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CESAR HILDEBRANDT: CARTA PÚBLICA A LA SEÑORA NADINE HEREDIA,

CONVERTIDA AHORA SÍ EN UNA AUTÉNTICA AMENAZA PARA LA


DEMOCRACIA. No sé si usted sabe cuánto daño le ha causado su conducta a
su marido. Entérese, señora: A su marido no lo respeta nadie. No lo respetan
quienes, desde el empresariado, hablan de su sensatez cuando, en realidad,
ellos confunden la sensatez con el sometimiento. No lo dude, señora: Si el
presidente de la CONFIEP tuviera alguna queja la llamaría a usted, no al
ministro sectorial y fantasmagórico que con usted coordina ni al "primer ministro"
holográfico y decorativo que hoy apellida creo Cornejo y que estará allí hasta
que a usted se le ocurra. Nunca como ahora las palabras "primer ministro",
"gabinete", "Ejecutivo" han sonado tan vacías. No respetan a su marido, señora,
los peruanos que votaron por él creyendo que, de ganar las elecciones, él sería
quien gobernaría el país. ¿Sabe usted que la actual popularidad del presidente
llega al mísero 13 por ciento en el sur del país? Señora: Su marido ganó las
elecciones gracias al sur, que quería un cambio y que supuso que el cambio
prometido por Humala se cumpliría apenas pisara palacio de gobierno.
¿Recuerda usted cuando acompañaba a su marido a los estudios de TV y en las
pausas comerciales le exigía más claridad, más definición y más radicalismo
seductor? ¿Creía usted en todo aquello o estaba construyendo el fantoche que
la llevaría a la cima, a la portada de "Hola", a las confidencias con los principales
ejecutivos de las grandes empresas? Eso lo sabrá usted en su fuero interno. Lo
que sabe la gente es que de aquel Humala que convocaba a los peruanos a
cambiar algunas cosas no queda nada. Bueno, queda lo que vemos: Un hombre
inseguro, un presidente usurpado, una sombra, un modo del silencio. Y no es
que las promesas del Humala original anunciaran el apocalipsis. Nadie en su
sano juicio quería el estatismo canceroso que ya conocíamos ni las
nacionalizaciones forzadas que recordábamos como pesadillas. Nadie quería,
en suma, un remedo soviético ni una sucursal cubana ni una imitación chavista
en el Perú. Lo que muchos querían y para eso hicieron ganar a su marido,
señora es que esta republiquita plutocrática, donde sólo manda el dinero, fuese
sustituida por una república de todos. Lo que querían los que se volvieron
humalistas ante la posibilidad de que Keiko Fujimori accediese al poder es que
los trabajadores volviesen a tener voz, que el Estado regulase de veras, que la
CONFIEP no gobernase a periodicazos, que la agricultura de consumo interno
fuese atendida, que algunos aspectos de los TLC pudiesen ser renegociados,
que la minería fuese una gran opción pero no la única, que el Estado pudiese
tener (como en Chile o Colombia) empresas que contribuyeran a una más justa
fijación de algunos precios. En suma, que el "modelo fujimorista" que la
CONFIEP procreó en barraganía con los periodistas que hoy se sienten
portadores de la "única verdad" fuese corregido en parte, matizado en algunos
aspectos, rectificado creativamente en otros. ¿Ve usted, señora? De eso se
trataban los cambios que su marido juró realizar. Nada del otro mundo. Y sin
embargo, nada se ha hecho. Su marido pudo ser el mandatario que humanizara
el liberalismo extremo que Fujimori impuso con un golpe de Estado. En vez de
eso será recordado como un fraude, como un mentiroso, como un intermedio. Y
usted, señora, que dice quererlo, ha contribuido decisivamente a la devastación
política de su pareja. Sus últimas intervenciones, señora Heredia, han rozado el
golpismo y han constituido la más grosera intromisión de una persona sin cargo
oficial ni responsabilidades formales en el manejo de la cosa pública. ¿Se siente
usted triunfante? Desde el poder que le ha cedido su marido las cosas se
pueden mirar de un modo muy torcido. Sobre todo si, como es el caso, son los
aduladores a sueldo quienes la estimulan a seguir su plan usurpador. Emboscar
a Villanueva empleando a Castilla ese ujier de la CONFIEP, ese ideólogo de "El
Comercio" es algo que sus amigas incondicionales deben haber festejado entre
risotadas. Pero sus amigas, señora, no son el país. La mayoría de la gente está
harta de usted. Harta de su insaciabilidad, de su amor por la figuración, de la
flagrante inmoralidad que consiste en construirse una imagen de perfil electoral
con los ilimitados recursos públicos. Harta, en fin, de su indiscreta manera de
ambicionarlo todo. Y harta de que su afán de ser lideresa subida en los
helicópteros oficiales y repartiendo regalos subsidiados por quienes pagan sus
impuestos sin duplicarse el sueldo haya supuesto erosionar la institución de la
presidencia de la república y menoscabar, hasta el patetismo, la figura de su
diluido cónyuge. Señora: El pueblo eligió a su marido para que hiciera los
cambios que prometió hacer solemnemente. El pueblo no la eligió a usted. Si el
Perú fuese una telenovela de mal gusto usted sería la exitosa intrigante que
llegó a la cima pisoteando derechos ajenos y duplicando los propios. Pero como
el Perú no es todavía, felizmente, una telenovela aunque a veces, con su
protagonismo zampón, lo parezca el daño institucional que usted está causando
puede ser un peligro para la estabilidad democrática. Sí, señora. Aunque los
sobones no se lo digan tiene usted que saber que se ha convertido en una
amenaza. Porque al pueblo que su marido engañó le importa un comino eso del
"gobierno en familia", eso de "la pareja cogobernante", eso de la señora
protagonista. A la herida del programa olvidado y la traición añade usted el
agravio de la suplantación. Ya es mucho. Y sus ideas, por otra parte, señora, no
tienen el brillo que su entorno le dice que tienen. Son tan originales como el
odriísmo, como el pradismo, como el beltranismo. Usted podría ser la muy
guapa bisnieta de Enrique Chirinos Soto, que pensaba como usted pero que
tenía el don del lenguaje y la gracia de la buena sintaxis. Pregúnteles usted a los
cusqueños alzados si oponerse a la elevación del sueldo mínimo es algo que el
pueblo deba agradecer. Porque, señora, aclaremos este asunto de una vez por
todas: Su injerencismo descarado no tiene como fin rescatar a su marido del
secuestro derechista del que ha sido víctima. Al contrario, cada vez que el pálido
Humala puede hacer algo por quienes creyeron en él, allí está usted,
embajadora de los grandes intereses, conspirando para que "todo vuelva a la
normalidad" y para que la derecha la acoja como una de las suyas. ¿Cree usted
que la derecha la siente como una de las suyas? Se equivoca. Para ese papel
están Keiko, PPK y hasta el García reconciliado que hoy habla del gas esquisto
como salida energética del futuro (sin pensar en los pavorosos daños
ambientales que su búsqueda ya está causando en los Estados Unidos).
Alguien, señora, ha planteado, exageradamente, la vacancia presidencial. A
quien habría que vacar es a usted.
"HiILDEBRANDT EN SUS TRECE" N° 191, 28 de febrero de 1014, pp. 8 y 9.

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