particular. Dicha postura desacredita la larga tradición racionalista de la
investigación científica calificándola de vieja, superada, desfasada o errónea
como si el racionalismo hubiera sido cancelado como método científico. Es
curioso, por paradójico, que estos investigadores, cuya ocupación principal es
la difusión de sus opiniones personales sobre diversos tópicos de la cultura y no
la investigación literaria, pregonen una cultura de diálogo desacreditando o
ninguneando el discurso de quienes pretenden que sean sus interlocutores. Los
adjetivos calificativos usados en sus textos prueban textualmente la existencia
de un discurso dogmático y pragmático que asume tener la razón que le niega
al otro. La coherencia argumentativa lo aguanta todo, la coherencia científica
solo aguanta la razón que se confronta con la realidad para construir
conocimientos.
Está claro que las ciencias humanas no son divinas ni demológicas porque, si
fueran así, no serían humanas. Creer que hay algo sobrenatural, que no puede
ser explicado con la razón, es situarse en un modo de pensar las ciencias
humanas felizmente ya superado que se corresponde con el pensamiento
premoderno. Racionalizar la Literatura es finalmente la razón de ser de los
Estudios Literarios. Así, la superstición y el irracionalismo son los principales
enemigos de la ciencia de la Literatura. Sin embargo, cabe recordar aquí los
planteamientos platónicos sobre la Poesía que consideraban al poeta un ser
poseído por las Musas y, por lo tanto, un médium. Desde el punto de vista
platónico la poesía auténtica (que se opone a la poesía técnica o falsa),
entendida como acto creativo, tiene su origen en la divinidad o los demos.
Ahora bien, dar cuenta de la creación o explicarla requería de la anamnesis.
¿Es la Literatura una ciencia común a todos los pueblos o es una ciencia
particular de cada pueblo? Creo que la Lingüística, como la Literatura, pueden
ser consideradas ciencias particulares si es que estudian una lengua o un texto
literario en concreto y, al mismo tiempo, pueden ser consideradas ciencias
comunes si es que estudian “universales lingüísticos” o “universales literarios”
comunes a todas las lenguas y literaturas. Es cierto que cada lengua, región,
cultura o persona producen manifestaciones literarias particulares que no son
permanentes porque evolucionan constantemente; no obstante, la Literatura
como ciencia tiene que dar cuenta de los elementos comunes y constantes a
todos los textos literarios, independientemente de los condicionamientos
circunstanciales, si es que quiere ser considerada una ciencia. Hago notar aquí
que la definición de texto literario implica, en este momento, una reducción más
que una ampliación del corpus de textos considerados literarios, dado que no
todos los textos son o deben ser estimados como literarios.
Para objetivar al sujeto hay que cosificarlo u objetivarlo de manera que las
ciencias humanas, más que “descubrir” al sujeto, lo encubren. De modo que no
es posible una ciencia del hombre porque el “Hombre” no es objeto categorial
de ninguna ciencia. La autognosis científica, es decir, el conocimiento del
hombre, es imposible porque no se puede obligar al sujeto a que se haga objeto
de su conocimiento o a que se exteriorice. En ese sentido, las ciencias humanas
son imposibles o utópicas. Pero, si segmentamos y objetivamos las
manifestaciones humanas podemos conocer gradualmente aspectos concretos
del campo de lo humano. El conocimiento de lo humano del Hombre requiere
de la colaboración de todas las ciencias (donde se incluyen a las ciencias
naturales o formales y, por supuesto, a las denominadas ciencias humanas).
Desde otro punto de vista se ha definido a las ciencias humanas como “ciencias
hermenéuticas” (Heidegger, Gadamer o Ricoeur) en oposición a las ciencias
factuales. La tesis defendida es que como no es posible conocer lo humano,
entonces solo nos queda comprenderlo e interpretarlo. ¿Es la hermenéutica una
ciencia? ¿La hermenéutica ofrece análisis gnoseológicos precisos? Todas las
ciencias son hermenéuticas porque interpretan signos naturales o artificiales.
Sin embargo, la hermenéutica se aplica a textos de la Filosofía, de la Religión
o de la Literatura y casi nadie considera a las Matemáticas ni a la Lógica formal
como ciencias hermenéuticas, debido a que la interpretación se aplica allí donde
hay ambigüedad y donde es imposible establecer un sentido definitivo. Las
ciencias de la comprensión hermenéutica no son gnoseológicas, sino
epistemológicas.
Estos aportes en el análisis del discurso pudieron haber servido para fortalecer
la hermenéutica o la interpretación de textos literarios. Esto no fue así, puesto
que la posmodernidad niega la posibilidad de conocer el significado de un
significante. Por lo tanto, los aportes de los métodos posmodernos, fueron
utilizados para diseminar la significación de un texto o para especular sobre lo
mismo. Para la hermenéutica posmoderna el texto no tiene sentido, al texto
puede otorgársele un sentido, el sentido del texto depende de la recepción, el
texto genera un sentido o es imposible determinar el sentido de un texto.
¿Pueden o no verificarse, demostrarse o comprobarse, verdades en los textos
literarios?
Conviene aquí definir algunos conceptos básicos que serán utilizados a lo largo
de este texto con ejemplos literarios. Lo disciplinario hace referencia a una
disciplina científica que cuenta con objeto de estudio definido y que ha
desarrollado métodos y conceptos adecuados para dar cuenta de ese objeto. Así,
el objeto de estudio de la disciplina literaria es, como acertadamente sostuvo
Jacobson a inicios del siglo XX, el texto literario que ha sido estudiado, por
ejemplo, con el método formalista y que tiene conceptos propios como
desautomatización, extrañamiento, metáfora o verso alejandrino. Lo
interdisciplinario alude al estudio de un objeto que pertenece a dos o más
disciplinas que tienen métodos de aproximación diferentes a dicho objeto. Este
sería el caso del ensayo como género discursivo y objeto de estudio reclamado
tanto por la Literatura como por la Historia, la Sociología o la Antropología. Lo
multidisciplinario o pluridisciplinario remite al estudio articulado de un objeto
que pertenece a una disciplina específica hecho desde el punto de vista de otras
disciplinas con sus respectivos métodos de aproximación. Corresponde poner
el ejemplo del estudio de un texto literario hecho desde la perspectiva de la
Antropología, Sociología, Historia, Lingüística, Derecho o Pedagogía con sus
respectivas herramientas metodológicas y conceptos disciplinarios. Lo
transdisciplinario indica una visión holística de un fenómeno que requiere la
articulación de todas las disciplinas necesarias y la transgresión de las fronteras
disciplinarias a través de la incorporación de saberes considerados no
científicos. Aquí encajan como ejemplos los estudios sobre las manifestaciones
de la cultura en general que hacen uso de todos los conceptos y métodos
provengan de donde provengan. Lo antidisciplinario señala tipos de “estudio”
que no tienen campo, objeto de estudio, métodos o conceptos definidos y que
pueden ser realizados por cualquier sujeto que se crea capaz de opinar sobre
cualquier tópico sin rigor científico. Estamos frente a la lógica que sostiene que
todas las lecturas son interpretaciones válidas.
María del Carmen Bobes Naves afirma que: “Los métodos adecuados para
lograr el conocimiento científico deben tener en cuenta el estatus ontológico de
los objetos que analizan. Comprender el ser de la obra literaria es decisivo para
lograr conocimientos científicos sobre ella” (Crítica del conocimiento literario
19). En efecto, la autora, al preguntarse si es posible un conocimiento científico
sobre las obras literarias, reconoce que estas “obras literarias” son el objeto de
estudio de la Literatura entendida como disciplina científica. Más adelante, en
ese mismo texto se lee: “Determinar el objeto de estudio y el método para
estudiarlo son pasos previos y centrales de toda investigación” (Crítica del
conocimiento literario 26). Que se establezca una relación entre el sujeto
cognoscente y el objeto cognoscible, no significa que el objeto de estudio de la
Literatura sea esa relación entendida como experiencia de lectura.
¿Por qué los estudios culturales o los estudios del discurso desplazaron a los
Estudios Literarios? La respuesta a esta pregunta tiene que ver, en el caso
peruano, con la importación de una moda académica difundida desde las
universidades metropolitanas a las que asisten para obtener su PHD los
egresados de nuestras universidades. En efecto, la dependencia académica o la
colonialidad del saber (Quijano “Colonialidad del poder…” 2003) tiene un
esquema piramidal en el que el reconocimiento académico se obtiene en las
universidades metropolitanas para luego ser difundido en las principales
universidades que funcionan en Lima a donde acuden a “capacitarse” los
profesionales de las universidades del interior que, a su vez, capacitan a los
profesionales de las provincias y distritos en cada una de las regiones del Perú.
La ampliación del corpus de lo que ahora se quiere entender por Literatura (que
también puede verse como deformación, distorsión, desequilibrio o evolución)
tiene dos causas: una endógena y otra exógena. La primera obedece a la
experimentación continua e inevitable, por parte de los escritores, que mezclan
géneros y transgreden tradiciones heredadas de modo que producen obras
híbridas y desconcertantes para la crítica y teoría literaria en lo que podría
denominarse “evolución autónoma de la producción literaria” que está
íntimamente relacionada con la morfogénesis y la genética textual. Este
fenómeno puede ser ejemplificado con todos los experimentos de la Vanguardia
y, específicamente, con El pez de oro de Gamaliel Churata que es, como todos
saben, un texto generológicamente complejo.
Por otro lado, los estudios del discurso fundamentan su práctica en el hecho de
que cualquier discurso de la cultura es un relato, una narración, un discurso que
puede ser analizado e interpretado por todas las disciplinas que se ocupan del
estudio de la comunicación, de la información y del lenguaje. Cabe aquí
formular algunos interrogantes: ¿Todos los textos fronterizos o indeterminados
deben y pueden ser considerados Literatura? ¿Los discursos culturales son
discursos literarios? Con estos criterios se amplió el corpus literario hasta el
punto de incluir a discursos no literarios solo por el hecho de ser expresados
con lenguaje. Si no podemos definir un texto literario, por lo menos tenemos
que saber reconocer un texto no literario y un texto condicionalmente literario.
Si no podemos hacer eso, entonces ya no tenemos disciplina literaria. Eso
significaría que el Alzheimer nos ha derrotado.
Esta voraz ampliación del corpus de lo que se considera como literario da por
sentado que cualquier texto (entendido como cualquier producción que pueda
leerse o como cualquier conjunto sígnico coherente) puede ser estudiado como
Literatura. En esta lógica, la Literatura no es una disciplina científica, sino un
campo indeterminado, inestable, inconsistente o débil conformado por
diferentes objetos de estudio disímiles que se analizan con una mescolanza de
métodos derivados de varias disciplinas. Por tanto, la Literatura ya no tiene un
campo de investigación, un objeto de estudios definido; tampoco desarrolla
métodos adecuados para dar cuenta del fenómeno literario, para establecer
relaciones entre los textos literarios y explicar su evolución, para enunciar leyes
o principios y para producir conocimientos útiles para el hombre. La “crítica
cultural” es una práctica hermenéutica que no produce saber, un ejercicio libre
de interpretación, una arbitraria y continua experimentación con el ensamblaje
de conceptos y métodos de manera antidisciplinaria.
Estamos frente a la figura del charlatán que cree tener competencia para opinar
sobre performances, pintura o música. La prueba de esto está en las tesis
de nuestros estudiantes que en estos tiempos versan sobre comics, canciones,
danzas, cuadros, representaciones, recetas de cocina, artículos periodísticos,
cine, caricatura, o prácticamente cualquier discurso de la cultura (Miranda
Catálogo de tesis de la Facultad de Letras 2003). Sin embargo, no hay que
perder de vista que cuanto más se extiendan las fronteras de lo literario, más
cerca estaremos de su desaparición como disciplina ya que tanto el objeto como
el método se vuelven indeterminados. Como correlato contrario está la tesis de
que cuanto más se fortalezcan y precisen las fronteras de la disciplina literaria
-o de cualquier otra- que produzca conocimientos útiles para la humanidad, más
garantizaremos su existencia y supervivencia como disciplina científica. Esa ha
sido la razón por la que la comunidad antropológica ha desterrado a los estudios
culturales de su campo disciplinario y decretado su decadencia e impertinencia
(Reynoso Apogeo y decadencia de los estudios culturales 2000).
Está claro que una defensa de las disciplinas no impide realizar estudios inter o
multidisciplinarios; por el contrario, contribuye a fortalecerlos. La integración,
diálogo o colaboración disciplinaria presupone necesariamente la formación
sólida de los investigadores colaboradores en su respectiva disciplina. En otras
palabras, lo inter o multidisciplinario existe solo a partir de lo disciplinario
porque son disciplinas las que se integran y dialogan interdiscursivamente entre
sí. Nadie, en su sano juicio, puede defender el aislamiento, la cerrazón, la
endogamia, el ensimismamiento, la clausura o el encierro disciplinario. Pero,
tampoco nadie, formado disciplinariamente, puede proponer que se realicen
estudios multi-trans-interdisciplinarios sin la existencia previa de disciplinas.
Aquel que habla de todo sin fundamento científico es un charlatán. La
colaboración disciplinaria depende de las competencias que tengan los
investigadores de cada una de las disciplinas convocadas. Las “zonas de
indeterminación” disciplinaria tienen que ser indagadas por un equipo de
investigadores que hagan dialogar sus métodos y conceptos para dar cuenta del
nuevo fenómeno descubierto.
Estudios transdisciplinarios
Así, esta ideología ha servido para equiparar a Julio Ramón Ribeyro con
Mónica Cabrejos, a Manuelcha Prado con Óscar Colchado o a Hilaria Supa con
Sócrates Zuzunaga por poner tres ejemplos. Desde esa perspectiva, cualquier
valoración, jerarquía o simple categorización en diferentes dominios sería
discriminadora y opresiva en principio. Ya no se trata solamente de que "todo
puede ser literatura". Ahora también hay que considerar que el culturalista (una
especie de soldado de la justicia cultural) está convencido que debe luchar para
que los discursos subalternos que han sido oprimidos o marginados sean
considerados literarios ocupando la posición principal o central dentro de la
disciplina literaria. Para ello, paradójicamente, dejan la discusión literaria para
centrarse en una discusión socio-política. El resultado: cualquier discurso
marginal de cualquier naturaleza es considerado discurso literario.
Considero que uno de los problemas en cuestión es que existe un afán por hacer
gala del dominio de la teoría cultural (aunque este dominio teórico sea un
sancochado de todo) y un descuido en la utilización de la teoría literaria de
modo que se termina opacando el texto considerado literario. O, en el caso más
grave, dicho texto termina siendo el pretexto para validar la teoría aplicada. Sin
embargo, debemos tener presente que las categorías y los conceptos fueron
desarrollados para explicar un fenómeno dentro de una disciplina y que, por lo
tanto, es muy difícil aplicarla en otra disciplina sin procesos de adaptación y
transducción (La formación de conceptos en ciencias y humanidades, 2006). En
efecto, la categorías sexualidad o inconsciente son trabajadas esencialmente en
el campo disciplinario de la Psiquiatría, las categoría poscolonialidad y
subalterno corresponden básicamente a la Historia, la categoría andino
corresponde a varias disciplinas pertenecientes a la ciencias sociales, la
categoría cultura corresponde fundamentalmente a la Antropología, la categoría
discurso es trabajada básicamente por la Lingüística.
La lectura y comentario de un texto literario es algo que todo lector puede hacer,
aunque no necesariamente disfrutar, porque la Literatura, como producción
textual estética, puede ser leída por cualquiera que tenga la competencia para
hacerlo. Ya Horacio, allá por el año veintitrés a. de C., hablaba de la dualidad
docere-delectare dando a entender que un texto literario puede ser útil para
complacer, para aprender o para las dos cuestiones a la vez. No obstante, creo
necesario tener claro que una cosa es la lectura y opinión particular hecha por
un individuo cualquiera que solo lo afecta a él, y otra cosa es la lectura
profesional hecha por un licenciado en Literatura que emite una opinión con
rigor científico destinada a orientar la lectura de los demás. Eso no quita la
posibilidad de que, por ejemplo, un autodidacta emita un juicio con coherencia
y pertinencia. Lo que ocurre es que, en este momento, nuestras lecturas están
tan desacreditadas, por aquello de “todo vale” y “todo sirve”, que importan lo
mismo las opiniones comunes y las opiniones especializadas emitidas por
sujetos que supuestamente están formados disciplinariamente en Literatura. De
hecho, todos hemos leído lecturas descabelladas hechas por licenciados en
Literatura.
No debe sorprender, por tanto, que cualquier profesional de cualquier área del
saber se sienta con la capacidad de opinar con propiedad sobre Literatura ya
que considera que este es un terreno de todos o de nadie. Esta es la única
profesión en la que un economista, un abogado, un antropólogo, un filósofo, un
sociólogo, un ingeniero o un médico (sin licenciatura en Literatura) puede
escribir un artículo científico sobre Literatura que sea aceptado por la
comunidad literaria. En ese sentido, nuestro campo es muy democrático. Claro
que la especialización no está dada necesariamente por el título profesional y
que existen autodidactas más competentes que los profesionales en Literatura,
pero son la excepción y no la regla. Además, asumo que la competencia literaria
puede alcanzarse estudiando una segunda especialización, una maestría o
doctorado en Literatura. ¿Tiene sentido otorgar una licenciatura (permiso para
ejercer una profesión) en Literatura cuando cualquiera, de facto, hace teoría,
crítica e historia literaria? Desde mi punto de vista, no se puede hacer Estudios
Literarios sin formación científica.
¿Hasta cuándo los Estudios Literarios estarán subordinados por las ciencias
sociales o por la Filosofía? ¿Hasta cuándo la Literatura será el laboratorio para
probar o no la pertinencia de categorías provenientes de otras disciplinas?
¿Hasta cuándo la Literatura será un campo sin límites, bordes ni fronteras donde
cualquiera pueda entrar sin salvoconducto? ¿Hasta cuándo la disciplina literaria
será la única que cuestiona su propia existencia y la única que incorpora como
académicos a especialistas en otras áreas? En el campo literario pasa lo mismo
que en las filiales de la Real Academia de la Lengua Española que han
incorporado en su seno a ilustres profesionales que saben tanto de la lengua
española como sé yo de nanotecnología. En el campo literario pasa lo mismo
que en el Periodismo donde existen periodistas profesionales formados
académicamente, periodistas autodidactas con una competencia extraordinaria
y personas que se creen periodistas por haber publicado artículos en diarios.
¿Debe desaparecer el Periodismo como profesión?
Sin exagerar, se puede afirmar que las ciencias humanas, definidas opaca y
ambiguamente como aquellas que se ocupan del conocimiento del hombre, han
perdido su disciplinariedad científica al intentar articular postulados, conceptos,
categorías, métodos, teorías en un magma antidisciplinario o cuanto más
transdisciplinario que no produce conocimiento útil y que se deleita en el
discurso. ¿Cómo van a producir conocimiento si niegan la posibilidad de
conocer lo real? Si antes costó mucho esfuerzo que cada una de las disciplinas
de las ciencias humanas decretara su autonomía, ahora creemos que es muy
fácil articularlas nuevamente sin considerar sus respectivos desarrollos
disciplinarios y sus especializaciones. En efecto, la Lingüística, la Antropología
o la Sociología surgieron como ciencias solo a partir de la segunda mitad del
siglo XIX cuando establecen sus respectivos objetos de estudio y métodos de
investigación. La Literatura se establece como disciplina científica en la
primera década del siglo XX.
Creo que una de las causas del retroceso de las Humanidades se debe a que no
han sabido mantener y desarrollar sus campos disciplinarios produciendo
conocimientos que impacten en la sociedad y al surgimiento de antidisciplinas.
Los profesionales no disciplinarios, que cuestionan a la ciencia y que por lo
mismo están en expansión, hallan en los estudios transdisciplinarios su tabla de
salvación y un espacio adecuado para el desarrollo de sus posiciones
especulativas, relativistas y nihilistas. Estamos viviendo tiempos en que los
erizos literarios (prácticamente una especie en extinción) son mal vistos por
defender y profundizar en sus fronteras disciplinarias. Por el contrario, los
zorros, que gozan del reconocimiento académico y de la fama son aquellos
sacerdotes que difunden e interpretan el discurso de los profetas, especialmente
si consideran que todo es un discurso críptico que solo ellos pueden explicar.
El hecho de que trabajemos con discursos no implica que nos quedemos
regodeando el discurso sin producir conocimientos. La consecuencia de esta
actitud permitió que en Perú, por ejemplo, a nivel secundario se fusionaran la
lingüística, la literatura y la filosofía en un curso disolvente llamado
Comunicación que cuenta con un plan lector donde priman obras estéticamente
anacrónicas y se dejan de lado los textos literarios.
Una rápida lectura de la diversidad de carreras que nos ofrecen las cuatro
universidades nos indica que no hay acuerdo sobre cuántas y cuáles deben ser
las carreras profesionales que se imparten en las Facultades de Ciencias
Humanas. Esto indicaría que no hay consenso sobre el campo. Así, muchas
carreras pertenecen en otras universidades a las Facultades de Ciencias
Sociales; otras pertenecen a las Facultades de Ciencias de la Comunicación; y
otras pertenecerían a las Facultades de Arte. Las únicas carreras profesionales
comunes en las cuatro universidades son Filosofía, Lingüística y literatura. En
lo que sigue, focalizaremos nuestra atención en la carrera profesional de
Literatura.
Si no son suficientes cinco años, entonces son menos suficientes cuatro tal y
como proponen aquellos que quieren reducir los semestres de estudio
argumentando la articulación de los estudios de pregrado con los de posgrado
en el supuesto de que en el posgrado se alcance la especialización. Entonces,
qué pasará con los que decidan no hacer estudios de posgrado. ¿Tendrán
disciplina o especialidad? Si el estudiante requiere especializarse en otra
disciplina puede llevar una segunda especialización, que dura cuatro semestres
académicos, en lo que quiera. Lo que pasa es que las unidades de posgrado no
programan cursos de segunda especialización y sí maestrías inútiles para la
formación disciplinaria y la investigación científica.
Por otra parte, sustento mi propuesta con la prueba fáctica de que en muchos
cursos o materias impartidas en nuestras Escuelas académico profesionales se
usa la Literatura solo para estudiar aspectos antropológicos (cultura e
identidad), aspectos históricos (nación y poscolonialidad), aspectos ideológicos
(género y raza), aspectos filosóficos (ser y acontecimiento) descuidando
completamente el estudio formal del texto literario que se correlaciona con su
contenido. Así, se subordina lo literario a disciplinas como la Historia, la
Antropología, la Filosofía de donde provienen las categorías “ideológicas” que
luego aplicamos a la Literatura. De manera que muchos de nosotros asumimos
que no existen conceptos o categorías propias en la disciplina literaria como
para dar cuenta de la Literatura. ¿Sufrimos o no de Alzheimer?
Si se trata de definir los espacios que hay para luego elegir los cursos primarios
y secundarios que deben llenar dichos espacios sin descuidar, reitero, la sólida
formación disciplinaria del licenciado en Literatura, creo innecesario (o
secundario) la enseñanza de cursos generales que se imparten en la enseñanza
secundaria. Desde mi punto de vista, la universidad no debe perder el tiempo
llenando los vacíos cognitivos de los ingresantes o nivelando su disímil
preparación: esa es una tarea por la que la dirección de educación secundaria
del Ministerio de Educación debe responsabilizarse. Creo, sin embargo,
necesario impartir cursos de formación general que no se brindan en la
educación secundaria como, por ejemplo, Antropología, Sociología y,
especialmente, Teoría de la ciencia. Menciono esto último porque una de las
razones por las que los alumnos creen en los postulados absurdos de la
posmodernidad es por su pobre formación científica. No se puede sustentar
científicamente que el agua es un discurso (Ferraris Manifiesto del nuevo
realismo 2013) o que el Parkinson y el Alzheimer sean puro discurso.
Por estos motivos, considero, por ejemplo, que el curso de Biología puede ser
mejorado para tratar específicamente la teoría de la evolución aplicada a los
seres humanos. Además, considero indispensable, para no perder de vista lo
real, que deba llevarse un curso de Física. El resto de los espacios puede
aprovecharse para cubrir los “huecos” en la formación profesional del
licenciado en Literatura. El sentido común, que da origen y es superado por la
investigación científica, indica que un médico no puede dejar de llevar
anatomía, que un lingüista no puede dejar de dominar fonética y fonología, que
un químico no puede evadir el conocimiento de las propiedades de los
elementos químicos, etc. ¿Por qué permitimos entonces que un licenciado en
Literatura no domine los postulados de los formalistas rusos, los conceptos de
la narratología, los aportes de la estilística o que no lea Literatura?
Por otra parte, el plan de estudios debe concordar con los estudios de posgrado.
Siendo coherentes con nuestra propuesta considero que, por ejemplo, en la
UNMSM la maestría en escritura creativa debe desaparecer cuando no
convertirse a lo mucho en un diplomado por su nulo aporte en investigación.
Lo mismo opino de la maestría en estudios culturales ya que no logró articular
catedráticos y planes de estudios inter o multidisciplinarios orientados al
estudio de textos literarios. Creo que debe ser un imperativo categórico
oponerse radicalmente a la estafa que consiste en imponer cursos de género,
filosofía o de psicoanálisis en las maestrías o doctorados en Literatura. Y
también considero impertinente abrir maestrías por modas epistemológicas o
razones de mercado. Por el contrario, las maestrías y doctorados deben estar
orientadas a producir conocimiento a través de la investigación en las líneas de
interés establecidas por la comunidad académica.
Cabe anotar aquí que de las tres áreas que conforman los Estudios Literarios, la
que no exhibe productos de investigación es la teoría literaria porque no
trabajamos con corpus de obras literarias para generalizar, formular y contrastar
hipótesis, elaborar conceptos o plantear una categoría que explique el fenómeno
estudiado. La crítica literaria tiene porcentualmente mayores investigaciones
por su carácter aplicativo. En cambio, la historia de la literatura tiene muy pocos
investigadores porque es inter o multidisciplinaria y que requiere la
colaboración de un conjunto de especialistas o de un licenciado en Literatura
formado disciplinariamente en Historia.
Muy pocas son las universidades empresa en las que se mantiene uno o dos
cursos de Literatura; en la mayoría de estas universidades privadas la Literatura
forma parte del curso de comunicación, redacción o lengua. Es claro que, en
vez de promover la apertura de más cursos de Literatura, muchos de nosotros
renunciamos a nuestra profesión entrando en el juego de las universidades
negocio. Es evidente que un licenciado en Literatura se gana la vida leyendo,
hablando, escribiendo e investigando. Si los cursos de Literatura desaparecen
de los colegios y las universidades, entonces nos quedaremos sin los puestos de
trabajo que ahora tenemos; si la investigación literaria se detiene, la disciplina
literaria corre el riesgo de desaparecer. En palabras simples, estamos perdiendo
espacios que son imprescindibles para el desarrollo de la Ciencia Literaria. No
se podía esperar otra cosa por cuanto nosotros mismos ponemos en duda la
existencia de la disciplina literaria; no podía ser de otro modo porque nosotros
mismos hemos integrado la Literatura a los estudios culturales, a las ciencias de
la comunicación o al análisis del discurso.
Además, hay que escuchar a los alumnos cuando tachan una, dos, tres, cuatro o
cinco veces a un profesor y no proteger la mediocridad con un falso espíritu de
cuerpo que perpetúa el error por muchos años. Si protegemos a un profesor
tachado por los alumnos, el error es de los profesores y de sus órganos de
gobierno que consideran que los estudiantes pasan, pero los aliados políticos
quedan. La solución es simple: el profesor cuestionado debe ser cambiado e
invitado a preparar un curso en el que demuestre mayor competencia. Para
evitar eso, propongo que existan cátedras paralelas en los cursos cuestionados
y que se promueva la rotación quinquenal de profesores con el objetivo de evitar
el enquistamiento en una cátedra y promover la renovación de enfoques
metodológicos.
Una comunidad académica debe debatir lo que produce. Eso es lo que entiendo
por cultura de diálogo. No puede ser posible que nos desconozcamos entre
nosotros mismos, que no leamos lo que escribimos. A lo mucho monologamos
con los colegas afiliados a nuestra orientación teórica o metodológica quienes
celebran con bombos y platillos nuestros escritos. Pero, cuando se trata del
debate, de la confrontación con otras perspectivas, nos hacemos los
desentendidos, desacreditamos la opinión contraria o simplemente nos
aislamos.
Cacharpari
Las ideas expresadas en este discurso escrito no ficcional (de ninguna manera
literario) proponen una reorientación de la formación profesional del licenciado
en Literatura y buscan llamar la atención sobre el actual estado de los planes de
estudios de las carreras profesionales de Literatura fundamentalmente en las
universidades nacionales. Partiendo de un diagnóstico referido a, básicamente,
dos Departamentos y Escuelas de Literatura, me permito sugerir algunas
soluciones radicales que permitan enfrentar el complejo problema de la
desaparición de la disciplina literaria y el preocupante retroceso de las ciencias
humanas.
Por otro lado, estos planteamientos son una invitación a repensar la naturaleza
y fines de los estudios de Literatura. Desde mi punto de vista, es urgente hacer
ejercicios de memoria que nos permitan recordar de dónde venimos, cómo
nacimos, cómo evolucionamos, cuándo maduramos y para qué existimos como
disciplina literaria. Así, este documento (que ha generalizado muchos aspectos
corriendo el riesgo de perder de vista la particularidad de lo singular) constituye
una propuesta y como tal está sujeta a recibir críticas, correcciones,
reformulaciones, adhesiones o cuestionamientos. Su intención es dialogar con
otras propuestas para que, por consenso razonable y democráticamente, se
establezcan los más convenientes lineamientos de los nuevos planes de estudios
de las Escuelas y Departamentos de Literatura en las universidades peruanas.
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