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Papadopulos Pensar La Escuela PDF
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Pensar la escuela
Presentación realizada en el Congreso de Pediatría Ambulatoria, 2007
En una entrevista de admisión una familia que acababa de volver de EEUU, donde
habían vivido los últimos ocho meses por razones de índole laboral, plantea que en
su experiencia escolar en la sala de 5 años, en aquel país, su hijo había realizado
un desarrollo intelectual muy superior al de los compañeros que había dejado aquí,
por lo cual sugieren que se evalúe la posibilidad de darle por aprobado el primer
grado, inscribiéndolo automáticamente en segundo.
Al realizar las diferentes entrevistas con el niño, descubrimos que el esfuerzo por
sostener ese lugar de excelencia intelectual, operaba en él de manera sintomática,
obturando su posibilidad de construcciones conceptuales pertinentes para su
edad, empujándolo a una reproducción compulsiva, hacia el consumo de
información, de poca significación, alejándolo del vacío de un no saber, que
permitiría la búsqueda, la exploración, la escucha, la pregunta sobre el mundo y
sus misterios. Además ese lugar de “intelectual excepcional” lo distanciaba del
encuentro con sus pares, del armado de sus lazos sociales, pues ello supone ser
parte de la serie de todos los niños, cuestiones todas impostergables en el
desarrollo subjetivo de cualquier niño
Una vez finalizado el proceso, la escuela evalúa no acceder al pedido de la familia y
matricularlo en primer grado, lo que se les informa en una entrevista con la que se
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Un niño puede no ser lo que enuncian sus padres, digamos, puede trascender ese
relato, y es responsabilidad irrenunciable de la escuela, ofrecerle el espacio para su
despliegue personal, para saber de sí y logre abrazar su causa.
El segundo de los conflictos a que hace referencia nuestra hipótesis, requiere bucear en
la genealogía de nuestra sociedad, los elementos que nos han de ayudar a echar luz
sobre las actuales condiciones en las que se tramita el vínculo entre familia y escuela.
En tal sentido quisiera empezar invitando a reflexionar desde otra perspectiva posible lo
que en el título de esta mesa aparece como planteo: que el desajuste pertenece a los
niños, puesto que el devenir escolar en el que estamos inmersos, nos insta a leer en esa
dinámica relacional que supone padres, escuelas y niños, un escenario bien alejado del
puro desajuste infantil.
Es así que nos resulta más potente pensar dicha dinámica relacional dentro de las
coordenadas definidas por la caída del paradigma de la modernidad y sus múltiples
consecuencias económicas, políticas, sociales y culturales.
Nosotros vemos que allí el verdadero desajuste está en los supuestos: entre ese niño y
la idea de infancia; entre esos padres y la idea de familia; entre esa escuela y la idea de
institución escolar. De este modo niños, padres y escuelas, emergen en este nuevo suelo
que habitamos, de forma desconocida, con rasgos que no atinamos a significar toda vez
que apelamos a las caídas representaciones con las que contábamos hasta hace
algunas décadas atrás.
Por ello me permito iniciar el recorrido que intentaré en mi alocución, tomando las lúcidas
palabras que en lenguaje metafórico nos ofrendara Ignacio Lewkowicz:
El Estado -el Estado nacional, soberano, era el tablero dentro del cual transcurría
la existencia de un conjunto de entidades que llamábamos instituciones. Los
diversos modos de agrupamiento tenían una dimensión institucional. Una de esas
instituciones, una pieza de ese tablero, era el mercado liberal. Ese mercado era una
laguna en medio de un continente sólido.
Literalmente, el sólido continente institucional contenía la laguna. Pero esa laguna
crece, se desborda, se descontiene, se vuelve incontenible. Lo llaman
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¿Qué es una familia?, S.d y CC expresan que Frases tales como la célula básica de
la sociedad, el lugar de protección y cuidado, la instancia organizada en torno a la
ley, el epicentro de la formación de valores, la mediadora entre el ser que nace y el
mundo exterior; todas ella han caído en desuso.
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Múltiples experiencias de la vida cotidiana institucional, nos permiten descubrir que lejos
de existir aquella familia en cuya configuración se reflejaban una y todas, aquella que
coronaba el paradigma moderno, lo que hoy se nos presenta es una diversidad de
expresiones familiares, en las cuales lo que irrumpe es la ruptura de la conformación
basada en la lógica paterno-filial:
Son ejemplo de ello: niños sin horarios, ni encuadres que armen los contornos de lo
prohibido y lo permitido, niños que deciden cuando venir a la escuela, los que no toman
medicación porque es fea, los que todo lo tienen y nada desean, los que a los 7 años
duermen con sus padres, entre otras.
Es allí donde se hace patente la caída de las funciones, sustituidas por otras lógicas:
vemos entonces desvanecerse la asimetría, la diferencia entre padres e hijos que
localiza a la vez que habilita el despliegue de la subjetividad sostenida por una
construcción simbólica, que no es dada al viviente, sino que es conquistada en el
entramado vincular que se teje en el seno singular de cada familia, o sus sustitutos.
Tomamos aquí las palabras de Perla Zelmanovich en relación con la función paterna de
la que venimos hablando:
A su vez, esta estructuración normativa es posible en la medida que la función logra introducir al
“cuerpo del desborde pulsional” en una regulación social (es decir, en los modos en que se
tramita el “no todo es posible” en cada cultura particular, desde las normas de alimentación, de
aseo, de abrigo o de la relación con el conocimiento).
Por ello nuestra posición, la que adopta la escuela, será la de alojar la singularidad con
que se expresa cada configuración familiar; alojar la singularidad favorece el encuentro,
lo que supone generar las condiciones que posibilitan la construcción simbólica de un
lugar, singular, para cada niño, y al mismo tiempo, que éste se produzca dentro de un
marco de reglas que instituya lo común.
Sabemos que un niño es un sujeto en proceso, la infancia es el período de construcción
de la subjetividad, donde el ser arma las estructuras psíquicas que harán de base al
entramado posible en su devenir.
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No existe el niño, no más infancia, sólo sus nombres, que ni sombra logran hacer en el
virtual mundo de significados que se disipa en la diversidad.
Qué existe entonces? Existen los niños o las infancias, con sus particulares modos de
hacerse y estar.
Es por ello que entendemos que el desajuste infantil no da cuenta, no resulta potente
para intervenir en la situación, mucho menos aun si no reconocemos que la infancia es
una producción histórica cuyos orígenes pueden hallarse en los orígenes de la
Modernidad, y supuso la creación de un discurso, tanto como de una red de instituciones
destinadas a tal fin, las que hoy se hallan en franca declinación.
A modo de síntesis al respecto de las conflictivas actuales entre familia y escuela, nos
parece interesante traer las consideraciones que una vez más y con implacable claridad
nos deja anotado Perla Zelmanovich y
Recorriendo estas cualidades “lógicas”, que son tales porque son estructurales para la
constitución de un sujeto, ya podemos advertir por qué resulta relevante pensar los avatares
actuales de la función paterna, en la medida que, quienes están llamados a encarnarla, ven
afectados los lugares simbólicos por las transformaciones del campo social y de la cultura. Esta
advertencia parte de la premisa de que la función simbólica del padre, al igual que ocurre con las
lógicas segregativas, adopta necesariamente los rasgos de la época. Una vez más, deberemos
trabajar teniendo en cuenta ambas dimensiones