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Otra de las manifestaciones evidentes está representada por las actuaciones ocurrentes de
funcionarios políticos, como son los diputados, realizando declaraciones absurdas y
ridículas, aprobando leyes en contra que los ciudadanos y favor de los grandes capitales e
intereses espurios, y una bajísima capacidad intelectual, que al fin y al cabo es lo que los
lleva a ello.
La crisis del Estado es sumamente compleja y difícil de definir en su totalidad, pero tiene
una característica bastante evidente: la ausencia de gobernabilidad.
Resulta evidente, dentro de ese mismo análisis, que la ausencia de políticas sociales (que
fue la característica de los gobiernos neoliberales posteriores a la década del 70) inició la
destrucción del tejido social impulsado por el neoliberalismo al que se adhirieron los
políticos de los partidos tradicionales. Precisamente, el diseño de adecuadas políticas
sociales como mecanismos de protección y prevención en situaciones de emergencias y
crisis sociales, constituye una actividad (con una orientación económica) que es prioritaria
del Estado. Más bien, por lo señalado se incrementó la pobreza, se inició la desaparición de
la clase media, se potenció la concentración de la riqueza en pocas manos, se empezó a
aceptar la injerencia de los poderes económicos en las decisiones gubernamentales y el
olvido del clamor del pueblo.
Muchos de los cambios actuales fueron iniciados por los mismos gobiernos de turno, no
importando el partido político al que respondieran, un tanto presionados por los procesos de
globalización, las cuales transforman las comunidades políticas y modifican las funciones
del Estado-nación. Es en este sentido que Wallerstein (1999, 1994,1983) sugiere que la
unidad de análisis no debe ser el Estado-nación o la sociedad nacional, sino el sistema-
mundo en su conjunto. La sociedad nacional contenida en el espacio territorial nacional es
más homogénea y cohesiva que la sociedad global contenida en la unidad de espacio
global.
Los partidos son algo más que un requisito funcional de las democracias representativas
derivado del método de nombramiento de funcionarios públicos. Los partidos políticos son
el vehículo institucional más apto para sostener la estabilidad y la legitimidad de los
regímenes democráticos
Para que las democracias puedan sostenerse en las complejas condiciones sociales
modernas, las múltiples fuentes de conflicto político deben reducirse a un conjunto discreto
de desacuerdos básicos, posibles de ser resueltos a través de un mecanismo que otorgue a
todos los intereses sociales clave la oportunidad de participar del proceso competitivo de
formación de decisiones de gobierno.
Deben tener presente que la desigualdad se ha convertido en el gran problema generado por
esas política neoliberales y que es la consecuencia de haber permitido que se desarrolle un
modelo económico basado en la desregulación, tanto la financiera como la que se ha
propiciado en los mercados de trabajo, degradando las condiciones laborales de millones de
personas en el mundo; una economía que venera el secreto bancario y que en virtud de la
globalización ha permitido que el dinero viaje sin controles, haciendo de la economía
financiera el caudal que nutre el entramado mundial de paraísos fiscales y la floreciente
industria de la evasión y la elusión fiscal, que permite a los poderosos eludir sus
compromisos fiscales y acumular ingentes cantidades de beneficios.
En conclusión, a todo aquel que de una u otra forma aspira a un cargo de elección popular,
se le debería exigir muchísimo más de lo que hasta ahora los ciudadanos hemos exigido de
ellos (que es casi nada, porque para ser diputado el único requisito es saber leer y escribir).
En medio de una crisis política y una crisis del Estado como tal, y unos parámetros
internacionales tan cambiantes y explosivos, la estatura intelectual y la inteligencia política
que se necesitará en los futuros gobernantes y legisladores son de excepción.
Además, las consecuencias políticas, como todos sabemos, han ido más allá. Se han
producido importantes transformaciones en el panorama político español, especialmente
como consecuencia de la destrucción de las clases medias, las clases que actúan como
correa de transmisión entre la macro y la microeconomía. De hecho, el fenómeno Podemos
se explica sociológicamente por este episodio. La crisis ha producido importantes
transformaciones sociales que necesariamente tienen que trasladarse a la expresión y a las
formas de manifestación política. A esto, obviamente, se ha añadido una alarmante
situación de corrupción que está teniendo como consecuencias un importante descrédito
institucional y una gran desmoralización de los ciudadanos. Pero no hay que olvidar que la
mayoría de los episodios de corrupción, que están aflorando en nuestros días, procede de
aquel perverso sistema económico-político (conexiones entre el ámbito empresarial y la
política) que ideamos para, con la ayuda de los fondos europeos, converger con la media de
los países europeos. En el camino, los fondos europeos permitieron nuestro supuesto
desarrollo, pero a su vez nos hicieron deudores, especialmente de los alemanes. Y a partir
de ahí, la agenda política nos la ha estado marcando Alemania, para que seamos diligentes
y devolvamos el dinero.
Se nos abre un año especialmente electoral, por lo que se hace necesario que los distintos
partidos políticos debatan sobre las posibles soluciones programáticas a los grandes
problemas estructurales de nuestra economía, que todavía están intactos: un sistema
energético insostenible y dependiente; un sistema bancario que no ha afrontado los grandes
problemas que generó la crisis y que es incapaz de generar crédito productivo; un sistema
fiscal injusto e ineficiente que sobregrava las rentas del trabajo; un sistema educativo
desastroso; la precarización del mercado de trabajo; la reducida productividad y la escasa
inversión en I+D; la falta de mecanismos de inclusión financiera y de segunda oportunidad
(fresh start) que permitan recuperar a las personas y a las familias desde el punto de vista
financiero; la elevada fiduciarización de nuestra economía; etc.
Crisis económica
después de siete años de profundo retroceso económico y social en nuestro país, así como
después de una profunda devaluación interna que ha supuesto importantes recortes de
derechos económicos y sociales, todavía no vemos elementos que nos permitan aventurar
una salida creíble a esta crisis. Como venimos diciendo desde hace tiempo, se aplicaron
medidas de estimulo, es decir, de raigambre keynesiana, cuando se debían haber adoptado
medidas de ajuste, y posteriormente, ante un fraude electoral sin precedentes en nuestra
democracia, se adoptaron medidas de ajuste, en su sentido más superficial y dañino, cuando
se debieron adoptar oportunamente medidas de estímulo.
Y todo este esfuerzo que han soportado fundamentalmente las familias de rentas medias y
bajas, así como los trabajadores, visto en perspectiva, se ha producido casi de forma
gratuita: disparando el endeudamiento público para apuntalar al sistema bancario, pasando
de un 70% de deuda pública sobre el PIB, al final de la legislatura de Zapatero, a
aproximadamente un 100% en la actualidad. La liquidez crediticia, cuando más la
necesitaban las empresas, no llegaba, y muchas de ellas tuvieron que cerrar, no por
problemas de solvencia, sino por problemas de liquidez. Y ahora que se está inundando el
mercado de liquidez, esta va a parar paradójicamente a los mercados de capitales y no a las
empresas, alimentando un nuevo problema asociado a la gestión del riesgo, que se traslada
desde la banca convencional al BCE. Además, el fuerte endeudamiento público de los
últimos años ha trasladado el problema al futuro, es decir, lo ha convertido en un problema
transgeneracional. En estos momentos dicho endeudamiento es soportable a los actuales
tipos de interés, pero nada nos garantiza que los tipos de interés no suban en el futuro,
haciendo la carga financiera insoportable.
Crisis social
La crisis del modelo estático de bienestar, no por supuesto de su versión dinámica, es clara,
está fuera de dudas. No solo desde el punto de vista económico, sino también, y ello es más
importante, como modelo de Estado en sentido amplio. En este epígrafe, además de
analizar algunas de las causas de la crisis, es conveniente subrayar que se está recuperando
una nueva forma de entender lo público, no como un espacio propio y exclusivo del Estado,
sino como ámbito en el que se espera la participación del ciudadano, de la sociedad
articulada.
En efecto, se está rompiendo el monopolio, el dominio absoluto que hasta ahora se pensaba
que tenía el Estado frente a los intereses generales. Y, además, está reapareciendo la idea de
que el Estado existe y se justifica en la medida en que fomente, promueva y facilite que
cada ser humano pueda desarrollarse como tal a través del pleno, libre y solidario ejercicio
de todos y cada uno de los derechos humanos.
Por tanto, el ser humano, la persona, es el centro del sistema. El Estado está a su servicio y
las políticas públicas, por tanto, también. En este contexto nos encontramos con el principio
de subsidiariedad y se comprende cabalmente que el Estado actúe cuando así lo aconseje el
bien común, el interés general. Es más, el Estado debe propiciar, sin convertirse en actor
principal, menos todavía actor único, una sociedad más fuerte, más libre, más capaz de
generar iniciativas y más responsable. Es verdad sin em-
bargo, que tal afirmación debe ser modulada en función de las coordenadas de tiempo y
espacio y debe entenderse como un punto de llegada, como el puerto final de la travesía.
El Estado debe facilitar que cada ciudadano se desarrolle libre y solidariamente y que pueda
integrarse en condiciones dignas en la sociedad. La muerte del Welfare State, de su versión
estática, no es la muerte de una manera más social de ver la vida, sino el fin de un sistema
de intervención creciente y estático que ha terminado asfixiando y narcotizando al
ciudadano, y que ha vaciado de contenido y función a la misma Sociedad. Por lo demás,
para que se entienda bien, las propuestas que aquí se esbozarán participan de la necesidad
de seguir trabajando en un modelo de Estado de bienestar dinámico.
El Estado de bienestar, tal y como se ha manifestado en Europa en los últimos años ha
asumido in integrum los gastos de la sanidad, las pensiones de jubilación, el sistema
educativo, los subsidios de desempleo así como la financiación sin límites de todo un
conjunto de organizaciones y organismos, algunos al margen del interés general. Sin
embargo, tal operación de intervención y presencia en la vida social ha sido, en muchos
casos, una tarea propia y exclusiva del Estado, sin abrirse a la Sociedad, con lo que el
Estado ha tenido que correr con todos los gastos hasta que se acabó la financiación. Es lo
que ha pasó su día, no hace mucho, en Suecia, la cuna del Estado de bienestar, y es lo que
está pasando en otros muchos países, España entre ellos. Parece mentira pero era un
sistema, más tarde o más temprano, abocado al fracaso porque la crisis económica que ha
producido semejante gasto público acabaría apareciendo y provocando otras formas de
atender objetivamente los intereses generales más humanas y más adecuadas a la finalidad
del mismo Estado, que terminó por entretenerse en funciones y actividades más de control
que de verdadera solidaridad social.
Entre los argumentos que se pueden encontrar para explicar el descalabro de un sistema que
parecía imbatible, encontramos razones para todos los gustos. En efecto, se ha dicho que si
el colapso del sistema de tipos de cambios, que si el crecimiento de
la inflación, o que si el aumento del precio del petróleo, ahora a la baja, o que si la
disminución de la demanda productiva eran causas de la crisis86. Probablemente, como
también lo ha sido el crecimiento irracional del sector público, o la corrupción, en algunos
casos galopante, inherente a todo sistema de intervención administrativa.