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Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales Maestría en Ciencias Sociales

Universidad Veracruzana Héctor Alberto Hoz Morales

Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones

Adam Smith

Si consideramos un clásico como aquel al que se le concede un rasgo privilegiado frente a las
investigaciones contemporáneas en un campo dado (Alexander, 1987), no cabe duda que la obra de
Adam Smith lo es. No solamente constituye un clásico como el de otras disciplinas, sino que la
escuela de pensamiento económico fundada a partir de sus postulados lleva el nombre de Escuela
Clásica, más allá de otros clásicos que haya producido la ciencia económica en su devenir histórico.
De una u otra forma, gran parte de los debates actuales de la economía refieren a la discusión
planteada por Smith en La riqueza de las naciones.

Más allá de sus aportaciones al campo de la economía, sin pretensión alguna de crear una ciencia
económica, el autor escocés sentó las bases para el desarrollo de una investigación empírica guiada
por la interpretación lógica de lo observado. El empirismo de David Hume es palpable en toda la
obra de Adam Smith, en la que a partir de la observación de conductas individuales el autor es
capaz de crear no sólo una investigación empírica, sino sentar también las bases para la doctrina del
liberalismo económico.

Vale mencionar, sin embargo, que el autor parte precisamente de la premisa de que el
comportamiento de los individuos determina el orden social. En La riqueza de las naciones existen
ante todo individuos, que en busca de satisfacer su interés personal terminan creando las
condiciones que benefician al resto de la sociedad. Existen un granjero, un carnicero, un
comerciante, un hombre, todos ellos con “inclinaciones naturales” cuyo actuar determina el “orden
natural de las cosas”, antes de que instituciones políticas y consideraciones sociales actúen sobre
ellos.

Es imposible comprender la obra económica de Smith sin considerar la otra faceta de su trabajo,
aquella dedicada a la filosofía moral y expresada en su Teoría sobre los sentimientos morales. El
individuo es aquel que, guiado por el amor propio y la simpatía hacia los demás, constituye dentro
de sí un “espectador imparcial”, capaz de llevarle a decisiones racionales que resulten beneficiosas
no sólo para él, sino para el resto de los individuos.

Es esta visión la que será criticada por autores como Marx, al referirse a las “robinsonadas”
(haciendo referencia al clásico de Defoe), en las que los individuos son lo supremos agentes de la
conducta societal. No obstante, más allá de las implicaciones ideológicas de la teoría Smithiana, su
trabajo es fundamental en el sentido descrito anteriormente: se trata sin lugar a dudas de un ejemplo
claro de cómo pueden trabajar las ciencias sociales, mediante una abstracción lógica de las
observaciones empíricas. Es claro, por mencionar un ejemplo, el trabajo de investigación empírica y
de análisis histórico mostrado en el capítulo 11 del Libro Primero, en su famosa “Digresión sobre
las variaciones en el valor de la plata durante los cuatro últimos siglos”. Pero este trabajo permea
toda la obra, y es utilizado para dar amplias explicaciones sobre el papel de los impuestos, el
capital, la formación de ciudades o la deuda pública.

La riqueza de las naciones puede ser entendida como una crítica a las políticas mercantilistas de la
época (mismas que son abordadas puntualmente en el cuarto libro), como a la teoría fisiócrata. En
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este sentido, podría decirse que cumple respecto a este sistema la misma función que cumple El
Capital de Marx respecto al capitalismo: un análisis de las categorías, en el caso de Smith, de la
economía política mercantilista. El autor señala la existencia de un “sistema de libertad natural” que
debería regir el desempeño de la economía, alejado de las pretensiones de control institucional o
regulación social En este sentido, la crítica de Smith al papel totalizador de los Estados europeos es
igualmente enérgica en contra de cualquier agente económico que pervierta dicho orden natural, en
particular contra las Compañías de Indias que ostentaban un monopolio a todas luces “antinatural”.

Considerando el contexto en el que la obra de Adam Smith es concebida y la doctrina que


contribuye a formar, el autor escocés considera cierta situaciones como parte de ese orden natural.
La desigualdad social, el esclavismo, la pobreza de amplias capas sociales son todas parte intrínseca
de la economía tal y como es entendida por él. No obstante, esto no quiere decir que, en particular la
situación de la pobreza, no sea preocupante para el autor: “Ninguna sociedad puede ser floreciente y
feliz si la mayor parte de sus miembros es pobre y miserable. Además, es justo que aquellos que
proporcionan alimento, vestimenta y alojamiento para todo el cuerpo social reciban una cuota del
producto de su propio trabajo suficiente para estar ellos mismos adecuadamente bien alimentados,
vestidos y alojados” (p.74). Claro está, su preocupación no es fundamentalmente de carácter moral,
sino en miras del buen funcionamiento del sistema económico, es una preocupación funcional. El
fin último de todo sistema económico debe ser el bienestar general de la sociedad. La producción,
las riquezas y el comercio, son solo medios para conseguir dicho fin.

Es de resaltar que el autor es siempre consciente de las restricciones políticas en un sentido amplio
que enfrenta el “sistema de libertad natural”, palpables en la vida cotidiana de los individuos que
constituyen su objeto de estudio. Si bien da por sentado que existen clases sociales en una sociedad
determinada, está consciente en todo momento que el dinamismo de la economía está condicionado
por factores extraeconómicos. A manera de ejemplo, señala que mientras que las asociaciones de
trabajadores están prohibidas por ley, las de patronos existen siempre aunque sea de forma tácita. Si
el Estado por medio de sus órganos legislativos interviene para dirimir diferencias entre ambos
grupos, lo hará siempre a favor del segundo.

Otro punto fundamental en la obra del escocés es la centralidad de temas que aborda en La riqueza
de las naciones, de los cuáles cuatro resultan fundamentales para el desarrollo tanto de la ciencia
económica como de la propia economía mundial. Tales son, a mi entender, la conceptualización de
la división del trabajo, la poco comprendida idea de “la mano invisible”, el papel que el autor
atribuye al Estado en la vida económica, y las bases sentadas por el autor de la Teoría del Valor
Trabajo (trabajo comandado o adquirido). Éste último en particular es el que permite la creación de
una escuela de pensamiento económico, denominada clásica, cuya influencia sobre el desarrollo de
la ciencia económica no puede ser minimizada.

A reserva de desarrollar estos aspectos, me permito hacer una síntesis de la obra analizada. El
primer libro se refiere precisamente a la división del trabajo, y un análisis de los tres factores de
producción clásicos así como de sus respectivas remuneraciones y su distribución en la sociedad. El
análisis histórico y geográfico hecho por el autor respecto a la distribución de los tres tipos de
remuneraciones (salarios, rentas y beneficios) no deja de ser impresionante. El autor hace aquí las
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primeras investigaciones respecto a la determinación de los precios, misma que será retomada con
mayor puntualidad por David Ricardo.

El segundo libro se refiere al análisis del capital, su acumulación y empleo. Vale la pena señalar que
es aquí uno de los únicos momentos en los que encontramos en la obra analizada una intuición
respecto al carácter opresivo del trabajo, si bien nunca es desarrollada por el autor. En el capítulo 3
señala que el salario pagado al trabajador en realidad no le cuesta nada a su patrono, puesto que
recibe a cambio un valor mayor que el producto original sobre el cual trabaja el obrero. Dicha
prenoción es la que será abordada casi un siglo después y que fundamentará el desarrollo de la obra
de Marx. Smith erróneamente señala el salario como el pago del trabajo, no de la fuerza de trabajo.

Estos dos libros constituyen el grueso de la teorización económica a partir de la observación


empírica hecha por el autor. Los tres siguientes libros pueden ser considerados una crítica al sistema
mercantilista predominante en la época, y a las ideas de la escuela fisiócrata contemporánea de
Smith.

El tercer libro realiza un recorrido histórico respecto a la conformación de las economías


mercantilistas del siglo XVI, señalando siempre aquellos momentos en los que las decisiones
estatales son específicamente contrarias a los dictados de la “ley natural”. Es de resaltar la
admiración profesada por Adam Smith por “sus colonias en Norteamérica”, al menos por sus
decisiones económicas y su forma de administración en la que la libertad económica jugaba un
papel fundamental. El autor intuía ya la independencia de dichas colonias que sería consumada
pocos años después de la conclusión de su obra.

El cuarto y quinto libro constituyen la crítica puntual hecha a las instituciones mercantilistas de la
época. En el primero de estos realiza una sistemática condena de cada uno de los tipos de
impuestos, aranceles y restricciones proteccionistas utilizados por los Estados europeos, así como
los subsidios y estímulos otorgados a la exportación, mismos que, en la lógica smithiana, no hacían
otra cosa más que restringir la economía natural de las poblaciones europeas, y cuyos beneficios
eran limitados a unos cuantos individuos y no a la economía general. El último libro de la obra
constituye un tratado de hacienda pública que comprende los tres aspectos fundamentales de la
misma, que bien podrían ser los mismos que encontráramos en cualquier análisis fiscal de la
actualidad: a saber, impuestos, gasto del gobierno, y deuda.

En las siguientes secciones realizo algunos comentarios respecto a los aspectos señalados
anteriormente que me parecen fundamentales en términos de la discusión económica generada a
partir de ellos, y de la centralidad de los mismos en la consolidación de una disciplina dedicada a s
estudio.

División del trabajo.

El famoso ejemplo de la fábrica de alfileres resalta el carácter privilegiado que Smith atribuye a
dicho fenómeno. No sólo en cuestión de productividad (término no empleado por Smith salvo en el
sentido de la productividad de las minas o las tierras), sino a partir de sus consecuencias en el
proceso de crecimiento económico. En la división del trabajo, fenómeno que ocurre de manera
natural como consecuencia de los intereses económicos de los individuos, se encuentra la base del
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“sistema de libertad natural” múltiples veces citado por el autor. Si el trabajo es el fondo de la
riqueza de cualquier país, la división del mismo es la única forma natural y aceptable de
incrementarle, y dicha división del trabajo no sólo generara los medios para que la riqueza nacional
se incremente, sino que sentará las bases para la prosperidad y el bienestar general.

La división del trabajo, para el autor, es la expresión material de la naturaleza humana: los
individuos tienden a intercambiar, y lo único que pueden intercambiar es el producto de su propio
trabajo. Luego, habrá una propensión natural a especializarse en aquello que hacen mejor, y así
tener más producto que intercambiar. La sociedad, en su forma más general, surge como
consecuencia sólo de dicha proclividad humana. Es evidente que para el autor existen individuos,
libres y capaces de decidir racionalmente, antes incluso de que exista una sociedad o un Estado. La
división del trabajo da surgimiento, posteriormente, al comercio y al dinero, y sólo a partir de ella se
puede explicar el surgimiento de jerarquizaciones sociales y de clases sociales.

Ahora bien, Smith supone que las fuerzas naturales son tan poderosas, que pueden tener efectos
nocivos o desviarse de su intención original. La indetenible división del trabajo terminará por
formar individuos extremadamente especializados, que no sepan otra cosa más que la minúscula
labor que les corresponde en el proceso de producción. Abre aquí la puerta, como en otras
ocasiones, a la intervención del Estado, punto que será comentado posteriormente.

Más allá de las conclusiones que de ello deriva el autor, el acierto del análisis consiste en llevar la
discusión hacia la cuestión de la producción. Es ahí el único lugar donde es posible hablar de
creación de valor, contrario a las pretensiones mercantilistas de encontrar en la esfera de la
distribución o del comercio la única fuente de riqueza para una nación.

La mano invisible.

Quizá la idea más reconocida de Adam Smith, aparece sólo una vez en toda la obra al inicio del
capítulo II del libro cuarto. Cómo se ha mencionado anteriormente, dicho libro está dedicado a la
crítica de las restricciones proteccionistas del mercantilismo europeo y al análisis histórico del
mismo. Es aquí donde encontramos la famosa cita de la mano invisible, al referirse Smith a los
impuestos y aranceles ocupados para restringir la importación de bienes que pudieran ser
producidos en el país.

Es evidente la razón por la que la cita ha adquirido fama y se ha prestado a distintas lecturas:
constituye la síntesis del ya mencionado “sistema de libertad natural” del autor: un individuo
naturalmente preferirá tener su capital cerca de sí, en su propio país, donde pueda tener mayor
certeza respecto al desempeño del mismo. Así, guiado por su afán de obtener un beneficio de la
manera más segura posible, contribuye al aumento del fondo de riqueza nacional. Él no lo sabe, y
sólo busca el máximo beneficio para él, pero la mano invisible garantiza que así sea.

Entra en juego aquí el “espectador imparcial” de la Teoría de los Sentimientos Morales del autor. El
egoísmo del ser humano no es del estado de naturaleza hobbesiano, paranoico y desinteresado. Es
un egoísmo racional, que en la medida en la que procura el propio bienestar individual, gracias a los
efectos de la división del trabajo, conduce a un aumento de la riqueza global de un país. El término
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es utilizado previamente (solo en una ocasión) por el autor en su tratado moral, en un sentido
similar.

Es así, más una concepción filosófica que una descripción empírica del funcionamiento del capital y
del sistema económico, como muchas lecturas posteriores pretendían presentar (p.ej. trickle down
economics)

La teoría del valor-trabajo (Trabajo comandado o adquirido).

Si hay algo que la ciencia económica debe a Adam Smith es sentar las bases de ésta teoría.
Constituye probablemente el aspecto central de su trabajo. Quizá la segunda frase más citada del
trabajo es la que abre la introducción y plan de obra. “El trabajo anual de cada nación es el fondo
del que se deriva todo el suministro de cosas necesarias y convenientes para la vida que la nación
consume anualmente, y que consisten en el producto inmediato de ese trabajo”. El aspecto de la
división del trabajo está precisamente en función de esta consideración.

Significa la mayor aportación de Smith al trabajo de la futura ciencia económica: el considerar de


manera objetiva que la riqueza de las naciones depende del trabajo desempeñado en ellas, contrario
a la visión mercantilista de la época que daba a los metales preciosos el peso fundamental de dicha
riqueza. Smith comienza haciendo un análisis de la noción de valor y sus dos acepciones generales,
como “valor de uso” y “valor de cambio”. La clásica paradoja entre el agua y los diamantes es su
primera aproximación al respecto.

Todos los aspectos de la teoría económica smithiana están en relación a la teoría del valor trabajo:
el capital, por ejemplo, solo es capital en la medida que pueda comandar o adquirir una cantidad
determinada de trabajo, vivo u objetivado. La determinación de los precios de las mercancías está
en función solo de la cantidad de trabajo que requiere producirlas, de sus costos de producción. Si
bien el precio de mercado puede desviarse de su precio “natural”, es decir, del precio de trabajo
requerido para producirlas, la misma naturaleza de la dinámica económica se encargará de
normalizarlos cuando no existan situaciones exógenas, como un monopolio, que las regulen.

El desarrollo de la ciencia económica no puede ser entendido sin esta aportación. La escuela clásica
lo es en función de la aceptación de este principio general. La obra de Marx parte de la
consideración objetiva del trabajo, y por ende de la esfera de la producción, como el determinante
material de toda la actividad económica. El marginalismo de la teoría económica moderna
encuentra su razón de ser precisamente en la crítica a la noción del valor-trabajo. Es quizá en este
sentido en el que más se puede afirmar el carácter clásico de Adam Smith.

El papel del Estado.

Cualquier lectura anarquista del pensamiento económico de Smith es evidentemente una lectura
incompleta, por decir lo menos. Si bien el escocés aborrece el carácter absolutista del Estado y
reconoce el carácter nocivo de sus intervenciones en la mayoría de los casos, de igual forma
considera al Estado como un elemento fundamental en la dinámica económica, un “mal necesario”
si se quiere.
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La defensa de la propiedad privada es y debe ser la misión irrenunciable del Estado. De hecho, el
Estado surge en función de ésta tarea. Todas las propensiones naturales del ser humano, el ser
dueño único del producto de su trabajo, la libertad de intercambiar sus bienes, de invertir sus
capitales en donde mejor le convenga, deben ser garantizadas y defendidas por el Estado. Es por
ello que el autor reconoce tres aspectos en los que el Estado debe intervenir: proveer seguridad a sus
ciudadanos, una correcta e imparcial administración de la justicia, y el mantenimiento de aquellas
instituciones públicas que a ningún individuo convendría mantener, pero cuyos beneficios a la
sociedad son innegables. Como se mencionaba anteriormente, esto abre la puerta para un amplio
abanico de situaciones en las que el Estado puede intervenir: ¿a qué comerciante le beneficiara
construir muros para prevenir la propagación de incendios? Evidentemente a ninguno en términos
de beneficios económicos, más conviene al conjunto de la sociedad en un momento determinado.
Los casos de la emisión de papel moneda, la educación y la religión son los más ampliamente
expuestos por Smith.

No obstante, esto no es decir que para Smith el Estado deba jugar un papel central en la regulación
de la vida económica de sus ciudadanos. En todo caso, mantiene que el sistema de libertad natural
debe ser siempre el que rija las decisiones económicas, y propone un esquema de participación
mutua, en el que tanto el Estado como los individuos participen en determinadas actividades.

Un camino puede ser construido por el Estado, pero estará mejor administrado cuando haya
particulares involucrados en el proceso. La educación de la sociedad, en particular de las clases
bajas, debe ser una preocupación para el Estado. Puede, por ejemplo, instalar escuelas parroquiales
en las que se insista en la enseñanza de la lectura, la escritura y la aritmética, más el mantenimiento
de las mismas no puede ser competencia exclusiva del Estado puesto que se fomentaría toda clase
de vicios.

Los capítulos II y III del quinto y último libro concluyen la obra haciendo un amplísimo análisis de
los sistemas impositivos de las distintas naciones europeas, y de las formas de endeudamiento
utilizadas desde el Imperio Romano.

Conclusiones

Es complicado sintetizar una obra de la magnitud de la Riqueza de las naciones. Dicha


complicación es evidente dadas las condiciones en las que el trabajo fue producido. Si bien no hay
por parte del autor pretensión alguna de iniciar el camino de una nueva disciplina, esto implica que
la obra no sólo sea un tratado de economía, sino de filosofía política y moral, así como un
importante trabajo de comparación y abstracción histórica. Como se mencionaba en la introducción,
el carácter clásico de la obra de Smith deriva de su carácter metódico y empírico, si bien fundado en
interpretaciones filosóficas, que permitiría a futuro la creación no sólo de una disciplina científica,
sino de una doctrina política y económica.

El sistema de libertad natural es económicamente ventajoso, puesto que la división del trabajo y la
competencia que genera será siempre mejor que el monopolio. Es claro en este sentido que la obra
de Smith constituye una defensa de lo que sería posteriormente denominado el espíritu del
capitalismo, visión romántica a la que muchos se aferran hoy día con más o menos argumentos. El
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mercado y sus leyes son consecuencia de la propia naturaleza del hombre, en búsqueda constante de
su propio beneficio pero capaz de generar simpatía hacia otros individuos como él.

Es por ello que Smith realiza una enérgica condena de los comerciantes que buscan monopolizar
una actividad, al Estado que confiere a las Compañías de Indias un poder cuasiabsoluto, al
empresario que dilapidan su fortuna sin ofrecerla al aumento de la riqueza nacional. Los capitalistas
sólo pueden ser útiles cuando ofrecen bienes y servicios buenos y baratos, que benefician al
conjunto de la sociedad y no sólo a sus intereses más inmediatos.

La obra de Smith debe ser considerada en el contexto en el que se produce: el momento histórico de
consolidación-expansión de un sistema económico particular, y las condiciones del imaginario
social de la época. En este sentido, la visión respecto a la naturaleza humana presentada por el autor
escocés puede ser entendida como un producto de dichas condiciones. El contenido presentado en la
obra ha sido evaluado desde diversas perspectivas teóricas dentro de la ciencia económica
contemporánea, ya para ser rebatido o para ser tomado como punto de partida para consideraciones
respecto a la naturaleza del sistema capitalista actual.

Bibliografía

Alexander, Jeffrey (1990): “La centralidad de los clásicos” en Giddens, Turner y otros, La teoría
social, hoy (pp. 22-80). Madrid: Alianza Editorial.

Marx, Carlos (1989). Contribución a la crítica de la economía política. Editorial Progreso.

Smith, Adam. (1958). Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones.
México: Fondo de Cultura Económica.

Smith, Adam. (1979). La teoría de los sentimientos morales. México: Fondeo de Cultura
Económica.

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